La otra fiesta en el parque…

Hubiera querido saber que pájaro estaba escuchando. Pero nunca prestó atención cuando su madre, hacía ya muchos años, le quería enseñar.

Ahora se arrepentía. Entonces no le interesaba nada. Ahora tampoco, en realidad. Pero en ese momento, su estado de ánimo le empujaba a desear que no hubiera sido así.

Estaba sentado en el parque. Era un parque enorme. Lleno de árboles, de césped. De flores. De caminos que se entrecruzaban. Había a lo lejos un estanque. Hacía algunos años, había barcas. Pero ya no.

Hacía frío. Aunque lucía el sol. Llevaba una pelliza marrón, con los cuellos subidos. Miraba sin ver. Veía sin mirar.

Había unos niños jugando un poco más allá. Sus cuidadoras estaban sentadas sin prestarles mucha atención. Era una de esas islas de juegos infantiles, con muchos colores, una de esas que eran iguales en todos los sitios. Les oía parlotear.

Un joven corría con los auriculares de su MP3 en el oído. No era guapo. Al revés, era más bien feo. No, tampoco era feo. Era fea su expresión adusta, malencarada. Parecía perdonar al mundo a su paso.

Dos chicas pasaron por delante. Hablaban. De novios. No tendrían más de 16 años. Tenían un gusto horroroso para vestir.

Tres viejecitos, paseaban al otro lado de los juegos infantiles. Era su gimnasia. Llevaban deportivas. No pegaban con sus pantalones de franela cremas o grises claros. Andaban a paso rápido. Seguro que su médico se lo había recetado.

Encendió un cigarrillo. Aspiró profundamente. Retuvo el humo unos instantes. Luego, mirando al cielo, fue soltándolo. Llevaba ya media hora sentado en ese banco. Menos mal que hoy se había puesto al sol. Menos mal que hoy, al menos en esos momentos, había sol.

Entonces llegó. Cuando ya estaba pensando en irse.

Era un chico de unos veintitantos. Tenía una mirada brillante, que salía de unos ojos marrones, grandes y expresivos. Como todos los días, se sentó tres bancos más allá, en el otro lado del camino. Hoy no se había afeitado. Eso le daba ese toque de descuido, perfectamente «cuidado» que tanto le gustaba. Su pelo castaño desordenado… Sus labios… esos labios que tantas veces se había imaginado besando… hoy se le notaban un poco secos. En realidad casi no podía ver esos detalles. Pero se los imaginaba. Hace algunos días coincidió con él en una cafetería cerca del parque, y pudo comprobar que era de su misma altura. Se le notaba que estaba un poco rellenito. Pero intuía unas formas en su cuerpo que hacían pensar que, hasta hacía poco tiempo, practicaba algún deporte con regularidad. Natación, quizás.

El chico hurgó en su mochila y sacó una lata de Pepsi Light. La abrió y le dio un sorbo. Sacó un bocadillo, envuelto en papel de aluminio. Lo abrió y le dio un mordisco. Extendió una servilleta en un lado del banco y colocó ahí el bocata. Al lado, la lata. Volvió a abrir la mochila y sacó un libro. Era el mismo de los últimos días. Los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós. El chico iba leyendo, mordía su bocadillo distraídamente, para apoyarlo otra vez en el banco. De vez en cuando, pegaba un sorbo a la lata.

Las cuidadoras se levantaron y llamaron a los niños. El hombre, se dio cuenta de que se hacía tarde. El chico del parque, se había retrasado hoy. Abrió su bandolera. Y sacó una bolsa de Hipercor. De ella, sacó un recipiente. Era una tarta de queso individual de marca desconocida. Sacó un plato de plástico. Sacó un tenedor de plástico. Lo puso todo sobre el banco. Abrió la tarta de queso, y la puso sobre el plato. Rebuscó en los bolsillos de su abrigo. La encontró. Era una vela pequeña, de esas de cumpleaños.  La colocó sobre la tarta de queso… y presionó, hasta que penetró en ella.

Miró al chico. Seguía inmerso en su lectura.

Volvió a rebuscar en sus bolsillos. Sacó un mechero. Un zippo.

Encendió la vela.

Ahora sí. Ahora sí que podía soplar la vela. En la mejor compañía. En la del chico de sus sueños. Un chico que nunca le despreciaba, que siempre le amaba. Que le acariciaba todas las noches. Que ponía su cabeza en su hombro por las tardes. Al que contaba todas las cosas de su trabajo. Era lo mejor que tenía en su vida. Lo mejor. Al que amaba varias veces cada día. Que le comprendía y que se dejaba comprender. Y que no le pedía nada a cambio.

–         ¡Feliz cumpleaños, Juanjo! – se dijo en voz alta.

Se agachó… y sopló la vela.

Miró al chico del banco… ¡¡Le estaba mirando!!

Se asustó al sentirse descubierto.

El chico cogió su lata, la levantó, e hizo un gesto, levantándola, como si estuviera brindando.

El hombre, tras un instante de perplejidad sonrió e hizo un pequeño movimiento de cabeza. Hacia abajo. Recibiendo y agradeciendo el gesto del brindis.

Cogió el tenedor, y la tarta. Apartó la vela.

Iba a empezar a comer la tarta… pero antes hizo un gesto ofreciéndosela al chico.

El chico, le dio las gracias con otro gesto, pero rechazando la invitación y apremiándole para que la degustara.

Y empezó a comer la tarta.

Se sentía feliz. Muy feliz. Sentía… como un gozo dentro… como… como si se sintiera pleno… como si fuera a estallar de felicidad… como si pudiera vencer a los molinos de viento que la vida le ponía todos los días en su camino…

Acabó la tarta.

Metió todo en la bolsa de Hipercor.

Cogió su bandolera.

Se levantó y miró por última vez al chico.

Se iba a girar para irse, cuando comprobó que el chico le volvía a mirar.

El chico levantó la mano en señal de despedida.

Juanjo sonrió e hizo lo mismo.

El chico le devolvió la sonrisa.

Se giró… y se fue camino de su trabajo.

Llegaba tarde. Pero… daba igual.

Y es que hoy, había sido el mejor cumpleaños que era capaz de recordar. La primera vez que celebraba su cumpleaños con su mejor amigo. Con el chico del parque.

4 pensamientos en “La otra fiesta en el parque…

  1. Gracias por tus comentarios, son geniales, me dan ánimos
    Lo estoy leyendo en un banco del parque de fuentes blancas, tu ya conoces
    Aprovecho este sol que calienta y no quema
    Saludos

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