Necesito leer tus libros: Capítulo 38.

Capítulo 38.-

Si pudiera enamorar de un hombre, no serías tú, lo siento.”

…”

Sería Jorge Rios”.

…”

Lo siento. Sería mi elección de gustarme los hombres. Lo quiero. Desde el momento en que lo conocí

Jorge Rios.”.

Demasiados frentes abiertos. Demasiadas visitas y poco tiempo si quería ir al pueblo con Carmelo.

Aunque en ese tema también había habido un cambio repentino de planes. Carmelo le había llamado para decirle que el plan se aplazaba una semana. Laín debía grabar unas escenas que no habían quedado bien. Y urgía. Martín también debía rodar el sábado. Y para acabar los imprevistos, Cape había tenido que irse de viaje repentinamente.

-Pero si me ha llamado hace nada y…

-Ha debido ser justo después. Te ha debido llamar cuando han empezado a dar noticias de que nuestra casa había sido asaltada. Pues cuando han dicho que también estaban disparando en la notaría, ahí se ha largado en su avión privado. Me ha mandado un mensaje diciendo “me voy de viaje”. “Urgente”. Y ya está. Acércate al “Salvatierra” y tomamos algo. Tengo media hora.

Jorge le hizo caso. No tardaron nada en llegar. Se estaban desplegando varias unidades de la Unidad de Intervención de la Policía. Jorge prefirió no darse por enterado y caminó a paso vivo hacia el bar, rodeado por sus escoltas. Juraría que se habían multiplicado por dos desde la notaría.

-Pero nos vamos tú y yo. ¿Te parece? – le preguntó Carmelo nada más verlo entrar. – A Concejo – le aclaró al ver la cara de despiste que había puesto.

-Claro. – le respondió Jorge. – Estuvimos bien el otro día. Y de todas formas, nuestra casa está patas arriba. Hasta mañana no acabarán de repararlo todo. Bueno, mañana. Eso con suerte. Y la casa de Cape, lo siento, aunque sea para pasar una noche, va a ser que no.

-También tienes razón. No había caído en eso.

-Tengo la intención además de probar tu mesa en el bar del pueblo a ver como se escribe en ella.

-¿Ya me vas a quitar la mesa? – A Carmelo le salió su mejor gesto de sorpresa y falso enfado. – No me lo puedo creer. Ya sé por qué no te he llevado antes a Concejo.

-Somos como un matrimonio. Lo tuyo es mío. – apuntó en tono de guasa Jorge. – Lo dice todo el mundo. Lo sabe todo el mundo, corrijo.

-Salvo Cape. – bromeó Carmelo.

-Salvo Cape – Jorge le dio la razón sonriendo – Además, sabes que no me importa si te sientas a mi lado mientras escribo. De hecho, me gusta.

-Somos pareja cuando te interesa. Y gracias por dejarme sentar en mi propia mesa. Además, no me sueles hacer ni puto caso cuando me siento mientras escribes.

-Tú lo has dicho, escribo. Si escribo… escribo. Si te hago carantoñas, te las hago. Y si te hago el amor, no estoy tomando notas en la molesquine.

-O sea que solo precisas mi apoyo testimonial.

-Cuando escribo sí. Tu apoyo presencial. El testimonio tampoco es imprescindible en esos momentos. En el caso de las carantoñas y el sexo, preferiría que tuvieras un papel participativo. Intenso además. Apasionado.

-Me estoy imaginando la escena. Los dos en un estimulante 69 y de repente, dejas de comerme la polla y dices: “Espera un momento, que se me ha ocurrido que la Paulina Rubio le pregunte al frutero por la procedencia de las nectarinas”. Te vas a buscar la molesquine y me dejas a mí ahí, tirado en la alfombra con mi tranca babeando.

-Pues no te creas que a veces… se me ocurren cosas en esos momentos de pasión.

-Joder. Ya me lo estaba temiendo. Cualquier día me dejas a medio orgasmo por apuntar …

-Ya te digo.

-Lo dicho, solo me quieres como pareja cuando te interesa. Ahora para quitarme la mesa y ni siquiera me compensas… con esas pasiones y amores de las que hablas. Y total, cualquier día me dejas tirado con la polla dura a punto de explotar …

-¿No tienes otros sinónimos de pene que polla y tranca? Hay algunos más delicados.

-Pero solo uso los que más te producen picazón. – Carmelo le guiñó el ojo picarón. – Bebe el café, que se te va a enfriar. Café con leche… leche de…

-¿Leche de qué? Que no me entere que te ordeñas para usar tu leche en el café.

-¡¡Qué burro!! Mi polla solo saca su mejor leche dentro de ti, escritor.

-Huy, huy, huy… tú solo piensas en el sexo, rubito. Porque cuando antes hablabas de compensación, no creo que te refieras a una compensación económica. Y que conste que sé que en esa mesa no pone reservado, ni siquiera una placa en la que diga: esta mesa es de Dani, el de la Hermida.

-Eso es derecho consuetudinario. Es un derecho adquirido por el uso o costumbre. Y tú no, no, tú no piensas en el sexo. – dijo en tono exagerado con un matiz de sarcasmo – ¿Y eso que crece…?

-Pero sé un poco más delicado, joder. Y no me mires el paquete. Estamos en un sitio público. Me gustaría poder seguir viniendo de vez en cuando aquí sin que se me caiga la cara de vergüenza.

-¿La polla quieres decir? ¿Qué no te mire la tranca? – Carmelo disfrutaba a veces de emplear un lenguaje más soez lo cual solía conseguir que Jorge se mostrara indignado por su falta de delicadeza. Y ese día lo estaba gozando.

-No. Es inexacto. No me miras el miembro viril – Jorge le hizo un gesto con el brazo para remarcar el sinónimo que había empleado para referirse al órgano sexual del hombre. “Te jodes”. – Porque estoy vestido. En todo caso me miras el bulto que hace al reaccionar a tus provocaciones manuales, verbales y visuales.

Carmelo le puso la mano sobre sus órganos sexuales. Jorge sonrió y no hizo nada por apartarse. Al revés, apretó esa zona contra la mano del actor.

-Si palpita y todo.

-Si babeas y todo, rubito. – Jorge le pasó la mano por la comisura de los labios, como si le fuera a limpiar la baba.

-La dureza de tu pene, no es para menos. El que no iba a poder empalmarse después de esos años de drogas.

-Estoy pensando en el vecino, en el del cuarto, no en Pere, que te estoy viendo venir, rubito. El del cuarto me pone a cien. – le picó Jorge.

-¿Con ese te lo montas cuando no estoy en tu casa?

-Y a veces cuando estás. Me escabullo y me voy a su casa y nos lo montamos en el salón.

-Con sus tres hermanos mirando y sus padres.

-¡¡Y la abuela!!

-Que por cierto es simpatiquísima.

-Un amor – corroboró Jorge.

-Ya, ya, entiendo. ¿Y ya te invitan a las celebraciones familiares?

-Pero les he dicho que no… ¿Dejas de tocarme el paquete por favor? Quiero conseguir que mi miembro deje de palpitar. Y que afloje un poco. Empieza a ser molesto.

-Duele ¿eh? Eso te lo arreglo yo en un momento. Quiero decir, te lo relajo… todo sea para que deje de dolerte, querido. No me gusta que sufras.

-Luego, luego. Cuanta chufla tienes hoy. Yo llevo sufriendo todo el día y tú… de chufla. Y no querido, todavía no estoy preparado a que me la comas en medio del bar. Ahora si no te importa, debemos irnos. Tu móvil no hace más que emitir pitidos de todos tipos y volúmenes. Has conseguido que nos mire todo el mundo. Entre nuestra conversación, tu mano permanentemente bajo la mesa sobre mi paquete, tu mirada lasciva y tu móvil que parece una orquesta sinfónica…

-Pesados son. Y todo para hacer el canelo. En ese rodaje ya no sabe nadie de que va. Estoy metido en dos líos… éste y el de Londres…  joder.

-Esperemos que se arregle.

-Éstas películas no tienen arreglo. Imposible. En un par de meses todo va a cambiar. Con suerte Tirso estará listo para comenzar en ese tiempo o un mes más como mucho. Y les mando a todos a freír espárragos. ¿De verdad que no quieres participar en el guion?

De repente Carmelo se había puesto serio. Ya lo habían comentado muchas veces. Jorge siempre se había mostrado contrario a esa posibilidad. Pero a Carmelo le apetecía que aceptara. Por eso seguía insistiendo en cuanto tenía ocasión.

-Mejor no. Si hay problemas o te ves en la necesidad, me meto. Pero al ser un libro mío, prefiero… verlo desde la barrera. Yo tengo la imagen de la historia muy… quiero decir, que …  podría ser muy radical si sugieren cambios que a mí no me gustarían… prefiero que tus guionistas trabajen sin cortapisas. Confío en vosotros. ¿Nos vamos?

-Sí, espera que pago. – dijo Carmelo.

-Ya lo han apuntado a mi cuenta, no te preocupes.

-Está bien saberlo. A partir de ahora te dejaré …

-A partir de ahora pagarás mi cuenta, querido. Tú ganas más que yo.

-Eso lo dudo. Primero me quitas mi mesa del bar de Concejo, ahora quieres que vaya por los bares pagando tus cafés y tus limonadas… Y perdona, después de toda la pasta que te voy a pagar por los derechos de Tirso. Me vas a dejar en la indigencia, en pelota picada pidiendo en una esquina.

-Y luego el que tiene fama de dramático soy yo – Jorge no pudo evitar soltar una carcajada.

-Me gusta verte reír, y más hoy – dijo Carmelo abrazando a Jorge ya en la calle.

Jorge besó a Carmelo en los labios y le acarició la cara con su mano. Sonrió y se separó de él para irse hacia su caravana. Carmelo se fue hacia el otro lado para volverse al rodaje, que estaban trabajando en una calle cercana.

Cuando ya estaba al lado del coche, Jorge recibió un mensaje del actor.

Te has perdido la oportunidad de tener tu primera experiencia de sexo en público.”

Jorge sonrió mientras contestaba.

Querido, es muy presuntuoso por tu parte que pienses en que eres el único que puede incitarme a esas… experiencias.”

-Jorge, por dios. Escribe los mensajes en el coche. Te quedas parado en medio de la calle – le recriminó Hugo. – Parece que quieres que los malos hagan prácticas de tiro. ¿No has tenido bastante por hoy?

-Perdona. Todavía no me doy cuenta de esas cosas.

Ya tenía ganas de ponerse en camino hacia Concejo. El plan de ir solo con Carmelo le apetecía. Aprovecharía para hablar con el abogado. Debía poner en orden sus ideas respecto a lo que quería de él. Al final la aparición de ese Otilio les había impedido hablar a solas y con detalle. Lo único que había sacado en claro, es que se ocuparía de sus asuntos. Aunque también Jorge notó durante un momento que Óliver tenía miedo. Algo de lo que dijo Valbuena lo había asustado. O a lo mejor fue la simple presencia de ese hombre allí. A él también le pareció agobiante. Ese tono de seguridad disfrazado de dulzura. Ese tono de amenaza revestido de la piel de unos buenos consejos de una persona ya de una edad. Ese hombre debía andar por lo setenta fácilmente, pensó Jorge. “Ese es de los que, por mucho que les oigas decir que lo van a dejar todo el día menos pensado, no lo dejarán nunca. El poder tiene esos efectos para algunas personas. Y ese hombre, tenía mucho de eso. Poder e influencias. Y contactos.

Hugo no había exagerado en su comentario respecto a Rubén. Cuando llegó al hospital, se encontró con un joven que solo miraba por la ventana, sentado en una silla. Los hombros hundidos. Los labios resecos. La frente apoyada en el cristal como si no tuviera fuerzas para sostener la cabeza erguida. Nadie era capaz de hacerle reaccionar, según le había comentado el personal al llegar.

Nadia, por otro lado, seguía con todos sus dispositivos electrónicos apagados y sin posibilidad de localizarla. Jorge tenía por costumbre llamarla de vez en cuando. Le gustaba la sensación de imaginarse a Nadia encendiendo un momento el teléfono y viendo todas las llamadas de Jorge. Y la supuesta tía de Rubén no daba señales de vida. Esa jodida tía ¿Quién era en realidad? La policía no le había informado de nada al respecto. Debería llamar a Carmen. “Algo sabrán de ella”, pensó. Aunque a Jorge, lo que le interesaba de verdad en lo que se relacionaba con esa mujer era las verdaderas intenciones para pedirle que lo cuidara en sus salidas nocturnas. A lo mejor todo había sido una pantomima de la propia Nadia. Ya no descartaba nada. Su concepto de su antigua amiga iba empeorando por momentos. La afirmación contundente de Aitor de que ella había sido la que se había bajado las novelas, había sido el último clavo que cerró el ataúd de su amistad con ella. Al menos así dejaría de buscar otras alternativas a la más evidente.

-Otro problema – comentó Jorge con Hugo desde el pasillo, mirando al chico. – El papel de este pobre en todo este asunto me desconcierta – dijo para si sin dejar de observarlo.

-Otra víctima. A lo mejor pasaba por el sitio equivocado.

-En muchos de los escenarios que se me pasan por la cabeza, no sale bien parado.

Hugo lo miró extrañado. Le hubiera gustado profundizar en esa afirmación del escritor, pero éste no le dio opción.

En la puerta de la habitación estaban dos policías que por el equipamiento que llevaban no eran unos recién salidos de la academia. Se habían tomado en serio su seguridad. Y estaban bien aprendidos porque lo conocían y le dejaron entrar sin problemas. Aunque luego pensó que al que conocerían era a Hugo. Se sintió mal por haberse vuelto un engreído. “Me halagan demasiado”, pensó para sí. Debía buscar alguien que le dijera que era una mierda y que nadie lo conocía ni lo leía.

-Llevamos haciendo turnos desde hace dos días. Y cuando vinimos ya estaba así. Casi ni come. Hay un enfermero al que le hace un poco de caso. Teníamos la teoría de que lo conocía de antes.

-Dadme el nombre, a lo mejor habría que investigarlo. – pidió Hugo.

-Ya está. Se nos pasó por la cabeza. Dimos parte de él así como de un médico que aparentemente no tenía relación, pero que parecía preocuparse mucho por él. No tienen ninguna relación, está comprobado. Simplemente se preocupan por un paciente. El otro día el médico discutió a voz en grito con el Director del Hospital. Parece que éste quería que firmara algo que el médico se negó en redondo.

-Se enfrentaron con dureza. – siguió explicando el compañero – El Director quería imponerle unas directrices y unas medicaciones. Y el médico se negó. Dijo que si quería seguir ese tratamiento, que lo firmara él bajo su responsabilidad. El Director le amenazó gravemente, pero el médico le retó. No se achantó en ningún momento.

-De todas formas no nos fiamos. Uno de los tres siempre está dentro. – y señalaron una esquina en dónde ahora que lo mostraban estaba una compañera suya.

Hugo les hizo un gesto de reconocimiento.

Jorge estaba molesto. Había hablado con una enfermera y con un médico por teléfono un par de veces y siempre le habían dicho lo mismo: “le estamos haciendo muchas pruebas. Está un poco cansado. Ya le avisaremos cuando pueda recibir visitas. Seguro que le hará bien, habla mucho de usted.” Ni una palabra de que estuviera casi catatónico. Y en ese estado, no creía que nadie le hubiera escuchado hablar ni de él, ni de nadie. Todo era mentira. Debería buscar a esos médicos y enfermeras con los que había hablado. Lástima que no se le ocurriera apuntarse sus nombres. Tenía que empezar a coger la costumbre de grabar sus conversaciones. Al menos en las que aparecían nombres u otros datos que merecía la pena recordar.

-Pere está en la planta de arriba – le susurró Hugo. – Solo tiene cortes por los cristales que se rompieron con los disparos. Está muy enfadado, me dicen. Se siente un inútil.

Jorge se sonrió. Tenía en el correo dos relatos que le había enviado. El hombre se había aficionado a escribir con eso de fingir que era él cuando se iba de casa. Y tras unos principios titubeantes, algunos de los relatos le habían empezado a gustar. Luego leería uno de ellos. Para comentarlo con él y que se sintiera mejor.

Volvió a marcar el teléfono de Nadia. Esta vez le salió un mensaje que decía que “Este teléfono tiene restringidas las llamadas entrantes”. Jorge se quedó mirando su aparato incrédulo.

-Me ha bloqueado las llamadas. La hija de puta. Se ha conectado un momento solo para hacer eso. Será hija de puta… pues se va a joder, porque aunque las rechace, le van a seguir llegando los avisos de mis llamadas. – Jorge volvió a marcar hasta que escuchó el mensaje. Colgó y volvió a marcar. – Me lo voy a pasar como los enanos.

-Ya dará de baja el teléfono. A lo mejor ya sabemos quién le dio a Dimas tus novelas.

-En realidad, por mucho que le de vueltas, no hay muchas más opciones. – Jorge no había comentado las averiguaciones que le había contado Aitor. – Pues hay que buscar ocho novelas por el mundo.

-¿Ocho? – Hugo se llevó las manos a la cabeza. – ¿Tenías ocho novelas escritas sin publicar?

Jorge no lo pudo evitar. Aunque había prometido a Aitor dejar de jugar con ese tema, no se había podido resistir.

-En realidad alguna más. Una que he publicado ahora, otra que encontró tu equipo en alemán y algunas más. Más otras tres que tengo casi acabadas, pendientes de una última lectura en voz alta a ver como suenan. En una de ellas tengo que hacer unas modificaciones, cambiar el nombre a un personaje y enfatizar algunas escenas para que concuerden bien con el desarrollo de la historia que cambió hacia la mitad del libro.

Jorge se sonrió pensando en lo que le diría Aitor si lo estaba escuchando. No se resistía a comprobar la reacción de sus interlocutores al contarles ese aspecto de su vida.

-Por eso pusiste esa cara cuando te dije el título de la novela que me había mandado Javier – Hugo afirmaba con la cabeza al haber resuelto una duda que tenía desde ese momento.

Jorge recibió de inmediato un mensaje. No quiso leerlo. Sabía que era de Aitor para recriminarle

-Es un delito que tengas ese montón de novelas en el cajón. ¿Sabes la de foros que hay en Internet que te pedían encarecidamente que publicaras? Debería estar tipificado como delito en el Código penal.

-No, no tenía ni idea. – Jorge puso su mejor cara de ignorante inocente.

-¿No te lo dijo tu editor?

-Pues no. Yo pensaba que era solo él el que echaba de menos que publicara y todo por los beneficios que le provocaba.

-Para nada. Había encendidos debates al respecto. Muchos clamaban por recabar firmas pidiéndote que volvieras a publicar. La gente discutía sobre ello. Había dos bandos: los que pensaban que se te había acabado la inspiración, y otros, los que creían que tenías cientos de novelas escritas pendientes de publicar. Este grupo se apoyaba en las noticias que salían de como te habían visto en tal o cual bar escribiendo como si no hubiera un mañana.

-De esos foros habrán sacado la idea de robarme y publicar mis inéditas por el mundo. Si había ese clamor… antes de hacerlo era ya un negocio redondo. Y sin pagar al autor. Solo tenían que preocuparse por si caía en mis manos uno de esos libros. Son cuatro los que pueden haberlas leído.

-El que te pudieras enterar era pura casualidad. Si investigamos, seguro que encontramos esa nueva novela en Argentina o en México. O hasta en Colombia, que dices que tienes amigos. Salvo que hicieran una adaptación para el cine y le ofrecieran uno de los papeles a Carmelo, por ejemplo. El personaje de Tirso, es muy comentado que todos le ven a Carmelo haciéndolo.

-O a ti.

-Yo no estoy en el mercado. Ahora mismo, aunque quisiera, no creo que fuera capaz de hacer ese papel. Es duro… mi ánimo no me acompañaría. Me rompería. No soy como Carmelo que se quita la ropa del personaje y se olvida. Yo me lo llevaba a casa. No del todo, eso hubiera sido una locura. Pero no lograba desconectar al cien, ni siquiera al cincuenta. Ahora no tendría la fortaleza mental para afrontar un personaje tan duro y con tantas aristas.

-Alguna cosita pequeña has hecho.

-Pero eran cameos. Con amigos. Volvamos a lo nuestro – a Hugo no le apetecía hablar de él y mucho menos de su carrera como actor. Ya había notado el interés que tenía Jorge en sonsacarle cosas de su pasado. Pero él no estaba por darle acceso a esa parte de su vida. Ya se empezaba a arrepentir de haberle comentado su relación con los personajes que había interpretado mientras se dedicaba a ello. Al menos, Jorge parecía no haber caído en las implicaciones de lo que le había comentado al acabar la excursión por la embajada francesa. – Son ocho personas las que leyeron tus novelas. – Cambió de tema radical.

-No son ocho. Exactamente son Nadia, Carmelo y Cape. Pere y Juliana. Juana mi suegra no ha querido leerlas hasta que las publicara. No tiene acceso a mis archivos. Me quería presionar, como Rubén. Rubén leyó la que se acaba de publicar aquí, pero en una copia en papel que imprimí yo en casa. Era el chivo expiatorio perfecto. Nunca ha tenido acceso a la nube tampoco. Y Jorgito. Y Martín y Quirce. Sí, son ocho. Y mi vigilante informático. Nueve con él. Ya no sé ni contar. Nadia no tenía acceso más que a esas ocho novelas, y cuarenta y tres relatos. Como Pere y Juliana. Carmelo, Martín, Aitor tenían acceso a más historias que estaban apartadas. Aunque Martín y Aitor son los únicos que han leído de esas otras carpetas. Carmelo se pensaba que solo quería que viera la carpeta de Nadia. Ni siquiera intentó entrar en las otras. Por pudor.

-¿Jorgito sí y Clara y su madre no? Es raro ¿no?

-No. Clara no. Nunca estuvo en mi ánimo dejar a la niña acceso. Y su madre tampoco… Y es extraño. Con lo amigos que éramos, nunca me lo pidió. Y también es curioso que yo no se lo ofreciera. Solo lo hice con Jorgito. Y haciéndole jurar por lo más sagrado que no se lo iba a contar a nadie. Clarita es menos de fiar para eso. Para eso y para todo, según vimos en el colegio. Acuérdate. Con los cuentos, empezó a hacer fotocopias y pasarlas a sus amigas. Eso fue una decisión consciente. Yo creo que llegó a venderlos incluso. No dije nada, pero no los escribí para que presumiera. Así que no le volví a dar nada.

-¿Confías en Jorgito? O sea en que …

-No, no ha sido él. Lo supe al verlo en la cárcel. Y lo sé también por los cuentos que le escribí. Sé que muchos han leído esos cuentos. Ya te digo, que hicieron copias y se las dieron a quien consideraron pertinente. Todos los amigos de Clara y por extensión los de Jorgito. Y algunos amigos de Dimas con niños. Pero solo han leído la serie primera que escribí. Son los cuentos “oficiales”. Los que posiblemente publique dentro de unas semanas. Luego seguí escribiendo más cuentos, hasta el año pasado. Cada año eran como siete u ocho. Esos solo se los dejé a Jorgito. Eran mi regalo de Navidad. Para él. Solo para él. De esos, nadie se ha enterado. Nadie sabe de su existencia. Ha sido Nadia. No puede ser otra.

Jorge no acababa de entender por qué se resistía a contar a Hugo que Aitor lo había comprobado y lo tenía acreditado, así como los intentos de hackear su nube y sus sistemas informáticos. Pero no varió su decisión.

-Era tu amiga.

-Me ayudó mucho cuando murió Nando. Por eso duele más la traición. Y la duda. Si ha sido capaz de hacer eso ¿Con qué otra cosa me sorprenderé en un futuro? ¿En qué más me ha traicionado? Y sobre todo ¿Desde cuando? Es importante esta pregunta. Porque me entra la duda de si alguna vez fue de fiar. Si ha sido de verdad mi amiga en algún momento, o por contra, siempre ha jugado en el equipo contrario. Sin ella y sin mi suegra creo que me hubiera quitado de en medio. Esa ha sido mi creencia y esa ha sido la confianza que tenía en ella. Ahora, todo eso… tengo que reprocesar todos estos años. No entiendo su motivación. Será el dinero. Sí, tengo que reinterpretar algunos encuentros, algunas conversaciones. Algo se me rompió dentro de mi alma, de mi vida, de mis recuerdos en aquella comida en la que le anuncié mi decisión de publicar de nuevo. Y esa sensación rara se acrecentó cuando Dimas se unió a la reunión. Y pensar que cuando lo abracé, me entraron remordimientos por no haberle dado alguna novela en todos estos años y haberle puesto en una situación delicada en su trabajo. Su posición en la editorial dependía de mi obra, de mis ventas.

-Vaya. Pero eso en realidad… él sacaba beneficio extra de otros sitios…

A Hugo se le escapó un gesto de incomprensión. No le habían pasado desapercibidos los comentarios de Jorgito en la cárcel y algunos otros que había escuchado en otros foros. Jorge le parecía un hombre extremadamente sensible, que captaba los menores gestos de las personas y las más ligeras variaciones en la entonación al hablar. No era una persona a la que sería fácil engañar. Y le engañaron. Y sus más cercanos.

-Mira, Rubén ha girado la cabeza hacia aquí. Me está mirando. Voy a entrar a probar suerte. Espera, coge esta tablet. – Jorge se conectó a la nube y se bajó dos documentos. – Déjame tu teléfono, por favor.

Hugo se lo tendió. Jorge escribió un mensaje, una serie de letras y números sin aparente significado, que mandó a un número de teléfono. Al cabo de diez segundos, el teléfono sonó. La llamada era desde un número oculto.

-¿Estás bien escritor? Parece que has enfadado a alguien. Hay muchos comentarios sobre la ensalada de tiros con la que “tus amigos” han aliñado las calles de Madrid esta mañana. No has leído mi mensaje.

-Bien, Aitor. Te necesito. Te voy a pasar con Hugo, es mi ángel de la guarda. Le guías para que ponga la tablet de forma que solo se pueda leer los dos documentos que he bajado. Son dos novelas. Quiero que el resto de la tablet desaparezca o sea inaccesible, y que borres toda referencia a mi nube y vuelvas a escanearla y en su caso cambiar contraseñas y lo que haga falta. Debe ser una tablet blindada. Y que vigiles todo con atención. Actúa como si fueras poli y tuvieras que demostrar luego ante un juez la culpabilidad de quien sea. Hazlo también con lo que me contaste el otro día. También te pediría que revisaras de nuevo todos mis dispositivos. Y la nube. Y las copias de seguridad. Todo.

-Define ángel de la guarda.

El tono de Aitor era jocoso. Tenía ganas de mofarse de alguien. Y parecía que había decidido que su objetivo del día fuera Hugo.

-Policía. Me ha salvado la vida. Y está cañón. – le animó Jorge, que decidió hacerle pagar su parquedad a la hora de hablar de su pasado. Y el no haberle contado que hacía acabado la traducción de las primeras páginas de esa novela en alemán.

Hugo lo miró casi ofendido.

-Pásamelo. Ocúpate del chico. Tienes razón, el poli está cañón. Pásamelo a ver si me lo ligo.

-¿Me has escuchado el resto? – le preguntó Jorge.

-Tú pasas de mis comentarios y de mis mensajes, yo paso de tus instrucciones. Reiterativas, innecesarias, llegan tarde y parece mentira que a estas alturas me digas que tengo que bla, bla, bla. Voy mil kilómetros por delante de ti en todos esos aspectos. Aunque sé que en realidad, lo has dicho para que te escuchen los que pueden oírte ahora.

Jorge hizo un gesto de resignación. Aunque en su interior estaba orgulloso de Aitor.

-Pásame al poli buenorro.

-Ten. Hazle caso – le recomendó a Hugo.

-No voy a ligar con él. Ni lo sueñes.

Hugo puso su mejor gesto de indignación e incredulidad. Jorge tuvo la impresión de que si en lugar de él, hubiera sido otra persona, se hubiera ido con cajas destempladas. Esta vez, ser un escritor conocido había jugado en su favor.

-Hazle caso en lo de la tablet. Lo otro ya es cosa vuestra. Y cuando la tengas me la pasas. Por favor.

Hugo se puso al teléfono no demasiado convencido y nada contento. Mientras, Jorge entraba despacio y silencioso en la habitación. Rubén lo seguía con la mirada. Pero a parte de observarlo, no hacía el más mínimo gesto con la cabeza o con el cuerpo. Jorge acercó una silla a la ventana y se puso al lado del joven. Puso su mano sobre la de él. Pensó que la iba a apartar, pero no, la mantuvo quieta. Así estuvieron casi un cuarto de hora. Hugo los miraba desde el pasillo. Ya había acabado con la tablet pero no quiso romper esa frágil comunicación entre los dos. En un momento dado, Jorge percibió que el chico movía los labios y aguzó el oído a la vez que intentaba leérselos.

-Mi madre tenía razón, debo morir. Todo lo que toco, lo ensucio. Lo supe cuando hablé con el chico. Aparte, soy un cobarde. No tenía que haberme acercado a ti. Perdona.

Quiso contestarle, convencerlo de que eso no era verdad. De que su madre no tenía razón y de que él no había ensuciado nada. Pero intuyó que no le iba a escuchar. Optó entonces por apretarle la mano. Pero muy ligeramente. Con la otra mano, hizo un pequeño gesto destinado a Hugo para que entrara. Lo entendió y le acercó la tablet. Y en un volumen casi tan bajo como el que había empleado el chico le dijo.

-Querías leer. Querías que publicara. Me convenciste. He publicado. Ahora tienes un trabajo que hacer. Te dejo aquí dos novelas. Debes leerlas y decirme cual será la siguiente que debo publicar. Hoy es viernes, te dejo hasta el miércoles. Me voy de viaje. La contraseña es el año en que nació el personaje principal de “deJuan” y el nombre de la madre de Jaime, el protagonista de “Esa maldita noche”.

-No tengo fuerzas. – dijo con una voz apenas audible.

-Sí, las tienes. Cuando las leas, las comentamos. Es lo que te gusta. Me lo has dicho siempre, desde que nos conocemos. Necesito leer tus libros, me dijiste. Te doy la oportunidad de ser único. De leer dos libros que nadie ha leído. Y de ayudarme a elegir la próxima novela que voy a publicar.

Jorge se levantó. Le puso la mano en el mentón y giró su cabeza hacia él. Y le dio un beso en la mejilla.

-Confío en ti.

Sonrió. Se dio media vuelta y salió de la habitación.

-Aguzad el oído y la vista. Ese chico es un peligro para alguien. Y él lo sabe. Quiere morir por lo mío, pero sobre todo por lo suyo. Quiere morir y otros quieren que lo haga.

-Quieres decir que se va a dejar matar – Hugo no acababa de entender lo que había querido decir.

-La tablet puede ponerlo en peligro. Más quiero decir – apuntó uno de los policías que lo custodiaban.

Entonces Hugo sonrió:

-La tablet es una trampa.

Jorge no dijo nada. Ni siquiera hizo un gesto. Hugo pensó que parecía otra persona a la que conoció hacía ya una semana. Intensa semana. Había visto no menos de cinco Jorges distintos. Cada día era una sorpresa con él. El Jorge de ese instante, no tenía nada que ver con el de la notaría, hacía apenas un par de horas. Ni con el de la Embajada. Ni mucho menos tenía nada que ver con ese que parecía un fantasma deslizándose por las calles de Madrid. O esa persona hosca que no sabía enfrentarse a la gente cuando le abordaban para que les firmara un libro, y cuyas imágenes llenaban las plataformas de vídeos.

Subieron a la planta de arriba. Pere los recibió con alborozo. Parecía que se había metido un tripi. Estaba muy excitado. Juliana lo miraba con resignación.

-No ha sido culpa mía – repetía una y otra vez. Y le hablaba de los disparos, y de los cristales rotos, y de como se clavó uno en una rodilla y que le fallaron las fuerzas para arrastrarse, que ya estaba viejo, que se iba a poner en forma…

-Y llegó esa chica Flor, y tiró de mí con una fuerza, madre mía. Y me sentí seguro cuando llegó y el otro, fue a la ventana y disparó, vaya que si disparó. Creo que le dio al matón de los cojones. Y joder, Juli estaba en el pasillo y lloraba.

-Bueno, tanto como llorar… – comentó Juliana esgrimiendo una paciencia infinita.

-He escrito dos relatos y otro que tenía en el ordenador, se habrá perdido. Los lees, ¿Eh? Y me dices que te parecen. Y tengo una idea que luego…

Seguía hablando. Pero poco a poco lo iba haciendo más despacio. Aunque él luchaba, se le iban cerrando los ojos. Y al final se quedó dormido. Entró una enfermera:

-Ha sido el shock. Está agotado. Dormirá diez horas seguidas. Se mantenía despierto por verle a usted.

-¿Quieres que te lleve? – le ofreció Jorge a su vecina. – No puedes hacer nada aquí.

La mujer asintió con la cabeza. Parecía afectada por lo que le había sucedido a su vecino y amigo.

Pasaron por su casa. La policía todavía estaba trabajando en ella. Y en el edifico de enfrente desde donde habían disparado. El compañero de Flor había acertado en sus disparos. La percepción de Pere había sido correcta. Yeray, que había acabado en la escena de la notaria, y Kevin fueron a buscarlo para que les acompañara al piso desde donde habían disparado a su casa. El asaltante yacía muerto en un charco de sangre. Cuando Jorge lo vio, le recordó a alguien. Pero no cayó hasta que volvían a su casa cruzando la calle para hacer una maleta con su ropa.

-Joder, el camarero de aquel día, hace siglos, la segunda vez que me encontré con Carmelo. Uno de los que le hicimos esperar hasta las mil porque se nos fue la cabeza hablando.

-¿Estás seguro? – le insistió Kevin.

-Sí. Por esa pequeña cicatriz en la comisura del labio. Me la apropié y se la adjudiqué a un personaje de “deJuan”. Por eso le gusta a Carmelo tanto esa novela: fue la primera que publiqué desde que lo conocí.

-¿Y era camarero de allí?

-No le volví a ver. Y suelo ir a menudo. Es el Café Moderno. Nos sacamos una foto y todo. Para que no se enfadaran demasiado.

-¿Y no tendrás la foto? – se interesó Yeray.

-Carmelo a lo mejor. La sacó él. Pero la habrá borrado. No creo que guarde los selfies que se saca con la gente. Y eso fue hace mucho tiempo.

-Pero estabas tú en la foto. A lo mejor la guardó. – apunto Kevin. – Y fue un día especial para vosotros. A partir de ese día, si no recuerdo mal, no habéis perdido el contacto. Fue el principio.

-No había caído en ese detalle. Tienes razón. Ahora le preguntamos. Voy a coger un par de calzoncillos y de camisas. ¿Te vienes a Concejo, Hugo? ¿Cómo vais a hacer para la vigilancia?

-Mis compañeros salen de turno ahora. Yo te acompaño.

-¿Y no descansas nunca?

-En Concejo. Si mis fuentes son fiables allí todo el pueblo vigilará por nosotros. Si aparece un perro que no es del pueblo, lo sabremos a las cinco minutos.

-Vaya.

Al final cogió algo más que dos camisas y dos mudas. Y no se olvidó de guardar el relato que estaba escribiendo Pere. Era un milagro que el ordenador no hubiera sufrido daño alguno con el desastre que se había convertido esa parte de la casa.

-¿Te mando una empresa especializada en estos desastres? Son colegas y muy eficientes.

-A tu criterio.

-Son caros.

-Hazlo. Y vamos, que llegamos tarde.

-No te preocupes, ponemos las sirenas.

-Ni de coña. Lo que me hacía falta. No tentemos a la suerte. No entiendo como esto no está lleno de periodistas.

-Están saliendo algunas cosas en los digitales y en la tele. De hecho han tomado imágenes antes. Pero todo el mundo está con las vacunas y las olas de la pandemia. Esa periodista con la que coincidiste en Espejo Público ha comentado que ha hablado contigo y que le has dicho que estabas bien, que nadie de tu entorno había resultado herido. Que no querías darle mayor importancia y que por eso preferías no hablar de ello en público. A partir de ahí, se ha zanjado el tema.

-Será lo único bueno que ha tenido todo esto del COVID. Luego a ver si llamo a Roberta para darle las gracias.

Sería interesante que nos dijeras algo. ¡Comenta!