Necesito leer tus libros: Capítulo 6.

Capítulo 6.-

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Jorge no estuvo mucho tiempo dándole vueltas al tema de sus amigos y las noticias que le habían contado. Toda la situación le recordaba a Álvaro, otro actor amigo suyo, que se quejaba de que su gente se creía cualquier cosa que escuchaban a terceros sobre él. “¡Y todo es mentira!”, repetía con mucha guasa. Eso le hizo aparcar el tema y volver al trabajo.

Se fue de “El Cortejo” después de hablar con Íñigo el camarero. Era un joven muy agradable que a Jorge le caía muy bien. Le cuidaba siempre con mucho empeño. Él era el que le reservaba la mesa, contra viento y marea. Y además, nunca le aceptaba propinas.

-No, Jorge, lo hago porque me caes bien y porque me gustan tus libros.

-Un día tenemos una conversación pendiente – le anunció por enésima vez Jorge.

-No merece la pena que pierdas el tiempo en escucharme.

-Eso deja que lo decida yo.

Jorge le sonrió y le dio un beso de despedida.

No estaba muy lejos de casa, pero le apetecía pasear. Así que dio un pequeño rodeo para disfrutar de la tarde-noche madrileña. Dentro de apenas unas horas, no quedará nadie en la calle, pensó. “Salvo los proscritos, los disfrutones de la noche que ni los vigilantes del visillo iban a conseguir que se metieran en sus guaridas.”

Cuando abrió la puerta de su casa, se encontró de bruces con Pere, su vecino. Solía pasar a su casa cuando no estaba para que no estuviera vacía. Hacía un tiempo Jorge tuvo un susto porque al volver se encontró con un fan que había perdido el sentido de lo que se podía hacer o no por amor a un ídolo. A partir de ese día, Pere o Juliana, otra vecina, ocupaban su casa si iba a estar fuera muchas horas.

-No te vayas, Pere. Necesito que te quedes. Tengo que escribir sin parar. Si te veo, no me entrará la somnolencia.

-Pues no te voy a dar palique. Tengo que ver la serie esa…

-Lo que quieras.

-Te molestará el ruido de la tele.

-Para nada.

Pere llamó a Juliana para avisarle. Ésta no tardó ni diez minutos en subir con viandas para que Jorge picara durante la noche. Éste se lo agradeció efusivamente. Al final también se quedó para ver la serie con Pere.

Jorge se sentó en su mesa y volvió al trabajo.

La noche le cundió. Sus vecinos acabaron durmiéndose en sus butacas. Cuando amanecía, poco antes de las ocho, les despertó suavemente.

-Ya es de día.

No dijeron nada. Todavía tardarían ambos un rato en acabar de despertarse. Como eran jubilados, no tenían prisa, así que pensó que a lo mejor se metían un rato en la cama. Juliana decía que si no dormía un rato en su lecho, parecía que había pasado la noche en vela.

Jorge dio un repaso a los cambios que había hecho en la novela. Le parecía que había mejorado con ellos. Aunque de repente se le ocurrió que podía incluir alguna de las Adendas que había escrito a partir de la novela. Sobre todo una relativa al niño de quince años que no crecía y su familia sí lo hacía. Pero eso le iba a llevar un rato.

“Perdona, pero la novela no podré enviártela hasta dentro de un par de días.”

Aplazó al día siguiente todas sus citas. Se fue a dormir unas horas. A la hora de comer, Juliana, la vecina le despertó.

-Escritor, te he traído la comida, que nos conocemos. Levanta, comes, y luego te echas la siesta.

Jorge la hizo caso. Más que nada porque se había dado cuenta de que tenía apetito. Luego, se sentó en su butaca de la siesta y se echó una cabezada de dos horas. A las seis, ya estaba despejado y sentado ante su portátil. Juliana volvió a entrar sin hacer ruido y le puso una jarra de limonada al alcance de la mano, y su vaso correspondiente. Jorge ni la miró. Solo cogió el vaso, como hacía en “El Cortejo” y le pegó un gran trago. Juliana le volvió a llenar el vaso y se fue tan sigilosa como había llegado.

Jorge dio por terminada su corrección de “La Casa Monforte” a las seis de la madrugada. Se estiró todavía sentado. De repente sintió que tenía ganas de ir al servicio. No recordaba haberse levantado ni una sola vez. De ahí se fue al balcón. Abrió la puerta y salió. Respiró profundo. La madrugada estaba fresca. Era la hora en que los tardíos se retiraban y los madrugadores empezaban la jornada. Ambos ambientes contrapuestos se encontraban en los bares. Tuvo la tentación de cambiarse de ropa y salir. Le solía gustar observar esos mundos antagónicos convivir. Unos desayunando en silencio y otros tomando la última y comentando la noche. Pero se dio cuenta de que estaba muy cansado. Todavía tenía que enviarle a Dimas la novela. Y no convenía retrasarlo más.

Seguramente Jésica, deberá trabajar más en ella, porque no le había dado tiempo a corregir las palabras que se habían quedado mal escritas. Pero ella era muy profesional y eso no le suponía un gran esfuerzo. Se decidió y le mandó a su editor un enlace a su nube, para que se bajara el libro.

Le mandó un wasap.

“La contraseña es Jorgito”

Una hora después del envío, Dimas le mandó un wasap:

Las 20 primeras páginas son mágicas”

.Jorge sonrió. Se puso el pijama y se metió en la cama.

Se despertó sobre media mañana. Se duchó y se tomó un café.

“Me gusta mucho. Va a ser un bombazo”.

Iba ya en el autobús a ver a la madre de Nando. Le había mandado un mensaje preguntándole si podía ir a tomar un café a su casa. No había dos semanas que no quedaran a tomar un algo o a comer o cenar. Muchas veces era en casa de ella. Había estado con el virus y se había vuelto un poco insegura.

Estaba esperándolo en la puerta. Lo habría visto bajarse del autobús desde la ventana. A pesar de su inseguridad, no le perdonaba un abrazo. Debía ser la única persona con la que se abrazaba.

La mujer volvió a casa seis semanas después de salir camino de Urgencias. No será nada, se repetía en el taxi. Por si acaso, se puso el fular alrededor de la boca y nariz. Algo protegería, porque de momento no encontraba esas mascarillas que usaban los médicos y que algunos especialistas recomendaban que se utilizaran aunque el Señor despeinado del Gobierno que salía en la tele comentara una y otra vez que no servían de nada. Esperaba que no fuera el virus y que no hubiera puesto en peligro al taxista. Por si acaso le dijo de pagar con tarjeta y éste le acercó el terminal. Puso la tarjeta encima y le dijo que pusiera cinco euros más. “Se los llevará la empresa”, dijo apenado. Entonces ella sacó la cartera y le dio diez euros, casi más que la carrera. “Es mucho”. “Son tiempos difíciles”.

En Urgencias le dijeron lo que más temía: tenía el virus. Primero con un análisis de no sé que, que luego confirmarían con otro análisis distinto. La ingresaron porque empezaba a respirar con dificultad. Ella pensó que era por la ansiedad, aunque los médicos no quisieron arriesgarse. Y es que eran tantas cosas las que se decían en la televisión, que estaba muy asustada. “¿Y si me muero?” Pensó. Un par de días para esos otros análisis una PCnosequé, y efectivamente estaba enferma. Y un par de días después, su respiración no iba bien ya no por la ansiedad, sino por la enfermedad. Pudo hacer una llamada, como en las novelas de policías. Se la hizo a su yerno Jorge. Hablaron un rato. Él dijo que iba a verla. Pero estaban prohibidas las visitas y los acompañantes. Él dijo que tiraría de influencias. “Cariño, no me perdonaría que lo cogieras por mi culpa”. “Pues hablamos todos los días”. Y hablaron. Salvo una semana que ella estaba mal. Casi la llevan a la UCI pero no había sitio. Así que la cuidaron en la habitación con oxígeno y otras medidas. En esa semana, mientras estuvo medio sedada y sin enterarse mucho de nada, creyó sentir a su yerno un par de noches. Pensó que eran sus sueños, sus deseos. Y se asustó en esa semi-consciencia por si se ponía malo. Pero a la vez le gustó que la visitara, aunque solo fuera en sueños. Porque ella sabía que él la visitaría si pudiera.

No había dejado ni las llaves en su cestillo en el aparador de la entrada, cuando llamaron a la puerta. Abrió y allí estaba él. Traía en la mano un ramo de claveles rosas, los que le gustaban a ella. Y una bolsa con un montón de cosas para comer. Lo abrazó fuerte. Porque aunque él no lo supiera, sin él, sin sus visitas imaginarias o reales, ella no hubiera salido adelante. Le hizo recordar que tenía todavía alguien por el que vivir.

Jorge Rios.

-Has tenido suerte, tengo de ese bizcocho que tanto te gusta.

-Ay, Juana, eres mi perdición. Voy a venir todos los días a verte.

-Ya sabes que serás bienvenido.

Hablaron un rato de esto y aquello. De fútbol, Juana era gran aficionada al Madrid. Del virus. De la vida. De los libros.

-¿Cuando vas a publicar, Jorge? Y no me digas que me das tus novelas para leer. Yo quiero comprarlas en la librería.

-Es curioso, me dijo lo mismo un fan el otro día. Se llama Rubén.

-Anda. Me alegro que hayas tomado la determinación de recomponer tu vida. Ya que no me haces caso respecto a Carmelo del Rio.

-No, no, Rubén es solo eso, un fan. No estoy por la labor. Y Carmelo es solo un amigo. Y te recuerdo que está casado.

-Nando no se merecía esa fidelidad tan estricta. Ni la hubiera querido. Carmelo se puede divorciar. Y si no, a ese chico… podrías mirarlo con ojos de querer. Te hace falta alguien a tu lado, Jorge. Hazme caso. No puedes seguir solo. No te vales por ti mismo. Eres un desastre.

-Ya, ya. Nando era de relaciones abiertas. Pero yo no tanto. Y me he vuelto muy raro. No me aguantaría nadie más de tres días de convivencia. Y no soy tan desastre, Juana, no me digas esas cosas.

Juana calló. Había querido mucho a su hijo. Pero en ese punto, no coincidía con él. Jorge seguramente también había tenido sus cosas. No había sido fácil vivir con él y con sus inseguridades de escritor de éxito. Y tampoco quería herir a Jorge. Al fin y al cabo, todas esas cosas pasaron hacía más de ocho años. Que sentido tenía ahora descubrir algunos secretos. Aunque si Jorge no acababa de levantar cabeza, estaba decidida a hacerlo. Apreciaba a su yerno. Se lo repetía a todo el mundo con el que se encontraba.

-He decidido publicar de nuevo, Juana.

La mujer se llevó las manos a la cara. Se le resbaló la mascarilla pero le dio igual. Alargó los brazos hacia su yerno, se levantó para abrazarlo de nuevo. Estaba emocionada y alegre.

-¿Y cuando va a ser? ¿Has estado con Dimas? Todavía recuerdo cuando nos dijo eso de “No se hagan ilusiones. Si leo las cinco primeras páginas y no me gusta, lo dejaré. Y será lo más posible” y se tragó las 671 páginas de esa novela en un fin de semana. Y las 700 de la otra en el resto de la semana, trabajando diez horas.

-Que mala eres con Dimas.

-No me cayó bien. Yo había leído aquella novela, me la pasó Nando. Y me pareció deliciosa. Aunque luego leí la otra, y me gustó más todavía. Es un cretino y no deberías fiarte de él. Ya me darás la razón algún día. Aunque espero que no.

-A ver si ésta te gusta. Te la paso si…

-No. Quiero comprarla. Ya te he dicho. Quiero ir a la librería a comprarla. Cogerla de la mesa de novedades. O de “Más vendidos”.

Era casi palabra por palabra el comentario de Rubén. Había contestado al final a su wasap. Había retrasado hasta las 7,30. Tenía tiempo de volver a casa y echarse una cabezada.

-Espero que no te comas tú todo el bizcocho que queda – bromeó Jorge.

-¿Eh? ¡Ah! El vecino se lo come luego. – parecía que de repente le costaba tragar saliva.

-¿El vecino?

A Juana parecía haberle entrado el baile de San Vito en las manos. No dejaba de moverlas nerviosa. Jorge se sonrió: a lo mejor era ella la que estaba medio enamorada de ese vecino misterioso. Estuvo tentado de tirarla de la lengua, pero prefirió dejarla tranquila.

-Me voy a tener que ir. Es una pena porque si quisieras leerla, a lo mejor podías presentarla ante la crítica.

-¿Yo? Que dices. Ni en broma. ¡Que tengo yo que decirles a esos mequetrefes! Valientes falsarios prepotentes.

-No hables así, que suelo tener buenas críticas.

-Últimamente no.

-Porque no publico. Y de algo tienen que hablar.

-El folio en blanco. Como si ahora se escribiera en folios. Como si tú tuvieras problemas de inspiración. Eso te sobra. De cada uno de tus relatos cortos se podía sacar una novela. Y de algunos, hasta tres. Recuerdo ese relato, “La viuda montaraz”. La viuda tenía una novela, pero Tomás y Martín, tenía otra cada uno.

No quiso decirla que en realidad las había escrito. No eran novelas como tales, quizás novelas cortas. En muchos relatos, escribía más cosas para situar a los personajes. Y ahí, las “más cosas” se convirtieron en novelas cortas. Pero eso no dejaron ser borradores que nunca contaron entre las obras terminadas. Aunque si un día quería hacerle un regalo especial, a lo mejor repasar esos borradores y editarlos, sería un buen regalo para su suegra.

Se despidieron con otro abrazo. Quedaron a comer la semana siguiente. A lo mejor ya con la novela en las librerías. Aunque el plan de Dimas le seguía pareciendo cuando menos, demasiado optimista. Salvo que la reserva en la edición de la editorial incluyera la de la imprenta. Y que Jésica y el resto del personal de maquetación y edición trabajaran de sol a sol. Un mes es más realista, siendo también una exageración.

Voy por la página 70. Eres un cabrón con pintas”

Guardó el móvil sin contestar. Lo de cabrón no sabía si era bueno o malo.

Ahora solo tenía que concentrarse en su entrevista con Rubén.

Aunque decidió aparcar el tema e ir a dormir.

Ya decidiría luego qué le contaba y si le proponía presentar la novela. No es que de verdad pensara que el chico pudiera hacerlo. Nunca le había considerado para esa labor. Todavía se extrañaba de la propuesta de Nadia al respecto. ¿Cómo iba a ponerse ese chico delate de decenas de críticos venidos de todo el mundo, o presentes de forma virtual y hacer la presentación? Llamaría a Carlos Alsina. Era la mejor opción. Biel Casal tenía razón.

Es cierto que a Rubén le había gustado mucho la novela. La habían leído juntos. Aunque después de los cambios, a Jorge la parecía que era un libro completamente distinto. No quiso darle una copia en su momento. Era demasiado inestable. Podía haberla perdido o podía haberla mandado a cualquiera. Y ahora tampoco se sentía inclinado a hacerlo.

Aunque lo más posible es que la razón de no dársela ni en ese primer momento ni ahora, era tener una excusa para quedar con él y sacarle cosas de su vida. Quería entender a Rubén para poder escribir sobre él. No era por el personaje o por otra novela. Tenía más escrito pendiente que muchas obras completas de otros colegas de toda una vida dedicadas a la literatura.

Y de alguna forma, quería cuidarlo. Aunque este ultimo sentimiento, no acababa de entenderlo del todo.

2 pensamientos en “Necesito leer tus libros: Capítulo 6.

    • Llevo días pensando la respuesta, y no me decido.
      Ya publiqué una novela, aunque solo en ebook. La editorial cerró al poco. A lo mejor fue una señal.
      Quizás me de miedo. Quizás piense que las historias que me apetece escribir les interese a pocos. O puede que piense que no soy lo suficientemente bueno.
      Pero disfruto escribiendo. Así que creo que de momento, lo seguiré haciendo.

      Besos.
      Envueltos.

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