El frío de la espera – breve interludio.

Me estoy quedando helado. Hace aire y se me cuela por cualquier resquicio de la ropa. Los pies me duelen de lo helados que están.

Tengo una cafetería al lado. Pienso en entrar y pedirme un café bien caliente. No desabrocharme ni uno solo de los botones y cremalleras de chamarra azul e incluso bailotear un poco, con disimulo, eso sí, hasta entrar en reacción.

Pienso en el momento de llegar a casa y, obviando la cena y cualquier otra actividad prevista o pendiente, meterme en la cama bajo manta y colcha, y arrebujarme en busca del calorcito. Para eso todavía faltan unas horas.

Pero no puedo. Estoy aquí en la calle, atado de pies y manos, prendado del chico de mis sueños. Lo he visto pasar y entrar en la central de Correos, y quiero verle salir. Quiero mirarlo a los ojos y ver si lo que vislumbré cuando pasó a mi lado, cuando iba a mi cita, era cierto o que solo fueron mis ganas de ver que me engañaron. Necesito comprobar que mi cita anulada ha sido por algo con sentido. Qué el frío ha sido por algo, y que la cháchara intrascendente de Pepe, ha valido para algo.

Miro el reloj. Pepe no calla.

– Ya tarda – murmuro.

Me subo la cremallera otra vez del anorak. Dispuesto a comprobar, dispuesto a esperar. Gira la puerta… ¿Será él?

– ¡¡¡Brrrrrrrrrr!! ¡Qué frío hace! – me dice.

Pepe ha dejado de existir, el aire está en calma, la temperatura ha subido y yo me quedé sin palabras.