Necesito leer tus libros: Capítulo 23.

Capítulo 23.-

Le apetecía estar solo. Aunque fuera un cuarto de hora. Agradecía la compañía de Carmelo, de Martín, de Biel. Sobre todo los dos primeros le demostraban a cada momento su cariño. Y eso, a parte de que era nuevo para él, sobre todo en la forma de percibirlo, debía reconocer que le templaba el ánimo. Si estaba a punto de caer en la melancolía, un solo gesto de uno de ellos le hacía remontar. Si alguna circunstancia le empujara a enfadarse, una sonrisa de Martín o una suave caricia de Carmelo, conseguía que su furia de desvaneciera por completo.

Empezaba a añorar a veces estar tiempo apartado de todos y dejar vagar la cabeza, aunque eso le supusiera rebajar unos cuantos puntos su estado de ánimo. Para él, dejar que su mente volara a sus anchas sin ponerle cortapisas, era fundamental para su equilibrio. Desde que Rubén apareció en su vida, todo se había vuelto una locura. Y ahora con sus escoltas, todavía era más agobiante. Ya no iba ni al baño solo. Y si le apetecía quedarse un rato sentado en un reservado, a los cinco minutos de no dar señales de vida, tenía al policía de turno tocando a la puerta para comprobar que todo iba bien.

Había salido del edificio principal de la embajada y se había dirigido a una terraza apartada que pocos sabían de su existencia. Era un patio interior con jardines, mesas, sillas, butacas y sofás, para que las personas que trabajaban en la embajada pudieran relajarse. De hecho, cuando Jorge llegó, solo había una pareja que reconoció de otras veces. Trabajan con el embajador. Se saludaron en la distancia. Ellos estaban muy a gusto solos y él también lo estaba. Los tres sabían de su amor por los momentos solitarios, así que ninguno hizo nada por acercarse al resto. Hugo y los tres compañeros que habían entrado en la embajada con él se situaron estratégicamente, pero manteniendo las distancias. Al principio Hugo se había acercado a Jorge, pero éste le había pedido con delicadeza que se mantuviera a distancia.

-Necesito imperiosamente un rato de soledad. No te ofendas.

Hugo sonrió resignado y se apartó de Jorge. Se sentó en una butaca al lado de un calefactor a unos metros de distancia.

El teléfono de Jorge sonó. Un mensaje. Era Carmelo preguntando. Jorge le contestó que estaba bien, pero que necesitaba pensar.

Volvió a sonar el móvil. Se extrañó al ver el nombre en la pantalla. Contestó con un poco de prevención.

Aquel día en que Jorge aceptó acompañar a Carmelo a una entrevista con una policía, no intuía la sorpresa que se llevaría. La casualidad hizo que además, la cita fuera en aquel bar al que fue unos años antes un desesperado Carmelo buscando a Jorge, al que no había visto desde aquella fiesta de año nuevo en la que se conocieron.

Jorge se sentó en la misma mesa. Luego, cuando Carmelo preguntó, le dijo que no se había dado cuenta. Pero le mintió. La eligió a posta. Era su mesa. Era la mesa en la que estaba sentado el día de su reencuentro.

Carmelo se sentó en otra distinta. La idea era que tuviera esa entrevista con la comisaria Olga Rodilla a solas. No la conocían todavía. Desde el estallido del caso, cuando quisieron matar a Carmelo y a Cape en Concejo, fueron Carmen y Javier quienes trataron directamente con ellos. En aquel entonces ni siquiera Jorge estaba metido en ese embrollo. Él era feliz deslizándose casi furtivamente por las calles de Madrid o de la ciudad dónde fuera a charlar con los lectores. Esas charlas y las clases en la Universidad, eran casi las únicas actividades que le sacaban de sus rutinas. Y además, cuando Cape apareció en la vida de Carmelo, acaparó casi por completo a éste. Lo intentó al menos. Carmelo siempre encontraba una excusa para hacer una escapada a Madrid y quedar con el escritor. O para quedarse un par de días en su casa. O para llamarle por teléfono a cualquier hora.

Cuando esa mujer apareció en la puerta del bar, vestida con traje largo, indicativo que a continuación iba a alguna recepción de etiqueta, supo quien era. Jorge se fijó entonces en Carmelo. También había sentido lo mismo. Ninguno la había visto antes, pero los dos supieron en cuanto apareció que era ella.

Olga echó un vistazo al bar. Mirada de policía. Se cruzaron sus miradas. Ella sonrió imperceptiblemente. Fue solo un instante. Siguió con su escrutinio del local. Vio a Carmelo que la miraba fijamente, con la boca abierta, a punto de emocionarse. Caminó decidida a su encuentro. Sonreía.

Intentó mantener las distancias con Carmelo marcando el saludo con un estrechar de manos. Pero Carmelo lo desdeñó y se lanzó a abrazarla. Olga sonreía y rápidamente cambió su idea. A Jorge se le saltó una lágrima. Era claro que la memoria iba por un lado y que los sentimientos y las sensaciones iban por otro. Posiblemente la última vez que tuviera esa experiencia, Carmelo fuera más bajo que ella. Ahora era al revés, aunque Olga no era baja precisamente y llevaba unos señores tacones. Pero enseguida encontraron los dos la medida. Enseguida encontraron la forma de besarse con todo el cariño del mundo. Enseguida encontraron los dedos de Olga el camino de las mejillas de Carmelo para secarle las lágrimas. Le bajó la cabeza y le besó profusamente la frente, las mejillas.

Tardaron, pero al final se sentaron. Y hablaron. Mucho.

Jorge iba con intención de ponerse a escribir en cuanto comprobara que todo iba bien y que Carmelo se encontraba a gusto. Pero no pudo. No podía quitar la vista de Olga. Intentaba recordarla. La sentía en su corazón. Sentía que ella le respetaba, le apreciaba y que era un sentimiento recíproco. Incluso sentía que habían tenido experiencias comunes. Que habían enfrentado algún que otro peligro de la mano.

En un momento determinado, el teléfono de Jorge empezó a echar humo. No conocía ninguno de los teléfonos que le mandaban wasaps. Uno llamó. Atendió la llamada. Requerían a Olga. Ni ella ni Carmelo habían contestado ninguna llamada. Ni siquiera habían mirado el móvil.

-Ahora se lo digo – respondió Jorge a su interlocutora, una policía llamada Patricia, que parecía trabajar en la misma Unidad que Olga.

Jorge se levantó y fue hacia ellos. Se sintió nervioso por acercarse a ella. Le entraron las mismas ganas de llorar que a Carmelo. Lloros de emoción, de cariño. Ella se dio cuenta de su proximidad y le sonrió. Se fue a levantar pero Jorge se lo impidió con un gesto. Se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Estás espectacular, Olga – le dijo con un tono de voz que inesperadamente le había salido muy dulce.

Ella le sonrió y le acarició la mejilla.

-Siempre tan cariñoso y amable. Te encuentro estupendo. Y ya veo que siempre vas dispuesto a escribir. Aunque a tus fans nos tengas a palo seco desde hace años.

-No toca todavía – respondió Jorge con una sonrisa.

Jorge miró a Carmelo que a su vez lo observaba con sorpresa. Jorge le sonrió y eso consiguió que el actor relajara completamente su cuerpo.

-Me temo que me han encomendado que te recuerde Olga, que tienes un compromiso en no sé que hotel. Ninguno cogéis el teléfono.

Olga miró la hora y se levantó de un salto. Se disculpó con ambos. Pero quedaron para la mañana siguiente.

Tenía mucha prisa, pero cuando llegó el momento de despedirse de Carmelo, no se notó. Éste le acarició suavemente con las yemas de sus dedos el rostro de ella. Ella sonreía sin dejar de mirarlo.

-Dani, cariño ¿Sabes que te quiero?

Carmelo asintió con la cabeza. Sus ojos habían vuelto a llenarse de lágrimas. Olga le cogió con las manos la cara y le besó profusamente. Luego se giró hacia Jorge, lo abrazó, y le besó en la mejilla.

-Gracias, escritor.

Allí se quedaron los dos mirando como se alejaba. Se sentaron de nuevo. Un camarero vino a recordarle a Jorge que había dejado en la otra mesa sus cuadernos y su portátil. Se cambiaron de mesa sin decirse nada. Y así siguieron los dos un buen rato. Carmelo en un determinado momento, apoyó la cabeza en el hombro de Jorge y cerró los ojos.

Jorge Rios.”

-¡Olga! Esto sí que es una sorpresa.

-Jorge.

-¿Pasa algo? Me han dicho que estás en Quantico.

-Y estoy. ¿Cómo va todo?

A Jorge le dio la impresión de que Olga no parecía interesada en contar su experiencia allí, ni tampoco que Jorge se enrollara contándole su vida. Llamaba por algo específico e iba a dedicar a las cuestiones protocolarias el tiempo justo.

-Dentro de lo que cabe no nos podemos quejar. Tu niño Dani está tan guapo como siempre. Y cada vez, confieso, pero que no salga de nosotros, que lo quiero más.

-Eres tonto. Eres el único que no se ha enterado de que lo amas con todo tu ser. Y que él besa el suelo que pisas.

-¿Y por qué no me lo has dicho antes?

-¿Y quitarte el placer de descubrirlo? – bromeó Olga.

Jorge se rió.

-Que quieres Olga. No están cerca tus amigos de la Unidad. Salvo mis escoltas. Hace siglos que tú y yo no nos vemos. Y no tiene pinta de que me llames para interesarte por el estado de mi relación con tu niño, Dani.

-Necesito un favor.

A Jorge, el tono de la comisaria le pareció rayano con la desesperación. No lo dudó.

-Si está en mi mano… lo que quieras.

-Estás en la recepción en la embajada francesa. ¿Podrías buscar con discreción a mi hijo y encargarte de que llegue a casa entero?

Jorge notó que Olga no era la misma persona que otras veces que se había encontrado. No era la policía resuelta, segura de ella y de sus convicciones. Que controlaba las emociones hasta en los momentos más duros, para así poder ayudar a las víctimas con maestría y profesionalidad. Aunque eso no le quitaba un ápice de su capacidad de transmitir cercanía y cariño. Su voz temblaba ligeramente. Y Jorge la notó superada. Rota. Era una sensación que iba a más según hablaban.

-Cuéntame.

Olga le relató como el jefe de operaciones del FBI le había avisado de que su hijo estaba en una situación cuando menos comprometida en un reservado de la embajada. Había perdido la noción de la realidad a causa de unas drogas que le habían dado. Y estaba en malas compañías.

-Posiblemente sea el objeto de alguno de esos juegos que tan bien conocemos tú y yo. Me ha avisado porque tenemos amistad. Va en contra de sus intereses me lo ha dejado claro. No deben enterarse mis compañeros. Debe ser un asunto extraoficial.

-¿Y como quieres que haga eso? – Jorge de repente se había puesto tenso. – Necesitas alguien… con otro perfil. Una persona de acción. Yo soy todo menos eso.

-No estoy de acuerdo. Ya lo has hecho antes. A parte, no puedo confiar en nadie más. Solo tú estás en el sitio adecuado.

-Un momento del que no recuerdo nada, permíteme que te recuerde. Llevo un montón de años arrastrando los pies por las calles, por no tener fuerzas para andar con paso decidido.

-Ya andas con paso decidido.

-Olga, por favor.

-Te necesito, Jorge. Es importante. No quiero perder a mi hijo. Desde que dejó a Javier… no sé que le pasa. Está… perdido. Van a aprovecharse de él para tener munición contra mí y Javier. Para vengarse de mí, quizás. No pudieron hacerlo del padre de Javier en su momento. A lo mejor me han elegido para destrozarme a través de mi hijo.

-Javier a lo mejor…

-Javier no está bien. No supera lo de… en realidad no supera todo lo que le ha pasado en lo que respecta a su vida de pareja. La muerte de Ghillermo en esas circunstancias tan dolorosas y cuando menos raras, ha hecho que su frágil estado de ánimo se venga a abajo.

-No puedo hacerlo solo.

-Llama a quien sabes. Él te dará alguna pauta. Sé que has retomado el contacto. Su forma de hacer estaba en el parque donde te dispararon. No has dicho nada, eso quiere decir que lo has visto recientemente. Nadie lo sabe. Y es mejor que siga siendo así. Él sabe como cuidaros y puede llegar dónde nosotros no podemos.

Jorge no sabía si enfadarse o reírse. Optó por lo segundo. Aunque obvió el tema.

-Tendré que decirles a los escoltas que me dejen un rato solo.

-Pídele a Hugo que vaya a por tu portátil. Y le dices: tarda media hora. Necesito media hora.

-Pero…

-Debes hacer como hiciste con Dani, cuando era peque. Mi hijo no es tan peque. Tiene ya veinticinco. Pero … es complicado. Saca esa otra personalidad que tienes debajo de esa capa de inútil que te has creado y que te viene tan bien.

Jorge meneó la cabeza molesto. Pero decidió dejar ese tema para cuando la comisaria volviera de Estados Unidos.

-¿El embajador sabe de estas cosas raras que pasan en su embajada?

-No.

-Pues a lo mejor es hora de que se entere.

-A tu criterio. Es amigo tuyo. Lo que hagas, bien estará. Confío en ti. Lo único, me lo cuentas para actuar luego en consecuencia.

-El concepto de amigo está muy sobrevalorado. ¿En que parte está? La embajada es enorme.

-En el ala de los muertos, me dicen. No conozco la embajada hasta tal punto. No tengo ni idea de lo que es eso.

Jorge se sonrió. Él sí sabía.

-Cuelga. Te llamo luego.

Marcó el número de Roger. Contestó al instante.

-Escritor.

-Necesito consejo para encontrar en la Embajada de Francia a un joven de veinticinco drogado y en malas compañías. Parecen dispuestos a…

-En la salida oeste. Habrá un coche en quince minutos. Te esperarán lo que haga falta.

-A lo mejor necesito ayuda. Yo no…

-Solo con que te vean. Mira decidido. No tengas dudas. Di: ese chico es mío. Si alguien lo toca, Roger se encargará de él.

-¿Así de fácil?

-No va a ser fácil. Pero eres escritor. Sabes improvisar. Sabes como hablan los buenos y los malos cuando quieren imponerse. Y eso ya lo has hecho antes. Varias veces. Y saliste con bien. Y no te olvides que sabes dar hostias. Recuerdo que no las dabas nada mal.

-Eso es lo que soy, un escritor. Todos me decís que soy un tipo que hizo un montón de cosas que… ni puta idea, vamos. No soy un tipo de acción. Debo librarme de mi escolta, debo ir a la otra punta de la embajada, solo, y meterme en un cuarto en el que vete tú saber lo que me voy a encontrar.

-Lo que has visto tantas veces. Te servirá de recuerdo. Te repito que no es la primera vez que lo haces. Una cosa: no lleves a Dani. Ni al chico de Laín. No creo que estén preparados.

-Esto parece una prueba de un concurso de supervivencia. Ni a los participantes de “Los Juegos del Hambre” se lo ponían tan difícil.. No hagas esto, no puedes hacer aquello, nadie me dice lo que debo hacer ni si tengo comodines. Casi que… ni a los alumnos de “Battle Royale” se lo ponían tan complicado.

Roger ya había colgado el teléfono.

-Encima hablo solo. – dijo mirando su teléfono con desesperación.

Sin intervalo de tiempo, mandó un mensaje a Aitor.

Te necesito”.

Estoy contigo”

Busca señales de vídeo que salgan de la embajada. A sitios de esos la red oculta, de los que te gustan a ti. Consigue todo el material que han emitido, elimina la señal en directo y elimina todo rastro del vídeo. Y las copias.”

Esto te va a costar una noche de amor.”

Jorge se sonrió. Otra vez el instinto le había llevado a dar esas instrucciones a Aitor. Al menos tenía a alguien ayudándolo, aunque estuviera a cientos de kilómetros.

-Hombre, Jorge – el embajador en persona acababa de aparecer en la terraza. Su misión empezaba bien. Tomó una decisión.

-Damien, te necesito. Siento cortarte tus intenciones. Seguro que vienes para presentarme a alguien, pero deberá esperar. Es delicado. Y no te va a gustar.

Le explicó en pocas palabras.

-Llamo al servicio de seguridad. No puedo consentir algo así.

-Mejor no. El chico es el hijo de una amiga. Luego investigas lo que quieras. No te conviene que esas cosas pasen en tu embajada, estoy de acuerdo. Y menos que se sepa. Pero debo librar a ese chico de lo que le están haciendo y debo evitar que nadie se entere. Cuantas menos personas implicadas, mejor. Tampoco te conviene el escándalo. Y si pones a tu empresa de seguridad en alerta… esta gente…

Jorge iba a explicarle por encima, pero se dio cuenta de que el embajador sabía de que hablaba.

-Te ayudo. He oído cosas. Eso, en mi embajada, no. Cuando me lo contaban me parecía que alguien había tomado tu novela Tirso por algo real.

Jorge suspiró y levantó las cejas. Tendría que buscar un momento adecuado para sacarle a su amigo de dudas sobre la novela que había citado. Fue donde Hugo. Le dijo lo del portátil y le dijo lo que le había dicho Olga. Hugo lo miró sorprendido. No parecía muy de acuerdo.

-Que sean cuarenta minutos. – le dijo como respuesta. No le dio opción a poner reparos.

-¿Dónde? – preguntó el embajador.

-El ala de los muertos.

El embajador guió a Jorge por los pasillos de servicio de la embajada. Caminaba deprisa. Su rostro estaba crispado.

-No me puedo creer que esto pase en mi embajada. Espero que no lo sepa nadie.

-Me han llamado de Estados Unidos para informarme. Me temo que lo saben unos cuantos.

El embajador se paró y miró a Jorge.

-¿CIA?

-Mi fuente es del FBI.

-Dos agencias en el tema. Estoy acabado.

-El FBI no se ocupa de… El FBI no tiene jurisdicción fuera de su país.

-Por eso digo dos agencias. La fuente primera debe ser la CIA. Mucha gente lo sabe, a parte del agente de campo.

-Vamos, Damien. El tiempo corre.

El embajador le fue guiando por los pasillos y escaleras. Cuando se encontraba con alguna puerta cerrada, empleaba su tarjeta – llave. Al cabo de cinco minutos que a Jorge se le hicieron eternos, la última puerta les dio acceso a un enorme pasillo lleno de cuadros de todos los jefes del estado Francés en los últimos trescientos años. Todos estaban fallecidos. Por eso el nombre de esa zona de la embajada.

-Hay casi treinta estancias…

Jorge le hizo un gesto al embajador para que guardara silencio. Se puso un dedo en el oído. Cerró los ojos. Pudo escuchar el restallar de un látigo seguido de un lamento sordo y apagado.

-Eres un mierda. Tan presumido. ¿Dónde está mamá? Ni gritar sabes. Lo haces como una puta nenaza.

Jorge empezó a correr seguido del embajador. Fue directo a la puerta que estaba flanqueada por el retrato de Luis XIII y de Ana de Austria, regente durante la minoría de edad de Luis XIV. La abrió sin dudar.

Los ocupantes de la estancia se dieron la vuelta. Jorge sacó el móvil y marcó el número de Aitor. Éste solo le mandó un mensaje:

Me ocupo”.

Los cinco hombres que estaban en la estancia, miraban a Jorge sorprendidos. Jorge observaba la escena con gesto duro. Tuvo la certeza que los cinco lo reconocieron al instante. No se podía decir que le tuvieran miedo, pero tampoco que su presencia no les perturbara. Daban la impresión de no saber como reaccionar. El embajador en cambio, estaba sobrepasado. No se podía creer lo que veían sus ojos. Habría oído cosas… pero verlo… su rostro mostraba todo el estupor que sentía. Estaba anodadado.

Jorge señaló a los hombres con el dedo.

-¡Fuera de mi vista! ¡¡¡¡Fuera!!!! – les dijo sin perder la compostura, pero con voz firme, resuelta, inapelable. Les miraba directamente a los ojos, alternando a cada uno de ellos.

-¿Quién te crees que eres?

Uno de los tipos se acercaba a él retador. Jorge no se movió ni un milímetro. El embajador sacó su móvil para pedir ayuda, pero Jorge le detuvo con un gesto. El hombre ya estaba a menos de dos metros, cuando Jorge le dio una patada en sus genitales. El tipo no se lo esperaba. Jorge se puso a su altura y le cogió del pelo y tiró hacia arriba. Le dio un rodillazo en el estómago. El hombre apenas podía respirar a causa del dolor que le habían producido las dos patadas de Jorge.

-Te pensaste como tus amigos que como ya no vive Nando, no tengo defensa. Te has equivocado. Y tienes suerte. Hoy no ha venido Roger. Pero ya te pillará. Ese chico es mío. ¿Lo entiendes? Mío. Como lo volváis a tocar, sois hombres muertos.

-Una mierda. Es un farol. Estás solo.

Los otros cuatro se abalanzaron contra Jorge. Sintieron un ruido en el pasillo. Hugo apareció al lado de Jorge, y Helga otra de las policías también. Jorge se dio cuenta que venían desarmados y sin su documentación que solían llevar colgando al cuello de una cadena. Llevaban una especie de braga militar tapándoles media cara.

-Mira al chico – le dijo Helga – Nos ocupamos de éstos.

Los dos se ocuparon de los cuatro hombres. Jorge dejó caer al suelo al primero que había intentado agredirle, no sin darle antes otra patada en el estómago cuando tocó el suelo. Corrió hacia la mesa en donde un joven desnudo permanecía atado con los brazos y las piernas abiertos y extendidos. Su espalda estaba llena de marcas del látigo que hasta hacía unos minutos empuñaba el primero de los tipos. Su mata de pelo en la cabeza estaba surcado por lo que parecía una especie de carretera con curvas hecho sin duda por una máquina de cortar el pelo. Eso era imposible de arreglar, salvo que se rapara completamente. Eso iba a hacer que recordara esa noche durante meses, cada vez que se mirara al espejo. Otra tortura contra la que no se podía hacer nada. El embajador abrió uno de los armarios y sacó unas sábanas que estaban guardadas en él. Ayudó a Jorge a desatar al joven y le cubrieron con ellas. Jorge le dio la vuelta y le miró a la cara. Tenía los ojos cerrados. Levantó sus párpados y comprobó que estaba completamente drogado. No tenía voluntad para enfrentarse a esos hombres, aunque sufría los golpes y la humillación. Le dolía. Gemía. Resopló enfadado y nervioso. Le murmuró algo al oído para que no tuviera miedo. Para que supiera que ya estaba entre amigos. Le dijo quien era. Había recordado mientras iba a buscarle que ya le habían hablado de él, y esa misma noche. Le leía.

Repasó con la vista y con sus manos su cuerpo. Al tocarle en algunas partes, sintió como un pequeño estertor en él, como si le doliera. Notaba sus músculos tensarse, aunque incapaces de hacer movimientos. No había luz suficiente en la estancia pero tuvo la certeza que en unas horas, toda esa zona estaría de un color cercano al negro. Parecía que le habían apaleado bien. Sus genitales estaban atados con una cinta, como si fuera un regalo. La punta de su miembro estaba prensada por una pinza de sujetar papeles. Le quitó ambas cosas, la lazada y la pinza. Se los masajeó suavemente para que recuperaran el torrente sanguíneo.

Jorge negó con la cabeza. Ahora sí, algunas imágenes parecidas se agolpaban en su mente. Una en especial le dolía mucho. El protagonista era un adolescente que tenía la cara de Carmelo. Un pobre chaval que apenas tenía catorce años y que tenía todo el cuerpo magullado, roto por varios sitios. Con un hombro desencajado y la nariz rota. La cara amoratada completamente. La espalda surcada por decenas de marcas de látigos, al igual que el pecho. La mayor parte de ellas sangraban, además de su ano. Apenas podía respirar.

Jorge logró dominar su cabeza y apartó esas imágenes. Le estaban empezando a hacer perder el control sobre lo que ocurría. Su corazón empezó a latir mucho más deprisa. Por unos segundos, le costó respirar. Hacía tiempo que no se sentía al borde de un ataque de ansiedad. Logró controlar la respiración y con ello, logró controlar su ansiedad.

No era el único rostro que le venía a la mente. Eran varios los jóvenes en ese estado. Algunos más mayores, otros incluso más jóvenes que Dani. Dani.

-Vamos Damien. Nos lo tenemos que llevar. Hay que curarle.

-Pero…

-¿Y éstos? – preguntó Hugo con Helga a su lado. No les había costado dominar a esos tipos. Sin tener a su víctima drogada y atada, no eran tan valientes ni tan buenos luchando.

-¿No habrá uno de esos carros que las camareras de piso …?

-Un segundo – dijo el embajador saliendo de la estancia corriendo.

Hugo le ayudó a envolver con las sábanas al joven herido.

-¿Y…?

-No preguntes si no quieres obligarme a inventarme algo. – le cortó Jorge.

Helga se agachó para dar otro puñetazo a uno de los tipos que parecía no estar lo suficientemente inconsciente. El embajador entró de nuevo con un carro para llevar maletas y porta trajes.

-Poned a esos en el carro – les pidió Jorge a Hugo y a Helga. Damien. La salida Oeste.

Jorge aupó al hijo de Olga sobre su hombro, y siguió al embajador. Ya tenía la postura. Jorge sentía que eso mismo lo había hecho antes.

-Seguidnos – les dijo a Hugo y a Helga. – Helga, coge la ropa del chico. Debe ser ese montón. Pásamela por favor. No quiero que se me olvide. Mira a ver que no se nos olvide nada de él.

Ese ala estaba cerca de la salida en la que había quedado con el hombre de Roger. Cuando llegaron a la puerta, el embajador quitó la alarma y abrió la puerta con su llave. Una furgoneta estaba justo delante. Dos hombres salieron corriendo de ella para ayudarlos. Jorge y ellos se miraron y se saludaron con un leve gesto con la cabeza. Los tres se conocían desde hacía años. Uno de ellos abrió el portón de atrás y echó a los cinco hombres allí. Les puso una inyección en el brazo a cada uno de ellos. Dejaron de moverse casi al instante. El otro le cogió al chico para acercarle en brazos al vehículo. Le metió en la segunda hilera de asientos.

-Hugo, Helga, cubridme media hora. – les pidió Jorge.

-Voy contigo – le dijo Helga. – Puede que alguien…

-Mejor no. Mis amigos se ocupan de mi seguridad. Te puedo asegurar que son profesionales. Los mejores.

-Decid que está departiendo conmigo en mi apartamento privado – les indicó Damien. – Gracias – le dijo a Jorge.

-Mira a ver quien te ha traicionado. – le recomendó Jorge. – Y no tengas piedad. De una forma u otra, hazle pagar.

-Claro. Esto no va a quedar así. Te debo una. Si esto hubiera seguido, me podía haber estallado en la cara.

-Mi amigo informático va a borrar todo rastro de nuestros paseos por los pasillos de servicio y nuestra salida a la calle. Estaban emitiendo en streaming la sesión. Parece ser que todavía quedaba una hora o así. Hubiera acabado violando los cinco al chico. Y haciéndole alguna barbaridad que mejor no detallo. Mi amigo es concienzudo. Pero si quieres, te hago llegar lo que haya conseguido de la sesión.

-No borrará…

-No. Solo va a borrar nuestra excursión. Podrás ver cuando llegaron esos tipos, por donde entraron… si necesitas ayuda me dices y hablo con mi amigo. También podrías ver todo lo que le han hecho, pero eso… mejor no lo hagas. Es un consejo.

-¿Es de confianza tu amigo informático?

-Absoluta. Al cien. Es mi familia.

-¿Quién es? ¿Y este chico?

-Eso no importa. Confía en mí. Nacho ¿Nos vamos? Te indico.

Jorge le dijo la dirección que le había mandado Olga en un mensaje a la vez que se montaba en la furgoneta. El aludido condujo con tranquilidad para no llamar la atención.

-Cosme, ten, sácame una foto de cada uno de esos gilipollas.

Jorge le tendió su teléfono al compañero de Nacho.

-Que se les vea bien la cara.

-Te podemos decir hasta como se llaman. Salvo uno que es nuevo.

-Abre el Word y me lo escribes ¿Te importa?

-Ahora mismo – le respondió el hombre poniéndose a ello.

La casa de Galder, el hijo de Olga, no estaba lejos. Jorge le había acomodado la cabeza sobre su regazo. Le acariciaba suavemente a la vez que le hablaba en susurros al oído. Sabía por otras experiencias parecidas, que la víctima recibía esas palabras y que les relajaban. Cada vez parecía mas tranquilo. Cuando lo había cargado sobre sus hombros le había notado tenso, con los músculos duros, como si estuviera dispuesto a actuar. La droga que le habían dado no había acabado de dejarle inconsciente. Si no sufrían, la diversión no era la misma. Debía quejarse, debían moverse intentando evitar los golpes. Llorar, suplicar… Debían delirar… ese era el espectáculo, la desesperación. Y luego, cuando le violaran o le rompieran una pierna o un brazo, o le desfiguraran la cara a base de puñetazos, hasta desencajarle la mandíbula, le bajarían la dosis de la droga para que gritara con todas sus fuerzas. Jorge ya se había dado cuenta que el chico era muy guapo. Seguramente se decantarían por romperle la cara. Era su forma de actuar. Habían elegido bien la zona de la embajada en la que hacerlo. Un día de recepción, no habría nadie allí. No había visitas guiadas. Y el ruido de la fiesta, taparía los sonidos que alguien pudiera percibir de la sesión.

-Me han dicho que lees mis libros. Algún día nos volveremos a encontrar. Y hablaremos de ellos. Me interesa tu opinión. Y posiblemente, te ofreceré ser mi ayudante. ¿Te parece? Ese trabajo que tienes no me parece adecuado para tus capacidades.

-Y una cosa más – añadió – No te olvides de que tu madre te quiere con locura.

Le besó las mejillas. Le besó en la frente. El chico suspiró aliviado. Parecía que había dejado de luchar contra el sueño y ahora estaba descansando. Ya se sentía seguro. Jorge parecía haber conseguido que se relajara completamente.

-Escritor, es la dirección.

-Gracias.

-Te esperamos para llevarte de vuelta.

-¿Y esos?

-Nos ocupamos después. Están sedados. Les quedan seis horas de sueño. ¿Quieres que te ayudemos?

-No. Tranquilos.

-Adelante, no hay nadie a la vista. – comentó uno de los hombres.

-Tampoco hay vecinos asomados a la ventana. – le dijo Nacho.

Jorge cogió al chico en brazos y lo cargó hasta el portal. Se apoyó en la puerta para sacar las llaves que había encontrado en uno de los bolsillos de los pantalones del chico, cuando Helga le había pasado la ropa. Fue a meter la llave, pero la puerta se abrió de golpe. Jorge casi tira al joven de la sorpresa.

-¡¡La madre que te parió!! – exclamó. – Casi me matas del susto.

-Vamos. – le dijo Carmen. – Al ascensor. Son seis pisos.

-¿Y…? ¿Qué haces aquí?

-Olga y yo compartimos secretos. Compartimos una vida anterior a la Unidad. No es la primera vez que hacemos algo parecido. Javier era un chaval apenas. Yo no podía ir a la embajada sin llamar la atención.

Carmen le cogió las llaves a Jorge y abrió la puerta de la casa de Galder.

-Ponle en la mesa del salón. Luego le llevo a la cama, después de curarle.

-Te ayudo…

-Tranquilo. He pedido ayuda. Debes volver a la embajada. Si te retrasas mucho, te echarán en falta. Eso no nos conviene.

-He venido a toda leche.

El doctor Manzano estaba en la puerta. Llevaba una bolsa colgada del hombro a parte de su maletín.

-Justo a tiempo. – dijo Carmen sonriendo.

-¡¡Madre Mía!! – exclamó el doctor mirando al chico.

-Estaba atado. – empezó a explicar Jorge – Tenía los genitales atados con una cuerda. Estaba empezando a … no tenía casi riego sanguíneo. En la parte del estómago, le han debido dar de lo lindo, le duele si le tocas. La droga que le han dado no le ha dejado completamente KO. Hasta hace un rato deliraba y estaba en tensión. Le he hablado y se ha relajado. Le estaban dando con un látigo por la espalda. Un amigo está buscando el antes de nuestra llegada. Lo estaban emitiendo. Me quedo… quizás si me oye…

-No, debes irte. Debes volver a aparecer en la recepción como si no hubieran pasado nada. No le digas a nadie nada de esto. No volveremos a hablar de ello.

-¿Seguro?

-Vete de una vez. – le conminó Carmen.

-Vale, vale, ¡Qué carácter! – bromeó Jorge.

-No te olvides que te espero el martes de la semana próxima en mi consulta. Tienes la hora en el wasap.

-Vale. – respondió resignado.

-Jorge – le llamó Carmen. Éste se giró.

-Gracias. Eres uno de los mejores tipos que conozco.

Jorge hizo una mueca a la vez que le guiñaba el ojo y se fue corriendo.

No tardaron nada en llegar de nuevo a la embajada. Un miembro de la seguridad, el mismo que le había recibido a la entrada a su llegada, le esperaba para introducirlo por una puerta discreta. Le guió hasta la terraza.

-Un segundo.

Le colocó la ropa. Le pasó la mano por el pelo que se le había despeinado. Le limpió con un pañuelo un rastro de sangre que tenía en la sien derecha. Le limpió también un rastro que tenía en el puño de la camisa y tiró de la manga de la americana para que ésta tapara los puños.

-Así mejor. Ahora, despacio. Te falta un pendiente. Di que es la moda. Me daré una vuelta por la zona luego por ver si lo encuentro. Ya no hay prisas. Estás en una fiesta. Respira hondo. Y sonríe. Ya no hay prisa, recuerda. Relajado. Sírvete una copa de Ribera de Duero. He avisado al embajador de tu llegada. Acaba de volver a la fiesta. Está contando a todos que ha estado hablando contigo. Y que ha sido una conversación muy enriquecedora.

Jorge le abrazó un segundo y caminó despacio hacia la butaca que ocupaba antes de la llamada de Olga. Saludó con una sonrisa a la pareja, que seguía en su sitio. Hugo le acercó el portátil.

-Para ti, escribir es la mejor excusa. – le dijo mirándolo a los ojos. – El embajador acaba de reaparecer. Está contando que ha estado charlando contigo en su apartamento privado. Está encantado con la charla que habéis tenido. Es también lo que he dicho a quien me ha preguntado, incluido Carmelo.

Hugo calló después de informarle.

-Ojalá hubieras estado hace años a mi lado. Ese chico tiene mucha suerte. Lástima que no lo vaya a valorar.

Jorge le fue a preguntar pero Hugo había vuelto a su sitio. Helga estaba apostada en la puerta de la terraza. Los otros dos policías que le habían acompañado dentro de la embajada estaban también en el salón principal dónde se desarrollaba la recepción. Helga le hizo un gesto a Jorge para indicarle que venían a verle. “Martín” le dijo marcando el nombre con los labios.

No tardó en aparecer. Fue directo hacia él.

-Ya veo que no podéis estar ni cinco minutos sin mí. – bromeó Jorge.

-Tio, he venido a la fiesta solo por estar contigo. Y no te he visto apenas. Luego dirás que no te hago caso. Eres tú el que pasas de mi culo. Y de cinco minutos, nada. Llevo más de dos horas en la recepción y nada.

Martín se sentó a su lado. Jorge dejó el portátil sobre una mesa baja que había delante y le atrajo hacia sí. Le besó en la mejilla.

-De verdad que lo siento. Me he entretenido hablando con el embajador. Venga, cuéntame. – le dijo sonriendo.

-Antes solo hablabas conmigo – Martín puso gesto de niño pequeño. Jorge casi se echa a reír, porque era exactamente igual al gesto que ponía Carmelo.

-Ahora estamos los dos solos. Podemos hablar.

-Quita. Que si no te llevo, Carmelo se va a divorciar de ti antes de que te cases con él. No quiero que recaiga sobre mi conciencia ese desastre.

-Cinco minutos aguantará ¿No?

Martín sonrió picarón.

-Me da que los cinco minutos de aguante se han acabado hace quince.

-Entonces tendremos que quedar para que me cuentes.

Martín se quedó mirando a Jorge fijamente.

-Te veo distinto tío.

-¿Por los pendientes?

-¡Ah! Puede ser. Hacía tiempo que no te ponías. Te sientan bien. Pero solo llevas en una oreja.

-Es la moda ¿No?

-Vamos. ¿Tanta prisa tenías por escribir? – le reprendió su sobrino.

Jorge sonrió y se encogió de hombros. Le rodeó con el brazo por el cuello y fueron al encuentro de Carmelo y el resto del grupo.

-Trae tu teléfono. – le pidió Carmelo nada más verle – me he quedado sin batería. Tengo que llamar a Sergio. Estará intentado localizarme. Mira, es él.

Al coger el teléfono, empezó a sonar.

-Sí, Sergio. Me he quedado sin batería y Jorge estaba en una zona de la embajada sin cobertura – dijo alejándose de ellos.

Hugo se acercó a Jorge y le habló al oído.

-¿Y las llamadas…?

-No hay llamadas ni mensajes. No hay ningún rastro. Lo mismo pasa en vuestros teléfonos. Carmen no ha llamado a Helga. Ni están vuestros mensajes. Recuerda: no ha pasado nada. No ha sucedido por lo que nunca volveremos a hablar del tema. Nunca.

Hugo hizo una mueca y se alejó.

-No me puedo creer que tanto tiempo solo no te haya llamado nadie. Solo tienes mi mensaje. – le dijo Carmelo al devolverle el móvil.

-Yo no soy tan…

-Ya estamos. Eres imposible. Me pudre cuando dices eso de “Yo no soy tan conocido”.

-He estado con Damien un rato hablando en su apartamento. A parte, allí la cobertura… no te creas que es muy buena. Tú mismo lo has dicho. Y luego, se me ha ocurrido escribir…, Carmelo…

-La madre que te parió. Claro, como no tienes nada que publicar… urgía. “La editorial me presiona”. “Tengo fecha de entrega”. “Huy, si no tengo trece novelas acabadas y no se cuantos cientos de relatos cortos terminados, algunos de ellos de mil páginas”. – dijo en tono de guasa.

Carmelo abrazó a Jorge y le besó.

-No desaparezcas de esa manera otra vez ¿Eh? – pidió con voz de niño pequeño.

-Vale. No volveré a dejarte solo. Mi niño. Mi bebé.

-Que moñas, por Dios – se quejó Martín. – Si lo sé no voy a buscarte.

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