Necesito leer tus libros: Capítulo 16.

Capítulo 16.-

 

Cuando Ordoño le pidió que dejara su carrera por él, no lo pensó. Sus amigos y su familia le dijeron que era una locura, que no podía hacer eso. Que eso no se estilaba.

Eso les pasaba a algunas actrices al casarse. Sus maridos las retiraban para que criaran a sus hijos.

-Pero eso es otra época – le comentaban sus conocidos y amigos.

-Tampoco me gusta tanto el trabajo. – justificaba él.

Nadie le creyó. Era un buen actor. Había compartido escena con grandes intérpretes, mayores que él, y con todos se había desenvuelto con acierto y naturalidad. Y con los de su generación se había llevado bien. Con Carmelo del Rio hizo una serie en la que eran hermanos. Consiguieron que la serie estuviera tres temporadas y no hicieron más porque ellos tenían la agenda llena. Su último capítulo fue el más visto de la televisión hasta ese momento.

Ese mismo hombre que lo obligó a retirarse para casarse con él, le abandonó a los pocos meses. Resulta que su amor se basaba precisamente en eso, en que era deseado por muchos hombres y mujeres y eso le daba morbo. Tenerlo solo para él no le motivaba. Ya no lo reconocían por la calle, ya no producía esa envidia. Así que una noche del mes de enero, sin más le dijo:

-Lo nuestro se ha acabado Hugo.

Hugo no reaccionó en las siguientes semanas. Se encerró en casa, apenas comió. Hasta que llegó su madre desde el pueblo a darle dos sopapos por idiota.

-Vuelve al mundo, idiota. Eres listo, eres inteligente, eres guapo. No llores por ese viejo idiota que no supo valorar la suerte que tenía al estar contigo.

Los sopapos de su madre tuvieron su efecto. Aunque no todo fue como ella esperaba. En lugar de volver a su carrera de actor, pidió ingresar en la academia de policía.

-Policía no – dijo ella desesperada.

-Policía sí – contestó él.

-Ya tuve bastante con tu padre.

Y fue policía. Tuvo algo que ver también su amiga Lucía, que murió de una paliza de su marido. Pensaba que podría ayudar a gente como ella. Luego se enteró que Ovidio, su ex, le levantó la mano a Omar, su sustituto. Y eso acabó por decidirlo.

Jorge Rios.”

Rosa volvió a insistir al día siguiente. A media mañana después de diez intentos fallidos, Jorge Rios cogió el teléfono.

-Por favor, Jorge – suplicó una y otra vez.

Parecía angustiada. Le dijo que lo pensaría.

No sabía como enfrentarse a él. A la gente que uno quiere, aunque te hagan un ciento de perrerías, cuesta quitarles la etiqueta de personas a las que hay que perdonarlas todo. Por las que buscas justificaciones inverosímiles para no tenerles en cuenta sus puñetazos en el mentón. Más él, que no prodigaba cariños.

Tenía muchos conocidos, pero casi ningún amigo de verdad. A los únicos que los consideraba así, a parte de Nadia, aunque ahora estaba también un poco mosca con ella, eran Carmelo y Cape. Y Rosa, la madre de Jorge y Clara. Su suegra. Lo chicos, Martín y su hermano Quirce, Jorgito y Clara. Los demás no eran nada. Ninguna persona le provocaba ningún sentimiento de cariño. A veces había pensado que no era capaz de empatizar. Cuando le contaban de alguno alguna desgracia, él ponía su mejor cara compungida y exclamaba:

-¡Ay pobre! – poniendo una mirada pesarosa.

Pero lo hubiera dicho en el mismo tono que emplearía para comentar de un pino de aquella rotonda tan fea o de un pajarito cojo.

Llevaba un mes luchando contra la idea que seguía queriendo a ese chico. Que debía haber una explicación. El intuía que a lo mejor era un poco de celos. Y también que su padre le envenenó contra él, porque ese sí, estaba celoso. Dimas su editor era otro problema. No podría ser su editor si no quería hablar con él. Ahora Jorge tampoco tenía la más mínima intención de recuperar su relación con Dimas. Así que era inviable que fuera su editor en un futuro. Y eso tenía que solucionarlo ya. Tampoco quería enfrentarse a él. Sabía que su posición en la editorial dependía en gran medida del éxito de sus novelas. Llevaba unos años malos. Alguno de sus mejores autores lo habían dejado, cansados de su prepotencia y su mala gestión. Vivió mucho tiempo del prestigio que le daba ser el editor de Jorge Rios. Hacía tiempo que para muchas cosas hablaba con Esther Juárez. Y lo normal es que fuera ella la que tomara el relevo de Dimas. ¿Y si por fin se decidía y se cambiaba de editorial? Ahora sí que no había nada ni nadie que se lo impidiera.

Se debatía esa mañana entre ir a ver a Rubén al hospital o encararse con su ahijado. Llamó al hospital y le dijeron que estaban haciendo pruebas a Rubén. Así que eso lo aplazó. Lo de su ahijado le echaba para atrás. No sabía lo que se iba a encontrar ni como iba a reaccionar cuando lo tuviera frente a él. Tendría que hablar con Carmen, la comisaria. Seria buena idea que prepararan ellos la entrevista. Tampoco sabía como funcionaban esas cosas.

Al final pensó en algo intermedio: iría a ver a Clara, su hermana. Si se apresuraba, llegaba a la salida de clase al mediodía. Se decidió por ese plan. Llamó a un taxi y en veinte minutos estaba frente al colegio. Se plantó en la puerta, como siempre hacía cuando iba a buscarlos. Por un lateral salían los compañeros de Jorgito. Lo miraron y bajaron la vista. Hacía un mes lo hubieran saludado y le hubieran preguntado por el libro nuevo. Solo Ignacio no bajó la mirada y lo saludó decidido.

-Me alegra verlo de nuevo.

-Gracias Ignacio.

Bajó su mochila sin acabar de descolgarla del hombro y sacó un ejemplar de su último libro.

-¿Me lo dedica?

-Vaya, esto no me lo esperaba.

Ignacio se había parado a su lado, pero el resto de compañeros habían seguido andando.

-¿Les he hecho algo? – preguntó mientras sacaba un bolígrafo de la funda de su portátil, que llevaba colgada al hombro.

-No se lo tenga en cuenta. Con lo de Jorge, no saben como comportarse. Ha sido un palo.

-Es un palo sí. Aquí tienes tu dedicatoria.

-Gracias. ¿Cómo está Jorge, por cierto?

-No he ido a verlo. Su madre me dice que no muy bien.

-Es buen tío. Me cae bien. Somos colegas.

-Lo sé. Si le veo, le daré recuerdos tuyos.

-Gracias – dijo mientras levantaba su mochila una vez guardado el libro en ella.

Jorge volvió a apoyarse en la verja. Jugueteaba con las cosas que llevaba en los bolsillos del gabán. De repente le llamó la atención un objeto pequeño, que parecía una pastilla médica. La sacó y efectivamente, lo parecía. Pero no estaba ahí hacía un rato. No era suya, eso desde luego. Levantó la vista y siguió a Ignacio mientras se alejaba. Había alcanzado a sus compañeros e iban todos juntos. Alguno de ellos se giraba de vez en cuando para mirarlo. Pero al ver que él los estaba observando, volvían a mirar hacia delante.

Dejó de observarles mientras acariciaba el objeto en su bolsillo. Miraba ya hacia el otro lado, a la puerta por la que saldría Clara. Miró el reloj, ya era la hora. Empezaron a salir en ese momento. Reconoció a varios compañeros de Clara. Y casi al final, salió la joven. Iba sola, lo que extrañó a Jorge. Siempre solía ir con un grupo nutrido de chicos y chicas, de los que se separaba corriendo al verlo. Ahora también lo vio, pero no corrió. Iba hacia él pero sin cambiar el ritmo de su caminar. Escuchó el aviso del móvil de haber recibido un wasap. Por el tipo de sonido sabía que era de alguien cercano. Lo sacó y miró:

Clara – Tío, quedamos en dónde siempre. A las 19.”

Levantó la mirada. Su sobrina no llevaba el teléfono en la mano.

Volvió a mirar el mensaje antes de guardar el teléfono en el bolsillo.

-Tío – la joven había llegado a su altura y se había abrazado a él. Se echó a llorar desconsolada. Jorge la abrazó fuerte y ella respondió de la misma forma.

-¿Quieres que comamos juntos?

-No puedo. Tengo que ir a casa. Mi padre está tocapelotas. Y mi madre está callada.

-Andamos un poco entonces. ¿Qué haces hoy a las siete? – preguntó como por casualidad.

-Tengo ensayo. Como estrenamos dentro de un par de semanas, la profe nos ha puesto más ensayos. Y es una bobada, porque nos sale de vicio. Verás la obra de teatro que hemos montado. Va a ser genial.

-¿Y qué tal estás?

-Joder, mal. Jorgito en la cárcel. Y por darle una paliza a un colega tuyo. Es alucinante. La poli se ha equivocado, tío. Él no haría eso. Y menos a un amigo tuyo. Si te quiere con locura. Te lo juro, tío, te quiere con locura. Nos peleamos por ello a veces. Le digo que no te acapare tanto, que yo también tengo derecho. Y me sale siempre con lo de que “Yo soy el ahijado, no tú”. Y acabada la discusión.

-Pero sabes que te quiero igual. Eso solo es un título. El cariño se lleva aquí – y le tocó el pecho. – en el corazón. Y él lo dice para picarte, fijo.

Clara se paró.

-Tío, te vas a tener que ir. Papá estará en casa esperando y no quiero que te vea si mira por la ventana.

-Vaya. Está entonces irascible.

-Está inaguantable. No hace más que ponerte a parir. Dice que te va a destruir. Pero no le hagas caso. Eso se lo he oído desde pequeña. Tío, dame un beso.

Se lo dio. Y un abrazo.

-Vete, no se de cuenta tu padre. Otro día me acerco.

-¿Me lo prometes?

-Claro.

La siguió con la mirada. Clara no se dio la vuelta, porque ya estaba a la vista de las ventanas de su casa. Que triste. Dimas quería destruirlo. Siempre lo había buscado. ¿Y como quiere hacerlo? ¿Lo habría intentado antes? Debía preguntarse si era el responsable de toda esa movida. Pero por muy mala persona que fuera, por mucho odio que le profesara, no se creía que hubiera metido en eso a su hijo. A no ser que tuviera algo en contra del chico, a parte del cariño que profesaba a su padrino.

-Pero ¿Un padre normal puede odiar a su hijo hasta el punto de buscarle la ruina? – se preguntó en voz alta.

Y eso, Jorgito adoraba a su padrino. No le haría daño por nada. Sentía que eso era así. Era como lo de la intuición que habló el otro día con la inspectora Polana. Sacó el teléfono y llamó a su nuevo asistente.

-Ya era hora. Pensaba que me había despedido – contestó Hugo con tono de guasa. – Y eso que ayer perdí el culo por llegar a la Uni en cuanto me llamó.

-Perdona, me entretuve esta mañana con Carmelo.

-Vaya, o sea que ya sabe mi secreto. Carmelo seguro que le ha contado.

-Uno de tus secretos. Tendrás muchos más.

-No. Soy muy aburrido.

-Ya. No me creo nada. – pensó en decirle que entonces ficcionaría una vida para él, pero era muy pronto para tomarle el pelo de esa forma. – Te he mandado un guion al correo. Es de Cape y tu ex-compañero. Échale un vistazo. Te he mandado también las adendas de la novela. Son relatos escritos de algunos personajes secundarios para darles forma que luego no salen en la novela. A ver si eres capaz de organizarlo todo y ver como quedaría el guion. Pensé en mandártelo ayer pero no encontraba las Adendas.

-Eso es un trabajo largo.

-Así tienes algo que hacer. Oficialmente eres mi secretario ¿no? Te mandará un correo un hombre que me encontré ayer por la mañana o antes de ayer ya no sé ni en que día vivo, y que no llevaba el libro para dedicárselo. A ver que puedes hacer. Antes de eso, me ha pasado algo y necesito investigación.

Jorge, después de despedirse de Clara, había empezado a andar sin un rumbo definido. Iba entretenido pensando y observando a la gente con la que se cruzaba. Por un momento tuvo la impresión de vislumbrar tras unos setos a Roger. Pero cuando fijó la vista, solo vio a un hombre de mediana edad esperando al autobús.

Mientras hablaba con Hugo, entró en un parque. Se sentó en un banco y le explico detenidamente su entrevista con Clara y el wasap que había recibido. Le dijo el lugar dónde solía encontrarse con los chicos algunas tardes. Era secreto, pero parecía que había dejado de serlo.

-E investiga a Ignacio, un chico compañero de mi ahijado. No recuerdo el apellido. Pero ha metido en mi bolsillo, mientras le firmaba un libro, un pequeño objeto. Es del tamaño de una pastilla de omeprazol, por ejemplo. Y será por eso que desde hace un rato, me sigue una mujer de mediana edad. A lo mejor es una compañera tuya.

Tuvo la tentación de hablarle de Roger al que creía haber visto también, pero decidió mantenerle al margen de momento. Además, no estaba seguro de que fuera él. Y en todo caso, sabía que estaba de su lado.

-Era yo el que debía estar con usted. Dígame dónde está – el tono del policía había tomado un cierto grado de preocupación.

-Tienes razón. Estoy en el parque, cerca de casa, sentado en el banco ese que se ha hecho tan famoso por la boda que se celebró aquí hace unos meses.

-Mientras habla conmigo saque una foto a esa mujer y mándemela.

-La foto está sacada ya. Y te la acabo de enviar.

-Mejor es que no cuelgue por si acaso. Iremos hablando. Ya estoy en el coche.

-Vale. Pues cuéntame algo de ti, Hugo.

-En otro momento. No quiero que escriba tan pronto una novela sobre mí. En cambio puedo contarle que en la editorial ha habido movida. Del director con su editor. Ha habido voces. Creo que le han despedido.

-Vaya. Se me ha adelantado Narcís.

-Así no tiene que pelearse con él. Mejor ¿no?

-No conoces a Dimas. Verás como me busca. Es ahora cuando hay que tenerle miedo.

-Ya he llegado al parque. Siga hablando, yo voy con auriculares. Ya veo a la mujer. Mis compañeros Yeray y Kevin llegan por el otro lado. Se han sentado al lado de ella. Van a proceder a identificarla.

-Lo veo.

Jorge mantenía la calma. Luego pensó que en realidad no había sido consciente del todo de la situación que estaba viviendo. Le parecía todo una película. Como si de repente se metiera dentro de ella y asistiera a la acción como espectador privilegiado y de primera fila. Ahora sí, vio claramente a Roger. Estaba en un pequeño alto, protegido detrás de un pequeño muro que servía normalmente de asiento para cuadrillas de jóvenes. No lo veía, pero Jorge estaba seguro que Roger tenía su rifle de precisión a punto. Estaba atento a la mujer.

Hugo llegó corriendo al banco donde estaba sentado Jorge. Mientras, unos bancos más a la derecha, Yeray y Kevin pedían la documentación a la mujer. Ésta se levantó de un salto e intentó escapar. Cuando se vio acorralada, sacó de la espalda una pistola y disparó a ambos. Dio en los blancos, pero llevaban chalecos, aunque los impactos hicieron que ambos cayeran al suelo inconscientes. De repente, la tiradora se giró hacia el banco dónde estaban Jorge y Hugo. Levantó la pistola y disparó hasta cinco balas seguidas. Hugo se tiró en plancha sobre Jorge. Los dos cayeron al suelo. Hugo giró sobre sí mismo alejándose de Jorge y se incorporó con su arma, apuntando hacia la mujer. Fue a disparar pero ella ya no estaba. Había desaparecido. Aunque estaban llegando refuerzos y el parque prácticamente estaba rodeado, la mujer les dio esquinazo.

Jorge miró hacia donde había visto a Roger hacía unos instantes. Apenas vio como se alejaba. Se dio la vuelta antes de perderse entre el gentío de la calle y cruzaron sus miradas. Roger le hizo una mueca. Parecía estar enfadado con él mismo por no haber abatido a la mujer, o eso creyó interpretar Jorge. Mientras estaba protegido bajo el cuerpo de Hugo se fijó en que la mujer parecía haber recibido un disparo en el hombro. Pero no fue suficiente para tumbarla. Siguió corriendo en su huida.

-Creo que es mejor que nos vayamos de aquí – dijo Hugo ayudando a levantarse a Jorge y mirando a su alrededor.

Los dos caminaron a paso decidido hasta el coche de Hugo. Este iba con la pistola en la mano y mirando atentamente hacia todos los lados. Lo había dejado en la acera, en el borde del parque. Los miembros de una patrulla de seguridad ciudadana de uniforme se acercaron para identificarlos. Hugo enseñó sus credenciales y les pidió que les siguieran en su coche para prevenir posibles ataques.

-Vale, Carmen. Vamos a la Unidad. Nos sigue una patrulla de la ciudadana. – gritó Hugo al teléfono, mas que hablarlo.

-Javier Marcos nos espera en comisaría – le indicó a Jorge nada más colgar.

-Vaya, he subido de nivel.

-Para eso, lo mejor es que te siga una asesina y que abatan a disparos a dos de los ayudantes del comisario. Eso le suele molestar mucho.

Iba a decir una gracieta, pero pensó que no era adecuado. Pensaba que no habían sido heridos de gravedad, pero no estaba seguro. No quería meter la pata si eso no era así. Tampoco quería indicarle que la mujer estaba herida. Eso hubiera supuesto descubrir a Roger.

-A partir de ahora no me separaré de usted.

-No me gustaría que te pasara nada por mi culpa. Ya tengo a un chico en el hospital y a dos compañeros tuyos camino de él.

-Es nuestro trabajo.

Le daba igual que fuera su trabajo. No era una sensación que le gustara. No era alguien importante para tener a tanta gente dedicada a su seguridad. Le incomodaba toda esa situación. Y todavía quedaba esa cita misteriosa a las 19 horas. Quedaban casi 4 horas. Ya estaba agotado. Ahora entendía a Carmelo y a Cape.

Gorka había salido esa noche. Una más. Esta vez la casa de la fiesta estaba en la sierra de Madrid. Piscina climatizada, mucha gente guay. Música alta, muchas bebida y otras cosas. Cuando la furgoneta le dejó en la puerta con otros “invitados”, todavía el ambiente estaba frío. Las ropas seguían sobre casi todos los cuerpos, salvo en los de un grupo de chicos en la piscina que ya estaban en calzoncillos. Bailaban insinuantes en una esquina. Varios tipos los miraban con interés y algo de deseo. Uno de ellos, bien vestido y con un copazo en la mano de un color indeterminado, por la ginebra o por la tónica se acercó a uno de los bailarines. Le tocó en el hombro y este se giró. Le sonrió y empezó a bailar para él. El tipo le agarró del mentón y le besó. El chico no dijo nada, solo siguió bailando y contestó al beso.

Jorge Rios.

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