En el prado de mi padre.

Daniel Gutiérrez (1)

Aquel día estaba pensando en …

No lo recuerdo. Ni tiene importancia. Hace tiempo que nada tiene importancia. Cada vez es más patente que la furia ha invadido mi alma. Nada me satisface, nadie me agrada, nadie me complace. Y cuando me miro al espejo veo a un hombre joven que parece haber vivido todo lo que hay que vivir. El éxito. El sexo. El poder. Todo lo tengo y nada me llama. Al contrario, parece que me ha acabado por destruir.

Salí sin rumbo, un día más. De madrugada cuando amanecía, cansado de dar vueltas por casa sin lograr conciliar el sueño. Me monté en el coche y empecé a conducir. Al cabo del tiempo, una hora, o más, o menos, no lo sé, de repente me empezó a sonar la hierba, el sol, los árboles, un no sé qué en el ambiente, la luz, vete tú a saber. No tardé mucho en reconocerlo: era el prado a dónde solía llevarnos mi padre cuando era pequeño. Fue el instinto o el destino, porque ni siquiera recordaba como se iba. Ni había vuelto a pensar en ese lugar desde que mi padre dejó de traernos.

A veces cuando me agobio conduzco sin rumbo, a veces durante horas. Últimamente lo hago mucho. Cojo la autovía del norte o cualquiera otra y salgo por algún ramal sin mirar los carteles. Y voy atravesando pueblos, campos, lagos o lo que sea que me encuentre. Luego no recuerdo nada de lo que he visto, ni siquiera de qué he pensado en el trayecto. Ni si iba escuchando música o no, mucho menos lo que estaba oyendo.

Ese día como decía, llegué al prado. Así lo llamaba mi padre. Y ahí sí, desperté. No sé explicar lo que sentí, pero lo hice: un escalofrío me recorrió el cuerpo. Era primavera y hacía bueno. Era pronto eso sí. No hacía demasiado que había amanecido. O sí, no sabría concretarlo.

Miré a mi alrededor y no vi a nadie. Estaba solo. Aquel lugar no parecía que hubiera cambiado en tantos años. Recuerdo cuando llegábamos, toda la familia, mis padres, mis hermanos y yo y bajábamos del coche. Mis hermanos y yo salíamos de estampida y corríamos jugando al tú la llevas o con la pelota o directos a la orilla del río con la voz de mi madre gritando detrás de nosotros: “No os bañéis, es peligroso”.

Mi madre se enfadaba porque ninguno la ayudábamos a sacar las bolsas de la comida, las toallas y las sillas y la mesa plegables que usábamos para comer. Mi padre nos llamaba reconviniéndonos nuestra falta de respeto a nuestra madre. Mi madre siempre acababa murmurando: “¿de quién lo habrán aprendido?” Porque mi padre lo siguiente que hacía era coger una de las toallas y tumbarse bajo la sombra de un árbol a leer el Marca. Los días en el prado eran los días del Marca para mi viejo. Y desde ese momento hasta la hora de comer, mi padre no existía. Mi padre existe pocas veces. No es una persona cercana ni parlanchina. Sé que nos quiere con toda su alma, lo sé, lo noto. Pero no sabe decirlo ni demostrarlo.

Mi madre sacaba todo y lo dejaba preparado para la comida. Antes de salir de casa había hecho las tortillas y los filetes empanados. Y la ensalada; y había metido fruta y las bebidas: Fanta de naranja y de limón. Cerveza para mi padre. Ella solía llevarse su botellita de agua con gas. A veces nos hacía un bizcocho relleno de crema o de nocilla. A mi hermano Joaquín le encantaba la nocilla.

Luego jugaba un rato con nosotros, nos enseñaba a jugar al campo atrás, o al balón volea, como lo llamaba ella. O llevaba las raquetas de bádminton y jugábamos los cuatro. Luego nos bañábamos en un río que pasaba por allí. Ahí mi madre nos solía vigilar sentaba en un tronco. No le solía gustar bañarse. Alguna vez si hacía mucho calor metía los pies en el agua.

Después de comer, era el momento de la siesta. Mi madre no solía echársela. Leía un rato el libro en el que estuviera inmersa o daba un paseo sola. Cuando era pequeño pensaba que mi madre no dormía nunca. Una súper madre. En cambio mi padre y nosotros, siempre acabábamos durmiéndonos en cualquier rincón y en cualquier postura.

Eso ahora me da envidia. Ya me gustaría dormirme en cualquier lugar. Todo lo que dormí hasta los 15, no lo duermo desde los 17.

Ese día, después de andar un rato acabé sentándome en el tronco en el que lo hacía mi madre para vigilarnos mientras nos bañábamos. Me hizo ilusión encontrarlo. Sentí ganas de bañarme como entonces. Me desnudé y metí los pies en el agua. Estaba fría, como la recordaba. Ahí me quedé un rato, en cuclillas, cogiendo un poco de agua con la mano y frotándome el cuello por detrás para intentar que el dolor en las cervicales remitiera.

-Ten cuidado con los remolinos.

Levanté la vista asustado. Pensaba que estaba solo. No había oído a nadie acercarse. Pero había un chico, en la otra orilla, que me observaba con atención.

-El río es traicionero – habló de nuevo.

Podría haberle dicho que conocía el río de sobra. No era cierto, porque hacía tanto tiempo que no iba allí, que cualquier recuerdo podría no servir de nada, y menos en un río, que cambian constantemente. Pero estuve tentado. También pensé en decirle que dejara de mirarme de esa forma. Yo estaba desnudo aunque eso nunca me ha incomodado. Sé que soy atractivo y puedo presumir de ello. Pero tampoco se lo dije. Tampoco le respondí diciéndole que me daba igual la vida o la muerte. Simplemente mantuvimos un rato la mirada. Él en un momento determinado empezó a desnudarse. Dio dos pasos para meterse en el agua. Más o menos para situarse en un lugar equivalente al que ocupaba yo en el otro lado.

-Podemos nadar hasta aquella roca, si te apetece.

Miré hacía el sitio que me indicaba. Desde allí nos tirábamos los tres hermanos para preocupación de mi madre.

-Me parece bien – contesté lacónico.

Empezamos a meternos en el río hasta llegar a un sitio en dónde el agua nos llegaba más arriba de la cintura. Y ahí, casi como si lo hubiéramos ensayado, nadamos hacia nuestra meta. Lo hicimos tranquilos, casi al mismo ritmo. Me sentí bien nadando ese rato. Volvimos al sitio de partida y otra vez en sentido contrario. El agua estaba fresca, me tonificaba, me sentía más vivo que en los últimos cinco años.

Nos aupamos a la roca y nos sentamos uno al lado del otro, mirando sin mirar, oyendo sin escuchar, pensando sin tomar nota para la memoria.

-No te había visto nunca por aquí.

No me miró para hablar conmigo. Yo sí giré la vista para escucharlo. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que ese chico era muy atractivo. Tenía un rostro que para mi gusto era perfecto, como perfecto era su cuerpo. Llevaba el pelo corto, un poco rubio. Unos ojos marrones grandes, expresivos, que taladraban su objetivo. Y lo más importante: había algo en él que daba serenidad, era como un aura, algo así.

-Tú tampoco estás mal – me dijo sonriendo. Se había dado cuenta de mi examen. Tampoco le había incomodado que lo observara. Era evidente que se sabía atractivo y no tenía ningún reparo en enseñar su belleza. Es más, se me ocurrió que estaba acostumbrado a hacerlo.

-Daniel – y le tendí la mano. – Aunque algunos me llaman Dato.

-Vaya, somos tocayos – y me tendió la suya. Nos saludamos. – Por lo de Daniel, no por lo de Dato – precisó sonriendo.

No dijimos nada más. Nos quedamos sentados mirando el agua, los árboles, la hierba en el prado. Incluso mi coche aparcado a lo lejos. Escuchando las ranas chapotear y los pájaros cantar. El ruido muy lejano de algún coche. Las hojas de los árboles susurrar al paso de una ligera brizna de viento.

-Te invito a comer – me dijo al cabo de lo que a mí me pareció poco tiempo pero que debió ser casi un par de horas. – Mi casa está cerca. Hice ayer un guisado de vaca que me ha quedado muy bien.

Me di cuenta en ese momento que no recordaba la última vez que había comido. Quizás un par de días. Y para mi sorpresa me apetecía comer algo.

-¿Qué día es hoy?

-Jueves.

-Madre mía – exclamé asustado. Posiblemente no dijera una expresión tan educada. Me pega más decir algo como “La hostia puta” o “me cagüen todos los muertos”.

Me metí en el agua y nadé hasta dónde había dejado la ropa. Daniel me siguió. Cuando salimos del agua le noté por primera vez un gesto de preocupación.

-Había quedado, y se me había olvidado – le expliqué.

Era la vedad. No toda. Había quedado el martes. Es lo que tiene perder el oremus, la noción del tiempo y de la vida. Con mi amigo y socio Juan. Debíamos arreglar nuestras diferencias y encontrar un camino para nuestra amistad y nuestro negocio. Cogí el teléfono del bolsillo de mi pantalón y le mandé un mensaje. No me apetecía hablar con él. Pero le debía una disculpa. Encontré un sinfín de llamadas y mensajes de él y de mis padres. No recordaba cuando lo había puesto en silencio. A todos tranquilicé, pero a ninguno llamé. No estaba preparado.

-Vamos, mi casa está por ahí.

Mi nuevo amigo, en lugar de vestirse, había metido su ropa en una mochila.

-Tengo sitio para tu ropa, si quieres.

La doblé con cuidado y se la tendí. El la guardó con la suya. Se colgó la mochila en su hombro izquierdo y empezó a caminar.

Caminamos durante un buen rato. Creía haberle entendido que su casa estaba cerca. Su concepto de cerca y lejos debía estar marcado por haber vivido en una gran ciudad. Al menos caminamos una hora larga por el campo, sin seguir caminos ni carreteras. Se me hizo agradable. Buena temperatura, la hierba estaba fresca y eso agradaba a mis pies. Lucía el sol pero tamizado por una lámina de nubes altas poco tupidas. Un día perfecto para una caminata.

Apenas hablamos. Me miraba de vez en cuando, más que nada para comprobar que estaba allí y que me encontraba bien. Fue curioso porque con esas miradas me sentí bien. Es extraño, pero percibí que alguien se preocupaba por mí. Y no tenía que ser así. O sea, que al fin y al cabo, ese chico no me conocía de nada. Y me sentí más arropado que cuando estaba con mis amigos y mi familia. Incluso me sentí más querido, lo cual era una verdadera tontería, porque no había motivos para ese sentimiento. Pensándolo bien, esas sensaciones que afloraron en mí, eran deprimentes. Un chico al que no conoces, se presenta de repente, nadas unas brazadas a su lado, te sientas en una roca un par de horas y sientes que para él eres más importante que tu novio, que tus padres que tus hermanos y que todos tus amigos juntos. Eso da una sensación de fracaso absoluto. Aunque esa preocupación que demostraba mi tocayo por mí era posible gracias a que no me conocía y no había tenido tiempo de echarlo de mi lado por mis enfados continuos y sin ninguna razón más que la de demostrar mi poder y mi genialidad. Los que me siguen aguantando lo hacen por mi dinero. Me dicen lo que creen que quiero oír y ya está.

-Ya llegamos.

-Podíamos haber venido en mi coche. No está tan cerca tu casa como decías.

Reconozco que me salió en un tono un poco brusco. Pero es que me di cuenta que en algún momento, debería recorrer el camino de vuelta para buscar mi coche. Mi cartera, que la había dejado en la guantera. Y una pequeña bolsa de viaje que siempre suelo llevar por si acaso.

-Cuando llegue ese momento, ya te acompañaré. Es un bonito paseo. ¿No?

No respondí. No tenía ganas de darle la razón. Y estaba un poco molesto conmigo mismo por sentirme tan a gusto con él.

-Mira ahí está – y señaló una bonita casa señorial de dos pisos y un bonito jardín delantero, con una sombrilla, una mesa de hierro pintada de blanco y unas sillas a juego. Y un gran árbol a su lado que daba sombra a todo el conjunto.

Entramos en la casa. Me señaló el baño por si quería ducharme.

-Puedes hacerlo en la parte trasera, tengo una ducha al aire libre. En verano suelo utilizarla, me gusta más.

En ese momento no me fijé mucho en la casa. Tuve la impresión de que era antigua pero remozada. Con buen gusto. Si perder ese aire tradicional pero con todas las comodidades de ahora. Mientras me duchaba con tranquilidad, empecé a oler ese guiso de no sé que que me había anunciado Daniel al invitarme a su casa. Y algunas otras cosas que estaba preparando.

-La comida está. Sal ya del agua que te vas a arrugar.

No discutí. Ahora sí que tenía hambre.

Comimos. Hablamos. No recuerdo de qué. Solo recuerdo lo en paz que estaba conmigo mismo. Con el mundo. Lo que me gustaba escucharlo y que me escuchara.

Tardé diez días en volver al coche. Mi tocayo me invitó a quedarme en su casa unos días. No vi motivo para no hacerlo. Paseos, baños en el río, alguna pequeña escalada en unas montañas cercanas, comidas y cenas al aire libre. Una vecina de Daniel, Rosa María, nos invitó un par de noches a cenar en su velador. La mujer era muy agradable y cocinaba muy bien. Nos miraba sonriendo mientras acariciaba a su gata Martina que siempre se sentaba en su regazo.

Tuve que irme al final, porque lo de mi socio y amigo, lo de mi pareja había que solucionarlo. Y algunos otros asuntos familiares también. Y algunas otras cosas relativas a compromisos sociales a los que no encontraba sentido hacía tiempo y que había llegado el momento de romper con ellos.

Daniel cumplió su palabra y me acompañó al coche. Nos despedimos como si nos fuéramos a ver en unas horas. Pero él se quedaba y yo me iba. Y mis asuntos iban a tardar en arreglarse. Lo sabía. Él creo que también. Pero no quisimos despedirnos con efusividad excesiva. Nos dimos un abrazo y un beso.

-¿Nos vemos? – preguntó.

-Nos vemos – contesté, para mi gusto, con demasiada rapidez y ansiedad.

Puse el GPS, porque no tenía ni idea de como volver a casa. No habíamos hablado de nada terrenal ni siquiera que pueblo era al que pertenecía su casa. Había varios alrededor. Así que en realidad no tenía ni idea de en dónde estaba. Era el prado de mi padre al que dejamos de venir la familia cuando yo tenía 11 o 12 años.

En ese viaje de regreso, solo pensé en Daniel. En la sensación que me había producido su compañía. En el bienestar que había sentido. Mis dolores de cervicales habían desaparecido. Mis ganas de morir, también. Me volvía a gustar mi cuerpo y sobre todo, mi yo. Mi yo de verdad. Me di cuenta de que esa maraña de mentiras y fingimientos en que había convertido mi vida no tenían razón de ser. Yo era mucho mejor que ese otro yo que intentaba crear para los demás. O quizás para mí.

Paré en un restaurante de carretera. Necesitaba ir al servicio y tomar una coca-cola para despejarme. Me estaba quedando un poco atontado. Me pedí una coca-cola grande y me senté en una mesa. Estaban dando las noticias en un canal regional. No le prestaba mucha atención, hasta que la imagen de una casa ardiendo y los bomberos intentando sofocarlo me llamó la atención. Me pareció la casa de Daniel, esa que acababa de dejar. De repente en un cajetín en la parte de abajo del televisor, apareció el nombre de Daniel Palacios del Moral. 32 años. Había muerto en el incendio. Un rayo había impactado en un árbol al que estaba subido para salvar al gato de la vecina que se había escapado. Daniel y de 32 años. No sabía su edad exacta y tampoco sus apellidos. Pero me cuadraban con él.

Me acerqué a la televisión todo lo que pude. El sonido estaba muy bajo y quería enterarme de más detalles. Pero pasaron a otra noticia. Un camarero que estaba recogiendo las mesas me comentó que había sido todo muy rápido. Una tormenta de esas de verano que llegan de improviso. El gato de la vecina que corre al árbol, jugando. La señora que le pide ayuda y zas, el rayo.

-Lo más triste es que dice la señora que le había comentado que había encontrado al amor de su vida. Que había pasado unos días con él en su casa y que al despedirle se había dado cuenta que quería pasar el resto de sus días con él. Iba a ir a buscarlo al día siguiente.

-¿Y han dicho el nombre de la señora?

-Rosa María no sé qué. No me he quedado con el apellido.

Me senté en la primera silla que encontré a mano. Me estaba empezando a marear. Es él, no puede ser.

-No puede ser – susurré entre dientes.

Pero parecía que era.


Daniel Gutiérrez (2).

El destino no podía ser tan cabrón.

Después de propiciar que nos encontráramos, porque en circunstancias normales era casi imposible que hubiera sucedido, después de romper mi reticencia a relacionarme con las personas y lograr que estuviera a gusto con alguien, conseguir que valorara mi vida, mi yo y que comprendiera que debía deshacer todas las mentiras que había construido a mi alrededor desde los 16 años, esa persona que me había enseñado el camino desapareciera tan pronto de mi vida. Apenas 11 días. 11 días en que no pregunté ni su nombre, ni su edad, ni de dónde venía ni qué había estudiado. No sabía si tenía pareja o la había tenido. Por no saber no sabía si era español o francés, porque un día le oí una conversación por teléfono en un francés perfecto. Con acento de Lyon. Lo sé porque yo también hablo francés perfectamente. Con acento de París. Pero a él a veces se le escapaban palabras francesas y sus frases sonaban musicalmente como el idioma francés. O podía ser canadiense.

No lo pregunté pero es que no lo necesitaba. No era que no me importara. Es que lo que percibía de él era más importante que esos datos mundanos.

Nunca había pasado de largo ante la vista de un cuerpo tan atractivo como el suyo. Ni de un rostro tan agradable. Mi antiguo yo se hubiera lanzado a la caza de la presa. No me lo hubiera impedido ni mi pareja ni la posible pareja que pudiera tener él. Y en ningún momento miré su cuerpo con deseo. Me prestó su ropa, sus calzoncillos, sus bañadores. Nos duchamos juntos, nos bañamos juntos, volvimos a pasear desnudos algunos días. Y por casa andábamos desnudos muchas veces. En esos días no tuve ninguna pulsión sexual. Parecía un perfecto asexuado. Ahora, es el período más largo sin sexo en mi vida, desde los 15 años.

Cocinó para mí y yo volví a cocinar para alguien, cosa que no hacía desde unos años atrás. Consiguió que el tiempo pasara lentamente, que lo disfrutara sin correr de aquí para allá, sin necesitar de fiestas y reuniones de amigos dándome palmadas en la espalda por lo bien que iba mi negocio y el dinero que estaba ganando. Y de paso pidiendo algunos favores por nuestra vieja amistad, “yo siempre he estado a tu lado”. Ahora pienso en lo tonto que fui, necesitando esa adulación permanente de los que me rodeaban. La necesitaba, la buscaba, la reclamaba con malas formas si no me lo daban de buen grado.

Al volver a la civilización, aún habiendo dado la espantada sin dar explicaciones y volver como si hubiera ido a la playa a pasar un día, nadie parecía demasiado enfadado. Les había puteado. Mi socio tenía un negocio apalabrado y lo había dejado tirado. Me necesitaba para conseguirlo.

Adrián mi pareja me saludó como si hubiera vuelto del trabajo como cada día. Me dio un beso en los labios y me preguntó “¿qué tal cariño?”. Yo hice lo mismo, hasta lo del cariño. Esperé un par de días por ver si podíamos reconducir las cosas, pero al final le dije que lo mejor que podíamos hacer era seguir nuestros caminos divergentes. Ya no me apetecía ni el sexo con él. Me hizo gracia porque cuando recogió sus cosas de casa, las maletas en la puerta y algunas cajas que estaban apiladas en un rincón para ser recogidas por una empresa de mensajeros, se me quedó mirando, la primera vez que me miraba en dos años y me preguntó todo solícito:

-¿No estarás enfermo?

-No. Estoy perfectamente. Gracias por preocuparte.

-Te noto distinto – añadió al cabo de un rato en el que no había dejado de mirarme. Me había mirado en ese rato más que en los últimos dos años de nuestra relación. Ni follando me miraba nunca. Estaba todo el tiempo con los ojos cerrados. Me imagino que pensando en su amante, al que al contrario que a mí, deseaba y amaba. Es un buen ejemplo de que el físico no lo es todo. Su amante es 15 años mayor que yo, rellenito y calvo. Y feo, objetivamente feo. Pero yo tenía dinero y posición social.

Mi padre, cuando al cabo de unos días fui a su casa a verlos, apenas levantó la vista de la televisión en la que daban un partido de su Atlético del alma. Sí es cierto, que de vez en cuando me miraba de reojo, como estudiándome. Mis hermanos, que todavía viven con mis padres, me hicieron un gesto con la cabeza. Lo dicho, como si me hubiera escapado un día a la playa. Mi madre fue la única que me agarró del brazo y tiró de mi hacia la cocina, cerró la puerta detrás de nosotros y me dio un bofetón.

-Tenía que habértela dado a los 16, con tu primer negocio triunfante. No me vuelvas a hacer esto. Desaparecer así. Nunca en tu vida. ¡¡Nunca!! – los ojos se le salían de las órbitas, estaba verdaderamente furiosa – ¡¡¡¿Me entiendes?!!! Tres días desaparecido de repente y luego un mensaje y otros diez días con el móvil apagado. Ni una puta llamada me has contestado. ¿Que te costaba coger y decir: “Estoy bien mamá”? 10 segundos de tu maldita vida de éxito. Maldita la hora en que te parí.

Eso último lo dijo como si estuviera escupiendo. A mí me sonó así.

Me quedé sin saber que decir. Era el primer golpetazo que me daba mi madre en mi vida. Me froté la mejilla, porque me dolió. Me dolió en todos los sentidos, en el físico y en el de la autoestima. No dije nada, cosa que hasta 11 días antes hubiera sido impensable. Incluso diría que 11 días antes se la hubiera devuelto. Y no hubiera tardado ni cinco en salir de esa casa dando un portazo. Porque por mucho que me perdiera conduciendo sin rumbo, perdido en mis dudas sobre el bien y el mal, cuando estaba, estaba. Y nadie me tosía. Ni mi madre.

Mi progenitora me miraba. Yo no a ella. Miraba al suelo. No sabía que decir.

-Estás distinto – dijo de repente en un tono más amable. Se acercó a mí y levantándome el mentón y suavizando su rostro, me dio un beso en la mejilla que acababa de abofetear. – Algún día espero que me digas lo que te pasa, Daniel.

Me encogí de hombros. Tuve ganas de llorar, pero me contuve. Yo nunca lloro.

-Estás moreno. Te ha sentado bien lo que sea que hayas hecho. ¿Va a venir a comer Adrián?

-No. He roto con él.

-Vaya – dijo aparentemente compungida.

-No disimules, no te ha gustado nunca. No lo soportas ni cinco minutos. Diría que no soportas ni oír su nombre.

Se echó a reír.

-Tienes razón.

-Pero nunca me lo has dicho.

-¿Crees que se te podía decir nada hasta ahora? Aún no sé si se puede ser sincero contigo o simplemente hay que buscar decir lo que quieres oír, cosa harto complicada en la mayor parte de las ocasiones.

-Tú me lo podrías haber dicho.

-No Daniel, no. Ni yo ni nadie. Eres un superdotado, supermillonario, superpoderoso. Nadie te puede decir nada. Tienes un genio desmedido, hasta grosero a veces. Eres altanero, chulo. Todos los que te rodean saben que contigo solo vale halagarte y decirte lo maravilloso que eres. Y agachar la cabeza cuando estallas, que es siempre. Con o sin motivos, tú siempre estallas. Insultas, destrozas vasos, jarrones o lo que te encuentres a mano.

-Lo tengo todo, ya veo.

-Hoy que parece que estás de buen humor, aprovecho. – aplicó su gesto picarón para mitigar un poco sus palabras.

-No te pases tampoco. – contesté copiando su mismo gesto que hasta ese momento no sabía que podía poner.

Ella se quedó un poco asustada. Pensó que a lo mejor se había pasado y que luego se lo haría pagar con mi silencio o mi indiferencia. La guiñé un ojo. Ahí se relajó un poco. No estaba acostumbrada a verme hacer gestos de complicidad. Yo tampoco, siendo sinceros. Me sentía raro haciéndolos. Raro y a la vez a gusto. Pero no me salían naturales. Al menos, eso me parecía.

-¿Qué has preparado para comer? – pregunté por llevar la conversación por otro lado, aunque los aromas que salían de la cazuela y de horno me resultaban conocidos, aunque no los acababa de situar en la cocina de mi madre. Y me resultaban conocidos juntos.

-Pues un guisado de carne, una receta nueva que me ha pasado un amigo nuevo que he hecho. Y una tarta de naranja.

-¿Y ese guisado no será de vaca, con zanahorias de esas pequeñas y champiñones? ¿Y la tarta con gajos de naranja por encima, como si fuera una de manzana, con canela y azúcar por encima?

-Sí – ahora era ella la que se quedaba a la expectativa y yo me quedé extrañado y desubicado. Era la constatación de mis sensaciones de unos minutos antes. Pero no podía ser.

-¿De dónde has sacado esas recetas? ¿Qué amigo nuevo? – había algo raro en la historia que me estaba contando, lo notaba. Sabía cuando mi madre mentía. Y ahora lo estaba haciendo. Lo que no lograba discernir era la parte de verdad y la parte de embuste de lo que me contaba.

-Pues me encontré a un chico que me pareció conocido y lo saludé. Estábamos los dos en una cafetería, el “Mármedi”, comiendo unas tortitas con chocolate y nata, ya sabes. Y al final acabamos charlando. No lo conocía de nada y él tampoco a mí. Pero es que me pareció familiar, ya te digo, de esto que te suena una cara y no sabes por qué. Luego la camarera me dijo que era un actor muy, muy, muy, muy famoso que hacía un par de años o así que había dejado de trabajar. La chica era evidente que bebía los vientos por él aunque en ningún momento se atrevió a pedirle una foto o esas cosas que hacéis los jóvenes. Luego se lo pregunté y me contestó que era muy buen actor, muy guapo, que estaba cañón, pero era un broncas, un completo antipático y un engreído.

Me pareció raro porque ese chico no tenía más de veintipocos años. Si lo dejó tan pronto, era un crío, no le habría dado tiempo a triunfar y llegar a ser tan, tan, tan, tan famoso. Aunque luego pensé en ti, que eres el claro ejemplo de que es posible, aunque tú no te hayas retirado.

El caso es que hablando de esto y aquello, acabé hablándole de ti y de tus hermanos, claro, y me dio estas recetas. Me dijo que te iban a gustar seguro.

-¿Qué me iban a gustar a mi? ¿No a mis hermanos, a papá, sino a mí en concreto? ¿Me conoce? ¿Y te dice que me van a gustar y no se te ocurre preguntarle cómo sabía que eso iba a ser así? Mamá, por favor, no irás hablando con todo el mundo de mis cosas. ¿Y sabes como se llamaba ese actor?

-Si es que… ya sabes como soy para los nombres. – se mordió el labio inferior y miró al techo, lo que demostraba que estaba fingiendo – Y que conste que poco le puedo contar a nadie de ti, porque no sé nada de ti, salvo lo que sale en la prensa. Solo puedo decir que eres de trato desagradable.

-Carmelo del Río, mamá. – Joaquín había entrado en la cocina – tenemos hambre.

Carmelo del Río, ese nombre no me decía nada. Saqué como un resorte el móvil para buscarlo, pero la comida reclamaba nuestra atención, así que aparqué unos minutos mis ansias.

Comimos. Me costó no salir de estampida. Apenas pude contener mis ganas de información al respecto de lo que me había contado mi madre. Mil preguntas bullían en mi cabeza. Era claro que mi compañero durante esos 11 días que había estado desaparecido para el mundo, no había muerto en un incendio. Este era su guisado. Básicamente. El de él tenía un toque distinto, un toque sutil. Y la tarta lo mismo. Pero no me podía creer que su encuentro con mi madre fuera casual. Parecía que él si me había reconocido. Yo desde luego no a él. Al final encontré el momento de buscar en el móvil fotos de ese actor y efectivamente era mi Daniel. Y para mi desesperación me di cuenta que lo conocía. Había visto películas de él. Incluso estaba casi seguro que una vez lo había saludado en una fiesta. Él era un adolescente en aquella época. Y yo un poco menos adolescente, pero jugando al juego de los adultos. Como él, me imagino. Los dos jugamos desde niños a ser adultos. Y al final, mirando todas las imágenes que aparecieron en la búsqueda en Google, unos cuantos cientos de miles, encontré una foto de los dos juntos. Yo no tendría ni 18 años. Y él 14 o así. También me extrañó que era más joven de la edad que le había echado.

-Si al menos le hubiera pedido el teléfono – se me escapó en un momento dado.

-Pero yo sí que se lo pedí. – dijo mi madre todo alborozada. Se puso las gafas cogió su teléfono y empezó a buscar.

-¿Tienes el teléfono de Carmelo del Río? Mamá, pero llámale e invítalo a casa y nos sacamos fotos con él. Lo que vamos a molar en Instagram – exclamó alborozado mi hermano Juan. – Si es un crack. Dejó de trabajar pero todavía le queda alguna cosa de estrenar. Es todavía un top. Lo van a nominar para los Goya, eso dicen. Y lo está a un premio en Francia por una serie que rodó allí, en Lyon, creo. Ha sido un bombazo.

-Calla. Me dijo que no se lo diera a nadie más que a tu hermano. Y eso si me lo pedía.

-¿Y a qué esperabas a contarlo?

-Sí, eso ¿a que esperabas a contarme esa historia? – la regañé, pero con buen tono.

-Me dijo que esperara por ver si reconocías el guisado.

De repente el teléfono de mi madre empezó a sonar.

-Anda – me enseñó la pantalla en la que se veía claramente el nombre de Carmelo del Río – está llamando él. Me hizo un gesto como “mira que sorpresa”, pero a mí no me engañaba. Estaba preparado. Lo habían pactado.

-Carmelo, que sorpresa. Justo ahora estábamos hablando de ti. – puso su tono de voz más inocente. Mentira de nuevo. Todo pactado.

-Bien, me ha salido bien. Aunque Daniel me ha dicho que tú lo preparas mejor.

-Mentirosa, Dato no ha dicho eso – dijo Joaquín indignado. Mi madre le hizo un gesto despectivo justo antes de indicarle que se callara.

-Ahora te lo paso.

Me quedé parado. No fui capaz de alargar la mano para coger el teléfono que me tendía mi madre. Pero ella no se rindió, se levantó y lo puso en mi mano. Y gritó:

-Ya tiene el teléfono en la mano.

La hubiera extrangulado. Sí, con “x” que parece más estrangulamiento. Si algo odio es meterme en una situación en la que no controle de antemano todas las variables posibles.

Me llevé el teléfono al oído. Escuchaba su respiración como él debía escuchar la mía. Era como en el río cuando nos conocimos y nos mirábamos sin decir nada. Ahí me relajé. No sé por qué.

-Creí que habías muerto – dije en un susurro.

-Pues no. No era yo el del árbol. No sé subir a los árboles. Me da miedo.

-Yo creía que eso se aprendía en 1º de actor.

-En 1º de actor es lo de montar a caballo.

-Vaya. ¿Y aprobaste?

-Con nota. Soy un gran jinete. ¿Has terminado de arreglar tus cosas?

-No del todo. Ya he roto con casi todo el mundo. Y les he pedido perdón por ser un capullo. Mi ex-pareja ya puede juntarse con su amante sin esconderse, mi ex-socio ya puede emprender sus negocios sin mi aprobación, aunque tampoco con mi respaldo. Le he comprado su parte. Y a mis amigos ya les he dicho que son unos hijos de puta.

-¿Eso antes o después de pedirles perdón?

-No recuerdo el orden. Pero me entendieron. No estaban contentos pero tampoco lo esperaba. Solo me falta decirles a mis hermanos que tendrán que ponerse a trabajar si quieren vestir de marca. Y que empiezan mañana a las 8 vestidos de traje y corbata. Y tienen suerte que no empiezan con mono azul en el almacén.

Las reacciones de mi familia fueron variopintas. Mis hermanos se acercaron con cara de pocos amigos. Su genio casi me recuerda al mío, aunque para alcanzarme todavía tienen que subir muchos decibelios el volumen y tener mi poder y presencia. Mi padre, en cambio, saltó de alegría, el primer gesto que hizo en toda la velada. Y mi madre les amenazó con el dedo.

-Tu empresa va viento en popa. Lo dicen las noticias.

-Sí. Y tiene una nueva CEO, Emile Goliat. Lo va a hacer bien. Lo lleva haciendo bien un tiempo.

-¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?

-Pues hasta hace un momento, pensaba volver e intentar buscar tu casa o lo que quedara de ella, más bien. E ir al cementerio a llevarte flores. Visitar a Rosa María y a su gata y hablar de ti en pasado diciendo cosas como “Qué majo era”, “Era una buena persona”. Ya sabes esa mentiras que se dicen cuando muere alguien al que nadie aguantaba. E ir al río y sentarme en la roca. Esta vez solo. Por eso de hacerte un homenaje.

-¿Vestido o desnudo?

-Desnudo, por supuesto. Hay que compartir la belleza de uno con el mundo. En eso nunca he sido egoísta, al igual que tú.

-En eso tienes razón. No se si desnudarme ahora mismo.

-Si me mandas las coordenadas y me invitas, quisiera ir a pasar unos días a tu casa. Espera a desnudarte a que llegue.

-Te gustó la ducha en la calle ¿eh? Tiene un punto exhibicionista. Vienes a casa por ella, por la ducha.

-Sí. Me gustó. Lo que no sé es como has conseguido que no te vayan a sacar fotos cuando te duchas. Me han dicho que eres muy, muy, muy, muy famoso.

-Siempre has sido un poco exhibicionista, como yo. Eso dicen al menos en los mentideros. Y nadie ha ido a fotografiarme porque nadie sabe que estoy allí. Y quiero que siga siendo así.

-Tengo cuerpo para ser exhibicionista. Y si querías seguir siendo un desconocido, no deberías haberte presentado a mi madre. Mis hermanos quieren fotografiarse contigo. Y subirlo a Instagram.

-Y eres un creído además. Y respecto a tus hermanos y tu madre, confío en ellos. Conocen tu carácter y te tienen miedo, pero no conocen el mío. Y te puedo prometer que no tiene nada que envidiar al tuyo.

-Tú bien me mirabas. Y siento decepcionarte pero a mala baba y chulería, nadie me alcanza. Ni de lejos. Me lo acaba de confesar mi madre.

-Tú también me mirabas. Y tu madre no me conoce. Pero seguro que se fijó en la camarera que no hacía más que mirarme con cara golosa y que no se atrevió a decirme nada de una foto. Hasta las tortitas me las acercó con miedo.

-Pero yo miraba tu aura. Además, era como si formaras parte del paisaje. Y sobre tu carácter, que quieres que te diga, no me ha parecido para tanto.

-Como yo entonces. Igualito que yo.

-¿Me vas a mandar las coordenadas?

-Mejor que eso. Estoy en la calle en la puerta de la casa de tus padres.

-Me has espiado.

-No, casualidades. Debe ser el destino. Un algo te llevó a la puerta de mi casa. Y resulta que mi abogado que casualmente es el tuyo, tiene un gran concepto de nosotros y cuando le pregunté pues habló y habló y habló.

-O sea que lo has tenido fácil. Juan Carlos siempre tan discreto.

-Es lo que tiene compartir abogado.

-No me quedará más remedio que salir.

-Si, porque tenemos un largo camino a casa.

-Si tu reconoces que es largo, es que será muy largo. Tu concepto de cerca y lejos no es el mismo que el mío.

-Depende de por dónde vayamos.

-Dame cinco minutos.

-Cinco.

Y colgó.

Mi madre tenía las manos en su cara. Y lloraba. De felicidad. Mi padre sonreía. Era la primera vez que me dedicaba una sonrisa desde mis 14 años. Mis hermanos me taladraban con la mirada, pero les iba a dar igual. A la mañana siguiente los esperaban en mi empresa, a las 8 de la mañana en punto.

-Éste si te gusta – le dije a mi madre.

Ella asintió.

-Ya te ha hecho mucho bien. No como el resto de la gente de la que te has rodeado.

-Me voy entonces.

-Tendrás que ir a casa a coger ropa.

-La de Daniel me sirve. Y no le importa compartirla. De hecho, ahora que pienso, lo que llevo puesto es suyo.

Ya estaba todo dicho. Así que me levanté y salí a la calle. Y efectivamente, allí estaba mi tocayo.

-Le ha llamado Daniel – dijo extrañada mi madre a mis hermanos.

-Es que Carmelo del Río es nombre artístico. En realidad se llama Daniel Morán.

-¡Ah! Van a ser “Los Danieles”, como “Los Javis”.

No corrí. Anduve despacio camino de Daniel que me esperaba apoyado en su coche.

-No pensé que tuvieras coche. En los 11 días no lo sacaste una sola vez.

-Estaba allí, pero no lo viste. Y estaba a la vista.

-¿Qué otras cosas no vi?

-La casa que se quemó, al lado de la mía. Era igualita. Casi.

-Vaya. Me hubiera ahorrado un disgusto.

-Si no te llego a buscar, no te hubiera vuelto a ver.

-El destino nos hubiera juntado.

-El destino nos juntó, evidente. Fui a ver a mi abogado, una reunión que iba postergando mucho tiempo. Y nada más entrar vi una foto tuya, por cierto, al lado de una mía.

-Vaya. Nunca me había fijado en las fotos.

-Ni yo. Casualidad. Ese día las vi.

-Y me ha enseñado una foto que nos sacó él hace muchos años. A los dos juntos. Sonrientes y como colegas.

-Anda, la foto que acabo de encontrar en Google. No quiero ni pensar en que lugar nos la sacó. Suelo tener una memoria casi perfecta. De todo esto, no recuerdo nada. Ni a ti.

-Yo tampoco. No te recuerdo para nada. Y he oído hablar de ti, como todos. Cuando te fuiste, fue Rosa María la que me dijo quien eras. E hizo el comentario que tantas veces he oído aplicado a mí: “Pues no es un hijo de puta como dicen todos”. Tampoco me acuerdo de que sitio era ni que hacíamos allí. Tú ya eras conocido y yo también. Corramos un tupido velo.

-Buscándote en Google cuando me ha dicho mi madre, he visto que vas a volver al trabajo.

-¿Te molesta?

-No. Si a ti no te molesta que te siga a donde vayas. Soy un jubilado.

-Se te ocurra no hacerlo. Ya te daré yo trabajo.

-No se me va a ocurrir. Y en lo del trabajo, eso lo negociaremos. Me ha gustado la vida contemplativa.

-No te creas. Al final se hace un poco aburrida.

Nos montamos en el coche. Saludé con la mano a mis padres y mis hermanos que estaban en la puerta de casa observándonos.

-¿Nos vamos? Quiero ducharme antes de cenar.

-Rosa María nos ha preparado una buena cena.

-Estabas seguro de que iba a ir contigo.

-Claro.

-Eres un poco chulo.

-No más que tú. Sabes, cuando le pregunté a mi abogado por ti me dijo que nos caeríamos bien. Éramos los dos igual de capullos, engreídos e insoportables. Y me ha asegurado que ya lo éramos cuando nos conocimos. Se extrañó que no nos acordáramos el uno del otro. Aunque en ese momento, cambió de tema.

-Eso no me lo ha dicho nunca a la cara. ¿Que se extrañó de que…? Yo no recuerdo ni dónde se sacó la foto, ya te digo. No te recordaba para nada. Y lo curioso es que he visto películas tuyas, hasta te he ido a ver al teatro. Pero cuando lo he hecho, no he pensado: a ese lo conozco yo. Y al decir mi hermano tu nombre, ni idea. Pero nada. En el cine eres muy distinto. El aura esa de la que te hablé antes. Es distinta.

-A mi me lo ha dicho porque ya le he convencido de que mis dos años de retiro me ha cambiado la forma de ver las cosas. Hace dos años le hubiera partido la jeta. Literal. Vamos, hubiera ido directo al hospital. Y aún así, se ha callado muchas cosas el muy puto.

-Con lo pacífico que me pareciste.

-Y lo soy – puso su mejor tono de indignado fingido.

-Arranca ya. Que mi madre le va a dar un tirón en el brazo de tanto saludarnos

-Cuando quieras. ¡Adiós Adela! – gritó a mi madre por la ventana abierta.

Y emprendimos viaje a su casa, muy cerquita del prado a donde nos llevaba mi padre de excursión los domingos en verano. Lo bueno que tenía eso es que si un día querían ir a verme, sabían el camino. Aunque no estaba seguro que me apeteciera compartir ese rincón en donde encontré la paz con nadie que no fuera Daniel.

Apenas hablamos en el camino. No lo necesitamos. Yo estaba en paz con el mundo y sobre todo conmigo. Y notaba como a él le pasaba igual.


Daniel el actor: (1).

A mitad de viaje le tuve que pedir a “Cape” que condujera él. No sé por qué me dio por llamarlo así. Pero el respondió sin sorprenderse. Incluso sonrió de una manera rara cuando lo escuchó, como si algo hubiera emergido súbitamente de las profundidades de su memoria y se hubiera alegrado de que así fuera.

Yo estaba cansado. No estaba acostumbrado a conducir tanto. El coche apenas lo utilizo para ir a algún pueblo cercano a por la compra o cosas así. En mi vida casi nunca he tenido que conducir. Siempre he tenido quien me llevara y trajera. No sé por qué me saqué el carnet. Ni me acuerdo del examen. Otra laguna en mi memoria. Sé que aprendí a conducir a los quince porque tenía que hacerlo en una película. Y aprendí además con el mejor especialista del cine, uno que en su juventud era ladrón de coches y que era famoso por sus fugas a lo “The French Connection”. Así que mi conducción se puede describir como agresiva y rápida.

Desde que conozco a Daniel me están surgiendo muchas preguntas. Conocer no es la palabra adecuada. Redescubrir puede que sea más certera. Al igual que mi tocayo, yo presumía de una memoria casi infalible. Pero ahora me estoy dando cuenta que hay algunos vacíos en mis recuerdos. No es que me preocupe demasiado. Si he podido vivir hasta ahora sin acordarme de nada de esas cosas y personas, puedo seguir haciéndolo. Aunque, por otro lado, también me acucian ahora las sombras sobre si habrá más amigos que he olvidado como lo he hecho con Cape. Y sobre todo, empieza a emerger dentro de mí una furia incontrolable, como antes de “retirarme” temporalmente de la vida laboral y social. Una furia en contra de mi abogado, por ejemplo, que sabe algo y que no parece inclinado a contar. O una cierta sensación, cuando me encontré con la madre de Cape, de que ella también sabía y que ya me conocía de antes. Lo curioso es que esa furia en mi interior solo era dirigida hacia mi abogado. Con ella mi impulso era el de abrazarla. No, corrijo: que ella me abrazara.

Mientras conducía Daniel, mecido por su conducción suave y segura, no como la mía, más agresiva y veloz, y acompañado por un silencio embriagador, que para mi sorpresa no me oprimía, sino que me relajaba, empecé a repasar las cosas que me habían pasado desde que conocí esa mañana de hacía menos de un mes a Daniel. Pasar, pasar no había pasado casi nada. Simplemente la búsqueda de Cape.

Fue a Rosa María a la que se le ocurrió que a lo mejor, si Daniel oía lo del incendio y muerte del vecino, otro Daniel, al tercer Daniel se le ocurriera que el muerto era él. “Porque a ese Daniel no se lo presentaste”. “Ni falta que hacía, por cierto”, la contesté.

Es un galimatías. Pero son las casualidades de la vida. Tres Danieles en 20 metros.

Nunca me había pasado lo que en esos días. Aunque el abogado me dijo que había mejorado mucho mi carácter desde mi retiro, yo sabía que eso no era cierto. Al menos del todo. En lo que hacía referencia a mi vida de antes, cuando trataba esos temas, mi mala baba seguía intacta. Hasta que llegó Dato “Cape”. Mi reunión con mi abogado y su sinceridad, antes de mi encuentro con Cape se hubiera transformado en un momento de ira, de tirar todo lo que hubiera en su mesa y de intentar partirle la cara. Unas ganas que, según pasaba el tiempo, volvían con fuerza.

Me había hablado de mi aura. No se me había ocurrido. Cape también tenía ese aura o lo que fuera. Tenía un algo que me envolvía y que al menos a mi me producía serenidad. ¿Y cómo conociéndolo de antes, al verlo de nuevo no me levantaba ningún recuerdo? Y ese primer día nos miramos mucho. Nos miramos pero no el cuerpo. Ni siquiera el rostro. Era como si tuvieras la vista de un súper-héroe y atravesaras el cuerpo, la piel y vieras lo de dentro. Pero el caso es que debí ver lo que nadie es capaz de percibir. Porque no vi a un hombre desalmado e irascible, como el resto de la humanidad. Vi a una balsa de salvación. Me sentí a gusto por primera vez en diez años. A gusto conmigo y en paz con el mundo. Mi padre alucinaría. Casi ni hablamos porque siempre acabamos discutiendo. No, empezamos discutiendo. Acabamos a grito pelado. Y no llegamos a las manos porque mi agente me insiste en que si luego tengo marcas en la cara, peligran mis contratos. Hace tiempo que nuestros caminos divergieron. Sobre todo cuando me di cuenta que me había estado robando el miserable de él. Y todo para darse la gran vida y ponerse hasta las cejas de heroína.

En una tarde era ya la cuarta vez que volvía al tema de la foto y de la falta de recuerdos. La foto dichosa y la falta de recuerdos al respecto. Al final debería reconocer que el tema sí me preocupaba. Pero dudaba sobre la manera de afrontarlo.

-¿Paramos a tomar una Coca-Cola? Es el sitio en dónde pensé que habías muerto. – me interrumpió Cape en mis cavilaciones.

-Hagamos entonces la ceremonia de la resurrección. – bromeé.

-Que gracioso.

-Lo decía mi madre, lo de que soy gracioso. Cuando tenía siete años. Después no lo volvió a decir.

Nos miramos y sonreímos. No dijimos nada más hasta llegar a la barra. Allí nos atendió el mismo camarero que le dio noticia del incendio. Se acordaba de Cape. Incluso le preguntó por su estado de ánimo.

-Todo bien gracias. Fue una falsa alarma – y me guiñó el ojo.

-Me alegro – contestó aliviado el camarero. – Me quedé con mal cuerpo por haberle dado malas noticias.

-¿Quieren un poco de queso de la zona para celebrarlo? – añadió tras pensárselo un rato.

-Pues pon un poco de queso, sí.

Nos sentamos en una mesa. Y comimos ese queso que nos había traído el camarero. Comentamos alguna cosa sobre lo del guisado de vaca de su madre.

-¿Cómo se te ocurrió buscar a mi madre? – me preguntó distraído.

-La verdad es que no lo sé. Era fácil encontrarte. Pero tenía claro que lo quería hacer así. Le pregunté al abogado. Me sugirió que la buscara en el “Mármedi” a las seis de la tarde. Incluso me dijo lo que tomaría.

-¿A sí? ¿Y como sabe él esas cosas? No las sé ni yo. Bueno, sí las sé pero por motivos y métodos inconfesables.

Noté como Cape empezaba a pensar. No le cuadraba. A mí tampoco me cuadró, pero como me interesaba, no dije nada.

-Al menos por eso, te pude encontrar.

-Bueno, como has dicho antes, una vez que sabías quien era, con ir a la sede de la empresa, alguien me avisaría. Juan Carlos directamente podría haberte dado mi teléfono o haberme llamado él. Buscas el teléfono en Google y llamas al primer teléfono que encuentres y dices al que responda: “Soy Carmelo del Río, quiero hablar con Daniel Gutiérrez”, y al que fuera se le haría el culo gaseosa por buscarme.

-Pero es menos pintoresco

-Eso es cierto – y sonrió.

-Incluso si esto fuera una comedia romántica, esto sería muy, muy romántico.

-Pasteloso.

-¿Tanto?

-Pai-pai.

Pagamos y volvimos al coche. En el camino al aparcamiento, él rodeó mi hombro con su brazo y yo hice lo propio con su cintura. Fue algo inocente, instintivo. Cada uno a su sitio. Creo que él ni se dio cuenta. Ni yo en ese momento. Y otra cosa curiosa: desde el primer momento, desde el río, yo siempre me colocaba a su derecha. O él a mi izquierda.

Luego en casa, lo pensé: así habíamos posado en la foto. Ahora éramos los dos igual de altos, más o menos, no como entonces que yo apenas le llegaba al hombro. Bueno, un poco más. Porque por alguna razón tenía la idea de que yo apoyaba la cabeza en su hombro. Pero en la foto no era así, estábamos los dos con la cabeza erguida, mirando a la cámara. Con aire resuelto. Parecíamos dos Dioses del Olimpo. Que críos y que chulería.

Otra vez la foto.

Ahora repasando nuestro camino al coche así abrazados, me he dado cuenta que estaba a gusto. Los dos lo estábamos. Casi todo lo que había hecho con mi tocayo desde que lo conocía, había estado bien, me había sentido bien. Todo había sido espontáneo, natural. Y eso sí es una novedad en mi vida.

-Y sin sexo.

-¿Que dices de sexo?

Se me había escapado en voz alta. Daniel “Cape” me miraba con una sonrisa socarrona que hasta ese momento no había visto nunca.

-¿Me estás haciendo proposiciones? – seguía su cara de gracioso.

-No, no, para nada.

-¿No?

-O si, da igual. No sería la primera vez que follo. No te jode.

-Ya, ya, si tus conquistas se cuentan por miles.

-Como las tuyas.

-Cierto.

-Y lo malo es que las mías y las tuyas son reales.

-Cierto.

-Hombres y mujeres.

-Cierto.

-Jóvenes y viejos.

Ninguno siguió la gracias.

Sonó mi móvil. Un wasap.

-Dice Rosa María que a qué hora llegaremos. – le informé.

-Tú sabrás. Yo por el GPS, si no, estaría perdido.

-Media hora. Otra media para tu ducha.

-Es tarde. Ya me ducharé después. Si no vamos a cenar tardísimo. Es por ella, que a mí me da igual.

Nos quedamos en silencio, mirándonos.

-Dile que 40 minutos. Conduzco despacio.

-Vale.

-Si quieres conduzco yo.

-No, estás cansado. Ya lo hago yo.

-Tu no pareces muy despejado tampoco.

-Que va. Ahora me encuentro estupendo.

-Bien – dije apretándole contra mí. Porque seguíamos abrazados.


Daniel Gutiérrez “Cape”: (3).

Todas las cenas que habíamos tenido en casa de Rosa María desde que conozco a Daniel el actor, han sido maravillosas. Nunca ha repetido menú. Ni siquiera un plato. Recuerdo la primera noche, cuando Daniel me la presentó, que hizo un rape relleno y en salsa que me chupé los dedos con él. Acabé con todo el pan que tenía de reserva, pero me apetecía untar la salsa. Y por más que se lo pedí esos días, nunca lo volvió a hacer.

En mi vuelta a la casa de Daniel, tampoco me dio el gusto. Pero hizo un solomillo de cerdo relleno de beicon y queso, con una salsa al no sé qué, que estaba riquísimo.

Ya estaba otra vez allí. Apenas había estado veinte días fuera. Veinte días con la congoja de haber perdido a esa persona que tanto me había aportado. Sobre todo serenidad. Y el cargo de conciencia de no saber nada de él.

Ahora, una vez que sabía que Daniel el actor no había muerto, me encontraba en paz. Llegamos y fuimos directos a casa de Rosa María, que nos esperaba sonriente en la puerta de su casa. Pasamos a la parte trasera, a su jardín con velador. Y ahí estaba la mesa preparada, con velas incluso. Me pareció muy romántico. Otra vez el concepto “romántico”.

Mientras ellos dos acababan de dar los último toques a la cena, yo me senté con una copa de vino en la mano a disfrutar de la noche. Estaba cansado del viaje. Noche despejada, sin aire, buena temperatura. Unas aceitunas para picar y un poco de cecina. Y una montaña de pan. Desde ese primer día en que acabé con el pan, Rosa María llevaba pan para hartar a una piara de cerdos.

-Vas a engordar, Daniel – me dijo en alguna ocasión.

-No. Por mucho que lo pretenda, no engordo.

-Es que todo lo caga – contestó el gracioso de mi tocayo.

-Cerdo – le contesté rápido.

Me tiró un trozo de pan que cogí al vuelo y se lo tiré a él.

-Haya paz. Que ya sois mayores. – exclamó Rosa María levantando las manos y mirándonos como lo haría con sus hijos.

Rosa María era una mujer mayor. No mucho tampoco. Unos 60 o así. Pelo corto a lo chico, canoso. Con gafas que se ponía o quitaba dependiendo de lo que tuviera que mirar. Las llevaba sujetas con una cadena de oro. “Se me olvida en todos los sitios”, decía muchas veces cuando se las quitaba y las dejaba colgando. Tenía un porte de elegancia. Una elegancia cercana. De sonrisa fácil, de carcajada sonora. Tenía un gesto característico cuando te escuchaba: te miraba de medio lado y asentía de vez en cuando. Nunca apartaba los ojos de ti. Si hablaba ella repartía su mirada entre los dos. Un rato a Daniel y otro rato a mí.

-Te sienta mejor el pelo corto – le dijo a Daniel cuando trajo el café.

-Es por el próximo papel. Es la segunda temporada de la serie francesa. Y tengo que encontrar el look que tenía en la primera.

-No sabía que habías hecho una serie – dijo ella.

-Sí. Antoine, su director insistió mucho. Ya había trabajado con él en alguna película. Es lo más próximo a un amigo que tengo en el negocio.

-O sea que es el único con el que no te has pegado a puñetazos – le piqué.

-Si no sabes nada de mi, qué dirás.

-Es lo que dices tú mismo.

-Pues sí, es de los pocos a los que no he roto la nariz de un puñetazo. Esa es mi fama.

-¿Como te daban trabajo con ese carácter? Trabajar contigo debe ser un suplicio. – se quejó Rosa María. – Por muy bueno que seas.

-Es muy sencillo – dije yo, que no sé por qué me dio por hablar por él – Es muy bueno en su trabajo. Muy bueno no, lo siguiente. Sus compañeros saben que les va a hacer brillar en la pantalla. Que por mucho que se odien, en los minutos previos de la toma, le va a decir lo que necesita para ponerse en situación y que saldrá todo bien, por su parte, y por la de Daniel. Que con él al lado, tienen más posibilidades de ganar todos los premios del Universo, y eso les va a dar más trabajos y con más caché. Los productores saben además que va a hacer las menores tomas posibles, que le va a salir a la primera que no se equivoca nunca. Y que va a ser perfecto. Los productores minimizan el coste. Y sus compañeros minimizan el tiempo que le tienen que aguantar. A los cinco minutos, Daniel les estará insultando por cualquier tontería. Por no decirle gracias, a lo mejor. Porque “eres un truño de actriz, María de las Mercedes, no sé como he dicho que sí a trabajar con semejante inutilidad. Parece que tienes un palo de escoba en el coño”. Pero el trabajo ya está hecho, y María de las Mercedes se ha asegurado otro papel. Los productores se ahorran mucho dinero, lo repito pero es que es importante, que lo han destinado a pagar el caché de Carmelo del Río y los sobresueldos de las personas que no quieren trabajar con él, que también las hay, si no les pagan el doble. Y posiblemente, al productor, productora, director, directora, se lo ha trabajado antes en la cama. Y eso también lo hace muy bien. Se lo enseñaron de pequeño.

Daniel no dejó de mirarme mientras contestaba por él. Rosa María nos miraba a los dos alternativamente. Luego acabó mirando a mi tocayo, esperando que dijera que se me había ido la olla. Pero no era así. El lo sabía. Yo lo sabía. Cada vez estaba mas seguro que habíamos compartido escuela de la vida. Por alguna causa, todo ello había pasado a un rincón de nuestra cabeza al que no podíamos acceder a voluntad. Debíamos esperar a que esas cosas afloraran por sí mismas.

En el aparcamiento de la cafetería dónde habíamos parado a tomar una bebida, al volver al coche, sin darme cuenta le rodeé el hombro con mi brazo. Y a la vez, él me rodeó con el suyo la cintura. Caminamos juntos sin ningún problema. La primera vez que haces eso con alguien, es difícil. Tienes que adecuar el movimiento de tu cuerpo al del otro y viceversa. Encontrar un punto en que el movimiento sea armónico. Nosotros teníamos esa coordinación asimilada a la perfección. Él incluso durante un momento, puso su cabeza sobre mi hombro. Fue solo un instante, creo que se dio cuenta de la situación y volvió a erguir la cabeza. Pero su impulso fue el de recostar su cabeza en mi hombro. Ahora es distinto, tenemos parecida altura, aunque él es un par de centímetros más alto. Alguno más, porque yo suelo llevar zapatos de vestir que llevan un poco de tacón y él va en bambas. Por la foto, en aquella época él era más bajo y se recostaba sobre mi pecho. Pero el resto era igual. Bueno no, en realidad en la foto no se recuesta en mi pecho. Pero por alguna causa, tengo la idea de que eso era así.

-Di algo – le urgía Rosa María.

-Poco puedo añadir a su respuesta. Es perfecta.

-¿Te vas acostando con todo el mundo, Dani?

-Unos por placer y otros por interés. He tenido sexo con miles de personas. Es una forma de indicar al mundo lo poderoso que eres. Una reunión de quince personas que todas quieren irse a la cama contigo. Van a tener al hombre más deseado en sus brazos. Y yo designo al elegido o elegida. Y esa noche, tendrá un sexo maravilloso con un Dios, yo. Durante media hora, o una hora, algunos pocos suertudos durante toda la noche, serán los únicos para mí. Solo con ese pensamiento, ya tienen la mitad del orgasmo ganado.

-Y mañana no te acordarás de ella.

-Sí, me acordaré. Me acuerdo de todos mis polvos desde los 15 años.

-¡15 años! Eso es una barbaridad. Y tendrás hijos por ahí, seguro.

-Nunca. Soy una estrella. Soy Dios. ¿Te crees que voy a meter mi pene en un sitio en el que pueda contagiarme de algo o que pueda poner en peligro mi estatus? Siempre protección. Puesta por mí. No me fio de nadie.

-Daniel, que a lo mejor Rosa María no quiere saber tantos detalles… a lo mejor…

-Perdóname, Rosa. – Daniel alargó la mano y le rozó la suya; suavizó también el gesto de su rostro, que se había endurecido mientras hablaba.

-Perdonadme a mi, tenía que haber callado y haberte dejado contestar a ti – le dije a Dani.

-Es la verdad.

-¿Y tu como lo sabes? – me preguntó con un poco de dureza. Noté como pensaba que había mentido a Dani y lo conocía bien de antes. Estaba enfadada porque creía que los había mentido. Ahora fue mi tocayo quien respondió por mí.

-En realidad él te respondía como si le hubieras hecho la pregunta a él. Hablaba por él mismo. Solo ha cambiado la profesión.

-No me lo puedo creer. Los dos sois iguales.

-Mejor cambiemos de tema, Rosa María – terció Dani.

-Sí, mejor – comenté con cara de súplica – Estaba pensando en ese whisky que guardas para las ocasiones especiales. Hoy es un buen día en que para mí, Dani ha resucitado desde el fuego del árbol. Por cierto, ya me contaréis la historia, que a ese Daniel, el tercero, ni siquiera me lo presentasteis.

-Bueno, mejor así. No valía la pena – dijo Rosa María levantándose. – Voy a por ese whisky. Pero ya sabéis, solo un chupito. Que tiene que durar.

-Venga dos.

-Eres insaciable, Daniel.

-¿A cual de los dos te refieres?

-A Dani-dos.

-El mayor y Dani-dos. Nadie me llama Dani, que lo sepas. No me gusta.

-Daniel-dos.

-Soy el mayor.

-Te fastidias. Haber llegado aquí el primero.

-Como Herodes, no te jode.

-Te repites. Joder, joder, joder.

-Como el ajo.

-A veces eres desesperante. – pero no cambió el tono de voz. Se estaba riendo como en la vida.

-Lo sé.

Rosa María había servido los chupitos, levantamos los vasos y brindamos.

-Por el resucitado – propuse.

-Por los renacidos – propuso Rosa María mirándonos alternativamente.

-Por nosotros, que coño – zanjó Dani.


Daniel el actor: (2).

Al volver a casa fui yo el que rodeé la cintura de Daniel. Daniel-dos, como decía Rosa María, Cape para mí. Dato para sus padres. Sr. Gutiérrez, para sus empleados y colaboradores. Él se había quitado los zapatos, caminaba con los pies desnudos. Tenía razón él, ahora soy un poco más alto. Él rodeó mis hombros. Yo le apreté hacia mí y sin pensarlo, le di un beso en la frente.

No hablamos. Solo caminábamos perfectamente acompasados.

Cuando llegamos a casa, nos sentamos en el salón. Él había cogido querencia por una butaca al lado de la chimenea. Yo me senté donde siempre, en el sofá, en la esquina más cerca de la butaca. Me quité las bambas sin soltar los cordones y crucé las piernas. Pero esta vez, Daniel duró poco en la butaca. Se acercó al sofá y se tumbó apoyando su cabeza en mis muslos. Cogí el mando de la casa y puse un poco de música y bajé la intensidad de la luz.

Así estuvimos varias horas. De vez en cuando rozaba con mis dedos su frente o su pecho. Él a ratos buscaba mis manos y entrelazaba los dedos con los míos. Creo que a ratos dormitamos.

Escuché las cuatro en el reloj de cuco de mi despacho. Le acaricié la mejilla y abrió los ojos.

-Será mejor que nos vayamos a la cama.

Asintió despacio.

Nos levantamos a la vez y fuimos al piso de arriba. Él se iba a la que había sido su habitación, pero le agarré de la mano para detenerlo. Nos miramos. Hizo un gesto como aprobando mi petición silenciosa y me siguió a mi habitación.

Cada uno eligió un lado de la cama. Es curioso, porque yo elegí el lado contrario al que suelo utilizar. Lo hice instintivamente. Nos desnudamos completamente. Apartamos la sábana y la manta a la vez y nos acostamos. Otra vez lo hicimos perfectamente de acuerdo.

Él echó una última mirada a su móvil y lo dejó en la mesilla. Yo me quité el reloj e hice lo mismo. También miré el móvil que tenía en silencio, y comprobé que tenía un ciento de mensajes y llamadas sin responder. Así se quedaron.

Nos acomodamos casi a la vez. Y sin siquiera mirarnos, nos abrazamos y nos colocamos: él me abrazó por detrás. Yo apoyé mi cabeza sobre su brazo derecho y busqué con mis manos las suyas que sabía dónde estaban: una en mi pecho y la otra en mi estómago. Nos pegamos completamente. Sentí su miembro en mi culo. Estaba relajado. Nuestras piernas entrelazadas. Sus pies templados, los míos más fríos. El me los frotó un par de minutos para que se calentaran. Entonces me giré, le miré a los ojos y le di un suave beso en los labios. Luego me recosté y él me dio un beso en el cuello, detrás de la oreja. Ese beso, me hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo. Supe lo que había echado de menos ese beso durante tantos años. No lo supe, porque no recuerdo nada de eso. Sentí. Esa es la palabra. Sentí todo lo que lo había echado de menos.

Y sin ninguna transición entre ese fugaz pensamiento y el sueño profundo, nos quedamos los dos dormidos.

Cuando despertamos, habíamos cambiado de posición. Era yo el que lo abrazaba ahora por detrás, era mi miembro en que estaba entre el hueco de los muslos y su culo. Eran mis brazos los que rodeaban su cuerpo. Mi mano estaba un poco más abajo, casi rozando su miembro. Y la otra estaba en medio de su pecho.

-Chicos, levantaros. He traído nata de la vaquería. He preparado el desayuno. Vamos, dormilones.

Daniel se espabiló rápido. Se giró y me dio un beso en los labios de buenos días. No lo hizo pensando, sino por inercia. Yo lo sentí así. Era lo que debíamos hacer. Yo… me parecía que Cape no era consciente de las cosas que habíamos hecho esa noche. De las cosas tan naturales que habíamos hecho, como si fuera algo que repetíamos siempre, y que no recordábamos haber hecho nunca. Le notaba que estaba como en una nube.

-Vamos a ducharnos.

Me agarró de la mano y me llevó a rastras hacia el jardín de atrás.

-Ahora vamos, Rosa – grité con la esperanza que se fuera a su casa y no nos viera ducharnos en la calle desnudos. – Vete más despacio que nos vamos a caer. – le supliqué a Daniel.

-Venga, anda, que tenemos que ir al rio a bañarnos. Y luego habrá que preparar algo de comer, no vamos a tener a Rosa de cocinera todos los días.

-Además hoy se va a la ciudad. Así que tendremos que cocinar.

-Siempre podemos ir a comer a algún restaurante.

-Lo malo es que has salido mucho en las noticias estos días con lo de tu retirada de la presidencia de tu empresa. Y yo también con lo de mi incorporación al trabajo. Y mi look empieza a parecerse al que tenía antes de retirarme. Puede ser complicado si nos reconocen y encima nos ven juntos.

-Iremos disfrazados. Seguro que tienes todavía aquellas gafas…

-¿Que gafas?

-¿No utilizabas unas gafas de esas de pasta, que te hacían parecer un nerdy nada glamuroso?

No recordaba nada de esas gafas.

-Bueno, me habré confundido. Pero no es mala idea. Además, hasta ahora no te ha reconocido nadie.

-Pero ahora somos dos famosos. Quiero decir, estamos en el candelero. Otra vez.

Porque famosos ninguno de los dos habíamos dejado de serlo en ningún momento.

-Pero de mundos distintos. Es difícil que nos asocien. Y tu te llamas Daniel, no Carmelo.

-Pero tú si te llamas Daniel. Y Dato no vale, porque es voxpopuli.

-Pero Cape sí vale… o llámame como quieras…

-Sergio.

Nos quedamos en silencio.

-¿Sergio?

-Sí.

-No, no, Sergio no. Me ha dado mal rollo. Llámame Guti. No, Cape, que llamaban a mis tíos así en el colegio.

-Venga pues Cape. Me gusta Cape. Cape te he llamado ya varias veces. Te llamo así. – le miré extrañado. Ninguno de los dos habíamos sido conscientes de ello.

Pasamos bastante rato en la ducha. Empezamos a hacer el tonto. No sé que había pasado pero estábamos desatados. Los días que había estado Daniel en casa, no había surgido esos juegos. Mucho menos lo que había pasado esa noche. Al final vi que Rosa Maria amenazaba con dar la vuelta a la casa, y agarré en brazos a Cape y lo llevé en volandas hacia el dormitorio para secarnos, vestirnos y salir deprisa hacia la casa de Rosa María.

-Os he preparado chocolate hecho, que sé que os gusta.

Miré a Daniel sorprendido.

-No tomo chocolate desde hace siglos – susurré.

-Ni yo – contestó extrañado.

Pero los dos sabíamos que nos gustaba. Con nata de leche de vaca recogida al hervirla en lugar de mantequilla. Nos gustaba pero nunca se lo habíamos dicho a nadie. Porque nunca lo comíamos. Yo al menos y a estas alturas estaba seguro que lo mismo le pasaba a Daniel.

No dijimos nada. Nos sentamos todo contentos a degustar nuestro desayuno preferido. La nata no era como la recordaba. Era mucho más ligera, menos densa. Pero valía. Y el chocolate estaba muy bueno. Aunque nosotros lo hacíamos mejor. No sé como lo hacíamos, no lo recordaba, pero sabía que era así.

-Y zumo de pomelo.

Ahí nos volvimos a mirar. Otro interrogante que decidimos aparcar.

Hasta que Rosa se fue, lo que era claro, es que la miré con otros ojos. Y sin entenderlo, sentí que ella no estaba allí porque sí. Que todas las confidencias que le había hecho, la primera mi trabajo y mi nombre artístico, ella ya las conocía de antemano.

Y justo el cambio en Rosa María, había sido al aparecer Daniel. Porque es verdad que alguna vez había ido a comer a su casa. Y habíamos hablado en la tienda, en el bar de Gerardo, en la panadería, en el jardín de su casa o de la mía. Pero nada comparado con la frecuencia con la que había sucedido al aparecer Daniel.

Y ahora el desayuno sorpresa.

-¿Y si lo ha hecho para sacarnos de casa?

Cape lanzó la pregunta al aire.


Daniel el empresario: (4).

Cuando Rosa María dijo lo del chocolate y la nata, saltó un clic dentro de mi cabeza.

Noté como a Dani también le había pasado.

No lo había tomado desde los dieciocho. A nadie se lo había comentado. Es más, podría afirmar sin equivocarme que hasta el momento en que lo dijo Rosa María, ni era consciente de ello. Es un tema irrelevante, lo sé. Pero… ¿Por qué esa mujer conocía esas costumbres nuestras? De hecho, mis ayudantes ahora sabían que tenían que ponerme zumo de naranja con tostadas con mermelada de fresa, de una marca específica, francesa para más señas. Café con leche. De cafetera. Había comprado una cafetera profesional para ello. Una en la empresa y otra en mi casa. Todos lo sabían porque si no lo hacía, se arriesgaban a empezar el día con una bronca. Mi madre tampoco me lo ofrecía en casa las pocas veces que desayunaba con ellos. No recuerdo haberlo dicho, pero el caso es que nunca me ha vuelto a poner chocolate hecho. Y menos nata. Y lo más curioso es lo del zumo de pomelo: era algo que tomaba mi padre y yo imité. Y parece que Dani después. Nunca he vuelto a tomar zumo de pomelo. Y en casa no lo hay. Seguro.

Lo disfruté. Los dos lo disfrutamos. Era claro que nos gustaba. Otra laguna en la memoria. Todo lo relacionado a nosotros, parecía estar en una nebulosa. Hasta los detalles más insignificantes.

Pero algo se iba despertando en nosotros. El instinto, me imagino. Esos gestos tan precisos, la forma de dormir juntos. Como nos acoplamos sin dudarlo. Y como mientras dormimos, cambiamos las tornas sin despertar. Las manos donde tocaba, la postura en la cama, los abrazos, las piernas entrelazadas, unas pequeñas caricias con los pies, que parecían como otro par de manos. Los suyos fríos, los míos más templados. El beso en los labios al cerrar los ojos, su beso en mi frente en el sofá.

-Y el chocolate hecho – dijo Daniel mientras volvíamos a casa.

-Y Rosa María.

-Me ha engañado. Es buena. Eso no me suele pasar.

-En este tema, todos nos mienten. Estaría bien saber quien es en realidad y que pinta aquí.

-Vino al poco de llegar yo. Al principio casi no nos veíamos. Ni yo fui a darla la bienvenida ni ella vino a presentarse a mi casa. Bueno, ya sabes, coincides en la tienda, luego un día recoge un paquete cuando yo no estaba, esas cosas.

-Y un día te invita a cenar.

-Cape, tenemos dos opciones. O lo dejamos correr y empezamos de cero, o de donde estamos ahora, vamos. O hacemos lo posible por recordar. Investigamos, pagamos a detectives, vamos a la policía y damos un par de hostias, como se espera de nosotros, por otra parte.

A mí se me ocurrían más posibilidades. Alejarnos, porque me temía que si investigáramos, lo que encontráramos no nos iba a gustar. Y tenía la sensación de que si persistíamos en permanecer juntos, algunas personas se iban a poner nerviosas. Y empezaba a creer que lo que habíamos olvidado era lo suficientemente malo para que se montara a nuestro alrededor semejante tinglado.

-Ya, tienes razón. No son las únicas posibilidades – dijo leyéndome la mente. Dani negaba con la cabeza, despacio, mirándome a los ojos.

-Pero son las únicas que contemplamos.

Asintió con la cabeza. Estábamos de acuerdo.

-Tu teléfono no deja de vibrar.

-El tuyo tampoco.

Ninguno de los dos los miramos. Decidimos dejarlos en un cajón en casa. Por primera vez, comprobamos de dejar cerradas todas las puertas y ventanas. Y Dani puso la alarma, cosa que no le había visto hacer nunca. Ni siquiera sabía que tenía. Cogió otro móvil que utilizaba solo para eso, según me dijo, y salimos camino del río, de nuestra roca.

No nos atrevimos a hacer el camino desnudos. Era curioso lo que había cambiado todo en estos días. Parece que saber quienes éramos nos coaccionaba a nosotros mismos. O nos hacía pensar en las consecuencias. En mi caso, miraba por su fama. En el de él, por mi prestigio como empresario del IBEX. No venía bien para ninguno aparecer paseando desnudos por el campo, abrazados. O sea, pensé, que nosotros mismos, con todo lo broncas que somos, nos censurábamos.

-Y presumimos de broncas y de que todo el mundo mueve el culo al ritmo que marcamos.

Dani sonrió con tristeza. Pero no cambió nada.

Hicimos el camino a buen ritmo. Nos desnudamos por completo, ahí sí, y empezamos a nadar, a hacer nuestros largos particulares. Hicimos unos cuantos. El agua estaba fresca y apetecía nadar. Luego, nos subimos a la roca, a nuestra atalaya, y nos sentamos pegados, con las piernas dobladas hacia arriba y apoyando nuestros brazos en las rodillas. Dani me acariciaba de vez en cuando el muslo. Yo le contestaba rodeando su cintura con mi brazo y pegándolo más a mí. Le besaba en la mejilla. Y él me besaba en la frente.

-Quizás es un error volver a trabajar. No lo necesito. Perderemos intimidad, no cabe duda. Mientras he estado retirado, a pesar de los estrenos de los trabajos anteriores, la gente no estaba tan pendiente de mí. La serie francesa, la primera temporada ha sido un pelotazo. Estoy nominado a un par de premios en Francia, en Bélgica y en Canadá. La segunda temporada pinta muy bien. El rodaje empezará en unas semanas. Todo esto va a atraer la atención de los medios y recordará a mis seguidores que estoy vivo. Volver al trabajo significa también que mi agencia reactivará mis redes sociales. Es cierto que no me prodigo en fiestas y voy por ahí provocando, ligando o pegándome con la gente, como hacía antes. Pero aún así. En cuanto volvamos a estar en las portadas, la gente va a perseguirnos. Ahora todo el mundo es periodista con los móviles y las redes sociales. Ahora que estamos juntos, podíamos dedicarnos a vivir. Tenemos suficiente dinero para veinte vidas. Olvidarnos de oropeles, de los focos y del trabajo. Pasear por el campo, nadar en el río, comer en casa, cocinar y tirarnos en el sofá bajo una manta para ver películas o series.

Pensé un momento la respuesta.

-No es el dinero, Dani. Es que te gusta. Llevas desde los siete años actuando. Has leído, te has preparado. Has visto mucho cine y televisión para saber. No es decir que un día llegó un cazatalentos y te vio y dijo: este chico es la hostia. Y como eras guapo y en cuanto creciste y te quitaron por primera vez la camisa dejaste a todos con la boca abierta salivando y triunfaste. No. Tú lo buscaste. Tú actúas, a parte de tu cuerpo que es evidentemente deseable. Muy deseable. Los espectadores te ven en la pantalla y no ven a Carmelo. Ven el personaje que haces. En cada película, andas de una forma distinta. Das al personaje unas muecas características. Masticas la comida, te pones las zapatillas, fumas de una forma única. Incluso en muchas hasta tu voz suena diferente. Si trabajas en Francia eres capaz de hablar con acentos diferentes. No haces de hijo de emigrantes españoles, haces de francés de pura cepa. Y si haces de español, hablas francés con acento español. Lo mismo pasa si trabajas en Inglaterra. O en Estados Unidos. Actuar es tu vida, a parte del dinero que puedas ganar.

-Mis padres no estaban por la labor de que mi carrera fuera así. Querían lo fácil. Lo que daba más dinero. La camiseta me la quité por primera vez a los trece. Luego me impuse y dejé de hacerlo. Para desesperación de mis padres. Pero a broncas nadie me gana. Ahí me empecé a ganar mi fama, con las agarradas que tenía con mis padres. De hecho ahora casi no hablo con ellos. A los 16 me emancipé legalmente y les quité todos los poderes sobre mis asuntos. Les di pasta y hasta luego. Se han esfumado. No quiero volver a saber nada de ellos.

-Yo pensé en un negocio a los 12 años. A los 14 lo monté, con la pantalla de mi padre. Siempre me apoyó. Lo pude hacer porque él creyó en mí. Entré en la Universidad a los 15. A los 16 era millonario. A los 18 mi padre por fin, pudo poner todo a mi nombre y empecé a firmar yo y él desaparecer de los focos, cosa que odiaba con todas sus fuerzas. Su apoyo, su ayuda, fue el mayor acto de amor hacia mí que pudo hacer. Mi empresa movía ya del orden de 900 millones de euros a los dos años de nacer. Ahora anda en los 14.500 millones. No es ganar dinero, es tener una idea y desarrollarla. He dejado la empresa sí, pero he creado tres más para otros proyectos que desarrollaré con la ayuda de mis hermanos, si quieren mover el culo. Todo con tranquilidad, mucho más relajado que ahora. Pero quiero seguir haciendo cosas. Tengo 30 putos años. No me voy a retirar a los 30. Y menos porque a algunos les joda que triunfe. Y tú no te vas a retirar a los 25. Tu gran papel está por llegar. A lo mejor lo escribimos tú y yo juntos.

-Escribo. ¿Lo sabías? Y tú también escribes… – abrió mucho los ojos. – Mi amigo Jorge Ríos me anima a hacerlo. Aunque en realidad lo que me gustaría algún día es adaptar sus novelas.

Yo asentí con la cabeza. También conocía a Jorge Ríos.

Dile que te escriba algo. Hasta ahora no ha querido ceder los derechos de sus libros. A nadie. Y ofertas no le han faltado.

A mí me los cedería.

No sabía que erais tan amigos. No me ha comentado nada.

¿Lo conoces?

Sí. Comemos de vez en cuando y hemos coincidido alguna vez en actos. Por eso me extraña que no comentara nada.

Hablamos mucho. Nos conocimos en una fiesta de año nuevo. Me ayuda mucho hablar con él. Cuando no me aguanto, cuando estoy a punto de estallar, le llamo. A veces coincide y me llama él. Yo creo que es mi único amigo de verdad. Le debo mucho.

-Hola.

Levantamos la vista hacia el lugar de donde procedía el saludo.

-Hola, Alberto – saludó alborozado Dani con la mano. – El agua está de muerte.

-Guay. Tengo solo media hora. Me espera mi viejo para comer. Pero llevo un día de asco y necesitaba relajarme.

-Aprovecha. No te lo pienses. Nosotros como si no estuviéramos.

-Es un chico del pueblo. Trabaja en una empresa láctea. Va por las ganaderías con un camión cisterna recogiendo la leche. – me explicó Dani.

-Está bueno – exclamé con voz insinuante.

-Lo está – y puso una cara de picaruelo.

-Lo has catado.

-Sip.

-¿Y sabe que ha follado con el gran Carmelo del Río?

-No. Ha follado con un pobre chico, un tal Dani, el de la Hermida, que pinta en su taller. Y vive de una pequeña herencia. Porque además ha follado conmigo muchas veces, cosa que a Carmelo no le pasa. Con él solo se folla una vez.

-Esa es tu tapadera. Pintor. Heredero y multifollador.

-Sí.

-¿Y pintas? No me has dicho nada.

-Bueno, mancho telas con pintura.

-Si firmaras como Carmelo sabes que se venderían por miles de euros.

-Si firmo como Carmelo, hasta mi mierda valdría miles de euros.

-Eso es cierto. No tendría ningún mérito.

-Si algún día andamos mal de dinero, la venderé.

-¿Las pinturas?

-La mierda.

-Que cerdo eres.

-Tú me provocas.

-Si queréis os acerco a casa. Es la hora de comer. – gritó todavía en el agua Alberto.

-Es cierto. Vale, no es mala idea. Se nos ha pasado el tiempo volando.

Nos tiramos al agua y nadamos hasta dónde habíamos dejado la ropa. Alberto ya se había secado y se estaba vistiendo.

-Pero no tenemos nada que comer – me acordé de repente.

-No problema. Mi padre estará encantado de que comáis en casa.

-Pero…

-No seas tonto. – le reprendió a Dani – Sabes que no molestas y tu amigo tampoco. Mi padre está encantado de cocinar. Además – dijo dirigiéndose a mí – si conoces a mi padre, es Gerardo, el del bar.

-Ah, sí. Me cayó muy bien. Salvo por lo del Barça – hice una mueca de lamento.

-Es su punto flaco. Pero como yo le digo, nadie es perfecto, ni tú papá.

-Del Madrid entonces – inquirí.

-Ves, tú tampoco eres perfecto: del Atletic. Y a mucha honra.

Mientras me reía con las salidas de Alberto, él había cogido el móvil y llamaba.

-Papa, que estoy con Dani y su amigo. Que les he dicho que vayan a comer y que dicen qu… vale, se pone.

-Habla con él. – le tendió el móvil a Dani.

-Gerardo, que… vale, vale. Que sí, que vamos ahora. Nos lleva Alberto. Gracias. Mi amigo te da las gracias también.

-Arreglado – concluyó Alberto – Eso sí, mejor os vestís. Que estáis buenos y eso, pero que a mi padre es como tradicional y no le molan los desnudos sobre todo de hombres. Y yo no soy de piedra, todo sea dicho.

-Vale, vale. Nos vestimos.

Tuvimos que dejar para la noche el decidir la estrategia a seguir. Y mirar las decenas de mensajes y llamadas que teníamos esperando en nuestros teléfonos guardados en un cajón en la casa de Dani.


Dani el de Concejo: 3.

A Cape le cayó genial Alberto.

Luego me dijo que había sido todo un descubrimiento. Incluso insinuó que a lo mejor podíamos contratarlo para que nos hiciera de chófer si íbamos a volver al curro.

-Es que te alegra el día.

-Tu lo que quieres es follar con él, que te lo noto.

-No me importaría. Pero no quiero interponerme entre vosotros.

-No tenemos nada. Hemos follado unas cuantas veces. Solo sexo.

-Vale, vale, ya me vuelvo a mi cuarto viejo.

-Podíamos hacer un trío. Por lo de no cambiarte de cuarto.

Me salió así. Y nada más decirlo, me arrepentí. Ese no era nuestro rollo. Una vez más había demostrado lo bocazas que soy.

Cape se quedó mirándome. Era una broma. Él lo entendió como una coña. Yo lo entendí como una coña. Pero una nebulosa quedó entre nosotros, envolviéndonos. Me dije en silencio: “Repite conmigo Dani: Soy un bocazas. Mil veces por favor”.

La comida estuvo genial. Había preparado un pescado al horno, no recuerdo cual. Pero estaba muy rico. Como no era mucho para cuatro, añadió algunas cosas de picar: un poco de pulpo a la vinagreta, un pastel de puerro y calabacín y un jamón serrano que estaba de muerte. Era de un productor pequeño de la zona. No era ibérico ni nada de eso. Pero es el mejor jamón que he comido en la vida.

Un café de puchero con su orujo y quemado, para acabar. ¡Ah! Y una tarta de arándanos riquísima.

Alberto se fue porque tenía que trabajar. Cuando se iba, me levanté para seguirlo. Cape asintió con la cabeza.

-Espera Alberto – le grité cuando se subía de nuevo al camión.

Le dije si le interesaba trabajar para mí. Hablamos así por encima. Me propuso quedar al atardecer en el sitio de siempre.

-Pasamos un rato y hablamos.

Era un eufemismo. Me pareció bien. Hacía tiempo que no lo hacíamos.

Estuvimos todavía un rato hablando con Gerardo. Ya lo hicimos en el bar, porque Eugenia, la señora que tiene contratada para ayudarle, tenía que irse para cuidar a sus nietos.

-Mi hija y su marido tienen planes. Yo cuando la tuve a ella y sus hermanos no tuve planes hasta que cumplieron los 16. Los tiempos cambian.

Nos apalancamos en una esquina de la barra y charlamos. Algo de fútbol, algo de política. En un momento dado me preguntó por mis pinturas.

-A ver si nos dejas verlas un día. Me gusta el arte. No entiendo una mierda, pero si veo algo, si me gusta, es bueno. – dijo Gerardo.

-Todavía no estoy preparado.

-Tienes arte en los ojos. Tienes que ser buen artista.

Me hizo gracia su afirmación. Justo después de hacerla, fue a atender a una mesa que estaba jugando al mus. Los que perdieron pagaban la ronda.

-Marchando dos coñacs y dos manzanillas. Las manzanillas para los perdedores.

-Gerardo, no me jodas – le dijo uno de los perdedores, indudablemente.

-Tienes ojos de artista, Dani – me susurró Cape.

-Eres un capullo. – le contesté.

-Mírame que voy a comprobarlo.

Le solté un codazo en la rabadilla. Hizo como si le hubiera dolido mucho y le hubiera dejado sin respiración.

-Que ya tienes 30 tacos, joder – le ataqué.

-En el fondo soy un niño.

-He quedado con Alberto. Lo que no sé es como hacerlo. Si lo contrato yo a través de mi agencia, descubrimos el pastel.

-Depende de la confianza. Si lo contratamos, tenemos que decirle. Te va a tener que llevar a rodajes, a presentaciones. Se va a enterar como mucho dentro de una semana que tienes el estreno de la peli.

-Aquí ya he contado que me voy de viaje unas semanas. Para inspirarme.

-Por las pinturas.

-No te rías.

-A mí tampoco me has enseñado tus lienzos.

-Pesado. Luego te doy las llaves del estudio y lo ves mientras me reúno con Alberto.

-¿Tienes preservativos?

-Claro. ¿Por quién me has tomado? – y le volví a lanzar un codazo, pero esta vez estuvo ágil y atento y lo esquivó.

-Te cojo un papel de esos – le gritó Cape a Gerardo. Se metió dos pasos en la barra y arrancó un par de hojas de un taco que tenía al lado del teléfono

-Dile que llame a este teléfono. Que pregunte por Jose Arnáiz. Es un antiguo poli que contraté para dirigir mi propia empresa de seguridad. Trabajaba antes en una Unidad especial que investiga los casos más complicados. Está al mando un hombre de nuestra edad, Javier Marcos. Es un hacha. Lo ha mamado de niño. Se ha criado prácticamente en una comisaría.

-¿Era tan chorizo que lo detenían todos los días?

-No hombre. Era hijo del comisario. Era viudo. Se lo llevaba después de clase. Y aprendió de todos los que trabajaban allí. Era un poco hijo de todos ellos. De hecho tiene a todos comiendo de su mano. No he sabido nunca de nadie que tenga a todo el mundo de su parte. Lo siguen a muerte.

-Pues le tuviste que pagar un ciento al tal Jose Arnáiz para que dejara su trabajo.

-Creo que Javier Marcos le animó a que lo aceptara. Y te digo una cosa, casi te aseguraría que… bueno, nada, es una tontería.

-Bueno, dime. Cape, no me jodas.

-No. Te iba a decir que casi me lo sugirió el mismo Javier Marcos. Tuve un problemilla hace un par de años. Lo investigó su equipo. Carmen Polana y un tal Yeray no sé qué. Y un día apareció él por el despacho. Y me sugirió que contratara a alguien. Y me dijo de Arnáiz.

-Otro misterio.

-Bueno, le dices que llame. Le contratamos a través de mi empresa de seguridad. Que haga de chófer y guardaespaldas.

-De los dos.

-De los dos. Que te crees, ¿Qué te estoy poniendo un guardia?

-No sería la primera vez.

-¿Por qué dices eso?

Nos quedamos mirándonos. Me había salido sin pensar.

-Es una bobada. Se me ha ocurrido. Es por no dejarte ganar una discusión.

-Pero díselo después de follar. Porque a lo mejor, si le dices antes que eres Carmelo del Río, no se le levanta.

-A Alberto se le levanta por la mañana y no se le baja ni dormido. Es un manantial.

-No entremos en detalles.

-¿Celoso?

-No diré que no.

Volvió Gerardo de atender a otros clientes que habían entrado, unos turistas. Pero justo entonces entraron otros, y unos parroquianos con intención de jugar a las cartas. Así que nos fuimos para dejarle trabajar a gusto.

-Vamos a casa y cojamos los móviles.

-Me parece que habrá que seleccionar a quién llamamos.

-Tu tienes excusa con tu Alberto. Yo me tendré que poner a ello.

La cosa con Alberto fue genial, como siempre. Todos nuestros encuentros sexuales habían sido buenos. No le mentía a Cape cuando le decía que el miembro de ese chico tenía vida propia. Nada más eyacular, ya estaba dispuesto. Podíamos estar tres horas sin parar. Y él venirse las veces que fuera menester. Tenía un cuerpo muy atractivo. Y besaba muy bien. Casi el novio perfecto, salvo que ni se había enamorado de mí, ni yo de él.

Él lo estaba del profesor de la escuela. En verano se fue de viaje por Francia, a recorrer los castillos del Loira. Así que estaba libre. De todas formas, por lo que había podido comprobar, Alberto le amaba más que el profesor a él. El profesor creo que juega un poco con él. Apostaría a que considera que no está a su altura intelectual, y para ese hombre, eso es muy importante. Pero debe pensar que a nadie le amarga un dulce.

Esta vez no fueron tres horas. Cuando acabamos nuestro cuarto reparto de orgasmos, nos quedamos tirados en la cama. Yo apoyado en su vientre. El apoyado en el cabecero, con las manos a modo de almohada, dejando ver sus sobacos depilados que me ponían a cien, por cierto. Y le conté.

Y para mi sorpresa, me contestó:

-Siempre lo he sabido. No se lo he dicho a nadie, que conste. Pero hay más gente que lo sabe. Te reconocieron al principio. Pero callaron. Les caíste bien y decidieron proteger tu intimidad. Yo creo que les hace gracia que con la fama de fullero y broncas que tienes, aquí eres la mar de majo.

No supe que decir.

-¿Y como te diste cuenta? – al final se me ocurrió la pregunta evidente.

-Pues es un secreto. Tú tienes los tuyos, yo tengo los míos. Algún día te lo contaré. Cuando llegue el momento.

Estoy en baja forma. Esa respuesta antes hubiera supuesto que no le hubiera ofrecido el trabajo. Y que me hubiera vestido y me hubiera ido de estampida. En cambio me levanté, me fui a dónde estaba mi ropa, saqué el papel con el nombre y el teléfono del contacto que me había dado Cape y volví a la cama. Me acerqué a él y le dije:

-Ya que no tienes nada que decir, puedes ocupar tu boca en otra cosa.

Y le puse la polla a la altura de la misma. El sonrió mirándome de reojo a los ojos y levantando la mano para que le diera el papel. Cuando casi lo había cogido, aparté súbitamente el papel de su mano.

-Luego. Depende de como la comas.

Volvió a sonreír y sacó la lengua para acercarse a mi miembro. Pegó un par de lametones antes de rodear el capullo con sus labios. Noté como jugaba su lengua dentro de ese beso tan especial.

Solo puedo decir que se ganó que le diera el papel. Un poco arrugado, eso sí, es lo que tiene las contracciones espasmódicas de la mano en ciertos momentos cumbres del acto sexual.


Cape: 5.

Me asusté. Cuando vi la llamada de mi padre. Tres llamadas, no una. Es cierto que en todo el día no había contestado al teléfono. Tres llamadas.

Me puse hasta nervioso. Pensé que a lo mejor le había pasado algo a mi madre o a alguno de mis hermanos. Mi padre, desde que dejó de figurar como cabeza de mi empresa, cuando cumplí los 18, nunca me ha llamado. Nunca. Doce años sin una sola llamada suya y en un mismo día, tres.

Para él esos años dirigiendo mi empresa fueron muy difíciles. Era mi padre, era el adulto. Me quería apoyar y entendió que era la forma. Me hacía falta para llevar la empresa. Él tenía que dirigirla, al menos nominalmente. Y de hecho, al final hubo muchos aspectos de los que se encargó. Y me protegió. Él no estaba preparado para ese mundo. Pero se adaptó. Una vez le dije que podía dirigir cualquier otra empresa. Incluso le porpuse que siguiera dirigiendo la mía, la nuestra. Y se negó en rotundo. Me dijo que lo había hecho por mí, porque era mi sueño y él quería ayudarme a llevarlo acabo. Que me quería con toda su alma y por eso había pasado por todas esas vivencias que no le gustaban nada. Que esos cuatro años habían sido un suplicio.

Lo entendí. Cuando dejó los trastos, estuvo vigilante unos meses más. Al final un día me anunció que se iba con mi madre de vacaciones, dos meses. A recorrer el mundo. Y después volvería a dar clases en el Instituto.

No hubo forma de sacarle de esa idea. Al menos me dejó regalarles una casa nueva. Le propuse una especie de premio de jubilación una especie de pensión todos los meses. No quiso. Lo convertí en un sueldo para mis hermanos con la condición de que estudiaran. Pero en lo de los estudios y lo de trabajar después, no fui muy exigente.

Con lo que éramos de niños, lo que jugábamos juntos; y todo eso lo hemos perdido. Ya ni nos hablamos. Ellos solo saben de mí lo que oyen o ven en las redes sociales o leen en la prensa. Y yo de ellos no se nada, básicamente. Alguna vez entro en sus Instagram o en sus Facebook. Juan tiene TikTok y a veces veo algo de lo que sube. No me parece que sea creativo, ni artista, ni conecta con la gente. Lo pasa bien y presume de mí. Eso último no me gusta, pero tampoco hace daño ni cuenta secretos. Pero veo que en sus redes sociales mucho gira en torno a mí. A estas alturas de la película a lo mejor sería conveniente estar pendiente de sus redes sociales.

Antes de llamar a mi padre, mientras daba vueltas a la cabeza a lo que querría mi padre, llamé a Juan Carlos, el abogado. Que si ya estaba bien, que si tal, que dónde me metía… le corté en seco. Le dije un par de improperios. Le puse básicamente en su sitio. Yo creo que su entrevista con Dani le ha dado alas. Yo se las he cortado de cuajo. Cada vez me gusta menos ese tipo. Al final solo quería que me pasara por allí para firmar los papeles de las actas del consejo con los nombramientos de la empresa. La dirección la he dejado, pero sigo teniendo una participación mayoritaria, muy mayoritaria. Le dije que ya le llamaría para concretar cuando volvería a la ciudad. Y ahí me empezó a hablar de un tema que teníamos pendiente desde hacía tiempo. Unas propiedades que había comprado hacía muchos años. Y que sería buen momento para venderlas. La verdad es que en ese momento no recordaba esas propiedades. Todavía era el tiempo en que mi padre llevaba la empresa. A lo mejor era eso lo que quería hablarme. Mientras hablaba por teléfono, miraba por la ventana del salón. Veía el árbol que daba sombra a toda la casa, veía la mesa de delante y las sombrilla… alguna vez habíamos comido allí. La parte trasera nos suele gustar más pero al mediodía se está mejor delante. La sombra del árbol es relajante. Y se ve también la casa de Rosa María. En un momento dado, vi un reflejo en la ventana de su ático. Y al cabo de otro rato, otro. Ya estaba anocheciendo. Cogí el mando de las luces y apagué todas las de la casa. Del piso de arriba, del dormitorio de Dani, en el que habíamos dormido esa noche, partía un haz de luz. Destellos. Era lo que reflejaba en la ventana de Rosa María.

Me entró una paranoia. Recordé aquella conversación con el policía, cuando me dijo que contratara a Jose Arnáiz, uno de sus inspectores. La versión que le había dado a Dani había sido un poco difusa. Él fue más claro y directo. Era un problema de espionaje. Al final derivó en un accidente de coche de uno de mis colaboradores. Ahí es donde entraron ellos. Héctor murió a los pocos días por las heridas. Algo que ninguno esperaba y mucho menos los médicos que le trataban. El caso es que al final, cuando el Comisario Marcos me llamó para quedar en una terraza de la cafetería “Orleans”, en plena Plaza Mayor, y me dijo sin ambages que necesitaba protección. Que lo de Héctor no lo iba a poder solucionar en unos días, sino en años. Había sido un asesinato. Recibía unos ingresos periódicos de una empresa fantasma radicada en París. Pero habían desaparecido todos sus aparatos informáticos. Y su nube había sido cuidadosamente eliminada. Pudieron recuperar algunas cosas de una nube que posiblemente ni el supiera que tenía. Pero era cosas incompletas. Datos de la actividad de mi padre y mía. Para ellos no tenían mucho sentido, al menos en aquel momento. Me enseñó la documentación y la verdad es que tampoco supe encontrarle una razón. Eran cosas triviales. Inconexas. No constituían ningún peligro para mí o para mi empresa. Había algún vídeo de mis ligues. Pero eran personas intrascendentes.

-Necesitas protección. Seria. Y que sepa interpretar las cosas. Arnáiz es el indicado.

Me explicó que me espiaban. Que habían encontrado un sofisticado y diminuto transmisor de imagen y sonido en mis ropas. Que muchas de mis chaquetas, tanto americanas como de punto, las tenían.

-¿Espionaje industrial? – le pregunté.

-No tengo datos ni pruebas. Si me fio de mi instinto, es por algo mucho más grande. No sé si se trata de proteger a alguien, de saber cosas de ti para chantajearte… pero es algo que viene de tu pasado. Por lo menos 12 o 14 años.

-Yo tenía entonces 16 – le dije incrédulo.

-Pues era para chantajearte, ya te he dicho. O tenerte controlado. Aunque no alcanzo a discernir la razón para ello.

-Con solo un día de grabación de mis relaciones, ya lo estarían haciendo. No soy agradable de trato, por decirlo suave. Y mi vida “social” es muy activa.

-Ya hemos visto, ya. Será por el placer de verte desnudo entonces.

-Tú, cuando quieras. – le provoqué con tono insinuante.

-Mi marido no se lo merece – me contestó sonriendo. Esa sonrisa quería decir que si no fuera por su marido, anda que no iba a desaprovechar la ocasión. Entender esas miradas son mi especialidad.

-Creo que te quieren tener controlado. – se puso serio. – No sé quién, no se por qué. Si fuera muy grave, yo que ellos te hubiera eliminado. ¿Por qué no lo han hecho? No lo sé. Se están gastando un pastizal en controlarte. Posiblemente tu empleado diera con algo. Algún documento muy confidencial. Aunque todo esto son teorías. No podemos comprobarlas y menos demostrarlas.

-Los teléfonos…

-Eso es lo único de lo que puedes fiarte. Tu servicio de seguridad se ha esforzado. Y las oficinas están limpias. Pero no bajes la guardia. Eso puede cambiar de un día para otro.

-Las has comprobado.

-No, nosotros no. Unos amigos de fuera que son los mejores. Son los mejores hackers. No están en ningún servicio del gobierno ni de empresas. Son buenos amigos míos. La amistad es lo que respetan. Por eso les he llamado. No te tienen mucha simpatía, todo hay que decirlo.

Me encogí de hombros, porque la verdad me daba igual el respeto de esos hackers y de cualquiera. Me hubiera gustado tener el respeto del Comisario Marcos. Estuve a punto de preguntarle, pero no me atreví. Lo acababa de conocer, no había confianza. Y después hemos coincidido apenas un puñado de veces. Un par de charlas en alguna cafetería o restaurante “por casualidad”. Trato más con su segunda, Carmen Polana. O con Olga Rodilla, la otra pata del banco.

Ahora, Jose vigilaba por mí. Pero no por Dani. No por su casa o por sus ropas que ahora usaba yo todos los días.

Y estaba Rosa María en la casa de enfrente. ¿Amiga o enemiga? Conocía cosas, eso era claro. Y mirado desde la perspectiva actual, era curioso que se hubiera trasladado a ese pueblo unos meses después de llegar Dani.

Puede sonar un poco paranoico, pero no me fiaba.

Era hora de enseñar al mundo de nuevo mi hermoso cuerpo. Me desnudé, dejé la ropa colocada cuidadosamente en el salón, y salí por la puerta de atrás, hacia la ducha.

-Sí papá, me has llamado.

Abrí el grifo y hablé con mi padre.

Quería verme. Con urgencia.

-Cuéntame, le dije.

-Por teléfono no.

Y colgó.

Volví a marcar.

-Dime Dato.

-Jose, tengo una emergencia.

-Calla. Mañana recibirás un paquete de “El Corte Inglés”.

Y colgó.

No me gustaba el cariz que tomaban las cosas. Jugar a los espías y a los secretitos no es lo mío. Arnáiz parecía saber más que yo del tema. Ni me había dejado explicarme. Se me pasó por la cabeza llamar a la comisaria Carmen Polana. Pero no me decidí.

Volví a entrar en casa. Empecé a devolver algunas llamadas y contestar mensajes. Como si no pasara nada. Mandé a tomar por culo a unos cuantos, grité a otros tantos, y quedé para follar con dos mujeres que me perseguían desde hacía tiempo. No con las dos a la vez, sino por separado. Era lo que se esperaba de mí. Y es lo que hice para que los que estuvieran escuchando, se quedaran tranquilos. Porque … joder, estaba seguro que alguien nos espiaba.

Si no iba a las citas, que es lo que iba a pasar, nadie se extrañaría. En el aspecto sexual, nunca he sido de cumplir necesariamente con mis compromisos.

Dani volvió tarde, sobre las doce. Se extrañó de verme desnudo en casa.

-Me voy a duchar – dijo.

Lo hizo en el baño de dentro. No querría oler a sexo y para eso el agua caliente es mejor. No se vistió.

-He traído unos taper de Gerardo para la cena. Me pasé por el bar de camino.

-Bien – le dije – Tengo hambre.

-¿Cenamos fuera?

-Sí, mejor. Detrás. Cojamos una manta para la hierba, me apetece hacer picnic. Hace buena noche.

No dijo nada. Solo fue a un armario del pasillo y sacó una manta acolchada y con un lado impermeable.

-La hierba a lo mejor está húmeda. El riego salta a las nueve.

Cenamos y le conté por encima.

Empezó a frotarse el cuello. Se había puesto tenso.

Me puse detrás de él y le di un pequeño masaje. Acabó poniendo de lado la cabeza, tocándome con su mejilla mi mano derecha. Lo abracé por detrás y le besé en el cuello.

-¿Todavía piensas en que solo hay dos opciones? Podemos dejarlo. Separarnos. Volver a nuestra vida anterior.

No dijo nada durante un rato. Largo. Pensé que no me había oído pero no me apeteció repetir la pregunta.

-Pasado mañana tengo que ir a Madrid.

Volvió a callarse. Pensé que era una despedida.

-He pensado que podíamos ir a tu casa. Yo vendí la mía. O puedo ir a casa de Jorge Ríos, que es dónde me alojo cuando voy a Madrid.

-Me parece bien que vengas a mi casa.

-Vamos dentro. Me estoy quedando frío.

Se levantó primero y me ayudó a levantarme a mí. Recogimos las cosas de la cena y la manta. Antes de entrar me tendió el móvil que tenía para la alarma.

-Manda ese código a tu Jose Arnáiz. Para que tenga acceso a la alarma de casa y a las cámaras.

Cerramos la casa. Cerramos las ventanas y contraventanas. Cuando lo hice con la del dormitorio, vi llegar a Rosa María a su casa. Al bajarse del coche, se quedó mirando hacia la casa un rato. Luego sacó el móvil del bolso e hizo una llamada sin dejar de mirar hacia nosotros.

Se acercó Dani por detrás y me abrazó. Me devolvió el beso en el cuello. Sentí su cuerpo pegado al mío. Me sentí bien, seguro. Era una situación propicia para amarnos durante toda la noche. Pero a lo mejor hubiera roto la magia que teníamos en ese momento. Y eso era, es, mucho mejor que el sexo.

Solo me di la vuelta, le cogí la cara con mis manos y le di un beso en los labios.

-¿Vamos a la cama o vemos una peli?

-Las dos cosas.

Cogió el mando de la casa y le dio a un botón. El sofá empezó a abrirse hasta convertirse en una cama. Le dio a otro botón y bajó del techo una pantalla enorme a los pies de la cama improvisada.

Otro botón y apareció un menú para buscar películas.

-Dale a “Voy a tener suerte”.

Me hizo caso.

“La fierecilla domada”.

-Una comedia, un clásico, lo que nos hace falta.

Nos metimos en el sofá, nos arropamos con una manta y apoyamos la cabeza en las almohadas. Aunque al poco rato, la de él estaba apoyada en mi pecho.


Daniel Morán: 4

Apenas había pasado un mes y un par de semanas desde aquel día en el que Cape apareció en el río. Y unos días desde que fui a recogerlo a su casa para que volviera. Pero todo se había puesto patas arriba. Mi estancia en ese pueblo se había convertido en un continuo mirar por la ventana para estudiar si nos vigilaban y reconsiderar todas las cosas que me habían pasado en esos casi dos años que llevaba viviendo allí.

No dije nada, pero el comentario de Alberto “hay mucha gente que lo sabe”, me puso en guardia. En otras circunstancias me podría haber alegrado. Al fin y al cabo, con la fama que tenía, que mis vecinos que me reconocieron decidieran no contarlo en ningún programa de televisión, cuando estaban encantados de pagar suculentas sumas de dinero a quién fuera a ponerme a parir, era una buena señal que al menos, Daniel Morán gustaba a la gente en el día a día, no como Carmelo del Río. Me llamó menos la atención eso de “Es un secreto, yo también tengo secretos”. Aunque a lo mejor esa frase era más… intrigante.

Luego llegué a casa y Cape me puso al día de las novedades. Me acabé poniendo de los nervios.

Ahora estaba pensando que en el pueblo no tenían mucha simpatía por Rosa María. Una vez incluso la panadera me dijo que “esa hace muchas preguntas”. Fue curioso porque fue cuando Cape apareció y se quedó en casa. Quizás sería bueno que luego fuera a preguntarla.

Jugueteaba con el móvil pensando en llamar a mi amigo Jorge. Intentaba imaginarme la conversación, pero era incapaz. ¿Qué le contaba? ¿Que estaba acojonado de repente sin saber por qué? Claro, no le iba a decir que era porque Rosa María sabía que me gustaba el zumo de pomelo, cosa que yo no tenía presente en mi día a día de ahora. Ya me imaginaba a Jorge mirándome arrugando el entrecejo y pensando una buena coña para reírse de mí y relajarme. Pero yo no quería relajarme. ¿O sí?

Mientras lo pensaba, una furgoneta de reparto llegó a la puerta. Se bajó una mujer que se dirigió con determinación hacia la puerta de nuestra casa. Salí a recibirla antes de que llamara.

-¿Daniel Gutiérrez?

-¡Daniel Gutiérrez, te traen un paquete. Espero que sea el regalo que me has prometido! – grité a pleno pulmón.

-Ya que es tu regalo, fírmalo tú, anda. Ahora mismo no estoy visible. – me contestó a gritos también desde el piso de arriba, seguramente desde el cuarto de baño.

-Se está poniendo la mascarilla antiarrugas. Toma mucho el sol y ya se lo he avisado, que reseca la piel. Y se ha quedado como una pasa. Ahora, tiene que ponerse…

-Solo puedo entregárselo a él. – me cortó la mujer, que no apreció en absoluto mi intento de bromear, ni parecía pertenecer a mi club de fans: ni me había reconocido. – A no ser que sea usted Daniel Morán.

-Yo mismo.

-DNI

Saqué la cartera y le enseñé el DNI.

-Firme.

Firmé.

-Ahí tiene.

Justo cuando cerré la puerta, bajaba Cape.

-Vamos al jardín hace una mañana muy agradable.

Me tenía intrigado el paquete y la actitud de Cape. Pero no dije nada y le seguí. Antes de salir, ya había abierto el paquete y sacó una especie de trípode pequeño con una especie de cámara de fotos. Le dio al botón que había en la parte de abajo y salimos. Aquello empezó a dar vueltas para todos los lados y a hacer unos ruidos muy… curiosos.

Me llevó hacia la mesa en la que a veces solíamos cenar. Me pidió mi móvil. Sacó uno del paquete que había recibido, le quitó la pegatina que ponía “Daniel Morán” y lo puso encima del mío. Él solo empezó a hacer cosas. Miré a Cape reclamando una explicación. El me hizo un gesto con el dedo para que no hablara. Entonces sacó otro teléfono del paquete e hizo lo mismo con el suyo. Sacó otro trípode como el que había dejado en la casa, se alejó hacia la casa anexa, lo que era mi taller de pintura, y lo puso a trabajar ahí.

Sonó el nuevo móvil de Cape. Le hice señas para que se acercara. Era una tontería, pero no me atrevía a hablar. Cape se acercó pero no movió el teléfono.

-Deberíamos sacar el desayuno. Se está tan a gusto aquí… ¿Que hacemos esta mañana? ¿Nos vamos de compras donde Puri?

-Tenemos la despensa vacía. – dije sin pensar mucho. Notaba la falta de un buen guion para seguir la pauta y no cometer errores en la escena que estábamos interpretando.

-Y el frigorífico.

-Lo dices por las cervezas.

-Y la ginebra.

Seguimos hablando de tonterías. No tenía ningún sentido pero al final estaba siendo divertido. Nunca me había pasado con nadie antes de Cape. Salvo Jorge, claro. Hablar así, sin ton ni son y no acabar con un cabreo del diez. No aguantaba las conversaciones intrascendentes y pretendidamente graciosas. No es que hablara de filosofía, pero lo mío siempre es ir al grano, hablar de pintura, de política, de trabajo. Hasta que lo dejé, solo hablaba de trabajo. Y casi siempre del mío. Creo que la mayor parte de mis interlocutores en aquel entonces, estaban hasta el moño de mí. Salvo Jorge, claro. Pero con él todo era distinto, la verdad.

Ahí, esa mañana me di cuenta que la gente que estaba a mi lado, debía estar hasta las narices de mí. Ahora estoy seguro que todos me aguantaban porque cobraban un buen sueldo, o porque su cercanía a mí, les hacía pensar que de alguna forma les iba a beneficiar. Aunque por ejemplo, Delfina, cuando la despedí, al dejar de trabajar, suspiró de alegría. Y eso que no creo que nadie la pagara después 4.000 euros al mes, más tres pagas extras. Y algunos presentes. Pero le dio igual. Perderme de vista, la hizo la persona más feliz del mundo.

Eso debería haberme dicho muchas cosas. De todas formas, lo de las relaciones sociales siempre me han costado. No soy de tener muchos amigos. Conocidos a cientos. Cuando llegas a ser tan famoso, la gente se acerca a ti por interés. No te puedes fiar de nadie. Como yo empecé a trabajar tan pequeño y conocí el éxito pronto, ni de pequeño tuve amigos. Enseguida dejé de ir al colegio, tenía una profesora que me seguía a todas partes. Pero era una especie de tapadera para el colegio y la inspección de educación, porque ni ella ni mi padre ponían mucho empeño en que estudiara. Lo que pasa es que a mi me gustaba aprender, y aprendía de otras fuentes. De compañeros adultos en el rodaje, de los directores con los que trabajaba, de algunos otros profesores de compañeros de reparto que tenían más ganas de enseñar que mi profesora. Enseguida me di cuenta que a ella y a mi padre lo que más les importaba era intercambiar fluidos en la caravana que me asignaban. Lo peor es que mi madre lo sabía, pero todo fuera por aparentar y seguir viviendo de mi trabajo. Una vez Jon Risueño, un grande de la escena me dijo que le recordaba al actor de “solo en casa”. Aunque cuando me lo dijo ya tenía 12 años. Él sí me enseñó muchas cosas. Más de las que debería. Pero tengo un buen recuerdo de él. A veces quedamos en su casa y charlamos. Me quedo un par de días y me sigue enseñando cosas.

-Buenos días, esperamos no molestarles.

No sé si molestaban, pero a mí me asustaron. No les oí llegar.

-Soy la comisaria Carmen Polana y éste es mi compañero el inspector Yeray Losada. Usted es Daniel Morán. – se estaba dirigiendo a Cape.

-No, soy yo – entré al quite.

-¿Y usted es? – preguntó con una sonrisa maliciosa a Cape.

-Daniel Gutiérrez.

-¿Son pareja?

Me pareció grosero que nos preguntara eso nada más conocernos. Iba a estallar, pero miré a Cape y le vi sonreír. Me sentí tranquilo. Tuve la certeza de que me estaban tomando el pelo.

-Que más quisiera – contestó con esa misma sonrisa que me había enseñado antes. Entonces se levantó del taburete y se dirigió a la comisaria que dio unos pasos hacia él. Se abrazaron y se dieron dos besos.

-Yeray, sigues tan guapo – y también le dio dos besos. – ¿Sigues soltero?

-Nada, sigo jugando al gato y al ratón. No valgo para comprometerme.

-Vaya, o sea que me habéis tomado el pelo – les dije fingiendo enfado. – No serán ni policías.

Pero el tal Yeray se apartó la cazadora y pude ver su placa colgada del cinto al lado de su pistola.

-Arnáiz nos ha dicho que los teléfonos ya están. Se le había olvidado meter estos pen para los ordenadores que tengáis. Todos. Y me parece que tienes la casa domotizada. Si no te importa mándale un mensaje con las claves. Así accederá y hará una limpieza – me tendió su móvil para que lo hiciera.

-Vamos a hacer un poco de comedia. Dato, vete al otro lado de la casa y te sientas enfadado en la mesa de enfrente. Si te preguntan, estamos interrogando a Daniel sobre la muerte de su vecino, Daniel…

-Daniel Palacios del Moral – apunté yo.

-Vete con ese pronto que te caracteriza en tu vida fuera de aquí. Pero sin pasarte.

-Yo siempre me paso, Carmen, ya lo sabes.

-Tienes razón, pásate. Sé tú mismo.

Y Cape cogió su móvil nuevo, que ya estaba limpio y que era un clon perfecto del anterior y salió con gestos bruscos hacia el otro lado de la casa. Me hizo una seña para que cogiera mi teléfono.

-Contestaré algunos wasaps. – dijo en tono enfadado mientras se alejaba. Que buen actor de la vida estaba resultando ser Cape, pensé.

-Yeray, tú será mejor que vayas a ver a la vecina. – le pidió la comisaria a su compañero.

-Tema muerte por el rayo – preguntó sin preguntar. La comisaria asintió con la cabeza.

El aludido no dijo nada más, solo se dio la vuelta y fue camino de la casa de Rosa María.

Al pasar por al lado de Daniel le vi hablar un rato con él. Tomaba notas en una Molesquine de bolsillo. Parecían muy serios. En un momento dado, Cape se levantó enfurecido. Yeray no se inmutó. Le miró fijamente y le dio la espalda ignorándolo. Se fue camino de la casa de Rosa María. Me dio la impresión de que no era la primera vez que hacían esa comedia.

-¿Qué pasó el día en que murió su vecino? – me preguntó Carmen sacándome del seguimiento de Yeray y Daniel.

-La verdad es que no mucho. No teníamos buena relación. Más bien no la teníamos. Y tampoco estaba aquí. Justo llegaba cuando pasó todo.

Y es cierto, no la teníamos. Para mi gusto, el tal Daniel era raro. No saludaba cuando nos cruzábamos. Siempre estaba viniendo a llamar a mi puerta para quejarse. Del riego, de si salía a ducharme desnudo, de la música, cuando yo nunca ponía la música alta. En el único momento que me pongo música es en el taller de pintura. Y ahí me pongo auriculares. Tampoco cosas graves. Tonterías. Que si un día hice una barbacoa con algunos del pueblo. Que si el árbol. Llegó a quejarse de la gata de Rosa María, como si fuera mía. “Como sois tan amigos”, fue su excusa. Para ser tan joven, yo le echaba no más de cinco años más que yo, era muy tiquismiquis.

Todo esto le conté a la inspectora. Si me hubiera pillado en la época en que trabajaba, la cosa con el vecino hubiera sido distinta. Hubiéramos acabado a tortas al segundo día. Que digo al segundo, al primero. Pero allí no sentía la necesidad de explotar mi genio. Y a parte, egoístamente, me apetecía pasar desapercibido. Aunque después de mi conversación con Alberto, y saber que el secreto de mi identidad lo conocía mucha más gente, todo había resultado inútil.

-¿Y no se te ha ocurrido que intentara sacarte de quicio? O que os conocierais de antes.

La pregunta de Carmen me dejó pensativo.

-Tienes fama de ser un hombre muy desagradable y que no toleras que la gente se te suba a las barbas.

No supe que responder. No se me había ocurrido. ¿Dónde podríamos habernos conocido?

-¿Estáis investigando de verdad la muerte del vecino? – pregunté poco convencido. Se me pasó por la cabeza que todo fuera una gran comedia.

-Sí. Los de la policía científica han dicho que todo fue una puesta en escena. El hombre murió antes del incendio, y no hubo un rayo. Murió de una descarga eléctrica, es cierto, pero no de rayo. De hecho no hubo ninguno ese día en la zona.

-Me extrañó, sí. Llegaba en coche del pueblo de al lado, de hacer algunas compras. Llamé yo a los bomberos. Se estaba nublando, pero no había visto todavía amago de tormenta.

-¿Y no viste a tu vecino…?

-No. Solo pensé que era un incendio. Puse en marcha los aspersores y cogí la manguera. Era una tontería porque es muy pequeña, pero al menos era algo. Por lo menos intentar que no se propagara.

-Las casas son casi iguales. – dijo la comisaria mirando alrededor.

-Sí. Las tres. Según me contaron cuando compré ésta, eran de unos hermanos. Se hicieron una casa para cada uno. Iguales. Para que no hubiera envidias. Pero al final acabó habiéndolas y dejaron de venir. Se pelearon. Y al cabo de unos años, vendieron las casas.

-¿Compraste la casa… hace mucho?

-Pues la compré en junio de hace dos años. Hice obras que tardaron casi cuatro meses. Y me vine a vivir en noviembre de ese mismo año. Pero antes estuve viviendo un tiempo en la casa rural del pueblo. La cogí en septiembre para mi solo. Así vigilaba las obras y me empezaba a acostumbrar. Si te soy sincero no estaba seguro de poder vivir aquí. Pero hubo algo que me retuvo. No sé el qué. Al final estuve seguro que era un buen lugar para vivir fuera de los focos. Vendí mi casa de Madrid y me instalé aquí.

-Y luego apareció Dato.

-Eso ha sido hace pocas semanas.

Me contó parte de la historia que me había contado Cape. Lo de esos problemas que tuvo, la muerte de ese colaborador y los indicios que manejaron siempre al respecto pero que no pudieron probar. Aunque habían seguido con ello.

-Seguimos sin poder hacerlo, pero al investigar, apareció tu nombre.

-¿A sí?

Le conté entonces lo que habíamos descubierto después de volver a encontrarnos. Y nuestras sensaciones cómplices sin recordar nada. No le conté todo, ni lo de los abrazos, ni lo de dormir juntos, ni esa sensación de bienestar que me desborda cuando estoy con él.

-¿Y no os acordáis de nada? Pero una pregunta, erais menores entonces. Dato te saca un par de años, pero era menor. Y tú eras un niño, poco más. ¿Vuestros padres?

Me encogí de hombros.

-Mi padre desde que empecé a ganar dinero, solo se preocupó de montárselo con mi profesora y de darse la vida padre. Mi madre, solo se preocupó de ella misma y de la ropa que se compraba y de las fiestas a las que iba esgrimiendo mi nombre, claro. Recuperó la juventud que siempre se ha quejado de perderse cuando me tuvo. En realidad solo perdió siete años más el embarazo, porque luego ya no volvió a preocuparse de mí. Lo digo porque empecé a trabajar a los siete años. Y antes tampoco lo hizo en demasía. Me emancipé a los 16. Les pagué una cantidad para que no tuvieran problemas económicos y no les volví a ver.

-¿Y Dato?

-No te puedo decir mucho. El otro día conocí a su madre. Hice una pequeña obra de teatro para reencontrarme con Daniel de una forma original. Ya sabes como somos los artistas. La busqué en una cafetería que me enteré que frecuentaba a las 6 de la tarde un par de días a la semana. Me pareció una mujer encantadora. Es verdad que tuve la sensación de conocerla de antes. Y tuve la certeza de que aunque fingió no conocerme, lo hizo. Y que se sintió encantada de hacerlo. Se hizo la despistada. La camarera le contó quién era cuando creían que no les escuchaba y ella se mostró sorprendida de verdad. Pero todo son sensaciones. Y a estas alturas y después de los últimos días, todo me empieza a parecer muy irreal. No sé si nos estamos volviendo locos Daniel y yo.

Se me quedó mirando fijamente. Al cabo de un rato, sonrió.

-A ti no te conozco, pero a Dato sí. Y él tiene una forma de mirar en la que descubre muchas cosas, es muy observador y recapacita. No creo que os estéis volviendo locos. Pero a lo mejor, no os gusta lo que descubráis. ¿Habéis pensado en eso?

-Era una de nuestras opciones, dejarlo. Irnos cada uno por nuestro lado.

-¿Y?

Me di cuenta que me estaba sincerando demasiado con esa policía. No es que desconfiara, pero tampoco era cuestión de que confesarme con cualquiera que llegara. Tenía un punto a favor, y era que conocía a Dato. Y que además, habían tenido un rollo. Se lo noté cuando la abrazó. En cambio, con el compañero de ella, era más una relación de colegueo, de confidencias a media noche con un par de whiskys con hielo.

-De momento aquí estamos – contesté de forma cortante. – Ya veremos.

-¡¡¡¡Carmen!!!!

Era Cape el que gritaba. Sonó a angustia e incluso miedo. Y a mucha urgencia.

Ella no se lo pensó. Se levantó de un salto y se fue corriendo hacia dónde había sonado el grito. Yo la seguí pero a una cierta distancia. Me asustó el grito. ¿Y si Cape estaba en peligro?

Pero en cuanto pude ver la casa de Rosa María, comprobé que estaba bien. El que no lo estaba era Yeray, el compañero de Carmen. Estaba en el suelo y sangraba profusamente por una herida en la cabeza. Me fui quitando la camiseta mientras aceleraba la carrera y cuando llegué allí, retiré a Daniel que parecía agarrotado por la impresión y le puse la prenda sobre la herida al policía para evitar que perdiera más sangre. Y apreté. Le pedí a Cape que buscara algo para sujetar la camiseta, o toallas o algo. Yo empecé a darle pequeños cachetes a Yeray para que recuperara la consciencia. Poco a poco fue abriendo los ojos. Carmen apareció guardando su arma después de haber recorrido la casa, para preocuparse por el estado de su compañero.

-Ya he llamado a la ambulancia y he pedido refuerzos – dijo.

-¿Y Rosa María? – pregunté cauto.

-No la veo. Pero habrá que registrar la casa con calma. Ten el arma de Yeray. – la miré con una cierta sorpresa – Se que eres un gran tirador. Y tienes permiso de armas. Eloy Quesada es amigo nuestro.

-Vaya, has venido con la lección bien aprendida.

No me contestó. Volvió a sacar su arma y salió camino de la casa anexa, una igual a mi taller de pintura. Daniel volvió con unas toallas. Le enrollé una y se la puse a Yeray como almohada. El cinturón de una bata de baño, lo usé para hacerle un vendaje comprensivo alrededor de la frente, con mi camiseta como gasa gigante, con el fin de impedir que perdiera más sangre.

-Todo está bien, Yeray – le dijo Daniel, que había recuperado un poco la compostura. Me miró y me sonrió. No pude evitarlo y me estiré sobre Yeray y le di a Cape un beso en los labios y le acaricié la mejilla.

-Sujeta, ¿Quieres? Háblale. Que no se duerma, por si acaso. Voy a echarle una mano a tu amiga.

Y poniendo mi mejor pose de poli de película, cogí la pistola comprobé que el cargador estaba completo y que había una bala en la recámara lista para ser disparada y seguí a Carmen. A ésta no le hizo mucha gracia, pero al final entendió que le podía servir de ayuda.

-Cúbreme.

Se puso en cuclillas y empujó suavemente la puerta. Se fue moviendo despacio hacia adentro. El cuarto estaba oscuro, solo un pequeño haz de luz entraba por una rendija en una persiana al fondo. Yo entré detrás de ella y me puse al otro lado de la puerta. Esperamos unos segundos a que nuestras pupilas se acostumbraran a esa nueva situación lumínica para poder ver mejor y no entrar completamente a ciegas. Las sirenas de la ambulancia y de los refuerzos empezaron a sonar en la lejanía. De momento eran muy difusos, todavía estaban lejos, aunque se acercaban rápidamente. Dentro, todo parecía estar silencioso. Carmen se decidió a entrar poco a poco en el cuarto. Ella dudaba. Creo que notaba que algo no iba bien. Yo también lo notaba. Los sentíamos que no estábamos solos. Y claro, me imagino que ella tampoco estaba muy segura de mi concurrencia en la acción. De repente oí un pequeño clic. Y no lo dudé. Grité: “¡Arma!” Y rodé por el suelo. Carmen hizo lo mismo justo en el momento en que unos disparos amortiguados por un silenciador, impactaron en la pared, justo donde había estado Carmen. Me incorporé rápidamente y sin pensarlo, disparé cuatro veces hacía donde me parecía haber visto un reflejo. Carmen hizo lo mismo unos segundos después, pero cambiando el objetivo de los disparos en dirección hacia la ventana. Ahora sí, entramos andando agachados, pero con decisión, cada uno por un lado. Había más luz dentro. Una de las ventanas del fondo estaba abierta. Pero ni Carmen ni yo nos fiamos que la persona que había intentado matarnos, se hubiera largado por ahí. Encontré un interruptor. Avisé a Carmen de que lo iba a encender. Ella asintió con la cabeza.

Lo hice. Casi nos deslumbró la luz. Parecía un plató de televisión. Si no me cuadrara con la edad, hubiera pensado que nuestra querida vecina Rosa María era una youtuber. Nuestra querida vecina que yacía inconsciente en el suelo, al lado de una cámara de vídeo.


Daniel Gutiérrez: 6.

Había llegado un coche de la Guardia Civil del que se bajaron dos guardias que corrieron siguiendo mis indicaciones hacia el lugar por el que se habían dirigido Carmen y Dani.

Ya empezaba a recuperar la compostura. Me había quedado bloqueado al ver a Yeray sangrando como un cerdo tirado en el suelo en una postura grotesca que en un principio me hizo pensar lo peor. Al poco llegó una ambulancia. Los sanitarios tomaron mi lugar, me preguntaron el nombre de Yeray y lo que había pasado. Les expliqué lo que pude. Creo que fui caótico diciendo. No sé como se hicieron una idea y empezaron a ayudarle. Pasé a ser un espectador en primera fila. Aunque la verdad no me enteraba de nada. Volvía a estar un poco ido.

No tardaron mucho en llegar más vehículos de la Guardia Civil. Un helicóptero sobrevolaba la zona. Llegó un coche camuflado del que se bajaron Kevin y Eduardo, dos miembros del equipo de Carmen y Yeray. Fueron a interesarse por su compañero. Una vez que comprobaron que estaba en buenas manos, se fueron a buscar a Carmen.

Otro helicóptero más grande llegó poco después. El primero seguía sobrevolando la zona. De ese segundo aparato se bajaron ocho GEOS con todo su equipo. Al mando iba José Oliver. Y a su lado, se bajó Javier Marcos, el jefe de todos. Parecía mentira que un hombre con esa apariencia de jovenzuelo fuera capaz de mandar y organizar a toda esa gente. Todos le respetaban, le escuchaban atentamente. Seguramente era el más joven de todos los que había allí desplegados.

Un teniente de la Guardia Civil fue a su encuentro. Parecía el jefe de la zona. Hablaron durante unos minutos. El teniente fue a dar instrucciones a sus hombres mientras los GEOS se distribuyeron en las dos edificaciones.

A Javier Marcos le llamaron por teléfono. Entonces, por primera vez me buscó con la mirada. No se acercó. Por señas me preguntó por Dani. Le señalé la otra casa. Fue corriendo hacia allí. Kevin lo siguió. Sacando su arma. Vi como Javier le pedía algo a Dani y éste sacaba del bolsillo de su pantalón el móvil de la alarma de su casa. Javier lo miró rápidamente y buscó al jefe de los GEOS con la mirada. Le hizo señas para que se acercara con su gente. Hizo un gesto para rodear nuestra casa y así lo hicieron. Al poco, sin esperar mucho, entraron por varios sitios a la vez. Al mismo tiempo, parte de los Guardias Civiles, habían hecho un segundo cordón alrededor de la casa, posicionándose a resguardo y en posición de repeler una agresión.

Dentro de la casa fue todo muy rápido. Se escucharon voces en varios sitios, y unos segundos después, se pudieron oír claramente unos disparos dentro.

El primero que salió fue José Oliver, el jefe. Estaba contrariado. Fue al encuentro de Javier Marcos. Le enseñó una foto que tenía en el móvil. Noté como Javier tampoco estaba contento. Llamó al Teniente y hablaron durante unos minutos los tres. El Teniente hizo una llamada y los GEOS empezaron a recorrer la zona. Parte de los guardias civiles empezaron a peinar los alrededores. Otros, perimetraron las casas para impedir que nadie entrara ni saliera. Tanto movimiento, había llamado la atención de la gente y empezaban a acercarse a curiosear. No tardarían en llegar los primeros periodistas con sus teléfonos o sus cámaras grabando.

El médico de la ambulancia me dijo que Yeray se pondría bien. Que habíamos hecho un buen trabajo conteniendo la hemorragia. Me indicó que posiblemente le hubiéramos salvado la vida. Me alegré y me relajé un poco. Al menos algo había salido bien.

Dani seguía hablando con Carmen. Los dos aparte de todo el mundo. Dani seguía a pecho descubierto. No parecía tener frío, aunque tampoco es que hiciera calor. Me imagino que estarían compaginando sus versiones y repasando lo que habían visto y oído. Javier se acercó a ellos poco después. Se abrazó a Carmen y saludó a Dani con un apretón de manos.

Yo me había quedado como alelado, sentado en una de las sillas de jardín de Rosa María. A lo mejor cené en ella la noche anterior. Me parecía estar en medio del rodaje de una película. De estrella principal, Carmelo del Río. Había sido espectacular verlo en acción. Había resultado un magnífico policía. Y un tirador extraordinario, según me enteré después. Había logrado herir al atacante, ese mismo que luego se fue a refugiar en nuestra casa y que acabó abatido por los GEO. Menos mal que Jose Arnáiz, estaba al loro y vio por las cámaras de casa que había entrado y avisó a Javier. Con todo el lío, Dani ni se dio cuenta.

Llegaron dos ambulancias más. Sus integrantes corrieron hacia la casa anexa a la de Rosa María. Carmen entró con ellos y Dani aprovechó para venir hacia mí. Iba con el torso desnudo. Un guardia civil le acercó una cazadora para que se abrigara. Dani le dio las gracias efusivamente. Ese agente le reconoció, lo percibí. Si la situación no hubiera sido tan extraordinaria, seguro le hubiera pedido una foto con él. Se quedó con ganas. Era un chaval joven. No debía llevar mucho de guardia. Aunque el teniente parecía tenerle en cuenta. Algo habría visto en él para que le explicara cada cosa que hacían. Pensé que luego estaría bien buscarlo y sacarse esa foto.

Al final Dani se despidió de Carmen que lo abrazó antes de separarse. Según se acercaba, empecé a tener sentimientos encontrados. Por un lado, me daban ganas de abrazarlo. Había sido fuerte cuando yo no. Todavía yo no era fuerte, estaba completamente desbordado por las circunstancias. Y me creía que iba a protegerlo. A lo mejor era al revés. Ese día al menos, había demostrado que podía con todo. Luego me dieron ganas de darle una torta, por ponerse en peligro. Ir como había ido a pecho descubierto, nunca mejor dicho, tras Carmen, me parecía lo más insensato que le había visto hacer. Posiblemente si estuviera al día de su vida en los últimos años, mi criterio hubiera sido distinto. Pero con lo que conocía en ese momento, me pareció su actitud cuando menos temeraria. Por mucho que hubiera demostrado saber lo que hacía. Luego me explicó que uno de los miembros de los GEOS le había entrenado en serio para un papel. Había sido casi un mes intenso de entrenamiento. Como es un perfeccionista, hasta que no lo hizo como un profesional, hasta que no pudo pasar por un verdadero policía de élite no se dio por satisfecho. Aprendió a disparar distintas armas. Pero no simulado, sino de verdad. Ahí me enteré que tenía permiso de armas y que tenía una automática de 9 milímetros en la casa, bien escondida. Todo eso era evidente que Carmen ya lo sabía. Por eso le tendió el arma de Yeray.

Cuando Dani llegó a mi altura, no hice nada de todo eso. Ni le eché la bronca, ni le di las gracias. Solo me lo quede mirando. Y él me miró a mí. Mantuvimos la compostura hasta que varias horas más tarde, nos encontramos solos en la casa rural a la que tuvimos que trasladarnos hasta que acabaran los de la policía científica. Ahí fue cuando, después de darle un soberano sopapo, pegué mis labios a los suyos y le besé con toda la pasión y desesperación de la que era capaz. Y en ese momento era mucha. Mucha, mucha.

Sentí miedo. Fue eso lo que sentí esa mañana. Miedo. Cuando vi a Yeray en el suelo sangrando, me di cuenta de que todo eso iba en serio. Que no era un juego en el que nosotros íbamos a ganar a los malos, esos que habían confabulado para que nos olvidáramos de todo lo que había pasado años atrás. Y no sentí miedo por mí. Yo nunca había temido a la muerte, porque aunque no había sido un tipo infeliz, al contrario, me había realizado con mis negocios, con verlos crecer, con mis triunfos, mi poder, tampoco consideraba que había sido feliz. Siempre había tenido la sensación de que me faltaba algo. Mis relaciones de pareja nunca habían sido satisfactorias. Y mis amigos habían sido todos unos interesados. A los pocos que a lo mejor se acercaron sin buscar una contrapartida, los eché porque me parecía imposible que nadie se acercara a mi simplemente por mi persona, no por lo que llevaba aparejado: dinero, poder, relaciones, puertas abiertas. Así que no me valoraba en demasía. No tenía una razón clara para luchar por la vida a toda costa. Pero Dani era harina de otro costal.

Después de que grité a Carmen, y vi como detrás de ella venía corriendo Dani, me entró ese miedo que me había paralizado. Me imaginé el pecho desnudo de Dani que se acercaba rompiendo su camiseta, lleno de orificios de bala por los que su sangre manaba a chorretones. Y me lo imaginé desplomándose a unos metros de mí en un charco de sangre enorme. Hasta temblé de terror. Lo que más me asustó es que tuve la certeza de que esa sensación, ya la había vivido. No recordarlo, me desarmó. No saber como lo había afrontado la primera vez. Si había triunfado. Lo que había aprendido y como hacerlo mejor la siguiente. Como protegernos. Como protegerlo.

A Rosa María se la llevaron en una ambulancia. No parecía que se fuera a morir, pero tampoco estaba bien. No supieron los médicos hacer un diagnóstico concluyente. Salvo que tenía un golpe en la cabeza y que no recuperaba la consciencia. Ya veríamos como progresaba.

Esa tarde, cuando nos quedamos tranquilos, después de ese beso desesperado que le di a Dani, éste se separó de mí y me miró sonriente. Esa sonrisa me dio paz. Me acariciaba la cara y me susurraba que todo iba a salir bien. Que éramos invencibles. No le creí, pero me sentí bien. Luego fue él el que me besó, pero más relajado.

Nos sentamos durante el resto de la tarde, abrazados, en el sofá; pusimos la tele de fondo. Algunos informativos daban noticia del tiroteo, pero con informaciones muy lejanas a la realidad. No había imágenes de los momentos cumbres y cuando aparecieron los primeros periodistas, la Guardia Civil nos llevó a cubierto. Uno de los que nos acompañó era ese agente que le había cedido su cazadora a Dani. Le dije a éste y se ofreció para sacarse una foto con él.

-Pero no debes decir dónde te la sacaste.

-Por supuesto.

Le fue a devolver la cazadora pero no se lo permitió.

-Así cuando salgas en alguna película en que hagas de Guardia Civil presumiré que la cazadora que llevas es la mía. No me creerá nadie pero yo sabré que puede que sí lo sea.

En las noticias salieron muchos del pueblo hablando del suceso. Todos se decantaban por unos ladrones que estaban asolando la zona. Era una lástima que una vecina hubiera salido herida.

Todos hablaban muy bien de Rosa María y de su vecino “el pintor”. Y lo típico, todos decían que parecía mentira que algo así hubiera sucedido en un pueblo tan tranquilo como el suyo.

A las nueve y media mas o menos vino a buscarnos Alberto.

-Mi padre insiste que vengáis a cenar al bar.

No habíamos pensado en ello. No habíamos comido en todo el día. Así que aceptamos.

Gerardo nos había puesto una mesa en una esquina, cerca de la entrada de la barra por si tenía que atender a alguien. Estaba concurrido el bar, pero estaba Eugenia, su ayudante. Es una mujer muy activa. Ella sola se defendía, incluso preparando cosas de comer en la cocina. No quería molestar a Gerardo. Sabía que era importante para él que la cena saliera bien y que estuviéramos a gusto.

La gente nos saludó al entrar pero no hicieron ni comentario de lo sucedido. Algunas palmadas en la espalda, sonrisas, alguna invitación a tomar un chato de vino, que aceptamos encantados.

-Estoy de ronda, Euge, apúntame lo de los Danis a mi cuenta – gritó Felipe a Eugenia. – Y ponles algo de picar, que están en los huesos.

Felipe era un ganadero que tenía su explotación a un par de kilómetros del pueblo, pasando nuestra casa. Solía ir al bar una hora todas las tardes. Su mujer era la enfermera del pueblo y la recogía cuando salía de trabajar y volvían a su casa caminando. Allí los esperaban sus dos hijas, Irene y Julia, dos mujercitas de 14 y 15 años que ya ayudaban a su padre en la ganadería. Y Eduardo, su sobrino que vivía con ellos, porque sus padres murieron al parecer en un accidente de coche cuando éste era pequeño. Felipe era un hombre de pocas palabras, generalmente muy seco de trato. Solo solía hablar con los amigos de siempre. Esa noche no fue la excepción, pero nos dio una palmada a ambos. Para mi, esa palmada de Felipe me hizo sentir parte de algo. Parte del pueblo. No había tenido esa sensación nunca. Era un apoyo incondicional, desinteresado. A estas alturas ya sabíamos tanto Dani como yo que todo el pueblo sabía quienes éramos. Y no nos habían pedido ni una foto, ni un autógrafo, ni una recomendación, ni siquiera un consejo.

Ni nos preguntaron, ni nos felicitaron, ni nada. Como una tarde de lunes como otra cualquiera. Ni siquiera nos miraron de reojo para estudiar nuestras reacciones, en todo caso por ver si teníamos los vasos vacíos de vino, o el plato de patatas bravas sin patatas. Como otro día cualquiera. Seguro que la gente sabía, pero habían optado por dejarnos tranquilos. Desde la explotación de Felipe, mismamente, se veía nuestra casa y sobre todo, la de Rosa María. Con todo el lío, seguro que Felipe fue espectador de primera fila. Tendría ganas de saber detalles, como en todos los sitios. Pero pensaron que cualquier otro día podían hacerlo. No había prisa.

Gerardo sí nos miró de forma distinta. Sentí como nos miraba orgulloso. Sobre todo a Dani. Era como si le hubiera subido unos grados el nivel de galones de respeto que le infundía. Él seguro que sabía. Lo noté. Pero tampoco dijo nada.

Cenamos los cuatro solos. Rodeados, eso sí, de mucha gente que nos protegían de otras miradas ajenas. Algún periodista entró fingiendo querer tomar algo para preguntar y estudiar a la gente. Ninguno pudo llegar ni siquiera a vislumbrarnos. No recuerdo lo que comimos, pero sí que lo disfrutamos. Lo engullimos en realidad, porque al ver la comida, y aunque ya habíamos picado un par de raciones de bravas con los vinos a los que nos invitaron, sí que fuimos conscientes del hambre que teníamos. Y Alberto inició una de sus chácharas alegres y simpáticas, y eso nos hizo olvidarnos de todo. Ahí también a Gerardo se le escapó una mirada de admiración por su hijo. Se notaba que estaba orgulloso de él.

Nos fuimos tarde. Ya no quedaba casi nadie en el bar.

Nos despedimos de ellos con sendos apretones de manos. Gerardo y Alberto nos miraban mientras nos alejábamos. Y Gerardo apoyó su mano en el hombro de su hijo.

-Ves, está orgulloso de él – le dije a Dani.

-Es un buen tío. Lástima que me hayas agarrado del corazón y no haya forma de soltarme.

No supe que contestar. Porque yo tenía la sensación de que lo nuestro, era un querer profundo. Pero no era amor. Nuestro pasado no se construyó sobre los cimientos de un amor de pareja. Más bien de un amor fraternal. Muy fuerte. Visceral. Indestructible.

Aunque al llegar a la casa rural y cerrar la puerta, lo intenté con otro beso, largo, delicado y profundo.

No llegamos al dormitorio. El sofá del salón nos acogió.

Tampoco dormimos mucho.

Ya dormiríamos por la mañana.

O por la tarde.


Carmelo del Rio – La fiesta del guardia civil.

Se le ocurrió a Joaquín, el hermano de Cape.

-Pues si queréis hacerle algo especial que recuerden, invitadlo a una cena como a una estrella de cine. A él y la mujer, id a buscarlos en helicóptero VIP, luego una limusina. Periodistas a la llegada. Y un restaurante con todo el personal a vuestro servicio. Mandadles ropa guay y a un maquillador profesional. Como si fueras tú Carmelo a punto de ir a la entrega de los Goya.

-Eso, cerramos el restaurante para nosotros. – dijo Cape.

-No tanto, coño. Que eso no lo hacéis de normal – apuntó Juan.

-Ir a cenar en helicóptero, tampoco lo solemos hacer. – dije yo.

-Lo vi en una película. Estaba guay. Era para que sintieran lo mismo que se siente siendo amigos de una estrella de cine – abundó Joaquín.

Nos enteramos de que al cabo de unos días era su aniversario de boda. Y que su pareja era un hombre, no una mujer. Preguntamos a sus compañeros y descubrimos que a parte de ser fan de Camilo del Río, lo eran de Mario Casas y de Pablo López.

Llamé a los dos. Estuvieron encantados de ir a cenar con nosotros. Pablo cantaría un par de canciones en el piano del restaurante.

Llamé a Luis, el guardia de la cazadora el día anterior para que ni él ni su marido tuvieran tiempo de pensárselo. Por la mañana, les mandamos la ropa, unos esmoquin muy elegantes. Les mandamos a mi sastre, Bernabé, para que se los probara y en caso de ser necesario, hiciera los arreglos pertinentes. Lo mismo que hago el día de la entrega de un premio, por ejemplo. A primera hora de la tarde, llegó Jimena, mi maquilladora de cabecera. Les hizo todo un tratamiento de la piel de la cara para que lucieran lustrosos. Y luego les dio un ligero toque de maquillaje, lo que suelo llevar si voy a eventos, para no parecer un paliducho descolorido y ojeroso al salir por la tele o en las fotos del photo-call.

Nos contaba Tomás, uno de mis asistentes que se encargó de estar con ellos en esa parte del plan, que estaban en una nube. Como vivían en el pueblo de al lado de Concejo, al final usamos el helicóptero. A las siete, les fue a recoger una limusina. El pueblo se juntó en la puerta de su parcela para vitorearlos. A esa hora se había corrido la voz de que iban a cenar con estrellas del espectáculo. Corrimos el rumor de que era un premio de un concurso. Tampoco quería que al día siguiente en el pueblo me miraran con odio el resto de los vecinos por no haberlos invitado a ellos.

La limusina les llevó hasta el campo de fútbol del pueblo, a donde en ese momento, llegó un helicóptero VIP. O sea, con su bar, con su botella de champán y sus aperitivos. Ellos no lo usaron, porque no querían perderse nada del viaje. Y sobre todo, no querían achisparse.

Nosotros les esperamos en el helipuerto de la Torre Picasso. Allí les recibimos y les agasajamos como se merecían. Estaban muy agradecidos. Y sobrepasados. Esteban, el marido de Luis, un hombre con una planta muy elegante, de unos cuarenta años, con el pelo entrecano, pero con un aire juvenil extraordinario. Luis, con sus veintitrés años, de tez morena, risueño por naturaleza, esa noche lucía espectacular. Hacían una bonita pareja. Tenían mucha complicidad entre ellos. Me dieron envidia.

Bajamos al aparcamiento de la Torre y allí nos esperaba, nuestros coches y parte de nuestros guardaespaldas y éstos desplegados a nuestro alrededor como si fuéramos el Presidente del Gobierno, una nueva limusina, espectacular. Con un equipo de música sensacional. Sonaba “La música nocturna de la ciudad de Madrid”, de Boccherini, música que le encantaba a Luis desde niño. Hay que decir que Luis toca el violín. Cosa que lleva en secreto y que nos contó su marido, en tono orgulloso. Aunque como casi todos los secretos en la vida, son menos secreto que lo que imaginamos.

Allí sí, abrimos una botella de champán francés. Nunca habían tomado champán. Brindamos los cuatro. Ellos después de beber un pequeño trago, se dieron un suave beso en los labios. Eran felices. Miré a Cape y vi que estaba contento. Los miraba con una cierta envidia. Le di un pequeño codazo en el riñón. Me miró y acercó su boca a mi oído.

-¿No te dan envidia? Sin nada que les preocupe. Una pareja sin más. Sin nuestra mochila.

Le di un beso en los labios.

-No me dan envidia, porque ninguno de ellos eres tú, Cape.

Nos miramos. Le guiñé un ojo. Lo noté preocupado. No era el momento de hablar. Al volver a casa.

Llegamos al restaurante.

Allí nos esperaba el jefe de sala. Por suerte no había periodistas. Desechamos la opción de llamar a algún amigo para que inmortalizara el momento. En cambio, fueron Joaquín y Juan, los hermanos de Cape, los que se encargaron de grabar algunos momentos para que ellos tuvieran un recuerdo.

Todavía tengo la imagen de Esteban cuando se encontró frente a frente con Pablo López. Se quedó sin palabras. Pablo se acercó a él todo campechano, como es él. Y le dio un abrazo. Esteban con sus años y su presencia, estaba noqueado. No le habíamos dicho nada. No fue capaz de articular palabra. Hasta asomaron unas lágrimas en sus ojos. Luis le pasaba la mano por la espalda para animarlo. Pablo le abrazó a él también. Era claro que el fan, fan era Esteban. Luego me contó Luis que era por alguna canción de Pablo que le había ayudado mucho en un momento malo. Le presenté a Cape, al que también abrazó y dio un beso. A mi me dio un pico en los labios.

-No voy a ser el único en el mundo que te da un beso en la mejilla.

Era una broma entre nosotros. Coincidimos un día en un evento. Nos encontramos en la entrada y fuimos juntos al photocall y con los periodistas también hablamos los dos a la vez. Se nos acercaban muchas personas y dio la casualidad que todos los que se acercaban a mí me daban un pico. Al final del recorrido, me agarró y me dio un pico.

-No voy a ser yo el único – me dijo así, como es él, riendo. – Y que conste que no me pones nada.

-¿Nada?

-Bueno, solo un poco.

Y nos reímos allí en medio, que todos nos miraban con envidia. Desde entonces, nos saludamos así. Hoy ha repetido la broma por Cape. Ha visto que llevaba mi cintura rodeada por su brazo. Y habrá visto como me mira. Y como le miro yo.

-Deberíais disimular un poco, Daniel – le oí a Juan su hermano comentárselo. – os coméis con la mirada.

Aunque le respondió con un exabrupto “no digas tonterías”, poco a poco fue liberando mi espalda. Y dejó de mirarme con esa intensidad. Hay que tener en cuenta que estaba en mi terreno, con gente que conozco yo y no él. Yo creo que más bien me quería proteger. Parece que tiene muy interiorizado esa manera de comportarse conmigo.

A Mario si lo conoce y bastante. Mario les hizo una campaña de publicidad a su empresa y conectaron bastante bien. De vez en cuando quedan a comer o tomar una copa.

Precisamente en ese momento, llegó Mario que se había retrasado por algún tema del rodaje en el que estaba inmerso.

Saludó primero a Cape. Chocaron los puños antes de abrazarse y darse dos besos. Luego me tocó a mí. Si nos vieran los periodistas se llevarían un disgusto. Cuando trabajamos juntos, no pararon de decir que habíamos chocado dos egos y que el clima del rodaje era irrespirable por nuestra rivalidad. Al revés. Nos hicimos amigos. Lo que pasa es que con mi fama, al equipo de publicidad no se le ocurrió mejor idea que cebar esa noticia. Luego, no dimos ninguna rueda de prensa los dos juntos y nuestras respuestas cuando nos preguntaban por el otro eran muy de “nos llevamos genial”, pero de tal forma que parecía que queríamos decir lo contrario.

Luis y Esteban no se dieron cuenta de la llegada de Mario. Estaban enfrascados hablando con Pablo López quien escuchaba a un emocionado Esteban contarle por qué era tan importante para el sus canciones. En un momento levantaron la mirada y se encontraron a un Mario espectacular, porque estaba radiante todo hay que decirlo, y con esa sonrisa tan especial que tiene. Ahí fueron los dos los que abrieron mucho los ojos. Pablo se retiró a un lado, agradecido, porque se había emocionado con la historia de Esteban y estaba un poco compungido.

-La leche, me ha dado un puñetazo en el corazón – me confió.

Nos quedamos observando como Mario saludaba a la pareja, otra vez sin palabras. Era claro que los dos eran fans. Uno por “Grupo 7” y el otro por “Los hombres de Paco”.

Joaquín y Juan, los hermanos de Cape, grababan todo lo que pasaba con unas cámaras especiales. Se les notaba que tenían unas ganas de lanzarse al cuello de esas celebridades, incluyéndome a mí. Y eso que su padre les ha borrado las redes sociales, por seguridad.

La verdad es que el resto fue muy normal. El Jefe de sala nos empujó delicadamente hacia nuestra mesa, que le habíamos provocado un pequeño atasco en la entrada. Para compensar, me saqué fotos con los perjudicados y di unos cuantos besos. Mario y Pablo hicieron lo mismo, e incluso Cape, porque hubo un grupo que quisieron sacarse una foto con él.

-Eres un referente para nosotros en el mundo de las start-up – le dijeron.

Así que todos contentos.

Cenamos, reímos, y luego Pablo López se sentó al piano y tocó y cantó. Esteban bañado en un mar de lágrimas, emocionado. Y los demás, por copia, también.

Pablo López: Lo saben mis zapatos.

Lástima que sonara el teléfono de Cape cuando nos íbamos y tuvimos que cambiar los planes. Al menos fue cuando ya nos íbamos. Nos dio pena no poder acompañarlos en el viaje de vuelta, como era nuestra intención. Pero creo que fue un buen regalo.


Dani, el héroe. 5

Estuve un par de días en una nube. Cape no se separaba de mí en ningún momento. Y yo se lo agradecía. Evitaba así que mi cabeza deambulara libre por recovecos que a lo mejor no eran convenientes.

Empecé a tener algunas pesadillas. Me despertaba enseguida, pero me angustiaban mucho. Lo que pasa es que al abrir los ojos y ser consciente de que me abrazaba Cape, me tranquilizaba igual de rápido. En mis pesadillas había mucha sangre. Muchos gritos. Yo estaba desnudo, tumbado, con las piernas abiertas. Notaba que había gente alrededor, pero yo no los veía. Y tenía miedo. Mucha sangre. Mucha sangre. Casi nadaba en ella. Tenía ganas de gritar muy alto, pero no podía. Era como si no pudiera abrir la boca porque me habían cosido los labios.

No le dije nada a Cape. Pero no es tonto y yo sabía que lo notaba. Y él sabía que yo sabía. Pero no decíamos nada. Se lo agradecí aunque posiblemente lo mejor hubiera sido hablarlo.

Esos días fueron muy raros. Me refiero a los siguientes al asalto de la casa de Rosa María. Así habíamos decidido bautizarlo. Aunque seguro que hubiera sido mejor nombrarlo como el día que intentaron matarnos pero algo salió mal, por ejemplo, que aparecieran Carmen y Yeray y tuvieran que improvisar. Yo estaba seguro que Rosa María estaba en el ajo. Por mucho que estuviera herida.

Yeray por cierto, se recuperaba rápido. El golpe parecía que no había tenido consecuencias. Había perdido mucha sangre y si no llega a ser por nosotros, quizás su recuperación hubiera sido más problemática. Por el momento no había infecciones. Aunque seguía en el hospital, todo parecía que iba bien.

No hablamos de nada de eso. Salvo en las visitas de los miembros del equipo de Javier Marcos. Aunque fueron muy delicados. Comentaban un par de cosas y luego, cambiaban de tema y hablaban del pueblo y de la gente y del tiempo. Incluso de mi última película.

Parecía que todo el mundo quería hacernos la vida más agradable. Se lo dijo Cape a Javier. Éste sonrió y comentó que a lo mejor, a pesar de nuestra fama de intratables, la gente a la que dejábamos conocernos, nos acababa cogiendo cariño.

-Siempre es guay tener a un famoso en el vecindario. Aunque no puedas presumir de ello. Y te puedo asegurar que mis compañeros con más experiencia, nunca se han encontrado con un pueblo que todos a una, protejan a dos casi recién llegados. Y por ayudarnos a protegeros, nos están dando un montón de detalles, que aunque parezcan tonterías, nos están ayudando mucho. Y para que lo sepáis, todos saben quienes sois, los dos.

Pensé en ese momento en el guardia que me dejó su cazadora para que me tapara mi desnudez, después del jaleo. No me di cuenta, pero Cape sí, que me había reconocido. Y luego cuando lo vi de nuevo y le dije de sacarnos una foto, se puso muy contento. Además me la hice vistiendo su cazadora, que me regaló. Luego me enteré que le costaría un dinero, porque aunque era su uniforme, lo tendría que reponer a cuenta de su sueldo. O pasar un año sin ella. Ya pensaría algo para compensarle. Nos dijeron que se acababa de casar. A lo mejor podríamos enviarle un regalo para la mujer o unas entradas para el estreno de la película. O aparecer de sorpresa en una reunión familiar con toda la parafernalia de una estrella de cine para que pudiera presumir. Aparecer con un montón de guardaespaldas y en una limusina, acompañado de un colega igual de famoso, es un punto que a mucha gente le puede volver loca.

Es curioso como cuando te has pasado la vida fomentando tu fama de intratable, no porque fuera una pose, sino porque te salía así, y de repente apartas esas vivencias, te rodeas de personas que sabes que no quieren sacar una ventaja de cualquier tipo, económico, social, de fama… cuantos se han acercado a mí para sacarme en su canal de Youtube o en su Instagram. Cuantos canales de esos se han surtido de mis salidas de tono, de mis peleas en discotecas o en la calle. Siempre sacaban a mis contrincantes, que generalmente acababan peor que yo, metiendo mierda contra mí. Acusándome de drogata o de violador. No es por presumir, pero peleo bien. Al igual que con las armas y con los coches, aprendí a luchar joven. Primero por un papel, y después por gusto. Aprendí varias disciplinas, boxeo, yudo, karate, lucha… no seré un campeón en ninguna, pero me defiendo en todas.

Cape tiene razón. Me gusta mi oficio. No podría vivir sin él. Me sirve para vivir otras vidas, es evidente, la mayor parte de los actores lo dicen. Pero para mí es más potente, porque me permite aprender esas actividades de los mejores. Para mí, una de las visitas más agradecidas al día siguiente, fue la de Eloy Cantero, el instructor de los GEO que me había formado en los protocolos que utilizaba la policía. En los movimientos del cuerpo, en la forma de entrar en un sitio cerrado en el que podemos recibir disparos, por ejemplo. En la forma de escuchar para poder percibir el menor ruido procedente del interior. Y disparar en cualquier circunstancia, en cualquier posición. No fue el mes que todos pensaron que me iba a formar. Luego seguí con el tema, en las horas muertas del rodaje, los fines de semana, cuando Eloy podía. Si el rodaje era de noche, empleábamos la tarde, o la mañana. Me juntaba a veces con el resto de los aspirantes. La mayor parte de ellos no me podían ni ver. Pero ahí me hice el loco, porque si no, le hubiera puesto en entredicho a Eloy. Pero al final algunos me reconocieron que podía haber sido un gran policía. Que ellos que llevaban mucho tiempo en la academia y trabajando, no eran mejores que yo. Todo es por la entrega, por las ganas, por el pundonor. Dar la mejor imagen en el papel. Fingir que se sabe, es complicado cuando no tienes cogidos los movimientos, la coreografía. Todas las profesiones tienen una coreografía. Cuando te pones ante una cámara debes ser esa persona, ser ese profesional. Si eres un camarero, tienes que poner mil cañas para luego en una escena de 10 segundos, poner una caña perfecta, que le haga pensar al espectador que ese que tiene en pantalla, lleva desde los 14 años poniendo 500 cañas cada día.

Tenía razón Cape. No podría dejar mi profesión. Me hundiría. Durante un tiempo, bien. Pero para siempre, no. Aun teniéndole a él al lado, no sería feliz.

Con Cape me pasa una cosa curiosa. Tenemos una relación en la que no hemos hablado de las cosas en ningún momento. Las hacemos y ya está. Nos ponemos en el lado correcto, sabemos lo que bebe el otro, lo que come. El otro día por ejemplo, dijo Gerardo que iba a prepararnos unos caracoles. Le dije que no, que a Cape no le gustan nada.

– Es más, es capaz de vomitar si los ve – le dije muy seguro de lo que decía.

Nunca ha surgido el tema en estas semanas desde que nos encontramos en el río. Luego Gerardo se lo volvió a decir a Cape, porque no se creía que conociéndonos desde poco más de un mes, yo supiera esas cosas; y le confirmó lo que yo le había dicho. El pobre Gerardo quería a toda costa prepararnos los caracoles. Al final los hizo para el bar, y a nosotros nos preparó unos pimientos rellenos de bacalao, con una salsa que Cape volvió a acabar con las existencias de pan. Y el tío no engorda ni un gramo. No se de que me extraño, a mi me pasa lo mismo. Debe ser que lo cagamos, como bromeamos alguna vez.

A veces siento como que hay una especie de mundo paralelo en el que todas estas cosas las negociamos. Hablamos, y llegamos a un acuerdo. Y luego, las resoluciones en este mundo real, están de acuerdo con esa conformidad sin que recordemos en ningún momento de la etapa de la negociación.

Estos dos días que nos han dejado tranquilos, la vida ha sido bucólica, la verdad. Caminando por el pueblo, yendo a comprar un dulce a la panadería de Araceli. Comprando algo de leche y algunas cervezas y la botella de ginebra, y algunas tónicas, importante estos últimos productos, a la tienda de Emilio. Vale, y pomelos. Para la ginebra, le dijimos en broma. Paseamos por los campos. La gente nos saludaba al pasar. Era bonito. Nos fuimos aprendiendo algunos nombres que no conocíamos. Gerardo luego en el bar nos iba contando. Así la siguiente vez que nos cruzábamos con ellos, ya podíamos decir su nombre: “Buenos días Domingo”. “Buenas tardes Ubaldo”. “¿Se te ha dado bien la pesca Antonio?”. “Trini, pero que nieta tienes”. “¿Qué tal Abilio?” En el pueblo los nietos siguen siendo de las abuelas. Salvo en el caso de Fernando, un jubilado de la banca que se fue a vivir con la mujer en cuanto se retiraron. Ella se dedica a un club de lectura que ha fundado en el pueblo, y él cuida a los nietos. Me da a mí que los padres de esos niños tienen otras prioridades que pasar tiempo con ellos.

Gerardo y Alberto se han convertido en nuestros proveedores oficiales de comida. Hemos comido y cenado con ellos todos los días. El primero de los días se unió Javier Marcos y su compañero Kevin Kosquera. La verdad es que fue una velada muy entretenida. Alberto y Kevin congeniaron enseguida. Y fue un toma y daca. Hubo un momento en que pensé que esos dos acabarían juntos. Me dolió un poco, porque a Alberto le había cogido algo de cariño. Aunque me consolé pensando que esos dos daban la sensación de conocerse de antes. Cape lo debió notar porque me miró y meneó la cabeza como diciendo: “Si es que lo quieres todo”. No, en realidad no necesito a nadie más que a Cape, lo sé. Y en algún momento he dicho que me tiene cogido de los huevos. No es exacto: me tiene cogido el alma. Es más. Nuestra noche de sexo fue magnífica. Pero los dos sabemos que no es lo nuestro. No.

En realidad sí necesito a alguien más: a Jorge Ríos, el escritor. Es un gran amigo. Es un gran apoyo. Es… Jorge es muchas cosas, pero ese es otro tema. Pasé mucho rato hablando con él. Me llamó al día siguiente del asalto, por la mañana pronto. No sabía nada. Jorge vive apartado del ruido televisivo y de las noticias. Le conté. Y me escuchó. Durante una hora larga. Me propuso que si quería, se acercaba al pueblo. Sabía que no le gustaría ese follón, así que le dije que no. Aceptó mi decisión, pero lo cambió por llamadas cada pocas horas. Para consultarme cosas, dudas, para contarme que había visto a un amigo común, o que había ido a tomar café a un bar donde solemos ir y los camareros le habían preguntado por mí. Todo eran excusas para estudiar como estaba yo.

Podré tener sexo con cientos de personas, cosa que deberemos seguir haciendo Cape y yo al menos hasta que todo se aclare, por ver de no llamar la atención. Aunque el caso de Rosa María, me ha dado que pensar. No me puedo fiar de nadie. Ninguno de los dos. Cualquiera que se acerque ahora o que haya estado a nuestro lado antes puede ser un traidor. Ahora que parece que se ha liberado la bestia, sea lo que sea, sea quien sea, a lo mejor no es prudente ir prodigando parejas sexuales desconocidas ni conocidas. Debemos cuestionar todo lo que hacíamos, todas las personas que tratábamos, todas nuestras relaciones sociales o sexuales.

Empezando por el abogado.

Le contamos al Inspector Marcos. Nos escuchó atentamente pero nos dijo que mejor de momento, no hiciéramos ningún movimiento respecto a él.

Mañana nos iremos a la capital. Al final estaremos en casa de Cape. Pensamos que a lo mejor era más prudente que yo me fuera al hotel, o a casa de Jorge, que es lo que he hecho en mis visitas anteriores. Pero el caso es que los que debían saberlo, lo saben. Los que vigilaban para que no nos juntáramos, para que no hurgáramos en el pasado, saben que lo hemos hecho. Que el resto del mundo piense que somos pareja, nos la trae al pairo. Eso pasaría de todas formas cuando todo esto acabe. Porque yo tengo claro que Cape va a ser mi pareja. Y sé que él quiere lo mismo. Se lo leí en los ojos en el sofá de la casa rural al volver de cenar en el bar de Gerardo la noche de autos. No, miento: lo supe unas horas antes, cuando me dio esa torta de desesperación que me estuvo guardando desde que me vio ir detrás de Carmen andando sigilosamente, encorvado, y empuñando el arma de Yeray, en busca de la persona que nos quería asesinar. Y el beso de después, el mejor beso de mi vida. Y lo es porque nunca había sentido tanto amor en uno. Y he descubierto que sentirse amado es lo mejor del universo.

Y ese viaje, será el estreno de Alberto como nuestro asistente. Jose Arnáiz lo ha arreglado todo a una velocidad de vértigo. Y nos ha conseguido un monovolumen no muy aparatoso, formal y con prestaciones. Y con todas las medidas de protección posibles. Creo que hasta está blindado.

Quién me iba a decir a mí… el día que decidí parar de trabajar, que esa decisión me iba a hacer volver al pasado. Porque sin esa decisión, no hubiera acabado en el pueblo, no hubiera ido a nadar esa mañana del mes de mayo y no me hubiera encontrado a un tipo desnudo, con la cabeza perdida en sus cosas, al que saludé y sin saber muy bien por qué, invité a nadar. Podía haberme dado la vuelta, como he hecho cientos de veces cuando me he encontrado con turistas o con gente del pueblo. Pero ese día algo me retuvo. Y estuve observándolo durante largo tiempo. Porque me di cuenta de que ese hombre que no me sonaba de nada, me daba paz.

Y aquí estamos ahora. Vigilados por la policía, a distancia pero vigilados. Intentando despejar incógnitas en nuestro pasado. Y esquivando balas asesinas.

Y lo malo, es que las ya disparadas, no fueron ni serán las últimas.


Daniel el empresario: 7.

Nos costó irnos.

Apenas dormimos esa última noche en el pueblo. La vorágine de las vidas que nos habíamos creado nos esperaba en Madrid. Y no nos apetecía. Aunque en realidad yo creo que lo que no queríamos es afrontar los descubrimientos que debíamos hacer.

Dani con la presentación de su nueva película, la última que le quedaba por estrenar. Todos comentaban que iba a ser un bombazo. Fue rodada en inglés, con actores internacionales. Desde hacía semanas las webs y los programas que de alguna forma se dedicaban al cotilleo o al cine, hablaban de ella. De los problemas de Dani con la actriz francesa, o de los folleteos que se comentaban entre Dani y el actor inglés rubito y buenorro. Sus peleas con el director, una vaca sagrada del séptimo arte, de los despidos que pidió Dani de los electricistas, porque no le iluminaban bien, de la maquilladora, porque no quiso aceptar de buen grado sus galanteos, la pelea a puñetazos que tuvo con un actor de reparto por el amor de una mujer.

También comentaban que su interpretación rozaba la perfección. Que sin duda era un firme candidato a todos los premios creados y por crear. Los Óscar, los Bafta, los César. Los Globos de oro, los de la crítica, los de los sindicatos de actores.

-Es inaguantable, pero no cabe duda de que es el mejor actor de generaciones. – repetían en esos programas y en las críticas de la película.

Algunos de sus compañeros llevaban días haciendo entrevistas para todos los medios nacionales e internacionales. Todos negaban esos problemas de Carmelo del Río, de sus peleas. Mackay dijo que no se había liado con Dani. Que eso era mentira. Casi insinuó que no era gay, pero se contuvo a tiempo, porque al día siguiente salió un antiguo amante hablando por los codos. Y tenía incluso la petición de boda que hicieron en un juzgado de Londres. A partir de ahí, la historia cambió. Dani pasó a ser el culpable de la ruptura del matrimonio de Mackay con un electricista que precisamente trabajaba en la película. Ahí tenemos dramón. Catherine, la gran actriz francesa, negó sin mucha convicción que se llevara mal con Dani. Y el director Mullan, dijo que su relación con la estrella española había sido casi entrañable. Fue tan vehemente que una comentarista de un programa de cotilleo, llegó a decir que a lo mejor la historia sexual había sido con el director, no con el actor.

Mientras tanto, el equipo de publicidad de la productora, haciendo números de la publicidad que se estaban ahorrando con todo el mundo hablando gratis de la película.

Después del estreno en Madrid, habría uno en Londres. Allí Mackay sería la estrella. En Madrid, Carmelo del Río era el protagonista. Los medios decían que Carmelo del Río no iría a Londres ni al estreno de París. Aunque se lo habían pedido, se había negado. Las malas lenguas decían que eso era así porque allí no sería la estrella. Se olvidaban de que Carmelo en Francia era una estrella absoluta, al nivel de Catherine o de la Cotillard. Algunos lo comparaban con Alain Delon. Tenía más ofertas francesas que de España. Sobre todo porque era más fácil que el cine francés pudiera pagar su enorme caché. Y en Inglaterra, tampoco le faltaban los proyectos. Nadie lo sabía, pero ya había firmado uno, una mini-serie para una plataforma. Y allí todos se pegaban por participar en ese rodaje. Todos los actores querían trabajar con él. Sabían lo que había que ganar.

El viaje fue tranquilo. Y muy rápido. Alberto conducía a gran velocidad. Y por supuesto nuestros escoltas también. En mi casa nos esperaban más policías. Allí era claro que nos dividiríamos. Él tenía que ir a la rueda de prensa por la tarde y al primer turno de las entrevistas personalizadas para cada medio que lo había solicitado. Tenía del orden de 60 entrevistas en tres días. De 8 minutos cada una. Con dos para cambiar de set. Por muy mala fama que tenía de fullero, los periodistas también le querían. Porque nunca aparentaba estar hasta el moño de contestar las mismas preguntas. Y porque se acordaba de casi todos. Los saludaba con efusividad, recordaba alguna anécdota de la última entrevista. Si no los conocía, se interesaba por el programa y por su carrera. Hasta los que intentaban sacarle de quicio, nunca lo conseguían. Siempre sonreía y si su respuesta no parecía contentar al periodista, se encogía de hombros.

-No te voy a dar otra respuesta, lo siento si te he decepcionado – les decía abriendo los brazos a modo de disculpa.

Le gustó la casa a Dani. Es una casa acogedora, amplia, sin demasiados muebles, pero con muchos libros. Muchos. Y mucho cine en DVD.

En el dormitorio, un enorme ropero lleno de ropa de todos tipos. En el vestidor, preparados para las entrevistas, estaba la ropa que le habían elegido en su agencia para llevar cada día. Aunque en cuanto la vio, supo que no se la iba a poner. En cambio, buscó entre mi ropa y fue eligiendo su vestimenta para la tarde.

-¿Me la dejas?

Era una americana muy ligera, de color Camel. Cogió una corbata roja y una camisa de lino negra. Pantalones vaquero rotos en la rodilla y a la altura de la ingle.

-¿Me haces el nudo?

Yo encantado, aunque era solo un ardid para estar cerca y hacerme sentir importante. No me necesitaba porque sabía de sobra hacerse el nudo de la corbata. Incluso sin pensarlo, si alguien me hubiera preguntado, le hubiera dicho sin vacilar que yo le enseñé a hacérselo. Que antes de enseñarle, usaba de las que vienen hechas y que se atan con gomas. Me acerqué a él sin dejar de mirarlo a los ojos. Le di un beso en los labios cuando llegué a su altura. Rodeé su cuello con la corbata. Levanté el cuello de la camisa y se la ajusté. Le hice un nudo ligero, sin muchas florituras, y se lo dejé sin ajustar.

-Te queda mejor así.

Le desabroché otro botón de la camisa.

-¿Me dejas darte un poco de color a los labios?

Me acerqué sin esperar respuesta al baño y cogí un lápiz de labios. Él se acercó al espejo y me puse a pasarle el pincel por los labios.

-Así está mejor.

-Mi maquilladora me va a echar la bronca.

-¿Por?

-Nunca le dejo pintarme los labios.

-El resto de los días no sé. Hoy te queda muy bien con tu piel morena, y la camisa negra y esa corbata bermellón.

-Si a ti te gusta, nada que decir.

-Ponte esas converse negras. Me gustan más.

-Hoy voy vestido de ti.

-Y yo lo voy de ti.

Era cierto. Igual que yo no me llevé equipaje, él no se había cogido nada de ropa. Ni se le pasó por la cabeza ir a casa a coger algo. Incluso Javier nos había llamado para decirnos que si necesitábamos algo, que no habría problema.

-Los ordenadores y poco más – le dijimos.

Sus técnicos estaban revisando palmo a palmo la casa, el jardín, el taller de pintura, la casa vecina quemada y por supuesto, la casa de Rosa María. De momento no habían comentado nada. Pero Javier nos había pedido que le guardáramos la hora de la cena de dos días más adelante. Había reservado en “El Pimiento Verde” de Princesa para 6 personas.

-Me vais a perdonar pero he tenido que invitar a Ghillermo, mi marido. Si no le presento a Carmelo del Río, me deja de hablar. Es su ídolo. Es fan, fan.

-Espero que no quiera ver al Carmelo broncas – le amenazó Dani.

-No se cree nada de todo eso. Siempre dice que todo es publicidad.

-Que majo. Si quieres le contamos – piqué a Dani.

-Si quieres te corto la cabeza y la cuelgo del primer árbol.

-Buena prueba de su carácter.

Javier colgó y nosotros aprovechamos para irnos.

Alberto sería el asistente de Dani. A mí me venía a buscar Jose. Cada uno llevábamos un coche de escolta y medidas de contravigilancia en todo el camino. Javier no quería arriesgarse.

Tenía un par de reuniones en la empresa. Emile necesitaba mi concurso con un par de empresarios canadienses. Y luego iríamos a tomar una cerveza, con Juan e Ibai. Me caía bien, aunque nunca se lo había demostrado. Incluso estuve valorando ofrecer a Ibai que se fuera a una de las empresas que quería crear. Pero era demasiado pronto. Y me pasaría a saludar a mis hermanos. Me decían que estaban cumpliendo. Y que parecía que ponían interés y que no eran tontos. Me extrañó un poco, pero ya habría tiempo de comprobarlo.

Las reuniones me parecieron intrascendentes. No sé que pretendía Emile con mi presencia. La noté distante. Empecé a pensar que me había equivocado con su nombramiento. Le pasé los datos a Jose para que se encargara de investigar a esos canadienses que me parecieron empresarios de pacotilla. Y canadienses poco francófonos. Ni papa de francés. Con un cierto acento de Óxford, Inglaterra.

-Y de paso, investiga a Emile. Y a Juan e Ibai. Y poco a poco al resto del personal de la planta noble.

La cerveza la canceló ella. Tenía dolor de cabeza.

-¿Mañana?

La dije que sí, como podía haberle dicho que me casaba al día siguiente con el Papa.

Así que me fui a ver a mis hermanos.

Me recibieron como si me quisieran mucho. Se levantaron, me abrazaron y me dieron dos besos. Yo correspondí, aunque esperaba el gruñido de siempre a modo de saludo. Y tanta efusividad me desconcertó. Cuando Joaquín me abrazó, me susurró al oído:

“Te están engañando, hermano.”

Nos fuimos de allí. Les llevé al bar de Mara, una amiga brasileña muy guapa y que tiene una maña increíble con los cócteles. Nos sentamos en una mesa y les pedí sus móviles. Hicieron un amago de queja, pero les hice callar con un gesto. Nacho, el ayudante de Jose, apareció como por ensalmo para llevárselos.

-El de arriba es el de Pablo.

-Ok. Veinte minutos.

-Os escucho. – les dije a mis hermanos.

Y escuché.


Carmelo del Rio, la estrella: 6.

Fue complicado salir del coche. No esperaba encontrarme ese gentío tan enorme a la llegada al hotel dónde se hacía la presentación de la película. Se notaba que el servicio de seguridad contratado para el evento se había quedado corto. Parecía que acababan de llegar las unidades de intervención de la policía, que se estaban desplegando y conteniendo a duras penas a la multitud. Algunos intentaban quitar las vallas que había puesto la Organización. Y la policía que empezaba a sustituir a los de seguridad, intentaba que no fuera así.

El camino desde el coche a la puerta del hotel era estrecho. Demasiado estrecho para mi gusto. Sería un continuo agitar de brazos y manos tocándome cualquier parte del cuerpo a su alcance. Y por la estrechez del camino, eso iba a ser fuente hasta de cardenales en mi cuerpo. No era la primera vez.

Alberto se asustó al ver esa maraña. Miraba con la boca abierta por el parabrisas.

-¿Como lo vamos a hacer? Si quieres seguimos y no paramos.

-No lo sé, pero lo de irse no está entre las opciones. Ahí está el de la productora. A ver que nos dice.

Me bajé. La gente se puso a gritar mi nombre como si no hubiera un mañana. No estaba tranquilo, aquello no me daba la impresión de estar controlado. Se acercaron mis guardaespaldas. Irene la jefa del turno también se acercó.

-¿Y esto?

Yo levanté las cejas a modo de respuesta y miré a Pepe, el encargado de organizar el evento.

-No estaba anunciado. El tema de la gente era para pasado mañana, en los cines Callao. No sé que ha pasado. Solo estaba convocada la prensa.

La gente gritaba y no podíamos oír nada a Pepe. Vi que por un lado la policía apenas controlaba a la muchedumbre. Me acerqué al sitio que me pareció más vulnerable, saludando. Les hice gestos con mucha parsimonia para que se echaran hacia atrás. Uno de los de intervención me entendió y dio la orden a algunos compañeros suyos para que fuera por detrás y fueran desde allí retirando a los que empujaban.

Yo les fui calmando poco a poco. Los de atrás parecía que habían bajado el ímpetu de sus acometidas y ya no empujaban tanto. Irene se acercó y me dijo al oído que era muy difícil mantenerme seguro y entero.

-No puedo irme – la dije. – Si me voy se puede armar gorda.

-Te pueden pegar un tiro. No podemos garantizar tu seguridad

-Y si me voy, puede haber una avalancha y morir mas gente. Haremos lo que podamos. Siento que te haya tocado este marrón no previsto.

Con parsimonia, para que todos vieran que no tenía prisa, que me iba a sacar un ciento de fotos con todos, firmar pechos desnudos, espaldas de buenos mozos, incluso ese día no, pero recuerdo en una presentación en Oslo, una fan me esperaba para que le firmara el culo. Firmé carteles, DVD, camisetas con mi nombre o con mi imagen o de la película. Di besos, abrazos. Poco a poco fui avanzando. Irene y sus compañeros me rodeaban mirando a todos los que teníamos enfrente. Al poco se unieron otros policías para ayudar al equipo de Irene. Ella me miraba por primera vez con algo parecido al respeto. Cuando llegó al pueblo para encargarse de nuestra seguridad, no pudo evitar un pequeño gesto de desprecio hacia mí. A Cape fue indiferencia. Cuando le contaron mi actuación con Carmen, no cambió mucho el gesto. Pensó como otros que estuvieron luego allí que me había creído el papel de policía de mi última película. Hubiera sido el de hacía 5 años, que eran los que llevaba sin hacer de policía. 5 años es mucho para seguir pensando que eres ese policía heroico. A lo mejor es por ese policía corrupto que hice antes. Algunos no me lo perdonaron. Muchas asociaciones de policías se quejaron amargamente. Algunos siguen confundiendo ficción con realidad y otros, piensan que si haces a un policía corrupto estas llamando a la policía corrupta. Estoy haciendo de una persona que es mala y que mira por donde, es policía. Estas cosas siempre ocurren. Una ínfima parte parece que algunos la transmutan en un todo universal.

Pepe vino a apremiarme. Le dije que tardaría lo que fuera necesario. No podía dejar a esa gente así, y más con el problema de orden público que podía surgir.

-No habéis tenido cintura para controlar esto. Pide disculpas a la prensa. Y luego estaré con ellos el tiempo que haga falta. No canceles nada ¿me entiendes? Nada. Aunque acabemos a las 5 de la mañana.

-Te recuerdo que luego has quedado con el Sr. Gutiérrez en el VIPS de la plaza de los Cubos. A las once.

-Cambio de planes. Va a venir en un rato. Viene con sus hermanos que me quieren conocer. No pongas esa cara Irene. Te tienes que acostumbrar a estos cambios de planes. A lo mejor acabamos en el VIPS igualmente. Unas cosas se alarga y otras misteriosamente se acortan. Incluso algunas desparecen del planning.

La cosa parecía que se tranquilizaba un poco. Me fui al otro lado de la calle. Allí el gentío era menor, pero aún así había mucha gente. Paseé la mirada por la muchedumbre. Conectaba un segundo con la mirada de muchos de los que allí estaban. Esos se irían a casa con la idea de que les había mirado a los ojos, incluso que me habían gustado o que les había saludado a ellos directamente. En realidad a pocos recordaría un minuto después, aunque alguna cara siempre se me quedaba por alguna causa. Porque me recordaban a alguien, porque me parecieron especialmente atractivos o al revés, tremendamente feos.

Eso me pasó con un hombre. Me llamó la atención. No se decir por qué. No parecía entusiasmado de verme, pero estaba allí, firme, mirándome fijamente. Paré mi recorrido visual unos segundos en él. Irene se dio cuenta y miró en la misma dirección que yo. No sé como, pero ella lo supo. Al contrario que yo, no retuvo la mirada en él pero inmediatamente se giró hacia el otro lado para que no le pudiera leer los labios y habló con el equipo de apoyo. En poco más de un par de minutos, a ese hombre lo rodeaban cuatro policías de la unidad de Intervención, unos armarios de casi dos metros. El hombre los miró desafiante y luego me volvió a mirar. Escupió en el suelo. Ese escupitajo iba dirigido a mi cara.

Todo siguió como si nada. Los fans no se dieron cuenta de nada, o si lo hicieron, no les importó. No me pareció una forma discreta de sacarle, pero a lo mejor no había otra posibilidad. Me apunté mentalmente comentárselo a Irene en cuanto pudiera, cosa que sucedió en cuanto nos apartamos de la muchedumbre y nos protegimos detrás de un par de furgonetas de la policía. No se lo tomó muy bien. Empezó a desvariar un montón hasta que la corté radicalmente.

-Mira, no sé por qué te doy asco, pero me da igual. Desde que has llegado pareces más enemigo nuestro que otra cosa. No me toques los cojones, no estoy para muchas bromas. Si te parece natural mandar a cuatro hombres con uniforme, de dos metros por dos, en medio de un gentío, no hay más de decir. Yo te indico que no me ha parecido lo más discreto. Y que mañana ese hombre estará en todos los programas de cotilleo. A ese hombre le conoce toda España.

-No tienes ni puta idea de mi trabajo. Así que será mejor que te calles.

-Me callaré cuando me de la puta gana. No soy un mindungui al que puedas dar patadas en los cojones cuando se te ponga en gana. Si te crees una super-woman, baja de la nube antes de que te des en los morros. Si querías salir mañana en las noticias y en el Sálvame, ya lo has conseguido. Tómate la tarde libre y ves el programa. Verás a especialistas en seguridad, psicólogos y hasta lectores de labios interpretando todo lo que ha sucedido aquí. A lo mejor hasta abres el programa, Irene la lista.

-Lo mejor hubiera sido que no hubieras salido, ya te lo dije.

-Si no puedo afrontar mis compromisos sociales y profesionales, no vale de nada que me protejas. Si me tengo que quedar en un búnker, no te necesito ni a ti ni a nadie. Y si no te crees capacitada para hacer este trabajo, pide el relevo.

-Eso no se lo dices a un hombre.

-No te tenía por una imbécil, Irene. Esa línea de defensa te valdrá con otros, conmigo no.

Aunque Irene parecía con ganas de seguir con al discusión, le hice un gesto de desprecio al menos tan agrio como me dedicó ella desde el momento en que llegó a Concejo para encargarse de nuestra protección. Me encaminé hacia el hotel por ese caminito tan estrecho y lleno de manos. Sonreí de nuevo, porque era mi trabajo. Porque esos eventos, ese contacto con la gente que me sigue y me quiere y en el fondo, me da de comer, es parte de la profesión de actuar. Ni me gusta ni me disgusta. A veces es agobiante, pero no puedo decir: no, yo no voy a esas cosas, yo solo actúo. El hecho de rodar una película, aunque lo hagas muy bien, no vale de nada si luego no la promocionas adecuadamente. Si no intentas venderla en la medida de tus posibilidades. Eso es lo que tocaba ese día.

Toqué manos, me dieron palmadas en la espalda, me dieron besos jugándose el tipo haciendo equilibrio sobre las vallas, y de repente, vi una mano que llevaba algo. Fue solo un segundo. En realidad ver, no vi nada. Fue un reflejo, algo que no llegué a procesar mentalmente pero que me llamó la atención. No me lo pensé. Hice un movimiento con el brazo para parar un posible golpe y giré la muñeca para cogerle la suya. Llevaba un cúter con la hoja sacada todo lo posible. Uno de los policías de paisano que estaba entre el público saltó rápidamente hasta su lado, sustituyendo mi mano conteniendo la del agresor con presteza. Una de mis guardaespaldas hizo un movimiento disimulado para interponerse entre ese hombre y yo, mientras yo seguía como si nada, apretando manos y recibiendo palmadas y algún que otro pellizco. Sus compañeros me rodearon como si el tiempo apremiara y tuvieran que obligarme a entrar en el recinto. Me giré para saludar a la gente y dar los últimos apretones de manos. Una de esas manos me dejó un papel entre mis dedos. Estuve a punto de dejarlo caer al suelo, pero al final me lo metí en el bolsillo de la americana.

Eran demasiadas cosas para una recepción a una presentación de mi película. Demasiados intentos de agredirme o de hacerse notar.

Había que ponerse serio con el tema.

De todas formas, todos esos peligros que cada vez eran más evidentes que nos acechaban, no podían impedirnos hacer nuestra vida normal. Al menos en un 80 %. Si no, en mi criterio, habríamos perdido la guerra. No nos podíamos permitir que nos encerraran en un búnker, como le había dicho a Irene en nuestra discusión.

Tenía razón en lo que le dije. Al día siguiente, ese hombre era portada de los periódicos sensacionalistas. Aunque me equivoqué en algo: a los diez minutos, las web que se dedican a las noticias cortas y engañosas, ya habían publicado decenas de titulares del tipo: “Carmelo de Río asesinado a las puertas de un Hotel”. “Asesino” y la foto del detenido.

Irene no se podía quejar, también salía en las noticias como la super-woman. La disfrazaban con la capa y el traje marcando formas. La sacaban unos buenos pechos. Apuesto a que debe estar contentísima del espectáculo que había dado. Apuesto a que se está comiendo los mocos por tener que dar la razón a ese al que desprecia con toda su alma.

Se lo comenté a Cape cuando lo vi dentro del Hotel. Me esperaba allí con sus hermanos. Al verlo y después de darle un beso en los labios hice uno de mis gestos típicos: levanté las manos como si levantara a una chica en volandas e hice una exclamación estilo “Jie Jie Jum”.

Cape se quedó callado mirándome con los ojos muy abiertos. Y al lado suyo, uno de sus hermanos que para mí eran completamente desconocidos, con cara de estar perdido en un bosque encantado, dijo mirándome fijamente:

-Peque

Y no sé por qué, eso nos dejó a los tres paralizados.


Daniel “Cape” 8

Menos mal que llegó una tal Trini a rescatarnos del embobamiento que esa palabra “Peque” produjo en los tres. Mi hermano Juan nos miraba como si fuéramos extraterrestres. Y algo así parecíamos de verdad, porque nos quedamos los tres boquiabiertos.

Yo al menos no sabía por qué me había llamado la atención que Joaquín llamara Peque a Dani. Pero había pasado. Joaquín se quedó como conmocionado. Lo miraba fijamente como si no lo conociera. O al revés, como si lo conociera pero luchara por recordar.

No me podía imaginar que en esta historia participara Joaquín. Urgía una conversación con mi padre.

Como decía Trini llegó con su tablet en ristre dispuesta a organizar la rueda de prensa.

-Recordad por favor no llamarle Dani. Carmelo o Milo que es como lo llaman los más cercanos en el mundillo.

-¿Y tú como lo llamas, Trini?

-Me llama Milo. No seas picajoso, Cape.

A lo mejor me molestó ese beso que le dio en los labios nada más encontrarse frente a él. Pero enseguida pude ver que Dani repartía besos con mucha facilidad.

Me empezaba a preocupar esa creciente sensación de ser un celoso patológico. ¿Eran celos? Nunca había sido celoso. O a lo mejor era un sentimiento protector hacia él. Tendré que pensar en ello con tranquilidad.

Dani me había contado en pocas palabras todo lo que había sucedido. Irene retomó el control de su seguridad. Me di cuenta que el numero de guardaespaldas que nos rodeaba se había duplicado desde nuestra entrada en el hotel.

Le pregunté a Darío que dirigía el equipo que me seguía a mí.

-Javier Marcos ha dado la orden – me explicó sucinto – hasta que evaluemos la situación. Dos intentos de agresión en poco más de diez minutos es grave.

-Estos parecen resentidos.

-O fanáticos descontrolados.

-¿Por qué nos desprecia tu compañera?

-Es buena policía – dijo muy seco.

Parecía claro que nuestro equipo de vigilancia no se encontraban entre nuestros fans.

En ese momento me sentía agotado. Entre lo sucedido a la entrada del hotel, las noticias que empezaban a pulular por las redes, los vídeos de las agresiones o intentos más bien, y lo que sabía que saldría al día siguiente, el ruido mediático que se iba a producir, o lo que había hablado con mis hermanos, me habían dejado un poco aturdido. Tenía una sensación de fracaso que no podía atribuir a nada en concreto, pero que tampoco podía eliminar de mi ánimo. Estaba claro que todo lo que creía controlar, no era así. Que ese último año todo se me había ido de las manos. Supe que no luchar por convencer a mi padre que siguiera al mando al cumplir mi mayoría de edad, fue un error. Mientras tuve a su gente y el seguía en la sombra, todo fue bien. Parece que cuando quité a esas personas de la dirección, todo tomó otro derrotero. Y mi búsqueda sin sentido durante un año, recorriendo carreteras compulsivamente. Mi ausencia casi total de la empresa.

De todas formas lo que más me dolía era mis errores al evaluar a la gente. Siempre me precié de ser bueno en eso. Ahora mismo, mi nueva CEO me parecía alguien desconocido. Mi ex-socio, me parece un aprovechado que me engañó como a un chico pequeño. Y el dinero que le pagué por su parte de la empresa, me parece el regalo más absurdo que he hecho a nadie.

Y lo peor es que ya me había escrito para hablar. Hablar con Ítalo, era hablar de que necesitaba mi apoyo para una aventura nueva. Decir “mi apoyo”, era hablar de mi dinero.

Si mis hermanos tenían razón, mi empresa no valía nada ahora mismo.

-La han desmantelado, hermano – me dijo Juan.

-La mayor parte de sus instalaciones están vacías. Se encienden las luces, se enciende la calefacción. Para nada.

-Nadie las usa – acotó Juan.

-Hay un proceso de teletrabajo en marcha. Se habrá acelerado – dije buscando una explicación que alejara la realidad que me estaban pintando y que me dejaba como el tonto más tonto en el mundo de los negocios.

-Ha habido un trasvase de trabajadores. Ha habido despidos. Se han vendido algunas líneas de negocios.

-¿Y yo he firmado todo eso?

-No. Lo han hecho de forma que no superara el límite para necesitar la aprobación del Consejo ni del CEO hasta que dimitiste. Así no te tenías por qué enterar. Por cierto, hoy han comunicado a la empresa de seguridad que ya no cuentan con sus servicios a partir de finales de mes. Esta noche tenía José Arnáiz una reunión con Emile.

-¿Y cómo lo sabéis? Si solo lleváis unos días.

-Porque Juan es un genio. El pavo que nos recibió nos dijo que era una mierda que tú, nuestro hermano, nos obligara a trabajar en su empresa. Que no nos preocupáramos, que ficháramos al entrar y al salir, y que hiciéramos lo que quisiéramos.

-Os he puesto en una zona donde no hay gente. Trabajan todos en casa. Disfrutad.

-Pero yo le dije – Juan habló por primera vez en un rato – que estaba bien, pero que nos preguntarías, así que necesitábamos saber algo de la empresa. Que mejor nos diera unos ordenadores y acceso a la información. Así podríamos disimular.

-No le gustó la idea. Llamó a alguien y al final nos asignó unos ordenadores nuevos que nos trajo una mujer espectacular, de esas rubias, altas, con …

-Vale, vale. Su nombre.

-Valeria Ortiz.

-Sigue.

-Pues esa mujer…

-Sáltate lo de que se te caí la baba con ella.

-Era por… vale. Pues entonces nos conectamos y empezamos a curiosear. Pero nada de lo verdaderamente interesante era accesible para nuestras acreditaciones. Así que salimos de caza.

-Está bien ser los hermanos del jefe, te abren muchas puertas. Aunque muchos estaban aleccionados y apenas nos saludaban y se iban lo más lejos posible los pocos que encontramos. Por eso vimos que casi todo estaba vacío. Al final encontramos en un escritorio una acreditación olvidada. De una tal Jose Conde.

-Anda.

-Ya, ya sé quien es. Te oímos hablar de él cuando murió. Te afectó mucho. Pensamos que tuviste un rollo con él.

-Parece que todo con el que te apenes por su muerte, debe ser un amante o algo así.

-Contigo sí.

Iba a contestarles y a enfadarme con ellos, pero no me dieron tiempo y siguieron hablando.

-Usamos su tarjeta y entramos en el sistema. Él tenía full acceso. Aunque saltó una alarma en el servicio de seguridad y al cabo de 10 minutos se presentó Marga.

-¿Ella misma?

-Sí, porque al usarse el ordenador ese en concreto, se puso en marcha a parte de una alarma, una cámara. Y Marga estaba de guardia…

-Y os reconoció.

-Le contamos. Y miró las instalaciones. Ni ella ni su equipo, salvo alarmas, bajaban a las plantas de la empresa. Si recuerdas tienen las oficinas dos plantas por encima porque…

-Porque cuando se me ocurrió lo de la empresa de seguridad, el piso de encima estaba ocupado y compré parte de dos plantas por encima.

-Es curioso porque las dos plantas por encima, parecen vacías.

-Y las dos por debajo.

-Pero a Marga, cuando nos acompañó a los puestos de trabajo que nos habían dado, le pareció muy raro todo. Porque lo que ella veía no era lo que los datos de acceso de personal y de actividad reflejaban. Miró nuestras acreditaciones y nuestros ordenadores. Metió en el USB un pen con un programa.

-Es un programa test anti intrusión. Es lo más sofisticado, porque además de descubrir todo lo que pueda monitorizar el aparato, no deja rastro. Así que el que ha instalado ese software, no se entera de que lo han descubierto.

El caso es que nos sacó otras acreditaciones totales. E indetectables. Lo que pasa es que debíamos seguir utilizando los ordenadores que nos había dado la empresa. Mirar cosas…

-… y sobre todo, jugar mucho al Candy Crash, para seguir con la fama de ociosos y desencantados de la vida que nos habías creado entre tus allegados.

-No es a lo que juega éste, ya lo sabes – Juan era un gamer que podía haber sido profesional si hubiera querido. Propuestas no le faltaron. Pero no se decidió. Y yo pasé por alto la pulla que me lanzaron, entre otras cosas porque no podía rebatirla.

-Instalé unos programitas que hacían partidas muy interesantes a algunos juegos de los que nos gustan, porque pensamos que si esa gente se tomaba molestias para tenernos entretenidos y hacerse amigos nuestro, nos habría investigado.

-Tuvimos que tener cuidado también porque la gente esa había instalado cámaras a parte de las de Marga. Y estábamos en un sitio en que veían hasta si nos rascábamos un huevo.

-Esto es paranoico – se me escapó de repente.

-No estás preparado para la vida de espías, querido hermano, parece mentira. – Joaquín parecía disfrutar de verme superado.

-Estudiamos la situación y buscamos soluciones – siguió Juan – Es muy técnico, ya te lo explicaremos en otro momento.

-El caso es que fuimos descubriendo cosas.

-Como tu querida amiga Emile había empezado a hacer sus operaciones privadas hace unos 3 años. Eran cosas muy pequeñas. Según la ibas ascendiendo a base de polvos descontrolados…

-¡¡Joaquín!! – le grité muy ofendido.

-No lo niegues, hasta hay un par de vídeos que Emile no ha dudado en enseñar a quién dudaba de su ascendiente contigo. Incluso se lo mandó a Adrián hace un par de años. Descubrió algo y con eso le tapó la boca. Posiblemente que empezaba a despedir poco a poco al personal antiguo. Casualmente al que mantenía algún tipo de contacto por más ligero y casual que fuera con papá.

Me estaba poniendo nervioso. Empezaba a tener esa sensación en el cuerpo que tan bien conocía. Ese malestar que solía desembocar en una ola de furia desmedida que pagaba quién estuviera a mi lado. Como mis hermanos, a pesar de todo, me conocía, callaron.

Aquí se planteaba un nuevo frente. Luchar por controlar de nuevo la empresa. No era problema, porque aunque nadie lo sabía, controlaba la mayoría de las acciones.

Aunque otra opción era vender mi parte en la empresa. Había recibido una suculenta oferta hacía unos días. Por alguna causa que ni yo entendí en ese momento, no la rechacé nada más oírla.

Que sepas que tu empresa no vale ni la mitad de lo que cotiza en bolsa. Es un plof. La han descapitalizado poco a poco. Han logrado que la mayor parte del personal eficiente y cualificado, se haya ido de la empresa. Y han vendido algún producto a la competencia, con el compromiso que pudieran seguir usando el nombre de la empresa y tu nombre durante un tiempo.

-Parece que todas sus acciones eran para que tú te dieras un tortazo y perdieras el poder que tienes.

-Y el prestigio y la fama.

-Yo diría que alguien te quiere hacer pagar algo. Que quieren que pierdas todo el poder que tus empresas te dan. Que seas uno cualquiera de la calle.

-¿En quien puedo confiar? – pregunté antes de dejar definitivamente el tema que me estaba haciendo que perdiera los papeles.

-En nadie.

-En Ibai sí. Es un chico de papá. Nadie lo sabe, por eso sigue en su puesto.

-¿Juan?

-No, para nada. Es el brazo ejecutor de Emile. Nadie lo sabe tampoco.

-¿Mi abogado?

-¿Cual de ellos?

Sonreí. Parecía que cuando no escuchaban en las comidas familiares, si lo hacían.

-Juan Carlos.

-Es quien aconseja a Emile. Son amantes, además. Es un hombre turbio. Pero tiene contactos al más alto nivel. Por cierto, ya ha quitado tu foto de su hall. Es indicativo.

-Alucino con vosotros – les dije.

-Somos hijos de papá.

-Y somos tus hermanos. Nos viene de familia.

Luego cambiamos de tema. Tomamos algo tranquilos los tres. Nos reímos con alguna tontería de Juan. Y fue cuando me pidieron encarecidamente conocer a Carmelo del Río. Así que llamé a Dani para decirle que íbamos al hotel.

-Ítalo quiere verme mañana sin falta. “El negocio del siglo y no quiere dejarme fuera”.

-Ya se han quedado con tu empresa. Quieren ver el dinero que tienes a parte. Para desnudarte del todo. Quieren hundirte.

Me sacaron de mi ensimismamiento. Todo se ponía en marcha. El gran Carmelo del Río se disponía a entrar en la sala de prensa.

-Peque – repetí para mi en voz baja.

Dani se dio la vuelta un instante para mirar a Joaquín. Se miraron intensamente de nuevo. Parecía que algo tenía que pasar pero no, no pasó. Faltaba que alguno de ellos dijera algo así como “¿Nos conocemos?” pero ninguno lo dijo. Fue un momento raro nuevamente.

Trini se acercó de nuevo.

-Milo, a escena. Los periodistas están que trinan.

La estrella entró por una puerta lateral. Los flases, los clicks de las cámaras, los gritos de los fotógrafos para llamar la atención de Carmelo, algunos aplausos. Algún silbido.

Carmelo se sentó, ajustó su micrófono y carraspeó.

-Quisiera primero pediros perdón por el retraso. Había que atender a esas personas que esperaban fuera para que no hubiera problemas. Ahora soy todo vuestro.

-Sí, María, cuéntame – dio la palabra a la representante de Movistar+

Y así durante la siguiente hora y media. No había mentido cuando dijo que no había prisa. Hasta que no hubiera preguntas. Se hizo querer por los periodistas, se rió con ellos, si no los conocía les preguntaba por sus trabajos, por sus periódicos o revistas o programas o canales de Instagram o de Youtube. Con los que ya conocía compartía recuerdos, bromas. Con los que no se llevaba bien, les respondía con la misma amabilidad e intensidad que a los demás. Incluso si le hacían preguntas estúpidas o le repetían una pregunta que le acababan de hacer.

Me parecía asombroso que se pudiera acordar de tantos periodistas. De tantas anécdotas. Le pregunté a Trini si le pasaban informes o resúmenes para que se acordara.

-Hacerlos, los hacemos. Pero ya ni siquiera se los entregamos. No sé como lo hace. Lo recuerda todo.

A mitad de rueda de prensa me cansé y les hice una seña a mis hermanos para salir de la sala.

-¿Y eso de Peque? – le pregunté a Joaquín.

Éste parecía un poco ido. Nada parecido a hacía escasamente hora y media cuando me contaban sus descubrimientos en mi empresa, que parecía emocionado de ayudarme, de no ser ese inútil que yo pensaba.

-No sé que me ha pasado. Pero me ha entrado una congoja… me cuesta hasta respirar.

-¿Y tú? – le pregunté a Juan.

-Yo de vuestras movidas, no me preguntes. Yo estaba en otras cosas.

Le fui a preguntar en que otras cosas, pero no me atreví. Parecía que era algo que debía conocer. Pero que no recordaba.

Saqué el móvil y busque el contacto de mi padre.

“Dime mañana a que hora y dónde nos vemos.”

No tardó en responderme.

“En el parque. Al lado del templete. A las 12”


Dani: 7

Fue todo muy raro esa tarde-noche.

Volver a la ciudad, no de visita sino a trabajar. Volver con escolta. Volver con alguien al que no recordaba, y sigo sin recordar, pero que sé que forma parte de mí, siento que es mi otra mitad. Sé como es, lo que le gusta, no hace falta hablarlo ni decirlo. Lo sé. Y él sabe que no me duermo si no me da un beso en el cuello, por detrás. Y cuando acaba de decirme lo que quiere, me da el beso y nos quedamos dormidos. Él sabe que me gusta la nata de cocer la leche para comerla con pan, y sabe que me gustan las Converse. Tiene el zapatero lleno de Converse y él no las usa. Ahora las uso yo. Sabe que me gustan las alubias rojas con chorizo y patata, pero no con morcilla ni otros tropiezos. Que me gusta el arroz con marisco y pescado. Y las patatas con costillas. Pero no me gustan las natillas, aunque sí la crema pastelera, y no me gusta el arroz con leche, pero me chifla la Paulova. No me gusta la sandía, pero me comería kilos y kilos de cerezas de una sentada.

Me gustan las rosas. Y eso no lo sabe nadie. Pero esa noche en la ciudad, después de todo lo que había pasado, no sé como lo hizo, pero cuando llegamos a casa y nos quedamos solos, después de que la gente de seguridad de Cape revisara por si acaso la casa de nuevo, apareció en el salón con dos rosas frescas, una roja y una blanca. Yo estaba sentado en el suelo, apoyado en el sofá, con las piernas recogidas a lo indio y mirando hacia el televisor, que estaba puesto sin sonido. No lo hacía ni caso y eso que estaban dando un resumen de nuestra maravillosa actuación en la presentación, con la súper-heroína mandando a cuatro armarios a detener a ese tío, que pasó a ser el hombre más famoso del país en una sola noche.

-Se parece a uno de esos fachas americanos – me susurró Cape sentándose a mi lado y poniéndome las rosas delante de la nariz. Sonreí, que iba a hacer. Y lo miré. Quise evitar besarlo, pero no pude.

-Hacía años que no me regalaban rosas. Nadie lo hace.

Fue a hacer una broma, me imagino que del tipo de “Y mejor que siga siendo así, porque si no me obligaré a hacerlo matar”. Pero se contuvo y solo sonrió y me volvió a besar.

No me había quitado la americana y al ver las imágenes de mi entrada en el hotel, cuando los guardaespaldas me empujaron hacia dentro, me acordé de esa persona que me hizo llegar ese papel que ni siquiera había leído. Lo saqué y se lo enseñé a Cape.

-Me lo dieron ahí, en ese momento. – y le señalé la televisión que justo repetía por enésima vez mi paseíllo hacia el hotel, rodeado de escoltas.

Cape cogió el papel y lo desdobló.

“El infierno se va a desatar a vuestro alrededor. Habéis despertado a la bestia, tantos años dormida. En el Starbucks de la c/Maldonado, el 12 a las 17,00 h. Llevad gorras del Real Madrid. No harán falta los escoltas.”

-Eso es pasado mañana.

-Dice “llevad”.

-Y sabe lo de los escoltas.

-Eso lo habrá visto él mismo en la presentación. ¿Que tal con las entrevistas personalizadas?

-Bien, se han dado bien. Trini lo organiza de maravilla. Tiene varias habitaciones en las que las teles montan sus pequeños estudios. Voy cambiando de uno a otro. Lo tienen todo preparado, nos saludamos, me siento, y en marcha. Tengo un doble de luz que me precede y ya tienen todo medido: el tiro de cámara y la luz. Son unos diez minutos entre unas cosas y otras. Cuando toca nos despedimos y me voy a la habitación de al lado. Hoy ha salido todo bien. No me ha tocado ningún capullo. Aunque uno sí que me ha preguntado por ese hombre detenido. Le he dicho que no creía que tuviera mucha importancia. Que no le podía decir nada más porque solo sabía lo que había visto.

-Tienes tablas.

-Ya me ha dado tiempo, desde los 7 años.

-Llevas desde los 12 en la cresta de la ola.

-No me puedo quejar. Y dos años retirado.

-Tenías tantas cosas que llevas estrenando desde entonces.

-Ya no queda casi nada.

-O sea que tienes algo.

-Queda otra película. Pero no sé que pasa que atrasan una y otra vez su estreno. Es sobre una trama de tráfico de influencias, de fiestas de gente guay a la que llevan chicos y chicas jóvenes para follarlos, fundamentalmente. Y como luego esas cosas sirven para chantajes y mordidas. Mucho sexo, mucha acción. Es de una temática parecida a la novela de Jorge, “Tirso”.

¿Se basa en ella entonces? – me preguntó Cape.

Me encogí de hombros. Lo había hablado con Jorge alguna vez. Incluso le llevé a ver el montaje final, aunque todavía no se había incorporado la música. Se quedó pensativo. No supo que decir.

-Si quisiera poner una demanda por vulneración de los derechos de mi novela, posiblemente la perdería. Han hecho los suficientes cambios para que parezca algo distinto. Pero… sé que es “Tirso”. Quién haya hecho la adaptación, conoce el tema de primera mano.

Le pedí más explicaciones, pero no me las pudo dar. Me contó que eran sensaciones inexplicables. Entonces no acabé de creerle. Ahora, desde que he encontrado a Cape, entiendo completamente a lo que se refería. Y sé que no me mentía.

-Algún día te compraré los derechos de “Tirso” para hacer una mini-serie. ¿Me los venderás? – le pregunté cuando salimos de la sala de proyección y nos fuimos a uno de nuestros bares preferidos, a uno de esos de los que no nos echaban hasta las mil.

-A ti sería a la única persona que lo haría.

Y sé que es cierto. Sé que Jorge ha tenido numerosas ofertas para vender los derechos de sus novelas para ser llevadas al cine o a la televisión, y que no ha querido saber nada del tema.

-¿Que papel haces? – me preguntó Cape, sacándome de mis recuerdos.

-El de un joven heredero de la fortuna de su padre que se emborracha de poder y mata a uno de esos chicos y a una chica en una fiesta llena de excesos. Sexo, drogas, alcohol.

-Y llega la policía.

-No es policíaca. Es la expresión de ese mundo, de los limpiadores a sueldo de esos hombres y mujeres poderosos que están tan cegados por su éxito que creen que todo es posible y que no tienen castigo, porque en realidad, no hacen nada malo. Y si lo hacen, a todos se les puede comprar, callar o matar.

-Es como los señores feudales y su derecho de pernada y de muerte sobre sus súbditos.

-Actualizado.

-¿Al final tienen castigo?

-No, el mal triunfa. Yo creo que es por eso que no acaban de estrenarla. Me extraña porque todos los actores éramos de primera línea, hasta los que tenían papeles pequeños, son protagonistas en otras películas. Los que hacen de chavales y chavalas objetos de deseo, tienen millones de seguidores en Instagram o en Youtube. Y pagaron muy bien. Es de los trabajos que más he cobrado. Era un papel duro, un cabrón con pintas, pero como papel, es una maravilla. Eso sí, lo odiarán al verlo, y de refilón, me odiarán a mí por interpretarlo.

-Y cuando llegas a casa después de sesiones largas de rodaje ¿No te cuesta quitarte el personaje?

-En eso no soy obsesivo. Además, tengo la suerte de que me lo aprendo todo con leerlo. Y me quedo con las marcas enseguida. No suelo necesitar repetir escenas. Me suele salir a la primera. Así que llego y lo suelto y ya está.

-Pero los demás a veces fallarán.

-Y yo. Pero normalmente cuando se crea un ambiente propicio, y tu compañero sabe que no vas a fallar, él tampoco falla.

-Es lo que hablábamos el otro día.

-Exacto. Si lo dijiste tú.

-Y no sé por qué lo hice.

-Porque me has visto trabajar. Porque me conocías bien. Ya nos acordaremos.

-Empiezo a pensar que sería mejor no hacerlo. A lo mejor podríamos empezar aquí nuestra vida. Sin preguntar como sé que te gusta la Paulova y no el arroz con leche. O que te gustan las rosas, que nadie te ha regalado desde los 16.

-O que tú odias los caracoles. Que te dan arcadas solo de pensar en que tienes que comerlos.

-O que te gusta que te bese en el cuello, por detrás antes de dormirte.

-O que solo usas calcetines negros con los zapatos. Y que no usas zapatos de cordones.

-O que te gusta follar de frente.

-Pero eso es solo contigo. Nunca follo de frente con nadie. Nunca miro a la cara de nadie.

-¿Y los besas?

-Eso sí, pero cierro los ojos.

-Yo pensaba que nunca cerrabas los ojos.

-Contigo.

-Yo tampoco follo con nadie mirándolo a los ojos.

-¿Has follado con más hombres o mujeres?

-Muchas más mujeres. Los hombres han sido anecdóticos.

-Pero has tenido novio.

-Ya lo sé. Es algo curioso. Pero he descubierto que Adrián en algunas cosas se parece a ti. No es algo físico, ni intelectual. No es algo palpable. Es ese aura que a veces te digo. Eso es lo que me atraía de él. No me había dado cuenta hasta ahora.

-Curioso lo de Adrián. A lo mejor deberías presentarnos.

-Es una idea. Creo que además le debo una disculpa por los años que le he hecho perder.

-¿Estás seguro que no jugaba con el enemigo?

-No, no lo estoy. Mira. Lo que han descubierto mis hermanos me ha hundido. Pensaba que era Dios, que tenía un don para conocer a la gente, y resulta que soy un mierda al que han engañado como a un bebé. Y no me han engañado más porque mi padre, en contra de lo que pensaba y lo que él mismo me transmitía, ha seguido controlando de lejos al empresa con su gente. Hasta que la han ido echando.

-Ya pensaremos en ello. Mañana a ver que te dice Papa.

-¿Papa?

Me encogí de hombros, no sé por qué le había llamado así al padre de Cape. Papa. Como el de Roma.

-¿Y tú has follado con mas mujeres o con más hombres? – me preguntó Cape.

-Yo sí he follado con bastantes hombres. Pero más con mujeres.

-¿Ahora quieres follar con mujeres?

-No. Ni con hombres. De hecho hace ya tiempo que mis aventuras son anecdóticas. Alberto en Concejo y poco más. ¿Y tú?

-No. De hecho, no recuerdo ya mi último amante.

– Ya te digo, yo salvo los encuentros ocasionales en el pueblo con Alberto, no he follado en todos estos años de retiro. Alguna vez en las presentaciones y viajes para repetir alguna escena que en el montaje no cuadraba. Pero en el pueblo, mi único amante fue Alberto. Aunque no me puedo retirar del mercado, ni tú tampoco. Daríamos que hablar.

-Yo creo que los que no nos interesaba que lo supieran, lo saben. Da igual que vayamos a Sálvame para que Jorge Javier nos entreviste como a la pareja más escandalosamente guapa del mundo. Que digan lo que quieran. Si están a punto de mandarme a la cola del paro arruinado.

-Así se enteraría todo el mundo de golpe. Jorge Javier contándolo en Sálvame.

Le comenté lo que había sentido entre la gente, cuando apareció ese tipo amenazándome con la mirada y diciéndome claramente con los labios: “vais a morir los dos, traidores. Sois igual que ellos”. No era lo que decían los expertos en leer los labios de los programas de televisión. Solo descifraban lo de “vais a morir traidores”. Pero no “los dos”. Ni mucho menos lo de “Sois igual que ellos”.

-¿Estás seguro que dijo eso?

-Sí.

La noche iba avanzando. Nos acercamos algo de lo que habíamos comprado en un VIPS para llevar. Abrimos una botella de vino, Cape tenía una buena provisión de botellas. Y fue pasando la noche. Dejamos los temas escabrosos y hablamos de cosas tontas. De nuestros mejores amantes, de los peores, nos reímos de algunos. En un momento dado, él se sentó a horcajadas sobre mí y nos abrazamos. Seguíamos vestidos igual que cuando entramos en casa. Solo nos habíamos quitado los zapatos. Y así nos quedamos un buen rato. Hasta que Cape se levantó y tiró de mí. Y dijo:

-Los Danis se van a dormir.

Eso también nos removió algo por dentro. Pero no le hicimos caso. Habíamos decidido tácitamente que lo pasado y olvidado estaba así bien. No lucharíamos por recordar y encontrar una lógica a nuestras sensaciones. Un por qué en el pasado. Nos volveríamos locos. Y para nuestra desgracia, o por suerte, vete tú a saber, teníamos el convencimiento que otros se encargarían de esa labor. Lo importante es que lo tomáramos con calma.

Al final dormimos bien. Tan bien que a la mañana siguiente hubo que correr para cumplir nuestros compromisos. Y aún así, yo llegué tarde, para afianzar mi fama de fullero y poco comprometido. Todos se preguntarían a quién me habría llevado a la cama esa noche. Aunque algunos ya se habían fijado en la presencia del gran empresario Daniel Gutiérrez. Y así lo publicaron en muchos confidenciales.


Daniel Gutiérrez. 9.

Mi padre cambió el lugar de la cita. Pensó que era mejor que fuera en casa.

“Más natural”.

Había buscado un momento en el que no estuvieran ni mi madre ni a mis hermanos. En realidad todos estaban a esa hora en sus trabajos. Tampoco era tan difícil.

Nada más llegar a casa me sorprendió ver un montón de maletas preparadas cerca de la puerta. Me quedé mirando a mi padre.

-Tu madre y yo nos vamos de viaje – afirmó en tono tajante, para zanjar la cuestión. Y yo no insistí. No hacía tanto que había ido a comer con ellos y no habían comentado nada.

-¿Y Juan y Joaquín?

-No es su guerra. Son mayores.

-¿Su guerra? – repetí en tono guerrero.

Me entraron unas ganas casi irrefrenables de decirle un par de cosas. No reconocía a mi padre. De repente era un desconocido. Desde que dejó de llevar oficialmente mis asuntos, se había comportado como un hombre tranquilo. Esa era la mejor definición. Nada de ponerse nervioso. Nada de enfrentamientos. Dejaba pasar la vida por su lado. Se contentaba con dar sus clases, cumplir sus horarios en el Instituto, ayudar a algún chico o chica que le caía bien y en el que veía potencial, y nada más. Salían mi madre y él a pasear, un par de noches a cenar, la reunión familiar de los sábados o domingos. No se metía con mis hermanos y su ociosidad galopante hasta hacía unas semanas. No se inmiscuía en mis asuntos, ni en mi forma de vida alocada y llena de malos modo de cara a la galería y a la privacidad de mi casa y mi empresa. Nunca le había gustado mi chulería y mis malos modos. Pero se había abstenido de echármelo en cara.

Ese día todo era distinto. Estaba tenso. No hacía más que mirar por la ventana.

-Veo que llevas escolta. ¿Es cierto entonces lo que se dice por ahí?

-Depende de lo que hayas escuchado – le contesté enigmático.

-Que os han intentado matar.

-Sí. En Concejo. Y ayer tres veces a Dani.

-Tu madre es una irresponsable. A quién se le ocurre propiciar vuestro reencuentro. Le dije cien mil veces que eso no podía ocurrir nunca. Pero… “el pobre Dani”… “y tú, pobrecito sin tu otra mitad…”

-Mamá no propició nada. Si no hubiera pasado así, Dani hubiera ido a la empresa. Ya sabía quien era. Le dio un toque romántico al reencuentro.

-A lo mejor no. A lo mejor lo hubiera dejado ahí.

-¿No sabes la fama que tiene? No hay quien le pare.

-Claro que lo sé. Sé todo lo que se ha publicado de él. Y muchas más cosas. Era mi responsabilidad. Lo conozco mejor que tú, aunque no te lo creas. Y todo se ha ido a la mierda.

Me senté en el sofá del salón. Le observé como guardaba algunos libros y documentos en una caja de mudanzas.

-No vais a volver – le dije en un momento dado.

-No. Ya sois mayores. Este juego me supera. No controlo las cartas de la partida. Nadie me hace caso. Os creéis poderosos y más listos que los demás. Incluida tu madre.

-Si me cuentas de que juego se trata, podré valorar.

Se paró en seco. Me miró fijamente, como no lo había hecho desde mis dieciséis años. Se acercó a mí y se sentó en el sofá a mi lado.

-Siempre has sido un chulo de mierda. Eras bueno en lo tuyo. Tenías imaginación, empuje. Enseguida empezaste a creer que eras Dios. Que todos debían bailar a tu ritmo. De eso tiene la culpa tu tía Marga. La madre que la parió, que es la mía y que en gloria esté.

-No sé que tiene que ver Tía Marga – le dije un poco molesto. Quería a mi tía con toda mi alma, a pasar de que ya hacía unos años que había fallecido de un ictus.

-Ella te empezó a llevar a esas fiestas. Su acompañante decía. Y tú empezaste a jugar a ser mayor y no tenías ni dieciséis. El gran Daniel Gutiérrez. Todo el mundo haciéndote la ola. Y tú te lo creíste. Tan listo para algunas cosas y tan iluso… no iluso no, tonto del culo para otras. Te lo juro que … – mi padre hizo un gesto con las manos como de estrangularme. Estaba claro que en aquel momento eso es lo que hubiera gustado hacerme.

-Pues haberme guiado.

-Pero ¿Te escuchas Cape? ¿Te escuchas? ¿También se te ha olvidado tu carácter de entonces? ¿Tu chulería? Aquí estoy yo, millonario a los quince. ¿Quieres follar conmigo titi? Así, sí, llamabas a tus conquistas, siendo hombres o mujeres. ¿Y que mejor sitio para dar rienda suelta a tus ganas de ser mayor que en las fiestas de esos… hijos de la gran puta?

-No recuerdo nada de eso.

-Y mientras yo tenga algo de vida, nunca, nunca te vas a acordar de nada de eso. Si ahora quieren matarte, si recordaras, ni toda la policía del mundo sería capaz de salvarte.

-¿Y qué pinta Dani en esto?

-Los Danis. La mejor pareja de baile. El Rey Carmelo del Río. Un Dios. El primer Dios. Un actor excepcional. Un chaval inteligente como pocos, con unas ganas de aprender impresionantes. A los trece tenía una cultura envidiable. Y eso que no iba al colegio y sus profesoras en los sets eran solo cuartadas para que su padre tuviera amantes gratis. Y niño vendido por sus padres al mejor postor. La de dinero que ganaron esos vendiendo a Peque. Esos sí que eran uno hijos de puta. Es la única vez que he soltado una torta a una mujer. Y un puñetazo en la nariz a él. Y han tenido suerte que no me los he vuelto a cruzar, porque ese sería mi saludo.

-No me has contado nada. Lo de Dani ya sé que es inteligente. No hace falta más que hablar dos minutos con él. Y culto. Pasa horas y horas hablando con Jorge Rios de literatura, de películas, de mil cosas. Y te prometo que Jorge no ejerce con él de profesor. Hablan de igual a igual.

Mi padre de repente se calmó. Me miró directamente a los ojos. Dudó. Dudó bastante. Y empezó a hablar de nuevo.

-Solo te diré que os hicisteis inseparables. Erais como hermanos. Tu te convertiste en su protector. Y al final, nos convertimos todos en sus protectores. En la familia que no tenía. Tu madre lo quería… lo quiere como si fuera su cuarto hijo. Más, porque no puede verlo, ni abrazarlo, ni hacerle la comida.

-¿Pero por qué necesitaba ser… protegido? ¿Y por qué has dicho que éramos la mejor pareja de baile? Yo nunca he bailado. Soy un pato mareado. Le preguntaré a Dani…

-A veces, hijo, eres idiota. Me refería a que teníais sexo. Con público. La gente pagaba por veros follar. Y vosotros dabais un buen espectáculo. Luego alguno pagaba una millonada por tener sexo con él. Tú no estabas en venta. Solo servías de gancho para poner calientes a los clientes. Tu pertenecías al grupo que hubiera pagado para follar con el Dios Carmelo del Río.

-¿Y como es que no recuerdo nada?

-Os convertisteis en inseparables. Venía con nosotros de vacaciones. Muchas temporadas dormía en casa. Añadimos una cama en tu habitación. Te obsesionaste con protegerlo.

Mi padre hizo un gesto de pena y casi, aunque eso hubiera sido una sorpresa, se echa a llorar. Pero se recompuso enseguida.

-En realidad nos obsesionamos todos. Joaquín se hizo muy amigo suyo. Juan estaba en Londres, estudiando. En el colegio hubo un intercambio. No te acordarás. Vinieron chicos de allí a estudiar aquí y viceversa. Casi no estuvo con Dani. Solo en vacaciones. Peque – mi padre otra vez a punto de echarse a llorar – así empezó a llamarle Joaquín y así empezamos a llamarle todos. Daniel tú, Peque él. O Dani.

-¿Y por qué necesitaba ser protegido? – pregunté en tono suave. Me sorprendí hasta yo mismo del tono contenido que empleé. En realidad me hubiera gustado agarrar a mi padre de la pechera y obligarle a contarme de una vez lo que sabía. Estaba dando muchas vueltas.

-Porque algunos de esos hombres que os veían tener sexo, se obsesionaron con él. Y sus padres, felices. Eso suponía mucho dinero que nadie controlaba. Y a alguno se le fue la mano. Le zurraban. Era un actor muy conocido. Su vida era pública. Intenté que … bueno, que le echaran un vistazo. Tirso, Nando, el marido de Jorge Ríos, un comisario de policía, Marcos, el comisario Marcos.

-Conozco a un comisario Marcos.

-Ese es su hijo. Al que me refiero yo murió hace unos años.

-¿Y que acabó pasando?

-Una de esas palizas casi le cuesta un ojo. El comisario Marcos puso a una de sus agentes a cuidarlo durante un tiempo. Olga me parece que se llamaba. Pero al final, Dani era como tú. No, miento, se convirtió en alguien parecido a ti, con un carácter ingobernable. Y después de eso, fue a otro… encuentro, llamémosle así. Todo fue mal. Murió una niña y un niño casi… quedó atontado. No sé si murió o sigue en una clínica de esas para comatosos. Dani llamó a casa asustado. Nos fuimos tú y yo a buscarlo. Llamé a Tirso. Y el buscó soluciones que salvaran nuestra vida.

De repente mi padre se calló. Me miró fijamente. Negó con la cabeza.

-Sigue, joder.

-Querían matarlo. Les daba igual que fuera conocido. No era el primer juguete roto que se tiraba por la ventana porque no podía soportar la fama. En esa época pasó con varios modelos de pasarela, chicos y chicas. Y algún actor joven. Al final el comisario tuvo una idea. Pero él no podía dar la cara. Tuve que organizarlo yo. Hablar con esa gente, asegurarles que no erais un peligro para el prestigio de esa gente…

-¿Lo organizaste para que olvidáramos?

-Sí.

-¿Cómo hiciste eso? Eso es una…

Me levanté del sofá furioso. Paseé como león enjaulado por el salón.

-Nos quitaste nuestro futuro.

-No, no te equivoques. Os lo di. Os quité un trozo de pasado. Un trozo que a lo mejor, de seguir accesible en vuestra cabeza, verdaderamente os hubiera llevado a tomar decisiones irreparables. Mira aún así, no sabes la de veces que Dani estuvo a punto de matarse. Con drogas, en peleas, conduciendo como un loco.

-Podíamos haber sido felices juntos.

-Te vuelves a equivocar. No os queríais de esa forma. Erais hermanos.

-Pero has dicho que tuvimos sexo.

-Como lo has tenido con cientos de personas desde entonces. Y como lo ha hecho él.

-Pero…

-Tú lo sabes – me dijo muy serio – No lo sabes, perdona, lo sientes. Y si habéis vuelto a tener sexo, os habéis dado cuenta de que no es lo que buscáis el uno en el otro.

-Pero ahora…

-Ahora sois un peligro para esa gente. Al juntaros, hay más posibilidades que recordéis. Nunca estuvieron convencidos del todo de esa terapia. En realidad ni ellos ni yo, ni nadie. Parte del plan era que no os volvierais a encontrar. Y encima, Dani es muy amigo de Jorge Ríos. Eso es otro punto de riesgo para ellos. Porque Jorge es una bomba andante. El día que se le aclare la cabeza… en fin.

-¿Que nos diste? ¡¡Papá!!

-Estábamos en peligro todos. No solo Peque. Tus hermanos, tú, tu madre. Hasta los padres de Dani. Pero esos la verdad me daban igual. Cada uno siguió su camino.

-Pero mira Dani que casi…

-Le he seguido cuidando a distancia. Ahora, está asentado.

-Eso no lo sabes. Puede volver a las drogas. He estado investigando. Estuvo a punto de…

-Ya lo sé. No me escuchas. Ya te lo he dicho antes. Estoy al tanto. Ahora Jorge Ríos lo cuida.

-Pero si ese es un viejo que no se entera de nada.

-No hables así de él. Es tu amigo también. Y no es viejo. Y tampoco es su pareja, si es que eso te pone celoso. Y entre tú y yo. Ninguno lo recuerda, pero Jorge ya le salvó una vez cuando Dani era niño. Le salvó de morir de una paliza. Y eso de alguna forma les conectó. Mientras Jorge esté al lado de Dani, éste estará a salvo, al menos de sí mismo. Y viceversa.

-O sea que tú le pusiste en el camino…

-No. Se reencontraron por casualidad. Congeniaron. Se cuidan. Jorge necesita también alguien que se preocupe por él. Tampoco estoy contento de que haya sucedido. Pero de momento son discretos. Te vuelvo a repetir, su relación también pone en peligro vuestro estatus. Jorge sabe mucho. Demasiado. Pero tiene la excusa de que está drogado casi siempre. Y que sigue de duelo por la muerte de su marido Nando.

-Has jugado con nuestras vidas.

-Yo lo veo de otra forma, hijo. Vosotros os metisteis en un mundo en el que nunca hubierais debido estar. Él, por culpa de sus padres. Tú, porque te creíste más listo que todos. Por tu chulería. Te digo más. Dani no tenía ese carácter tan agrio que exhibe ahora. Te lo copió a ti.

-Nunca me has querido.

Mi padre se echó a reír.

-Es lo que me faltaba por oír. Me da igual lo que pienses. Tengo la conciencia muy tranquila, hijo. Solo sé que estás vivo y no deberías haber sobrepasado los 16 años. Y Dani los 13. Y tu hermano Joaquín los 13. y Juan los 12. Vi cosas que aún hoy, me quitan el sueño muchas noches. Mundos que no me apetecía para nada conocer. Goberné una empresa que me superaba casi todos los días. Yo soy profesor por vocación. Todo ese tiempo, estuve por ti. Eso es amor. Amor de verdad. He destrozado la vida de mi familia por ti. ¿Lo entiendes Daniel? Por ayudarte a disfrutar de tus sueños. Eso no lo he hecho por tus hermanos. Ni por nadie más que por ti.

Me lo quedé mirando con cara de odio. En ese momento no estaba receptivo a sus argumentos. Tengo que reconocer que mi padre tenía razón cuando me recriminaba que no le escuchaba. Era cierto. En mi cabeza en ese momento, solo era capaz de procesar mi enfado, el odio que sentía por él y lo que nos había hecho.

-Da igual lo que pienses – me dijo al cabo de un rato de silencio.

De repente se levantó y volvió a sus tareas. Siguió metiendo algunos libros en las cajas de mudanza. De repente se me ocurrió que mis padres no iban a volver. No se iban de viaje, se mudaban.

-¿Dónde os vais?

-Es mejor que no lo sepas.

-¿No me lo vas a decir? – le grité indignado.

-No.

-Pero… mis hermanos os necesitan.

-¿Tus hermanos necesitarnos? – dijo en tono burlón – No. Son mayores. No nos necesitáis ninguno. En todo caso te tienen a ti, al que por alguna causa que no acabo de entender, admiran y respetan cuando has pasado de ellos siempre. Solo te voy a dar un consejo – volvió a sentarse a mi lado en el sofá – Vende las acciones de la empresa mientras puedas. No intentes reconquistarla. Saca el dinero que puedas. Móntate otra con la gente que te era fiel. Ya te habrán contado tus hermanos lo que han descubierto. Eso es solo una pequeña parte de lo que les has dejado hacer a esa zorra y a camello de vuestro abogado. Vende. Tienes dos ofertas que yo sepa. Van a intentar quitarte el dinero que no tienes invertido en la empresa. Quieren destruirte. Tu ex-socio está en ello. Te va a proponer el negocio del siglo. Una tomadura de pelo envuelta en papel de regalo para que metas todo tu dinero. Y te arruines.

-No sé quién me es fiel. Tengo algunos proyectos.

Se levantó y fue hacia el mueble del salón. Abrió un cajón y sacó un pendrive.

-Ahí tienes un listado. Todos han sido despedidos por tu amiga Emile. Salvo Ibai. Y ten cuidado con lo que bebes y comes cuando estés con esa gente. En el pen tienes también un informe de las actividades de tu amiga. Y de tu ex-socio. Y de tu abogado Juan Carlos.

Me lo quedé mirando sorprendido.

-No me mires así. No has querido hablar durante estos años. Ahora te toca apechugar con tu fracaso. Te sigues creyendo muy especial. Y te has dejado engañar.

-O sea que no hay nadie en mi vida, según tu criterio, que valga la pena.

-No.

Si mis hermanos no me hubiera contado sus descubrimientos, a lo mejor hubiera pensado que mi padre se estaba vengando de mí. Pero todo lo que me estaba contando, era solo la constatación de lo que Juan y Joaquín me había dicho.

-Un último consejo: es mejor que no cuentes a nadie lo que te he dicho. Ni lo de la empresa. Los pondrías en más peligro de lo que ya están.

-Si no me has contado una mierda. – le eché en cara.

-Te he contado demasiado. Debería haberme hecho el tonto. Y ahora, es mejor que te vayas.

-Pero quiero despedirme …

-Es mejor que no.

No me quedó más remedio que levantarme. Fui a abrazar a mi padre, pero se dio la vuelta y volvió a su actividad de antes. Tuve un momento en que la furia parecía que volvía a dominar mi ánimo. Pero pude contenerme. Me di la vuelta y caminé decidido hacia la salida. Seguí hasta el coche y me monté en él cerrando la puerta con garbo. Los escoltas se me quedaron mirando desconcertados. Esperaban que les dijera dónde íbamos. Pero no lo sabía. Al final les dije que arrancaran sin rumbo.

-Necesito pensar – les dije.


Carmelo del Rio (8)

Fueron días de trabajo intenso. El calendario de entrevistas fue agotador. Una pregunta se repitió muchas veces.

-Se os ha visto juntos a Daniel Gutiérrez y a ti. ¿Os vais a convertir en la pareja del verano?

-Solo somos amigos – repetí una y otra vez.

Pero nadie me creía. No tengo claro el por qué. Tampoco nos habíamos mostrado acaramelados en público. Y apenas nos habían sacado una decena de fotos, siempre con otras personas acompañándonos. En general personas de mi entorno de trabajo. Un par de ellas con los hermanos de Cape.

Apenas tuve tiempo de hablar con éste. Tampoco parecía muy comunicativo. Después del día de los intentos de agresión que sufrí a la entrada del hotel en dónde se hacía la presentación de la película, Cape desapareció. Me mandó un mensaje anunciándome que tenía que irse de viaje urgente. No le di mucha importancia. Sabía que tenía el tema de sus hermanos, el tema de su ex-novio, o de su ex-socio. No me quedó claro quién era el que le daba dolores de cabeza. Y algún negocio de su empresa, por el que se había reunido con la nueva CEO. Y creo que en algún momento citó a su padre y una reunión que iba a tener con él. Además, yo estaba liado con mi trabajo. Tenía otras cosas en las que pensar.

La premier en los cines Callao fue multitudinaria. Pero allí no hubo problemas. La policía tomó el mando de la seguridad y puso los medios adecuados para que todo transcurriera con normalidad. Se acercaron Catherine y Mackay, mis co-protagonistas. Vinieron la noche anterior y cenamos los tres en un privado de un restaurante de moda, uno que acababa de abrir un amigo y colega: Biel Durán. Se unió a nosotros en los postres. Había coincidido con Mackay en otra película un par de años antes y mantenían el contacto. Se habían caído bien. Lo que no logré saber es cuanto de bien se habían caído. Biel no estaba todavía con Jaime.

Los de publicidad de la película nos habían recomendado que nos mostráramos distantes, para seguir con el juego de que éramos enemigos. Pero decidimos disfrutar del día que teníamos en Madrid. Les organicé una visita privada al Sofía y luego nos fuimos a pasear por el Retiro. Fue muy agradable. Luego les llevé a comer a un restaurante en las afueras, “Las Cortinas del Cielo”. Comimos en una terraza exclusiva para nosotros con vistas a la sierra. Me hubiera gustado que nos hubiera acompañado Cape. Pero seguía perdido. Invité a Rodrigo y a Alberto, directores y a Biel, claro. A Mario Casas, a Jose Coronado. A Miguel Herranz y a Ester Expósito. Álvaro Rico, Alex Monner. A Pablo Rivero. A Elena Anaya y a Michelle Jenner. Una bonita comida de amantes del cine.

Todos estos amigos y algunos más fueron por la tarde al Photo-call. También fue Jorge Ríos. Estaba radiante. No le suelen gustar esos eventos, pero como se lo pedí con tanta insistencia y hasta le mandé un coche a buscarlo, no pudo decir que no. Y eso que tuvo que responder por enésima vez la pregunta recurrente cuando se mostraba en público: “¿Para cuando su próxima novela?” Su respuesta típica era sonreír y encogerse de hombros. Algunos amigos comunes me habían pedido que le insistiera. “A ti te hará caso”. Pero no lo he hecho nunca. Ya publicará. Para mí lo importante es que siga escribiendo. Y eso lo hace cada día. Y yo soy uno de los pocos privilegiados que tengo acceso a sus escritos. El día que se decida a publicar, va a romper las listas de ventas. Cualquiera de las novelas que tiene terminadas son sensacionales.

Le esperé en una esquina del photo-call para saludarle. Al final Trini, de mi agencia de representantes, me pidió que saliera un momento y posara con él.

-Los dos juntos dais muy bien en cámara.

Lo hice. Nos abrazamos y empezamos a hablar. Es algo que nos suele pasar. Da igual en dónde estemos, la gente que haya delante, a nuestro lado, el momento del día o de la noche, pero es vernos, saludarnos, y empezar a contarnos cosas. Eso pasa desde el día que nos conocimos. Y pasó en el photo-call. La verdad es que eso produjo que posáramos con mucha naturalidad. Tenía razón Trini. Así que fueron esas fotos las que no faltaron en ninguna revista al día siguiente.

Una vez fuera de los focos, le presenté a Mackay y a Catherine. Sorprendió a ambos porque Jorge habla perfectamente inglés y francés. No sé por qué ellos pensaron que no era así. Jorge se hizo el ofendido con Catherine, porque le dijo que eso quería decir que no le había visto en las entrevistas que había concedido con cierta frecuencia a distintos programas de televisión en Francia. Y que por supuesto, no había leído sus novelas. Lo dijo en un tono tan de broma que Catherine se rió con ganas después de reconocer que la había pillado. Pero prometió enmendarse. Y Mackay dijo lo mismo. Posiblemente ninguno lo cumplirá, pero nos sirvió para echar unas risas y empezar una charla muy agradable que se alargó luego en el hotel en el que se alojaban hasta altas horas de la madrugada.

Cuando salimos del hotel, se dio cuenta de que yo llevaba escolta. Se quedó parado en la puerta, atento a sus movimientos.

-Va en serio lo de tus agresiones – me dijo mirándome preocupado.

-Eso parece. No sé que pensar. Es todo muy raro. Todo desde que reencontré a Cape.

-No creo que si te ven conmigo a menudo, mejore mucho la cosa. Al revés, empeorará. Venimos del mismo mundo, Carmelo.

Me lo quedé observando. Los dos nos mirábamos.

-¿Cuándo vas a mandar a la mierda las “vitaminas” esas que tomas, escritor? Te están drogando. Lo sabes. Te ayudaré si lo pasas mal. Volveré a dejarlo todo para estar contigo.

No contestó. Pero tampoco apartó la mirada. Ese tema me preocupaba más que su decisión de no publicar nada.

-¿Me decías en serio lo de adaptar “Tirso” a la televisión?

-Sí. ¿Me venderías los derechos?

-Claro. Eres al único que se los vendería. Pero si la llevas a la pantalla, no podrás dejar de tener escolta en mucho tiempo. Y posiblemente tenga que empezar a llevarla yo.

-Cuéntame – le rogué.

Se encogió de hombros.

-No recuerdo. Son solo sensaciones.

-Como Cape y yo.

El resultado es el mismo. Creo que el proceso fue distinto. Solo sensaciones, como dice Jorge.

-Tenemos que hablar un día en serio de esto. – le propuse.

-Ya lo estamos haciendo. No tengo mucho más que aportar. Lo que sea que pasara, lo has leído en Tirso. Poco puedo aportar a parte de eso.

-¿Eres tú Tirso?

Jorge se echó a reír.

-No. No tengo ese empuje. Ni esa belleza.

-¿Salgo en la novela?

-Sí.

No me atreví a preguntar que personaje me representaba. Aunque en el fondo, sabía cual era. Y no me gustaba.

-Es mejor que nos vayamos a casa.

-¿Te quieres quedar en la mía? La de Cape está lejos. Y estarás solo.

-¿No te importa?

-Mi casa es tu casa. Ya te has quedado muchas veces. Tienes tu habitación. Si tienes hasta ropa. Y tienes mi armario a tu disposición. No es tu estilo, pero para una emergencia te vale.

Me hizo un favor. No me apetecía estar solo esa noche. Estaba inquieto. Cape me había mandado un mensaje mientras hablábamos los cuatro en el hotel. Me decía que teníamos que hablar. Que tardaría en volver unos días. Me disculpé con mis tertulianos y salí de la habitación. Intenté llamarlo, pero no me cogió el teléfono. Llamé entonces a su madre. El mensaje que escuché me desconcertó:

“Este número no pertenece a ningún abonado.”


Dani (9).

Posiblemente esta es la última vez que escriba. Decidimos un día, cuando volvimos a Concejo desde Madrid, de casa de sus padres, escribir cada día las cosas que nos pasaban. Por aquello de que nos sirviera de recuerdo si es que volvía a ocurrir que olvidáramos. Nos alternaríamos en la tarea. No nos hemos enseñado lo que escribimos. No se si fue una buena decisión.

Ayer, tras unos días de ausencia, volvió Cape. Lo hizo un poco alterado, a mi parecer.

Yo seguía refugiado en casa de Jorge. Era un buen refugio. Pensé en volver a Concejo, pero algunos flecos de la presentación de la película me retenían en Madrid. No quería molestar a los escoltas con viajes al pueblo todos los días. No acababa de acostumbrarme a depender de ellos. Antes, si tomaba la decisión de irme a tomar un café a varios kilómetros, cogía un taxi y ya. Ahora si lo hago, es cierto que me ahorro el taxi, pero tengo que pensar que esa decisión implica que alrededor de ocho personas vayan a tomar el café conmigo. Jorge me dice que no piense en ello.

-Es su trabajo. Les da igual estar vigilando el rellano y la calle que yendo contigo a tomar café. Si te encierras, han ganado.

-Ya me dirás si un día tienes que llevarla tú – le contesté.

Eso era mi forma de pensar. Si recordáis discutí con la primera jefa de mi equipo de escoltas esgrimiendo esos argumentos. Pero… no sé. Luego el día a día hace que cambies el punto de vista. No me acabo de acostumbrar.

Jorge me obliga a salir. Salimos a comer casi todos los días. Podría cocinar yo, es una de mis aficiones. Y sé que a Jorge le gusta. Además, dos de los vecinos de Jorge con los que tiene mucha relación, están siempre dispuestos a traernos sus especialidades. Se lo dije a Jorge.

-Sí, pero no. Tienen que verte. Y sobre todo, tienes que ver gente. Tu gente. Has vuelto al trabajo. Eso es también parte de tu trabajo. Siempre me has insistido en ello.

Muchos días queda con algunos amigos. Yo creo que me coge el teléfono a escondidas para saber sus números. Soy muy celoso de mi intimidad en ese aspecto. Pero con él… no me importa. Y en el fondo, se lo agradezco. Si no, no vería a nadie.

Pues sí, volvió Cape. No me gustó como lo hizo. Aprovechó que yo tenía una reunión en París para la segunda temporada de la serie que lo petó allí para quedar con Jorge a comer. En secreto. Cape no me lo ha contado, fue Jorge, que me llamó para que lo supiera.

-Me dijo que no te lo dijera. Cuando nos conocimos me hice la promesa de no ocultarte nada. Y quiero ser fiel a ella.

No supe que contestar. Le fui a preguntar lo que hablaron, pero no me salió. Aunque fue él el que me preguntó al respecto.

-¿Quieres saber?

Le dije que no. Aunque a los cinco minutos me arrepentí. Ya habíamos colgado, así que decidí esperar a mi vuelta de Francia.

Volví a casa de Cape. Me esperaba en la puerta. Nos abrazamos como si nada hubiera pasado. Soy un buen actor. Nos sentamos en el salón y me contó.

-Mis padres han huido. Tienen miedo. Lo que fuera que pasó cuando éramos jóvenes, parece lo suficientemente grave como para que tomen esas precauciones. Además, en estos dos últimos años en que delegué en Emile, me han robado la empresa. He vendido mi participación en ella. Tenía varias ofertas, así que he elegido una y he vendido. Así me lo recomendó mi padre. Le he hecho caso. He estado ocupado en ello estos días.

-¿Y tú ex-pareja? ¿Qué quería?

-Él nada. Fui yo el que le llamé. Quería preguntarle.

Cape miraba al frente. No era lo normal entre nosotros. Tampoco mantenía contacto físico conmigo. La furia de mi forma de ser volvía a tomar el control. Me dieron ganas de estamparlo contra la pared. Pensé en Jorge y me relajé. No me relajé, me contuve, que es distinto. Tendría que preguntar.

-¿Qué tenías que preguntar?

-Por el vídeo que le enseñó Emile. Por lo que pasó.

Me recosté en el sofá y agarré con fuerza el reposabrazos. Controlé el tono de mi voz antes de volver a preguntar.

-¿Y qué fue lo que pasó?

-A Adrián le llegaron rumores de que Emile empezaba a despedir a la gente que seguía rindiendo cuentas a mi padre en secreto. Quiso ayudarme. La llamó. Quedaron. Y ella le enseñó un vídeo en el que follábamos.

-¿Y qué? Si eráis pareja. ¿Quería publicarlo en Internet?

-Follábamos tú y yo. Le amenazó con que me denunciaría por pedofilia.

Me dejó helado. La primera evidencia de nuestro pasado.

-Hay que conseguir esas imágenes. – propuse todo excitado.

-No. No deben enterarse de que lo sabemos.

-Que más da. Éramos los dos menores. No te pueden acusar de pedofilia.

-Tampoco es agradable que corran esas imágenes nuestras teniendo sexo de pequeños.

-Ya. Al menos ya sabemos que fuimos novios.

-No, no lo fuimos. Tuvimos sexo un par de veces. Luego fuimos como hermanos. Te protegía.

-¿Y cómo lo sabes?

-Es mejor que lo dejemos ahí.

-¿Cómo lo vamos a dejar ahí, Cape? ¿Qué ha pasado para que cambies de opinión tan de repente? No te reconozco. ¿Por qué has investigado y no me has dicho nada? No soy un niño, recuerda.

No fui capaz de sacarle nada más. Solo me dejó claro que no había recordado nada.

-Pero todo cuadra con nuestra forma de interactuar.

-Pero vamos a ver, Cape. Vale. Sabemos que lo de tener sexo no es lo nuestro. Lo disfrutamos pero al acabar los dos supimos que no lo íbamos a repetir. Pero alguien nos grabó follando. A dos menores. Eso es grave. Teniendo en cuenta que ya éramos personajes públicos por entonces. Los dos lo éramos.

-A lo mejor fueron tus padres. Parece ser que vendían tus favores sexuales.

-¿Qué mis padres hacían qué? Lo que me hacía falta por oír. Si me les echo la vista encima un día… les destrozo la vida. ¿Y tus padres te vendían a ti? No me lo creo. No me creo que tu madre te vendiera… ¿Y por qué además? Tengo la idea de que entonces tu empresa ya era un pelotazo. Tus padres no son como los míos.

-Mis padres no podían conmigo. Yo iba a comprar más bien. A comprar sexo, años, quería ser mayor. Me creía poderoso. Era un imbécil. Lo sigo siendo. Un chulo de mierda que se creyó con quince años que era más listo que nadie. Y ahora con treinta, he dejado que unos indeseables destruyan mi empresa. Eso es por dármelas de que sé reconocer a la gente. Si es buena o mala, si son de fiar o no. Que gilipollas soy. Sigo sin tener ni puta idea de nada. De la vida. No sé ver en la gente. No he aprendido nada, posiblemente porque siempre he pensado que lo sabía todo.

-La has vendido. Que se apañen. Por cierto, no he oído nada.

-Mañana lo comunicaré a la Comisión del Mercado de Valores. Quería decírtelo antes. Me he arriesgado a que se entere Emile y sus amigos antes de la comunicación oficial. A lo mejor intentan torpedear la operación.

-Se lo habrá dicho Juan Carlos. Valiente abogado tenemos. Digan lo que quieran todos, voy a prescindir de sus servicios.

-Es un buen bufete. El de Otilio Valbuena. Bueno y poderoso. De todas formas no han llevado el tema ellos. Tengo otro bufete contratado.

-Yo solo conozco a Juan Carlos. Se lo diré a mi agencia. Que se encarguen ellos. No quiero tener nada que ver con Juan Carlos ni nadie que trabaje con él. Tampoco me voy a enfrentar con él. Mi agencia tiene servicio jurídico propio. Antes no tenían. Es la excusa perfecta.

-Espera unos meses – me pidió. – Para que no nos vayamos a la vez.

-Ya me lo pensaré.

En ese momento, me daba igual todo. Le hubiera mandado a tomar por el culo al momento. De hecho tenía el móvil en la mano para ponerlo en marcha. Lo dejé para más tarde. No me apetecía contrariar a Cape.

En esa reunión no saqué muchas más cosas en claro. Me había puesto nervioso. No me suele pasar. Ese día sí. Me daban ganas de irme a dar una vuelta. Ponerme una gorra y unas gafas para que nadie me reconociera y perderme. Pero eso ya no lo podía hacer, salvo que avisara a mis escoltas y se pusieran algunos indumentaria adecuada. Aunque podría pasar por un rapero, con su indumentaria característica y mis escoltas de traje.

Me levanté y fui a hablar con Lerman, el nuevo jefe de nuestra escolta. Le pedí que cambiaran de atuendo.

-Para Cape, vais bien, no lo niego. Pero yo soy más casual vistiendo. Salvo presentaciones o actos sociales. Vaqueros y zapas es más adecuado.

Dijo que lo hablarían con Javier. Ahí se me ocurrió algo que tenía que haber hecho después del ataque de Concejo y que lo dejé en manos de Cape.

-Si le llamas, dile que quiero hablar a solas con él. O con Carmen.

-Están fuera. Si quieres hablar con Olga…

-Bien. Si lo organizas, te lo agradezco. Sin que se entere nadie. Ni Cape.

A los diez minutos Lerman volvió para concretar el tema. Quedamos en un bar al que solemos ir Jorge y yo a veces a desayunar. Me venía al pelo. Llamé a Jorge y le dije que le necesitaba de tapadera. Quedamos en el bar.

-Me voy. He quedado con Jorge a tomar un chocolate.

Cape estaba colgado de nuevo al teléfono. Ultimando parece ser los detalles de la venta de las acciones que le quedaban. Me hizo un gesto que a mí me pareció que significaba que pasaba de mi culo. Me sentí ridículo entonces. Molestando a Jorge para nada. Pero después de hablar con la comisaria Olga Rodilla, a lo mejor me venía bien una charla reparadora con Jorge.


Dani (10)

 

En el bar le conté a Jorge. Se sentó entonces en una mesa y yo en otra alejada. Me hizo gracia que Jorge sin pensar, había elegido la mesa en la que nos vimos por segunda vez. Después de ese encuentro, ya no volvimos a perder el contacto.

No conocía a Olga. Pero cuando entró en el bar supe que era ella. Iba vestida muy elegante. Se me ocurrió que iba a alguna fiesta de etiqueta. No parecía en absoluto policía. Pero supe. Ella se paró en la puerta y me buscó con la mirada. Se me quedó mirando. Sonrió. No puedo definirlo, pero sentí que… ya nos conocíamos. No era la reacción que se tiene cuando ves a un famoso. Era la reacción que se tiene cuando ves a alguien que quieres y hace tiempo que no ves. Y percibí que en nuestro anterior encuentro, la cogí afecto. Afecto que ahora sabía que era recíproco. Se acercó y me tendió la mano. Pero yo la rechacé y la abracé. Fue un impulso. La abracé fuerte. Ella no me rechazó, al revés, me apretó contra su cuerpo. Se separó un momento y puso sus manos en mis mejillas. Yo sentí un impulso e hice lo mismo: puse las yemas de mis dedos en su rostro y lo acaricié suavemente. Me miró a los ojos, escrutándome. Por alguna causa sin nombre ni razón, mis ojos se llenaron de lágrimas. Ella me pasó los dedos pulgares por debajo de los ojos y me limpió las lágrimas. Yo seguía recorriendo su rostro con mis dedos, suavemente. Y una sensación de bienestar infinita empezó a llenarme por dentro.

-Es un placer conocerte, Dani. – me dijo de la forma más dulce del mundo.

Volví a abrazarla. La forma en la que me había llamado Dani… joder, eso estaba dentro de mí. Nadie solía llamarme Dani. Salvo en Concejo. Cape también me llama Dani ahora que lo pienso. El resto me llamaban Carmelo. Me llaman. Hasta Jorge usa mi nombre artístico. Y en todo caso, algunos en el mundo del cine que se las quieren dar de cercanos a mí, me llaman Milo.

Miré de reojo a Jorge. Había dejado de escribir y nos observaba atentamente. Tenía las manos apoyadas en la mesa dispuesto a impulsarse y levantarse. Estaba preocupado por mí, se lo noté. Le hice un gesto para que se tranquilizara.

Pedimos dos Riberas del Duero.

-Es lo que mejor me va. Estoy invitada a una recepción de gala. Así no cambio – se explicó Olga.

Hizo una parada y saboreó el vino que nos acababan de traer. Parecía que le había gustado. Sin mirarme, preguntó:

-¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?

Me encogí de hombros. Le empecé a contar. Todo. Hasta lo que me había pasado con Irene, la primera jefa de nuestra escolta. Los intentos de agresión. La cita a través de un papel. La desaparición de Cape y las novedades.

-Eso no lo cuentes, por favor, es… – fui a prevenirla, pero ella cortó el intento.

-Tranquilo. Mi pareja está en ese mundo de las grandes corporaciones, las grandes operaciones financieras. Sé lo que se juegan con el secreto.

Seguí contándole. Todo. Hasta lo que me reprimí cuando conocí a su compañera Carmen, antes del tiroteo en las Hermidas.

Ella me escuchaba atentamente. No me interrumpió. Alguna vez me hizo repetir alguna parte, porque me aturullaba. Quería decirle tantas cosas… noté como no dejaban de llegarle mensajes al móvil, pero ella nunca hizo el menor gesto para atenderlos. Yo era la única persona en el mundo en la que tenía puesta su atención.

Jorge en un momento dado se acercó. Olga lo vio y le sonrió. El escritor se acercó a la comisaria y le dio un beso en la mejilla. Me sorprendió.

-¿Os conocéis? – le pregunté sorprendido.

-No lo recuerdo, pero sí, la conozco. Solo recuerdo como tenía que saludarla. – contestó Jorge.

Olga le cogió la mano y se la apretó.

-Te reclaman. No coges el teléfono y Carmelo se lo ha dejado en el coche.

Olga miró el teléfono. Puso cara de susto.

-Tengo que irme. Si te parece – dijo dirigiéndose a mí – quedamos mañana aquí mismo a desayunar. ¿A las 9 os va bien?

-Mejor a las 10. – apuntó Jorge sonriendo.

Olga se fue corriendo. Nos quedamos Jorge y yo solos.

-Tienes que irte – me dijo Jorge.

-¿Y si me quedo en tu casa? – supliqué, más que pregunté a Jorge.

-Tienes que acabar una conversación. Por mi encantado, que conste. Tienes llaves, puedes venir cuando quieras.

Volvimos a su mesa. Recogió su portátil y sus Molesquines.

-¿Has escrito mucho? – le pregunté.

-No. Solo te he mirado.

-¿Todo el rato?

-Sí.

-¿Por qué?

-Estaba preocupado.

Fue la segunda vez que lloré esa tarde. Me emocionó saber que alguien se preocupaba por mí. Me abrazó fuerte. No tuve prisa por desasir esa unión.

Al final no va a ser este el último capítulo. Lo será el siguiente. No me apetece seguir escribiendo hoy.


Dani (y 11).

 

Al final volví a casa de Cape. Jorge tenía razón: debía acabar la conversación con él. Pero eso no sucedió. Cuando llegué, él se iba. No recuerdo ni la excusa que puso.

-Se ha corrido la voz de que somos pareja. Pienso que es mejor dejarlo correr. No decir ni si ni no. Si te parece apareceremos juntos en algunos eventos. Nos dejaremos ver alguna noche para cenar. Te instalas en casa. A todos los efectos vivimos juntos.

Me quedé sin saber que decir. Mantuve el tipo. Le escuché y le vi marchar. Me dio un beso en la mejilla. Había habido más cariño en el beso de Jorge a Olga, y eso que no recordaban conocerse.

Pasé la noche pensando que la mejor manera de afrontar la situación era olvidarme de esos dos meses de reencuentro. No olvidarlo, sino no tenerlo en cuenta de cara al futuro. No tenía relevancia para mi forma de vida. La casa de Cape sería mi casa en Madrid. Aunque pensaba para mis adentros que pasaría tiempo en casa de Jorge. Era cierto, me había dado un juego de llaves. Las usaría. Iba a ser mi refugio.

De todas formas debía regresar a Francia en unos días. Empezaba el rodaje de la serie. Y luego volvería a Madrid para rodar una película. Luego Inglaterra. Posiblemente Estados Unidos sería la siguiente parada, aunque esa película me llevaría durante dos meses a distintas partes del mundo. Era una superproducción. Aunque esa todavía no está confirmada.

Apenas dormí. Tuve la tentación de irme a casa de Jorge. Pero no me atreví por los escoltas. Me conformé con llamar por teléfono al escritor. Pasamos un rato largo hablando. Jorge me fue empujando a hablar de la última novela suya que había leído. Quería saber mi opinión. Casi la desmenuzamos entera. Eso me hizo olvidar a Cape, a mi pasado, y sobre todo, me hizo olvidar mi angustia y mi cabreo. Cuando colgamos no tardé en quedarme dormido en la misma butaca en la que había hablado con él. Apenas fueron un par de horas.

Fuimos todos puntuales en llegar al bar. Olga estaba radiante, pero ya no vestía traje largo ni estaba perfectamente maquillada. Para mi sorpresa, era más guapa al natural. Aunque tampoco hubiera pensado que era policía.

Volvimos a abrazarnos a modo de saludo. Y volvió a ser un abrazo potente. Me sentía bien en sus brazos. Jorge y ella volvieron a darse un beso a modo de saludo. Jorge la miraba con dulzura. No me acababa de cuadrar que Jorge no se acordara de ella. Aunque no le creía capaz de fingir y mentirme. No lo había hecho con su entrevista con Cape, y ahí lo tenía fácil. Nadie me había comentado a parte de él de ese encuentro. Fueron discretos o coincidió que no les vio ningún conocido.

Estuvimos hablando de otras cosas mientras desayunábamos. Olga nos contó sus peripecias llegando a las mil a una cena de postín. Al final tuvo suerte porque el vuelo del ministro de economía inglés se había retrasado por un problema con las cenizas de un volcán en erupción.

-Mi novio estaba a punto de matarme – sonrió Olga.

-Sabrá que eres policía ¿No? – bromeó Jorge.

-¡Anda! Ahora que lo dices… a lo mejor no se lo he comentado.

Fue una reunión agradable, pero había que afrontar las cosas difíciles. Y yo me apresté a ello.

-Olga, necesito saber. Que está pasando.

La comisaria me miró mientras pensaba. Me dio la impresión de que aunque llevaba tiempo meditando en esa pregunta, no había tomado una decisión sobre como contestarla.

-Me has cuidado – dije de repente.

Olga se quedó mirándome.

-Sí. Lo hice. Y a la vez tu cuidaste de mi hijo.

-¿Por qué me cuidaste? No me acuerdo de tu hijo.

-Estabas herido. Te curaba las heridas en los descansos del rodaje. Y procuraba que nadie volviera a hacerte daño.

-Yo era un hijo de puta ya entonces. Te trataría fatal.

-Conmigo siempre fuiste cariñoso. Y con mi hijo también.

-¿Y qué me pasó para que me tuvieras que curar?

-A eso no te puedo responder, porque lo desconozco. Cuando te conocí ya estabas mal.

-Me estás mintiendo – la respondí.

-No. Nadie me informó de lo sucedido. Era clasificado. No tenía acreditación para saberlo. Me dijo mi jefe: ocúpate del chico, que no le pase nada. Y eso hice.

Se calló un momento.

-Estamos todos de tu parte, Dani. Sabemos que no eres como dicen todos. Eres una gran persona. Me gustaría que confiaras en nosotros. En Javier, en Carmen, en Matías, al que creo que todavía no conoces.

-No sé en quién puedo confiar. Cape me miente. Hasta hace unos días pensaba que era mi alma gemela.

-Solo te puedo decir que es como tú, buena gente. La buena gente también se equivoca, no te olvides. Quiere protegerte. Pero esto le viene grande. Como a todos, por otra parte.

-Todos queréis hacerlo. Yo quiero saber. No soy un niño. Hace tiempo que dejé de serlo.

-Y lo que pueda contarte, te contaré.

-Pero no me cuentas.

-No puedo contarte lo que no sé.

-La tipa esa, Rosa María. Mi vecina. ¿Qué pasa con ella?

-Trabajaba para el MI5. Son los …

-Ya sé quienes son. Hice en una película de uno de sus agentes.

-Tenía la misión de vigilarte. Para su sorpresa un día apareció Cape. Eso avivó su interés y se acercó más a vosotros. No debía intervenir ni para bien ni para mal. El CNI lo ha comprobado con las altas instancias del servicio de espionaje inglés. A la vez, ha presentado una queja formal por trabajar en España sin informarles. Ha vuelto a su país.

-Me hubiera gustado echármela a la cara. No me gusta que me espíen.

-Eso lo hizo a conciencia. Espiarte. Sus huellas estaban en los dispositivos que encontramos en la Hermida 3. Tenía un montón de archivos de sonido. Fotos, vídeos. De todo.

-¿Que buscaba? – intervino Jorge.

-Algo relacionado con la parte de la vida de Dani que no recuerda. Parece que un alto cargo inglés estaba implicado de alguna forma. Eso pensamos. Aunque no tenemos evidencias.

-Si sigue siendo alto cargo, quiere decir que es miembro de la Casa Real. – apuntó Jorge. – Son muchos años para que sea un cargo político.

Olga asintió con la cabeza.

-¿Y como puedo estar seguro de que ahora no me espían en Concejo, por ejemplo?

-De eso ya me he ocupado yo. – anunció Jorge.

-¿A sí? – comenté sorprendido.

No me esperaba ese paso adelante. Olga no pareció extrañarse. O lo disimuló muy bien.

-Aitor me imagino – le preguntó Olga.

Jorge sonrió. No dijo nada.

-¿Me lo vais a explicar?

-Si te he hablado de él, Carmelo. Es un fan que quiso ligar conmigo. Es poco más que un niño. Acabamos siendo amigos. Le he echado una mano. Una vida complicada. Muy complicada. Y él me paga vigilando mi seguridad en lo relacionado con la informática.

-¡Claro! El hacker. Perdona. No me quedé con el nombre.

-Ahora se ocupa de ti también.

-Está Arnáiz. – dije de pasada.

-No viene mal otro punto de vista – contestó cauto Jorge.

Olga se lo quedó mirando fijamente. Algo no le había cuadrado de su comentario. No dijo nada.

-Repito: me hubiera gustado hablar con ella. Y echarle en cara sus mentiras.

Olga se encogió de hombros.

-Estas cosas de los espías ya sabes como van. Si hiciste de agente del MI5, si has hecho como en el resto de tus papeles, te habrás informado sobre su forma de proceder incluso sobre sus entrenamientos.

-Pero esos no me dejaron hacerlos. Y las personas que me pusieron de enlace, me mintieron una vez tras otra. Fue una pérdida de tiempo. Se lo dije a los productores. Al final pasé de ellos.

-Si no, no serían espías – concluyó Jorge.

-El muerto en mi casa. – dije sin entrar en bromas. – El que agredió a tu compañero y que nos disparó a Carmen y a mí.

-Un indocumentado. Desconocido total. Unos veintipocos. Bien preparado físicamente. 1,85 de altura, unos 75 kg. Castaño. Ojos marrones oscuros. Sin tatuajes. Sus huellas no están en nuestro sistema. La Interpol no sabe nada de él. Y el FBI en principio tampoco. Puede ser de algún servicio de espionaje, ya que estaba por allí Rosa María…

-Volviendo a mi vecina. No se llamaría Rosa María.

-Es española de nacimiento. En verdad es su nombre de pila. Aunque en Inglaterra se cambio el nombre. Evelyn, por si te interesa.

Seguí preguntando por los avances en la investigación. Pero las pesquisas parecían complicadas. Parece que el mismo hombre había matado a mi vecino raro. El tercer Daniel. Ese era lo que parecía: un hombre dedicado a sus hobbies porque había ganado la lotería. Para mi asombro, me había hecho albacea de su herencia. Así constaba en su testamento.

-Te llamará un notario. Para informarte. No digas que te lo he contado. Se trata que repartas su dinero entre distintas organizaciones benéficas. Como pago te deja su casa, la Hermida 1.

-¿Y por qué? Si me odiaba.

Olga se encogió de hombros.

-¿Qué edad tenía? – preguntó Jorge.

-Treinta y pocos. Ahora mismo no recuerdo exactamente.

-Demasiado viejo – dijo en voz baja Jorge. – O demasiado joven. O no.

Olga se lo quedó mirando. Yo no le presté atención, reconozco, porque me había dado cuenta que de nuevo la reunión se estaba alargando y todavía quería que Olga me contara muchas cosas.

-Cuéntame por favor lo que habéis encontrado en la casa.

Olga se puso cómoda en la silla y empezó a hablar. Fue detallando los dispositivos que habían encontrado que me gravaban todo lo que hablaba. También había cámaras que se activaban al detectar movimiento. Fue detallando como habían intentado identificar la IP del destino de toda esa información, pero hasta el momento habían fracasado.

-A lo mejor Aitor tiene más suerte – le dijo Jorge a Olga.

-Se lo comentaré a Javier.

Me comentó también que algunas de mis americanas o smoking tenían dispositivos de escucha. Aunque en un cierto momento dejé de prestar atención. En mi mente se abrió un torrente de preguntas sobre lo que podría haber desencadenado ese interés en mí y en lo que hacía. Ese pasado que no era capaz de recordar me empezaba a asustar. Y en ese momento lo tuve claro, había acongojado a Cape. Algo había descubierto que le había hecho cambiar de opinión respecto a todo lo nuestro. La posibilidad de separar nuestras vidas y que las aguas volvieran a su cauce, se había impuesto en la vida de Cape. Ahora lo veía claro. A lo mejor tardaría meses en desaparecer. Pero lo iba a hacer.

Me puse nervioso. Más bien, otra vez la furia se imponía en mi estado de ánimo. Olga seguía hablando y notaba como Jorge la escuchaba atentamente aunque estaba muy pendiente de mis gestos. Creía que no traslucía mi enfado, pero supe que a Jorge no le pasó desapercibido. Aunque no hizo el más mínimo gesto de reconocimiento de que se había dado cuenta.

-En resumidas cuentas, nada. Sigo sin saber nada de mi pasado olvidado. Sigo a merced de esos… lo que sean. Tengo que acostumbrarme a ir con escolta. No sé si empezar a ir armado.

Jorge negó con la cabeza lentamente. Olga fue más vehemente.

-No. No lo hagas Dani.

Esa mujer me tenía dominado. Simplemente con su forma de decir mi nombre, me desarmaba. Tuve que quererla mucho en nuestro anterior encuentro. Esa mañana tenía la batalla perdida. Ella por un lado, y Jorge por el otro, que también tenía la capacidad de templarme el ánimo. Y a mí me apetecía estallar.

-¿Y los que intentaron agredirme en la presentación de la película?

-Parecen fans ofendidos porque dejaras de trabajar este tiempo. No te lo perdonan. Tienen bien aprendido su mensaje.

-O sea que no os creéis nada.

-No. Es claramente aprendido. Pero no tenemos de dónde tirar. No hay nada en su pasado que nos lleve a una relación con algún personaje de tu pasado. O del de Cape. Uno trabaja en una consultoría de exportaciones y el otro es fontanero. Dos vidas completamente opuestas. Dos personas que difícilmente se encontrarían ni en la cola del Alcampo. Tampoco hemos podido encontrar vínculos entre ellos, aunque sean tangencialmente. Aunque seguimos en ello. A la cita del papel que te puso alguien en la mano, nadie fue tampoco. Montamos un dispositivo con dos policías haciendo de vosotros. Pero nadie se presentó.

Nos despedimos como nos habíamos encontrado. Con un abrazo sentido. Me quedé con Jorge. No hablamos casi nada. Era raro en nosotros. Me cogió la mano por debajo de la mesa. Yo se la apreté fuerte. Y así estuvimos un rato.

Mi móvil llevaba tiempo vibrando. Al final hice por ver quien requería de mi atención. Era mi agente. Me informaba que habían llamado de la productora de la serie francesa pidiendo que adelantara mi llegada a París. El rodaje sería entre París y Lyon. Parece ser que la televisión que tenía los derechos había presionado para adelantar el estreno.

Jorge me había escuchado hablar. Me miraba con pena.

-¿Por qué no te vienes conmigo? Puedes escribir allí igual que aquí.

-Te estorbaría.

-No seas tonto. Puedes escribir en los cafés de París igual que lo haces en los bares de Madrid. Así me ayudas a repasar el papel.

Al final lo convencí. Salimos para París un par de días después.

Y aquí estoy escribiendo este último capítulo de mi experiencia en el reencuentro con Cape. Es frustrante porque no hemos encontrado casi respuestas. Pero la vida sigue. Y presiento que esto no acaba más que empezar. Pero si hay algo que contar, se lo voy a dejar a Jorge Rios.

Necesito leer sus libros”.

Así que haré lo posible para que siga escribiendo. Aunque sea dándole argumentos. La vida al revés. El actor dicta el guion al escritor.

Eso me lleva a preguntarme ¿Quién escribiría la novela de mi juventud, esa que no recuerdo? El día que lo encuentre a lo mejor le pego una patada en los huevos. Doy por supuesto de que fue un hombre. Otra posibilidad es que le meta un tiro entre ceja y ceja. Y no me temblará el pulso.