Una buena mañana para correr (15)

Jaime acabó su clase.

Fue a su despacho.

Se sentó. Perdió su mirada en uno de sus sitios favoritos: la ventana a la calle.

Pensó en Ricardo.

Recordó la velada. Bueno, la velada… si se podía llamar así.

Los dos dormidos.

La televisión en negro.

Se despertó a las 3 de la mañana.

Le dolía el cuello, por la posición.

Ricardo se despertó al sentirle moverse.

Se miraron.

Jaime hacía días que no dormía como esa noche.

Ricardo miró el reloj, y se asustó por la hora.

Se levantó…

Jaime le retuvo…

“Quédate”

Ricardo le miró.

Se volvió a sentar.

“Vamos a la cama”

Ricardo se puso nervioso.

“Tranquilo”

Se metieron en la cama.

Jaime abrazó por detrás a Ricardo.

Apagó la luz.

Y se quedaron dormidos.

Ricardo se fue a todo correr a la mañana siguiente.

Al llegar al hall, volvió sobre sus pasos, y le dio un piquito a Jaime. Cuando quiso reaccionar, Ricardo ya se había ido.

Estuvo un buen rato parado. Intentando retener esa sensación, el sabor de Jaime… Luego se rozó los labios… intentando agarrar los restos de ese suave piquito…

Jaime apartó de un golpe la mano de sus labios. Sin darse cuenta estaba repitiendo ese gesto ahora.  Y se sintió de repente ridículo.

Debería llamar a Ricardo…

Pero por otro lado… tenía miedo… las relaciones sociales no era lo suyo. Nada sabía sobre ellas. Se había sentido tan raro toda su vida, tan fuera de lugar entre sus compañeros de clase, entre los amigos del barrio, entre su familia, que se había encerrado en sí mismo. Y se había refugiado en los estudios. Así había conseguido el mejor expediente de su universidad, la de Zaragoza.

Un día, ya en Burgos, volvió a Zaragoza a ver a su familia. Sus padres, y sus 4 hermanos. Comida familiar. Reencuentros. Su madre le volvió a preguntar por si había alguna novia. Él le contestó que ni novia ni novio. Todos se quedaron mirándole. Su madre le dijo que eso no era posible: “Ninguno de sus hijos sería de esos”. Jaime se levantó, dobló su servilleta, y se despidió de sus hermanos. Ni siquiera volvió fugazmente la vista atrás.

Sus padres no intentaron ponerse en contacto con él nunca más. De sus hermanos, solo Ángel lo hacía. El más pequeño. Esto le sumió en una temporada de tristeza y agobio. De depresión. Pero por otro lado, se fue liberando. Fue teniendo más tiempo para sí, y ahora ya no rechazaba las invitaciones de compañeros a tomar unas cervezas, o un café. Ya no tenía la necesidad de recluirse en sus estudios, o en las novelas que estaba escribiendo. Ya podía “perder” el tiempo en la barra de un bar, o yendo al cine con algunos compañeros… pero reconocía que no tenía práctica. Y que se tenía que esforzar más en estas cosas aparentemente tan sencillas, que en estudiar la materia más complicada.

Y ahora estaba dándole vueltas a qué hacer con Ricardo. ¿Llamarle? ¿Esperar? Se había sentido muy a gusto con él. Y esa naturalidad con la que él aceptaba ser gay, o con la que su hermano la aceptaba, le hacían sentirse… ¿bien?… sí le hacían sentirse bien, pero le hacían tener una envidia… sí él lo hubiera hecho así, si no hubiera tenido la familia que tenía, a lo mejor ahora no era el inútil emocional que era.

Era viernes… ¿y si le invitaba al cine? O a cenar… o a las dos cosas… podían cenar en su casa e ir luego al cine. En los Cine Box, hay algunas sesiones a las 23,30 h. o se podían quedar en casa… pero a lo mejor iba muy deprisa. A lo mejor le asustaba. ¿y si le llamaba y le preguntaba?  Sin compromiso claro… no esperaría un poco, seguro que estaba en clase…

– ¿Se puede?

– Adelante.

Ricardo asomó la cabeza. Jaime se levantó de un salto. No sabía que hacer, si acercarse, si darle un beso, si darle la mano, si no hacer nada… Ricardo entró y cerró la puerta. Se quedaron mirando los dos… cosa que ya era un avance, o a lo mejor que la moqueta ya la tenían muy vista… Ricardo avanzó un paso hacia Jaime, Jaime avanzó medio paso hacia Ricardo, se golpeó con la rodilla en la mesa… “¿Te has hecho daño?” se preocupó Ricardo, agachó su cabeza para mirarle la rodilla, a la vez que Jaime agachaba la suya, se encontraron a medio camino, dándose un sonoro golpe con sus cabezas, sonrieron… jajajajaja… no sabían que decir… Jaime no sabía si preocuparse de su rodilla, de su cabeza, de la cabeza de Ricardo… Ricardo fue a darle un beso No se pusieron de acuerdo en el lado del beso… al final parecía que se estaban esquivando, se volvieron a reír nerviosos… jajajajajajaja… al final lograron darse un suave piquito estrujándose la nariz un poco…

– Soy un desastre, Ricardo. Menudo gilipollas te has encontrado en el camino.

– Anda que yo, no soy mucho más curtido.

– Cuando has cerrado la puerta, ¿me ha parecido ver a tu hermano en el pasillo?

Ricardo se puso rojo como un tomate. Esta vez no pudo evitarlo, y volvió al estudio de la moqueta del despacho de Jaime.

– Esto… quería asegurarse de que entraba en tu despacho. Mira, Jaime, yo es que no soy muy ducho en estas cosas, me da mucho corte… y tengo 21 años y no me he comido una rosca, y las veces que he intentado tener algo con chicos ha sido un perfecto desastre, sabes… y o me han dado en las narices, o me he sentido cortado, o… ¡¡Joder!! Soy patético… y mi hermano pues… joder… no sé como decirlo…

– ¿Te aconseja? – apuntó Jaime.

– Sí, bueno, no exactamente, me empuja… me… ¡¡Dios!!

Ricardo estaba de medio lado, acariciando la moqueta del suelo con uno de sus pies, con los brazos medio cruzados, y con su cabeza inclinada hacia el suelo. Jaime le miraba de reojo, sin saber muy bien que hacer. No sabía si hacerse el decidido, o mirar también al suelo, o confesarle que…

– Tienes suerte, ¿sabes? – dijo al final Jaime.

– ¿Suerte? No te rías… – Ricardo había levantado del suelo su mirada con un gesto rápido, mirando a Jaime, porque creía que éste se estaba riendo de él…

– Sí suerte, de tener a Manuel… ¿Manuel era? Soy un desastre para los nombres…

– Sí Manuel… pero…

– Déjame que te explique, Ricar, no me estoy riendo de ti, parece por tu cara que piensas… no…

Se quedaron otra vez los dos callados. Jaime le hizo un gesto a Ricardo, y se sentaron los dos en las sillas de “visitas” del despacho. Jaime no quería sentarse en su silla, al otro lado de la mesa, parecería que quería poner distancia.

– Hace unos minutos, justo antes de entrar tú por la puerta, estaba pensando en eso. Sabes, yo hace más de un año que no me hablo con mi familia. Sabes, tengo 4 hermanos, y solo uno de ellos me llama de vez en cuando, cuando puede escaquearse. Ángel a lo mejor podría haber sido para mí tu hermano Manuel. Pero está lejos, está con mis padres, y ellos no permitirán nunca que tenga una relación normal conmigo.

– ¿Por qué? ¿Por q…?

– Pues por ser gay, Ricardo. Por ser gay. Por eso tu hermano me cae genial… es que con lo mierda que soy, me hubiera gustado tener a alguien como él empujando… animándome, ayudándome, peleándose conmigo…

– Pues te le regalo… y si quieres… te lo envuelvo y…

– ¡Bah! No lo dices en serio… y lo sabes…

– Sabes, cuando le dije…

De repente sonó la alarma del teléfono de Ricardo. Éste se sobresaltó…

– Sorry, soy un malqueda… perdona… te beso los pies… joder… tengo que largarme, tengo examen con “la vientos”, y me tiene atravesado… ¿a las 7 en tu casa? Pensé que podríamos hacer algo… luego te llamo… a las 7 en tu casa? ¿Sí?

– Vale, pero…

Ricardo se levantó de un golpe, apartó la silla de un golpe. Y salió disparado del despacho sin cerrar la puerta. Jaime se fue hacia la puerta medio sonriendo… cuando vio volver a Ricardo a todo correr…

– ¿Se te ha olv…?

Pero Ricardo llegó, le dio un beso en los labios, y se volvió a ir corriendo. Jaime se quedó otra vez como hipnotizado, centrando todas sus energías en rememorar ese beso, esa sensación, como esa mañana de hacía un par de días. Manuel estaba al otro lado del pasillo, y le miraba con una imperceptible sonrisa. Se dio media vuelta, y se fue. Rebeca, la profesora de Econometría, le dio una palmadita en la cara… “ya me contarás… que parece que has ligado… calladito lo tenías, habrá que mojarlo un día de estos… “

Cerró la puerta del despacho, sin recuperar completamente la consciencia. Recogió sus cosas, con la intención de irse a su casa. Iba a preparar algo de merendar… Debería hacer la compra… pensó que a lo mejor era ya el momento de volver a llenar su nevera y su despensa como si no viviera en esa casa provisionalmente.

A lo mejor sí…

Apagó la luz, echó una mirada al despacho… y cerró la puerta.

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Capítulo 1.

Capítulo 2.

Capítulo 3.

Capítulo 4.

Capítulo 5.

Capítulo 6.

Capítulo 7.

Capítulo 8.

Capítulo 9.

Capítulo 10.

Capítulo 11.

Capítulo 12.

Capítulo 13.

Capítulo 14.

Historia completa.

9 pensamientos en “Una buena mañana para correr (15)

    • ¿Te has fijado sonia? Lo he hecho pensando en ti… y eso que saliste corriendo en dirección contraria…. jajajajajajaja.

      besos.
      muchos.
      envueltos.

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