Necesito leer tus libros.

Capítulo 1.-

-¿Me puedo sentar?

Jorge Rios miró a su interlocutor por encima de sus gafas. Buscaba una cara conocida, quizás, para que se atreviera a interrumpirlo en sus meditaciones. Estaba sentado en una cafetería cercana a su casa a la que solía acudir a menudo para leer con una buena taza de café o incluso para escribir. Tenía un libro abierto sobre la mesa que intentaba leer desde hacía media hora, pero apenas había conseguido avanzar un par de líneas. También tenía abierto su portátil en el que de vez en cuando escribía alguna pequeña idea. Para su sorpresa la persona que le había interpelado no estaba entre sus amistades, ni siquiera entre sus conocidos de pasada. Era un joven vestido con vaqueros y una sudadera verde pistacho, con una gorra de algún equipo de beisbol americano y calzando unas botas Converse clásicas. Llevaba una mochila colgada de medio lado en su hombro izquierdo con muchas chapas supuestamente graciosas, con chistes de todos los pelajes y temas. En un vistazo rápido distinguió al menos cinco colectivos a los que esos chistes no les harían gracia. Ese chico podía haberse dedicado al modelaje, pensó Jorge Ríos. Era alto además de bien proporcionado. Pelo castaño claro, sin llegar a rubio, y parecía que lo llevaba corto por lo que dejaba entrever la gorra; aunque a veces cuando algunos se quitaban la gorra dejaban caer una gran coleta o una melena arrugada. Ojos verdes o azules, no sabía determinar. Grandes ojos, lo que convertía su mirada en más aguerrida.

El joven lo miraba intensamente. Jorge, después de ese vistazo rápido a su interlocutor se concentró en devolverle la mirada. Intentaba ver en ella un atisbo de las razones que le habían llevado a abordarlo. Pero sus ojos eran igual de intensos como impenetrables.

Lo primero que pensó es en despacharlo con alguna bordería, que al fin y al cabo, no extrañaría a nadie. Tenía fama de hosco y de mal educado, sobre todo con los que querían hablar con él de sus libros. Hacía años que no le interesaba para nada la opinión de la gente sobre lo que escribía. Y más desde que se sumió en una crisis en la que se autoconvenció de que nada de lo que escribía merecía la pena de ser llevado a su editorial. Cinco años sin publicar. Y no era, como decían algunos críticos por un vacío de ideas, o el tan citado “miedo a la página en blanco”. Las páginas en blanco no existían en su casa o en las cafeterías dónde solía parar para escribir. Él era capaz de escribir de cualquier cosa. Podría empezar un cuento simplemente hablando de la gorra de ese chico que esperaba una respuesta a su petición para sentarse:

Gorka no recordaba dónde había conseguido la gorra que llevaba. Quizás hubiera sido en la última fiesta de Martín y Esme, de la que no recuerda nada. El güisqui era de garrafón, y después de la segunda copa bien llena de hielo para mitigar el sabor a pis del mismo, dejó de ser consciente de sus actos. Según vio luego en el Instagram de algunos de los asistentes, bailaron semi-desnudos todos en medio del salón, rozándose continuamente unos con otros, sin distinguir si eran hombres o mujeres, jóvenes o no tan jóvenes. Lo único que recuerda entre una niebla intensa es estar vomitando en un rincón del jardín y que alguien le sostenía la cabeza. Eso era un gesto que le honraba a quien fuera. Lástima que no tuviera siquiera una idea de quién fue para agradecérselo”.

-No te vas a rendir – le dijo cansado de mantener la mirada en los ojos de ese joven y no conseguir que apartara la vista.

-No.

-No eres muy hablador.

-Mientras espero de pie, no.

Le hizo gracia el zasca. Eso casi le dio el pasaporte para sentarse. Pero en contra tenía las pocas ganas de Jorge de hablar con nadie. Por mucho que se trabajara el derecho a una conversación con él. Al final creyó que a lo mejor acababa antes permitiéndole que se sentara y que dijera lo que tenía que decir. Así que le hizo un gesto con la mano indicándole la silla al otro lado de la mesa.

-¿Quieres tomar un güisqui o algo?

-Una cerveza estaría bien. No bebo güisqui antes de las 11.

Como Jorge Rios mirara el reloj con un poco de guasa, se vio en la obligación de precisar:

-De la noche – y sonrió de medio lado, con toda la ironía del mundo puesta en ese gesto.

Ese pequeño ademán acabó por conquistar al interpelado. Y se dispuso a aguantarle aunque fueran diez minutos. Quizás luego pudiera volver a la lectura o sacaría su libreta de apuntes para tomar alguna nota para un relato o para una novela que nunca vería la luz.

-Me llamo Rubén Lazona, 28 años – le tendió la mano que su interlocutor miró unos instantes otra vez por encima de sus gafas antes de decidirse a estrechársela.

-Y yo Jorge Rios, 40 años. Rubén Lazona, 28 años, aparentas muchos menos.

-Por eso le he dicho mi edad. Una vez escribió en un artículo en “El País” que no le interesaba nada hablar con personas de menos de 25 años. Y por cierto, usted no tiene 40.

-Has hecho bien en esperar a los 28 para abordarme. Aunque he de decir que tampoco me interesa lo más mínimo lo que tenga que decir alguien de 28 años.

-Sería más exacto quizás decir que no tiene nada que hablar con nadie, tenga la edad que tenga.

Jorge se quedó un poco sorprendido por la respuesta. Y sobre todo por el tono. Parecía que le estaba echando la bronca. No recordaba conocerlo. A lo mejor era el hijo de algún amigo. Quizás el de Kike, pero ese chico se llamaba Jaime. O el de Isabel, pero ese se llamaba… Mathieu, porque su padre era francés. Y ese tendría ahora 17 años o así. Aunque el chico que tenía enfrente de él podía haber pasado sin problemas por uno de 17.

-No se quien eres para que me eches la bronca. ¿Quieres tomar algo o no?

-Una cerveza, si no es molestia.

-¿Negra? ¿Rubia?

-Tostada, ya que pregunta.

Jorge hizo un gesto al camarero y le hizo el pedido. Aprovechó para pedir otro café con leche para él.

-Es mi hora de desayuno – explicó Jorge.

-La mía es la del aperitivo – respondió rápido de reflejos.

El silencio volvió a invadir la distancia que los separaba. Pero para sorpresa de ambos, no estaban incómodos. Jorge Rios lo miraba expectante. Y Rubén lo miraba como si quisiera aprenderse su rostro de memoria. Cada pelo de su barba mal afeitada, cada pestaña, cada arruga de su frente despejada, demasiado despejada para el gusto de su dueño, por cierto.

El camarero volvió a la mesa con las consumiciones. Ese fue el momento en que decidieron ambos avanzar en la reunión.

-Necesito leerle, Jorge.

-Nadie necesita ninguna de mis historias. Pero ahí están mis libros, en las librerías y webs del ramo.

-¿Por qué dice eso? Se venden como churros.

-Lo hacen por esnobismo. Porque es cool leer mis libros. Tenerlos en el salón para que se vean en las fotos de la red social que cada uno use.

-Yo los leo porque me ayudan, como la mayor parte de la gente que lo hace. Me muestran otras personas que nunca conoceré. Otros mundos que no veré. Me enriquecen. Me enseñan otras opiniones.

-Lee a Shakespeare. O a Marías. O a Pérez Reverte.

-O a Jorge Rios. A esos les tengo en cualquier librería en la mesa de novedades. A Usted no.

-Ya tengo muchos libros publicados. Demasiados.

-Lleva siete años sin publicar. Leí el otro día una entrevista con su editor en la que decía que usted tiene más de diez novelas escritas y más de cuarenta y ocho relatos y no quiere publicarlos.

-Son doce novelas e infinidad de relatos. Escribo mucho. No tengo otra cosa que hacer. Mi editor es un bocazas. Él no sabe lo que tengo escrito. – se apuntó mentalmente buscar esas declaraciones de Dimas. Y tendría que preguntarle de dónde había sacado esa idea.

-Le gusta escribir.

-Pero no el resto de lo que conlleva publicar un libro.

-Pues deje eso a otros.

-No hay nadie.

-Su editor buscará a alguien que lo haga. Publique, por favor.

-Dame una buena razón para hacerlo.

-Deme una buena razón para no hacerlo.

Aquel hombre se mantuvo firme en el funeral de su marido. Ya no era un chaval ni era tan mayor que le perdonaran derrumbarse en el suelo y sollozar desconsolado por haber perdido la única razón por la que merecía la pena vivir. Desde que lo conoció su vida dio un vuelco. Lo oscuro se tornó luminoso, la tristeza en alegría y los problemas se diluyeron en el agua del mar. Y ahora, desde el momento en que esa última mirada se apagó mientras sujetaba sus manos y su tez se volvió levemente azulada, y hasta que un enfermero con mucha paciencia le obligó a separarse de él, no había ninguna razón para seguir con su vida”.

-Yo escribía por él, y él ya no está.

-Pero estoy yo.

-¿Y tú quién eres? Me importas una mierda. A él lo amaba. Era la razón.

-Yo soy uno de los miles de personas a los que leer les salva la vida cada día. Su amor murió y eso duele. Mi hermana murió hace un año y dolió. Mucho. Y me duele cada mañana y cada noche. Éramos mellizos. Y ella vivió sus años de enfermedad leyendo sus libros. Sí, y los de Pérez Reverte y los de Jaume Cabré y los de Carlos Ruiz Zafón. Pero los suyos especialmente. Era lo que le daba fuerzas. Leer sus historias. Y cuando murió fue lo único que a mí me hizo no querer seguirla.

-Me alegro. Puedes releerlo.

-Necesito sus libros. ¿No lo entiende? Hay mucha gente como yo. Tiene una obligación con el mundo, usted tiene un don. Debe compartirlo con los que no lo tenemos.

-Si quieres te dejo leer mis novelas inéditas, para que me dejes en paz. Si quieres hasta te las imprimo.

-No. Eso no vale. Deben oler a libro nuevo. Debo ir a comprarlo a la librería y descubrirlo en la mesa de las novedades, junto a las de Juan Gómez-Jurado, a la de María Dueñas o las de Marta Sanz; o en la balda en la que están todas sus novelas, colocadas por orden alfabético. Debo coger el tomo y abrirlo con cuidado. Acariciar la primera página y empezar a leer los primeros párrafos y decir: “este libro me va a gustar”. Cogerlo decidido e ir a la caja y pagarlo y que el dependiente me ponga un marca-páginas de una novela de J.K. Rowlings o de una reedición de “Oliver Twist” de Charles Dickens. Y luego ir a la Feria del Libro, o aquí mismo y traer su novela nueva para que me la dedique.

-Ahora la gente lee en la tablet. Y no has traído ninguna novela para que te la dedique.

-Pues cambiamos la librería por la web. Buscar. Leer la sinopsis y comprar. Y disfrutar. Vivir.

Cogió su mochila y puso delante de Jorge Rios dos de sus novelas y le dio un bolígrafo.

-Si no le importa, dedíqueselo a Eva Lazona.

-No. Se lo dedicaré a Rubén Lazona. Ella lo hubiera querido así. Porque en realidad has sido tú el que siempre me has leído. Tu hermana empezó a hacerlo cuando enfermó.

-¿Cómo lo sabe?

-Acabo de recordar alguno de tus mails. Me escribiste muchos. Mi agente me los pasó. Eres perseverante.

-Solo con usted.

Jorge Rios cogió el bolígrafo y escribió:

Es difícil ser auténtico y tú lo eres, Rubén Lazona.

Seremos buenos amigos, pero no se lo digas a nadie.

Fdo. Jorge Ríos

Si lees esto antes de mañana, la carroza desaparecerá y tus Converse se convertirán en unas alpargatas viejas.

Fdo. Jorge Ríos

-No leas las dedicatorias hasta que estés en tu casa. Y en este orden – y le tendió los libros.

-¿Y entonces?

-Entonces ¿qué?

-Lo de volver a publicar.

-No.

¿Para qué? Era la pregunta. No necesitaba más dinero para vivir. No gastaba nada. No viajaba, no salía apenas salvo a esa cafetería y a otro par de ellas que alternaba para sentarse a leer o a pensar en la nada que lo acompañaba. O para escribir. Le solía gustar hacerlo allí. Para qué volver a la vida, a las promociones, a las entrevistas con el editor para elegir la portada o para las correcciones de las galeradas. El contacto con los lectores como ese chico tan vehemente. Eso en el fondo, si lo echaba de menos. Aunque no lo reconocería delante de nadie. Derribaría su fama de antisocial y de broncas impenitente.

-Por favor. No puede dejarme sin la razón para vivir.

-Debes vivir por ti, Rubén Lanosequé – Jorge se hizo el interesante haciendo ver que no recordaba su apellido. – Debes vivir, mejor dicho, NO debes vivir por esa gorra, o por tu madre o por tu novio. Ni por tu carrera, por tu trabajo. Debes vivir por ti, cojones. ¡¡¡Por ti!!! Tú debes ser lo más importante. No me metas en esa historia. Ya tengo bastante con la mía. Respeta mi duelo. No quiero esas responsabilidades que por otra parte, no me corresponden tampoco.

-Devuélvame la vida Jorge Rios. Se lo pido. Por mi hermana. Su marido no hubiera querido que se convirtiera en un patán desagradecido y malhumorado, que odie a toda la humanidad, la cual no tiene la culpa de que Dios hiciera así las cosas y la gente muera. Mi hermana también ha muerto, joder, con un libro suyo en las manos. Eso debe valer para algo.

-No está en mi mano devolverte nada, Rubén Lanosequé. No lo está porque no te he quitado nada que pueda devolverte.

Jorge Rios vio como la noche se echó sobre los ojos de su interlocutor. Como sus hombros fueron destensándose hasta parecer la ladera de una montaña erosionada por las torrenteras. Dio la vuelta a su gorra, quizás como un gesto reflejo, pensó Jorge, para disimular su terrible decepción. Ese chico por un momento creyó que lo iba a conseguir. El chico puso unas monedas en la mesa para pagar las consumiciones de ambos, se levantó trabajosamente, como si fuera un anciano, se puso su mochila al hombro y se dio media vuelta.

Los pájaros cantaban esa mañana en el parque. Felisa lo atravesaba cada día para volver del trabajo en las oficinas del Ayuntamiento. Trabajada como guardia de seguridad. Lo hacía por las noches, porque así ganaba un poco más de dinero y por el día podía ocuparse de sus dos hijos. Su marido la dejó cuando nació el pequeño. Y tuvo que hacerse cargo de todo. Era mejor así, porque Pepe no era un buen tipo. Esa mañana decidió sentarse un rato y escuchar los trinos de las aves. Estaba cansada del trajín diario. Y eso que sus chiquillos eran estupendos, no podía quejarse de ellos.”

Cuando solo había dado dos pasos, Jorge Ríos levantó la voz muy a su pesar.

-Rubén – llamó.

El aludido giró a medias su cuerpo.

-876 712 091. Es mi teléfono. Llámame mañana.

El chico se quedó parado, sin saber reaccionar.

-Te lo repito, no lo hago más y no te creas que voy dando mi teléfono particular a todo el mundo.

Rubén tiró la mochila al suelo a la vez que sacó su móvil del bolsillo izquierdo de su sudadera.

-Eres zurdo, como Nando. Curioso. 876 712 091.

Rubén apuntó el móvil y marcó inmediatamente. El móvil del escritor empezó a sonar en su chaqueta.

-Ese es mi número. Por si quiere llamarme antes para hablar. O para leerme alguno de sus relatos. O para invitarme a unas tortitas con chocolate.

-Tienes cojones, Rubén.

-No lo sabe usted bien.

Volvió a meter su móvil en el bolsillo, cogió su mochila que volvió en un rápido gesto a su hombro izquierdo y salió de la cafetería sin volverse. Aunque ardía en deseos de leer las dedicatorias que le había hecho, no le daría el gusto a Jorge Rios de verlo incumplir la orden que le había dado.

Por su parte, el escritor sacó su móvil y marcó ese número nuevo que tenía en la pantalla como llamada perdida.

-¿Sí? – contestó un cauteloso e incrédulo Rubén.

-A las cinco y media en la cafetería Lago. A ver si es verdad que te gustan las tortitas.

-Vale. Llevaré tres libros más para que me los dedique.

-Solo si has cumplido mi petición de no leer.

-Por supuesto que he cumplido. Siempre lo hago.

-Mentiroso. A las cinco y media.

Rubén guardó el móvil en el bolsillo y recolocó los libros en la mochila después de haberlos sacado para leer las dedicatorias. Devolvió una vez más la mochila a su hombro y siguió camino del aparcamiento de los patinetes eléctricos de alquiler. Tenía mucho que hacer antes de las cinco y media.

Gorka, el chico de la gorra, limpió sus labios con el dorso de la mano después de haber vuelto a vomitar, esta vez en la soledad de su casa, sin nadie que le sujetara la cabeza para controlar mejor las arcadas. Durante unas horas, la tarde anterior creyó que había vencido a sus fantasmas, pero cuando llegó la noche se dio cuenta de que no era así. Y en la fiesta de sus amigos, en medio de la bacanal que se montó en el salón, lleno de calzoncillos de marca y sujetadores y bragas de encaje, una mano invisible le atenazó su garganta impidiéndole respirar. El peso de la vida se le hizo insoportable. Trastabilló camino del jardín en busca de aire que llevarse a los pulmones. Pero allí solo encontró más calzoncillos y más bragas en amable conversación que le volvían a quitar el aire. Nadie en la Tierra parecía querer entender lo que él sentía, la pérdida de sus queridos. Primero su amor desde el Instituto, una de sus mitades y después su hermana, su otra mitad. No le quedaba nada, salvo el salvavidas de los libros. Esto era lo único que le permitía seguir vivo.”

Jorge Rios cerró la tapa de su portátil. Quizás era el momento de su vida en el que debía sacar de la boca de otra persona la mordaza que le ahogaba. Como antes lo habían hecho con él. Volvió a abrir el ordenador y buscó su carpeta de trabajos acabados. Eligió una de las novelas: “La vida que olvidé”, la última que leyó Nando. Ese era un buen principio y a lo mejor un final definitivo.


Capítulo 2.-

.

Estuvo tentado de no ir a la cita. Se sentó en una cafetería al otro lado de la calle y observó en la distancia. El joven llegó corriendo, media hora tarde. Había dejado un patinete eléctrico de esos de alquiler en su amarre correspondiente. Llevaba la misma gorra que en el encuentro anterior, pero esta vez llevaba una americana informal de color gris suave y una camiseta negra debajo. Sus Converse en los pies y unos vaqueros aunque no los mismos. Estos estaban rotos a la altura de la rodilla.

Lo buscó por todas las mesas angustiado. Pensó durante un momento que el escritor se había ido cansado de esperar. De hecho si hubiera sido otro o mejor dicho, si hubiera estado en la cita propiamente dicha y no observando a distancia, a lo mejor lo hubiera hecho. No porque fuera un acérrimo defensor de la puntualidad, que no lo era más que nada porque no la solía practicar, sino por tener una excusa para no seguir con el tema.

El joven preguntó al camarero, que al principio no caía, pero luego, por los gestos que hacía, Jorge Rios interpretó que le decía que era escritor. Y entonces el camarero que le conocía de sobra, asintió primero y luego negó. “No, no ha venido hoy todavía”.

Rubén se sentó aliviado en una mesa y se pidió una Coca-Cola. Pegaba mejor con la posibilidad de tortitas que le había planteado que una cerveza. El chico parecía nervioso. Se movía mucho. Quizás se sentía observado. O estaría intranquilo por lo que le podría deparar esa reunión con su escritor favorito. Al final sacó de la mochila una de sus novelas “El alma de Juan”, y empezó a leerla.

-Pues sí que ha traído las novelas para que se las dedique. – murmuró Jorge.

Mientras esperaba, había decidido irse. Se había arrepentido de darle su teléfono. Aunque aún teniéndolo y pasando más de tres cuartos de la cita prefijada, no había hecho amago de llamarlo. Solo había mirado la pantalla por si tenía alguna llamada o mensaje que no hubiera oído. El camarero le acercó un plato de frutos secos. “Para la espera, Jorge no suele ser muy puntual con sus compromisos”.

-Vaya. Menuda fama.

La respuesta de Rubén pareció sencillamente encogerse de hombros y darle las gracias.

Jorge Ríos sacó su móvil y marcó el teléfono del joven. Observó como el chico levantaba el teléfono de la mesa y miraba la pantalla ansioso. Cuando vio que lo llamaba él, aún en la distancia era perceptible como lo primero que se le ocurrió es que pensaba que lo llamaba para cancelar la cita. Parecía angustiado de repente.

-D. Jorge – contestó con miedo.

-Perdóname. – e hizo un silencio valorativo, como si estuviera buscando las palabras. Vio como Rubén se medio incorporaba y se llevaba la mano al pecho, como si se sintiera mal. Estaba convencido de que le iba a decir que lo olvidara. – Me voy a retrasar unos minutos. Espero que no lleves esperando mucho tiempo.

-No, no, acabo de llegar.

-En unos minutos estoy ahí. Dile al camarero que me ponga lo de siempre. Ya me conoce.

-¡Ah! Vale. Se lo digo.

Rubén se había sentado aliviado. Más que sentarse se había dejado caer. Jorge se levantó de su mesa y pagó su consumición. Cogió su bolsa en la que llevaba su portátil y sus cuadernos de apuntes y caminó hacia la cafetería Lago.

Se fue acercando parsimoniosamente. Se dio cuenta que Rubén lo había visto en cuanto había cruzado la calle. Lo seguía con la mirada, de nuevo como en el día anterior imperturbable. Ya había pasado el susto, su escritor estaba allí, no le había dado esquinazo. No se esperaba nada especial de ese hombre. Sabía de sobra de su fama de hombre difícil, sobre todo desde la muerte de su marido, hacía siete años. Solo había consentido publicar un par de antologías de sus relatos, pero porque era un proyecto de Nando, su marido. Y cuando esos dos tomos estuvieron en la calle, con unas ediciones cuidadas como le gustaban a él, Jorge Ríos no volvió a entregar ni una sola página a su editor. No tenía ningún compromiso firmado, así que era libre de publicar o no hacerlo. Y no lo hizo.

-Rubén, me alegra verte.

Fue a darle dos besos, la costumbre con muchos de sus amigos. Rubén no se lo esperaba y le estaba tendiendo la mano. Pero al final la retiró para recibir los dos besos de su escritor. Jorge pensó que a lo mejor no se lavaría la cara durante un par de semanas para que no se fueran los restos de piel que hubieran quedado en su rostro. Era una broma que solía hacer con Nando cuando se encontraban con un fan muy entregado.

-D. Jorge, a lo mejor están mejor fuera.

Telmo, el camarero, sabía que le solía gustar estar al aire libre si hacía buen tiempo. Jorge miró a Rubén que levantó las manos para indicar que le daba igual. Se levantó y fue a coger su Coca-cola y el plato con los frutos secos pero el camarero le indicó que lo llevaba él.

Se sentaron en una mesa un poco apartada del resto y allí llevó el camarero las cosas de Rubén y las tortitas famosas y el chocolate de Jorge.

-Tráele a mi amigo otras tortitas.

-Tienen buena pinta – dijo mirándolas con gula.

-Tráeselas dobles – le indicó al camarero – te van a gustar, ya verás – comentó a Rubén.

Jorge tuvo la impresión de que a Rubén le había inquietado algo. Se lo preguntó pero Rubén lo negó con vehemencia. Demasiada vehemencia.

-Cuéntame algo de tu vida. No sé apenas nada.

Rubén empezó a contarle algunas cosas de él. Lo de la lectura que ya sabía, lo de su hermana, que también sabía.

-Estas tortitas están muy buenas – dijo con la boca llena mientras seguía parloteando sobre su vida o su no vida.

Que había estudiado ingeniería porque a sus padres no les gustaba la idea de que hiciera alguna carrera de letras o social, como a él le hubiera gustado. Que se había criado allí o aquí porque su padre había cambiado mucho de destino en su empresa. “Una multinacional, ya sabes”. Pero Jorge no sabía y tampoco creyó oportuno preguntar. Todo le sonó a una trama copiada de cualquier novela de autor desconocido.

-Acabamos mal. Cuando murió mi hermana discutimos a lo grande. Parecía que querían controlarlo todo. Y con mi hermana se demostró que nadie puede hacerlo. Querían que trabajara en tal, y luego que hiciera cual, y que me marchara a USA dos años, y que bla, bla, bla. Les dije que no pensaba hacer nada de todo eso, y me echaron de casa. “Tienes veintitantos, gánate la vida”.

-Y ahí estamos – dijo como colofón.

-O sea que no tienes un euro.

Rubén se quedó mirando a Jorge. Estudiaba si el comentario había sido lanzado con mala intención o simplemente era eso, un comentario. Al final prefirió pensar que era así, aunque no estaba del todo seguro. A Jorge en cambio, se le pasó por la cabeza que todo ese interés por sus libros fuera simplemente una forma de buscar un sustento. Incluso se le pasó por la cabeza que intentara camelarle sentimentalmente. Lo descartó porque en todo caso, había elegido la forma más lenta de hacerlo. Igual que era famosa su mala educación con la gente que se acercaba por la calle o en un restaurante, lo era que gustaba de rodearse de jóvenes guapos, generalmente modelos, actores o aspirantes a serlo. “Me inspiran”, decía en las entrevistas cuando le preguntaban. “Pero sigo siendo fiel a mi marido”, zanjaba el tema.

La ropa de Rubén, la forma de llevarla, no era provocativa, ninguno de los dos días lo había sido. Salvo el detalle de los pantalones rotos, que podía enseñar como ahora su rodilla, por no enseñar no enseñaba casi ni las manos, porque la chaqueta estaba un poco larga de mangas y las manos la mayor parte de las veces ni se las veía. Por eso quizás le salió un tono un poco brusco en el comentario. Pero fuera lo que fuese, no se merecía eso.

-He traído la primera novela que acabé para que la eches un vistazo. ¿Tienes tiempo?

-¿Eh? – Rubén pareció volver de algún sitio al que había viajado durante unos instantes.

-¿Estás bien?

-Sí, sí, sí, no hay problema.

Pero su lenguaje corporal decía lo contrario.

La historia se repite una y otra vez. Una fiesta, esta vez en casa de Paco y Romualdo. Un salón enorme y la música muy alta. Mucha bebida en una barra improvisada. Todos en ropa interior, todos guapos, todos estupendos. Hombres y mujeres, jóvenes y mayores. El juego del baile y de los roces. ¿Una copita, mi amor? ¿Otra copita? Baila, baila. Estoy caliente. Miranos. Agáchate y haz algo por nosotros. ¿Quieres güisqui? Te gusta el güisqui, ¿eh?

Aire necesito aire, me voy al jardín. Un rincón y vomita el güisqui, aunque la vergüenza se queda dentro.

Jorge Rios”

Su teléfono no dejaba de sonar. Y aunque al principio no le hizo caso, la insistencia pudo más. Y casi sin mediar palabra, Rubén se disculpó y salió corriendo, con la mochila colgando de su hombro izquierdo. A unas manzanas, se metió en una furgoneta que lo esperaba. La noche empezaba en ese momento y se prolongaría hasta unas horas después del amanecer.

Jorge Ríos abrió el portátil y en lugar de buscar esa novela que le iba a enseñar al joven, abrió el procesador de textos y creo un nuevo documento: “La noche es joven”.

Su móvil sonó. Miró la pantalla y pensó un momento en contestar o no. Al final lo hizo:

-Dime.

Escuchó durante unos minutos. Su cara denotaba un cierto hartazgo por el discurso de su interlocutor.

-Sí, iré. Pero sabes que voy por documentarme. Ya sabes mis condiciones.

Escuchó de nuevo durante unos minutos

-Si es un problema, no te preocupes, no voy

-Vale entonces. Recógeme en un par de horas en casa.

En la noche los animales carnívoros toman las calles. Los monstruos alimentados por la sangre de los pobres e inocentes corderos, vuelan sobre los cielos de la ciudad y mueven los hilos de la ignominia y la degradación, en busca de nuevas presas sobre las que lanzarse para chuparles la sangre. Una nueva Sodoma y Gomorra nacen en nuestras calles y se alimentan de la juventud perdida y ansiosa de disfrutar de la vida que las circunstancias del mundo parecen haberse confabulado para robárselas. Algunas presas luchan contra sí mismas por ponerse a cubierto de las alimañas. La más de las veces pierden. El peligro tiene su erotismo. Y los hombres y mujeres tienen su punto orgulloso, de pensar y presumir que controlan a las fieras, de ser más listos que ellas. Y hasta que el monstruo no te agarra del cuello y te chupa la sangre, no eres consciente de lo que te jugabas. Y entonces ya es tarde, hasta para avisar al resto de la humanidad. Estás muerto. Y eso no tiene remedio.

Jorge Rios.”

Cerró el ordenador, pagó la cuenta y caminó hasta su casa. Una nueva noche de investigación. Una nueva noche en la que acabaría sujetando la frente de alguien mientras vomitaba en una esquina del jardín. Un joven al que dudaba si salvar o dejarle seguir su camino, elegido libremente, aunque quizás obligado por las circunstancias. Nunca nadie es completamente libre. Los condicionantes que nos ponen las circunstancias nos cuartan la libertad. Al final somos víctimas de nuestros errores y los de los demás. O de nuestros aciertos, de nuestro atrevimiento. Y de la suerte.


Capítulo 3.-

Jorge tuvo mucha suerte. La vida, el destino, le deparó un don: la escritura. No luchó contra él, sino que lo fomentó y lo cultivó. Eso no hubiera sido importante sino se hubieran cruzado una serie de personas que le convirtieron en lo que es hoy.

Primero y más importante se enamoró. De Nando. Y éste lo hizo de él. Fue un amor trabajado, porque al principio no parecían congeniar demasiado. Amigos comunes, reuniones de amigos, alguna frase cruzada en ellas, pero sin nada que fuera reseñable. Un día en que sus amigos fallaron, se encontraron casi solos. Ellos dos y Helena y Pol. Helena y Pol eran pareja y ese día, al ver la deserción de los demás, decidieron hacer un mutis y con la excusa de ir a la barra a pedir, no llegaron las cervezas y a ellos no se les volvió a ver. Y a Jorge y a Nando no les quedó más remedio que empezar a hablar el uno con el otro.

-Parece mentira, hace casi dos años que nos conocemos y nunca hasta ahora hemos hablado así, de tú a tú. – dijo Jorge para romper el hielo.

Y sí que rompieron el hielo. Al final de la noche, la cosa parecía que fluía, para sorpresa de ambos. Se podría decir que pasaron una velada agradable, pero sin más.

Al menos fue el punto de inflexión. En las siguientes reuniones de la pandilla, hablaban más y al menos, no parecían enemigos. A veces incluso se sentaban cerca, cosa que hasta ese día de la rotura de los hielos polares que los circundaban, parecía imposible. Ellos creían no tener nada en común. Y no lo tenían en gran medida. Se complementaban más bien. Pero hablaban de cada vez más cosas, intercambiaban opiniones generalmente distintas. Sobre la vida, sobre el sexo, sobre el amor, sobre política. Sobre fútbol. Ni en eso coincidían. Les daba salsa a la vida.

Un día Jorge le enseñó un relato que había escrito. Lo que sí les gustaba a los dos era leer. Aunque como no, les gustaban autores distintos, géneros diferentes. Pero cuando Nando leyó ese relato quedó fascinado. Al principio pensó que eso era porque lo había escrito alguien que conocía. Parece que los que conoces, no pueden ser buenos en algo, si no lo has vivido desde que echaron a andar. Y cuando te pasan una historia que han escrito, el solo hecho de que sepa construir una frase con sujeto, verbo y predicado, ya es una proeza. Y no te digo si entre medias incluye una frase subordinada o conjugando el pretérito imperfecto de subjuntivo. Pero cuando Nando lo volvió a leer en casa, tranquilo, sin que Jorge le estuviera mirando, pensó que era una de las mejores historias que había leído nunca.

Así se lo comentó a Jorge cuando quedaron la tarde del día siguiente, los dos solos. Bromearon al respecto porque Jorge no quería creerle. Y que le estaba tomando el pelo, que te estás riendo de mí, jo como eres, y que… tal y tal y tal… y no paraba de hablar, hasta que Nando se incorporó de la silla que estaba, estiró el brazo y cogió del cogote a Jorge para acercar su boca a la suya y le calló con un beso de tornillo. Jorge se quedó apabullado. No se dio cuenta pero contestó al beso. Y hasta esa noche en casa, solo, no se dio cuenta que le había gustado, que Nando le gustaba, que narices, que sí, que le gustaba, y que por fin podría hablar de amor de primera mano en sus historias.

También fue un momento triste. Jorge fue consciente que todas sus relaciones anteriores se habían basado en otras cosas, no en el amor. “Así han salido”, pensó. Y también se le ocurrió que podía haber sido lo del relato, que le había gustado… empezó su cabeza a poner pegas, por si acaso. “Joder, pero si eso del amor no es cosa de cabeza, es de… corazón, de estómago, de… pollas reaccionando sin esperarlo… “No, lo de eso… no es amor… es… ¡Yo qué sé!”

Volvieron a quedar al día siguiente y fue todo un poco embarullado, hablaba uno y el otro a la vez, y decía uno que había sido un beso estupendo, y que joder, que no se había dado cuenta pero me gustas, y tal. No se dijeron te quiero, porque de eso no estaban seguros. Pero que gustarse se gustaban sí. Y poco a poco fueron queriéndose. Poco a poco, que se lo tomaron con calma.

“¿Y si me equivoco”, pensaba Jorge una y otra vez. “¿Y si no es eso?”

Jorge le fue enseñando más relatos incluso alguna novela que tenía acabada. Llevaba desde los quince años escribiendo sin descanso. No se lo enseñaba a nadie. Solo lo hizo a un profesor del instituto, en COU, y su crítica fue tan demoledora que se le quitaron las ganas de volver a hacerlo con nadie. A Nadia, su vecina del quinto sí, a ella si que se lo enseñaba. Pero ella lo quería y todo lo que le daba para leer le gustaba por decreto. Y no bajó la intensidad del elogio cuando se declaró a Jorge y éste le dijo que lo sentía, pero que su amor era imposible. Ella se enfadó al principio pero al final acabó comprendiendo. Y halagando sus relatos. O no, que todos ya no le gustaban. Sobre todo ponía pegas a los que acababan mal. Pero eso le dio igual, porque en la vida hay historias que acaban mal, muy mal. Y en el fondo, Nadia solo reaccionaba de esa forma por la decepción, porque Jorge le había dado calabazas. Y ella veía que su historia, la del amor que sentía por su vecino Jorge, había acabado mal.

Nando le propuso un día llevarlo a alguna editorial. Pero a Jorge eso le daba mucho miedo, tenía presente a ese profesor de COU que le degolló las ilusiones en cinco minutos. Nando no se rindió y a hurtadillas le copió unos cuantos relatos y un par de novelas. Su madre conocía a alguien que conocía a uno que a su vez tenía una prima que era íntima de uno que trabajaba en una editorial. Resulta que ese hombre era editor en esa editorial. Y se avino a leer las novelas de Jorge.

-Pero que no se haga ilusiones. Este fin de semana tengo que leer 10 novelas que nos han llegado. Si a las cinco páginas no me dice nada, no voy a seguir.

Nando seguro de sí y de Jorge dijo:

-Entonces con la primera, tendrá suficiente. Podrá leer el resto. Con una sola página sabrá que es una gran novela. No va a leer más novelas este fin de semana que la de Jorge.

El hombre lo miró con escepticismo.

Tardó en llamar. Nando había perdido las esperanzas. Pensó que a ese hombre al final no le había gustado. Pero eso no quería decir nada. Jorge y Nando, mismamente, cuando hablaban de libros, siempre discrepaban sobre casi todo lo que habían leído ambos.

-Es cuestión de probar – se decía por la mañana frente al espejo. Porque a Jorge no le podía decir nada. Salvo que lo cogieran. Y aún así habría que estudiar como se lo decía.

Así que en sus ratos libres, cambió la lectura por la búsqueda de editoriales a los que mandar los manuscritos de Jorge. Por si acaso, se preocupó de registrarlas. Que ese hombre era amigo de un amigo de su madre y no le iba a traicionar, pero si empezaba a mandar las novelas a sitios y personas desconocidas, no tenía por qué fiarse.

A los quince días o así, ese hombre llamó a la prima del amigo del amigo de su madre que le dio el teléfono de ella. Ésta a su vez le dio el teléfono de Nando y lo llamó:

-¿Sería posible hablar con ese Jorge Rios?

-¿Por? ¿Para bien o para mal?

-Para bien. Para mal te lo suelto a ti y acabo antes. No perdería el tiempo. De hecho, para mal ni me molesto en llamar.

-Cuénteme para prepararme y para prepararlo, que él no sabe nada.

-He tardado porque tenías razón, en la primera página tuve claro que me gustaba su escritura. Eso supone que debo leer la novela entera. Y me diste dos. Así que leí las dos. No me dio tiempo a leerlas el fin de semana así que casi tardé una semana. Porque además son largas. Pero apasionantes. Mientras leía la segunda, encargué que prepararan unas pruebas de la primera. Y en eso he pasado estas dos semanas. Ahora solo hace falta convencer a tu amigo de que publique y de que nosotros somos los indicados. Le puedo enseñar hasta como queda el libro. He mandado imprimirlo.

A Nando se le quedó la boca abierta. Y sintió una alegría inmensa. Ahora solo quedaba decírselo a Jorge y convencerlo. Que para un ajeno podía parecer coser y cantar, pero que Nando sabía que iba a tener que emplear toda su capacidad de persuasión.

Y en efecto, el tema duró casi otra semana.

-Que no, que no y que no. Que ese tipo os ha dicho eso porque es amigo de tu madre.

-Qué en realidad no es amigo de mi madre, es amigo de un amigo de un amigo de la prima de no sé quien de mi madre.

-No me dijiste eso.

-Que sí, te lo dije, pero no me escuchaste bien.

Que no y que no y que no. Que los escritores son una mafia y se llevan todos mal y que… que no, que no, que no. Los escritores son unos presuntuosos, que no encaja en ese mundo, que si tal, que no, que no, y que no le gustan las presentaciones y que si tal y que si cual. “Joder, ¿Y si fracasa la novela? ¿Y si no la compra ni tu madre? La mía no lo va a hacer, te lo advierto.”

-Vale, – dijo en un momento de debilidad, – pero si me acompañas a todas esas cosas. No voy a una rueda de prensa si no vas conmigo o a una entrevista en la radio, o a una firma de libros, o a ver al editor. ¿Ves, ves como no te gusta? Pues a mí tampoco. Así que nada.

Nando negaba con la cabeza. No pensaba convertirse en el secretario de Jorge, por mucho que le gustara. El tenía aspiraciones más elevadas. ¿Cuáles? Ni idea. Pero era súper elevadas. De millonario a súper millonario. De famoso a muy famoso. La pega era que no se acababa de decidir por el camino para llegar allí. Pero ser el secretario de un escritor de medio pelo, no.

-Pues ponemos un nombre pseudónimo o como se diga. Por ejemplo, Blas Tudor. Y al ser anónimo, nadie sabrá que eres tú, y a nadie importará porque como no eres conocido ni famoso, pues nada.

-El caso es que no quieres ir conmigo – y lo dijo verdaderamente enfadado. Decepcionado. – Yo creía que te gustaban mis novelas de verdad y que te gustaba yo. Pero ya veo que solo era de boquilla.

No le dio opción a contestar. Con las mismas se levantó de la silla y se largó de la pizzería donde habían quedado a cenar para hablar del tema.

-Y encima pagaré yo la cuenta. – murmuró resignado Nando.

Durante unos días jugaron al gato y al ratón. No se llamaban ni quedaban con su grupo de amigos. Se mandaban algunos mensajes a través de terceros. Alguna vez se encontraron “por casualidad” en la calle y comentaban el buen tiempo que hacía. Hasta que en uno de esos encuentros, al despedirse, Nando le dijo al oído: “Está todo listo. Solo tienes que ver el libro, que te va a gustar, y firmar el contrato. Al día siguiente estará en las librerías.”

-Si no lo haces conmigo, no hay nada que hacer.

-Están tirados los tres mil ejemplares de la primera edición. ¿Quieres echarlos a la basura?

-Si no vienes conmigo nada.

-Es tu libro, es tu vida, Jorge.

-Pues cásate conmigo y así será nuestra vida.

Jorge se dio cuenta de lo que había dicho al ver la cara que puso Nando. Y éste hasta que se dio la vuelta y salió corriendo, no procesó la petición. Nando no era de hacer deporte. Pero aún así aguantó veinte minutos de carrera tipo cochinera. Hasta que llegó a casa de su madre y subió a su piso respirando con dificultad. Casi echa los higadillos en el ascensor.

-Pero si ni siquiera hemos follado – se dijo indignado para sí, sin dejar de intentar coger aire.

-Como si en nuestros tiempos eso no fuera lo normal, hijo – le comentó indignada su madre cuando se lo contó.

-Pero ahora no. Ahora se folla y después…

-Que mal hablado eres Nando. ¿No hay otra palabra que follar?

-Hacer el amor, ¿Así estás contenta?

-Pues hala, voy a llamar a un amigo para que os prepare la ceremonia.

-¡¡Mamá!!

-No seas bobo. Sois los dos bobos más grandes del universo. Sois los únicos que no sabéis que os vais a casar sí o sí. Casaros de una vez y así ese puto libro saldrá a las librerías y será un éxito. Joder, si escribe como los dioses del Olimpo.

-No sabía que los dioses del Olimpo escribieran.

-Me has entendido, tonto del culo. Pero que he hecho yo para criar semejante arpía de hijo.

-Es por precisar.

Su madre no dijo nada, solo le tiró el primer cojín que tenía a mano.

-¡Mal Hijo!

-Te quiero mamá – se despidió Nando.

Corrió. Corrió a casa de Jorge. Correr, correr, no. que ya respiraba con normalidad y no quería volver a perder el resuello. Además, tenía que pensar como hacerlo. Llamó al timbre, y como Jorge no fue rápido al contestar, pegó el dedo al botón.

-¿Pero que coño vas? Casi quemas el timbre bobo. – le gritó indignado Jorge en la puerta.

Entró como una exhalación y fue al frigorífico. Sacó una lata de naranjada y se quedó con la anilla. Se dio la vuelta para enfrentarse a Jorge y se arrodilló:

-Por este anillo, te comprometes a casarte conmigo, capullo.

-Pero te crees que eso es una declaración, o algo parecido.

-Es mi declaración, no la de Romeo. No quiero una declaración como Romeo, ángel de amor. Cásate conmigo y déjate de sandeces. Tú me lo has propuesto.

-Pero a lo mejor ha sido precipitado.

-Me caguen todo, joder. Cásate conmigo y publica ese libro.

Nando ya no estaba de rodillas. Se había levantado y tenía los brazos abiertos. Tenía la misma apariencia de Hulk, el de los cómics y la televisión. Los ojos casi le salían de las órbitas.

-Y no voy a ir por ahí contigo. No soy el perro faldero de nadie, ni siquiera de mi marido. Te apoyaré. Te llamaré si estás en París. Pero yo tengo mi trabajo.

-Si no trabajas. Estás en el paro.

-Pero lo tendré. No voy a ser tu conserje. O como se llame el que te lleva las maletas.

-Mozo de equipajes – le informó Jorge.

-Pues eso.

-Y yo tengo mi trabajo.

-Pero a lo mejor cambias de trabajo si se da bien la novela. ¿No te gustaría? Dedicarte solo a escribir.

Jorge se quedó pensando. Estaría bien poder escribir gran parte del día, sin pensar en ir a trabajar todas las mañanas.

-Vale.

-¿Vale?

-Sí, vale.

-¿A qué vale?

-A todo joder.

-Vamos a ver a Dimas. Es el editor. Mañana podrá comprar la gente tu novela.

-Pero si son las diez de la noche. ¿A dónde vamos a ir a firmar?

-Dimas, que firma. Que vamos – gritó al teléfono.

-Nos espera. Así podrá irse a casa. Lleva esperando sin salir de la oficina desde hace diez días.

-Vaya – Jorge estaba desconcertado. – Pues si que parece que le ha gustado.

Aquel señor con el que me crucé cuando entraba por primera vez en la editorial me desconcertó. Se me quedó mirando sin apenas pestañear. Pensé que a lo mejor había sido profesor en el instituto o que lo conocía por mi trabajo. Pero eso no era posible, no tenía casi contacto con los clientes. Apenas me relacionaba con mis compañeros… si había algún momento de relax, lo utilizaba para seguir escribiendo. Lo de las reuniones en la máquina de café, no contaron nunca con mi presencia. Ese hombre parecía estar satisfecho. Parecía cansado, eso sí. Nando hizo una mueca rara en ese momento. Una mueca que no supe interpretar. Y que aún hoy, cuando se me ha ocurrido rememorar ese sucedido sin importancia, sé que quería decir.

Jorge Rios.”

-Y mañana los camiones repartirán tu novela. En Madrid El Corte Inglés y la Casa del Libro los venderán al mediodía. Joder, que voy a poder comprar tu primera novela. Verás como te va a gustar la portada.

Fueron y firmaron. Dimas no le había dicho toda la verdad a Nando. En realidad la novela ya estaba distribuida. Y algún librero se había aventurado a venderla antes de que le dijeran, “Es que es tan adictiva, tan buena, que no podía privar a mis lectores-amigos de ella. Necesito más ejemplares”.

De hecho eso debieron hacer muchos libreros, porque a las tres de la tarde, ya estaba en marcha la segunda edición ante la multitud de pedidos. Una segunda edición que fue ya de cinco mil ejemplares, un salto poco habitual. Aunque menos habitual fue la tercera, que ya fue de trece mil ejemplares.

De esa novela, que se sigue vendiendo continuamente, hay sesenta y ocho ediciones.

En otra cosa se equivocaron Dimas y Nando. A Jorge no le gustó la portada. Y para bolsillo y a partir de la décima edición, Jorge consiguió que se la cambiaran. La gente y la crítica alabaron la decisión. Era más cercana al espíritu de la novela, decían. Y eso supuso un plus de publicidad. Algunos coleccionistas incluso compraron otro ejemplar por ser la portada diferente.

Nando no acompañó casi nunca a los actos de promoción a Jorge. Éste tampoco se prodigaba en exceso, sobre todo al principio. Aunque al final acabó gustándole. Le gustaba hablar con la gente, porque además le daban ideas. Algunos personajes de sus siguientes novelas salían de personas que había ido a saludarle y le comentaban cosas de su vida.

El ambiente literario al que tanto temía y odiaba a partes iguales, le recibió muy bien. Y se encontró con algunos autores que eran como los había imaginado, cerrados de mente, tribales, elitistas, altivos. Pero la mayoría resultaron ser gente amante de su profesión, apasionada, que le gustaba hablar de libros, de gente, de la vida, de la belleza. De literatura a fin de cuentas. De sentimientos. Y no había tanta envidia como él creía.

Aunque Nando lo que sí hacía era leer el primero todo lo que escribía Jorge. Y le hacía una primera corrección. Y con los relatos, se preocupó de agruparlos para ser publicados.

Todo fue bien. Hasta que Nando enfermó unos años después de casarse. Y cuando murió, unos meses más tarde, Jorge se hundió. No le había acompañado, ni le había hecho de niñera. Ni de mozo de equipajes. Pero lo que conlleva publicar un libro y que Jorge no quería hacer, el trabajo en la sombra, lo había aceptado porque sabía que de esa forma Jorge se podía dedicar a lo que le apasionaba. Cuando alguna entrevista le salía mal, era pensar en Nando lo que le daba fuerzas para seguir. O cuando no le apetecía ir de gira por Estados Unidos. Nando le daba un beso, le sonreía, y las ganas aparecían solas.

-Él era feliz en dos momentos: con Nando y escribiendo. – decían los que le conocían.

Luego solo le quedó escribir. El resto no le importaba.

Una vez más vio amanecer. Era su hora favorita para ponerse a escribir. No era por estar descansado, que generalmente no era así. “Las noches eran para vivirlas, no para dormirlas”, decía él siempre, aparentando una alegría por ello que distaba mucho de sentir. Pero era más “cool” decir eso que no la verdad: era incapaz de dormir por las noches. Algunas salía, buscando a esos animales que solo rondan por la noche. A los desesperados de la vida que necesitan de la semi-oscuridad de un garito cualquiera para encontrar un alma perdida con la que congeniar lo suficiente para pasar un rato agradable en la cama. Un rato de buen sexo. Él no buscaba eso. Buscaba a esos animales nocturnos ávidos de un poco de contacto físico que la luz del día les negaba sistemáticamente. Luego llegaba a casa y después de una noche de observación, escribía sus conclusiones. Describía minuciosamente a esos hombres y mujeres que permanecían al acecho de sus víctimas. Aunque en realidad, muchas noches solo lograban atraer a otros animales como ellos, perdidos y desesperados de la vida. Unos lo vestían de diversión y otros de desesperación, dependiendo del papel que habían adoptado. Algunos incluso cambiaban de rol unas noches y otras. Quizás dependieran del güisqui que hubieran bebido, si era bueno o era de garrafón disimulado con una etiqueta que diera el pego. O más bien, las mas de las veces, fuera dependiendo de la música que le hubiera tocado bailar en su vida diurna.

Jorge Rios”.


Capítulo 4.-

Jorge tenía una nueva historia que quería escribir. Dudaba como hacerlo. Dudaba porque a uno de los protagonistas lo conocía.

Todo hubiera sido más fácil si esa mañana de hacía unas semanas, Rubén no se hubiera plantado frente a él y le hubiera obligado a hablar. Aunque estuvo tentado de mandarlo a cagar con cajas destempladas, no lo hizo. Para sus adentros, la razón era la de investigar para su próxima historia. Tener una perspectiva distinta a sus otros personajes. Hasta ese momento, de todas las novelas que había escrito, las publicadas y las que no, sus protagonistas salían de su imaginación. Algunos estaban basados en algunas personas que había conocido fugazmente. Pero solo era una base. El carácter, los gestos, la forma de pensar o de vestir. O el aspecto físico. Aun que en ese último punto, no solía ser muy descriptivo. Prefería que cada lector le diera el aspecto que más le gustara. El resto de cada protagonista lo llenó él a su conveniencia. De hecho nadie se reconoció nunca en sus libros. Ni Nando, que posó para él en algunas ocasiones. Sí, lo llamaba posar. No sacaba su rostro, ni su cuerpo en una fotografía o en un cuadro. Sacaba su alma en un libro. Y a veces también sus facciones. Pero casi nadie acertaba a reconocerse cuando leía una descripción suya. Porque en realidad casi nadie sabe como se ve un rostro aquilino, por ejemplo.

Una vez cuando Nando acabó de corregir una de sus novelas, Jorge que estaba sentado en una butaca leyendo el último libro de Almudena Grandes, le preguntó por el protagonista. “¿Te ha gustado?” “Es que la última lectura que hice me pareció conocido”. “A ver si alguien se va a molestar”.

-Yo no he notado nada. Y además, si es así, que se joda. Pero tranquilo, no he reconocido a nadie en él.

-Que no es físicamente. – le advirtió Jorge.

-Ya lo sé, Jorge. Te conozco. Ya se a que te refieres. Lo hemos hablado muchas veces. Además, tus descripciones físicas de tus protagonistas son muy someras.

Él único que se reconoció fue Cape, un amigo empresario que estaba emparejado con Carmelo del Rio, un actor muy conocido y reconocido. Pero eso lo achacó a que ellos leían sus historias con una atención inusitada. Carmelo era uno de sus mayores fans. En la línea de Rubén, pero corregido y aumentado. Era capaz de recitar de memoria partes de los diálogos de algunas novelas.

Con Nando era distinto. Intercalarlo entre sus personajes era la forma de matar a los fantasmas. Era una forma de terapia. Nando no era perfecto, como Jorge tampoco lo era. Nando lo amaba, eso lo sabía, pero tampoco era fiel al cien. Ni siquiera lo era al diez. Él lo llamaba pareja abierta. Jorge en realidad lo llamaba “soy libre para follar con quién me apetezca, incluso ponerle un pisito con tu dinero, Jorge”. Y eso precisamente era lo que ponía en esos personajes que se basaban en él. Era terapia, como decía Nadia, que ya no era su vecina pero que seguía siendo su amiga. Y seguía leyendo todo lo que escribía. Y que desde que murió Nando se convirtió en su primera correctora.

Había quedado a comer con ella. Hacía tiempo que no lo hacían. “El Puerto del Norte” era el restaurante elegido.

-Voy a publicar. – anunció Jorge después de los entrantes, justo cuando les llevaron los platos principales.

Nadia levantó la cabeza con el tenedor a medio camino de su boca. Casi se le cae el trozo de lubina que se estaba llevando a la boca. Ya se había sorprendido bastante cuando Jorge le había llamado con insistencia para quedar a comer. Le había hecho repetir el lugar y la hora tres veces.

-El Puerto del Norte, dos y media.

Durante un momento Jorge pensó que su amiga se había asustado al oír la noticia. No era la respuesta que esperaba. Podía haber sido alegría, sorpresa, podía haber sido alivio “Por fin te decides amigo”. Lo atribuyó a la sorpresa. “Seguramente pensaba que nunca lo iba a hacer y ahora piense que a lo mejor estoy enfermo y por eso he decidido publicar.”

-Me alegra oírlo. Te abrazaría si no estuviéramos como estamos. Pero espera que lleguemos a casa y te como a besos. ¿Cual?

-Creo que la primera. “La vida que olvidé”.

Nadia masticaba despacio el pescado. Jorge la conocía lo suficiente como para saber que estaba pensando la forma de decirle que no estaba de acuerdo. No le miraba a los ojos, ni siquiera levantaba la vista de la mesa. Ella siempre gusta de fijarse en la gente, por darle ideas a Jorge respecto a personajes. “Ese parece que acaba de acabar un tratamiento de quimio”, ó “Mira esa, por lo menos es marquesa, aunque su traje sea de hace tres temporadas”. Todo eso no había ocurrido desde que se habían encontrado ese mediodía.

-¿Y si publicas mejor “La casa Monforte”? Es más alegre. La gente ahora necesita un poco de buena onda. – propuso en tono pausado, como si tuviera miedo de la reacción del escritor.

-Sabes, le daré a Dimas las dos. Que elija él.

Él prefería seguir el orden en las que las escribió, aunque reconocía que ella tenía un punto de razón. A él también se le había pasado esa idea por la cabeza.

-Si de repente le das dos novelas, a lo mejor le da un ataque. Después de siete años. Dale solo “La Casa Monforte”.

-Podría ser peor, podría darle las doce.

¿Doce? – preguntó sorprendida Nadia. – Son ocho.

-Ya, es que cuento las que tengo empezadas. – reculó Jorge. Se había dejado llevar por la euforia. Nadia solo sabía de ocho.

-Pero si apenas llevas veinte páginas.

-Ya, ya, es cierto. Es para darme importancia.

Jorge sonrió mirando a Nadia fijamente. Ella jugueteaba con el pescado sin prestarle demasiada atención. Tuvo la sensación de que su amiga no se había alegrado con la noticia. Al revés, parecía que le contrariaba. Estaba imbuida en sus pensamientos. Incluso le pareció en algún momento que estaba preocupada.

-Y los cuarenta y nueve relatos. – su amiga parecía haber vuelto a la mesa de repente – Por cierto, leí que estaban preparando una edición especial de los relatos.

-Me dijo algo Dimas, pero no le hice caso. Eso nunca pasará, al menos en la forma que él lo plantea. Esos relatos ya están en un recopilatorio. Se puede comprar todavía y se puede reimprimir.

-A lo mejor se refería a los relatos nuevos – sugirió suavemente Nadia.

-Tengo otros planes para esos relatos.

-¡Ah! ¿Y cual es ese plan? – preguntó Nadia con cautela.

-Ya te lo contaré cuando me decida. Tengo que hablar con mi hermano.

-Llámale ahora mismo y queda con él. Sí, llama a Dimas.

A Nadia se le escapó un suspiro.

-Tienes miedo que cambie de opinión. – A Jorge le empezaba a divertir el aparente mal rato que parecía estar pasando Nadia.

-Tengo miedo de que la razón por la que lo haces se evapore. Maldita la hora que te pedí ayuda.

-No he hecho nada.

Jorge había vuelto a ponerse serio.

-Si lo has hecho. Rubén parece que está mejor. Eso me dice su tía.

-No lo está. En todo caso es pasajero. El problema sigue. Te dije que no iba a intervenir activamente. Solo iba a observar. Y al presentarse en la cafetería dónde voy a escribir, he añadido al plan original, el hablar y pasar tiempo con él. Eso no estaba en lo que hablamos. Muy amiga debe ser tuya esa tía de Rubén.

-En realidad no lo es. Es una conocida de pilates. Me habló tan bien de tus novelas, de la obsesión que tenía su sobrino con ellas, que no pude por menos que ofrecer tus servicios. Como sé que sales a investigar a la fauna nocturna, como tú la llamas… pensé que te daría igual ir a un sitio que a otro.

Jorge se sintió un poco engañado. No se esperaba eso de Nadia. Si se lo hubiera contado así, no hubiera aceptado hacerle el favor. Nadia evitaba mirar a Jorge. Éste no hacía más que buscar sus ojos para ver lo que realmente pensaba, pero… no lo conseguía. Parecía que la lubina era la cosa más importante del mundo, o que se iba a volver al mar si no la vigilaba permanentemente. Y con las vueltas que le había dado, más parecía un puré de lubina. Desde que le había soltado la noticia, prácticamente no había comido nada más. Y lo de Rubén no había ayudado.

-Pero al menos ha vuelto a trabajar – siguió hablando Nadia, ajena a la decepción de su amigo. – Cumple con los encargos. Y no va de borrachera en borrachera.

Jorge se retiró un poco de la mesa. Dejó la servilleta sobre ella y puso sus manos detrás de la cabeza, como si estuviera recostado en su sillón de casa preferido. Todo lo que le decía Nadia le sonaba a chino. No sabía si cumplía con los encargos de su trabajo free lance, pero seguía yendo muchas noches a beber hasta perder el sentido.

Y Nadia seguía sin mirarle. Le estaba mintiendo. Pero ¿En que?

-No hagas eso, parece que estás en el salón de tu casa. La gente te mira.

-Soy un escritor, me permiten ciertas excentricidades. Es de lo poco bueno que tiene la fama.

Pero Jorge cambió su postura y puso las manos sobre su regazo y la miró sonriente. Decidió cambiar de estrategia con su amiga.

-Llámalo. Venga. – insistió Nadia, que seguía sin mirarlo directamente.

Jorge cogió el teléfono y marcó el número de Dimas.

-Iba a mandar a la policía a tu casa, no fuera a ser que hubieras muerto – contestó su editor sin siquiera saludar. Estaba enfadado con Jorge. Cuando le llamaba solo era para quejarse de algo.

-Estoy comiendo en el “La Puerta del Norte” con Nadia. ¿Te acuerdas de ella? A lo mejor tienes un rato para encontrarnos.

-Dame diez minutos y estoy ahí. Así saludo a Nadia que hace tiempo que no la veo. El café y la copa la pagas tú.

-Tú eres mi editor. Así que pagas tú los cafés y la comida. Que no se diga. No te quiero hacer de menos. Te he salido barato estos últimos años.

-En fin. Me callo. Voy.

Jorge se quedó en silencio un rato. Seguía pensando en Rubén. Y en el extraño comportamiento de Nadia. Era la primera vez que actuaba de esa forma. No era propio que presumiera de su influencia sobre él. Y se había acordado de ese comentario de Rubén respecto a lo que había dicho su editor en una entrevista sobre las novelas que tenía escritas pendientes de publicar. Ese dato solo lo debía conocer Nadia. Los números no eran reales, pero eso era porque Jorge no había puesto al alcance de Nadia toda su obra acabada. Ni relatos ni novelas. Pero esas cifras se correspondían con lo que Nadia sabía.

-No quería conocerlo – Nadia pareció despistada, no sabía a qué se refería Jorge. – Rubén digo. Pero se puso tan pesado, esa mirada suya tan insistente. Tan vacía. Que no le pude mandar a freír espárragos. – Nadia empezaba a mostrarse tensa.

-¿Pero sabe…?

-No, por Dios. Ni falta que hace. Pierde completamente el sentido cuando sale. No sabe ni como llega a casa.

-Ese chico te gusta, Jorge.

-No es gustarme. No al menos en ese sentido. Y mira que es guapo, y tiene un cuerpo estupendo, y eso que ahora, como no come, está demasiado delgado. Se le marcan todos los huesos. Parece un hombre de estos de los documentales sobre África y la hambruna. Me duele como está. Es una pérdida de talento, de juventud. No sé como sus padres son …

-Sus padres mejor no mentarlos. Eva ha cortado toda relación con su hermana. Dice que se ha creído una diosa o algo así. No sabe como acercarse a su sobrino. Por suerte es fan tuyo.

-¿Se llama Eva? Creía haberte entendido que se llama Pilar.

-¿Eh? No… se llama Eva.

-Y por suerte se ha encontrado contigo en pilates – Nadia cada vez parecía más nerviosa. Ya no podía juguetear con la lubina porque no quedaba ni rastro de ella en el plato. Ahora jugueteaba con la servilleta y miraba a la puerta esperando a Dimas.

-El éxito a veces tiene ese efecto en las personas. – comentó Nadia distraída.

-Y lo de acercarse a su sobrino, que haga como hizo él conmigo: presentarse enfrente y obligarle a hablar. O a escuchar. Es fácil. Son familia. Por cierto ¿A qué te referías con eso de que “El éxito a veces tiene ese efecto en las personas”. ¿Qué efecto?

Nadia sonrió incorporándose ligeramente. Jorge supo que Dimas, su editor, acababa de entrar en el restaurante.

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“Hosanna al señor, el salvador ha llegado. Hosanna al señor”.

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-He bajado corriendo, no cambiaras de opinión y te largaras.

Dimas estaba frente a él sonriendo. Dimas podría estar enfadado con él por no querer publicar nada de lo que tenía escrito. Podía querer darle un par de patadas en el trasero por no salir del hoyo después de la muerte de Nando. Pero todo se le pasaba al verlo bien. Necesitaba a ese hombre. Y lo echaba de menos. Era lo que decía a todo el que se parara a escucharle. A Jorge a veces le parecía que lo único que echaba de menos de él era el dinero que el representaba en su cuenta corriente.

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Cuando apareció su editor, supo lo mal que andaban las cosas. A veces quedaba con Jorgito, su ahijado, el hijo mayor de Dimas. Y este le contaba que las cosas en casa no iban bien. “Los autores de papá no venden y como tú no quieres publicar…” El escritor no hizo mucho caso de las apreciaciones de su ahijado. Siempre cambiaba de tema. No quería hablar de publicar, ni tampoco hablaba de sus libros, de lo que escribía en cada momento. Siempre le había parecido que Dimas sobreactuaba con él. No le tenía tanto cariño, ni era parte de su familia, aunque él y su mujer Rosa, no dejaban de decirlo a quien quisiera escucharles. Pero le necesitaba. Sus ventas le daban una gran parte de sus beneficios.

Jorge Rios.

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-Pareces regodearte en ello, Jorge. Nando no era un santo, lo sabes. Pero te amaba. Y no querría verte así – le decía para provocar su reacción.

Pero cada vez que le echaba la bronca o buscaba provocarlo para que reaccionara, Jorge se alejaba durante una temporada. La última había durado casi un año.

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No solo hay monstruos en la noche. También los hay que sale a la luz del día. Son más peligrosos, porque al poder verlos todo el mundo, deben camuflarse. Aparentan ser personas ordenadas que trabajan con ahínco, mantienen una familia, quieren a su pareja y a sus hijos. Y a sus amigos. Pero son peligrosos porque se mueven por un interés material o de poder. Pueden abrazarte con fuerza, haciéndote sentir que son importantes para ti en un aspecto espiritual. Te pueden susurrar al oído lo que te han echado de menos esa temporada que te has apartado de su influencia. Y jurar y perjurar que todo en su vida se mueve por darte gusto. Pero no te distraigas querido corderito, que siempre tienen un cuchillo listo para segar tu yugular. Dales un motivo y yacerás en un charco de sangre en cualquier callejón sucio y maloliente en algún apartado barrio de la ciudad.

Jorge Rios.

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Jorge se levantó y le sonrió. Se abrazó a él y se mantuvo así unos instantes. Dimas no hizo nada por romper ese momento, al revés, apretó un poco más si cabe su abrazo. Le daba igual que el resto de comensales los miraran con reprobación, por lo de la distancia social tan obligatoria en esos tiempos de covid.

-Aprovecho a decirte que Rosa quiere que vayas al cumpleaños de Jorgito en casa.

-Es cierto, es la semana que viene. No sé que regalarle.

-Regálale un libro. Se lo dedicas. Tú próximo libro. Lo celebramos este viernes en familia. Por la noche. Tendrás que quedarte a dormir en casa, por el toque de queda.

-”A mi ahijado”. Queda bien. Que sepas que lo llamo y hablo mucho con él.

-Cosa que conmigo no haces. Y también quedas con ellos a mis espaldas. Al menos se por mis hijos que no te ha atacado un lobo del Zoo. Que ese ogro que dicen en los mentideros literarios que anda por la ciudad, tiene buen corazón, y está bien de salud. Y que no le falta dinero para invitar a su ahijado a una hamburguesa o le compra unas Adidas último modelo.

-A lo mejor mira, ya que lo dices, en este pen hay dos novelas. Elige cual quieres que dedique a tus hijos.

Dimas se sentó rápidamente. Su cabeza le dio un amago de vértigo. Aunque a Jorge le pareció que era todo un poco exagerado. Y no entendió una mirada de refilón hacia Nadia. Tampoco entendió que apenas se hubieran saludado, si según sus noticias, llevaban mucho tiempo sin verse.

-No me lo puedo creer. ¡¡Dos novelas!! ¡¡Tienes dos novelas acabadas!!

Miró a Nadia, ahora de frente, para comprobar que no estaba soñando. Ésta asintió con la cabeza sonriendo. Jorge percibió también como Nadia se encogía de hombros ligeramente.

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A veces los mejores actores no trabajan sobre los escenarios. Pasean a nuestro lado por la calle, se sientan con nosotros en la misma mesa de un restaurante”.

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-Perdona Nadia – se incorporó para darle un beso. – Este hombre me ha dado un par de puñetazos en el mentón y me ha dejado noqueado.

-En tus manos está decidir, repito, la que vamos a publicar, y se la dedicaré a Jorge y a Clara. – insistió Jorge.

-Era una coña lo de la dedicatoria. No fastidies. Me niego.

-Yo no bromeo. Los quiero. Y es un buen regalo, algo cercano. Nadie les puede hacer un regalo así a parte de mí. Pero además le llevaré algo al cumple.

-¿Sabes Nadia que mis hijos, con Jorge, es con el único adulto que mantienen una conversación normal?

-Me lo creo. Lo he visto, recuerda.

-Pero lo has visto cuando tenían once o doce años. Ahora con diecisiete es igual. Yo soy incapaz de cruzar dos palabras con ninguno de ellos. Y su madre, lo mismo. Pero no nos despistemos – cambió de tema Dimas que pensaba que su escritor favorito se le escapaba de nuevo.

Jorge levantó de nuevo el pen.

-Están casi para meterlas en el programa ese de Jésica con el que sale el libro listo. Lo ha preparado Nadia.

-O sea que tú has leído. Dos novelas. ¿Y cual…?

-Yo voto por “La Casa Monforte”. Es muy Jorge Rios. Y es optimista. La gente necesita eso, optimismo.

-Yo voto por “La vida que olvidé”, por seguir la cronología de cuándo fueron escritas – valoró Jorge, más que nada por ver sudar a su editor. Las razones de Nadia para publicar la otra antes, cada vez le convencían más.

A Dimas se le hacía la boca agua. Casi le daba miedo coger el pen. ¿Y si lo perdía después de una espera tan larga? Era una tontería, el pen era una copia. Conociendo a Jorge tendría copia de la novela en varios sitios e incluso impresa en papel. Desde aquel incidente en un taxi en el que le robaron a punta de pistola el ordenador con una novela casi acabada y de la que no tenía copia.

-Podemos publicar una ahora, y la otra dentro de unos meses. Si son tan distintas como aparentan, no se matarán entre ellas.

-¿Ahora? ¿Y la programación de la editorial? Yo pensaba que la meterías para Navidad, o como mucho para la vuelta del verano.

-No lees nuestra programación. Siempre hay un hueco para una novela tuya. En este mes hay un hueco para ti. Guardado desde hace siete años.

-¿En febrero? ¿Vas a lanzar una novela en una semana?

-Ya lo hice con tu primera novela. Entonces tuve que convencer a los libreros para que la leyeran y la recomendaran. Ahora eso no es necesario. Solo tengo que decir que dentro de diez días tendrán una novela tuya. Es mandar un correo y habrá treinta mil reservas en una hora. Cien mil al llegar al viernes.

-¿Diez días? – ahora era Jorge al que le entraban vértigos. – ¿Cien mil reservas? Estás borracho. ¿Dónde llevas la petaca con el whisky?

-Tranquilo. Solo haremos una presentación. En el Teatro María Cristina. Busca a alguien que la haya leído y que hable sobre ella.

-Solo lo han hecho dos personas – Jorge miró a Nadia. No sabía por qué no había incluido en esa lista a Carmelo y a Cape. Tampoco había incluido a Jorgito. Pero eso era su secreto. Si Dimas se llegara a enterar que Jorgito tenía acceso a todos los archivos de Jorge, cuando menos le daba un síncope.

-Rubén me parece el adecuado – propuso ésta.

-¿Rubén? – preguntó Dimas desorientado.- ¿Quién es Rubén?

-Es una historia larga de contar. Básicamente es un joven fan que se ha acercado a mí hace unas semanas. Aunque yo ahora mismo me decanto por Nadia.

-Aunque siempre la puedes leer esta tarde y la puedes presentar tú mismo – propuso ésta, a quien no le apetecía ponerse delante de decenas de periodistas. Le parecía además una idea absurda y no hacía el menor esfuerzo por disimularlo.

-¿Yo? – a Dimas parecía haberle dado un ataque de pánico. – Ni en sueños.

Se quedaron en silencio. Jorge sacó su teléfono y tras acariciarlo un rato, mandó un wasap a Rubén.

Tenemos que hablar. Mañana a las 7 en el Cortejo”.


Capítulo 5.-

.

Cuando se despidió de Dimas y Nadia, Jorge no tardó ni cinco minutos en ponerse a pensar en quién podía presentar la novela. Tuvo el pálpito que la novela elegida iba a ser “La Casa Monforte”. Una mirada de Nadia a Dimas, cuando se despedían, así se lo indicó. En el fondo le daba igual. Aunque no dejaba de intrigarle la campaña tan decidida que había empleado su amiga en defender esa novela en lugar de la hubiera tocado.

En realidad si había un pequeño problema por la que el autor propiciara seguir con el orden en las que las escribió. Jorge había creado una especie de universo propio. No es que los protagonistas de sus novelas pasaran de una a otra. Pero siempre había referencias a las novelas anteriores. Los mismos bares, unos reales, otros imaginarios, algunos personajes secundarios, camareros, una psiquiatra que aparecía casi en todas, dos médicos omnipresentes, una mujer barrendera con mucha labia y ganas de hablar con los vecinos, el chico de los Vélez, un chaval despierto que por arte de magia, siempre estaba en los quince y miraba el mundo con los ojos muy abiertos y sorprendido, porque aunque eran un chico despierto, no conseguía entender nada, para desesperación de sus padres y hermanos, por los que sí pasaba el tiempo. Y esos personajes tenían una vida que iba desarrollándose a través de las distintas novelas. Ahora habría un vacío en ellas. Sus lectores fieles de verdad, se darían cuenta de ello.

Lo que le extrañó es que ni su editor ni su amiga le recordaran esa cuestión. Era importante. Aparentemente Jorge parecía despreocupado del tema de los comentarios de sus seguidores en redes o en las charlas o lecturas que hacía por muchas ciudades francesas y españolas. Antes de la pandemia también lo hizo en varias ciudades alemanas. Y muchos de esos lectores apasionados o algunos reticentes o críticos que se acercaban a esas reuniones, le hablaban de esos personajes. De esas subtramas siempre presentes en toda su obra. Hubo una mujer en Valladolid que le llegó a decir que ella esperaba siempre con ilusión la aparición de la barrendera charlatana, así la llamaba ella.

-Es que me recuerda a mi hermana.

Y se echaba a reír empujada seguramente por alguna evocación de ella que le asemejaba al personaje inventado por Jorge.

Él además, aunque en la editorial comentaban siempre que era un trabajo inútil hacerle un resumen de los artículos publicados o de las críticas sobre él o sus obras, y también de lo que se decía en foros dedicados a la lectura, él los leía con interés. Posiblemente no lo dejara todo para estudiarlo en cuanto se lo enviaban, pero siempre encontraba algún momento para hacerlo. Y esos personajes eran recurrentes en los comentarios. Es más, a veces suscitaban más debate esos “acompañantes” que los personajes principales.

Esa falta de interés en Dimas y Nadia por la coherencia de esas tramas, le hacían pensar que en realidad, les importaba una mierda lo que los lectores fieles pensaran o sintieran al leer las obras. Y sobre todo, no valoraban en absoluto la coherencia de la obra de Jorge.

Por todo eso, él en un principio se aferraba a publicar “La vida que olvidé”.

Una idea se le abrió paso por la cabeza. Si ellos no se preocupaban, debería hacerlo él. Sacó el móvil y mandó un mensaje a su editor:

.“No leas la novela todavía. Mañana te mando otra copia con correcciones. Tengo que cambiar algunas cosas”.

Sin darse cuenta, al salir del restaurante se giró buscando el camino hacia “El Cortejo”, el bar dónde solía quedar con Rubén y que él solía utilizar para escribir con más frecuencia. Por alguna razón era en el que más cómodo se sentía para esa actividad. Sobre todo por las tardes. Y eso que solía estar lleno de clientela. Pero sabía que tendría su mesa con el cartel de reservado.

No había andado ni cien metros cuando se encontró con Biel Casal, el dueño del restaurante. Se conocían hacía tiempo. Biel era actor y era muy amigo de Carmelo del Rio. Habían compartido trabajos. Y en otros habían competido por los mismos papeles. Pero eso no había sido obstáculo para crear entre ellos unos vínculos de amistad muy profundos, a pesar de que Internet estaba lleno de foros en dónde se contaban con pelos y señales no menos de una decena de peleas entre los dos actores en distintos escenarios. Peleas, una verbales, y otras a puñetazo limpio. Era cierto que los dos eran estrellas consolidadas del cine y la televisión, con una juventud llena de excesos, alcohol, drogas y sexo. Pero ninguno recordaba siquiera una pequeña discusión que pudiera considerarse como tal. Al principio siguieron el juego y si se encontraban en una presentación o en una fiesta, se miraban atravesados, hecho que no pasaba desapercibido y que rápidamente llenaba las tertulias de los programas de televisión y las páginas de cotilleos de los periódicos serios. Pero ya se habían cansado del juego y desde hacía unos años se mostraban en público como eran en su vida fuera de los focos: dos grandes amigos que se querían y se respetaban. Y que pasaban mucho tiempo juntos.

-¿Qué tal te ha tratado Rico? – le preguntó nada más verlo y darle dos besos.

-Como siempre, estupendamente. Vale su peso en oro.

-Pues no es mucho entonces, que se ha quedado en los huesos. – bromeó Biel.

Se echaron los dos a reír. Jorge aprovechó para agradecerle que le hubiera hecho un hueco en el restaurante cuando en realidad estaba lleno cuando pensó en organizar esa comida con Nadia.

-Siempre tienes un sitio en mi casa, ya lo sabes – le dijo Biel abrazándolo. – Eres familia. He hablado con Carmelo. Se viene en un par de días. Ya acaba el rodaje. Aunque luego tendrá que volver para las fotos promocionales.

-¡Anda! ¡Es verdad! Ni me acordaba. Y eso que hablamos hace nada. Si es que no sé en qué día vivo.

No quiso decir que había hablado esa misma madrugada con él. Carmelo se levantaba y él volvía de su última escapada para estudiar esas fiestas a las que solía asistir Rubén. Esa noche parecía que no había salido. Al menos Jorge no se lo había encontrado. Le daba vergüenza decir que a pesar de hablar con Carmelo cada día, no era consciente de que estaba a punto de volver de Londres, porque acababa el rodaje en el que estaba inmerso. Para contrarrestar, anunció a Biel sin muchos detalles, que había decidido volver a publicar. Biel se alegró mucho. Gustaba también de leerle y no dejaba de decirle que echaba de menos que publicara.

-Dimas quiere montar toda la maquinaria en dos días. ¿Tú te crees? Tendré que buscar a alguien para que presente la novela.

-Alsina estará encantado. Eres amigo suyo. El otro día estuve en su programa hablando de la próxima película que estreno. En las publicidades hablamos de ti precisamente. Te está muy agradecido porque le ayudaras con esas ficciones sonoras. Y es otro de los que echa de menos tus novelas. Y Begoña también me preguntó.

-¡Ah! Pues tienes razón. Le voy a llamar. Creo que voy a ir a escribir a algún sitio…

-Oye, que si quieres quedarte en el restaurante, lo puedes hacer. Con confianza. No te vamos a echar.

-Claro, con la fama que tenemos Carmelo y yo cuando …

Y es que se enfrascaban tanto en sus conversaciones interminables, que acababan desesperando al personal de sus sitios habituales. No encontraban la forma de decirles amablemente que hacía tres horas que habían cerrado y que ellos tenían la sana costumbre de ir a casa a dormir.

-En mi restaurante, no tendréis problema. Todos están avisados. Ya te he dicho antes, eres familia. Es tu casa.

-Para otro día me lo apunto.

-Por cierto, hace nada, una semana o así un hombre me preguntó por ti. No sé como se llama. Era muy distinguido, eso sí. Por más que le pregunté si quería que te dejara algún recado, no quiso. Ni quiso decirme su nombre.

-Cuanto misterio. ¿Rico no lo conocía?

-El caso es que el hombre me preguntó a mí. Eso ya era extraño de por sí. Casi nadie sabe que el restaurante es mío. O sea que no suelen venirme con problemas del mismo, me entiendes. Quedé a comer con Jaime como muchos días. Luego es verdad que Rico me dijo que creía que era un empresario muy importante. Aunque tampoco supo decirme el nombre. Y hablándolo con Jaime, al que echó interponiéndose entre nosotros, piensa que le suena de alguna recepción importante, en Embajadas o con gente VIP. Yo la verdad es que creo que nadie me lo ha presentado nunca. Jaime se suele fijar más en la gente fuera aparte. Muchos de mis… amigos no acaban de… vamos, que si pueden le hacen feos. Le hacen el vacío.

-Pues eso está en tu mano cambiarlo.

-Primero tengo que convencer a Jaime. Yo creo que es el primero que no le mola demasiado juntarse con depende de qué gente. Si hay alguien que cree mostrarle claramente que no es de los suyos y le desplaza, yo creo que hasta lo agradece.

-Pues cuando haya gente así, me llamas y voy para hacerle compañía.

-No te digo que no lo haga. Así os conocéis, que nunca coincidís.

-Así hacemos un traje a toda esa gentuza de vuestro mundo.

-Que también es el tuyo… ¿No sabes quién puede ser? ¿Alguien que te haya abordado últimamente? ¿O que haya visitado tus sitios habituales?

-Pues no sé. – Jorge parecía intrigado por el tema. – Que me hayan dicho, no hay nada de eso. El primero tú. Y el único. ¿No te dijo que quería?

-Algo de hablar de negocios. Pero nada en concreto. Ya te digo que le pregunté. Estuve a punto de decirle que si quería te llamaba por teléfono, pero por alguna causa, no me planteé siquiera hacerlo. Ni llamarte para contarte, fíjate. Me pareció muy raro. No me miraba nunca directamente. Ya te digo, apartó a Jaime… porque él es así, pero cualquier otro se hubiera quedado y encima enfadado. Es que… te digo más… no logré verle el rostro con claridad.

-¡Ah!

Jorge estuvo a punto de seguir preguntando, pero no le apetecía. Si era un amigo o conocido sabía como encontrarle sin preguntar por él en los bares. Si era alguien del sector, sabían con que editorial publicaba. Allí le darían el recado.

Se despidió de Biel con mucho cariño y empezó a andar. Al llegar a “El Cortejo” abrió su portátil y buscó en su nube “La Casa Monforte”. Leyó por encima los cinco primeros capítulos. En el cuarto hizo unas correcciones de enjundia. Eso cambiaba la novela casi por completo. En el quinto quitó unas referencias que no tenían sentido sin haber leído la novela anterior. Las cambió por otras que ya había ido planificando mientras caminaba por la calle. Eso le obligaría a cambiar “La vida que olvidé”. Pero para eso no había prisa. Al menos tardaría un año, calculaba él, en publicarla, si no la apartaba y seguía con las que había escrito detrás de La Casa Monforte. “Sí, mejor dejo las correcciones de “La vida” para más adelante. A lo mejor me tienta la idea de seguir con otras”.

El capítulo siete lo reescribió completamente. Le salió de corrido. El camarero como siempre hacía, le iba cambiando el vaso vacío de limonada por otro lleno bien frío. Jorge de repente se paraba y releía lo que acababa de escribir. Sin mirar siquiera, cogía el vaso y bebía. Volvía a dejarlo en su sitio y seguía escribiendo.

-No me lo puedo creer. ¡Jorge!

Tardó en darse cuenta de que ese saludo no estaba en su cabeza, ni formaba parte de lo que estaba escribiendo. Levantó la mirada de la pantalla del ordenador hacia el lugar de donde le parecía que provenía la voz. Se quedó mirando unos instantes a la pareja que sonreía delante de él. Y tardó otro rato en reconocerlos.

-Finn y Aiden – dijo sorprendido.

Su reacción no fue la que se espera de alguien que se reencuentra con personas que en un pasado más o menos lejano, llamó amigos y con los que pasaba tiempo y con los que tenía algunas vivencias en común. Incluso con Aiden había tenido algunos escarceos amorosos. Jorge se recompuso como pudo de la sorpresa, y por qué no decirlo, de la molestia que le causaba que le interrumpieran y se levantó para saludarlos. Rebuscó dentro de él y encontró algo parecido a una sonrisa alegre y franca y la puso en su cara. Les dio dos besos a cada uno a pesar de que algunos de los que les rodeaban sentados en sus mesas, les miraban molestos por el contacto.

.

-Mira ese tipo. Se creerá que por ser famoso puede hacer lo que se le ponga en la punta del nabo. Pues se va a enterar.

-¡Camarero! Que sepas que voy a llamar a la policía. Ese mierda de escritor de tercera se cree al margen de todos y no está a la distancia. ¡¡Y sin mascarilla!!

-Entonces como ustedes – les dijo el camarero con su mejor sonrisa. – Son muy amigos, casi diría que viven juntos. ¿Ustedes es el caso? Pues deberían ponerse la mascarilla salvo cuando beban o coman.”

.

-¿Estás escribiendo? – le preguntó Aiden. – ¿Se puede leer?

Jorge miró asustado la pantalla de su portátil, aunque cuando vio la pantalla en blanco, se relajó. El sistema de seguridad que le había instalado su amigo Aitor hacía que si no tocaba el teclado en unos minutos, su trabajo se guardaba automáticamente y desaparecía de la vista. Luego, Jorge solo tenía que tocar F8 e introducir una contraseña para volver a tener todo como estaba.

-Vaya, a lo mejor has perdido lo que estabas escribiendo – se lamentó Finn. – Para algo nuevo que escribes, con todos los comentarios que hay por ahí referidos a tu falta de inspiración… he llegado a leer en internet que en realidad tus novelas las escribía Nando.

-No os preocupéis. No era nada importante. Sentaros.

Jorge hizo caso omiso a los comentarios de Finn. Siempre había sido muy condescendiente con las habilidades de Jorge. Eso le hizo comprobar que su amigo de juventud no había cambiado con el paso de los años.

El camarero se acercó a ellos y les preguntó lo que deseaban tomar. También le recomendó a Jorge que tuviera cuidado con las muestras de cariño. La gente a su alrededor parecía incómoda con esa cercanía entre ellos. El camarero era claro que no le era una misión cómoda la de llamar la atención a Jorge Rios. Nunca sabías como iba a tomarse esas recriminaciones. Jorge miró a su alrededor y fijó la mirada en algunos de los que lo observaban de tapadillo.

-Íñigo, si alguien te dice algo, le dices que somos amantes los tres. Así que es tontería si follamos todas las noches, que aquí nos mantengamos a metro y medio de separación. Y también se lo dices al encargado que es el que te ha mandado. Le dices de mi parte, que la próxima vez tenga huevos y se acerque él a llamarme la atención.

-Claro, Don Jorge. Se lo transmitiré.

El camarero le guiñó el ojo cuando se iba. Jorge bajó la cabeza y se sonrió.

-¿No has sido muy duro con el chico? – le recriminó Aiden.

-Tengo una fama de arisco. Si no lo hiciera, pensarían que hay algo raro. Espero que no os importe que mañana en medio Madrid se hable de que somos amantes. – les sonrió con un poco de guasa.

-No. – Aiden y Finn se miraron – Al revés. Es como si de repente fuéramos importantes.

-¿Por follar conmigo? No soy tan guapo. Y mucho menos deseado.

-A mí siempre me lo has parecido – le dijo Aiden sonriendo coqueto. – Las dos cosas.

-Una lástima que cuando estuvimos juntos, no acabaras de pensar lo mismo. – le dijo Jorge en tono seco.

-Yo no lo recuerdo así, Jorge. Más bien eras tú el que no estabas por la labor.

Jorge se quedó callado unos segundos. Tenía razón. Con Aiden y con algunos otros, fue su culpa. Y pensándolo fríamente, era posible que le hubiera ido mejor si se hubiera juntado con él en lugar de Nando. Aunque eso nunca podría demostrarse.

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Aquella noche en que decidió salir a bailar, la forma educada que solía emplear Jorge en su juventud, apenas salido de la adolescencia, para decir que iba a salir de caza, no se podía imaginar que iba a acabar en su casa, follando con su amigo Aiden.

Estuvo en dos pubs de Chueca sin que el deseo llamara a su entrepierna. En el tercero, se encontró con Aiden, su amigo, que había tenido la misma idea y el mismo éxito a la hora de encontrar un rollo interesante para acabar el día. En esa discoteca sí parecía que había candidatos a pasar la noche con ambos. Se colocaron en la barra, en una esquina y miraban a todos los que les rodeaban. Iban haciéndoles a todos una radiografía “Ese la tiene pequeña, seguro”. “A mí eso me da igual”. “Yo quiero que me coma entero”. “Tengo ganas de sexo duro”.”Ese me gusta”. “Que dices, parece un chulo”. “¿Y ese?” “¡Uff! Es mala persona, te lo digo”.

-Mira, ese me mola. Voy – dijo Aiden bebiendo un trago del cubata que se había pedido y dejando a Jorge mirando divertido los esfuerzos de Aiden de conquistarlo. Después de bailar a su alrededor más de diez minutos y de pararse de vez en cuando a hablarse al oído, Aiden puso cara de indignado y se largó en busca de su cubata abandonado al cuidado de Jorge.

-¿Te crees que el pavo ese me dice que vale, pero que quiere hacer un trío con nosotros? Le he dicho que ni de coña. Que para follar contigo no le necesito a él, no te jode.

-¿Y desde cuando tenemos ese acuerdo? – le dijo Jorge divertido por la situación.

-Desde ahora.

Aiden le agarró del cuello y acercó su boca a la suya. Y se besaron durante un rato largo. Jorge pensó que seguro que Aiden miraba de reojo a su ligue frustrado para darle envidia. Pero a la vez notó que a los dos les estaba gustando. Sus cuerpos reaccionaban ajenos a las tonterías de sus cabezas. Al final dejaron de besarse, pero no dejaron de mirarse a los ojos.

-Acaba el cubata y vamos a mi casa, que está más cerca – le apremió Jorge.

Aiden acabó su cubata de un trago y volvió a besar a Jorge.

-Cuando quieras – dijo pegando su cuerpo al de Jorge.

Éste sintió que el falo de su amigo estaba en el mismo grado de dureza que el suyo. Le agarró de la mano y tiró de él camino de la salida.

Jorge Rios

.

Contadme de vuestra vida – les dijo cambiando de tema.

El camarero se acercó a traerles las consumiciones que habían pedido. Le cambió a Jorge el vaso de limonada por otra bien fría. Sonó el tono de su móvil que le anunciaba un mensaje.

.

No me digas que te has arrepentido y ya no quieres publicar”

.Todo sigue en marcha. Son solo unas correcciones.”

De todas formas los archivos del pen están dañados. No puedo abrirlos.”

Tranquilo. Mañana o pasado te mando la novela corregida.”

.

Dejó el móvil y pidió disculpas a sus amigos.

Éstos empezaron a contarle algunas de las novedades. Se habían casado hacía cinco años. Y estaban pensando en adoptar un niño.

-Es complicado. No nos planteamos un bebé. A lo mejor un chico de ocho o nueve años. Hay muchos que no tienen a nadie. Pero es complicado.

-Y caro.

Jorge se alegró por ellos. Pensó que cuando tenían contacto no se le hubiera ocurrido que pudieran acabar juntos. Pero aunque se habían casado hacía cinco años, ya llevaban quince juntos.

-¿Y por qué os casasteis si llevabais ya diez años? ¿Y por qué no me he enterado?

Los dos se miraron y se encogieron de hombros.

-Nos dio por ahí. Quisimos invitarte. Pero no sabíamos como hacerlo. No tenemos tu teléfono actual. Nando nos dijo cuando se lo pedí una vez que tú no querías tener contacto con nadie del pasado. – comentó apenado Finn.

-¿Eso os dijo?

Jorge estaba sorprendido. Aunque de aquella época no se atrevía a decir nada, por si pudiera haberlo olvidado. De todas formas lo que si recordaba es que casi todos sus amigos cambiaron de actitud respecto a él cuando su éxito se consolidó. Una vez Carmelo le dijo, cuando salió este tema, que parecía que sus amigos de entonces querían convertirse en la camarilla de amigos de Neymar, que van con él a todos sitios y que viven a su costa. En Barcelona, en París o en dónde sea.

.

-Yo mira, no tuve ese problema. – le contaba Carmelo – como triunfé de peque, los amigos que tenía entonces desaparecieron. Pasamos a ser de mundos distintos.

-Tus padres ayudarían al sacarte del colegio y ponerte profesores particulares.

-Profesoras. Y no era para darme clases. Mi padre me las buscó para follárselas sin que mi madre se tuviera que dar por enterada. Que saberlo lo sabía.

.

-Pues eso lo corregimos ahora mismo. – dijo Jorge dándole a su tono de voz un punto alegre, que distaba de ser su estado de ánimo en ese momento – Apuntad mi teléfono.

-¿No será el de tu secretario? – comentó Finn en tono adusto.

-No tengo secretario. ¿Apuntáis o no queréis? – El tono de Jorge de repente parecía molesto. “¿Y qué si les daba el teléfono de su secretario? Algo era algo, no te jode.”

Jorge sonrió para suavizar ese tono brusco que le había salido. Aiden fue el que apuntó el móvil de Jorge. Le hizo una perdida para que apuntara el suyo.

-¿Y dónde vivís?

-En Arganzuela. Cerca del parque Tierno Galván.

-No es mala zona.

-Nos pillamos un poco las manos. Pensamos que íbamos a poder, pero la verdad es que estamos mirando otra zona más barata. La hipoteca nos está ahogando.

-Vaya. Al menos trabajáis los dos.

-Sí, pero no nos sobra, la verdad.

Estuvieron contando por encima sus problemas en los últimos tiempos, con algunos cambios de trabajo que no dieron los resultados apetecidos.

-Me engañaron – dijo Finn – Me prometieron unas cosas que luego no se han cumplido. Y me dicen que si no me gusta, me vaya. Pero cuando cambié, la empresa que dejé no se quedó contenta. Vamos, que se enfadaron. No voy a ir a ahora a decirles: Pues me he quedado con el culo al aire.

-Pues si vas a ganar más y vas a estar más a gusto… ¿En qué empresa trabajas ahora?

-En Uremerk. En que puta hora hora me cambié.

-Vaya. No la conozco. Ha sonado como si estuviera al día de las empresas… salvo Telefónica y el Corte Inglés, no conozco ninguna más – se excusó Jorge.

-Pues allí hay gente que habla de ti – le dijo Finn.

-Te prometo que … ni idea, vamos. Me leerán. Es la primera vez que escucho ese nombre.

-Algunos presumen de conocerte.

-Tú les habrás dicho…

-No. No les he dicho que te conocía. Además, hace por lo menos diez años que no nos vemos. Miento, en el funeral de Nando. Pero estabas ido. Ni te acordarás.

-No recuerdo nada, tienes razón. Os pido perdón si no os atendí como hubiera sido lo normal.

-No te preocupes. Oímos que te habían drogado para poder sobrellevar el dolor. Aunque tampoco parecíais muy unidos en los últimos tiempos. Y lo de que estuvieras drogado, la verdad, tampoco era una novedad. Sueles estarlo siempre.

Otra vez Jorge se sintió indefenso. No sabía que decir. No recordaba los detalles. En realidad, a partir de la tercera novela, el a veces, su relación con Nando, la medía por las novelas que iba publicando, la cosa se enfrió bastante. Cuanto más éxito tenía Jorge, más parecía alejarse su marido. O a lo mejor había sido él el que se había hecho más inaccesible. No podía jurarlo.

-Me alegro de haberos encontrado. Ojalá tengamos ocasión de charlar algún día con más tranquilidad.

-No nos hemos atrevido a acercarnos hasta hoy. En realidad llevamos un par de días que hemos coincidido contigo. Pero estabas con ese novio nuevo que te has echado, ese joven Rubén nos han dicho que se llama. Es el comentario de todos los clientes del bar.

-¿Mi novio? – se sonrió Jorge. – ¿Rubén mi novio? Va a ser que no.

-¿No? Pues todos lo comentan. Ya nos parecía que era muy joven para ti. Y que no mostrabas para nada una querencia especial por él. Pero como todos dicen que eres tan seco ahora…

-¿Joven? Eso no sería problema. Pero no he pensando en ningún momento en esa posibilidad. Ese chico no me gusta. Me cae bien y me intriga, nada más.

-Pensaba que no te gustaban los jóvenes. Escribiste sobre ello. – comentó Finn.

-Recuerdo ese artículo. No fue muy acertado. Me refería a otras cosas pero no acerté a explicarlo. Si vuelvo a retomar mi columna en “El País” rectificaré ese artículo.

-¿Y entonces vas a publicar de nuevo? Si ya estás hablando de volver a escribir en el periódico… sobre todo esos relatos que publicabas los viernes en la última página. Era lo primero que leía los viernes. Y a veces después de eso, me quedaba grogui. Tenía ya la cabeza ocupada con la historia que habías desarrollado. Eran totales. – comentó Aiden con entusiasmo.

-Puede que sí. En eso estaba trabajando cuando habéis llegado. En repasar la novela que voy a publicar en unos días. Lo de “El País” tendrá que esperar a que la novela esté en marcha. Es posible que también lo retome.

-A lo mejor te hemos interrumpido.

-Tranquilos. Me ha alegrado reencontrarme con vosotros. Espero que esto no quede en algo puntual.

-Seguramente estás muy ocupado. Ahora cambiando de editorial será un lío.

Jorge volvió a quedarse descolocado.

-Es lo que se comentaba. Que te ibas a pasar a la editorial Simbad. – aclaró Aiden interpretando el gesto de sorpresa de Jorge.

-De hecho escuché el otro día en Uremerk que se iba a encargar ya de publicar tu nueva novela, “la vida que olvidé”. – abundó Finn en el tema.

Jorge empezaba a alterarse. Esas noticias que le estaban dando sus amigos, no le gustaban nada. ¿Cómo podían saber nadie el nombre de esa novela? Y esos rumores… hacía tiempo que no hablaba con Ovidio Calatrava, el dueño de la editorial Simbad. Tampoco se había encontrado con otros conocidos que trabajaban o publicaban en esa editorial.

Finn hizo un gesto a Aiden señalando el reloj.

-Perdona Jorge. Nos tenemos que ir. Es tarde y mañana tengo que viajar a Zaragoza a primera hora. – se excusó Aiden. – Y tenemos todavía que hacer unos recados antes de volver a casa.

-Tranquilos. Yo la verdad es que tengo que ponerme a trabajar de nuevo. Tengo mucho que escribir antes de mañana.

Los tres se levantaron y volvieron a saludarse con dos besos. Esta vez la cara de la gente a su alrededor era igual de indignada, pero habían cambiado el problema del covid por el problema de las relaciones sexuales sin medida. Jorge se echó a reír mirándoles a la cara.

-¿De qué te ríes?

-Hay al menos diez personas a nuestro alrededor que se están imaginando como sería el sexo entre los tres.

Se echaron a reír.

-A ver si nos volvemos a ver. – dijo Finn casi yéndose hacia la puerta.

-Claro. Cuidaros.

Jorge se volvió a sentar con rapidez, sin esperar casi a que se acabaran de ir. Eso sí, se fijó en que Aiden fue a la barra a pagar, pero el camarero le dijo que no podía cobrarles, que tenía instrucciones de Jorge al respecto. Aiden insistió, pero Íñigo fue rotundo: Estaban invitados. Finn le apremiaba a su marido para que dejara de insistir y salieran del bar.

Pero Jorge no se puso a escribir. Al revés. Cogió el portátil y lo apagó. Lo desenchufó y lo guardó en la bandolera. Guardó el cable y el transformador. Y se quedó mirando a la nada.

¿Qué había pasado en esa mesa? ¿Qué eran todas esas noticias que sus viejos amigos habían ido a contarle? Porque no le cabía duda a Jorge que hasta las habían apuntado para no olvidarse de nada. ¿Eran comentarios guiados por la buena onda o por la más rancia de las envidias? No recordaba que Aiden se significara demasiado en el tema de sacar beneficio del amigo famoso. Tenía la vaga idea de que le siguió queriendo después de que lo dejaran por iniciativa de Jorge. De Finn tampoco recordaba … pero Finn era otro cantar. En aquella época estaba con Maribel. Y esa sí que… ¡Manos arriba!

Sobre todo le asaltaba una pregunta. ¿Qué querían en realidad Aidan y Finn?


Capítulo 6.-

.

Jorge no estuvo mucho tiempo dándole vueltas al tema de sus amigos y las noticias que le habían contado. Toda la situación le recordaba a Álvaro, otro actor amigo suyo, que se quejaba de que su gente se creía cualquier cosa que escuchaban a terceros sobre él. “¡Y todo es mentira!”, repetía con mucha guasa. Eso le hizo aparcar el tema y volver al trabajo.

Se fue de “El Cortejo” después de hablar con Íñigo el camarero. Era un joven muy agradable que a Jorge le caía muy bien. Le cuidaba siempre con mucho empeño. Él era el que le reservaba la mesa, contra viento y marea. Y además, nunca le aceptaba propinas.

-No, Jorge, lo hago porque me caes bien y porque me gustan tus libros.

-Un día tenemos una conversación pendiente – le anunció por enésima vez Jorge.

-No merece la pena que pierdas el tiempo en escucharme.

-Eso deja que lo decida yo.

Jorge le sonrió y le dio un beso de despedida.

No estaba muy lejos de casa, pero le apetecía pasear. Así que dio un pequeño rodeo para disfrutar de la tarde-noche madrileña. Dentro de apenas unas horas, no quedará nadie en la calle, pensó. “Salvo los proscritos, los disfrutones de la noche que ni los vigilantes del visillo iban a conseguir que se metieran en sus guaridas.”

Cuando abrió la puerta de su casa, se encontró de bruces con Pere, su vecino. Solía pasar a su casa cuando no estaba para que no estuviera vacía. Hacía un tiempo Jorge tuvo un susto porque al volver se encontró con un fan que había perdido el sentido de lo que se podía hacer o no por amor a un ídolo. A partir de ese día, Pere o Juliana, otra vecina, ocupaban su casa si iba a estar fuera muchas horas.

-No te vayas, Pere. Necesito que te quedes. Tengo que escribir sin parar. Si te veo, no me entrará la somnolencia.

-Pues no te voy a dar palique. Tengo que ver la serie esa…

-Lo que quieras.

-Te molestará el ruido de la tele.

-Para nada.

Pere llamó a Juliana para avisarle. Ésta no tardó ni diez minutos en subir con viandas para que Jorge picara durante la noche. Éste se lo agradeció efusivamente. Al final también se quedó para ver la serie con Pere.

Jorge se sentó en su mesa y volvió al trabajo.

La noche le cundió. Sus vecinos acabaron durmiéndose en sus butacas. Cuando amanecía, poco antes de las ocho, les despertó suavemente.

-Ya es de día.

No dijeron nada. Todavía tardarían ambos un rato en acabar de despertarse. Como eran jubilados, no tenían prisa, así que pensó que a lo mejor se metían un rato en la cama. Juliana decía que si no dormía un rato en su lecho, parecía que había pasado la noche en vela.

Jorge dio un repaso a los cambios que había hecho en la novela. Le parecía que había mejorado con ellos. Aunque de repente se le ocurrió que podía incluir alguna de las Adendas que había escrito a partir de la novela. Sobre todo una relativa al niño de quince años que no crecía y su familia sí lo hacía. Pero eso le iba a llevar un rato.

“Perdona, pero la novela no podré enviártela hasta dentro de un par de días.”

Aplazó al día siguiente todas sus citas. Se fue a dormir unas horas. A la hora de comer, Juliana, la vecina le despertó.

-Escritor, te he traído la comida, que nos conocemos. Levanta, comes, y luego te echas la siesta.

Jorge la hizo caso. Más que nada porque se había dado cuenta de que tenía apetito. Luego, se sentó en su butaca de la siesta y se echó una cabezada de dos horas. A las seis, ya estaba despejado y sentado ante su portátil. Juliana volvió a entrar sin hacer ruido y le puso una jarra de limonada al alcance de la mano, y su vaso correspondiente. Jorge ni la miró. Solo cogió el vaso, como hacía en “El Cortejo” y le pegó un gran trago. Juliana le volvió a llenar el vaso y se fue tan sigilosa como había llegado.

Jorge dio por terminada su corrección de “La Casa Monforte” a las seis de la madrugada. Se estiró todavía sentado. De repente sintió que tenía ganas de ir al servicio. No recordaba haberse levantado ni una sola vez. De ahí se fue al balcón. Abrió la puerta y salió. Respiró profundo. La madrugada estaba fresca. Era la hora en que los tardíos se retiraban y los madrugadores empezaban la jornada. Ambos ambientes contrapuestos se encontraban en los bares. Tuvo la tentación de cambiarse de ropa y salir. Le solía gustar observar esos mundos antagónicos convivir. Unos desayunando en silencio y otros tomando la última y comentando la noche. Pero se dio cuenta de que estaba muy cansado. Todavía tenía que enviarle a Dimas la novela. Y no convenía retrasarlo más.

Seguramente Jésica, deberá trabajar más en ella, porque no le había dado tiempo a corregir las palabras que se habían quedado mal escritas. Pero ella era muy profesional y eso no le suponía un gran esfuerzo. Se decidió y le mandó a su editor un enlace a su nube, para que se bajara el libro.

Le mandó un wasap.

“La contraseña es Jorgito”

Una hora después del envío, Dimas le mandó un wasap:

Las 20 primeras páginas son mágicas”

.Jorge sonrió. Se puso el pijama y se metió en la cama.

Se despertó sobre media mañana. Se duchó y se tomó un café.

“Me gusta mucho. Va a ser un bombazo”.

Iba ya en el autobús a ver a la madre de Nando. Le había mandado un mensaje preguntándole si podía ir a tomar un café a su casa. No había dos semanas que no quedaran a tomar un algo o a comer o cenar. Muchas veces era en casa de ella. Había estado con el virus y se había vuelto un poco insegura.

Estaba esperándolo en la puerta. Lo habría visto bajarse del autobús desde la ventana. A pesar de su inseguridad, no le perdonaba un abrazo. Debía ser la única persona con la que se abrazaba.

La mujer volvió a casa seis semanas después de salir camino de Urgencias. No será nada, se repetía en el taxi. Por si acaso, se puso el fular alrededor de la boca y nariz. Algo protegería, porque de momento no encontraba esas mascarillas que usaban los médicos y que algunos especialistas recomendaban que se utilizaran aunque el Señor despeinado del Gobierno que salía en la tele comentara una y otra vez que no servían de nada. Esperaba que no fuera el virus y que no hubiera puesto en peligro al taxista. Por si acaso le dijo de pagar con tarjeta y éste le acercó el terminal. Puso la tarjeta encima y le dijo que pusiera cinco euros más. “Se los llevará la empresa”, dijo apenado. Entonces ella sacó la cartera y le dio diez euros, casi más que la carrera. “Es mucho”. “Son tiempos difíciles”.

En Urgencias le dijeron lo que más temía: tenía el virus. Primero con un análisis de no sé que, que luego confirmarían con otro análisis distinto. La ingresaron porque empezaba a respirar con dificultad. Ella pensó que era por la ansiedad, aunque los médicos no quisieron arriesgarse. Y es que eran tantas cosas las que se decían en la televisión, que estaba muy asustada. “¿Y si me muero?” Pensó. Un par de días para esos otros análisis una PCnosequé, y efectivamente estaba enferma. Y un par de días después, su respiración no iba bien ya no por la ansiedad, sino por la enfermedad. Pudo hacer una llamada, como en las novelas de policías. Se la hizo a su yerno Jorge. Hablaron un rato. Él dijo que iba a verla. Pero estaban prohibidas las visitas y los acompañantes. Él dijo que tiraría de influencias. “Cariño, no me perdonaría que lo cogieras por mi culpa”. “Pues hablamos todos los días”. Y hablaron. Salvo una semana que ella estaba mal. Casi la llevan a la UCI pero no había sitio. Así que la cuidaron en la habitación con oxígeno y otras medidas. En esa semana, mientras estuvo medio sedada y sin enterarse mucho de nada, creyó sentir a su yerno un par de noches. Pensó que eran sus sueños, sus deseos. Y se asustó en esa semi-consciencia por si se ponía malo. Pero a la vez le gustó que la visitara, aunque solo fuera en sueños. Porque ella sabía que él la visitaría si pudiera.

No había dejado ni las llaves en su cestillo en el aparador de la entrada, cuando llamaron a la puerta. Abrió y allí estaba él. Traía en la mano un ramo de claveles rosas, los que le gustaban a ella. Y una bolsa con un montón de cosas para comer. Lo abrazó fuerte. Porque aunque él no lo supiera, sin él, sin sus visitas imaginarias o reales, ella no hubiera salido adelante. Le hizo recordar que tenía todavía alguien por el que vivir.

Jorge Rios.

-Has tenido suerte, tengo de ese bizcocho que tanto te gusta.

-Ay, Juana, eres mi perdición. Voy a venir todos los días a verte.

-Ya sabes que serás bienvenido.

Hablaron un rato de esto y aquello. De fútbol, Juana era gran aficionada al Madrid. Del virus. De la vida. De los libros.

-¿Cuando vas a publicar, Jorge? Y no me digas que me das tus novelas para leer. Yo quiero comprarlas en la librería.

-Es curioso, me dijo lo mismo un fan el otro día. Se llama Rubén.

-Anda. Me alegro que hayas tomado la determinación de recomponer tu vida. Ya que no me haces caso respecto a Carmelo del Rio.

-No, no, Rubén es solo eso, un fan. No estoy por la labor. Y Carmelo es solo un amigo. Y te recuerdo que está casado.

-Nando no se merecía esa fidelidad tan estricta. Ni la hubiera querido. Carmelo se puede divorciar. Y si no, a ese chico… podrías mirarlo con ojos de querer. Te hace falta alguien a tu lado, Jorge. Hazme caso. No puedes seguir solo. No te vales por ti mismo. Eres un desastre.

-Ya, ya. Nando era de relaciones abiertas. Pero yo no tanto. Y me he vuelto muy raro. No me aguantaría nadie más de tres días de convivencia. Y no soy tan desastre, Juana, no me digas esas cosas.

Juana calló. Había querido mucho a su hijo. Pero en ese punto, no coincidía con él. Jorge seguramente también había tenido sus cosas. No había sido fácil vivir con él y con sus inseguridades de escritor de éxito. Y tampoco quería herir a Jorge. Al fin y al cabo, todas esas cosas pasaron hacía más de ocho años. Que sentido tenía ahora descubrir algunos secretos. Aunque si Jorge no acababa de levantar cabeza, estaba decidida a hacerlo. Apreciaba a su yerno. Se lo repetía a todo el mundo con el que se encontraba.

-He decidido publicar de nuevo, Juana.

La mujer se llevó las manos a la cara. Se le resbaló la mascarilla pero le dio igual. Alargó los brazos hacia su yerno, se levantó para abrazarlo de nuevo. Estaba emocionada y alegre.

-¿Y cuando va a ser? ¿Has estado con Dimas? Todavía recuerdo cuando nos dijo eso de “No se hagan ilusiones. Si leo las cinco primeras páginas y no me gusta, lo dejaré. Y será lo más posible” y se tragó las 671 páginas de esa novela en un fin de semana. Y las 700 de la otra en el resto de la semana, trabajando diez horas.

-Que mala eres con Dimas.

-No me cayó bien. Yo había leído aquella novela, me la pasó Nando. Y me pareció deliciosa. Aunque luego leí la otra, y me gustó más todavía. Es un cretino y no deberías fiarte de él. Ya me darás la razón algún día. Aunque espero que no.

-A ver si ésta te gusta. Te la paso si…

-No. Quiero comprarla. Ya te he dicho. Quiero ir a la librería a comprarla. Cogerla de la mesa de novedades. O de “Más vendidos”.

Era casi palabra por palabra el comentario de Rubén. Había contestado al final a su wasap. Había retrasado hasta las 7,30. Tenía tiempo de volver a casa y echarse una cabezada.

-Espero que no te comas tú todo el bizcocho que queda – bromeó Jorge.

-¿Eh? ¡Ah! El vecino se lo come luego. – parecía que de repente le costaba tragar saliva.

-¿El vecino?

A Juana parecía haberle entrado el baile de San Vito en las manos. No dejaba de moverlas nerviosa. Jorge se sonrió: a lo mejor era ella la que estaba medio enamorada de ese vecino misterioso. Estuvo tentado de tirarla de la lengua, pero prefirió dejarla tranquila.

-Me voy a tener que ir. Es una pena porque si quisieras leerla, a lo mejor podías presentarla ante la crítica.

-¿Yo? Que dices. Ni en broma. ¡Que tengo yo que decirles a esos mequetrefes! Valientes falsarios prepotentes.

-No hables así, que suelo tener buenas críticas.

-Últimamente no.

-Porque no publico. Y de algo tienen que hablar.

-El folio en blanco. Como si ahora se escribiera en folios. Como si tú tuvieras problemas de inspiración. Eso te sobra. De cada uno de tus relatos cortos se podía sacar una novela. Y de algunos, hasta tres. Recuerdo ese relato, “La viuda montaraz”. La viuda tenía una novela, pero Tomás y Martín, tenía otra cada uno.

No quiso decirla que en realidad las había escrito. No eran novelas como tales, quizás novelas cortas. En muchos relatos, escribía más cosas para situar a los personajes. Y ahí, las “más cosas” se convirtieron en novelas cortas. Pero eso no dejaron ser borradores que nunca contaron entre las obras terminadas. Aunque si un día quería hacerle un regalo especial, a lo mejor repasar esos borradores y editarlos, sería un buen regalo para su suegra.

Se despidieron con otro abrazo. Quedaron a comer la semana siguiente. A lo mejor ya con la novela en las librerías. Aunque el plan de Dimas le seguía pareciendo cuando menos, demasiado optimista. Salvo que la reserva en la edición de la editorial incluyera la de la imprenta. Y que Jésica y el resto del personal de maquetación y edición trabajaran de sol a sol. Un mes es más realista, siendo también una exageración.

Voy por la página 70. Eres un cabrón con pintas”

Guardó el móvil sin contestar. Lo de cabrón no sabía si era bueno o malo.

Ahora solo tenía que concentrarse en su entrevista con Rubén.

Aunque decidió aparcar el tema e ir a dormir.

Ya decidiría luego qué le contaba y si le proponía presentar la novela. No es que de verdad pensara que el chico pudiera hacerlo. Nunca le había considerado para esa labor. Todavía se extrañaba de la propuesta de Nadia al respecto. ¿Cómo iba a ponerse ese chico delate de decenas de críticos venidos de todo el mundo, o presentes de forma virtual y hacer la presentación? Llamaría a Carlos Alsina. Era la mejor opción. Biel Casal tenía razón.

Es cierto que a Rubén le había gustado mucho la novela. La habían leído juntos. Aunque después de los cambios, a Jorge la parecía que era un libro completamente distinto. No quiso darle una copia en su momento. Era demasiado inestable. Podía haberla perdido o podía haberla mandado a cualquiera. Y ahora tampoco se sentía inclinado a hacerlo.

Aunque lo más posible es que la razón de no dársela ni en ese primer momento ni ahora, era tener una excusa para quedar con él y sacarle cosas de su vida. Quería entender a Rubén para poder escribir sobre él. No era por el personaje o por otra novela. Tenía más escrito pendiente que muchas obras completas de otros colegas de toda una vida dedicadas a la literatura.

Y de alguna forma, quería cuidarlo. Aunque este ultimo sentimiento, no acababa de entenderlo del todo.


Capítulo 7.-

.

Como siempre llegó tarde.

Así acrecentaba su fama de impuntual y de poco educado con la gente.

Pero para su sorpresa, Rubén no estaba.

Fue a llamarlo, pero pensó que él no lo había hecho cuando se había retrasado. Así que abrió el portátil y se puso a repasar “La casa Monforte”. Era una de las muchas manías que tenía: ahora que había aceptado publicarla, le entraban las dudas y quería releerla y volverla a corregir. No lo iba a hacer, seguro, ya no, pero no podía quitarse la tentación. De todas formas corregiría las palabras mal escritas para enviarla a su imprenta para que le hiciera unas copias para llevar la novela a registrar. No quería que los cambios quedaran sin protección.

.“Voy por la página 125. Cabrón no, lo siguiente”.

-Dimas, te exijo una explicación por lo de cabrón – le dijo sin saludar siquiera. Con tono rotundo, casi enfadado.

-Tener esto parado siete años. Eres lo que no hay. Dudar de ti y…

-No te equivoques, nunca he dudado de mi escritura. No me apetecía. Nada más.

-Es tu mejor novela.

-No estoy de acuerdo. Hay tres o cuatro de las de después que son mejores.

Otra vez Jorge se quedó pensativo. Dimas no había entrado al trapo cuando le había hablado de más novelas acabadas. Era claro que eso no le sorprendía.

-Vale, o sea que es ésta la que dedicamos a tus hijos. – le dijo para romper el silencio.

-Oye que…

-Que lo hagas.

-Escribe una dedicatoria tú.

Abrió el correo. Vio un par de emails de Jésica sobre la novela. Ahora los leería.

Queridos, os quiero como si os hubiera parido. Os quiero como si fuerais parte de mí. Os acompañaré siempre que no os estorbe y mientras tenga aliento. Para vosotros queridos Jorge y Clara”.

Jorge Rios.

-Te he mandado la dedicatoria.

-¿Ya la has escrito?

-Sí.

-Pero si estabas hablando conmigo.

-Ya sabes, dos cosas a la vez.

-Joder, que bonito. Ya verás cuando lo lea Rosa.

-Mándaselo para que llore ahora en casa. No quiero que lo haga en la presentación. Que se le corre el maquillaje y se enfada porque no sale guapa en las fotos.

No hablaron mucho más. Dimas quería seguir leyendo.

Y Rubén sin aparecer.

Gorka esa tarde no encontró un patinete de alquiler. Y perdió el último bus. Se encontró en la nada, lejos de todo, incluso de sí mismo.”

-Perdona el retraso.

Jorge levantó la mirada del ordenador. Por fin había llegado. Aunque lo que vio le dejó helado. Rubén tenía toda la cara tumefacta. Le habían dado una paliza en toda regla. Tenía sangre seca alrededor de la nariz y el labio lo tenía partido en varios sitios. Sangraba o lo había hecho por las numerosas heridas que tenía. Los ojos los tenía morados y en las mejillas tenía cortes. Rubén se tiró sobre la silla y dejó caer su mochila, sucia y rota por varios sitios. Se abrazaba el torso, por lo que Jorge pensó que también tenía golpes en esa parte.

No hizo ningún amago de preocuparse ni de escandalizarse. Ni se lanzó a palparle o a intentar curarlo. Se quedó mirándolo fijamente, como él había hecho el primer día que se encontraron en esa misma cafetería. El chico esta vez no le mantenía la mirada. Apenas podía tener abierto uno de sus ojos. El otro era una especie de bola de muchos colores. Sonreía seguramente porque estaba pensando decir algo gracioso. Pero no pudo, porque cayó sobre la mesa desmayado.

Jorge sacó su teléfono y llamó al 112 pidiendo una ambulancia. Los camareros de la cafetería se acercaron asustados. Llevaban ya un rato pendientes del joven aunque no habían querido intervenir, conocían el mal carácter del escritor. Ahora ya no les quedaba más remedio.

-Traedme una toalla o una tela mojada. Ya he llamado a una ambulancia. Vamos a tumbarlo de costado sobre la mesa. No sé si estará bien. Voy a ver si tiene la boca tapada por sangre o algún diente, por si se ahoga – y le metió la mano en la boca sacando algo de sangre, pero ningún diente.

Mientras hacían la maniobra, llegó la ambulancia. Habían sido muy rápidos, aunque en esas situaciones el tiempo es muy mentiroso. Él se apartó y dejó trabajar a los sanitarios. Le preguntaron alguna cosa pero poco pudo responderles. Llegó la policía. También preguntaron. La misma respuesta: ninguna.

Le dijeron si iba a ir al hospital. Le pareció que se creían que tenían algún tipo de relación. Pensó en no ir, pero hubiera quedado raro. No podía ir en la ambulancia, así que paró un taxi que pasaba por allí.

-Al hospital, gracias. A Urgencias – especificó.

-¿Por el virus? – preguntó el taxista ajeno a lo que había pasado.

-No. Aunque parezca mentira, sigue habiendo otros accidentes y enfermedades – respondió quizás demasiado cortante. El taxista se ofendió y no volvió a abrir la boca en todo el trayecto.

Cuando ves a alguien caerse delante de ti lleno de golpes y sangre, te ves desarmado para hacer frente al trance. Cuando vemos en la televisión situaciones así y los protagonistas reaccionan de forma timorata o no reaccionan directamente, les dices “idiotas” hay que hacer así, y levantarlos y correr y llamar y poner una venda y bla, bla, bla. Todo eso es cierto mientras sea la hora de la ficción literaria o televisiva. En la verdad de la vida, el 99 nos quedamos mirando como bobos o nos damos media vuelta y fingimos no ver. Y si conoces a la víctima, o te hundes más o te entra el baile de San Vito y empiezas a moverte como un idiota, de lado a lado, sin hacer nada, pero te quedas tranquilo porque parece que has reaccionado.

Gorka estaba en la camilla, con una mascarilla de respiración en la cara y un goteo que le inyectaría posiblemente algo que le sedara y le hidratara. La sangre llegaría en el hospital. Porque ese chico a saber desde dónde venía así y el tiempo que habría pasado sangrando por dentro y por fuera.

Y yo, como espectador de primera fila, mirando incrédulo. Pensando que mi próxima novela se tornaba realidad antes de escribirla. Eso le daba un cierto encanto o al revés, se lo quitaba, porque no sería una novela, sería un relato periodístico. Y eso no es lo que yo hago.

El caso es que parecía un patán. Y con toda probabilidad, lo fui.

Jorge Rios.”

Jorge llamó a Nadia para que llamara a su tía.

Su tía fue corriendo al hospital. Nadia también. Ésta les presentó, porque hasta ese momento no se conocían. Fue un saludo parco y nada cercano. Quizás la excusa del covid y de estar en el hospital.

-¿Pero qué ha pasado?

Se encogió de hombros. Todo lo que le dijera no serían más que conjeturas. Así que no dijo nada. Solo la acompañaron mirando como trabajaban al otro lado de una cristalera para curarle las heridas. De repente la tía del chico les dejó solos y fue caminando decidida por el pasillo. Jorge pensó que iría al servicio. Pero debía querer ir a los del otro lado del hospital, porque se había saltado dos a lo largo de ese pasillo.

-Es cierto, está en los huesos – comentó Nadia perdida en su angustia.

Y Jorge Rios el gran escritor dijo:

-Ya te lo decía yo.

Una gran respuesta acorde con la fama del hablante y que dio una intensidad dramática inigualable a la situación.

Voy por la página 210. Dime que acaba bien Ignacio.”

-¿Y cómo acabará Rubén? – se preguntó Jorge, que no respondió al mensaje de su editor.

“Tendré que buscar a otro para que presente la novela”, pensamiento absurdo teniendo en cuenta la situación pero que se abrió camino en su mente. Como si Rubén hubiera sido en algún momento una posibilidad real para ser el protagonista de ese evento.


Capítulo 8.-

Dónde nos encontramos cuando estamos inconscientes en una cama de hospital. Volando por el Universo, viajando a países lejanos y a los que nunca habíamos ido cuando estábamos conscientes. O quizás mantenemos grandes conversaciones con nosotros mismo, o con el que está en la cama de al lado, en el mismo estado que nosotros. Quién pudiera escuchar esas conversaciones y participar en ellas. Por un lado el contrario no se puede mover. Pero por otro, a lo mejor huye con más facilidad al no necesitar un cuerpo físico para moverse. El cuerpo nos lastra muchas veces. Aunque sea un gran cuerpo capaz de correr maratones o escalar las montañas más altas de la Tierra.”

¿Sueñan los que están en coma? Y si lo hacen ¿Qué sueñan? ¿Cosas alegres? ¿Sueña que se van a morir? ¿Sueñan con ese amor imposible?

Jorge Rios.

No le hubiera importado quedarse toda la noche en el hospital. Pero asumiría un papel que no le correspondía. La preocupación y el duelo debía ser de su tía y de Nadia, su amiga. No acababa de entender tampoco el papel de Nadia. Él desde luego, no pintaba nada allí. Él no podía aportar nada a nadie ni colaborar en la recuperación de Rubén. Quizás al revés, lo único que conseguía era estorbar. Aún así le dieron más de las cuatro de la madrugada.

La policía volvió y preguntaron. Volvió a responder nada. “¿Y de qué lo conocía?” “Escribo y le gustaban mis libros y hablábamos de vez en cuando de eso”. “¿Pero publica usted?” preguntó la policía. Era claro que no era una fan. “¿Y escribe con ese nombre?” Era claro que no leía ni los prospectos de las medicinas que le recetaba su médico. Perdón, que eso no lo lee nadie. No leía ni las recetas.

Apareció más tarde otra policía, Carmen Polana. Ésta iba de paisano y venía con un compañero, un tal Eduardo Quiñones, un hombre bastante mayor que su compañera, aunque ella parecía llevar la voz cantante. Era una mujer alta, decidida. Había sobrepasado los cuarenta, pero eso no había menguado para nada su atractivo. Era una mujer potente. Vestía unas botas con tacón medio, unos pantalones elásticos ceñidos a las piernas, unas piernas muy atractivas. Se sentían duras y trabajadas corriendo o en el gimnasio. Vestía una camiseta de color naranja con una chaqueta negra encima. Llevaba un anorak sobre el brazo. No iba maquillada, pero no lo necesitaba. Le pidió permiso para quitarse la mascarilla. Jorge se sonrió porque era claro que quería que él la sintiera cercana. Él hizo lo mismo, se quitó la suya y la sonrió con un toque de tristeza.

Ella si lo reconoció al instante. Aunque era en parte una trampa, porque Carmen y Quiñones pertenecían a una Unidad Especial a la que le daban casos complicados. Y ese caso se lo habían dado precisamente porque estaba implicado una celebridad. O eso le dijeron los de uniforme que hablaron los primeros con él. Luego supo que no era exactamente por eso por lo que se hicieron cargo del caso.

-Me encantó “Dejuan”. Pero sobre todo “La angustia del olvido”.

-Vaya. Creía que la policía no leía – y miró de reojo a sus compañeros de uniforme.

-Cada uno tiene sus aficiones.

-Cuéntenos. Ayúdenos a entender. – dijo el hombre.

Se volvió a encoger de hombros. Pensó en contar toda la verdad, pero no le correspondía a él. Y su tía no parecía por la labor y Nadia callaba también. Su tía había vuelto de donde fuera que hubiera ido, seguramente porque Nadia le había avisado de la aparición de la policía. Las dos parecían incómodas. Incluso la tía se fue al baño de nuevo pretextando una indisposición. Aunque bien mirado, tampoco había mucho que contar. Y no era nada malo.

-No sé mucho de él. Quedamos de vez en cuando. Quería leer nuevas cosas mías. Parecía que le iba la vida en ello.

Y bla, bla, bla.

-Quedábamos en cafeterías y leía mi nueva novela. Me servía para corregir algunas cosas. A veces al leerla en voz alta y por alguien distinto te da matices que no ves al escribir y corregir uno mismo. No parecía muy dispuesto a abrir su vida a mí, aunque fueran mis novelas las que le habían salvado la vida, según repetía él con frecuencia. Murió su hermana parece ser y entró en depresión.

-¿Y no le preguntó? Si quedaron varias veces… ¿Y por que no quedaban en su casa? – le preguntó el tal Eduardo.

-¿Y por qué le iba a llevar a mi casa? ¿Por qué no puedo quedar en una cafetería? ¿O en un gimnasio? ¿Eso indica algo?

-Si leían su nueva novela… da igual. Estábamos en lo de preguntarle por su vida.

-Lo hice. Pero no respondió. O lo hizo con mentiras tan evidentes que preferí obviarlas y no volver a obligarle a inventarse cosas. A parte, tampoco es que me interesara demasiado. Para inventar vidas, prefiero hacerlo yo, que las adapto a la historia que me apetece plasmar en el papel. Me aburren las vidas falsas.

-¿Sabe si salía con alguien?

-Sé que iba de juerga. Una vez coincidí con él en una fiesta. Él ni se enteró. Estaba completamente borracho. Pero borracho, borracho.

Les contó la historia de una de las noches. De la vomitona. No les dijo en dónde era ni qué noche exactamente. “Todas las fiestas me parecen iguales.” Y también les contó que le llevó a su casa.

-Le dejé en la cama. Cuando nos vimos no se acordaba de nada, y yo no quise hacerle recordar.

No les dijo toda la verdad, pero en realidad, si querían investigar, tenían de dónde tirar. Tampoco creía que eso tuviera mucho que ver con lo que le había pasado; en todo caso les daría una pauta de comportamiento. Rubén parecía a veces, en esas noches locas de bebida y sexo sin sentido, que buscara la autodestrucción. Lo de esa tarde podía haber sido un paso más en ese camino. No se lo dijo así, a la comisaria Polana y al inspector Quiñones. Pero de forma indirecta lo apuntó.

-Ese sería el personaje que le adjudicaría en una de mis novelas. – dejó deslizar con suavidad. La comisaria Polana lo captó a la perfección. Le miraba con atención. Le interesaba de verdad lo que pudiera pensar el escritor.

-Pero eso es ficción, y aquí, tenemos algo real – apuntó el inspector Quiñones, que quería que reconociera que estaba hablando de la realidad no de una posible ficción. Pero el escritor no quería decir nada más.

Una buena realidad, una buena verdad siempre supera a la mejor ficción. La cosas reales que pasan cada día a la gente que nos cruzamos por la calle, son tan increíbles que si alguien las plasmara en una novela o en un guion de cine, la gente que se enfrentara a ellas para decidir si se publica o se lleva a la pantalla, dirían sin dudar: “Se le ha ido la pinza al autor”. Parece mentira que los que están en contacto con el mundo real, con las bajas pasiones que afloran en las personas muchas de ellas tan normales aparentemente, piensen que la ficción es peor que la realidad. Solo salen a la luz una mínima parte de las inmundicias que se producen en muchas casas de nuestras ciudades y pueblos. La noche es un buen caldo de cultivo para ellas. La oscuridad da alas a las pasiones más oscuras, sacan a relucir los deseos más deleznables. Y algunos, animados por el anonimato, por el alcohol, por las drogas o por la desesperación, sacan a relucir sin que haya la mayor parte de las veces un detonante evidente.

Jorge Rios.

-Seguramente llevará ya unos años siendo policía – Comentó de forma seria dirigiéndose al inspector Quiñones. Ese hombre no le había caído bien. No sabía por qué exactamente, pero era así. Y a estas alturas de la vida, no le apetecía disimularlo. Tampoco resultar grosero. – Me ha informado antes que estaba especializado en menores. Ha tenido que ver cosas horrendas, que los que somos ajenos a su trabajo, no podríamos siquiera imaginar. Y afirma que esto es el mundo real, no una ficción. En la ficción no ocurren muchas cosas porque no se las creería nadie. O porque serían demasiado duras si las describimos pormenorizadamente. ¿No cree inspector Quiñones?

Los dos policías hicieron un gesto valorativo. No quisieron darle la razón en voz alta, pero se la dieron con su silencio.

-Solo espero que ese chico salga adelante – dijo el escritor en forma de despedida.

Se levantó de la silla del pasillo en el que se habían sentado a hablar.

-Si necesitan algo, saben dónde encontrarme.

La noche inspira a los duendes, a las musas. Pero hay inspiraciones que mejor no haberlas tenido. Aunque si eres un profesional las atenderás y las desarrollarás. Lo único que puede pasar es que luego aparques esa historia en una carpeta bien guardada en otra carpeta, que a su vez estará guardada en otra carpeta y así hasta el infinito. Podrías borrarlo, pero para alguien que escribe por pasión, destruir a uno de sus hijos, aunque le de asco, es superior a sus fuerzas.

Jorge Rios.

Son las 6 de la mañana. Acabo de terminar la novela. Es maravillosa. Jésica me dice lo mismo. Todo el equipo que trabaja en ella está de acuerdo.”


Capítulo 9.-

.

A Jorge le resultaba extraño seguir con el proceso de la publicación del libro sin tener al lado uno de los motivos por los que se inició. No era tanto tener un motivo para publicar sino tener a alguien que le acompañara en el proceso. No, tampoco era eso. Sí, necesitaba un motivo. Carmelo le hubiera acompañado gustoso en ese proceso. No, no… sí, necesitaba un motivo. Que sonara el despertador y él se tuviera que levantar de la cama. El despertador fue Rubén y esa historia de que sus libros le daban la vida. Y resulta que él casi la pierde en el proceso.

Esa madrugada, sobre las 6, empezó a contestar a las dudas que le había ido enviando Jésica mientras repasaba la novela e iba maquetandola. Las características de la edición ya las sabían. Habían seguido en todas sus obras las mismas pautas. Mismo tipo de portada, misma estructura, mismo tipo de papel, márgenes, tamaño de letra.

Las indicaciones de Jésica estaban planteadas más en alguna incongruencia de la historia, algún fallo de racord, como lo llamaban ellos copiando la terminología cinematográfica. En algunas de las cosas que había detectado, se dio cuenta después que eran intencionadas que tenían un por qué. Pero sí hubo unas cuantas que eran pequeños fallos. Los fue repasando y los fueron corrigiendo. Le extrañó que Nadia no se diera cuenta, porque eran en la parte que Jorge no había cambiado. Aunque la verdad, en las últimas correcciones que le había hecho, el resultado no había sido el que él hubiera deseado. Tuvo que recorregir y volvérsela a mandar. Y así varias veces. Estas cosillas se he habían escapado a él también. Debería pensar en buscarse una persona que le ayudara. Una especie de secretario.

Debería buscar un día para hablar seriamente con Nadia. Y estaba el tema de ese comentario de Dimas. No había tenido tiempo de buscar esa entrevista en la que hablaba de Jorge y las novelas que tenía acabadas y aparcadas, en los relatos que también tenía acabados y que no quería publicar, pero lo haría. Y si de verdad había dicho eso, tendría que hablar con Nadia muy seriamente. Era la única que conocía lo que había escrito Jorge. Parte al menos. Esos números coincidían con las obras que había puesto al alcance de su amiga. Y el tema de la tía de Rubén, y su extraño comportamiento en la comida con Dimas…

Que tanto Dimas como Jésica y su gente hubieran pasado la noche preparando la edición era la prueba palpable de que su editor hablaba en serio cuando decía que quería publicar en una semana. Y Jorge empezaba a pensar que eso era posible. Y también pensaba en lo desesperado que debía estar Dimas. “Le han debido ir mal las cosas con el resto de sus autores”. “Jorgito tenía razón y yo no le hice ni caso”.

Esos días tuvo que romper sus costumbres. Hubo algunas reuniones a las que tuvo que asistir. No pudo dedicar al sueño sus horas habituales. En sus noches, volvió a triunfar el reino de los sueños, como en la mayoría de la gente. Dejó sus salidas nocturnas en busca de aire fresco, de luces de neón, de los monstruos de la noche, que aunque algunos pensaban que por la situación especial habían dejado de existir, eso era mentira. Ahí estaban, sorteando a la policía, a los vigilantes del visillo, dispuestos a vivir como siempre, porque no hacerlo supondría para ellos una muerte segura.

Pero no había tiempo, y él sabía mejor que nadie que estar descansado era un requisito esencial para disfrutar de la vida y para poder tomar decisiones. Una primera resolución lleva a muchas otras. Ya no había marcha atrás aunque la razón por la que tomó la primera, ahora había perdido su razón de ser.

Ya era viernes y debía ir a casa de Dimas su editor, a celebrar el cumpleaños de Jorge, su hijo. 18 años ya. No había muchos invitados. Los abuelos, un par de amigos de la familia muy cercanos, una de sus tías, la hermana de Rosa, y Jorge, el padrino.

No cumplían las normas vigentes en ese momento para reuniones privadas. No podían juntarse tantas personas en una casa. Pero nadie les veía. Eso sí, por si acaso, Dimas encargó pruebas para todos. No quería que Jorge Rios corriera ningún riesgo. Era mucho el dinero que se jugaba. Podía suponer, si le salía bien la jugada de esa rentrée, recuperar las pérdidas que había tenido el año anterior. Sus números llevaban ya años sin ser buenos. Y eso que las novelas y las recopilaciones de relatos de Jorge Ríos seguían vendiéndose. Pero esos dos últimos años habían sido nefastos. Veía peligrar su estatus en la editorial. Y lo que era peor, su estatus social.

En su despacho de casa había una caja con los primeros ejemplares de la novela. Ya estaba en la imprenta. Era todo un éxito. No se lo confesaría nunca al autor, pero ese despliegue estaba preparado y diseñado desde hacía siete años. El engranaje funcionó perfectamente.

Ahora Dimas dudaba entre sacar esos ejemplares y enseñárselos a su familia y allegados o dejarlo estar unos días. Con el autor no le quedó más remedio porque se coló en su despacho y lo vio. Le gustó la portada.

-Jésica tenía razón. Era la que mejor le iba.

-Cierto. Iván es un gran diseñador.

-Me gustan mucho sus cómics.

-Se lo diré. Le gustará saberlo.

-Dile que si quiere algún día podríamos colaborar, hacer algo juntos.

-No sería mala idea. Por cierto, te lo voy a pedir una vez más: me gustaría publicar aquellas novelas infantiles que les escribiste a mis hijos cuando eran pequeños.

-No insistas.

No quería publicarlas porque dejarían de ser algo especial para los chicos. Si todos lo podían comprar, ya no tendría gracia.

-Jorge ya tiene dieciocho. No le importará.

Jorge se llamaba Jorge por él. Rosa se empeñó. A Dimas en aquel momento no le hizo gracia. Dimas tardó en que Jorge Rios le cayera bien. Y eso que triunfó nada más llegar, cosa que no solía ocurrir con la mayor parte de los autores. Y si triunfabas, tenías más posibilidades de caerle bien. Era casi siempre una cuestión de réditos. En este caso, hasta cuatro años después de conocerse, de ser el padrino de su hijo y de convertirse en un buen amigo de su mujer, a Dimas no le quedó más remedio que reconocer que: “Pero qué majo es este Jorge Rios”. Eso sí, con la boca pequeña y de cara a la galería.

Quizás también influyó que en aquella época llegó un nuevo jefe a su editorial. Y en una reunión de todos los editores y agentes de la empresa, a Dimas se le ocurrió no ser muy considerado con una de sus estrellas emergentes, Jorge Ríos. Narcís Terragó, el nuevo jefe se lo quedó mirando.

-Tenía algunas sugerencias para hacerte respecto a ese autor – le dijo mirándolo fijamente y en tono muy cortante.

-Es bueno, pero no es para tanto. Veremos su tercera novela. Lleva retraso.

-No hemos pactado con él ningún plazo de entrega, si no me engaña la vista al leer el contrato. Ni ha querido ningún adelanto.

-No quiso. Es cierto.

-Entonces no lleva retraso.

-Le dije que me tenía que entregar un manuscrito hace un mes. Y no lo ha hecho.

-Creo que lo mejor sería que cambiáramos a ese joven autor de editor, ya que parece que tú no consigues conectar con él.

-No creo que quiera cambiar – dijo muy seguro de sí mismo.

-Voy a entrevistarme con él mañana. Se lo plantearé. También le plantearé si son ciertos los rumores de que se ha entrevistado con Ovidio Calatrava.

-¿Ese mafioso?

Algo en el tono del nuevo Jefe, le hizo no estar tan seguro de sus cartas. Él confiaba en Rosa para que se mantuviera fiel a él. Y en que era el padrino de su hijo. Y en Nando su marido. Con él había encontrado el feeling desde el principio que con Jorge no. Ninguna de las dos primeras cosas le gustaban, pero ya que se habían dado, se aprovecharía de ello. El tema era si quería jugársela a esas bazas, que por otro lado no eran muy profesionales. Sentía una antipatía visceral hacia él. No podía soportar su forma de vida. Ni ese aire de falsa modestia. No se creía nada de su pose de “me gusta escribir simplemente”. Le gustaba destacar, ser famoso, que otros autores le buscaran para hablar de libros, de historias. Todo lo que decía antes de publicar era mentira. No lo soportaba. Y no le gustaba tampoco que hubiera conectado tan bien con su mujer y con su hijo, que con apenas tres años ya tenía una devoción por su padrino Jorge que superaba con mucho el aprecio que demostraba por su padre. Pero tampoco podía jugársela a que el Jefe o el mismo Jorge cambiara de editor. Era la mitad de sus resultados. Y subiendo. Llevaba más de año y medio sin novela nueva ni se la esperaba hasta dentro de otro año. Pero sus relatos cortos publicados en El País y en alguna revista especializada, eran la delicia de la gente. Tenía un caché como relatista inigualable. Y si hubiera querido, El Mundo y el ABC le habrían ofrecido doblar su caché. Pero la fidelidad era uno de sus pilares.

Aquellos días fueron convulsos. Dimas intentó que esa reunión con su jefe no se produjera. Pero tuvo lugar. Y sin estar él presente. Y supo que se habían caído muy bien. A ella había asistido Esther, una compañera de Dimas. Con estrategias distintas a las que Dimas marcaba. Estrategias que por casualidad coincidían con las propuestas que le había hecho Jorge un ciento de veces y que él había descartado con altivez.

Tardó una semana en mover ficha. Y lo hizo obligado. Una mañana al llegar a la oficina, se encontró con un mensaje de Narcís Terragó para que fuera a su despacho. Allí lo esperaban Jorge, el citado Narcís y Esther. La reunión duró apenas diez minutos:

-Mira Dimas. En esta carpeta tienes las directrices que a partir de ahora seguirás en la gestión de la obra de Jorge Rios.

Él fue a protestar pero un gesto del Sr. Terragó le hizo desistir. En cambio abrió la carpeta y fue leyendo el informe escrito sin duda por Esther. Se le revolvieron las tripas. Miró a Jorge con todo el odio que pudo transmitir con la mirada. Para su sorpresa, Jorge le mantuvo la mirada sin pestañear.

-Si no te parecen adecuadas, a partir de que esta reunión acabe, Esther se encargará de gestionar su obra.

Los puñales atravesaron el espacio sin encontrar ninguna oposición. Cada mirada, cada gesto de la cara de los contendientes enviaba a su destinatario una daga directa al entrecejo, con la misión de matar. El odio de los contendientes se podía palpar claramente en el ambiente. Al principio no había cuartel, era a vida o muerte. Al poco de la batalla los contendientes entendieron que esa batalla no les haría ni mejores, ni más ricos ni más nada. Deberían aprender a vivir con las cosas del otro que no eran de su agrado. Eso en sí mismo no les haría más felices, posiblemente al contrario, les haría necesitar muchos anti-ácidos para la indigestión. La cuestión era que la guerra total y la rotura de los diques de la corrección y la educación les llevaría a la ruina. Así que por cuestiones prácticas, guardaron los puñales y los cambiaron por claveles multicolores de papel. Falsos, pero no había que cambiarles el agua.

Jorge Rios.

Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para romper la frialdad de su relación con Jorge Rios y cambiarla por una “sincera amistad”. Salió de esa reunión conservando a Jorge Rios entre su cartera de autores. Y con una novela nueva en un pen. Una novela, que según comprobó en el documento, la última corrección estaba hecha antes de la fecha en que se publicó su segunda novela.

-Que cabrón, la tenía escrita desde hacía tres años. Y no me la ha querido dar hasta ahora. Eso quiere decir que tiene a lo mejor otras dos novelas escritas.

Se puso furioso. Se fue de viaje ese fin de semana con Susana, una amiga especial con derecho a roce. Se perdió en una casa rural frente al mar en Cantabria. La furia la fue cambiando por momentos de reflexión. Y llegó a la conclusión de que era cierto, no le había dado la novela, pero tampoco le había dado la patada.

Con el tiempo supo que Jorge estuvo a punto de irse a otra editorial. La reunión con Ovidio Calatrava sí tuvo lugar. Su marido Nando se lo impidió en un primer momento. Y que Narcís Terragó se enteró de ello por una fuente que nunca pudo identificar. Y también se enteró que si él se hubiera emperrado en seguir en sus trece, no solo hubiera perdido a Jorge Rios, sino que hubiera perdido su trabajo. Porque el resto de su cartera de autores no valía nada.

-¿Qué habláis de mí? Me pitan los oídos – Jorgito apareció de repente entre ellos.

-Tu padre que me quiere convencer de publicar los cuentos que os escribí.

-Estaría guay. Siempre que pongas claramente que los escribiste para nosotros. ¡¡Clara!! ¡¡Ven!! que papá va a publicar nuestros cuentos.

-Guay. Así podré presumir.

Jorge el escritor se levantó y fue a la caja que contenían las copias de la novela. Sacó dos y se los tendió.

-Joder, padrino. ¡De puta madre! Tu nueva novela.

La abrió y fue pasando páginas. Y llegó a la dedicatoria.

-¡¡Mira, mira, Clara!!

Clara leyó la dedicatoria y abrió los ojos de la alegría.

-¡¡ Mamá mira!! – y salió disparada de la habitación buscando a su madre. – Mamá mira que regalo me ha hecho Jorge.

-Gracias tío – dijo Jorgito abriendo sus brazos y abrazando a Jorge. – Por nosotros puedes publicar los cuentos. Pero hazlo con aquel pseudónimo que te propuso el tío Nando, cuando empezabas a escribir: Blas Tudor.

-¿Y eso? – le preguntó asombrado de que se acordara de esa historia.

-Para diferenciar las dos facetas. – Jorgito se separó de su padrino y dejó de mirarlo – No hace falta que seas anónimo. La gente puede saberlo. Pero sin que salga tu nombre en la portada.

-Eso quitará ventas – dijo su padre muy serio.

-O las dará – opinó Jorge Rios – porque no inundará el mercado con mi nombre. Eso puede saturar a la gente. Y diferenciará los dos campos. Nadie comprará unos cuentos infantiles pensando que es otra de las novelas de Jorge Rios, llenas de personajes complejos y dolientes.

-Llaman al timbre. Id a abrir, que yo no puedo – gritó Rosa desde la cocina.

Dimas fue hacia la puerta con Jorge detrás comentando lo de los libros infantiles. Abrió la puerta y se encontró frente a los inspectores Ordóñez y Polana. Fue Jorge el que se quedó más sorprendido, porque al fin y al cabo, Dimas no los conocía de nada ni sabía nada de Rubén y su percance.

-Señor Rios nos habían dicho que le podríamos encontrar aquí. Pero en realidad no venimos a verlo a usted, sino a Jorge Nadiel, su ahijado. Aunque nos gustaría que estuviera presente. A lo mejor le interesa lo que vamos a hablar.

La cara de sorpresa de todos no podía llevar a malas interpretaciones. Jorge Rios no sabía de que iba el tema. Y Dimas Nadiel, era como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

-Tenía razón, Sr. Rios – apuntó el inspector Ordóñez – la vida real a veces es más compleja que la expresada en las mejores novelas. Y de eso sabe usted un montón, porque tiene escritas unas cuantas muy buenas. Mi mujer se las leía todas.

Había quedado con su ahijado en ir a recogerlo a la salida del colegio y llevarlo a merendar. Era algo que hacían casi todas las semanas y muchas de ellas dos veces. Jorgito disfrutaba de la compañía de su padrino. Desde que era un retaco, en cuanto lo veía, corría a su encuentro y le echaba las manos para que le subiera en brazos. Le abrazaba y le besaba profusamente. Su madre sonreía, su padre se daba la vuelta y se metía en su despacho. El niño aprendió pronto que su padrino tenía una imaginación desbordante y era el mejor inventándose cuentos. Y él amaba los cuentos.

Esa relación se mantuvo inalterable hasta los dieciocho. Fueron cambiando las historias que Jorge se inventaba para él, nada más. No cambió ni la atención que le prestaba ni cariño que le demostraba. Y tampoco bajó la intensidad de las muestras de cariño que el niño le profesaba cada vez que se encontraban. Daba igual que estuvieran sus padres delante o que fueran sus compañeros del colegio los espectadores. Igual a los cinco años que a los dieciséis.

Jorge se divertía contándole esas historias. Y por qué no decirlo, sus abrazos y sus besos, pero sobre todo las miradas con las que atendía sus palabras, le daban la vida. Eran las únicas muestras de cariño que aceptaba de buen grado. Y las de Carmelo, pero esas eran de otro tipo.

-¿Y ahora qué? – pensó para sí Jorge, el día del cumpleaños número dieciocho, mientras se montaba en el taxi que le llevaría de vuelta a casa después de que Dimas le echara de la suya.

Jorge Rios.”


Capítulo 10.-

.

El camino de la edición del libro nuevo de Jorge Ríos prosiguió ajeno a la lucha que mantenía Rubén en el hospital contra sí mismo. Las heridas iban curando, sus ojos parecían recuperar su color habitual, los cortes en los labios sanaban y no dejaría casi marcas al igual que los cortes en otras partes del cuerpo. Sus heridas internas habían dejado de sangrar y parecía que todo iba recuperando su estado. Habría que hacer pruebas cuando despertara. Pero seguía en coma.

Su tía lo acompañaba en los primeros días algunos ratos. Ordenaba sus cosas compulsivamente. Miraba las cosas que había en una bandeja en la balda de abajo de la mesilla. Miraba una y otra vez su cartera. Sacaba todo y lo volvía a colocar. Contaba el dinero, miraba cada papel. Buscaba algo que se le hubiera pasado la anterior vez que había hecho lo mismo. Mostró su deseo de acercarse a la casa del chico, pero no encontró sus llaves. Sus padres, informados por ésta de su estado, no perdieron ni cinco minutos en pasarse ni en interesarse por su salud.

-Parecen de otro mundo, Nadia. Lo han borrado de su corazón. – le decía compungida a su amiga en los pocos ratos que coincidían y siempre con alguien que les escuchase.

-A lo mejor no han tenido corazón nunca, Eva. – le contestaba Nadia.

-Eso sería, pensó ella.

La idea de que sus sobrinos hubieran vivido en ese ambiente más de veinticinco años, le torturaba. Eso iba contando a todas las enfermeras y médicos con los que hablaba. No podía creer que su hermana estuviera hecha de esa pasta. Así se lo repetía una y otra vez a Nadia, que la escuchaba cada vez con menos atención por la reiteración del mensaje. Lo mismo pasaba con el personal del hospital.

Pero ella tampoco estaba hecha para estar al pie de la cama velando por la salud de su sobrino.

-Tengo mi vida. Y tampoco le puedo ayudar estando aquí – se justificaba con el personal sanitario. Nadia hacía días que se había borrado.

Así que fue espaciando las visitas, cada vez más cortas. Y al cabo de una semana, las cambió por llamadas telefónicas:

-Si sirviera algo estar allí, iría – explicaba a quien cogiera el teléfono.

La presentación fue un éxito. Al final Jorge llamó a Carlos Alsina que le dijo que sí al instante. Mantenían una buena relación. Como le había recordado su amigo Biel, a veces había colaborado con él en algunas de sus “ficciones sonoras” sin querer cobrar ni aparecer en los créditos. Nada más acabar los cambios en la novela, se la había hecho llegar para que la leyera.

Alsina hizo una presentación antológica. Incluso hizo allí mismo una ficción sonora inspirada en la novela, con sus colaboradores y algunos actores de prestigio poniendo su talento, incluyendo a Carmelo de Rio y a Biel Casal, amigos ambos de Jorge. La hizo en directo, ante las decenas de críticos y periodistas especializados. Ante numerosas cámaras que emitían la señal en streaming para todo el mundo. Y luego, charlaron sobre la novela, sobre la vida, sobre escribir. Llegaron las preguntas y Jorge las contestó como pudo.

Dimas su editor tenía razón. Se quedó corto incluso. En cuanto los libreros recibieron el correo anunciando la inminente publicación de la nueva novela de Jorge Rios y estos lo anunciaran a sus clientes y amigos habituales, las reservas llovieron. En cuanto iban saliendo libros de la imprenta, se iban mandando a las librerías, empezando por las más lejanas. Al final calcularon que serían necesarios casi cuatrocientos mil ejemplares para cubrir el primer impulso.

En Argentina se empezaría a imprimir en unos días, y en Méjico. Y en Colombia, país que apreciaba mucho a Jorge Rios y en el que tenía algunos amigos. Y en Estados Unidos. La traducción tardaría, pero tenía mucho público que lo leía en español.

Estaba en marcha también la traducción para Alemania, Irlanda, Inglaterra y Francia. Aunque las librerías importantes venderían también la edición en español. Y esa ya estaba llegando.

Tuvo algunas entrevistas en la radio, con el mismo Carlos Alsina, claro. Y con Carlos Herrera. Con Pepa Bueno, con Jaime Cantizano y con Javier del Pino. Con M.ª Carmen Juan, que Julia Otero estaba pachucha. En la televisión con Buenafuente. Y claro, no pudo faltar una noche divertida en El Hormiguero. Una entrevista especial en el “El País”, que seguía siendo su periódico y al que empezó a mandar alguno de esos relatos que había estado escribiendo para ellos, aunque se los guardaba.

Hubo un pequeño cóctel sorteando las limitaciones impuestas por el covid. Allí charlaron en pequeños corrillos Carmelo, Biel, Álvaro, Esther, Pablo, todos actores amigos del autor. No pudieron acercarse Miguel y algunos otros, porque estaban rodando.

También se acercaron algunos escritores amigos. Ernesto Ducas y su hijo Arturo, no podían faltar. Tampoco faltó Juan Gómez Jurado y Arturo Pérez Reverte. Alejandro Palomas vino desde Barcelona solo para el evento. Lorenzo Silva, Manuel Vilas, M.ª Dolores Redondo, Eva Sáenz de Urturi, Carlos Zanón, Mikel Santiago, Victor del Árbol, Sara Mesa…

Se acercaron también editores y algunos ejecutivos de otras editoriales. Ovidio Calatrava entre ellos. Estuvo un rato charlando con Jorge amigablemente. Éste estuvo tentado de comentarle el rumor que le habían contado sus amigos referente a su supuesto fichaje por una de sus editoriales, Simbad. Pero al final lo descartó. Ovidio no le había comentado nada al respecto. Ni siquiera le había vuelto a insinuar la posibilidad de que dejara a Dimas. Ovidio no estuvo mucho rato. Después de charlar con él un momento, se había ausentado. Se le ocurrió que a lo mejor era la persona que había abordado a Biel para preguntarle por él. Pero para cuando encontró a Biel y fue a buscarlo, ya se había ido.

Dimas también se había ido con rapidez. Apenas había estado unos minutos para saludar a algunos de los invitados. No había cruzado una sola palabra con Jorge. Éste estaba molesto. Parecía que tuviera él la culpa de lo de Jorgito. Dimas, desde la detención de su hijo, se había mostrado distante, enfadado, incluso grosero. Jorge se lo había dejado pasar. Imaginaba lo que estaría pasando. Pero le empezaba a cansar esa idea que intentaba mandar al mundo Dimas, de que Jorge era el culpable de lo que le pasaba a su hijo.

Pero eso, Jorge no lo iba a consentir . Estaba decidido a enfrentarse a él. Lo había hablado con Carmelo. Desde que había vuelto de Londres habían hablado mucho y habían quedado en varias ocasiones. Carmelo le había ayudado a tomar algunas decisiones en cuanto a la edición del libro. Y le había servido de paño de lágrimas.

Rosa, la mujer de Dimas y Clara, su otra hija, no habían asistido al acto. A Narcís Terragó, el director de la editorial, se le había escapado que Dimas se lo había prohibido. En un momento de enfado, Jorge le dijo:

-Narcís, dime si salgo a buscar a Ovidio Calatrava. De momento hazte a la idea que ésta va a ser la última novela que vais a publicar mía. Y no dudaré en usar la cláusula que me da derecho a recuperar los derechos del resto de mi obra.

Jorge se alejó de Narcís y se refugió en la compañía de Carmelo, de Ernesto, de Arturo y de Biel, que le hicieron pasar un rato agradable. Y cuando llegó Álvaro y le abrazó por detrás, sus penas le abandonaron del todo.

Ya estaba todo en marcha, ya no lo necesitaban. Ya no tenía reuniones, ni correcciones, ni entrevistas… Volvió a sus rutinas. A dormir por la tarde y a vivir y escribir por la noche y de madrugada. La primera noche de vuelta a la normalidad, cambió sus paseos por la noche por una visita al hospital. Rubén había recuperado casi todo su esplendor. Ahora sí que estaba delgado. Y pálido. Pero ya volvía a ser persona. Volvía a ser atractivo.

-No te creas que me voy a quedar toda la noche. Si quieres quedarte ahí como un pasmarote es cosa tuya. Si quieres despertarte y empezar a vivir de nuevo, estaré encantado de quedar a tomar un chocolate con tortitas. Yo he hecho mi parte. “La casa Monforte” está publicada. Hice bastantes cambios a la novela que leímos juntos, te aviso. Cuando la veas en la mesa de novedades de la librería, que sepas que es una historia distinta. Dijiste que necesitabas mis novelas para vivir. Ya tienes una nueva novela que espero que mañana a más tardar vayas a comprarla a la primera librería que te encuentres. Me dijiste que eras cumplidor. Cumple, pues. No dormiré en toda la noche, así que llámame. Eso sí, ni se te ocurra hacerlo de tres a ocho de la tarde. Es mi hora de dormir.

En una novela Rubén se hubiera despertado en cuanto Jorge se hubiera ido del hospital y le hubiera llamado inmediatamente. Y le hubiera dicho: “Ya he cumplido”.

No ocurrió nada. No recibió ninguna llamada suya esa noche. Ni al día siguiente. Ni siquiera de tres a ocho, y eso que no pudo pegar ojo, por si acaso llamaba.

Jorge Ríos se puso a escribir cuando las primeras luces rompieron la negrura de la noche.

Aquel joven al que todos consideraban un buen chico, inocente, incluso algo pacato, se descubrió como un hombre con mucha vida exterior, frecuentando ambientes y amistades desconocidas para sus familiares y allegados. Y con unos ideales que contradecían todo lo que le habían inculcado desde pequeño. Aunque pensando fríamente, no era tan raro, porque no hacía más que reflejar los ideales ocultos de su padre, aunque se cuidaba mucho de manifestarlo en según que compañías. Todo se acaba sabiendo, y es muy difícil estar actuando 24 horas al día, 7 días a la semana.

Todo salió a la luz en una investigación policial a una serie de agresiones a personas que no se atenían a las características más habituales en nuestra sociedad. Algún chico y alguna chica con la piel de distinta tonalidad acabó con los dientes rotos y el alma partida a la salida de la Universidad. Algún chico que osó querer a otro chico pasó también algún tiempo en el hospital. Alguna chica o chico con sobrepeso, por atentar, según ellos, contra la belleza y el coste que tendrían sus enfermedades. Jugaban con bates de beisbol y algunas navajas toledanas.

Jorge Rios.”

Estuvo a punto de borrar lo que había escrito. Estaba demasiado implicado para escribir con su habitual estilo. Lo de su ahijado le había dejado tocado y había destruido los frágiles puentes que lo unían a su editor, Dimas Nadiel.

-Todo esto es por tu culpa, degenerado. Vete de mi casa. Desde que murió tu marido has perdido el norte.

Le hizo caso. No era el momento de discutir. La cara de odio y asco eran tan marcadas que dudó seriamente que alguna vez las olvidara.

Esa madrugada se vistió y salió a la calle. Entró en uno de esos locales en los que la noche y la mañana se entremezclan en aparente desorden. Se pidió un chocolate y unas porras y se sentó en una mesa. A su lado, unos jóvenes tomaban su penúltimo gin-tonic. Reían alegres por haber sorteado una noche más las restricciones para salir y juntarse y beber sin mascarilla. Su actitud era una serie de cortes de manga a la sociedad, a la policía, a sus vecinos y al mundo entero. Nadie les quitaría un buen gin-tonic ni un buen polvo.

Creen algunos gobernantes que dominan la vida de la gente. Se revisten de la autoridad de unos expertos que dictaminan lo que hay que hacer y lo que no. Lo que los demás pueden vivir y lo que no pueden hacerlo. Toman decisiones en base a modelos matemáticos cuyos datos y y conclusiones no están contrastados, porque nadie sabe nada. Ni expertos ni inexpertos. Ni sabios ni legos. Hablan con seguridad, como si eso les revistiera de sabiduría y verdad. No tienen en cuenta la psicología ni la sociología, juegan con las cifras, muestran los que les favorecen y obvian los que no favorecen a su idea. Y piensan que todos van a seguirles como corderos. Lo mismo pensaron en los años 20 del siglo pasado en USA, con la ley seca. Solo lograron crear un mundo subterráneo al que les fue imposible vencer. Ahora pasará lo mismo. No pasará, pasa. Cuanto más dure esto, mas ineficaces serán las medidas porque habrá más gente que no las tenga en cuenta en su vida, y si hay mucha gente que no cumple, nadie podrá, por mucha policía que pongas al tema, evitar la proliferación de fiestas y reuniones varias. Es una sociedad dominada por los mensajes, por los asesores de imagen, por los especialistas en marketing. Esos son los verdaderos expertos, los que contestan en las ruedas de prensa sin decir nada y aportando solo lo que conviene. Mensaje, mensaje, mensaje. Y muchos lo sabemos pero ninguno hacemos nada al respecto. La nueva política y la vieja política. Cambia el nombre del asesor, nada más. Sus manuales son los mismos. Varían el color, nada más. El verdadero color de esas personas es el color del dinero y del poder en la sombra. Y esos son los que dominan la política, el Gobierno y la Oposición.

Jorge Rios.

Volvió a pensar en borrarlo. No era su estilo. Esta historia al final, cada vez estaba más seguro de ello, no la podría escribir. Su estilo era la ficción. Y ahora, todo era una verdad que no le gustaba. Necesitaba escribir sobre ella, porque si no, posiblemente acabara mal de la cabeza. Quizás no debería obsesionarse con crear una novela o un relato. Debía sencillamente escribir sin ningún objetivo completo. Como había hecho en otras circunstancias y en otros momentos de su vida. Acabaría si no hundido como cuando murió Nando. Pero esta vez se habría llevado por delante a Rubén su fan, y a su ahijado Jorge. Con ninguno lo vio venir. Así que la torta estaba siendo descomunal.

En los últimos tiempos, cada vez que a Jorge le venía a la cabeza el recuerdo de la época que siguió a la muerte de su marido Nando, se daba cuenta que él mismo se creó una especie de mundo mentiroso a su alrededor. Con la excusa de un amor profundo por él y del insoportable vacío que le dejó su desaparición, Jorge se ausentó de cualquier cosa que le causara el más mínimo esfuerzo.

Una de esas cosas que siempre le había costado, desde que empezó a publicar, era relacionarse con la gente en general. Se aisló dentro de una burbuja en la que solo estaban unas pocas personas. A las demás las echaba de su lado. A una parte de ellos, con su permanente estado de “ausente”. A otros, con salidas de tono extemporáneas que le fue creando una fama de arisco y poco cercano. Y a otros, sencillamente con el desprecio o la indiferencia.

Otra de las cosas a las que renunció fue a la de volver a publicar. Tenía un cierto miedo al fracaso. ¿Y si de repente la siguiente novela dejaba de venderse? Aunque fuera solo una rebaja en el número de ventas. ¿Y si “El País” se daba cuenta de que sus relatos ya no gustaban? Hasta la muerte de Nando, era claro que los relatos de Jorge eran apreciados por el público. Los viernes, el día que Jorge ocupaba la última página del periódico con su relato, la tirada era mucho mayor que el resto de la semana. Y la edición se agotaba en muchos kioskos. Si eso ocurría, si bajaba el nivel de éxito ¿En quién se iba apoyar? ¿Quién le iba a coger la mano, mirarle a los ojos y decirle: No pasa nada?

Pero ¿Todo eso fue por amor?

Jorge empezaba a ser consciente de que nunca había querido de verdad a Nando. Que había sido la excusa perfecta para no afrontar sus inseguridades. ¿Y por qué se estaba dando cuenta de ello? Porque cada vez era más consciente, aunque le costaba reconocerlo, que lo que sentía por Carmelo… eso sí era amor. Y esa sensación no tenía parangón con ningún otro afecto que hubiera sentido por nadie nunca.

Eso no fue de un día para otro. No. Eso quería pensar. Fue un proceso de ocho años. Forjado a fuego lento, con millones de palabras dichas y escuchadas.

No. Otra vez te engañas, escritor.

Desde la fiesta de año nuevo en la que el Dios hecho hombre y que habita entre nosotros con el nombre de Carmelo del Rio se presentó ante él para charlar de sus novelas, le sonrió cuando le trajo su cubata y un plato de canapés, Jorge, tú sabías que por primera vez en tu vida, tu corazón tenía un dueño.

Tu corazón, tus pies, tus piernas, su sonrisa, tu deseo, el pelo de tu cabeza… y hasta la última célula de tu cuerpo. Hasta el último de tus pensamientos.

¿Y quien es el guapo que te lo dice, Jorge Rios, escritor? Ni yo que soy tú me atrevo a hacerlo.

Jorge Rios.”


Capítulo 11.-

.

Al cabo de unos días, por fin recibió la llamada. Rubén había despertado. Cumplió y no se despertó de tres a ocho de la tarde. Lo hizo a las once de la mañana, la hora que quedaban a desayunar algunos días. Así que entró en una cafetería cerca del hospital y compró unos churros y dos chocolates para llevar. Posiblemente no pudiera comerlo, pero por si acaso. Además, pensó, lo importante era el gesto.

Lo vio más despejado de lo que esperaba. A la que no vio fue a su tía a la que habían llamado nada más abrir el ojo, varias horas antes que a él. Con el interés que parecía tener en aquel primer momento, y cuando le habló a Nadia del chico por si su amigo escritor podía hacer algo “Es forofo de sus libros” creía que al menos se pasaría un momento para luego quedarse con él y hacerle compañía.

Se lo comentó al chico “Qué raro que no esté tu tía”. “¿Mi tía?”. “Parecía muy preocupada”. “Nunca hemos tenido demasiado contacto. Desde la muerte de mi hermana no he hablado con ella. Y ni falta que hace. Siempre me ha odiado y me ha mostrado su absoluto desprecio. Habrá venido para comprobar si me moría”.

Jorge apuntó mentalmente llamar a Nadia y que le diera una explicación. Empezaba a ser larga la lista de explicaciones que le debía Nadia. Y también se preguntó si la explicación de Rubén… ¿Por qué le había sonado como cuando le preguntaba y se inventaba cosas sobre su vida?

-Te está esperando en la librería “La Casa Monforte”.

-¿A sí? – a Rubén se le iluminó la cara.

-Te la hubiera traído, pero como insistías tanto en que querías encontrarla en la mesa de novedades y abrirla y pasar la mano por sus páginas y empezar a leer unos párrafos de aquí y de allá, e ir a la caja y comprarla y que te pusieran un marca-páginas del último libro de Carmen Mola…

-Voy ahora mismo – y apartó la ropa de cama para levantarse.

-Antes habrá que traerte algo de ropa. La que llevabas ese día se la llevó la policía. De todas formas era para tirar.

-Da igual, me voy con la bata esta.

-Se te ve el culo.

-Es bonito, no me importa.

-A lo mejor le tienes que nutrir un poco para que recupere lustre.

-No me mires el culo – se tapó con la bata. Pero al hacerlo se mareó y tuvo que sentarse.

-Será mejor que dejemos lo del libro para dentro de unos días.

Jorge Rios no se levantó de la silla ni cuando el chico se mareó. Salvo con los hijos de Dimas, y eso ahora no era posible tampoco, no le solía gustar el contacto físico con la gente. Su suegra, Nadia y Rosa, la mujer de su editor eran otras excepciones. Y Carmelo del Rio. Carmelo le recordaba en ocasiones a Rubén. Se sabía sus historias mejor que él. Al final tuvo que levantarse para sujetarlo antes de que se resbalara al suelo.

-Gracias.

-No te iba a dejar que cayeras al suelo – no era necesario que diera esa explicación pero se sintió obligado. Y en cuanto acabó de decirla, se sintió ridículo.

-No, no por eso, sino por el libro.

-¡Ah! – ahora se sentía todavía más ridículo si eso era posible – Lo hice por mí. Llevaba tiempo queriendo hacerlo. Me diste una excusa.

-Gracias de todas formas. Por aguantarme.

-Eso si que tiene mérito, la verdad. Me estoy volviendo flojo, hace años te hubiera mandado a la mierda solo con la primera palabra.

Vino la médica y un enfermero. Le hicieron tumbarse de nuevo y le hicieron una revisión. Jorge tuvo que salir de la habitación. En el pasillo el teléfono empezó a vibrarle en el bolsillo. Dudó, pero al final contestó.

-Rosa – saludó de forma seca.

-Creía que no me ibas a coger.

-No has hecho nada para que no te coja – aunque eso no significaba que tuviera ganas de hablar con ella.

-Se arreglará con Dimas, ya lo verás.

-Solo ha salido lo que de verdad ha pensado siempre. Nunca le he gustado. Nando en cambio… se caían bien. No lo entiendo – recapacitó en voz alta.

-No es así. Él te… considera mucho.

-Rosa, no quiero hablar de tu marido. Ya te darás cuenta de la verdad.

-Te equivocas.

Jorge sabía que no se equivocaba. Por eso quiso cambiar de editorial al principio de su carrera. Se había encontrado con varios “personajes” como él en su vida. Enseguida le caló, aunque intentó disimular. Calló al principio por interés y por la insistencia de Nando que se convirtió en su mayor valedor. Luego la cosa fue bien y Dimas se volvió más intolerante, más agresivo con él. Así que escuchó ofertas. Juana, la madre de Nando le caló también enseguida y no hacía más que insistirle para que se apartaran de él. Juana y su hijo discutieron muchas veces a cuenta de Dimas. Nando lo defendía y Juana lo atacaba. Narcís Terragó cuando empezó a dirigir la editorial, recondujo la situación. Ahora, con lo de Jorgito, todo había estallado. Ya no estaba Nando para defenderlo. Quizás era el momento de cambiar.

-¿Como estás?

-Bien. Escribiendo mucho, como siempre.

-¿Sigues sin dejar que nadie lo lea?

-No ha pasado nada relevante que me haya hecho cambiar mis rutinas.

-¿Y ese chico? El de la paliza.

-Es un chico que lee mis libros. Nada más. Un fan que le gusta hablar de mis novelas.

-¿No es tu…?

-Rosa, no sé a que viene esa pregunta. Si fuera así, no tengo ningún motivo para ocultarlo. Puedo acostarme con quien quiera. De hecho, siempre he podido.

-Me han dicho que es muy guapo.

-¿Quién te ha dicho? Da igual – Jorge estaba empezando a enfadarse de verdad. No entendía a dónde quería llegar su amiga – Álvaro Rico también es muy guapo. Y Pablo Rivero. Y Carmelo del Rio. A todos los conozco. Si hubiera querido tener novio, Carmelo hubiera sido la opción más razonable.

-Pero éste…

-Mira Rosa, no sé dónde quieres llegar.

-Jorge te necesita.

-No te creo Rosa. Necesitará a su padre que le ha inculcado esas ideas. Y te tiene a ti.

-Te equivocas. Jorge te quiere. Solo te quiere a ti. Yo no puedo ayudarlo. Créeme.

-Ahora mismo no sé que decirte. Yo lo creía, creía que era así. Esas imágenes… te juro que me dejaron sin palabras.

-Habla con él. Déjale que te explique. Su versión. Nunca te haría daño. Ni a alguien que aprecies. Eres la persona más importante de su vida.

Había quedado con su ahijado en ir a recogerlo a la salida del colegio y llevarlo a merendar. Era algo que hacían casi todas las semanas y muchas de ellas dos veces.

Vio a Jorgito hablando con sus amigos. Uno de ellos le dio un beso en la mejilla. El resto hicieron bulla. Empezaron una cantinela sobre que eran novios y demás. El del beso se puso digno. Y Jorgito le defendió dándole un beso él.

No necesitaba defensa, porque en realidad sus amigos no se metían con que fueran homosexuales. Se burlaban de la posibilidad de que fueran novios. Lo mismo la había pasado al chico guapo de la clase cuando se lió con Amanda, una de la otra clase.

Jorgito se dio cuenta de que su padrino estaba observándole desde la calle. Sonrió contento, se levantó de un salto, cogió su mochila y corrió en su busca. Algo le decían sus amigos que Jorge no entendió. Se echó a reír, se dio la vuelta y volvió para darle un beso de despedida a su supuesto novio.

Sus amigos le jalearon a modo de despedida. Jorgito se reía y les saludó levantando la mano sin darse la vuelta. Ya estaba abriendo los brazos para abrazar a su padrino. Cosa que hizo nada más llegar donde él.

-¿Dónde me llevas hoy? – le preguntó besándole profusamente.

-¿Te apetece un viaje en funicular?

-Guay. Pero se dice teleférico.

Jorge se echó a reír revolviéndole el pelo con la mano.

Jorge Rios.”

No quería ser cortante con Rosa. Pero dentro de él estaba levantándose un mar de furia que empezaba a ser difícil de controlar. Estaba a punto de saltar y decirle un montón de barbaridades de las que luego se arrepentiría. Ella no tenía la culpa de nada. Solo era una madre destrozada.

-Y Clara – apuntó desesperada Rosa.

-Es mejor que guardemos las distancias. A su padre no creo que le haga gracia.

-Su padre, su padre… que le den a su padre. Ya me ocupo yo de su padre.

-Hablamos en otro momento. Te llamo.

Y colgó sin esperar respuesta.

Apagó el teléfono. Sabía que intentaría llamarlo de nuevo. No quería enfadarse con ella. Tenía que entender que necesitaba tiempo para asumir sus errores, su ceguera. Y entender como alguien que parecía quererlo, atacaba a la gente que era como él. Y tenía la certeza de que eso no había sucedido por casualidad. Ese tipo de casualidades no se producían. Solo pasaba en las novelas románticas. Tenía que entender y saber.

Por el pasillo venían la inspectora Polana y el inspector Quiñones.

-Lo que me hacía falta. Tenemos el boleto completo.

Con ellos, un paso por detrás, venía un joven que todas luces era policía también. Miraba a su alrededor como un policía. Era joven y muy atractivo. A Jorge Ríos le resultó conocido, aunque no pudo situarlo.

-¿Podemos hablar? – comentó a modo de saludo el inspector Quiñones.

-Esto es ir directo al grano. Buenos días tengan ustedes – saludó con un poco de ironía. Los policías sonrieron con un poco de guasa, sin darse por enterados de la pulla.

La médica de guardia en la planta les dejó su despacho.

-Hay algunas cosas que no están claras en la agresión a Rubén Lazona.

-Les escucho.

-No tenemos novedades. Solo tenemos indicios.

-Intuiciones.

La inspectora y su compañero se miraron.

-No es nada malo, creo en las intuiciones – comentó Jorge.

-Éste es nuestro compañero Hugo Utiel.

-Encantado.

Le tendió el puño a modo de saludo. El escritor chocó el suyo con él.

-Es su nuevo asistente.

-No he tenido asistente nunca.

-Ahora sí.

-Pero eso lo tendría que aprobar Dimas, mi editor. Y nuestra relación no pasa por el mejor momento. Nadie mejor que ustedes para hacerse cargo de la situación. No tengo ninguna gana de hablar con él.

-Lo ha contratado Narcís Terragó. Hemos hablado con él. Y es mejor que el Sr. Nadiel no sepa quién es en realidad su asistente. Mejor que no lo sepa nadie.

-Espero que sepas escribir al menos.

-Me defiendo. La “L” con la “O” “Lo”, la…

-Y leer – Jorge atajó la broma.

-Suelo hacerlo. Incluso libros. Incluso los suyos.

-Algunos compañeros tuyos no son muy de libros – dijo en tono duro, casi ofensivo.

-Cada uno tiene sus aficiones.

-Esa respuesta es repetida – y miró a Carmen Polana.

-Es verdad – se disculpó Carmen sonriendo de medio lado.

-Al menos me alegraré la vista.

-Gracias por el piropo – Hugo se dio por enterado a la primera y no se ofendió.

-Esto que le voy a proponer, no es muy ortodoxo. Pero Hugo está de acuerdo. A lo mejor sería interesante que fingieran una relación cercana.

-O sea, que finjamos ser amantes.

-No hace falta serlo. Solo que lo parezca.

-Menos contacto físico, ni cercano que con ese chico – Jorge señaló la puerta de la habitación de Rubén – no he podido tener. No me gusta el contacto físico. Con pocas personas lo tengo, y Rubén no es uno de ellos. Y ahora parece que todos piensan que es mi nuevo novio o algo así.

-Eso es lo que queremos que piensen de Hugo. Sin ser excesivos en las muestras de cariño. Eso daría el cante teniendo la fama que tiene usted.

-Entonces debería abroncarlo de vez en cuando en público.

-Se trata de que parezca creíble – dijo el joven. – Yo me rebelaré y le contestaré. Y discutiremos.

-Al menos espero que hayas leído alguno de mis libros.

-Los he leído todos. – Hugo pasó por alto que ya lo había comentado unos minutos antes – Y sus relatos. Los recopilatorios y los del Diario El País.

-Vaya. Un punto a favor.

-Terragó ha dado orden de que en su oficina le envíen la correspondencia. Tendrá acceso a su cuenta de correo oficial y a todas sus redes. Ahora con las repercusiones de la publicación de la nueva novela, tiene más encaje. Habrá un aluvión de mensajes de opiniones y Hugo se encargará de gestionarlo. Ha habido un poco de resistencia por parte de un empleado de la editorial, un tal Elías García.

-Haced lo que queráis. Ese Elías ya le dejé claro a Dimas que no lo quería ocupándose de mis asuntos. No me cae bien. – Jorge se había cansado de la conversación y decidió cortarla – Yo voy a despedirme del chico y me voy a tomar un café por ahí. Todo esto me abruma. En que hora decidí publicar de nuevo. En qué hora no le mandé a tomar por el culo a ese chico. Seguiría con mi vida, escribiendo, viviendo, conociendo personajes. Con mis cafés y mis fiestas clandestinas. Mis tortitas con chocolate. Con dos chicos que parecía quererme mucho y con los que hablaba casi a diario. Y ese chico se hubiera ahorrado un mes de hospital y el recuerdo de algo horrible. Ahora me llama la madre del otro, para que vaya a ver al chico que ha partido la crisma a uno que es como yo. Y que casualmente conozco. Es como si me hubiera partido la jeta a mí. Yo le escribí cuentos para él solo hasta los 15. Ahora le dedico mi nueva novela. No podría quererlo más si fuera mi hijo. Y resulta que odia lo que yo represento. – hizo un gesto con las manos y cerró los ojos. – O eso parece, aunque yo tengo mis reservas. Cada vez más. Y ahora resulta que me ponéis alguien que me siga, o sea que intuís que me pueden partir la crisma cualquier día. Perdonadme, hoy no soy buena compañía. He cubierto el cupo. Me llamas mañana – le dijo al joven policía.

Salió del despacho de la médica y fue a despedirse de Rubén. Había comido un churro mojado en uno de los chocolates que había traído. Y se había quedado dormido con el segundo churro en una mano y el vaso con el chocolate ya helado en la otra. Jorge se los quitó y le limpió los dedos y los labios con un pañuelo de papel. Le arropó y salió de la habitación. Vio que por un lado del pasillo se iban los policías, así que él tomó el camino contrario. Definitivamente ya había tenido bastante charla por ese día.

Cogió el álbum de fotos. Su güisqui seco en vaso ancho. Un puñado de cacahuetes.

El joven, de niño. Jugando en el parque. Bajando por el tobogán. En los columpios. Incansable, “más alto, más alto, tío”. Una fiesta en el Mcdonal’s. ¿De cumpleaños? No, no fue su cumpleaños. Se fueron los cuatro, él, el chico y su hermana y su madre. Faltaba el padre, siempre ocupado en otras cosas. Nando no salía en las fotos, era el que las sacaba. El chico tenía ya 8 ó 9 años. En algunas fotos miraba a la cámara casi con odio. A Nando. Curioso.

Durante años esa mirada fue “mirada de chico mayor”, decía su madre orgullosa. Y sus tíos. Ahora, lo mira otra vez, y ya no le parece una mirada de “chico mayor”. Es odio. Asco.

Su tío no lo notó nunca. No lo comprendía. Sus ojos siempre destilaban cariño. O eso creía. Nando, su marido, si es cierto que comentó alguna vez que el chico había estado muy cortante con él. “Cosas de chicos”.

El chico con 12 años. Feliz. Poco antes había fallecido Nando. Abrazaba a su tío. Su hermana se enfadaba porque lo acaparaba. “Tengo para los dos, Clarita, no te enfades”, le decía su tío.

Con 13 en una charla en el colegio. Pletórico. Presumiendo de tío. El tío haciendo lo que se esperaba: dando a entender a todo el mundo que ese chico era importante para él. Cogió la foto del álbum y la acercó a la luz. Su padre salía en ella en último plano. Otro padre le hablaba pero él solo atendía a la foto de su hijo con el escritor y protagonista de la velada. No se había fijado en ello. Estaba enfadado. Indignado. Asqueado.

Cerró el álbum. Bajó la intensidad de la lámpara y se frotó los ojos. Bebió de un trago el güisqui que quedaba. No se lo podía creer. Había vivido toda la vida en una mentira.

Jorge Rios.«


Capítulo 12.-

.

Si cerraba los ojos, Jorge veía los labios de Rubén manchados de chocolate en el hospital. El güisqui que se puso al llegar a casa, le había sentado mal. En lugar de mitigar la angustia que sentía, se la había aumentado. Bebió casi un litro de agua intentando contrarrestarlo. Posiblemente fuera una tontería, pero no se le ocurrió otra cosa. Decidió salir a la calle a pasear. No se fijó en la hora que era, las cinco de la madrugada pasadas. Se puso el gabán y sin pensarlo mucho, salió de casa. No había andado apenas unos metros, cuando un coche de policía hizo amago de parar a su lado para llamarle la atención por el toque de queda. Pero se arrepintieron. A lo mejor le reconocieron. O le vieron tan apesadumbrado, paseando solo, que les pareció una soberana tontería perder el tiempo en ponerle una multa que luego posiblemente fuera anulada. Al fin y al cabo, no ponía en riesgo a nadie.

Sonó su teléfono. Carmelo del Rio. Hacía solo unas horas lo había citado en su conversación con Rosa. Casualidades o el destino.

-Carmelo. Es pronto para llamar a nadie.

-O tarde.

-Cierto.

-Sé que a estas horas estás despierto. Y por lo que escucho estás en la calle.

-Hoy me hubiera gustado llevarte la contraria y estar dormido. Pero no puedo. Un día de mierda. Bueno, un día y otro, y otro, todos llenos de mierda.

-¿Es por lo de ese chico?

-En parte. Es por darme cuenta de lo ciego que he estado. Me han engañado como a un idiota. Tú no eres un ave nocturna como yo.

-Cape está de viaje. Y en todo caso, sería más acertado decir que somos los dos aves nocturnas, solo que tenemos los horarios cambiados.

-Vaya. Tendré que darte la razón. Pero no te acostumbres – bromeó Jorge – Vente y tomamos unas porras con chocolate.

-Dime donde.

Ya se imaginaba los titulares si los pillaban. Famoso actor y cotizado escritor pillados saltándose el toque de queda. Pero ya era las 6 de la mañana. Ya no había toque de queda. Siempre podían cambiar el titular: pillados en una cita secreta. “El matrimonio de Daniel Gutiérrez “Cape” y Carmelo del Rio se tambalea. Los rumores eran ciertos.” “El escritor Jorge Rios rompe un matrimonio que parecía indestructible.” No era la primera vez que provocaban esos titulares. Ni sería la última. Nunca habían entrado al trapo de contestarlos. Cape y Carmelo no habían querido nunca aclarar su relación. Él lo había respetado.

Todo por un chocolate y unas porras.

Quedaron a escondidas. Él con su gorra bien calada hasta las cejas y él con sus gafas de sol aunque éste todavía no había asomado en el cielo. En el local les pusieron en una mesa apartada. Charlaron y comieron porras untadas en chocolate. “otros dos chocolates por favor”. “Y más porras, apuntó el otro”. “Esto va contra la línea”. “Como dice mi marido, tú lo cagas todo, no engordas ni a tiros”.

Al salir del establecimiento, una nube de periodistas les asedió. Micrófonos, cámaras, focos. Intentaron salir con la cabeza baja, pero sus nombres eran pronunciados a voz en grito. “Unas declaraciones Jorge Rios”. “Carmelo del Rio ¿Lo sabe su marido? “¿Desde cuando están juntos?”. De repente la pareja se paró frente a los periodistas, se quitaron las gafas y la gorra. Miraron a las cámaras a los ojos.

-Tenemos que confesar, es inútil ocultarlo. – se miraron compungidos. – Hazlo tú, Carmelo.

Carmelo del Río miró fijamente a la cámara y carraspeó para aclararse la voz.

-Somos culpables. Nos hemos saltado el régimen de hombres con cuerpos estupendos. Acabamos de desayunar dos chocolates cada uno y cuatro porras enormes, así de grandes – e hizo un gesto con las manos indicando un tamaño no menor de un metro.

-Estaban buenísimas. Y el chocolate espeso. Una delicia. Nos gustan las porras.

Los periodistas quedaron tan asombrados por esa confesión espontánea que se quedaron sin palabras. Hecho que aprovecharon los dos hombres para atravesar la nube de periodistas y seguir su camino.

-Andemos un poco para bajar las porras – dijo muy serio Jorge Rios, el escritor.

-Eres consciente que en pocas horas el consumo de porras se va a disparar, después de nuestra declaración.

-Habrá que comprar acciones de alguna harinera.

-Fijo.

Y emprendieron su camino a ninguna parte con el deseo de hacerse compañía en una mañana en la que ambos parecían necesitados de ella.

Jorge Rios.

-Cape te manda recuerdos – comentó Carmelo al bajar del coche en la puerta de la cafetería, que estaba en videoconferencia con su marido.

Jorge se puso delante del teléfono.

-Mamón, ¿Dónde estás?

-En Ámsterdam.

-Cuando vuelvas a ver si comemos. Me debes algunas comidas.

-Ya será al revés.

-Vale, pagamos a medias. Te has vuelto un rácano.

-Será desde que te conozco. Se me habrá pegado. – le contestó sonriendo y con tono irónico.

-Pues ya hace unos años.

-¿Estás bien? ¿Y el chico ese? – cambió el tono de la conversación.

-Yo voy tirando. Y el chico despertó ayer. Veremos.

-¿Y tu ahijado?

Hizo una pedorreta de desesperación.

-No lo he visto desde que lo detuvieron. No me siento con fuerzas. Hay algo que me dice que debería ir a escuchar lo que tiene que decir. Como siempre, no me gusta escuchar verdades y lo retraso al máximo.

-Veo que detrás hay gente esperando fotos. Ya hablamos. No le dejes comer demasiadas porras.

-Oye. Como si fuera un glotón. Estoy muy bueno – Carmelo se hizo el ofendido.

-Para que sigas estándolo. Ya sabes que solo te quiero por tu cuerpo.

-Cabrón.

Cortó la videoconferencia. Carmelo atendió a sus fans y Jorge Rios a los suyos.

-Estoy leyendo su última novela – le dijo un hombre que tenía pinta de acabar de salir de trabajar en alguna fábrica. – Me tiene enganchado. Fui el primer día que salió a la venta.

-Me alegra que le guste. – Jorge le sonrió.

-Que pena que no tenga la novela para que me la dedique.

-Escríbame un mail. Mi asistente a lo mejor puede hacer algo. O le escribimos cuando sepamos si podemos organizar alguna firma de libros. Posiblemente en la librería de Goya haremos algunos encuentros con los lectores.

Entraron en la cafetería. Era la cafetería Reyna, una de las habituales del escritor y del actor, así que ya les tenían preparado una mesa apartada y pusieron unos biombos para evitar que nadie les viera.

-¿Lo de siempre pareja?

-Claro, Quique.

No tardaron nada en llegar los chocolates y las porras. Y una jarra de agua fresquita y dos vasos. Y una jarra de leche fría que le gustaba tomar después al escritor.

-Llevo un mes con este tema ¿Sabes? Creía que me iba a calmar con el tiempo. Pero cada día estoy más enfadado. Cada día me doy cuenta de más detalles que pasé por alto. Y lo malo es que no puedo confiar en nadie. Hasta la policía me ha puesto un vigilante. O sea que no es paranoia mía. Tú veo que sigues con escolta.

-Nuestra historia sigue ahí.

-Es digna de ser escrita.

-Cuando sepamos de que va. Espero que la escribas tú.

-También quería escribir la historia de Rubén. Pero no me sale a mi gusto si conozco a los protagonistas.

-Alguno de tus personajes tienen cosas mías. Y Ramón, el de “Esa maldita noche” …

-Ya, es Cape. Pero es Cape por el físico y por la forma de hablar, de actuar. Es como si fuera un actor que hace de Ramón. Pero aquí Jorge, mi sobrino, hace de mi sobrino. Y Rubén, el chico apaleado, hace de chico apaleado. Y Dimas mi editor y el padre de Jorge, hace de…

-Alguien que te odia a muerte. Alguien al que le das asco. Por tu don y por amar a otro hombre. O por otras cosas sin determinar. Nunca he pensado que ese hombre sea homófobo. Solo te odia a ti. El por qué, se me escapa. Me comentó algo al respecto el otro día el comisario Javier Marcos. Y se lo dije así, tal cual. No tiene nada que ver con ser gay.

-Exacto. Eso también he pensado a veces. Todos me hablan de que no le gustan los homosexuales, pero con Nando se llevaba estupendamente. Y con otros muchos. Nando y él formaban tándem. Y con otros muchos gays, ahora que lo pienso. Perdón, me repito. Así que … tienes razón.

-¿Sabes que desde poco después de que conocieras a ese chico me llegaron rumores de que era tu nuevo amor?

-Pues ya podías habérmelo dicho. Hemos hablado casi cada día. Alucino con la gente. No recuerdo ni haberlo rozado. Con esto del COVID, ni siquiera un apretón de manos. Ni un beso en la mejilla.

-Estaba en Londres rodando. Pensaba que si yo lo sabía allí, tú estarías al cabo de la calle. Este chocolate está de muerte. Hacía meses que no comía porras con chocolate.

-Tenemos que quedar más.

-He encontrado una excusa para juntarnos a menudo – exclamó alborozado.

-¿Necesitamos excusa? ¿Desde cuando?

-Pues no te veo mucho.

-Es difícil si ruedas en Inglaterra y yo sigo viviendo en España – le dijo a punto de echarse a reír.

-La perra gorda para ti. Te podías haber venido como hiciste en mi último rodaje en Francia.

-Dime. ¿Cual es esa excusa para vernos que te has buscado?

-Quiero comprarte los derechos para hacer una serie de “Tirso”.

-Siempre te ha gustado ese personaje. Y eso que es todo lo contrario a ti.

-Por eso.

-Sabes que no he querido nunca vender los derechos de mis novelas. ¿Por qué iba a ser diferente esta vez?

Carmelo del Rio puso su mejor cara de niño bueno.

-Eres bobo – Jorge se echó a reír con ganas. – Si me pones esa cara no puedo decirte que no. Pero tenemos que disimular. Meses de negociaciones. Algo que justifique que ahora diga que sí.

-Te convence el proyecto. Te gusta el protagonista. Amas profundamente al alma del proyecto y no le puedes negar nada. Déjalo en mis manos. Mi agencia se encargará. Mientras, avanzamos en el guion y en la producción.

-Vale. Pero lo de amar al alma del proyecto… no se si cuela como justificación. A ver si ahora se me lanzan todos a comerme la boca para que les venda los derechos del resto de mis novelas. Uno, no sé si te lo conté, hasta me ofreció comprarme un relato corto que se había publicado en “El País” durante todos los viernes de un verano.

-Que se atrevan a lanzarse a comerte la boca. No te la como yo, y te la va a comer el resto.

-No sabía que querías comerme la boca – dijo Jorge divertido y en tono insinuante.

-¿Ves? Tenemos que vernos más. Hay tantas cosas que desconoces de mí… escritor.

Jorge ahora sí, se echó a reír a carcajadas. Carmelo lo miraba feliz. Había conseguido que se olvidara de todas las cosas que le estaban volviendo melancólico. Estaba preocupado porque volviera a tomar esas vitaminas con las que le drogaban hasta hacía unos pocos meses.

-Casi tengo una primera versión del guion. Me lo escribió Cape. Sabes que le gusta también.

-Vaya. Se ha decidido a escribir. ¿Y cuando lo hace? Yo creía que estaba en su lucha empresarial a full time.

-Hay que trabajar todavía mucho en él. Y ya sabes como es Daniel. No puede estar quieto. Parece tan sosegado, y luego es agotador.

-Mándamelo.

-Acabo de hacerlo. A tu correo personal.

-Se lo voy a dejar a mi asistente nuevo. Quiero ponerlo a prueba.

-Es bueno. ¿Sabes que fue actor?

-¿Y como sabes?

Carmelo se echó a reír.

-Carmen Polana se encarga de lo nuestro.

-Si me dijo que no se lo contara a nadie. Y ella se lo va contando a todos.

-Les pillé. Hugo y yo trabajamos juntos en una serie cuando éramos pequeños. Y sabía que tú y nosotros somos amigos. Te han investigado y a nosotros nos tienen más que fichados. Conocen todas las veces que nos vemos por mis escoltas. Una de sus líneas de investigación es que lo tuyo y lo nuestro se crucen en algún momento. Por eso se quedaron con el caso de Rubén.

-Ahora que lo comentas, ya sabía que me sonaba su cara. No le hice mucho caso al pobre. Cuando vinieron acababa de despertar Rubén y acababa de colgar el teléfono a Rosa insistiendo en que fuera a ver a Jorgito, que no es malo que… ya sabes.

-El amor de madre habla por boca de Rosa, entiéndela. Hugo dejó de actuar a los dieciocho o diecinueve. Por amor precisamente. Luego no se si hizo alguna cosa puntual.

-¿Se hacen esas cosas todavía? Retirarse por amor. Amor que no duró, como si lo viera.

-Exacto. En cuanto dejó de ser famoso y deseado por el mundo.

-¿Pero esa historia que me cuentas fue real? O tapadera.

Carmelo se encogió de hombros.

-Yo la tengo por real.

-Y de eso, de actor de éxito, a meterse policía… un cambio apreciable.

-Tiene una historia.

-No me la cuentes, prefiero inventármela.

Estuvieron más de dos horas en la cafetería. Comentaron algo el guion que había escrito Cape y que Jorge abrió en su portátil. Jorge le dio unas indicaciones de cómo veía él una posible película. O serie.

-No más de seis capítulos. Si quieres te doy algunos relatos aparte del libro. Sabes que siempre escribo muchas cosas más de las que luego publico. Las llamo Adendas. Desarrollan cosas que en el libro solo están citadas o marcadas. Aunque para la serie, solo tendría en cuenta al personaje de María y al de Juan. En esos apuntes están más desarrollados. ¿Quién quieres que dirija?

-Rodrigo. Ya he hablado con él. Le gusta la idea. En cuanto me digas que sí, se pone a trabajar.

-Bien. Buena elección. Y que empiece. Sabes que te vendería mi alma, si tuviera.

-Y para el papel de Juan ¿Qué te parece Mártins Carnicer?

-Buena elección. Me gusta Martín. Menos mal que su padre le ha convencido para seguir trabajando como actor. Aunque a lo mejor, deberías valorar el que tu personaje, Tirso, lo interpretara Martín en la etapa joven. Y tu lo coges en la parte más mayor. Os dais un aire. Y os será fácil coordinar. Cualquiera de los dos sabéis imitar los andares, los movimientos de las manos, las muecas…

-Es una idea. Aunque creo que yo podría hacer el personaje entero.

Jorge arrugó la nariz.

-Hazme caso. Te va a afectar Tirso joven.

-¿Y eso?

-No lo sé. Ya sabes que tengo lagunas a veces. Se me ha ocurrido de repente. Valóralo al menos.

-¿Y Laín el padre de Mártins para el papel de Tomás?

-Tomás también tiene más desarrollo. Me parece acertado. Lo veo en ese papel.

-Pues eso.

-Para el de Miguel, a Miguel Herrán. Y para el de su padre el comisario de policía, Jose Coronado.

-Si tienes pensado el reparto.

-Lo tengo de todas las novelas.

-¿Y tienes un papel para mí en alguna?

-En todas. Eres fijo. En esta siempre has sido el protagonista. Lo tengo apuntado, así que si quieres te lo enseño. No es por darte coba. Tirso.

-Capullo. Nunca me has dicho nada. Y hace un momento parecía que intentabas hacerme recular sobre lo de hacer de Tirso.

-Que luego te creces. Que ya sé como sois los rubios teñidos. No, en serio. Me parece genial que lo hagas. El papel lo pensé para que lo interpretaras. Pero aprovechando que Martín ha vuelto a trabajar y que los dos os dais un aire y que los dos sois muy miméticos, que podéis crear una forma de moverse al personaje entre los dos y que sea natural, creo que Mártins debería hacer de Tirso joven y tú del más adulto.

-Que bobo eres – dijo sonriendo.

-El papel de Mártins se lo había adjudicado a Álvaro. Si te decides porque Martín haga de Tirso joven, para Juan vuelve a postularse Álvaro. Antes, claro, Mártins no estaba entre las posibilidades. Menudo papelón hace en “La Serpiente de la muerte”. Es pequeño pero potente. Ya era hora de que se decidiera. Estoy muy orgulloso de él. A ver si saco tiempo para quedar con él y achucharle un poco. Y que me cuente.

-Y lo más curioso, que él iba acompañando a su clase a una visita al rodaje. Y entre Rodrigo y su padre le prepararon la trampa.

-Ese chico siempre ha sido un animal de cine. Como su padre. Me recuerdan a ti. Se ponen delante de la cámara y se la comen. Andando simplemente, comiendo un bocata en un banco. Laín es el rey de los figurantes. Y cuando abre la boca, encandila con su voz. No sé ese hombre por qué ha preferido mantenerse como un figurante. De lujo, pero figurante. Y encima conoce a todo el mundo.

-No tiene tanto estrés como siendo una estrella.

-Es un desperdicio de presencia, de autenticidad. De magnetismo. Es innato.

-Y Mártins igual. Imagínate lo de esa película que decías. Le dan el guion cuando llega con el resto de su clase, como una gracia. Se lo da Jose creo. O Mario. Uno de los dos. Se lo dan en maquillaje, mientras le probaban la ropa, que poco arreglo necesitaba porque lo conocen de sobra y tienen sus medidas. Le dicen: “Qué vas a hacer de figurante, como tu padre, por lo de la visita de tus compis, para que presumas”. Y resulta que su padre tiene texto. Y cuando le dan el guion pregunta para qué le dan el guion. Jose le dice: “Tú eres Román”. Le mira y le dice: “Ese personaje tiene texto. Y bastante”. “Rodrigo lo quiere así”. Se queda callado. Lo lee mientras le alargan los bajos, ha crecido desde la última vez. Le maquillan. Le ponen los efectos especiales, los disparos y la sangre. Le acompañan a la plaza. La ayudante de Rodrigo le indica. Él hace un par de sugerencias. Pon una lata aquí y un no sé que allá. Y empiezo a andar un poco más abajo. Y me voy a quedar mirando a Mario, porque le he pillado observándome, como si quisiera follarme.

-Eso parece la secuencia en la plaza de los Cubos. Si es un plano secuencia muy complicado. Eso le costaría rodarlo a Rodrigo cinco días, conociéndolo.

-Tres tomas. Una mañana. De tirón.

-¡Qué dices! No me lo creo.

-Mario y Jose me lo contaban partiéndose la caja. Sabes que Mario y su hermano son muy colegas de Mártins. Y que todos ellos, bueno y yo y Cape hemos ido un ciento de veces a casa de sus padres a merendar en la barbacoa. Tú también has ido, joder, ahora que caigo, eres compañero de su madre en la Universidad. Y Rodrigo es su padrino, como tú con Jorgito. Cuando ha tenido algún problema de desfasar por la noche y ha acabado en comisaría, ha llamado a Rodrigo. Jodido Mártins. Al final se ha quedado con Mártins, como le llama Esther. Te digo. Ellos lo tenían súper ensayado. Cinco cámaras, un dron, toda la calle Princesa cortada, la plaza de los Cubos ídem, Jose Coronado en una mesa con un periódico, Mario Casas en otra, siguiéndole con la mirada, Esther que entraba en la escena por el otro lado y Laín esperando en un coche patrulla para llevarlo a casa. Rodrigo marca ensayo pero da la orden de grabar como si fuera la buena. ¡Cómo conoce a Mártins! El productor con los cojones de corbata. Fíjate lo que puede costar esa escena. Que luego salen escopetados por una calle lateral mientras les persiguen un montón de policías. Y los de efectos especiales. Sus compis de clase estaban esperando que su amigo se equivocara para reírse. Aunque ya cuando vieron que Jose le daba una palmada en la espalda nada más verlo y que Mario se abrazaba a él, que apareció Miguel y le saludó como a un colega y Esther le dio un abrazo del copón y le comió a besos, ya cerraron la boca. Y cuando Jose le dijo que fuera al tráiler de maquillaje y vestuario. El caso es que le cuentan, como te decía. Mira la escena. El de fotografía mide la luz, aunque ya lo habían hecho antes con un doble de luz. “Tu padre llegará luego y aparcará allí. Lo buscas con la mirada y le haces un pequeño gesto como que lo has visto. Tu padre es tu padre.” comenta algo sobre matar a su padre por esa encerrona, porque Laín no le había dicho ni siquiera que trabajaba de actor, no de figurante. El caso es que Rodrigo manda a todos a sus marcas. Fíjate la de personas que había ahí. Todos pensando en la de veces que iban a repetir, porque encima el Mártins no había participado en ningún ensayo. Salvo Jose, Mario y Rodrigo y un par más de ellos que sabían, porque conocen como es. Vale. Grita: “Preparados, acción”. Y el capullo del Mártins empieza a andar, que es una de las cosas más difíciles, de una forma distinta a la que anda él, pero lo más natural del mundo, saca un cigarrillo y lo enciende mientras camina. Da una patada a una lata que había en el suelo, la que él había pedido, abre una lata de cerveza que también había pedido, le pega un trago, el líquido rebosa por la comisura del labio, se lo limpia con la mano, mira a su alrededor hasta que se encuentra con la mirada de Mario, le desprecia con solo un pequeño gesto que el operador de cámara estaba preparado para captar, llega Laín con el coche y aparca en la entrada al garaje, sale, se apoya en el coche, ve a Jose y se pone en tensión y cuando ve a Mario empieza a correr hacia su hijo gritando. Y entonces todo el mundo saca sus pistolas, llega más policía, suenan disparos, sirenas, Mártins cae al suelo, Esther aparece disparando para defender a Mártins y a éste le alcanzan los disparos. Esther lo acoge en su seno, acaricia su cara, le da un beso entre lágrimas, llega su padre, Mario y Jose salen corriendo, huyendo. Miguel estaba entre la multitud, la cámara solo le hace una breve toma de pasada, y entonces se produce el grito desgarrador de un padre que ve a su hijo malherido por su culpa. “¡Román!”

¡¡Gorka!!

Jorge corrió hacia él. Llevaba ya más de una hora recorriendo todos los rincones de la casa donde esa noche se celebraba la fiesta. Era como no, una fiesta en la que la mayor parte de los asistentes iban en ropa interior. Ninguna mascarilla. Todos muy juntos, sin siquiera un centímetro de distancia social. Muchos roces, muchos cuerpos bailando pegados, muchas copas derramadas en pechos que luego eran succionados por lenguas sedientas buscando el licor que las había impregnado unos segundos antes. Algunos preparándose rallas de coca en alguna mesa apartada y otros preparando sus chutes de heroína, con su cuchara y su mechero. Como en las películas. Las de ficción y las reales como la vida misma.

No había visto a Gorka. Pero él siguió buscando. Intuía que estaba por ahí, y que estaba en peligro. ¿Peligro? Se preguntó inseguro.

Ese hombre volvía a tener la mirada fija en él. Cuando Jorge le miraba, el hombre le sonreía. A veces humedecía la boca con su lengua juguetona. Le estaba provocando. Pero esa noche no estaba por la labor. Ese chico con el que había soñado en otra fiesta similar a esa no estaba. Ni un compañero de él que a veces solía acompañarlo. Ni ese hombre de su edad que a veces también le acompañaba. Pero ese hombre miraba como un policía. Salvo a Jacob que le miraba como a un hombre al que devorar.

Por fin lo vio, casi cuando iba a desistir. Sentado en un sofá. Con mirada ausente. Con una mujer que le estaba dando una jeringuilla ya lista para ser usada.

Le llamó a gritos. Se acercó decidido.

Llegó donde ellos y dio un golpe en la mano de la mujer. La jeringuilla cayó al suelo y su contenido se derramó.

-¿Qué haces imbécil?

La mujer fue a encararlo pero al ver quien era, bajó deprisa la cabeza, se levantó y se largó. Jorge no hizo ni intención de seguirla. Le preocupaba el aspecto de Gorka. Le empezó a dar golpes en la cara. El chico no reaccionaba. Pensó en llamar a alguien pero no se decidía a quién. Carmelo estaría rodando, su médico, mejor ni saludarlo. ¿Aitor?

-Le llamó. Como siempre no tardó nada en contestar. Le contó.

-Enfoca a ese Gorka.

Le hizo caso.

-Solo está borracho. Ha tenido suerte. Métete en la bolsita de los pañuelos la jeringuilla esa. Mañana te digo dónde llevarla.

Era heroína. En el laboratorio dijeron que por lo que podían estimar, le podría haber causado la muerte.

Otra noche más aguantó la cabeza de Gorka mientras vomitaba. Otra noche más, pidió un taxi y le llevó a casa. Una noche más, volvió a sujetarle la cabeza mientras volvía a vomitar en casa. Una noche más, lo desnudó y lo metió en la bañera para limpiarle. Lo secó y una noche más, casi a rastras, lo metió en la cama.

Antes de irse miró a su alrededor. Todo parecía en orden. Dejó las llaves de Gorka en la mesa del salón y se fue, después de apagar la luz del hall.

Jorge Rios.

-Yo pensaba que esa escena había costado al menos cinco días, ya te digo. Conociendo a Rodrigo y pensando que Martín no tiene experiencia, que hacía siglos que no había querido ponerse delante de la cámara. Lo que me cuentas de ti lo espero, porque eres así. Te sale todo a la primera y consigues que salga a todos. Mario y Jose son muy concienzudos con sus trabajos. Siempre piensan que pueden hacerlo mejor y no hacen ascos a repetir una escena. ¡Y todos quedaron contentos a la primera!

-La segunda cambiaron las cámaras de posición y luego se dedicó a primeros planos y a contra-planos. La secuencia en sí, fueron dos veces. Es que casi ni la revisó en el combo. Lo que vio al rodarla le valió. Hasta aplaudió. Y el resto le siguió. Jose se partía la caja, te lo juro.

-Joder con el Mártins. Te gustó la escena. La cuentas casi como orgulloso.

-Laín y Mártins me han caído bien siempre. Tengo la idea de que Laín en su momento se la jugó conmigo. En la época de la que no recuerdo apenas nada. Y a Mártins no me hubiera importado tirármelo.

-Bueno, bueno. No preguntaré si lo hiciste.

-No te contestaría. Soy un caballero. A parte que no quedaría bien hablar de eso con lo que te quiere Martín. Te adora. Lo sabes ¿no?

Jorge sonrió y asintió con la cabeza.

-Entonces ya tenemos reparto. Aunque no se si les vas a convencer.

-Eso cuadrando fechas… todos los que has dicho son amigos. Para Álvaro a lo mejor le iba el papel de Hernando si Martín al final no hace de Tirso joven y hace de Juan.

-Bueno, no es mala idea. También tiene más desarrollo. En la novela sale poco. De todas formas, deja a Álvaro el personaje de Juan. No lo mareemos. En todo caso, si al final no me haces caso y decides hacer el papel de Tirso entero, Martín puede hacer de Hernando.

-Bien entonces. Mándame esos apuntes para agregarlos al guion. Y algunos cameos de amigos.

-Si con todos te llevas fatal. Tú no tienes amigos en la profesión. Es lo que dicen por ahí.

-Ah, es cierto, se me olvidaba – y le guiñó el ojo marcando la ironía. – Hablando de amigos, tenemos que buscar un papel para Biel Casal.

-Déjame pensarlo. ¿Quién produce?

-Quiere producir Cape. Lo haremos entre los dos.

-Vaya. Os vais a lanzar. Habéis montado al final una productora. Buscad a alguien más de todas formas. Os va a salir por un pico si la queréis hacer bien. Y el reparto que hemos hablado ya cuesta una pasta.

-Si, sí. Veremos. Movistar parece interesada. Más que interesada. De hecho solo espera que digas que sí. La haremos con la productora que ha montado con Antena 3.

-Lleva tiempo intentándolo. Habrá pensado que tú eres la persona indicada para convencerme. Menos mal que son ellos. Después de las veces que me han tentado y les he dicho que no, si digo que sí a otra plataforma…

-Pues vas a quedar bien. ¿Nos vamos? Tengo rodaje en una hora.

-Haberlo dicho.

-Estaba a gusto. Y tengo que mantener mi fama de desagradable. De chulo y de llegar a los rodajes cuando me place.

-Me ha sentado bien hablar contigo. Gracias Carmelo.

-Lo que me duele es que no me llames. Te he llamado un ciento de veces para llorarte.

-Estoy que no estoy. Lo siento.

-Vale. Me convertiré en un pesado. Te llamaré todos los días. Cape vuelve pronto. Yo ruedo pero él te llamará. Vuelve en un vuelo que llega por la noche.

-Tendrá que dormir. Vale, vale, es un poco como yo.

-Somos los tres iguales. Y como no va a poder abrazarme…

-No va a poder dormir. Le mando un wasap para que venga a cenar a casa. Cuando acabes vas.

-Quedamos así entonces.


Capítulo 13.-

-Tienes una reunión con un decano Jacinto Penas. – le anunció Hugo nada más contestar el teléfono.

Jorge puso cara de extrañeza.

-Estoy revisando tu correspondencia. Parece que habías pedido tú la reunión. Algo sobre un programa de la Universidad en la que te anuncian como ponente de un curso de escritura.

Jorge hizo una mueca de fastidio. Se le había olvidado el tema por completo. Es más, no recordaba haber pedido esa entrevista. Tampoco recordaba haber aceptado hacerse cargo del curso. Es cierto que lo comentó con el decano un día que comieron juntos, pero nada más. No le disgustó la idea, pero de ahí a aceptarla…

-¿Dónde me cita?

-En su despacho. Dice que anda liado. Tienen una movida por unas novatadas en plena pandemia. Unos chicos desnudos corriendo a caballito por el campus.

-No he oído nada – se extrañó Jorge.

-Ha coincidido con ese macro concierto en Cortijos de la Rúa y con esa fiesta en Vizcaya con la Ertzantza esperando que salieran los reunidos.

-Llamaré un taxi.

Jorge se levantó con dificultad de la butaca. Se había quedado medio adormilado con un libro en las manos. Estaba durmiendo poco desde la paliza a Rubén y el tema de Jorgito. Era de dormir lo justo pero ya había llegado a un punto en que era demasiado hasta para él. Quería mantener a toda costa el tiempo que le dedicaba a escribir. Pero compaginarlo con su creciente actividad le estaba costando horas de sueño y cansancio acumulado. Debía pensar en disminuir toda su actividad.

Caminó hasta el baño. Se quitó la camisa que llevaba en casa y se refrescó la cara. Pensó en ducharse, pero si lo hacía, corría el riesgo de quedarse sentado bajo el agua cayendo y no salir de ella en una hora. Se secó la cara y se miró al espejo. La imagen que le devolvía era patética. Había envejecido diez años en unos pocos días. Aunque quizás era más algo psicológico que verdaderamente algo físico.

Se notaba derrumbado. Triste. Si Carmelo no hubiera estado trabajando, le hubiera llamado. Necesitaba escucharle para recuperar un poco su vitalidad. El chute de energía que había supuesto su último encuentro apenas le había durado unas horas. Luego, los mensajes de Rosa, el recuerdo de la cara de Dimas cuando la policía se llevó a Jorgito, un gesto de asco, de odio profundo hacia él… esos momentos que revivía una y otra vez en su cabeza, le habían hecho volver a caer en el enfado y la melancolía.

Fue a su vestidor y eligió la ropa que iba a ponerse para ver al decano. No tenía una idea clara de lo que le había hecho pedirle verse. Le extrañaba además que le hubiera contestado por correo electrónico. Tanto él como su secretario, Ely, sabían de su preferencia por el teléfono antes que el correo.

Pero él no recordaba haber escrito a Jacinto. Volvía otra vez a esa idea. Tampoco recordaba nada de esos cursos… salvo un comentario general, sin concreción alguna. ¿Sería en su época de las “vitaminas”? Fue a buscar el teléfono que había dejado en la mesa de al lado de la butaca en donde se había quedado traspuesto. Marcó el número de Hugo.

-Dime. Por cierto, convenía que te empezara a acompañar. Ya sé que no te gusta, pero Carmen me presiona.

-Mañana si eso. Tranquilo. ¿Quién le ha escrito al decano? No recuerdo haberlo hecho yo.

-Pues no lo sé. Espera que investigo. Te digo.

Jorge decidió no dar vueltas a las cosas. No era el día. Se puso una americana, cogió el abrigo al salir de casa y bajó a la calle. Se aproximó a la calzada para parar un taxi y que le llevara a la Universidad Jordán. Miró a los lados y se fijó en un hombre que iba caminando hacia él. Lo conocía. Ese hombre trabajaba para Nando. Para o con, nunca acabó de tenerlo claro.

Roger sonrió al ver a Jorge. Si a la mueca que puso se le podía considerar así. Roger era parco en gestos. También en palabras. Era un hombre sobrio que prefería la acción al debate. Las discusiones las solía zanjar con un puñetazo en el mentón. Era famoso por la contundencia de sus golpes. Nadie que le conociera quería pelearse con él. “El guardaespaldas”, le llamaba él en la intimidad de sus pensamientos.

Roger era mucho más que un guardaespaldas. El término más apropiado era el de “Solucionador”. Jorge había conocido a unos cuantos. El término ya indicaba que trabajaban en el lado oscuro. No se dedicaban a solucionar la limpieza de la cocina de una pobre señora que se había torcido el tobillo limpiando las ventanas del salón. Se dedicaban a “solucionar” el escenario de un crimen o a solucionar la llegada de un cargamento de droga. O de armas. O a decirle amablemente a un socio olvidadizo que tenía que pagar lo que debía y o cumplir con lo pactado y surtir la mercancía acordada.

-Escritor. Te veo bien. Me alegra.

Fue algo extraño, porque a Jorge le pareció que de verdad se alegraba. Y que de verdad le tenía aprecio. Él no tenía ese recuerdo en la cabeza, aunque tampoco el contrario. Lo que si tenía presente es que le ayudó muchas veces. Lo encontró siempre que lo buscó cuando se perdía. Le entró un pequeño resquemor. Quizás no había sido nunca simpático con él o le había agradecido adecuadamente los momentos en que le amparó sin siquiera pedirlo.

Roger le puso la mano en el hombro y le sonreía. Ya hemos comentado que su sonrisa era de aquella manera. Pero era una sonrisa.

-Ni sé la de tiempo que no nos hemos visto.

-El funeral de Nando. Aunque algunas veces te he visto a lo lejos – le informó Roger.

Jorge cayó en la cuenta.

-O sea que eras tú el que estaba pendiente cuando me metía en algún lío.

Él tenía la idea de que esos apoyos que había recibido de él fueron en vida de Nando. Ahora se daba cuenta de que había seguido cuidado de él después del deceso.

Aquel hombre insistía e insistía. Jorge estaba sentado en su mesa en la cafetería Reyna. Estaba empezando a escribir una nueva novela. Llevaba dos días rumiando la idea y al final, a pesar de que no había terminado la anterior, se decidió a aparcarla y empezar esta nueva.

El hombre se acercó decidido. Jorge pensó que quería que le firmara uno de sus libros. Se prestó a ello. Pero el hombre se sentó sin preguntar.

-Lo siento, estoy trabajando – le dijo en tono seco y poco amigable. No le gustaba ni la actitud ni el gesto.

-Me la suda. Tú y yo vamos a hablar, Jorge. Tu marido me debía dinero.

-No tengo el gusto de conocerte, lo primero. Segundo, si tienes algún documento que lo acredite, lo llevas al juzgado.

-Tu marido me debía dinero y me lo vas a pagar. O te parto la crisma.

-Pues se lo pides. A mí déjame en paz. Teníamos separación de bienes. Y no he sido su heredero.

-Eso me la suda.

-¡Que te largues! – le gritó Jorge de malos modos.

-Cuando me pagues.

-¡Qué te he dicho que te largues!

Como vio que el tipo no iba a levantarse fue él el que de forma brusca, cerró su portátil y se levantó. El hombre intentó interponerse en el camino, pero Jorge lo apartó de malos modos. El resto de los clientes del bar observaban la escena. Luego abrirían un debate sobre el que tenía razón de los dos. Pero la mayor parte de la gente pensaba que Jorge, al ser famoso debía aguantar lo que le tocara en suerte.

-El hombre fue a seguirle, pero alguien se interpuso en su camino.

-Aparta. Ese hijo de puta no se va a ir de rositas.

Pero el hombre no se apartó. Le agarró de la pechera de la camisa y lo sacó a la calle. A pesar de sus protestas, cada vez menos intensas y sustituidas por un ligero sensación de miedo, el otro hombre lo arrastró hasta un callejón a pocos metros del bar.

-Si vuelves a acercarte al escritor, la navaja que llevo en el bolsillo te va a atravesar tu puto corazón. Eres hombre muerto si te veo a menos de un kilómetro de él.

El tono que empleó era apenas un susurro. Pero el que había interpelado a Jorge Rios supo que iba muy en serio. Lo tuvo tan claro que se orinó encima del miedo. Y eso que ni siquiera había vislumbrado esa navaja que le citaba ni cualquier otra arma de ningún tipo.

Jorge caminaba deprisa por la calle. Agarraba con fuerza su bandolera en la que llevaba su portátil y sus molesquines para tomar notas y apuntes. Miraba a todos lados, nervioso, buscando a ese hombre que le había increpado en el bar. Tardaría en volver a atreverse a entrar en ese sitio, pensó. Aunque luego la idea de que podría saber del resto de bares en los que solía escribir le empujó a pensar que a lo mejor era buena idea no salir de casa en una buena temporada.

Se paró en un semáforo en rojo. Miró a ambos lados buscando la oportunidad para cruzar la calle aunque no le correspondiera. Pero el tráfico era intenso. Un hombre se paró a su lado y le puso la mano en el hombro. Su cara le resultaba familiar, pero estaba tan alterado que no supo identificarlo. El le sonrió y acercó su boca al oído.

-Ya está arreglado. Tranquilo. No te va a volver a molestar. Puedes volver y seguir escribiendo.

De repente Jorge se relajó. Dejó de temblar. Dejó caer la bandolera que ahora colgaba libre de su hombro izquierdo.

-Tienes esperando un chocolate con porras. Hoy no has desayunado. Y luego, sigues escribiendo. Hay mucha gente que necesita de tus historias.

Jorge se giró para volver al Reyna. El hombre, tan rápido como había aparecido a su lado, había desaparecido. Caminó tranquilo de vuelta a la cafetería. Quique, el camarero, le recibió con una sonrisa.

-Ahora le llevo el chocolate. Las porras están recientes. Como le gustan.

Jorge apenas atinó a sonreír. El resto de los clientes estaban a lo suyo. Una mujer se acercó con miedo blandiendo un ejemplar de “deJuan”. Jorge sacó un bolígrafo y le preguntó su nombre, luego le preguntó si era su preferida. Ella le dijo que en realidad su preferida era “Calla y corre, amor”.

-Me llamo Belén.

Jorge la sonrió.

-Me encanta Magdalena. Ya sé que no es la protagonista, pero me recuerda a mi hermana. Sabe, murió hace tres años. Pero cuando releo la novela, me parece estar viéndola a ella.

Jorge se quedó pensando un momento y escribió su dedicatoria:

Si un día se llevara a la pantalla esta novela, procuraré que Magdalena la interprete una actriz que se parezca a tu hermana Adela. Es un halago para mí que releas mis novelas para encontrar a tu hermana.

Un abrazo Belén”

Jorge Rios.

Alguna vez, cuando Jorge saltaba con algún fan demasiado entregado o con algún periodista demasiado insistente en preguntar o exigir respuestas, alguien parecía estar al quite y apartar a esa gente de su camino.

-Nando me encargó que te cuidara, y eso he hecho. Ahora ya controlas más. No me necesitas. Además, ya tienes a la policía.

-Echo de menos las…

-No.

Jorge se quedó extrañado.

-Me las daba…

-No tengo que estar siempre de acuerdo con él. Ni con esa ucraniana. Ojito. Que no te engañe más.

-Ahora solo confío en Carmelo. Y en esos policías.

-Entonces me quedo tranquilo.

Hubo un momento de silencio entre ellos. Solo parecían importantes las miradas. Jorge se sentía a gusto, seguro con Roger.

-Algún día te voy a necesitar. Presiento que voy a tener que hacer cosas fuera del sistema. – le anunció Jorge.

Roger sacó su móvil y marcó. El teléfono de Jorge empezó a sonar. Roger colgó.

-Si no te cojo, te devolveré la llamada en cuanto pueda. O me mandas un mensaje por Telegram.

-Gracias. También te veo bien.

-No me quejo, teniendo en cuenta a lo que me dedico. Puede que yo también te pida algo algún día.

-Dime.

-Se trata de mi hijo Saúl. Por si me pasa algo. En mi negocio no se puede estar seguro.

-No sabía que tenías un hijo.

-Lo adopté. Ya sabes como va eso.

Jorge achicó los ojos como para intentar ver dentro de Roger. Era misión imposible, sabía cerrar su espíritu a observadores de fuera. Pero supo a lo que se refería. Sonrió asintiendo con la cabeza. Nunca habría esperado algo así de un tipo como Roger.

-Mucho te debió llamar la atención para que te arriesgaras.

-Es buen chico. Eres el único, junto con Carmelo, que puede entenderlo.

-¿Es mayor?

-Dieciséis. Saúl se llama.

-Si lo adoptaste, quiere decir que le iba a pasar algo.

-Ahora no. Te digo un día y te lo presento. Te lee. Como todos los niños de ese sitio. Un hombre bueno les cuida en lo que puede y les pone en el camino que lleva a apreciar lo que escribe Jorge Rios. Algunos llegarán a ti buscando un salvavidas. Él les dice que lo hagan. Les dice que confíen en ti.

-Claro. Me encantará conocerlo. Y a Carmelo también. Me tienes que explicar eso de que llegarán esos…

-En otro momento. Confía en mí.

-Vale. – se rindió Jorge.

-Alguien no quiere que os caséis. Tened cuidado. Y diles a los guripas que te sigan ya de una puta vez. Hazme caso.

A Jorge se le agolpaban las preguntas. Pero con Roger, que normalmente hablaba con frases cortas y contundentes, pensadas, le pasaba que se contagiaba y al final tanto pensar lo que decir o preguntar, se quedaba todo en el tintero.

-Debo seguir con mis cosas. Nos vemos pronto escritor. ¿Quieres un taxi?

-Sí. Iba a …

Roger dio un paso en la carretera, se llevó los dedos a la boca y mientras daba un tremendo chiflido que se pudo oír en cincuenta metros a la redonda, levantó la otra mano con decisión. Un taxi desde el otro lado de la calle se paró en seco y en cuanto pudo, cambió de sentido y se puso al lado de ellos. Roger le puso la mano en el hombro a modo de despedida. No dijo nada más y empezó a caminar decidido, en sentido contrario al que traía.

-Vaya. – murmuró para sí Jorge – Pues si que tienes interés en que conozca a tu chico. Has venido a buscarme a posta.

-¿A donde? – preguntó el taxista.

-Universidad Jordán.

-¿A que parte? Es muy grande.

-Al decanato de la Facultad de Filosofía y Letras.

-Marchando. ¿No será usted el escritor ese?

-No, lo siento, me confunden mucho.

-¡Ah! Pues tiene un aire. Mi mujer lee todos sus libros.

Jorge no contestó. En realidad ya no escuchaba. Le estaba dando vueltas a lo de Roger y su hijo. Y al consejo del “solucionador”. Estuvo tentado de llamar a Hugo para decirle que se juntara con él, como le había pedido antes. Pero no se decidía. Al final dejó pasar el viaje en el taxi sin hacer la llamada. Si empezaban a acompañarlo, a seguirle, presentía que no iba a haber marcha atrás en mucho tiempo. Y no creía estar preparado para ir siempre acompañado de unos extraños, al menos al principio. Y tampoco sabía si le apetecía hacer más amigos. Sobre todo si eran como los primeros que le preguntaron al pasar lo de Rubén. O ese Quiñones, que tan mal le había caído desde un primer momento.

El taxista le dio un toque en el cristal de separación. Ya habían llegado. Jorge ni se había enterado. Se bajó del coche y un joven se acercó a él con uno de sus libros para que lo firmara. Jorge hizo su dedicatoria general y sonrió al chico. Se giró hacia el taxista que le miraba atravesado. Recordó lo que le había dicho antes.

-Dígale a su mujer que estaré el lunes en la librería de Goya firmando libros. Que se acerque sobre las siete y media que acabo. Le firmaré los libros que me traiga y la invitaré a un chocolate con tortitas. Perdone, no tengo un buen día.

Jorge sacó la cartera y sacó un billete de cincuenta euros. Se lo dio al taxista y le dijo que se quedara con las vueltas.

-Es mucho dinero.

-Compre algo a esas niñas de la foto que lleva en el salpicadero.

Jorge no esperó respuesta y se fue camino del despacho del decano. Ya iba tarde.

El taxista le vio alejarse. Seguía como pasmado con el billete en la mano. Miró la foto de sus hijas y se encogió de hombros. Le haría caso al escritor. Les haría un buen regalo. Aprovecharía el descanso para comprarlo.

El escritor caminaba a buen ritmo. La gente que se le cruzaba y lo conocía, se extrañaba de verlo andar con esa decisión. Era otra de las cosas que había cambiado al dejar las vitaminas. Su postura en general había evolucionado. Antes parecía un espíritu errante y perdido, cansado de buscar la salida al laberinto. Se deslizaba por las aceras. Ahora casi todos los días pisaba fuerte. Hasta se oía el ruido de los tacones de sus zapatos castellanos, negros, sin borlas. Se recordó que tenía que llevarlos al zapatero para que le pusiera medias suelas antes de que el uso se comiera las que traía de fábrica.

Entró en el hall y lo atravesó camino de los ascensores. Pulsó el botón y esperó. Dos personas se pusieron justo detrás, casi pegados, uno a cada lado. Ninguno de ellos le sonaban del campus. Uno de ellos, de unos veintitantos, tenía un gesto adusto, como de permanente enfado. El otro hombre era fornido, de gesto altivo. Rondaría los treinta y cinco. Parecía adicto al gimnasio. No pegaba en la Facultad de Filosofía y Letras. Era un prejuicio infundado, lo sabía. Pero no podía evitar sentir así en ese momento. De repente se acordó del consejo de Roger. Y sintió … no miedo, pero sí… precaución. ¿Y si quisieran hacerle algo?

Se abrieron las puertas del ascensor. Jorge pensó en quedarse a esperar al siguiente. No se atrevía a montarse con esos chicos. De él salió Ely, el asistente del decano.

-Jorge. Anda, mira que casualidad. Anxo. Es mi novio. Mira, este es Jorge Rios.

Ely se refería al que estaba a su izquierda, el joven que parecía enfadado. Le dio un beso en los labios y rodeó su espalda con el brazo izquierdo. El otro hombre se metió en el ascensor y pulsó el botón del piso sin esperar a nadie ni preguntar. Cosas del Covid o de la mala educación.

-Encantado. – atinó a decir Jorge tendiéndole la mano para saludarlo.

Jorge sonreía mientras saludaba al novio de Ely. Cuando le contara a Carmelo lo que le había pasado, le iba a recomendar que dejara de ser tan dramático. Aunque también le iba a echar la bronca por posponer que Hugo le siguiera a todas partes para protegerlo.

Charlaron un par de minutos los tres. El ascensor volvió a bajar con una pareja que salió con prisas; pero al poco lo llamaron de los pisos superiores. Jorge tuvo tiempo entonces de estudiar a ese Anxo. No le gustaba la expresión que llevaba de normal. Ahora, mientras hablaba con él y con Ely, había relajado el gesto. Parecía otro. Pero sin ningún estímulo conocido, tenía un gesto adusto, casi malencarado. Como si pretendiera alejar a todo el mundo con el que se cruzara de saludarle. Era una forma de aislarse. ¿Sería ese su problema? ¿Un asocial? No lo parecía en lo que llevaban de conversación.

-¿Por que vas tan enfadado por la vida?

No pudo evitarlo y se lo preguntó.

-Por lo mismo que tú. – le contestó mirándolo fijamente.

-Vaya.

Jorge se sonrió y aceptó la colleja. Anxo era un joven que no llamaba la atención por su belleza. Además, su corte de pelo y su vestimenta hacían poco por ayudarle en ese sentido. Posiblemente, pensó Jorge, si se cambiara el pelo, se arreglara las cejas un poco, esas patillas por dios, fuera, radical, y un cambio en la ropa… estuvo tentado de mandarlo donde Bernabé de Hinojosa, el mejor sastre de toda España. Era amigo de Carmelo y de él. Seguro que le cambiaba de estilo y el tal Anxo se convertía en un joven apuesto. Su pericia no solo era coser y crear un conjunto de ropas que te sentara bien. Era un estilista en general, un consejero, un psicólogo… aunque él quería que le llamaran sastre a secas.

-No te gusto – escuchó de repente Jorge. Se asustó y miró al joven. Pensó que a lo mejor alguno de sus pensamientos los había expresado en voz alta. Ely sonreía expectante. Así que creyó que no había sido el caso.

-Solo pensaba en por qué te odias tanto para peinarte y vestirte de la forma que menos te favorece. Perdona si te he molestado.

Anxo pareció relajarse. Miró a Ely que estaba a punto de echarse a reír.

Esta vez no se les escapó el ascensor. Ely les empujó dentro y dio al botón del último piso, que era donde estaba el despacho del decano.

-¿Y por qué no me dices nada? – le echó la bronca a Ely. – Sabes que soy un desastre para esas cosas.

Al decirlo se le notó más el ligero acento gallego con el que hablaba. Jorge sacó una tarjeta y apuntó un teléfono y el nombre de Bernabé.

-Llámale. Es el mejor sastre. En realidad es más que un sastre. Pero a él le gusta denominarse así. Te ayudará con el estilo. Es amigo, no te va a cobrar.

-Pero eso debe ser carísimo. Y la ropa…

-Déjalo de mi cuenta.

-NO puedo aceptarlo.

-Soy amigo de Ely. No soy un desconocido. Cuidado. Me gusta cuidar a los amigos.

-Ya era hora, pensaba que no venías.

Jacinto iba a su encuentro hacia el ascensor. Apenas había dejado que las puertas se abrieran para interpelarle.

-Hoy ha sido el día de los encuentros. – se justificó Jorge.

-Ely, que no nos moleste nadie. Pon el contestador si quieres y vete. Ya es tarde. – le dijo en tono suave.

-Tranquilo, decano. Espero a que terminen de hablar. ¿Algo de beber Jorge?

-Pues algo refrescante, no sé por qué…

-¿Un poco de limonada?

-¡Ah! Pues sí. ¿La sabes preparar?

-Claro. Pregunté en el Reyna una vez que coincidimos allí y vi que te gustaba. Tengo lo necesario en la nevera. Cinco minutos. Anxo ¿Me ayudas?

Jacinto el indicó a Jorge con la mano el sofá de su despacho.

-Casi no vengo. Lo del correo me despistó.

-Lo mismo que a nosotros.

-¿Os escribí yo?

Jacinto se sonrió. Pensó que era un típico despiste de Jorge. Siempre en sus mundos imaginarios, creando sus historias, viviéndolas en lugar de su vida. En realidad ahora ese comentario de Jorge le daba la razón al pensar que no sabía nada de los manejos de su editor.

-No, de tu editorial. Casi le digo a Ely que les mandara a tomar viento. Además venían a decir que ellos no sabían nada de esa contratación y que tenía que hacerse a través de ellos. Ely les explicó que el mundo universitario no se regía por las mismas normas que el mundo editorial y del artisteo. Así se lo dije que les pusiera. Que no tenían nada que opinar ni que rascar. Además, ya estás en nómina de la Universidad. Y este curso no iba a ser diferente. Concertaron entonces una cita. Pensaba que no te lo iban a decir y que se presentaría alguien de ellos.

-Decir, no me han dicho. Me he enterado por un medio ayudante que… – Jorge estuvo a punto de contarle quien era Hugo, pero se arrepintió a tiempo. Recordó de nuevo el aviso de Roger. Al fin y al cabo, no conocía tanto al decano. – …me he buscado. Es provisional. De todas formas, me debías haber avisado de que iba a salir en la programación. No te dije que aceptaba. Fue solo un comentario en los postres de una comida de amigos.

-Tampoco dijiste que no, y eso viniendo de ti… lo interpreté como un sí.

-No sé si es buena idea. Hay algunos aquí que no me tragan. Ese Erasmo que daba ese curso hasta el año pasado, por ejemplo. Cada vez que me cruzo con él me mira con un gesto de asco… siempre tengo la tentación de olerme los sobacos por si es que el desodorante me ha abandonado ese día. Te lo juro.

-Le he buscado otras ocupaciones. No va a perder dinero, al contrario, va a ganar más. Y te digo una cosa: aunque olieras de verdad a sudor, él no se enteraría. Se echa cada día medio litro de Loewe for men. Perfuma hasta el jardín.

-Ese tipo me odia. Acuérdate el año pasado como empujó a ese alumno a quejarse de mi comportamiento. Como si hubiera intentado ligar con él.

-Creo que se molestó cuando le dijiste que tenías a tu lado al hombre más atractivo del planeta. Que pensar que podía competir con él era de idiotas. “Te da cien mil vueltas en belleza, en inteligencia, en capacidad de crear arte, en habilidades sociales, y además le amo porque me da paz y es capaz de partirse la cara por defenderme.” – el decano se sonrió al recordar esa defensa que soltó Jorge a ese alumno sin cambiar al gesto. – El resto de la clase hizo cola para testificar a tu favor. No nos llevó ni una mañana zanjar el tema. Y Liberto le llamó al orden a Erasmo.

-No me has explicado lo del curso. – Jorge cambió de tema. No le gustaba recordar ese episodio.

-Creación literaria. Eres el ponente, la forma y el método son tuyos. Y el plan de estudios. Se trata de que un escritor reconocido y en activo de algunas pistas a esas personas que gustan de escribir. Y a la vez, les enseñe otra forma de mirar los libros que leen. Mira, ya está aquí Ely con la limonada. Veo que me has traído a mí también. Muchas gracias, la verdad es que me apetece.

-Prueben a ver si está a su gusto. – les preguntó a la vez que dejaba la bandeja en la mesa que tenían delante del sofá. – Es la primera vez que la preparo.

Los dos lo hicieron. Jorge asintió con la cabeza. Lo mismo hizo el decano.

-Pues les traigo una jarra por si quieren servirse más.

-Si te cansas de trabajar para Jacobo, tengo un puesto para ti, Ely. – le ofreció Jorge.

-De momento estoy contento aquí. Le debo mucho y soy agradecido. Salvo que él me eche, siempre estaré a su lado. Gracias Jorge por darle la tarjeta de Bernabé a Anxo. Le acaba de llamar. Al decirle que iba de parte tuya, le recibirá mañana. Estaba un poco acomplejado por su aspecto. Espero que Bernabé…

-No te preocupes. No volverá a sentirse así. Bernabé es bueno en su trabajo. Y no te preocupes por la cuenta, que he visto que por mucho que le he dicho antes, no se ha quedado conforme.

Ely sonrió y salió del despacho.

-Es buen chico. Si lo necesitas podemos organizarlo para que te eche una mano unas horas.

-¿No te importaría?

-No.

-Déjame pensarlo. A lo mejor le digo que me eche una mano, sí. Además lo podría hacer desde su casa si quiere. Sin atenerse a un horario.

-Te doy permiso para que se lo digas. Por mí no hay problema.

-Es mucha responsabilidad lo de ese curso – Jorge volvió al tema de la reunión.

-Si fueras otro, te diría que a lo mejor sí. Pero eres un escritor prolífico. Estás continuamente escribiendo. Te he visto un ciento de veces en “El Cortejo”.

-No me has saludado.

-Es que no quería molestarte. Me quedaba obnubilado viéndote escribir sin descanso. Con un vaso parecido al que nos ha traído Ely y con una limonada parecida a ésta. Daba gusto verte.

-No sé si me apetece enfrentarme a toda esa parte de la comunidad universitaria que no gusta de mi presencia en el Campus.

-Paula sí que gusta de tu presencia. Y la mayoría he de decir.

-Paula no cuenta, es una amiga.

-Y otros muchos también están orgullosos de que decidieras dar clases aquí en lugar de en la Carlos III o en la Complutense.

-Ya.

-No me dejes en la estacada. Tenemos el curso ya completo. Solo publicar tu nombre como ponente, tenemos hasta lista de espera. Podríamos hacer dos turnos. Y el curso es caro. Quiero decir, que nadie se apunta a él solo por saludarte. Si lo hacen es porque están de verdad interesados. Te advierto que no solo hay gente joven. No hay límite de edad.

-No me cites mi artículo de El País sobre los jóvenes, por favor. Estoy encantado con los jóvenes.

-Casi lo hago. Me retracto – bromeó el decano. – De todas formas, te vi en Pasapalabra con Álvaro el actor. Había una complicidad entre vosotros pasmosa. No me creí eso que le oí al presentador de que os acababais de conocer. De todas formas, después de ese programa, tu artículo de El País quedaba cuando menos desfasado.

-En realidad nos conocimos cuando llegamos a grabar. No mentimos en absoluto. Álvaro es amigo de Carmelo. Y creo que eso fue lo que nos hizo caernos bien. A parte, Álvaro es una persona maravillosa. Es fácil que te caiga bien. Mantenemos un contacto habitual y cercano. Quedamos casi todas las semanas a tomar algo, para ir a algún acto o ir al teatro o al cine. Ha venido a mi casa muchas veces a cenar, cuando todo estaba cerrado por esto del covid. Hasta se ha quedado a dormir allí. Carmelo ya sabes que se vino a mi casa. Y recibimos a un montón de amigos casi cada día. Álvaro no faltaba nunca.

-De todas formas, respecto al curso, creo que lo estás enfocando mal. Te centras en esos cuatro tocapelotas que están pendientes de como hacerte la puñeta. Pero los importantes son los asistentes al curso, los alumnos. Esos te han elegido claramente al apuntarse masivamente. No tenemos más apuntados porque cuando llegamos al doble de los previstos, paramos. Si no, tendríamos cuatrocientas inscripciones. Cuidado, no son pre-inscripciones. Son matriculas en firme y pagadas.

Ely asomó la cabeza.

-Perdón por interrumpir. Jorge, Paula te espera en la cafetería cuando acabes.

-¡Ah!

-Acaba de llamar. No quería interrumpirte. Alguien le ha dicho que te ha visto en el campus.

-Hazme el favor y dila que iré encantado.

-No la hagas esperar. Podemos hablar otro día. Lo importante ya lo hemos dicho. Solo que a lo mejor sería interesante que hicieras un programa de estudios. Cuatro ideas plasmadas en un papel.

Jorge movió la cabeza negando.

-Si es un curso de creación literaria y lo imparto yo, lo normal es que lo vaya creando sobre la marcha. Según me vaya pidiendo el cuerpo. Según vaya viendo en los participantes. Un curso igual que escribo. Los personajes mandan en mis historias. Tienen vida propia. Que sean los alumnos quienes marquen el camino a seguir. Te digo más, si diera dos cursos o dos turnos por así decirlo, serían cursos completamente distintos. Lo único, dos horas a la semana me parecen pocas. Me gustaría contar al menos con la posibilidad de dar cuatro o seis. Tendrán que trabajar mucho en casa, pero quiero escucharlos. Quiero hacer talleres en las clases, escribir todos juntos. Y si se han apuntado porque yo lo imparto, es justo que yo les corresponda dedicándoles más tiempo.

-Sin problemas. ¿Ves como eres el apropiado para dar ese curso?

Jorge se levantó. Pegó un último trago a la limonada.

-Que conste que todavía no te he dicho que sí. Y que tengo la impresión de que no me has contado todo de esos cursos.

-Eres lo peor. Cuanto me odias para hacerme sufrir de esa forma.

-No tanto como algunos de esta comunidad me odian a mí.

Jorge notó como el decano iba a hacer algún comentario al respecto de su última afirmación pero se arrepintió. En su lugar se puso de pie también y le estrechó la mano. Demasiado formal para el gusto de Jorge.

Se estaba dando cuenta de que le iba a costar enterarse de esas cosas que sus pocos amigos le ocultaban con tanto ahínco. Esas cosas que un día no quiso escuchar, las verdades que le daban miedo y que ahora que sí deseaba saber. Parecía que todo se había vuelto cautos.

No se habían coincidido en los tiempos. Para contar secretos se deben dar dos circunstancias: una, que el destinatario quiera conocer; Dos, que el conocedor se atreva a decir.

Hoy no iba a tener suerte con Jacobo. Hacía tiempo que venía barruntando que el decano conocía cosas de los peligros que acechaba a Jorge. Lo único que le inquietaba es que, si el decano conocía, sabía que esa gente era peligrosa y si sabía que él estaba en su punto de mira, era perfectamente consciente de que Jorge se jugaba la vida. Pero ni aún así se decidía.

Su charla con Roger le había abierto la mente. El solo hecho de que ese hombre, de normal tan arisco y tan poco propenso a mostrar aprecio y cariño, se jugara su trabajo adoptando a uno de esos niños… porque todo esto, a parte de robarle su obra literaria, iba de eso, de niños abusados, de niños esclavizados, de niños vendidos, comprados…

Si pudiera recordar… entre las drogas que le habían dado desde el mismo momento de casarse, cada vez estaba más convencido de que todo había empezado en ese momento… Nando no esperó ni a que se calentara el champán con el que brindaron en la boda. Entre esas drogas, decía, y el empeño de Jorge en no enterarse de nada, en dedicarse solo a escribir, que era por otra parte la ilusión verdadera de su vida, se había convertido en un tándem perfecto. Ahora no era capaz de atinar con un recuerdo completo y exacto de las cuestiones que ahora se revelaban importantes. Esas cuestiones que podía salvarle al vida a él y a Carmelo y Cape. Y quizás a algunos más.

Tendría que perseverar y tener paciencia. Jacobo acabaría por contarle. Ahora debía intentar que Paula se confesara. Aunque dudaba de conseguirlo.

Jorge Rios.”

Espero tus noticias. Y a ver si comemos un día y tenemos uno de nuestros debates. Los echo de menos. – le dijo Jacobo como despedida.

-Claro.

Jorge salió del despacho y saludó a Ely y Anxo que hablaban distendidos.

-Ya os dejo libres.

-Tranquilo – le dijo Ely, pero Jorge notó que le agradecía el detalle. Estaba esperando solo por él. Ya era tarde.

En uno de los pasillos vio a lo lejos a algunos de sus “amigos” del claustro de profesores. El ínclito Erasmo. El tal Isaías, un tipo con influencias que no dejaba de hablar mal de Jorge siempre que podía. Henar, la profesora de Literatura clásica. Les faltó escupir al suelo al mirarlo. Jorge sonrió y les saludó con la mano antes de meterse en el ascensor. No quiso ni imaginarse los improperios que le lanzaron.

Antes de entrar en al cafetería marcó el teléfono de Hugo.

-Dime. Siento no haberte llamado, pero no he encontrado nada anterior a ese correo en el que te citaban para hoy.

-¿Podrías venir a la Universidad Jordán? Estoy en la cafetería con Paula, una amiga.

-¿Ha pasado algo?

-No. Pero de repente me encuentro… inquieto.

-Tranquilo, no tardo nada.

Jorge entró en la cafetería. No tardó en ver a Paula sentada en una mesa. Se acercó a ella con paso decidido. Paula se levantó para besar a Jorge.

-Estoy enfadada contigo por no avisarme de que venías.

-Si te digo la verdad, ni me acordaba. Me lo han recordado en el último momento. El tiempo de salir a la calle y buscar un taxi.

-¿Estás bien?

-Sí, tranquila.

-¿No habrás vuelto a tomar esa mierda?

Jorge sonrió.

-No. Estate tranquila. Cuéntame de Martín, que me tiene olvidado. Me he enterado de que ha vuelto al cine por la puerta grande.

-Al menos está contento. Eso es lo único que me importa.

Paula parecía inquieta. Miraba a Jorge disimulando. Jorge se había levantado para ir a pedir algo de beber para los dos. No tardó nada en volver con dos cañas y una bolsa de patatas fritas.

-¿Por qué no me cuentas lo que llevas tiempo queriendo hacer y no te decides?

Paula se hundió de hombros.

-Quizás es mejor que te lo cuente Laín. Tengo miedo por ti, Jorge. Debes cuidarte. Hasta aquí tienes gente que no te aprecia. Que te prefiere muerto.

-Al menos cuéntame del mundo universitario.

-¿Tienes tiempo?

-Todo el que necesites. Y de paso, me cuentas de esa fiesta-novatada con los chicos en pelotas haciendo carreras de caballos en el gimnasio.

Jorge vio como Hugo ya había llegado. No se acercó a él. Se sentó en una mesa cercana después de pedirse una coca-cola. Sus miradas se cruzaron pero ninguno hizo ni un gesto de reconocimiento. Jorge, solo con verlo, se sintió más relajado.

-Ahora se ha descubierto, pero ya ha pasado otras veces. – empezó a contar Paula. – Todo viene de lo mismo. Todo tiene que ver con esa gente con la que se relacionaba Nando.

-Te escucho – dijo Jorge.


Capítulo 14.-

.

Jorge acompañó a Paula al aparcamiento para que recogiera su coche. Se ofreció a llevarlo a casa, pero el escritor no quiso. Ella iba en dirección contraria y le hubiera supuesto un trastorno, le explicó. En realidad Jorge esperaba a Hugo para irse. Y en todo caso necesitaba un rato de tranquilidad y de reflexión.

Se quedó mirando como Paula se iba. Había un banco cerca y decidió sentarse. Más que sentarse se dejó caer, como si fuera un viejo con las rodillas flojas. Algo de eso sentía: la vida le pesaba tres quintales y las piernas a duras penas le habían mantenido mientras seguía con la vista el coche de su amiga. Hugo venía caminando a paso tranquilo. Parecía estar observando el campus y a la gente que estaba todavía por allí. Al llegar, se sentó a su lado.

-¿Estás bien?

Jorge se sonrió. Debía tener un aspecto lamentable. Todos con los que había estado esa tarde habían preguntado lo mismo.

-Cansado. Y triste – contestó Jorge. – Desanimado – sentenció.

Tres coches pararon detrás del banco. Jorge se dio la vuelta porque le pareció que le resultaban familiares. Del coche del centro se bajó Carmelo. Se quedó parado, mirándolo fijamente. Jorge empezó a sonreír. Seguro que Hugo le había llamado. A lo mejor le echaría la bronca al día siguiente. Por marcar territorio.

-Lárgate anda – le dijo Jorge al policía.

Hugo le dio un toque con el puño en el brazo y se alejó de allí. Carmelo ocupó su sitio junto a Jorge. Le cogió del brazo y apoyó la cabeza en su hombro. Parecía que con todo lo alto que es, se había hecho pequeñito al acurrucarse junto a él. Éste le acarició la cara suavemente.

-Mamón, si no te has desmaquillado.

-Pensaba que lo ibas a hacer tú. – le dijo en tono ñoño.

-Claro. Vamos a casa.

-¿Nos quedamos en Madrid o prefieres que vayamos a Concejo?

Jorge se quedó pensando.

-Casi mejor hoy nos quedamos aquí. Mañana creo que iré a ver a Jorgito. O a Clara. No lo tengo muy decidido. O a Rubén – añadió después de pensarlo un rato.

Todas las fiestas parecían iguales. Todas las noches parecían la misma. La misma música, las mismas personas aunque a veces con distintas caras, las mismas drogas, las mismas bebidas…

Había una cosa diferente. Esa noche Gorka no bebía. Estaba en una esquina, mirando a unas chicas que bailaban al lado de la piscina. Ellas si que bebían, y por la mirada boba y la risa floja que no podían evitar, llevaban tiempo haciéndolo.

Jorge subió las escaleras que llevaban al segundo piso. Había un pequeño balcón desde el que se podía ver toda la planta inferior. Se sentó en una silla y se apoyó en la barandilla. Buscó con la mirada a Gorka. Se había desplazado buscando las bebidas. Parecía que su abstinencia tocaba a su fin. Para su sorpresa, Gorka cogió una coca-cola y volvió a su sitio. Ya no miraba a las chicas bailar. Parecía estar buscando a alguien. Iba recorriendo toda la estancia con sus ojos, buscando. Parecía inquieto. Parecía decepcionado. Parecía un hombre al que habían dado plantón.

Pasó el tiempo. Nada parecía cambiar. Hacía un rato que ya no buscaba. Se bebió lo que le quedaba del refresco de cola, dejó la botella sobre la primera mesa que vio, y salió de la casa.

Jorge Rios.

-Te traigo si es por eso. Tengo que volar a Londres a primera hora. Para uno o dos días.

-Como quieras. ¿Me habías dicho lo de Londres?

-No. Ha surgido de repente. Con esta mierda del Covid es difícil hacer planes. Ya me ves, acabando flecos de dos rodajes a la vez, aquí y en Londres. Mira a Biel. Todavía no sabe si tiene que ir a Argentina o no. Y a lo mejor se monta en el avión y al llegar, con las mismas, se monta en el de vuelta.

-Es lo que toca. Es una mierda. ¿Qué hacemos al final?

-A lo mejor un paseo por el campo nos viene bien. – dejó caer el actor. Era claro que por alguna causa, prefería salir de Madrid.

Carmelo le ayudó a incorporarse y caminaron los dos hacia el coche con los brazos entrelazados. Jorge era esta vez el que se apoyaba en el brazo de Carmelo.

-Debes bajar el ritmo, Jorge. – le recomendó Carmelo cuando llegaban al coche.

-Tienes razón.

Se metieron en el vehículo y salieron camino de Concejo. En el viaje casi no hablaron. Los dos iban recostados el uno en el otro.

No pararon en el bar como siempre solía hacer Carmelo cuando llegaba al pueblo. Fueron directos a la Hermida 2. Allí bajaron del coche. Jorge al salir respiró profundo.

-Me gusta.

-¿Quieres que demos un pequeño paseo?

Jorge se quedó mirando a Carmelo.

-Vale. No me parece mala idea. Además, era lo que te apetecía antes ¿No?

-Me apetece volver a tener la cercanía que tuvimos en París. Me sentía guay. Y durante el confinamiento.

-Es difícil si Cape y tú no aclaráis vuestra situación. Cada vez que nos agarramos del brazo, convertimos a Cape en cornudo.

-Me da igual, que digan lo que quieran.

-Pues sea. Yo lo he echado de menos.

Lo dos agarrados del brazo tomaron el camino hacia el río. Caminaban despacio. Miraban el reflejo del sol ocultándose.

-Ahora que quiero que me contéis no lo hacéis. – le dijo Jorge en tono suave. Aunque sonaba un poco a reproche.

-A lo mejor no es el momento. Estás pasando por muchos cambios. Esas drogas… su falta… el doctor Manzano me recomendó que tuviera cuidado. Que te vigilara. Son drogas poco estudiadas. Ya lo sabes. Y tu cuerpo parece remiso a eliminarlas. Todavía están analizándolas.

-Es que de repente, parece que me doy cuenta de un montón de detalles que hasta ahora me habían pasado desapercibidos. Se ha acercado Roger. ¿Te he hablado de él?

-Lo conozco. Era el solucionador de Nando. Ese hombre te aprecia. Alguna vez se ha acercado a mí.

-Nos aprecia. – le corrigió Jorge. – ¿Cuándo se ha acercado a ti?

-Hace tiempo. Me pidió que te cuidara. Que eras importante para mucha gente. A parte, alguna vez… me salvó de algún lío.

Carmelo sonrió. Era cierto. Recordaba en su época de caída a los infiernos, en que todo tipo de drogas le acompañaban surcando sus venas y arterias cada noche, que le había sacado de algún entuerto. Y alguna vez que estuvo a punto de meterse en alguna pelea, había intervenido él para pegar los puñetazos que iba a pegar Carmelo. Y también recordaba vagamente una noche, de madrugada, que linchó a sus acompañantes, le quitó la jeringuilla que se iba a pinchar y se lo llevó al hospital.

-Se ha hecho el encontradizo conmigo. A la salida de casa. – Jorge retomó su relato.

-¿Y?

Jorge se encogió de hombros.

-Bla, bla, bla, estás mejor sin las drogas, no me gustaba que las tomaras, vete con escolta de una puta vez, hay personas que no quieren que os caséis, y… ¿Podrías cuidar a mi hijo si me pasa algo? Solo tú y Carmelo lo podríais entender.

-No entiendo – dijo Carmelo parándose y mirando a la cara a Jorge. Éste también se encogió de hombros.

-Esos que nos persiguen, por los que a mí me drogaban y a ti te sometieron a ese tratamiento o lo que fuera para olvidar, una de sus actividades era… es usar a niños para disfrute de sus… “amigos”, clientes, o como quieras llamarlos. Algunos de esos jóvenes no… lo pasaban bien. Y la mayoría tenían cuando menos un futuro incierto según iban siendo menos niños.

-¿Lo que cuentas en “Tirso”?

-Efectivamente.

-Ese hijo de Roger es uno de esos niños.

-Sí.

-¿Te lo ha dicho?

-A su forma, si. Ya sabes como es Roger. Quiere que lo conozcamos. Por si le pasa algo para que lo cuidemos. Para que coja confianza y no se sienta solo. También te digo que todo lo que te cuento es un poco… imaginación mía. Decir… Roger suele decir poco.

-¿Qué le has dicho?

-Que sí. Esos niños son lo primero. Es de lo poco que tengo claro. Y en el fondo, siento que a Roger le debo algunas cosas.

-Sí, sí. Por supuesto. – Carmelo hablaba mientras intentaba concentrarse en algún recuerdo que parecía remiso a salir de su cabeza – Por supuesto. Lo debe haber pasado mal si Roger se ha arriesgado a sacarlo conociendo el tema.

Jorge asintió con la cabeza. Volvió a coger del brazo a Carmelo y reemprendieron el paseo.

-Me ha dicho que habrá más niños o jóvenes que se acercarán a mí.

-Debes escribir ese artículo en “El País” para rectificar el otro. Ese en el que decías que no te interesaban lo…

-Ya, ya.

Luego le contó sus impresiones sobre su encuentro con el decano. Y sobre los cursos de “Creación literaria”.

-¿Lo vas a dar?

-Sí. Eso no quiere decir que se lo vaya a decir al Decano. No le he dicho que sí todavía.

-Crees que se ha apuntado alguno de esos chicos.

-No sé. Si es así, deberían estar montados en el dólar. Cuesta el curso más de dos mil euros por cabeza. Esto tengo entendido. En realidad no creo que me encuentre allí con ninguno de esos chicos. Pero puede que me encuentre con otras personas interesantes.

-Leñe. Dos mil euros.

-Más de dos mil euros. Cuando he llamado no me han querido decir la cantidad exacta.

-Es mucho dinero por un curso que no es necesario para la carrera.

-Es que soy famoso.

Carmelo soltó una carcajada. Jorge sonreía feliz por verlo reír. Aunque parecía que él era el que necesitaba ánimos esa noche, al verle llegar le había notado apagado. Algo le había pasado. Pero primero debía hacerle sentir que él le cuidaba. Cuando eso estuviera asentado en el sentimiento de Carmelo, podría él, como quien no quiere la cosa, obligarlo a contar lo que le pasaba, lo que le preocupaba.

-Oye, una cosa. Se me acaba de ocurrir. ¿Y si una de esas firmas que sueles hacer en la librería de tu amiga, la organizas solo para jóvenes de quince a veinticinco años? A lo mejor algunos de esos se acercan.

Jorge se quedó pensando.

-Es una idea. Luego llamo a Esme y que lo anuncie para la próxima. A lo mejor me quedo solo.

Siguieron andando despacio, agarrados y en silencio. Sus escoltas les seguían unos pasos por detrás. En los alrededores vieron como algunos de ellos les rodeaban por los lados incluso dos de ellos iban por delante. Parecían tensos.

-Me ha dicho Hugo que has estado con Paula.

Jorge se encogió de hombros, mostrando impotencia.

-No me ha querido contar. Antes no lo decía por ti, aunque también. En eso todos hacéis lo mismo. Me ha toreado. Y el Decano lo mismo. Varios días que he estado con él me ha dado la impresión de que me iba a contar algo y se arrepentía en el último momento. Hoy Paula me ha parecido menos amiga que otras veces. Le he dicho que me contara de mis enemigos en la universidad. Están relacionados con esa red, estoy seguro. Y ese escándalo de novatadas… na, eso ha sido una de esas fiestas y han usado el polideportivo de la Universidad para hacerla. Se cree que todavía estoy drogado. Me ha contado la versión oficial, unas novatadas, bla, bla, bla. El rector lo peor. Y su camarilla. Él los consiente.

-¿El rector es de los que te odian?

-Hasta donde yo sé, no. Solo lo he visto una vez. Según el decano, ha luchado por mí y ha defendido mi decisión de dar clase en esa Universidad y no en otras que me ofrecieron. Si tanto empeño tienen en echarme, me puedo ir a la Complutense. O a la Isabel I de Burgos.

-De todas formas eso lo haces porque quieres, que lo tengan claro. No lo necesitas.

-No. Es cierto. A ver, me explico. No lo necesito económicamente. Pero para mi sorpresa descubrí el primer año que di clases que me venía bien. Era una excusa para ver a chicos jóvenes – sonrió Jorge con cara de pillo. – Me refiero – volvió a hablar en serio – a que era una excusa para hablar con gente, sobre temas que me interesan porque al ser yo el profesor, impongo el debate que quiero. Aunque a veces la cosa acaba siendo una cosa distinta. Pero eso también me gusta.

-Míralo. A ver si va a resultar que…

Carmelo había tomado la decisión de seguir bromeando. Le notaba muy tenso a Jorge.

-No. Tranquilo. Te he sido fiel. Al menos físicamente.

Jorge le sacó la lengua a Carmelo. Éste se sorprendió por ese gesto que nunca le había visto hacer.

-¡¡Jorge!!

-¡¡Carmelo!!

Jorge le besó en la mejilla.

-No te pido fidelidad. Nunca lo he hecho. Ni nunca lo haré. No me la has pedido a mí. No sería equitativo. A parte, que no quiero pedírtelo. Lo nuestro debe basarse en el amor, no en el sexo. Siempre se ha basado en el amor, de hecho.

-Menos mal. Venga, reconozco que me he acostado con hombres.

-En tus sueños. – le picó Carmelo.

-¿Y si lo hubiera hecho en esas fiestas que visito para ver a los monstruos de la noche?

-A mí me hubiera parecido bien. ¿Lo has hecho?

-Tengo relatos escritos al respecto.

-¿Lo has hecho? – Carmelo le miraba con cara de broma.

-Decenas de veces – dijo en tono casi chulesco. Aunque por otro lado, estaba a punto de soltar una carcajada.

-No insistas. No me voy a enfadar contigo. Ni me voy a poner celoso. Sé que me quieres con toda tu alma. A mí eso es lo que me importa. Estaría bueno que con lo que he sido, ahora te pidiera cuentas a ti.

-Joder, que lata. Yo que quería picarte…

-Qué bobo eres. Te repito. Estaría bueno que tu hayas conocido todas mis aventuras sexuales y me hayas querido igual y yo me pusiera ahora estupendo.

-Vale. En fin. Yo que quería discutir contigo un poco… volvamos a las fiestas de los chicos desnudos haciendo carreras a caballito por el campus.

-Se lo deberías contar a Carmen Polana o a Javier.

-A lo mejor me equivoco. A lo mejor son novatadas. Además, todavía no tengo nivel para que Javier se presente ante mí.

-No lo está pasando bien. Le está costando asumir la muerte de su marido. Parece que te molesta que no haya estado contigo.

-Ya. Puede que esté siendo injusto con él. Pero me da… estoy cansado de ser siempre el hombre ecuánime que encuentra disculpa siempre que alguien no se comporta como yo creo que debería. A parte, me he cansado de fingir que no me afectan los desplantes que me hacen. Posiblemente en este caso tenga todas las papeletas de ser injusto. Pero me apetece serlo. Estoy cansado de ser el hombre perfecto.

-No eres perfecto – le picó Carmelo.

-Que bobo eres – se rió Jorge que no podía ponerse serio cuando el actor ponía esa cara de niño inocente, incapaz de romper un plato. – ¿Dices que le debería contar a Carmen entonces?

-Para eso están ellos, para comprobarlo. Carmen te aprecia. Le has caído bien. Te escucha con atención. Valora tus apreciaciones. Y no te enfades con nosotros. Estamos conociendo al nuevo Jorge. Pero ¿Que te ha dicho Paula? Al final casi no me has contado nada.

-Nada. Esa es la mejor definición: nada. La pregunta correcta sería ¿Qué no te ha contado Paula? Parecía que me iba a descubrir hasta el misterio bíblico del sexo de los ángeles, pero al final se ha echado atrás. No hacía más que mirar el móvil. Hasta he pensado que estaba recibiendo mensajes de alguien. Puestos a imaginar a lo mejor es que Paula tiene un amante secreto.

Carmelo puso cara de no creerse nada.

-Le he preguntado por mis enemigos en la Uni. Me ha dicho todo afectada “¿Tienes tiempo?” Como si me fuera a contar todo, todo. Me ha dicho cuatro vaguedades de las cuales hasta drogado me había percatado. Y punto. Sobre otras cosas me ha dicho que era mejor que me contara Laín. Pero dudo que él vaya a abrir la boca.

-¿Paula ha visto a Hugo?

-No lo sé. Ha llegado cuando ya estaba con ella. Se ha sentado en otra mesa y Paula le daba la espalda. Le he pedido que fuera. Me encontraba inquieto. A lo mejor Roger me ha sugestionado. ¿Por qué lo preguntas?

-Hugo, Laín y Martín coincidieron en algún rodaje. Hugo ya estaba mal, muy mal. Digamos que tuvieron una relación tensa.

Jorge se quedó pensativo. No acababa de recordar nada de eso, pero en el fondo, tuvo la sensación de que era cierto. Y de que ese tema no le era ajeno. Pero no logró que esos recuerdos afloraran.

-De todas formas Hugo no se ha acercado. Se ha sentado en una mesa bastante lejana la verdad.

-¿Qué te ha contado entonces Paula?

-Que esas novatadas pasan todos los años, pero que se acallan, que el rector es el culpable, que tiene una camarilla de impresentables a su lado, que… bla, bla, bla. Tonterías. Que todo el mundo me aprecia en la Uni salvo Erasmo e Isaías… se le ha olvidado citar a Henar y a Ruipérez, pero porque son amigos suyos… y otros dos que no recuerdo sus nombres. También amigos suyos. De su camarilla. En la universidad todo va por grupitos, por familias.

-Entonces como en el cine. Alguna vez hemos coincidido con esos que dices en sus barbacoas. No sabía que te odiaban. No me digas que todos sus amigos resulta que te odian.

-Ruipérez lo disimula. Pero es muy falso. Le he pillado en varias, pero como me hago el tonto, se cree que me la ha metido doblada. Habla con voz fuerte y no mira quién está cerca. Erasmo no disimula nada. Y el resto tampoco. Esos dos que no recuerdo el nombre son un poco más ladinos. Pero vamos. Tampoco mucho. Y hay alguno más, pero que no tengo situados. Si quieres un día te pones una gorra para que no te reconozca nadie y te sientas en la hierba, en el campus. Y observas las miradas de esos profesores a mi paso, o las miradas en la distancia. Y que ya te digo, hasta drogado, me he dado cuenta. Imagina ahora de lo que me voy a enterar.

-En resumidas cuentas, no te ha dicho nada. Me extraña eso de que sus amigos en la comunidad universitaria sean tus detractores. Debería ser al revés.

-Ya te he dicho. – Jorge se calló – Es curioso sí. No me había dado cuenta de ese detalle. Todos mis detractores en la Uni son amigos suyos.

Se quedó un momento pensando en ello. Se le ocurrían muchas posibilidades. En ninguna de ellas salía bien parada Paula.

-O sea que ha sido una reunión chasco.

-Pero lo ha sido porque ella ha dado pie. Que yo iba a charlar del tiempo y de Martín… y de Quirce… pero ella después de preguntar por Martín se ha puesto intensa preguntándome como estaba, si estaba bien… y que… bueno. El caso es que le he dicho que por qué no me contaba. Al final tampoco me ha contado nada de Martín.

-Y no te ha contado.

-Y hemos estado más de una hora. A poco más y nos echan de la cafetería.

-Eso da para muchas confidencias. Fíjate lo que nos suele dar a nosotros.

-No somos buen ejemplo, querido, porque cuando nos juntamos no tenemos suficiente con menos de seis o siete horas.

Carmelo volvió a reírse.

-Y ahora te toca a ti, cariño. ¿Qué te ha pasado? No te ha llamado Hugo para que fueras ¿Verdad?

-No. He ido yo solito. Le he llamado por si sabía dónde estabas para darte una sorpresa. Te necesitaba.

-¿Me lo cuentas?

-¿Y si lo dejamos para mañana?

-Vamos a hacer una cosa. Nos volvemos a casa, te desmaquillo, te doy ese masaje en la cara que tanto te relajaba en París o durante el confinamiento y tú a cambio preparas algo de cenar, que tengo hambre. Y en el postre, me cuentas. Y luego nos vamos a dormir. Espero que me hagas sitio en tu cama. Ya que has propuesto volver a nuestra relación en París, volvamos.

-Me parece buen plan. Incluido, sobre todo eso, que duermas a mi lado. Sobre todo si me dejas abrazarte.

-¡Ay de ti como no lo hagas! Caerán sobre ti las maldiciones del Olimpo de los Dioses.

-¡Qué dramático, por Dios! – se rió Carmelo.

Volvieron caminando tranquilos, agarrados del brazo. Apenas hablaron y si lo hicieron fue para bromear. Acabaron los dos riendo con ganas. Subieron al dormitorio de la primera planta y Jorge obligó a Carmelo a sentarse frente a su pequeño “taller” de maquillaje, como lo llamaba Carmelo en broma; cogió las toallitas que usaba para desmaquillarse, la loción especial y fue limpiándole la cara con cuidado. Aprovechaba para darle un pequeño masaje en la cara con sus dedos pulgares. Carmelo tenía el gesto relajado y los ojos cerrados. A Jorge le dieron ganas de besarlo, pero era mejor quitarle antes el maquillaje.

Cuando acabó le mandó al cuarto de baño a aclararse la cara con agua. Fue Carmelo el que le besó en los labios al volver secándose la cara con una toalla. Después del beso le volvió a sentar en su “taller” y le dio crema hidratante por toda la cara. Aprovechó para darle otro masaje facial.

-Gracias amor. – dijo Carmelo abriendo los ojos, todavía sentado.

-Ahora te toca a ti. ¿Qué preparas de cena?

-Tengo un poco de merluza. ¿Hago una salsa verde? Tengo pan de Araceli para untar. Y tengo queso de ese de León que te gusta, y hago una tortilla. Tengo una puntita de jamón, un poco de pimiento verde, una patata y unos pocos guisantes.

-Tortilla paisana. Me parece buen plan.

Y mientras si quieres, te quedas ahí echando una cabezada.

Carmelo señaló el rincón que había hecho a imagen del que tenía Jorge en su casa de Madrid. Las dos butacas, la lámpara detrás, una alfombra mullida cubriendo toda esa zona, un puff para que apoyara las piernas como le gustaba, una librería enorme cubriendo todas las paredes con una especie de ala que servía de separación con el resto de la zona, con un mando de la casa siempre a mano, para controlar la luz, la temperatura, la posibilidad de bajar una pantalla del techo y poder ver casi cualquier película o programa que les apeteciera…

-No, prefiero bajar y mirar como cocinas. Me apetece estar cerca de ti.

-Pues vamos.

Carmelo se puso a cocinar. Otra vez volvieron a charlar de cosas intrascendentes, a reírse y a bromear. Sacó un poco de ese queso que le gustaba a Jorge y partió unas cuñas. Y sacó también de la despensa un paquete de cecina que le envasaban al vacío en una tienda de Heredad, un pueblo cercano. Jorge abrió una botella de vino de la Ribera del Duero que había ido a buscar a la pequeña bodega que tenía en una esquina de la cocina y sirvió las copas. Antes del primer trago brindaron por ellos.

Carmelo no tardó mucho en preparar la cena. Se sentó al lado de Jorge y cenaron tranquilos. Éste alabó como le había quedado la merluza y la tortilla.

-Me podría acostumbrar a comer todos los días lo que cocines, querido.

-Gracias. Eso es todo un piropo.

-Huy, entonces no. Que te lo vas a creer – bromeó Jorge.

-De postre, yogur de la granja de Felipe o… tarta de manzana de la panadera.

-Pues creo que tomaré de las dos cosas. Y me tienes que prometer que un día me vas a hacer arroz con leche.

Se subieron los postres a su rincón de lectura en el primer piso. Apagaron el resto de las luces de la casa y solo encendieron la lámpara que había detrás de las butacas. Jorge estiró las piernas y las cruzó. Carmelo se sentó en el suelo, a sus pies y apoyó la cabeza en las piernas de Jorge. Acabaron con la tarta y bebieron a sorbos pequeños el yogur. Jorge se levantó y bajó a servir dos whiskys secos.

-Deberías traerte parte de tu ropa. – le recomendó Carmelo.

-Sí.

-O mejor, vamos un día de compras.

-Tú lo que quieres es cambiarme el estilo.

-Yo siguiendo los consejos que te dio el amigo Bernabé. Que no le has hecho ni caso. Si quieres le digo que te prepare ropa y que nos la envíe.

Jorge se echó a reír.

-Y aún así, sigue siendo mi amigo. No me parece mala idea eso de que la elija él. Hoy le he mandado a alguien para que le asesorara.

Le contó su encuentro con el novio de Ely, el secretario del decano. Y como Bernabé, en cuanto le había llamado el chico, le había dado cita para el día siguiente.

-Fijate, hoy me ha dado por pensar que Ely ha salido de esa mafia también.

-¿Y eso?

-Algo en su mirada. Ya lo he visto antes en otros chicos. No recuerdo si conoces a Ely.

-No. Ni al Decano. Nunca hemos coincidido.

Jorge se guardó que en realidad lo había visto en Carmelo. Y se apuntó mentalmente a concretar un encuentro con todos ellos. Quería que conociera esa parte de su vida. A las gentes con las que tenía relación.

-Al menos ha salido con bien. – apuntó Carmelo refiriéndose a Ely.

Jorge asintió pegando un sorbo al whisky.

-Creo que ya es hora de que me cuentes, querido.

Carmelo cogió el teléfono y buscó unas fotos. Se lo pasó a Jorge.

Éste abrió mucho los ojos al verlo. Murmuró una retahíla de insultos y palabrotas. Amplió la foto que le mostraba Carmelo para ver bien los detalles. Mantuvo el dedo sobre la pantalla para ver la información de la imagen.

-La has hecho esta tarde. Te lo han enviado en papel.

-Sí. Al set de rodaje.

Jorge pasó a la siguiente foto, que era otra de lo mismo pero que había quedado un poco oscura. Luego estaba el sobre en el que había llegado. Sobre de mensajero de una compañía importante. La imagen era una enorme diana pintada, como si lo hubiera hecho un niño, en la que estaban pinchadas tres fotos: la de Carmelo y Jorge pegados y luego, un poco apartada, la de Cape. Las tres fotos tenían una mancha roja, semejando un disparo en la cabeza. Debajo una leyenda con grandes letras.

Degenerados, moriréis si os casáis. No es una amenaza, es una promesa.”

-Están claras varias cosas – declaró rotundo Jorge mientras apuraba el whisky.

-¿Cuales?

-Primera, que debemos ir preparando la boda.

Carmelo se sonrió a la vez que negaba con la cabeza. No se había esperado esa salida de Jorge.

-¿Segundo?

-Que me recuerdes cada día que cuando se me acerque Roger a contarme algo, le crea a pies juntillas.

-¿Hay un tercero?

-Sí. Que los que han mandado esto, ni te conocen, ni me conocen a mí. También hay un cuarto.

-Dilo. – apremió Carmelo.

-¿Qué pensarán que va a ocurrir si nos casamos? ¿Qué pensarán que podemos recordar del pasado que les de tanto miedo?


Capítulo 15.- 

.

Hacía unos de días que Javier no iba a la sede de la Unidad Especial de Investigación de la Policía. Patricia su “Jefa de Gabinete”, como la llamaban, fue en su busca cuando le vio salir del ascensor. Sin más lo abrazó y le dio dos besos. Le cogió el hombro y lo fue guiando hacia el despacho de Carmen.

-Yo iba a mi despacho – bromeó Javier.

-Pues no. No vas a tu despacho. Vas al de Carmen.

-¿Y eso?

-Querido, eso se lo dejo a ella. No le voy a hacer todo el trabajo.

-Hola Javier – le saludó Kevin que estaba al teléfono.

-Hola Javier – le saludó Teresa levantándose de su mesa para darle un beso. – Te he echado de menos, que lo sepas.

Javier no dijo nada. Solo sonrió.

Yeray se acercó a él con el brazo extendido con su móvil.

-Es Matías. Quiere preguntarte una cosa.

-Dime Mati.

Javier escuchó un rato con atención.

-Haz lo que puedas. No te enfrentes a ella de momento. Buscamos información para tenerlo todo bien atado. Esa ha ido a buscarte las vueltas. Nos la está buscando a todos. Ten paciencia. No saques a pasear tu carácter.

Volvió a escuchar unos segundos.

-¿Quieres que te mande a Aritz?

-Vale. Creo de todas formas que tienes el caso bien enfilado. Bruno te está buscando las ubicaciones de los móviles. Cuando lo tengas, puedes detenerlo. Mientras atamos esos detalles, vuelve a visitar a todos los implicados. Con calma. Dejándoles hablar. Será importante tener una radiografía exacta del círculo del muerto. Todos parecen guardar secretos. Vete a ver al juez y habla también con el fiscal. Que no la hagan ni puto caso. No tiene autoridad. Tú eres el comisario. Eres el responsable. Ella no puede ir por libre. Se ha obsesionado con ese implicado. Era la opción más clara al principio. De tan clara, daba tufo a complot. Demostrar el complot, también sería bueno, para dejar todo bien atado. Y para determinar posibles cómplices. Porque eso no lo pudo hacer el asesino solo.

-Es un gol que me han metido. Ya lo comentaré con Fernando, no te preocupes. Lo que me sorprende es que se haya destapado tan pronto.

-Por mí se puede acostar con quién le de la gana, faltaría más. Pero eso no le da ni clarividencia ni le confiera unas habilidades detectivescas que es evidente que no tiene. Esa mujer ha ascendido por lo que sea. Pero si te fijas en su historial, siempre ha tenido al lado a buenos investigadores. Hombres todos, por cierto, y heteros. Y es atractiva.

-Llámame si quieres que llame a alguien o si quieres que vaya para allá.

Javier le devolvió el móvil a Yeray.

-Podías encender tu teléfono Javier.

Yeray había hablado en tono dulce, pero no dejaba de ser un reproche en toda regla. Javier no se lo tomó a mal. Porque tenía razón. Sacó su móvil y lo encendió. Al momento, recibió más de treinta mensajes anunciando llamadas perdidas. Y luego empezaron a llegar un sin fin de mensajes. Javier resopló asustado por todo lo que iba a tener que leer y por las llamadas que debería devolver.

Javier llevaba sentado en ese banco desde que había amanecido. Y de eso ya hacía casi cinco horas. Apenas había cambiado de postura. Un policía local se hacía acercado a él a pedirle la documentación. Javier le sacó la oficial de la Policía Nacional. En otras circunstancias hubiera sacado el DNI. Pero no le apetecía entrar en explicaciones y en una dinámica social. El policía se la devolvió y se despidió de él. Había entendido la indirecta.

¿Por qué estaba en ese banco?

Esa misma pregunta se llevaba haciendo desde que amaneció. No era un banco que le recordara a Ghillermo, su marido fallecido. El parque del Retiro no tenía nada que ver con su relación con él. Pero era el sitio más a mano que tenía para dolerse de las ausencias. Ese parque y ese banco sí tenía que ver con otra de sus parejas, Galder. Ese no murió pero cuando rompió su relación, le dejó el mismo vacío en el alma que la muerte de Ghillermo ahora. De aquello ya hacía tres años. O cuatro. No atinaba a concretar las fechas. Ahora la pérdida era definitiva.

Había tardado en hacerse a la idea. Durante algunos días seguía teniendo la esperanza de encontrárselo al volver a casa. Iba pensando en lo que le iba a contar, en que le iba a abrazar fuerte para olvidar los sinsabores del día. Algún día incluso llegó a gritar su nombre nada más cerrar la puerta. Cuando nadie le respondía, cuando nadie le llamaba y le decía “Estoy en el dormitorio”, la angustia de la ausencia inundaba su espíritu de tal forma que a veces, debía salir otra vez a la calle para poder seguir respirando.

Al vacío, había que unir las circunstancias de su fallecimiento. Al principio parecía que tenía relación con una operación policial. Fue una trágica coincidencia que él estuviera en medio. Y que Alberto, uno de los policías infiltrados se encontrara de frente con él, sin capacidad de evitarlo. Fue ahí cuando se desencadenó el tiroteo. Alberto intentó quitarlo de en medio, pero Guillermo sufrió un ataque al corazón del que ni todos los esfuerzos del policía pudieron sacarlo adelante. Alberto se jugó la vida, porque ni con las balas silbando a su alrededor, dejó de intentar reanimarlo.

Javier que observaba la operación a través de las cámaras de televisión, al principio pensó que había sido abatido por los disparos. Cuando logró llegar al escenario supo que no había sido eso. Es cierto que a lo mejor no hubiera sufrido ese ataque de no haber estado en medio de un tiroteo. El mismo destino que lo puso en su camino, se lo había quitado de golpe. De una forma inesperada e incluso grotesca.

Habían pasado ya unas semanas. Pero nada había cambiado en su ánimo. Al principio se había refugiado en un trabajo intenso. Llegó un momento en que no pudo más. Ahora estaba en el extremo opuesto. Llevaba unos días sin apenas ir a la Unidad. Sin tener contacto con ninguno de sus compañeros. Solo Carmen podía acceder a él y solo por unos minutos. Le pesaba la vida. Vagaba por las calles de Madrid sin rumbo. Permanecía sentado en algunos bancos situados estratégicamente en lugares sentidos para él. Horas. Aunque hiciera frío. Aunque lloviera. Aunque fueran horas intempestivas.

Vio de lejos al mismo policía local que le había pedido la documentación hacía unas horas, que le miraba preocupado. Tenía la certeza de que todos los cuerpos policiales sabían de sus circunstancias y tenían instrucciones de cuidarlo. Seguramente Carmen y Olga se habían ocupado de ello. Se puso de pie y se atusó la ropa. Empezó a caminar con decisión en dirección contraria a ese hombre. No podía seguir así. Si hasta un desconocido le había mirado con lástima… ¿Qué sentimiento produciría a sus compañeros? No era la mejor razón, pero era la que tenía más a mano en ese momento. Tendría que hacer un esfuerzo y tirar hacia delante. Tenía un proyecto de trabajo en el que había embarcado a muchas personas. No las podía dejar tiradas. Personas que habían cambiado de vida, de lugar de residencia, de costumbres por responder a su llamada. Que se jugaban la vida protegiendo a sus semejantes en casos complicados y con criminales dispuestos a todo para salirse con la suya. La guerra acababa de empezar y con seguridad, duraría muchos años.

No, no. No podía abandonarlos.

Volvió a su casa para buscar el coche. Y sin más, sin pensarlo de nuevo, no fuera a ser que se echara para atrás, se dirigió hacia la sede de su Unidad. La que él y sus amigas Olga, Carmen y Matías habían creado de la nada.

Jorge Rios.

Carmen abrió la puerta de su despacho y fue a su encuentro. Patricia le soltó el brazo y regresó a su mesa a tiempo para contestar una llamada.

-¿Estás bien? – le preguntó Carmen a modo de saludo. Luego le rodeó con sus brazos el cuello y le dio un beso en la mejilla. Había tanto amor, tanto cariño en ese gesto de su amiga que casi se echa a llorar.

Javier no contestó. Solo sonrió.

-Ven, anda. Tengo que comentarte un par de cosas. Han surgido hace un rato.

-No me digas que…

-No han intentado matar a nadie, de momento.

Carmen emprendió el camino de su despacho seguido por Javier.

-Mira.

Carmen le tendió una bolsa de pruebas con la amenaza que había recibido Carmelo en el set de rodaje. Javier lo cogió con cuidado y lo observó atentamente.

-Es una chapuza. Vaya mierda.

-No tiene huellas. No hay ningún tipo de residuo. Han tenido cuidado. Las pinturas utilizadas son corrientes. Cualquier niño las tiene en su neceser del colegio. Las fotos son de periódicos. No son actuales.

-Si no lleváramos la mochila de los intentos anteriores te diría que podría ser de un admirador de Carmelo celoso de que éste haya puesto sus amores en Jorge.

-Tampoco hay que descartarlo. Recuerda aquella vez que intentaron matar a Carmelo en la presentación de su película, justo cuando volvió al trabajo después de esos años retirado.

-Parecían fans despechados. Aunque nos quedamos con la mosca en la oreja. Esto puede seguir la misma estela. Habría que cruzar los datos de aquellos tipos con este tema. ¿Desde dónde lo enviaron?

-Desde San Sebastián de los Reyes.

-Zona norte. Relativamente cerca de Concejo del Prado.

-Carmelo y Jorge han pasado la noche en Concejo. Jorge parece que tuvo ayer una tarde … digamos que estresante. Estuvo en la Universidad Jordán hablando con el Rector. No, perdón, con el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Sobre un curso que va a dar de Escritura Creativa. Ha levantado alguna ampolla entre algunos de sus compañeros profesores que no le tragan. Y algo relativo a un desencuentro que tuvo la oficina del Decano con la editorial de Jorge.

-¿Y es relevante el tema por…? Para nuestro caso.

Carmen sonrió.

-Me ha llamado Jorge. Me ha hablado de unas novatadas que parece que han salido a la palestra. Carreras a caballito de jóvenes desnudos. Ha salido algo en la prensa, aunque no se le ha dado mucho bombo.

-¿En el mes de marzo novatadas?

Carmen se sonrió.

-Con esto de la pandemia… el caso es que Jorge piensa que es una de esas fiestas “especiales”.

-Entonces el odio de esos profesores tendría una relevancia para el caso. Volvemos a esa sociedad secreta con intereses espurios. Porque puede que alguno de ellos estuviera en el secreto. Incluso que propiciaran esa fiesta. Si Jorge tiene razón, alguien de dentro tuvo que propiciarlo. En esas fiestas hasta dónde sabemos, se mueven muchas influencias y mucho dinero. A parte de una lista kilométrica de delitos.

-Lo más curioso, por lo que ha podido indagar Hugo cuando se hubo ido Jorge con Carmelo, esos profesores enemigos del escritor son del grupo de Paula, su amiga, la madre de Martín, su otro sobrino postizo.

-O sea que la amiga de Jorge resulta que está rodeada de colegas que quieren que Jorge se largue de la Universidad. Eso no es muy coherente ¿No?

-Para nada.

-¿Qué más ha descubierto Hugo?

-Que los alumnos de Jorge están encantados con él y sus clases. Dicen que es el mejor profesor con diferencia. Se implica en las clases, da más horas de las establecidas. Aunque no obliga a ir a ellas, no se las pierde nadie. Uno de esos amigos de Paula empujó a un alumno de Jorge a denunciarlo por intentar seducirle.

-¿Quieren quedarse con sus clases? Creo que solo da una asignatura y es cuatrimestral ¿No? Eso no es para tanto, vamos. Que no quita a nadie el pan de la boca.

Sí. No ha querido dar más. Muchas veces le ofrecieron. Ahora el curso ese de Creación literaria. Está en la programación de la Facultad. Pero él no ha dicho en firme que sí. Eso ha azuzado a algunos de esos a intentar mover a los alumnos contra el curso. A que no se apunten.

-Si no se apunta nadie, no hay curso.

Carmen se sonrió antes de seguir explicándole a Javier.

-Hay lista de espera. Y todos los que se han apuntado han pagado por adelantado. Algo menos de cinco mil euros.

-Joder. Es un curso extracurricular, ¿No? Sin créditos, por la gracia de Dios. Eso es una pasta gansa.

-Es además para todo el mundo. Solo hay que tener interés y dinero. No hay que ser alumno de la Universidad Jordán.

-O sea que ese curso lo puede montar Jorge si quiere en nuestra sala de reuniones. Y nos podemos apuntar tú y yo si queremos.

-Exacto.

-Dime anda, que tienes cara de tener más sorpresas.

-Álvar ha venido casualmente esta mañana con una petición de Thomá, nuestro Comandante Gendarme preferido. Que prestemos atención y protección a dos jóvenes que van a venir al curso de Jorge. Dos primos de una familia… importante. Sus identidades con confidenciales.

-Hablarán muy bien el español. Porque cuando Jorge se pone a hablar, lo puede hacer muy rápido. A veces le va la cabeza más rápido que lo que es capaz de verbalizar.

-No hablan ni papa de español.

-¿Y entonces?

-Va a haber dos turnos. Todo esto ten cuidado porque no lo sabe Jorge. No se lo han contado todavía. Uno en francés y otro en español.

-¿Y en francés para esos dos VIP?

-Y para otros veintitrés.

-¿Franceses? ¿Veinticinco franceses dando un curso de escritura en Madrid? Por mucho que sea Jorge, y que sepamos que allí es muy considerado, no me lo creo.

-Lo ha movido el embajador.

Javier abrió los brazos.

-¿Y por qué no se lo cuentan a Jorge? Hombre, habla muy bien francés, le he escuchado en alguna entrevista y parece nativo. Pero algo tendrá que adaptar el curso… su cultura, sus referentes son distintos. Son capaces de no decirle nada y que se entere al entrar en el aula y saludarles y que todos pongan cara de no entender ni papa.

-Jorge es creativo. Es de… intuiciones de… sentir el ambiente y tirar por un lado o por otro.

-Pero hombre… no sé mucho de él, pero Jorge tampoco es de los de no prepararse nada. Por mucho que le guste palpar el ambiente y adaptarse. No va a hablar de Lope de Vega a los franceses. Les hablará de Moliere, de Dumas, de Víctor Hugo…

-Parece que parte de esos profesores están intentando preparar movilizaciones y protestas. Están empezando a hacer correr el rumor de que Jorge es un pederasta…

-O sea que quieren estar cerca de esos chicos. O al menos quieren apartarlos de Jorge. Y eso de Jorge como pederasta ¿Lo basan en algo? Porque son acusaciones que pueden llevar a una denuncia fundamentada.

-De momento todo parece estar en el mundo de los rumores.

-Pero… ¿Por qué quieren apartar a esos dos, o a alguno de los veintitrés restantes del escritor?

-Apartarlos de Jorge… – repitió Carmen – Es un matiz interesante el que propones.

-¿No se dan cuenta de que si Jorge desaparece de los cursos, ellos desaparecen también? Y el resto de franchutes. Y el resto de españoles. Cinco mil euros a parte de la estancia en Madrid durante dos meses largos. Es mucho dinero. Que en lugar de Jorge lo de José Mari González. Monta y pedalea.

-¿Sabes cuantos tiene en lista de espera en la embajada? Doscientos. Y españoles, en la Universidad anoche los cifraban en unos trescientos. El resto de esos profesores no publican, me temo. O cosas para eruditos. No son reconocidos por el público y la crítica. No olvidemos que Jorge tiene buena crítica en general. Los que no le tragan suelen centrarse más bien en los numerosos personajes homosexuales que introduce con normalidad en sus historias.

-Bueno, separemos la paja del grano. Tenemos a unos profes enemigos de Jorge. Casualmente, resulta que las instalaciones de la Universidad las utilizan para fiestas de esas… “especiales”. Al menos los “chicos desnudos” presumo que era mayores de edad. Tenemos a un grupo de franceses al parecer todos de familias muy potentes que se vienen a dar un curso de escritura con Jorge. Ahora es cuando casualmente arrecia la oposición para que Jorge de clases en la Universidad. Uno: por que esa gente quiere relacionarse con esos chicos y sus familias y sacar tajada. Y Jorge es un estorbo. Dos: Porque tengan miedo… ¿A lo que puede salir de esa interrelación? Tres: tienen miedo a que esa experiencia avive la memoria de Jorge. Y puede que la de Carmelo. Casualmente ahora aparece esa amenaza chapucera enviada a Carmelo. Y si no recuerdo mal, esa Paula fue la que se acercó en su momento a Jorge para… incluirle en su círculo de amigos. Y por lo que nos ha contado Carmelo, intentó convencerlo de que diera más asignaturas. Es asiduo a sus barbacoas famosas. Y casualmente toda su “familia” Universitaria se manifiesta en contra de “su amigo” Jorge. O Paula se convirtió en su día en un dique de contención o…

-Simplemente se acercó a Jorge para tenerlo controlado. – acabó el razonamiento Carmen.

-O un poco de ambas cosas – apuntó Aritz que se había acercado a ellos y llevaba un rato escuchando. – Así tiene excusas para explicarse en ambos bandos. Nadar y guardar la ropa. Y hay que tener en cuenta otra cosa, por lo poco que sé de este caso: la relación de esa Paula luego se vio condicionada por la pasión que cogieron sus hijos por Jorge. Si se posiciona en contra de Jorge, sus hijos…

-Bien visto. Aunque una vez controlado hubiera querido apartar a Jorge, ya no podía. Porque la relación con su familia con Jorge no la controla ella, la controlan sus hijos. – abundó Carmen en el tema. – Carmelo nos contó cuando empezamos con el caso de Jorge que queda con ellos, que van al cine, a merendar, que a veces duermen en su casa y leen juntos… la misma dinámica que tiene con Jorgito. Es más, Jorge es el confidente de Martín. Le cuenta todo. Y pueden estar un tiempo sin verse que luego le hace un resumen.

-Maquiavélico. – sentenció Javier.

-Todo alrededor de Jorge tiene una pinta de…

-Ya. Y no sabemos casi nada todavía. Entiendo cuando comenta que estaba mejor drogado sin enterarse de nada. Al menos era feliz escribiendo… y ya. Ahora, tiene que lidiar con un editor tramposo, con una editorial que cada vez tiene más pinta de ser un nido de bribones, con una amiga que le roba sus obras, con una amiga del alma que vete tu a saber lo que quiere de verdad… un ahijado en la cárcel… lo único que le salva es el amor de Carmelo. ¿Cómo acabó esa denuncia de acoso?

-En nada. Resulta que el pavo ese fue el que intentó seducir a Jorge. Era tan … loco que lo hizo delante de otros compañeros. Todos ellos fueron a declarar voluntariamente. Se debía creer irresistible. Pero Jorge le dijo más o menos que él tenía al hombre mas atractivo, más inteligente, más culto, más cariñoso, más sexy del mundo. Que por nada iba a poner en peligro su relación con él. Que no le llegaba a la altura del zapato en ningún aspecto.

-Y el pobre crío, despechado, fue a denunciar.

-Aconsejado por otro profesor, que curioso, resulta que ese si tiene cuatro denuncias ante la policía por propasarse con alumnas.

-Que al final quedaron en nada, claro está.

-Sí. Sobreseídas todas.

-Y todo esto, Carmen querida, es para que me vaya a pasear por el campus de la Universidad Jordán.

-No estaría mal. – Carmen le guiñó el ojo mientras sonreía seductora. – Puedes pasar por un alumno de primero – bromeó Carmen. Aritz contuvo una carcajada.

-Aritz ¿Te vienes? No me apetece conducir. Tu puedes ser el alumno de último curso que me sirva de guía en mis primeros días universitarios.

-Oye, oye, que no me he metido contigo. No la pagues conmigo.

-Pero te ha hecho gracia el comentario.

Javier arrugó los morros a modo de mueca chinchante.

-Claro. Vamos si quieres. – concedió Aritz poniendo gesto de resignación.

-Carmen, no estaría mal investigar un poco a la gente esa de la Uni. Incluidos el Decano de esa facultad y el rector. Para contratar a alguien de la talla de Jorge, que ya era un súper ventas cuando empezó a dar clases, pero sin titulación adecuada, tuvo que aprobarlo el rector.

-No es el mismo de ahora. El Decano sí.

-Échales un vistazo a todos.

-Pati ya lo tienen en su lista de pendientes.

-Bien. Veo que no me necesitáis…

-Pero el caso es que sí que te necesitamos. Y como te ha dicho Tere, te echamos de menos. Y por Dios, llama a Olga. No le has cogido el teléfono desde hace días.

-Lo he tenido apagado. – a Javier le salió una vocecita de niño chico al explicar su excusa.

-¡Javier! No me toques los ovarios.

-Vale. De camino la llamo. Y por cierto, dile a Hugo que insista en acompañar a Jorge en todo momento. De todas formas, vete preparando una escolta completa. Y que empiecen a seguirlo a distancia mientras ponemos en marcha la completa. Por cierto, es que antes se me ha pasado… ¿Por qué Hugo acabó en la Uni anoche?

-Porque le llamó Jorge para que fuera. Se sentía…

Javier resopló preocupado.

-Acelera lo de la escolta. Hay que tener muy en cuenta los pálpitos de ese hombre. Tanto como los de Carmelo. Manda a alguien a que le siga en cuanto puedas organizarlo. Debemos tener siempre a alguien a menos de cincuenta metros de él. ¿Dónde está hoy?

-En Madrid. Creo que tiene intención de ir a ver a Clarita, la hija de Dimas. Y luego me parece que tenía intención de ir a ver a Jorgito a la cárcel.

-Eso sería conveniente prepararlo. Para que no estén en el mismo locutorio que el resto.

-Si se decide, lo miramos.

Tere se metió por medio de ellos.

-Perdonad. No es… importante. Aunque a mi me da… un poco de tufillo preocupante. Pero ha habido un bulo de poco recorrido diciendo que Jorge y Carmelo habían muerto a puñaladas en la calle. Un bulo a través de wasap.

-¿Carmelo dónde está?

-En Londres. Se ha ido Roberto por si acaso. Uno o dos días solo. De todas formas están invitados mañana a una recepción en la embajada francesa. Aunque ninguno de los dos parece tenerlo presente.

-A lo mejor le comenta el embajador lo de ese curso en francés.

-Debería ser el Decano el que lo haga. El embajador no…

-El embajador se ha dirigido a la Universidad para pedirlo. Él ha propiciado que ese curso se lo ofrecieran a Jorge. Si no, hubiera seguido el mismo ponente. Por curiosidad, entérate lo que cobraban por ese curso el año pasado.

-O lo hubieran cancelado. Cinco alumnos tuvo el año pasado.

-Lo que yo te decía, todos, franceses y españoles se han apuntado por Jorge. De cinco alumnos a quinientos. La diferencia es apreciable. Y por mucho que cobre Jorge, que no lo creo, el curso es un soberbio negocio para la Universidad.

-Es famoso… – empezó a explicar Aritz, pero Carmen le cortó.

-Es bueno, Aritz. Muy bueno. Le he visto dar charlas sobre sus libros y las hace tremendamente interesantes. Es como Javier cuando da una charla o un curso. Habla con todos, debate desde el primer momento, no huye de ningún charco… no parece el mismo Jorge que hasta hace unos días parecía pedir perdón cuando andaba por la calle.

-Joder con el asocial. – exclamó Aritz.

-Habría que intentar saber algo al respecto de ese bulo. – comentó Javier.

-Cuando Bruno acabe con lo de Matías, le ponemos a ello.

-Vale. Mira si no que se ocupe Raúl. – apuntó Patricia que se había unido al grupo.

-Raúl está con algo de Matías también. Demos prioridad a su caso, antes de que Yudema la cague a lo grande.

-Cuando acabe tenía pensado mandarle a lo que has dicho, a vigilar a Jorge a distancia.

-Bien. Raúl es buen tío y cercano y sabe mimetizarse. Y tiene buena puntería. Que no se olvide del chaleco. Yeray, ponte el puto chaleco, por favor.

-Es que…

-Joder, hazme caso. Y dile a tu amigo que se lo ponga también. Por favor os lo pido. Kevin, no te hagas el tonto que va por ti.

-¿Tú lo llevas? – le preguntó Kevin desde su mesa.

Javier se abrió la camisa para que lo vieran.

-¿Contento? Pati, el que no se ponga el chaleco, no sale de la Unidad.

-Ok, jefe.

Javier y Aritz se fueron hacia el ascensor. Cuando entraron en él, Javier se medio derrumbó sobre la pared. Aritz le cogió el brazo.

-No tienes que ser un puto héroe, Javier.

-No puedo seguir vagando por la calle sin rumbo. O encerrarme en casa. He estado sentado en un puto banco del Retiro cuatro horas. Sin moverme.

-Joder, vete a la psicóloga.

-Ya he ido. Hasta he pensado en dimitir.

-Eso ni se te ocurra. Javier, por dios. ¿Quieres que vaya a dormir a tu casa?

-Puedes ir siempre que quieras. Tienes llaves. Es tu casa.

-Joder, … no es eso…

-No hace falta que vayas. Estaré bien.

-Vale. Me voy unos días. Como si no te conociera, joder. Llevo en el coche la bolsa del por si acaso. Y si no, te mango ropa, como hacía antes. Dame las llaves de tu coche.

Javier se las tiró para que Aritz las cogiera al vuelo.

-¿A la Uni?

-Sí. Pero no vayas hasta el decanato de filosofía. Vamos a pasear por los jardines, a ver a los estudiantes. A los profesores. Dejamos el coche en el aparcamiento de visitas, en uno de los extremos del campus.

-Sabrán que somos polis.

-Eso es lo que quiero, que lo sepan. Pero no hace falta que vayamos como los de Chicago PD, exhibiendo pistola al cinto. Que nos conocemos y eres muy dado a hacerlo.

Aritz puso su mejor cara de sentirse incomprendido. Javier que lo vio le sacó la lengua para burlarse. Cuando el comisario de subió al coche sonó su teléfono. Era Olga.

-Por fin. No se si matarte o alegrarme de que al fin hayas encendido el móvil. Joder, te necesito.

-No, de verdad, no me apetece irme a Estados Unidos. Y menos a Quantico. – bromeó Javier.

-No joder. Es que tengo un problema. Se me olvidó anular una charla que tenía en la Universidad. Es dentro de una hora.

-Dime que es en la Jordán.

-¿Como lo sabes?

-Tranquila, parece que todo confluye hoy en esa Universidad. Aunque sabes que no me gusta, ya la doy yo. ¿Cual era el tema?

-El respeto a la diversidad. El respeto a la persona. El respeto…

-Resumiendo: el respeto.

-Pero lo haces a tu gusto. No te digo nada que sabes hacerlo muy bien.

-No sé si irme a cambiar y a afeitarme.

Aritz hizo un gesto con la cara.

-Solo te ha faltado decir que huelo a sudor. – le recriminó a Aritz que sonreía guasón.

-Daros prisa joder. – gritó Olga.

-Cuelga. Venga, tira. Pon la sirena. ¿Huelo a sudor? No me contestes. Con verte la cara ya tengo bastante.

Javier marcó el teléfono de Pati.

-Mira a ver si puedes llamar a la Universidad Jordán para decirles que llegaré con un poco de retraso. Es para una charla que tenía previsto dar Olga y que se le había olvidado anular.

-Me ocupo.

-Estaba hoy en los planes del destino acabar en la Jordán.

-Eso parece. Bien mirado puede ser interesante. A ver si pescamos algo. No es la perspectiva que quería, pero puede que verlo desde una tarima tenga sus ventajas.


Capítulo 16.-

 

Cuando Ordoño le pidió que dejara su carrera por él, no lo pensó. Sus amigos y su familia le dijeron que era una locura, que no podía hacer eso. Que eso no se estilaba.

Eso les pasaba a algunas actrices al casarse. Sus maridos las retiraban para que criaran a sus hijos.

-Pero eso es otra época – le comentaban sus conocidos y amigos.

-Tampoco me gusta tanto el trabajo. – justificaba él.

Nadie le creyó. Era un buen actor. Había compartido escena con grandes intérpretes, mayores que él, y con todos se había desenvuelto con acierto y naturalidad. Y con los de su generación se había llevado bien. Con Carmelo del Rio hizo una serie en la que eran hermanos. Consiguieron que la serie estuviera tres temporadas y no hicieron más porque ellos tenían la agenda llena. Su último capítulo fue el más visto de la televisión hasta ese momento.

Ese mismo hombre que lo obligó a retirarse para casarse con él, le abandonó a los pocos meses. Resulta que su amor se basaba precisamente en eso, en que era deseado por muchos hombres y mujeres y eso le daba morbo. Tenerlo solo para él no le motivaba. Ya no lo reconocían por la calle, ya no producía esa envidia. Así que una noche del mes de enero, sin más le dijo:

-Lo nuestro se ha acabado Hugo.

Hugo no reaccionó en las siguientes semanas. Se encerró en casa, apenas comió. Hasta que llegó su madre desde el pueblo a darle dos sopapos por idiota.

-Vuelve al mundo, idiota. Eres listo, eres inteligente, eres guapo. No llores por ese viejo idiota que no supo valorar la suerte que tenía al estar contigo.

Los sopapos de su madre tuvieron su efecto. Aunque no todo fue como ella esperaba. En lugar de volver a su carrera de actor, pidió ingresar en la academia de policía.

-Policía no – dijo ella desesperada.

-Policía sí – contestó él.

-Ya tuve bastante con tu padre.

Y fue policía. Tuvo algo que ver también su amiga Lucía, que murió de una paliza de su marido. Pensaba que podría ayudar a gente como ella. Luego se enteró que Ovidio, su ex, le levantó la mano a Omar, su sustituto. Y eso acabó por decidirlo.

Jorge Rios.”

Rosa volvió a insistir al día siguiente. A media mañana después de diez intentos fallidos, Jorge Rios cogió el teléfono.

-Por favor, Jorge – suplicó una y otra vez.

Parecía angustiada. Le dijo que lo pensaría.

No sabía como enfrentarse a él. A la gente que uno quiere, aunque te hagan un ciento de perrerías, cuesta quitarles la etiqueta de personas a las que hay que perdonarlas todo. Por las que buscas justificaciones inverosímiles para no tenerles en cuenta sus puñetazos en el mentón. Más él, que no prodigaba cariños.

Tenía muchos conocidos, pero casi ningún amigo de verdad. A los únicos que los consideraba así, a parte de Nadia, aunque ahora estaba también un poco mosca con ella, eran Carmelo y Cape. Y Rosa, la madre de Jorge y Clara. Su suegra. Lo chicos, Martín y su hermano Quirce, Jorgito y Clara. Los demás no eran nada. Ninguna persona le provocaba ningún sentimiento de cariño. A veces había pensado que no era capaz de empatizar. Cuando le contaban de alguno alguna desgracia, él ponía su mejor cara compungida y exclamaba:

-¡Ay pobre! – poniendo una mirada pesarosa.

Pero lo hubiera dicho en el mismo tono que emplearía para comentar de un pino de aquella rotonda tan fea o de un pajarito cojo.

Llevaba un mes luchando contra la idea que seguía queriendo a ese chico. Que debía haber una explicación. El intuía que a lo mejor era un poco de celos. Y también que su padre le envenenó contra él, porque ese sí, estaba celoso. Dimas su editor era otro problema. No podría ser su editor si no quería hablar con él. Ahora Jorge tampoco tenía la más mínima intención de recuperar su relación con Dimas. Así que era inviable que fuera su editor en un futuro. Y eso tenía que solucionarlo ya. Tampoco quería enfrentarse a él. Sabía que su posición en la editorial dependía en gran medida del éxito de sus novelas. Llevaba unos años malos. Alguno de sus mejores autores lo habían dejado, cansados de su prepotencia y su mala gestión. Vivió mucho tiempo del prestigio que le daba ser el editor de Jorge Rios. Hacía tiempo que para muchas cosas hablaba con Esther Juárez. Y lo normal es que fuera ella la que tomara el relevo de Dimas. ¿Y si por fin se decidía y se cambiaba de editorial? Ahora sí que no había nada ni nadie que se lo impidiera.

Se debatía esa mañana entre ir a ver a Rubén al hospital o encararse con su ahijado. Llamó al hospital y le dijeron que estaban haciendo pruebas a Rubén. Así que eso lo aplazó. Lo de su ahijado le echaba para atrás. No sabía lo que se iba a encontrar ni como iba a reaccionar cuando lo tuviera frente a él. Tendría que hablar con Carmen, la comisaria. Seria buena idea que prepararan ellos la entrevista. Tampoco sabía como funcionaban esas cosas.

Al final pensó en algo intermedio: iría a ver a Clara, su hermana. Si se apresuraba, llegaba a la salida de clase al mediodía. Se decidió por ese plan. Llamó a un taxi y en veinte minutos estaba frente al colegio. Se plantó en la puerta, como siempre hacía cuando iba a buscarlos. Por un lateral salían los compañeros de Jorgito. Lo miraron y bajaron la vista. Hacía un mes lo hubieran saludado y le hubieran preguntado por el libro nuevo. Solo Ignacio no bajó la mirada y lo saludó decidido.

-Me alegra verlo de nuevo.

-Gracias Ignacio.

Bajó su mochila sin acabar de descolgarla del hombro y sacó un ejemplar de su último libro.

-¿Me lo dedica?

-Vaya, esto no me lo esperaba.

Ignacio se había parado a su lado, pero el resto de compañeros habían seguido andando.

-¿Les he hecho algo? – preguntó mientras sacaba un bolígrafo de la funda de su portátil, que llevaba colgada al hombro.

-No se lo tenga en cuenta. Con lo de Jorge, no saben como comportarse. Ha sido un palo.

-Es un palo sí. Aquí tienes tu dedicatoria.

-Gracias. ¿Cómo está Jorge, por cierto?

-No he ido a verlo. Su madre me dice que no muy bien.

-Es buen tío. Me cae bien. Somos colegas.

-Lo sé. Si le veo, le daré recuerdos tuyos.

-Gracias – dijo mientras levantaba su mochila una vez guardado el libro en ella.

Jorge volvió a apoyarse en la verja. Jugueteaba con las cosas que llevaba en los bolsillos del gabán. De repente le llamó la atención un objeto pequeño, que parecía una pastilla médica. La sacó y efectivamente, lo parecía. Pero no estaba ahí hacía un rato. No era suya, eso desde luego. Levantó la vista y siguió a Ignacio mientras se alejaba. Había alcanzado a sus compañeros e iban todos juntos. Alguno de ellos se giraba de vez en cuando para mirarlo. Pero al ver que él los estaba observando, volvían a mirar hacia delante.

Dejó de observarles mientras acariciaba el objeto en su bolsillo. Miraba ya hacia el otro lado, a la puerta por la que saldría Clara. Miró el reloj, ya era la hora. Empezaron a salir en ese momento. Reconoció a varios compañeros de Clara. Y casi al final, salió la joven. Iba sola, lo que extrañó a Jorge. Siempre solía ir con un grupo nutrido de chicos y chicas, de los que se separaba corriendo al verlo. Ahora también lo vio, pero no corrió. Iba hacia él pero sin cambiar el ritmo de su caminar. Escuchó el aviso del móvil de haber recibido un wasap. Por el tipo de sonido sabía que era de alguien cercano. Lo sacó y miró:

Clara – Tío, quedamos en dónde siempre. A las 19.”

Levantó la mirada. Su sobrina no llevaba el teléfono en la mano.

Volvió a mirar el mensaje antes de guardar el teléfono en el bolsillo.

-Tío – la joven había llegado a su altura y se había abrazado a él. Se echó a llorar desconsolada. Jorge la abrazó fuerte y ella respondió de la misma forma.

-¿Quieres que comamos juntos?

-No puedo. Tengo que ir a casa. Mi padre está tocapelotas. Y mi madre está callada.

-Andamos un poco entonces. ¿Qué haces hoy a las siete? – preguntó como por casualidad.

-Tengo ensayo. Como estrenamos dentro de un par de semanas, la profe nos ha puesto más ensayos. Y es una bobada, porque nos sale de vicio. Verás la obra de teatro que hemos montado. Va a ser genial.

-¿Y qué tal estás?

-Joder, mal. Jorgito en la cárcel. Y por darle una paliza a un colega tuyo. Es alucinante. La poli se ha equivocado, tío. Él no haría eso. Y menos a un amigo tuyo. Si te quiere con locura. Te lo juro, tío, te quiere con locura. Nos peleamos por ello a veces. Le digo que no te acapare tanto, que yo también tengo derecho. Y me sale siempre con lo de que “Yo soy el ahijado, no tú”. Y acabada la discusión.

-Pero sabes que te quiero igual. Eso solo es un título. El cariño se lleva aquí – y le tocó el pecho. – en el corazón. Y él lo dice para picarte, fijo.

Clara se paró.

-Tío, te vas a tener que ir. Papá estará en casa esperando y no quiero que te vea si mira por la ventana.

-Vaya. Está entonces irascible.

-Está inaguantable. No hace más que ponerte a parir. Dice que te va a destruir. Pero no le hagas caso. Eso se lo he oído desde pequeña. Tío, dame un beso.

Se lo dio. Y un abrazo.

-Vete, no se de cuenta tu padre. Otro día me acerco.

-¿Me lo prometes?

-Claro.

La siguió con la mirada. Clara no se dio la vuelta, porque ya estaba a la vista de las ventanas de su casa. Que triste. Dimas quería destruirlo. Siempre lo había buscado. ¿Y como quiere hacerlo? ¿Lo habría intentado antes? Debía preguntarse si era el responsable de toda esa movida. Pero por muy mala persona que fuera, por mucho odio que le profesara, no se creía que hubiera metido en eso a su hijo. A no ser que tuviera algo en contra del chico, a parte del cariño que profesaba a su padrino.

-Pero ¿Un padre normal puede odiar a su hijo hasta el punto de buscarle la ruina? – se preguntó en voz alta.

Y eso, Jorgito adoraba a su padrino. No le haría daño por nada. Sentía que eso era así. Era como lo de la intuición que habló el otro día con la inspectora Polana. Sacó el teléfono y llamó a su nuevo asistente.

-Ya era hora. Pensaba que me había despedido – contestó Hugo con tono de guasa. – Y eso que ayer perdí el culo por llegar a la Uni en cuanto me llamó.

-Perdona, me entretuve esta mañana con Carmelo.

-Vaya, o sea que ya sabe mi secreto. Carmelo seguro que le ha contado.

-Uno de tus secretos. Tendrás muchos más.

-No. Soy muy aburrido.

-Ya. No me creo nada. – pensó en decirle que entonces ficcionaría una vida para él, pero era muy pronto para tomarle el pelo de esa forma. – Te he mandado un guion al correo. Es de Cape y tu ex-compañero. Échale un vistazo. Te he mandado también las adendas de la novela. Son relatos escritos de algunos personajes secundarios para darles forma que luego no salen en la novela. A ver si eres capaz de organizarlo todo y ver como quedaría el guion. Pensé en mandártelo ayer pero no encontraba las Adendas.

-Eso es un trabajo largo.

-Así tienes algo que hacer. Oficialmente eres mi secretario ¿no? Te mandará un correo un hombre que me encontré ayer por la mañana o antes de ayer ya no sé ni en que día vivo, y que no llevaba el libro para dedicárselo. A ver que puedes hacer. Antes de eso, me ha pasado algo y necesito investigación.

Jorge, después de despedirse de Clara, había empezado a andar sin un rumbo definido. Iba entretenido pensando y observando a la gente con la que se cruzaba. Por un momento tuvo la impresión de vislumbrar tras unos setos a Roger. Pero cuando fijó la vista, solo vio a un hombre de mediana edad esperando al autobús.

Mientras hablaba con Hugo, entró en un parque. Se sentó en un banco y le explico detenidamente su entrevista con Clara y el wasap que había recibido. Le dijo el lugar dónde solía encontrarse con los chicos algunas tardes. Era secreto, pero parecía que había dejado de serlo.

-E investiga a Ignacio, un chico compañero de mi ahijado. No recuerdo el apellido. Pero ha metido en mi bolsillo, mientras le firmaba un libro, un pequeño objeto. Es del tamaño de una pastilla de omeprazol, por ejemplo. Y será por eso que desde hace un rato, me sigue una mujer de mediana edad. A lo mejor es una compañera tuya.

Tuvo la tentación de hablarle de Roger al que creía haber visto también, pero decidió mantenerle al margen de momento. Además, no estaba seguro de que fuera él. Y en todo caso, sabía que estaba de su lado.

-Era yo el que debía estar con usted. Dígame dónde está – el tono del policía había tomado un cierto grado de preocupación.

-Tienes razón. Estoy en el parque, cerca de casa, sentado en el banco ese que se ha hecho tan famoso por la boda que se celebró aquí hace unos meses.

-Mientras habla conmigo saque una foto a esa mujer y mándemela.

-La foto está sacada ya. Y te la acabo de enviar.

-Mejor es que no cuelgue por si acaso. Iremos hablando. Ya estoy en el coche.

-Vale. Pues cuéntame algo de ti, Hugo.

-En otro momento. No quiero que escriba tan pronto una novela sobre mí. En cambio puedo contarle que en la editorial ha habido movida. Del director con su editor. Ha habido voces. Creo que le han despedido.

-Vaya. Se me ha adelantado Narcís.

-Así no tiene que pelearse con él. Mejor ¿no?

-No conoces a Dimas. Verás como me busca. Es ahora cuando hay que tenerle miedo.

-Ya he llegado al parque. Siga hablando, yo voy con auriculares. Ya veo a la mujer. Mis compañeros Yeray y Kevin llegan por el otro lado. Se han sentado al lado de ella. Van a proceder a identificarla.

-Lo veo.

Jorge mantenía la calma. Luego pensó que en realidad no había sido consciente del todo de la situación que estaba viviendo. Le parecía todo una película. Como si de repente se metiera dentro de ella y asistiera a la acción como espectador privilegiado y de primera fila. Ahora sí, vio claramente a Roger. Estaba en un pequeño alto, protegido detrás de un pequeño muro que servía normalmente de asiento para cuadrillas de jóvenes. No lo veía, pero Jorge estaba seguro que Roger tenía su rifle de precisión a punto. Estaba atento a la mujer.

Hugo llegó corriendo al banco donde estaba sentado Jorge. Mientras, unos bancos más a la derecha, Yeray y Kevin pedían la documentación a la mujer. Ésta se levantó de un salto e intentó escapar. Cuando se vio acorralada, sacó de la espalda una pistola y disparó a ambos. Dio en los blancos, pero llevaban chalecos, aunque los impactos hicieron que ambos cayeran al suelo inconscientes. De repente, la tiradora se giró hacia el banco dónde estaban Jorge y Hugo. Levantó la pistola y disparó hasta cinco balas seguidas. Hugo se tiró en plancha sobre Jorge. Los dos cayeron al suelo. Hugo giró sobre sí mismo alejándose de Jorge y se incorporó con su arma, apuntando hacia la mujer. Fue a disparar pero ella ya no estaba. Había desaparecido. Aunque estaban llegando refuerzos y el parque prácticamente estaba rodeado, la mujer les dio esquinazo.

Jorge miró hacia donde había visto a Roger hacía unos instantes. Apenas vio como se alejaba. Se dio la vuelta antes de perderse entre el gentío de la calle y cruzaron sus miradas. Roger le hizo una mueca. Parecía estar enfadado con él mismo por no haber abatido a la mujer, o eso creyó interpretar Jorge. Mientras estaba protegido bajo el cuerpo de Hugo se fijó en que la mujer parecía haber recibido un disparo en el hombro. Pero no fue suficiente para tumbarla. Siguió corriendo en su huida.

-Creo que es mejor que nos vayamos de aquí – dijo Hugo ayudando a levantarse a Jorge y mirando a su alrededor.

Los dos caminaron a paso decidido hasta el coche de Hugo. Este iba con la pistola en la mano y mirando atentamente hacia todos los lados. Lo había dejado en la acera, en el borde del parque. Los miembros de una patrulla de seguridad ciudadana de uniforme se acercaron para identificarlos. Hugo enseñó sus credenciales y les pidió que les siguieran en su coche para prevenir posibles ataques.

-Vale, Carmen. Vamos a la Unidad. Nos sigue una patrulla de la ciudadana. – gritó Hugo al teléfono, mas que hablarlo.

-Javier Marcos nos espera en comisaría – le indicó a Jorge nada más colgar.

-Vaya, he subido de nivel.

-Para eso, lo mejor es que te siga una asesina y que abatan a disparos a dos de los ayudantes del comisario. Eso le suele molestar mucho.

Iba a decir una gracieta, pero pensó que no era adecuado. Pensaba que no habían sido heridos de gravedad, pero no estaba seguro. No quería meter la pata si eso no era así. Tampoco quería indicarle que la mujer estaba herida. Eso hubiera supuesto descubrir a Roger.

-A partir de ahora no me separaré de usted.

-No me gustaría que te pasara nada por mi culpa. Ya tengo a un chico en el hospital y a dos compañeros tuyos camino de él.

-Es nuestro trabajo.

Le daba igual que fuera su trabajo. No era una sensación que le gustara. No era alguien importante para tener a tanta gente dedicada a su seguridad. Le incomodaba toda esa situación. Y todavía quedaba esa cita misteriosa a las 19 horas. Quedaban casi 4 horas. Ya estaba agotado. Ahora entendía a Carmelo y a Cape.

Gorka había salido esa noche. Una más. Esta vez la casa de la fiesta estaba en la sierra de Madrid. Piscina climatizada, mucha gente guay. Música alta, muchas bebida y otras cosas. Cuando la furgoneta le dejó en la puerta con otros “invitados”, todavía el ambiente estaba frío. Las ropas seguían sobre casi todos los cuerpos, salvo en los de un grupo de chicos en la piscina que ya estaban en calzoncillos. Bailaban insinuantes en una esquina. Varios tipos los miraban con interés y algo de deseo. Uno de ellos, bien vestido y con un copazo en la mano de un color indeterminado, por la ginebra o por la tónica se acercó a uno de los bailarines. Le tocó en el hombro y este se giró. Le sonrió y empezó a bailar para él. El tipo le agarró del mentón y le besó. El chico no dijo nada, solo siguió bailando y contestó al beso.

Jorge Rios.


Capítulo 17.-

 

-¿Esto es lo que se entiende por una pequeña charla?

Aritz expresó en palabras lo que la cara de Javier y la suya propia mostraban a quien quisiera verlas. La charla era en un auditorio para más de cuatrocientas personas y aunque no se veía el fondo de la sala con nitidez, no parecía haber ningún sitio libre.

-Recuérdame que luego llame a Olga para decirle un par de cosas.

-Luego será de madrugada allí.

-Que se joda y se despierte.

Nada más llegar les había recibido el rector, D. Joaquín Pueblo. Aunque según le había comentado Patricia al principio estaba molesto, al saber que Javier se iba a encargar de la charla, aparcó su decepción y la cambió por una alegría desbordante. Era claro que conocía su estatus en la policía y que era consciente de que iba a ser una charla casi única, porque Javier no se prodigaba en ese tipo de actos. También se acercó a saludarle Jacinto Penas, el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Iba acompañado de su secretario, Ely Andueza, un joven muy resuelto. Le extrañó a Javier que fuera tan joven. No le echó más de veinticinco años.

-Luego a lo mejor podíamos charlar un rato – le pidió Javier.

-Claro – aceptó encantado el joven.

-Me han dicho que conoces a Jorge Rios.

-Claro. Ayer mismo estuvo aquí hablando con el decano. Es un hombre muy agradable y educado.

El Rector en persona se subió al estrado a presentar a Javier. Hizo un repaso por su historial profesional. A Javier le extrañó que fuera tan exhaustivo.

-No se ha olvidado de nada – murmuró en su oído Aritz.

Hubo una salva de aplausos, aunque también hubo unos cuantos silbidos. No parecía que todo el auditorio fuera partidario.

-Hola a todos. Pediros perdón lo primero por la ausencia de Olga Rodilla. Pero en cuanto pueda, os compensará con su presencia.

Hubo unos pocos aplausos que Javier atajó.

-Antes he podido escuchar que no todos parecéis estar en consonancia con el tema de hoy. Por aquella zona ha habido unos cuantos silbidos… a lo mejor es porque soy policía.

-La policía es fascista. – le gritó una joven.

Javier cogió el micrófono y se fue hacia ella.

-Dime, por qué yo soy un fascista.

-La policía reprime las libertades. ¡Viva la libertad!

Parte del grupo de personas que la rodeaban la apoyaron gritando la misma consigna.

-Antes de nada pongamos las definiciones claras. ¿Que es libertad?

-Hacer lo que cada uno quiera. Sin límites.

-¡Ah! Entonces si me apetece tocarte un pecho, te lo puedo tocar ¿No?

-Te parto la crisma.

-Es mi libertad tocarte el pecho.

-Te parto la crisma.

-¿Y si soy más fuerte?

La chica le intentó hacer una llave de yudo, pero Javier la contrarrestó y la chica acabó en el suelo con la rodilla de Javier sobre el cuello.

-Ahora ¿Qué pasa? Te puedo tocar el pecho o lo que quiera.

Javier se apartó y la ayudó a levantarse.

-Tú, dame tu cartera.

El joven al que se había dirigido se la tendió.

-Me la quedo.

Javier se dio la vuelta para irse hacia el estrado de nuevo. El joven salió corriendo detrás de él. Le agarró del cuello pero Javier le neutralizó sin problemas.

-Si soy más fuerte ¿Como vas a conseguir recuperar tu cartera? Tranquilo, la tienes en el bolsillo de tu chamarra. Y tranquilo, los secretos que llevas en ella están a salvo.

El joven metió la mano y sacó su cartera. No se había dado cuenta que se la había devuelto. Pareció sentirse aliviado.

-La libertad está en nuestro ADN. Pero siempre debe tener un límite y es la libertad del que está a tu lado. Y cuando ese límite se traspasa, para eso está la policía. Para defender a los que no pueden hacerlo por si mismos. Para defender a todos, sobre todo a los más débiles. Imaginaros que vuestra compañera tuviera que defenderse por si misma, partiendo la crisma de su agresor o vuestro compañero, persiguiendo al ladrón de su cartera. Sería la ley de la selva.

-Eso es una patraña – gritó otro chico en el otro lado del auditorio. Javier se fue decidido hacia allí.

-Cuéntame por que piensas eso.

-Todos lo saben que la policía protege a los poderosos. Todos salen de rositas.

-Parece que hablas de un caso en particular.

El joven contó el caso de un atropello. El atropellado era una mujer de mediana edad que iba a incorporarse a su trabajo en el Metro de Madrid.

-El tipo se había saltado el semáforo en rojo y había embestido a la mujer y casi a un grupo de jóvenes que acababan de salir de la disco. El conductor iba borracho. La mujer estuvo casi tres meses hospitalizada. Uno de los chicos estuvo también de baja por el susto. Le dio un ataque de ansiedad y estuvo en tratamiento porque no se atrevía a salir de casa. El tipo se fue de rositas porque era hijo de un juez.

-Luego cuando acabemos me das los datos que tengas de ese caso. Y le echamos un vistazo. Hay un problema… tengo un amigo que es actor. Todos habéis visto sus películas seguro. Es Carmelo del Rio.

-Está bueno el jodido – dijo una chica que no podía disimular que era fan convencida.

-Eso también. – se sonrió Javier – Una vez hizo de policía en una película. Muchos compañeros míos le odian desde entonces porque en esa peli, hacía de un policía que era corrupto. Y tendemos a generalizar. Tu estás haciendo de un mal policía, pero no significa que digas que toda la policía es mala. Ni siquiera la mayor parte de la gente que trabaja. Perdón, ha quedado confuso. Me explico. El otro día salió la noticia de que habían detenido a un grupo de policías que traficaban con drogas. Entre mis amigos policías no hay ninguno que lo haga. Si lo hubiera y yo supiera, estaría detenido. ¿Hay malos policías? Sí. Como hay malos médicos, malos jueces, malos ingenieros, malos barrenderos… malos desempeñando su trabajo y malos como expresión de comportamiento.

-Eso son excusas.

-¿Trabajas?

-Sí. En un bar que está además cerca de tu casa. Sueles ir a…

-¡Ah! No te había conocido Jimena. Tú eres buena en tu trabajo. Eres educada, eres amable. Pero tienes un compañero que… te lo juro, cuando veo que él está en la barra, me dan ganas de darme la vuelta.

-Ya. Luis. Está pallá.

-Cuando me refiero a tu bar, no digo que todos los empleados de ese bar son unos hijos de puta inútiles y malas personas. En todo caso diré que Luis es un cabrón que además no sabe ni poner una Coca-cola en condiciones.

-A veces es desagradable, sí.

-¿Qué pensarías si me oyeras decir: todos los que trabajan ahí son unos hijos de puta?

-Pero no es lo mismo.

-¿Por qué?

Javier fue en busca de ese que había hablado.

-Lo único que cambia es que no eres policía y desempeñas otra profesión ¿Trabajas?

-No.

-Eres estudiante.

El chico afirmó con la cabeza.

-El otro día salió la noticia de unas novatadas en esta Universidad. Yo, siguiendo tu forma de pensar diría ahora: Todos vosotros sois unos hijos de puta que os divertís humillando a los compañeros.

-Eso no fueron novatadas.

A su alrededor empezaron a darle codazos para que se callara. Javier miró a Aritz que entendió. Luego se acercaría a hablar con él.

-A mí me da igual. Como han dicho que es lo que fue, pues me parecéis todos unos … humillar así a la gente… que mal ¿No?

Javier volvió al estrado. Se sentó en el borde.

Amancio estaba en lo alto de la escalera. Vivía en el primer piso. Todavía no era muy tarde pero sus vecinos eran de estar pronto en casa. Por eso le había dicho a Guillem que viniera a esa hora.

Había conocido a Guillem hacía escasos días. Pero su amistad había progresado con bastante rapidez. A Amancio le costaba hacer nuevos amigos. Pasaba una cosa: no le apetecía contar nada de su vida. Para él no había nada que contar. No quería dar pena. Solo podía contar como era un pobre hombre que nunca había sido capaz de hacer frente a su forma de ser. Nunca había sido capaz de gobernar sus circunstancias. Siempre se había sentido agredido. Sí, agredido era la palabra.

Desde pequeño tenía gestos amanerados. El primero que no lo soportaba era su padre. Siempre estaba con eso de “sé un hombre cojones”. Sus padres se divorciaron pronto. Él y su hermano Pablo se fueron a vivir con su madre. No volvieron a ver a su padre. Al menos mandaba regularmente su pensión de manutención.

Enseguida empezó a sufrir acoso en el colegio. A vueltas con que era marica. Por su amaneramiento. Además, aunque quisiera disimularlo, si se ponía nervioso todavía le salía más exagerado. Insultos, alguna colleja en los pasillos…

Aquello acabó cuando a su madre la destinaron a Madrid. Al menos en el colegio y en el instituto no tuvo esos problemas.

Pero ya era tarde. Ya se había encerrado en sí mismo. Lo mismo pasó en la carrera. Ahora, en su primer trabajo, la cosa no iba mejor. Hasta que llegó un nuevo compañero. Guillem. ¿Por qué pasó? No lo sabía. Los dos se quedaron mirándose cuando el jefe los presentó. Se dieron la mano ceremoniosamente. Y luego cada uno a sus tareas. Pero cada vez que se cruzaban, había como… interés.

Al cabo de un par de semanas, Guillem se acercó a su mesa y se sentó en una esquina.

-Te invito a una cerveza. ¿Hace?

-¡Ah!

Se quedó tan descolocado que no supo que decir.

-¿Hace? – repitió Guillem sonriendo.

-Ha… hace.

La cosa no fue mal. Al menos habían hablado. Al menos Amancio había podido articular frases comprensibles. Y se habían reído. Cuando Guillem se levantaba a pedir, Amancio se lo quedaba mirando. Nunca le había pasado con ningún hombre ni mujer. Le gustaba Guillem. Esa última ronda, cuando Guillem volvió a la mesa le dio un suave pico en los labios. Amancio sintió como una oleada de entusiasmo en todo su cuerpo. Sonrió como un tonto y le pegó un gran trago a su pinta de cerveza.

Las citas fueron sucediéndose. Ya cada día al salir del trabajo, iban a tomar algo. Luego a veces, se iban a cenar algo rápido y alguna vez fueron a una discoteca. Esos besos de Guillem cada vez eran más frecuentes. Y ya alguna vez, Amancio se atrevía a darlos también.

-¿Y si vamos a tu casa? Es que yo vivo con mis padres. – dijo Guillem.

Ahora Amancio estaba asustado. ¿Y si los vecinos les veían? ¿Y si luego le increpaban como en el colegio? ¿O eran como su padre? Estaba atento para abrir la puerta corriendo y meter en casa a Guillem sin que le viera nadie. Ahora que había conocido una amistad así, no podía permitirse perderla. Una amistad y quizás… algo más.

Jorge Rios.”

-En todos esos casos que hemos hablado, la diferencia es el respeto. La libertad tiene el límite del respeto por la libertad del de al lado. Respeto. Respeto. Respeto. Del vecino. Del amigo. De la amiga. Respeto. Es un concepto fácil de entender. Pero a la vez, poca gente alcanza a comprender lo que significa de verdad. Es como todo. Pedimos respeto para nosotros, entendemos muy bien el concepto cuando se trata de pedir respeto para nosotros, para nuestras decisiones, para nuestra forma de ser, pero… pero… ¿Respetamos nosotros al resto? ¿Ponemos a la misma altura en nuestras prioridades respetar las decisiones de los demás, respetar la forma de ser de nuestros convecinos, ¡De nuestros amigos! la ponemos, repito, a la misma altura que la nuestra? ¿Comprendemos de la misma forma a los demás que pedimos al resto que nos entiendan a nosotros? Con decir, como habéis comentado antes “no es lo mismo”, lo justificamos todo.

-¿Respetas a una chica si te dice que no quiere follar contigo? ¿Respetas a un chico que te dice que es gay, si tu piensas que los homosexuales son lo peor? ¿Y si una amiga te dice que le gustan las mujeres? ¿La respetas? ¿No se te ocurriría decir, por ejemplo, comentarios como: “es que eso es porque no has probado una buena polla”? Aunque eso mismo podía decirse de ti que no te gustan los homosexuales, que no entiendes como a un hombre le gusta otro hombre. Si a ti te dice un chico: “es que no has probado una buena polla”, dirás que ese es un degenerado, un marica que habría que meter en la cárcel… y con suerte le sueltas una hostia. Pero no caerás, no te darás cuenta que el mismo comentario lo has hecho respecto de una chica que te has enterado que le gustan otras mujeres. “No es lo mismo” “No es lo mismo”, diréis. ¿Cómo que no es lo mismo?

-¿Respetas a los que tienen sobrepeso? ¿No te burlas de ellos? O les haces el vacío porque no son guays. Porque en clase de gimnasia no pueden seguir el ritmo, y no pueden subir la cuerda o saltar el potro. ¿O los que son apocados? Los que parecen asustados… porque son tímidos, porque les cuesta hacer amigos, que bien sienta a veces percibir que eres superior a otros ¿Verdad? Ver la cara de miedo que ponen cuando te acercas a ellos, sentir incluso sus temblores… humillarlos en medio de todos, o llevarlos al baño para humillarlos más todavía… alguno incluso pensará que como es tímido es que es marica… así doble humillación… “A partir de ahora te vamos a tratar como a una princesa” – Javier puso el tono de burla que tantas veces había escuchado en su época de estudiante – Lo malo es que casi siempre, igual que hay alguien más débil que tú, hay alguien más fuerte que tú. Puede que no lo encuentres de inmediato, pero algún día llegará. Y el momento ese en que ahora disfrutas poniendo el pie en el cuello de un compañero, puede que se cambie por otro en el que tú eres el que está tirado en el suelo, con el pie de otro pisándote la cabeza y haciéndote comer la mierda que hay en el suelo.

Ely le había acercado sin que se diera cuenta un vaso de limonada. Javier al verlo sonrió agradecido. Bebió un buen trago antes de dejar otra vez el vaso a su lado.

-¿Sabéis el problema cual es muchas veces? Que la gente diferente nos da miedo. Porque no sabemos. Porque no conocemos. Si eres hombre y te gustan las mujeres, no entiendes como a un hombre le puede gustar otro hombre. Y en todo caso, piensas que le gustan todos los hombres y que te va a asaltar en cuanto te des la vuelta. Es muy común esa coña, cuando un grupo de machos alfa dicen: “huy, poneros con el culo pegado a la pared que hay mucho marica por aquí, no vaya a ser que se te cuele…” – otra vez Javier puso ese tono de burla. – Pero tú no asaltas a todas las mujeres que te encuentras. ¿O sí lo haces? ¿Por qué lo va a hacer un gay con todos los hombres? Yo soy gay. Sí, sí, no me miréis así. ¿Un poli no puede serlo? ¿Un poli que se ha defendido con éxito hace un momento? Hay boxeadores gays, toreros gays, futbolistas gays, aunque eso sea un anatema. Hay gays que son afeminados y otros que no lo son. Hay gays que les gusta el arte, y otros que ni saben ni les interesa. Lo que quieren es ver ganar al Madrid. Y punto. Pues sí, soy gay. Y os puedo asegurar que en esta sala, no cuento más de cinco que me gusten como para entrarles de primeras e intentar ligármelos.

-Seguro que uno es ese que te acompaña – le picó Jimena, la camarera del bar cercano a su casa.

-Eso es trampa. Juegas con ventaja. Nos has visto de toda la vida.

La joven se rió.

-Aritz no estaba en esos cinco. – Javier retomó su argumento – A ver, cinco entre cuantos seréis, ¿Ciento ochenta? ¿Doscientos hombres?

-¿Yo estoy entre ellos? – bromeó el chico al que le había quitado la cartera.

-No sé que decirte. No parecías estar por la labor de estar cerca de un poli hace un momento. Me has intentado agredir.

-Pero me habías chorizado la cartera.

-¿Y de verdad pensabas que me la iba a llevar, con todos estos testigos?

-Por ti me haría fans de la policía – bromeó el chico.

Javier se fue decidido hacia él. El chico en un primer momento, se puso nervioso, no sabía que iba a hacer Javier. Pero luego, según Javier se aproximaba, le echó morro y cuando Javier estuvo a su alcance, le trajo hacia sí y lo besó en la boca.

-Joder, besas bien inspector.

-Tú tampoco besas mal, no. Luego me das tu teléfono…

-¿Y yo que? – dijo otro chico en el otro lado…

-Voy si quieres y hacemos la prueba del algodón…

-En serio. Perdona, el del beso. Dime al menos como te llamas.

-Sergio.

-Encantado. Yo me llamo Javier.

Todo el auditorio se echó a reír.

-Me debes una cita que conste – le recordó Sergio.

Javier asintió con la cabeza y le señaló con el dedo.

-Volvamos a dónde lo dejamos. – Javier se calló hasta que el bullicio que había despertado sus bromas cesara – A ver, dejemos el tema de Sergio y mío. Hemos empezado nuestra relación en público pero la continuaremos en privado.

-Mejor, sí – dijo Sergio en voz alta. No dejaba de recibir palmadas en las espalda.

-Me da que has convertido a Sergio en el ídolo de todo el campus. Creo que tú hubieras tenido hoy no menos de cien proposiciones – bromeó Ely con él. – Yo porque tengo novio, que si no…

Javier le dio un puñetazo de cercanía en el pecho.

Está el tema de las mujeres para los machos alfa. A veces veo las estadísticas y me da pena. Me da pena que haya jóvenes que sigan considerando a las mujeres como… objetos a poseer. La excusa de las generaciones anteriores a la mía, incluso para la mía aunque no dista tanto de la vuestra, era que ese concepto, era culpa de la educación. Un problema añadido es que tanto a hombres como a mujeres en general las educan las mujeres. Es un rol que ahora sí es más claro que se comparten esas labores, pero hasta no hace tanto… en todo caso el hombre “ayudaba”. Eso y mis cojones…

-¡¡Cuarenta y tres!! – gritaron un grupo de profesores.

-Pareces un crío, Javier, pero…

-Me han educado personas muy mayores – se rió Javier.

-Luego esto lo voy a contar, que lo sepas – le amenazó Aritz desde su refugio en el lateral. Javier le respondió con una pedorreta.

-Las mujeres y los hombres somos diferentes, no hace falta más que mirarme a mí y mirar a Paula, vuestra profesora. Pero ella y yo tenemos los mismos derechos. Y sobre todo, tenemos derecho a que nos respeten. Como hombre o mujer y como persona. Como policía y como profesora. ¿Por qué te sientes agredido simplemente por pensar que un hombre pueda desearte y tu crees que todas las mujeres deben sentirse halagadas de que tú las desees a ellas? Lo piensas, porque no entiendes cuando te dicen ¡¡No!! ¡¡No quiero follar contigo!! ¿Tú eres de los que piensan que un beso te abre la cama de ella? O de él, vaya. Que también hay violaciones de chicos. A manos de chicos y a manos de chicas. Estadísticamente es muy minoritario. Pero cuidado. Que esos roles son nuevos. No me extrañaría que de aquí a dentro de unos años, esos casos serán más significativos.

En ese momento, Javier propuso debatir todas esas cuestiones. Pidió la ayuda de Ely y de Jimena con los micrófonos. Así el podía mantenerse a la vista del resto de la sala. Y sobre todo, no tendría que estar de pie y podría permanecer sentado en el escenario. Empezaba a estar cansado. De hecho, llevaba ya un rato largo en el que levantarse era un acto de fe. El último paseo para seguir con la broma de ligoteo de Sergio, le había supuesto que le doliera cada uno de los músculos de sus piernas.

Al poco de empezar el debate, todo parecía llevar al tema de esas novatadas. Eso en el fondo, le interesaba a Javier. Pero no logró llevarlo por el camino que más le hubiera convenido para su investigación. El debate derivó en acoso a los débiles. A los gordos. A los bajitos. A los que tenían una pierna más corta que otra y cojeaban o a los que no eran agraciados físicamente.

-¿Quién te dice a ti que eres guapa?

-Pues yo, no te jode.

Javier se echó a reír y le siguió casi todo el auditorio.

-Yo también pienso que soy guapo. – afirmó bromista Javier.

-Estás para mojar pan inspector. – dijo una voz masculina que no logró identificar.

-Joder, de momento estoy pillado, ya lo siento. Si no te hubiera dicho que me llamaras. – le invitó Javier. – Te hubiera invitado a tomar una zarzaparrilla.

-No me jodas, eso es de tiempos de tu abuelo – exclamó el mismísimo rector, que estaba disfrutando del acto.

-Es cierto. Mi padre lo contaba de la época de mi abuelo. No sé ni lo que es.

Los teléfonos de Aritz vibraron. Se había quedado con el de Javier, por si llamaba alguien durante su charla. Salió un momento del auditorio para poder hablar sin molestar.

-¿Pero como evitamos todas esas situaciones? – preguntó una chica sentada en un lateral, cerca de la tarima.

-El problema es que a esos abusadores, a los que no respetan a los demás, la gente de alrededor les jalea. Eso es casi tan malo como ser un abusón. Si tú jaleas y te ríes cuando alguien pega a un gay, o zarandea a un joven que va en silla de ruedas o se mueve con muletas, le estás dando alas. No hay que ser héroes. Pero sí a lo mejor ponerlo en conocimiento del profesor, o de la policía.

-Los profesores no hacen nada. Y la policía… a veces tiene cosas más serias…

-Quizás tengas razón. Pero ¿Te has puesto a pensar que puede que como nunca ha ido nadie a contarle esas cosas, no sepa como actuar? Es una pescadilla que se muerde la cola. Pero si vais unos cuantos a quejaros, ese profesor procurará enterarse de las mejores maneras de afrontar ese problema. Y el jefe de estudios procurará entonces crear un protocolo de actuación para casos así. Y procurará que todo el personal de la Universidad lo conozca. Y respecto a lo de la policía… ahí he de reconocer que a veces… es cierto que no tenemos todos los medios que quisiéramos. Y lo pagan estas, en apariencia, pequeñas cosas. Pero es que… estas pequeñas… cosas, puede que luego deriven en delitos más graves.

Aritz entró de nuevo en el auditorio. Le hizo un gesto para que abreviara. Por el gesto que tenía, para Javier fue claro que había ocurrido algo grave.

-Quizás sea el momento de dejar este debate por hoy. Pero si el rector está de acuerdo, volveré otro día y lo retomamos. Me ha parecido interesante. Una cosa os quiero decir antes de irme. Parece que asuntos policiales me requieren con urgencia. Si os pasa que vais a denunciar algo a una comisaría de Policía, de la Guardia Civil, de la Ertzantza, de la Policía Foral… si veis que algún policía no cumple con su labor, buscad otro policía, otra comisaría. Y si no, venís a mi Unidad. No me gustan los policías que no protegen y defienden a los débiles. No me gusta que el hijo de, no pague por haber llevado a alguien al hospital seis meses. O que no tramite en condiciones una denuncia de una violación. Que se ría de la víctima o que le diga eso: “Le habrás provocado”. Por favor. No lo dejéis estar. La policía está para proteger sobre todo a los que más lo necesitan. Muchas gracias.

Javier se despidió con prisas del Rector y del Decano. Agradeció a Jimena y a Ely su ayuda. Aritz se puso a su lado. Acababa de volver a colgar el teléfono.

-Es Jorge. Le han intentado matar.

-¿En donde?

-En el parque, cerca de su casa, en el banco de los enamorados.

-¿Está bien?

-No estoy seguro.

-¿Y? Tienes mala cara. ¡¡Suéltalo, cojones!!

-Yeray y Kevin están heridos.


Capítulo 18.-

Javier dudó unos instantes antes de bajarse del coche en la entrada del parque en el que había ocurrido el intento de matar a Jorge. Aritz si salió y espero paciente la decisión de su jefe. No le dijo nada. Carmen le miró de lejos. Aritz se encogió de hombros. Carmen pareció que se ponía triste.

Cuando Javier se decidió, abrió la puerta y puso el pie en la acera, dándole un golpe en el brazo a Aritz. Carmen se giró para que su amigo no viera la cara de alivio que había puesto. Javier caminó decidido saludando a todos los policías que se encontraba a su paso.

Venían por el camino dos grupos de sanitarios alrededor de dos camillas. Javier se acercó decidido a ellas. En la primera iba Yeray. Le agarró la mano y le abrazó.

-Si te llega a pasar algo, no sé lo que te hago.

Yeray le sonrió agradecido. Exhibió su blanca dentadura que hacía contraste con su piel negra.

-Gracias jefe. Me has salvado la vida.

-Eres un gilipollas. Te lo he dicho un ciento de veces y no me has hecho caso. Y ese idiota que viene en la otra camilla igual. ¿Estás bien?

-Vamos a hacerle un examen en el hospital. – contestó la médica de la ambulancia. – Parece que no tiene nada grave salvo el moratón. Pero preferimos asegurar que no haya nada roto dentro. El impacto ha sido muy fuerte.

Yeray no había soltado la mano de Javier. Se la llevó a la cara y le dio un beso. Javier se emocionó y le correspondió con un beso en la mejilla.

-Si necesitas algo, me llamas. No voy a apagar más el móvil.

Yeray no era de besos. El haberle besado la mano era señal de lo que sentía en ese momento.

-Claro jefe. Luego te llamo.

Javier puso cara de niño travieso antes de contestar.

-Mamón, lo vas a hacer para comprobar si cumplo lo de no apagar el móvil.

Yeray se echó a reír pero tuvo que contenerse porque le dolía. Javier volvió a inclinarse y le dio otro beso en la frente aparte de acariciarle suavemente la cara con su mano libre.

Javier les indicó a los sanitarios que siguieran. Y él fue a la otra camilla.

-Jefe, juro que te haré caso – dijo Kevin a modo de disculpa pensando que le iba a echar la bronca. Pero Javier muy al contrario se inclinó y se abrazó a Kevin. A éste se le humedecieron los ojos. Javier le besó profusamente la cara mientras se la acariciaba con la mano libre. La otra, al igual que había pasado con Yeray estaba fuertemente agarrada a la de su compañero.

-Era esa cabrona, la de Concejo, la espía inglesa. Dos veces la cabrona que nos ha dejado KO. Te juro que la próxima las cosas van a ir distintas. Se ha cambiado el pelo y lleva gafas. Y llevaba lentillas de color. Y unos pendientes estrafalarios que llaman la atención.

-¿Habéis podido disparar?

-Na. Cuando me he dado cuenta, era tarde, ya tenía dos balas en el chaleco y estaba en el suelo medio atontado. Yeray había caído antes.

-Ahora tranquilo.

-¿Yeray?

-Guay. No te preocupes por él.

-Le ha dado un beso a Javier – bromeó Aritz que estaba un paso por detrás del comisario.

Kevin puso cara de asustado. Y no era para bromear. Lo conocía muy bien y sabía que no era dado a esas muestras de cariño.

-Joder, Yeray el duro dando un beso al jefe. Joder. – bromeó Kevin.

-Nunca es mal momento para empezar a ser un poco menos estirado. Pero tranquilo, que te conozco, está igual que tú.

-Como te oiga … – Aritz se echó a reír.

-Os quiero a los dos un huevo, lo sabéis ¿Verdad?

Kevin asintió con la cabeza.

-Pues hacedme caso. Cuando os digo las cosas es…

-Hoy nos has salvado la vida. Si no nos obligas a ponernos los chalecos hoy…

-¿Y cuantas veces os lo he dicho antes? ¿Y cuántas os lo ha dicho Carmen y Olga?

-Ya pero…

-¿Os hace ser menos duros? ¿Menos hombres? Joder, Kevin, creía que habíamos superado esa fase.

-No te enfades.

Javier, que se había puesto muy intenso se relajó inmediatamente.

-Tienes razón. Dame un beso mamón. Llámame cuando salgáis del hospital. Os voy a buscar. Y si os quedáis ingresados, me llamas igual. Y no me preguntes si voy a apagar el teléfono que te estrujo los huevos hasta que te quedes sin respiración.

-Vale, vale. – respondió Kevin fingiendo preocupación por la amenaza de Javier.

Éste volvió a besar a Kevin y le soltó la mano para que los sanitarios pudieran seguir su camino. Les hizo un gesto de agradecimiento por su paciencia.

Javier siguió con la vista unos segundos el camino de la camilla hacia la ambulancia. La de Yeray estaba saliendo en ese momento en dirección al hospital. Fue entonces cuando ahí parado, en medio, fue observando el escenario.

Carmen caminaba despacio hacia él. No había querido acercarse mientras Javier saludaba a Kevin y Yeray. Cuando llegó a su lado, sin mediar palabra, abrazó a Javier. Éste se quedó sorprendido por el gesto. Pero no dijo nada. Solo respondió al abrazó de su amiga.

Ninguno tuvo ninguna prisa por separarse. Fue Carmen quien tomó la iniciativa.

-Si no llegas a ir y enfadarte con Yeray y Kevin, puede que ahora en ese banco – señaló dónde habían caído sus compañeros – habría dos cadáveres. No me lo hubiera perdonado en la vida.

-No te pongas así, Carmen. ¿Cuántas veces se lo hemos dicho? No nos han hecho caso. Te he oído decenas de veces advirtiéndoles.

-Pero me tenía que haber impuesto. Pero son ellos dos, joder. Y… todos les queremos de una forma especial. Son tan educados, trabajadores, tan amables, cariñosos, cada uno a su forma, claro. Pero es que… joder.

-He quedado con Kevin que nos llaman cuando estén para salir. Vamos los dos, los recogemos y nos los llevamos a algún sitio guay para tomar algo. ¿Te parece?

Carmen asintió con la cabeza. Volvió a acercarse a Javier y a abrazarlo. Javier le besó en la mejilla varias veces.

-Venga, te cuento. – dijo al final Carmen.

Le fue indicando el camino que había seguido Jorge al llegar al parque. Le señaló el banco en el que se había sentado.

-Ella llegó un poco más tarde y se sentó en ese en dónde está la científica ahora. Hugo vino por el mismo camino que has seguido tú. Aparcó el coche encima de la acera, donde estaba una de las ambulancias. Kevin y Yeray tenía la foto de la mujer en el móvil. Jorge se la había sacado. Se fueron directos al banco y se sentaron a su lado. Cuando Hugo estuvo sentado junto a Jorge, ellos pidieron la documentación a la mujer. Kevin al girarse y verla en directo y de frente la reconoció. Ella se dio cuenta y se levantó y sacó su arma. Disparó a bocajarro sobre ellos, uno a Yeray y dos a Kevin. Debió pensar que la segunda vez debía terminar.

Javier movió la cabeza negando.

-Es una profesional. Sabía que llevaban chalecos. Estaba a tres metros de ellos. Si hubiera querido matarlos, hubiera disparado a la cabeza. No quiso matarlos. Y desde aquí, si hubiera querido herir a Jorge, hubiera acertado. El único momento en el que no pudo hacerlo es cuando Hugo cubría con su cuerpo el de Jorge, en el suelo. Hasta ese momento, Jorge era un blanco fácil. En movimiento, pero para una profesional, relativamente fácil.

-Es cierto que por lo que ha comentado Hugo a Teresa al llegar a la Unidad, y por lo que ha contado Jorge, no se puso en medio cubriéndole. Fue todo muy rápido y es cierto que lo empujó y lo quitó de en medio, pero no lo cubrió con su cuerpo.

-Esa mujer no ha querido matar a nadie. ¿Hugo pudo disparar?

-No. Ese es otro misterio. Alguien disparó y la hirió. Todos esos están peinando la zona buscando un casquillo.

-Rifle de precisión. – opinó Aritz.

Javier asintió con la cabeza.

-¿Quiso rematar a Kevin y Yeray y falló? – propuso Carmen.

Javier negó con la cabeza.

-Suponemos que ella salió hacia esa zona. Dispara a Kevin y a Yeray. Luego dispara hacia el banco de Jorge. Lo hizo para neutralizar a Hugo, para que no la disparara, para que estuviera preocupado de Jorge. Dispara, pum, pum, pum, pum, pum, cinco veces seguidas. Según han contado Jorge y Hugo, no fue ráfaga sino tiro a tiro. Pero seguidos.

-Tres de las balas han dado en el banco.

-Las tres últimas. Las dos anteriores habrá que buscarlas lejos, porque disparó por encima de Jorge y Hugo al levantarse. Que usen el detector de metales en esa dirección.

-¿Donde estaría ese tirador? – preguntó Aritz.

Carmen y Javier fueron observando los alrededores.

-Desde allí – opinó Carmen. – Está ligeramente en alto. Ese murete le serviría de protección.

Javier asintió con la cabeza.

-¿Y que pretendía?

-Está claro. Proteger a Jorge. – dijo convencido Javier.

-¿Uno de los nuestros?

-No. Uno que llega desde el pasado de Jorge. Uno que durante estos años, siempre ha estado pendiente de él y de Carmelo. ¿Te acuerdas de esa denuncia que encontró Pati de ese tipo que fue a meterse con Jorge y que luego un hombre con malas pulgas lo emboscó en la calle y le amenazó?

-Sí.

-Pero ese parecía que no llevaba armas encima.

-Es que la amenaza ahora es distinta. No es un tipo que cree que tiene derecho a que Jorge se convierta en su amigo por el hecho de haber leído sus novelas.

-O sea. Nos dice de buenas maneras: Poned una escolta en condiciones al escritor.

Javier levantó las cejas.

-Tengo una duda. Si es un profesional ¿Por qué no la mató? – preguntó Aritz.

-Hay una distancia. Y si te fijas, en la trayectoria de sus posibles disparos, estaban Hugo y Jorge. Hugo se levantó enseguida para repeler la agresión. Y Jorge, parece que, según nos ha dicho algún testigo, que se incorporó sin ser muy consciente de ello. Según me ha dicho, parecía aturdido. Y puede ser, porque según lo que ha contado Jorge, no sabe cuando ni como se puso de pie.

-O sea. No repitió disparo por si le daba a Jorge.

-O a Hugo. Hasta ahora es su único escolta.

-¿Y quién es ese tipo?

-Pues seguramente un matón amigo del marido de Jorge. Puede que Nando antes de… fallecer, le encargara que lo cuidara.

-¿Jorge lo conocerá? – preguntó Aritz.

Javier se encogió de hombros.

-Si lo conoce, no nos lo va a contar. Yo haría lo mismo. Al fin y al cabo, tal y como van las cosas, ese hombre es el único amigo que le queda. Todos los demás le han traicionado. Exceptuando siempre a Carmelo.

-¿Se verán con asiduidad?

-No. No creo. Ese tipo tiene … me da que es de los que está siempre a la sombra. Cuando sale a la luz, es para actuar.

-Va a ser difícil de encontrar. – opinó Carmen.

-Creo que tenemos otras prioridades antes. Pero sería conveniente saber quién es. No me importaría charlar con él. No para detenerlo. Porque no va a haber nada para incriminarlo. No va a haber casquillo, no va a haber ni una huella ni una colilla de cigarrillo ni nada. No va a haber ni una imagen de vídeo. Como de nuestra amiga en su huida.

-Se quedaron en silencio un rato pensando.

-Lo que sí puede ser, es que le haya abordado en algún momento. O lo haga después. – opinó Carmen.

-¿Crees que es oportuno revisar todas las imágenes de por dónde ha andado Jorge de los últimos días? Las cámaras de los bares dónde ha estado escribiendo… son horas y horas. Anda que no escribe ese hombre y siempre en bares. Y va a todos lados andando. Si le aborda, puede ser en cualquier sitio.

-Es una labor de chinos.

Arancha, la jefa de la unidad de la científica que se estaba encargando del escenario se acercó a ellos.

-Las balas perdidas han aparecido casi en la linde del parque. Y en esa zona, donde puede que estuviera el tirador oculto, no hay nada. Nada. Por no haber, ni pisadas. La hierba ni siquiera parece pisada. Os lo juro. Un especialista en toda regla. Un profesional. Eso sí, huellas en el murete, las que quieras. Centenares.

-Revisemos las cámaras de los alrededores. – propuso Carmen.

-A ver si tenemos suerte y esa señora aparece en ellos. Pero tened en cuenta que su aspecto será completamente distinto.

-He mandado revisar las papeleras de la zona. Al menos espero encontrar esos pendientes de los que hablan Kevin y Yeray. Y alguna peluca o postizo o ropa…

-Gracias Arancha. – Le dijo Javier con una sonrisa.

La policía se acercó a éste y le besó en la mejilla. No le dijo nada, pero ese gesto fue suficiente para emocionar tanto a Javier como a Carmen. La mujer se dio la vuelta y siguió con su trabajo.

-Venga, vamos a la unidad. Jorge os espera. – dijo Aritz.

Pese a las reticencias y los miedos de Amancio, esa primera visita a su casa salió bien. Y eso que nada había ido como había previsto.

Casualidad, cuando llegó Guillem, llegaron sus vecinos del segundo. Un matrimonio joven que hasta ese momento apenas había saludado a Amancio cuando coincidían en el portal. Cuando vio acercarse a su amigo, Amancio bajó las escaleras corriendo. Abrió la puerta del portal y sonrió. Y entonces, apareció la pareja del segundo. Guillem les saludó en tono alegre. “Pasen ustedes primero.” “Mira, aquí está Amancio.” “Hola cariño”. Y le plantó un beso en los labios.

-¡Qué monos! ¡Amancio, no nos habías dicho que tenías novio!

Les fue a contestar que no habían cruzado dos palabras hasta entonces. Pero solo sonrió. También pensó en decirles que Guillem no era su novio. Eso creía. No lo habían hablado. Aunque por otro lado, se podía decir que lo eran. ¿O no? No sabía como iban esas cosas. Pero en las películas se llamaban novios cuando se presentaban formalmente a las familias o al menos se decían algo así como.

-Fulanito ¿quieres ser mi novio?

Y eso no había sucedido.

Cuando estuvieron en casa, fue lo primero que le preguntó.

-¿Somos novios?

Guillem le sonrió. Acercó su boca a la de él y le besó. No era un beso como los que se habían dado hasta ese momento. Fue así con lengua, como en las películas de ahora, con los ojos cerrados, con las manos acariciando lo que podían.

Se puso nervioso. Casi no podía respirar. Estaba excitado… ¡Estaba excitado!

Ahora le surgía una duda. ¿Cómo se hacía eso? A lo mejor Guillem quería hacerlo pero él no estaba preparado. No había pasado de masturbarse a solas pensando en… ¿Guillem?

-Tranquilo, cariño. Si nos dejamos llevar, todo será precioso.

-Pero ¿Y sí…?

-Todo está bien. ¿Te parece que cenemos algo?

-¡Vale! He preparado pollo al chilindrón.

-No me habías dicho que cocinabas.

-Ya. Y he preparado una tarta de chocolate. Como te gusta tanto…

Cenaron. Hablaron. A Amancio se le olvidaron sus miedos y sus preocupaciones. Guillem le ayudó a lavar los platos y a recoger la cocina. Y luego se sentaron en el salón y se pusieron a ver una serie de Netflix. Aunque en un momento dado, aprovechando cuando Arón Piper y Omar Ayuso se besaban en la pantalla, ellos hicieron lo mismo.

No acabaron de ver el episodio. Aunque en la pantalla seguían las tribulaciones de los alumnos del colegio de las Encinas.

Jorge Rios.”


Capítulo 19.-

 

Allí en el suelo, tirado en el parque, con el joven policía encima de él, protegiéndolo, obligándolo a mantener la cabeza pegada al suelo. El sueño de su vida. Un hombre joven abrazándolo. Lástima que por encima silbaran unas balas que estaban buscando destinatario. Se imaginaba a los misiles o a los torpedos que buscan sus víctimas estudiando las fuentes de calor de los alrededores. En su caso, en ese momento, lo tendrían fácil. Para alguien con buen humor y que no estuviera en esa situación y tuviera la ligera convicción de que el destinatario era él, podría decir que el calor provenía del rozamiento de dos cuerpos que se desean. En este caso, era mucho decir de esas dos personas. Pero en realidad, había una fuente de calor pero por razones diferentes: estaba aterrorizado. El miedo. El pánico. Nunca había amado la vida con pasión. De hecho, durante grandes períodos de tiempo, deseó morir. Era demasiado cobarde para intentarlo él mismo. Pero pensaba que si por alguna causa la vida le daba un zarpazo, lo asumiría con alegría. Ahora, esa tarde, con un chico agradable a la vista y al tacto manteniendo su cabeza hundida en el polvo, sudaba a mares de la calentura que le había producido el miedo. En un momento en que su protector bajó la presión de su mano, levantó ligeramente la cabeza y la vio irse entre la espesura. Eso sí, tocada por el disparo de su protector silencioso y a parte del sistema. Estaba lejos, pero estaba convencido que le miró durante un segundo. Y esa mirada era una amenaza en toda regla. Venía a decir que la siguiente vez, no fallaría.

Se levantó del suelo como si fuera un zombie. Miraba a todos lados sin ver nada. Durante un momento dudó incluso que todo lo que había pasado no fuera fruto de su imaginación. O que estuviera todavía en la cama, teniendo una pesadilla, como las que hacía años que no tenía. Se sacudió la ropa para quitarse el polvo del suelo. De repente notó el olor a sudor que desprendía su cuerpo. No era posible. Su protector le observó como se llevaba la nariz a la axila y gesticulaba expresando su incredulidad.

-Es normal. Ante situaciones así el cuerpo reacciona de manera excepcional.

Pero para él no era normal. Odiaba el olor a sudor. Ese policía no olía a sudor. Seguía oliendo a colonia fresca. Él en cambio no, se daba vergüenza a sí mismo. Por el olor y por el pánico. Era una sensación a la que no estaba acostumbrado. Era nuevo para él. ¿O no lo era?

Jorge Rios.

Para Jorge, la reunión con el jefe supremo de la policía, el jefe de la Unidad Especial, Javier Marcos, fue una absoluta pérdida de tiempo. Lo único que sacó fue un compromiso para comer un día de la semana siguiente, algo que le era completamente indiferente. Pero por una vez se guardó lo que pensaba al respecto y aceptó el compromiso. El comisario, no obstante, le había caído bien. Tenía el aspecto de un adolescente, pero mirándole a los ojos supo que tenía algunos años más de los que aparentaba y un mundo de sufrimientos vistos y vividos. Vio a un hombre inteligente pero que se dejaba llevar por las intuiciones y las sensaciones inexplicables. Pero sobre todo vio a una buena persona. Sin dobleces. Y vio en todos sus compañeros respeto y también cariño. Carmen era claro que lo adoraba y estaba orgullosa de él.

Que como estaba, que esa mujer era una asesina muy eficaz, que habían tenido suerte de que no hubiera heridos, Yeray y Kevin, bien gracias y Hugo había hecho el trabajo muy bien. Eso sí, será mejor que lo siga a todas partes.

-¿Hasta a mear?

-Hasta a cagar – le dijo contundente, aunque en tono distendido.

-Pues tendrás que ponerme más escoltas, el pobre si no va a acabar muerto de agotamiento. Tengo un horario cuando menos raro.

-Lo vamos a hacer. El día que os juntéis los Danis y tú, vais a tener casi treinta policías en la puerta a dónde vayáis.

-Como tengamos que invitarles a comer, va a ser una ruina.

-Míralo de otro modo: el restaurante se alegrará de vuestra visita.

-Me voy a poner a escribir para poder pagarlo – hizo un amago de abrir el portátil.

Jorge estaba que no sabía como estaba. Por un lado se sentía liberado. No había olvidado el consejo de Roger. No podía hacerlo además, al haberlo visto en el parque, pendiente de que todo saliera bien. Por otro, no le acababa de gustar la idea de ir con un ciento de policías a su alrededor. Estuvo tentado de contarles lo de Roger, pero se lo calló. No quería que se fijaran en él. Sabía que Roger tenía una carrera de delitos kilométrica, aunque nunca lo hubieran detenido. Pero sentía que le debía mucho. Quizás mucho más de lo que pudiera pensar. No podía traicionarlo. Y menos poner en peligro a su hijo. Debía buscar el momento de quedar con ellos y conocerlo.

-Creo que eso no será un problema. Por cierto, tenemos una duda. ¿Tiene testamento?

Javier interrumpió los pensamientos de Jorge.

-Si. Pero antiguo. Los chicos y Nadia eran beneficiarios. Son, vamos. Y si me vuelves a tratar de usted, me levanto y me largo y no me vuelves a ver el pelo.

-O sea que Jorgito y Clara. Y Nadia. – comentó Javier sonriendo por la apreciación del escritor.

-Son mis más cercanos. Juana mi suegra heredó lo de Nando. Le dije, pero no quiso nada. De hecho soy su beneficiario cuando muera. Al menos eso me ha dicho. No tengo más allegados. Carmelo y Cape no lo necesitan. Quiero decir, que pensé que Nadia y los chicos les vendría mejor mi dinero en caso de pasarme algo.

Javier Marcos pareció conforme con la respuesta. No la dio importancia ni hizo hincapié en la cuestión.

El comisario llevó la conversación hacia otro tema. Hablaron de sus novelas, del lanzamiento de la misma.

-¿Y no se va de gira? No sé como va eso. Como se organiza un lanzamiento, la promoción… firmas de libros… ahora todo ese tema será complicado.

Javier estaba expectante a ver como reaccionaba Jorge a que siguiera usando el voseo con él. Y que hubiera relajado la conversación hablando de otros temas.

-Otras veces sí me hubiera ido de gira, pero ahora es más difícil. – Jorge se hizo el loco. Le gustó ese juego de pique con Javier pero no quiso darse por enterado. – No he querido. Cuando esto pase, a lo mejor recorro algunas provincias, Burgos, Bilbao, Oviedo, Coruña, Pontevedra. Girona, Málaga, Murcia, Jaén, Alicante. Iré a Francia y a Alemania, allí vendo mucho. Y a Colombia y Argentina. Tengo muchos amigos allí. Y a Irlanda y Escocia. Dentro de unos días sí que iremos a París, Dublín y Edimburgo. Luego, posiblemente Londres. Veremos Alemania con lo del COVID. Pero entrevistas y poco más. Apenas un par de días en cada ciudad.

-Vende más que aquí – apuntó Hugo. – Las cifras de lo que vende en Alemania son astronómicas.

-Pues ya es vender.

-No me quejo. Esta última está yendo mejor que ninguna.

-Es muy buena – apuntó Carmen Polana que acababa de entrar. – Si no la has leído Javier, ponte con ella.

-Y ese chico Ignacio. ¿Que te parece?

Jorge no tenía una opinión de él. Siempre había parecido muy agradable con su ahijado. Parecían buenos amigos, aunque no muy cercanos. La verdad no supo decirles algún amigo íntimo de su ahijado. Los de clase, se llevaba bien. Pero no iban a casa. Y él no iba a la de ninguno. No se había dado cuenta de ese hecho hasta ese momento. “Definitivamente, Jorge, estás empanado”, pensó para él.

-No lo entiendo. – Jorge se aprestó a poner en voz alta sus pensamientos – No me había dado cuenta hasta ahora. Jorgito es sociable. Pero nunca vi a ningún amigo en su casa ni supe que él fuera a ninguna. Ni fiestas familiares en las que se unieran algunos de clase o del barrio. Ahora que lo pienso, si tuviera que citar a un amigo cercano sería Tomás. Tomás es negro. Y recuerdo a Igor, que es gay. Si es que eso de que fuera homófobo y racista, no me cuadra para nada. Que no.

-¿Vas a ir a visitar a tu ahijado?

-Pensaba ir esta tarde. Pero si quiero llegar a la cita a las siete, no me da tiempo. Mañana a lo mejor… la verdad es que me cuesta decidirme. Tampoco sé muy bien como tengo que hacer para verlo.

-Ya hemos puesto gente en el lugar de encuentro. Así no dan el cante si llegan a la misma hora. De lo de la cárcel, nos dices cuando piensas ir y lo preparamos nosotros.

-Una lástima que se escapara esa mujer – comentó Jorge. – Yo pensaba que era una detective.

-No. Se dio cuenta Yeray al sentarse. La conocía. Era una ex-vecina de Dani en el pueblo. De todas formas hay indicios de que fue herida. Lo que no sabemos es quién disparó. Allí no hay muchas cámaras.

-¡Ah! Maria Luisa o como se llamara.

-Rosa María – apuntó Carmen sonriendo. – Parece que se cuentan los secretos los Danis y usted.

-Somos buenos amigos. De hecho, Carmelo y yo tenemos pocos secretos, por no decir ninguno. Él tiene mis contraseñas del teléfono y yo tengo las suyas. De hace años. “Usted” – dijo marcando el pronombre – también les ha contado lo de Hugo.

-Para que no se sorprendiera al verlo. Se conocen, recuerde.

-Es cierto.

-¿Y desde cuando “se” conocen?¿De la época aquella? – Carmen también quiso jugar a marcar el voseo.

-Yo creo que un poco después. Conocí a Carmelo del Rio… tendría el 17 o 18 años. ¿19? En algún evento. Intentó ligarme, pero Nando andaba por allí. – No fue así exactamente pero tampoco le apetecía contarles la historia. Empezaba a estar cansado de esa reunión. De buena gana se hubiera levantado y se hubiera ido. Y eso que en el fondo, no le caían mal esos policías.

-Creía que su marido era de relaciones abiertas – apuntó Javier Marcos.

-Pero Carmelo del Rio era mucho Carmelo del Rio. Era famoso hasta decir basta. Ahora creo que tiene veintitrés millones de seguidores en redes. Si aquella época le pilla ahora, que todavía no era lo que es, tendría cincuenta millones. Y era un pibón del quince. Lo sigue siendo, pero de otra forma. En aquel entonces todos sus poros emitía feromonas sexuales. Era imposible resistirse. Y eso que en principio no era mi tipo.

-O sea que hubiera caído.

-No lo descarto. Y es que además, es inteligente. Culto. Escucha como pocos. Se acercó a mí y me empezó a hablar de mi última novela. Estuvimos casi hora y media hablando de ella en medio de una fiesta… – iba a decir que era una fiesta en la que la gente se despelotaba para follar, pero se arrepintió a tiempo – … loca. Música alta y bebida. – al final había contado más de lo que pensaba decir, porque “una fiesta loca” todos los de esa sala pensarían en droga también.

-Eso si es una fiesta.

-¿Y no conociste a nuestro Hugo? – preguntó interesado Javier.

-Sí. Me acabo de dar cuenta. Lo conocí. Además me lo presentó Carmelo. Ahora me acuerdo perfectamente.

Hugo apartó la mirada.

-Pero eso lo guardamos para nosotros – apuntó cauteloso Jorge. Su declaración había sido un arranque sin mucho sentido. Sabía que lo tenía que conocer, seguro, si había trabajado con Carmelo tanto tiempo como lo habían hecho. Y sentía que a parte, lo conocía de otra cosa. Pero no lo había recordado.

-Ese dispositivo que te metió el chico ese, Ignacio – entró el inspector Quiñones como una exhalación – es un sistema de seguimiento. No hemos podido localizar la base. Parece que la han desactivado.

-Hablemos de lo que vamos a hacer a las siete en el Starbucks de Arenal. Métete de momento la pastilla de Omeprazol en el bolsillo.

Le dijeron que se presentara como si nada en el sitio. De lo demás era mejor que no supiera, así no delataría a su gente.

-Y con estas, puedes volver a tu vida hasta las siete.

Javier sonrió. Era la primera vez que le tuteaba. Jorge puso cara de “ya era hora Javierito”.

Definitivamente le gustaba ese Javier. Lo que no quitó para que la reunión le hubiera parecido una patochada sin sentido y completamente intrascendente.

Así le despidió el comisario Marcos.

Decidió ir a su casa a ducharse. Estaba muy a disgusto con esa sensación de olor a sudor que no sabía si era real o era su subconsciente. Tiraría la ropa en cuanto se la quitara. No podría volver a ponérsela nunca.

Hugo lo acompañó. Debía seguir con su papel de asistente. Y siguiendo las órdenes del comisario, no se iba a separar de él en ningún momento. Al menos iba a intentarlo.

-Te puedes instalar en el despacho antiguo de Nando. Ya pediré mañana que te traigan un portátil nuevo. El ordenador es muy antiguo. Y lo que necesites. Haz una lista. O mejor, vas tu mismo a comprarlo. Te digo un par de tiendas en donde tengo cuenta abierta. Hay una habitación de invitados, por si quieres descansar.

Ninguno de los dos habló de lo que había pasado en el despacho de Javier Marcos. Y mucho menos de aquellos años en los que se encontraron por primera vez. Aunque los dos lo tenían en mente.

La pistolera los vio acercarse. Sabía que los dos policías no la reconocerían de lejos. Pero si se acercaban mucho, su disfraz no soportaría el escrutinio de unos ojos entrenados. Y los dos la tuvieron bien cerca, hacía no demasiado tiempo, cuando les disparó por sorpresa en aquella casa del pueblo.

Preparó su cuerpo para la acción. Pensó en atacar a Jorge Rios ya, ahora que todavía podía. Pero sus posibilidades de escapar serían nulas. Y estaba ese chico que se había sentado de repente con el escritor. Venía hablando por el teléfono con los auriculares.

Estaba tranquila. Su trabajo la gustaba. Ya rozaba los 50, pero no quería retirarse. No aguantaría una vida apacible, saliendo a correr por la mañana y luego darse un paseo tomando cafés por las terrazas de la ciudad que eligiera para vivir. Quizás Oporto, en la que nunca había trabajado. Había menos posibilidades de encontrarse con un antiguo compañero o con una antigua víctima. Pero su jubilación, debería esperar. Ese trabajo todavía tenía cuerda. Al menos dos años. O más.

Los dos policías se sentaron a su lado. No la habían reconocido. Uno de ellos se giró para pedir su documentación. Fue entonces cuando saltó y sacó su arma. Ellos reaccionaron de inmediato, eran buenos. No quiso matarlos, solo apuntó al torso para que el chaleco hiciera su trabajo. A uno de ellos era la segunda vez que no lo mataba. Pensó para sus adentros que no habría una tercera vez.

Miró al escritor antes de salir corriendo. Y sin pensarlo mucho, disparó cinco tiros. El chico que estaba con él lo empujó al suelo. Podía haberlo matado, pero prefirió meterle miedo. En un segundo se había metido entre los arbustos del parque. Lo tenía bien estudiado así que llegó en un par de minutos a la entrada de metro que estaba en uno de los laterales. Justo en ese momento, aparcaban dos coches de la policía que cerraron la salida del parque. Por cinco segundos, pensó.

-Me han sobrado cuatro, querido – murmuró feliz. Pese que para algunos ya era mayor para ese trabajo, estaba en plena forma. Ya tenía preparada la siguiente vez que dispararía contra Jorge Rios. Y esa vez, sería la definitiva

Jorge Rios”.


Capítulo 20.-

 

Nunca lo había visto antes. No era de extrañar, era la primera vez que paraba allí a tomar un café y sentarse en la terraza. Era una panadería con cafetería, o una cafetería con panadería. Las dos partes estaban bien montadas. Y el dependiente-camarero, también estaba bien plantado. Era… era tocayo. Fue lo primero que le llamó la atención. Lo ponía la chapa del pecho. Parecía que era un piercing en el pezón. Estaba a la misma altura. Se lo imaginó sin la camisa y el delantal que llevaba como uniforme. Con el imperdible de la chapa pinchado en el pezón. Y por las mangas de la camisa asomaban algunos tatuajes. Como ya le había quitado el uniforme, se imaginó un enorme dragón cuya cola era uno de sus brazos y que la cabeza estaba en el otro brazo y el pecho era las alas y parte del cuello en dónde iba montado el Príncipe de Bel Air. No sabía que pintaba ese Príncipe ahí, pero estaba. Le daban morbo. Los tatuajes. Luego a lo mejor era el nombre de su novia o el de su madre. O un molino de viento, o esas letras chicas que te tienes que fiar del significado que te cuenten. A lo mejor dice “Tu puta madre, maricón” y tú te crees que llevas un pictograma que significa: “Paz y amor en el mundo”.

El hombre le sonrió y le miró fijamente. Quiso pensar que lo hacía con él, porque le había gustado. De repente el dependiente-camarero se había dado cuenta que ese cliente al que servía por primera vez, porque si hubiera venido antes lo hubiera recordado, porque se hubiera arrodillado y le hubiera pedido matrimonio sin más preámbulos, era el hombre con el que quería pasar el resto de su vida. Y le daba igual que no bajara la tapa del váter, o llegara tarde a desayunar, o se quedara por las noches viendo de tirón una serie de Movistar y por la mañana no hubiera hijo madre que lo levantara para que se fuera a trabajar. Pero en realidad era una técnica de ventas. Sí, porque cuando se iba a casa, fue a comprar una barra de pan y acabó con la barra, con una palmera de chocolate, con una trenza de naranja y chocolate y con un bollo de mantequilla.

Y con una sonrisa.

Otra.

Podría haberle dicho de quedar cuando acabara de trabajar. Dar un paseo, y tomar un chocolate o una cerveza sin alcohol, o con limón, o una cerveza negra, lo que él quisiera. Aunque a lo mejor prefería tomar un té con pastas, a las 5 de la tarde, como buen inglés. No era inglés, al menos no tenía acento aunque Leonor Watling tampoco lo tiene.

Y luego tras una charla larga, una tarde-noche llena de momentos mágicos, de conversación fluida y de sonrisas sin par, uno de los dos dice algo de ir a tu casa o a la mía. “No, la tuya”, “bien entonces”. Y fueron a tu casa, y allí, la magia cambió la palabra por los besos y las caricias.

Y esto, como en un buen cuento, acabaría en una boda en los Jardines del Palacio Real, con la presencia en sitio de honor del Presidente de los Estados Unidos, ahora que ya no es Trump.

-Son 5,80, por favor.

El Presidente de USA acababa de diluirse en su mente y lo sustituyó la tarjeta de crédito con la que pagó los pasteles. Y el pan. El café ya lo había pagado antes de sentarse en la terraza.

Jorge Rios.

Cerró el ordenador. Miró hacia la barra y vio al camarero del que acababa de escribir. Indudablemente era mejor la ficción que la realidad. Acababa de verle hacer un gesto de desprecio hacia una de sus compañeras de trabajo. Nunca le habían gustado los chulos y ese chico, cuanto más lo observaba, más se lo parecía.

Podía haber imaginado que era un policía de incógnito. Doble morbo. El delantal que llevaba como uniforme y uno de policía que llevaría debajo.

Pensó en llevarlo a los servicios. Empujarlo dentro de uno de los reservados y cerrar la puerta. Acorralarlo contra una esquina y pegar su boca a la de él.

-Muéstrame la pistola, querido.

Y le arrancó la camisa haciendo saltar los botones. Le desanudó el delantal y lo dejó caer. Y ahí estaba, el uniforme de policía tatuado en su pecho.

Jorge Rios.

Miró hacia la calle. Podía haberse sentado en la terraza, pero se lo habían desaconsejado. Era mejor dentro. Y casi mejor porque de repente se había nublado y amenazaba lluvia.

En la calle la gente corría a resguardarse. Las primeras gotas cayeron casi sin dar tiempo a nada. Cualquier sitio era bueno para buscar refugio. En pocos minutos la lluvia arreció y se convirtió en un verdadero diluvio. Aunque no parecía que fuera a durar mucho. Para algunos viandantes, eso había sido un problema. Jorge vio a varios empapados completamente. Un grupo de seis trajeados de ambos sexos entró en el establecimiento. Parecían niños pequeños riendo nervios y golpeando la ropa en un intento vano de secarla. Jorge se sonrió al verlo. Volvió su atención a la calle. Una pareja de hombres llamó su atención. Se daban un beso. Estaba refugiados bajo una pequeña tejavana. Uno de ellos le resultó conocido. Aguzó la vista. Era Aiden. El que estaba a su lado no era Finn. Sacó el móvil y les sacó una foto. Si fueran dos desconocidos pensaría que eran pareja. Y aunque fueran conocidos, tuvo claro que eran pareja.

Después de sacarles un par de fotos, tiró el móvil sobre la mesa. Estaba enfadado. Una vez más le habían tomado por tonto. Pero decidió dejar ese tema aparcado y volver al tema del día.

Ya pasaban quince minutos de las siete de la tarde. Si eso fuera una de sus citas con sus sobrinos, ya les hubiera llamado. Decidió esperar un poco más. Miraba a su alrededor y no vio nada que le llamara la atención. Ni de posibles agresores ni de policías. Si los había eran totalmente desconocidos para él.

El grupo de trajeados se había sentado en un rincón de la derecha, con un pequeño sofá y dos butacas. Los otros dos se habían sentado en unas sillas que habían acercado de otras mesas.

Su pierna empezó a moverse compulsivamente de arriba a abajo. Era como un terremoto incontrolado que aumentaba de intensidad cada pocos segundos. Puso sus manos sobre sus piernas para pararlas. No lo consiguió.

En los últimos minutos no había conseguido evitar preguntarse que demonios hacía allí. La espera le ponía nervioso. Una espera que no sabía que le iba a traer.

Decidió darse diez minutos más. Si no pasaba nada, se levantaría y no miraría atrás. Se iría de allí a paso ligero, en busca de otro sitio en donde estar tranquilo y ponerse a escribir.

Jorge Rios

Cogió el móvil por enésima vez. No había mensajes. Ni correos. Al menos los que en ese momento podían interesarle. De la editorial le escribían convocándole a una reunión para el día siguiente con Narcís Terragó. Le comunicarían el cambio en su editor. Podían haberle llamado. En circunstancias normales les hubiera devuelto la llamada inmediatamente.

De repente, tomó una decisión: iba a comportarse como le salía. Escribió rápidamente un mensaje contestando al de la cita de Clara.

Llevo 20 minutos esperando. ¿Vas a venir? ¿Ha pasado algo?”

Marcó el número de la editorial.

-Hola, soy Jorge Rios. Me habéis escrito un correo.

Pero la secretaria que le contestó, no supo darle razón de nada.

-¿No está el Sr. Terragó?

-No, salió para asistir a una reunión.

-¿Y el Sr. Nadiel?

-No se encuentra.

Se despidió de la secretaria. Parecía nueva. No sabía nada y no había nadie. Eso era un sin sentido. Su editorial empezaba a parecerse al camarote de los hermanos Marx. “Y también dos huevos duros. Trae tres”.

Estuvo jugueteando con el móvil un rato. No sabía que hacer. Llamó a Daniel “Cape”, el “marido” de Carmelo del Rio.

-Necesito tu consejo – le soltó nada más contestar.

-Te escucho – le respondió sin mostrar enfado por la brusquedad.

Le contó lo que había dicho su “sombra”, como decidió empezar a llamar a Hugo, su escolta. Los sucedidos en la editorial y el correo.

-Llama a Helena Martínez. Es la Secretaria de un bufete muy potente. Una vez traté con Óliver Sanquirián, me pareció serio y efectivo. Solo con él, con ningún otro abogado de ese bufete. De hecho posiblemente le llame dentro de unos días para que se ocupe de unos asuntos. Pero entre sus clientes estaban algunos escritores. Sabrá como tratar con la editorial en esta nueva tesitura. Pero pregunta por él. Si te ofrecen otro abogado, aunque sea del mismo bufete, insisto, rechaza la posibilidad de plano. No dudes por parecer educado.

Llamó nada más colgar.

-Pues es que el Sr. Sanquirián no trabaja aquí.

Jorge pensó que no era posible que todo le saliera al revés.

-Pues en algún sitio trabajará.

-Debo consultarlo. Le llamo en media hora.

Y colgó.

-En media hora. ¿Quién tiene media hora? – murmuró entre dientes enfadado.

Llamó a su “sombra”.

-Mira en el armario de mi despacho, el que está detrás de la silla donde escribo. En la balda de en medio están todos los contratos y correspondencia legal con mi editorial. Escanea todo, por favor. Ya te digo luego lo que hay que hacer.

-¿Ha pasado algo?

-Es por eso que has oído esta mañana en la editorial. De lo otro, no se ha presentado nadie.

-Camarero, pónme otro Moka doble. Y una de esas Muffins de arándanos.

El camarero que le había servido de inspiración se lo acercó a la mesa. Le había puesto su nombre en el vaso de plástico. Cuando le había pedido la primera vez le había dado otro nombre. Le había conocido.

-Tengo una curiosidad. Ese tatuaje que asoma por el puño de la camisa ¿Qué es?

El camarero se subió la manga y le enseñó la cola de un dragón. Y en el otro brazo tenía la cabeza y el cuello. Jorge se sonrió: había acertado.

-¿Y el resto del dragón?

-Lo iba a hacer en el pecho y la espalda. Pero mi novia me lo ha prohibido.

-La entiendo. A mí tampoco me gustaría tanto tatuaje en mi novio.

-No lo ha hecho por eso. Lo hace porque cuesta mucho dinero. Son muchas sesiones.

-Y dolerá.

-Sí.

-Estás mejor así. A mí al menos me gustas más. Te diría incluso que para mi gusto, te has hecho demasiados tatuajes.

-¿Se sacaría un selfie conmigo a pesar de los tatuajes?

El chico puso un gesto de broma que hasta con mascarilla le fue evidente a Jorge.

-Si me dices la novela que más te ha gustado.

Era una prueba que solía hacer para saber si efectivamente los que le pedían una foto eran fan de haberle leído o fan de “es un hombre que sale en la prensa”.

-“Tirso” – respuesta rápida, sin dudar.

-No te lo has pensado.

-El protagonista me encanta. Y lo imagino como Carmelo del Rio, sabe, ese actor…

Jorge se sonrió.

-Lo conozco de vista – dijo guasón.

Se levantó y se puso al lado del camarero.

-¿Le importa que nos quitemos la mascarilla?

Jorge se la quitó del todo y el chico le imitó. Estiró el brazo y puso el teléfono en alto. Se veía en la pantalla su imagen. Sonrieron y sacó la foto.

-Gracias.

Sonó su móvil.

-Soy Helena Martínez.

-Dígame.

-Apunte el teléfono. Le advierto que a lo mejor es reticente a encargarse de…

-Insistiré. Me ha dado referencias Daniel Gutiérrez.

-Ya lo imaginaba.

-¿Y por qué lo imaginaba?

-No nada, perdóneme. Me he hecho la lista.

Supo que era una retirada en toda regla. Pero no quiso insistir. Cuando Cape fuera a cenar a su casa lo hablaría con él. Esa Helena no tenía por qué asociarlo con Cape. No es que le molestara. Le mosqueaba.

-¿Dígame?

No había esperado nada para marcar. No quería que la abulia que le solía invadir en lo que hacía referencia a encarar sus problemas le invadiera y lo dejara en el olvido.

-Buenas tardes. Mi nombre es Jorge Rios. Y me ha hablado de usted Daniel Gutiérrez.

-Si es por un asunto legal, ya no trabajo en el bufete de Otilio…

-Pero usted es abogado.

-Sí, claro.

-Lo quiero como mi abogado.

-Pero no tengo ni despacho.

-Tendrá casa. Un ordenador. Un teléfono. Una mesa. Ya es suficiente.

-La de mis padres en el pueblo. Es lo que tiene la falta de ingresos.

-Mejor, así trabaja más tranquilo. Mañana voy a verlo. Dígame dónde está su casa.

-En Concejo del Prado.

-¿En Concejo del Prado?

-¿Lo conoce?

-De oídas. – dijo de manera evasiva – Mañana voy.

-Busque la farmacia. Cualquiera en el pueblo sabrá decirle. Le espero aquí. Pero no se haga ilusiones. Me han retirado.

-Pues yo le pongo de nuevo a trabajar. Y así solucionamos su falta de ingresos. Pero si quiere un consejo, no se mueva del pueblo. Me han hablado muy bien de ese en concreto.

Y colgó.

Se dio cuenta que no le había dicho una hora. Daba igual. Ya le mandaría un mensaje o lo llamaría cuando saliera. O seguro que en cuanto entrara en el pueblo, él se enteraba.

Clara seguía sin responder. Era lo esperado. Pero era su número. A lo mejor lo habían clonado. O le habían quitado el móvil. Llamó a su madre.

-Rosa.

-Jorge. Has estado con Clara.

-Sí, la fui a ver al cole.

-Gracias.

Le fue a decir que había pensado ir a ver a Jorgito, pero de eso todavía no estaba seguro. Todo se estaba complicando mucho. No se había dado cuenta al quedar con ese abogado por la mañana. Aunque podía llamarle y decirle que iba por la tarde. Además, debía buscar un coche. Él no tenía. Hugo lo llevaría. A lo mejor el policía tenía coche y lo podían usar. O alquilarían uno.

-O pido un taxi – murmuró. – O le digo a Carmelo.

-¿Clara? – preguntó ya en voz alta.

-Está en el ensayo. Irás a la obra, espero. Le hará mucha ilusión.

-Se lo he prometido. ¿Ha cambiado de número de teléfono?

-No ¿Por qué?

-No me contesta.

-Lo tendrá apagado.

-Claro, el ensayo.

No se entretuvo más hablando con Rosa. Estaba inquieto. Se acercaría al colegio a comprobarlo. Esa intuición famosa del comisario Javier Marcos. Ya le habían informado al respecto. Si todo un comisario jefe las tenía en cuenta, no iba a ser él menos.

Se levantó. Pagó el café al camarero del dragón. Y salió a la calle.

Caminó a paso vivo hacia su casa. Se dio cuenta de que lo seguían a una cierta distancia, salvo una chica que iba un par de pasos por detrás. Se giró para enfrentarla.

-Somos su equipo de escolta.

-Se me había olvidado. – se disculpó el escritor. – Mil perdones de verdad.

Volvió a su camino. Había sido muy desagradable con esa chica. Pero no estaba de humor. Ya la pediría perdón, como a todo el equipo.

Aquel hombre que le miraba desde el otro lado del salón de la casa en donde se celebraba la fiesta de esa noche, parecía que le conocía. Gorka no había ido esa noche. Eso le fastidiaba porque se había acostumbrado a no tener que preocuparse de los demás invitados. Era normal que se le acercaran para intentar ligárselo.

-Hola escritor.

-Un joven de unos veintitantos se había puesto a su lado. Le miraba sonriendo, con una copa en la mano.

-¿Te apetece un trago?

El joven le tendía su copa. Jorge, sin dudarlo, se lo cogió y le pegó un largo trago.

-Hacía tiempo que no tomaba Ron-Cola. Antes me gustaba.

-Te preparo uno.

-Me conformo con beberte el tuyo.

-Me llamo Jacob.

-Yo Jorge.

Jacob se acercó y le besó en los labios. Jorge pensó en apartarlo, pero no lo hizo. Ese joven sabía el terreno que pisaba. Y él hacía tanto tiempo que no besaba a nadie de verdad… no se había dado cuenta de lo que lo echaba de menos.

-Me gustaría que me acompañaras a una de las habitaciones.

-Hay gente más guapa en la fiesta.

-Para mí, ninguno tanto como tú.

-Luego no me acordaré de nada.

-Pero me tendrás en tus sueños.

Se quedaron en silencio unos segundos. Se miraban. Jorge dudaba. Le volvió a coger la copa y bebió de ella.

-Me gustas escritor. Y pienso hacer lo imposible para que no te olvides de esta noche.

-A ver si es cierto, Jacob.

Éste le cogió de la mano y tiró de él. De vez en cuando se giraba y lo sonreía. Jorge, para su sorpresa, empezaba a excitarse. No recordaba lo que era sentirse así. Seguramente empezaba a sentir las consecuencias de haber dejado esas “vitaminas”.

De repente, se detuvo. Jacob le miraba sin soltarlo. Jorge lo atrajo hacia sí y esta vez fue él el que lo besó.

-Tu boca sabe a sexo, Jacob.

-Pues ya verás cuando pruebes mi falo. Ese sí que sabe a sexo.

Jacob le sonrió y volvió a tirar de él.

Justo antes de perderse en las escaleras que conducían al piso de las habitaciones, Jorge volvió a mirar a ese hombre que seguía pendiente de él. Intentó acordarse de qué lo conocía, pero no lo consiguió. Solo pensó que en realidad no pegaba en esa fiesta. Era demasiado viejo y demasiado elegante.

Tropezó y casi se cae al suelo. Jacob le miró preocupado.

-Perdona, es que me he perdido en la visión de tu culo y me he olvidado de los escalones.

-Es todo tuyo, escritor.

Jorge Rios


Capítulo 21.-

ROMEO

Pues, quieta, y tomaré lo que conceden.

[La besa.]

Mi pecado en tu boca se ha purgado.

JULIETA

Pecado que en mi boca quedaría.

ROMEO

Repruebas con dulzura. ¿Mi pecado?¡Devuélvemelo!

JULIETA

Besas con maestría.

.

No se esperaba una versión tan clásica de Romeo y Julieta. Hasta ese día no había ido nunca a los ensayos de Clara. Tampoco habían hablado de la obra. Algún comentario de pasada, nada más. Ahora que lo pensaba, Clara tampoco había insistido demasiado en que fuera a verla.

Esa tarde le dejaron entrar porque le reconocieron como Jorge Rios, el escritor. No pensaba que para una representación teatral del Instituto llevaran ese secretismo.

“La profesora debe ser una actriz frustrada de grandes producciones”, pensó. Ya lo había visto algunas veces. Eso resultaba positivo en algunos casos, pero en otros creaba unas expectativas entre los alumnos participantes en las obras que luego resultaban nefastas.

.

La profesora miraba embelesada cómo sus alumnos declamaban con gusto y sentimiento del siglo XVI esos versos de Romeo y Julieta:

.

ROMEO

Te tomo la palabra. Llámame « amor » y volveré a bautizarme: desde hoy nunca más seré Romeo.

JULIETA

¿Quién eres tú, que te ocultas en la noche e irrumpes en mis pensamientos?

ROMEO

Con un nombre no sé decirte quién soy.

.

Si todo saliera bien, quizás podría retomar su carrera en el teatro y en el cine. Quizás no como actriz, pero sí como directora. Eso estaría bien. Estaba claro que en sus intentos de triunfar a toda costa hacía unos años, había quemado sus naves. Había hecho el ridículo a lo grande. Y eran meteduras de pata perdurables, porque estaban grabadas y todos podían verlas. Algunas fueron virales en su momento.

Quizás el primer paso era ese escritor tan conocido, Jorge Rios. Había escogido a Clara su medio sobrina para el papel de Julieta. No era su primera elección, esa chica no tenía carisma en el escenario. Pero era una forma de atraer al escritor y quizás a alguno de sus amigos, como Carmelo del Rio o Álex Monner y como José M.ª Pou. Tres hombres de distintas generaciones pero que cada uno en su ámbito podían abrirle muchas puertas.

Le habían avisado de la puerta que por fin, el escritor había venido a ver a su medio sobrina.

Se colocó su pelo, se repasó los labios y miró con intensidad el ensayo. Estuvo pensando que decir para impresionar al escritor. Aunque quizás era mejor que opinara él. Eso es, le pediría opinión. Tenía fama de decir lo que pensaba. Pero ella estaba convencida que se estremecería de gusto ante una versión tan fiel y clásica de Romeo y Julieta.

Jorge Rios.

.

-Sr. Rios, que sorpresa. Que sepa que soy una asidua lectora de sus novelas.

-¡Ah! Gracias – contestó sorprendido porque apenas había dado dos pasos por el pasillo del auditorio después de haber estado observando en la última fila un rato.

-Soy Paulina Núñez, la profesora y directora de su sobrina Clara.

-¡Ah! Pues encantado.

Jorge Rios estaba pensando a toda prisa una forma de quitársela de encima. Nada más verla supo que su intuición era cierta: Era una profesora de teatro que usaba su trabajo para intentar dar el salto a la profesionalidad. Esos sujetos eran peligrosos, porque eran un perfecto coñazo y sobre todo, muy creídos. Y lo mismo mañana, si la ofendía, tenía una crítica mortal en algún foro de Internet.

Ella le explicó la idea de la obra. Y le dijo lo contenta que estaba de haber elegido a Clara para el papel.

-Se lo sabe de maravilla.

-Mujer – le contestó Jorge un poco molesto – eso se da por supuesto en un actor. Si no se sabe el papel, mal vamos.

-Ya, bueno, era… lo que quería decir es que tiene algo que…

Y siguió hablando. La muchacha bajó del escenario para saludar a su tío. Bajaron también sus compañeros, deseosos de saludar al famoso tío de su amiga.

-Tío, este es Carlos, que hace de Romeo.

Clara parecía muy interesada en que Carlos saludara a Jorge. Lo había llevado a rastras hasta él. Jorge le sonrió.

-Eres muy bueno – le dijo Jorge, al que de verdad le había gustado su actuación.

-Gracias – puso una sonrisa que iluminó el teatro entero – Viniendo de usted es todo un cumplido.

-Mi opinión no vale nada. Soy novelista, no erudito ni especialista en Shakespeare o en teatro. Soy un espectador más. Pero como eso, te repito, como espectador, a mí me has gustado.

-Nos han dicho que es muy amigo de José M.ª Pou. – comentó Carlos.

-Ese sí que sabe. Es amigo sí. ¿Y quién os ha dicho eso?

-La profesora Paulina. – contestó Clara. – Quiero presentarte a Leyre. Es la que debería hacer de Julieta.

Ahí se entretuvieron las dos en decir que la una o la otra, o la otra o la una lo hacían mejor. Pero estaba claro que su sobrina pensaba que su amiga haría una mejor interpretación del papel. Y que la otra por nada del mundo, quería hacer de Julieta. Se acercó a su tío y le dijo al oído.

-Es que me lo ha dado por ti, para que vinieras. Me acabo de dar cuenta. Así que me preguntaba por ti. Y yo no quiero limosnas. Leyre lo hace cien veces mejor que yo.

Esa visita se había convertido en algo que no le hacía ninguna gracia a Jorge Rios. Así que intentó llevarse a Clara aparte para saber si había pasado algo.

-Me tienes preocupado, no me has cogido el móvil ni me has contestado a mis mensajes. – no quiso decirle nada de la cita fallida supuestamente convocada por ella.

-Mi móvil no ha sonado.

Lo sacó del bolsillo de sus pantalones.

-Mira – y se lo tendió. Por detrás apareció Hugo.

-¿Me lo dejas? – dijo estirando el brazo para recogerlo mientras la miraba a los ojos y sonreía.

-¿Y este tío bueno? Me suena de algo. ¿Nos conocemos? – le preguntó interesada.

-No creo. Me acordaría seguro. Me llamo Hugo. Trabajo para tu tío.

-Pues esas cosas tío, me las deberías contar – comentó en tono sugerente, jugando a la caidita de ojos con el policía.

-No le tires la caña – dijo algo divertido.

-¿Que es tuyo? ¿Es tu novio? ¿Tienes miedo de que te lo robe?

-¡Clara! No es mío. Lo conozco desde hace dos días. Y tienes dieciséis años. Él unos cuantos más. Pero unos cuantos.

-Al otro lo conocías de menos – no le gustó el tono que empleó su sobrina.

-Clara. El otro tampoco es nada mío. Ya te lo he dicho. – Jorge empezaba a enfadarse. No se esperaba eso de ella.

-La tarjeta está doblada. – Hugo interrumpió la conversación – Esta no recibe nada, salvo lo proveniente de 14 teléfonos. Lo demás está desviado a la duplicada.

-Así que Carlos me decía que me había mandado unos wasaps que no me habían llegado. Y yo pensé que me estaba mintiendo.

Clara se fue a hablar con Carlos. Le pidió perdón. Los que estaban alrededor fueron comentando cosas y parecía que todos ellos no estaban entre los teléfonos de los que recibía llamadas y mensajes.

-Tío ¿Y que puedo hacer?

-Coméntaselo a tu padre. Él sabrá que hacer.

Jorge sacó su móvil y marcó el teléfono de su sobrina. Y éste no sonó.

-Llamádme por favor – les dijo a todos.

Ninguna llamada sonó.

-Si lo están monitorizando, se estarán dando cuenta que algo pasa. – opinó Hugo. – He mandado los resultados del escáner a José Arnáiz. Es un técnico en espionaje y contra espionaje.

-Lo conozco. La empresa esa es de Daniel Gutiérrez, “Cape”. Era – corrigió Jorge al acordarse que Cape se la había venido hacía poco a Arnáiz.

-A lo mejor el escritor quiere decirnos unas palabras sobre nuestra obra. – la profesora levantó la voz y se inmiscuyó en la conversación: no quería perder protagonismo. – Yo a ti te conozco – dijo de repente fijándose en Hugo.

Hugo se resignó. No podía fingir que no se conocían. Trabajaron juntos en una película.

-¡Hugo Utiel! – exclamó la profesora abrazando al antiguo actor.

Hugo respondió al abrazo y dio un beso en la mejilla a la mujer. A eso le siguió un intercambio de actualizaciones sobre su vida. Jorge les miraba divertido. Pero enseguida la tal Paulina volvió su atención a Jorge. Y reiteró su petición para que les hiciera algún comentario sobre la obra.

Esos compromisos no le gustaban a Jorge. Él no era especialista en los clásicos y menos en Shakespeare. Y le gustaba menos si su sobrina estaba por medio. No le había pillado el tono a su personaje. Posiblemente tuviera razón y su amiga fuera mejor para el papel. Pero esa no era su guerra y no podía decirlo en voz alta. ¿O sí? Al fin y al cabo tenía una fama. Podía hacer gala de ella.

-Pensad una cosa. – dijo midiendo sus palabras – Es un clásico, pero habla de cosas de siempre habla de amor. Y de odio. Amor de Romeo y Julieta, y odio de dos familias, por afrentas del pasado. Amor, odio, incomprensión. Hacéis una versión clásica y eso tiene un peligro: valorar más la forma que el fondo. Declamar adecuadamente los versos no debe haceros olvidar el sentimiento que debéis aplicar a las palabras, a los gestos. En los clásicos, del éxito al ridículo, hay solo una delgada línea. – miró intensamente a la profesora – Creo que debería replantearse el reparto. Y el tono de la obra.

-Bien dicho, tío. – gritó alborozada su sobrina.

-No creo – continuó Jorge – que sea una buena idea traer a José M.ª Pou a verla. Creo que en lugar de promocionarla – se quedó mirando fijamente a la profesora – sería el efecto contrario.

Aplaudieron todos, menos Leyre, la supuesta nueva Julieta, según Clara. A Jorge le dio la impresión que la chica no quería ser Julieta ni muerta. Quizás se debiera a que le pareció que hubo algo entre ella y el que hacía de Romeo y la cosa no fue bien. La profesora se retiró discretamente a un segundo plano. La afirmación de Jorge, muy suave y educada para lo que se decía de él, había sido un directo a la mandíbula de ella. Quizás no era tarde para tomar decisiones verdaderamente profesionales. “Éste Jorge sabe de teatro más de lo que aparenta”.

-Que dices, Clara. Nunca sería Julieta. Odio a Carlos. No le perdono lo que me hizo.

-No salió bien, no le des más vueltas. Fue sincero.

-Fue un cabrón. Me dio ilusiones y de repente, me dijo que no funcionaría.

-Se habrá enamorado de otra.

-Pues que le den no le voy a besar en escena. Ni le voy a decir lo que le amo, o Capuleto de los cojones. Tú en cambio, te cae bien. Pues dale los besos y le miras con amor. Yo me niego.

-Es una obra de teatro. Dices que quieres ser actriz. He conocido a algunos actores que siempre cuentan que a veces tienen que trabajar con alguien al que odian y en pantalla deben fingir ser amantes o buenos amigos. No siempre te cae bien quien hace de tu marido.

-Eso cuando me paguen – dijo Leyre un poco orgullosa. – Mientras tanto tírate tú al pichacorta de Carlos.

Jorge Rios.

-Olvídate de que ese Carlos es Carlos. Es Romeo. Y en el escenario, debes mostrate lo que te pide el personaje – le dijo mientras caminaban despacio hacia la salida. Jorge ya se iba. – Te he visto hacerlo mucho mejor. Ese Carlos no se que tiene que os hace desvariar. O le odiáis con todas vuestras ganas o lo amáis.

-Es un poco creído.

-A lo mejor es que es cansado mostrar a todos algo que no se es. Yo creo que a lo mejor, él cree que si se muestra como de verdad es, no gustará. Y se ha creado un personaje.

-Pues que cambie de personaje – le dijo Clara dándole un beso antes de irse. – Vamos a ver como ha sentado tu visita. La profe se relajará. ¿No te ha dicho si podría venir José Mª Pou a la representación? ¿O Carmelo del Rio?

-Algo me ha dicho sí. Y ya le he dicho que no los espere.

-Pues a mí no me importaría que viniera Carmelo.

-Está rodando. No creo que pueda.

-Es una estrella. Si quiere puede venir. Así presumo de conocerlo. La peña no me cree cuando se lo cuento.

-Ya se lo preguntaré. Voy a cenar con él y su marido un día de estos.

-Gracias tío.

Su sobrina se volvió por el pasillo hacia el escenario. Ella pensó que no le veía su tío cuando le hizo a la profesora un gesto con los dedos: OK. Parecía que la niña se hacía mayor y empezaba a jugar en ligas mayores. Aunque lo que de verdad le había preocupado era esa opinión que tenían de él. Hugo por el hecho de acompañarlo, ya era su amante. Y aunque ya le había dicho varias veces a Clara que Rubén no era más que un fan, le había vuelto a echar en cara que era su novio. Y eso le preocupaba, pero lo que más le había llamado la atención era un cierto tono de asco que había notado en ella. A lo mejor Clara y no su amigo Carlos era la que estaba haciendo un papel estupendo.

Cuando se iban, se sentaron un rato al fondo de la sala. Los ensayos se reanudaron. Definitivamente Clara no tenía el papel. De repente Hugo le tocó suavemente en el brazo y le hizo un gesto hacia la oreja, invitándole a escuchar.

-¿De qué va Clarita? – dijo uno de los dos chicos que estaban sentados un par de filas de butacas por delante – con esa pantomima del teléfono. Si lleva otro que es el que tenemos todos.

-Lo más flipante es que le han seguido todos el rollo. Ahí con las llamadas. – dijo el otro chico. – Y todos mutis.

-Cada día es más rara. Con eso de que conoce a famosos, a Carmelo del Rio ese y a su padrino el escritor. Me dijo ayer que el actor ese comió en su casa el otro día. Y que le dijo que era una gran actriz. Que si quería la preparaba una prueba o casting o como se llame para trabajar junto a él en su próxima peli. ¡Alucinas!

-Lo flipa. Si es malísima. Y no me creo nada de que ese actor comiera en su casa. Si es lo más. Si es una estrella. Que le cuente esa historia a otro, no te jode. El único que es buen actor es Carlos. Pero es un creído.

-Ves, ahora sí recibe llamadas. Será su novio Juan.

-Ese si que es bobo.

Jorge miró al escenario y vio como Clara sacaba otro teléfono de la ropa y se ponía a hablar con alguien. Sonreía coqueta. Si no era su novio, lo disimulaba bien. Jorge y Hugo se levantaron. Hicieron ruido sin querer y los dos chicos se dieron la vuelta.

-Os digo una cosa – Jorge no pudo contenerse – Clara es una gran actriz. Lleva dieciséis años engañándome. Pero guardadme el secreto.


Capítulo 22.-

Aunque Jorge cada vez se notaba más centrado en su vida diaria, todavía no acababa de dominar todos los aspectos de ella. Uno de los que no controlaba era el tema de su agenda. Y eso ya era un tema que empezaba a ser prioritario.

Nada más salir del salón de actos del colegio de sus sobrinos, recibió un mensaje de Carmelo:

No te olvides de que tienes que ir a la recepción en la embajada francesa. Nos vemos allí.”

Todo era un sin sentido. Solo le quedaba el consuelo de que ni Carmelo ni Cape se habían acordado de ese compromiso tampoco. No quiso ni pensar dónde y cuando iban a cenar. Llamó a su vecina para avisar. Se había ofrecido a preparar la cena que tenía concertada con ambos.

-Da igual, te lo dejo todo preparado en el frigo. Luego a lo mejor os apetece volver a casa y comer algo.

-Serán las tantas de la noche.

-Se te olvidará comer, que lo sé. O te enrollarás con algún conocido o te esconderás si no encuentras alguien de confianza.

Juliana no admitió réplica. Jorge se duchó a toda prisa y se vistió para la ocasión. Seguía con esa obsesión por si olía a sudor. No se la había quitado desde el parque. Sabía que era una tontería, pero no podía evitarlo. Carmelo también le había recordado que la recepción era de etiqueta. Sacó el último traje que se había comprado, una camisa azul fuerte y una corbata fucsia con dibujos. Se puso unos zapatos castellanos cómodos y bastante usados. Les pasó un cepillo para que relucieran. En ese tipo de reuniones a veces había que estar mucho tiempo de pie, quieto, hablando con unos y con otros. Una mala elección podían convertir la velada en una sesión de tortura insoportable.

Hugo tuvo que ir corriendo a su casa para buscar ropa adecuada. Y lo mismo, dos de sus compañeros de la escolta. Hubo suerte porque Hugo había ido a recoger su único traje al tinte unos días antes. Solo lo usaba para las bodas de amigos. Últimamente había tenido varias. Si ese tipo de compromisos empezaba a repetirse a menudo, deberían todos comprarse ropa adecuada.

El control en la entrada era estricto. No obstante no hubo ningún problema con los escoltas, aunque su presencia no estaba anunciada. Únicamente le advirtieron que la próxima vez avisara de esa circunstancia.

-No hay problema, porque usted es amigo de la casa y es habitual. Pero es mejor que nos avise.

Sonrió agradecido.

Hugo le siguió a una cierta distancia pero intentando no importunarle. Nada más entrar se encontró con Biel. Se saludaron con dos besos.

-No dejamos de vernos últimamente.

-Y eso que no quedamos.

-A eso habrá que poner remedio.

-Creo que te vas dentro de poco a rodar a Argentina.

-Con esto del covid, los planes varían cada día. Creo que sí. Pero todo puede cambiar en unas horas.

Jorge se apuntó mentalmente hacer que eso ocurriera de verdad. Tenían que quedar a cenar un día antes de su viaje. Biel tuvo que dejarle e ir a atender a los productores de su última película que también estaban invitados. Jorge se acercó a una pequeña barra que había en un lateral cerca de la entrada y pidió una copa de Ribera de Duero.

Se le ocurrió que en esa recepción debería estar alguien de su editorial. Sería lo normal. Jorge era muy conocido en Francia. Vendía mucho allí. Algún crítico le definía como uno de los mejores escritores franceses, aunque no escriba en francés. Pero por mucho que oteó entre los invitados, no vio a nadie.

El embajador se acercó decidido a saludarlo.

-Querido Jorge. Que alegría que hayas podido venir. Tengo a mi madre de visita en Madrid y no me hubiera perdonado no tener la oportunidad de saludarte. – le dijo en francés.

-Pero Damien, sabes que solo con llamarme hubiéramos buscado un momento para comer los tres. – le contestó también en francés.

El embajador le agarró del brazo y le llevó a otra parte del salón elegido para la recepción. En un rincón estaba la mujer que tantas veces había visto en las fotos enmarcadas sobre el piano de la residencia privada del embajador. La mujer al verlo llegar, sonrió feliz.

-Doña Marguerite, que alegría tener la oportunidad de saludarla al fin. Damien no hace más que hablarme de usted.

-¿Me permite que le de dos besos? – preguntó la mujer encantada.

-Claro, mujer, dos y los que usted quiera.

Estuvieron hablando un rato. El embajador había corrido a sus estancias privadas para coger uno de los libros de Jorge en francés. Se lo tendió a su madre.

-¿Me harías el favor?

-No faltaría más.

Jorge sacó un bolígrafo del bolsillo interior de su chaqueta y se apoyó en una mesa.

Chère Marguerite, j’ai enfin eu le plaisir de vous rencontrer. Pour vous dire que tout ce que Damien m’a dit de bon sur vous est tombé à l’eau. Vous êtes une femme charmante. Merci beaucoup de vous compter parmi mes amis.

(Querida Marguerite, por fin he tenido el placer de conocerte. Decirte que todo lo bueno que me ha dicho Damien de ti, se ha quedado corto. Eres una mujer encantadora. Muchas gracias por contarte entre mis amigas.)

Jorge Rios.

La madre del embajador no pudo por menos que emocionarse con la dedicatoria. Le dijo que iba a estar unos días y que quería tener la oportunidad de comer con él.

-Hoy sé que tienes a muchas personas que atender y no quiero acapararte. Me encantaría charlar de tus libros. Quiero hablarte del nieto de unos amigos. Tus libros le salvaron la vida. Aunque luego tuvo un accidente y falleció. Pero su abuela que es mi amiga, te estará siempre agradecida.

-Lamento lo de ese pobre hombre. Una lástima. No se preocupe. Llamo en un par de días a Damien y buscamos una fecha. Escucharé la historia del nieto de sus amigos con mucho interés. Y la suya querida. Esa historia también me interesa.

La mujer volvió a besarle antes de irse a atender a otros invitados.

-Muchas gracias. Has hecho feliz a mi madre.

-¿Y ese nieto de esos amigos?

-Ya te contará ella. Yo solo sé la historia por encima. Pero no deberías extrañarte. Sé que muchas personas se acercan a ti con los mismos comentarios. Algunos amigos míos, por ejemplo. Si puedo arreglarlo, les diré que se acerquen para que tengas la oportunidad de conocer sus historias. A veces no te las acabas de creer.

-Me sigue sorprendiendo, sí. Y tengo miedo al día en que eso no suceda – le contestó sonriendo. – Estaré encantado de reunirme con ellos. Espero estar a la altura. Es difícil no defraudar cuando se han puesto muchas expectativas en alguien.

-Luego hablamos. Voy a saludar al Ministro de Cultura que acaba de llegar.

Jorge le sonrió mientras le veía alejarse en busca del político y su séquito.

-Dicen todos que eres un asocial, pero te desenvuelves muy bien. A esa mujer la has hecho verdaderamente feliz. Ahora está enseñando como loca a todo el mundo tu dedicatoria.

Hugo se había acercado y le hablaba en voz queda, para evitar que nadie les escuchara.

-He cambiado mucho últimamente. Carmelo tiene algo de culpa. Y su persistencia en que dejara unas vitaminas que insistía una amiga en que tomara cada día. Pero tengo mis días, no te creas. Quizás me da fuerzas el saber que estáis a mi lado. Aunque no me vayáis a sacar de ningún marrón, que no es vuestra misión.

-No conozco a este joven que te acompaña. Debe ser uno de esos chicos siempre atractivos de los que todo el mundo dice que te rodeas.

Elvira del Cerro se había acercado a Jorge a saludarlo.

-Es mi nuevo asistente. En mi editorial han pensado que ya lo iba necesitando. Hugo, esta es Elvira del Cerro, una vieja amiga.

-Vieja espero que por el tiempo que hace que nos conocemos – bromeó la mujer.

-Como te gusta que te halaguen, Elvira. Sabes que estás cada día más atractiva.

Jorge sonrió y la hizo una carantoña con la mano que la mujer recibió con agrado.

-Y me lo dice el que es inmune a los encantos femeninos.

-Que me gusten más los encantos masculinos, no es obstáculo para que no aprecie la belleza femenina.

Elvira y Jorge se besaron con cariño.

-No sé si conoces a mi amiga Blanca. Blanca Yepes, este es Jorge Rios.

-Es un placer conocerle, D. Jorge.

Se saludaron con un choque de puños.

-Pero para llevarnos bien, si no le importa nos tuteamos.

-Por mí encantada.

Estuvieron charlando unos minutos. Como casi todos los que buscaban que les presentaran a Jorge era lectora suya.

-Y el hijo de unos amigos, Lorenzo Manzano, los devora. Aunque me imagino que estarás aburrido de escuchar siempre los mismos halagos.

-No, por favor. Eso me estimula. Es al revés. No acabo de creerlos. Discuto mucho al respecto con mis allegados.

-Creo que conoces al padre de Lorenzo. Es el Dr. Manzano.

-¡Anda! No había caído que pudiera ser su hijo.

-Tenemos mucha amistad con su ex-mujer, Pilar. – le explicó Elvira.

Se enteró también que Blanca era la Presidenta del Consejo de Administración de Uremerk. A Jorge le sonó esa sociedad, pero tardó en recordar que era la empresa donde trabajaba su amigo Finn y en la que al parecer tenía muchos seguidores.

-Me han hablado últimamente de tu empresa, Blanca. Me han dicho que allí se juntan un montón de lectores de mis libros. – apuntó Jorge en tono ligero, dando a su voz un toque de broma. – Me preguntaba si es que está entre los requisitos para trabajar en ella.

-¿A sí? Pues no sé. Tendré que preguntar al jefe de personal – la mujer siguió con el tono jocoso de Jorge. – Si dependiera de mí, te aseguro que haría un examen previo a todos los aspirantes a trabajar en Uremerk sobre tus novelas.

-El nuevo secretario de mi hijo Gonzalo, sin ir más lejos – comentó Elvira – Me lo comentó el otro día cuando comimos juntos. Me contó mi hijo que casi se las sabe de memoria.

-¿A sí? ¿Y tengo el gusto de conocerlo? – preguntó como parte de la broma.

-Él al menos no presume de ello. Se llama Galder Rodilla.

-Pues no tengo el gusto, que yo recuerde.

-Es un joven muy guapo – dijo Elvira sonriendo coqueta.

-Pues definitivamente no lo conozco. Si es tan guapo, lo recordaría.

-Siempre tan juguetón. Mira, ahí viene otro bellezón. Y a este si lo conoces. No te voy a recordar la frase que suele acompañaros cuando os ven juntos.

Jorge se dio la vuelta y vio a Carmelo acercarse decidido. Estaba radiante. Vestía un traje impecable, azul oscuro, con una camisa amarilla fuerte y una corbata del mismo tono que el traje. Zapatos castellanos (le había copiado a Jorge su gusto por los castellanos) con calcetines del mismo color que la corbata y el traje. Llevaba gemelos en los puños de la camisa y se había puesto dos pendientes en cada oreja, dos aros de oro de distintos tamaños. Su pelo rubio, peinado al descuido redondeaba esa presencia apabullante que constituía Carmelo del Rio. Eso lo completó con una sonrisa límpida y franca y con una mirada hacia Jorge que expresaba todo el cariño que le profesaba. Cuando apenas le separaban un par de pasos, abrió los brazos para fundirse en un abrazo con Jorge.

-Estás más rubio – bromeó Jorge mientras le daba dos besos y le acariciaba la cara. Aunque se dio cuenta de que llevaba un ligero maquillaje, le dio igual. Luego le repasó un poco con los dedos gordos para atenuar si le había dejado marcas.

-Sabía que me lo ibas a echar en cara. Es de quita y pon, que conste. Es por mi personaje de Londres. No seas cabrón. Elvira, perdona. Es que hacía tiempo que no veía a mi escritor favorito. Y como es tan escurridizo, no quería que se me escapara.

Jorge se sonrió ante la flagrante mentira que había soltado Carmelo. Esa misma mañana le había dejado en la puerta de su casa antes de irse al aeropuerto para la sesión que tenía en Londres. Algo imprevisto que había surgido el día anterior. Iba a estar dos días, pero Jorge intuía que había vuelto antes por él.

Elvira y Carmelo se dieron también dos besos. Le presentó a Blanca Yepes.

-Menuda reunión tenéis aquí montada. La envidia de toda la embajada. Los más guapos, todos juntos. Falta Biel al que he visto en misión de trabajo.

-¡Ovidio! ¡Qué sorpresa! – saludó Jorge al hombre que acababa de incorporarse.

Nadie se salva de preguntarse alguna vez lo que hubiera pasado si las decisiones que tomó fueran otras. Eso le ha pasado muchas veces a Jorge con respecto a aquel momento de su vida que estuvo a punto de cambiar de editor, de editorial y de manera de organizarse.

¿Qué hubiera pasado si cuando se hartó de las malas caras y desprecios de Dimas, hubiera aceptado la oferta de Ovidio para irse a su editorial?

Él le proponía tener un agente. Dimas hacía las labores, pero para Ovidio no era suficiente.

-Estás perdiendo oportunidades. Tu carrera podía ser mucho más… exitosa.

-Ya vendo mucho.

Ovidio fue a decir algo, pero se calló. Jorge tuvo la certeza de que iba a decir que podría vender mucho más. Aunque a lo mejor se refería a otra cosa. Nunca lo sabría, porque nunca se atrevería a preguntarle.

El caso es que aunque la propuesta de Ovidio le convencía, no se atrevió a enfrentarse de frente a Dimas y tampoco se atrevió a contradecir a Nando, su marido, que tomó partido de forma decidida por seguir con Dimas.

-Él te descubrió. El confió en tu éxito. Se lo debes todo a él.

Algo de razón tenía.

-O cambia su actitud conmigo, o me voy. Parece que me odia y gana mucho dinero conmigo. Solo quiero un poco de respeto.

-Dale otra novela y ya verás como…

-¿Le tengo que dar una novela cada vez que quiera que no me mire de esa forma que lo hace? Parece que le he robado o algo.

-Está siempre tan ocupado… con tantos autores…

-No me hagas reír, Nando. No me jodas. Si no les hace ni caso. Todos se quejan. Y hay algunos buenos.

-Pero ninguno como tú.

-Con un poco de apoyo, alguno vendería cien veces más.

-Tú no sabes de esas cosas…

-¿Y tú sí? ¿En qué momento has pasado de no querer saber nada de mi carrera, a ser un entendido en el mundo editorial?

-Si te vas a poner así a insultarme…

-¿Te he insultado? Espera que miro en el Diccionario la definición exacta de insulto.

-Como eres más culto te crees por encima de mí.

-Y tú te crees que soy imbécil. Un imbécil al que puedes manipular a tu antojo. Con esa monserga de que te desprecio porque dices que soy más culto. Es tu muletilla preferida. Siempre acabas las discusiones con ella.

Nando se acercó a Jorge y le acarició la cara.

-Perdona, amor. Solo quiero lo mejor para ti. Te amo con locura.

-Pues se te ha olvidado demostrármelo.

Nando sonrió y acercó sus labios a los de Jorge. Y le besó suavemente. Luego le mordió el labio, como sabía que le gustaba.

-Te estás poniendo cachondo…

Jorge le quitó la camiseta y le tiró sobre el sofá. Le empezó a besar el pecho, a morder los pezones…

-Espera, para. Tenemos que…

-Si espero, me divorcio de ti y me cambio de editorial. Y te recuerdo que no verías un duro.

Nando le sonrió y le trajo de nuevo hacia él. Le empujó la boca hacia su bragueta.

-Te quiere saludar. – le dijo con voz insinuante.

Jorge Rios.

Elvira y él se saludaron muy formalmente. También saludó a Blanca Yepes. Se conocían, aunque a Jorge le dio la impresión de que su relación no era precisamente de amistad. Era evidente ciertas tiranteces entre ellos.

-Os dejamos. Luego espero tener la oportunidad de charlar más tranquilos – le dijo Elvira.

-Os quiero presentar a mi acompañante, Peter Garrick. Jorge Rios y Carmelo del Rio.

Los tres se saludaron con unos choques de puños.

-Sigues teniendo buen gusto para elegir a tus compañías – le dijo Jorge sonriendo.

-Lo dice quién está agarrando el brazo del hombre más deseado de España y parte del extranjero.

-Ovidio, que me pongo colorado. – comentó Carmelo divertido.

-Carmelo. ¿Tú colorado? Pero como te ríes de un pobre viejo como yo.

-Ni viejo ni pobre, anda.

-¿Me prestas a Jorge un rato? A lo mejor podías presentar a algunos amigos a Peter. Es la primera vez que viene a una recepción en la embajada.

-Claro. Estaré encantado. Aunque con lo atractivo que es, no sé si me lo van a robar a las primeras de cambio.

-Ya será al revés – dijo Peter – No creo que nadie me mire al ir junto a ti.

-Creo que no te has mirado mucho al espejo últimamente.

Carmelo lanzó una mirada a Jorge para comprobar que estaba bien y que no tenía reparos en irse con Ovidio. Si eso no hubiera sido así, se hubiera inventado un compromiso para retenerlo. Pero Jorge asintió ligeramente y sonrió casi imperceptiblemente.

Ovidio Calatrava sustituyó a Carmelo apoyándose en el brazo de Jorge. Lo fue empujando hacia una de las salones laterales que estaba lleno de sillones y apenas había nadie sentado allí. Se acercó un camarero para ofrecerles algo de beber.

-Yo voy a seguir con mi Ribera de Duero.

-Anda que venir a la embajada francesa a beber vino español… – se burló Ovidio.

-También tienes razón. No se me había ocurrido que pudiera parecer mal educado o poco considerado con mi anfitrión.

-No se preocupe D. Jorge. El embajador sabe de su gusto por esa denominación y siempre que viene usted, tenemos instrucciones de ponerlo a su disposición. – le comentó el camarero muy servicial y educado.

-Luego le daré las gracias por el detalle. De verdad que no había caído en ese tema.

-Yo prefiero una copa de champán. – pidió Ovidio.

-Les traeré también un plato de unos pastelitos salados que ha hecho el cocinero de la embajada. Están gustando mucho a los invitados. El embajador quiere saber su opinión.

-Me parece adecuado – sonrió Ovidio invitando a Jorge a sentarse en dos butacas que estaban libres y apartadas del resto.

-¿Pasa algo Ovidio? – le preguntó Jorge intrigado.

-No. ¿Por qué dices?

-Pareces muy serio. Y te has apartado de los invitados, y suele gustarte tomar el pulso a lo que se dice en estas reuniones.

-Y luego dicen que no te enteras de nada. Como les engañas a todos… Sí, estoy un poco preocupado. Me preocupa… tu situación con Dimas. No dejan de llegarme rumores de vuestras tensiones. Y eso no es bueno para ti y tu carrera literaria. Sabes que siempre te he tenido aprecio y que me hubiera gustado que te vinieras a Simbad hace años. Pero tu marido, que en paz descanse, siempre se opuso. Y nunca quisiste enfrentarte a él.

-Era de la opinión de que debíamos gratitud a Dimas por haber sido el primero en haber confiado en nosotros.

-En ti dirás.

-Sí, como quieras decirlo.

-El único con talento de los dos eras tú.

-Pero él me empujó a publicar. Y Dimas pues…

-Mira Jorge. Creo que ya es hora de que sepas algunas cosas. Dimas ni siquiera leyó tus novelas, esas que le mandó Nando. Dudo que a día de hoy haya leído ninguna. En realidad no le gusta. Leer, me refiero – explicó ante la cara de extrañeza que puso Jorge. – Suele tener a alguien en la editorial que las lee por él y le hace un resumen de pocos folios.

-Creo que estás equivocado. Me publicó…

-Porque el que decidió publicarte fue Bonifacio, el dueño de la editorial. Dimas siempre ha sido un poco vago. Era su yerno por aquel entonces. Dimas estaba casado con su hija Carlota. Dimas ejercía de yerno sumiso, pero vago e inútil. En aquella época, Dimas se separó de Carlota y se casó casi al día siguiente del divorcio con Rosa.

-¿Y por qué no sé nada de eso?

-Porque no querías enterarte de nada. Lo dejaste en manos de Nando que te manejó a su antojo, perdona que te diga. Perdona, de verdad, no pretendía ser tan brusco.

Jorge se quedó mirando a Ovidio. Ese silencio fue aprovechado por el camarero para traerles sus bebidas.

-Me he atrevido a traerles las botellas, por si quieren servirse otra copa.

Les dejó todo bien dispuesto en la mesita que había delante de las butacas y se alejó con presteza para dejarles a solas con su conversación.

-Dimas estaba enfadado con su suegro. Él les dominaba a todos a su antojo. No era un hombre fácil, no te voy a engañar. Pero a su vez dependía de él. Dimas no era nada. Era un vividor que se dedicaba a disfrutar de la vida. Si te fijas, sus otros autores no son nada, y tiene algunos buenos escritores. Pero necesitan un editor, y nunca lo han tenido. Tú no necesitabas un editor. Tú triunfaste por ti mismo, por tu… don. Tienes un don, Jorge.

-Pero él se ocupó de hablar con los libreros…

Ovidio chascó con la lengua, produciendo un sonido de fastidio.

-Que eso lo hizo Bonifacio. Y preparó la edición personalmente. Todo lo hablaba con Nando, porque él no quería dar la cara. Quería que Dimas reaccionara. Como no lo hizo, obligó a su hija a divorciarse y a Dimas a casarse con Rosa, que se haría amiga tuya y te controlaría. No quería arriesgarse a que tu talento se perdiera. O que llegara a otros puertos.

-Pero eso supone… que he sido un pelele estos años. Rosa con la misión de controlarme… o sea que su amistad era… humo. ¿Y lo de sus hijos? ¿Ser el padrino de Jorgito?

-Todo eso ya lo intuías, Jorge. Tu ahijado, puede que se alejara de los designios familiares. El único que lo hizo. Aunque no del todo, según mis noticias.

Me lo tengo merecido. Por ser un bobo del culo.

Por lo que sé, Carmelo se ha ocupado de que te dieras cuenta de todo lo que pasaba a tu alrededor, al menos en los últimos tiempos.

-Carmelo nunca te ha caído bien, Ovidio. Y una cosa es que Carmelo lo intentara, y otra cosa es que lo consiguiera.

-Eso no es cierto. No me cae mal.

-¿No lo es? – le dijo Jorge mirándolo fijamente – Hace un momento lo has demostrado. Con la forma de mirarlo.

-Has interpretado mal mi mirada. Carmelo me merece todos los respetos. Debía haber muerto, y en cambio, se ha convertido en un Dios. Me gusta la gente con talento, Jorge. Y él lo tiene. Me gustan los supervivientes, los que se levantan a pesar de que todo se les pone en contra. Y él, lo es. De otra forma no estaría dónde está. Es más, te repito… no debería ni estar vivo. Y tú lo sabes. Tú tienes mucho que ver con que esté donde está. Es más, tienes mucho que ver con que esté vivo. Sois la pareja perfecta. Los dos os habéis ayudado, y de alguna forma, él a ti y tú a él, os habéis salvado. Sé que no eres muy receptivo a los halagos. No te los crees. Pero es así.

-Tenéis caras muy serias y eso no puede ser. Estamos en una fiesta.

Carmelo había aparecido como por arte de magia a su lado y les miraba sonriendo. Se había colocado al lado de Jorge y le había puesto la mano sobre el hombro. Jorge sin darse cuenta puso su mano sobre la de Carmelo. Necesitaba el roce de su piel.

-Tienes razón. Esto es una fiesta.

Ovidio se levantó y sonrió. Entendió que Carmelo ya no iba a alejarse de Jorge. Por una parte le fastidió, porque todavía tenía cosas que hablar con el escritor. Por otra, le dejó tranquilo, porque Carmelo lo cuidaría. Y eso de alguna forma, le tranquilizaba.

-Por cierto, mi más sincera enhorabuena por “La Casa Monforte”. Es tu mejor novela. No sabes lo que llegué a hacer para tenerla en mis manos antes que nadie. Y no me arrepentí. La leí en apenas dos días.

-Gracias, Ovidio. Tu opinión la valoro mucho.

El empresario sonrió y les dejó a solas.

-¿Qué quería?

Carmelo ocupó la butaca que había dejado libre.

-¿El vino es tuyo?

-Sí. Bebe si quieres. Ahí tienes la botella.

Carmelo olió el vino e hizo un gesto de agrado. Bebió un sorbo y lo saboreó.

-Magnífico. Veo que ni aquí renuncias a un Ribera de Duero.

Cogió la botella y escanció más vino en la copa.

-Calla. Que ni darme cuenta. Me lo ha hecho ver Ovidio. Que vergüenza. Y encima el camarero me ha dicho que Damien es el que les dio instrucciones para tener Ribera de Duero si iba a venir yo.

-Bebe un trago anda. Te quitará el mal sabor de boca.

Jorge le hizo caso. Aunque parecía haber dejado de disfrutar de la velada.

-¿Me lo vas a contar?

-Es que no sé por dónde empezar. Básicamente me ha contado los secretos de mi entrada en el mundo editorial, tirando por los suelos lo que hasta ahora creía que había sucedido. Nando me empezó a engañar desde el primer día. Eso a pesar de todo lo que ya sé y sobre todo, sobre lo que siento de mi pasado, ha sido una gran sorpresa. Como que Dimas no lee libros, no le gusta, a parte de ser un vago.

¿Un editor que no lee los libros que publica? ¿Le preparan una sinopsis argumental para que pueda hablar del tema? ¿Y cuando te va cantando lo que le parece según avanza?

Alguien se lo hará. Le dictará los mensajes, o mejor… a lo mejor le deja el móvil y los escribe él o ella misma.

Jorge parecía de verdad perdido. El último comentario lo había hecho en un todo que dejaba a las claras que se sentía mal. Se sentía como si fuera un monigote. Y lo peor, por eso se sentía tan mal, es que era culpa suya. Desde el momento uno.

-Come uno de esos saladitos. Están muy buenos. Y vamos a saludar a algunos amigos. Ya me contarás con detalle mientras cenamos.

-Por cierto, llegabas más tarde. No, volvías mañana.

-He adelantado el viaje. He venido con lo puesto. Ya me mandarán el equipaje. Yo tampoco me acordaba de esto. Y sabía que era importante que vinieras y no quería dejarte solo.

-Gracias. Eres un sol.

-¿He llegado a tiempo?

-Sí. Ahora pensaré en lo que me ha dicho y … ya veremos. Creo que me iba a soltar alguna perla más. Le he visto un ligero gesto de fastidio cuanto te ha visto a mi lado y has dejado claro con tu postura corporal que no pensabas dejarme solo de nuevo.

¿Sobre?

Jorge se encogió de hombros.

-¿Me lo vas a contar?

-Claro, en la cena. No seas pesao. ¿Te ha tirado la caña ese Peter? – preguntó Jorge cambiando de tema.

Carmelo se echó a reír.

-Lo ha intentado. Pero con eso ya contaba. Los acompañantes de Ovidio son gigolós siempre. Presume de ello, así que no es ningún secreto. Pero estando tú en la misma sala, nadie puede ocupar mi mente.

-Que bobo eres. Si es…

-A mis ojos, querido, nadie es más atractivo que tú.

-Calla, que me lo voy a creer al final. – dijo sonriendo Jorge.

-Venga, levanta. Biel nos espera. Acaban de llegar Rodrigo y Mártins y están con él. Y quieren saludarte. Sobre todo Mártins. Está oteando continuamente el horizonte en tu busca.

-A ver si Mártins me da besos. Que tú hoy…

-Serás bobo…

Carmelo tiró del brazo de Jorge y le obligó a levantarse. Se puso enfrente de él y le besó en los labios.

-¿Contento?

-Hum – dudó Jorge.

Carmelo miró a su alrededor para comprobar que nadie se fijaba en ellos. Volvió a acercar su boca a la de Jorge y le volvió a besar, esta vez con más intensidad.

-La madre que te parió. Que me va a gustar y luego…

-Anda vamos. A mí no me engañas… te ha gustado.

-Claro. Eso es lo malo. ¿Y Cape?

-A veces me asombra como te haces el loco…

Jorge se echó a reír.

-Anda, vamos a ver a Mártins. Y deja de tomarme el pelo…


Capítulo 23.-

Le apetecía estar solo. Aunque fuera un cuarto de hora. Agradecía la compañía de Carmelo, de Martín, de Biel. Sobre todo los dos primeros le demostraban a cada momento su cariño. Y eso, a parte de que era nuevo para él, sobre todo en la forma de percibirlo, debía reconocer que le templaba el ánimo. Si estaba a punto de caer en la melancolía, un solo gesto de uno de ellos le hacía remontar. Si alguna circunstancia le empujara a enfadarse, una sonrisa de Martín o una suave caricia de Carmelo, conseguía que su furia de desvaneciera por completo.

Empezaba a añorar a veces estar tiempo apartado de todos y dejar vagar la cabeza, aunque eso le supusiera rebajar unos cuantos puntos su estado de ánimo. Para él, dejar que su mente volara a sus anchas sin ponerle cortapisas, era fundamental para su equilibrio. Desde que Rubén apareció en su vida, todo se había vuelto una locura. Y ahora con sus escoltas, todavía era más agobiante. Ya no iba ni al baño solo. Y si le apetecía quedarse un rato sentado en un reservado, a los cinco minutos de no dar señales de vida, tenía al policía de turno tocando a la puerta para comprobar que todo iba bien.

Había salido del edificio principal de la embajada y se había dirigido a una terraza apartada que pocos sabían de su existencia. Era un patio interior con jardines, mesas, sillas, butacas y sofás, para que las personas que trabajaban en la embajada pudieran relajarse. De hecho, cuando Jorge llegó, solo había una pareja que reconoció de otras veces. Trabajan con el embajador. Se saludaron en la distancia. Ellos estaban muy a gusto solos y él también lo estaba. Los tres sabían de su amor por los momentos solitarios, así que ninguno hizo nada por acercarse al resto. Hugo y los tres compañeros que habían entrado en la embajada con él se situaron estratégicamente, pero manteniendo las distancias. Al principio Hugo se había acercado a Jorge, pero éste le había pedido con delicadeza que se mantuviera a distancia.

-Necesito imperiosamente un rato de soledad. No te ofendas.

Hugo sonrió resignado y se apartó de Jorge. Se sentó en una butaca al lado de un calefactor a unos metros de distancia.

El teléfono de Jorge sonó. Un mensaje. Era Carmelo preguntando. Jorge le contestó que estaba bien, pero que necesitaba pensar.

Volvió a sonar el móvil. Se extrañó al ver el nombre en la pantalla. Contestó con un poco de prevención.

Aquel día en que Jorge aceptó acompañar a Carmelo a una entrevista con una policía, no intuía la sorpresa que se llevaría. La casualidad hizo que además, la cita fuera en aquel bar al que fue unos años antes un desesperado Carmelo buscando a Jorge, al que no había visto desde aquella fiesta de año nuevo en la que se conocieron.

Jorge se sentó en la misma mesa. Luego, cuando Carmelo preguntó, le dijo que no se había dado cuenta. Pero le mintió. La eligió a posta. Era su mesa. Era la mesa en la que estaba sentado el día de su reencuentro.

Carmelo se sentó en otra distinta. La idea era que tuviera esa entrevista con la comisaria Olga Rodilla a solas. No la conocían todavía. Desde el estallido del caso, cuando quisieron matar a Carmelo y a Cape en Concejo, fueron Carmen y Javier quienes trataron directamente con ellos. En aquel entonces ni siquiera Jorge estaba metido en ese embrollo. Él era feliz deslizándose casi furtivamente por las calles de Madrid o de la ciudad dónde fuera a charlar con los lectores. Esas charlas y las clases en la Universidad, eran casi las únicas actividades que le sacaban de sus rutinas. Y además, cuando Cape apareció en la vida de Carmelo, acaparó casi por completo a éste. Lo intentó al menos. Carmelo siempre encontraba una excusa para hacer una escapada a Madrid y quedar con el escritor. O para quedarse un par de días en su casa. O para llamarle por teléfono a cualquier hora.

Cuando esa mujer apareció en la puerta del bar, vestida con traje largo, indicativo que a continuación iba a alguna recepción de etiqueta, supo quien era. Jorge se fijó entonces en Carmelo. También había sentido lo mismo. Ninguno la había visto antes, pero los dos supieron en cuanto apareció que era ella.

Olga echó un vistazo al bar. Mirada de policía. Se cruzaron sus miradas. Ella sonrió imperceptiblemente. Fue solo un instante. Siguió con su escrutinio del local. Vio a Carmelo que la miraba fijamente, con la boca abierta, a punto de emocionarse. Caminó decidida a su encuentro. Sonreía.

Intentó mantener las distancias con Carmelo marcando el saludo con un estrechar de manos. Pero Carmelo lo desdeñó y se lanzó a abrazarla. Olga sonreía y rápidamente cambió su idea. A Jorge se le saltó una lágrima. Era claro que la memoria iba por un lado y que los sentimientos y las sensaciones iban por otro. Posiblemente la última vez que tuviera esa experiencia, Carmelo fuera más bajo que ella. Ahora era al revés, aunque Olga no era baja precisamente y llevaba unos señores tacones. Pero enseguida encontraron los dos la medida. Enseguida encontraron la forma de besarse con todo el cariño del mundo. Enseguida encontraron los dedos de Olga el camino de las mejillas de Carmelo para secarle las lágrimas. Le bajó la cabeza y le besó profusamente la frente, las mejillas.

Tardaron, pero al final se sentaron. Y hablaron. Mucho.

Jorge iba con intención de ponerse a escribir en cuanto comprobara que todo iba bien y que Carmelo se encontraba a gusto. Pero no pudo. No podía quitar la vista de Olga. Intentaba recordarla. La sentía en su corazón. Sentía que ella le respetaba, le apreciaba y que era un sentimiento recíproco. Incluso sentía que habían tenido experiencias comunes. Que habían enfrentado algún que otro peligro de la mano.

En un momento determinado, el teléfono de Jorge empezó a echar humo. No conocía ninguno de los teléfonos que le mandaban wasaps. Uno llamó. Atendió la llamada. Requerían a Olga. Ni ella ni Carmelo habían contestado ninguna llamada. Ni siquiera habían mirado el móvil.

-Ahora se lo digo – respondió Jorge a su interlocutora, una policía llamada Patricia, que parecía trabajar en la misma Unidad que Olga.

Jorge se levantó y fue hacia ellos. Se sintió nervioso por acercarse a ella. Le entraron las mismas ganas de llorar que a Carmelo. Lloros de emoción, de cariño. Ella se dio cuenta de su proximidad y le sonrió. Se fue a levantar pero Jorge se lo impidió con un gesto. Se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Estás espectacular, Olga – le dijo con un tono de voz que inesperadamente le había salido muy dulce.

Ella le sonrió y le acarició la mejilla.

-Siempre tan cariñoso y amable. Te encuentro estupendo. Y ya veo que siempre vas dispuesto a escribir. Aunque a tus fans nos tengas a palo seco desde hace años.

-No toca todavía – respondió Jorge con una sonrisa.

Jorge miró a Carmelo que a su vez lo observaba con sorpresa. Jorge le sonrió y eso consiguió que el actor relajara completamente su cuerpo.

-Me temo que me han encomendado que te recuerde Olga, que tienes un compromiso en no sé que hotel. Ninguno cogéis el teléfono.

Olga miró la hora y se levantó de un salto. Se disculpó con ambos. Pero quedaron para la mañana siguiente.

Tenía mucha prisa, pero cuando llegó el momento de despedirse de Carmelo, no se notó. Éste le acarició suavemente con las yemas de sus dedos el rostro de ella. Ella sonreía sin dejar de mirarlo.

-Dani, cariño ¿Sabes que te quiero?

Carmelo asintió con la cabeza. Sus ojos habían vuelto a llenarse de lágrimas. Olga le cogió con las manos la cara y le besó profusamente. Luego se giró hacia Jorge, lo abrazó, y le besó en la mejilla.

-Gracias, escritor.

Allí se quedaron los dos mirando como se alejaba. Se sentaron de nuevo. Un camarero vino a recordarle a Jorge que había dejado en la otra mesa sus cuadernos y su portátil. Se cambiaron de mesa sin decirse nada. Y así siguieron los dos un buen rato. Carmelo en un determinado momento, apoyó la cabeza en el hombro de Jorge y cerró los ojos.

Jorge Rios.”

-¡Olga! Esto sí que es una sorpresa.

-Jorge.

-¿Pasa algo? Me han dicho que estás en Quantico.

-Y estoy. ¿Cómo va todo?

A Jorge le dio la impresión de que Olga no parecía interesada en contar su experiencia allí, ni tampoco que Jorge se enrollara contándole su vida. Llamaba por algo específico e iba a dedicar a las cuestiones protocolarias el tiempo justo.

-Dentro de lo que cabe no nos podemos quejar. Tu niño Dani está tan guapo como siempre. Y cada vez, confieso, pero que no salga de nosotros, que lo quiero más.

-Eres tonto. Eres el único que no se ha enterado de que lo amas con todo tu ser. Y que él besa el suelo que pisas.

-¿Y por qué no me lo has dicho antes?

-¿Y quitarte el placer de descubrirlo? – bromeó Olga.

Jorge se rió.

-Que quieres Olga. No están cerca tus amigos de la Unidad. Salvo mis escoltas. Hace siglos que tú y yo no nos vemos. Y no tiene pinta de que me llames para interesarte por el estado de mi relación con tu niño, Dani.

-Necesito un favor.

A Jorge, el tono de la comisaria le pareció rayano con la desesperación. No lo dudó.

-Si está en mi mano… lo que quieras.

-Estás en la recepción en la embajada francesa. ¿Podrías buscar con discreción a mi hijo y encargarte de que llegue a casa entero?

Jorge notó que Olga no era la misma persona que otras veces que se había encontrado. No era la policía resuelta, segura de ella y de sus convicciones. Que controlaba las emociones hasta en los momentos más duros, para así poder ayudar a las víctimas con maestría y profesionalidad. Aunque eso no le quitaba un ápice de su capacidad de transmitir cercanía y cariño. Su voz temblaba ligeramente. Y Jorge la notó superada. Rota. Era una sensación que iba a más según hablaban.

-Cuéntame.

Olga le relató como el jefe de operaciones del FBI le había avisado de que su hijo estaba en una situación cuando menos comprometida en un reservado de la embajada. Había perdido la noción de la realidad a causa de unas drogas que le habían dado. Y estaba en malas compañías.

-Posiblemente sea el objeto de alguno de esos juegos que tan bien conocemos tú y yo. Me ha avisado porque tenemos amistad. Va en contra de sus intereses me lo ha dejado claro. No deben enterarse mis compañeros. Debe ser un asunto extraoficial.

-¿Y como quieres que haga eso? – Jorge de repente se había puesto tenso. – Necesitas alguien… con otro perfil. Una persona de acción. Yo soy todo menos eso.

-No estoy de acuerdo. Ya lo has hecho antes. A parte, no puedo confiar en nadie más. Solo tú estás en el sitio adecuado.

-Un momento del que no recuerdo nada, permíteme que te recuerde. Llevo un montón de años arrastrando los pies por las calles, por no tener fuerzas para andar con paso decidido.

-Ya andas con paso decidido.

-Olga, por favor.

-Te necesito, Jorge. Es importante. No quiero perder a mi hijo. Desde que dejó a Javier… no sé que le pasa. Está… perdido. Van a aprovecharse de él para tener munición contra mí y Javier. Para vengarse de mí, quizás. No pudieron hacerlo del padre de Javier en su momento. A lo mejor me han elegido para destrozarme a través de mi hijo.

-Javier a lo mejor…

-Javier no está bien. No supera lo de… en realidad no supera todo lo que le ha pasado en lo que respecta a su vida de pareja. La muerte de Ghillermo en esas circunstancias tan dolorosas y cuando menos raras, ha hecho que su frágil estado de ánimo se venga a abajo.

-No puedo hacerlo solo.

-Llama a quien sabes. Él te dará alguna pauta. Sé que has retomado el contacto. Su forma de hacer estaba en el parque donde te dispararon. No has dicho nada, eso quiere decir que lo has visto recientemente. Nadie lo sabe. Y es mejor que siga siendo así. Él sabe como cuidaros y puede llegar dónde nosotros no podemos.

Jorge no sabía si enfadarse o reírse. Optó por lo segundo. Aunque obvió el tema.

-Tendré que decirles a los escoltas que me dejen un rato solo.

-Pídele a Hugo que vaya a por tu portátil. Y le dices: tarda media hora. Necesito media hora.

-Pero…

-Debes hacer como hiciste con Dani, cuando era peque. Mi hijo no es tan peque. Tiene ya veinticinco. Pero … es complicado. Saca esa otra personalidad que tienes debajo de esa capa de inútil que te has creado y que te viene tan bien.

Jorge meneó la cabeza molesto. Pero decidió dejar ese tema para cuando la comisaria volviera de Estados Unidos.

-¿El embajador sabe de estas cosas raras que pasan en su embajada?

-No.

-Pues a lo mejor es hora de que se entere.

-A tu criterio. Es amigo tuyo. Lo que hagas, bien estará. Confío en ti. Lo único, me lo cuentas para actuar luego en consecuencia.

-El concepto de amigo está muy sobrevalorado. ¿En que parte está? La embajada es enorme.

-En el ala de los muertos, me dicen. No conozco la embajada hasta tal punto. No tengo ni idea de lo que es eso.

Jorge se sonrió. Él sí sabía.

-Cuelga. Te llamo luego.

Marcó el número de Roger. Contestó al instante.

-Escritor.

-Necesito consejo para encontrar en la Embajada de Francia a un joven de veinticinco drogado y en malas compañías. Parecen dispuestos a…

-En la salida oeste. Habrá un coche en quince minutos. Te esperarán lo que haga falta.

-A lo mejor necesito ayuda. Yo no…

-Solo con que te vean. Mira decidido. No tengas dudas. Di: ese chico es mío. Si alguien lo toca, Roger se encargará de él.

-¿Así de fácil?

-No va a ser fácil. Pero eres escritor. Sabes improvisar. Sabes como hablan los buenos y los malos cuando quieren imponerse. Y eso ya lo has hecho antes. Varias veces. Y saliste con bien. Y no te olvides que sabes dar hostias. Recuerdo que no las dabas nada mal.

-Eso es lo que soy, un escritor. Todos me decís que soy un tipo que hizo un montón de cosas que… ni puta idea, vamos. No soy un tipo de acción. Debo librarme de mi escolta, debo ir a la otra punta de la embajada, solo, y meterme en un cuarto en el que vete tú saber lo que me voy a encontrar.

-Lo que has visto tantas veces. Te servirá de recuerdo. Te repito que no es la primera vez que lo haces. Una cosa: no lleves a Dani. Ni al chico de Laín. No creo que estén preparados.

-Esto parece una prueba de un concurso de supervivencia. Ni a los participantes de “Los Juegos del Hambre” se lo ponían tan difícil.. No hagas esto, no puedes hacer aquello, nadie me dice lo que debo hacer ni si tengo comodines. Casi que… ni a los alumnos de “Battle Royale” se lo ponían tan complicado.

Roger ya había colgado el teléfono.

-Encima hablo solo. – dijo mirando su teléfono con desesperación.

Sin intervalo de tiempo, mandó un mensaje a Aitor.

Te necesito”.

Estoy contigo”

Busca señales de vídeo que salgan de la embajada. A sitios de esos la red oculta, de los que te gustan a ti. Consigue todo el material que han emitido, elimina la señal en directo y elimina todo rastro del vídeo. Y las copias.”

Esto te va a costar una noche de amor.”

Jorge se sonrió. Otra vez el instinto le había llevado a dar esas instrucciones a Aitor. Al menos tenía a alguien ayudándolo, aunque estuviera a cientos de kilómetros.

-Hombre, Jorge – el embajador en persona acababa de aparecer en la terraza. Su misión empezaba bien. Tomó una decisión.

-Damien, te necesito. Siento cortarte tus intenciones. Seguro que vienes para presentarme a alguien, pero deberá esperar. Es delicado. Y no te va a gustar.

Le explicó en pocas palabras.

-Llamo al servicio de seguridad. No puedo consentir algo así.

-Mejor no. El chico es el hijo de una amiga. Luego investigas lo que quieras. No te conviene que esas cosas pasen en tu embajada, estoy de acuerdo. Y menos que se sepa. Pero debo librar a ese chico de lo que le están haciendo y debo evitar que nadie se entere. Cuantas menos personas implicadas, mejor. Tampoco te conviene el escándalo. Y si pones a tu empresa de seguridad en alerta… esta gente…

Jorge iba a explicarle por encima, pero se dio cuenta de que el embajador sabía de que hablaba.

-Te ayudo. He oído cosas. Eso, en mi embajada, no. Cuando me lo contaban me parecía que alguien había tomado tu novela Tirso por algo real.

Jorge suspiró y levantó las cejas. Tendría que buscar un momento adecuado para sacarle a su amigo de dudas sobre la novela que había citado. Fue donde Hugo. Le dijo lo del portátil y le dijo lo que le había dicho Olga. Hugo lo miró sorprendido. No parecía muy de acuerdo.

-Que sean cuarenta minutos. – le dijo como respuesta. No le dio opción a poner reparos.

-¿Dónde? – preguntó el embajador.

-El ala de los muertos.

El embajador guió a Jorge por los pasillos de servicio de la embajada. Caminaba deprisa. Su rostro estaba crispado.

-No me puedo creer que esto pase en mi embajada. Espero que no lo sepa nadie.

-Me han llamado de Estados Unidos para informarme. Me temo que lo saben unos cuantos.

El embajador se paró y miró a Jorge.

-¿CIA?

-Mi fuente es del FBI.

-Dos agencias en el tema. Estoy acabado.

-El FBI no se ocupa de… El FBI no tiene jurisdicción fuera de su país.

-Por eso digo dos agencias. La fuente primera debe ser la CIA. Mucha gente lo sabe, a parte del agente de campo.

-Vamos, Damien. El tiempo corre.

El embajador le fue guiando por los pasillos y escaleras. Cuando se encontraba con alguna puerta cerrada, empleaba su tarjeta – llave. Al cabo de cinco minutos que a Jorge se le hicieron eternos, la última puerta les dio acceso a un enorme pasillo lleno de cuadros de todos los jefes del estado Francés en los últimos trescientos años. Todos estaban fallecidos. Por eso el nombre de esa zona de la embajada.

-Hay casi treinta estancias…

Jorge le hizo un gesto al embajador para que guardara silencio. Se puso un dedo en el oído. Cerró los ojos. Pudo escuchar el restallar de un látigo seguido de un lamento sordo y apagado.

-Eres un mierda. Tan presumido. ¿Dónde está mamá? Ni gritar sabes. Lo haces como una puta nenaza.

Jorge empezó a correr seguido del embajador. Fue directo a la puerta que estaba flanqueada por el retrato de Luis XIII y de Ana de Austria, regente durante la minoría de edad de Luis XIV. La abrió sin dudar.

Los ocupantes de la estancia se dieron la vuelta. Jorge sacó el móvil y marcó el número de Aitor. Éste solo le mandó un mensaje:

Me ocupo”.

Los cinco hombres que estaban en la estancia, miraban a Jorge sorprendidos. Jorge observaba la escena con gesto duro. Tuvo la certeza que los cinco lo reconocieron al instante. No se podía decir que le tuvieran miedo, pero tampoco que su presencia no les perturbara. Daban la impresión de no saber como reaccionar. El embajador en cambio, estaba sobrepasado. No se podía creer lo que veían sus ojos. Habría oído cosas… pero verlo… su rostro mostraba todo el estupor que sentía. Estaba anodadado.

Jorge señaló a los hombres con el dedo.

-¡Fuera de mi vista! ¡¡¡¡Fuera!!!! – les dijo sin perder la compostura, pero con voz firme, resuelta, inapelable. Les miraba directamente a los ojos, alternando a cada uno de ellos.

-¿Quién te crees que eres?

Uno de los tipos se acercaba a él retador. Jorge no se movió ni un milímetro. El embajador sacó su móvil para pedir ayuda, pero Jorge le detuvo con un gesto. El hombre ya estaba a menos de dos metros, cuando Jorge le dio una patada en sus genitales. El tipo no se lo esperaba. Jorge se puso a su altura y le cogió del pelo y tiró hacia arriba. Le dio un rodillazo en el estómago. El hombre apenas podía respirar a causa del dolor que le habían producido las dos patadas de Jorge.

-Te pensaste como tus amigos que como ya no vive Nando, no tengo defensa. Te has equivocado. Y tienes suerte. Hoy no ha venido Roger. Pero ya te pillará. Ese chico es mío. ¿Lo entiendes? Mío. Como lo volváis a tocar, sois hombres muertos.

-Una mierda. Es un farol. Estás solo.

Los otros cuatro se abalanzaron contra Jorge. Sintieron un ruido en el pasillo. Hugo apareció al lado de Jorge, y Helga otra de las policías también. Jorge se dio cuenta que venían desarmados y sin su documentación que solían llevar colgando al cuello de una cadena. Llevaban una especie de braga militar tapándoles media cara.

-Mira al chico – le dijo Helga – Nos ocupamos de éstos.

Los dos se ocuparon de los cuatro hombres. Jorge dejó caer al suelo al primero que había intentado agredirle, no sin darle antes otra patada en el estómago cuando tocó el suelo. Corrió hacia la mesa en donde un joven desnudo permanecía atado con los brazos y las piernas abiertos y extendidos. Su espalda estaba llena de marcas del látigo que hasta hacía unos minutos empuñaba el primero de los tipos. Su mata de pelo en la cabeza estaba surcado por lo que parecía una especie de carretera con curvas hecho sin duda por una máquina de cortar el pelo. Eso era imposible de arreglar, salvo que se rapara completamente. Eso iba a hacer que recordara esa noche durante meses, cada vez que se mirara al espejo. Otra tortura contra la que no se podía hacer nada. El embajador abrió uno de los armarios y sacó unas sábanas que estaban guardadas en él. Ayudó a Jorge a desatar al joven y le cubrieron con ellas. Jorge le dio la vuelta y le miró a la cara. Tenía los ojos cerrados. Levantó sus párpados y comprobó que estaba completamente drogado. No tenía voluntad para enfrentarse a esos hombres, aunque sufría los golpes y la humillación. Le dolía. Gemía. Resopló enfadado y nervioso. Le murmuró algo al oído para que no tuviera miedo. Para que supiera que ya estaba entre amigos. Le dijo quien era. Había recordado mientras iba a buscarle que ya le habían hablado de él, y esa misma noche. Le leía.

Repasó con la vista y con sus manos su cuerpo. Al tocarle en algunas partes, sintió como un pequeño estertor en él, como si le doliera. Notaba sus músculos tensarse, aunque incapaces de hacer movimientos. No había luz suficiente en la estancia pero tuvo la certeza que en unas horas, toda esa zona estaría de un color cercano al negro. Parecía que le habían apaleado bien. Sus genitales estaban atados con una cinta, como si fuera un regalo. La punta de su miembro estaba prensada por una pinza de sujetar papeles. Le quitó ambas cosas, la lazada y la pinza. Se los masajeó suavemente para que recuperaran el torrente sanguíneo.

Jorge negó con la cabeza. Ahora sí, algunas imágenes parecidas se agolpaban en su mente. Una en especial le dolía mucho. El protagonista era un adolescente que tenía la cara de Carmelo. Un pobre chaval que apenas tenía catorce años y que tenía todo el cuerpo magullado, roto por varios sitios. Con un hombro desencajado y la nariz rota. La cara amoratada completamente. La espalda surcada por decenas de marcas de látigos, al igual que el pecho. La mayor parte de ellas sangraban, además de su ano. Apenas podía respirar.

Jorge logró dominar su cabeza y apartó esas imágenes. Le estaban empezando a hacer perder el control sobre lo que ocurría. Su corazón empezó a latir mucho más deprisa. Por unos segundos, le costó respirar. Hacía tiempo que no se sentía al borde de un ataque de ansiedad. Logró controlar la respiración y con ello, logró controlar su ansiedad.

No era el único rostro que le venía a la mente. Eran varios los jóvenes en ese estado. Algunos más mayores, otros incluso más jóvenes que Dani. Dani.

-Vamos Damien. Nos lo tenemos que llevar. Hay que curarle.

-Pero…

-¿Y éstos? – preguntó Hugo con Helga a su lado. No les había costado dominar a esos tipos. Sin tener a su víctima drogada y atada, no eran tan valientes ni tan buenos luchando.

-¿No habrá uno de esos carros que las camareras de piso …?

-Un segundo – dijo el embajador saliendo de la estancia corriendo.

Hugo le ayudó a envolver con las sábanas al joven herido.

-¿Y…?

-No preguntes si no quieres obligarme a inventarme algo. – le cortó Jorge.

Helga se agachó para dar otro puñetazo a uno de los tipos que parecía no estar lo suficientemente inconsciente. El embajador entró de nuevo con un carro para llevar maletas y porta trajes.

-Poned a esos en el carro – les pidió Jorge a Hugo y a Helga. Damien. La salida Oeste.

Jorge aupó al hijo de Olga sobre su hombro, y siguió al embajador. Ya tenía la postura. Jorge sentía que eso mismo lo había hecho antes.

-Seguidnos – les dijo a Hugo y a Helga. – Helga, coge la ropa del chico. Debe ser ese montón. Pásamela por favor. No quiero que se me olvide. Mira a ver que no se nos olvide nada de él.

Ese ala estaba cerca de la salida en la que había quedado con el hombre de Roger. Cuando llegaron a la puerta, el embajador quitó la alarma y abrió la puerta con su llave. Una furgoneta estaba justo delante. Dos hombres salieron corriendo de ella para ayudarlos. Jorge y ellos se miraron y se saludaron con un leve gesto con la cabeza. Los tres se conocían desde hacía años. Uno de ellos abrió el portón de atrás y echó a los cinco hombres allí. Les puso una inyección en el brazo a cada uno de ellos. Dejaron de moverse casi al instante. El otro le cogió al chico para acercarle en brazos al vehículo. Le metió en la segunda hilera de asientos.

-Hugo, Helga, cubridme media hora. – les pidió Jorge.

-Voy contigo – le dijo Helga. – Puede que alguien…

-Mejor no. Mis amigos se ocupan de mi seguridad. Te puedo asegurar que son profesionales. Los mejores.

-Decid que está departiendo conmigo en mi apartamento privado – les indicó Damien. – Gracias – le dijo a Jorge.

-Mira a ver quien te ha traicionado. – le recomendó Jorge. – Y no tengas piedad. De una forma u otra, hazle pagar.

-Claro. Esto no va a quedar así. Te debo una. Si esto hubiera seguido, me podía haber estallado en la cara.

-Mi amigo informático va a borrar todo rastro de nuestros paseos por los pasillos de servicio y nuestra salida a la calle. Estaban emitiendo en streaming la sesión. Parece ser que todavía quedaba una hora o así. Hubiera acabado violando los cinco al chico. Y haciéndole alguna barbaridad que mejor no detallo. Mi amigo es concienzudo. Pero si quieres, te hago llegar lo que haya conseguido de la sesión.

-No borrará…

-No. Solo va a borrar nuestra excursión. Podrás ver cuando llegaron esos tipos, por donde entraron… si necesitas ayuda me dices y hablo con mi amigo. También podrías ver todo lo que le han hecho, pero eso… mejor no lo hagas. Es un consejo.

-¿Es de confianza tu amigo informático?

-Absoluta. Al cien. Es mi familia.

-¿Quién es? ¿Y este chico?

-Eso no importa. Confía en mí. Nacho ¿Nos vamos? Te indico.

Jorge le dijo la dirección que le había mandado Olga en un mensaje a la vez que se montaba en la furgoneta. El aludido condujo con tranquilidad para no llamar la atención.

-Cosme, ten, sácame una foto de cada uno de esos gilipollas.

Jorge le tendió su teléfono al compañero de Nacho.

-Que se les vea bien la cara.

-Te podemos decir hasta como se llaman. Salvo uno que es nuevo.

-Abre el Word y me lo escribes ¿Te importa?

-Ahora mismo – le respondió el hombre poniéndose a ello.

La casa de Galder, el hijo de Olga, no estaba lejos. Jorge le había acomodado la cabeza sobre su regazo. Le acariciaba suavemente a la vez que le hablaba en susurros al oído. Sabía por otras experiencias parecidas, que la víctima recibía esas palabras y que les relajaban. Cada vez parecía mas tranquilo. Cuando lo había cargado sobre sus hombros le había notado tenso, con los músculos duros, como si estuviera dispuesto a actuar. La droga que le habían dado no había acabado de dejarle inconsciente. Si no sufrían, la diversión no era la misma. Debía quejarse, debían moverse intentando evitar los golpes. Llorar, suplicar… Debían delirar… ese era el espectáculo, la desesperación. Y luego, cuando le violaran o le rompieran una pierna o un brazo, o le desfiguraran la cara a base de puñetazos, hasta desencajarle la mandíbula, le bajarían la dosis de la droga para que gritara con todas sus fuerzas. Jorge ya se había dado cuenta que el chico era muy guapo. Seguramente se decantarían por romperle la cara. Era su forma de actuar. Habían elegido bien la zona de la embajada en la que hacerlo. Un día de recepción, no habría nadie allí. No había visitas guiadas. Y el ruido de la fiesta, taparía los sonidos que alguien pudiera percibir de la sesión.

-Me han dicho que lees mis libros. Algún día nos volveremos a encontrar. Y hablaremos de ellos. Me interesa tu opinión. Y posiblemente, te ofreceré ser mi ayudante. ¿Te parece? Ese trabajo que tienes no me parece adecuado para tus capacidades.

-Y una cosa más – añadió – No te olvides de que tu madre te quiere con locura.

Le besó las mejillas. Le besó en la frente. El chico suspiró aliviado. Parecía que había dejado de luchar contra el sueño y ahora estaba descansando. Ya se sentía seguro. Jorge parecía haber conseguido que se relajara completamente.

-Escritor, es la dirección.

-Gracias.

-Te esperamos para llevarte de vuelta.

-¿Y esos?

-Nos ocupamos después. Están sedados. Les quedan seis horas de sueño. ¿Quieres que te ayudemos?

-No. Tranquilos.

-Adelante, no hay nadie a la vista. – comentó uno de los hombres.

-Tampoco hay vecinos asomados a la ventana. – le dijo Nacho.

Jorge cogió al chico en brazos y lo cargó hasta el portal. Se apoyó en la puerta para sacar las llaves que había encontrado en uno de los bolsillos de los pantalones del chico, cuando Helga le había pasado la ropa. Fue a meter la llave, pero la puerta se abrió de golpe. Jorge casi tira al joven de la sorpresa.

-¡¡La madre que te parió!! – exclamó. – Casi me matas del susto.

-Vamos. – le dijo Carmen. – Al ascensor. Son seis pisos.

-¿Y…? ¿Qué haces aquí?

-Olga y yo compartimos secretos. Compartimos una vida anterior a la Unidad. No es la primera vez que hacemos algo parecido. Javier era un chaval apenas. Yo no podía ir a la embajada sin llamar la atención.

Carmen le cogió las llaves a Jorge y abrió la puerta de la casa de Galder.

-Ponle en la mesa del salón. Luego le llevo a la cama, después de curarle.

-Te ayudo…

-Tranquilo. He pedido ayuda. Debes volver a la embajada. Si te retrasas mucho, te echarán en falta. Eso no nos conviene.

-He venido a toda leche.

El doctor Manzano estaba en la puerta. Llevaba una bolsa colgada del hombro a parte de su maletín.

-Justo a tiempo. – dijo Carmen sonriendo.

-¡¡Madre Mía!! – exclamó el doctor mirando al chico.

-Estaba atado. – empezó a explicar Jorge – Tenía los genitales atados con una cuerda. Estaba empezando a … no tenía casi riego sanguíneo. En la parte del estómago, le han debido dar de lo lindo, le duele si le tocas. La droga que le han dado no le ha dejado completamente KO. Hasta hace un rato deliraba y estaba en tensión. Le he hablado y se ha relajado. Le estaban dando con un látigo por la espalda. Un amigo está buscando el antes de nuestra llegada. Lo estaban emitiendo. Me quedo… quizás si me oye…

-No, debes irte. Debes volver a aparecer en la recepción como si no hubieran pasado nada. No le digas a nadie nada de esto. No volveremos a hablar de ello.

-¿Seguro?

-Vete de una vez. – le conminó Carmen.

-Vale, vale, ¡Qué carácter! – bromeó Jorge.

-No te olvides que te espero el martes de la semana próxima en mi consulta. Tienes la hora en el wasap.

-Vale. – respondió resignado.

-Jorge – le llamó Carmen. Éste se giró.

-Gracias. Eres uno de los mejores tipos que conozco.

Jorge hizo una mueca a la vez que le guiñaba el ojo y se fue corriendo.

No tardaron nada en llegar de nuevo a la embajada. Un miembro de la seguridad, el mismo que le había recibido a la entrada a su llegada, le esperaba para introducirlo por una puerta discreta. Le guió hasta la terraza.

-Un segundo.

Le colocó la ropa. Le pasó la mano por el pelo que se le había despeinado. Le limpió con un pañuelo un rastro de sangre que tenía en la sien derecha. Le limpió también un rastro que tenía en el puño de la camisa y tiró de la manga de la americana para que ésta tapara los puños.

-Así mejor. Ahora, despacio. Te falta un pendiente. Di que es la moda. Me daré una vuelta por la zona luego por ver si lo encuentro. Ya no hay prisas. Estás en una fiesta. Respira hondo. Y sonríe. Ya no hay prisa, recuerda. Relajado. Sírvete una copa de Ribera de Duero. He avisado al embajador de tu llegada. Acaba de volver a la fiesta. Está contando a todos que ha estado hablando contigo. Y que ha sido una conversación muy enriquecedora.

Jorge le abrazó un segundo y caminó despacio hacia la butaca que ocupaba antes de la llamada de Olga. Saludó con una sonrisa a la pareja, que seguía en su sitio. Hugo le acercó el portátil.

-Para ti, escribir es la mejor excusa. – le dijo mirándolo a los ojos. – El embajador acaba de reaparecer. Está contando que ha estado charlando contigo en su apartamento privado. Está encantado con la charla que habéis tenido. Es también lo que he dicho a quien me ha preguntado, incluido Carmelo.

Hugo calló después de informarle.

-Ojalá hubieras estado hace años a mi lado. Ese chico tiene mucha suerte. Lástima que no lo vaya a valorar.

Jorge le fue a preguntar pero Hugo había vuelto a su sitio. Helga estaba apostada en la puerta de la terraza. Los otros dos policías que le habían acompañado dentro de la embajada estaban también en el salón principal dónde se desarrollaba la recepción. Helga le hizo un gesto a Jorge para indicarle que venían a verle. “Martín” le dijo marcando el nombre con los labios.

No tardó en aparecer. Fue directo hacia él.

-Ya veo que no podéis estar ni cinco minutos sin mí. – bromeó Jorge.

-Tio, he venido a la fiesta solo por estar contigo. Y no te he visto apenas. Luego dirás que no te hago caso. Eres tú el que pasas de mi culo. Y de cinco minutos, nada. Llevo más de dos horas en la recepción y nada.

Martín se sentó a su lado. Jorge dejó el portátil sobre una mesa baja que había delante y le atrajo hacia sí. Le besó en la mejilla.

-De verdad que lo siento. Me he entretenido hablando con el embajador. Venga, cuéntame. – le dijo sonriendo.

-Antes solo hablabas conmigo – Martín puso gesto de niño pequeño. Jorge casi se echa a reír, porque era exactamente igual al gesto que ponía Carmelo.

-Ahora estamos los dos solos. Podemos hablar.

-Quita. Que si no te llevo, Carmelo se va a divorciar de ti antes de que te cases con él. No quiero que recaiga sobre mi conciencia ese desastre.

-Cinco minutos aguantará ¿No?

Martín sonrió picarón.

-Me da que los cinco minutos de aguante se han acabado hace quince.

-Entonces tendremos que quedar para que me cuentes.

Martín se quedó mirando a Jorge fijamente.

-Te veo distinto tío.

-¿Por los pendientes?

-¡Ah! Puede ser. Hacía tiempo que no te ponías. Te sientan bien. Pero solo llevas en una oreja.

-Es la moda ¿No?

-Vamos. ¿Tanta prisa tenías por escribir? – le reprendió su sobrino.

Jorge sonrió y se encogió de hombros. Le rodeó con el brazo por el cuello y fueron al encuentro de Carmelo y el resto del grupo.

-Trae tu teléfono. – le pidió Carmelo nada más verle – me he quedado sin batería. Tengo que llamar a Sergio. Estará intentado localizarme. Mira, es él.

Al coger el teléfono, empezó a sonar.

-Sí, Sergio. Me he quedado sin batería y Jorge estaba en una zona de la embajada sin cobertura – dijo alejándose de ellos.

Hugo se acercó a Jorge y le habló al oído.

-¿Y las llamadas…?

-No hay llamadas ni mensajes. No hay ningún rastro. Lo mismo pasa en vuestros teléfonos. Carmen no ha llamado a Helga. Ni están vuestros mensajes. Recuerda: no ha pasado nada. No ha sucedido por lo que nunca volveremos a hablar del tema. Nunca.

Hugo hizo una mueca y se alejó.

-No me puedo creer que tanto tiempo solo no te haya llamado nadie. Solo tienes mi mensaje. – le dijo Carmelo al devolverle el móvil.

-Yo no soy tan…

-Ya estamos. Eres imposible. Me pudre cuando dices eso de “Yo no soy tan conocido”.

-He estado con Damien un rato hablando en su apartamento. A parte, allí la cobertura… no te creas que es muy buena. Tú mismo lo has dicho. Y luego, se me ha ocurrido escribir…, Carmelo…

-La madre que te parió. Claro, como no tienes nada que publicar… urgía. “La editorial me presiona”. “Tengo fecha de entrega”. “Huy, si no tengo trece novelas acabadas y no se cuantos cientos de relatos cortos terminados, algunos de ellos de mil páginas”. – dijo en tono de guasa.

Carmelo abrazó a Jorge y le besó.

-No desaparezcas de esa manera otra vez ¿Eh? – pidió con voz de niño pequeño.

-Vale. No volveré a dejarte solo. Mi niño. Mi bebé.

-Que moñas, por Dios – se quejó Martín. – Si lo sé no voy a buscarte.


Capítulo 24.

Jorge se había quedado dormido en la butaca después que se fueran Carmelo y Cape. Se sentó un momento para relajarse e intentar coger el sueño, porque le parecía que no lo iba a conseguir. En su cabeza bullían decenas de imágenes provocadas por la conversación que habían tenido los tres mientras cenaban lo que les había dejado Juliana, la vecina, perfectamente organizado todo en la nevera. Al final la mujer había tenido razón y habían dado buena cuenta de las viandas. Porque salvo cuatro saladitos contados comidos casi por obligación, y eso sí, algunas copas de vino, apenas habían picado nada más en la recepción de la embajada.

Jorge se había quedado un poco frustrado al ver partir a Carmelo junto con Cape. Hubiera querido que se quedara con él, pero no se atrevió a pedírselo. Lo necesitaba. Simplemente necesitaba tenerlo cerca. Verlo. Sentir como le miraba a hurtadillas. Y si ya se sentaba a horcajadas encima de él y le rodeaba con sus brazos el cuello…

Jorge conocía de sobra a Carmelo. Y sabía que quería hablar con Cape de sus vidas antes de que les hicieran olvidar. Para el segundo se convirtió en una obsesión descubrir la verdad. Una obsesión que no reconocía ante nadie. Todos sus avances, se los había ocultado sistemáticamente a Carmelo. Y éste empezaba a estar molesto con el tema. Durante su charla de esa noche, Carmelo estuvo a punto de perder los estribos un par de veces. Pero se contuvo. Ni siquiera se atrevió a mirar a Jorge. Eso era mala señal. No quería que Jorge le parara. Que refrenara esa manada de caballos que empezaba a ser su ánimo respecto a ese tema.

Todas esas circunstancias hicieron que Jorge no se creyera capaz de dormir. A parte de todo lo sucedido en la embajada. Su forma de afrontar el problema, su agresividad “tranquila”, esa forma de… enfrentarse a esos hombres sin que el miedo le atenazara. Y lo peor de todo: no se había sentido extraño con la situación. Esa sensación le exasperaba. ¿Cómo pegaba eso con ese terror que sintió cuando le dispararon? No le agradaba tampoco habérselo ocultado a Carmelo. Pero… tampoco quiso hacerlo, fue una decisión consciente. En ningún momento ni siquiera se lo planteó. Ese tema era otra de las cosas que le producían desasosiego. Esa noche había actuado con él como lo hacía Cape. Ocultando cosas, para protegerlo. No sabía que hacer.

Sí, le obsesionaba esa forma de actuar que había tenido. Y lo peor de todo, es que no se había sentido fuera de lugar. Cuando el primer hombre se acercaba a él con aviesas intenciones, no había dudado. Ni siquiera lo había pensado. Y cuando se acercaban los cuatro, justo cuando aparecieron Helga y Hugo, no les tenía miedo. Los hubiera dominado. Estaba seguro de ello. ¿Cómo podía haberse sentido así? Había tenido la sensación durante un momento de que esa también era su vida. Ahora entendía la seguridad que tenía Olga o Roger y sus hombres en sus capacidades.

A parte, había distinguido entre esos tipos al topo de la CIA. La fuente que había avisado a la CIA y al FBI solo podía ser uno de esos cinco. El primero no era, porque le sonaba de la época de Nando. De los cuatro, el que sistemáticamente se quedaba atrás, su mirada era distinta, su lenguaje corporal también. Estaba convencido que, aunque no hubieran aparecido sus escoltas, hubiera dominado la situación.

Pero a su vez, esa seguridad le… ponía nervioso. Él no recordaba haber levantado la mano a nadie. Pero tanto Olga como Roger, sabían que sí lo había hecho. Los dos el habían dejado claro que sabían que lo había hecho antes. Y la mirada de Nacho, el hombre de Roger, al que había recordado nada más verlo. Y se había sentido a gusto con él.

Jorge se desnudó. Se puso una camiseta por encima y siguió con sus calzoncillos. Se miró en el espejo y se echó a reír. Al final había acabado cogiendo algunas de las costumbres de Carmelo. A sus años… cambiando el pijama por ese atuendo informal. Lo que ya le parecía más difícil es que siguiera con la evolución que había tenido Carmelo en París, que consistía en estar desnudo en casa.

Después de dar algunas vueltas por el piso, decidió sentarse en la butaca y ponerse a leer. Ernesto Ducas y su hijo Arturo le habían enviado su última novela antes de darla por terminada y mandarla a su editorial. Querían que la leyera y les diera su opinión. Tenía que organizarse y quedar con ellos un día. Llevaba semanas posponiéndolo. Su nuevo ritmo de vida le hacía casi imposible apartar un día para pasarlo en su compañía. Pero debía hacerlo. Eran sus amigos y les echaba de menos. Y le apetecía enormemente hablar sobre la novela que ahora estaba ya en su tercera lectura. Le parecía fascinante. Pensaba que, en cuanto llegara a las librerías, le quitaría el primer puesto en la lista de ventas. Y él se alegraría. Les apreciaba de verdad.

Una vez más, su cuerpo le llevó la contraria. Pensó que no iba a poder dormir, y apenas había leído una página de la novela de sus amigos cuando se había quedado dormido. Profundamente dormido. Tanto que ni se enteró de que su móvil no dejaba de sonar en el cuarto de baño, dónde lo había dejado al desnudarse.

-Jorge, Jorge.

Al principio pensó que era un sueño. No podía ser que Carmelo estuviera allí en casa. Lo recordaba perfectamente: se había ido. Y él no se había atrevido a pedirle que se quedara. Y lo necesitaba. Se había ido con Cape. Se había ido, sí. No quería abrir los ojos porque pensó que perdería esa sensación de que su rubito estaba a su lado.

-Jorge, joder. Me estás asustando.

Carmelo le zarandeaba cada vez más fuerte.

El aludido abrió los ojos, él sí como que muy asustado. Se incorporó sin acabar de despertar del todo, pero con todo el cuerpo en tensión. Centró la vista y vio sobre él a Carmelo. Raúl, uno de los policías estaba detrás con el teléfono en la mano, a punto de llamar a urgencias.

-Joder, que pasa. ¿Estás bien Carmelo? ¿Ha pasado algo? Raúl, pensaba que salías de turno.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía.

-La madre que te parió, escritor. El susto que nos has dado.

-¿Qué he hecho? No podía dormir y me he sentado a repasar la novela de Ernesto… ¿Por qué me miras así?

-Pero si parecías una marmota durmiendo. Te he quitado el manuscrito de la mano y ni te has inmutado. ¿Qué que has hecho? ¿No contestar a las decenas de llamadas de teléfono que te hemos hecho todos? Y encima Hugo no dejó sus llaves de la casa cuando se fue a descansar después de la fiesta de la embajada a ninguno de sus compañeros. No han podido entrar y les ha faltado echar la puerta abajo. He venido a todo meter. No me he puesto ni los calzoncillos.

-Suena en el cuarto de baño – comentó Raúl que estaba llamando de nuevo al teléfono de Jorge.

Carmelo le hizo un gesto para que fuera a por él. Mientras él se sentó en el suelo, a los pies de Jorge. Le tenía cogida la mano mientras Jorge se recostaba de nuevo y cerraba los ojos para tranquilizarse y despertarse poco a poco después del sobresalto que le había producido el zarandeo de Carmelo para despertarlo. Éste iba besando de vez en cuando la mano de Jorge o la ponía en su cara y se acariciaba con su dorso. A veces se agarraba a su pierna y también la besaba. O la acariciaba suavemente. No dejaba de observarlo. Jorge abrió los ojos de nuevo y le hizo un gesto con la cabeza para que se sentara encima de él. Carmelo se incorporó sin soltarle la mano y se sentó a horcajadas. Le rodeó con sus brazos el cuello, como siempre y le apretó contra él.

Jorge parecía recuperar el resuello. Raúl llevaba en la mano el teléfono de Jorge. Estaba sonando.

-Es Carmen – les anunció.

-Dile que no estoy visible – bromeó Jorge.

-Contesta Raúl. – le pidió Carmelo.

-Carmen, tranquila. Se había quedado dormido profundamente y no tenía el móvil cerca. Está Carmelo con él. … Vale se lo digo.

-¿Qué quería?

-Saber como estabas. Y que te dijera que ya te vale. Estaba movilizando a los GEO de Jose Oliver.

Volvió a sonar el teléfono.

-Es Olga.

Ya no esperó permiso de nadie y contestó la llamada.

-Soy Raúl, Olga…

-¿Habéis anunciado a todo el mundo que estaba roque? ¿No hay más noticias en el mundo que yo me he quedado dormido en una butaca de mi casa?

-No contestabas, cariño. Nos hemos asustado. Han estado tus escoltas aporreando la puerta un buen rato.

-Si tienen llaves.

-Hugo se las llevó por error. Y tampoco contesta al teléfono.

-Pues encárgate de que les den a todos una copia. ¿Me harías ese favor? – le pidió Jorge.

-Claro cariño. Ahora mismo lo hacemos. Llamo a mi asistente para que se ocupe.

-¿Y por qué es tan urgente llamarme? No huelo a humo, así que no hay un incendio. Las ventanas están enteras, o sea que nadie ha disparado…

-Cuarenta y cinco llamadas perdidas tienes, Jorge – le dijo Raúl tendiéndole el teléfono. – De tanto vibrar hasta se había caído de la repisa dónde lo sueles dejar.

-Quédatelo tú un rato. Y vas contestando a quien llame. ¿Te importa? Luego me dices lo que querían. Si solo quieren saber que estoy vivo, les dices que he revivido con las hostias que me ha dado el rubito este de los cojones. Primero me abandona para irse con ese empresario de pacotilla y luego… me fríe a hostias para despertarme.

-Habrase visto, jodido escritor – Carmelo le dejó de abrazar y le dio un golpe en el hombro.

-No, por Dios. Claro que no me importa. Encantado – le dijo Raúl sonriendo y poniéndose a ello, porque volvían a llamar a Jorge.

-A ver, que pasaba para que fuera tan urgente despertarme. Para una noche que me dejas solo y consigo dormir…

-Han llamado a Sergio de Espejo Público para recordarte que has quedado en ir a las nueve y media. Y que luego, a las once, vas donde Carlos Alsina.

-Y eso, ¿Cuando es? Nadie me ha dicho nada.

-Dentro de … – Carmelo sacó su teléfono – algo más de una hora.

-¡No me jodas! ¿Con quién habían organizado esto?

Carmelo sonrió con mucha sorna.

-La madre que le parió al hijo de puta de Dimas y los putos inútiles de esa puta editorial. Se van a ir a tomar todos por el puto culo. Cuando les pille, les voy a crujir el espinazo, que digo el espinazo, su puta alma, eso es lo que les voy a crujir. Voy a quedar como un puto desconsiderado y… ¿Dónde están esas putas drogas que me tomo el puto bote entero. Tráeme un vaso de agua. Es imposible que llegue… – miró suplicante a Carmelo.

-Sergio ha hecho correr la voz de que ahora en adelante, se encarga él de tus apariciones públicas. Ya lo sabe todo el que debe. Él te irá pasando un planning. A todos los efectos, se encarga él de tu agenda. Esto no va a volver a pasar. Su gente está llamando a todos los medios para testar si tenías compromisos en los próximos días. Y para dejarles claro que él habla por ti a partir de ahora.

-Pero si él no lleva…

-Le caes bien. Sigue sin llevar a escritores. Solo lleva a un amigo. Lo hace por amistad.

-Joder.

-No es por fastidiaros, que os veo y me da cosa meterme por medio…

-Pero lo vas a hacer, Raulito – bromeó Jorge que todavía no estaba del todo despejado.

-Si queremos llegar… debes maquillarte…

-Vamos, a la ducha.

Carmelo tiró de Jorge y lo arrastró hasta el cuarto de baño.

-Yo os dejo. No quiero…

-Tú te quedas y vas contestando el teléfono de Jorge. Si ves que es uno de sus amantes secretos, a esos no les contestes. Que sufran.

-Serás hijo de puta – le gritó a Carmelo – A mis amantes secretos contéstales los primeros. Y diles con voz dulce que les deseo con toda mi alma y que estoy perfectamente.

-De momento no ha llamado ninguno que tengas etiquetado así: amante secreto.

Jorge y Carmelo se rieron con ganas. Raúl les miraba sonriendo con guasa.

Mientras el escritor se duchaba, Carmelo le preparó la ropa para vestirse. Antes de eso, le sentó en una silla delante de un espejo y le dio una base de maquillaje.

-Me gusta más ésta que la que suele poner en las teles. Reseca menos la piel. Allí te darán su toque. No sé que iluminación tendrán… no dejes que te marquen las cejas. Espera que te quito esos dos pelos que tienes que se van de madre…

Carmelo sacó unas pinzas de un cajón y le quitó los pelos desmandados de las cejas. Luego cogió un pinta labios y pasó un dedo por él. Le repasó los labios. Jorge se los frotó.

-A vestirse. ¿Quieres llevar corbata?

-La última vez me criticaron por no llevarla.

Carmelo se hizo el nudo poniéndola en su cuello. Cuando Jorge acabó de calzarse, se la metió por la cabeza y se la ajustó a la camisa.

-Menos mal que te has puesto el chaleco antibalas.

-Me ha dado por ahí. ¿Lo llevas tú?

Carmelo puso cara de niño bueno.

-No te digo nada, Carmelo. – pero su gesto lo decía todo.

-Ahora me cambio. Lo tengo aquí.

-Tenéis cinco minutos para tomar el café que os he preparado – les anunció Raúl.

-Joder, gracias.

Carmelo le dio un abrazo.

Sin más contratiempos, partieron hacia los estudios de Antena 3 en San Sebastián de los Reyes. Apenas llegaron cinco minutos después de lo que habían quedado. Dos mujeres del equipo de producción del programa les esperaban en la puerta de los estudios. Ya conocían a las dos de otras veces.

-Jorge, no me fastidies que has aprendido a maquillarte. – le dijo la maquilladora cuando se sentó en su puesto para que le acabaran de preparar.

-Es el rubito éste. Pero solo es la base.

-Ha aprendido. Otras veces lo hace él y me maquilla a mí.

-Te toca. – le dijo la mujer de producción. – aprovecha a sentarte en este corte de publicidad. Tienes cinco minutos para saludar a Susana y al resto.

Jorge se levantó de la silla de la maquilladora y fue hacia el estudio. Besó a Carmelo en los labios justo antes de entrar. Éste se quedó entre bambalinas.

Jorge fue saludando a todos los que estaban en la tertulia y que conocía de antes. Abrazó a Susana Griso con mucho cariño. Estuvieron un par de minutos departiendo. Parte del público intentó acercarse a Jorge para que les firmara.

-Luego os atiendo a todos. – les dijo. – ¿Lo hacéis como otras veces? – les pidió a los de producción del programa.

-Te recuerdo que luego vas al programa de Alsina – le dijo la mujer de producción.

-Dos minutos y volvemos. – dijo alguien desde dirección.

-Pues ya tenemos entre nosotros a Jorge Rios – anunció Susana a la audiencia. – Hoy parece que la mitad del público es lectora tuya. Menudo revuelo.

-Tienes fama de no ser muy… dado a … encontrarte con los lectores y a firmar libros. – le dijo Poveda, uno de los tertulianos; fue su forma de saludarlo. Era él único con el que nunca había coincidido.

-¿A firmar libros? – Jorge lo miró fijamente. Supo de inmediato que iba con la intención provocarlo. Sonrió y abrió los brazos al responderle – Me gusta. Todas las semanas al menos una vez me encuentro con mis lectores en la librería de la c/Goya. Y me gusta que los lectores me comenten su novela preferida. No te pregunto a ti porque me parece que no te gusta leer. Y menos los míos. Del resto de tertulianos presentes, ya lo sé. A todos se lo he preguntado y con todos he departido sobre ellas.

-Pues no sé por qué dices eso.

-¿Te gusta leerme entonces? ¿Me he equivocado?

-Es que no se por que lo dices.

-O sea que he acertado. Pero no pasa nada. No hay obligación de ser aficionado a leer, mucho menos a leerme a mí.

Jorge, desde que ese Poveda había abierto la boca, percibió que ese hombre le iba a atacar toda la mañana. Y no tenía ganas de ser complaciente con él. Si quería atacarlo, él también lo haría. Desde el primer momento.

-Porque eres trasparente Poveda. – le dijo Roberta, otra de las tertulianas – Y esas cosas no se le escapan a Jorge. Y respecto a lo de firmar libros, he ido un par de veces a sus encuentros con lectores en la librería de Goya, y te puedo asegurar que si hay cien personas cada día, cien libros que firma. Y habla con todos ellos. Le he visto acabar a las doce de la noche de firmar, para desesperación de Esme, la dueña de la librería, que no dejaba de meterle prisa. Y te puedo asegurar que sus presentaciones son maravillosas.

-Yo también lo afirmo – comentó Elías, otro de los tertulianos – es una gozada ir a esas reuniones.

-Vaya, me alegra que tengáis esa opinión. No os vi, por cierto.

-Yo me puse en la última fila detrás de un armario de tres metros y medio. No quería llamar tu atención. Quería verte en tu salsa. Luego hablé un rato con Esme. Hice que me prometiera que no te lo comentaría.

-Pues hay muchos vídeos en internet que demuestran lo contrario. Parece que sois todos de su club de fans. Parece que queréis lavarle la cara.

-Hasta el momento, no es delito serlo. Yo lo soy – dijo la presentadora. – Y perdona Poveda, Jorge no necesita que nadie le lave la cara. Él lo sabe hacer solito.

-Muchas gracias Susana. Pero sabes lo que pasa, que todos los que somos conocidos, tenemos vídeos de esos en los que salimos mal parados. Hay cientos también en que salimos bien, pero esos no llaman la atención de la gente. Hay momentos y momentos. Y hay formas y formas. El otro día en la librería de Goya, ya que la habéis citado, estuve hablando con mis lectores y firmando todos los libros que trajeron durante horas. Y eso lo hago casi todas las semanas. Pero tú solo has citado en los que salgo enfadado.

-Que dices ¿Que esos vídeos son montajes?

-No he dicho eso. ¿Lo he dicho? – dijo mirando al resto de tertulianos que negaban con la cabeza – No, no lo son. Sucedió. Era mal momento. No se nos puede pedir a las personas conocidas que estemos felices todos los días, todas las horas. Puede que un día tengas dolor de estómago. O puede que me pillen escribiendo en algún bar y esté en medio de una escena, luchando por contarla y que no se escape de mi cabeza, y llegue alguien y me interrumpa. O directamente me ponga el libro encima del teclado. Me ha pasado, no pongas esa cara. Y yo le pida que espere un momento… y no lo entienda. O que esté hablando con amigos y se metan por medio. O que te asalten a la salida del baño. O en el mismo baño, en un reservado. También me ha pasado. Una lectora entregada pretendía pasarme el libro por debajo de la puerta. Y también puede suceder que tenga un mal día. A veces me pasa. Veo que todos tus días son buenos. Por tus gestos, veo que no lo entiendes. Es una maravilla que siempre estés de buen humor. Fijate, hubiera afirmado con seguridad que siempre estás enfadado y que vas por la calle malencarado. A tu cara le pega más el gesto adusto. No es que le pegue más, es que de tanto llevarlo, la forma de la cara se ha adecuado a ello.

-Me parece una falta de respeto lo que dices de mí. No me conoces.

-Y tu tampoco me conoces a mí. Y desde que he entrado estás intentado: primero, desprestigiarme. Segundo, hacer que me enfade y salte y así convertirte en el héroe del periodismo de la semana y tener munición para ir por la tarde a ese otro programa en el que trabajas en otra televisión para que te den palmadas en la espalda.

-Simplemente siempre me ha parecido que no respetas a los que te leen. A lo mejor porque en realidad, sabes que no has escrito tú tus novelas.

-Esto se pone interesante.

Jorge se rió y dio una palmada en el aire.

-Alguien te ha aconsejado mal hoy. ¿Poveda te llamas? ¿O es nombre artístico? Qué bien me lo voy a pasar contigo.

-No sé por qué dices eso, Poveda – le dijo la presentadora – No quería yo llevar la conversación por ahí, la verdad. Y si vas por dónde pienso, te vas a equivocar del todo. Creo que mejor será que retomemos le intención al invitar a Jorge…

-Sí, Susana, sé que a ti lo que te interesa es saber si Jorge Rios ha roto ya el matrimonio de Daniel Gutiérrez y Carmelo del Rio. Está en todos los mentideros. Que Daniel Gutiérrez está hecho polvo por la noticia y que va a abandonar la casa conyugal. Esa casa llena de recuerdos de su vida en común, recuerdos de su infancia… la va a abandonar lleno de dolor porque Jorge ha minado la relación hasta conseguir que se rompa del todo.

Jorge se echó a reír. Esta vez con ganas. Roberta y Elías, también se rieron. El segundo fue a decir algo, pero Jorge le hizo un gesto para que lo dejara.

-No vuelvas a hablar por mí, Poveda. – le recriminó Susana – No me interesa lo más mínimo el tema de Carmelo y Jorge, porque sé lo que hay hace tiempo. Y he de decirte que vuelves a equivocarte de plano. Estás haciendo el ridículo, amigo.

-Veo que el amigo Poveda, trae toda la artillería en mi contra. ¿Quién te ha aleccionado? Esto parece que sigue un guion predeterminado.

-No me gusta los que plagian las novelas de otros. Y tampoco me parece bien los que se meten a romper matrimonios.

Carmelo se había puesto en tensión. Les pidió a los del programa que le maquillaran corriendo, cosa que hicieron al momento.

Carmelo fue a entrar, pero Jorge le hizo un gesto para que no lo hiciera.

-Me sorprendes Jorge. No parece que te afecte en absoluto las palabras de nuestro compañero. – comentó Núñez, otro de los tertulianos. – Hace unos meses te lo hubieras comido con patatas.

-Cené tarde ayer. A lo mejor es por eso.

-Que divertido aquí con tu club de fans, pero no contestas a lo que te he dicho. A lo mejor es que no tienes respuestas. Estará bien porque así se les caerá la venda a esos miles de seguidores que siguen engañados y siguen comprando tus novelas, aunque gracias a Dios, cada vez son menos. Se dice que “La Casa Monforte” es la que menos ha vendido. “La Casa del libro” me han dicho que la regala si compras un libro de bolsillo. Para hacer bulto.

-Y en “La Central” también lo hacen. La regalan con el último libro de cocina de Arguiñano – dijo Roberta, cada vez más divertida con su compañero.

-Eso ha estado bien, Roberta. No me afectan todas esas cosas. El Sr. Poveda trae un discurso que alguien le ha ido preparando estos días. Él no es capaz de investigar nada ni de sacar sus propias conclusiones. Y respecto a lo de las promociones de “La Casa del Libro”, es fácil. Nos conectamos ahora mismo a la web, a alguno de los guionistas puede, a parte, llamar a la librería de Gran Vía. Desmontar tu mendacidad es fácil.

-Eso me parece una falta de respeto – le interrumpió el aludido.

-¿Y lo que has hecho tú antes conmigo no? Si no me has dejado casi ni saludar, ni acomodarme en el sillón y ya me has lanzado mierda a kilos. Solo he dicho que tu mentira es palpable. Ten, mira la web de “La Casa del Libro”. Roberta la acaba de buscar. Ahí tienes “La Casa Monforte”. Salvo el 5% de descuento habitual por comprar en web, no hay ninguna oferta más.

-Por cierto, está agotado momentáneamente. – comentó Elías que también había buscado la web.

-En “La Central” tampoco tienes ofertas – dijo Carmen, otra tertuliana en tono de chanza.

-Fíjate si tengo razón. Ahí tienes. A ver que dices a esto, plagiador. – Poveda estaba enfadado.

El hombre tiró un libro sobre la mesa. Y luego tiró otro libro. Dos manuscritos.

-Estas son dos de tus novelas. Pero vaya, el autor no eres tú. He investigado y la fecha en que tu editorial registró esa novela, es posterior a la de esos manuscritos.

-A ver.

Susana cogió el libro primero.

-¿Esto se supone que es “Todo ocurrió en Madrid”? Es curioso, el nombre del autor está en otro tipo de letra. Pero si esto ya nos lo mandaron hace años. Poveda, por favor…

-Y la otra es “Tirso” – contestó Roberta Flack, que la había cogido. – Aquí pone que son del 2.009. Aunque bueno, también puedo poner yo que son del 2.001. Y el nombre del autor también está en otro tipo de letra. Podría haber puesto que era yo la autora. Por cierto, no me suena de haber visto esta tipografía en word. Lo mismo pensé cuando me las enviaron hace unos años.

-Es anterior a …

-Te explico.

-Si no han nada que explicar. Aquí está el certificado expedido por al Registro. Es muy posterior a la primera edición de esa novela.

-Espero que al menos hayáis contactado con el supuesto autor de eso.

-Está fallecido. A lo mejor lo mandaste matar. Me han comentado que te relacionas con mafiosos.

-Huy, esto está… desmandándose. No te permito Poveda esas afirmaciones – le dijo la presentadora.

-Es la verdad. Lo sé de buenas fuentes.

-Qué sabes ¿Que Jorge lo mandó matar? Eso debes retirarlo ahora mismo. – le recriminó Susana con gesto enfadado.

Carmelo estaba a punto de saltar al ruedo. Jorge le miraba sonriendo.

-Poveda, creo que te estás equivocando. Muy seriamente. Estás ya… diciendo cosas… que son delito. – le dijo Roberta, adelantándose a la presentadora.

-Si no quieres no pasa nada. Ya me llevaré yo solo la gloria de desenmascararlo. Y estoy trabajando en un tema que me han comentado, alguien muy, repito, muy cercano a Jorge Rios que me cuenta que se ha apropiado de alguna novela escrita por sus alumnos en la Universidad. Pero eso lo tengo…

-Lo tienes que investigar. – intervino Jorge – Pero por si acaso, ya lo sueltas. Por cierto ¿Sigues afirmando que soy un mafioso y que he mandado matar a quien me acusó de plagio y me amenazó con romperme las piernas?

El aludido no dijo nada.

-Poveda, te he hecho una pregunta.

-Y no me da la gana de responderte.

-Entonces, como no cambias la versión, lo tomaremos todos por un sí. Te reafirmas, porque no lo retiras.

-Pareces muy tranquilo, Jorge. – le dijo Roberta Flack. – Alguna vez te he visto verdaderamente enfadado. La verdad es que cuando ha empezado el amigo Poveda a sacar su artillería, pensaba que ibas a saltar. Yo la verdad, lo hubiera hecho. Admiro tu aguante hoy.

-Seamos sinceros – dijo Jorge Rios – todas estas cosas vienen de lejos. Y a todos en esta tertulia, salvo al amigo Poveda que está luchando por hacerse un hueco en las tertulias televisivas, lo habéis tenido encima de la mesa antes. Y habéis investigado de verdad, y habéis metido todas esas evidencias en un cajón. Esos manuscritos que efectivamente son míos, los habéis tenido todos en las manos.

-¿Cómo que son tuyos? Que mentiroso e hipócrita eres Jorge Rios. Son de ese David Puras. Ese al que provocaste la muerte.

Poveda se había medio levantado. Su cuello estaba en tensión y las venas se le marcaban.

-Te dejo a ti que lo rebatas – le dijo Roberta sonriendo.

-Buenos días a todos – dijo Carmelo entrando en el plató.

-Querido, que alegría contar con tu presencia – le dijo la presentadora levantándose para darle un beso. Carmelo hizo lo mismo con Roberta y con Elías. A Carmen la dio un abrazo apretado. A los otros dos, no les conocía y les saludó con un chocar de puños.

-Solo es un momento para darle a Jorge unos documentos. Los he pedido a mi agencia de representantes que en su momento se encargó de este tema. Así lo dejamos todo claro.

Carmelo le tendió los papeles a Jorge que le sonreía negando con la cabeza.

-No hacía falta – le comentó mientras Carmelo se agachaba y le daba un beso en los labios. – Pero ya que has entrado, te hago hueco en mi sillón.

-¿Quieres que me quede?

Jorge le sonrió y se encogió de hombros. Carmelo se sentó sobre el reposabrazos de la butaca de Jorge.

-Si quieres ponemos…

-Tranquila Susana, no hace falta. Aquí estoy bien.

-Ahora negaréis que… – empezó a decir Poveda.

Carmelo resopló.

-No tienes ni idea de nada. Te lo voy a explicar yo, porque Jorge no lo iba a hacer, porque es algo mío. Y me respeta. Y no lo contaría sin mi beneplácito. Porque me quiere y sobre todo, te repito, me respeta. Como respeta a todo el que le respeta a él.

-Valiente gilipollez. Si se trata de si estáis juntos o no… os atañe a los dos. Negaréis ahora… ese beso…

-Como se nota Poveda que eres nuevo. Y no conoces a Carmelo. Carmelo a su gente, les saluda así. A su ayudante, a sus amigos. No quiere decir que se meta con ellos en la cama ni que se vaya a casar mañana. A mí me ha dado muchos picos y no he conseguido llevarle a la cama. – bromeó Roberta. – Estabas a lo tuyo, pero me acaba de dar uno. Y a Susana.

-Me estoy curando de esta mala costumbre. Solo lo hago ya con mis muy cercanos.

-Con Álvaro Cernés, por ejemplo. Negarás que hay algo entre vosotros. Os vi el pico y os vi miraros.

Jorge soltó una carcajada. No pudo contenerse.

-Pero Carmelo. No tienes control. Me juras amor cada vez que nos vemos, estás casado felizmente con Daniel Gutiérrez, y vas enamorando a todos por ahí. Y eres tan… tuyo que lo haces en público… así que el pobre Poveda no sabe que pensar. Por un lado, me acusa de romper tu matrimonio. Pero digo yo, si tienes un lío con Álvaro ¿Por qué no te echa la culpa a ti o a Álvaro? ¿Por qué soy yo el que rompe tu matrimonio? Y encima con lo amigos que somos… y no me invitaste a esa boda, que tuvo que ser un bodorrio con toda la Jet Set invitada. Llenaría páginas y páginas de todas las revistas de sociedad.

La presentadora y parte de sus tertulianos, la mayor parte de ellos no habían querido intervenir en ese tema, se echaron a reír.

-No tiene nada de gracia. Estamos hablando de cosas serias. – dijo Poveda en tono digno.

-Te voy a aclarar lo que a mí me atañe. Hasta dónde yo sé, Álvaro Cernés no bebe los vientos por ningún hombre. Y menos por mí. Antes, fijate lo que te digo, los bebería por Jorge.

-Eso no me lo creo. Jorge… es viejo.

-Eso no te lo consiento – le dijo Roberta – Jorge y yo somos del mismo año. ¿Me estás llamando vieja?

-Pero Álvaro Cernés tiene…

-Veintitrés años. ¿Algún problema? Mi pareja tiene veinticinco. Y somos muy felices. ¿De qué caverna has salido tú, Poveda?

-Dejemos a Álvaro, por favor. – dijo la presentadora – No ha hecho nada para que le hagamos este favor envenenado hoy.

-¿Estás segura? – dijo Poveda – Me cuentan…

-Ya vale, Poveda. No te metas en más jardines por hoy. Carmelo. Nos ibas a explicar tu estado civil.

-Él no ha dicho eso – dijo Poveda.

-Lo digo yo que soy la presentadora. Carmelo, por favor.

-Es fácil y tardaré dos minutos. Nunca he estado casado. Ni con Daniel Gutiérrez, ni con nadie. Daniel nunca ha sido mi pareja. Nunca. Somos como hermanos. Tenemos vivencias compartidas que nos hacen cercanos. Él ha sido mi hermano mayor, que me ha protegido en momentos difíciles. De eso ya hace muchos años. Así que soy un ave libre, como siempre lo he sido. Y me acuesto con quien quiero, y me enamoro de quien quiero.

-Contéstame a una pregunta – dijo Roberta – ¿Estás enamorado en este momento?

-Sí. Lo estoy. Desde hace siete años. Mi corazón tiene dueño. Me lo tiene bien agarrado. Y pretendo que eso sea así por el resto de mi vida.

-Que bobo eres – le salió a Jorge.

Se miraron y Jorge no pudo aguantarse y acercó la cabeza de Carmelo y le besó en los labios.

-Creo que en ese aspecto, todo ha quedado muy claro.

-Para el resto de los temas, creo que es mejor que Jorge os conteste sin estar yo aquí. Él se vale y se sobra para ello.

-Por mí puedes quedarte.

-Mejor te espero ahí fuera.

Carmelo se despidió de todos. Tanto a la presentadora como a Roberta les dio un pico a modo de despedida. Y también se lo dio a uno de los cámaras con el que había trabajado muchas veces tanto en cine como en televisión y al que no había visto hasta ese momento.

-Que bonita obra de teatro – dijo de forma sarcástica Poveda, aplaudiendo e invitando al público a aplaudir, pero nadie le siguió.

-Me permitís un momento de publicidad y Jorge, nos cuentas antes de irte con Alsina. Me acaba de llamar para echarme la bronca, por cierto. Un momento y enseguida volvemos.

El personal del estudio había preparado una cola para que Jorge firmara libros en la publicidad. Siempre lo hacían así cuando venía. Jorge se levantó de un salto y fue hacia allí. Carmelo se mantuvo cerca. Siempre había alguien que les pedía una foto juntos. Muchos.

La presentadora estaba enfadada. Le estaba echando la bronca a Poveda y al resto de tertulianos. No entendía como se habían callado, salvo Roberta. Ellos le dijeron que no era su guerra. Que era mejor que el protagonista rebatiera. Poveda se estaba enfadando porque no entendía como todos pensaban que las noticias que él había dado eran falsas.

Se pudo escuchar el anuncio de los dos minutos. Todos fueron volviendo a sus sitios. Jorge volvió con los papeles a sentarse en su butaca. Carmelo siguió sacándose fotos con algunos asistentes del público y con algún miembro del equipo del programa. Quería mitigar la decepción que tendrían cuando se dieran cuenta de que Jorge iba a salir corriendo del estudio camino del de Onda Cero para estar con Alsina. Les fue citando a todos en la librería de Goya para la siguiente firma.

-Os invitamos a un café en compensación.

-¿Vas a estar tú?

-¿Quieres que vaya?

-Claro. Llevo a mi hijo que te admira mucho. – le comentó una señora.

-Ya estamos en directo de nuevo. Jorge, ibas a responder al amigo Poveda.

-Es fácil. Tenemos poco tiempo y no quiero dejarme nada. Yo registré por primera vez Tirso, el 23 de mayo de 2009. Y registré “Todo ocurrió en Madrid” un año antes, el 4 de febrero del 2008. Las novelas tardaron en publicarse tres años. “Madrid” en 2010, finales, y Tirso en 2012.

-El 15 de junio del 2009, me robaron el portátil. Fue en una presentación en el Ateneo. Puse ese mismo día la denuncia ante la policía. En la misma, figura una relación de los documentos que llevaba en el dispositivo. Como podéis ver, figuran las dos novelas citadas, a parte de tres esbozos de otras. Una de ellas era más que un esbozo. Esos esbozos lamentablemente se perdieron porque se me había olvidado hacer copia de seguridad. Así que no fueron publicadas nunca por mí.

En 2016, en el mes de diciembre, me llegó un correo electrónico amenazándome gravemente y acusándome de plagio. Lo puse en manos de la policía y de mi editorial. No me quedé conforme por las cosas que me contaban en mi editorial, me parecía que algo no iba bien. Así que Carmelo me ofreció comentarlo en su agencia de representantes que habían incorporado hacía poco un servicio de asesoría jurídica. Toni y Sergio y su equipo se encargaron de investigar el tema a fondo.

Se hicieron varios peritajes. Yo tenía guardadas las copias de seguridad de esas dos novelas cuando me robaron el ordenador. Ese tipo mandó sus manuscritos, para fundamentar su petición de dinero. Me pedía… quince millones de euros, a parte de mis piernas o de mi vida. Una petición, cuando menos curiosa. Se determinó que esos manuscritos eran exactos a los que estaban en el ordenador. Yo empleo al escribir un tipo de letra poco común, como ya ha dicho antes Roberta, y como se puede comprobar en las copias que están sobre la mesa. Y ciertas marcas en determinadas partes del documento que señalan los lugares donde irían las addendas que suelo escribir a parte de las novelas. Esas addendas desarrollan algunos personajes o cuentan más detalles de la trama que no me parece necesario incluirlas en la novela. No he cambiado el sistema, lo hago igual. A parte, me sirven de guía con mi Universo. Con esos personajes que aparecen en todas mis novelas. La trama de esos personajes están recopiladas en otros documentos a parte. Y esas marcas indican el número de capítulo de ellas. Eso me sirve a veces de guía para no confundir cuando trabajo en varias novelas a la vez. Con distintos espacios temporales.

-Todo eso son pamplinas…

-Te he escuchado atentamente, Poveda. Ahora te toca a ti escuchar. Luego, cuando me vaya, me pones a parir si quieres. Sigo.

Jorge bebió un trago de agua. Y siguió.

-Todas esas marcas la parte que me acusaba no fue capaz de explicarlas. Tampoco fue capaz de explicar las diferencias que había entre los manuscritos y la obra publicada al final. Cambia bastante. Os explico el tema del registro de la propiedad intelectual. Alguien en mi editorial se olvidó de registrar la primera edición de esas dos novelas. Un fallo imperdonable. Pero… antes de mandar nada a mi editorial, yo registro todos mis escritos. Todos. Hasta los relatos más nimios. Hasta los relatos que acabo descartando porque no me convencen. Es algo que hago personalmente. No se lo encargo a nadie. Y registro cada versión de las novelas. De algunas he llegado a registrar diez versiones. Entre Tirso, por ejemplo del primer registro y la que se publicó, hay siete versiones distintas. De todas estas versiones, aquí están los justificantes del registro. Se hizo peritaje de los correos electrónicos de la persona que decía ser autora de esas novelas y de las novelas en sí. Y todos los peritos determinaron que no se trataba de la misma mano. Se peritaron las siete copias del registro de esa novela, de “Madrid” hice cinco versiones antes de la definitiva, y se determinó que todas habían sido escritas por mí y por nadie más. Se hizo un peritaje de una tarde de escritura. Vino el abogado de la agencia de Carmelo y me pidió por sorpresa lo que había escrito esa tarde. Peritaron que efectivamente había sido escrito esa tarde. Estaba en un bar y se pidieron las imágenes en las que se me veía haciéndolo. Se determinó sin ninguna duda que todo, estaba escrito por mí, y que a su vez, se correspondía con la forma de escribir de esos manuscritos.

Según iba contando, iba mostrando documentos acreditativos de lo que decía.

-La policía al final consiguió detener a la persona que lo había hecho. A petición mía no se hizo público. Aquí está el informe policial y el escrito que presenté para que se procurara no darle publicidad. No me pareció oportuno que a parte de pagar en la cárcel, pagara con la pena de telediario. Ese hombre fue juzgado por chantaje y por amenazas. Y se le pidió el importe que había costado la escolta que llevé durante meses.

-Las pruebas recabadas por la policía y por los investigadores contratados por Sergio y Toni fueron concluyentes y ese hombre fue condenado.

-Dilo todo. Y murió como un saco de patatas en la cárcel. Por tu culpa.

-¿En serio?

-Ya está bien. Ahora va a resultar que Jorge tiene la culpa de los que mueren en la cárcel. No me fastidies Poveda. Se te ha olvidado que el objeto del chantaje fue Jorge. Era la víctima. Y que tu supuesto héroe amenazó con matarlo. Quedó perfectamente acreditado que esas novelas, así como el resto, fueron escritas por Jorge. Muchas gracias por tu paciencia. Alsina te espera. Y me permitirás que te invite otro día para hablar de “La Casa Monforte” y de otras cosas. Cada vez me interesa más ese Universo que has creado y que hace casi imposible que nadie piense que no has escrito tus novelas. Y le invito al amigo Poveda a que lea esos manuscritos que no ha leído, y que luego lea las novelas publicadas, que tampoco has leído, querido. Te lo digo con todo el cariño. No las has leído. Las dos novelas que has tirado encima de la mesa, son la primera versión de las mismas. Las publicadas difieren, la de Tirso en un 37 % y la de Madrid en un 28 %. y se corresponden con la última versión que Jorge registró. Nosotros en su momento sí leímos esos manuscritos. Y todos vimos las diferencias desde la primera página. No empiezan igual, Poveda. No has leído más que la portada. Jorge, perdona, vuela hacia los estudios de Onda Cero y le pides perdón a Carlos de mi parte.

Jorge se levantó y con un gesto y se despidió de todos. Salió sin pararse a saludar a nadie camino del estudio de Carlos Alsina.

Carmelo fue a su lado hasta el estudio. Allí le dio un beso y se iba a despedir, pero el periodista le hizo un gesto con la mano para que entrara.

-¡Menos mal! Ya pensaba que no venías – bromeó Alsina. – Te prometo que aquí no te vamos a asaltar ni a acusar de plagio.

-Querido, he tenido que defenderme.

-Pero si todo eso lo sabemos todos. Y a todos nos enviaron en su día ese marrón para que te enfangáramos. Y todos lo investigamos y todos llegamos a la misma conclusión: era un chantaje, puro y duro. Una extorsión. Por cierto, si la primera versión de la novela ya era magnífica.

-Pero Carlos, – apuntó Begoña, la subdirectora del programa – la definitiva es todavía mejor.

-Ya estoy aquí. Hagamos algo divertido, interesante – les pidió Jorge. – Y dejemos a ese hombre con sus intentos de hacerse un hueco en la tele. Ya nos enteraremos de quién le ha comido la cabeza. Eso no ha sido por casualidad. Ya te lo digo yo.

-Informo a los oyentes que no nos estén viendo a través de la webcam que también ha entrado Carmelo del Rio. Se iba a largar, pero no le hemos dejado. Que digo yo, aprovechando, podríamos hacer algo entre todos.

-Eres un liante ¿Lo sabías? – le dijo Carmelo acercándose para saludar al locutor. También saludó a Begoña Gómez de la Fuente.

-Tengo una sorpresa para vosotros. Adelante la sorpresa.

-¡¡Martín!! – gritaron a la vez Jorge y Carmelo.

-Huy madre. – dijo Jorge besando a Martín – ¿Qué has hecho? Te conozco Martín.

-Yo nada. – Martín puso su cara de inocente.

-Sabéis lo que me gustan las sorpresas y sabéis lo que me gustan… las historias contadas para la radio. Hagamos una de tus historias inéditas, pero aclaro a todos los oyentes, registradas oportunamente. Hagamos una nueva ficción sonora entre los presentes. Carmelo me comentó en la presentación de “La Casa Monforte” que te habías convertido en su mejor ayudante a la hora de preparar sus papeles. Y que eras un maestro haciendo sus réplicas.

-Ya estamos. Carmelo. ¿Sabes que en boca cerrada no entran moscas?

-Fue un comentario sin mala intención – se defendió Carmelo.

-¿Y qué ficción sonora vamos a hacer? ¿La de “Corre”? Alguna vez lo hemos comentado.

-Esa llegará, no te preocupes. La estoy peinando. Pero eso hoy… no tendría emoción. La conoce todo el mundo. Es tu primera novela. Creo que no estabas atento a lo que he dicho antes. Has venido revolucionado del programa de Susana…

Jorge se quedó pensativo. De repente miró a su sobrino con los ojos muy abiertos.

-La madre que te parió.

-Tío, hay que darles salida. Lo he hecho por ayudarte.

-Una pausa, dos minutos y como dice Martín Carnicer, daremos salida a uno de los relatos inéditos, repito, inéditos de Jorge Rios.

-Hoy me estáis … volviendo loco.

-Todo esto lo hemos improvisado. Hemos pensado en compensarte por lo de la tele. Y Begoña ha llamado a Martín que enseguida se ha puesto en camino. Te advierto que esto puede salir una mierda – le dijo el locutor a Jorge.

-A ver, que me entere – dijo Carmelo a punto de partirse la caja – ¿Vamos a interpretar un relato de Jorge a primera lectura? Salvó Martín… que se supone que lo ha leído.

-No supongas hermano. Lo he leído. Cosa que tú no. Y podías haberlo hecho. – le picó Martín.

-Sí. – afirmó Carlos Alsina sonriendo. – Eso es precisamente lo que vamos a hacer.

-Joder, Carmelo. La próxima vez que me quede dormido, piensa un minuto antes de irme a despertar. Lo bien que estaba en mi butaca. Menuda mañana, la madre del cordero. Y el día no ha hecho más que comenzar.

-Con lo bien que te lo estás pasando.

Jorge fue rápido cogiendo un bolígrafo que pilló en la mesa y tirándoselo a la cabeza. La lástima para Jorge es que Carmelo fue también rápido en esquivarlo.

——-

Capítulo 25.-

Antes de ir a la farmacia de Concejo del Prado a buscar al abogado, paró en el bar. Entró con paso decidido. Miró el establecimiento y le gustó. A la izquierda estaba la barra, que empezaba a llenarse de bocadillos. Había al menos cuatro tortillas. También había dos tipos de bizcochos, cruasanes, napolitanas, sobaos pasiegos, un brazo de gitano relleno de crema pastelera, para que los parroquianos tuvieran dónde elegir su almuerzo o desayuno. A parte se anunciaban en una pizarra el chocolate a la taza con pan de pueblo y nata de vaca. Y las porras y churros.

Había muchas mesas distribuidas por la sala, que era grande. No se esperaba un establecimiento tan amplio. Había muchas ocupadas. Parecía que el trabajo le iba bien al tabernero.

Una mesa le llamó la atención en una esquina, a la derecha. Jorge pensó que si viviera en el pueblo, esa sería la mesa que elegiría para ponerse a escribir. Frente a la puerta, para poder observar a la gente entrar y interactuar con sus acompañantes. Un poco apartada, para no llamar demasiado la atención y que le reconocieran a cada momento. Se sonrió al darse cuenta de que estaba haciendo planes, como si fuera a vivir en ese pueblo. Le pareció curioso que esa mesa en concreto que a él le parecía la mejor, estuviera desocupada.

Se sentó en una mesa cerca de la barra. El que, según la descripción que le habían dado Carmelo y Cape, era el dueño, se acercó a él a preguntar. Jorge pensó que se habría percatado de que era forastero y querría darle la bienvenida, para fidelizarlo. O para cotillear, una de las labores principales de los que regentan un bar en un pueblo pequeño. No le pasó desapercibido la mirada de reconocimiento que había hecho al ver a sus escoltas.

-Me ha dicho un amigo que prepara el mejor chocolate de la zona. – le dijo sonriendo.

Jorge se había decantado por ir al grano. Durante el viaje había ido salivando pensando en el chocolate con ese pan de pueblo untado de nata de vaca.

Gerardo el dueño del bar, le sonrió satisfecho.

-Su amigo no le engaña – y sonrió tendiéndole el puño. – Gerardo.

-Jorge.

-Su cara me suena.

-Escribo libros. A veces salgo en la tele.

-¡¡Ah!! ¡¡Jorge Rios!! Ayer mismo salió. Siempre tengo Antena 3 puesta – le señaló la tele en la que efectivamente aparecía Susana Griso. Hoy no parecía estar su amigo Poveda, aunque sí Roberta Flack y Elías. – Estuvimos atentos. Ese cabrón que se metió con usted. Menos mal que le dio para el pelo. Luego se ofendió porque el resto de tertulianos le quitaron la razón. Él seguía en sus trece.

-Ese hombre creo que… alguien le ha engañado y le ha metido en algo que le es grande.

-Debería denunciarlo.

-Ya veremos. – dijo Jorge enigmático.

-Entonces el amigo del que habla es Dani. También le vimos en la tele. Todos aplaudimos cuando salió. Habla mucho de usted, que lo sepa. Se le nota al hablar que le tiene mucho aprecio, aparte de que valora mucho sus libros. Es su mayor fan, diría. Ayer lo dejó patente en la tele. Todos aquí los hemos leído por su insistencia. Miento. Los han leído. A mí no me da por la lectura, lo siento. Al menos ese tipo de lectura. A veces Jose Mari el de la librería y él tienen encendidos debates sobre sus libros.

-Ese Jose Mari no es partidario.

-Al revés. Le tiene a usted en un pedestal. El debate es sobre los personajes. Sobre su mejor novela. Dani suele hablar con pasión de “Tirso” y de “deLuis”. Y Jose Mari de “”La angustia del olvido” y de “Todo ocurrió en Madrid”. Jose Mari dice que “Tirso” y “deLuis” le angustian. “deJuan” también le gusta.

-Interesante. Me gustará conocer a ese Jose Mari un día.

-¿Como no ha venido Dani con usted?

-Tenía cosas que hacer. Yo he venido en realidad por trabajo.

-Los amigos de Dani…

-Los dos Danis. Le mandan saludos.

-Espero que vengan pronto y usted podría acompañarlos. Si ellos no tienen sitio en casa, tenemos aquí al lado una casa rural estupenda. Sería un buen lugar para escribir su próxima novela. Y para mí sería un honor darle de comer todos los días.

-En esa mesa – y señaló la mesa que le había llamado la atención. – En todo caso la escribiría en esa mesa.

-La tendría que compartir con Dani.

-¿Es su mesa?

– Si. Si está libre siempre la escoge. Y los de aquí, no se suelen sentar. Se la guardan a él. Si ve alguna vez alguien sentado, es que no es de Concejo.

-Habrá puesto una plaquita.

-No. Aquí Dani es Dani. No Carmelo del Rio. Si alguien pregunta por Carmelo del Rio, todos los del pueblo le dirán que no lo conocen. Pero si sale en la tele, le jalean. No vea el barullo que montaron cuando apareció de repente. Y como le animaban a usted. A ese Poveda, si le llegan a pillar, le dan de mamporros.

-Eso es bonito. Me está gustando este pueblo. Protegen a los suyos.

-Y los Danis son de los nuestros – dijo orgulloso el tabernero.

-Pues si le hago caso y me vengo a escribir mi próxima novela, me tendrá que poner un cartelito de reservado.

-Hecho. – aceptó Gerardo riéndose.

-A ver ese chocolate. ¿Luego me indicará dónde está la farmacia? He quedado con el hijo del farmacéutico, un abogado que se llama… será posible que se me ha olvidado…

-Óliver.

-Eso, Óliver.

-Mala pata ha tenido ese chico. Lo despidieron de un día para otro. Un asunto raro. Ocupaba un buen puesto en ese bufete tan famoso.

-Suelen ser sitios muy competitivos. Muchas puñaladas.

-Algo de eso será.

-Me ha parecido que no le cae bien ese bufete.

-Por la forma de comportarse con Óliver. El chico es buena gente. No se merecía lo que le hicieron. Fue patético.

Gerardo dio por terminada la charla y se volvió a la barra para preparar el pedido de Jorge. A este le pareció que no le apetecía hablar de ese tema. Pero la llegada del chocolate, de esas rebanadas de pan de hogaza ligeramente tostadas en la plancha y de la tacita con la nata, le quitaron de otras meditaciones.

-Su chocolate

-Bueno. Ya me había avisado Cape. Voy a disfrutarlo como si llevara un mes en ayuno.

Jorge estaba centrado en su desayuno y no se dio cuenta de que estaba murmurando cosas inconexas, repitiendo lo que ya había dicho.

-¿Quiere que avise a Óliver?

-¿Lo haría?

-Por un amigo de los Danis, sí.

-Se lo agradecería.

Curioso lo del despido del letrado. Parecía un tema del que estaban todos enterados en el pueblo. Le pareció llamativo que el tabernero estuviera al cabo de la calle y se lo hubiera sacado a colación a las primeras de cambio. Todo ese asunto empezaba a tener un tufillo raro. No acababa de entender que ese mismo bufete le pusiera en contacto con ese Óliver. Todo empezaba a parecer una novela de Jorge Rios. Podría haber escrito él ese argumento. Mientras untaba con la nata ese pan de pueblo y lo mojaba en el chocolate, se le ocurrió que a lo mejor, en vez de dar vueltas, podría escribir él la novela.

Ya lo había pensado en la embajada. Por eso había buscado un lugar apartado, para empezar a escribir un argumento alternativo. A veces, desbarrar sobre la realidad con teorías aparentemente descabelladas, te dan ideas. A lo mejor adivinaba de qué iba todo esto. Aunque todos estos pensamientos repentinos quedaron opacados por el placer extremo que obtuvo al pegar el primer mordisco al pan untado en el chocolate. Estuvo a punto de tener un orgasmo de felicidad.

-Esto es mejor que el sexo – murmuró feliz. – Casi mejor – matizó a continuación.

Jorge se repetía en sus pensamientos. Con Cape y Carmelo también comentó la noche anterior que la historia de ellos dos parecía una de sus novelas. Esa sí que era un “Romeo y Julieta” modernizado. Dos personas que de repente se encuentran en un pueblo que a ninguno les dice nada, que no se recuerdan y que empiezan a comportarse como si conocieran todo del otro. De forma natural. “Ten, que te gusta”. “Me pongo ahí, y tú aquí”. “Ponte esa camisa, es la que te gusta”. “Ahí tienes los calzoncillos que te gustan”. “Nunca he sabido por qué los compraba hasta ahora”. “No, no le gustan los caracoles. Le dan arcadas”.

Resulta que ya se conocían. Diez años antes. Y no recuerdan nada. Y los dos son personajes públicos. Tiene su miga. Todo parecen secretos a su alrededor. Los primeros que ocultan mil cosas son los padres de Daniel “Cape”. Esos saben pero callan. Y en un momento determinado, desaparecen.

Los padres de Dani “Carmelo del Rio” aparecen de la nada para sacar dinero. Y vuelven a desaparecer.

-Abracadabra, patas de cabra. Parece un espectáculo de magia. – bromeó Jorge.

-Magia negra – apuntó Carmelo.

-No les di nada. Pero se fueron igual que llegaron. Sin dar explicaciones – apuntó nuevamente Carmelo hablando de sus progenitores. – Y los he buscado.

-Pero tampoco mucho, querido – le reconvino Cape – Los has buscado de aquella manera.

-Es que me repelen, no te lo niego. Solo de hablar de ellos se me pone mal cuerpo, os lo juro. Antes les tenía que haber mandado a tomar por el culo.

-Qué más da. No sacaron nada.

-De esa visita no. Aunque de alguna anterior si sacaron alguna cosa. Dinero, no me mires así. – Cape le lanzó una mirada con el ceño fruncido. – Pero ya sacaron un pastizal antes de que me emancipara de ellos. Y solo lo legal. No te quiero ni contar lo que sacaron de …

-Venderte, dilo con todas las letras – le ayudó Cape, que seguía enfadado. – El caso es que en la última ocasión, no se llevaron nada.

-Eso es lo que me preocupa. Sin nada no se hubieran ido. ¿Qué sacaron? ¿Y quién se lo dio? – comentó Cape en tono brusco.

-Cape, relaja un poco – le reprochó Carmelo. – Si quieres hablamos de los secretos de tus padres. Y de paso, de los tuyos.

Los padres de Dani no están entre los prototipos de padres ejemplares. Traficaron con su hijo desde bien pequeño. Es un rumor que hay en el mundillo. Ese mundillo oculto de poder, sexo y dominación. Un mundillo que nadie afirma conocer de primera mano pero del que muchos oyen cosas en boca de otros: tengo un amigo que me cuenta… me dijo un director de cine muy conocido que en aquella fiesta… ese compositor era famoso por las orgías que montaba en su casa con adolescentes y políticos, jueces y ministros. Me contó una amiga que llegaban de todo el mundo. Hasta algún miembro de la Casa real Sueca.

-Será parte de nuestra vida olvidada. – comentó un Cape de repente más relajado y contemporizador. Parecía que el reproche que le había hecho un enfadado Carmelo, había logrado aplacarlo.

-Como si los secretos que nos rodean fueran todos de esa época. No te jode. – Carmelo no se había relajado. Jorge lo miró y le hizo un gesto con la cabeza para que lo dejara estar.

Hablaron mucho de lo que le pasaba a Jorge en los últimos tiempos.

-No entiendo que tiene que ver este chico Rubén. Aparece de repente con una historia que me llama la atención. Lo escucho, le leo mi novela inédita y de repente le dan una paliza. ¿Tiene algo que ver lo uno con lo otro? Por otro lado, mi mejor amiga me dice, casualmente, que ese chico es sobrino de una amiga suya y que va de fiesta hasta caer borracho como una cuba. Que si ya que yo suelo salir por la noche, y a veces voy a esas fiestas para encontrar inspiración, puedo cuidarlo. Y lo hago un par de veces. Y es cierto, bebe hasta caer inconsciente al suelo. No recuerda nada. Lo llevo dos veces a su casa y no se entera de nada. La primera vez me dio cosa hasta dejarle solo. El caso es que parece el catalizador de una serie de asuntos. Y resulta que uno de los que le da la paliza del siglo que casi lo mata, es mi ahijado. Supuestamente es un homófobo, racista, miembro de un grupo que se dedica a pegar a la gente que se sale de lo “normal”. Eso me dice la policía en un primer momento. Nunca ha dado ninguna pista de ese tipo de pensamientos. Al revés. Tiene amigos negros, de hecho su mejor amigo lo es. Y tiene amigos gays, a parte de mí. Su padre, eso sí, siempre me ha despreciado. Me ha aguantado porque le he dado a ganar mucho dinero. De hecho, desde que publico hace veinte años, lo que es, se lo debe a mis libros. Y lo más curioso es que le dije ese mismo día que le dejaba publicar unos cuentos que escribí para los niños cuando eran pequeños. Otra línea de negocio. Esos cuentos a quien los ha leído, le han gustado mucho. Los dibujos son de mi hermano Miguel. Muy buenos, por cierto. Y de repente, cuando la policía descubre lo de Jorgito, el tío se vuelve paranoico y me deja de hablar. Parece que yo tengo la culpa de lo que le pasa al chico. Lo despiden, parece. Pero no puedo hablar con nadie en la editorial. Me convocan a una reunión por mail. Y hace un rato, me desconvocan. Nadie contesta a mis llamadas. Solo una secretaria que no sabe nada ni conoce a nadie. Y no descubren nada, la policía, pero tienen la mosca detrás de la oreja porque me ponen escolta. Primero a Hugo. Y después, al poco, a un equipo completo. Y como colofón, aparece Ovidio Calatrava a informarme de cosas que no sabía sobre Dimas y sobre la publicación de mis primeros libros. Un Ovidio que podría ajustarse a la descripción que me dio Biel de la persona que le preguntó por mí con mucho misterio.

Les estuvo contando su conversación con Ovidio. Y sobre todo, las sensaciones que tuvo.

-Es que lo que más me fastidia, es que tuve, tengo, la certeza de que todo lo que me contó era cierto. Es algo raro. Es como decís a veces que os pasa a vosotros. No recordáis pero ante ciertos estímulos sabéis que … ya lo habéis vivido antes. A mí también me pasa. Esta noche, varias veces.

Jorge se calló abruptamente. Iba a hablarles de su excursión por los pasillos de la embajada.

-Lo que tienes que preguntarte, tenemos, es lo que no te ha contado.

-¿Su papel en todo esto?

-A mi me parece que está claro que ese Bonifacio y él no eran amigos. Y desde luego, Dimas… tampoco lo era. – Cape expresó lo que pensaban los tres.

-¿A qué viene todo esto ahora? Precisamente ahora. Ovidio no me ha ocultado nunca que Dimas no es santo de su devoción. Claro, lo que me cuenta ahora sobre su desidia y demás, quizás sea la razón para que no le tenga en consideración. No soy el único de los autores de Dimas que ha intentado llevarse. Por eso os he dicho a veces que algunos de ellos, con un poco de empuje, venderían mucho más.

-¿Y por qué no se van?

-Eso tampoco acabo de entenderlo. Yo al fin y al cabo, me gano muy bien la vida. Quiero decir, podría ganar mucho más, posiblemente sí. Muchísimo, muchísimo más. Pero tampoco… iba a cambiar de vida. Pero el resto de esos autores, no se ganan la vida con sus libros. Si te ofrecen esa posibilidad ¿Por qué no probar? Menos no vas a vender. No es un riesgo.

-Eres novelista. ¿Qué se te ocurre? – le preguntó Carmelo picándole.

-Chantaje. Está claro. Es la posibilidad más adecuada. Adecuada no, con más posibilidades de ser veraz.

-O que esté liado con ellos.

-Si fueran mujeres, no te diría que no. A Dimas le van las faldas… tanto como a ti Carmelo – le picó – Pero lo curioso es que Dimas, solo tiene a hombres en su catálogo. Y eso está claro, él no tiene mente abierta para dedicarse a acostarse con hombres.

-Eso si que es raro – comentó Cape. – ¿Un catálogo de solo hombres? ¿En los tiempos que corren? ¿Sabes si hay otros autores que sean homosexuales?

Jorge se quedó pensativo.

-Sí, ahora que lo dices. Dos lo son. Y escriben bien. Y Alfonso Quete. Pero ese cambió de editorial. Ese si se fue. Y no le ha ido mal.

-No entiendo como el resto no sigue la estela de ese Alfonso. Tendrán contacto entre ellos.

-¿Ves por qué hay momentos en que me vuelvo tarumba? – se quejó Jorge.

-Con paciencia. Nosotros llevamos más de tres años buscando y luchando. Y con escolta.

-A ver ese abogado que me has recomendado. Que por cierto, no trabaja ya en ese despacho.

-Si, me he enterado. Una cosa rara.

-Tan rara que me han dado su contacto allí. Podían haberme pasado con otro abogado del bufete. Y la mujer que me ha atendido, que me diste tú referencia, después de consultar imagino que con su jefe, me da el contacto de Óliver. Y me advierte que insista. Y efectivamente debo insistir para que me reciba.

-Tú tenías envidia de lo nuestro y te has inventado este argumento – bromeó Cape.

-En realidad me lo inventé hace muchos años – afirmó muy serio a sus contertulios, para su asombro. Porque no hizo ningún gesto que indicara que se trataba de una broma”

Jorge Rios.

-¿Es usted Jorge Rios?

El aludido se limpió los labios con una servilleta de papel y miró a la persona que le había hablado, y que estaba de pie a un metro de él. Era un joven alto, de espaldas anchas, rubio o pelirrojo, no estaba muy claro, con los ojos claros de un color también indeterminado, pero expresivos y que le daban un enorme atractivo. Barba de varios días que le sentaba bien. Una nariz grande y unos labios carnosos en una boca también grande con una sonrisa que daba tranquilidad. Ropa informal pero se notaba que le gustaba la moda. Era informal sí, pero de marca, con estilo y puesta para gustar. No se podía decir que era un bellezón, pero sí que era muy interesante. Así al menos lo definió Jorge para sí después de ese primer vistazo. Lo que no logró entender fue una sensación de complicidad que había percibido nada más mirarle. Si esa situación fuera una escena de sus novelas, y fuera una cita a ciegas, definiría esa sensación como “flechazo”. Pero ni era una escena que estuviera escribiendo, salvo que se estuviera volviendo loco, no era una cita para ligar. Lo más acertado era afirmar que le resultaba familiar, como si se conocieran de antes.

-Me imagino que usted es Óliver Sanquirián. – logró decir saliendo de sus pensamientos.

-Efectivamente. Encantado de conocerlo.

El tal Óliver le tendió el puño, pero Jorge que se había levantado para saludarlo, se lo cambió por un apretón de manos.

-Es que con esto del covid, uno no se atreve a…

-Tranquilo. Mientras no me ofrezcas el codo… ahí si que a lo mejor te hubiera dicho algo insultante.

Óliver se echó a reír.

-Es ridículo, sí.

-Me ha hablado de usted Daniel Gutiérrez.

-Llevé un par de asuntos para él. Creo que quedó a gusto con el trabajo que hicimos.

-Quería que se ocupara de mis asuntos. Se me ha complicado mucho todo. No puedo confiar en quien se ha ocupado de todo hasta ahora. Necesito alguien que me represente ante mi editorial y ante el resto del mundo. Alguien en quien confiar. Alguien que vigile mis asuntos.

-No trabajo. Me despidieron y no tengo bufete. Así que me temo que no va a ser posible. Ya se lo expliqué por teléfono.

-¿Te apetece tomar algo? ¿Un chocolate?

-Un chocolate no, que me engorda. Pero un café… ya se lo pido yo a Gerardo, no te preocupes.

Se dio la vuelta y le hizo un gesto al tabernero.

-Sentémonos. – le propuso Jorge.

-Pues cree su propio bufete. – le dijo Jorge a bocajarro – Sigue siendo abogado y posiblemente ni se ha dado de baja de autónomos. Con una mesa, un ordenador y un teléfono, lo puede hacer.

-Buenos días.

Un señor mayor, vestido con traje de tres piezas, gafas y apoyándose en un bastón se encontraba de pie al lado de la mesa que ocupaban Jorge y el abogado. Éste se levantó de un salto y le tendió la mano al hombre que se la estrechó sin ningún reparo ni restricción.

-Sr. Valbuena. – dijo un asombrado Óliver. Jorge lo imitó y se levantó, aunque él no tenía ni idea de quién era ese sujeto, que por otra parte tenía un porte de hombre distinguido. – Es mi antiguo jefe. – explicó Óliver. – Y un buen amigo.

-No te he quitado el permiso para que me tutees y para que me llames Otilio – le dijo sonriendo.

-Bueno, no sabía… – y miró hacia su candidato a cliente como diciendo que Jorge no era alguien de su círculo para no guardar las apariencias.

-Perdóneme Otilio Valbuena. – dijo un molesto Jorge Rios. – Yo no lo conozco, no le he invitado y estoy hasta las narices de que pasen cosas raras en mi vida desde hace un tiempo. ¿Qué pinta usted aquí? ¿Por qué llamé ayer a su bufete y su persona de confianza Helena noséqué, después de consultar con su jefe, supongo, o sea usted, me da el contacto de un hombre que ha despedido hace poco? Y se presenta en la reunión, me imagino que informado por esa tal Helena nosequé, que me da que es algo más de Óliver nosécuanto, perdona no me sale ahora tu apellido.

-Helena me dijo de su reunión. Helena es mi mano derecha y amiga de Óliver. Y creo que deben saber algunas cosas antes de enfrentarse a los acontecimientos venideros. Por eso estoy aquí. Aunque mi presencia y esta reunión, es mejor que a todos los efectos, nunca se haya producido. En mi bufete piensan que me he tomado el día libre, para estar con mi amante. He venido en coche de alquiler, no he traído ni mi chófer. ¿Confía en sus escoltas, D. Jorge?

-Claro. Confío en ellos y en sus jefes. Al cien.

-Bien. Sentémonos.

-Veamos entonces lo que tiene que contarnos – dijo Óliver mientras se sentaba, derrotado por las circunstancias.

Quería trabajar de nuevo. Desde que había contestado la llamada de Jorge Rios, no había dejado de pensar en el tema. Se puso hasta nervioso. Pasó toda la tarde paseando por el campo. Fue a uno de sus sitios preferidos, una pradera cercana a las Hermidas, y paso más de una hora tumbado en medio, oculto al mundo por la maleza y mirando al cielo, esa tarde despejado. Pero intuía que ese iba a ser un caso muy complejo. Lleno de intrigas palaciegas. Policía, agresiones y su gran ex-jefe de por medio. Algo le había llegado de todo lo que Jorge llevaba pasando en los últimos tiempos. Y conocía de primera mano los problemas de Carmelo del Rio. Solían hablar de vez en cuando. Y ahora, su jefe, exjefe, se había quitado de en medio dándole el caso a él, no a alguno de sus abogados contratados. Si decía el escritor que era todo muy raro, a él de repente, le había parecido todavía mucho más complejo. Otilio Valbuena no perdía un cliente ni por su madre. Y menos si era un personaje de relevancia pública como Jorge Rios, el escritor español que más vendía en el mundo.

No estaba preparado para este tipo de vida. Por eso le había costado tanto volver a publicar. No pensaba nunca en su pasado, porque entre otras cosas, apenas lo recordaba. Un médico con el que coincidió en un acto social y que estaba tan aburrido como él, le comentó que eso le pasaba porque tenía cosas que le avergonzaban y la cabeza era muy lista y olvidaba lo que podía destruirle.

No dudó de la profesionalidad del doctor, un psiquiatra que luego le dijeron que era muy reconocido profesionalmente y muy caro de contratar. Pero eso era como no decir nada. Al menos en su caso. Él no había olvidado por decisión propia. O eso pensaba. Un escritor amigo suyo, con un pasado cuando menos interesante, le comentó que su época en la que se vendió al espectáculo televisivo de las tertulias agresivas, lo que le hizo perder su prestigio como novelista, le perseguían de vez en cuando en las noches de cansancio supremo, impidiéndole dormir tranquilo.

-No puedo evitarlo. Me despierto sobresaltado porque he visto claramente como JJ salta sobre mí con un cuchillo para clavármelo en el ojo derecho. (JJ al parecer era el presentador del programa)

-¿En el derecho?

-En el derecho.

Y normalmente ni recordaba apenas su paso por esos programas. Era una experiencia que tiene ya superada completamente. Ha recuperado a sus seres queridos y su carrera como novelista de prestigio y súper-ventas. Tiene dos hijos adoptados, a los que quiere con locura y que le idolatran. Es un hombre feliz.

Ahora estaba allí, en el bar de un pueblo, hablando con un abogado al que quería contratar y aparecía allí una estrellona de la abogacía para acojonarlos. Para decirles que su vida corría peligro. Todo dicho con circunloquios. Para amenazarlos veladamente.

Ganas le daban de volver al agujero del que cada vez se arrepentía más de haber salido. Puto Rubén, que le había empujado a hacerlo.

Jorge Rios.”


Capítulo 26.- 

-He soltado un par de joputas bien altos para que la gente supiera que estabas aquí.

Jorge lo miró divertido. Acababa de volver de Concejo del Prado. Pere estaba sentado en su mesa, haciendo que escribía o como últimamente, escribiendo de verdad.

-Yo no suelto joputas a voz en grito. – se quejó a su vecino.

La señora Juliana movió la cabeza de lado a lado.

-Jorge, estás a tus cosas. Los sueltas y ya está. No tienes por qué avergonzarte – le dijo reconviniéndole.

-Pero si no es avergonzarme es que…

Tanto la Señora Juliana como el Señor Pere se lo quedaron mirando muy serios. Hugo se estaba aguantando la risa. Y Jorge los miraba a todos un poco indignado.

-Nadie se ha dado cuenta de que no estaba, se lo aseguro. He andado por la casa, he escrito en el ordenador, a lo mejor le sirve lo que he escrito. No le cobraré derechos de autor. Le cederé la propiedad intelectual. ¿Se dice así?

Jorge casi se marea de solo pensar leer lo que podría haber escrito el señor Pere. La última vez que lo intentó sufrió un vahído del susto.

-Vamos a preparar la merienda – anunció Juliana tirando de Pere hacia la cocina.

-No se molesten – Jorge intentó disuadirles, sonriendo de antemano porque sabía que no iban a renunciar a merendar con él, como otras veces que les había pedido algún favor. Era su compensación preferida.

-No es molestia – le contestó la señora con una mueca indicando que debía fastidiarse “un acuerdo es un acuerdo”.

Filomena estaba en la calle.

Evaristo también.

Se miran.

Recuerdan.

Fueron jóvenes alguna vez. Vivían en la misma calle. Jugaban en la calle las tardes de verano. Se resguardaban en algún portal si les pillaba la tormenta.

Un día, mojados y asustados por el diluvio que caía, Evaristo le dio un beso a Filomena.

Filomena se quedó con los ojos muy abiertos. Su primer beso. Pensó en darle un sopapo al atrevido de Evaristo, cuando se dio cuenta que ya no tenía frío, por la lluvia, ni miedo por los truenos.

Evaristo la miraba asustado. No sabía por qué lo había hecho. Pensaba que Filomena no le iba a hablar en la vida. Le gustaba jugar con Filomena.

La tormenta paró.

-Me voy a casa a secarme los pies – dijo Filomena.

Se levantó y fue a salir del portal, cuando se acordó de que se le olvidaba algo.

Se volvió y le dio un beso a Evaristo. Y sin más, salió corriendo camino de su casa.

Cada uno sigue su camino. Aquello pasó hacía muchos años.

Ahora ya ni se saludan. La vida es así.

Pere Pujol

-Debo estar enfermo. Hasta me gusta – exclamó Jorge guardando el documento de Pere.

-Voy a fumar al balcón – Hugo se levantó y fue hacia allí.

-Puedes fumar dentro.

-Prefiero el balcón. Así miro la calle.

-¿Es necesario?

-Siempre es necesario.

Jorge empezaba a emparanoiarse. No entendía ese comportamiento de Hugo. ¿Qué iba a vigilar desde un sexto piso, con los árboles tapando la visión de la calle? Árboles tupidos ya a esas alturas y frondosos. Por un momento, en el viaje de vuelta desde Concejo del Prado, pensó la posibilidad de que estos policías ocultaran una misión distinta a la que le contaban. A lo mejor el tema de la agresión del chico no tenía mucho recorrido y habían visto alguna conexión, por ejemplo, con el tema de los Danis. O a lo mejor, eran unos pagados de esa mafia con la que trataba Nando antes de morir que lo que querían era vigilarlos. Quizás con la misión secreta de matarlo a la primera oportunidad y dejar su cadáver tirado de cualquier forma y seguro con una postura grotesca en medio del primer estercolero que les pillara a mano. Éste último argumento era más… dramático, más literario, aunque el final no le era propicio, diciéndolo suavemente.

Hugo entró al rato. Le indicó a Jorge con un gesto que todo estaba bien en la calle. Jorge suspiró resignado: “Como si hubiera podido ver algo”. ¿Habrá llamado a su novio? ¿O a su jefe secreto, el que quiere matarme? O a lo mejor ha tomado su dosis de droga. O quizás… nesesita ver diez minutos de porno todas las tardes. A lo mejor ha quedado para follar cuando acabe su turno.

-Mi jefe me ha mandado un libro para leer. Dice que como soy especialista en sus novelas, soy el indicado para darle una opinión.

-¿Es una novela de alguien que me imita? – preguntó Jorge. – ¿O es que no me lee y quiere que le hagas una sinopsis del libro? No te olvides contarle la historia de los personajes de mi Universo particular. Es importante esa parte. – bromeó Jorge.

-Ni idea. No lo he mirado. Pero sé que al menos ha leído dos o tres novelas suyas. Olga y Carmen las han leído todas. Suelen recomendarlas a sus amistades. Las dos son muy fans tuyas.

Hugo miró a su alrededor por ver si les podían oír sus vecinos.

-Una cosa Jorge ¿Por qué hoy Pere te trata de usted? Siempre le he oído tutearte. Ahora no sé como tratarles a ellos ni a ti.

Jorge se sonrió.

-Hay días que le da por ahí. Me he dado por vencido. Que me trate como le venga en gana. Y tú haz lo mismo. Yo responderé como me venga en gana.

Hugo hizo un gesto de no entender nada antes de sentarse ante su portátil y abrir el documento al que había hecho referencia.

-¡Está en alemán! – exclamó sorprendido.

Jorge lo miró expectante. “¿Una novela en alemán?” La sorpresa del escritor era doble. Una, porque Javier le enviara a su subordinado una novela en ese idioma. Y la otra, porque no se le había ocurrido pensar que ese policía hablara alemán.

-Me defiendo en alemán – respondió a la cara interrogante de Jorge.

-¡Ah! ¿Y en que más idiomas te defiendes?

-Inglés, catalán, francés, ruso, portugués.

-¿Ruso? No jodas.

-Sí. Y lo otro, hace tiempo que no. Estoy a palo seco ni sé…

-Te falta el chino. Y lo de joder, será porque tú no quieres. No creo que te falten oportunidades ni pretendientes.

-Estoy ahora con el árabe.

-Define “me defiendo en alemán, etc”.

-Los hablo, los entiendo y los escribo perfectamente.

-¡Perfectamente! – repitió en tono irónico – Y no tienes abuela – sonrió pícaro Jorge. – Me callo. ¿Y ese libro?

-Es uno publicado en Alemania esta semana. Es largo. Más de setecientas páginas. El autor es un tal Hugo Jörg.

-¿Perdona? Si es un autor de libros infantiles y juveniles. Creo que hasta lo he saludado en alguna de las giras promocionales que he hecho por Alemania. No, me he equivocado. Se llamaba Hugo pero el apellido era otro. No lo recuerdo ahora. Y en todo caso, no parece una novela juvenil. Es muy larga. Salvo que sea algo parecido a Harry Potter o a Eragon

Jorge Ríos se levantó de un salto de la butaca en la que se había acomodado, mientras sus vecinos preparaban la merienda. Fue hacia la mesa en dónde estaba Hugo con el ordenador.

– ¿Cómo se titula? – se interesó Jorge Rios.

-«Das Leben, das ich vergessen habe.» “La vida que olvidé”, traducido.

Jorge se quedó con la boca abierta. No podía ser. Mucha casualidad. Pero lo que se estaba imaginando era complicado y se necesitaba mucho tiempo para prepararlo. Salvo que …

-¿Me podías traducir las primeras páginas?

-¿Te vale con el traductor de Google de momento? Una cosa, si no recuerdo mal hablas alemán perfectamente.

-Claro, sí. No había caído. – dijo en tono irónico – Y sí, hablo alemán. Y lo leo, por si dudas. Y lo escribo – afirmó en tono socarrón – Si no te importa me lo preparas en un documento y me lo imprimes.

-¿Qué pasa?

-Luego te digo. Y luego, si me buscas toda la información que haya sobre ese autor. Incluidos su agente, editorial, editor, todo. Hasta donde compra su ropa interior.

-Te has quedado blanco.

-Si no te importa voy a salir un rato. Necesito tomar el aire.

-Pues ten cuidado, antes parecía que se iba a poner a llover en cualquier momento. Y ahora que pienso, debería ir contigo.

-Ya se acoplarán tus compañeros abajo. Es importante eso que te he pedido. No te molestes pero me apetece estar solo. Ya nunca lo estoy. Cada vez que lo intento, surge algo.

Jorge y Hugo se miraron. Los dos sabían a que se refería Jorge. Pero no dijeron nada.

Al salir se encontró con Juliana y Pere. Ella fue a quejarse al verle salir de casa. Pero lo conocía lo suficiente para saber que algo le había afectado gravemente. Y en esos casos era mejor ni siquiera dirigirle la palabra. Al menos en un primer momento.

-Vamos a ver si el chico quiere merendar. Si no, nos lo llevaremos de vuelta a casa.

-¿A la tuya o a la mía? – preguntó juguetón Pere.

-A la mía, tonto. Te crees que voy a bajar escaleras para ir a la tuya.

-Hay ascensor.

La mujer le dio un pescozón.

Arsenio salió del banco a las 15,30 h. como todos los días.

Se sentó en la terraza del “Candilejas”.

-Una cerveza, Paco.

Dejó el sombrero en la mesa y se encendió un Ducados. Tabaco de hombres.

Paco llevó la cerveza.

Aspiró el humo y lo retuvo unos instantes en sus pulmones. Luego lo exhaló haciendo O con el humo.

Eran las 16,00 h.

Matías sale del taller donde trabaja.

Arsenio coge el periódico y aparenta leerlo. Su atención, en cambio, está puesta en el mecánico. Lleva su mono azul de trabajo, abierto hasta mitad del torso, sucio de grasa del motor del Seat 600 que acaba de arreglar. Las manos también tienen rastros de grasa, aunque se las ha lavado a conciencia. Se apoya en la pared y enciende un Celtas. Dice que le gusta sentir las hebras del tabaco en su lengua.

Matías mira también a Arsenio. Sus miradas se encuentran en mitad de la calle. Se sonríen. Matías se pasa la mano por el pecho, jugueteando con el vello que asoma por el mono.

-Ya estás con tus tonterías.

Arsenio se pone recto. Su padre acaba de aparecer y le observa con ojos de desaprobación.

-Esta tarde vamos a ver a los padres de Angelines. Concretaremos la fecha de la boda. Ya es hora de que te dejes de tonterías. Nos avergüenzas a tu madre y a mí.

Arsenio balbuceó una disculpa.

-Tu madre quiere un nieto cuanto antes. No la decepciones de nuevo. – su padre seguía mirándole con ese rictus autoritario y despectivo que tanto miedo daba a sus subordinados en el banco.

-Vamos para casa.

Como vio que Arsenio remoloneaba, empleó su tono más autoritario:

-¡¡Ya!!

El joven, nervioso, cogió su sombrero y se lo caló todo lo que pudo. Pero a pesar de que su padre no le quitaba ojo de encima, todavía pudo lanzar una última mirada a Matías. Éste ya no estaba apoyado en la pared del taller. Lo miraba alejarse, con los músculos de su cuerpo en tensión. Por un instante pensó en seguir a Arsenio. Abordarlo. Enfrentarse a su padre. Pero se acordó de su madre. Era viuda. Necesitaba el dinero que ganaba su hijo en el taller. No era prudente enfrentarse al director del Banco Central, uno de los más importantes del país. Un hombre que tenía a media ciudad deseando hacerle un favor. Y el jefe de Matías no era ajeno a ese deseo.

Tiró la colilla al suelo con un gesto brusco lleno de frustración. Maldijo su mala suerte. La de ser como era y la de gustarle alguien inalcanzable.

Dio una patada a un paquete de tabaco que había en el suelo. Y empezó a caminar hacia su casa. Era martes, su madre habría preparado cocido. Y seguramente le habría echado un poco del chorizo que su tío José Luis había traído del pueblo el día anterior.

Pere Pujol.

Pere se acercó al ordenador que utilizaba cuando se quedaba en casa del escritor mientras no estaba y guardó el documento del relato que estaba escribiendo cuando volvió.

Miró de reojo a Hugo que seguía trabajando en la traducción que le había pedido Jorge.

-Cuando vuelva, le dices que le he escrito otro relato. Que lo lea.

-Se lo digo.

Pere se levantó despacio para que no sufrieran sus rodillas. Y se encaminó hacia la salida dando pasos vacilantes. Esa tarde había estado demasiado tiempo quieto y necesitaba calentar las articulaciones. Se notaba anquilosado.

-Por cierto, el otro relato me ha gustado – comentó Hugo sonriéndole.

-¿Lo has leído? – dijo Pere todo contento.

-Y a Jorge también le ha gustado.

-¿A sí?

A Pere se le iluminaron los ojos.

Pensó durante un momento en la posibilidad de que el gran Jorge Rios decidiera incluir alguno de sus historias en la próxima recopilación que hiciera de los suyos propios. Solo imaginarlo hizo que un espasmo de felicidad recorriera su cuerpo. Al fin y al cabo era su vocación frustrada. Una de ellas.


Capítulo 27.-

Era claro que Javier todavía no estaba en plena forma. Ninguna de sus personas importantes habían creído posible que la muerte de su marido le sumiera en tal estado de depresión. Cuando parecía que empezaba a remontar, volvía a perderse en sus pensamientos, buscando esos por qués de todo lo que le había pasado en lo que hace referencia a su vida amorosa.

Cuando acabó el entierro de Ghillermo, su marido, la misma losa que cayó sobre su cadáver, cayó sobre su viudo. Hasta ese momento, Javier había mantenido el tipo. Había atendido a sus amigos, a sus conocidos, incluso a algunos de sus enemigos que también habían ido a expresarle sus condolencias. Hasta su casi segunda familia había ido en pleno, incluido Nuño, su casi hermano que estaba ingresado en una residencia a causa de su depresión profunda. Éste, antes de irse, abrazó a Javier durante un rato largo. Le miró a los ojos y supo.

-No, Javier. no. Te necesitamos.

Javier besó a Nuño y le acarició la mejilla pero no contestó. Se apartó de él para despedir al Ministro, que no había faltado. Nuño buscó a Olga con la mirada y caminó decidido hacia ella.

-Por favor, cuídalo. Se va a hundir. Por favor Olga.

Tanto Olga como Carmen le aseguraron que estarían pendiente de él. Pero ninguna creyó posible que Javier se hundiera en la desesperanza primero y luego en la depresión como lo hizo poco a poco, según iban pasando los días y esa soledad profunda que fue conquistando su ánimo, le hiciera insoportable la idea de seguir respirando.

Javier llevaba unos días yendo a la Unidad y ocupándose de algunas cosas. Reuniones, viendo algunos interrogatorios, repasando no solo el caso de Jorge y el de su entorno, sino el resto de casos que llevaba la Unidad. Pero luego, cuando salía con intención de irse a casa, se perdía por las calles de Madrid. Se sentaba en cualquier banco o entraba en un bar y se tiraba horas con una caña sin hacer nada. Mirando a la pared.

Luego, cuando le echaban del último bar, se arrastraba hacia casa. Algunos al verle caminar por la calle, pensarían que iba borracho, pero con una caña en cinco horas, era difícil emborracharse. Al menos a él no le pasaba.

Aquella mañana, después de una de esas tardes perdidas en baretos y en pubs hasta que le iban echando, volvió a sentir esa apatía inmensa que apenas le dejaba ánimos para respirar y poco más. Sintió de nuevo que la vida no merecía la pena. Que todas las personas a las que había amado se habían quitado de en medio. Le habían dejado. Y eso le producía una sensación de fracaso insoportable.

El creía que era un buen tipo. Sabía que no estaba mal, que era atractivo. Se miraba en el espejo y la imagen que le devolvía era de un hombre guapo. A partir de los veinte años, dejó de envejecer, al menos en su aspecto físico. Ahora, superando los treinta ampliamente, seguía pareciendo ser un tipo que apenas superaba los veinte. Sabía también que tenía una piel jugosa, y que su cuerpo estaba bien. Se consideraba culto y de fácil conversación. Tampoco se consideraba tonto. Y creía que sabía querer. Y disfrutar del sexo.

Había tenido tres parejas formales. A ninguna la buscó. Las tres surgieron sin pretenderlo. Ya no estaba con ninguno. Y no entendía como eso podía ser así. Porque a pesar de todo, a los tres los seguía queriendo. Y mucho.

Aritz fue el primero.

Hasta que apareció él, Javier había sido un ligón empedernido. Sus relaciones apenas duraban un mes. Todas esas parejas efímeras, le recordaban con cariño. Y con todas seguía manteniendo una relación extraordinaria de amistad o compañerismo. Sí, no había dudado en acostarse con compañeros policías, si la química lo había aconsejado. Y eso no había afectado en su trabajo. Es más, eran sus mayores defensores, sus mejores colaboradores.

Aritz apareció un buen día pidiendo plaza en la Unidad. Era un compañero que había empezado su carrera como ertzaina y que luego había pedido el traslado a la Policía Nacional. Quería salir del País Vasco. Y había oído hablar de la Unidad de Javier, entonces apenas una idea que empezaba a dar sus primeros pasos. Y se apuntó. Javier recordará toda la vida esa primera entrevista que tuvo con él. Hablaron de mil cosas. Pero sobre todo de la idea que tenía Aritz de ser policía. A Javier le extrañaba que quisiera cambiar de cuerpo. La Ertzantza era una policía que estaba considerada como eficaz y competente. Y bien dotada de medios. Y su sueldo era superior al de la Policía Nacional.

-Me apetece cambiar. Me apetece salir de Bilbao.

-¿Algún problema familiar?

-No, para nada. Mis padres son geniales y tengo dos hermanos a los que quiero con toda mi alma. Son geniales de verdad. Pero a veces es necesario alejarse. Geniales, son geniales, la verdad – repetía como una letanía.

-¿Algún desengaño amoroso?

Aritz no se atrevió a contestar. La pregunta le pilló de sorpresa. Pensó en mentir, pero ese joven que le entrevistaba, ese del que todo el mundo hablaba elogiando sus capacidades, no le parecía el tipo de hombre que se tragara sin pestañear el sapo de una mentira.

Javier supo que por ahí había algo. Ya había descubierto la razón de su huida. Pero el expediente de ese hombre era impecable. Y pensó que iba a ser un gran valor en su nueva Unidad.

No se equivocó. Aritz era muy bueno en su trabajo. Era entregado y concienzudo. Y no le importaba recular en una investigación y tentar otras posibilidades distintas a la primera que había seguido. No le importaba desdecirse de sus ideas al respecto.

Javier tenía una idea a la hora de trabajar, y era la de crear un equipo cercano, que pudiera también apoyarse en la vida privada. El trabajo era duro. Y a veces pasaba facturas. Él era el primero en estar disponible para cualquiera que atravesara una mala época. Carmen, Matías y Olga, igual. Eran los cuatro las cabezas visibles del proyecto. Era la Unidad de los cuatro. Cada uno haciendo su papel. Los cuatro, que aunque algunos se empeñaran en lo contrario, se llevaban como hermanos, de los bien avenidos.

Aritz cuando se trasladó desde Bilbao, y siguiendo la filosofía de la Unidad de ayudar al compañero que lo necesitaba, vivió unas semanas en la casa de una de las inspectoras de la Unidad, Teresa. Estaba a punto de casarse. El futuro marido puso alguna pega, hasta que se enteró de que a Aritz no le iban las mujeres. Ese hombre era muy celoso a parte de tener un punto machista que a Javier ni al resto les gustaba nada. Pero debían respetar la decisión de Teresa. Se había enamorado. Contra eso, sobran razones. Eso es otra historia.

Aritz tras mucho buscar, encontró un apartamento que le cuadraba. Apenas se había traído algo de ropa de Bilbao. Javier y Olga se encargaron de organizarse para ayudarle en la mudanza. Al final Olga no pudo ir a Bilbao, pero Javier y Kevin fueron para apoyar a Aritz en la mudanza. Allí conoció a la familia de Aritz. Con todos congenió rápidamente. Jose el padre, les llevó en los descansos, de potes por las siete calles. Les presentó a todos los que se encontraban. Muchos de ellos eran compañeros de Aritz, ertzainas. Les presentó a toda la familia, tíos, primos… Javier y Kevin estaban abrumados. Maritxu, su madre, les preparó sus mejores platos. Y eso es mucho decir porque es una gran cocinera. Y Oller y Ander se convirtieron en dos apéndices de Javier. Estaban pendientes de todo lo que necesitara. La sintonía de los dos hermanos con Javier fue casi instantánea.

No fue esa la única mudanza. Aunque las otras dos ya fueron en Madrid. Ese primer apartamento fue un chasco. El dueño era un tipo que al poco intentó echarlo porque se enteró de que era gay. Aritz aguantó el tiempo que buscaba otra posibilidad de alojamiento. Tuvo que volver un par de semanas a alojarse en casa de Teresa, la cual todo sea dicho, ya se había trasladado a la casa común con su futuro marido. Y Javier le prestó parte de un trastero que tenía alquilado con las cosas de sus padres, para que guardara sus cosas. Ese nuevo sitio que encontró, era un tugurio del que salió en cuanto, tras mucho buscar entre todos los de la unidad, le encontraron un piso que estaba bien y que Aritz podía comprar sin agobios. Fue Yeray a través de un conocido el que lo encontró. Otra nueva mudanza en la que de nuevo, participaron todos.

Javier fue un par de días de hacerla a ayudarle a organizarse. Cuando acabaron, antes de ir a comer algo por ahí, Aritz quería invitarle como agradecimiento, tomaron una cerveza sentados en la cocina. Y ahí… surgió algo. Se quedaron en silencio mirándose. Solo eso. Pero… ese rato algo cambió entre ellos.

Tardaron en definirlo. No fue cosa de “huy que majo, me parece que me molas, vamos a hacernos novios.”

Javier en esa época estaba medio enrollado con Matías. Pero Javier por entonces no era de relaciones largas. Siempre buscaba una excusa para acabarlas. Parecía que le daba miedo el compromiso. Matías lo conocía muy bien, así que antes casi de que Javier rompiera, lo hizo él. Ya se había fijado en como se miraban Javier y Aritz. Luego, Matías lo usó para picarles a ambos y para hacerse el ofendido. Javier y él empezaron a fingir que discutían, lo que algunos tomaron en serio y pensaron que Javier y Matías no se podían ni ver, y había sido a causa de Aritz, que se había metido en medio de su relación.

Una noche, después de cerrar un caso, todos fueron a celebrarlo. Era una costumbre que habían instaurado casi desde el principio. Los investigadores, invitaban a unas pizzas y a un copazo. Fueron casi todos a excepción de los que estaban de guardia. Olga se fue la primera en busca de su novio que acababa de llegar de su último viaje de negocios. Carmen no pudo negarse a la invitación de JL, un compañero guardia civil al que le gustaba el karaoke como a ella, y fueron a cantar hasta las mil. Yeray ligó con una bella mujer que se encontró en el bar al que fueron y Kevin se retiró para atender a su enésimo intento de ligue mediante la APP que tocara esa temporada. Se quedaron solos Aritz y Javier.

Sobre quien dio el primer beso, nunca se pusieron de acuerdo. Los dos presumían de que había sido él. Pero no quedó claro. Esa noche inauguraron la casa de Aritz. Una noche loca de sexo y pasión. Una noche que se alargó casi todo el fin de semana.

En la Unidad pensaron que eso iba a durar apenas unas semanas. Todos conocían a Javier. Pero… esta vez, fue… la primera que fue distinto. Su relación se fue consolidando con el paso de los meses. Iban cambiando de casa, pero a todos los efectos vivían juntos. Eso nunca había pasado. De hecho, salvo Carmen, Olga y Matías, nadie había pisado la casa de Javier. Aritz contribuyó a ordenar las comidas y las horas de sueño de Javier, que era muy dado a… mal comer y mal dormir.

Llegó un momento en que se plantearon elegir una de las casas y definitivamente trasladarse a ella. La elección parecía clara: la casa de Javier era más grande, a parte de que estaba en pleno barrio del Retiro. Era la casa de sus padres que él había heredado y que poco a poco había ido haciéndola más suya. Aritz pensó en vender su casa o en alquilarla. Dudaba.

Entonces fue cuando al padre de Aritz le detectaron un cáncer. Aritz empezó a viajar siempre que podía a Bilbao para acompañarlo. La madre estaba muy afectada, sobre todo al principio. Y los hermanos de Aritz, hacían lo que podían, pero toda esa situación les sobrepasaba. Oller tenía dieciocho, para diecinueve y Ander acababa de cumplir los dieciséis.

Se acabaron organizando. Aritz si podía se iba el jueves. Javier se iba el viernes por la tarde. Se alojaba en casa de la familia, como uno más. Luego, el domingo se volvían los dos.

Llegó un momento en que a Jose le tenían que operar. Era algo delicado. Aritz se apañó para pedir vacaciones. Carmen y Olga le cedieron parte de las suyas. Oficialmente estaban ellas de permiso, pero iban a trabajar en su lugar. Javier seguía con su rutina de viajar a Bilbao los fines de semana. En esa época, el domingo solían ir a Burgos a pasar el día. Comían, paseaban y a Aritz le servía como descanso. A veces se unían los hermanos de Aritz. Luego ellos se volvían a Bilbao y Javier continuaba viaje a Madrid.

Ahí, llegó la debacle. De repente, uno de esos fines de semana, Aritz rompió con Javier. Todas las excusas que le dio eran tonterías. Nada creíbles. No había habido ningún problema entre ellos. Al revés, hasta la semana anterior, parecían más cercanos, más enamorados que nunca. Y la familia de Aritz consideraba a Javier como uno más de la familia.

Javier no se resignó y se presentó el fin de semana siguiente en Bilbao. El trato de Aritz fue casi ofensivo. Agresivo. Sus padres observaban todo con asombro. Los hermanos le hicieron compañía a Javier, al que Aritz había echado de su casa. Oller le buscó donde quedarse, en la casa de Jon, un antiguo compañero de su hermano.

Fue entonces cuando Javier cogió la costumbre de acercarse a Burgos los domingos y pasar el día con los chicos. Olga se unía algún domingo que estaba con Mark, su pareja. Los cinco solían pasar un día divertido y sobre todo tranquilo. Los chicos se desahogaban. Maritxu solía llamarlos cuando Aritz no estaba cerca y hablaba con Javier. Si Jose estaba bien, participaba en la charla.

Luego Jose se fue recuperando y la vida volvió a su cauce. Aritz volvió a Madrid. Pero ya no era pareja de Javier. Ya no se iba a trasladar a vivir permanentemente a casa de él. Javier siguió quedando con sus hermanos en Burgos algunos domingos. Incluso algunos de ellos se acercaba a Bilbao para saludar a los padres de Aritz y para que Mary le preparara sus platos favoritos. Para ellos, seguía siendo de la familia a todos los efectos.

Nadie entendió esa ruptura de Aritz. Era patente que seguía queriendo a Javier. Las miradas a veces son difíciles de domeñar. Y la de Aritz, cantaba su amor a los cuatro vientos.

A Javier no le quedó más remedio que asumirlo. Eso no quería decir que las preguntas no se agolparan en su cabeza. Y las dudas sobre si habría hecho algo que le sentara mal. Si se había equivocado en algo. Pero… no se atrevió a afrontar esa conversación. Parte de las cosas de Javier seguían en la casa de Aritz, y parte de las de éste en la de aquel. Y ahí siguen.

Eso en otro entorno, podía haber supuesto incomodidad a la hora de trabajar. En la Unidad no ocurrió eso. El trabajo fluía y la relación profesional, incluso de amistad entre ellos era buena.

Galder, fue el segundo.

Un buen día, Olga habló con Javier sobre la posibilidad de que le diera clases de defensa a su hijo. Y que le enseñara un poco la maldad que había por el mundo. Que le enseñara a conocer a la gente, a hacerse preguntas. A no fiarse. Ella estaba preocupada al respecto. Galder, el hijo de Olga, daba la impresión a todo el mundo de que poco menos había heredado a través del cordón umbilical la capacidad de su madre de hacer preguntas y de dudar de lo que las personas mostraban al mundo. Galder lo creía y actuaba a veces con una cierta prepotencia. Era el hijo de una comisaria de policía. Y a todo el que se ponía delante le mostraba esas credenciales. Olga le tuvo que sacar de muchos líos, sin que él se enterara. Tenía veinte años y parecía que… era el rey del mundo.

Galder fue a la cita con Javier a regañadientes. No se atrevió a discutir con su madre. Aunque se conocían, porque Javier y Olga eran íntimos, hacía años que el niño, primero, y el joven después, no quiso saber nada de los compañeros de su madre. Y Javier… no supo decirle que no a su amiga. Pero tenía noticias de que el carácter del chico durante la adolescencia había sido bastante insufrible. En lo único que no había fallado era en los estudios. En los oficiales y en los idiomas. Hablaba varios perfectamente. Era algo que Olga desde que apenas gateaba, puso todo su empeño. Inglés fue el primero. Luego le siguió el alemán. Eran los dos idiomas de nacimiento de su padre. Aunque el joven no sabía quien era y tampoco quería saberlo. Olga ejercía de madre soltera. El francés fue el tercero.

Galder siempre había estado presente en sus vidas. En la de todos. Pero… eso ya era cosas del pasado. Parecían recordarle que no eran tan valiente ni tan autosuficiente a la hora de enfrentarse al mundo.

El día que el hijo de Olga acudió a la Unidad, Javier estaba interrogando a un detenido. Era un tipo que les había mentido hasta al decir el color de sus ojos. Había matado a su mujer y la había dejado tirada en una finca que era del hermano de ella. Se dedicó a sembrar la duda sobre la relación del hermano con su mujer. Pequeños comentarios. Aquí y allá. Él siempre mostrando el tremendo dolor que le había producido la muerte de ella. Javier, cuando le avisaron por el pinganillo que había llegado Galder salió y le saludó.

-Quisiera que me ayudaras. Observa lo que nos dice ese hombre. Luego me cuentas.

Javier siguió hablando con el acusado más de una hora. Luego entró Carmen de refresco. Él salió un rato de la sala de interrogatorios. Fue en busca de Galder que estaba en el despacho de Javier viéndolo a través de un monitor y escuchando con unos auriculares. Patricia le había llevado un zumo para que bebiera y unos frutos secos. Galder se sonrió cuando lo vio. Le gustó que Patricia se acordara de lo que le gustaba de pequeño. Sonrió y se levantó a darla un beso.

-Como la próxima vez no lo hagas a la primera, me olvidaré de tus cosas preferidas para siempre. Tienes una norma: ver a Patricia, sonrisa, brazos abiertos para abrazo, y morros estirados para besos. ¿Estamos de acuerdo?

Galder como respuesta volvió a abrazar a Patricia y a darla dos besos.

Cuando vio a Javier que lo miraba desde la puerta, Galder se giró hacia él.

-Tío, pero os habéis equivocado. Ese no ha hecho nada. Si está colado por su mujer ¿No te has dado cuenta?

Javier le escuchó un rato. Tomó alguna nota mental de algunas apreciaciones que hizo Galder en las que él no había caído, aunque la interpretación de ambos fuera diametralmente opuesta.

-Ven a la sala de los espejos. Allí lo verás más de cerca. Ya sabes que no puedes hacer ruidos.

Le acompañó allí. Casualidades, estaba Aritz pendiente del interrogatorio. Había participado activamente en el caso. Javier les presentó y le comentó que pretendía que Galder sacara sus propias conclusiones. Lo hizo con la intención de que Aritz no le condicionara dándole su opinión. Javier volvió a la sala. Y a partir de ahí, Carmen y él hicieron tándem.

La cosa se alargó. Pero a eso de las cinco, el hombre se derrumbó acorralado por su propias contradicciones y agobiado por el silencio que fueron imponiendo Carmen y Javier. Cada vez hablaban ellos menos. Cada vez preguntaban menos. Solo se dedicaban de vez en cuando a mostrarle alguna de sus declaraciones anteriores. Sin valorarlas.

Dos compañeros uniformados entraron para llevarse al ahora ya acusado oficialmente, acusado y confeso, al calabozo. Carmen dio un beso a Javier antes de salir e ir a ocuparse del papeleo. Javier se quedó absorto y agotado en la sala. Galder seguía en la sala contigua, sin atreverse a hacer nada. No estaba seguro de que todo hubiera acabado y no quería meter la pata. Aritz hacía un rato que se había ido también, para ayudar a Carmen.

Al cabo de más de media hora, Galder tocó en el cristal. Había pensado en largarse, pero no se atrevió. No quería enfrentarse a su madre y decirla que se había ido sin despedirse de nadie. Javier pareció salir de su letargo. Estuvo pensando un par de minutos hasta que se acordó de él. Le hizo un gesto para que entrara en la sala. Galder abrió la puerta y se quedó dudando de si entrar o no. Javier le sonrió y le hizo un gesto con la mano. Bebió un gran trago de su vaso de agua.

-¿Qué te ha parecido? Me gustaría saber tu opinión. – le preguntó Javier imprimiendo un tono suave a la pregunta.

Galder estaba absolutamente sorprendido. Y por qué no decirlo, había puesto en unas horas a Javier en un pequeño altar. Le fue contando lo que había ido pensando y como …

-Pero tío, cómo le habéis liado. Si al final os lo ha contado él todo. Se ha puesto la soga al cuello el solito.

Javier fue comentando algunas de las cosas que le decía Galder. Y éste volvía a argumentar. Galder cada vez parecía estar mas emocionado por la charla. Javier se reía. Él se había hecho a la idea de largar al chico al cabo de un rato, y ese rato se fue alargando. Al final le dijo de ir a comer algo a un bar cercano que no importaba las horas, les preparaban algo sólido que llevarse a la boca. Y comieron. Y siguieron hablando.

Galder tuvo un arranque y le pidió a Javier quedar al día siguiente para seguir hablando. Y éste aceptó. Ocurrió además que Galder empezó a hablar de Jorge Rios. Le encantaban sus novelas. Javier, aunque lo conocía, no le había leído. Cuando se despidieron esa noche, Javier pasó por un VIPS y se compró “Todo ocurrió en Madrid”. Y empezó a leerla esa misma noche.

Al día siguiente le dijo a Galder. Éste se emocionó porque Javier le hubiera hecho caso. Y siguieron hablando. Comieron juntos y luego, aprovechando que hacía una tarde soleada y templada, se fueron a pasear al Retiro. Galder se tiró en el césped y Javier se sentó a su lado, con las piernas cruzadas.

-¿Y lo de las clases de defensa? A lo mejor… yo hice judo en el colegio. Mi madre se empeñó. Está muy plasta con que me enseñes.

-Así las recordamos – le dijo sonriendo.

-Creo que soy bueno. Ya te digo.

-Vale. Pues hagamos una cosa. Si estás tan seguro de que eres bueno, apostamos. Quien gane de diez combates, invita al otro a cenar.

-Me jode sacarte la pasta tan fácil – le dijo Galder – Mi vieja nunca le he escuchado decir que eras un crack de la lucha. De otras cosas te pone por las nubes. Que si Javier por aquí, que si Javier por allí…

-O sea que tu madre tiene la culpa de la ojeriza que te noté cuando me saludaste ayer.

-Es que es muy plasta con vosotros. Sois lo más. Y me imagino que todos cagaréis todos los días ¿No? Y vuestra mierda olerá mal. Como la de todos.

-Yo sí desde luego. Pero no me siento orgulloso de ello.

La respuesta de Javier había sido dicha con tanta seriedad que Galder lo miró sin saber como tomarlo. Javier aguantó solo unos instantes más antes de soltar una sonora carcajada. Galder le dio un golpe en el brazo echándose a reír también.

-Qué cabrón eres – le dijo a Javier. – ¿Entonces seguimos con la apuesta?

-Estaré encantado de pagarte la cena. Es más, te dejo elegir el sitio.

Quedaron el martes. En el gimnasio de la policía. Javier le fue presentando a todos los que se iba encontrando. El parecido de Galder con su madre era evidente, así que a pocos hubo que decir que era su hijo. Susana una de las entrenadoras, se acercó a abrazar a Javier. Éste la apretó contra él.

-Que alegría me da verte de nuevo aquí, joder – le dijo Javier a Susana.

-Estoy mucho mejor. Gracias a tu apoyo en gran medida. ¿Y a que se debe tu visita? Llevas tiempo sin venir.

Le presentó a Galder. Y le contó su apuesta.

-¿Estás seguro? – le preguntó a Galder.

-Claro. – dijo él en un tono un poco de… “aquí estoy yo”.

-¿Lo has hablado con tu madre? – le preguntó sonriendo Susana.

-¿Por qué iba a hacerlo? – le preguntó de forma un poco brusca. No le había sentado bien la pregunta y sobre todo el tono de la entrenadora. Se permitía dudar de él sin haberle visto. Susana levantó los brazos a modo de disculpa.

-Hago de árbitro.

Los diez combates duraron diez minutos. Galder acabó en todos ellos en el suelo a los diez segundos.

-Jovencito. No quisiste venir con tu madre a entrenar porque pensabas que ella era una inútil. Recuerdo una conversación que tuvisteis en el vestuario. No te hubiera venido mal. Javier es uno de los mejores luchadores…

-Mi madre nunca me ha dicho…

-¿La has dejado hablar desde que tienes quince años? Harías bien, ahora que Javier parece dispuesto a dar clases a alguien, llevo años intentando en vano que venga a luchar con mis alumnos, sería bueno que lo aprovecharas. Muchos matarían por estar en tu pellejo hoy.

Javier le ayudó a levantarse. Iban a ir a cambiarse, pero Galder le detuvo.

-¿Y si me dieras esas clases de las que hablaba Susana?

No lo quería reconocer pero se había sentido humillado. De verdad pensaba que iba a poder con Javier sin casi despeinarse. No se le notaba cachas y parecía el típico policía joven y tal, que no estando gordo, pero que tampoco parecía inclinado a los deportes. Le había parecido el típico nerd.

Estuvieron casi una hora y media, solo parando para beber un poco de agua. Susana llevó a uno de los grupos que tenía para que observaran la clase de Javier. Al cabo de un rato en que los alumnos, todos policías, miraban embobados a Javier, escuchando todo lo que le decía a Galder. A algunos les faltó sacar un cuarderno para tomar notas, o grabar la clase con sus móviles. Y lo hubieran hecho si no se hubieran sentido cohibidos. Susana le hizo un gesto para que les hiciera participar. Javier meneó la cabeza de lado a lado, como diciendo: “Qué lianta eres, Susana”. Pero al final lo hizo. Les indicó con un gesto de la mano para que se incorporaran.

Galder ya empezaba a estar cansado y aprovechó para sentarse. Pero Javier, apenas le dejó cinco minutos de relax y le obligó a levantarse tirando de él.

Que no se diga Galder. ¿Estás cansado ya? Si no hemos hecho más que empezar… – se burló Javier.

Fue la primera vez que comprobó de primera mano la admiración que despertaba Javier.

Susana, cuando Javier dio por terminada la sesión, le llevó a parte para hablar con discreción..

-Me han dicho que buscas a buenos policías para la Unidad.

-Te escucho.

-Dos de tus alumnos hoy, están digamos que pensando en dejar la Policía. Son buenos y no parece que les tengan en mucha consideración en sus destinos. Están decepcionados y desmotivados. Y me parecen de esos que convenía no dejar que lo dejaran. Uno viene desde Toledo dónde está destinado a cada clase. Solo se las salta si tiene servicio.

-¿Quienes? – preguntó Javier.

Susana le indicó a una chica que estaba haciendo en el suelo unos ejercicios de estiramiento para relajar músculos después de la clase, y a un chico que lo estaba haciendo apoyando en las espalderas que había en un lado del gimnasio.

Javier les hizo un gesto a los dos para que se aproximaran. Se miraron sorprendidos y se apresuraron a acercarse. Pensaron que les iba a echar la bronca por haber perdido todas las peleas.

-¿Que tal os va? – les preguntó cogiéndoles del hombro a los dos.

-No os cortéis – les recomendó Susana – Javier es de fiar. Le he hablado de vosotras.

Le fueron contando. Javier les escuchó atentamente. Galder le miraba sorprendido. No quitaba el ojo de encima de Javier. Sobre todo le llamaba la atención su forma de escucharles. Esos chicos, calculó Galder, no llevarían en la policía más de un par de años, parecían poco mayores que él. Y Javier tenía ya un prestigio consolidado en la Policía.

-Vamos a hacer una cosa. Apuntaros un teléfono y llamáis mañana a Patricia. Ya hablo con ella. Si os parece, os concierta una cita con Olga Rodilla y con Carmen Polana. Son mis compañeras. A ver que podemos hacer. Una cosa os advierto: si podemos arreglarlo para que acabéis en la Unidad, va a ser duro. No es un sitio para pasar el rato ocioso. Nos gusta que todos nos sigamos formando. Tendréis la posibilidad de elegir varios idiomas para aprender. Cursos como estos de Susana, prácticas de tiro regulares… participar activamente en los cursos de Olga sobre maltrato y respeto y la forma de afrontar dichos problemas…

-Eso es lo que queremos, comisario. – le dijo la mujer. – Los dos nos apuntamos a la Policía porque queremos ser policías. No queremos hacer fotocopias.

-Por cierto ¿Cómo os llamáis?

-Helga.

-Raúl.

-Yo soy Javier – se presentó como si fuera uno de ellos y no lo conocieran. – Y éste es Galder, un amigo.

-¿De verdad que vamos a entrevistarnos con la comisaria Rodilla y la comisaria Polana? – comentó Helga – Fuimos los dos a una de sus charlas y … joder… que buenas son.

-Son lo más – apuntó Raúl.

-En eso estamos de acuerdo. Son lo más. Pero no tenéis que tenerlas miedo. Si habéis asistido a sus charlas, sabéis que son dos grandes policías, pero dos grandísimas personas. ¿Quedamos así?

Galder y Javier se fueron a duchar. Mientras se vestían, Galder parecía querer decir algo, pero no se atrevía.

-¿Lo vas a soltar de una vez? – le conminó Javier mientras se ataba las deportivas.

-Es que alucino contigo. “Soy Javier”. “Mañana os vais a entrevistar con Carmen Polana y con Olga Rodilla”.

Javier sonrió.

-¿Y?

-Joder, tres comisarios jefes. Sois los putos amos.

-Ya sé la categoría que tenemos. ¿Y?

-Os respetan. Os temen.

-¿Y eso de que me sirve? A los cuatro, Matías incluido, nos conoces desde que eras un bebé, sabes que queremos a nuestro lado a personas que amen este trabajo. Es duro. Lo van a pasar mal. Van a ver cosas… dolorosas. No quiero que me teman. Quiero que trabajen a nuestro lado. Quiero que me saluden cuando llego, no con temor, ni con admiración. Quiero que me saluden como un compañero, como un amigo, como un primo si quieres. Vamos a pasar muchas horas juntos. Vamos a tomar miles de cafés juntos, vamos a comer juntos, vamos a vigilar juntos. El miedo … ya lo tendrán por las situaciones a las que deban enfrentarse. No quiero que nos tengan miedo a nosotros. Quiero que nos apoyen. Como nosotros les vamos a apoyar a ellos.

-Me estás rompiendo los esquemas.

-Eso es tu problema. Por haberte hecho ideas preconcebidas basadas en… no sé que cosas que te has imaginado o que has escuchado en algún sitio. A tu madre no le habrás escuchado nada distinto a lo que me has oído a mí. Y a Carmen.

Galder se quedó pensativo.

-¿Vas a ponerte las deportivas o piensas salir descalzo? Apura, que Carmen nos espera para cenar algo.

Galder se quedó un poco sorprendido. Parecía que de repente, no le apetecía tanto ir a cenar con Javier.

-Así aprovechas y te haces querer. Carmen no te va a tener en cuenta que no fueras a saludarla ayer en la Unidad. No eres menos hombre porque recuerdes que la adorabas. Era tu tía preferida. Así que cuando la veas, vas donde ella, la abrazas, y dejas que te bese como siempre lo ha hecho.

Javier le rodeó el cuello con su brazo y le dio un beso en la mejilla. Parecía que le había echado la bronca. Pero lo había hecho en un tono tan dulce… que a Galder no le quedó esa impresión.

-Te espero fuera. A no ser que quieras que te ate yo las zapatillas. A lo mejor es que ya tienes agujetas y no llegas… a la zapatilla.

Javier sonrió bromista e hizo amago de ponerse de rodillas para atarle los cordones.

-Quita, anda. – le empujó Galder. – Alucinas.

Javier hizo un poco de comedia y se tiró sobre el suelo como si el empujón hubiera sido fuerte. Galder le miraba sin saber como actuar. Al final se echó a reír y le tendió la mano para ayudarle a levantarse.

-Que tonto eres, Javier.

-Vamos. Que Carmen espera. Y te recuerdo que pagas tú.

-¿Has invitado a alguien más?

-De hecho he invitado a toda la Unidad. Creo que debes recordar a los viejos amigos y conocer a las nuevas incorporaciones.

-Oye, oye ¿Va en serio? Que no soy rico.

Javier le cogió las zapatillas y empezó a caminar hacia la puerta.

-¡Cabrón! ¡¡Al ladrón!! ¡¡Se lleva mis zapatillas!!

-Sígueme si puedes.

-Serás tramposo…

Galder cogió su bolsa de deportes y salió corriendo descalzo detrás de Javier. Pero hasta la puerta del bar donde efectivamente les esperaba media Unidad, no le pudo pillar. Allí le dejó las zapatillas en el suelo y Galder se las calzó pero no se las ató. Le dio un tortazo a Javier que hizo como si no lo hubiera sentido. Galder miró a Carmen. Sintió… no dudó en hacer caso a Javier. Soltó la bolsa, se acercó a ella y la abrazó. Carmen le rodeó el cuello con sus brazos y le besó profusamente en la mejilla. Olga miraba la escena desde el otro lado de la barra. Javier se acercó a ella y la dio un beso. Olga le sonrió y le acarició la cara.

-Te quiero ¿Lo sabes?

-No me había dado cuenta – bromeó Javier.

Se sentaron en una mesa. Galder saludó a Patricia como le había prometido el día anterior. Y saludó a Teresa que le abrazó fuerte también. Le fueron presentando a algunos que no conocía. Matías cuando llegó, fue corriendo a abrazarlo.

-No debería dirigirte la palabra. Por ser tan antipático todo estos años. Pero que le vamos a hacer. Soy así de débil. Te sigo queriendo igual, renacuajo.

Galder se sentó al lado de Carmen. Estuvieron hablando todo el tiempo. No había mentido Javier. Carmen siempre había sido la tía preferida de Galder. Y aquella siempre lo había considerado como si fuera su hijo. No lo hubiera querido más si lo hubiera parido ella. Y eso, a pesar de esos años de no querer tener contacto con ellos, había seguido igual. Pero una cosa había cambiado: ahora, Galder no podía quitar la mirada de Javier. Y éste, de vez en cuando, también lo observaba discretamente.

-Oye, que… te quería decir… – ya habían acabado de cenar y se estaban despidiendo – que a lo mejor podíamos ir a correr mañana o pasado. Por el Retiro. – propuso Galder a Javier con un hilo de voz.

-Bueno. Pues mañana me parece buena opción. Pasado … tenemos trabajo. Pero el viernes, si te apetece, repetimos en el gimnasio.

-Mola. Guay.

Cada vez quedaban más a menudo. Cada vez hacían más cosas juntos.

-¿Has visto lo que has hecho, Olga? – le preguntó un día Carmen.

-¿No es cosa mía entonces? ¿No es que me esté volviendo loca?

Carmen se echó a reír.

-Mira. Si les ves hablando el primer día, después del interrogatorio… ¿Que te pasa?

Olga se había quedado seria. Parecía hasta enfadada.

-Le va a hacer sufrir, Carmen.

-¿Quién a quién?

-Mi hijo a Javier. Lo he parido. Lo conozco. No quería esto. Después de lo de Aritz… quiero a mi hijo con toda mi alma, lo sabes, pero a Javier no le quiero menos.

-Estaremos ahí para cuidarlos. A ambos. De todas formas, no perdamos la esperanza. A lo mejor sale bien.

Parecía que los presagios de Olga se equivocaban. Un día, después de su sesión de correr por el Retiro, se tumbaron en la hierba. Y allí, ocurrió la magia. Galder no se pudo contener y besó a Javier. Y éste no tardó ni un segundo en responder. Parecía que lo había estado esperando. Corrieron a casa de Javier y ya, no salieron prácticamente a la calle ese fin de semana. Se volvía a repetir el comienzo de su relación con Aritz.

Galder empezó a ocupar la mitad de la cama de Javier. Empezó a ocuparse de la intendencia, como buen aficionado a la cocina que era. La nevera de Javier empezó a estar llena de cosas ricas que comer. Así Javier no podía poner excusas cuando llegaba a casa para no cenar.

Siguieron haciendo muchas cosas juntos. Una de las actividades que más les apasionaba, era ir al campo de tiro a practicar con pistola. Galder se convirtió en un gran tirador. Javier sin que se enterara, le apuntó a un concurso que había en la policía en el que se podían apuntar familiares. Javier además no lo apuntó como hijo de Olga, sino lo apuntó como su pareja. Galder cuando se enteró, se asustó.

-Me pondré nervioso y no daré una.

-Como quieras. En todo caso le dejarás mal a tu madre. No olvides que llevas su apellido. Rodilla. Galder Rodilla.

-Pero me has apuntado como tu pareja.

-Eso nadie lo mira. Recuerda, Galder Rodilla.

-Eres un cabrón.

-Y tu un miedica. Lo vas a ganar sin despeinarte. A partir de ahora te voy a llamar Galder “La llorona”.

-No te gano a ti.

-A veces sí. Y de todas formas, soy el mejor tirador de la policía.

-Y luego dirás que no eres un creído. – se burló Galder.

-Solo digo la verdad. Pregunta a Carmen. Pregunta a Alberto. Él es el segundo. Y tu madre es la única que puede rivalizar con nosotros.

-¿Y por qué no os apuntáis? ¿Mi madre dispara bien? Primera noticia que tengo.

Javier se quedó mirando moviendo la cabeza de lado a lado.

-Para no parecer uno chulos. – dijo Galder.

Galder ganó el concurso. Olga estaba pletórica. Repartió besos a diestro y siniestro. Casi la felicitaron más a ella que al ganador. Y ella recibía los parabienes con orgullo.

Otra de las actividades que empezaron a hacer juntos, fue la de estudiar ruso. Los dos eran apasionados de los idiomas. Estuvieron debatiendo varias semanas a cual apuntarse. Debía ser un reto. Los dos hablaban al menos cuatro idiomas perfectamente. Javier además, le animó a seguir estudiando, a parte de sus trabajos a tiempo parcial. Estaba metido en el grado de educación física, en el de empresariales, le animó a ir a algún curso de cocina, era otra de sus aficiones… como la informática. Aunque en ese tema, Javier tuvo la impresión de que le ocultaba algunas cosas. Cuando conoció a Aitor, estuvo tentado de pedirle información… pero no se atrevió. Además, Aitor ya tenía suficiente con afrontar sus muchos problemas. No quería calentarle la cabeza.

Los meses iban pasando. Y Olga pensó que se había equivocado en su predicción. Un día Javier le pidió consejo.

-Voy a pedirle que se case conmigo. A lo mejor fue en lo que me equivoqué con Aritz. ¿Me ayudas a elegir los anillos?

Olga estaba feliz. Agarró a Javier por el brazo y lo llevó a Perodri, una joyería que le encantaba. Y allí pasaron casi dos horas eligiendo los anillos.

-Se lo voy a pedir mañana. En casa. Va a hacer una cena especial. De mensuario o algo así.

La cena estupenda, todo iba como la seda, hasta que Javier puso los anillos encima de la mesa. Estaban metidos en su cajita de anillos de boda. Galder lo vio sin saber que era. Javier le besó y abrió la caja. Le enseñó los anillos.

-Me gustaría que nos casáramos. Yo sería muy feliz siendo tu marido, tu pareja oficialmente.

Galder se quedó completamente sorprendido. No se lo esperaba. Se puso nervioso y empezó a despotricar. Javier lo miraba sin saber que hacer. Galder empezó a tirar la vajilla, los restos de la cena. Rompió parte de la cristalería. Fue a su habitación, recogió sus cosas a todo correr y se fue.

No se volvieron a encontrar. Galder le puso a parir ante todo el mundo. Era su justificación para su forma de actuar.

Javier dejó la cocina como estaba durante días. No tenía ganas de recogerlo. Era una forma de recordar que era un fracasado. Fue Olga una mañana y lo ordenó todo. Galder se negó en redondo a hablar con su madre del tema. Y volvió a desaparecer de la vida de todos ellos. De Carmen, de Matías, de Patricia… de Raúl y Helga que acabaron siendo miembros de la Unidad…

Carmen caminaba con tranquilidad por el paseo central de la calle Ibiza. Se sentó a su lado. Javier no hizo ningún gesto que indicara que la había visto. Pero Carmen sabía que él se había dado cuenta de su presencia. No se dijeron nada durante un buen rato.

-Déjame Carmen. No merezco tu cariño ni tus desvelos.

-¿Hasta dónde has llegado en tu repaso de desdichas?

-Todavía estoy en Galder.

-Pues ya está bien por hoy. Dejemos a Ghillermo para otro día. Porque al franchute no lo consideras una desdicha.

Javier resopló antes de sonreír.

-En todo caso fue una desdicha mientras estuviste con él. – volvió Carmen al ataque.

Javier esta vez no estaba dispuesto a dejarse sorprender. Volvió a su estado de tristeza y abstracción.

-No merezco…

-No sé si te lo mereces o no. En las cosas del querer… a veces merecer no es suficiente. Y a veces no merecer, no evita que alguien quiera a otra persona. Lo siento Javier. He de decirte que te amo con toda mi alma. Y eso no va a cambiar mientras viva. Eres parte esencial de mi vida. Sin ti, posiblemente sería yo la que no podría seguir respirando.

-No merezco…

-Te repito. No sé si mereces o no. Solo sé que siento así. Y verte sufrir me produce un dolor insoportable.

Se quedaron en silencio un rato. Carmen miraba al frente. Tenía los hombros caídos. Había ido decidida a llevarse a Javier con ella o a quedarse allí a su lado todo el tiempo que fuera necesario. No iba a permitir que una de las tres personas que más quería en el mundo, se hundiera en el abismo de la tristeza y la desesperación. Si eso ocurría, ella caería con él.

-¿Qué quieres que haga?

-Venir conmigo a trabajar. Luego iremos a comer algo juntos. Me ayudarás a instalarme en tu casa. Y veremos alguna serie en la tele.

-Tendré que hacer entonces la cena.

-No hijo no. Prohibido acercarte a la cocina. Eres un dios en el trabajo. No eres tonto. Eres atractivo, guapo. Tienes un cuerpo interesante. No hago más que escuchar suspiros a tu paso. Pero el don de la cocina… no te vino de serie. Así que cocinaré yo. O bajaremos a “La Bella” a cenar. Pero tú… ni el café te dejo hacer.

-¿Así piensas animarme?

-¿Quieres que te mienta? ¡Ah! Ya he visto tu juego. Quieres castigarme por venir a sacarte de ese maravilloso estado depresivo que hace que te corras de gusto.

-Como se nota que has leído el “deJuan” de Jorge. – Javier sonrió con tristeza.

-Te equivocas de obra. Te refieres a “deLuis”. Se nota que Jorge ha pasado por una depresión. La describe como pocos.

Volvieron a quedarse en silencio.

-Anda vamos. Seguro que has aparcado encima de la acera con el cartel de “Policía” bien puesto a la vista. Y por si acaso me escapo, has apostado a no menos de cinco patrullas a nuestro alrededor. Son las que he detectado. Te conozco, habrá más que estén súper camufladas. Digo, que esos policías tendrán algo mejor que hacer que vigilarnos a nosotros.

-Solo te vigilan a ti, cariño.

Carmen se decidió y se levantó del banco. Le tendió la mano. Javier aún se lo pensó unos instantes, pero al final la agarró y se levantó. Carmen no se la soltó hasta que llegaron a su coche. Efectivamente estaba en la acera y aparcado bien en medio.

-Si te han multado, la pagas tú. – le advirtió Javier.

-No me han multado. Ha sido la policía local la que me ha avisado de dónde estabas.

-Que vergüenza.

-Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Dejar de perderte. Y dejar que los que te queremos, te ayudemos.

-Eso a veces no es fácil.

-Si fuera fácil, cualquiera lo podría hacer. Pero estoy hablando de ti, Javier.

-Al menos vete contándome las novedades.

-Pues ten las llaves y conduces. Así respondo a las llamadas que tengo pendientes. Y entre llamada y llamada, te cuento.

-Para eso me quieres, para ser tu chófer.

-Es lo que hay. Javier.

-Que cabrona…


Capítulo 28.- 

El tiempo parecía tener una dimensión distinta en los últimos meses. La situación derivada de la pandemia había vuelto todo muy difuso. Parecían unos años perdidos. Olvidarlos no los íbamos a olvidar ninguno. Pero posiblemente, lo que hicimos en ese tiempo, lo que sentimos, parecería un sueño. Un mal sueño.

Jorge Llevaba tiempo paseando sin rumbo. Su cuantificación mental era imposible. Y otra vez sonó el teléfono y era Carmelo. Lo sabía por el tono de llamada. Si hubiera sido cualquier otro, no hubiera contestado. Parecía que intuía cuando lo estaba pasando mal. Cuando le rondaban la cabeza cosas e historias incomprensibles.

Debería haber llamado al comisario ese Javier Nossecuantos. ¿Por qué le había mandado a su supuesto asistente una copia de un libro en alemán? ¿Dónde había aparecido? Pero no se había atrevido, sobre todo al saber el título: “La vida que olvidé”. Él había escrito un libro con el mismo título ocho años antes. Y lo había guardado. Hasta hacía poco que pensó en publicarlo. Lo guardó como los que le siguieron. Ese sería el libro que hubiera publicado si Nadia no le hubiera convencido de lo contrario. No había resultado ser mala decisión, “La Casa Monforte” se estaba vendiendo a un ritmo impensable. Las traducciones para Estados Unidos y para Inglaterra saldrían la semana siguiente. Había mucha expectación en esos mercados. Y la francesa había salido esa misma semana, con una segunda reimpresión a los pocos días. Eso al menos le contaban por correo electrónico desde su editorial.

-Vente a casa – le dijo Carmelo después de escuchar en silencio la retahíla de pensamientos inconexos que le había soltado sin casi pararse a respirar. – Así descansas un rato de Hugo y de tus vecinos. Y cambiamos de escenario. Como si nos fuéramos a un hotel.

-Estoy cansado. Estáis lejos. – dijo desanimado mirando de reojo a sus escoltas. No quería decirle que no le gustaba la casa de Cape. Que prefería que él fuera a la suya, pero eso no debía hacerlo. Cape y Carmelo tenían varias conversaciones pendientes y ahora que Cape estaba en Madrid, debía aprovechar.

-Te paso a recoger. Salgo ahora del rodaje. Y te quedas a dormir allí. Conmigo.

-Flor, viene Carmelo del Rio a recogerme en coche – informó a la agente de policía que iba pegada a él.

Que follón. Ahora que llevaba escolta, no se atrevía a hacer algunas cosas. Y todo por no incordiar o complicarles la vida a ellos. No quería ser una carga. A veces ya no entraba en un bar que hubiera mucha gente, o que no hubiera una mesa libre al lado de la suya. O que no tuviera una salida rápida en caso de problemas. No se había dedicado exclusivamente a la novela policíaca, aunque algunas de sus obras sí tenían una parte de intriga policial. Tenía algunos amigos policías que le habían instruido en algunos temas. No era especialista, pero esos conocimientos, aunque someros, le daban un aire de verosimilitud a sus libros. Todo es ficción, no necesitaba ser fiel a todos los procedimientos policiales. Muchos se los inventaba. Pero entre invento e invento, meter algo verídico, daba una pátina de realidad a la más burda de las invenciones.

-La próxima vez si quiere, me lo dice, acercamos el coche y le llevamos. – le propuso su escolta.

-Es por no molestar, Flor.

-Debemos ir a por el coche de todas formas. Y no molestas. Ya llevamos unos días. Días intensos algunos de ellos.

-Ya, bueno, no se me ha ocurrido. Carmelo es muy amable… perdona, hoy no tengo la cabeza… estoy un poco… abrumado. Me parece estar inmerso en un mal sueño.

-Lo conozco, he trabajado con él un tiempo. – Flor le fue a decir que él ya lo sabía, pero… verdaderamente le vio perdido. Daba la impresión de haberse despertado de sopetón y no estar al cien de conciencia.

-No sabía. Perdona… – Jorge tenía la mirada perdida.

Carmelo y su comitiva aparecieron en ese momento. Carmelo se bajó del coche y al ver a la mujer, se acercó a saludarla.

-Me alegra verte. ¿Todo bien? No me he atrevido a llamarte estos días por no incordiarte.

-Todo estupendo, gracias a ti.

La policía se acercó y le dio dos besos. Entonces se dio cuenta de lo de la distancia social. Quiso disculparse pero Carmelo le hizo un gesto quitándole importancia.

-Vamos. – le indicó a Jorge – Tenemos cosas que hablar. – comentó el actor en tono rotundo. – ¿Estás bien? – preguntó dulcificando la voz. Se había dado cuenta del estado casi catatónico de su escritor.

Jorge Rios enarcó las cejas. Pareció despertar de repente. No le había notado tan enfadado al hablar por teléfono. Ahora lo estaba. Quizás porque apenas le había dejado meter baza en la parrafada que le había soltado. Ahí fue consciente Jorge que su conversación había sido un monólogo. Le siguió al coche y cuando cerraron las puertas y elevaron la cristalera de separación con el conductor, Carmelo sacó un libro que le tendió a Jorge.

-Me lo ha dado un fan que me esperaba a la salida del rodaje para un selfie. Un fan ruso. Muy enfadado. Porque ha leído tu novela en español y le recordó una que había leído en su país de otro autor. La acababa de recibir desde su país. Había pedido a su madre que se la mandara.

Jorge Rios la abrió despacio, como si se fuera a romper. La miró, pasó unas cuantas páginas, adelante y atrás. En las especificaciones de la edición vio el año de la edición: 2014. El año que murió Nando.

Fue a la primera página y leyó en voz alta:

-мир был лучше без него. Когда он упал на землю, смертельно раненный, многие из его знакомых начали новую жизнь вдали от опасности.

-(Él mundo era mejor sin él. Cuando cayó al suelo herido de muerte, mucha de la gente que conocía, iniciaba una nueva vida alejada del peligro.)

-Es la primera vez que te escucho hablar en ruso. – Carmelo seguía con su tono dulce y sosegado.

-He perdido práctica. Rosa hace tiempo que dejó de darme clases. Siempre estaba ocupada. He ido a una academia durante un tiempo. Eso ya lo sabes, te lo he contado un ciento de veces. – Jorge hizo un gesto para indicar que estaba un poco en las nubes – Quizás lo retome. Hugo puede ayudarme. Me ha dicho que habla ruso.

-El libro está publicado en noviembre del 2014. Me lo ha dicho el fan. ¿Cuál es?

-Tirso.

-Me lo imaginaba.

-Por eso estás enfadado. Y por eso te la ha dado ese hombre. Esta novela está publicada dos años después de la primera edición de “Tirso” en España. Y llevas moviendo varios días en tus redes la posibilidad de que te hagas con los derechos de “Tirso” para llevarla a la televisión.

-¿Nunca habías intentado publicar en Rusia?

-Ni en China. No estaban interesados, decía Dimas. Ni Japón. Corea del Sur tampoco. Ningún país de Asia, en realidad. Por lo que veo, este ejemplar pertenece a la décima reimpresión. Y apenas hay tres meses de diferencia. Así que parece que vendo allí.

-¿Y África?

-Sí, en Sudáfrica y algún país angloparlante que ahora no recuerdo. En Israel vendo mucho y en Turquía mis novelas son un éxito total, como aquí lo son sus series de televisión ahora. También estoy en las librerías de Egipto, Líbano, Jordania.

-Querido tenemos algo que investigar.

-Mucho. Porque ahora está Hugo traduciendo una novela que le ha enviado su jefe, el Javier ese. Se titula “La vida que olvidé”.

Jorge se quedó mirando a Carmelo. Quería ver su reacción al escuchar el título. No quedó defraudado. Fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

-No fastidies. Ni el título han cambiado. Pues esa novela solo la hemos leído pocas personas. Era la que pensabas publicar primero ¿Verdad?

A Carmelo esa noticia le había dejado tocado. Sus hombros se hundieron y se tuvo que recostar en el asiento del coche. Pero intentó sobreponerse. Si a él le afectaba, no podría apoyar a Jorge.

-Sí. Pocas. Una de ellas puede que me la esté jugando. O puede que me la hayan robado. Alguien de fuera, quiero decir. Que me la han robado es evidente. Pero me… pudre pensar que lo haya hecho un amigo, alguien de confianza. Me gustaría que hubiera la posibilidad de que hubieran asaltado nuestra casa y hubieran reventado la caja fuerte y se hubieran llevado todos los manuscritos.

-Pero no ha sido el caso. Esos “hubieran” que has enumerado, no son factibles.

-Ojalá lo fueran.

-¿Entrado en casa? ¿Dices? ¿Lo crees posible?

-Por qué no. O en la de Nadia. O en la vuestra. O hackers informáticos. El ejemplar en papel lo he visto antes en su sitio, en la caja fuerte. El que usé para registrarla cuando la acabé. Así que ha tenido que ser un hackeo. No tengo ni idea.

Jorge detuvo su perorata. Cada idea que pronunciaba en voz alta, al escucharla le parecía una idiotez. ¿A quién intentaba engañar?

-Solo digo bobadas. Eso además, lo del hackeo, me parece improbable desde que Aitor se ocupa de mi seguridad informática. Parezco un borracho desnortado. No digo más que sandeces.

Jorge hizo un gesto a Carmelo que lo entendió a la primera y lo abrazó. Jorge recostó su cabeza sobre el pecho del actor. Éste le empezó a besar la cabeza y a acariciar sus brazos para darle calor. Había notado como se estremecía por un escalofrío. Aunque la temperatura en el coche era buena.

-La de Cape también la descartaría. Vivimos en una paranoia por la seguridad y la privacidad. José Arnáiz y su equipo casi duermen en casa. Y no te flageles, anda. Llamamos a Javier y le contamos.

-Tengo que hablar con el abogado.

-Si quieres, mañana acabo el rodaje a las ocho. Espero que antes. Nos vamos los tres a Concejo. Pasamos unos días allí. Creo que ese abogado deberá encargarse de más cosas.

-No es mala idea. De todas formas, mañana tengo mucho que hacer. Iré a ver a Jorgito. Cada vuelta que le doy a la cabeza, me parece más inverosímil lo suyo. Y a la editorial. No se si existe o se han dado a la fuga todos. Me mandan unos mails contándome los avances de las ediciones en otros países que … me desconciertan. Me dicen que la primera edición en Francia está agotada… pero no he recibido ni un correo, ni un comentario en mis redes de lectores franceses. Todo muy raro. Y quiero ir al hospital a ver a Rubén. Llamo pero nadie parece tener autorización para contarme como está. Llevo unos días sin pasarme. Y ese chico parece el detonante o una víctima exculpatoria. Todo ha empezado a joderse a irse a la puta mierda cuando apareció ese pobre. Tengo la impresión de haber sido un pobre… una marioneta, vaya. Han jugado conmigo. Han intentado jugar conmigo. ¡¡La hostia puta!! O lo están consiguiendo. Eso me abruma. Me cabrea. Te lo juro, días como hoy hecho de menos esas putas drogas.

-Esas vitaminas, bien dejadas están. No me toques los cojones. – le espetó un poco enfadado – Eres consciente que a lo mejor mañana acabas el día estrangulando a alguien. – continuó diciendo Carmelo dulcificando de nuevo su tono.

-Puede ser un día tenso sí. Cuento contigo para que me ayudes a relativizar los resultados de tan frenética actividad. A la que por cierto no estoy acostumbrado.

-Estás pasando del blanco al negro, sin transición. Veo que has seguido mi consejo del otro día de que echaras un poco el freno.

Jorge negó con la cabeza mientras se echaba a reír. Le fue a contestar que en realidad lo había hecho. Había dejado para más adelante lo de Nadia, lo de la policía, lo de Rosa, buscar a Dimas, que parecía haber desaparecido de repente. Aparte, en unas semanas debía ir a París a presentar oficialmente la traducción de su novela. Y luego a Dublín. Y Edimburgo. Londres y Liverpool, en tres semanas.

Aunque a lo mejor todos esos planes ya no estaban en pie. Al fin y al cabo, ni su editor ni el resto de la editorial parecían estar trabajando en el tema. Y las fechas iban cambiando cada vez que hablaba con ellos.

Parecía que alguien estaba pendiente de sus pensamientos:

.

Mañana a las 9,00 h. es importante. En la editorial.”

.

-Esther Juárez me cita en la editorial – comentó en voz alta en tono de incredulidad. – Parece que nos hubiera estado oyendo.

-Alguien se mueve en tu editorial.

-Eso parece. A lo mejor es buen momento para plantear oficialmente venderte los derechos de “Tirso”. Que se den por enterados de la operación. ¿Ves? Todo el mundo lo sabe, porque llevas semanas moviéndolo. Y ellos no se han inmutado. No han dicho ni pamplona. Y cada vez es más evidente que somos cercanos. Nos ha pillado la prensa muchas veces tomando algo. O asistiendo a eventos juntos. El otro día en la tele, saliste en mi ayuda. Y hablaste de nosotros. Hablamos los dos. Me defendí de la acusación de ese idiota de plagio. No han dicho nada. Nada. Como si no fuera con ellos.

-Que somos cercanos, es conocido por todos. No de ahora, de hace años. Siempre con esa preguntita de marras, hecha con tono irónico: “¿Y solo son amigos? Pero serán buenos amigos… buenos, buenos”. Llevamos toda la vida yendo a presentaciones, exposiciones, bares y cafeterías, restaurante… no nos escondemos. Y el otro día en la tele, si alguien tenía dudas, lo dejamos meridianamente claro.

Jorge asintió con la cabeza e hizo un gesto con las cejas para darle la razón al actor.

-A ver como reaccionan. Mañana no podrán decir nada de que no sabía. Se lo vamos a decir a la cara.

-Sí. A ver cuanto saben y cuanto quieren contarnos.

-Lo arreglo y voy contigo.

-Tienes rodaje.

-Mi primera escena la tengo a las doce. La hemos ensayado y está controlada. Y es con Mártins. Además si es repetición. En realidad la hemos rodado tres veces, creo recordar. Como llevamos más de un año con este puto rodaje… Le escribo y también al director.

-Admiro tu capacidad de concentración cuando trabajas. Suena la claqueta y eres capaz de entrar en tu personaje sin transición. Otros actores necesitan un rato para concentrarse y cambiar el chip.

-Es natural. No tengo ningún mérito. Lo único que hago es aprovecharlo. Y es una ventaja grande. Al revés también funciona. Quiero decir, no me llevo el personaje a casa. El director grita “Corten” y yo, corto. Soy Carmelo. El broncas, el cercano, el bromista, depende del rodaje y de la gente que tenga a mi alrededor. Cuando el personaje es una buena persona, es guay, da igual sacarlo a pasear y que te acompañe todo el día. Pero cuando es un hombre torturado, quien no puede desconectar completamente o necesita estar en situación también cuando descansa, le puede afectar al coco. Y de todas formas, no sé que dices de mí. Yo me sumerjo en el papel en cuanto me ponen la claqueta delante de la cara. Tú, en cuanto abres el portátil, el mundo deja de existir a tu alrededor. A veces me parece imposible que alguien sea capaz de escribir dos palabras con el ruido que te rodea en todos los bares que usas habitualmente como si fueran tu despacho.

-No lo veo tan especial. Otros se ponen música para trabajar. Yo prefiero el ruido ambiente de un bar. Ahora que citas a Mártins, a lo mejor un día sería conveniente quedar con Laín. Creo que tiene cosas que contar. Era muy amigo de Dimas y Rosa. Espero que nos cuente lo que su mujer no hizo el otro día.

-¿Les invitamos a Concejo? Llamo a Gerardo para que reserve la casa rural. Llama Cape. Hola, ahora estábamos planeando el fin de semana. Pongo el altavoz.

-Hola querido – saludó Jorge.

-Os dejo solos y arregláis el mundo.

-No, esperábamos a que te unieras a nosotros. Tenemos novedades. Vas a alucinar.

-Veo que habéis tenido un día productivo. A mí todo me ha salido al revés.

-Estamos entrando en el garaje. Cuelgo.

Sacó la caja de bombones del cajón de su escritorio. Le quitó la tapa y miró los que quedaban. No había ninguno de los que le gustaban. Se levantó y fue al armario para abrir otra caja que tenía ahí de reserva. Ahí sí, encontró el bombón que le apetecía: uno de licor.

En el gusto de los bombones era especial. Él comía los que los demás dejaban. Era un buen complemento de su “hermano”. Así no sobraba ninguno. Ya pedían las cajas a Mallorca hechas a medida. Como eran buenos clientes, las tenían preparadas y se las enviaban a casa cada semana.

El chocolate era fundamental para sobrellevar el estrés. Nunca pensó que meterse en negocios iba a ser tan agotador. Cuando comprobó que los avisos de su padre eran ciertos, tuvo dos opciones: o retirarse y vender su participación en la empresa, aceptando una suculenta oferta que tenía sobre la mesa, o luchar y desmontar todo lo organizado por sus personas de confianza. Decidió algo intermedio: vendió pero fundó otra empresa. Y desde ella, luchaba por llevar a los traidores de su colaboradores a la ruina. No estaba siendo fácil. Tenían amigos poderosos. Amigos que lo querían ver arruinado, cuando no muerto.

De momento solo estaba tanteando. Su estrategia era hacer crecer su nueva empresa poco a poco sin hacer demasiado ruido. Él dejaba caer en todos los foros donde podía, que solo era un mero divertimento. Pero sus enemigos no se lo creyeron en ningún momento. Y ese día, había sufrido toda clase de ataques a su prestigio profesional y empresarial.

Quizás su padre tuviera razón cuando le dijo que era mejor que se retirara.

-Vende, y disfruta de la vida.

No le hizo caso. Y eso que él predicó con el ejemplo: de un día para otro, desapareció con su madre camino a un sitio desconocido. Pensó en buscarlos, pero Dani se lo quitó de la cabeza.

-Respeta su decisión. Sabemos que están bien. Y en caso de emergencia, sabemos como llamar su atención.

-Les necesito, Dani. Y quiero que de una puta vez mi padre se sincere y nos cuente.

Dani se lo quedó mirando sin decir nada.

-Vale, estoy siendo egoísta. Metí a mis padres en un tipo de vida que no les gustaba. Y lo hicieron por darme gusto.

-Menos mal, porque si no, no nos hubiéramos conocido.

-Dani, necesito saber. Y no me vale que me diga que es por nuestro bien. Somos adultos. Entonces tenía un pase, éramos unos críos.

-Yo más que tú.

-Solo son dos años, que parece que te saco veinte.

-Son casi tres.

-Vete al cagar, estoy hablando en serio.

Dani se levantó de la butaca en la que estaba y fue a sentarse encima de Cape. Le rodeo el cuello con sus brazos y lo miró fijamente.

-No te enfades. Sabes que no vale de nada.

-Pero me desahogo.

-¿Y si te doy un masaje?

-Hay días que parece que tienes cien años.

-Pero mi cuerpo sigue siendo de diecinueve.

-Vete a cagar, eres insufrible.

-Ya lo dice la prensa. Carmelo el chulito, me llaman.

-No sé que hacer, Dani. Hoy me han dado hasta en el carnet de identidad.

-Eso pasará mañana. Prepara una campaña de apariciones públicas en eventos bien elegidos. Y habla lo justo, con mensajes cortos y claros. Sabes hacerlo.

-Estoy cansado.

-Dale una vuelta al guion de “Tirso”, eso te relaja.

-Y después me das un masaje.

-Vale. Creía que pasabas.

-Te quiero.

-Bobo.

Dani se levantó después de darle un beso en los labios y fue al servicio. Tenía que hacer caso a su marido y se lo había dicho dos veces. Decidió una vez más pasar por alto la falta de sinceridad de Cape con él. También decidió dejar de lado hacerse a la idea de la decisión que había tomado su amigo: vender todo, desaparecer. Lo que no atinaba a discernir era la razón por la cual no lo reconocía en voz alta. Quizás se había acostumbrado tanto a mentir y a ocultar las cosas, que ya no sabía hacerlo de otra forma. O quizás, se había acostumbrado a su papel de hermano mayor. Y no se sentía cómodo reconociendo que había perdido la batalla. Y encima una batalla innecesaria y que todos le habían aconsejado que no emprendiera.

Jorge Rios.


Capítulo 29.- 

Jorge no podía conciliar el sueño. Carmelo no había cumplido su promesa y no se había ido a dormir con él. Cape y él tenían cosas que hablar en privado. No parecían estar en el mejor momento en su relación de hermandad. A Carmelo, cada vez le costaba más disimular su enfado con Cape. Sabía que le estaba ocultando infinidad de descubrimientos sobre su pasado olvidado. Le debía seguir pareciendo que Carmelo era el niño que conoció con catorce años. Aunque él tuviera solo dos más. Pero era el típico macho alfa que sentía siempre que tenía que ser el hermano mayor. Él por encima de todos. El protector. Quizás por ese motivo sus padres hubieran desaparecido hacía ya mucho tiempo. Y no habían vuelto a dar señales de vida. Quizás por eso Carmelo le había dejado una habitación en el otro ala de la casa. Para que no pudiera escuchar sus discusiones. Conocía a Carmelo lo suficiente para saber que aunque hubiera pasado del tema hasta ese momento, esa situación no la podía mantener siempre. Y que cuando estallara, iba a ser peor, por todo el tiempo que se había contenido. A lo mejor había sido esa noche. Podía ser que el cabreo que le había notado desde que le había ido a recoger, no fuera solo por el tema del pirateo ruso de “Tirso” o por la noticia que le había dado sobre que le habían robado una de sus novelas inéditas para publicarla en el extranjero. Quizás había habido algo que… le había empujado a poner las cartas sobre la mesa con Cape.

Jorge se levantó de la cama. Deambuló sin rumbo por las habitaciones de ese ala de la casa, normalmente desocupadas. Fue entrando en todas las habitaciones, abriendo armarios, cajones… en algunos encontró ropa interior usada. Se preguntó quién habría utilizado esas habitaciones para satisfacer sus… ¿Por qué estaba achacando a un acto sexual que alguien hubiera olvidado unos calzoncillos o unas bragas usadas? Podía ser que un invitado se hubiera olvidado de la ropa sucia al irse. Y que el servicio de limpieza no hubiera sido muy cuidadoso. Si que era curioso que no encontrara otro tipo de ropa, como blusas, camisas o pantalones. En todo caso, un olvido sin más, no era literario.. Daba más juego achacarlo a un ñaca ñaca morboso y fetichista. Lástima que no tenía el portátil. A lo mejor podía acercarse a la parte de la casa que utilizaban Cape y Carmelo y mangarle a éste el portátil. Pero no quería pillarlos por casualidad en plena discusión.

Después de muchas vueltas, de muchos cajones abiertos, muchos armarios investigados, acabó en una especie de cuarto de estar que había cerca de su dormitorio. Decidió que ese iba a ser su destino final. Encendió las luces. Se encontró en una habitación que parecía de un hotel, con muebles de diseño, mejor dicho, con muebles caros, posiblemente comprados por catálogo o que algún decorador sin muchos escrúpulos se había encargado de comprar por metros para llenar ese espacio sin alma. Se sentó en una butaca con la esperanza de que al menos fuera cómoda. No. No le gustó, y se cambio a otra. Tampoco le gustó. Al final se fue a sentar al sofá. No es que le satisficiere del todo, pero… era el mal menor.

La casa de Cape nunca le había gustado. Era una casa de revista, absolutamente fría e impersonal, a su criterio, obviamente. Eso la zona que habitaban normalmente sus dueños. El resto de la casa, empezaba a comprobar que era peor aún. No había nada de sus ocupantes en ella. Ni del ex-marido de Cape, ni de él mismo, ni mucho menos de Carmelo. Éste había preferido ir llevando cosas, recuerdos buscados entre sus pertenencias almacenadas en el trastero que Carmelo contrató cuando se mudó a Concejo y tuvo que vaciar la casa que vendió en Madrid, a la casa del escritor, no a la de Cape. Por ejemplo: los guiones de sus trabajos estaban repartidos entre Concejo del Prado y la casa de Núñez de Balboa de Jorge. Los conservaba todos. Con anotaciones, algunos sobados hasta casi desgastar el papel.

Otra cosa que no entendía era comprarse una casa tan enorme. Cuando Cape le contaba a algún candidato a hacer negocios con él las dimensiones de la casa, Jorge desconectaba. Tantos dormitorios, tantos cuartos de baño, no sé cuantos metros de jardín, la piscina… eso es lo único bueno que tenía, la piscina. Climatizada. Para poder utilizarla todo el año. Eso no le hubiera importado a Jorge. Aunque es cierto que lo que no le había escuchado nunca era lo que costaba calentarla. ¿Para pegarse un baño a la semana? Cape cada vez paraba menos en Madrid. Y si Cape no estaba, Carmelo se iba a la casa de Jorge.

Se sonrió al pensar en esa época, cuando Carmelo vendió su casa. En realidad fue el principio de la conquista poco a poco de su hogar por parte de Carmelo. Le recuerda perfectamente entrando con su maleta, después de hacer entrega de las llaves de su ya ex-casa en la notaría.

Carmelo le había pedido que le acompañara al notario. Se había reunido un par de veces con los compradores y no le caían bien. Al revés, no les tragaba. Eran… imbéciles, decía con los puños cerrados. Los compradores tuvieron también el “detalle”, casi fue su saludo cuando se encontraron en la sala de reuniones de la notaría, de decir la frase famosa: “Qué buena pareja hacéis” “Claro, ahora entendemos que vendáis esa casa. Queréis construir vuestro nido de amor.”

Carmelo casi les salta a la yugular. Jorge puso su mejor cara de idiota, sonrió como un idiota… y preguntó con su mejor entonación de idiota:

-¿Ya han firmado?

La pareja, eran unos nuevos ricos muy dados a contar con pelos y señales y sin que nadie les preguntara la forma tan brillante que habían tenido para hacerse ricos. Carmelo no les creyó nada de lo que le contaron en esas reuniones previas. Más bien parecía que les había tocado la primitiva y no valoraban el dinero. Al menos no valoraban lo que costaba ganarlo. Se enteraron que había habido tres personas más interesadas que habían visitado la casa de Carmelo. Y ofrecieron de golpe trecientos mil euros más del precio de salida. Precio que ya estaba bastante inflado, precisamente porque era la casa de Carmelo del Rio. Éste, ante tanta generosidad, no dudó en aceptar la oferta.

-Huy, no. Es que estamos tan a gusto hablando con vosotros… – dijo el hombre con una sonrisa picarona. – Parece que la parejita tiene prisa.

Jorge le dio una patada fuerte a Carmelo que iba a decir una barbaridad. La patada le hizo gritar, pero de dolor. Y en lugar de levantarse, tuvo que sentarse y frotarse la pierna. Miró atravesado a Jorge que le sonrió de oreja a oreja. Su mejor sonrisa de idiota.

La pareja firmó. Más que nada porque el notario les plantó la escritura delante y puso su dedo en el lugar dónde debían estampar su rúbrica. Ella aún parecía tener ganas de contar alguna anécdota más, pero el notario la cortó:

-Me están esperando desde hace media hora en la sala de al lado. O firman ahora mismo, o retomo mi agenda y no podría atenderles hasta las diez de la noche. Y estos señores cogen un avión en una hora.

Era una mentira descarada del notario, que ni Carmelo ni Jorge desmontaron. Al contrario, afirmaron con la cabeza con mucha afectación.

-Firman, o lo dejamos para el mes que viene. – insistió el notario.

-Y tenemos otra oferta que llegó después de la suya más ventajosa. – dijo Jorge con toda su mala baba. – Nos veríamos en la obligación de tenerla en cuenta. Hasta ahora hemos respetado el acuerdo. Pero… otros doscientos mil euros…

Carmelo le miró con cara de no entender nada. Jorge volvió a poner su mejor sonrisa de idiota. Carmelo casi suelta una carcajada. Pero se contuvo. Ese jodido escritor al que tanto amaba, no dejaba de sorprenderlo cada día.

Jorge le quitó las llaves de la mano a Carmelo y se las lanzó a través de la mesa a los nuevos propietarios. Agarró la mano del actor y tiró de él para obligarlo a levantarse. Al pasar al lado del notario, éste les tendió el cheque que Jorge se guardó inmediatamente en la cartera.

-Nos vamos – le dijo mirando de forma imperiosa a Carmelo. – Encantados y que sean muy felices – habló Jorge por los dos.

Empujó a Carmelo hacia la salida, pero éste se revolvió.

-Una cosa les quería decir – el tono y el gesto de Carmelo hacían presagiar una debacle – Nuestro nido de amor está dónde estemos los dos. En el coche, en esta notaría, en medio de un bar, en la habitación de un hotel de Londres, o en uno de los castillos del Loira. En medio del campo. Lo único que necesitamos para amarnos es estar juntos.

Atrajo a Jorge y le pegó el primer morreo de verdad de su vida. Éste casi se queda sin respiración. Lástima que todavía tomaba las vitaminas esas de Rosa y su libido era casi inexistente por entonces. Aunque aún así, Jorge recordaba que sus órganos sexuales reaccionaron. Y de manera bastante contundente. Hasta dolía.

Fue la primera vez que Carmelo utilizó las llaves que el escritor le había dado hacía ya algunos años. Desde poco después de conocerse, sintieron la necesidad de compartir contraseñas de todos los dispositivos, entidades financieras, compartir las llaves de todas las propiedades… Jorge tenía llaves hasta de los coches que había tenido Carmelo. Y eso que no conducía.

Al volver de la notaría, el escritor se había entretenido hablando con el portero de su edificio. Por eso Carmelo utilizó su llave. Cuando lo alcanzó, Jorge lo observó. Carmelo no era la primera vez que iba a esa casa, ni muchísimo menos. Pero lo vio parado, entre el hall de entrada y el salón. Miraba en ese instante la cocina que estaba a la izquierda. Parecía feliz. Hasta sintió que suspiraba. Parecía que era la primera vez que iba a la casa. Aunque a lo mejor hasta ese momento, no se había dado cuenta que era también su casa. Ese día lo supo, y se sintió a gusto. Y no lo disimuló. Estaba tomando posesión de la misma. Jorge se puso a su lado y le rodeó con el brazo la cintura.

-Escritor, ya oficialmente esta casa es la mía en Madrid.

-Oficialmente lo lleva siendo desde que te conozco. Va, pongamos… que fuera cuando te di las llaves.

Carmelo sonrió y le besó en la mejilla. Cogió la maleta y fue directo a la habitación de Jorge. Se puso a vaciarla y colgar la ropa al lado de la de él. Nunca más la descolgó. Al revés, cada vez fue llevando más y más ropa.

-¿Quieres tomar algo? – le preguntó Jorge a voces desde la cocina.

-Una cerveza estaría bien.

Carmelo fue a sentarse en el salón. Se había puesto cómodo. Solo vestía unos calzoncillos que se acababa de poner. Jorge sonrió al verle y le dio un beso. Pero le tendió la mano para levantarlo.

-Vamos a nuestro rincón. Lo he preparado para nosotros.

-¿A sí? – exclamó ilusionado Carmelo.

Jorge había hecho una pequeña reforma a escondidas de Carmelo. Había agrandado lo que era su despacho, tirando algunos tabiques y uniéndolo a un pequeño cuarto al que nunca le había dado uso. Había hecho una especie de separación del resto de la casa pero a base de una librería. Había dos mesas con sus ordenadores, los dos, últimos modelos y portátiles. También había puestas dos tablets conectadas en sus soportes, para poder utilizar cualquiera de los dos dispositivos. Y en una esquina, estaban dos butacas orejeras, una tapizada en tonos marrones y otra en tonos verdes, con dos puffs delante para apoyar los pies. Debajo había una alfombra de colores vistosos y de pelo corto, pero muy mullida. Una mesa entre las dos butacas, para apoyar los libros. Y una lámpara detrás, con dos focos, uno para cada butaca y una luz de ambiente apuntando al techo. A parte de una ventana que sobre todo por la mañana, dejaba entrar una luz viva que animaba hasta al más obtuso de ánimo.

-Joder, no me habías dicho nada. Que guay, que sorpresa. La de tiempo que voy a pasar aquí.

Carmelo abrazó a Jorge y le besó en los labios.

-Me gusta. Yo me pido la butaca de la derecha. La has tapizado de ese color porque sabes que esa gama es mi preferida.

Corrió y se sentó en la butaca en tonos marrones, haciéndolo a lo indio. Sonreía mientras acariciaba los reposabrazos. Jorge fue hacia él y le dio su cerveza. Aprovechó para darle un nuevo pico.

-Me alegra que te guste.

-¿Y esa mesa es para mí?

-Claro.

-Joder. Mola. Pensaba que me ibas a dejar la de Nando…

-Ya hablaremos que hacemos con esa habitación. Estaba pensando en hacer un cuarto para Martín y Jorgito. Para que lo usen cuando se queden aquí. No quiero que te sientas como en el lugar de nadie. Y ellos, no quiero que se sientan como invitados.

Carmelo se levantó y se fue a sentar a horcajadas encima de Jorge.

-No me siento así. De verdad. Me siento único en tu corazón.

.

Jorge volvió al presente. Se incorporó. Acababa de escuchar a alguien moviéndose por la casa. Le extrañaba. Carmelo y Cape parecían desde hacía tiempo sumidos en un sueño reparador. Pensó que a lo mejor podía ser que los escoltas hubieran detectado algún peligro y hubieran entrado. Escuchó atentamente. Al cabo de unos instantes, pudo distinguir perfectamente la forma de andar de Carmelo cuando estaba adormilado, torpe, arrastrando los pies… Sonrió negando con la cabeza y se levantó del sofá para ir en su busca.

Lo encontró despistado a la puerta del dormitorio, apoyado en el marco. Miraba dentro pero no era capaz de procesar que Jorge no estuviera en la cama. No se había despertado del todo.

-Hola rubito. – le dijo en voz queda. – ¿Me echabas de menos? – dijo mientras se acercaba a él.

Carmelo se giró. Al verlo, sonrió. Le abrió los brazos y lo recibió en ellos a la vez que le besaba en los labios.

-No puedes dormir ¿Eh? Pero no has escrito, no te has traído tu portátil. Perdona por haberte dejado solo.

-Estaba buscando un algo en el que estar cómodo. No te preocupes, ya estás abrazándome.

-Pero no lo has encontrado. Salvo mi regazo.

-Es la primera vez que te veo con pijama – se extrañó Jorge apretando su abrazo.

-Solo me despeloto si estoy en nuestra casa. Pero me lo quito ahora mismo. Ya estoy en nuestra casa porque estoy contigo.

-¿En el hotel de Francia…?

-Estabas tú. Era nuestra casa. No me escuchas, escritor.

Jorge sintió como una oleada de felicidad. Carmelo no estaba despierto del todo. Lo que decía le salía del alma directamente.

-Anda, ponte unas deportivas que nos vamos a casa. Allí te desnudaré yo mismo – le dijo en tono sugerente.

Carmelo le miró sorprendido. Pero rápidamente lo cambió por una sonrisa. Tuvo un momento de vacilación, quizás pensando en Cape y sus asuntos pendientes, pero… lo apartó rápidamente.

-¿No quieres?

-Sí, sí, sí. Claro. Nuestra casa – repitió como si fuera una letanía – Nuestra casa…

-Ponte algo por encima.

Jorge se puso la ropa que había llevado en un par de minutos, cogió el móvil y avisó a sus escoltas, mientras Carmelo se calzaba y buscaba un abrigo.

-Volvemos a nuestra casa – dijo lacónico a Alan, que había tomado el relevo de Flor al frente de la escolta.

-¿Ahora?

-En cinco – zanjó el tema.

Bajó las escaleras y se encontró con Carmelo, con su pijama que le sentaba mal, unas zapatillas viejas y rotas, que no debían ser ni de él, y un anorak encima, que tampoco le había visto nunca y que lo único bueno que se podía decir de él es que parecía que abrigaba. A su lado había una maleta de tamaño medio con ruedas. Jorge le cogió de la mano y lo sacó de casa. Uno de sus escoltas le cogió la maleta para guardarla en el maletero de uno de los coches que ya estaban en la puerta. Se montaron, y salieron deprisa.

-¿Algún movimiento más esta noche? – le preguntó Alan.

-Ninguno. Perdonad. De aquí directos a la cama. ¿Verdad Rubito?

Alan sonrió. Y Carmelo… ya estaba dormido apoyado en el hombro de Jorge.

-Os entiendo perfectamente. No hay color entre las dos casas. Aquella es un hogar y esta no.

No tardaron nada en llegar.

-¿Te ayudo? – se ofreció Alan. – Está grogui.

-Tranquilo. Ahora se despierta.

-Efectivamente, Carmelo levantó la cabeza. Miró despistado a Jorge que le sonrió. Alan, abrió la puerta y le tendió la mano a Carmelo. Éste se la cogió y se dejó ayudar. Jorge afirmó con la cabeza a modo de agradecimiento. Carmelo le dio un beso a Alan y esperó que Jorge saliera del coche para abrazarlo y apoyarse en él.

Jorge lo llevó a su habitación. Lo desnudó por completo y lo puso en su lado de la cama, el derecho. Lo arropó y ya sí, Carmelo dormía plácidamente. Jorge recogió toda la ropa que le había quitado a Carmelo y fue a la cocina. La metió en una bolsa de basura, la cerró, y la puso en el sitio en donde ponían lo que había que tirar.

Uno de los escoltas tocó la puerta con los nudillos. Jorge fue a abrirle. Raúl le tendía la maleta de Carmelo.

-Gracias, Raúl. Ni me acordaba.

Volvió a la habitación con la maleta y miró a su rubito. Parecía tranquilo. Acercó la maleta al armario y la puso sobre una mesa que tenían cerca, que les servía de apoyo cuando estaban buscando ropa adecuada para un evento. La abrió.

Estaba llena con ropa de Carmelo. La ropa que solía usar en su día a día, sin eventos ni reuniones especiales. Cinco pares de sus Converse, unos cuantos pantalones, casi una decena de calzoncillos de ES, marca de la que era imagen, los guiones de la segunda temporada de la serie que había rodado en Francia… Jorge se sonrió al ver su dedicatoria en la portada.

Recordaba ese día en que habían estado todo el fin de semana hablando y estudiando el personaje de Carmelo. Era un personaje que había evolucionado mucho desde la primera temporada, por todo lo que había vivido en su transcurso. En esos primeros días, Jorge le ayudó a construir esos cambios. Y le ayudó a interiorizarlos. Pensaron que ya no andaría de la misma manera, ni su postura corporal sería la misma. Ni la forma de mirar.

Carmelo había pedido dos copias del guion. Le pusieron pegas, por lo de evitar filtraciones de la trama, pero cuando dijo que era para Jorge Rios, se apresuraron a dárselo. Al cabo de unos días el showrunner de la serie se presentó en el hotel preguntando por ellos. Le ofreció a Jorge entrar en el guion.

-Estaremos encantados de que colabore con nosotros.

Jorge rechazó con educación entrar en el equipo de guionistas, pero estuvo encantado de reunirse con ellos si tenía alguna sugerencia importante. Aprovecharon para hablar del personaje de Carmelo. Jorge sacó su copia del guion llena de anotaciones, de llamadas de atención, de… el showrunner de la serie lo miró goloso.

-Si algún día quiere deshacerse de este guion, yo se lo compraría con gusto. Soy admirador suyo.

Carmelo no dejó que Jorge contestara, lo hizo él.

-Lo siento Olivier, pero este guion ya tiene dueño. ¿Me lo dedicas escritor?

Jorge se echó a reír y efectivamente se lo firmó. En cada separata de cada capítulo.

A Jorge ahora, con ese guion en sus manos, se le humedecieron los ojos. Carmelo medio dormido, sabía que debía llevar ropa de diario a casa de Jorge y también… esos guiones que en parte, cambiaron su vida. La de los dos.

Sintió que su móvil vibraba en su bolsillo. Lo sacó. Era Cape. Cerró la puerta del dormitorio y se fue a la cocina para hablar más tranquilo y sin molestar a Carmelo.

-¿Dónde estáis? Me dicen los escoltas que os habéis ido.

-En casa. Tranquilo.

Cape parecía triste.

-Lo siento.

-Tranquilo no pasa nada. Está durmiendo ya.

-Perdona…

-Debes ordenar tus prioridades, Daniel. Hace tiempo que Dani no es una de ellas.

-Es complicado. Ya lo sabes.

-No es un niño. Tiene casi treinta años. No es el niño que conociste.

-A veces si es un niño. Tú lo sabes. Sigues cuidándolo como entonces.

-Lo cuido como toca ahora. Escuchándolo, pidiéndole opinión, dejándome cuidar por él, eso es importante, dejándome achuchar, haciéndole sentir importante en mi vida. Lo es, sí, pero a veces también hay que demostrarlo. Es como lo de querer. No basta con hacerlo, hay que decirlo, hay que demostrarlo. Aquella época que dices… no lo recuerdo. Pero veo que tú sí. Deberías … decirnos.

-No puedo de verdad. Es…

-Ya, es complicado.

-Hablamos en Concejo. Cuídalo, por favor.

-Es mi vida. No puedo hacer otra cosa.

-Sabes que no se va a acordar de nada de esta noche.

-Lo sé.

-Hablamos. Y perdona.

-Tranquilo.

Jorge no estaba feliz. No le apetecía esa conversación que le había anunciado Cape. Hacía tiempo que intuía que Cape estaba preparando su huida, al modo que habían hecho sus padres. No estaba seguro de como iba a reaccionar Carmelo.

Volvió a sentir el móvil. Era Carmen.

-¿Estás despierto?

-Sí, Carmen. Pero ya lo sabes, por el informe de tus chicas.

Jorge notó la sonrisa de Carmen al verse pillada.

-Y veo que no me han mentido al decirme que estabas más despejado que a las cinco de la tarde y eso que son las cuatro de la mañana.

-Es mi hora de estar despierto y escribir. Antes de lo de Rubén. Haciendo tiempo a que se pasara el toque de queda para salir a las calles a investigar y a escribir en los bares.

-Salvo cuando te saltabas el estado de alerta.

-Y el confinamiento, si nos ponemos así. Espero que no me multes por esta confesión.

-Haré como si no he oído nada. Me caes bien.

-Eso es prevaricación. Lo sabes ¿No?

Carmen se echó a reír. Pero le duró poco.

-Necesitaba hablar contigo.

-¿Estás en casa?

-En la de Javier. Estoy esperando que vuelva. Por cierto, tengo tu pendiente. Se te quedó en la sábana con la que cubriste a Galder.

-Mira, le estaba dando vueltas al tema. Estaba pensando en llamar a Damien, el embajador, e ir a buscarlo al ala de los muertos. Por no dejar…

-Tranquilo. Lo tengo yo.

-Cuéntame, Carmen.

Jorge se volvió a la cocina para hablar. Intuía que iba a ser una conversación larga. Se prepararía un chocolate. Aunque a lo mejor… un café era mejor opción. Intuía que debía tener la cabeza despejada.

-Pauli, no me entretengas. No tengo tiempo.

-Como te pones Vicente. Solo quería cogerte un par de manzanas para almorzar. No me ha dado tiempo a coger nada de casa. Te las pago ¿eh?

-No seas boba. Coge lo que quieras. Pero es que te conozco. Y empiezas a darle a la hebra y no hay quien te pare. Y hoy, con la lluvia, he tardado ni sé en ir al Mercamadrid. Tengo todos los pedidos sin preparar.

Pauli, la barrendera del barrio se paseo por la frutería. Al final se decidió por coger una manzana “Golden” para almorzar. La frotó contra su chaqueta a modo de limpieza improvisada antes de morderla. Parecía de su agrado por la cara que puso al sentir el sabor.

-Siempre tienes la mejor fruta de Madrid – le reconoció a Vicente. Este no pudo por menos que sonreírle y agradecerle el cumplido.

Al final Vicente dejó lo que estaba haciendo, se cogió una nectarina y se acercó a Paulina, la barrendera del barrio.

-Cuéntame anda. Pero diez minutos. Que ando mal de tiempo y Geno no viene hasta dentro de una hora.

-Es que no te lo vas a creer. ¿A qué no sabes a quién va a dejar su marido?

-¿La conozco? ¿O es de las que salen en las revistas?

-Nada, es clienta y vecina.

-Ni idea.

-La tienes atravesada. Por chula.

-¿Dña. Eugenia?

-La misma.

-Na, que no la aguanta. Todos me decíais que si era una pose… en casa igual. Igual de estirada, de creída…

-Que te columpias querido. Que el tal Chema, el maridito simpático, le ha puesto unos súper cuernos.

-No jodas. Pero si es un sinsorgo de tomo y lomo. Si no es na sin la mujer. Con toda la manía que la tengo, he de reconocer eso. Él es un cero a la izquierda.

-O sea que primero dices que lo entiendes, pero cuando te digo que está con otra…

-En realidad… a ver, deja que me explique. En realidad la tipa esa pues… es una mujer de empuje. Que lleva su negocio y los hijos. Que el marido se empeñó en adoptarlos pero para la mujer. Él no les hace ni caso. Pa mí que lo hizo para… claro, ahora lo entiendo, para tenerla ocupada mientras él mete la churra en otro coño.

-Ni los niños a él. Pasan de él.

-Pero que van a hacer los pobres. Si la única que se ocupa es ella. Ella les lleva al cole, les recoge, les ayuda con las tareas…

-Menos mal que te caía mal.

-Que sea antipática conmigo, no quiere decir…

-¿A ver si es que le molas y no le haces caso? Y por eso se muestra adusta…

-Pues menuda manera de llamar mi atención. ¿Pero tú me has visto? ¿Qué va a ver esa señora en mí?

-Pues eres mu apañao. A mí no me importaría hacerte un favor y cogerte esa churra de la que hablas y meterla en…

-Calla, calla. Joder con la Pauli. Anda, no me tomes el pelo. Pero mira, si estoy gordo.

-Dos kilos te sobran, no me jodas. Y si me dejaras te los comía yo a besos. Te ibas a quedar como una sílfide, que lo leí el otro día en una revista.

Se giraron los dos al escuchar la puerta abrirse. La barrendera volvió la cara como si le hubiera pillado en falta. Era la tal Eugenia, la vecina, la cornuda. Cogió otra manzana del expositor y salió de la frutería sin decir esta boca es mía.

-Doña Eugenia. ¿Qué se le ofrece? No suele venir a estas horas.

La mujer se le quedó mirando sin responder. Vicente no sabía como interpretar su presencia ni su actitud.

-Me han comentado que suele preparar como platos de fruta limpia y bien puesta. Para servir un buen postre. Original.

-Sí, claro. ¿Para cuando lo querría?

-Pues ese es el problema. Para hoy.

Eugenio puso cara de susto.

-¿Para cuantas personas?

-Para mis niños y para mí. Es mi cumpleaños y… quería celebrarlo con los niños de una forma especial. Me he tomado el día libre pero… el caso, no quiero entretenerle, me gustaría que me preparara cuatro platos o raciones o como los llame.

-Si es por su cumpleaños, haré un esfuerzo. Los prepararé con las frutas que más les gusta a sus niños.

-Le digo a Aldo que baje luego. Así no le molesto haciéndole subir.

-No se preocupe. Luego viene Genoveva y puede quedarse en la tienda. Hoy tenía que ir al médico.

-¿Nada grave?

-No, no. En principio no.

-Ya me dirás cuanto te debo.

-No se preocupe de eso.

La mujer le sonrió y dudó. Parecía no saber como actuar.

-Si quiere, luego puede venir a tomar café. He hecho unas pastas. A los niños les gustará. Usted les cae muy bien.

-Pero no tengo ropa… no me va a dar tiempo a ir a casa…

-No, hombre. Si es una cosa en familia. Así estará bien…

-Sin delantal… – bromeó él.

-Bueno, eso sí. Aunque no te sienta mal, la verdad. Te dejo. Tengo que preparar más cosas. Todo esto se me ha ocurrido hace un momento.

-¿Se encuentra bien Dña Eugenia?

-No me trates de usted, por favor. He tenido un mal día. Nada más.

-Pues olvide las preocupaciones. Es su cumpleaños. Y lo va a disfrutar con sus hijos. Esos niños son maravillosos.

-La mujer sonrió.

-Lo dicho, me voy. Muchas gracias. Ya sé que todo es muy precipitado…

-Tranquila. Vaya a hacer sus cosas, que del postre me preocupo yo.

Vicente se quedó mirando a la vecina mientras se alejaba. Pauli pasó por delante y le hizo un gesto de ligar. Vicente le hizo un gesto con el brazo para que se fuera a pasear por el monte y le dejara en paz. La barrendera le mostró su dedo indice mientras sonreía guasona.

Vicente salió de su ensimismamiento a golpe de sonido del wasap de los clientes para sus pedidos. Ya pensaría luego en lo que había pasado con su vecina. Parecía otra. Y de repente, hasta le había parecido atractiva. Lástima que no iba a tener tiempo para ir a la peluquería antes de subir a tomar café con la familia.

Jorge Rios.


Capítulo 30.-

Javier no supo como había acabado en el campus de la Universidad Jordán. Pero allí estaba. Seguramente había sido su instinto el que había guiado sus pasos mientras su cabeza seguía un poco enmarañada en los recuerdos dolorosos del pasado. Esa mañana estaba todavía lamiéndose las heridas de su desgracia, sentado en su coche, sin rumbo determinado.

Dejó el vehículo en uno de los aparcamientos de la Universidad, en el más esquinado de todos. Era su plan el día en que tuvo que sustituir a Olga en esa charla programada. Era una forma para obligarse a pasear por el campus y palpar el ambiente. Dejarse ver y estudiar las reacciones que su presencia provocaba en la comunidad universitaria.

Empezó a caminar despacio, observando los edificios, fijándose en los empleados, en los alumnos, en los profesores, en algunos visitantes que estaban por allí. Algunas alumnas lo saludaban al pasar a su lado. Habrían ido a la charla de unos días antes, pensó. No creía que quisieran ligar con él. Dejó claro sus preferencias por los hombres durante la charla. Luego cuchicheaban mirándole a escondidas como se alejaba de ellas. Algún profesor hacía algo parecido: se cruzaban, una mirada y luego, cuando se rebasaban, se paraban, disimulaban buscando algo en los bolsillos y le seguían con la mirada. A veces Javier se giraba y coincidían otra vez las miradas. Unas veces el oponente reculaba y seguía su camino. Pero otras… mantenían la mirada a distancia.

En el césped, hacía buena mañana, había grupos de alumnos y amigos charlando, bromeando o almorzando. Javier era consciente de que muchos de ellos, comentaban algo mientras lo observaban. Él les sonreía a todos y les hacía un pequeño gesto con la cabeza. Creyó ver a Paula caminando hacia el edificio del departamento de arquitectura. Ella lo miró directamente. Javier pensó que le iba a saludar e inició una sonrisa amigable. Pero se debió confundir porque esa mujer no lo saludó: con la misma contundencia que puso sus ojos en él, los quitó Y había sido de las pocas personas que le habían presentado oficialmente, con eso de que conocía a su amigo Jorge. No se mostró demasiado efusiva ni interesada el rato que estuvieron charlando. Fueron apenas un par de minutos, pensó Javier, no me dio tiempo a aburrirla.

Las miradas y los comentarios a su paso, iban aumentando. Detectó en algunos su deseo de acercarse a él y comentarle alguna cosa. Pero tras estudiar los alrededores, no se decidían a hacerlo. Ahora, a parte de observar su entorno, Javier buscaba un lugar para detenerse y sentarse. Un lugar que estuviera a la vista, para que quien quisiera pudiera encontrarlo, y discreto, para que no se sintieran en un escaparate.

En plena búsqueda, deambulando por el campus, se dio cuenta de que Aritz venía hacia él. Decidió hacerse el tonto una vez más y no darse por enterado que él y dos compañeros le seguían a todas partes desde la muerte de su marido. Carmen y su exceso de amor protector hacia él.

-¿Vas a volver a estudiar? – Aritz retomó la broma de Carmen sobre que la apariencia de Javier le ponía en el mismo nivel que un alumno recién salido del instituto.

-He escuchado por la radio que una patrulla de la local te ha visto en las inmediaciones. Y me he dicho: el alumno veterano debe servir de guía al novato. – Aritz siguió con su broma. Ya estaba a la altura de Javier. Lo sonreía. Cualquiera hubiera descubierto en esa sonrisa y en la mirada que lo acompañaba todo lo que le quería, aunque ya no fueran pareja.

-Yo alguna vez te quise ¿Verdad? – Javier decidió mostrarse sarcástico y tomó el papel de hombre ofendido por las bromas de su compañero.

-Sí. Y mucho. – afirmó Aritz sonriendo.

-¿Y como haría eso, querer a un tipo tan rancio y que no hace más que meterse conmigo?

-Me decías que besaba bien – Aritz sonrió irónico.

-Una mierda. Yo te enseñé a besar. Y no tuve mucho éxito, la verdad. No progresaste adecuadamente. Creo que esa fue la razón para dejarme, que te diste cuenta que no eras capaz de aprobar ese curso, por otra parte tan placentero y sencillo.

-Por detrás de ti viene caminando decidido el decano – le anunció Aritz en tono serio pero sin cambiar su gesto jocoso.

-No me mires con esa cara. Un suspenso claro – Javier siguió con la broma. Se le escapó un suspiro de resignación. De nuevo su excursión se veía estropeada. – Tenemos una suerte… – murmuro solo para que le oyera Aritz que levantó las cejas en modo resignación.

-No sea tan duro, comisario – dijo una voz detrás de Javier. Éste se giró con determinación.

-Decano. – respondió Javier haciéndose el sorprendido.

-Me han comentado que le habían visto y he bajado a saludarlo.

-Que amable. ¿Has visto Aritz? Aprende normas de cortesía.

El decano les tendió la mano para saludarles a ambos.

-¿A que se debe el honor?

-Pues a nada especial.

Javier hizo una parada dramática. Se debatía entre contarle una milonga al decano, o de enfrentarle con la realidad. Optó por la segunda opción.

-El otro día no me dio tiempo a nada, ni a pasear por el campus ni a charlar con los asistentes. Es algo que me suele gustar. El otro día, en la charla, salieron a colación temas interesantes. Me hubiera gustado cambiar impresiones.

Salieron muchos temas – apuntó un precavido decano. Miraba con ojos inquisitivos a Javier. Como si quisiera dominarlo haciendo vale su estatus y su edad.

-El tema del acoso, el tema de las denuncias a la policía. Me preocupa mucho que se tenga la percepción de que no pueden confiar en nosotros. Ó el tema de esas… novatadas. Y luego ha llegado a mis oídos, por otra investigación, algunos rumores sobre que a Jorge Rios hay personas aquí que no le quieren bien. Y le he dicho a mi compañero Aritz: vamos a acercarnos a charlar con la gente.

-¿Y eso no necesita como pedir permiso o …?

Tanto Aritz como Javier percibieron en el Decano tensión y enfado. No le había gustado nada las intenciones de los policías. Y eso que al final, Javier había sido más comedido de lo que tenía ya en la punta de la lengua. Y para sorpresa de los policías, no había intentado disimular su malestar. Javier miró discretamente a su alrededor, por ver si había alguien pendiente del decano. Pero su campo de visión era reducido y no pudo sacar conclusiones. Le estaba pareciendo una puesta en escena estudiada. La postura del cuerpo del decano, sus gestos con las manos, indicaban rechazo.

-No me ha entendido. Se trata de una charla distendida, para palpar el ambiente. Si quiere lo formalizamos, llamo a mi ayudante Patricia, llamamos al juez y lo ponemos en marcha. Llamamos a los de intervención para que controlen el campus, llamo a todo mi equipo y nos trasladamos aquí, organizamos unos puestos para ir tomando declaración oficial a todos los miembros de la comunidad educativa. Pero ese no era mi propósito.

El decano no se esperaba esa reacción del comisario. Se había dejado llevar como muchos, por su aspecto físico. Aritz permanecía a la expectativa, con gesto contrito y reflexivo. Escuchaba con mucha atención y respeto a Javier. Ya lo tenían estudiado. Ese gesto, solía provocar que sus interlocutores empezaran a tomar en serio a Javier. Aritz aparentaba ser mucho mayor que el comisario.

-No si lo decía por… – el decano reculó, aunque su postura corporal seguía indicando rechazo.

-Venga, decano, Aritz nos invita a tomar un café en el bar. Es que es su cumpleaños.

Aritz soltó una carcajada. No pudo evitarlo ante la flagrante mentira de Javier.

-No disimules, Aritz. Apenas son treinta y dos los que cumples. Estás en la flor de la vida.

El decano no pudo evitar una sonrisa irónica.

-¿Lo dice alguien que no supera los veinti pocos? – dijo Jacinto.

-A veces las apariencias engañan – sonrió Javier al decirlo. – ¿Se anima?

-Por supuesto, decano. – Aritz reaccionó rápido ante la atención que le prestaba – Precisamente se lo estaba proponiendo a Javier. Menos mal que se ha acercado usted, porque se estaba haciendo el remolón. Mi cumpleaños hoy le recuerda que en breve cumple él. Y eso le suele causar dolor de cervicales.

-Venga. Acepto. Voy a pegar un toque a mi secretario para decirle que me retrasaré.

El decano les guió hasta el bar mientras llamaba a su despacho. Javier pensó si era el mismo bar en el que Jorge y Paula habían charlado unos días antes. El lenguaje corporal del decano era evidente que indicaba que estaba tenso mientras hablaba con quien fuera. Necesariamente no tenía que ser con su secretario, como había dicho. Javier y Aritz miraron a su alrededor. Se repartieron el bar aprovechando el campo de visión de cada uno. Javier vio a un par de estudiantes que le saludaron con un ligero gesto de la cabeza. Los recordaba perfectamente de la charla. No se acercaron. No parecía que les apeteciera ponerse a tiro del decano. Javier quiso pensar eso, y no que fuera debido a la repulsión que les producía la policía en general o él en particular. Aunque si esa hubiera sido la razón, no le hubieran saludado. Jimena, la camarera conocida de Aritz y él, salió de los baños en ese momento. Ella si que fue a su encuentro. Un abrazo ligero a cada uno.

-Te ha gustado lo de venir a visitarnos. – comentó en tono bromista dirigido a Javier. – ¿Estás pensando en volver a estudiar?

-Eso nunca lo he dejado.

-¿Sigues estudiando idiomas? Hace tiempo que no me cuentas.

-Sigo, sigo. El ruso es el último. Sigo yendo a la academia para practicarlo. No suelo tener oportunidad de hablarlo.

-A ver si vienes alguna noche y te invito a un gin como los que te gustan. Hace tiempo que no os pasáis ninguno.

-Me parece buena idea. Aritz, podíamos acercarnos una noche de estas. Y así te estiras y celebramos como es debido tu cumpleaños, con un par de copazos bien puestos.

Javier se apresuró a guiñarle el ojo a Jimena. Ella sabía de sobra que el cumpleaños de Aritz era en Diciembre, el día de la lotería. Lo habían celebrado un montón de veces en el bar donde trabaja.

-Es cierto, se me había olvidado. ¡¡Felicidades!!

Aritz fue quien abrazó esta vez a Jimena para seguir con la comedia.

-Os dejo. Tengo clase en diez minutos. No os olvidéis que habéis prometido pasaros. Os espero – reiteró de nuevo la invitación.

Se sentaron los tres en una mesa. Aritz se levantó de nuevo para pedir las consumiciones.

-¿Y como así se decidió a aprender ruso? – se interesó el decano, que había escuchado parte de la conversación.

-Mi pareja de entonces y yo lo decidimos. Queríamos estudiar un idioma distinto a los habituales. Ya hablábamos inglés, francés, alemán, euskera, portugués…

-¿Habla todos esos idiomas?

Javier sonrió.

-Sí.

-Ahora que lo pienso, Jorge Rios creo que habla ruso también.

-¿A sí? – exclamó Javier en tono de sorpresa – No sabía.

-Francés lo habla a la perfección. Como un nativo. Me lo aseguró el embajador que coincidimos en una reunión…

-¿En la misma en que le pidió que organizara un curso de Escritura Creativa en francés para alumnos franceses?

El decano se quedó mirando fijamente al comisario.

-¿Cómo sabe eso? Es una cuestión confidencial. El embajador me pidió que fuera discreto debido a la situación de los alumnos interesados. ¿No estará investigando…?

-No, por favor. No le estamos investigando. ¿Deberíamos hacerlo? No. Nos han informado desde Francia. El mismo Ministro de Interior galo me llamó el otro día.

Aritz volvió de la barra con los cafés que habían pedido. Había pedido también un plato de pastas para acompañar a las bebidas. Intuía que Javier iba a necesitar algo de dulce.

-Dígamelo usted – contestó de forma poco amigable.

-Está muy susceptible, decano. Parece que salvo que venga a dar espectáculo, no soy bien recibido aquí.

-Es usted el que parece dudar… y me ha parecido un poco petulante por su parte eso de hacerme creer que el Ministro francés de Interior se ha puesto en contacto con usted, un simple policía.

-Soy policía. Comisario jefe. Es mi trabajo. Dudar. Pero le prometo Sr. Decano, que en ningún momento he dudado de usted. Su actitud permanentemente a la defensiva me hace replantearme esa intención primigenia. De todas formas, se olvida de algo: a ese curso van a venir algunos alumnos… en los que el Gobierno de Francia y la Gendarmería Francesa tienen un especial interés en cuidar. El otro día mis compañeros tuvieron una reunión con destacados mandos de dicho cuerpo. Un día de estos recibirá una solicitud firme de colaboración. La está redactando mi ayudante, Patricia. Mi equipo va a ocuparse de que no les suceda nada en su estancia en España. Respecto a si cree o no que me llamó el Ministro galo, sinceramente, me da igual.

-Creo que es un poco exagerado…

-Eso le dije al general jefe de la Gendarmería cuando hablamos el otro día por teléfono. También se lo manifesté al Ministro francés. Pero… él y su equipo tienen dudas, serias dudas de que no haya personas interesadas en que les suceda algo malo en su estancia en España para asistir a ese curso. Y no me refiero a que no puedan seguir el ritmo de Jorge Rios. No queremos que eso suceda ¿Verdad decano? Ni que le pase nada a Jorge Rios. Si no me equivoco se precia de considerarlo como un amigo.

-Jorge nunca ha tenido problemas en el campus.

-Jorge Rios no ha tenido ningún problema en ningún sitio, hasta hace unas semanas. Ahora va con ocho de mis compañeros protegiéndolo constantemente.

El decano hizo un gesto como para indicar que todo eso le parecía una extravagancia o cuando menos, una exageración.

-Ha llegado a mi conocimiento de que hay muchas personas que no lo quieren en esta Universidad. – retomó Javier su charla.

-Como en todas las organizaciones, hay personas afines y otras que no lo son tanto.

-¿Y esas personas propagan bulos sobre… por ejemplo, que Jorge se propasara con algunos menores de edad hace años?

-Eso son tonterías. ¿Ahora la policía pierde el tiempo investigando rumores? ¿No tienen asesinatos sin resolver en los que ocupar su tiempo ocioso?

-Una parte de nuestro trabajo – intervino Aritz con un tono serio y hasta cortante – es prevenir los delitos. ¿O prefiere que esos alumnos que van a asistir a su curso caigan abatidos a tiros para que nos pongamos a investigar su asesinato? Todo lo que concierne a Jorge Rios, nos interesa. No sabemos exactamente lo que hay detrás de los varios intentos de matarlo en las últimas semanas.

-Jorge siempre ha sido muy novelero – comentó el decano quitándole importancia.

-Es cierto. – Javier se rió brevemente – El bueno de Jorge. Pero cuando mi compañero Hugo tuvo que tirarlo al suelo debido a las balas que iban en su busca, y una de ellas, le rozó el pómulo… a nuestro compañero… ¿Verdad Aritz? El dramatismo de Jorge… pasa a ser realidad en medio de un parque de esta ciudad.

El decano no sabía que decir. Javier iba a seguir dramatizando algunas otras situaciones, pero prefirió hacerle una seña para que Aritz siguiera. Era el momento de apretarle las tuercas. Tenía curiosidad por comprobar por dónde salía.

-Creo que usted empieza a tener mucha oposición a su alrededor. – Aritz había interpretado perfectamente el gesto de Javier – Casualmente según nos comentan algunas fuentes, esa oposición está formada por los mismos que tienen interés en que Jorge Rios desaparezca del mapa.

De todas las reacciones esperadas por los policías, la que tomó el decano estaba en el último lugar. Definitivamente parecía que le habían dejado sorprendido. O quizás había decidido aprovechar ese momento para seguir con su pantomima.

-Creo que ya he escuchado suficientes sandeces por hoy. Con su permiso, vuelvo a mis ocupaciones.

-No se ofenda, decano. – le dijo Javier – Estamos en el mismo bando. ¿O no?

El decano se levantó y les hizo un saludo formal con la cabeza a modo de despedida. Se dio media vuelta y salió del bar.

-Pues va a ser que parece que no estamos en el mismo bando – afirmó Javier en tono jocoso.

Javier y Aritz se miraron. No dijeron nada. Javier bebió de su taza y cogió una pasta.

-Son de las que te gustan – le dijo Aritz – Por eso las he pedido. Era claro que íbamos a necesitar algo dulce para pasar este trago. Ya venía a degüello. Antes de que ninguno de nosotros abriera la boca.

Javier sonrió mientras observaba con disimulo a los que le rodeaban. Aritz estaba haciendo lo mismo en su campo de visión. Medio bar había estado pendiente de su charla. Seguían siendo objeto de miradas disimuladas. Por un lado, estaba una mesa ocupada por dos hombres y tres mujeres que parecían ser profesores. Dos bedeles que almorzaban en una mesa apartada, tampoco les quitaba ojo de encima. Aritz reconoció en su campo de visión a cuatro estudiantes más que habían asistido a la charla de Javier. Éste a su vez, también reconoció a varios estudiantes que estaban pendientes de ellos.

-¿Y como hacemos para que todos estos se acerquen a hablar con nosotros? – preguntó Aritz al aire.

-Aquí no va a ser, desde luego. Sonríe Aritz, es tu cumpleaños. Que no parezca que estamos enfadados o preocupados.

-¿Qué crees que pretendía el decano al acercarse a nosotros de esa forma tan directa?

-Marcar territorio. Una de las razones al menos. Otra… dejar claro a todo el mundo que no colabora con nosotros. Si no me equivoco estará ahora tirando de amigos para hacer llegar a alguna autoridad una queja contra nosotros. Lo estará haciendo de forma ostentosa. Para que todo el mundo se entere. Quiero pensar además que su actuación de hoy ha sido para propiciar que los que quieren contarnos algo, lo hagan, al comprobar que él está en contra.

-¿Una comedia? Pero puede ser por la razón contraria, para que alejarlos de nosotros.

-No del todo. Creo que el decano se mueve en arenas movedizas. Debe tratar de nadar y guardar la ropa. Me empiezo a imaginar que lo ha hecho toda su vida. Pero… ahora le es más difícil. Por eso Paula y su camarilla han dado el paso de enfrenarse a él en una elecciones. Y respecto a lo de alejar a los estudiantes de nosotros, por lo que percibo a nuestro alrededor, si quería asustar a los alumnos, ha conseguido lo contrario.

-Resumiendo: sabe cosas pero calla. ¿Por proteger a alguien?

-La pregunta es ¿Protege a una víctima o protege a un agresor? O… a lo mejor protege a ambos. Me queda decidir si la Paula esa … ¿En qué campo está?

-¿Y sus hijos?

-Esos está claro: en el de Jorge. Al cien. Ha llegado a nuestros oídos que los dos jóvenes han abandonado la casa familiar enfadados. Y no precisamente se han ido a vivir a unos palacios. Cuando se entere Jorge…

-De todas formas, no entiendo por qué se ha mostrado tan a la defensiva desde el primer momento. Cuando venía hacia nosotros, ya traía cara de…

-¿Pocos amigos?

Aritz se sonrió.

-Algo así.

-Cada paso que damos, en lugar de responder preguntas, nos crea un carro de ellas.

-Es lo que siempre te ha gustado.

-No estoy en mi mejor momento.

-No dejas que te ayudemos.

-Claro que dejo…

Aritz se lo quedó mirando.

-Querido, no eres el mejor posicionado para ponerte estupendo. Todavía me debes muchas respuestas. Y no parece que estés por la labor. Esas respuestas podrían quitarme algunos pesares del alma.

-Eso es pasado.

-Todo es pasado Aritz. Todo. Todo lo que pesa en el alma.

-Dejemos el tema.

-Dejado está. – zanjó Javier en tono cortante. Aritz hizo una mueca de fastidio.

-Acábate esas pastas y vamos a sentarnos en la hierba, en algún rincón discreto pero visible. A ver si se van acercando alguno de los que parecen que quieren contarnos cosas.

-No sé si a la vista de todos…

-O me puedo acercar a los bedeles de aquella mesa y pedirles ayuda.

-Por probar… todo sea que no nos sean… que jueguen en nuestra contra.

-Por la forma de mirar, creo que no.

-Yo también lo pienso, pero no confío mucho estos días en mis percepciones.

-Probemos.

-Mientras voy a mandar un mensaje a mi ligue de la charla. A lo mejor puede ayudarnos.

-Te gustó ese chico.

-¿Tanto se me notaba?

-Al menos yo si lo hice.

-Celoso…

Aritz sonrió mientras se levantaba.

-Voy a hablar con los bedeles.

Fernando había ido a devolverle un libro a Ely. Entraba a trabajar en unas horas, así que se había acercado a la Universidad para dárselo. Sabía que iban a ser unos días de mucho ajetreo. No quería demorarlo más, no fuera a ser que se le olvidara. Además, quería que más adelante le dejara otros libros.

Ely se alegró de verlo. Le dijo de ir a tomar un café.

-Venga, tengo tiempo. En una semana no sé lo que va a ocurrir.

-Tienes unos horarios muy raros.

-Me gustan. A parte, ir con Jorge es estimulante. Me lo paso muy bien con él. No sabes la de horas que nos pasamos hablando.

-Eso me da envidia, sí.

Pidieron los cafés para llevar y Ely lo guió a un rincón en el jardín. Hacía buen tiempo, había que disfrutar de la primavera.

-Desde aquí puedes observar a la gente sin que se den cuenta. Me gusta hacerlo.

-A lo mejor debería preguntarte sobre las novatadas y sobre Jorge.

-Mejor déjaselo a tu jefe. Mira, por ahí viene paseando. Parece que también quiere disfrutar de la mañana. ¿Quieres…?

-No, déjale tranquilo. No está pasando buenos días. A lo mejor quiere perderse en sus mundos.

Empezaron a hablar del libro que le había dejado. Era uno de Jorge, como no podía ser de otra forma. Su primer libro “El Tesoro en el Jardín” que era difícil de encontrar. Parecía que estaba agotado.

-¿Ese no es el decano? – preguntó Fernando.

Ely miró hacia donde decía. Le extrañaba que estuviera en el jardín. El decano no era de los que gustaban del aire libre.

-Se podría pensar que está siguiendo a distancia a Javier. – dijo Fernando.

-Y está molesto. – añadió Ely.

-Pensaba que el otro día se cayeron bien. Y que estaba contento con que hubiera venido sustituyendo a Olga.

Ely arrugó el morro, aunque no dijo nada.

-Un hombre se acercó al Decano. Ese sí parecía enfadado. Empezó a hablarle de forma contundente y poco amable.

-¿Quién es ese?

-Edelmiro Ruipérez. Un profesor. Es uno de los que no … digamos que no es del club de fans de Jorge.

-Uno de los que le gustaría verle …

-…fuera de la Universidad – atajó Ely.

-¿Esa mujer no es Paula, la amiga de Jorge?

Ely afirmó con la cabeza.

-Pues tampoco parece muy contenta. Esa en teoría es amiga de Jorge.

-En teoría.

-Deberías hablar con Jorge. Es tu amigo.

Ely negó con la cabeza.

-Es complicado.

-Mira, el Decano va al encuentro con Javier.

-¿Con quién está?

-Aritz. Es un compañero. Javier ha visto a Paula alejarse. Se ha dado cuenta que le ha evitado.

-Creo que será mejor que vuelva al despacho. Llámame cuando tengas libre y quedamos para comer una pizza.

-Creo que me voy a quedar un rato aquí sentado. A lo mejor hasta me echo una cabezada.

Ely se levantó y se fue a paso rápido.

-El mundo de los secretos. – murmuró Fernando. – Aquí nadie dice lo que sabe, mucho menos lo que piensa.

Fernando observó como Javier y Aritz entablaban conversación con el Decano. Parecía que iban a entrar en uno de los bares. Javier ahora sí, estaba en modo comisario. Si cuando le había visto caminar era un hombre perdido en sus ensoñaciones, ahora estaba en plena forma. Cuando se giraron para ir al bar, le hizo un saludo con la mano.

-¡Que cabrón! – dijo sonriendo y devolviéndole el saludo.

Jorge Rios.


Capítulo 31.-  Hace unos años. Un relato por San Valentín.

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Empezaba el mes de febrero de 2017. Una de esos amaneceres de sábados, después de salir a dar una vuelta y cenar de pinchos, como les gustaba, y volver a casa, esta vez la de Javier y pasar una noche maravillosa de amor y sexo, Aritz, mientras acariciaba el pelo de Javier que tenía la cabeza apoyada en su pecho, le había comentado que, ya que era su primer San Valentín de pareja estaría bien que hicieran algo guay. Era un tema recurrente en los últimos días, al menos por parte de Aritz.

-¿Guay? ¿Guay? ¿Más guay que esta noche pasada? Yo te lo juro que he sido feliz desde que salimos ayer de trabajar hasta este momento en que empiezas a tocarme las pelotas con la mierda de San Valentín. – Javier sonrió, aunque Aritz no podía verlo. Tenía ganas de ponérselo difícil. No iba a dejarse retorcer el brazo sin oponer resistencia. – Si quieres follamos el doble esa noche. ¡Ah no! ¡Qué si follamos el doble no llegaremos a la fiesta esa de los amigos que hace mi prima Gloria y a la que tú te has encargado de decir que vamos a ir a ocuparnos de un ciento de cosas.

-¿Estás enfadado Javier? Dilo claramente.

-Sí, lo estoy. ¿Qué hostias le tienes que decir que sí a esa patochada? Llevaba yo un ciento de negativas. Y vas y no solo le dices que iremos, sino que le dices que nos vamos a ocupar de no sé que mierda de concurso.

-Es para ayudar a la asociación esa…

-¿Y para eso nos reclama a los amigos y a la familia? Qué la haga con sus compañeros de trabajo o con los de la parroquia o con los de la Cruz Roja ¿Ellos no se dedican a esas cosas? O sea. Los amigos acabamos pagando su aportación a esa asociación. Para que luego ella encima quede como una gran benefactora. Gloria hace todo en su vida a costa de los amigos y familiares.

-¿Estás enfadado por ir o por tu prima?

-Cada vez es más insoportable. Parece una vieja, joder, y solo tiene cinco años más que yo. La voy a mandar a tomar por el culo a la voz de ya. No quiero que … cada vez que se mete por medio… mira es que no puedo con ella. Cuando encima se mete a casamentera… pero de todo el mundo. Hasta intentó que Kevin encontrara pareja. Menudos dos desastres de cita a ciegas le preparó. De una me acuerdo que llamó pidiendo socorro y tuvimos que presentarnos en el garito a hacernos los encontradizos.

-¿Quiénes fuisteis, por curiosidad?

-No puedo decirte. – soltó un Javier enigmático.

-Que le llamo a Kevin a preguntarle.

Javier suspiró antes de contestar.

-Fernando, Ramón y Carla.

Aritz se quedó pensativo. Fue a repreguntar, pero de repente se dio cuenta de quién era ese Fernando y quienes eran Ramón y Carla.

-¡¡No jodas!!

-El pavo se quedó a cuadros. Kevin suspiró al vernos.

-¿Qué tenía de malo ese hombre?

-¿A parte de tener como setenta y tantos años y las manos muy largas, pero muy largas? Luego hasta me intentó tocar el paquete a mí. Pues a parte, era pesao como el solo. Un resabido cultureta que cada dos palabras intenta hacerte sentir una mierda. Vamos, un tipo muy de la cuerda de Gloria. Todavía me acuerdo de ese Jules con el que me intentó liar una vez.

-¿Estás enfadado todavía por aquella reunión que organizó en el pueblo?

-¿Te lo ha contado? Encima te lo ha contado. Que desfachatez. Empeñada en liarme con el Jules ese. Menos mal que no lo he vuelto a encontrar. Pero es que encima, el Jules ese… joder ahora que lo pienso, irá a esa reunión de amigos de los cojones. El tío debe ser masoca. Sigue yendo cada vez que mi prima lo llama. Y otro de su misma calaña, un tal Vince. A ese, gracias a Dios, solo le conozco de vista.

-Estará solo. Por la forma de ser que …

-¿La forma de ser? Pero tú… ¿Es que mi prima te ha contado la historia con detalles de todos sus amigos?

Aritz se echó a reír.

-Era para que … no me sintiera desplazado.

-¿Desplazado tú? Los demás serán los que se sientan así. Eres el único medio normal que va a ir a esa fiesta. Ten cuidado. Se te van a pegar todos. Te lo advierto. En cuanto se den cuenta de que escuchas y que no sabes de sus vidas.

-Y tú ¿no? Vas a ir conmigo. Tú eres… tres cuartos de normal, al menos – Aritz se lo estaba pasando genial y no quería que ese momento acabara. Javier, aunque encendido, gran parte era comedia, todo sea dicho, no se había movido de su posición: estaban encima de la cama, hacía calor en casa, estaban desnudos y Javier con su cabeza apoyada en su pecho. Aritz veía el cuerpo desnudo de ese hombre que nada más llegar a Madrid, le había robado el corazón. Las piernas, su sexo, reposado y bello, su culo a medias… le encantaba esa perspectiva. Si pensaba mucho en ello, Aritz temió que acabaría por excitarse de nuevo.

-¿Yo? Primero, ya veremos si voy. Segundo, a ver, si Gloria es mi prima… algo debo tener en los genes de ella. Y eso me preocupa. Y ahora encima, pues nos impide celebrar San Valentín. Encima que he pedido cambiar la guardia… por hacer caso a tus miles de insinuaciones. Desde Navidad no has parado, querido. Toma indirecta, toma indirecta. Pues ¡Hala! Ya tengo el finde libre. ¿Para ir a una fiesta de mi prima? No hijo no.

-Pero Javier, no me seas… eres tú el puto jefe. Lo dices como si te hubiera costado la leche cambiarlo.

-¿Y? Pero me tocaba guardia. Y la he cambiado por ti. Se va a quedar Álvar. Casi se lo he tenido que pedir de rodillas.

-No entiendo nada, Javier. No querías celebrar San Valentín. Eso de que es una fiesta de los centros comerciales y tal. Al final sí quieres celebrarlo. Y cambias la guardia. Pero no quieres celebrarlo, porque me has mirado raro cuando te he dicho que he reservado para cenar.

-A ver, querido. ¿Eso es hacer algo guay? ¿Ir a cenar? Si vamos cada semana como poco. Y es “guay”, de verdad, que las disfruto, porque sabes, disfruto cada minuto que paso contigo, porque noto que tú lo disfrutas también – Javier se había tranquilizado y hablaba más pausado. Se había girado y ahora, miraba con intensidad a Aritz.

-Lo que pasa es que te repatea eso de que sea San Valentín.

-No necesitamos San Valentín para demostrarnos lo que nos queremos.

-A lo mejor es que te tengo preparada una sorpresa.

Javier lo miró atravesado. Pero decidió dejarlo estar. Si le hacía ilusión, le dejaría hacer.

-Además recuerda que también es el día de la amistad.

-Eso es en Argentina.

-Adoptemos las costumbres bonitas del resto del mundo.

-Vale. Saldremos a cenar por el día de los amigos. – afirmó en tono resignado – ¡Manda cojones! Ya sé por qué hasta ahora no he tenido pareja. Por cosas como estas.

Aritz soltó una carcajada. Javier sonrió travieso.

-¿Ves como no ha sido tan difícil?

-Pero luego, vamos a follar a saco. Y no me mires, que no pienso levantarme para ir a la fiesta de mi prima. Vas tu solo y allá te las apañes. Dices que tengo jaqueca.

Airtz se encogió de hombros. Y sonrió. Esa sonrisa no pasó desapercibida a Javier. Negó con la cabeza. Sabía que algo se le escapaba. Pero decidió dejarlo. Solo se apuntó llamar a Olga en cuanto estuviera solo para maldecirla por haber presentado a Aritz a Gloria, su prima. La lianta mayor del reino. Su prima a la que no veía desde hacía meses, porque acabó hasta las narices de sus intromisiones en su vida. Aquello de las fiestas de Navidades en el pueblo, había colmado el vaso. El Jules ese… el estirado que luego pensó que mejor un poli para follar que nada. El masoquista… porque aguantar el trato que le dispensaba no tenía otra explicación.

La verdad es que según iba llegando el día, Javier se fue relajando. Quería a Aritz. Cada día que pasaba, estaba más a gusto con él. Era su primera pareja en serio. El tiempo que estuvo con Matías… había sido… bueno también, aunque breve. Sus primeras parejas duraderas y serias. El resto había sido ligues de una semana como mucho.

Aritz había comprado ropa especial para los dos. Javier se echó a reír cuando lo vio. No es que no le gustara, pero… él normalmente era de vaqueros y camisas o camisetas sin más. El tío se lo había currado. Todo era de su talla. Todo le estaba perfecto. Hasta los calzoncillos se los había elegido. Hasta la colonia. En eso no había innovado, porque a los dos les gustaba la misma: Paco Rabanne. La clásica.

Aritz había reservado en “La Bomba”, un bristot en la c/Muguruza, en el barrio de Chamartín. Javier ya había ido en alguna ocasión a comer ahí, con el Ministro. A Fernando le gustaba ese sitio. Y solía ir también con su marido. Los recibió Cristina, la dueña y jefa de sala. Como la reserva la había hecho Aritz a su nombre, se sorprendió de ver a Javier.

-Que alegría verte de nuevo por aquí – le saludó con dos besos.

-¿Dónde tienes a Cristophe?

-Le toca cocina. Luego se pasa a saludaros.

Javier le presentó a Aritz.

-Ya tenía ganas de conocerte. Javier siempre te nombra. Le tienes muy enamorado.

Aritz miró a Javier sorprendido y rendido. Sabía que normalmente Javier no era de ir proclamando por ahí a los cuatro vientos sus cosas personales. Que hubiera hablado de él en un círculo que no era de sus cercanos, le llenaba de alegría y orgullo.

Estuvieron hablando un rato los tres. Comentaron esas cosas tan típicas del día de San Valentín.

-Hemos hecho un postre especial.

-Me cagüen, yo venía pensando en la paulova – se quejó Javier.

-Hazme caso. Por un día, cambia. Si luego a más, quieres una paulova, te la preparamos.

-Ya veremos. Aunque no te creas, hoy tengo hambre. Éste me ha tenido a dieta.

-Serás capullo – le contestó Aritz sonriendo. – Si te has ido hoy por ahí, a perseguir a los malos, y eso que en teoría tenías el finde libre. No te he catado hasta las siete de la tarde. Y te has sentado en el sofá y te has quedado dormido hasta que te he despertado para venir.

-¿Ves? A dieta me ha dejado – insistió Javier riéndose.

-Os he puesto una mesa tranquila y amplia.

Les acompañó a ella y se retiró. Javier se quedó un poco extrañado, porque era una mesa muy amplia para ellos dos solos. Un camarero vino para llevarles dos aperitivos a cuenta de la casa y preguntarles lo que iban a beber.

-Champán – le dijo Aritz.

-¿Cual quieren?

Aritz se quedó sin saber que decir.

-Dile a Cristophe que nos elija uno – dijo Javier. – Él mejor que nadie sabe cual es el más indicado.

El camarero se retiró y al poco vino con una cubitera con hielo, agua y sal y una botella de champán. Se la fue a mostrar por si tenían algún reparo, pero Javier le hizo un gesto para decirle que lo que hubiera elegido el jefe, estaba bien.

-No sabía que conocías a los dueños.

-Vengo a veces con Fernando. Algunas veces nos reunimos aquí. Tienen abajo una especie de sala que solemos utilizar para ser un poco más discretos. Ellos dos son muy agradables. Y se come muy bien. Y no presumen de que venimos.

El local empezaba a llenarse. Al poco, les llevaron otros dos entrantes. Javier y Aritz hablaban animadamente. Estaban a gusto y no tenían ninguna prisa. Javier a veces miraba la puerta, cuando entraban nuevos clientes. Le gustaba observarlos. Ver si venían por el día que tocaba, por si eran enamorados de verdad, o eran por contra, de los que quieren intentar enderezar una relación ya moribunda. Le daba pena que todas las parejas que entraban fueran heterosexuales. Le hubiera gustado haberse encontrado con más parejas de hombres o de mujeres. No acababa de entender que los gays siempre tuvieran que ir a unos sitios determinados.

Volvió a abrirse la puerta de la calle. Vio entrar a una pareja de hombres jóvenes. Eso le animó. No iban a ser la única pareja unisex de la noche. Lo que le sorprendió también es que le parecían conocidos. Pero algo no le cuadraba. Le sonaban, pero el sitio le despistaba. Aritz lo miraba sonriendo. Hasta que vio lo que estaba esperando: la cara de sorpresa de Javier al reconocerlos. Ya había unido todos los cabos. Se levantó de un salto, apartó la servilleta que tenía sobre las piernas y anduvo casi corriendo los dos pasos que le separaban de los jóvenes que ahora lo miraban de frente. En cuanto llegó donde ellos, los abrazó a los dos a la vez que le besaban la cara profusamente. Los tres se convirtieron en una piña. Cristina que había salido a recibir a los nuevos clientes, les miraba sonriendo. Le gustaba ver a Javier así de feliz. Algunas veces le había visto con su espíritu pesaroso por las cosas que tenía que ver en su trabajo. Al menos, momentos como ese equilibraban la balanza.

-Jodidos Oller y Ander. La madre que os parió. Ahora lo entiendo todo. Casi un mes sin cogerme una puta llamada.

-Anaia maitea. – saludaron a Aritz.

-Berandu beti bezala. Zorionez, ondoan dago Chamartín geltokia. (Tarde como siempre. Menos mal que la estación de Chamartín está ahí al lado.) – les abroncó aquel con cariño.

Aritz abrazó a sus hermanos y los besó. No pudo evitar esa mirada de hermano mayor para comprobar si estaban bien y como habían cambiado desde la última vez que los había visto.

-Aitak eta amak muxuak bidaltzen dizkizute. Etorriko ziren baina azkenean aita pixka bat haserretu zen. Ezer seriorik, antza. Asko funtzionatzen du. (Papá y mamá os envían besos. Iban a venir pero al final papá estaba un poco fastidiado. Nada grave, parece. Trabaja mucho.)

-Orduan zure gurasoei deitzen diet. Ezin dut eutsi denbora batez haiekin hitz egiteari. (Luego llamo a vuestros padres. No me resisto a hablar un rato con ellos) – dijo Javier. – Qué gran sorpresa me habéis dado. Por eso no me cogíais el teléfono estos días, cabrones. Y yo pensando cuando os he visto entrar que hacíais una buena pareja.

-Estaba buscando otras parejas de hombres – aclaró Aritz a sus hermanos. – Le da pena que seamos los únicos en la sala.

-Pues sentimos haberte decepcionado – se excusó Ander.

-Anda, anda, que bonito regalo. ¿Os vais a quedar unos días?

-No, que más quisiéramos. Apenas mañana. Nos vamos el lunes.

-Espero que no se os haya ocurrido coger un hotel.

-Les dejo mi casa. – dijo Aritz.

-Para nada. Se vienen con nosotros. Para un día que van a estar. Quiero que nos cuenten todo. Todo. ¿Y ese Jon? – preguntó Javier a Oller, el mayor. Sabía que le gustaba. Era ertzaina, antiguo compañero de su hermano.

-Nada, a ese le molas tu – dijo refiriéndose a Javier.

-¿Yo? Pero si sabe que estoy con Aritz. Y encima estoy en Madrid.

-Tendrá esperanzas de que rompáis no lo sé. No me mola ser segunda opción, así que nada.

-Pero tiene otro que le ha empezado a hacer tilín – dijo Ander poniendo su mejor cara de pillo.

-Calla, joder. Cada vez que hablas de alguien que me mola, parece que lo espantas.

Javier y Aritz se echaron a reír.

El camarero se acercó de nuevo para llevar más entrantes y para poner los cubiertos de los recién llegados. Javier miró sonriendo a Aritz y negando con la cabeza. Se levantó y le dio un pico. Había conseguido engañarlo. Le había gustado la sorpresa. Toda la familia de Aritz era estupenda. Y le habían mostrado cada vez que habían tenido ocasión, su cariño. Se sentía uno más de ellos.

-¿Has pedido algo especial de comer?

-A gusto de mis anaias. – dijo Aritz encogiéndose de hombros y sonriendo.

Javier fue a pedir detalles, pero le llamó la atención un tumulto que había en la calle. Un grupo de gente parecía acercarse a la puerta. Parecían periodistas, porque había no menos de cuatro cámaras de televisión con sus focos. Una pareja de hombres parecía estar en medio de todo, luchando por llegar a la puerta. Al principio no pudo ver de quien se trataba, pero en cuanto estuvieron más cerca, pudo distinguir al más alto, el actor Carmelo del Rio. No dejaba de sonreír a los periodistas y de disculparse. Javier podía leerle los labios. “No tenemos nada que decir. Somos amigos y vamos a cenar. Nada más.”

Cuando casi estaban llegando a la puerta, reconoció al hombre que iba con él: Jorge Rios, el escritor. Éste no parecía estar tan cómodo como el actor. Parecía estar a punto de tener un ataque de ansiedad. La verdad es que la presión de los periodistas era agobiante. Uno de ellos agarró al actor del brazo para detenerlo. Javier le hizo un gesto a Aritz y salieron los dos en su ayuda. El actor había cambiado la cara y estaba a punto de soltarle un puñetazo al tipo. Aritz se puso en medio del periodista y la pareja. Javier mientras tanto, se colocó en medio del actor y el escritor, puso sus manos en sus hombros y les guió hacia el interior del restaurante. Cristina estaba pendiente esperándolos.

-Lo siento de verdad. No los hemos visto. Si no, os hubiéramos avisado.

Carmelo recuperó el aplomo enseguida. Incluso cuando estaba a punto de entrar, una vez que Jorge ya estaba en el interior, se giró, sonrió de nuevo y agradeció a los periodistas su interés. El que le había agarrado del brazo fue a decir algo, pero Aritz le dio un codazo en el vientre. Como estaba rodeado de gente, aunque el tipo buscó al culpable, no encontró nadie a quien echar la culpa. Aritz ya estaba en el interior del local.

-Muchas gracias. No sé como os llamáis. Al menos para agradeceros la ayuda.

-Mi novio es Aritz y yo soy Javier.

-Jorge – dijo el escritor tendiendo su mano para saludarlos.

-Carmelo. – dijo a continuación el actor.

-Pasad. Tenemos vuestra mesa preparada – les dijo Cristina.

-Luego si nos permitís, nos gustaría invitaros al café y charlar con vosotros. Para agradeceros la ayuda.

Aritz fue a decir que no era necesario, pero Javier le interrumpió.

-Desde luego. Estaremos encantados.

Las dos parejas ocuparon sus respectivos sitios.

-Mira que raro. La mesa al lado de la nuestra, está vacía. Es la única que queda libre.

-Alguna anulación de última hora – dijo Aritz sin darle importancia.

Aunque justo cuando se iban a sentar, Javier miró la puerta de nuevo, por ver como estaba la cosa con los periodistas, que habían decidido plantarse delante esperando la salida de los famosos, cuando vio a cuatro personas que caminaban hacia allí. Javier miró de nuevo a Aritz que le sonreía.

El primero que entró fue Mark. Era el novio de siempre de Olga. Detrás venía ella. Y por último, venían Matías y Carmen. Mark lo vio nada más entrar y fue a abrazar a Javier. Hacía casi dos meses que no se veían. Mark pasaba mucho tiempo fuera de España. En realidad vivía entre su Inglaterra natal, y Alemania, la casa de la familia de su madre y donde tenía radicados parte de sus negocios. Se escapaba cuando podía para estar con Olga.

Esta fue la siguiente en besar a Javier. Lo hizo en los labios. Le acarició la cara.

-Te veo feliz. Me gusta verte así.

-Esto si que es una sorpresa. Mira quién ha venido.

Olga miró hacia donde le señalaba Javier. Abrió mucho los ojos. Oller y Ander se habían levantado para abrazarla. Los abrazó a los dos a la vez. Los fue besando alternativamente.

-Pero esto es… Oso haserre nago zurekin, telefonoa ez hartzeagatik. (Estoy muy enfadada con vosotros, por no cogerme el teléfono.)

-Aritzek debekatu zigun. Ez nintzen fidatzen sekretua gorde genezakenik. (Aritz nos lo prohibió. No confiaba en que pudiéramos guardar el secreto).

-Y no lo hubierais hecho. – les dijo sonriendo. – Os tienen tanto cariño… a veces estoy hasta un poco celoso.

-Pues haces bien en estarlo, porque les queremos más que a ti – le picó el pequeño.

-¿Juntamos entonces las mesas? – preguntó el camarero.

-Claro – contestó Aritz.

Se fueron acomodando los recién llegados. Al final se cambiaron los sitios. Olga se sentó entre los dos hermanos. Javier se sentó al lado de Ander. En frente se sentó Matías. Luego Mark, Carmen y en la otra esquina de la mesa, Aritz. Javier no pudo por menos que guiñarle el ojo a su novio. Al final había conseguido que ese San Valentín fuera “guay”.

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Tenían la mesa preparada para sentarse en frente el uno del otro, pero Jorge le hizo un gesto a Carmelo para que se sentara a su lado. Éste sonrió y no dudó en hacerle caso. En cuando ocupó su sitio en el asiento corrido, le cogió la mano y le dio un beso.

-Lo siento escritor. No quería que te agobiaras.

-No es culpa tuya. Pero esos focos… me han vuelto loco.

-Sigues tomando esas vitaminas. – le recriminó suavemente. – Ya sabes que es uno de sus efectos. Lo comprobaste el día del photo call.

-No. Esta vez las he dejado.

-No del todo.

-Pero… tengo que tomar alguna dosis a la semana. Si no… me volvería loco.

-¿Por qué?

-Las noto a faltar.

-¿Porque te hace olvidar el presente? ¿La realidad?

-Cristophe os manda estas entradas para que paséis el mal trago al llegar.

-Dale las gracias – dijo Carmelo al camarero. – Mira Jorge, ostras. Con lo que te gustan. Te las ha mandado porque lo sabe.

-Si luego no viene a saludar, dile que amenazo con bajar – Jorge apuntaba con su dedo extendido.

-Se lo transmitiré palabra por palabra – bromeó el camarero. – ¿Les traigo la carta?

-Dile que nos ponga lo que quiera. Ya sabe lo que nos gusta.

-O que nos sorprenda – propuso Jorge.

-Vaya, quieres sorpresas.

-Si estoy a tu lado, las puedo soportar.

El sonido de una discusión desde la puerta, llamó la atención de Carmelo. Jorge parecía no escucharlo. Aunque estaba más tranquilo, estaba todavía inquieto.

-¿Por qué no te vas al baño y te refrescas la cara? – le propuso Carmelo.

-Es buena idea.

Mientras Jorge se iba camino del baño al piso de abajo, Carmelo fue hacia la puerta. Allí estaba de nuevo ese periodista insistente y maleducado que había decidido entrar en el establecimiento. Ese Javier que les había ayudado a su llegada, parecía haber acudido a la llamada de Cristina, la jefa de sala. Javier estaba invitando a irse al periodista. Éste empezaba a esgrimir su derecho a informar y la libertad que tenía de entrar en cualquier sitio. El resto de sus compañeros lo miraban desde fuera con resignación. Sabían que eso no podía llevar a nada bueno. Y efectivamente, a los pocos minutos aparecieron tres furgones de la Unidad de Intervención de la Policía. Sus hombres se desplegaron con rapidez interponiéndose entre los periodistas y el restaurante. El que parecía estar al mando, entró en el restaurante con dos de sus hombres.

El periodista al ver a Carmelo se revolvió y quiso ir a su encuentro, pero los policías que acompañaban al comisario Lubo, al mando de la UIP, le retuvieron con contundencia. Aunque a Carmelo le dejó de interesar lo que sucedía en la puerta. Una mujer había llamado su atención. Y no podía quitar la vista de ella.

Olga también lo miraba fijamente. Sonrió. A Carmelo le empezaron a temblar las piernas. Tuvo que apoyar la mano en un mueble cercano. No creía conocer a esa mujer, pero… algo dentro de él reaccionó con decisión. De repente sintió paz. Se sintió seguro. Esa mujer, lo sentía, no permitiría que le pasara nada. Volvía a ser un niño. De doce o trece años. Y … si la hubiera tenido cerca, la hubiera cogido de la mano y le hubiera ido besando cada uno de sus dedos. Esos dedos que lo habían curado tantas veces, que le habían tranquilizado, que lo habían protegido. Lo sentía. Olga dudó. Pero al final no pudo evitarlo y fue a su encuentro.

Cuando estuvo a su lado, alargó el brazo y obligó suavemente a Carmelo a poner la cabeza sobre su hombro. Carmelo la abrazó decidido. Casi la estrujó contra él. Sintió su olor, un aroma conocido. Sintió como le acariciaba la espalda, unas caricias conocidas. Le oyó susurrarle al oído, una voz conocida y relajante. Unas palabras también conocidas. Era una canción que le gustaba de pequeño. “Ne me quitte pas, Il faut oublieu…”

Al cabo de un rato, Carmelo levantó la cabeza y sonrió a Olga. Ésta también le sonreía. El mundo a su alrededor, no existía. Javier y el comisario Lubo se ocupaban del periodista. Carmen observaba a su amiga y a Carmelo. Sonreía, aunque no podía evitar un halo de tristeza y preocupación. Jorge había vuelto del servicio y también miraba a Olga.

Los policías de intervención se llevaron detenido al periodista. Al salir, éste intentó que sus compañeros se revelaran. Pero ni siquiera grabaron lo que sucedía. Alguno de los equipos inició la recogida de sus cosas para irse. La policía no se iba a ir de allí hasta que lo hicieran Carmelo y Jorge. Estaba claro que esa noche no iban a conseguir nada de ellos.

-Estás más guapo que nunca – le dijo Olga.

-Tú si que estás guapa. Te echo de menos – dijo Carmelo.

-Si no me recuerdas – le recriminó Olga con dulzura.

-Pero te siento.

Olga besó de nuevo a Carmelo y le hizo un gesto para que volviera con Jorge. Éste de repente, parecía haber recuperado un aplomo que hacía años que no tenía. Entrelazó sus brazos en el de Carmelo y empezó a empujarlo para volver a sentarse en la mesa.

Carmelo le hizo caso. Jorge antes de girarse sonrió a Olga que le hizo un guiño.

-¿Volvemos a la mesa? – dijo Javier a Olga, sacándola de ese otro mundo en el que había estado los últimos minutos.

-Si, Javier. Tengo hambre. Cenemos.

Jorge fue esta vez el que agarró la mano de Carmelo y se la besó. Éste no supo por qué, pero se echó a llorar. Jorge le dio un pico antes de obligarlo a poner la cabeza sobre su hombro. Le dejó así un rato, desahogándose.

-No sé que me pasa. – dijo un compungido Carmelo.

-Recuerdos.

-Pero esa mujer ¿Quién es? No la recuerdo. Pero… sé que …

-Te cuidó. Y te protegió cuando no lo hacía nadie. Te acunaba todos los días, te daba el cariño que nadie te daba, te besó, te acarició, te curó tus heridas.

-¿Tú estabas allí?

-Pasé una vez cerca. Pero no lo recuerdo bien. Me pasa como a ti. No recuerdo. Pero siento.

Carmelo volvió a esconder su rostro en el hombro de Jorge. De vez en cuando le besaba el cuello mientras el escritor le acariciaba la cabeza.

-Menuda cena de San Valentín – dijo Carmelo intentando cambiar el llanto por la risa. Se había incorporado e intentaba limpiarse las lagrimas.

-Menos mal que no te has maquillado como era tu idea.

-Sí, ahora esto sería un puto desastre.

Jorge volvió a dar un pico a Carmelo.

-¿Ya estás mejor?

-Joder, que mal. Hace un segundo, te estaba yo cuidando y acunando. Y en apenas un suspiro, hemos cambiado los papeles.

-Como dicen todos, somos una pareja perfecta. Unas veces uno es el que llora y otras veces es el otro. Unas veces uno es el consuelo, y otras es al revés.

-Menuda cena de San Valentín te estoy dando – volvió a insistir el actor.

-La mejor del mundo. Es la fiesta del amor y de la amistad. Nosotros nos amamos, no vamos a negarlo ya a estas alturas, y somos amigos. La pareja perfecta. Has sentido otro tipo de amor: el fraternal, maternal, o como quieras llamarlo. El amor de esa mujer.

-¿Sabes como se llama?

Jorge se lo pensó. Dudaba sobre la conveniencia, pero al final se lo dijo.

-Olga. Es policía. De las buenas. Luego nos la presentará ese Javier.

-¿A ese le conozco?

-En realidad sí. Pero erais los dos unos niños. A todos los efectos no os conocéis.

-¿Y al resto de los que están con ellos?

-No sé quienes son – mintió Jorge. Aunque en realidad solo conocía a Carmen. La compañera de toda la vida de Olga. No le había quedado claro si les recordaba ella. Le había parecido que sí, pero no estaba seguro. En aquella época no se había acercado tanto a Carmelo como Olga.

-Escritor, cada vez estoy más convencido de que necesito estar a tu lado siempre.

Jorge sonrió. Él también lo sentía así.

-Ésta noche te vienes a casa y dormimos juntos. ¿Te parece? Y puedes hacerlo cuando quieras. Es más, me harías muy feliz si vivieras en nuestra casa. Recuerda que es la tuya también.

-Todos los días.

-Deberás entonces aclarar a la gente tu relación con Cape. Decirles que no estáis casados y que nunca habéis sido pareja. Si no, esto de los periodistas, se repetirá siempre. Buscan la infidelidad de la estrella internacional de cine.

-Carnaza.

-Es su trabajo. Y tampoco nos vamos a engañar: es lo que interesa al público.

-Esta noche quiero hacerte el amor. – pidió, casi suplicó Carmelo.

Jorge se lo quedó mirando. De verdad que no pensó que su encuentro con Olga fuera tan… que le afectara tanto. Era como si hubiera vuelto a esos doce o trece años y necesitara las caricias que le prodigaba Olga. Sus besos. Como lo miraba. Olga había sido mucho más madre en los meses que estuvo cerca de Carmelo… que la madre que le parió. Luego fue la madre de Cape quien le cuidó un tiempo. Luego… nada. Solo. Al poco denunció a sus padres, pidió la emancipación y todo se lo concedieron. Sergio se ocupó. Su representante. Una vez que se libró de Toni, su socio.

No pudo evitarlo y Jorge acercó sus labios a los de Carmelo. Y lo besó, esta vez con pasión. Carmelo suspiró de felicidad. Rodeó con sus brazos el cuerpo del escritor y lo apretó contra su cuerpo, necesitaba tener el máximo de Jorge cerca de él.

-No sabes la de veces que me has salvado la vida – afirmó Carmelo.

Jorge se lo quedó mirando de nuevo.

-En todo caso, las mismas que me has salvado tú. Antes, a la llegada, sin más. Me hubiera vuelto loco si no llegas a estar.

-Me tienes que prometer que vas a dejar esas vitaminas. Son drogas, lo sabes. Si no lo haces, vuelvo a ellas.

-Eso no. Nunca. No bromees con eso. Tú le dabas a cosas serias…

-Todo es serio, Jorge. Esas te van a matar poco a poco. Porque nadie sabe exactamente lo que son. Es un experimento, lo sabes. Es que te necesito. Te amo. ¿Me arrodillo y te lo digo de rodillas?

Carmelo fue a levantarse para cumplir su amenaza, pero Jorge le contuvo con un gesto. Sonrió.

-Te prometo que esta vez las voy a dejar. Y te prometo, que esta noche, te voy a amar como nadie te ha amado nunca.

-Eso ya lo haces. Nadie me ha querido como tú.

-Pareces un niño pequeño. – bromeó Jorge. – ¡Ah! Ya sé. Estás ensayando el doblaje de esa peli de Disney de dibus.

-Irás a verla cuando se estrene.

-Lo siento, pero no. Me repatean los dibujos animados. No puedo con ellos. Lo siento. Si sales tú en cuerpo presente, voy.

-O sea que me quieres por mi cuerpo.

-¡Anda! ¿Qué te creías? A un rubio como tú se le quiere solo por su cuerpo.

-Ya estamos con lo de rubio. Si algún día reconocerás que en realidad, te gustamos solo los rubios.

-¡Eh! Cuidado. No presumas de rubio que al fin y al cabo eres teñido.

Mientras hablaban y se besaban de vez en cuando, los platos iban pasando. Y los iban acabando. Jorge al llegar, pensó que se le había cerrado el estómago por su nerviosismo en la entrada. Pero ahora, después de esos besos reparadores de Carmelo y de tener que sacar fuerzas para mimarlo un poco, había recuperado el apetito. Y se había acordado que en realidad llevaba dos días sin casi probar bocado.

Cristina, la jefa, fue a saludarlos.

-El postre, bien. Pero… lo siento, la paulova… – requirió Carmelo.

-Pues sentaros un rato con Javier y Aritz y os llevo a esa mesa las paulovas. Javier es de vuestra misma opinión. Así os ponemos unos biombos y nadie se entera. Algunos comensales parecen estar cada vez más pendientes de vosotros.

Jorge y Carmelo aceptaron. En cuanto llegaron a la mesa, todos se levantaron. Jorge miró a Carmen. Olga no estaba. Ella le hizo un gesto para hacerle ver que se había ido. Jorge respiró aliviado. No sabía la reacción que hubiera tenido Carmelo al estar de nuevo junto a ella.

Carmen les fue presentando a todos. Oller, se acercó de primeras a Jorge. Le apasionaban sus libros y no quería dejar pasar la oportunidad de hablar de ellos. Carmen se puso a su lado, porque ella también era fan y tampoco había tenido la oportunidad de tener una conversación como esa. Carmelo se quedó con Matías, con Javier con Aritz y con Ander. Ellos parecían más de cine.

La conversación se alargó, salpicada por unas paulovas de las que dieron cuenta todos y por unas copas que acompañaron a los cafés. Se alargó tanto que al final Cristophe, el dueño, pudo subir a saludarlos.

-Vosotros sois de lo que no hay – les dijo riendo a Carmelo y Jorge – No solo tenéis a gala cerrar a altas horas de la madrugada los restaurantes donde vais a cenar, sino que ahora, envenenáis las costumbres del resto.

-Pero reconoced – Cristina también se había acercado – que al final os lo acabáis pasando genial vosotros. Porque os soléis sentar con nosotros y os unís a la charla – les dijo riendo Carmelo.

-Que por otra parte, ya estáis tardando en sentaros y en sacar ese champán que guardáis por ahí para las grandes ocasiones. – apuntó Jorge.

Cristina puso las manos delante, en las que llevaba dos botellas de champán.

-¡¡Bien!! – dijeron todos a coro mientras aplaudían.

Como ya no había nadie más que ellos, quitaron los biombos que les habían mantenido ocultos y ampliaron las mesas. Cristophe llevó unas tejas para acompañar la jarra de café que también había llevado. Y unos bombones que hacían ellos.

Javier, que con tanto cambio había acabado al final sentado al lado de Aritz, le cogió la mano y se la besó. Luego le besó en los labios.

-Mamón, al final has conseguido una noche guay. Gracias.

-Todavía no ha acabado…

-Van a ir…

-Les he dicho que se vayan a mi casa. Estaremos solos. Yo creo que en el fondo lo prefieren. Además, están agotados. A parte de emocionados, felices y contentos. No nos echarán de menos unas horas.

-Entonces… me apetece follar en la alfombra del salón.

-Querido, lo siento. Tengo tanto deseo de besar tu polla, de comértela entera, que eso va a suceder al lado de la puerta de entrada.

-¿Solo mi polla?

-Eso va a ser el entremés.

-Te recuerdo que debes ir a la fiesta de mi prima.

-Que la den.

Javier se echó a reír mientras volvía a besar a Aritz. Su pareja. Su novio. Su amor.


Capítulo 32.-

.

Jorge salió a la terraza de su casa. La luz empezaba a romper la opresión de la noche. No había intentado ni meterse en la cama. Estaba demasiado alterado para dormir. Había intentado coger el sueño en la butaca de su rincón, como la vez que tuvo que ir Carmelo a despertarlo, pero no lo había conseguido. Ni la cercanía del rubito lo había hecho posible.

Hacía tiempo que no salía a la terraza. Estuvo un rato mirando la calle, apoyado en la barandilla. Observando como se mezclaban los que volvían de divertirse con los que empezaban su jornada laboral. Dos mundos opuestos que se cruzaban en las calles o coincidían en los mismos locales en esas horas en las que la noche y el día se mezclan de tal forma que se hacen irreconocibles.

En algunas conversaciones que escuchaba en los bares, en los parques, charlas de amigos o conocidos, había personas que se extrañaban de que eso fuera así. Parecía que durante la pandemia, lo de divertirse había desaparecido y que toda la gente se había convertido en monje cisterciense. Pero no. En todo caso había cambiado las zonas en las que hacerlo y el modo.

Las personas que estaban concienciadas con guardar las distancias con lo del covid y que se habían encerrado en casa, habían sido sustituidas por otras que antes de todo esto, no eran dadas a esas diversiones, y que descubrieron un buen día, posiblemente después de ver el noticiario de televisión, o quizás alguno de los programas matutinos de las radios o de las teles, que se estaban ahogando. Una vez escuchó a una mujer, no era ya una adolescente precisamente, aunque tampoco peinaba canas, discutiendo con dos amigas.

-Lo siento, prefiero morirme de covid que de depresión. Me ahogo. Necesito ver gente, abrazar, besar, rozar… ¡Me ahogo, joder! Todo es: te vas a morir, te vas a morir si das la mano. Si das un beso, si das una palmada a alguien en la espalda. Si quedas con fulanito o con los sobrinos o con la chacha. Me muero de depresión, joder, de tristeza de esa soledad profunda… y no me vengas con los vídeos y las… ¡¡Qué me ahogo, joder!!

-Pero luego me puedes contagiar a mí. Piensa en eso.

-Tú me contagiaste de la gripe y estuve hospitalizada ¿Recuerdas? No te lo he echado en cara nunca. Si tienes miedo, no hace falta que nos veamos. Ni tampoco que nos llamemos o nos mandemos mensajes. No vaya a ser que te contagies. Y te recuerdo, que has pasado el covid y no te has contagiado de nosotros. Mira a ver quien lo hizo y en que circunstancias. No me vengas a dar clases de vida.

Jorge cogió, de un armarito que tenía en una esquina de la terraza, un par de mantas. Una la puso sobre una de las butacas de exteriores con las que ya hacía unos años que había amueblado la terraza. Se sentó. Se tapó con otra manta y siguió mirando la calle.

Sintió que el móvil vibraba en su bolsillo. Lo sacó. Era Aitor.

-Te he estado esperando para nuestra noche de amor, pero no has venido – le dijo a modo de saludo.

Jorge se sonrió.

-Ya sabes que nuestra forma de hacer el amor es espiritual. Y eso lo hacemos cada minuto del día.

-Muy poético, lo reconozco. Pero con eso no me corro.

-Lo siento. No me venía bien coger el avión esta noche. Vente a vivir a Madrid.

-Entonces verdaderamente me sentiría frustrado por no poder amarte. El Carmelo ese me soltaría una hostia si me acerco a ti con ganas de meterte mano para cogerte la polla y darla un suave masaje antes de comérmela entera.

-Que bobo eres.

-¿Te cuento?

-Estoy sentado.

-Antes ¿Puedo ayudarte en algo? Estás preocupado. Hace siglos que no te sientas en la terraza de madrugada. Estás a cinco putos grados, escritor.

-Es por el amanecer.

-¿Estás bien? – insistió Aitor.

-No puedo dormir, nada más.

-No te ha sentado bien tu excursión de la Embajada. O tu programa de la tele.

-Algo de eso hay sí.

-Ya irás recordando. Mientras tanto, disfruta de la experiencia. Todos los días uno no descubre que es un pega hostias del copón.

-A veces pienso que a mí me hicieran algo parecido a lo de Cape y Carmelo. Esto no es normal. Nunca pensé que tuviera una doble vida, y parece que la tengo. No me reconozco en lo que dicen que hice. No me reconozco pegando una patada a ese tipo sin pestañear. Y tener la certeza de que no necesitaba a Hugo y a Helga para dejar KO a los otros. No me veo, pero me siento cómodo en el papel, en el lugar, y lo que más me preocupa: me gusta.

-Tienes mucha mierda en el cuerpo todavía. Lo eliminas muy despacio. Pensemos que es eso.

-¿Eso me va a decir el Dr. Manzano?

-Sí.

-A lo mejor le llamo y sustituimos la consulta presencial por una telefónica. Está muy de moda. Total, ya has visto tú los resultados…

-¿Qué me dirías si te dijera yo lo mismo?

-Vete a freír espárragos, Aitor. – dijo un divertido Jorge. – ¿Me has llamado por eso?

-¿Te cuento lo de la embajada?

-Te escucho.

-Al parecer los hombres que estaban con Galder, habían entrado como unos invitados más. Estaban en la lista. Iban con su acreditación, con su documentación falsa en regla. DNI falso de primer nivel. Galder también había entrado con invitación. Solo que él con su DNI original.

-¿Quién le ha proporcionado la invitación? A Galder, digo.

-No sé como se las ha arreglado. Iba con invitación emitida a la Unidad de Investigación. Lo investigaré.

-Deja. Le digo a Carmen. Es mejor que se ocupen ellos. Que yo sepa no fue nadie de la Unidad.

-Dile mejor a Olga. Por si acaso.

-Es que he hablado antes con Carmen. Creo que…

-No digo nada. De esos juegos no … no los domino, vaya. Te cuento lo que le hicieron.

-Antes cuéntame como se encontraron en la fiesta. Lo que le hicieron… más o menos me lo puedo imaginar por lo que vi al encontrarlo.

-Se conocían de antes. Por las imágenes, me parece evidente. El que intentó pegarte, fue el que se acercó. Llevaba la voz cantante del grupo. Da la impresión de que medio habían quedado. Le he mandado esas secuencias a una amiga que es especialista en leer los labios. Cuando me transcriba la conversación, te diré seguro. Pero el lenguaje corporal… y eso lo he aprendido de ti, no miente. Las cámaras para el streming ya estaban instaladas. Llevan ahí más de dos meses. Esa habitación la han utilizado ya en otra ocasión.

-¿Con ese chico?

-No. Con otro. Fíjate si fue fuerte el tema, que forraron las paredes y los suelos con telas blancas. Si salió vivo, estará todavía convaleciente. He conseguido la sesión completa, por si quieres verla. Pero no te lo recomiendo.

-Es de suponer que con Galder no iban a llegar a ese extremo.

-No necesariamente. Te cuento como funciona el tema. Y estos son aficionados, que conste. Hay rumores en la Dark Web que hay una organización que organiza, perdón por la redundancia, estas sesiones casi profesionalmente. Con espectadores en directo que pagan una millonada por estar en sitio preferente y que la sangre o la mierda o el semen les salte a la cara. Éstos no llegan a eso, de momento. Pero mientras dura la sesión, los que han pagado por verla en directo, pueden pujar por que le hagan determinados castigos. O pruebas. Sueltan la pasta y los “amos” cumplen esos deseos. Eso pasó con ese chico primero. De todas formas, en este caso, no habían abierto subasta de “deseos”, como lo llaman. La sesión era a gusto de los “ejecutores”.

-¿Sabes quién es ese otro chico?

-No. Estoy en ello. Solo te diré que tiene un cierto parecido a Rubén. En más joven. Eso parece al menos al principio de la sesión. Luego… el dolor y el agotamiento… parecía casi un anciano.

-Eso fue, esa sesión. ¿Antes o después de que le agredieran a Rubén?

-Unos días antes. Al día siguiente de que fuera a esa fiesta en la que no le viste beber. ¿Te acuerdas?

-Sí. Parecía estar esperando a alguien.

-Que no apareció.

-Que sepamos.

-Si luego lo vio en casa… es la única posibilidad. Acuérdate que le seguiste hasta su portal. Hasta ahí, no apareció.

-No me creí que se fuera a dormir sin darle al vodka. Hasta esa noche en todas las que me lo encontré, perdió la razón y el sentido en un baño de alcohol.

-Ese chico no está bien de la cabeza. Tiene un pasado. Ya me entiendes.

Jorge hizo un gesto de fastidio. Ese “ya me entiendes” no le gustaba un pelo.

-Puede ser su pasado – siguió exponiendo Jorge tras un breve silencio. – Pero me temo que tuviera en ese momento un presente que le costaba afrontar. ¿En qué consistía? Ni idea. Algo le… removía por dentro. ¿De qué vivía en realidad? ¿Y quién era esa mujer que se hizo pasar por su tía? Y tiene que haber algo que lo relacione con Jorgito antes del día de la agresión.

-¿Qué tipo de relación te refieres?

-Algo en común. Amigos. Sitios que frecuentaban. Puede que se conocieran. Incluido relaciones en la red, webs en común, o foros o páginas de ligar… ahora mismo no sé que piensa Jorgito sobre nada. Dudo hasta de su relación con sus padres. Si es que lo son. ¿Y Clarita?

-Eso es mucho a investigar. Entrar en los sitios y mirar, no me cuesta. Leer todas esas cosas o ver los vídeos lleva mucho tiempo. Aunque los vea a triple de velocidad.

-¿Obligaron a Galder de alguna forma…? – Jorge no parecía haber escuchado las apreciaciones de Aitor respecto a todas las preguntas que planteaba el escritor.

-No. Yo creo que ese chico fue voluntariamente. No sabría decir si todo lo que hicieron estaba pactado. Las drogas se las metieron ya en el cuarto, por sorpresa. No te cuento lo que le hicieron, no aporta nada.

-¿Le violaron?

-No sé si calificarlo así. Dejemos en que todos …

-Vale, vale. Todos le follaron. ¿Antes de que le dieran las drogas?

-Sí. Cuando uno de ellos le “ordeñó”, fue cuando le inyectaron las drogas. Hasta ese momento, el sexo y si acaso, unos azotes en el culo. Bonito culo, por cierto. A parte de ser un bellezón. Es como su madre, pero en chico. Y como su padre, que también es un bellezón.

-Anda. ¿Sabes quien es su padre? Ese tema parece un secreto de estado.

-Sí. Pero eso no viene al caso. Ella ha guardado el secreto hasta ahora, debemos respetarlo. ¿No te parece?

Jorge sonrió. De todas formas, pensó, se lo podía contar a él. Él guardaría también el secreto.

-O sea, que pudieron quedar para el sexo, pero…

-Es posible, sí. Después de ese momento, todo se desmandó. Lo interpreto así al menos.

-Tendré que llamar a Olga.

-Ese chico no parece estar en sus cabales. Pero solo llevo unas horas investigando. A ese de todas formas, no es posible hackearle. Es un maestro. Creo que ya sé quien es. Si es el que yo digo, es casi tan bueno como yo. Es un colega. Y hasta hemos hecho asaltos juntos. Aunque ahora tiene un perfil bajo en la red. Tiene varios nicks de guerra.

-¿Está buscando nuevos retos ahora en la vida real? Pues… podía haber seguido compitiendo contigo por ser el mayor hacker. Pero de todas formas, menuda mezcla: un tipo que es un hacker de primer nivel, hijo de una reputada comisaria de policía. Además es un antiguo novio de Javier ¿No?

-Afirmativo.

-¿Y Javier no lo sabe?

-Hasta donde yo sé, no. Y tal y como está ahora, yo no se lo contaría.

-¿Os conocíais en persona?

-Na, que dices. Somos hackers, joder, no un club de lectura. Si llego a saber que está tan bueno… otro gallo hubiera cantado. Lo hubiera buscado para follarlo.

-Pues mira, en cambio buscaste conocerme a mí.

-La mejor decisión que he tomado en mi vida.

-Zalamero.

-De todas formas, aunque el ordenador del Galder ese está protegido al cien y su móvil, su casa no. Le espían.

-No lo entiendo.

-Ni yo. A no ser que sea buscado. O consentido.

-Me dijeron que trabaja en Uremerk.

-No lo sé. A eso no he llegado.

-Prefiero que antes me busques a quién ha traicionado al embajador. Se lo debo.

-Vale. De todas formas, le ha encargado al hombre ese que te condujo de vuelta a la terraza que lo investigue. Parece su hombre de confianza. Dato curioso: no es el jefe de la seguridad de la embajada.

-Y además es joven.

-Como Carmelo. Creo que son del mismo mes.

-Parecía más joven.

-¿Te ha dicho algo Hugo de su traducción? Por cierto, es muy arisco. Está bueno, pero ya le odio. Que sepas. No me hace caso. Se pone muy digno. Se debe creer que soy un adefesio o algo así. Y estoy bien bueno.

-Si te viera en persona, seguro que lo conquistabas.

-Una mierda. Ese me da que solo cata miel de calidad. De la cara.

-¿Vas al médico? – cambió de tema Jorge.

-Ya sabes que no.

-Vente a Madrid y le digo a Manzano. Tienes que mirarte esos dolores.

-Son de las hostias que me dieron mis padres. Y de las que esos hijos de puta de médicos a los que me llevaban me curaban sin mucho interés.

-Por eso te digo. ¿No habrás vuelto a drogarte para el dolor?

-Tengo un acuerdo contigo. Y lo respeto. Aunque me muera de dolor.

-No quiero que te mueras de dolor. Quiero que te cures.

-No tengo pensado…

-¿Quieres que le pregunte a Manzano? Seguro que conoce a algún colega de confianza en París. Me voy unos días y te acompaño.

-No hace falta. Me aguanto.

-No me quedo conforme. Ya hablaremos. Dime eso de Hugo. Y luego te vas a dormir que te noto agotado.

-Ha traducido las diez primeras páginas de esa novela.

-¿Y?

-Copia exacta.

-Dime las buenas noticias.

-Ha sido Nadia. Es la única que se ha bajado la novela. Ya lo he comprobado. Cuando la bloqueamos, intentó varias veces acceder de nuevo. Podría haberte preguntado por qué le fallaba las contraseñas de acceso, pero no lo hizo. Eso es, demuestra, su cargo de conciencia. Hasta buscó a un experto informático para intentar sortearlo. Uno de la empresa esa de Arnáiz.

-Me imagino que perdió el tiempo.

-Y le dedicó horas. Pero sí. Si quieres te digo quien es, y desde donde lo hizo. Hasta le saqué una foto. No, no estaba Nadia con él. Sí, es un hombre. No, no es guapo. Ni está bueno. Ni es buen informático. Voy a ir comprobando desde dónde se conectaba a la nube cada vez que lo hacía. A lo mejor nos llevamos sorpresas. Y así a lo mejor, la encontramos.

-Dime más buenas noticias.

-También se bajó “La Casa Monforte”. Y “Muerte y resurrección del hombre de la corbata roja”. Y “Una boda sin novios”. Y también, se me olvidaba, “El tipo que desayunaba por la noche”

-O sea que debemos buscar esas tres novelas por el mundo. Cuatro, perdón.

-Y por España.

-Si dices eso…

-Es una corazonada. Tengo que investigarlo. ¿Le hablaste a Nadia de mí?

-No. ¿Por qué?

-Ha desconectado todos sus dispositivos. Está ilocalizable. Y antes de que preguntes, no hay forma de explicar su patrimonio. Y eso que me da que gran parte lo tiene oculto. Es de lo que vivirá. Hace un par de años que dejó su trabajo.

-¿Vive del aire? No me dijo nada la hija de puta.

-Me dijo un amigo una vez que vivía de las apuestas. Era mentira, robaba a la empresa. Ésta te robaba a ti.

-Nunca me contó que hubiera dejado el trabajo. Tampoco me contó que tuviera pareja y que le mantuviera.

-Habrá vendido las joyas que le regalabas como agradecimiento. Pero se va a joder. Si haces lo mismo que con “La Casa Monforte” que antes de publicarla la cambiaste completamente, cuando publiques esas novelas de verdad, no las va a reconocer ni su padre. Y además, serán todavía mejores. Es una pasada la diferencia de la primera versión a la que has publicado.

-Claro que lo haré. Debo cambiar todo el Universo paralelo. Debe ser concordante con el lugar que ocupan en el orden de publicación. Y eso cambiará la historia. La Casa Monforte iba la tercera en el orden de publicación. No tenían sentido las peripecias de los personajes, del niño de quince y el resto. La dependienta de “El Corte Inglés” apareció por primera vez en “La hora de la confesión”.

-Fue bestial la velocidad a la que lo hiciste.

-Cabrón, que me ibas corrigiendo las faltas. Si la leías casi a la vez.

-No. Lo hacía cuando descansabas. Era una locura tu ritmo.

-Desde la comida de Dimas, tuve claro que era la que se iba a publicar. Lo fui organizando en mi cabeza. No me apetecía discutir. A parte, sus argumentos, falsos, claro está, eran aceptables. No querían que siguiera el orden, porque ellos si lo siguieron. No pensaban que iba a publicar nada. Les pillé a contra pie.

-“La hora de la confesión” no se la bajó.

-Es raro. Decía que le gustaba mucho.

-A lo mejor ha probado ahora. Hubo un intento de entrar con tus credenciales. Otro intento, me refiero. Pero esta vez con las supuestamente tuyas.

-Que se joda. Se estará tirando de los pelos por no habérselo bajado todo.

-Si se llega a enterar que tienes otras tantas novelas…

-Calla, no se lo digas a nadie.

-Pues tú no lo digas tampoco. Además, a cada uno le dices un número distinto. Y parece que disfrutas, te regodeas en ello.

-Es que no me acuerdo de lo que le he dicho al anterior. Y de todas formas, la mayoría no se lo creen. Piensan que desvarío. Alguno yo creo que piensa que al final las drogas me han freído la cabeza.

-O no sabes las novelas que tienes acabadas. – se burló Aitor.

-Dímelo tú.

-Siete en la carpeta de Nadia. Y los ochenta y tres relatos. Nueve en la carpeta correspondiente oculta para ella. De esas siete primeras, quitamos “La Casa Monforte”. Quedan seis. Y mil ciento noventa y siete relatos en la oculta. Más cuarenta y cinco pendientes de registrar. Más mil quinientos ochenta y dos descartados. Martín se lo ha leído casi todo. Cada vez que entra, mira a ver si has escrito algo más. No entra a leer las no registradas, eso sí. Pero como ya no tiene que leer, ha empezado con los descartes. Creo que cualquier día te va a dar una colleja por desechar algunos de ellos. De hecho, la que llevó al programa de Alsina, es un relato de los descartados. Y creo que todos quedaron maravillados y a todos gustó. Por cierto, os quedó genial. Aunque habéis quedado con Alsina en ir un día y volverlo a grabar habiéndolo estudiado antes, a mí me encanta como os quedó. Si puedes, escucha el podcast. Carmelo, por cierto, no había entrado nunca en las otras carpetas. Yo creo que porque pensaba que no querías que lo hiciera. Pero ya ha empezado a leer el resto. Y a buen ritmo.

-Vaya. Pero esos relatos son cortos… los descartados.

-Y una mierda. De esos tienes quince que superan las cuatrocientas páginas. Siete, superan las trescientas. Dos, superan las ochocientas páginas. Doce, superan las doscientas. Y los sigues teniendo en la carpeta de relatos cortos. A parte, tienes tres agrupaciones de relatos, que en realidad son capítulos de novelas. Paso de decirte cuales son, que ya lo sabes tú. De esas agrupaciones de relatos, sacarías cuatro novelas, por lo menos. Cuatro inmensas novelas.

-Dejemos el tema – dijo Jorge sonriéndose. – Soy feliz escribiendo. Como tú lo eres corrigiéndome.

-Te dije cuando nos conocimos que no necesitabas correctora. Que te lo hacía yo.

-Más me valía haberte hecho caso. Por cierto, gracias por ocuparte de mandar registrar esa nueva versión de “La Casa Monforte”.

-Tu amigo del registro estuvo encantado de ayudarnos. Le caes bien. Por nada del mundo hubiera dejado que no lo hicieras. Ese tipo siempre me ha parecido siniestro.

-¿Quién?

-Dimas. El del registro es majísimo.

-A ver si saco un momento para ir a tomar un café con él.

-Aprovecha y registra lo último que vas escribiendo. Esos cuarenta relatos que tienes pendientes.

-Si no lo hago en quince días ¿Te ocupas tú?

-Te venía bien ir a la imprenta y luego a estar con ese hombre.

-Tengo que ver a demasiada gente.

-Vale. Pero eso te va a suponer otra noche de amor conmigo.

-Que bobo eres. Ya sabes que te quiero.

-Yo quiero follar contigo. -reiteró con voz ñoña.

-Si un día te digo, seguro que ni te empalmas de los nervios.

-Posiblemente. Pero quiero comprobarlo. Te dejo escritor. Me voy a ir a sobar un rato. Mañana seguiré con la investigación.

-Querrás decir luego.

-Para mí los días son… empiezan cuando me levanto y acaban cuando me voy a dormir. Me da igual la hora en que haga cada cosa.

-A lo mejor descubrimos que llevas dos meses de retraso en el dormir.

-Más o menos como tú.

-Gracias, querido. Sabes que te quiero ¿Verdad?

-Sí, escritor. Lo sé. Y yo también te quiero a ti.

Jorge se recostó en la butaca y se tapó mejor con la manta. El sol estaba a punto de aparecer por el horizonte. Si le había dicho Aitor al empezar a hablar que hacía cinco grados, eso supondría que al aparecer el sol rondarían los cero grados. La calle iba cogiendo el ritmo de un día entre semana. Debería ir a prepararse para ir con Carmelo a la editorial.

Volvió a sonar el móvil. Era de nuevo Aitor.

-¿Qué se te ha olvidado?

-Necesitaba pedirte un favor.

-Dime.

-Te hablé de que iba a abrir en Madrid mi empresa de seguridad.

-Claro.

-Recibirás en un par de días un poder para representarme. Quisiera que te ocuparas de todo lo del notario y demás. Y que fueras mi socio.

-Claro. Eso ya te dije que sí.

-Y que te conviertas en el consejero delegado. No te llevará casi tiempo. Solo firmar. Te preparo la firma digital.

-Vale. Ahora me deberás tú una noche de amor.

-Vale. ¿Cuando vienes a disfrutarla?

Jorge no pudo evitar una sonora carcajada que retumbó en la madrugada madrileña en la calle Núñez de Balboa.

Paulina llevaba días sin pasarse por el barrio. Le habían cambiado de zona por unos días. No pudo resistirse a preguntar al frutero sobre el día en que fue Doña Eugenia a invitarle a un café. Así que en cuanto pudo, se plantó delante de la frutería. Abrió la puerta y desde allí gritó:

-¿Se puede?

Vicente salió del almacén a ver quien era.

-Creía que te había dejado de gustar la fruta y verduras.

-¿La fruta o el frutero?

-Ya estamos. Vienes a cotillear.

-No todos los días viene una señora con mayúsculas a invitarte a tomar un café.

-Pues nada. Subí y tomamos un café. Con los niños.

-¿Y?

-¿Como que “Y”?

-¿Habéis consumado?

-Paulina, por favor. Tomamos un café y punto. Y jugamos con los niños.

-Y luego ¿No la has invitado no sé, a merendar otro día?

-Pues no.

-¡Ay! Chico, que soso eres. Pues invítala. Si no lo haces parecerá que no te interesa.

-¿Por qué piensas que me interesa?

-Porque vi como la mirabas. Lo vi con estos ojitos.

-Está a otro nivel. No me confundas. Soy un frutero. Nada más.

-Y ella una mujer, nada más.

-Pero con clase, elegante, con un sueldazo.

-Una persona, tú, una persona ella. Dos personas. Lo demás…

-Ya sí, dime que lo demás no importa.

-Por probar… es de educación. Míralo de esa forma. Busca un sitio distinto e invítala. Como excusa, tener un detalle por haberte invitado a tomar café con sus hijos el día de su cumpleaños.

-Tendré que decir que lleve a los niños.

-No sé… deja eso en su tejado. Venga, manda un wasap. ¡Vamos!

-¿Y qué le digo?

-Pues… que estuviste muy a gusto y que te gustaría tener un detalle de agradecimiento por ello. Y busca un día, y dila que si le apetece ir a … ese sitio que ponen esas tortitas tan buenas. O esa pastelería tan buena que tiene cafetería y que pone unos surtidos de pastelitos muy ricos.

Vicente resopló.

-Dame el móvil, anda.

-Que no, que…

-¡Dame! Si te dice que no, pues ya está.¡Dame!

Vicente acabó claudicando y le tendió el móvil.

-Espero no arrepentirme.

-Agorero.

Paulina empezó a escribir, mientras Vicente se volvía al almacén para no verlo.

-¡Ya está! – gritó Paulina.

Jorge Rios.


Capítulo 33.- 

No esperaban encontrarse un montón de periodistas en la puerta. Y otra vez iban Carmelo y Jorge juntos. Las primeras preguntas fueron en ese sentido. Parecía que su aparición de hacía unos días en la televisión, no había acabado de aclarar su situación. O que en realidad, no les interesaba que fuera clara, porque vendía mucho más una relación adúltera. De repente, una periodista micrófono en mano les espetó:

-¿Que tienen que decir del intento de agresión que sufrieron hace unos días?

Con esa pregunta, la periodista consiguió que el resto de sus compañeros callaran. Jorge y Carmelo se miraron los dos sorprendidos. No había trascendido que el asalto del parque había sido un intento de matar a Jorge. Como la pregunta se la hicieron a los dos, como si hubieran estado juntos, no tuvieron que fingir mucho para poner cara de póker. Nadie les había avisado de que había ese nuevo rumor en la calle.

-No sé que de… de qué nos hablas. – contestó Carmelo trastabillándose. Quería dejar claro que la pregunta les había sorprendido.

-Por eso lleva guardaespaldas. – le preguntaron directamente a Jorge Rios.

-A veces los llevo. Cuando lanzo un libro, por ejemplo. Como ahora.

No mentía del todo. El asunto del chantaje y de las amenazas por las que Poveda le preguntó en la televisión, había propiciado que Dimas considerara necesario contratar guardaespaldas una temporada. Decía que había recibido además amenazas de otro pirado que también argüía que copiaba sus libros. Venía a decir que él era el autor y que se los había apropiado. Casualmente lo decía también de “Tirso” y de “Todo ocurrió en Madrid”. Éste no aportó pruebas, ni pidió dinero. Solo amenazó, según Dimas, que nunca quiso enseñarle esas amenazas. Bien era cierto que en aquella ocasión los guardaespaldas eran privados y pagados por él. Ahora eran puestos por la policía. Pero eso de momento no lo sabía la prensa. Y con un poco de suerte, no se enterarían. Tampoco era tan famoso como para concitar la atención permanente de los periodistas. Era solo un escritor. Si les interesaba más de lo normal era porque lo veían con Carmelo. Él sí que interesaba a todo el mundo. Algunos periodistas habían pagado hasta para que miraran en su basura.

-Se llegó a comentar en algunos foros de Internet que casi perdéis la vida. Incluso en algunos de ellos se os dio por muertos.

-Pues como podéis comprobar, eso no es así. – Carmelo había vuelto a tomar la palabra. Y seguía poniendo cara de cariacontecido y de sorpresa – No sabemos de donde puede salir todos esos rumores. La realidad la tenéis delante. Creo que sobran comentarios.

Carmelo agarró del brazo a Jorge y tiró hacia la editorial. Allí les esperaba Esther. Era extraño que hubiera bajado a recibirlos al hall. Nunca lo habían hecho hasta ahora. Ni ella ni Dimas, claro. Ni siquiera un secretario.

-Estaba preocupada. Me han dicho que estabais en la puerta con una nube de periodistas. A lo mejor vuestra relación ha concitado la atención de la prensa.

Jorge y Carmelo se miraron. Fue Carmelo el que hizo la observación.

-Lo que no alcanzamos a saber, es quién ha dicho a la prensa que íbamos a venir. O al menos, que lo iba a hacer Jorge, porque hasta hace una hora, no he decidido acompañarlo. Alguien ha tenido que avisar a la prensa.

-Seguramente tu representante. – dijo Esther molesta dirigiéndose a Carmelo.

-Entonces habría que preguntar quién se lo ha dicho a mi agencia, porque yo no. Te repito que hace una hora que lo he decidido y que no comento con mi representante mi agenda privada. No he venido a un acto. Acompaño a mi pareja a una reunión de trabajo. Se lo diré a Sergio Romeva. Creo que os conocéis si no me equivoco. – Esther hizo un gesto indescifrable al escuchar esa última afirmación. Un gesto difícil de interpretar pero que no parecía indicar que ese hombre fuera de su agrado. – Seguramente te llamará para comentarte al respecto. Es muy puntilloso con su forma de trabajar. No le gusta que nadie ponga en cuestión su profesionalidad.

-Aprovecho para adelantarte que la agencia de Sergio Romeva, será la que se encargue de mi agenda. Parece que vosotros sois incapaces de hacerlo. No me gusta enterarme de una cita concertada hace un mes, diez minutos antes de la hora prevista. Y encima, no me entero por vosotros.

-Otras veces te has olvidado tú y nadie te ha dicho nada – contestó Esther, un poco más bruscamente de lo que pretendía. Pero no le había sentado nada bien el reproche de Jorge.

-Hazme una lista de esas citas que se me han olvidado. Para autoflagelarme. Luego, haré yo una con los últimos eventos y con vuestros movimientos en ciertos temas de los que no he sido informado. Comparamos notas si quieres.

-No es para ponerse así… – Esther reculó.

-Solo te contesto, Esther. Si vas a seguir la estrategia de ponerte digna para que yo me achante, ya te digo que te equivocas.

La nueva editora de Jorge les invitó a seguirla y eso hicieron. En silencio. Esther no estaba contenta precisamente de como había empezado su reunión con su principal escritor. Tenía que apartar su malestar por los comentarios de Carmelo y su sorpresa por la actitud de Jorge. Seguramente era por la influencia de ese actor de televisión. Tenía que buscar la forma de que Jorge reculara en la decisión de encargar la gestión de su agenda a Sergio Romeva. No le apetecía nada tratar con él. El hecho de que Jorge la hubiera contestado de esa forma tan rotunda, era quizás lo que más la desconcertaba. Pero debía recuperar la tranquilidad. No podía enemistarse con Jorge. Y menos en la situación en que estaba la editorial.

-Teníamos que hablar de los viajes de dentro de dos semanas. Dimas lo había dejado todo planificado.

El silencio de los tres parecía pesar en Esther y al final hizo ese comentario para romperlo.

-¿Vas a acompañar a Jorge en su viaje? – siguió comentando – Creo que desde esa serie que rodaste en Francia eres muy conocido allí. Dos temporadas de momento ¿No? Aunque no sé si sería conveniente para Jorge. Tu fama podría eclipsar las presentaciones. Aunque como es un tema privado, no quiero inmiscuirme. Pero sería mejor, pienso, que Jorge fuera el protagonista único del viaje.

-Llevo muchos años siendo conocido allí – contestó Carmelo de forma tajante y seca – De hecho es por lo que me ofrecieron “Puis, l’enfer”. A parte de que pensaran que era el mejor actor para hacerla. Las otras propuestas que tenían sobre la mesa los productores eran Daniel Radcliffe, Gaspard Ulliel y Ty Sheridan. La serie ha ganado muchos premios y yo también.

Podía haber añadido que su primer premio en Francia lo ganó con una película que rodó allí con once años. Y desde entonces, era muy considerado en la profesión y tenía muchos seguidores, casi más que en España. Que tenía tres César al mejor actor protagonista. Y que había estado nominado otras dos veces. Pero se calló. No quería distraer a Jorge. Era su terreno.

-No era mala competencia – apoyó Jorge – Y la elección de los productores no pudo ser más acertada. Y más, visto el resultado. ¿No te parece Esther?

-Claro, claro – dijo a toda prisa la aludida. Se la notaba muy incómoda con la situación. – Ya hemos llegado a mi despacho. Sentaros. Marina, por favor – se dirigió a su secretaria – mira a ver si puedes traer unos cafés decentes. ¿Os apetece?

-Por mi no – comentó Jorge de forma seca.

-Yo sí, cortado por favor. Con azúcar.

Carmelo había sacado su mejor sonrisa. Había que relajar un poco el tono, pensó. Hizo un gesto para indicarle que se relajara. Jorge se imaginó diciéndole en plan padre: “Sácate el palo del culo, joder.”

-Tráeme a mí otro igual – se corrigió Jorge.

La secretaria no tardó nada en traerlos. Y eran decentes, pensaron ambos. Sonaba todo a previsto, a pose ensayada.

Esther empezó entonces una exposición sobre los planes para las visitas a París y a Dublín. Edimburgo sería solo una mañana con una presentación en un teatro. Luego volvían a España. Dos días en cada capital, con una rueda de prensa y algunas entrevistas para los principales medios de cada país. Una cena con algunos libreros y poco más. Una firma de libros en cada ciudad, aunque con las limitaciones por la pandemia serían reducidas a una serie de personas que habían ganado un sorteo al comprar la novela la semana anterior.

-Les harán a todos un test de antígenos, para prevenir tu seguridad. Pantallas protectoras, geles, todo el protocolo habitual.

Se le había acabado la cuerda. Ya no había nada más que contar. De repente Carmelo carraspeó y dijo:

-Iré contigo a ese viaje.

Jorge levantó las cejas sorprendido. Era una grata sorpresa. A pesar de lo que pudiera pensar Esther, a él no le importaba en absoluto que le acompañara, al revés, estaba encantado. Además Carmelo estaba acostumbrado a las presentaciones. Sabía de los ritmos, de las entrevistas, de la gente agolpada para la firma. Era un verdadero profesional en esas lides. Le podía ayudar mucho. Le atraería otro público y le quitaría algo de presión. Eso en el aspecto profesional. En el otro aspecto, en el personal, eso le llenaba de felicidad.

-A lo mejor no es bueno. Tú mueves a una multitud. Dejarías a Jorge un poco en segundo lugar – comentó Esther a la que de repente parecía habérsele quedado la boca completamente seca. Se abalanzó hacia una botellita de agua que tenía en un costado de su mesa. Su intención de controlar a Jorge en ese viaje se esfumaba al acompañarlo Carmelo. Éste era ingobernable hasta para sus asesores. Esa fama tenía al menos. Y encima con Sergio Romeva con voz y voto. – Por no citar los comentarios que habría sobre una posible relación vuestra. Que no es mi tema, o sea, que podéis estar juntos o lo que queráis pero vamos, estás casado y claro, la prensa se centraría en vuestra relación.

Jorge no dejaba de mirar a Carmelo. Si lo había propuesto así de repente, algo se le había ocurrido o algo le había venido a la cabeza. Carmelo no era de hacer esas improvisaciones. Y menos si estaba inmerso en un rodaje. Tendría la fama de ser un prepotente y un malencarado, pero era un profesional. Creía recordar que tenía unos días libres, a lo mejor coincidían con el viaje.

Tampoco era de meterse en su faceta profesional sin comentarlo antes con él en privado. Y menos después que Esther hubiera mostrado sus dudas a que Carmelo fuera con él. Pero también le preocupaba su reacción a la constatación de que ni Esther ni nadie de su equipo estaban pendientes de las apariciones públicas de Jorge. No se habían enterado de nada de lo que había sucedido en la televisión.

-Si no te importa, Jorge, le diré a Cape que venga también. – Carmelo parecía haber descartado entrar a discutir con Esther – Así lo enlazamos con la propuesta que venimos a tratar. Y ese anuncio podría ser un plus de publicidad para ti, y Esther podrá respirar tranquila. Yendo Cape nadie hablaría de nuestro supuesto noviazgo que tanto le preocupa a tu editora. Aunque por otro lado, me acompañaste mientras rodaba “Después, el infierno” y nadie se rasgó las vestiduras. De hecho vivíamos en la misma habitación de hotel, íbamos a todos sitios juntos, me acompañabas muchos días al rodaje y nadie se preocupó de si nuestra relación se llamaba de una forma u otra. Y aquello duró cerca de ocho meses. Ocho meses en que no nos separamos ni un solo día. Que ni siquiera volvimos a España. Así que Esther, creo que debes estar tranquila al respecto. Te informo de otra cosa: tanto Jorge como yo somos hombres libres de compromisos. Yo nunca me he casado ni con Daniel Gutiérrez ni con nadie. Y bueno, estando en las instalaciones de la editorial con la que Jorge publica, y en el despacho de su editora, me sabe mal tener que recordaros a todos que Jorge Rios es un ídolo de masas en Francia, en Alemania, en Irlanda, en Escocia, en Inglaterra. En Francia, en la pandemia, estuvo seis horas seguidas firmando libros en la Feria de París. Hacía cinco años que no publicaba nada nuevo. En Colombia, hay varias ciudades que han puesto su nombre a una calle. Cuando visita ese país debe ir rodeado por el ejército. En Argentina, hubo un gran problema de orden público en el Centro Comercial más grande de Buenos Aires debido a la asistencia masiva a una firma de libros. Gracias a Dios no hubo fallecidos, pero sí muchos heridos a los que Jorge visitó al día siguiente en el hospital. Ya, no se enteró nadie, porque lo hizo a parte de todo el montaje de publicidad montado. A ese viaje le acompañé. ¿No sabías? Y no eclipsé su fama, porque no se puede eclipsar. Aunque fuera Leonardo DiCaprio a la vez que él. De hecho, no se enteró nadie, salvo el personal del hotel. Y eso que no me separé de él. De Turquía tiene muchas ofertas para convertir sus novelas en telenovelas de esas que duran cientos de capítulos. Esas que empiezan a llenar las parrillas de las televisiones en España. Me lo comentan mucho en los círculos del mundo del cine. Me imagino que os habrán llegado esas propuestas. Que aunque Jorge haya dicho que no hasta ahora, lo mínimo es informarle para que vuelva a decir que no. ¿No te parece Esther? Le hizo un gesto a Jorge para invitarle a hablar de los derechos de la novela.

Ahora veía el escritor lo que Carmelo quería hacer. La presentación de la adaptación de “Tirso” era la excusa. Dos pájaros de un tiro. Aunque Jorge intuía que eran tres los pájaros a abatir con ese único tiro.

En medio de aquella entrevista, a Carmelo se le iluminó una parte de sus recuerdos apagados. Algo relacionado con Dublín y con Edimburgo. Esos flashes repentinos había que cogerlos al vuelo. Una vez allí, sería cuestión de seguir la intuición o esperar a que algo iluminara de nuevo sus recuerdos. Ya era una cuestión de necesidad. Él y Cape llevaban desde hacía tres años, desde que se produjo su reencuentro, intentando atar cabos con un pasado olvidado. Solo sensaciones parecían aflorar de vez en cuando. Parecía esa película de Nolan, Tenet, en la que en un momento dado, un personaje dice: “No intentes entenderlo, siéntelo”.

Habían aprendido a coger esas intuiciones al vuelo y seguirlas. La mayor parte de las veces quedaban en nada. No abrían ninguna puerta que llevara a otra y a otra y que al final abrieran las verdades ocultas bajo siete llaves. Pero si no lo intentaban, eso les producía una sensación de pérdida indescriptible, muy parecida a la depresión.

Jorge Rios.

-Antes de pasar a otro tema, he de decirte que a parte de mi agenda, creo que buscaré a alguien para que esté pendiente de lo que se dice de mí en redes o en las televisiones. Veo que nuestra aparición en Antena 3 el otro día, ha pasado desaparecida en estas oficinas. Una de las cosas que explicó Carmelo es su situación matrimonial. El resto me lo pasé aclarando las acusaciones de plagio que ya se solucionaron hace años y que tan mal llevasteis, todo sea dicho.

-De aquello no me ocupé yo – se disculpó Esther, cada vez más molesta.

Jorge hizo un gesto con la cabeza asintiendo. Aunque su genio que estaba a flor de piel le empujaba a entrar a saco en el tema, una mirada que vio en Carmelo le hizo serenarse y volver al tema principal.

-Te informo Esther que voy a vender los derechos de “Tirso” a Carmelo y a Daniel Gutiérrez para hacer una serie de televisión. Han constituido una productora y esa va a ser su primera producción. Llevamos tiempo hablando del tema. Y me han presentado un proyecto que, por primera vez, me apetece. Tirso va a ser interpretado por Carmelo. Y será para Movistar + que como ya sabrás hizo algunos intentos hace tiempo, incluso cuando era Canal+. Una serie de entre seis y ocho capítulos. Mi abogado te mandará el contrato para que lo eches un vistazo. Habría que tenerlo previsto para hacer alguna edición especial de “Tirso”. Quizás también sería buena cosa llegar a un acuerdo con Movistar para que cuando se haga la serie, hacer una edición de lujo con imágenes del rodaje. Aunque eso me imagino que ya se te ha ocurrido a ti en cuanto te lo hemos anunciado.

Esther volvió a necesitar de su botella de agua. Los miraba alternativamente con los ojos muy abiertos. Cada vez era más claro que había perdido el control sobre Jorge Rios. ¿Desde cuando tendría un abogado a parte del de la editorial? Y esa agencia de representantes de actores… ocupándose de sus apariciones públicas… los rumores que le habían llegado de que muchos periodistas llamaban a Sergio Romeva para preguntar por lo que pensaba Jorge de ciertos temas, parecían ciertas. ¿Cómo podía haber ocurrido eso?

-Esto sí que no me lo esperaba. Dimas siempre dejó claro que te negabas en redondo a vender los derechos de tus novelas para cine o televisión.

-Ha llegado el momento – dijo en tono rotundo.

-Todo es complicado… ahora. Podríamos subastarla. Sacaríamos mucho más rendimiento. No me parece profesional que se las vendas a tu noviete.

-¿Te hemos dicho acaso lo que Jorge ha pedido por esos derechos? – le dijo Carmelo mirándola con gesto duro y enfadado.

-Haré que no he oído eso de “noviete” – empezó diciendo Jorge – Sí. Debe ser un momento complicado. Porque nadie me ha respondido en esta editorial a mis requerimientos por varios días. Y cuando llamo a los teléfonos de costumbre me responde una amable señorita que no tiene ni idea de nada. A veces dudo que sepa siquiera quien soy. Y Narcís no me coge el teléfono, parece desaparecido. De Dimas mejor no hablo. Debe sentirse encima ofendido por algo. Y parece que ha desaparecido también. Aunque el que debería estar muy ofendido soy yo. Y muy ofendido. Por eso voy con seis guardaespaldas cuando voy a dar un paseo alrededor de mi casa. Y no has dicho ni palabra de todo esto. Compruebo que las circunstancias de tus escritores te importan poco tirando a nada. Eso sí, te preocupa que Carmelo y yo estemos liados. Pero te debe preocupar nada, que yo haya sufrido varios intentos de matarme. Has cambiado dos veces de criterio respecto a que Carmelo me acompañe en el viaje. Ya no sé lo que piensas de verdad, si es que piensas algo. Está bien que aclaremos lo del viaje, que ya pensaba que se había suspendido. Aunque ahora, con la presencia de Carmelo, eso no es una posibilidad. Y si no me equivoco, nuestro viaje ya está en sus redes sociales, así que no hay vuelta atrás. Espero que hagas los preparativos pertinentes. Va a ser un bombazo el presentar la serie. Contaremos con la presencia de representantes de máximo nivel de Movistar+. Recuerda que los tres vamos con escolta. Te paso el número del jefe de la mía para organizarlo.

-No había caído…

-Ya, no has caído en la escolta. – Jorge miró a los lados en los que estaban un representante de cada equipo de escoltas. – Por cierto, no eres una primeriza. Ya estuviste a punto de encargarte de mi cuenta cuando llegó Narcís. Y habrás estado al corriente de todo, porque Narcís nunca confió en Dimas. No entiendo tus nervios y tu aparente despiste. Eres una mujer decidida y eficiente. Y mucho mejor editora de lo que es Dimas. A no ser que pretendas seguir el camino de Dimas. Entonces, vamos mal. Muy mal. Espero que al menos, tú si hayas leído mis novelas y mis relatos.

-No pienses nada raro… ¡Claro que he leído tus novelas!

-A lo mejor te hacen un resumen y es lo que lees, como otros.

-No sé a que viene eso…

-¿De verdad no sabes a que viene? ¿Sigues con la estrategia de Dimas de tomarme por tonto? ¿De verdad?

-Yo te puedo asegurar que siempre he leído tus novelas desde la dedicatoria o el prefacio hasta el último epílogo.

-Esther, no quiero presionarte. No tengo nada contra ti. Cuando tengas respuestas, me lo dices. No sé siquiera quién me va a acompañar de la editorial. Por cierto, me acompañará también mi abogado, Óliver Sanquirián. Pero no pienses que todo lo que está pasando aquí, va a seguir en el ostracismo. No creas que esto no debe tener respuestas y que sean adecuadas. Y posiblemente haya que hacer una auditoría a las ventas de mis libros tanto en España como en el extranjero. Y por el extranjero quiero que tengas claro, entiendo todo el extranjero, no solo los países en los que publico oficialmente, sino también en los que lo hago de tapadillo, sin que yo me entere.

-No entiendo… – Esther parecía verdaderamente sorprendida.

-Creo que debes añadir ese tema a los pendientes. Échale un pensamiento a todo esto que te he dicho, y hablamos en unos días.

Carmelo hizo un gesto a Jorge indicándole que debían irse. Era tarde. Carmelo debía ir a trabajar y Jorge debía ir a ver a su ahijado. Y eso iba a ser difícil. Necesitaba prepararse.

-Me vas diciendo – cortó de raíz la entrevista levantándose. Carmelo lo imitó. Éste tendió su mano hacia Esther que se apresuró a estrechársela. Luego hizo lo mismo con la de Jorge.

Éste salió primero. Carmelo, se giró antes de salir y se encaró de nuevo con Esther.

-No te pienses que todo esto cambia por mí. Me he fijado como me has estado mirando. Llevo siete años a su lado. No nos juntamos ayer precisamente. Lo único que cambia es que cada vez es más pública nuestra relación. Es a él al que debes tener respeto. Es él el que está muy enfadado. Y eso no va a hacer más que aumentar a lo largo de los días. Porque cada vez se va a enterar de más cosas. Unas, porque se las van a contar. Otras, porque las va a descubrir por sí mismo. A parte de todo lo que se ha dado cuenta estos años, y se ha guardado.

Esther no contestó al actor. Ni siquiera hizo un gesto. Podría haberse interpretado como un desprecio, aunque esa no fuera su intención. Se quedó mirando como salían los dos de la editorial. Su gesto se había endurecido de repente. No le gustaba hacer el ridículo y tenía la sensación de haberlo hecho.

-Elías – llamó a uno de sus adjuntos – te encargas desde ahora de los detalles de la cuenta de Jorge Rios. Quiero todo lo que haya de él. Los contratos, los acuerdos, lo que se ha hecho, lo que no, las ventas, los acuerdos de traducciones, los de publicación en Latinoamérica, en USA, en Egipto, hasta en San Marino. Y quiero que bucees en toda la correspondencia de Dimas. Trabajaste con él un tiempo. Quiero todo, hasta lo que te hizo jurar que no dirías a nadie. Lo vamos a perder. Elías, vamos a perder a Jorge Rios. Y eso nos va a dejar en el paro. Y con ese actor de por medio, y su marido, sobre todo su marido, nos pueden joder por todos lados. Antes de que la gente de Daniel Gutiérrez entre en nuestro sistema y nos investigue de cabo a rabo, quiero que lo hagas tú.

-Daniel Gutiérrez tiene muchos enemigos. Podemos recurrir a ellos. Y nadie entrará en nuestros sistemas informáticos. Ya me ocuparé de ello.

-No te equivoques. Meternos en esa guerra podría costarnos la vida. Puedo trabajar de camarera de nuevo. Pero no quiero que mis hijos me entierren demasiado pronto. Así que ni se te ocurra emprender esa vía. Aunque si la has citado tan convencido, es que Dimas la tenía prevista. Quiero saberlo, eso sí. Pero ni se te ocurra hacer nada en esa línea.

De repente cayó en una cosa.

-¿No lo habrás hecho? Elías, te conozco. ¡¡Elías!! ¿Qué ocultáis Dimas y tu? ¡¡¡Elías!!!

Elías se había dado media vuelta y había salido de su oficina. Iba con la cabeza gacha. Debía comprobar unas cosas. Y a lo mejor, iba a necesitar la ayuda de alguien experto en informática. Luego, daría algunas respuestas a Esther. Hasta ese momento, todo parecía un juego de estrategia. De repente, parecía un juego de mafiosos, en el que los malos pasos se pagaban con la vida. Y no acertaba a determinar el momento exacto en que ese cambio se produjo. Ni por qué no se había dado cuenta hasta ahora.

Esther la editora vio como su ayudante se alejaba cabizbajo. Unos instantes antes, había comprendido el marrón que tenía encima. Lo había visto en la cara de Elías. Todo lo que había urdido a las órdenes de Dimas Nadiel. Sabía que Dimas no era de fiar. Hasta hacía un par de minutos, no sabía hasta que punto. Sabía que Elías era propenso a coger atajos a la hora de trabajar. Pero hasta hacía un momento, no sabía hasta que punto. Debía poner a trabajar a alguien de confianza en desentrañar la madeja que estaba formada. Quizás esa mujer nueva, Kira, esa que cogía el teléfono a Jorge Ríos y no sabía decirle nada, porque en realidad nadie sabía que decirle. Era tal el despiste que había en la editorial, que nadie atinaba a encontrar una solución a los problemas. Y el Director, desaparecido momentáneamente. Y el Editor de la principal cuenta, la de Jorge Rios, huido o despedido, no estaba muy claro. O ambas cosas.. La policía lo estaba buscando. Para hacerle unas preguntas, nada malo. Pero no aparecía. Y su mujer de repente, había desaparecido también. No quería ni pensar lo que diría el escritor cuando se enterara.

Jorge Rios.”

-No me coge el teléfono.

-¿Quién? – preguntó Carmelo.

-Rosa.

-Una pregunta. ¿Rosa no era traductora?

Jorge se puso tenso. Era algo que se le había pasado por la cabeza. Pero era una idea que enseguida la hacía desaparecer.

-Sí.

-¿De qué idiomas?

-Ya lo sabes, Carmelo. No hagas sangre.

Carmelo agarró la mano de Jorge y se la acarició.

-Bienvenido al club de los traicionados por los más queridos.

-Maldita la gracia que me hace estar en ese club. ¿Te das cuenta de que ninguno de los que he considerado mis… cercanos, mis aliados, me ha sido fiel? De todos tengo dudas. De todos. Todos de una forma u otra han jugado conmigo. Todos me han robado. Me quejaba de los amigos de antaño. De Finn, de Enrique, de Maribel y compañía. Al final van a acabar siendo corderitos al lado de los que me busqué luego.

-Te los buscaste o te buscaron.

-O me los buscaron.

-Siempre te queda Martín. Y Quirce. Y el más importante, yo.

Carmelo lo dijo muy serio, pero acabó guiñándole un ojo. Jorge rezongó desesperado.

-No puedo contigo ¿eh?

-Piensa una cosa: en esa asociación de traicionados, solo dejamos entrar a la buena gente y a los amigos.

Jorge se inclinó en el coche y le dio un beso en la mejilla.

-Hubiéramos hecho buena pareja – afirmó de repente Carmelo, amagando una sonrisa picarona.

-Yo ya estaba cogido. Y luego… cuando murió Nando, estabas en una carrera buscando el polvo perfecto y al poco empezaste a buscar a Cape. No lo sabías pero lo buscabas.

-Pero hubiéramos hecho una buena pareja.

-Luego me hubieras dejado por Cape. Cuando llegó te acaparó por completo. Hubo una temporada que ni me cogías las llamadas.

Carmelo sonrió antes de decir:

-Pero hubiéramos hecho una buena pareja.

Hola.

Jorge Ríos levantó la cabeza. Estaba en una cafetería escribiendo algún relato mientras esperaba a su marido. Se retrasaba, como siempre. No le importaba, porque teniendo su portátil, se entretenía escribiendo. Le gustaba hacerlo en cualquier sitio. Aunque era muy conocido, la gente no solía acercarse a él a preguntarle ni a pedirle fotos ni que les firmara. Tenía una cierta fama de hombre poco amable. Él pensaba que no era una fama merecida. Solo pasaba que era un poco tímido y le abrumaba la gente. No sabía que decir, se aturullaba, balbuceaba sin sentido. Pero al noventa por ciento de los que se le acercaban, les firmaba con amabilidad y se sacaba las fotos que tuvieran a bien pedirle.

Ahora, ese joven que lo miraba de pie, le resultaba conocido. Se estaba poniendo nervioso cuando lo reconoció.

-¡Carmelo!

Sí, era Carmelo del Rio. Un joven actor muy famoso. Lo había conocido en la fiesta de año nuevo. Tenían amigos comunes y los habían invitado a ambos. Jorge no era muy de fiestas, y menos en Nochevieja, pero Nando, su marido, insistió. Carmelo en cambio, no se perdía una. Y las solía exprimir al máximo.

Nando y él estuvieron hablando con los conocidos que encontraron y picando alguna cosa en el buffet que había. Llegaron las doce y las uvas. Luego el brindis con el cava y Nando con la excusa de saludar a no sé quien, se perdió. Ahora ya, la gente desfasaba bailando, bebiendo y riendo sin sentido. No lo entendía. Año nuevo, parecía que debía ser la leche. Diversión por obligación. Planes nuevos, todo parecía cambiar en un instante. La suerte iba a cambiar, la vida iba a cambiar, todo iba a ser maravilloso. Se cansó enseguida de reír por compromiso y de beber pequeños sorbos de cava con unos y otros. Buscó un rincón tranquilo y se sentó. Al poco, llegó un joven tremendamente guapo y se sentó a su lado.

-Me llamo Carmelo.

Sin más, le plantó dos besos en las mejillas.

-Coño, eres el actor. Casi no te reconozco. Eres mucho más guapo en persona. Y pareces distinto a como sales en televisión.

-Gracias. – Carmelo sonrió.

-Jorge – y esta vez fue él el que le dio dos besos – no puedo desperdiciar la oportunidad de besar a una estrella deseada por todo el mundo.

-Yo sí que te he conocido.

Jorge se sorprendió. Luego pensó que era de idiotas caer en el cliché de “joven, guapo y actor, igual a inculto y tonto”. Pero en ese momento, no creyó que ese joven famoso, guapo y medio rubio (importante lo de medio rubio, aunque le pareciera teñido), reconociera a un escritor al que nunca se le había llevado a la pantalla ninguna obra, y que tampoco se prodigaba mucho en los medios. Pero lo conocía. Y le había leído. Y por lo que pudo comprobar en las siguientes cuatro horas, se sabía sus novelas de pe a pa. Tuvo la mejor conversación sobre sus obras y las de otros autores, que recordara. Se sintió cómodo, a gusto, hablando, escuchando. Al cabo de media hora parecían amigos de toda la vida. Y ese joven resultó ser amable con él. Y eso que recordaba haber leído en algún sitio que era un engreído. Estaba pendiente, se levantó varias veces a por alguna cosa de comer o de beber. Y hablaron. Y rieron cómplices.

Durante un momento, mientras le escuchaba, se le pasó por la cabeza, que de no haber estado casado, felizmente casado, Carmelo del Rio hubiera sido una opción de pareja. Era algo impensable. Se llevaban muchos años y pertenecían a mundos distintos. Y a Jorge en todo caso, le solía gustar que sus parejas fueran mayores que él.

-Nuestros mundos no son tan distintos – le oyó decir a la vez que pensaba en ello. – Trabajamos en el arte, en hacer llegar al público las historias que sueña con protagonizar. Tú las escribes, yo las interpreto.

Se asustó pensando que había hablado en voz alta. Era la única posibilidad de que Carmelo le estuviera hablando de sus dudas.

-Te he leído el pensamiento – Carmelo sonrió poniendo cara de picaruelo. – Si quieres nos lo podemos montar. Vamos a mi casa – propuso.

Para sorpresa de Jorge, no le salió el no de primeras. Se lo pensó. Al final lo descartó por dos razones:

La primera era clara: estaba casado y amaba a su marido, aunque ahora mismo le estaba siendo infiel, lo sabía, aunque cerrara los ojos y su entendimiento a la idea. La segunda era que sentía que lo de ese chico, que lo de esa noche, para él no iba a ser algo pasajero. El actor tenía la fama que tenía. Fama merecida. Y en esas horas charlando, supo que se iba a enamorar de él si pasaba la noche en su casa. Y luego si no era correspondido, sería una vergüenza aunque no se enterara nadie. Vergüenza no era el concepto. Se desgarraría por desamor. Que para una novela está bien, pero para la vida y siendo el sufridor, no.

Se disculpó. Le dio un beso en la mejilla y se levantó.

-Es tarde, tengo que irme.

No habían vuelto a coincidir. No se les ocurrió pedirse los teléfonos. No hubiera sido complicado conseguirlos, pero ninguno lo intentó. Al menos Jorge no lo hizo. Pero ahora, lo tenía delante de él, de nuevo.

Se levantó y aceptó el abrazo que le proponía Carmelo. Se dieron dos besos, como dos buenos amigos. Parecía mentira que solo hubieran hablado unas horas, un día, hacía ya unos cuantos meses. Y verdaderamente se alegró de encontrarlo de nuevo. Sentimiento que era claro que era compartido.

Volvieron a conversar largo. De hecho lo hicieron hasta que los camareros de la cafetería les hicieron ver que tenían que cerrar, que eran los únicos que estaban allí desde hacía horas. Esperaban en una esquina, mirándolos de reojo, primero, luego ya descaradamente y al final haciendo ruidos de todo tipo. Empezaban a estar molestos. Al final se percataron de la situación, que no era porque no hubieran querido hacerles caso. Se levantaron y fueron a su encuentro.

-¿Nos sacamos los cuatro una foto? Así recordaréis mejor el día que os tuvimos hasta las mil – propuso Carmelo.

-Para que nos podáis insultar a gusto – añadió Jorge guiñándoles un ojo cómplice.

Ese día sí, se intercambiaron los números de teléfono.

Jorge estuvo tan a gusto, que no se acordó de que su marido le había dado plantón. Ni una llamada, ni un mensaje. Y tampoco lo encontró en casa.

No le dio importancia. Como siempre hacía con esas ausencias. Lo que si recibió fue un mensaje de su suegra:

Jorge, no te lo mereces. Es mi hijo pero mi consejo es que lo mandes a hacer gárgaras.”

Quiso llamarla pero se dio cuenta de la hora. Eran las tres y media de la madrugada. Y por primera vez en mucho tiempo, tenía sueño. Así que se desnudó y se acostó. Justo cuando iba a apagar la luz recibió un nuevo mensaje. Esta vez era de Carmelo:

Buenas noches, escritor. Gracias por la velada. Es la primera noche en todo el año que dormiré solo, gracias a ti.”

Jorge Rios”.

-¿Y no lo hacemos? ¿No hacemos la mejor pareja del mundo? – reconoció al final Jorge cambiando completamente de estrategia y de tono. Se había dado cuenta por fin de las verdaderas intenciones de Carmelo. Estaba seguro que había leído recientemente el relato de cuando se conocieron. Jorge recordaba perfectamente como mostró en él la idea de que si hubiera aceptado acostarse con él, se hubiera enamorado completamente. Lo que no había expresado en palabras es que en realidad, sin acostarse ese día ni en los años posteriores, el resultado fue el mismo. Se enamoró.

Éste se echó a reír. Sin más, esta vez se inclinó él sobre Jorge y le besó en los labios.

-Por cierto ¿Qué tal has dormido hoy?

-Bien. En cuanto me metí en la cama y te abracé me quedé roque. Es la mejor medicina para el insomnio. Tenerte cerca.

Jorge se sonrió. Como sabía que ocurriría, Carmelo no se acordaba de nada. Pensaba que había sido como otra noche cualquiera que había dormido en la casa de Jorge. Éste ni se llegó a meter en la cama en ningún momento. Iba de empalmada, como dirían los jóvenes.

-Tendrás que deshacerte de Cape ya de una vez – dijo Jorge todo serio.

Carmelo volvió a soltar una gran carcajada.

-No puedo contigo, escritor.

-Pues únete – y esta vez fue Jorge el que se echó a reír.


Capítulo 34.-

Sergio paseaba sus dedos por el pecho de Javier. Sonrió juguetón y acercó su boca a uno de los pezones del comisario. Primero se lo beso con lengua y luego le pegó un ligero mordisco. Javier le pellizcó el culo como venganza. Se sonrieron y volvieron a besarse en la boca.

Estaban los dos tumbados en el suelo, sobre la alfombra del salón, en el piso de estudiante de Sergio. Sus compañeros de piso estaban de viaje. Tenían la casa para ellos solos.

-Ha sido toda una sorpresa que me llamaras – le dijo Sergio.

Javier fue a contestarle que para él también había sido una sorpresa llamarlo. Pero solo sonrió. Javier simplemente siguió un impulso. Apenas había pensado en ese joven desde la conferencia que había dado. Pero algo en la situación en la que se había visto envuelto en su nueva y también impulsiva visita al campus de la Universidad Jordán, había hecho que lo tuviera presente.

En cuanto Sergio llegó corriendo a la cita, en un bar cercano al campus pero fuera de él, Javier dio la patada a Aritz.

-Sería conveniente que hagas preguntas por ahí – le dijo sonriendo.

-¿Qué? – respondió Aritz despistado.

-Preguntas por el campus. Ya sabes.

Acompañando a esas palabras le hizo un gesto para que desapareciera. Abrió muchos los ojos. No se lo podía creer.

Aritz se levantó de su silla y salió del bar con malos modos.

-Parece que se ha enfadado – dijo Sergio con mucha guasa. – ¿No será tu novio?

-Para nada. En este bar él único que me gustaría que fuera mi novio eres tú.

Si hubiera sido una forma de entrar preparada, no le hubiera quedado mejor. De nuevo, había vuelto a hablar sin pensar.

-Pues mira, no me viene mal hoy ser tu novio. Si lo llego a saber, me cambio de ropa.

-¿Tienes una ropa especial para convertirte en novio de alguien?

-He salido con la ropa de estar en casa. Me hubiera puesto la ropa de las ocasiones importantes.

-Trabajo ahorrado. Para lo que te va a durar puesta…

-Mi casa está cerca y no hay nadie el resto de semana.

-Pago y te sigo.

Sergio vivía cerca, no mintió. Y Javier tampoco mintió respecto a lo que le iba a durar la ropa sobre su cuerpo. Apenas entraron en la casa, Javier dio una coz a la puerta para cerrarla y empezó a desnudar a Sergio que se dejaba hacer. Una vez desnudo, Sergio se arrodilló y pegó su cara al paquete del policía. Jugueteó con sus dientes y sus labios con el bulto que marcaban sus pantalones a la altura de la bragueta. Sergio le miró desde abajo y disfrutó de la cara de placer que ponía el policía. Agarró con sus dientes la pestaña de la cremallera y la bajó. Javier no se contuvo y ayudó con sus manos a que su pija acabara liberada de la presión del calzoncillo.

Pero Sergio tenía otros planes. Se puso de pie y pegó el cuerpo de Javier contra el suyo. Empezó a besarlo con deseo. Sus pollas no dejaban de rozarse mientras Sergio empezó a desnudar a Javier. Éste le hizo un gesto para que se detuviera solo un momento y poder quitarse la sobaquera con la pistola y el cinturón con los cargadores de repuesto y su chaleco antibalas. Sergio estuvo a punto de decirle que se lo dejara puesto, pero no se atrevió. Javier abrió un cajón del aparador que había cerca y metió ahí su arma y los cargadores. El chaleco lo colgó en una percha que había libre en un ropero que encontró. Fueron escasamente dos minutos, pero eso hizo que el deseo de ambos creciera exponencialmente.

Fue Javier el primero que se metió en la boca el miembro de su pareja. Sergio empezó a gemir y a pedir a Javier que parara. Pero no le hizo caso. No era el típico mete y saca. Javier mantenía la polla de Sergio en la boca, jugueteaba con la lengua en su capullo. Apretaba un poco los labios, luego soltaba, volvía a apretar unos milímetros fuera… pasó la lengua suavemente por la parte de abajo… a la vez que buscó con los dedos el perineo del joven estudiante. Sergio no pudo reprimir un estertor en todo el cuerpo precursor de su corrida. Javier recibió con deleite la leche del estudiante. Sin sacarla de su boca, siguió acariciándola con su lengua. Sergio entonces maniobró para que Javier acabara en el suelo tumbado y se giró para poder meterse la pija palpitante del policía. Era una cuestión de necesidad. Necesitaba besarla, lamerla, comerla entera. La deseaba desde que había sentido como crecía a través del pantalón. Quería sentir esa dureza completa dentro de su boca. Quería exprimirla. No tardó en conseguirlo. Javier cerró los ojos y estiró los dedos de sus pies. Al final pegó un suave grito de placer para acabar en un suspiro cercano a la expresión de la felicidad completa. Estaba en éxtasis.

Siguieron con sus juegos durante gran parte de la tarde. Ninguno parecía que tenía bastante. Iban alternando posiciones. Iban alternando corridas, pero ninguno dejó escapar ni una sola gota de la leche del otro. En todo caso, la compartían luego en un beso largo y disfrutado.

Las caricias llegaron después. Los besos repartidos por todo el cuerpo. Las sonrisas y la complicidad. El roce de su piel. Los dedos rozando el pecho, las piernas, jugueteando con los labios y entrando en la boca. Sergio cogió por turnos los pies de Javier, esos que había visto retorcerse de placer en el primer orgasmo y los fue repasando despacio, metiéndose cada dedo en la boca. Javier estiró los brazos, tumbado sobre la alfombra y disfrutó del momento. Nadie le había tratado nunca con esa dulzura.

Fue Sergio el primero que se tumbó en el suelo, quieto, boca arriba, con cara de felicidad. Javier se tumbó de igual forma junto a él. Le cogió la mano que tenía a su lado y entrelazó sus dedos con los de él. Habían empezado en el hall de entrada y habían acabado en el salón. Habían ido recorriendo poco a poco, arrastrándose por el suelo la distancia que separaba ambas estancias.

Al cabo de un rato, con Sergio quieto en el suelo, Javier se levantó un momento y volvió al hall. Se agachó para coger el calzoncillo que le había quitado a Sergio nada más entrar y se lo llevó a la nariz mientras sonreía juguetón. Sergio se había medio incorporado y lo miraba con gesto divertido.

-¡Guarro! – exclamó Sergio soltando una carcajada. – Está sucio.

-Por eso me gusta – dijo Javier sonriendo pícaro y tumbándose a su lado.

-Dame – Sergio hizo un intento de quitárselo, pero Javier reaccionó rápido.

-Es mío. Me lo voy a llevar como prenda.

-Al menos lo lavarás…

-Ni se me ocurre. Lo oleré cada noche para hacerme una paja a tu salud.

-Se me ocurren un millón de formas de hacer que te corras que que te hagas una paja solo en tu casa.

-¿Irás cada noche a follar conmigo?

-Cada noche, cada tarde… me convertiré en tu puto si quieres. En tu esclavo.

-No me tientes, Sergio. Tengo unas esposas ahí…

Sergio puso las manos juntas, para invitarle a esposarle. Javier sonrió y le fue besando cada dedo.

-No lo voy a hacer, porque quiero que esos dedos, dentro de un rato, vuelvan a acariciarme en libertad. Vuelvan a meterse en mi culo y a darme masaje. Quiero que esos dedos…

Se los metió en la boca para saborearlos.

-… acaricien de nuevo cada rincón de mi cuerpo. Que jugueteen con el pelo del pubis.

-Mis dedos hacen unas pajas descomunales. Se han entrenado mucho con mi polla.

-¿A sí? Te imagino en tu habitación haciéndote diez pajas seguidas.

-Mira como ha crecido tu pija, poli. Ella sabe que digo la verdad.

Fue a bajar la mano para acariciar su pene, pero Javier se lo impidió llevándoselas a la boca de nuevo.

-No tenemos prisa. Luego. Ahora me apetece tontear contigo. Me apetece sentir mi polla morcillona sobre el pubis esperándote ansiosa.

-Eres consciente de que todo lo hemos hecho al revés. Normalmente se empieza por el tonteo, luego las caricias, algún beso aquí y allá, un beso tórrido, seguido de otro y otro… las lenguas peleando por demostrar que es más osada que la otra… y luego se folla a saco. Primero hemos follado a saco ¿Cinco veces? Y luego… al cabo de tres horas, hemos llegado al tonteo. A que me robes mis calzoncillos sucios y te los lleves. Debería denunciarte a la policía.

-Si quieres, nos vestimos, vamos al bar, nos encontramos, volvemos, y lo hacemos bien. – propuso con voz cándida Javier.

Sergio no pudo contener una carcajada.

-Eso para otro día.

-¿Va a haber otro día?

-Está en tu mano, inspector.

-No, becario, está en la de los dos. ¿De verdad quieres volver a intercambiar fluidos, besos, caricias y tonterías con un policía opresor?

-Si eres tú el policía, o el opresor, sí. Ya te he confesado hace un momento que a gusto me convertiría en tu esclavo.

-No me gustan los esclavos, ni para jugar. Prefiero la complicidad. La cercanía. La igualdad. Prefiero que si te apetece, me muerdas los pezones, o el cuello, o el culo. Me gustan tus mordiscos. Me gusta que tus dedos en libertad se cuelen en mi culo, o acaricien mis muslos, o busquen ese punto ahí, al borde del agujero, y el perineo cerca y que me produce escalofríos. O que se metan en mi boca u me inviten a chuparlos y a lamerlos con deleite.

-A mí me gusta jugar. Dentro de un juego… me parece bien todo. Siempre que sea acordado antes.

Javier sonrió. Se incorporó y se sentó, doblando las rodillas a lo indio. Le indicó a Sergio que hiciera lo mismo. Este lo hizo. Estaban uno enfrente del otro. Javier acercó la boca del universitario a la suya y la besó con dulzura.

-¿Has visto como no hace falta más que un poco de dulzura para que tu miembro se ponga contento?

-Porque ya te conoce. Y ya sabe lo que le espera si estás cerca de ella.

Javier bajó su mano y la acarició suavemente. Sergio cerró los ojos y empezó a disfrutar del masaje.

-Tienes que estar seco – bromeó Javier.

-Nuestras pollas duras nos dicen que eso no es así, inspector. Tienen mucho más que dar.

-Ven, acércate más.

Javier abrió las piernas e hizo que Sergio se sentara pegado a él, con las piernas también abiertas, pero por encima de las suyas. Así tenían los cuerpos pegados, los miembros jugueteaban entre ellos, alegres, duros, el de Sergio incluso babeaba ligeramente. Javier se dio cuenta y recogió ese líquido con sus dedos y se lo llevó a la boca.

-Eres insaciable – bromeó Sergio.

-Me gusta como sabe tu leche. No me gustan todas, no te creas. La tuya es dulce, no muy espesa, sabrosa pero sin empalagar.

-La tuya no me sabe a nada. Pero me encanta su textura. Me embriaga. Durante un momento casi pierdo la cabeza, como si me hubiera bebido una botella de whisky.

-Te aseguro que hoy no puede tener alcohol.

-Pero me produce el mismo efecto.

-Una cosa y esto va en serio. De verdad, ni aunque sea yo, no entres a participar en esos juegos. Y menos con desconocidos. Me ha parecido que hablabas en serio antes.

-Y lo hacía. Me molan esos juegos. Me ponen caliente.

-No necesitas esos juegos para eso. Te has corrido conmigo seis veces en unas horas. Te has estremecido de placer, que yo lo he notado. Y ahora, estás hablando conmigo, y estás empalmado. Si antes sigo dos minutos masajeándotela, te hubieras corrido de nuevo.

-Pero lo tuyo es distinto. Desde el día de la conferencia, desde que saliste al estrado, me pusiste a cien. Nunca me había pasado. A veces… necesitas salirte de la normalidad para… pasar un rato agradable. Cuando los estímulos habituales no funcionan.

-¿Cuántas veces lo has hecho de esa forma?

-Pero no… no te pienses que lo voy haciendo con cualquiera. Eso… con un amigo a veces jugamos a eso, a ser dominados por el otro. Una vez mi amigo me propuso hacerlo los dos de dominados por un colega suyo que… pero me acojoné. Y él lo hizo, pero no le moló nada. Se le fue la olla y… le zurró de lo lindo.

-¿Ves lo que te digo?

-Pero a lo mejor, si hubiera ido con él…

-¿Eso es lo que te dice tu amigo?

Sergio hizo un gesto con la cabeza asintiendo. Aunque no se sentía cómodo traicionando a su colega. Él lo consideraba así, al menos. Eso interpretó Javier de sus gestos. Aunque… había algo que se le escapaba. Javier supo que Sergio no estaba siendo del todo sincero con él.

-¿Por qué no me cuentas lo que desde que me viste en el salón de actos, has querido hacer? Tuve la impresión durante la conferencia que luchabas contigo mismo por contar algo. Luego me tuve que ir a todo correr, pero mi idea era acercarme a ti, o que lo hiciera Aritz, invitarte a un café y que te sinceraras.

-¿Hemos pasado de Javier a inspector?

Javier se acercó y besó a Sergio de nuevo. Temió que se apartara, pero al revés, le besó con más pasión que nunca.

-Joder. No puedo evitarlo. Joder, y saber que desde ese día en el salón de actos, te empezaste a preocupar por mí… Te… me… caes de puta madre. Es que… joder, eres… la hostia. Por eso te decía que sería tu esclavo. Es que me miras… y me derrito.

-Tú tampoco estás mal. Solo te he llamado a ti. De hecho, solo me quedé con tu teléfono.

-¿Y qué te gustó más de mí?

-Como intentabas azuzar a la gente en contra mía.

-Era para ponerte en aprietos y que te superaras. Si no, no hubieras dado lo mejor de ti.

Javier se echó a reír.

-¿Qué deporte has hecho en el que tu entrenador te alentaba con eso?

-No era deporte, era música. Mi profesor de violín. Varios de hecho. En la música hay mucho de superar tus límites, de ya sabes de que va ese discurso.

-¿Tocas el violín? – Javier acababa de entender un par de cosas que no sabía explicar.

-Sí.

-Así que me sonaban esos callos en las yemas… y en el cuello…

Javier repasó de nuevo besándolos las yemas de los dedos de Sergio. Y luego besó el cuello, en su lado izquierdo, donde seguramente apoyaría el violín al tocar.

-¿Te dedicas a ello?

-No. Me arrepentí. Lo dejé el verano pasado.

-O mucho me equivoco o hasta habrás acabado la carrera.

-No te equivocas. Y también la de piano.

-¿Quién fue el gilipollas que te hizo abandonar? Para acabar las dos carreras antes de los veinte, le has tenido que dedicar muchos esfuerzos. Y a parte, tener unas habilidades innatas. Una sensibilidad especial.

-A lo mejor tenía razón. Puede que no estuviera dispuesto a entregarme al cien. A lo mejor se me había acabado la cuerda. Y puede que esas habilidades innatas de las que me hablas, no fueran tales. No todos pueden llegar a ser solistas, concertistas.

Javier cerró los ojos y sintió ganas de llorar. Acababa de nuevo, de entender algunas cosas. De traducir lo que había sentido y escuchado a su lenguaje de policía, acostumbrado a lidiar cada día con las bajezas de los humanos.

-O sea que te quería follar y le dijiste que no. Eso es “no entregarse a la causa”.

-No fue así. Aunque…

-¿A qué fiesta tenías que ir? ¿A quién tenías que comérsela para dejar contento a tu profe?

-A uno. Da igual. No se la comí. Y al día siguiente, presenté mi renuncia. Punto.

Sergio parecía no desear seguir con el tema. Javier le acarició la cara y le besó en los labios. Decidió dejar ese tema.

-¿Eso que oigo son tus tripas? – exclamó en un tono próximo a la burla.

Sergio se puso rojo de la vergüenza.

-Pues dilo y comemos algo. Dime que en días no has comido nada a parte de mi leche.

-Estoy muy a gusto así.

Javier se levantó y le tendió la mano. Sergio se la cogió y también se levantó.

-Vamos a asaltar tu nevera. A ver que tienes. Si no, nos bajamos un momento y comemos en algún sitio. Y después, recuperamos exactamente la misma posición que teníamos.

Sergio hizo un mohín con la boca.

-¿Nada? – dijo asombrado Javier interpretando la mueca – ¿Nada , nada? NO me jodas, becario. No me jodas que te adaptas al papel de estudiante perfecto – Corrió un momento hacia la cocina. La abrió y efectivamente, salvo un brick de leche y tres zanahorias, estaba vacía.

-Anda que… ¡Tres zanahorias!

-Así somos los estudiantes – bromeó Sergio.

Se vistieron a todo correr. Javier no olvidó ponerse el chaleco y coger su pistola.

-Si solo es un momento.

-Los cementerios están llenos de gente que pensó que por un momentito, no podría pasar algo. Y pasó. Además, debo dar ejemplo. Si no me lo pongo yo, no se lo pone mi gente. Y eso no lo podría soportar.

Entraron en un bar que había enfrente de la casa de Sergio. No tenían la cocina abierta, pero saquearon los pinchos que quedaban. Y la tortilla de patata.

-Pon también esos dos sándwiches vegetales, por favor. – pidió Sergio.

Javier fue comiendo algo, pero le dejó la iniciativa a Sergio. Parecía que llevaba días sin comer. No parecía, por como vestía, que su familia no fuera de posibles. Así que tenía que ser solo por vagancia.

Al final Javier se comió uno de los sándwiches y un poco de tortilla. El resto se lo dejó a Sergio. Parecía contento. No hacía más que parlotear y contar anécdotas de la Uni.

-Si no he entendido mal, es tu primer año.

-Sí. Antes estaba en el Conservatorio superior. Es otro mundo.

-Pero comer podías. No estudiabas ballet.

Sergio se rió.

-No comía porque no tenía tiempo. Tenía que dedicar Cada minuto del día y casi de la noche al violín y al piano. Tocaba hasta en sueños.

Javier le cogió las manos.

-No has perdido del todo el callo. Perdona, me gusta besarte esas durezas.

-¿Cómo…?

-No eres el único violinista que conozco. – sonrió Javier.

-Sigo tocando a veces. Tengo uno de mis violines en el piso. No es el bueno, claro. Suelo ponerme en la calle a tocar, como uno de esos músicos callejeros.

-Me gustaría escucharte.

-Me daría vergüenza.

-No fastidies. Si has llegado a ese nivel, habrás tocado decenas de veces en público, ante entendidos, profesionales, aficionados, gente que sabe. Con una orquesta acompañándote. ¿Cómo vas a tener …?

-Porque ellos no me importan. Y tú sí.

-Yo solo podría halagarte. De música lo único que sé es si me llega al corazón o no. Cuando te miro a los ojos, intuyo que la música que salgan de estos dedos, me va a llegar bien dentro.

De repente Sergio se quedó callado y triste. Javier se recostó en su silla y le dejó un rato que pensara a su aire.

-Me tenía que haber ido de España. He intentado huir y… al final he caído en otro nido de víboras. Creo que dejaré la carrera a final de mes. Lo peor de todo, es que no sé que haré de mi vida. Intenté apuntarme al curso ese que va a dar Jorge Rios, pero llegué tarde. Ni con la influencia de mi padre, conseguí plaza.

-¿Por qué a estas alturas lo único que te apetece es asistir a ese curso con Jorge Rios?

-Me han dicho que él me entenderá. Que escucharle es… como recuperar la vida.

-¿No es un poco exagerado?

-No lo conoces. Los que lo conocen… lo dicen. Y a lo mejor, no le has leído. Todo está en sus libros. En ellos nos encontramos reflejados. Unos en uno, otros en otro… y eso, reconocernos en sus personajes, solo eso ya nos… hace sentirnos mejor. Chicos como yo. Pero estaba jugando a los ponis, con una polla en el culo mientras otros estaban apuntándose al curso.

-¿Las novatadas?

-Que mierda novatadas. La gran fiesta de los ponis. Esos tíos… nos compraban como en un mercado y luego, teníamos que defender su insignia. Como en los torneos medievales. Pero… la diferencia es que lo hacíamos con la polla de él dentro. O de uno que lo hacía en su lugar. Los que perdían, nos daban de azotes o latigazos, a gusto del comprador. O nos perforaban los pezones con agujas o la polla misma. A mi me vistieron de mujer. Me maquillaron y me encerraron la polla en una celdita en la que no cabía ni en reposo. Y luego tenía que andar con la polla y la celdita escondida entre los muslos. Todavía tengo irritados los muslos desde ese día. ¿No te has dado cuenta? Claro que sí, por eso me los has besado con tanta dulzura y me los has lamido una y otra vez. El tipo me colgó de un gancho en los pezones unas tetas postizas llenas de leche. Debía ir dando de mamar a los demás. Y luego, debía comerles la polla y echar la leche para llenar otra vez las ubres. Que fino ¿Verdad? Ubres. Como las vacas. El puto ganador del concurso Tchaikovsky para violinistas jóvenes, con unas tetas postizas, en pelotas, con el culo rojo, marcado por decenas de azotes, y suplicando a todos que me dejaran comerles la polla para rellenar mis tetas y poder darles de mamar a esos…

Cuatro putos días sin parar de jugar a lo que a esos se les ocurría. Y encima eran unos cobardes porque iban tapados con un verdugo. Dejé el violín por no hacer eso… y mira…

-¿Por qué aceptaste?

-¿Y que mandaran los vídeos de las veces que sí lo hice a mis padres? ¿O al jurado del premio, y de otros en los que quedé segundo? ¿Para que me vean con el culo bien abierto lleno de una gran polla de un viejo baboso y con mucha pasta pero que no tenía los cojones de mostrarse?

Sergio sacó su móvil y buscó algo en él. Cuando lo encontró, se lo tendió a Javier. Eran una serie de artículos que hablaban de él. Lo calificaban como uno de los mejores violinistas del mundo de su generación.

Luego había dos vídeos. Puso el primero. Era Sergio tocando con una orquesta en la final del concurso de violinistas jóvenes en Moscú. Parecía el auditorio del conservatorio. Tocaba el concierto para violín de Tchaikovsky.

Javier paró el vídeo. Sergio no era capaz de mirarlo. Suspiró antes de pinchar el segundo vídeo. Se temía lo peor.

Era otra vez Sergio tocando el violín. Esta vez desnudo. Con el miembro duro, aprisionado en la base por una cuerda que no dejaba pasar la sangre de vuelta al torrente sanguíneo. Estaba de puntillas, sujeto con el cuello por una cuerda. Tocaba una polca que parecía del gusto de su público, que bailaba alegre. Al menos la mitad.

-Te has equivocado en una nota. Eres un puto inútil.

Un hombre con acento extranjero, le agarró el violín de las manos. Empezó a golpearle el culo y la espalda con él. Cuando consiguió romperlo, siguió con el arco. Sergio empezó a sangrar por algunos de esos golpes, seguramente los que le dio con las cerdas. Al final también logró romperlo en sus costillas.

-Ahora baila. Ya ponemos la música. Que esa pollita que tienes se mueva arriba y abajo. Sí, llora como la nenaza que eres. ¡¡¡Nenaza!!! ¡¡¡Una nenaza con polla!!!

Javier paró el video. Todavía le quedaban más de veinte minutos. Sergio tenía los ojos cerrados. Seguro que estaba viendo en su cabeza el mismo vídeo. Seguro que se lo sabía de memoria.

-Ese señor, por llamarlo de alguna forma ¿Es tu maestro?

-Sí.

-¿Tiene nombre?

-Mendés.

Javier volvió a leer los artículos. Veía a ese joven vistiendo frac, en su puesto de solista, saludando al público que le aplaudía de pie.

-Solo tienes veintiún años. Tienes la vida por delante. No puedes dejar… tu pasión porque esta gente… todos podemos equivocarnos. Nadie sabe como te empujaron a todo esto. Y por mucho que pienses, que te amenacen, no se atreverán a publicarlos.

Sergio cerró los ojos. Javier estaba seguro que estaba llorando en seco y en silencio.

-Antes… no he sido del todo sincero. A ese último no se la comí, pero a los anteriores, sí. Algunos eran amigos de mis padres.

Javier se levantó y fue a la barra a pagar la cuenta. Al volver a la mesa se quedó esperando de pie a que Sergio cogiera fuerzas y se levantara. No tardó mucho en hacerlo. Volvieron a cruzar la calle y Javier le cogió las llaves y abrió el portal. Luego abrió la puerta de la casa. Volvió a desnudarse, con tranquilidad. Esta vez él lo hizo primero. Se puso enfrente de él. Sergio lo abrazó fuerte. Luego, empezó a besarlo despacio.

Javier le preguntó con la mirada si quería que le quitara la camisa. Luego hizo lo mismo con los pantalones. Las deportivas se las quitó Sergio. Le preguntó por los calzoncillos…

-Pero no te quedes estos también. No tengo más limpios.

Javier lo volvió a llevar al salón, al rincón donde habían acabado antes. Volvieron a sentarse de la misma forma, con las piernas abiertas y sus torsos pegados. Sus penes volvían a estar excitados. Sus labios volvieron a besarse. Despacio.

-Me gustaría que me contaras.

-No te rías de mí. Ni me juzgues.

-Te prometo que no lo haré. Ninguna de las dos cosas.

Raúl y Fernando estaban sentados en una terraza, tomando chocolate. No hacía tiempo para estar sentados en la calle. Cosas nuevas que había traído la pandemia. Estaban esperando.

No hacían más que mirar sus móviles. Tampoco resultaba extraño. Todos el mundo miraba un ciento de veces el móvil. Pero ellos no miraba el wasap o sus redes sociales. Miraban una foto: la de uno de los chicos que salía en el vídeo de Sergio, en el que le rompen el violín en las costillas.

Detrás de él, había cuatro chicos tocando desnudos. Parece ser que era el cuarteto que amenizaba la reunión. En el vídeo no se veía que participaran activamente en los juegos, aunque los cuatro, por turnos o a la vez, eran objeto de manoseos por los invitados. Incluso al chico que esperaban, uno de los hombres enmascarado se empeñó en masturbarlo hasta que eyaculó mientras interpretaban el cuarteto americano de Dvorak.

-A mí lo que me llama la atención es que ninguno de los cuatro se detiene. Parece lo más normal del mundo.

-Y no se equivocan.

-Me imagino que alguna nota no darían bien. No jodas.

-Puede ser que los entrenen para eso.

-O que luego si no, sepan lo que les espera: el violín destrozado en las costillas.

-Mira, me parece que es ese – señaló Fernando a un joven que salía en ese momento del portal. – Por la cara, no tiene buen día.

Los dos policías empezaron a seguir al joven a distancia. Esperaban un lugar adecuado, lo suficientemente alejado de la academia de música de la que acababa de salir para abordarlo.

El joven parecía inquieto. No hacía más que mirar hacia atrás. Una de esas veces, se fijó en ellos. Algo le hizo ponerse más nervioso y empezó a andar más deprisa. Los policías aceleraron el paso también.

-¿Y si lo abordamos y nos dejamos de tonterías? – apuntó Raúl.

El joven de repente echó a correr. Los policías lo imitaron. El músico iba tan preocupado de mirarlos que al final tropezó y cayó al suelo. Fernando y Raúl llegaron dónde él y se agacharon para interesarse por su estado.

-No me peguéis, por favor.

-Somos policías.

Fernando le enseñó su documentación sin hacer ostentación de ello. No querían ponerle en un aprieto.

-No me peguéis.

Entonces a Raúl se le ocurrió una cosa.

-Somos amigos de Jorge Rios. Nos envía él. Ha oído hablar de ti y quiere ayudarte.

La actitud del joven cambió de inmediato. Los miraba directamente, intentado decidir si esos dos tipos le decían la verdad.

Fernando le dio la mano al chico y lo ayudó a levantarse.

-¿Estás bien?

El joven asintió con la cabeza.

-¿Cómo sé que es verdad?

Raúl sacó su móvil e hizo una videollamada.

-Jorge, saluda a un nuevo amigo. No confía en la policía.

-Hola David. Soy Jorge.

El músico miraba a todos lados. Ahora parecía preocupado porque alguien le viera.

-Fernando y Raúl son mis amigos. Confía en ellos. Te van a invitar a un chocolate porque quieren escucharte. ¿Lo harás por mí?

David apenas pudo asentir con la cabeza.

-Gracias. Espero poder quedar un día contigo y poder escucharte hacer música.

Jorge cortó la comunicación.

-No conocemos esta zona. Si nos dices un sitio donde podamos charlar tranquilos…

Fernando le había puesto la mano sobre el hombro. Le sonreía a la vez que le acariciaba suavemente. Quería que se relajara.

-En esa bocacalle hay un bar que no suele ir la gente de la academia. Estaremos tranquilos. Y la cerveza es buena.

-Vamos entonces.

Raúl se agachó para recoger del suelo el estuche del violín. David le agradeció con una sonrisa tímida.

-Pensaba que no había policías buenos.

-Hay más de los que te crees.

-Y encima sois guapos.

-Hombre, gracias – dijo Raúl – No me lo suelen decir a menudo.

-Vamos, anda. No queremos ponerte en un aprieto. Quitémonos de la vista.

Los tres empezaron a caminar a la par. Raúl miró al otro lado de la calle y vio una cara conocida. Le hizo un gesto con los dedos llevándoselos a la cabeza a modo de saludo. El hombre le devolvió el saludo a la vez que le sonrió.

Jorge Rios.”


Capítulo 35.-

Una mañana luminosa y cálida. Elías se duchaba como todas las mañanas, con su agua a medio calentar, con el café preparado para tomarlo antes de secarse y un zumo de naranja recién exprimido. Le gustaba tocarse de buena mañana. Recorrer su cuerpo. Acariciar sus muslos y su miembro. Y acabar gimiendo como una perra. Luego alargaba la mano y cogía la taza de café. Y el vaso de zumo. Cogía la toalla y se secaba. Se miraba en el espejo y sonreía. Era guapo, lo creía al menos. Y era un hombre que estaba destinado a grandes logros. Estaba seguro de ello. Un triunfador. Sabía que Dimas Nadiel caería algún día. Era un chapucero y odiaba su trabajo. Odiaba los libros. Y Esther Juárez no tenía estómago para esos juegos. Él se haría cargo de la cuenta de Jorge Ríos. Y sería el primer paso para dirigir la editorial. Aunque posiblemente eso sería poco para él. Tenía veintinueve años, toda una vida por delante. Y no le dolían prendas en asestar puñaladas a diestro y siniestro.

Se vistió con cuidado. Era el primer día de su nueva vida. Esther le había encargado desentrañar los asuntos de Jorge Rios, su escritor estrella. Pero su jefa no sabía que era un tema que dominaba de cabo a rabo. Solo debía decidir que contarle y que callar.

Se peinó con espero, cogió su americana y su bandolera. Sacó una mascarilla nueva del cajón de la entrada y abrió la puerta.

Se encontró de bruces con una señora de mediana edad que sonreía. No la recordaba del vecindario. ¿Qué hacía en su puerta? Fue a preguntar, pero se encontró con una pistola apuntándole al entrecejo y fue lo último que vio.

La señora empujó el cadáver hacia el interior de la casa. Cogió el portafolios y buscó su portátil. Lo encontró en la mesa del salón. Cogió también un par de discos externos que encontró. Se guardó su mascarilla y cogió una limpia del cajón que había dejado medio abierto Elías. Cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido pero sin intentar limpiar las manchas de sangre que había dejado en la misma. Llamó al ascensor y bajó con tranquilidad.

-Uno menos – dijo al teléfono en un mensaje de voz dirigido a un número sin etiquetar.

Jorge Rios.”

Jorge cerró el portátil. Se había entretenido escribiendo un par de relatos que se le habían ocurrido durante el trayecto a la prisión. Y solo eran las 11,30 h. Pero estaban siendo muy intensa.

Cuando salía de la oficina de la editorial vio a Elías García. Fue durante un tiempo ayudante de Dimas. Era un mal bicho. Tuvo un par de detalles que no le gustaron y obligó a Dimas a apartarlo de su cuenta. No le hizo gracia verlo encaminarse a toda prisa hacia el despacho de Esther. Debería hablar con ella. No lo quería cerca de sus asuntos. Aunque empezaba a pensar que lo mejor sería cambiar de editorial.

Hasta hacía unos días hubiera dicho que el proceso de ese cambio iba a ser complicado, porque todo lo había dejado en manos de Dimas. Hasta la detención de Jorgito, pensaba que Dimas, a pesar que intuía que lo odiaba con todas sus ganas, le iba a ser fiel por el dinero que ganaba con él y por la relación de amistad que tenía con Rosa, su mujer. Y por el cariño de sus hijos. Esa forma de ver las cosas en este momento era cuando menos, irreal. Pero si la agenda empezaba a llevarla Sergio Romeva, y Óliver empezaba a poner orden en sus cosas y a ocuparse de su relación con su editorial, estaba ya en marcha el proceso de tomar las riendas totales de su carrera, de sus asuntos profesionales.

Esa misma tarde iba a tener una charla con Óliver en Concejo. Aprovecharía para ponerle al día de todo. Y de anunciarle los temas de los que debería ocuparse con cierta urgencia. Y posiblemente, le diría que lo acompañara a su pequeña gira de promoción a París y al Reino Unido.

Lo primero que debería hacer Óliver, era recabar todos los contratos que le unían a su editorial o a Dimas. Para saber que terreno pisaba. Luego, reclamar una auditoría de sus derechos. Renegociar su colaboración con el diario “El País” y comprobar dónde iba el dinero que cobraba por ellas. Hasta que eso no estuviera resuelto, no iba a retomar esas colaboraciones. Así había quedado con el director del diario con el que estuvo un momento en la recepción de la embajada.

Otro de los temas que pensaba tratar con su nuevo abogado, era que le explicara exactamente las intenciones de Otilio Valbuena al aparecer el día en que habían quedado para una toma de contacto. A él toda la entrevista le había parecido una amenaza velada, tanto a Óliver como a él mismo. No se lo había contado con detalle a Carmelo. Estaba seguro de que si lo hacía, le diría que su alma novelera estaba alcanzando cotas “dramáticas”. El caso es que la aparición del antiguo jefe de Óliver, había convertido su reunión en un bluff inservible. No pudieron hablar de nada. Aunque al menos, creyó ver en Óliver la firme intención de ocuparse de sus asuntos, cosa que no estaba clara antes de ese encuentro.

Pero había muchos matices en lo que dijo ese Otilio que no llegó a entender. Posiblemente porque le faltaba información. Empezaba a pensar que su entrevista con Óliver iba a ser larga. Esperaba poder sacar ese tiempo sin levantar muchos comentarios en su presentación oficial ante los habitantes de Concejo. Eso también le ponía un poco nervioso.

Sonó su móvil: un mensaje de Carmelo:

Vamos, que te estoy viendo, entra de una vez”.

Le contestó inmediatamente: corto y contundente:

Cabrón”.

Yo también te quiero”.

Que bobo, pensó. Pero tenía razón. Carmelo lo conocía muy bien y sabía que intentaría retrasar el momento de entrar en la prisión.

Salió del coche y sus escoltas ya estaban rodeándolo. Entraron en la prisión por una puerta lateral. Javier Marcos, el comisario, lo había arreglado todo. No habría problemas de ningún tipo. Y la reunión iba a ser sin pantalla de por medio. Una habitación para ellos. Con posibilidad de tocarse.

Le recibió el director de la prisión. No todos los días iba un escritor famoso. Lo acompañó hasta la sala en donde ocurriría el encuentro. Había un guarda en una esquina y había entrado Hugo, que había asumido la jefatura de su equipo de vigilancia. Había dejado la investigación que le había encargado Jorge para volver a seguirlo de cerca. Jorge pensó en preguntarle si había acabado la traducción de esas primeras páginas de la novela en alemán. Todavía no le había comentado nada. Pero prefirió dejarlo para después del encuentro con Jorgito.

Jorge se sentó en una silla en un lado de la mesa que ocupaba el centro de la sala. Daba la impresión de ser una habitación que no estaba en un uso cotidiano. Las paredes estaban descoloridas, siendo benévolos en la descripción. La luz era a base de tubos fluorescentes. En uno de ellos fallaba el cebador, por lo que se apagaba y encendía con cierta regularidad. Era una sala que acaparaba todos los tópicos que encontraríamos en una película en la que fueran a interrogar a un detenido y se fueran a emplear métodos de dudosa legalidad. Si no fuera porque estaba esperando a Jorgito, su ahijado, y porque no había metido su portátil ni su teléfono en la sala, normas de seguridad de la prisión, ahora se pondría a escribir unas líneas sobre ese lugar tan siniestro. En una prisión relativamente moderna. No pegaba. A no ser que la hubieran habilitado con prisas con el fin de acoger esa reunión fuera de los circuitos habituales.

Jorge se dio cuenta que había unas cámaras en la sala. Pero no se preocupó. Aitor se encargaría de que no grabaran nada. Nadie iba a ver lo que pasaba en la sala ni lo iba a escuchar.

El guardia de la prisión se había retirado. Salvo el ruido de los fluorescentes y el movimiento de Hugo en una esquina, el silencio era absoluto. Hasta que en el otro lado del portón se oyeron puertas y cerrojos que se abrían y se cerraban con rapidez. No era precisamente silencioso moverse en esa cárcel. Por fin, el portón de enfrente se abrió y apareció Jorgito acompañado de un funcionario. Este volvió a cerrar la puerta desde fuera.

El escritor se levantó como un resorte al ver a su ahijado. Tuvo el impulso de lanzarse a abrazarlo, pero las piernas le temblaban. Parecía mentira que a sus casi cuarenta hubiera ocasiones en las que era incapaz de desenvolverse. Y en otras ocasiones, ponía su mirada obtusa y se enfrentaba a peligros y a personas que cuando menos, querían partirle las piernas, y lo peor, tenían medios, conocimientos e intención de hacerlo. No acababa de entender esa dualidad en su carácter. Esa ocasión iba a ser una más de la lista de los momentos en que no acertaba a desenvolverse con soltura.

También era cierto que no era una situación normal. Iba a ver a su ahijado querido al que acusaban de linchar a otro joven, un amigo suyo al que al parecer pegaron solo por el hecho de ser homosexual. Su ahijado, una de las personas que más ha querido en su vida, pegaba a alguien por ser como era él mismo. Eso quería decir que cualquier día, una de las personas que más quería le podía agredir en cualquier rincón oscuro de cualquier calle de cualquier ciudad por ser homosexual.

No sabía como actuar. Lo miraba ahora y veía a un pobre chico abrumado por la situación. Con dieciocho años apenas cumplidos. No era muy alto de normal, pero parecía haber menguado todavía más en esos días en la cárcel. Tenía unas ojeras que le llegaban casi debajo de la nariz. Y de su todo, de su mirada, de la postura de su cuerpo, emanaba una tristeza infinita. Arrastraba los pies y sus uñas habían desaparecido de sus dedos, mordidas sin descanso seguramente.

-Tío…

Intentó decir algo más pero no lo consiguió. Se echó a llorar. Compulsivamente. El escritor no pudo contenerse y olvidó todas sus dudas y una posible estrategia de contención de sus muestras de afecto o cercanía con el chico y se acercó a él caminando despacio. Por alguna razón pensó que si se movía deprisa podría asustarlo. Y algo de eso podría haber sucedido, porque cuando el chico percibió que su tío se acercaba, pareció encogerse un poco más, como si esperara que le soltara un zurriagazo. El escritor notó ese gesto de miedo.

-¿Por qué te asustas mi niño? Nunca te he levantado la mano salvo para acariciarte.

-No has venido a verme desde que estoy aquí. Muchos días. Y soy inocente. Debes creerme. Jura que me crees.

Jorge se encogió de hombros. No sabía que decirle. Le habían enseñado las imágenes. Había reconocido sin lugar a dudas que su ahijado era el que daba una soberana paliza a Rubén. Si que es verdad que algo de esas secuencias siempre le parecieron algo coreografiadas, como si estuviera preparado. Pero eso lo achacó a todas las series y películas que había visto. Al final siempre hay algo que te recuerda a alguna película, aunque no sepas determinar cual es en concreto. Ir casi cada día al rodaje de “Después: el infierno” mientras acompañó a Carmelo en París, había hecho mucho daño en ese aspecto. Jorge era de los que pensaban que era mejor no enseñar las trampas de los rodajes al público.

A favor del chico estaba que la Unidad especial de Investigación de la Policía, parecía tener serias dudas de su culpabilidad. No le habían dado detalles, pero… se traslucía de sus palabras y de su manera de actuar. Aunque Jorgito seguía en la cárcel.

-¿Por qué no me lo cuentas todo?

-NO puedo – dijo desesperado. – NO puedo.

-Algo podrás decirme – respondió con tono calmado.

-Habla con Rubén, por favor. Por favor tío. Yo nunca iría pegando a gays. Si Hernán es mi mejor amigo y es gay. Habla con él. Y Tamar es negro. Joder, tío. No soy homófobo. Ni racista. ¿Cómo lo iba a ser si la persona que más quiero es homosexual?

El chico casi se había arrodillado delante del escritor. Éste estaba incómodo. Intentó que se levantara, pero al chico le habían abandonado las fuerzas y estaba hecho un ovillo a los pies del escritor. Al cabo de un rato éste tiró con fuerzas de él y lo sujetó para que se levantara. Lo abrazó y lo fue llevando hasta una de las sillas. Hugo hizo un amago de acercarse para ayudarlo, pero recordó que su papel solo era el de proteger a su “cliente”; no debía intervenir.

-No sé por que no puedes contarme lo que me dices que me dirá Rubén.

-Porque le pegarán, me matarán y te matarán a ti. Y hablan muy en serio.

-Dará igual entonces que me lo cuente Rubén.

Acercó otra silla y se sentó a su lado. Le cogió la cara con sus mano y le obligó a mirarlo.

-Cariño, te quiero, lo sabes. Recuerda la dedicatoria del último libro. Es cierto lo que te digo ahí. Eres lo más importante de mi vida. Dime quién habla muy en serio.

-Y tú lo eres de la mía. Joder, tío, eres lo más. Desde pequeño he esperado siempre a que vinieras a casa, a que llamaras a mi madre para decirla que me ibas a llevar a comer una hamburguesa, o al cine, o al parque, o a cualquier sitio. Y esos cuentos que me escribiste. Quien hace eso, joder. Mis amigos se morían de envidia. Ni a Martín Carnicer le has hecho eso. A veces estaba celoso de él. ¿Sabes? Te veía con él y le veía a Martín como te miraba. No era así muy de abrazos. Ni muy expresivo. Pero sus ojos… te adora. Y tú a él, que lo sé. Pero siempre me consolaba: a mí me ha escrito cuentos, un montón, durante cinco años, solo para mí. Y a él no se los ha escrito. Solo a mí. Porque los primeros también los leyó Clara. Pero el resto, solo fueron para mí. Nunca te haría daño. Y linchar a Rubén hubiera sido hacerte daño a ti, ahora que habías encontrado… pero había que hacer algo para pararlos… Rubén así lo creía.

-No sé quien te ha dicho eso de Rubén – dijo en tono cortante y cansino – Que no es nadie. Que no es mi pareja, ni mi nuevo amor. ¿Te lo ha dicho él?

-No hace falta que finjas conmigo, tío. Él no me ha dicho nada. Es muy discreto. Se le nota que te ama con todo lo que tiene dentro.

-¿Pero quién te ha convencido de eso? No sé si Rubén me quiere como dices, pero lo que es claro es que yo tengo el corazón en otro lado, desde hace años. Y tú lo sabes, Jorgito. Tú lo sabes. Me lo has preguntado cuando no levantabas un palmo del suelo. “¿Tú quieres a ese Carmelo? ¿Tío no me mientas que te he visto mirarlo”. – Jorge había intetnado imitar la voz de un niño, pero no le había salido muy bien – Es que además, lo sea o no lo sea, da igual. No hay razón para pegarle de esa forma.

-¿No es tu novio? – preguntó el chico un poco desorientado.

-No. No lo es. Si lo fuera te lo hubiera dicho. ¿Por qué lo iba a ocultar? Soy viudo. No tengo compromisos. Puedo amar a quien quiera. O no amarlo y acostarme con él. Como tú puedes acostarte con cualquiera. Siempre me has dicho eso de que Carmelo y yo hacemos buena pareja. Ahí estabas más acertado. En lo de Rubén, quién te haya dicho, te ha mentido con todo.

-Yo no podría acostarme con un chico.

-Porque no te gustan los chicos.

-Aunque me gustaran – el joven bajó la mirada.

-Explícate.

-Mi padre.

-¿Tu padre qué?

-Me mataría.

Lo primero que pensó Jorge Rios para contestarle era negarlo rotundamente. Aunque ahora mismo no estaba seguro de que eso fuera incierto. Y no quería mentirle a su sobrino. Aunque lo de matarlo, le parecía muy exagerado.

-No creo que te matara. Aunque no le gustara.

-No lo conoces, tío. Ni a mamá. Ni a Clara. Te han estado engañando todo este tiempo. Y yo también te he engañado. Y por ello te pido perdón. No supe zafarme de las órdenes de mis padres.

Jorge se levantó de la silla como accionado por un resorte. ¿Órdenes de sus padres? ¿Le estaban mintiendo todos? Eso parecía que se refería más al ámbito personal. Pero… ¿Hasta el punto de implicar a los chicos? Jorgito había incluido a Clarita en el tema de parecía que había querido decir que ella jugaba en su contra. Como sus padres. Al final no había sido mala decisión no incluir a su hermana ni a nadie de la familia en el acceso completo a su obra.

Lo de Clarita, después de su última visita al colegio, no le extrañaba. Y más después de escuchar los comentarios de sus amigos, cuando pensaban que no les oía nadie. Pero una cosa era pensar que jugaba sus propias partidas, y otra, que premeditadamente hubiera actuado siguiendo instrucciones de sus padres o de quien fuera, para influir en él o para conseguir algo.

El chico lo seguía con la mirada. Si no hubiera sido porque estaba la mesa, seguro hubiera caído al suelo. Estaba completamente hundido, sin fuerzas, desvalido.

-No tenía que haberte dicho nada. Mamá siempre decía que eras muy enclenque.

-¿Enclenque? ¿Empleaba esa palabra?

-Sí. Decía que eras lo siguiente a débil. Que sin Nando no hubieras llegado a nada. Y eso que Nando no te quería, porque te ponía los cuernos desde muchos años antes de morirse. Pero estaba el dinero que ganabas y la relevancia social. Decía que siempre se presentaba como el marido de Jorge Rios. Eso le abría puertas y camas.

-¿Eso decía tu madre?

-Bueno, papá y mamá. Se lo oí una noche que estaban hablando en el cuarto de estar.

-¿Y qué más decían?

-No sé. Te has enfadado, lo noto.

Jorge se acercó a su sobrino y volvió a ocupar la silla que estaba al lado de la suya. Volvió a coger su cara entre sus manos y a besarle repetidamente en la frente y en las mejillas.

-Si me he enfado en todo caso es conmigo. En esta cuestión solo tengo la idea de que tengo que darte las gracias por haberme contado esto. Te debe haber costado mucho. Son secretos de familia.

-No quiero una familia así.

-Bueno, no sé que decirte.

-¿Puedes mandarle un mensaje a Hernán y a Tamar? No quiero que piensen que soy eso que dicen. Son mis amigos.

-Vale. Veré que puedo hacer. – pensó en como encontrarlos. También se había dado cuenta de que no conocía a Jorgito. No había acertado el nombre de ninguno de sus mejores amigos. Quizás era porque Jorgito ni sus padres, había propiciado que conociera a ninguno de ellos, salvo los que fue viendo y saludando cuando algunas veces iba a recogerlo al colegio. Eran los propios compañeros los que se acercaban, por aquello de ser Jorge un escritor conocido.

El guarda de la prisión que había acompañado a Jorgito se asomó a la puerta e hizo un gesto señalando el reloj. Era tarde y debían dar por terminada la reunión. Se acercaba la hora de la comida.

-No te vayas, tío.

Sacó las pocas fuerzas que tenía y se lanzó al cuello de su tío. Lo abrazó con fuerza, como si fuera una lapa y lloró. Y en un momento dado, Jorgito el susurró en ruso:

Изменить волю. Уже. Я не могу выйти в нем, ни Клара, ни кто-либо из моей семьи. Не верь никому. (Cambia el testamento. Ya. No puedo salir en él ni Clara ni nadie de mi familia. No te fíes de nadie.)

-¿Cuando vas a volver? – dijo en voz alta separándose de su tío, volviendo al castellano.

Su tío al que no le había dado tiempo a procesar lo que le había susurrado al oído se quedó sin saber que decir. Al final se acordó de los viajes de promoción del libro.

-Tengo promoción. No será como otras veces, por la pandemia. Pero algo hay que hacer. A lo mejor tardo unos días.

-Que sepas que te quiero, tío. Y que todo lo que he hecho, lo he hecho por ti.

Los dos Jorges se dieron el último abrazo. El chico volvió a echarse a llorar. Entró el guarda de la prisión y tiró de él, aunque intentando no ser muy brusco. Le daba pena el chico. Aunque antes de salir del cuarto, Hugo, desde su esquina, le hizo una pregunta:

Вы знаете, где может быть ваш отец? (¿Sabes donde puede estar tu padre?)

-Если бы я сказал тебе, мы бы все умерли.(Si os lo dijera, moriríamos todos)

El escritor se quedó apoyado en la mesa viendo como el chico desparecía por la puerta contraria a la que debía emplear él para salir. Se quedó un rato mirando a la pared. Por mucho que hubiera podido imaginar distintas formas de desarrollarse la entrevista, lo que había pasado le había desbordado completamente. Y se estaba dando cuenta de que al final, no le había preguntado nada de lo que pensaba, ni habían hablado de las visitas de sus padres, si le iban a ver… o sencillamente de como era la vida allí dentro. Por si podía ayudarlo en algo. Cada vez estaba convencido de que todo eso, todo el suceso de Jorgito y Rubén, era un montaje. ¿Para qué y por qué? Por mucho que fuer aun novelero, como le tomaba el pelo Carmelo, no alcanzaba a pergeñar un argumento que le convenciera mínimamente. Y como hablar con Rubén, parecía algo complicado de momento…

-¿Nos vamos?

Hugo se había acercado desde su esquina.

-Llevas más de media hora mirando la pared. – le recriminó suavemente.

-Necesito un teléfono seguro. ¿Lo es el mío? – le preguntó en ruso.

Hizo un gesto con la cabeza como dudando. Su teléfono y su ordenador estaban custodiados por los guardas de seguridad en la dependencia correspondiente. Podía haber sucedido cualquier cosa mientras había durado la entrevista. No lo dudó y sacó el suyo y se lo tendió.

-Pero no sé el número de teléfono… – siguieron hablando en ruso.

-¿De quién?

-Del abogado nuevo.

-Lo apunté por si acaso. Busca Óliver abogado.

Lo encontró sin problemas y marcó.

-Soy Jorge Rios. – le dijo en alemán rezando porque Óliver lo hablara – Necesito urgentemente que me redactes un testamento y legalizarlo ya.

-Tendrías que firmarlo ante notario. – le contestó también en esa lengua.

-¿Cual es la notaría más cercana? – preguntó a Hugo. – da igual, buscala tú mismo. Estoy en la prisión de Humanes. Me mandas a este teléfono la dirección y le mandas a ellos el testamento nuevo. Urgente. La beneficiara única es Juana Ortiz Del Campo. DNI 12.???.???-P. De todos mis bienes y de los derechos de todas mis obras. En caso de fallecimiento de ella, debe quedar claro que los beneficiarios pasarían a ser Carmelo del Rio… (se dio cuenta de que era el nombre de trabajo) perdón Daniel Morán Torres y Daniel Gutiérrez Capellán. Y en caso de fallecimiento de ellos, todos mis bienes pasarían a la Fundación del Barco. Que no haya opción a que se busque subterfugios para que en caso de que muera nadie de los citados, lleguen a manos de unos supuestos herederos aparecidos de la nada.

-Pero esto habría que pensarlo bien…

-Tienes el tiempo que tarde en llegar al Notario. Es cuestión de vida o muerte.

Fue a colgar pero recordó una cosa más.

-Y recuerda que esta noche nos vemos, voy con los Danis.

-Recibido.

Y no dijo nada más, porque había colgado. Al cabo de tres minutos Hugo le mostró su teléfono que acababa de recuperar de manos de Jorge con la dirección de la notaría.

-Dice que no es la más cercana pero que conoce a la notaria.

-Vale, vamos. Y abrimos los ojos. Y habría que hacer algo por mi sobrino. Creo que lo van a hacer picadillo. A ver si llegamos a firmar al notario antes de que pase algo.

Jorge se levantó, sacó un pañuelo de tela del bolsillo de su chaqueta y limpió con él todo lo que había tocado. Se lo volvió a guardar con cuidado.

-Pero antes tendrían que matarte a ti.

-Eso no me preocupa. De que eso no ocurra te ocupas tú.

-¿Que conclusiones has sacado?

Aunque Hugo había preguntado, hizo un gesto al escritor para que no contestara y se despidiera del Director de la prisión que había venido a hacer los honores con un libro para que le dedicara. Jorge lo atendió con amabilidad mientras los funcionarios de prisiones le devolvían sus aparatos electrónicos y le hizo una dedicatoria con su bolígrafo especial. A Hugo le llamó la atención que Jorge hubiera sacado de nuevo el pañuelo y cogiera con el el libro que le tendía. Se lo firmó sin hacerle un a dedicatoria personalizada. Un “Muchas gracias por leerme” y la firma.

-¿Me podría regalar el bolígrafo? A mi mujer…

-Lo siento. Es por esto del COVID. Ya le enviaré otro serigrafiado. A parte tengo las manos pegajosas. Sin duda algo que he tocado, en el bar donde he desayunado.

-Bueno, era más… personal este…

-Ya lo siento. Mi editor me mataría. Es muy celoso de esto de la seguridad de la pandemia. Me tiene frito a PCR, test variados, geles superprotectores y cuidado con lo que tocas y no dejes a nadie nada, ni aceptes regalos de nadie.

Se despidió de él con un choque de puños y salieron a la carrera de la prisión. Fuera, en lugar de uno, ya eran tres los coches de escolta. Más el coche que Carmelo había dejado para que lo usara él. Jorge, nada más salir, empezó a escribir mensajes en su móvil.

-Te lo has tomado en serio. Lo del bolígrafo ha estado bien. Un poco forzada la excusa del Covid, pero bien. Te he visto regalar un ciento.

-Has conseguido asustarme. – mientras respondía a Hugo, él seguía escribiendo. – Tiene huellas y ADN. No quiero dejar nada por ahí. Y de todas formas, no suelo regalar los bolígrafos, salvo en alguna promoción que se hacen algunos con mi nombre. Eso es lo que habrás visto en algún vídeo de internet. Nadie me pide los bolis. Entre otras cosas, porque suelo llevar uno o dos. Y si los voy regalando, luego no tengo con qué firmar al siguiente. Y pasas apuro. Otra cosas es que me los deje el mismo que me trae el libro y se lo devuelva.

-Por eso has limpiado la mesa y las sillas que has usado.

Jorge asintió con la cabeza.

-Hay algo en el Director y en cómo ha preparado la visita que me ha dado mala espina. Y despide malas vibraciones. Eso sí que es verdad que no lo suelo hacer.

El director de la Prisión miró al escritor mientras salía de las instalaciones. En cuanto se dio la vuelta, dejó de sonreír y cambió su gesto por el de que le diera un asco enorme. Hizo un gesto al Teniente de la Guardia Civil que estaba a cargo de los hombres de la Benemérita que custodiaban la prisión para que se acercara.

-¿Qué ha dicho el hijo de puta ese a su sobrino o lo que sea?

-No hemos podido escucharlo. Ha habido un fallo en el sistema y no hemos podido ver ni escuchar lo que ha pasado. Y por mucho que los técnicos lo han intentado, la señal no la hemos recuperado.

-No me jodas Jiménez. Haber impedido la reunión entonces.

-Eso no lo podemos hacer. Hubiera llamado la atención.

-Me importa una mierda. Se entra y se le dice a ese hijo puta que vuelva otro día.

-La reunión la ha pedido ese Comisario Marcos.

-Me cago yo en el comisario Marcos. Es un Don Nadie. No me jodas. ¿No te ha aleccionado el Coronel del Pino?

-Hágame caso. El Comisario Marcos no es un Don Nadie. Y quién le diga lo contrario, o le quiere mal o es un insensato o está muy mal informado.

-Ya verás lo que me dura a mí en un asalto de poder. Joder. Tengo a medio Consejo de Ministros en la agenda de mi móvil.

-Hágame caso. Tenga cuidado con él. No se enfrente.

-Tenías que haber impedido… ¿O me vas a decir que Jorge Rios también es alguien importante?

-Se lo digo.

-Ese va a saber lo que es bueno. No te jode. Se va a acordar no haberme dado el bolígrafo. Ese desprecio… lo va a pagar caro. Dile a nuestros presos de confianza que se ocupen de ese chico.

-Es el ahijado de Jorge Rios. Piénselo bien.

-Me cago en ese puto escritor. Es un Don Nadie que medio país quiere muerto. Ayudemos a que eso sea así.

-Si medio país lo quiere muerto, ¿No le dice nada que no lo esté hace años? Quizás porque el medio país que no quiere que muera, es más poderoso que el que sí.

-¿Lo haces tú, niñato, o lo hago yo? Ese chico debe estar en la UCI esta noche. O mejor, que esté en el depósito de cadáveres.

El director se giró y de fue camino de su despacho. Al llegar, su secretaria le esperaba teléfono en mano.

-Dña. Rosa Kernikova, al teléfono. Dice que es urgente.

El Director le dijo a la mujer que le pasara la llamada a su extensión.

-¿Por qué no me has llamado a mi móvil? – dijo en tono brusco.

-No hay forma. Parece que no tienes cobertura. Y modera el tono, querido. No soy una de tus putas.

El Director sacó el terminal y lo miró. Todo parecía normal. Y el símbolo de la cobertura estaba como siempre.

-Que querías. – dijo en tono sosegado.

-¿Hace falta que te recuerde quien es el chico al que ha ido a ver Jorge Rios?

-Me dijo…

-Filias, me parece que te estás equivocando. – le dijo en tono seco y amenazador. – Y en este juego, los errores se pagan con la vida.

Jorge Rios”.


Capítulo 36.- 

Jacinto perdió a su hijo.

Ahora lo echa de menos. Antes no.

Un día su hijo llegó a casa de madrugada. Su madre se levantó de la cama asustada por el estruendo que hizo al entrar.

Miguel tenía veintidós. Jacinto no sabía discernir cuando se torció. No estuvieron atentos. Al menos lo suficiente. Echaban la culpa a las malas compañías. Problemas en casa no había tenido nunca. O eso pensaban su madre y él. Pero empezó a beber, primero. Luego pasó a la hierba. Y luego acabó con heroína. O cocaína, no sabía. No quiso saber. No pudo saber.

Esa mañana, como otras, su madre se levantó al sentir que llegaba. Por si quería cenar algo o desayunar o no se encontraba bien. Ese día no lo podía obviar. Su marido le decía que no era su esclava. Pero era tal el escándalo que había montado…

Lo encontró tirado en la cocina, debajo de toda la pila de platos y de uno de los armarios de la cocina. Lo había tirado y todo había caído encima de él. Su madre intentó ayudarlo. Pero él la rechazó. La empujó. La dio un manotazo con tan mala suerte que le dio en la cara. Cayó al suelo con tan mala suerte, de nuevo, que se cortó. Gritó. Y eso sí, a pesar de la pastilla, despertó a Jacinto.

No estaba muy lúcido todavía cuando llegó a la cocina. Tardó en comprender lo que veían sus ojos. Su hijo sudando a mares, con los ojos enrojecidos, y con un gesto de furia en ellos. Su mujer en el suelo, sangrando, con la cara que empezaba a hincharse. Y el chico que se levantaba y quería pegar a su madre de nuevo, porque todo era culpa de ella. Le había puesto una trampa, decía.

-Dame el dinero. Dame el dinero – repetía.

Luego la cosa se calmó. Pidió perdón, se trató en un centro. Luego otra vez ocurrió, y volvieron al “No lo volveré a hacer”…

Pero siempre volvían al punto de partida. A esa madrugada, a la furia incontenible. Luego perdón, perdón.

Jacinto se plantó. Un día cualquiera. Podía haber sido el anterior, o haber esperado dos más o tres. Fue ese día. Dijo no. No, inapelable, incontestable, rotundo, definitivo.

No, cuando su mujer le dijo que esta vez iba a ser la buena.

No, cuando su hijo pidió perdón por enésima vez.

No.

-No quiero volverte a ver, Miguel.

A Jacinto le rompió algo por dentro decir esas palabras. Su hijo se había convertido en un peligro para el resto de la familia. Nunca se había propuesto de verdad dejarlo. Y su madre

-Ya has oído a tu padre: fuera de aquí. – dijo la madre apoyando a su marido, a la vez resignada y rota.

No volvieron a verse. Las fiestas familiares eran de cuatro. Ninguno lo echaba de menos, al principio. Pero Jacinto, siempre tenía un momento para quedarse abstraído y recordar cuando el joven Miguel era como un apéndice de su padre. Y entonces, a veces mirando por la ventana, a veces con la mirada perdida en la pared, sentía un dolor inmenso a la altura del corazón. Era como si se lo hubieran extirpado el mismo día que su hijo salió por última vez de la casa.

Pere Pujol.

-Pere. – dijo Jorge nada más escuchar que su interlocutor contestaba al teléfono.

-Hombre Jorge. Aquí estoy dándole al ordenador y jurando en hebreo, como tú. Joder, he estado mejorando el relato que te gustó, el de Jacinto. Y creo que…

-Déjalo de momento. – le interrumpió el escritor – Sal de casa.

-Pero estoy inspirado. He escrito a parte de éste, dos relatos muy bonitos.

-Seguro. Luego los leo. Ahora deja todo como está y vete a tu casa. Y no te asomes a la ventana.

-¿He hecho algo mal?

-No, pero cabe la posibilidad de que alguien te confunda conmigo, y te intente hacer daño.

-Pues que vengan, que les daré su merecido. Y de eso se trataba, de que pensaran que estabas en casa.

-Hazme caso, Pere, por favor. Aquello era distinto. Esto no es un juego. Deja todo como está, y sal de casa.

-Vale, vale. Espero que se guarden…

-Por favor, sal. Esto va en serio. No te entretengas, por favor. Ya escribirás otros relatos esta tarde.

-Ya me voy. Me estoy levantando de la silla. – se quejó el vecino. No le gustaba que le atosigaran. Desde que se jubiló, se prometió que nadie le iba a meter prisa ni a levantar la voz. Pero el escritor, por la urgencia y la tensión, lo había hecho. Y con él siempre había sido muy educado.

De repente se escucharon a través del teléfono, como unos impactos sordos y unos cristales que se rompían. Se oyeron unos juramentos provenientes de Pere y un ruido fuerte seguramente producido por el vecino cayendo al suelo.

-Pere – requirió Jorge intentando en vano conservar la calma. – ¡¡La hostia puta!! ¡¡¡¡Eso han sido disparos!!!! ¡¡¡¡Hugo!!!! ¡¡La hostia de mi puta madre!!

Jorge apartó un momento el terminal del oído para coger un poco de resuello. No quería pensar siquiera en la posibilidad de que a su vecino le hubieran herido.

-¡¡Pere!! – gritó fuera de sí.

-Hugo, llama a Juliana. Que no entre. Es la hora en la que suelen almorzar. ¡¡Joder, rápido!! ¡¡Llama de una puta vez!! – apremió a su escolta – ¡¡Pere!! – gritó de nuevo Jorge a través de su teléfono.

-Estoy bien. ¡La hostia puta! Están friendo a tiros. Parece una peli del oeste. Me he tirado al suelo. Casi me rompo la crisma. El espejo está hecho añicos como los cristales de la puerta de la terraza. Joder, joder. Te juro que yo no he hecho nada…

-Arrástrate hacia la salida, Pere – le pidió Jorge en tono pausado. – No levantes la cabeza.

-No soy un chaval, joder. Tengo setenta años. Joder vuelven a disparar.

Jorge volvió a escuchar esos sonidos sordos y el posterior ruido de algo que se rompía hecho añicos. Cada vez estaba más nervioso. Y de nuevo ese sonido. Efectivamente había podido escuchar dos nuevos disparos. Más cristales rotos y otro ruido como si se hubiera caído un mueble. Quizás unas baldas que tenía colgadas de la pared de enfrente a la puerta de la terraza.

-Y me he hecho daño en la rodilla. La siento húmeda, joder, no puedo llegar a ella. ¡La hostia puta! ¡Joder! Me duele la hostia. Todo el suelo está lleno de cristales. Me he debido cortar. ¡¡¡Agggg!!! ¡¡¡Joder!!! ¡¡¡Duele!!! Ser viejo es una mierda. La ostia puta, ese hijo de puta podía dejar de disparar. No me atrevo a levantar la cabeza, joder. Tiene que estar en el edificio de enfrente. Hijo de la gran puta.

-Sal, por Dios. Y no tienes más que sesenta y nueve. No te hagas la víctima – bromeó Jorge para intentar quitarle el miedo a Pere. Él mismo intentaba respirar despacio y profundo para evitar que el ataque de ansiedad que le estaba rondando, se hiciera con su cuerpo – Haz un esfuerzo. Haz palanca con tus brazos, agárrate a las patas de la mesa, a la alfombra… avanza poco a poco.

-Flor y Juan están subiendo. Estaban de guardia. Ya se habían dado cuenta. Van refuerzos. – le anunció Hugo todo excitado. – En dos minutos estará allí media plantilla de la Policía y de la Guardia Civil.

-El edifico en obras de enfrente. Seguro. – afirmó Jorge. – No hay otra posibilidad.

-Ya van para allá más unidades – insistió Hugo. – Media plantilla de la Policía – repitió sin darse cuenta. Él mismo se había puesto nervioso.

-Si me agarro a las patas de la mesa, a lo mejor la tiro y me cae encima. Ya te dije que era muy moderna y que no aguantaría mucho peso. El ordenador…

-Que le den por culo al ordenador, Pere, hostias. Agárrate a lo que puedas y tira hacia fuera, joder. Y esa mesa es más fuerte de lo que aparenta. ¡Sal de ahí, cojones!

-Juliana, no entres en casa de Jorge – Hugo había logrado contactar con la vecina.

-¿Pero que pasa?

-No te acerques.

-Pere está ahí. Llevo el almuerzo. He quedado. – dijo una Juliana resuelta a no faltar a su cita. No entendía nada. – Y además, he oído ruidos. Me parece que el espejo del baño se ha acabado por caer. Ya se lo dije al escritor, que había que asegurarlo. A lo mejor Pere necesita mi ayuda.

-Ahora suben Flor y Juan. Sacarán a Pere.

-¿Sacar a Pere? ¿De qué Juan me hablas? Flor es muy maja, la conozco. ¿Se ha enfadado por algo el escritor? Si es por lo del espejo del baño, ya estaba… se lo avisé… que no piense que Pere el pobre lo ha tirado…

Hugo colgó el teléfono sin contestar a la vecina.

-Vamos yendo al notario – dijo Jorge en tono perentorio.

-¿Pero esto de que va? No acabo de entender que reacciones con esas prisas solo porque te lo haya dicho ese chico. Esto no puede tener relación con …

-Es que me lo ha dicho, pero recuerda que tu jefe, me preguntó por los beneficiarios de mi testamento. ¿No recuerdas?

-Joder. – Hugo no recordaba ese detalle.

-Muy sencillo. Muero yo, hereda Jorgito. Clara y Nadia, no lo olvidemos. Y podrán acceder a todo mi porfolio inédito.

-Y muere Jorgito … y heredan sus padres.

-Da igual. También está Nadia. Esto es delirante. Tampoco tengo tanto dinero.

-Pero al chico le pueden dominar sin matarlo. No necesitan acabar con él. Y sobre todo a la chica.

-El chico se ha rebelado. No quiere traicionar a sus padres, todavía. Pero tampoco quiere traicionarme a mí. Por eso está donde está. Todo ha sido una trampa. Seguido vamos a ver a Rubén, a ver que cuenta. Si no le han matado. O a lo mejor es todo más elaborado y fingen una trampa y el chico finge estar de mi lado para luego, quitarme la pasta una vez muerto.

-Se te ha ido un poco el argumento. No vale para tu próxima novela. Y Rubén, pues poco va a contar. Me dice Carmen Polana que se ha sumido en una depresión de caballo. Que ni habla, ni come ni nada. Ha debido acercarse a charlar con él y se ha encontrado ese panorama.

-Nadie me ha avisado. Dije en el hospital…

-Me da que es algo raro. Lo están investigando. Si te sirve de consuelo, a nosotros tampoco nos han avisado. Creo que Carmen se ha enfadado un poco.

-Pues no, no me sirve de consuelo. Quedé con el personal del hospital en que me llamaban con cualquier novedad. Me van a oír. Es una falta de… respeto, de… todo joder.

Jorge no hacía más que pasarse la mano por el pelo. Parecía que peinarse era su forma preferida de relajarse en ese momento. Ahora se arrepentía de haberse dejado arrastrar por toda esa actividad y no haber parado un rato para acercarse al hospital.

-Esto es exagerado por unos derechos de novelas. Puede ser dinero, pero… ¿Tanto como para todo este follón?

-¿Y si en China han hecho series de tus libros? ¿O han contratado a otro escritor para que escriba una secuela, como hicieron los herederos de ese escritor sueco que murió? Puede ser mucho dinero. Y muchos delitos. Robo, suplantación de identidad, propiedad intelectual. Y yo al menos no tengo ni idea de lo que puede vender un escritor que tenga éxito en China. O en Corea. Puede que hablemos de muchos millones de euros. No subestimes lo que vendes. Y sinceramente, me extraña que no valores el dinero que tienes y tu patrimonio y digas que eso no vale la pena. Y sobre todo que no tengas conciencia de lo que valen los derechos de tu obra. La que has publicado y la que tienes pendiente. Recuerda también que en alguna de tus novelas, alguien ha matado por mil euros. Lo has escrito tú. Y te diría más: han matado hasta por veinte en la vida real. O por una botella de vino peleón. Y tú lo sabes, escritor. Claro que tu patrimonio y los derechos futuros de tu obra vale todo este follón. Y ésto no ha hecho más que empezar.

-Pero aún así. Me parece mucha movida para eso. Si es esa sicaria profesional, cobrará una pasta. Y ya es el segundo intento de matar, que conozcamos.

-Lo raro es que esté fallando. Esa mujer no suele fallar. Si es ella, claro. La del parque lo era. Pero hoy…

-Puede ser suerte. Pere a lo mejor se ha agachado de repente al avisarle nosotros. O le han fallado las rodillas al incorporarse, a veces le pasa. Y en el parque, aparecisteis de repente. No se esperaba que me diera cuenta que me seguía.

-O ha fallado a posta.

-¿Y eso que escenario nos deja?

-Ni idea. No se me ocurre nada. Ponte este chaleco. Si te lo pones debajo de la camisa casi no se nota. Es el último modelo. Seguro y fino.

-Será mejor que lo lleves tú.

-No discutas, póntelo. Yo llevo el mío.

Le hizo caso. Era cierto, apenas se notaba debajo de la camisa. Era como si llevara una camiseta de invierno debajo. El teléfono sonó. Era Cape.

-Que estoy viendo tu casa en las noticias. ¿Estás bien?

-No estoy allí. Ni Carmelo tampoco. En todo caso un vecino, estoy esperando novedades. Me voy al notario a firmar un testamento nuevo.

-¿Vas a quitar a los chicos?

-Sí. No quiero que a Jorgito le pase algo. Está acojonado, ya te contaré. Y vosotros al loro. Mi suegra es mi primera heredera. Luego estáis vosotros. Y si pasa algo, a tu Fundación. Pero al loro por si acaso.

-Luego hablamos. En el pueblo te quedas en casa. Laín y Mártins se quedan en la Hermida 3. Va Paula también. Felipe y Eduardo nuestros vecinos se están ocupando de prepararlo todo. Mártins y Carmelo deben estar lúcidos y van a acabar antes de lo previsto el rodaje.

-Menudos dos.

-Cierto. Y así van a tener libre un día más la semana que viene. Así que sin problemas el viaje. Lo único es que no podré estar con vosotros todo el tiempo.

-¿Y eso?

-Tengo mis propias batallas. Se me ha complicado. Tengo que volver a Amsterdam y desde allí me iré a Sidney.

-Viaje largo de narices. Bueno. Me debes una entonces.

-¿Cómo que te debo una? Tú te sacas esas deudas… que esto no es uno de tus relatos. Tenemos que echar cuentas, capullo.

-Te pones de una forma… si es que … ains.

-No te hagas la víctima.

-Salgo del coche, hemos llegado al notario.

-Espera a que te diga Hugo.

-Hay prisa.

-Oigo disparos. – Cape iba a colgar pero justo entonces los escuchó.

-No es aquí. Los oigo también. Aunque Hugo ha desenfundado la pistola.

-Vamos. – conminó Hugo – Hay que entrar deprisa en la notaría. Los disparos son dos calles arriba. El tipo se ha escapado.

-¿Es casualidad? – preguntó un Jorge cada vez más superado por la situación.

-No. Han pillado a uno que venía hacia aquí a toda leche. Va armado hasta los dientes. Al pararle para identificarlo, ha empezado a disparar. Nos movemos – gritó por el intercomunicador a sus compañeros.

Hugo abrió la puerta del coche y al momento cuatro escoltas rodearon a Jorge. Se movieron deprisa hasta el portal en donde se encontraba la notaría. El secretario de la misma estaba esperando en la puerta.

-Por aquí, la Notaria le espera.

Caminaron por un pasillo. Al pasar por las distintas dependencias a las que daba distribución, vio como en muchas de ellas había hombres y mujeres que parecían policías de paisano y policías uniformados. Seguía creyendo que ese despliegue era excesivo, aunque los disparos que había escuchado en la calle provenientes de un individuo al que habían interceptado camino de la notaría, le hacían creer que a lo mejor, todo eso no era una exageración. No dejaba de incomodarle. Se estaba volviendo loco. Era demasiada gente para proteger a alguien que al fin y al cabo, solo era un escritor.

Llegaron a una habitación con una amplia mesa y varias sillas a su alrededor. Allí también había dos policías, además de Hugo.

Una mujer entró por la misma puerta que había utilizado Jorge.

-Soy Julia Martínez, notaria. Encantado de conocerlo – le tendió el puño que Jorge chocó. – Óliver me ha mandado los datos para su nuevo testamento. Hemos estado hablando de la mejor opción para blindarlo como usted quiere. Creemos que ha quedado perfecto. Ahora mismo en cuanto lo firmemos, lo mandaremos al registro de últimas voluntades. Compruebe los datos suyos y de los beneficiarios. Faltarían los DNI de Daniel Morán y Daniel Gutiérrez. Imagino que son los nombres reales.

-Hugo, teléfono seguro. – Jorge extendió la mano hacia el policía. Éste le acercó su móvil.

-Dani, necesito tu DNI y el de Cape.

Se los dio y la notaria los fue apuntando en el borrador y se lo pasó a uno de sus colaboradores para que emitiera el documento definitivo.

El primer disparo que escucharon que venía del exterior, hizo que todos dieran un salto en las sillas que ocupaban. Había sonado muy cerca, no como la vez anterior. Jorge miró preocupado a Hugo. Esta vez parecían estar al lado de la notaría. Jorge pensó que había sido incluso en la puerta.

-Fuera de las ventanas. – gritó uno de los policías.

Hugo y sus dos compañeros presentes en la sala lo agarraron y lo obligaron a meterse debajo de la mesa, a la vez que indicaban a la notaria que hiciera lo mismo. Jorge volvió a notar como sudaba a mares, como en el parque. No quiso ni pensar en si olería a sudor o no. Le costaba respirar. La notaria tenía la mano en el pecho. Estaba aguantando la respiración. Jorge pensó que estaba rezando. Volvieron a sonar disparos. De varios tipos. Estaba claro que todo estaba ocurriendo en la puerta de la notaría. Alguien les había seguido. O quizás, alguien les informaba de sus movimientos.

Volvieron a escuchar varios disparos. Eran ruidos distintos. Jorge pensó que había un tiroteo. Quiso pensar que la policía estaba intentando controlar al asaltante. Pero era solo un pensamiento. ¿Y si eran más los asaltantes y eran sus propios escoltas que se habían quedado en la puerta los que habían sido abatidos? O Una patrulla de la Ciudadana que hubiera acudido en ayuda. Eso le estaba poniendo histérico. Apartó esa posibilidad de su cabeza. Aunque no pudo evitar que se le erizaran los vellos del cuerpo y que volviera a sudar a mares.

Jorge cada vez estaba más nervioso. Notaba como sus tripas parecían revolverse. Miró a la notaria y comprobó que a ella le pasaba algo parecido, aunque más avanzado. Le llegó un olor inconfundible. La hizo un gesto para que no se preocupara. Ella lo miraba con vergüenza.

Volvieron a escucharse algunos disparos. A Jorge le pareció oír también gritos de varias personas dando el alto. Creyó escuchar también lo de “manos arriba”, “de rodillas”… aunque también pensó que se lo estaba inventando.

-Asaltante abatido – pudieron escuchar todos por el intercomunicador de Hugo, tras unos segundos de un silencio agobiante. – Perímetro seguro.

Jorge se relajó de inmediato. Hasta ese momento se había mantenido de rodillas, pero al escuchar esas palabras, se tiró al suelo de costado. Sin darse cuenta llevaba un rato aguantando la respiración. Respiró profundo unas cuantas veces. La Notaria hizo lo mismo. El asunto no debía haber durado más de cuatro o cinco minutos, pero a Jorge se le hizo eterno. Se incorporaron e instintivamente empezaron todos a colocarse la ropa. Apenas se miraban a la cara. La notaria se disculpó y corrió fuera de la sala. Jorge se sentó en una silla. Su aspecto era de un hombre derrotado. Las piernas le temblaban y estaba empapado de sudor. No quiso olerse los sobacos por si acaso. Quería preguntar a sus escoltas pero… no se atrevía a hacerlo. Hugo miraba por la ventana a la vez que hablaba por su sistema de comunicación y por el teléfono. Los otros escoltas estaban en tensión. Se habían colocado al lado de Jorge. Por la abertura de la puerta comprobó que habían subido un numeroso grupo de policías uniformados. Algunos de ellos se pusieron a interrogar al personal de la notaría.

Una secretaría entró decidida y se dirigió a Jorge.

-Me dice la notaria que si le apetece, le acompaño a los baños privados para que pueda refrescarse.

Jorge suspiró.

-Gracias. Se lo agradecería. De verdad.

La mujer le tendió una botella de agua mineral, que Jorge agradeció con una sonrisa, y le guió hacia unos baños exclusivos para el personal. Sus escoltas le acompañaban casi pegados a él. Y tres uniformados que se unieron a la comitiva. Tres armarios de casi dos metros, que sin duda eran de una Unidad de Intervención. Jorge entró en el servicio. Lo primero que hizo fue meterse en un reservado y sentarse. Sin poder evitarlo, se echó a llorar. Se sentía como un inútil. Ojala tuviera el temperamento de Carmelo. Cada vez que le contaba el momento en que les asaltaron en la Hermida y Carmen le dio una pistola y de repente se convirtió en su compañero, actuando como un policía, le carcomía la envidia. Él no era así.

Otro tema que no alcanzaba a entender era como en la embajada había sido capaz de enfrentarse a esos hombres, sin red, sin escoltas, sin nada, y ahora, parecía un pelele. Un enclenque, como decían los padres de Jorgito a punto de cagarse encima. Sudando a mares. Recitando el título de los capítulos de “La Casa Monforte” para intentar controlar su ataque de ansiedad. No entendía esa dualidad a la hora de enfrentarse a hechos en los que su integridad física estaba en peligro. Si tenía que elegir, claro, prefería comportarse como ese hombre dispuesto a machacar la cabeza del que se pusiera por delante.

Se decidió y se llevó la nariz a los sobacos. Parecía que al menos esta vez, no notaba olor a sudor.

Jorge escuchó un ruido inequívoco de alguien que entraba en los baños.

-Jorge soy Helga ¿Estás bien?

El escritor suspiró. Se le acababa el respiro. Aunque al menos era una persona en la que confiaba y que le había demostrado su afecto y fidelidad en numerosas ocasiones.

-No hay prisa – le dijo la policía. – Solo quiero saber si estás bien o si te puedo ayudar.

-Tranquila, estoy bien. Hasta he evitado cagarme encima. Cosa que hace un rato, me parecía imposible.

-No te preocupes. Si necesitas cambiarte, te subo algo de ropa. Si necesitas un agua o un chocolate, voy a por ello.

-No, de verdad. No hace falta. Ahora salgo. Aunque… si me consigues una camisa que no esté empapada de sudor…

-Dos minutos. Va un compañero. Yo estoy aquí fuera. Si necesitas, me dices. Con confianza. Que no te de apuro. No hay prisa. Tómate el tiempo que necesites, como si es hasta las ocho de la tarde. Aquí estoy para lo que necesites. A tu aire. Quédate ahí el tiempo que precises.

-Gracias Helga. Gracias por todo. El otro día se me olvidó…

-¡Que dices! Solo con la forma en que nos miras a todos, sentimos tu cariño y agradecimiento.

-De todas formas, gracias. – reiteró Jorge.

-De nada. Ya llega mi compañero con una camisa. Mira, es Raúl.

-Salgo.

Jorge abrió la puerta del reservado. Solo estaban Raúl y Helga. A los dos les conocía de sobra. Debían de haberse incorporado en el asalto. No les tocaba estar con él. Los que llevaba ese día, salvo Hugo, era la primera vez que los veía. Raúl le ayudó a quitarse la americana.

-Te he subido otro chaleco. Me imagino… sí, está empapado.

-Que vergüenza.

-Que sepas que yo en mi primera operación me cagué – le dijo Raúl. – Literalmente. Tiré toda la ropa que llevaba.

-Lo mismo puedes hacer con esa camisa. No quiero ni verla de nuevo – le dijo Jorge.

Helga le tendió una toalla. Jorge se secó con fuerza. Ya estaba seco, pero seguía frotándose. Helga le puso la mano sobre la suya. Y le miró sonriendo. Jorge volvió a respirar. Sin darse cuenta había vuelto a aguantar la respiración. Los dos policías le ayudaron a vestirse de nuevo. Jorge se desabrochó los pantalones para meterse la camisa. Helga le peinó con los dedos y le colocó bien el cuello.

-¿No te pones la americana?

-Tírala también.

Raúl rápidamente se quitó la suya y se la tendió.

-Póntela. Es de tu talla. Yo me quedo con la tuya.

-No quiero…

-Por favor – le dijo el policía – es mi sueño, tener algún recuerdo tuyo – dijo poniendo cara de pillo. – Y que tu lleves la mía.

-Eres fan y yo sin enterarme. Seguro que en el coche llevas veinte libros míos para que te los firme. Nunca me has dicho nada.

Raúl fue el que sintió vergüenza ahora.

-Es tímido el hombre – dijo Helga con un gesto de cariño hacia su compañero.

-Hacemos una cosa. Un día que libres, te acercas a casa con ellos y te invito a un café. Y te los firmo mientras charlamos. Además, ahora que pienso, te debo un café, por el que nos preparaste el otro día.

-No quiero molestar… y eso fue una bobada. No me costó nada.

-Dijo el que me ha dejado su ropa para cambiarme. Y el que el otro día se preocupó de que no saliera de casa sin nada en el estómago después de mi brusco despertar.

Jorge se miró al espejo. No le gustaba lo que veía, pero reconocía que no era buen juez de si mismo en ese momento. Al menos la ropa de Raúl le sentaba bien. Y tenía buen gusto eligiéndola. Le gustaba.

-¿Cómo estoy?

-Estupendo – dijeron a coro los dos escoltas.

-Pues volvamos. Acabemos con lo que veníamos a hacer.

Cuando Jorge salió de los baños, se encontró con los tres armarios uniformados que le habían seguido antes. No se habían movido de la puerta. Helga y Raúl caminaban a su lado. Fueron a otra sala distinta, esta interior y sin ventanas. No parecía que nadie quisiera correr el más mínimo riesgo. La notaria le esperaba ya.

-Perdóneme, Sra. Notaria. La hemos invadido y la hemos puesto en peligro, y la hemos hecho sentir incómoda. Y encima ahora la hago esperar.

-No es su culpa, D. Jorge. Me compensa la próxima vez que venga firmándome uno de sus libros.

La mujer ya había recobrado el aplomo. También se había cambiado de ropa. Y se había retocado el maquillaje. Jorge estaba seguro que hasta se había duchado.

-Eso está hecho. Y al resto de su personal.

-Alguno de mis compañeros sé que lo agradecerán. Le leen con pasión.

-Aquí tiene Dña. Julia.

Leyó el documento que le tendía su colaboradora y le pareció ajustado a lo hablado.

-Tenga, échele un vistazo.

La notaria se levantó de la silla y se puso detrás de él. Le puso un documento delante y otro al lado. Parecían dos copias del mismo, pero no lo eran. Jorge se giró para mirarla y darle las gracias en silencio.

-¿Donde firmo?

-Deme antes su DNI, si no le importa.

Sacó su carnet. La Notaria lo comprobó.

-No es la primera persona conocida que viene y resulta que ha dado el nombre con el que es conocido, no su filiación legal. Ya puede firmar al pie.

Una vez que estampó su firma, la Notaria hizo lo propio.

-Ahora le preparamos el original y un par de copias simples. Y lo enviamos por medios digitales al Registro de últimas voluntades. Y con esto ya estaría.

-Óliver se encargará de recogerlo todo. – le dijo Jorge.

Se despidieron de D. Julia, la Notaria. Jorge se hizo alguna foto con alguno de los empleados que se lo pidieron. Con la misma rapidez que invadieron las oficinas, las abandonaron. Aunque la excitación que produjo su visita, tardaría horas en disiparse.

En la calle se encontraron con un escenario en ebullición. La zona estaba cortada, los miembros de las Unidades de Intervención controlaban un gran perímetro alrededor de la notaría. Pudo ver a muchos policías preguntando a los viandantes. Y otros, salían y entraban de los portales. Yeray le saludó con la mano en la distancia. Se lo pensó, y le hizo una seña para que se acercara. Jorge fue, aunque no le apetecía demasiado. Yeray estaba a los pies de lo que parecía ser un cadáver. Pero a ese hombre, en la vida le podría negar nada. Chocaron los puños y luego Yeray chocó su pecho con el del escritor. Éste no se esperaba ese gesto y le salió un poco de aquella forma. Sonrió levantando las cejas a modo de disculpa.

-La próxima vez, prometo hacerlo mejor.

-Te lo recordaré, escritor. Me gustaría que le echaras un vistazo. He pensado que a lo mejor te suena de haberlo visto cerca de ti. ¿Te importa?

Jorge levantó de nuevo las cejas y se pasó la mano por el pelo varias veces. No es que fuera algo que le hiciera muchas gracia, pero era Yeray el que se lo pedía. Así que negó con la cabeza y se dispuso a mirar al fallecido.

-Lo que quieras – dijo al final.

Yeray se agachó y quitó la manta térmica que cubría el cuerpo. Jorge se quedó de nuevo sin respiración. Helga levantó las cejas y miró al escritor.

-Yeray, llama a Carmen. – le dijo Helga.

-Ya sé lo de la embajada. – les dijo sonriendo.

-Pues ya sabes quien es ese. Uno de los cinco.

-A ese le diste bien – dijo Helga a Jorge, sonriendo ligeramente.

Yeray volvió a tapar el cadáver. Jorge se encogió de hombros. Volvió a pasarse la mano por su pelo. Parecía uno de esos jóvenes siempre pendiente de su peinado. No sabía que decir. Había sido una verdadera sorpresa.

-Yo no creo que tenga nada que ver con ese suceso – le aclaró Yeray. – Más bien tiene que ver con tu testamento.

-Ya os o olíais. Javier…

-Era solo una posibilidad. Lo de Jorgito cojea por todos lados. Y cada vez que descubrimos algo, cojea más. Había que buscar alternativas – explicó Yeray. – No todos compartían estas alternativas…

-Seguro que el Quiñones ese no las compartía – soltó Jorge de repente.

Yeray se lo quedó mirando con una sonrisa en los labios. Prefirió callarse pero Jorge supo que había acertado.

-Kevin te espera en tu casa. Cuando acabes con tu ronda de visitas, allí seguirá. Tiene para rato. Espero reunirme con él luego.

-Como disfrutas viéndome sufrir – bromeó Jorge.

Yeray soltó una carcajada que frenó rápidamente. No era una actitud apropiada para estar delante de un cadáver. Jorge le tendió la mano para despedirse. Y esta vez sí, chocaron el pecho como si Jorge hubiera saludado así toda la vida.

-Guay escritor.

-¿Nos vamos? – preguntó Hugo acercándose.

-Va a ser que sí. – respondió Jorge emprendiendo el camino hacia los coches.


Capítulo 37.

“A veces Jorge tenía la facultad que se le atribuía a Santa Teresa: la bilocación. Era capaz de que todos le vieran en cuerpo presente, por ejemplo, en el coche con sus escoltas y a la vez estar en otro sitio, por ejemplo, en uno de sus bares preferidos, “La trastienda”. Allí a lo mejor pasaba un rato hablando con un grupo de jóvenes que solía reunirse las tardes de los viernes. Le gustaba escucharlos como hablaban de las cosas que les interesaban. De sus ligues, de sus experiencias amatorias, o de sus fracasos amorosos. Algunos viernes decidían dejar de lado el aspecto sentimental y discutían apasionadamente sobre música. Reggeton sí, o no, con un partidario de la música clásica y otro partidario de los músicos indies. Músico que triunfaba, merecía todo su desprecio.

No eran adolescentes ya, pero ese grupo en concreto, no parecían tener las cosas claras en cuanto al amor. Podían descansar un viernes, pero al siguiente, volvían a su tema preferido. Con algunos intermedios dedicados al fútbol. O mejor dicho, a los futbolistas.

Todos en ese grupo, parecían buscar algo… que solo aparecía en los libros. Un amor perfecto. Tenían el listón muy alto.

Una mañana se acercaron a él. Como siempre, Jorge estaba sumido en su mundo imaginario. Hacía un rato que algo de lo que les había oído, le hizo ponerse a escribir como un poseso. Llevaba días intentando dar salida a una situación que se había creado en una de las novelas en las que estaba trabajando, y no daba con la clave. Ellos se la dieron.

Levantó la mirada y tardó en centrarla y reconocerlos. Parecían asustados.

-Tranquilos, no me como a nadie.

-El otro día ese de la tele…

-Ese de la tele es un mamarracho – sentenció Jorge.

-¿Podías unirte a nosotros un rato? No te molestaremos… mucho tiempo. Queremos tu opinión.

Jorge levantó la cejas sorprendido. Bajó la pantalla de su portátil y se levantó para trasladarse de mesa.

-Ella es Beatriz, Ramón, Diego, Elsa, Pontes, Ander y Kevin. Yo soy Agustín.

-Hola a todos. Tenía ganas de conoceros. Os suelo ver todos los viernes.

Su afirmación les sorprendió. Se quedaron quietos, mirándose entre ellos sin saber que responder.

-Era un halago. – aclaró Jorge. Pero los chicos seguían sin saber como actuar.

-A ver ¿Qué he dicho que os haga estar precavidos?

-Es que estos han oído – empezó a explicar Elsa – que sueles buscar a jóvenes guapos para follarles. Y se preguntan…

-Quién es el agraciado. En este caso, el que va a sufrir mis embates sexuales. Aunque eso fuera así, no estoy tan mal, vamos eso me gustaría pensar, al menos.

Las miradas se hicieron todavía más incómodas.

-Eso es uno de los bulos que corren por ahí sobre mí. Os aseguro que mi actividad sexual es menor que la de un monje tibetano. ¿Más tranquilos?

-En realidad…

-No me digáis que todos estáis enamorados de mí… – Jorge había imprimido a esa afirmación un tono de broma, pero por la cara que ponía alguno, era posible que algo de eso había.

-Nos preguntábamos quien de nosotros te gustamos más.

-Pero para eso… tengo que … hagamos una cosa. Chicas lo siento, pero… os tenéis que quedar aquí esperando. Me llevo a vuestros amigos de paseo. Serán solo un par de minutos.

Jorge tendió las manos a los chicos que tenía a su lado. Estos le cogieron la mano. Les hizo un gesto para que hicieran lo mismo con los que estaban a su lado. Así, los chicos de la mesa estaban unidos en un corro de la patata atípico. O en una sesión de espiritismo. Sí, esa era una comparación más adecuada.

-Enseguida volvemos.

Un fogonazo de luz les deslumbró a todos. Cuando volvieron a poder ver, ya no estaban en el bar. Se encontraban en una playa en la que estaban solos. Se miraron sorprendidos, porque además estaban desnudos. Alguno parecía incómodo con su desnudez. Pero le daba más vergüenza intentar taparse sus genitales que permanecer impávidos completamente desnudos.

-Así puedo elegir mejor ¿No os parece?

-Pero… pensábamos que…

-¿Vosotros como elegís a los candidatos a novios o novias? ¿No lo elegís por su aspecto físico? Yo también.

-¿Por eso tu novio es el tío más guapo del mundo?

-Claro. – dijo Jorge poniendo su mejor sonrisa. Enseguida se puso serió y siguió hablando.

-En realidad no. En realidad es mi novio, como decís, porque me cuida, me soporta, me da cariño, me abraza… no me aburro de hablar con él, es listo, es inteligente, que no es lo mismo, es hablador, compensa mis carencias y no le duele prendas en pedirme ayuda, o en dármela si la necesito, aunque no me atreva a pedísela. Lo quiero, es cierto. Lo amo, es más preciso. Y no follamos casi. ¿Vosotros folláis?

-Pero es que somos amigos…

-No me refería a si lo hacíais entre vosotros. Pero de todas formas si hubiera sido esa mi intención al preguntar ¿Qué problema habría?

-Si nos liamos y sale mal…

-Si sois inteligentes eso no será un problema en vuestra relación de amistad. Si esa relación es verdadera y no está basada en… conveniencia social, porque lo son vuestros padres, o porque no tenéis otros amigos mejores. Pero creo que eso no es el caso. Además tú y tú, os queréis de una forma especial. Tú, quieres a Elsa, aunque también te gusta el camarero de la Trastienda. Y tú, me quieres a mí – le dijo a Kevin.

-¡Joder! – exclamó Ramón, al que se había referido al decir lo del camarero y lo de su amiga.

-Ves, tienes la polla empalmada. ¿En quién estás pensando?

-En los dos. Me ponen los dos.

-Pero Fernando te quiere. Y Elsa no. Y con Fernando hablas de todo, te cuenta sus cosas, le cuentas, te ayuda, le ayudas… – le dijo Pontes.

-¿Te asusta que uno sea hombre? ¿Es por eso que no te decides?

-Y Fernando es mayor que yo.

-Entonces no puedo elegirte ¿No?

-Contigo me iría al fin del mundo.

-Eso no es cierto. Pero si Pontes tiene razón, estás tardando en decirle a Fernando. No podemos perder ni un segundo si sabemos que queremos a alguien.

¿Por qué has dicho antes que ?

Porque el único de vosotros que en realidad lo dejaría todo por mí es Kevin. Quizás por razones equivocadas. Pero es el único que de verdad me ama.

-¿Por qué dices que te amo por razones equivocadas? ¿Quieres disuadirme porque no te gusto?

-Eres muy guapo. Todos lo sois. Me encantaría comerte ese mentón tan afilado que tienes, me gustaría lamerte las mejillas y los huesos que se te marcan. Me pondría a cien morderte el cuello y besarte esos labios tan delicados. Tienes unos pies muy bonitos y me lo pasaría genial jugando con ellos sobre mi polla. Sé que me harías feliz, porque eres de los que se entregan a su pareja. Eres de los que … de verdad saben querer. Que se implican, que ayudan y participan en la vida de… ¿A que lo hace con vosotros que sois solo amigos?

-Joder, escritor. ¿Y como sabes todo eso? – le preguntó Agustín.

-Me gusta fijarme en la gente.

-¿Por qué dices que te quiero por razones equivocadas? ¿No lo dirás porque soy joven? – preguntó Kevin.

-Mi novio es joven.

-No tanto como yo.

-No os lleváis tanto. Me amas o piensas que lo haces, porque me admiras. Porque alguna de mis novelas te han ayudado a entenderte. O han ayudado a alguien que quieres. Por ejemplo, a uno de tus hermanos. O a tu tío.

-A mi madre. Y a mí. Nos salvaste la vida.

-Eso de salvaros la vida, me parece cuando menos exagerado y a todas luces inexacto. Prefiero en todo caso pensar que alguna de mis novelas os ha ayudado. ¿Quizás ha sido ”deLuis”?

-No. “Todo ocurrió en Madrid”. Es la historia de mi familia. Mi madre estaba hundida, después de que mi padre echara patas. Ander me pasó tu novela. La leí. Me… me puso los pelos de… punta. Le pedí a mi madre que la leyera. No me hizo caso al principio. Al final, mi hermano pequeño, Vito, la convenció. Él también la leyó y le encantó. Cuando la acabó, la mirada le había cambiado. Dejó el pasado atrás y empezó a cambiar el chip. Nos dejó ayudarla. Somos cuatro hermanos. Mi hermana Elvira se puso a trabajar de azafata de congresos. Yo trabajo en una tienda de ropa. Mi madre ha abierto una pequeña tienda de pequeños aparatos electrónicos para la casa. Vito la ayuda en todo lo que hace referencia a la informática. Acaba de abrir una tienda virtual. Y Paula, se encarga de hacer la comida. Es la pequeña. Y también la ayuda con la tienda. Y no somos ricos como antes, pero mi madre no piensa en suicidarse. Tenemos para vivir y estamos los cinco juntos en esto. A mi padre que le den. Lo hemos olvidado todos por completo. Largarse con esa… y dejarnos sin nada. Deberíamos pedir lo que nos corresponde. Al menos por mis hermanos pequeños. Pero ni ellos ni mi madre quieren. Creo que si nos diera una pensión de motu propio, la rechazaríamos. Ahora sí.

-Me gusta que una de mis novelas os ayudaran. Y que os hayáis unido los cinco. A lo mejor, ahora sois más felices, aunque vuestro estatus social sea inferior.

-También me ayudó “deJuan”. Y tienes razón: estamos mejor ahora. Antes … mi padre yo creo que llevaba tiempo con esa. Cada vez decía que trabajaba más, cada vez más viajes … cada vez había más tensión en casa … eso nos afectaba. Ahora … nos ayudamos, nos comprendemos, hablamos … 

-A mí me ayudó “deRosario”. Me ha ayudado a entender a Ramiro, un amigo. – dijo Agustín.

-¿Ya le has dicho que le quieres?

-No me he atrevido.

-¿Por qué?

-Somos muy distintos…

-¿Raza? ¿Religión? ¿Edad?

-De todo un poco.

-¿Y si sale bien?

-No sé…

-Mi primer marido y yo, éramos del mismo grupo de amigos, del mismo barrio… y no pudo ser mas frustrante. Ahora con mi novio, como decís vosotros, el es alto yo no tanto, el es joven, yo no tanto, el es actor, yo no… es lanzado, yo no… es una máquina del sexo, yo no… es capaz de presentarse ante mil personas e ir saludando y de acordarse del nombre de casi todos, yo ni siquiera de uno… pero me hace muy feliz.

-No sé…

-Si sale mal ¿Qué puede pasar? Cada uno por su lado. Como estáis ahora.

-¿Dices?

-Kevin. ¿Te has fijado en como te mira Diego?

El aludido reaccionó tapándose los genitales con la mano. En otras circunstancias todos se hubieran reído, pero… ese día… no.

-Estamos todos desnudos. Tres de tus amigos están empalmados. No pasa nada.

-Me da vergüenza.

-Piensa que no es guapo. – comentó Pontes.

-Ya le decimos todos que es una bobada.

-Porque tiene un poco de barriguita.

-Si te sirve de algo, a mí me gusta tu cuerpo. Y antes me he fijado en tu pene, y también me gusta. Tienes un pene bonito. Lo que pasa a lo mejor es que te gustaría que fuera más grande. Mira, el otro día, me encontré en una fiesta con un chico que me gustó nada más verlo. Había ido acompañando a un cliente. No no es chapero, es… acompañante. Su cliente se lió con uno de la fiesta y le dejó solo. No es chapero, pero si le mola el cliente, se acuesta con él. Empezamos a hablar y … me apeteció pasar la noche disfrutando de su cuerpo y de su conversación. Su pene no era más grande que el tuyo. Y él, que tiene bastante experiencia, agradeció que el mío tampoco lo fuera. Pasamos los dos una noche llena de sexo y de buen rollo.

-¿Y eso no le enfada a tu novio?

-En esa carrera, me lleva mucha ventaja. El sexo es un medio, una de las cosas que llena la pareja. No es lo único. Ni debe ser lo principal. Puedo pasar la noche con un chico, o él lo puede hacer también. Pero el amor de verdad, sabemos los dos que nos lo guardamos para nosotros. En eso no somos abiertos. En el sexo… es depende de como lo enfoques. Como un acto meramente carnal o como la expresión del amor. Si follamos entre nosotros, son las dos cosas. Si lo hacemos con terceros, solo es un algo carnal. Para disfrutar de la belleza de un alma y de un cuerpo durante un rato.

Kevin tuvo un arranque. Y se acercó a su amigo. Le besó en los labios. Al principio Diego estaba cohibido y no respondía al beso. Pero llegó un momento en que suspiró y se entregó al completo. Pegó su cuerpo al de Kevin. Éste agarró su pene con una mano y empezó a masajearlo. Se agachó y se lo besó.

-Luego si me dejas, te lo como entero. Y si me dejas, te besaré el ombligo y reposaré mi cabeza en tu tripita.

-Ander, es tu turno. El ligón del grupo.

El aludido bajó la mirada.

-Has dicho antes que Kevin sabe querer. Yo soy al contrario – explicó apesadumbrado.

-Yo creo que no es así. Sabes, pero… te da vergüenza. Crees que si te entregas a alguien, te pones en ridículo. Tienes miedo. Cuando volvamos, dile a Beatriz. Ella creo que te quiere también. Y dile a Pontes que lo quieres de verdad, pero como un amigo. Así él dejará de esperar que tú… le hagas una señal y podrá ver a otros que sí le quieren. Como este otro amigo que a veces os saluda cuando estáis en el bar. ¿Cómo se llama?

-Gonzalo. – contestó Kevin.

-Joder, todos lo sabéis – se quejó Ander. – Y yo en la inopia.

-Ya sabes lo del tronco en ojo propio y la paja en el ajeno. A veces es difícil ver lo que está muy cerca.

Los cinco amigos se miraron de nuevo. Ninguno tenía la vergüenza de su desnudez física. Ni de su desnudez de sentimientos. Kevin y Diego se agarraban de la mano y se miraban a los ojos y sonreían.

Ramón cogió el móvil y mandó un mensaje a Fernando. Ander hizo lo propio con Beatriz. Pontes se apartó para llamar a Gonzalo.

-Volvamos a unir nuestras manos. ¿Os parece? Es hora de volver. Las chicas estarán preocupadas.

-¿Y si nos quedamos aquí un rato más? Si volvemos – hablaba Kevin – a lo mejor ya no nos vuelves a saludar. Lo echaría de menos.

-No os digo que todos los viernes, pero si os parece, algunos me uno a vosotros en vuestra mesa. Y charlamos. Me contáis y cuando presente mi próxima obra, que serán unos cuentos, os invitaré a la presentación. ¿Os parece? Y si alguno decidís casaros, me gustaría que me invitarais a la boda.

-¿De verdad lo vas a hacer?

-De verdad. A mi también me apena volver, me gusta ver vuestros cuerpos desnudos. Me gustan mucho. Pero no todo en la vida es la contemplación de la belleza.

Todos se juntaron y agarraron sus manos. Jorge cerró los ojos y de nuevo, una luz cegadora llenó su universo. Cuando los abrieron de nuevo, estaban de vuelta en el bar. Y apenas habían transcurrido un par de minutos.

-Pensábamos que os habíais quedado dormidos – bromeó Elsa.

Jorge sonrió.

-Os tengo que dejar por hoy. Pero recordad lo que os he prometido. Y tenéis mi teléfono por si necesitáis algo de mí. O yo de vosotros.

Jorge se levantó y les fue dando un beso de despedida a todos. A Kevin le acarició la cara y le abrazó de forma especial.

-Cuida de Diego como si fuera yo.

El aludido sonrió.

-Beatriz, mira el móvil. Tienes un mensaje que leer.

-¿A sí?

-Mira, Fernando está mirando el suyo. Y Gonzalo acaba de aparcar en la calle.

Jorge Rios”.

El teléfono de Jorge sonó. Abrió los ojos y miró la pantalla. Era Roberta Flack, una de las tertulianas habituales de Espejo Público.

-Roberta, que sorpresa.

-¿Estás bien?

-Sí.

-Me cuentan que han intentado matarte.

-Algo de eso hay. Pero te agradecería que … que fueras discreta. Si sale a la luz, comentas que has hablado conmigo y que estoy bien. Pero si no sale a la luz por otros caminos, preferiría que no se supiera.

-Tranquilo. Pero me temo que esto va a salir a la luz. Ha sido demasiado el ruido que han hecho los que han intentado matarte. El centro de Madrid está tomado por la policía. No te preocupes, diré lo que me has dicho. Susana quería llamarte en directo, cuando han empezado a saltar las noticias de la policía en el centro de Madrid. Uno de los sitios era tu casa de Núñez de Balboa. Pero la he disuadido.

-Ha sido un poco de película. Gracias por disuadir a Susana. No me… apetece salir en la tele para hablar de esas cosas. Y menos sin haber tenido tiempo de reposar un poco el asunto.

-De todas formas no te llamaba por eso. Lo he hablado con Susana. El otro día, si recuerdas Poveda insinuó algo de Álvaro Cernés.

-Lo recuerdo. Pero Susana le paró los pies.

-Hay un runrún que… a lo mejor… Álvaro es vuestro amigo. ¿Verdad?

-Claro – Jorge se puso tenso y se puso más recto en el asiento. – Dime.

-Creo que se está equivocando. Ha tomado algunas decisiones… poco acertadas. Te cuento lo que me han contado varias personas.


Capítulo 38.-

Si pudiera enamorar de un hombre, no serías tú, lo siento.”

…”

Sería Jorge Rios”.

…”

Lo siento. Sería mi elección de gustarme los hombres. Lo quiero. Desde el momento en que lo conocí

Jorge Rios.”.

Demasiados frentes abiertos. Demasiadas visitas y poco tiempo si quería ir al pueblo con Carmelo.

Aunque en ese tema también había habido un cambio repentino de planes. Carmelo le había llamado para decirle que el plan se aplazaba una semana. Laín debía grabar unas escenas que no habían quedado bien. Y urgía. Martín también debía rodar el sábado. Y para acabar los imprevistos, Cape había tenido que irse de viaje repentinamente.

-Pero si me ha llamado hace nada y…

-Ha debido ser justo después. Te ha debido llamar cuando han empezado a dar noticias de que nuestra casa había sido asaltada. Pues cuando han dicho que también estaban disparando en la notaría, ahí se ha largado en su avión privado. Me ha mandado un mensaje diciendo “me voy de viaje”. “Urgente”. Y ya está. Acércate al “Salvatierra” y tomamos algo. Tengo media hora.

Jorge le hizo caso. No tardaron nada en llegar. Se estaban desplegando varias unidades de la Unidad de Intervención de la Policía. Jorge prefirió no darse por enterado y caminó a paso vivo hacia el bar, rodeado por sus escoltas. Juraría que se habían multiplicado por dos desde la notaría.

-Pero nos vamos tú y yo. ¿Te parece? – le preguntó Carmelo nada más verlo entrar. – A Concejo – le aclaró al ver la cara de despiste que había puesto.

-Claro. – le respondió Jorge. – Estuvimos bien el otro día. Y de todas formas, nuestra casa está patas arriba. Hasta mañana no acabarán de repararlo todo. Bueno, mañana. Eso con suerte. Y la casa de Cape, lo siento, aunque sea para pasar una noche, va a ser que no.

-También tienes razón. No había caído en eso.

-Tengo la intención además de probar tu mesa en el bar del pueblo a ver como se escribe en ella.

-¿Ya me vas a quitar la mesa? – A Carmelo le salió su mejor gesto de sorpresa y falso enfado. – No me lo puedo creer. Ya sé por qué no te he llevado antes a Concejo.

-Somos como un matrimonio. Lo tuyo es mío. – apuntó en tono de guasa Jorge. – Lo dice todo el mundo. Lo sabe todo el mundo, corrijo.

-Salvo Cape. – bromeó Carmelo.

-Salvo Cape – Jorge le dio la razón sonriendo – Además, sabes que no me importa si te sientas a mi lado mientras escribo. De hecho, me gusta.

-Somos pareja cuando te interesa. Y gracias por dejarme sentar en mi propia mesa. Además, no me sueles hacer ni puto caso cuando me siento mientras escribes.

-Tú lo has dicho, escribo. Si escribo… escribo. Si te hago carantoñas, te las hago. Y si te hago el amor, no estoy tomando notas en la molesquine.

-O sea que solo precisas mi apoyo testimonial.

-Cuando escribo sí. Tu apoyo presencial. El testimonio tampoco es imprescindible en esos momentos. En el caso de las carantoñas y el sexo, preferiría que tuvieras un papel participativo. Intenso además. Apasionado.

-Me estoy imaginando la escena. Los dos en un estimulante 69 y de repente, dejas de comerme la polla y dices: “Espera un momento, que se me ha ocurrido que la Paulina Rubio le pregunte al frutero por la procedencia de las nectarinas”. Te vas a buscar la molesquine y me dejas a mí ahí, tirado en la alfombra con mi tranca babeando.

-Pues no te creas que a veces… se me ocurren cosas en esos momentos de pasión.

-Joder. Ya me lo estaba temiendo. Cualquier día me dejas a medio orgasmo por apuntar …

-Ya te digo.

-Lo dicho, solo me quieres como pareja cuando te interesa. Ahora para quitarme la mesa y ni siquiera me compensas… con esas pasiones y amores de las que hablas. Y total, cualquier día me dejas tirado con la polla dura a punto de explotar …

-¿No tienes otros sinónimos de pene que polla y tranca? Hay algunos más delicados.

-Pero solo uso los que más te producen picazón. – Carmelo le guiñó el ojo picarón. – Bebe el café, que se te va a enfriar. Café con leche… leche de…

-¿Leche de qué? Que no me entere que te ordeñas para usar tu leche en el café.

-¡¡Qué burro!! Mi polla solo saca su mejor leche dentro de ti, escritor.

-Huy, huy, huy… tú solo piensas en el sexo, rubito. Porque cuando antes hablabas de compensación, no creo que te refieras a una compensación económica. Y que conste que sé que en esa mesa no pone reservado, ni siquiera una placa en la que diga: esta mesa es de Dani, el de la Hermida.

-Eso es derecho consuetudinario. Es un derecho adquirido por el uso o costumbre. Y tú no, no, tú no piensas en el sexo. – dijo en tono exagerado con un matiz de sarcasmo – ¿Y eso que crece…?

-Pero sé un poco más delicado, joder. Y no me mires el paquete. Estamos en un sitio público. Me gustaría poder seguir viniendo de vez en cuando aquí sin que se me caiga la cara de vergüenza.

-¿La polla quieres decir? ¿Qué no te mire la tranca? – Carmelo disfrutaba a veces de emplear un lenguaje más soez lo cual solía conseguir que Jorge se mostrara indignado por su falta de delicadeza. Y ese día lo estaba gozando.

-No. Es inexacto. No me miras el miembro viril – Jorge le hizo un gesto con el brazo para remarcar el sinónimo que había empleado para referirse al órgano sexual del hombre. “Te jodes”. – Porque estoy vestido. En todo caso me miras el bulto que hace al reaccionar a tus provocaciones manuales, verbales y visuales.

Carmelo le puso la mano sobre sus órganos sexuales. Jorge sonrió y no hizo nada por apartarse. Al revés, apretó esa zona contra la mano del actor.

-Si palpita y todo.

-Si babeas y todo, rubito. – Jorge le pasó la mano por la comisura de los labios, como si le fuera a limpiar la baba.

-La dureza de tu pene, no es para menos. El que no iba a poder empalmarse después de esos años de drogas.

-Estoy pensando en el vecino, en el del cuarto, no en Pere, que te estoy viendo venir, rubito. El del cuarto me pone a cien. – le picó Jorge.

-¿Con ese te lo montas cuando no estoy en tu casa?

-Y a veces cuando estás. Me escabullo y me voy a su casa y nos lo montamos en el salón.

-Con sus tres hermanos mirando y sus padres.

-¡¡Y la abuela!!

-Que por cierto es simpatiquísima.

-Un amor – corroboró Jorge.

-Ya, ya, entiendo. ¿Y ya te invitan a las celebraciones familiares?

-Pero les he dicho que no… ¿Dejas de tocarme el paquete por favor? Quiero conseguir que mi miembro deje de palpitar. Y que afloje un poco. Empieza a ser molesto.

-Duele ¿eh? Eso te lo arreglo yo en un momento. Quiero decir, te lo relajo… todo sea para que deje de dolerte, querido. No me gusta que sufras.

-Luego, luego. Cuanta chufla tienes hoy. Yo llevo sufriendo todo el día y tú… de chufla. Y no querido, todavía no estoy preparado a que me la comas en medio del bar. Ahora si no te importa, debemos irnos. Tu móvil no hace más que emitir pitidos de todos tipos y volúmenes. Has conseguido que nos mire todo el mundo. Entre nuestra conversación, tu mano permanentemente bajo la mesa sobre mi paquete, tu mirada lasciva y tu móvil que parece una orquesta sinfónica…

-Pesados son. Y todo para hacer el canelo. En ese rodaje ya no sabe nadie de que va. Estoy metido en dos líos… éste y el de Londres…  joder.

-Esperemos que se arregle.

-Éstas películas no tienen arreglo. Imposible. En un par de meses todo va a cambiar. Con suerte Tirso estará listo para comenzar en ese tiempo o un mes más como mucho. Y les mando a todos a freír espárragos. ¿De verdad que no quieres participar en el guion?

De repente Carmelo se había puesto serio. Ya lo habían comentado muchas veces. Jorge siempre se había mostrado contrario a esa posibilidad. Pero a Carmelo le apetecía que aceptara. Por eso seguía insistiendo en cuanto tenía ocasión.

-Mejor no. Si hay problemas o te ves en la necesidad, me meto. Pero al ser un libro mío, prefiero… verlo desde la barrera. Yo tengo la imagen de la historia muy… quiero decir, que …  podría ser muy radical si sugieren cambios que a mí no me gustarían… prefiero que tus guionistas trabajen sin cortapisas. Confío en vosotros. ¿Nos vamos?

-Sí, espera que pago. – dijo Carmelo.

-Ya lo han apuntado a mi cuenta, no te preocupes.

-Está bien saberlo. A partir de ahora te dejaré …

-A partir de ahora pagarás mi cuenta, querido. Tú ganas más que yo.

-Eso lo dudo. Primero me quitas mi mesa del bar de Concejo, ahora quieres que vaya por los bares pagando tus cafés y tus limonadas… Y perdona, después de toda la pasta que te voy a pagar por los derechos de Tirso. Me vas a dejar en la indigencia, en pelota picada pidiendo en una esquina.

-Y luego el que tiene fama de dramático soy yo – Jorge no pudo evitar soltar una carcajada.

-Me gusta verte reír, y más hoy – dijo Carmelo abrazando a Jorge ya en la calle.

Jorge besó a Carmelo en los labios y le acarició la cara con su mano. Sonrió y se separó de él para irse hacia su caravana. Carmelo se fue hacia el otro lado para volverse al rodaje, que estaban trabajando en una calle cercana.

Cuando ya estaba al lado del coche, Jorge recibió un mensaje del actor.

Te has perdido la oportunidad de tener tu primera experiencia de sexo en público.”

Jorge sonrió mientras contestaba.

Querido, es muy presuntuoso por tu parte que pienses en que eres el único que puede incitarme a esas… experiencias.”

-Jorge, por dios. Escribe los mensajes en el coche. Te quedas parado en medio de la calle – le recriminó Hugo. – Parece que quieres que los malos hagan prácticas de tiro. ¿No has tenido bastante por hoy?

-Perdona. Todavía no me doy cuenta de esas cosas.

Ya tenía ganas de ponerse en camino hacia Concejo. El plan de ir solo con Carmelo le apetecía. Aprovecharía para hablar con el abogado. Debía poner en orden sus ideas respecto a lo que quería de él. Al final la aparición de ese Otilio les había impedido hablar a solas y con detalle. Lo único que había sacado en claro, es que se ocuparía de sus asuntos. Aunque también Jorge notó durante un momento que Óliver tenía miedo. Algo de lo que dijo Valbuena lo había asustado. O a lo mejor fue la simple presencia de ese hombre allí. A él también le pareció agobiante. Ese tono de seguridad disfrazado de dulzura. Ese tono de amenaza revestido de la piel de unos buenos consejos de una persona ya de una edad. Ese hombre debía andar por lo setenta fácilmente, pensó Jorge. “Ese es de los que, por mucho que les oigas decir que lo van a dejar todo el día menos pensado, no lo dejarán nunca. El poder tiene esos efectos para algunas personas. Y ese hombre, tenía mucho de eso. Poder e influencias. Y contactos.

Hugo no había exagerado en su comentario respecto a Rubén. Cuando llegó al hospital, se encontró con un joven que solo miraba por la ventana, sentado en una silla. Los hombros hundidos. Los labios resecos. La frente apoyada en el cristal como si no tuviera fuerzas para sostener la cabeza erguida. Nadie era capaz de hacerle reaccionar, según le había comentado el personal al llegar.

Nadia, por otro lado, seguía con todos sus dispositivos electrónicos apagados y sin posibilidad de localizarla. Jorge tenía por costumbre llamarla de vez en cuando. Le gustaba la sensación de imaginarse a Nadia encendiendo un momento el teléfono y viendo todas las llamadas de Jorge. Y la supuesta tía de Rubén no daba señales de vida. Esa jodida tía ¿Quién era en realidad? La policía no le había informado de nada al respecto. Debería llamar a Carmen. “Algo sabrán de ella”, pensó. Aunque a Jorge, lo que le interesaba de verdad en lo que se relacionaba con esa mujer era las verdaderas intenciones para pedirle que lo cuidara en sus salidas nocturnas. A lo mejor todo había sido una pantomima de la propia Nadia. Ya no descartaba nada. Su concepto de su antigua amiga iba empeorando por momentos. La afirmación contundente de Aitor de que ella había sido la que se había bajado las novelas, había sido el último clavo que cerró el ataúd de su amistad con ella. Al menos así dejaría de buscar otras alternativas a la más evidente.

-Otro problema – comentó Jorge con Hugo desde el pasillo, mirando al chico. – El papel de este pobre en todo este asunto me desconcierta – dijo para si sin dejar de observarlo.

-Otra víctima. A lo mejor pasaba por el sitio equivocado.

-En muchos de los escenarios que se me pasan por la cabeza, no sale bien parado.

Hugo lo miró extrañado. Le hubiera gustado profundizar en esa afirmación del escritor, pero éste no le dio opción.

En la puerta de la habitación estaban dos policías que por el equipamiento que llevaban no eran unos recién salidos de la academia. Se habían tomado en serio su seguridad. Y estaban bien aprendidos porque lo conocían y le dejaron entrar sin problemas. Aunque luego pensó que al que conocerían era a Hugo. Se sintió mal por haberse vuelto un engreído. “Me halagan demasiado”, pensó para sí. Debía buscar alguien que le dijera que era una mierda y que nadie lo conocía ni lo leía.

-Llevamos haciendo turnos desde hace dos días. Y cuando vinimos ya estaba así. Casi ni come. Hay un enfermero al que le hace un poco de caso. Teníamos la teoría de que lo conocía de antes.

-Dadme el nombre, a lo mejor habría que investigarlo. – pidió Hugo.

-Ya está. Se nos pasó por la cabeza. Dimos parte de él así como de un médico que aparentemente no tenía relación, pero que parecía preocuparse mucho por él. No tienen ninguna relación, está comprobado. Simplemente se preocupan por un paciente. El otro día el médico discutió a voz en grito con el Director del Hospital. Parece que éste quería que firmara algo que el médico se negó en redondo.

-Se enfrentaron con dureza. – siguió explicando el compañero – El Director quería imponerle unas directrices y unas medicaciones. Y el médico se negó. Dijo que si quería seguir ese tratamiento, que lo firmara él bajo su responsabilidad. El Director le amenazó gravemente, pero el médico le retó. No se achantó en ningún momento.

-De todas formas no nos fiamos. Uno de los tres siempre está dentro. – y señalaron una esquina en dónde ahora que lo mostraban estaba una compañera suya.

Hugo les hizo un gesto de reconocimiento.

Jorge estaba molesto. Había hablado con una enfermera y con un médico por teléfono un par de veces y siempre le habían dicho lo mismo: “le estamos haciendo muchas pruebas. Está un poco cansado. Ya le avisaremos cuando pueda recibir visitas. Seguro que le hará bien, habla mucho de usted.” Ni una palabra de que estuviera casi catatónico. Y en ese estado, no creía que nadie le hubiera escuchado hablar ni de él, ni de nadie. Todo era mentira. Debería buscar a esos médicos y enfermeras con los que había hablado. Lástima que no se le ocurriera apuntarse sus nombres. Tenía que empezar a coger la costumbre de grabar sus conversaciones. Al menos en las que aparecían nombres u otros datos que merecía la pena recordar.

-Pere está en la planta de arriba – le susurró Hugo. – Solo tiene cortes por los cristales que se rompieron con los disparos. Está muy enfadado, me dicen. Se siente un inútil.

Jorge se sonrió. Tenía en el correo dos relatos que le había enviado. El hombre se había aficionado a escribir con eso de fingir que era él cuando se iba de casa. Y tras unos principios titubeantes, algunos de los relatos le habían empezado a gustar. Luego leería uno de ellos. Para comentarlo con él y que se sintiera mejor.

Volvió a marcar el teléfono de Nadia. Esta vez le salió un mensaje que decía que “Este teléfono tiene restringidas las llamadas entrantes”. Jorge se quedó mirando su aparato incrédulo.

-Me ha bloqueado las llamadas. La hija de puta. Se ha conectado un momento solo para hacer eso. Será hija de puta… pues se va a joder, porque aunque las rechace, le van a seguir llegando los avisos de mis llamadas. – Jorge volvió a marcar hasta que escuchó el mensaje. Colgó y volvió a marcar. – Me lo voy a pasar como los enanos.

-Ya dará de baja el teléfono. A lo mejor ya sabemos quién le dio a Dimas tus novelas.

-En realidad, por mucho que le de vueltas, no hay muchas más opciones. – Jorge no había comentado las averiguaciones que le había contado Aitor. – Pues hay que buscar ocho novelas por el mundo.

-¿Ocho? – Hugo se llevó las manos a la cabeza. – ¿Tenías ocho novelas escritas sin publicar?

Jorge no lo pudo evitar. Aunque había prometido a Aitor dejar de jugar con ese tema, no se había podido resistir.

-En realidad alguna más. Una que he publicado ahora, otra que encontró tu equipo en alemán y algunas más. Más otras tres que tengo casi acabadas, pendientes de una última lectura en voz alta a ver como suenan. En una de ellas tengo que hacer unas modificaciones, cambiar el nombre a un personaje y enfatizar algunas escenas para que concuerden bien con el desarrollo de la historia que cambió hacia la mitad del libro.

Jorge se sonrió pensando en lo que le diría Aitor si lo estaba escuchando. No se resistía a comprobar la reacción de sus interlocutores al contarles ese aspecto de su vida.

-Por eso pusiste esa cara cuando te dije el título de la novela que me había mandado Javier – Hugo afirmaba con la cabeza al haber resuelto una duda que tenía desde ese momento.

Jorge recibió de inmediato un mensaje. No quiso leerlo. Sabía que era de Aitor para recriminarle

-Es un delito que tengas ese montón de novelas en el cajón. ¿Sabes la de foros que hay en Internet que te pedían encarecidamente que publicaras? Debería estar tipificado como delito en el Código penal.

-No, no tenía ni idea. – Jorge puso su mejor cara de ignorante inocente.

-¿No te lo dijo tu editor?

-Pues no. Yo pensaba que era solo él el que echaba de menos que publicara y todo por los beneficios que le provocaba.

-Para nada. Había encendidos debates al respecto. Muchos clamaban por recabar firmas pidiéndote que volvieras a publicar. La gente discutía sobre ello. Había dos bandos: los que pensaban que se te había acabado la inspiración, y otros, los que creían que tenías cientos de novelas escritas pendientes de publicar. Este grupo se apoyaba en las noticias que salían de como te habían visto en tal o cual bar escribiendo como si no hubiera un mañana.

-De esos foros habrán sacado la idea de robarme y publicar mis inéditas por el mundo. Si había ese clamor… antes de hacerlo era ya un negocio redondo. Y sin pagar al autor. Solo tenían que preocuparse por si caía en mis manos uno de esos libros. Son cuatro los que pueden haberlas leído.

-El que te pudieras enterar era pura casualidad. Si investigamos, seguro que encontramos esa nueva novela en Argentina o en México. O hasta en Colombia, que dices que tienes amigos. Salvo que hicieran una adaptación para el cine y le ofrecieran uno de los papeles a Carmelo, por ejemplo. El personaje de Tirso, es muy comentado que todos le ven a Carmelo haciéndolo.

-O a ti.

-Yo no estoy en el mercado. Ahora mismo, aunque quisiera, no creo que fuera capaz de hacer ese papel. Es duro… mi ánimo no me acompañaría. Me rompería. No soy como Carmelo que se quita la ropa del personaje y se olvida. Yo me lo llevaba a casa. No del todo, eso hubiera sido una locura. Pero no lograba desconectar al cien, ni siquiera al cincuenta. Ahora no tendría la fortaleza mental para afrontar un personaje tan duro y con tantas aristas.

-Alguna cosita pequeña has hecho.

-Pero eran cameos. Con amigos. Volvamos a lo nuestro – a Hugo no le apetecía hablar de él y mucho menos de su carrera como actor. Ya había notado el interés que tenía Jorge en sonsacarle cosas de su pasado. Pero él no estaba por darle acceso a esa parte de su vida. Ya se empezaba a arrepentir de haberle comentado su relación con los personajes que había interpretado mientras se dedicaba a ello. Al menos, Jorge parecía no haber caído en las implicaciones de lo que le había comentado al acabar la excursión por la embajada francesa. – Son ocho personas las que leyeron tus novelas. – Cambió de tema radical.

-No son ocho. Exactamente son Nadia, Carmelo y Cape. Pere y Juliana. Juana mi suegra no ha querido leerlas hasta que las publicara. No tiene acceso a mis archivos. Me quería presionar, como Rubén. Rubén leyó la que se acaba de publicar aquí, pero en una copia en papel que imprimí yo en casa. Era el chivo expiatorio perfecto. Nunca ha tenido acceso a la nube tampoco. Y Jorgito. Y Martín y Quirce. Sí, son ocho. Y mi vigilante informático. Nueve con él. Ya no sé ni contar. Nadia no tenía acceso más que a esas ocho novelas, y cuarenta y tres relatos. Como Pere y Juliana. Carmelo, Martín, Aitor tenían acceso a más historias que estaban apartadas. Aunque Martín y Aitor son los únicos que han leído de esas otras carpetas. Carmelo se pensaba que solo quería que viera la carpeta de Nadia. Ni siquiera intentó entrar en las otras. Por pudor.

-¿Jorgito sí y Clara y su madre no? Es raro ¿no?

-No. Clara no. Nunca estuvo en mi ánimo dejar a la niña acceso. Y su madre tampoco… Y es extraño. Con lo amigos que éramos, nunca me lo pidió. Y también es curioso que yo no se lo ofreciera. Solo lo hice con Jorgito. Y haciéndole jurar por lo más sagrado que no se lo iba a contar a nadie. Clarita es menos de fiar para eso. Para eso y para todo, según vimos en el colegio. Acuérdate. Con los cuentos, empezó a hacer fotocopias y pasarlas a sus amigas. Eso fue una decisión consciente. Yo creo que llegó a venderlos incluso. No dije nada, pero no los escribí para que presumiera. Así que no le volví a dar nada.

-¿Confías en Jorgito? O sea en que …

-No, no ha sido él. Lo supe al verlo en la cárcel. Y lo sé también por los cuentos que le escribí. Sé que muchos han leído esos cuentos. Ya te digo, que hicieron copias y se las dieron a quien consideraron pertinente. Todos los amigos de Clara y por extensión los de Jorgito. Y algunos amigos de Dimas con niños. Pero solo han leído la serie primera que escribí. Son los cuentos “oficiales”. Los que posiblemente publique dentro de unas semanas. Luego seguí escribiendo más cuentos, hasta el año pasado. Cada año eran como siete u ocho. Esos solo se los dejé a Jorgito. Eran mi regalo de Navidad. Para él. Solo para él. De esos, nadie se ha enterado. Nadie sabe de su existencia. Ha sido Nadia. No puede ser otra.

Jorge no acababa de entender por qué se resistía a contar a Hugo que Aitor lo había comprobado y lo tenía acreditado, así como los intentos de hackear su nube y sus sistemas informáticos. Pero no varió su decisión.

-Era tu amiga.

-Me ayudó mucho cuando murió Nando. Por eso duele más la traición. Y la duda. Si ha sido capaz de hacer eso ¿Con qué otra cosa me sorprenderé en un futuro? ¿En qué más me ha traicionado? Y sobre todo ¿Desde cuando? Es importante esta pregunta. Porque me entra la duda de si alguna vez fue de fiar. Si ha sido de verdad mi amiga en algún momento, o por contra, siempre ha jugado en el equipo contrario. Sin ella y sin mi suegra creo que me hubiera quitado de en medio. Esa ha sido mi creencia y esa ha sido la confianza que tenía en ella. Ahora, todo eso… tengo que reprocesar todos estos años. No entiendo su motivación. Será el dinero. Sí, tengo que reinterpretar algunos encuentros, algunas conversaciones. Algo se me rompió dentro de mi alma, de mi vida, de mis recuerdos en aquella comida en la que le anuncié mi decisión de publicar de nuevo. Y esa sensación rara se acrecentó cuando Dimas se unió a la reunión. Y pensar que cuando lo abracé, me entraron remordimientos por no haberle dado alguna novela en todos estos años y haberle puesto en una situación delicada en su trabajo. Su posición en la editorial dependía de mi obra, de mis ventas.

-Vaya. Pero eso en realidad… él sacaba beneficio extra de otros sitios…

A Hugo se le escapó un gesto de incomprensión. No le habían pasado desapercibidos los comentarios de Jorgito en la cárcel y algunos otros que había escuchado en otros foros. Jorge le parecía un hombre extremadamente sensible, que captaba los menores gestos de las personas y las más ligeras variaciones en la entonación al hablar. No era una persona a la que sería fácil engañar. Y le engañaron. Y sus más cercanos.

-Mira, Rubén ha girado la cabeza hacia aquí. Me está mirando. Voy a entrar a probar suerte. Espera, coge esta tablet. – Jorge se conectó a la nube y se bajó dos documentos. – Déjame tu teléfono, por favor.

Hugo se lo tendió. Jorge escribió un mensaje, una serie de letras y números sin aparente significado, que mandó a un número de teléfono. Al cabo de diez segundos, el teléfono sonó. La llamada era desde un número oculto.

-¿Estás bien escritor? Parece que has enfadado a alguien. Hay muchos comentarios sobre la ensalada de tiros con la que “tus amigos” han aliñado las calles de Madrid esta mañana. No has leído mi mensaje.

-Bien, Aitor. Te necesito. Te voy a pasar con Hugo, es mi ángel de la guarda. Le guías para que ponga la tablet de forma que solo se pueda leer los dos documentos que he bajado. Son dos novelas. Quiero que el resto de la tablet desaparezca o sea inaccesible, y que borres toda referencia a mi nube y vuelvas a escanearla y en su caso cambiar contraseñas y lo que haga falta. Debe ser una tablet blindada. Y que vigiles todo con atención. Actúa como si fueras poli y tuvieras que demostrar luego ante un juez la culpabilidad de quien sea. Hazlo también con lo que me contaste el otro día. También te pediría que revisaras de nuevo todos mis dispositivos. Y la nube. Y las copias de seguridad. Todo.

-Define ángel de la guarda.

El tono de Aitor era jocoso. Tenía ganas de mofarse de alguien. Y parecía que había decidido que su objetivo del día fuera Hugo.

-Policía. Me ha salvado la vida. Y está cañón. – le animó Jorge, que decidió hacerle pagar su parquedad a la hora de hablar de su pasado. Y el no haberle contado que hacía acabado la traducción de las primeras páginas de esa novela en alemán.

Hugo lo miró casi ofendido.

-Pásamelo. Ocúpate del chico. Tienes razón, el poli está cañón. Pásamelo a ver si me lo ligo.

-¿Me has escuchado el resto? – le preguntó Jorge.

-Tú pasas de mis comentarios y de mis mensajes, yo paso de tus instrucciones. Reiterativas, innecesarias, llegan tarde y parece mentira que a estas alturas me digas que tengo que bla, bla, bla. Voy mil kilómetros por delante de ti en todos esos aspectos. Aunque sé que en realidad, lo has dicho para que te escuchen los que pueden oírte ahora.

Jorge hizo un gesto de resignación. Aunque en su interior estaba orgulloso de Aitor.

-Pásame al poli buenorro.

-Ten. Hazle caso – le recomendó a Hugo.

-No voy a ligar con él. Ni lo sueñes.

Hugo puso su mejor gesto de indignación e incredulidad. Jorge tuvo la impresión de que si en lugar de él, hubiera sido otra persona, se hubiera ido con cajas destempladas. Esta vez, ser un escritor conocido había jugado en su favor.

-Hazle caso en lo de la tablet. Lo otro ya es cosa vuestra. Y cuando la tengas me la pasas. Por favor.

Hugo se puso al teléfono no demasiado convencido y nada contento. Mientras, Jorge entraba despacio y silencioso en la habitación. Rubén lo seguía con la mirada. Pero a parte de observarlo, no hacía el más mínimo gesto con la cabeza o con el cuerpo. Jorge acercó una silla a la ventana y se puso al lado del joven. Puso su mano sobre la de él. Pensó que la iba a apartar, pero no, la mantuvo quieta. Así estuvieron casi un cuarto de hora. Hugo los miraba desde el pasillo. Ya había acabado con la tablet pero no quiso romper esa frágil comunicación entre los dos. En un momento dado, Jorge percibió que el chico movía los labios y aguzó el oído a la vez que intentaba leérselos.

-Mi madre tenía razón, debo morir. Todo lo que toco, lo ensucio. Lo supe cuando hablé con el chico. Aparte, soy un cobarde. No tenía que haberme acercado a ti. Perdona.

Quiso contestarle, convencerlo de que eso no era verdad. De que su madre no tenía razón y de que él no había ensuciado nada. Pero intuyó que no le iba a escuchar. Optó entonces por apretarle la mano. Pero muy ligeramente. Con la otra mano, hizo un pequeño gesto destinado a Hugo para que entrara. Lo entendió y le acercó la tablet. Y en un volumen casi tan bajo como el que había empleado el chico le dijo.

-Querías leer. Querías que publicara. Me convenciste. He publicado. Ahora tienes un trabajo que hacer. Te dejo aquí dos novelas. Debes leerlas y decirme cual será la siguiente que debo publicar. Hoy es viernes, te dejo hasta el miércoles. Me voy de viaje. La contraseña es el año en que nació el personaje principal de “deJuan” y el nombre de la madre de Jaime, el protagonista de “Esa maldita noche”.

-No tengo fuerzas. – dijo con una voz apenas audible.

-Sí, las tienes. Cuando las leas, las comentamos. Es lo que te gusta. Me lo has dicho siempre, desde que nos conocemos. Necesito leer tus libros, me dijiste. Te doy la oportunidad de ser único. De leer dos libros que nadie ha leído. Y de ayudarme a elegir la próxima novela que voy a publicar.

Jorge se levantó. Le puso la mano en el mentón y giró su cabeza hacia él. Y le dio un beso en la mejilla.

-Confío en ti.

Sonrió. Se dio media vuelta y salió de la habitación.

-Aguzad el oído y la vista. Ese chico es un peligro para alguien. Y él lo sabe. Quiere morir por lo mío, pero sobre todo por lo suyo. Quiere morir y otros quieren que lo haga.

-Quieres decir que se va a dejar matar – Hugo no acababa de entender lo que había querido decir.

-La tablet puede ponerlo en peligro. Más quiero decir – apuntó uno de los policías que lo custodiaban.

Entonces Hugo sonrió:

-La tablet es una trampa.

Jorge no dijo nada. Ni siquiera hizo un gesto. Hugo pensó que parecía otra persona a la que conoció hacía ya una semana. Intensa semana. Había visto no menos de cinco Jorges distintos. Cada día era una sorpresa con él. El Jorge de ese instante, no tenía nada que ver con el de la notaría, hacía apenas un par de horas. Ni con el de la Embajada. Ni mucho menos tenía nada que ver con ese que parecía un fantasma deslizándose por las calles de Madrid. O esa persona hosca que no sabía enfrentarse a la gente cuando le abordaban para que les firmara un libro, y cuyas imágenes llenaban las plataformas de vídeos.

Subieron a la planta de arriba. Pere los recibió con alborozo. Parecía que se había metido un tripi. Estaba muy excitado. Juliana lo miraba con resignación.

-No ha sido culpa mía – repetía una y otra vez. Y le hablaba de los disparos, y de los cristales rotos, y de como se clavó uno en una rodilla y que le fallaron las fuerzas para arrastrarse, que ya estaba viejo, que se iba a poner en forma…

-Y llegó esa chica Flor, y tiró de mí con una fuerza, madre mía. Y me sentí seguro cuando llegó y el otro, fue a la ventana y disparó, vaya que si disparó. Creo que le dio al matón de los cojones. Y joder, Juli estaba en el pasillo y lloraba.

-Bueno, tanto como llorar… – comentó Juliana esgrimiendo una paciencia infinita.

-He escrito dos relatos y otro que tenía en el ordenador, se habrá perdido. Los lees, ¿Eh? Y me dices que te parecen. Y tengo una idea que luego…

Seguía hablando. Pero poco a poco lo iba haciendo más despacio. Aunque él luchaba, se le iban cerrando los ojos. Y al final se quedó dormido. Entró una enfermera:

-Ha sido el shock. Está agotado. Dormirá diez horas seguidas. Se mantenía despierto por verle a usted.

-¿Quieres que te lleve? – le ofreció Jorge a su vecina. – No puedes hacer nada aquí.

La mujer asintió con la cabeza. Parecía afectada por lo que le había sucedido a su vecino y amigo.

Pasaron por su casa. La policía todavía estaba trabajando en ella. Y en el edifico de enfrente desde donde habían disparado. El compañero de Flor había acertado en sus disparos. La percepción de Pere había sido correcta. Yeray, que había acabado en la escena de la notaria, y Kevin fueron a buscarlo para que les acompañara al piso desde donde habían disparado a su casa. El asaltante yacía muerto en un charco de sangre. Cuando Jorge lo vio, le recordó a alguien. Pero no cayó hasta que volvían a su casa cruzando la calle para hacer una maleta con su ropa.

-Joder, el camarero de aquel día, hace siglos, la segunda vez que me encontré con Carmelo. Uno de los que le hicimos esperar hasta las mil porque se nos fue la cabeza hablando.

-¿Estás seguro? – le insistió Kevin.

-Sí. Por esa pequeña cicatriz en la comisura del labio. Me la apropié y se la adjudiqué a un personaje de “deJuan”. Por eso le gusta a Carmelo tanto esa novela: fue la primera que publiqué desde que lo conocí.

-¿Y era camarero de allí?

-No le volví a ver. Y suelo ir a menudo. Es el Café Moderno. Nos sacamos una foto y todo. Para que no se enfadaran demasiado.

-¿Y no tendrás la foto? – se interesó Yeray.

-Carmelo a lo mejor. La sacó él. Pero la habrá borrado. No creo que guarde los selfies que se saca con la gente. Y eso fue hace mucho tiempo.

-Pero estabas tú en la foto. A lo mejor la guardó. – apunto Kevin. – Y fue un día especial para vosotros. A partir de ese día, si no recuerdo mal, no habéis perdido el contacto. Fue el principio.

-No había caído en ese detalle. Tienes razón. Ahora le preguntamos. Voy a coger un par de calzoncillos y de camisas. ¿Te vienes a Concejo, Hugo? ¿Cómo vais a hacer para la vigilancia?

-Mis compañeros salen de turno ahora. Yo te acompaño.

-¿Y no descansas nunca?

-En Concejo. Si mis fuentes son fiables allí todo el pueblo vigilará por nosotros. Si aparece un perro que no es del pueblo, lo sabremos a las cinco minutos.

-Vaya.

Al final cogió algo más que dos camisas y dos mudas. Y no se olvidó de guardar el relato que estaba escribiendo Pere. Era un milagro que el ordenador no hubiera sufrido daño alguno con el desastre que se había convertido esa parte de la casa.

-¿Te mando una empresa especializada en estos desastres? Son colegas y muy eficientes.

-A tu criterio.

-Son caros.

-Hazlo. Y vamos, que llegamos tarde.

-No te preocupes, ponemos las sirenas.

-Ni de coña. Lo que me hacía falta. No tentemos a la suerte. No entiendo como esto no está lleno de periodistas.

-Están saliendo algunas cosas en los digitales y en la tele. De hecho han tomado imágenes antes. Pero todo el mundo está con las vacunas y las olas de la pandemia. Esa periodista con la que coincidiste en Espejo Público ha comentado que ha hablado contigo y que le has dicho que estabas bien, que nadie de tu entorno había resultado herido. Que no querías darle mayor importancia y que por eso preferías no hablar de ello en público. A partir de ahí, se ha zanjado el tema.

-Será lo único bueno que ha tenido todo esto del COVID. Luego a ver si llamo a Roberta para darle las gracias.