Necesito leer tus libros: Capítulo 14.

Capítulo 14.-

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Jorge acompañó a Paula al aparcamiento para que recogiera su coche. Se ofreció a llevarlo a casa, pero el escritor no quiso. Ella iba en dirección contraria y le hubiera supuesto un trastorno, le explicó. En realidad Jorge esperaba a Hugo para irse. Y en todo caso necesitaba un rato de tranquilidad y de reflexión.

Se quedó mirando como Paula se iba. Había un banco cerca y decidió sentarse. Más que sentarse se dejó caer, como si fuera un viejo con las rodillas flojas. Algo de eso sentía: la vida le pesaba tres quintales y las piernas a duras penas le habían mantenido mientras seguía con la vista el coche de su amiga. Hugo venía caminando a paso tranquilo. Parecía estar observando el campus y a la gente que estaba todavía por allí. Al llegar, se sentó a su lado.

-¿Estás bien?

Jorge se sonrió. Debía tener un aspecto lamentable. Todos con los que había estado esa tarde habían preguntado lo mismo.

-Cansado. Y triste – contestó Jorge. – Desanimado – sentenció.

Tres coches pararon detrás del banco. Jorge se dio la vuelta porque le pareció que le resultaban familiares. Del coche del centro se bajó Carmelo. Se quedó parado, mirándolo fijamente. Jorge empezó a sonreír. Seguro que Hugo le había llamado. A lo mejor le echaría la bronca al día siguiente. Por marcar territorio.

-Lárgate anda – le dijo Jorge al policía.

Hugo le dio un toque con el puño en el brazo y se alejó de allí. Carmelo ocupó su sitio junto a Jorge. Le cogió del brazo y apoyó la cabeza en su hombro. Parecía que con todo lo alto que es, se había hecho pequeñito al acurrucarse junto a él. Éste le acarició la cara suavemente.

-Mamón, si no te has desmaquillado.

-Pensaba que lo ibas a hacer tú. – le dijo en tono ñoño.

-Claro. Vamos a casa.

-¿Nos quedamos en Madrid o prefieres que vayamos a Concejo?

Jorge se quedó pensando.

-Casi mejor hoy nos quedamos aquí. Mañana creo que iré a ver a Jorgito. O a Clara. No lo tengo muy decidido. O a Rubén – añadió después de pensarlo un rato.

Todas las fiestas parecían iguales. Todas las noches parecían la misma. La misma música, las mismas personas aunque a veces con distintas caras, las mismas drogas, las mismas bebidas…

Había una cosa diferente. Esa noche Gorka no bebía. Estaba en una esquina, mirando a unas chicas que bailaban al lado de la piscina. Ellas si que bebían, y por la mirada boba y la risa floja que no podían evitar, llevaban tiempo haciéndolo.

Jorge subió las escaleras que llevaban al segundo piso. Había un pequeño balcón desde el que se podía ver toda la planta inferior. Se sentó en una silla y se apoyó en la barandilla. Buscó con la mirada a Gorka. Se había desplazado buscando las bebidas. Parecía que su abstinencia tocaba a su fin. Para su sorpresa, Gorka cogió una coca-cola y volvió a su sitio. Ya no miraba a las chicas bailar. Parecía estar buscando a alguien. Iba recorriendo toda la estancia con sus ojos, buscando. Parecía inquieto. Parecía decepcionado. Parecía un hombre al que habían dado plantón.

Pasó el tiempo. Nada parecía cambiar. Hacía un rato que ya no buscaba. Se bebió lo que le quedaba del refresco de cola, dejó la botella sobre la primera mesa que vio, y salió de la casa.

Jorge Rios.

-Te traigo si es por eso. Tengo que volar a Londres a primera hora. Para uno o dos días.

-Como quieras. ¿Me habías dicho lo de Londres?

-No. Ha surgido de repente. Con esta mierda del Covid es difícil hacer planes. Ya me ves, acabando flecos de dos rodajes a la vez, aquí y en Londres. Mira a Biel. Todavía no sabe si tiene que ir a Argentina o no. Y a lo mejor se monta en el avión y al llegar, con las mismas, se monta en el de vuelta.

-Es lo que toca. Es una mierda. ¿Qué hacemos al final?

-A lo mejor un paseo por el campo nos viene bien. – dejó caer el actor. Era claro que por alguna causa, prefería salir de Madrid.

Carmelo le ayudó a incorporarse y caminaron los dos hacia el coche con los brazos entrelazados. Jorge era esta vez el que se apoyaba en el brazo de Carmelo.

-Debes bajar el ritmo, Jorge. – le recomendó Carmelo cuando llegaban al coche.

-Tienes razón.

Se metieron en el vehículo y salieron camino de Concejo. En el viaje casi no hablaron. Los dos iban recostados el uno en el otro.

No pararon en el bar como siempre solía hacer Carmelo cuando llegaba al pueblo. Fueron directos a la Hermida 2. Allí bajaron del coche. Jorge al salir respiró profundo.

-Me gusta.

-¿Quieres que demos un pequeño paseo?

Jorge se quedó mirando a Carmelo.

-Vale. No me parece mala idea. Además, era lo que te apetecía antes ¿No?

-Me apetece volver a tener la cercanía que tuvimos en París. Me sentía guay. Y durante el confinamiento.

-Es difícil si Cape y tú no aclaráis vuestra situación. Cada vez que nos agarramos del brazo, convertimos a Cape en cornudo.

-Me da igual, que digan lo que quieran.

-Pues sea. Yo lo he echado de menos.

Lo dos agarrados del brazo tomaron el camino hacia el río. Caminaban despacio. Miraban el reflejo del sol ocultándose.

-Ahora que quiero que me contéis no lo hacéis. – le dijo Jorge en tono suave. Aunque sonaba un poco a reproche.

-A lo mejor no es el momento. Estás pasando por muchos cambios. Esas drogas… su falta… el doctor Manzano me recomendó que tuviera cuidado. Que te vigilara. Son drogas poco estudiadas. Ya lo sabes. Y tu cuerpo parece remiso a eliminarlas. Todavía están analizándolas.

-Es que de repente, parece que me doy cuenta de un montón de detalles que hasta ahora me habían pasado desapercibidos. Se ha acercado Roger. ¿Te he hablado de él?

-Lo conozco. Era el solucionador de Nando. Ese hombre te aprecia. Alguna vez se ha acercado a mí.

-Nos aprecia. – le corrigió Jorge. – ¿Cuándo se ha acercado a ti?

-Hace tiempo. Me pidió que te cuidara. Que eras importante para mucha gente. A parte, alguna vez… me salvó de algún lío.

Carmelo sonrió. Era cierto. Recordaba en su época de caída a los infiernos, en que todo tipo de drogas le acompañaban surcando sus venas y arterias cada noche, que le había sacado de algún entuerto. Y alguna vez que estuvo a punto de meterse en alguna pelea, había intervenido él para pegar los puñetazos que iba a pegar Carmelo. Y también recordaba vagamente una noche, de madrugada, que linchó a sus acompañantes, le quitó la jeringuilla que se iba a pinchar y se lo llevó al hospital.

-Se ha hecho el encontradizo conmigo. A la salida de casa. – Jorge retomó su relato.

-¿Y?

Jorge se encogió de hombros.

-Bla, bla, bla, estás mejor sin las drogas, no me gustaba que las tomaras, vete con escolta de una puta vez, hay personas que no quieren que os caséis, y… ¿Podrías cuidar a mi hijo si me pasa algo? Solo tú y Carmelo lo podríais entender.

-No entiendo – dijo Carmelo parándose y mirando a la cara a Jorge. Éste también se encogió de hombros.

-Esos que nos persiguen, por los que a mí me drogaban y a ti te sometieron a ese tratamiento o lo que fuera para olvidar, una de sus actividades era… es usar a niños para disfrute de sus… “amigos”, clientes, o como quieras llamarlos. Algunos de esos jóvenes no… lo pasaban bien. Y la mayoría tenían cuando menos un futuro incierto según iban siendo menos niños.

-¿Lo que cuentas en “Tirso”?

-Efectivamente.

-Ese hijo de Roger es uno de esos niños.

-Sí.

-¿Te lo ha dicho?

-A su forma, si. Ya sabes como es Roger. Quiere que lo conozcamos. Por si le pasa algo para que lo cuidemos. Para que coja confianza y no se sienta solo. También te digo que todo lo que te cuento es un poco… imaginación mía. Decir… Roger suele decir poco.

-¿Qué le has dicho?

-Que sí. Esos niños son lo primero. Es de lo poco que tengo claro. Y en el fondo, siento que a Roger le debo algunas cosas.

-Sí, sí. Por supuesto. – Carmelo hablaba mientras intentaba concentrarse en algún recuerdo que parecía remiso a salir de su cabeza – Por supuesto. Lo debe haber pasado mal si Roger se ha arriesgado a sacarlo conociendo el tema.

Jorge asintió con la cabeza. Volvió a coger del brazo a Carmelo y reemprendieron el paseo.

-Me ha dicho que habrá más niños o jóvenes que se acercarán a mí.

-Debes escribir ese artículo en “El País” para rectificar el otro. Ese en el que decías que no te interesaban lo…

-Ya, ya.

Luego le contó sus impresiones sobre su encuentro con el decano. Y sobre los cursos de “Creación literaria”.

-¿Lo vas a dar?

-Sí. Eso no quiere decir que se lo vaya a decir al Decano. No le he dicho que sí todavía.

-Crees que se ha apuntado alguno de esos chicos.

-No sé. Si es así, deberían estar montados en el dólar. Cuesta el curso más de dos mil euros por cabeza. Esto tengo entendido. En realidad no creo que me encuentre allí con ninguno de esos chicos. Pero puede que me encuentre con otras personas interesantes.

-Leñe. Dos mil euros.

-Más de dos mil euros. Cuando he llamado no me han querido decir la cantidad exacta.

-Es mucho dinero por un curso que no es necesario para la carrera.

-Es que soy famoso.

Carmelo soltó una carcajada. Jorge sonreía feliz por verlo reír. Aunque parecía que él era el que necesitaba ánimos esa noche, al verle llegar le había notado apagado. Algo le había pasado. Pero primero debía hacerle sentir que él le cuidaba. Cuando eso estuviera asentado en el sentimiento de Carmelo, podría él, como quien no quiere la cosa, obligarlo a contar lo que le pasaba, lo que le preocupaba.

-Oye, una cosa. Se me acaba de ocurrir. ¿Y si una de esas firmas que sueles hacer en la librería de tu amiga, la organizas solo para jóvenes de quince a veinticinco años? A lo mejor algunos de esos se acercan.

Jorge se quedó pensando.

-Es una idea. Luego llamo a Esme y que lo anuncie para la próxima. A lo mejor me quedo solo.

Siguieron andando despacio, agarrados y en silencio. Sus escoltas les seguían unos pasos por detrás. En los alrededores vieron como algunos de ellos les rodeaban por los lados incluso dos de ellos iban por delante. Parecían tensos.

-Me ha dicho Hugo que has estado con Paula.

Jorge se encogió de hombros, mostrando impotencia.

-No me ha querido contar. Antes no lo decía por ti, aunque también. En eso todos hacéis lo mismo. Me ha toreado. Y el Decano lo mismo. Varios días que he estado con él me ha dado la impresión de que me iba a contar algo y se arrepentía en el último momento. Hoy Paula me ha parecido menos amiga que otras veces. Le he dicho que me contara de mis enemigos en la universidad. Están relacionados con esa red, estoy seguro. Y ese escándalo de novatadas… na, eso ha sido una de esas fiestas y han usado el polideportivo de la Universidad para hacerla. Se cree que todavía estoy drogado. Me ha contado la versión oficial, unas novatadas, bla, bla, bla. El rector lo peor. Y su camarilla. Él los consiente.

-¿El rector es de los que te odian?

-Hasta donde yo sé, no. Solo lo he visto una vez. Según el decano, ha luchado por mí y ha defendido mi decisión de dar clase en esa Universidad y no en otras que me ofrecieron. Si tanto empeño tienen en echarme, me puedo ir a la Complutense. O a la Isabel I de Burgos.

-De todas formas eso lo haces porque quieres, que lo tengan claro. No lo necesitas.

-No. Es cierto. A ver, me explico. No lo necesito económicamente. Pero para mi sorpresa descubrí el primer año que di clases que me venía bien. Era una excusa para ver a chicos jóvenes – sonrió Jorge con cara de pillo. – Me refiero – volvió a hablar en serio – a que era una excusa para hablar con gente, sobre temas que me interesan porque al ser yo el profesor, impongo el debate que quiero. Aunque a veces la cosa acaba siendo una cosa distinta. Pero eso también me gusta.

-Míralo. A ver si va a resultar que…

Carmelo había tomado la decisión de seguir bromeando. Le notaba muy tenso a Jorge.

-No. Tranquilo. Te he sido fiel. Al menos físicamente.

Jorge le sacó la lengua a Carmelo. Éste se sorprendió por ese gesto que nunca le había visto hacer.

-¡¡Jorge!!

-¡¡Carmelo!!

Jorge le besó en la mejilla.

-No te pido fidelidad. Nunca lo he hecho. Ni nunca lo haré. No me la has pedido a mí. No sería equitativo. A parte, que no quiero pedírtelo. Lo nuestro debe basarse en el amor, no en el sexo. Siempre se ha basado en el amor, de hecho.

-Menos mal. Venga, reconozco que me he acostado con hombres.

-En tus sueños. – le picó Carmelo.

-¿Y si lo hubiera hecho en esas fiestas que visito para ver a los monstruos de la noche?

-A mí me hubiera parecido bien. ¿Lo has hecho?

-Tengo relatos escritos al respecto.

-¿Lo has hecho? – Carmelo le miraba con cara de broma.

-Decenas de veces – dijo en tono casi chulesco. Aunque por otro lado, estaba a punto de soltar una carcajada.

-No insistas. No me voy a enfadar contigo. Ni me voy a poner celoso. Sé que me quieres con toda tu alma. A mí eso es lo que me importa. Estaría bueno que con lo que he sido, ahora te pidiera cuentas a ti.

-Joder, que lata. Yo que quería picarte…

-Qué bobo eres. Te repito. Estaría bueno que tu hayas conocido todas mis aventuras sexuales y me hayas querido igual y yo me pusiera ahora estupendo.

-Vale. En fin. Yo que quería discutir contigo un poco… volvamos a las fiestas de los chicos desnudos haciendo carreras a caballito por el campus.

-Se lo deberías contar a Carmen Polana o a Javier.

-A lo mejor me equivoco. A lo mejor son novatadas. Además, todavía no tengo nivel para que Javier se presente ante mí.

-No lo está pasando bien. Le está costando asumir la muerte de su marido. Parece que te molesta que no haya estado contigo.

-Ya. Puede que esté siendo injusto con él. Pero me da… estoy cansado de ser siempre el hombre ecuánime que encuentra disculpa siempre que alguien no se comporta como yo creo que debería. A parte, me he cansado de fingir que no me afectan los desplantes que me hacen. Posiblemente en este caso tenga todas las papeletas de ser injusto. Pero me apetece serlo. Estoy cansado de ser el hombre perfecto.

-No eres perfecto – le picó Carmelo.

-Que bobo eres – se rió Jorge que no podía ponerse serio cuando el actor ponía esa cara de niño inocente, incapaz de romper un plato. – ¿Dices que le debería contar a Carmen entonces?

-Para eso están ellos, para comprobarlo. Carmen te aprecia. Le has caído bien. Te escucha con atención. Valora tus apreciaciones. Y no te enfades con nosotros. Estamos conociendo al nuevo Jorge. Pero ¿Que te ha dicho Paula? Al final casi no me has contado nada.

-Nada. Esa es la mejor definición: nada. La pregunta correcta sería ¿Qué no te ha contado Paula? Parecía que me iba a descubrir hasta el misterio bíblico del sexo de los ángeles, pero al final se ha echado atrás. No hacía más que mirar el móvil. Hasta he pensado que estaba recibiendo mensajes de alguien. Puestos a imaginar a lo mejor es que Paula tiene un amante secreto.

Carmelo puso cara de no creerse nada.

-Le he preguntado por mis enemigos en la Uni. Me ha dicho todo afectada “¿Tienes tiempo?” Como si me fuera a contar todo, todo. Me ha dicho cuatro vaguedades de las cuales hasta drogado me había percatado. Y punto. Sobre otras cosas me ha dicho que era mejor que me contara Laín. Pero dudo que él vaya a abrir la boca.

-¿Paula ha visto a Hugo?

-No lo sé. Ha llegado cuando ya estaba con ella. Se ha sentado en otra mesa y Paula le daba la espalda. Le he pedido que fuera. Me encontraba inquieto. A lo mejor Roger me ha sugestionado. ¿Por qué lo preguntas?

-Hugo, Laín y Martín coincidieron en algún rodaje. Hugo ya estaba mal, muy mal. Digamos que tuvieron una relación tensa.

Jorge se quedó pensativo. No acababa de recordar nada de eso, pero en el fondo, tuvo la sensación de que era cierto. Y de que ese tema no le era ajeno. Pero no logró que esos recuerdos afloraran.

-De todas formas Hugo no se ha acercado. Se ha sentado en una mesa bastante lejana la verdad.

-¿Qué te ha contado entonces Paula?

-Que esas novatadas pasan todos los años, pero que se acallan, que el rector es el culpable, que tiene una camarilla de impresentables a su lado, que… bla, bla, bla. Tonterías. Que todo el mundo me aprecia en la Uni salvo Erasmo e Isaías… se le ha olvidado citar a Henar y a Ruipérez, pero porque son amigos suyos… y otros dos que no recuerdo sus nombres. También amigos suyos. De su camarilla. En la universidad todo va por grupitos, por familias.

-Entonces como en el cine. Alguna vez hemos coincidido con esos que dices en sus barbacoas. No sabía que te odiaban. No me digas que todos sus amigos resulta que te odian.

-Ruipérez lo disimula. Pero es muy falso. Le he pillado en varias, pero como me hago el tonto, se cree que me la ha metido doblada. Habla con voz fuerte y no mira quién está cerca. Erasmo no disimula nada. Y el resto tampoco. Esos dos que no recuerdo el nombre son un poco más ladinos. Pero vamos. Tampoco mucho. Y hay alguno más, pero que no tengo situados. Si quieres un día te pones una gorra para que no te reconozca nadie y te sientas en la hierba, en el campus. Y observas las miradas de esos profesores a mi paso, o las miradas en la distancia. Y que ya te digo, hasta drogado, me he dado cuenta. Imagina ahora de lo que me voy a enterar.

-En resumidas cuentas, no te ha dicho nada. Me extraña eso de que sus amigos en la comunidad universitaria sean tus detractores. Debería ser al revés.

-Ya te he dicho. – Jorge se calló – Es curioso sí. No me había dado cuenta de ese detalle. Todos mis detractores en la Uni son amigos suyos.

Se quedó un momento pensando en ello. Se le ocurrían muchas posibilidades. En ninguna de ellas salía bien parada Paula.

-O sea que ha sido una reunión chasco.

-Pero lo ha sido porque ella ha dado pie. Que yo iba a charlar del tiempo y de Martín… y de Quirce… pero ella después de preguntar por Martín se ha puesto intensa preguntándome como estaba, si estaba bien… y que… bueno. El caso es que le he dicho que por qué no me contaba. Al final tampoco me ha contado nada de Martín.

-Y no te ha contado.

-Y hemos estado más de una hora. A poco más y nos echan de la cafetería.

-Eso da para muchas confidencias. Fíjate lo que nos suele dar a nosotros.

-No somos buen ejemplo, querido, porque cuando nos juntamos no tenemos suficiente con menos de seis o siete horas.

Carmelo volvió a reírse.

-Y ahora te toca a ti, cariño. ¿Qué te ha pasado? No te ha llamado Hugo para que fueras ¿Verdad?

-No. He ido yo solito. Le he llamado por si sabía dónde estabas para darte una sorpresa. Te necesitaba.

-¿Me lo cuentas?

-¿Y si lo dejamos para mañana?

-Vamos a hacer una cosa. Nos volvemos a casa, te desmaquillo, te doy ese masaje en la cara que tanto te relajaba en París o durante el confinamiento y tú a cambio preparas algo de cenar, que tengo hambre. Y en el postre, me cuentas. Y luego nos vamos a dormir. Espero que me hagas sitio en tu cama. Ya que has propuesto volver a nuestra relación en París, volvamos.

-Me parece buen plan. Incluido, sobre todo eso, que duermas a mi lado. Sobre todo si me dejas abrazarte.

-¡Ay de ti como no lo hagas! Caerán sobre ti las maldiciones del Olimpo de los Dioses.

-¡Qué dramático, por Dios! – se rió Carmelo.

Volvieron caminando tranquilos, agarrados del brazo. Apenas hablaron y si lo hicieron fue para bromear. Acabaron los dos riendo con ganas. Subieron al dormitorio de la primera planta y Jorge obligó a Carmelo a sentarse frente a su pequeño “taller” de maquillaje, como lo llamaba Carmelo en broma; cogió las toallitas que usaba para desmaquillarse, la loción especial y fue limpiándole la cara con cuidado. Aprovechaba para darle un pequeño masaje en la cara con sus dedos pulgares. Carmelo tenía el gesto relajado y los ojos cerrados. A Jorge le dieron ganas de besarlo, pero era mejor quitarle antes el maquillaje.

Cuando acabó le mandó al cuarto de baño a aclararse la cara con agua. Fue Carmelo el que le besó en los labios al volver secándose la cara con una toalla. Después del beso le volvió a sentar en su “taller” y le dio crema hidratante por toda la cara. Aprovechó para darle otro masaje facial.

-Gracias amor. – dijo Carmelo abriendo los ojos, todavía sentado.

-Ahora te toca a ti. ¿Qué preparas de cena?

-Tengo un poco de merluza. ¿Hago una salsa verde? Tengo pan de Araceli para untar. Y tengo queso de ese de León que te gusta, y hago una tortilla. Tengo una puntita de jamón, un poco de pimiento verde, una patata y unos pocos guisantes.

-Tortilla paisana. Me parece buen plan.

Y mientras si quieres, te quedas ahí echando una cabezada.

Carmelo señaló el rincón que había hecho a imagen del que tenía Jorge en su casa de Madrid. Las dos butacas, la lámpara detrás, una alfombra mullida cubriendo toda esa zona, un puff para que apoyara las piernas como le gustaba, una librería enorme cubriendo todas las paredes con una especie de ala que servía de separación con el resto de la zona, con un mando de la casa siempre a mano, para controlar la luz, la temperatura, la posibilidad de bajar una pantalla del techo y poder ver casi cualquier película o programa que les apeteciera…

-No, prefiero bajar y mirar como cocinas. Me apetece estar cerca de ti.

-Pues vamos.

Carmelo se puso a cocinar. Otra vez volvieron a charlar de cosas intrascendentes, a reírse y a bromear. Sacó un poco de ese queso que le gustaba a Jorge y partió unas cuñas. Y sacó también de la despensa un paquete de cecina que le envasaban al vacío en una tienda de Heredad, un pueblo cercano. Jorge abrió una botella de vino de la Ribera del Duero que había ido a buscar a la pequeña bodega que tenía en una esquina de la cocina y sirvió las copas. Antes del primer trago brindaron por ellos.

Carmelo no tardó mucho en preparar la cena. Se sentó al lado de Jorge y cenaron tranquilos. Éste alabó como le había quedado la merluza y la tortilla.

-Me podría acostumbrar a comer todos los días lo que cocines, querido.

-Gracias. Eso es todo un piropo.

-Huy, entonces no. Que te lo vas a creer – bromeó Jorge.

-De postre, yogur de la granja de Felipe o… tarta de manzana de la panadera.

-Pues creo que tomaré de las dos cosas. Y me tienes que prometer que un día me vas a hacer arroz con leche.

Se subieron los postres a su rincón de lectura en el primer piso. Apagaron el resto de las luces de la casa y solo encendieron la lámpara que había detrás de las butacas. Jorge estiró las piernas y las cruzó. Carmelo se sentó en el suelo, a sus pies y apoyó la cabeza en las piernas de Jorge. Acabaron con la tarta y bebieron a sorbos pequeños el yogur. Jorge se levantó y bajó a servir dos whiskys secos.

-Deberías traerte parte de tu ropa. – le recomendó Carmelo.

-Sí.

-O mejor, vamos un día de compras.

-Tú lo que quieres es cambiarme el estilo.

-Yo siguiendo los consejos que te dio el amigo Bernabé. Que no le has hecho ni caso. Si quieres le digo que te prepare ropa y que nos la envíe.

Jorge se echó a reír.

-Y aún así, sigue siendo mi amigo. No me parece mala idea eso de que la elija él. Hoy le he mandado a alguien para que le asesorara.

Le contó su encuentro con el novio de Ely, el secretario del decano. Y como Bernabé, en cuanto le había llamado el chico, le había dado cita para el día siguiente.

-Fijate, hoy me ha dado por pensar que Ely ha salido de esa mafia también.

-¿Y eso?

-Algo en su mirada. Ya lo he visto antes en otros chicos. No recuerdo si conoces a Ely.

-No. Ni al Decano. Nunca hemos coincidido.

Jorge se guardó que en realidad lo había visto en Carmelo. Y se apuntó mentalmente a concretar un encuentro con todos ellos. Quería que conociera esa parte de su vida. A las gentes con las que tenía relación.

-Al menos ha salido con bien. – apuntó Carmelo refiriéndose a Ely.

Jorge asintió pegando un sorbo al whisky.

-Creo que ya es hora de que me cuentes, querido.

Carmelo cogió el teléfono y buscó unas fotos. Se lo pasó a Jorge.

Éste abrió mucho los ojos al verlo. Murmuró una retahíla de insultos y palabrotas. Amplió la foto que le mostraba Carmelo para ver bien los detalles. Mantuvo el dedo sobre la pantalla para ver la información de la imagen.

-La has hecho esta tarde. Te lo han enviado en papel.

-Sí. Al set de rodaje.

Jorge pasó a la siguiente foto, que era otra de lo mismo pero que había quedado un poco oscura. Luego estaba el sobre en el que había llegado. Sobre de mensajero de una compañía importante. La imagen era una enorme diana pintada, como si lo hubiera hecho un niño, en la que estaban pinchadas tres fotos: la de Carmelo y Jorge pegados y luego, un poco apartada, la de Cape. Las tres fotos tenían una mancha roja, semejando un disparo en la cabeza. Debajo una leyenda con grandes letras.

Degenerados, moriréis si os casáis. No es una amenaza, es una promesa.”

-Están claras varias cosas – declaró rotundo Jorge mientras apuraba el whisky.

-¿Cuales?

-Primera, que debemos ir preparando la boda.

Carmelo se sonrió a la vez que negaba con la cabeza. No se había esperado esa salida de Jorge.

-¿Segundo?

-Que me recuerdes cada día que cuando se me acerque Roger a contarme algo, le crea a pies juntillas.

-¿Hay un tercero?

-Sí. Que los que han mandado esto, ni te conocen, ni me conocen a mí. También hay un cuarto.

-Dilo. – apremió Carmelo.

-¿Qué pensarán que va a ocurrir si nos casamos? ¿Qué pensarán que podemos recordar del pasado que les de tanto miedo?

 

Sería interesante que nos dijeras algo. ¡Comenta!