Necesito leer tus libros: Capítulo 12.

Capítulo 12.-

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Si cerraba los ojos, Jorge veía los labios de Rubén manchados de chocolate en el hospital. El güisqui que se puso al llegar a casa, le había sentado mal. En lugar de mitigar la angustia que sentía, se la había aumentado. Bebió casi un litro de agua intentando contrarrestarlo. Posiblemente fuera una tontería, pero no se le ocurrió otra cosa. Decidió salir a la calle a pasear. No se fijó en la hora que era, las cinco de la madrugada pasadas. Se puso el gabán y sin pensarlo mucho, salió de casa. No había andado apenas unos metros, cuando un coche de policía hizo amago de parar a su lado para llamarle la atención por el toque de queda. Pero se arrepintieron. A lo mejor le reconocieron. O le vieron tan apesadumbrado, paseando solo, que les pareció una soberana tontería perder el tiempo en ponerle una multa que luego posiblemente fuera anulada. Al fin y al cabo, no ponía en riesgo a nadie.

Sonó su teléfono. Carmelo del Rio. Hacía solo unas horas lo había citado en su conversación con Rosa. Casualidades o el destino.

-Carmelo. Es pronto para llamar a nadie.

-O tarde.

-Cierto.

-Sé que a estas horas estás despierto. Y por lo que escucho estás en la calle.

-Hoy me hubiera gustado llevarte la contraria y estar dormido. Pero no puedo. Un día de mierda. Bueno, un día y otro, y otro, todos llenos de mierda.

-¿Es por lo de ese chico?

-En parte. Es por darme cuenta de lo ciego que he estado. Me han engañado como a un idiota. Tú no eres un ave nocturna como yo.

-Cape está de viaje. Y en todo caso, sería más acertado decir que somos los dos aves nocturnas, solo que tenemos los horarios cambiados.

-Vaya. Tendré que darte la razón. Pero no te acostumbres – bromeó Jorge – Vente y tomamos unas porras con chocolate.

-Dime donde.

Ya se imaginaba los titulares si los pillaban. Famoso actor y cotizado escritor pillados saltándose el toque de queda. Pero ya era las 6 de la mañana. Ya no había toque de queda. Siempre podían cambiar el titular: pillados en una cita secreta. “El matrimonio de Daniel Gutiérrez “Cape” y Carmelo del Rio se tambalea. Los rumores eran ciertos.” “El escritor Jorge Rios rompe un matrimonio que parecía indestructible.” No era la primera vez que provocaban esos titulares. Ni sería la última. Nunca habían entrado al trapo de contestarlos. Cape y Carmelo no habían querido nunca aclarar su relación. Él lo había respetado.

Todo por un chocolate y unas porras.

Quedaron a escondidas. Él con su gorra bien calada hasta las cejas y él con sus gafas de sol aunque éste todavía no había asomado en el cielo. En el local les pusieron en una mesa apartada. Charlaron y comieron porras untadas en chocolate. “otros dos chocolates por favor”. “Y más porras, apuntó el otro”. “Esto va contra la línea”. “Como dice mi marido, tú lo cagas todo, no engordas ni a tiros”.

Al salir del establecimiento, una nube de periodistas les asedió. Micrófonos, cámaras, focos. Intentaron salir con la cabeza baja, pero sus nombres eran pronunciados a voz en grito. “Unas declaraciones Jorge Rios”. “Carmelo del Rio ¿Lo sabe su marido? “¿Desde cuando están juntos?”. De repente la pareja se paró frente a los periodistas, se quitaron las gafas y la gorra. Miraron a las cámaras a los ojos.

-Tenemos que confesar, es inútil ocultarlo. – se miraron compungidos. – Hazlo tú, Carmelo.

Carmelo del Río miró fijamente a la cámara y carraspeó para aclararse la voz.

-Somos culpables. Nos hemos saltado el régimen de hombres con cuerpos estupendos. Acabamos de desayunar dos chocolates cada uno y cuatro porras enormes, así de grandes – e hizo un gesto con las manos indicando un tamaño no menor de un metro.

-Estaban buenísimas. Y el chocolate espeso. Una delicia. Nos gustan las porras.

Los periodistas quedaron tan asombrados por esa confesión espontánea que se quedaron sin palabras. Hecho que aprovecharon los dos hombres para atravesar la nube de periodistas y seguir su camino.

-Andemos un poco para bajar las porras – dijo muy serio Jorge Rios, el escritor.

-Eres consciente que en pocas horas el consumo de porras se va a disparar, después de nuestra declaración.

-Habrá que comprar acciones de alguna harinera.

-Fijo.

Y emprendieron su camino a ninguna parte con el deseo de hacerse compañía en una mañana en la que ambos parecían necesitados de ella.

Jorge Rios.

-Cape te manda recuerdos – comentó Carmelo al bajar del coche en la puerta de la cafetería, que estaba en videoconferencia con su marido.

Jorge se puso delante del teléfono.

-Mamón, ¿Dónde estás?

-En Ámsterdam.

-Cuando vuelvas a ver si comemos. Me debes algunas comidas.

-Ya será al revés.

-Vale, pagamos a medias. Te has vuelto un rácano.

-Será desde que te conozco. Se me habrá pegado. – le contestó sonriendo y con tono irónico.

-Pues ya hace unos años.

-¿Estás bien? ¿Y el chico ese? – cambió el tono de la conversación.

-Yo voy tirando. Y el chico despertó ayer. Veremos.

-¿Y tu ahijado?

Hizo una pedorreta de desesperación.

-No lo he visto desde que lo detuvieron. No me siento con fuerzas. Hay algo que me dice que debería ir a escuchar lo que tiene que decir. Como siempre, no me gusta escuchar verdades y lo retraso al máximo.

-Veo que detrás hay gente esperando fotos. Ya hablamos. No le dejes comer demasiadas porras.

-Oye. Como si fuera un glotón. Estoy muy bueno – Carmelo se hizo el ofendido.

-Para que sigas estándolo. Ya sabes que solo te quiero por tu cuerpo.

-Cabrón.

Cortó la videoconferencia. Carmelo atendió a sus fans y Jorge Rios a los suyos.

-Estoy leyendo su última novela – le dijo un hombre que tenía pinta de acabar de salir de trabajar en alguna fábrica. – Me tiene enganchado. Fui el primer día que salió a la venta.

-Me alegra que le guste. – Jorge le sonrió.

-Que pena que no tenga la novela para que me la dedique.

-Escríbame un mail. Mi asistente a lo mejor puede hacer algo. O le escribimos cuando sepamos si podemos organizar alguna firma de libros. Posiblemente en la librería de Goya haremos algunos encuentros con los lectores.

Entraron en la cafetería. Era la cafetería Reyna, una de las habituales del escritor y del actor, así que ya les tenían preparado una mesa apartada y pusieron unos biombos para evitar que nadie les viera.

-¿Lo de siempre pareja?

-Claro, Quique.

No tardaron nada en llegar los chocolates y las porras. Y una jarra de agua fresquita y dos vasos. Y una jarra de leche fría que le gustaba tomar después al escritor.

-Llevo un mes con este tema ¿Sabes? Creía que me iba a calmar con el tiempo. Pero cada día estoy más enfadado. Cada día me doy cuenta de más detalles que pasé por alto. Y lo malo es que no puedo confiar en nadie. Hasta la policía me ha puesto un vigilante. O sea que no es paranoia mía. Tú veo que sigues con escolta.

-Nuestra historia sigue ahí.

-Es digna de ser escrita.

-Cuando sepamos de que va. Espero que la escribas tú.

-También quería escribir la historia de Rubén. Pero no me sale a mi gusto si conozco a los protagonistas.

-Alguno de tus personajes tienen cosas mías. Y Ramón, el de “Esa maldita noche” …

-Ya, es Cape. Pero es Cape por el físico y por la forma de hablar, de actuar. Es como si fuera un actor que hace de Ramón. Pero aquí Jorge, mi sobrino, hace de mi sobrino. Y Rubén, el chico apaleado, hace de chico apaleado. Y Dimas mi editor y el padre de Jorge, hace de…

-Alguien que te odia a muerte. Alguien al que le das asco. Por tu don y por amar a otro hombre. O por otras cosas sin determinar. Nunca he pensado que ese hombre sea homófobo. Solo te odia a ti. El por qué, se me escapa. Me comentó algo al respecto el otro día el comisario Javier Marcos. Y se lo dije así, tal cual. No tiene nada que ver con ser gay.

-Exacto. Eso también he pensado a veces. Todos me hablan de que no le gustan los homosexuales, pero con Nando se llevaba estupendamente. Y con otros muchos. Nando y él formaban tándem. Y con otros muchos gays, ahora que lo pienso. Perdón, me repito. Así que … tienes razón.

-¿Sabes que desde poco después de que conocieras a ese chico me llegaron rumores de que era tu nuevo amor?

-Pues ya podías habérmelo dicho. Hemos hablado casi cada día. Alucino con la gente. No recuerdo ni haberlo rozado. Con esto del COVID, ni siquiera un apretón de manos. Ni un beso en la mejilla.

-Estaba en Londres rodando. Pensaba que si yo lo sabía allí, tú estarías al cabo de la calle. Este chocolate está de muerte. Hacía meses que no comía porras con chocolate.

-Tenemos que quedar más.

-He encontrado una excusa para juntarnos a menudo – exclamó alborozado.

-¿Necesitamos excusa? ¿Desde cuando?

-Pues no te veo mucho.

-Es difícil si ruedas en Inglaterra y yo sigo viviendo en España – le dijo a punto de echarse a reír.

-La perra gorda para ti. Te podías haber venido como hiciste en mi último rodaje en Francia.

-Dime. ¿Cual es esa excusa para vernos que te has buscado?

-Quiero comprarte los derechos para hacer una serie de “Tirso”.

-Siempre te ha gustado ese personaje. Y eso que es todo lo contrario a ti.

-Por eso.

-Sabes que no he querido nunca vender los derechos de mis novelas. ¿Por qué iba a ser diferente esta vez?

Carmelo del Rio puso su mejor cara de niño bueno.

-Eres bobo – Jorge se echó a reír con ganas. – Si me pones esa cara no puedo decirte que no. Pero tenemos que disimular. Meses de negociaciones. Algo que justifique que ahora diga que sí.

-Te convence el proyecto. Te gusta el protagonista. Amas profundamente al alma del proyecto y no le puedes negar nada. Déjalo en mis manos. Mi agencia se encargará. Mientras, avanzamos en el guion y en la producción.

-Vale. Pero lo de amar al alma del proyecto… no se si cuela como justificación. A ver si ahora se me lanzan todos a comerme la boca para que les venda los derechos del resto de mis novelas. Uno, no sé si te lo conté, hasta me ofreció comprarme un relato corto que se había publicado en “El País” durante todos los viernes de un verano.

-Que se atrevan a lanzarse a comerte la boca. No te la como yo, y te la va a comer el resto.

-No sabía que querías comerme la boca – dijo Jorge divertido y en tono insinuante.

-¿Ves? Tenemos que vernos más. Hay tantas cosas que desconoces de mí… escritor.

Jorge ahora sí, se echó a reír a carcajadas. Carmelo lo miraba feliz. Había conseguido que se olvidara de todas las cosas que le estaban volviendo melancólico. Estaba preocupado porque volviera a tomar esas vitaminas con las que le drogaban hasta hacía unos pocos meses.

-Casi tengo una primera versión del guion. Me lo escribió Cape. Sabes que le gusta también.

-Vaya. Se ha decidido a escribir. ¿Y cuando lo hace? Yo creía que estaba en su lucha empresarial a full time.

-Hay que trabajar todavía mucho en él. Y ya sabes como es Daniel. No puede estar quieto. Parece tan sosegado, y luego es agotador.

-Mándamelo.

-Acabo de hacerlo. A tu correo personal.

-Se lo voy a dejar a mi asistente nuevo. Quiero ponerlo a prueba.

-Es bueno. ¿Sabes que fue actor?

-¿Y como sabes?

Carmelo se echó a reír.

-Carmen Polana se encarga de lo nuestro.

-Si me dijo que no se lo contara a nadie. Y ella se lo va contando a todos.

-Les pillé. Hugo y yo trabajamos juntos en una serie cuando éramos pequeños. Y sabía que tú y nosotros somos amigos. Te han investigado y a nosotros nos tienen más que fichados. Conocen todas las veces que nos vemos por mis escoltas. Una de sus líneas de investigación es que lo tuyo y lo nuestro se crucen en algún momento. Por eso se quedaron con el caso de Rubén.

-Ahora que lo comentas, ya sabía que me sonaba su cara. No le hice mucho caso al pobre. Cuando vinieron acababa de despertar Rubén y acababa de colgar el teléfono a Rosa insistiendo en que fuera a ver a Jorgito, que no es malo que… ya sabes.

-El amor de madre habla por boca de Rosa, entiéndela. Hugo dejó de actuar a los dieciocho o diecinueve. Por amor precisamente. Luego no se si hizo alguna cosa puntual.

-¿Se hacen esas cosas todavía? Retirarse por amor. Amor que no duró, como si lo viera.

-Exacto. En cuanto dejó de ser famoso y deseado por el mundo.

-¿Pero esa historia que me cuentas fue real? O tapadera.

Carmelo se encogió de hombros.

-Yo la tengo por real.

-Y de eso, de actor de éxito, a meterse policía… un cambio apreciable.

-Tiene una historia.

-No me la cuentes, prefiero inventármela.

Estuvieron más de dos horas en la cafetería. Comentaron algo el guion que había escrito Cape y que Jorge abrió en su portátil. Jorge le dio unas indicaciones de cómo veía él una posible película. O serie.

-No más de seis capítulos. Si quieres te doy algunos relatos aparte del libro. Sabes que siempre escribo muchas cosas más de las que luego publico. Las llamo Adendas. Desarrollan cosas que en el libro solo están citadas o marcadas. Aunque para la serie, solo tendría en cuenta al personaje de María y al de Juan. En esos apuntes están más desarrollados. ¿Quién quieres que dirija?

-Rodrigo. Ya he hablado con él. Le gusta la idea. En cuanto me digas que sí, se pone a trabajar.

-Bien. Buena elección. Y que empiece. Sabes que te vendería mi alma, si tuviera.

-Y para el papel de Juan ¿Qué te parece Mártins Carnicer?

-Buena elección. Me gusta Martín. Menos mal que su padre le ha convencido para seguir trabajando como actor. Aunque a lo mejor, deberías valorar el que tu personaje, Tirso, lo interpretara Martín en la etapa joven. Y tu lo coges en la parte más mayor. Os dais un aire. Y os será fácil coordinar. Cualquiera de los dos sabéis imitar los andares, los movimientos de las manos, las muecas…

-Es una idea. Aunque creo que yo podría hacer el personaje entero.

Jorge arrugó la nariz.

-Hazme caso. Te va a afectar Tirso joven.

-¿Y eso?

-No lo sé. Ya sabes que tengo lagunas a veces. Se me ha ocurrido de repente. Valóralo al menos.

-¿Y Laín el padre de Mártins para el papel de Tomás?

-Tomás también tiene más desarrollo. Me parece acertado. Lo veo en ese papel.

-Pues eso.

-Para el de Miguel, a Miguel Herrán. Y para el de su padre el comisario de policía, Jose Coronado.

-Si tienes pensado el reparto.

-Lo tengo de todas las novelas.

-¿Y tienes un papel para mí en alguna?

-En todas. Eres fijo. En esta siempre has sido el protagonista. Lo tengo apuntado, así que si quieres te lo enseño. No es por darte coba. Tirso.

-Capullo. Nunca me has dicho nada. Y hace un momento parecía que intentabas hacerme recular sobre lo de hacer de Tirso.

-Que luego te creces. Que ya sé como sois los rubios teñidos. No, en serio. Me parece genial que lo hagas. El papel lo pensé para que lo interpretaras. Pero aprovechando que Martín ha vuelto a trabajar y que los dos os dais un aire y que los dos sois muy miméticos, que podéis crear una forma de moverse al personaje entre los dos y que sea natural, creo que Mártins debería hacer de Tirso joven y tú del más adulto.

-Que bobo eres – dijo sonriendo.

-El papel de Mártins se lo había adjudicado a Álvaro. Si te decides porque Martín haga de Tirso joven, para Juan vuelve a postularse Álvaro. Antes, claro, Mártins no estaba entre las posibilidades. Menudo papelón hace en “La Serpiente de la muerte”. Es pequeño pero potente. Ya era hora de que se decidiera. Estoy muy orgulloso de él. A ver si saco tiempo para quedar con él y achucharle un poco. Y que me cuente.

-Y lo más curioso, que él iba acompañando a su clase a una visita al rodaje. Y entre Rodrigo y su padre le prepararon la trampa.

-Ese chico siempre ha sido un animal de cine. Como su padre. Me recuerdan a ti. Se ponen delante de la cámara y se la comen. Andando simplemente, comiendo un bocata en un banco. Laín es el rey de los figurantes. Y cuando abre la boca, encandila con su voz. No sé ese hombre por qué ha preferido mantenerse como un figurante. De lujo, pero figurante. Y encima conoce a todo el mundo.

-No tiene tanto estrés como siendo una estrella.

-Es un desperdicio de presencia, de autenticidad. De magnetismo. Es innato.

-Y Mártins igual. Imagínate lo de esa película que decías. Le dan el guion cuando llega con el resto de su clase, como una gracia. Se lo da Jose creo. O Mario. Uno de los dos. Se lo dan en maquillaje, mientras le probaban la ropa, que poco arreglo necesitaba porque lo conocen de sobra y tienen sus medidas. Le dicen: “Qué vas a hacer de figurante, como tu padre, por lo de la visita de tus compis, para que presumas”. Y resulta que su padre tiene texto. Y cuando le dan el guion pregunta para qué le dan el guion. Jose le dice: “Tú eres Román”. Le mira y le dice: “Ese personaje tiene texto. Y bastante”. “Rodrigo lo quiere así”. Se queda callado. Lo lee mientras le alargan los bajos, ha crecido desde la última vez. Le maquillan. Le ponen los efectos especiales, los disparos y la sangre. Le acompañan a la plaza. La ayudante de Rodrigo le indica. Él hace un par de sugerencias. Pon una lata aquí y un no sé que allá. Y empiezo a andar un poco más abajo. Y me voy a quedar mirando a Mario, porque le he pillado observándome, como si quisiera follarme.

-Eso parece la secuencia en la plaza de los Cubos. Si es un plano secuencia muy complicado. Eso le costaría rodarlo a Rodrigo cinco días, conociéndolo.

-Tres tomas. Una mañana. De tirón.

-¡Qué dices! No me lo creo.

-Mario y Jose me lo contaban partiéndose la caja. Sabes que Mario y su hermano son muy colegas de Mártins. Y que todos ellos, bueno y yo y Cape hemos ido un ciento de veces a casa de sus padres a merendar en la barbacoa. Tú también has ido, joder, ahora que caigo, eres compañero de su madre en la Universidad. Y Rodrigo es su padrino, como tú con Jorgito. Cuando ha tenido algún problema de desfasar por la noche y ha acabado en comisaría, ha llamado a Rodrigo. Jodido Mártins. Al final se ha quedado con Mártins, como le llama Esther. Te digo. Ellos lo tenían súper ensayado. Cinco cámaras, un dron, toda la calle Princesa cortada, la plaza de los Cubos ídem, Jose Coronado en una mesa con un periódico, Mario Casas en otra, siguiéndole con la mirada, Esther que entraba en la escena por el otro lado y Laín esperando en un coche patrulla para llevarlo a casa. Rodrigo marca ensayo pero da la orden de grabar como si fuera la buena. ¡Cómo conoce a Mártins! El productor con los cojones de corbata. Fíjate lo que puede costar esa escena. Que luego salen escopetados por una calle lateral mientras les persiguen un montón de policías. Y los de efectos especiales. Sus compis de clase estaban esperando que su amigo se equivocara para reírse. Aunque ya cuando vieron que Jose le daba una palmada en la espalda nada más verlo y que Mario se abrazaba a él, que apareció Miguel y le saludó como a un colega y Esther le dio un abrazo del copón y le comió a besos, ya cerraron la boca. Y cuando Jose le dijo que fuera al tráiler de maquillaje y vestuario. El caso es que le cuentan, como te decía. Mira la escena. El de fotografía mide la luz, aunque ya lo habían hecho antes con un doble de luz. “Tu padre llegará luego y aparcará allí. Lo buscas con la mirada y le haces un pequeño gesto como que lo has visto. Tu padre es tu padre.” comenta algo sobre matar a su padre por esa encerrona, porque Laín no le había dicho ni siquiera que trabajaba de actor, no de figurante. El caso es que Rodrigo manda a todos a sus marcas. Fíjate la de personas que había ahí. Todos pensando en la de veces que iban a repetir, porque encima el Mártins no había participado en ningún ensayo. Salvo Jose, Mario y Rodrigo y un par más de ellos que sabían, porque conocen como es. Vale. Grita: “Preparados, acción”. Y el capullo del Mártins empieza a andar, que es una de las cosas más difíciles, de una forma distinta a la que anda él, pero lo más natural del mundo, saca un cigarrillo y lo enciende mientras camina. Da una patada a una lata que había en el suelo, la que él había pedido, abre una lata de cerveza que también había pedido, le pega un trago, el líquido rebosa por la comisura del labio, se lo limpia con la mano, mira a su alrededor hasta que se encuentra con la mirada de Mario, le desprecia con solo un pequeño gesto que el operador de cámara estaba preparado para captar, llega Laín con el coche y aparca en la entrada al garaje, sale, se apoya en el coche, ve a Jose y se pone en tensión y cuando ve a Mario empieza a correr hacia su hijo gritando. Y entonces todo el mundo saca sus pistolas, llega más policía, suenan disparos, sirenas, Mártins cae al suelo, Esther aparece disparando para defender a Mártins y a éste le alcanzan los disparos. Esther lo acoge en su seno, acaricia su cara, le da un beso entre lágrimas, llega su padre, Mario y Jose salen corriendo, huyendo. Miguel estaba entre la multitud, la cámara solo le hace una breve toma de pasada, y entonces se produce el grito desgarrador de un padre que ve a su hijo malherido por su culpa. “¡Román!”

¡¡Gorka!!

Jorge corrió hacia él. Llevaba ya más de una hora recorriendo todos los rincones de la casa donde esa noche se celebraba la fiesta. Era como no, una fiesta en la que la mayor parte de los asistentes iban en ropa interior. Ninguna mascarilla. Todos muy juntos, sin siquiera un centímetro de distancia social. Muchos roces, muchos cuerpos bailando pegados, muchas copas derramadas en pechos que luego eran succionados por lenguas sedientas buscando el licor que las había impregnado unos segundos antes. Algunos preparándose rallas de coca en alguna mesa apartada y otros preparando sus chutes de heroína, con su cuchara y su mechero. Como en las películas. Las de ficción y las reales como la vida misma.

No había visto a Gorka. Pero él siguió buscando. Intuía que estaba por ahí, y que estaba en peligro. ¿Peligro? Se preguntó inseguro.

Ese hombre volvía a tener la mirada fija en él. Cuando Jorge le miraba, el hombre le sonreía. A veces humedecía la boca con su lengua juguetona. Le estaba provocando. Pero esa noche no estaba por la labor. Ese chico con el que había soñado en otra fiesta similar a esa no estaba. Ni un compañero de él que a veces solía acompañarlo. Ni ese hombre de su edad que a veces también le acompañaba. Pero ese hombre miraba como un policía. Salvo a Jacob que le miraba como a un hombre al que devorar.

Por fin lo vio, casi cuando iba a desistir. Sentado en un sofá. Con mirada ausente. Con una mujer que le estaba dando una jeringuilla ya lista para ser usada.

Le llamó a gritos. Se acercó decidido.

Llegó donde ellos y dio un golpe en la mano de la mujer. La jeringuilla cayó al suelo y su contenido se derramó.

-¿Qué haces imbécil?

La mujer fue a encararlo pero al ver quien era, bajó deprisa la cabeza, se levantó y se largó. Jorge no hizo ni intención de seguirla. Le preocupaba el aspecto de Gorka. Le empezó a dar golpes en la cara. El chico no reaccionaba. Pensó en llamar a alguien pero no se decidía a quién. Carmelo estaría rodando, su médico, mejor ni saludarlo. ¿Aitor?

-Le llamó. Como siempre no tardó nada en contestar. Le contó.

-Enfoca a ese Gorka.

Le hizo caso.

-Solo está borracho. Ha tenido suerte. Métete en la bolsita de los pañuelos la jeringuilla esa. Mañana te digo dónde llevarla.

Era heroína. En el laboratorio dijeron que por lo que podían estimar, le podría haber causado la muerte.

Otra noche más aguantó la cabeza de Gorka mientras vomitaba. Otra noche más, pidió un taxi y le llevó a casa. Una noche más, volvió a sujetarle la cabeza mientras volvía a vomitar en casa. Una noche más, lo desnudó y lo metió en la bañera para limpiarle. Lo secó y una noche más, casi a rastras, lo metió en la cama.

Antes de irse miró a su alrededor. Todo parecía en orden. Dejó las llaves de Gorka en la mesa del salón y se fue, después de apagar la luz del hall.

Jorge Rios.

-Yo pensaba que esa escena había costado al menos cinco días, ya te digo. Conociendo a Rodrigo y pensando que Martín no tiene experiencia, que hacía siglos que no había querido ponerse delante de la cámara. Lo que me cuentas de ti lo espero, porque eres así. Te sale todo a la primera y consigues que salga a todos. Mario y Jose son muy concienzudos con sus trabajos. Siempre piensan que pueden hacerlo mejor y no hacen ascos a repetir una escena. ¡Y todos quedaron contentos a la primera!

-La segunda cambiaron las cámaras de posición y luego se dedicó a primeros planos y a contra-planos. La secuencia en sí, fueron dos veces. Es que casi ni la revisó en el combo. Lo que vio al rodarla le valió. Hasta aplaudió. Y el resto le siguió. Jose se partía la caja, te lo juro.

-Joder con el Mártins. Te gustó la escena. La cuentas casi como orgulloso.

-Laín y Mártins me han caído bien siempre. Tengo la idea de que Laín en su momento se la jugó conmigo. En la época de la que no recuerdo apenas nada. Y a Mártins no me hubiera importado tirármelo.

-Bueno, bueno. No preguntaré si lo hiciste.

-No te contestaría. Soy un caballero. A parte que no quedaría bien hablar de eso con lo que te quiere Martín. Te adora. Lo sabes ¿no?

Jorge sonrió y asintió con la cabeza.

-Entonces ya tenemos reparto. Aunque no se si les vas a convencer.

-Eso cuadrando fechas… todos los que has dicho son amigos. Para Álvaro a lo mejor le iba el papel de Hernando si Martín al final no hace de Tirso joven y hace de Juan.

-Bueno, no es mala idea. También tiene más desarrollo. En la novela sale poco. De todas formas, deja a Álvaro el personaje de Juan. No lo mareemos. En todo caso, si al final no me haces caso y decides hacer el papel de Tirso entero, Martín puede hacer de Hernando.

-Bien entonces. Mándame esos apuntes para agregarlos al guion. Y algunos cameos de amigos.

-Si con todos te llevas fatal. Tú no tienes amigos en la profesión. Es lo que dicen por ahí.

-Ah, es cierto, se me olvidaba – y le guiñó el ojo marcando la ironía. – Hablando de amigos, tenemos que buscar un papel para Biel Casal.

-Déjame pensarlo. ¿Quién produce?

-Quiere producir Cape. Lo haremos entre los dos.

-Vaya. Os vais a lanzar. Habéis montado al final una productora. Buscad a alguien más de todas formas. Os va a salir por un pico si la queréis hacer bien. Y el reparto que hemos hablado ya cuesta una pasta.

-Si, sí. Veremos. Movistar parece interesada. Más que interesada. De hecho solo espera que digas que sí. La haremos con la productora que ha montado con Antena 3.

-Lleva tiempo intentándolo. Habrá pensado que tú eres la persona indicada para convencerme. Menos mal que son ellos. Después de las veces que me han tentado y les he dicho que no, si digo que sí a otra plataforma…

-Pues vas a quedar bien. ¿Nos vamos? Tengo rodaje en una hora.

-Haberlo dicho.

-Estaba a gusto. Y tengo que mantener mi fama de desagradable. De chulo y de llegar a los rodajes cuando me place.

-Me ha sentado bien hablar contigo. Gracias Carmelo.

-Lo que me duele es que no me llames. Te he llamado un ciento de veces para llorarte.

-Estoy que no estoy. Lo siento.

-Vale. Me convertiré en un pesado. Te llamaré todos los días. Cape vuelve pronto. Yo ruedo pero él te llamará. Vuelve en un vuelo que llega por la noche.

-Tendrá que dormir. Vale, vale, es un poco como yo.

-Somos los tres iguales. Y como no va a poder abrazarme…

-No va a poder dormir. Le mando un wasap para que venga a cenar a casa. Cuando acabes vas.

-Quedamos así entonces.

2 pensamientos en “Necesito leer tus libros: Capítulo 12.

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