Dos inconscientes.

Yago frenó de repente.

Iba a pasar por un semáforo y un chico que esperaba a cruzar, se agachó para atarse la zapatilla. Estaba justo en el borde de la acera. La cabeza asomaba hacia la carretera.

Durante un segundo Yago se imaginó que se lo llevaba por delante. Y lo hubiera hecho de no frenar. El chico se debió percatar, se incorporó, y dio un paso atrás para volver a agacharse. No parecía importarle o no fue consciente del peligro. O su dignidad le impedía dar a entender que había estado a un instante de ser portada en el periódico al día siguiente.

Yago meneó la cabeza para intentar olvidar ese momento, que podía haber arruinado el resto de su vida. Ese chico posiblemente no sea consciente de que le debe la vida. Fantaseó con que lo reconociera al día siguiente en la panadería y lo saludara y le diera las gracias. No era guapo, pero hubiera sido una romántica forma de empezar una historia de amor. Tampoco se lo imaginaba como alguien interesante, que cuajara con él. Pero daba igual, sus vidas podían haber engarzado sus eslabones para siempre.

Le costó aparcar la historia, casi tanto como aparcar el coche. Casi no llega al cine. No estaba muy seguro de a qué película ir: una del espacio, la de Eloy de la Iglesia, una comedia romántica, bobalicona pero que a poco le dejaría una sonrisa y ganas de levantarse al día siguiente y meterse en la cocina… tocaba cocinar. ¡Qué pereza!

Llegó al cine y se entretuvo en ver la cartelera. Debía elegir.

De repente lo vio.

Era Alberto.

No se conocían formalmente aunque se habían intercambiado muchos mails. Un día, casi se conocen, pero Alberto se acojonó. Ese día se enviaron alguna foto, por eso lo reconoció. De hecho lo había visto más veces en el cine.

Un día, al cabo del tiempo, Alberto le dijo que ya no quería cambiarse más correos con él. Debía empezar una nueva etapa en su vida. Una etapa que había preparado cuidadosamente. Debía empezar a fingirse a sí mismo, lo que con los demás llevaba haciendo toda su vida. Pensaba que si se lo proponía muy fuerte, muy fuerte, podría olvidarse que le gustaban los hombres. Así su antiguo profesor de filosofía estaría satisfecho, que eso de los maricas eran de lo peorcito, según decía a cada momento en clase.

Pero para fingir con convicción delante del espejo, debía romper con cualquier persona que pudiera recordarle lo que era de verdad, lo que sentía. No le interesaba nadie a su lado, aunque fuera virtualmente, que pudiera tener la memoria que él quería dejar en el cubo de la basura. Cuando lo vio, Alberto se puso a hacer que escribía en su teléfono. Y sin pausa, entró en el hall de los cines, con la cabeza hundida en el móvil, presto a entrar en la sala que le tocaba en cuanto las abrieran. Se puso cuidadosamente de espaldas, para evitar que Yago lo viera.

Yago lo miraba con lástima. Debía estar enfadado con él, pero lo único que podía sentir era pena. Un chico joven que en el 2013, en España, iba a tirar una vida por la borda. Su vida. Pero eso no era su problema. Le utilizó para desahogarse y cuando le vino bien, le dio la patada. Él no podía hacer nada, y a parte, estaba harto de que le partieran la crisma cuando él solo intentaba ayudar, confortar, escuchar. No estaba dispuesto a que eso volviera a ocurrir.

Le dieron ganas de acercarse y decirle que estuviera tranquilo, que nunca le abordaría, que nunca intentaría hablar con él ni ponerle en evidencia ante la gente. Porque seguramente todos verían en la frente de Yago el cartel que dice: “marica”. Y si alguien le veía con un marica, pensaría que es marica también.

– Seguro que piensa que nadie verá el cartel que lleva en su frente: “Amargado, mentiroso y egoísta; marica reprimido”.

Pero eso suponía contradecir sus intenciones, así que se encendió otro cigarrillo, en la calle, se dio él también la vuelta mirando al río, esperando que el joven entrara en la sala y pudiera respirar tranquilo.

Ya sabía que película iba a ver. Iría a ver la comedia, para salir con un chute de buen rollo. Ese buen rollo que ya de por sí tan difícil le era encontrar en su vida, y que esa tarde, con dos hechos insignificantes, se había acentuado. El chico del semáforo y el chico que le escribía correos.

Tiró la colilla al suelo y la pisó con ganas. Se desabrochó el abrigo para sacar la cartera y pagar la entrada.

– Una entrada para la de risa, por favor.

Y la taquillera le dio una entrada para la de risa.

5 pensamientos en “Dos inconscientes.

  1. Me he quedado pensando en el título de la historia, preguntándome quien sería el segundo inconsciente.
    Esto de andar etiquetando a la gente de amargado, mentiroso y egoista o que tira su vida por la borda, pues no se… Existe un dicho anglosajón que dice » cuando juzgas a alguien no estás definiendo a esa persona, si no a ti mismo» . Cada uno está en su derecho de hacer con su vida lo que quiera y opinar así de la vida de otro cuando ni siquiera formas parte de ella me parece bastante gratuito. Lo digo sobre todo porque conozco más de un caso de » marica» que se ha casado con una chica y ha formado una familia sin esos dramas. Mi primer novio sin ir más lejos. En los casos que conozco, parece que la otra parte no estaba engaňada.
    Como bien se dice en el relato, estamos en la Espaňa del 2013, Se ha avanzado mucho en el terreno de las libertades, y esto deberíamos entenderlo en ambos sentidos. Muchos elegiremos vivir nuestras vidas en coherencia con nuestra sexualidad, pero habrá quien prefiera elegir la opción de llevar una vida socialmente más convencional sin tener que renunciar a la posibilidad de poder tener sus propios hijos. Yo alguna vez también me lo he planteado.

    Abrazos

    • Pucho, creo que cada uno debe elegir su camino, efectivamente. Con libertad.
      Pero Yago no opina lo mismo. Para Yago la elección de Alberto es inaceptable, porque para él, Alberto elige un camino contrario a su forma de ser, forma de ser que le ha mostrado en su correspondencia.

      besos.
      muchos.
      envueltos.

  2. …pues claro, Pucho. Con lo de los hijos entramos en el dilema de la reencarnación y que es la continuidad de nosotros mismos, pero… «A quien dios no le da hijos el diablo le da sobrinos». Y a mi me ha tocado así. El sobrino de marras, que no se aviene para nada con «er cuñao», padre del infrascrito, ha llegado a querer cambiarse el orden de los apellidos para que fuera el mío el primero… y lo va a conseguir.
    Saludos

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