Necesito leer tus libros: Capítulo 34.

Capítulo 34.-

Sergio paseaba sus dedos por el pecho de Javier. Sonrió juguetón y acercó su boca a uno de los pezones del comisario. Primero se lo beso con lengua y luego le pegó un ligero mordisco. Javier le pellizcó el culo como venganza. Se sonrieron y volvieron a besarse en la boca.

Estaban los dos tumbados en el suelo, sobre la alfombra del salón, en el piso de estudiante de Sergio. Sus compañeros de piso estaban de viaje. Tenían la casa para ellos solos.

-Ha sido toda una sorpresa que me llamaras – le dijo Sergio.

Javier fue a contestarle que para él también había sido una sorpresa llamarlo. Pero solo sonrió. Javier simplemente siguió un impulso. Apenas había pensado en ese joven desde la conferencia que había dado. Pero algo en la situación en la que se había visto envuelto en su nueva y también impulsiva visita al campus de la Universidad Jordán, había hecho que lo tuviera presente.

En cuanto Sergio llegó corriendo a la cita, en un bar cercano al campus pero fuera de él, Javier dio la patada a Aritz.

-Sería conveniente que hagas preguntas por ahí – le dijo sonriendo.

-¿Qué? – respondió Aritz despistado.

-Preguntas por el campus. Ya sabes.

Acompañando a esas palabras le hizo un gesto para que desapareciera. Abrió muchos los ojos. No se lo podía creer.

Aritz se levantó de su silla y salió del bar con malos modos.

-Parece que se ha enfadado – dijo Sergio con mucha guasa. – ¿No será tu novio?

-Para nada. En este bar él único que me gustaría que fuera mi novio eres tú.

Si hubiera sido una forma de entrar preparada, no le hubiera quedado mejor. De nuevo, había vuelto a hablar sin pensar.

-Pues mira, no me viene mal hoy ser tu novio. Si lo llego a saber, me cambio de ropa.

-¿Tienes una ropa especial para convertirte en novio de alguien?

-He salido con la ropa de estar en casa. Me hubiera puesto la ropa de las ocasiones importantes.

-Trabajo ahorrado. Para lo que te va a durar puesta…

-Mi casa está cerca y no hay nadie el resto de semana.

-Pago y te sigo.

Sergio vivía cerca, no mintió. Y Javier tampoco mintió respecto a lo que le iba a durar la ropa sobre su cuerpo. Apenas entraron en la casa, Javier dio una coz a la puerta para cerrarla y empezó a desnudar a Sergio que se dejaba hacer. Una vez desnudo, Sergio se arrodilló y pegó su cara al paquete del policía. Jugueteó con sus dientes y sus labios con el bulto que marcaban sus pantalones a la altura de la bragueta. Sergio le miró desde abajo y disfrutó de la cara de placer que ponía el policía. Agarró con sus dientes la pestaña de la cremallera y la bajó. Javier no se contuvo y ayudó con sus manos a que su pija acabara liberada de la presión del calzoncillo.

Pero Sergio tenía otros planes. Se puso de pie y pegó el cuerpo de Javier contra el suyo. Empezó a besarlo con deseo. Sus pollas no dejaban de rozarse mientras Sergio empezó a desnudar a Javier. Éste le hizo un gesto para que se detuviera solo un momento y poder quitarse la sobaquera con la pistola y el cinturón con los cargadores de repuesto y su chaleco antibalas. Sergio estuvo a punto de decirle que se lo dejara puesto, pero no se atrevió. Javier abrió un cajón del aparador que había cerca y metió ahí su arma y los cargadores. El chaleco lo colgó en una percha que había libre en un ropero que encontró. Fueron escasamente dos minutos, pero eso hizo que el deseo de ambos creciera exponencialmente.

Fue Javier el primero que se metió en la boca el miembro de su pareja. Sergio empezó a gemir y a pedir a Javier que parara. Pero no le hizo caso. No era el típico mete y saca. Javier mantenía la polla de Sergio en la boca, jugueteaba con la lengua en su capullo. Apretaba un poco los labios, luego soltaba, volvía a apretar unos milímetros fuera… pasó la lengua suavemente por la parte de abajo… a la vez que buscó con los dedos el perineo del joven estudiante. Sergio no pudo reprimir un estertor en todo el cuerpo precursor de su corrida. Javier recibió con deleite la leche del estudiante. Sin sacarla de su boca, siguió acariciándola con su lengua. Sergio entonces maniobró para que Javier acabara en el suelo tumbado y se giró para poder meterse la pija palpitante del policía. Era una cuestión de necesidad. Necesitaba besarla, lamerla, comerla entera. La deseaba desde que había sentido como crecía a través del pantalón. Quería sentir esa dureza completa dentro de su boca. Quería exprimirla. No tardó en conseguirlo. Javier cerró los ojos y estiró los dedos de sus pies. Al final pegó un suave grito de placer para acabar en un suspiro cercano a la expresión de la felicidad completa. Estaba en éxtasis.

Siguieron con sus juegos durante gran parte de la tarde. Ninguno parecía que tenía bastante. Iban alternando posiciones. Iban alternando corridas, pero ninguno dejó escapar ni una sola gota de la leche del otro. En todo caso, la compartían luego en un beso largo y disfrutado.

Las caricias llegaron después. Los besos repartidos por todo el cuerpo. Las sonrisas y la complicidad. El roce de su piel. Los dedos rozando el pecho, las piernas, jugueteando con los labios y entrando en la boca. Sergio cogió por turnos los pies de Javier, esos que había visto retorcerse de placer en el primer orgasmo y los fue repasando despacio, metiéndose cada dedo en la boca. Javier estiró los brazos, tumbado sobre la alfombra y disfrutó del momento. Nadie le había tratado nunca con esa dulzura.

Fue Sergio el primero que se tumbó en el suelo, quieto, boca arriba, con cara de felicidad. Javier se tumbó de igual forma junto a él. Le cogió la mano que tenía a su lado y entrelazó sus dedos con los de él. Habían empezado en el hall de entrada y habían acabado en el salón. Habían ido recorriendo poco a poco, arrastrándose por el suelo la distancia que separaba ambas estancias.

Al cabo de un rato, con Sergio quieto en el suelo, Javier se levantó un momento y volvió al hall. Se agachó para coger el calzoncillo que le había quitado a Sergio nada más entrar y se lo llevó a la nariz mientras sonreía juguetón. Sergio se había medio incorporado y lo miraba con gesto divertido.

-¡Guarro! – exclamó Sergio soltando una carcajada. – Está sucio.

-Por eso me gusta – dijo Javier sonriendo pícaro y tumbándose a su lado.

-Dame – Sergio hizo un intento de quitárselo, pero Javier reaccionó rápido.

-Es mío. Me lo voy a llevar como prenda.

-Al menos lo lavarás…

-Ni se me ocurre. Lo oleré cada noche para hacerme una paja a tu salud.

-Se me ocurren un millón de formas de hacer que te corras que que te hagas una paja solo en tu casa.

-¿Irás cada noche a follar conmigo?

-Cada noche, cada tarde… me convertiré en tu puto si quieres. En tu esclavo.

-No me tientes, Sergio. Tengo unas esposas ahí…

Sergio puso las manos juntas, para invitarle a esposarle. Javier sonrió y le fue besando cada dedo.

-No lo voy a hacer, porque quiero que esos dedos, dentro de un rato, vuelvan a acariciarme en libertad. Vuelvan a meterse en mi culo y a darme masaje. Quiero que esos dedos…

Se los metió en la boca para saborearlos.

-… acaricien de nuevo cada rincón de mi cuerpo. Que jugueteen con el pelo del pubis.

-Mis dedos hacen unas pajas descomunales. Se han entrenado mucho con mi polla.

-¿A sí? Te imagino en tu habitación haciéndote diez pajas seguidas.

-Mira como ha crecido tu pija, poli. Ella sabe que digo la verdad.

Fue a bajar la mano para acariciar su pene, pero Javier se lo impidió llevándoselas a la boca de nuevo.

-No tenemos prisa. Luego. Ahora me apetece tontear contigo. Me apetece sentir mi polla morcillona sobre el pubis esperándote ansiosa.

-Eres consciente de que todo lo hemos hecho al revés. Normalmente se empieza por el tonteo, luego las caricias, algún beso aquí y allá, un beso tórrido, seguido de otro y otro… las lenguas peleando por demostrar que es más osada que la otra… y luego se folla a saco. Primero hemos follado a saco ¿Cinco veces? Y luego… al cabo de tres horas, hemos llegado al tonteo. A que me robes mis calzoncillos sucios y te los lleves. Debería denunciarte a la policía.

-Si quieres, nos vestimos, vamos al bar, nos encontramos, volvemos, y lo hacemos bien. – propuso con voz cándida Javier.

Sergio no pudo contener una carcajada.

-Eso para otro día.

-¿Va a haber otro día?

-Está en tu mano, inspector.

-No, becario, está en la de los dos. ¿De verdad quieres volver a intercambiar fluidos, besos, caricias y tonterías con un policía opresor?

-Si eres tú el policía, o el opresor, sí. Ya te he confesado hace un momento que a gusto me convertiría en tu esclavo.

-No me gustan los esclavos, ni para jugar. Prefiero la complicidad. La cercanía. La igualdad. Prefiero que si te apetece, me muerdas los pezones, o el cuello, o el culo. Me gustan tus mordiscos. Me gusta que tus dedos en libertad se cuelen en mi culo, o acaricien mis muslos, o busquen ese punto ahí, al borde del agujero, y el perineo cerca y que me produce escalofríos. O que se metan en mi boca u me inviten a chuparlos y a lamerlos con deleite.

-A mí me gusta jugar. Dentro de un juego… me parece bien todo. Siempre que sea acordado antes.

Javier sonrió. Se incorporó y se sentó, doblando las rodillas a lo indio. Le indicó a Sergio que hiciera lo mismo. Este lo hizo. Estaban uno enfrente del otro. Javier acercó la boca del universitario a la suya y la besó con dulzura.

-¿Has visto como no hace falta más que un poco de dulzura para que tu miembro se ponga contento?

-Porque ya te conoce. Y ya sabe lo que le espera si estás cerca de ella.

Javier bajó su mano y la acarició suavemente. Sergio cerró los ojos y empezó a disfrutar del masaje.

-Tienes que estar seco – bromeó Javier.

-Nuestras pollas duras nos dicen que eso no es así, inspector. Tienen mucho más que dar.

-Ven, acércate más.

Javier abrió las piernas e hizo que Sergio se sentara pegado a él, con las piernas también abiertas, pero por encima de las suyas. Así tenían los cuerpos pegados, los miembros jugueteaban entre ellos, alegres, duros, el de Sergio incluso babeaba ligeramente. Javier se dio cuenta y recogió ese líquido con sus dedos y se lo llevó a la boca.

-Eres insaciable – bromeó Sergio.

-Me gusta como sabe tu leche. No me gustan todas, no te creas. La tuya es dulce, no muy espesa, sabrosa pero sin empalagar.

-La tuya no me sabe a nada. Pero me encanta su textura. Me embriaga. Durante un momento casi pierdo la cabeza, como si me hubiera bebido una botella de whisky.

-Te aseguro que hoy no puede tener alcohol.

-Pero me produce el mismo efecto.

-Una cosa y esto va en serio. De verdad, ni aunque sea yo, no entres a participar en esos juegos. Y menos con desconocidos. Me ha parecido que hablabas en serio antes.

-Y lo hacía. Me molan esos juegos. Me ponen caliente.

-No necesitas esos juegos para eso. Te has corrido conmigo seis veces en unas horas. Te has estremecido de placer, que yo lo he notado. Y ahora, estás hablando conmigo, y estás empalmado. Si antes sigo dos minutos masajeándotela, te hubieras corrido de nuevo.

-Pero lo tuyo es distinto. Desde el día de la conferencia, desde que saliste al estrado, me pusiste a cien. Nunca me había pasado. A veces… necesitas salirte de la normalidad para… pasar un rato agradable. Cuando los estímulos habituales no funcionan.

-¿Cuántas veces lo has hecho de esa forma?

-Pero no… no te pienses que lo voy haciendo con cualquiera. Eso… con un amigo a veces jugamos a eso, a ser dominados por el otro. Una vez mi amigo me propuso hacerlo los dos de dominados por un colega suyo que… pero me acojoné. Y él lo hizo, pero no le moló nada. Se le fue la olla y… le zurró de lo lindo.

-¿Ves lo que te digo?

-Pero a lo mejor, si hubiera ido con él…

-¿Eso es lo que te dice tu amigo?

Sergio hizo un gesto con la cabeza asintiendo. Aunque no se sentía cómodo traicionando a su colega. Él lo consideraba así, al menos. Eso interpretó Javier de sus gestos. Aunque… había algo que se le escapaba. Javier supo que Sergio no estaba siendo del todo sincero con él.

-¿Por qué no me cuentas lo que desde que me viste en el salón de actos, has querido hacer? Tuve la impresión durante la conferencia que luchabas contigo mismo por contar algo. Luego me tuve que ir a todo correr, pero mi idea era acercarme a ti, o que lo hiciera Aritz, invitarte a un café y que te sinceraras.

-¿Hemos pasado de Javier a inspector?

Javier se acercó y besó a Sergio de nuevo. Temió que se apartara, pero al revés, le besó con más pasión que nunca.

-Joder. No puedo evitarlo. Joder, y saber que desde ese día en el salón de actos, te empezaste a preocupar por mí… Te… me… caes de puta madre. Es que… joder, eres… la hostia. Por eso te decía que sería tu esclavo. Es que me miras… y me derrito.

-Tú tampoco estás mal. Solo te he llamado a ti. De hecho, solo me quedé con tu teléfono.

-¿Y qué te gustó más de mí?

-Como intentabas azuzar a la gente en contra mía.

-Era para ponerte en aprietos y que te superaras. Si no, no hubieras dado lo mejor de ti.

Javier se echó a reír.

-¿Qué deporte has hecho en el que tu entrenador te alentaba con eso?

-No era deporte, era música. Mi profesor de violín. Varios de hecho. En la música hay mucho de superar tus límites, de ya sabes de que va ese discurso.

-¿Tocas el violín? – Javier acababa de entender un par de cosas que no sabía explicar.

-Sí.

-Así que me sonaban esos callos en las yemas… y en el cuello…

Javier repasó de nuevo besándolos las yemas de los dedos de Sergio. Y luego besó el cuello, en su lado izquierdo, donde seguramente apoyaría el violín al tocar.

-¿Te dedicas a ello?

-No. Me arrepentí. Lo dejé el verano pasado.

-O mucho me equivoco o hasta habrás acabado la carrera.

-No te equivocas. Y también la de piano.

-¿Quién fue el gilipollas que te hizo abandonar? Para acabar las dos carreras antes de los veinte, le has tenido que dedicar muchos esfuerzos. Y a parte, tener unas habilidades innatas. Una sensibilidad especial.

-A lo mejor tenía razón. Puede que no estuviera dispuesto a entregarme al cien. A lo mejor se me había acabado la cuerda. Y puede que esas habilidades innatas de las que me hablas, no fueran tales. No todos pueden llegar a ser solistas, concertistas.

Javier cerró los ojos y sintió ganas de llorar. Acababa de nuevo, de entender algunas cosas. De traducir lo que había sentido y escuchado a su lenguaje de policía, acostumbrado a lidiar cada día con las bajezas de los humanos.

-O sea que te quería follar y le dijiste que no. Eso es “no entregarse a la causa”.

-No fue así. Aunque…

-¿A qué fiesta tenías que ir? ¿A quién tenías que comérsela para dejar contento a tu profe?

-A uno. Da igual. No se la comí. Y al día siguiente, presenté mi renuncia. Punto.

Sergio parecía no desear seguir con el tema. Javier le acarició la cara y le besó en los labios. Decidió dejar ese tema.

-¿Eso que oigo son tus tripas? – exclamó en un tono próximo a la burla.

Sergio se puso rojo de la vergüenza.

-Pues dilo y comemos algo. Dime que en días no has comido nada a parte de mi leche.

-Estoy muy a gusto así.

Javier se levantó y le tendió la mano. Sergio se la cogió y también se levantó.

-Vamos a asaltar tu nevera. A ver que tienes. Si no, nos bajamos un momento y comemos en algún sitio. Y después, recuperamos exactamente la misma posición que teníamos.

Sergio hizo un mohín con la boca.

-¿Nada? – dijo asombrado Javier interpretando la mueca – ¿Nada , nada? NO me jodas, becario. No me jodas que te adaptas al papel de estudiante perfecto – Corrió un momento hacia la cocina. La abrió y efectivamente, salvo un brick de leche y tres zanahorias, estaba vacía.

-Anda que… ¡Tres zanahorias!

-Así somos los estudiantes – bromeó Sergio.

Se vistieron a todo correr. Javier no olvidó ponerse el chaleco y coger su pistola.

-Si solo es un momento.

-Los cementerios están llenos de gente que pensó que por un momentito, no podría pasar algo. Y pasó. Además, debo dar ejemplo. Si no me lo pongo yo, no se lo pone mi gente. Y eso no lo podría soportar.

Entraron en un bar que había enfrente de la casa de Sergio. No tenían la cocina abierta, pero saquearon los pinchos que quedaban. Y la tortilla de patata.

-Pon también esos dos sándwiches vegetales, por favor. – pidió Sergio.

Javier fue comiendo algo, pero le dejó la iniciativa a Sergio. Parecía que llevaba días sin comer. No parecía, por como vestía, que su familia no fuera de posibles. Así que tenía que ser solo por vagancia.

Al final Javier se comió uno de los sándwiches y un poco de tortilla. El resto se lo dejó a Sergio. Parecía contento. No hacía más que parlotear y contar anécdotas de la Uni.

-Si no he entendido mal, es tu primer año.

-Sí. Antes estaba en el Conservatorio superior. Es otro mundo.

-Pero comer podías. No estudiabas ballet.

Sergio se rió.

-No comía porque no tenía tiempo. Tenía que dedicar Cada minuto del día y casi de la noche al violín y al piano. Tocaba hasta en sueños.

Javier le cogió las manos.

-No has perdido del todo el callo. Perdona, me gusta besarte esas durezas.

-¿Cómo…?

-No eres el único violinista que conozco. – sonrió Javier.

-Sigo tocando a veces. Tengo uno de mis violines en el piso. No es el bueno, claro. Suelo ponerme en la calle a tocar, como uno de esos músicos callejeros.

-Me gustaría escucharte.

-Me daría vergüenza.

-No fastidies. Si has llegado a ese nivel, habrás tocado decenas de veces en público, ante entendidos, profesionales, aficionados, gente que sabe. Con una orquesta acompañándote. ¿Cómo vas a tener …?

-Porque ellos no me importan. Y tú sí.

-Yo solo podría halagarte. De música lo único que sé es si me llega al corazón o no. Cuando te miro a los ojos, intuyo que la música que salgan de estos dedos, me va a llegar bien dentro.

De repente Sergio se quedó callado y triste. Javier se recostó en su silla y le dejó un rato que pensara a su aire.

-Me tenía que haber ido de España. He intentado huir y… al final he caído en otro nido de víboras. Creo que dejaré la carrera a final de mes. Lo peor de todo, es que no sé que haré de mi vida. Intenté apuntarme al curso ese que va a dar Jorge Rios, pero llegué tarde. Ni con la influencia de mi padre, conseguí plaza.

-¿Por qué a estas alturas lo único que te apetece es asistir a ese curso con Jorge Rios?

-Me han dicho que él me entenderá. Que escucharle es… como recuperar la vida.

-¿No es un poco exagerado?

-No lo conoces. Los que lo conocen… lo dicen. Y a lo mejor, no le has leído. Todo está en sus libros. En ellos nos encontramos reflejados. Unos en uno, otros en otro… y eso, reconocernos en sus personajes, solo eso ya nos… hace sentirnos mejor. Chicos como yo. Pero estaba jugando a los ponis, con una polla en el culo mientras otros estaban apuntándose al curso.

-¿Las novatadas?

-Que mierda novatadas. La gran fiesta de los ponis. Esos tíos… nos compraban como en un mercado y luego, teníamos que defender su insignia. Como en los torneos medievales. Pero… la diferencia es que lo hacíamos con la polla de él dentro. O de uno que lo hacía en su lugar. Los que perdían, nos daban de azotes o latigazos, a gusto del comprador. O nos perforaban los pezones con agujas o la polla misma. A mi me vistieron de mujer. Me maquillaron y me encerraron la polla en una celdita en la que no cabía ni en reposo. Y luego tenía que andar con la polla y la celdita escondida entre los muslos. Todavía tengo irritados los muslos desde ese día. ¿No te has dado cuenta? Claro que sí, por eso me los has besado con tanta dulzura y me los has lamido una y otra vez. El tipo me colgó de un gancho en los pezones unas tetas postizas llenas de leche. Debía ir dando de mamar a los demás. Y luego, debía comerles la polla y echar la leche para llenar otra vez las ubres. Que fino ¿Verdad? Ubres. Como las vacas. El puto ganador del concurso Tchaikovsky para violinistas jóvenes, con unas tetas postizas, en pelotas, con el culo rojo, marcado por decenas de azotes, y suplicando a todos que me dejaran comerles la polla para rellenar mis tetas y poder darles de mamar a esos…

Cuatro putos días sin parar de jugar a lo que a esos se les ocurría. Y encima eran unos cobardes porque iban tapados con un verdugo. Dejé el violín por no hacer eso… y mira…

-¿Por qué aceptaste?

-¿Y que mandaran los vídeos de las veces que sí lo hice a mis padres? ¿O al jurado del premio, y de otros en los que quedé segundo? ¿Para que me vean con el culo bien abierto lleno de una gran polla de un viejo baboso y con mucha pasta pero que no tenía los cojones de mostrarse?

Sergio sacó su móvil y buscó algo en él. Cuando lo encontró, se lo tendió a Javier. Eran una serie de artículos que hablaban de él. Lo calificaban como uno de los mejores violinistas del mundo de su generación.

Luego había dos vídeos. Puso el primero. Era Sergio tocando con una orquesta en la final del concurso de violinistas jóvenes en Moscú. Parecía el auditorio del conservatorio. Tocaba el concierto para violín de Tchaikovsky.

Javier paró el vídeo. Sergio no era capaz de mirarlo. Suspiró antes de pinchar el segundo vídeo. Se temía lo peor.

Era otra vez Sergio tocando el violín. Esta vez desnudo. Con el miembro duro, aprisionado en la base por una cuerda que no dejaba pasar la sangre de vuelta al torrente sanguíneo. Estaba de puntillas, sujeto con el cuello por una cuerda. Tocaba una polca que parecía del gusto de su público, que bailaba alegre. Al menos la mitad.

-Te has equivocado en una nota. Eres un puto inútil.

Un hombre con acento extranjero, le agarró el violín de las manos. Empezó a golpearle el culo y la espalda con él. Cuando consiguió romperlo, siguió con el arco. Sergio empezó a sangrar por algunos de esos golpes, seguramente los que le dio con las cerdas. Al final también logró romperlo en sus costillas.

-Ahora baila. Ya ponemos la música. Que esa pollita que tienes se mueva arriba y abajo. Sí, llora como la nenaza que eres. ¡¡¡Nenaza!!! ¡¡¡Una nenaza con polla!!!

Javier paró el video. Todavía le quedaban más de veinte minutos. Sergio tenía los ojos cerrados. Seguro que estaba viendo en su cabeza el mismo vídeo. Seguro que se lo sabía de memoria.

-Ese señor, por llamarlo de alguna forma ¿Es tu maestro?

-Sí.

-¿Tiene nombre?

-Mendés.

Javier volvió a leer los artículos. Veía a ese joven vistiendo frac, en su puesto de solista, saludando al público que le aplaudía de pie.

-Solo tienes veintiún años. Tienes la vida por delante. No puedes dejar… tu pasión porque esta gente… todos podemos equivocarnos. Nadie sabe como te empujaron a todo esto. Y por mucho que pienses, que te amenacen, no se atreverán a publicarlos.

Sergio cerró los ojos. Javier estaba seguro que estaba llorando en seco y en silencio.

-Antes… no he sido del todo sincero. A ese último no se la comí, pero a los anteriores, sí. Algunos eran amigos de mis padres.

Javier se levantó y fue a la barra a pagar la cuenta. Al volver a la mesa se quedó esperando de pie a que Sergio cogiera fuerzas y se levantara. No tardó mucho en hacerlo. Volvieron a cruzar la calle y Javier le cogió las llaves y abrió el portal. Luego abrió la puerta de la casa. Volvió a desnudarse, con tranquilidad. Esta vez él lo hizo primero. Se puso enfrente de él. Sergio lo abrazó fuerte. Luego, empezó a besarlo despacio.

Javier le preguntó con la mirada si quería que le quitara la camisa. Luego hizo lo mismo con los pantalones. Las deportivas se las quitó Sergio. Le preguntó por los calzoncillos…

-Pero no te quedes estos también. No tengo más limpios.

Javier lo volvió a llevar al salón, al rincón donde habían acabado antes. Volvieron a sentarse de la misma forma, con las piernas abiertas y sus torsos pegados. Sus penes volvían a estar excitados. Sus labios volvieron a besarse. Despacio.

-Me gustaría que me contaras.

-No te rías de mí. Ni me juzgues.

-Te prometo que no lo haré. Ninguna de las dos cosas.

Raúl y Fernando estaban sentados en una terraza, tomando chocolate. No hacía tiempo para estar sentados en la calle. Cosas nuevas que había traído la pandemia. Estaban esperando.

No hacían más que mirar sus móviles. Tampoco resultaba extraño. Todos el mundo miraba un ciento de veces el móvil. Pero ellos no miraba el wasap o sus redes sociales. Miraban una foto: la de uno de los chicos que salía en el vídeo de Sergio, en el que le rompen el violín en las costillas.

Detrás de él, había cuatro chicos tocando desnudos. Parece ser que era el cuarteto que amenizaba la reunión. En el vídeo no se veía que participaran activamente en los juegos, aunque los cuatro, por turnos o a la vez, eran objeto de manoseos por los invitados. Incluso al chico que esperaban, uno de los hombres enmascarado se empeñó en masturbarlo hasta que eyaculó mientras interpretaban el cuarteto americano de Dvorak.

-A mí lo que me llama la atención es que ninguno de los cuatro se detiene. Parece lo más normal del mundo.

-Y no se equivocan.

-Me imagino que alguna nota no darían bien. No jodas.

-Puede ser que los entrenen para eso.

-O que luego si no, sepan lo que les espera: el violín destrozado en las costillas.

-Mira, me parece que es ese – señaló Fernando a un joven que salía en ese momento del portal. – Por la cara, no tiene buen día.

Los dos policías empezaron a seguir al joven a distancia. Esperaban un lugar adecuado, lo suficientemente alejado de la academia de música de la que acababa de salir para abordarlo.

El joven parecía inquieto. No hacía más que mirar hacia atrás. Una de esas veces, se fijó en ellos. Algo le hizo ponerse más nervioso y empezó a andar más deprisa. Los policías aceleraron el paso también.

-¿Y si lo abordamos y nos dejamos de tonterías? – apuntó Raúl.

El joven de repente echó a correr. Los policías lo imitaron. El músico iba tan preocupado de mirarlos que al final tropezó y cayó al suelo. Fernando y Raúl llegaron dónde él y se agacharon para interesarse por su estado.

-No me peguéis, por favor.

-Somos policías.

Fernando le enseñó su documentación sin hacer ostentación de ello. No querían ponerle en un aprieto.

-No me peguéis.

Entonces a Raúl se le ocurrió una cosa.

-Somos amigos de Jorge Rios. Nos envía él. Ha oído hablar de ti y quiere ayudarte.

La actitud del joven cambió de inmediato. Los miraba directamente, intentado decidir si esos dos tipos le decían la verdad.

Fernando le dio la mano al chico y lo ayudó a levantarse.

-¿Estás bien?

El joven asintió con la cabeza.

-¿Cómo sé que es verdad?

Raúl sacó su móvil e hizo una videollamada.

-Jorge, saluda a un nuevo amigo. No confía en la policía.

-Hola David. Soy Jorge.

El músico miraba a todos lados. Ahora parecía preocupado porque alguien le viera.

-Fernando y Raúl son mis amigos. Confía en ellos. Te van a invitar a un chocolate porque quieren escucharte. ¿Lo harás por mí?

David apenas pudo asentir con la cabeza.

-Gracias. Espero poder quedar un día contigo y poder escucharte hacer música.

Jorge cortó la comunicación.

-No conocemos esta zona. Si nos dices un sitio donde podamos charlar tranquilos…

Fernando le había puesto la mano sobre el hombro. Le sonreía a la vez que le acariciaba suavemente. Quería que se relajara.

-En esa bocacalle hay un bar que no suele ir la gente de la academia. Estaremos tranquilos. Y la cerveza es buena.

-Vamos entonces.

Raúl se agachó para recoger del suelo el estuche del violín. David le agradeció con una sonrisa tímida.

-Pensaba que no había policías buenos.

-Hay más de los que te crees.

-Y encima sois guapos.

-Hombre, gracias – dijo Raúl – No me lo suelen decir a menudo.

-Vamos, anda. No queremos ponerte en un aprieto. Quitémonos de la vista.

Los tres empezaron a caminar a la par. Raúl miró al otro lado de la calle y vio una cara conocida. Le hizo un gesto con los dedos llevándoselos a la cabeza a modo de saludo. El hombre le devolvió el saludo a la vez que le sonrió.

Jorge Rios.”

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