Necesito leer tus libros: Capítulo 39.

Capítulo 39.-

Carmelo le recibió a la puerta de la casa de Cape. Lo abrazó y lo apretó fuerte contra su cuerpo. Luego, lo besó profusamente cada centímetro de su cara. En su encuentro del bar tocaba conseguir que se tranquilizara, bromear y estudiar como estaba Jorge. Ahora, tocaba llenarlo de besos y de amor. No quería ni pensar en lo que habría sentido Jorge al ver su casa destrozada.

-Estoy bien. Tranquilo. Si ya nos hemos visto antes. Mi “polla” todavía se acuerda del masaje que le has dado a través del pantalón.

Jorge besó los labios de Carmelo y le acarició la cara mostrando su agradecimiento por su apoyo y su cariño. Carmelo pensó en seguir con la broma del “paquete” y su “polla palpitante”, pero prefirió disfrutar del cariño de Jorge.

-Venga, vamos. Tengo ganas de sentarme al aire libre y cenar tranquilo solo contigo. – dijo éste cogiendo su abrigo y evitando que Jorge se acomodara. – Esta casa cada vez me es más antipática.

-Aprovecha y coge más ropa. Te ayudo si quieres. Dejamos parte en Concejo, o si prefieres, la llevamos toda a nuestra casa de Núñez de Balboa.

-¿Dices?

-Ya que estamos… hay sitio en casa o en la Hermida. Y coge tu otro portátil. Y los guiones que te falta de llevarte.

Casi se le escapa a Jorge que así no tenía que volver a esa casa. No se atrevía a comentar con Carmelo su idea de que Cape estaba preparando la huida. Aunque imaginaba que si él se había dado cuenta, Carmelo lo sabría mucho antes. Jorge prefería que el tema saliera cuando tocara o cuando su rubito lo planteara.

Carmelo subió de tres en tres las escaleras. Jorge le siguió sonriendo. Se paró a mitad de la escalera y miró la planta baja. Su apreciación de la última noche que pasó en esa casa se hizo más real. Esa casa era… peor que un piso piloto de una nueva urbanización. Cuanto más lo pensaba, más le agobiaba.

-Ven, ayúdame – le gritó Carmelo.

-Voy, voy.

Cada vez más, Carmelo le consultaba cada paso que daba. Por un lado le gustaba. Por otro, no quería que Carmelo perdiera su empuje para que él se sintiera mejor. Si él iba a recuperar su vida social y a tomar las decisiones que llevaba quince años aplazando, a costa de que Carmelo se hiciera dependiente de él, no… le parecía bien. Renunciaría a su nueva-vieja vida.

-¿Qué te parecen estas camisetas? Me están pequeñas. Pero he pensado que… a lo mejor a Martín…

-Mira, esas dos si me valen, me las pongo yo. Siempre me han gustado.

Jorge las cogió y las desdobló para verlas mejor.

-Las otras son demasiado modernas para mí.

-Las llevo y ya pensaremos. No son tan modernas. Yo creo que te quedarían bien. A veces vistes demasiado serio. Viejuno. Con el tipo de americanas o chaquetas que sueles llevar, te darían un toque de color.

-Hombre, voy teniendo unos años.

-Llevas vistiendo igual desde los veinte.

-A los veinte no me conocías, querido.

-Desde los treinta. Y ten cuidado con lo que vas a decir, porque aunque no te conociera en persona, te leía y sabía de ti.

-¿No tenías un portatrajes de esos de ruedas? Llévate los smoking y ese frac.

-No hay galas a la vista.

-Algún día las habrá. Y aún así, por si acaso deberíamos preparar algún rincón de casa para conectarnos en las entregas de premios virtuales.

-No tengo más maletas.

-Espera… vi una el otro día…

Jorge se fue a la habitación que tan brevemente había ocupado hacía poco. Fue abriendo todos los armarios hasta que en uno de ellos encontró dos maletas. Carmelo le había seguido.

-¿Y como sabías?

-El otro día esperándote hice de explorador. Es lo que tiene no poder dormir en casa extraña y que tu amor te abandone.

-Que bobo eres – le dijo Carmelo sonriendo mientras le cogía las maletas. – No quiero preguntarme ahora que demonios hacen estas maletas en esta parte de la casa. Que yo recuerde, salvo una vez que Cape invitó a gente de sus negocios, no se ha utilizado.

-Si no lo sabes tú… yo solo te diré que unas gafas, un cargador, incluso la dentadura postiza es fácil de olvidar en cualquier sitio… una maleta… grande además… Oye, que una puedo llevarla. Está vacía. Y en algún cajón de esos hay ropa interior usada. De hombre y de mujer.

-A ver si son míos… – bromeó Carmelo  – pero no, en esta casa no he follado con nadie.

-Dame una de esas maletas. Ya la llevo yo – le pidió Jorge. – Que no soy tan enclenque como algunos piensan.

-No quiero que te lesiones. – Carmelo le sacó la lengua.

-Que bobo – dijo sonriendo. – ¡¡¡Carmelo!!! – gritó Jorge de repente, en tono perentorio.

El aludido se paró de golpe asustado. Soltó las maletas y volvió sobre sus pasos.

-¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

Jorge puso su mejor cara de niño malo.

-Es que me apetecía besarte.

Carmelo inclinó la cabeza. Puso su famosa sonrisa maléfica que sacaba cuando interpretaba al malo de turno. Se pegó a Jorge.

-Huy, que miedo – dijo Jorge en plan de chufla. – Esa mirada…

Carmelo le había tapado la boca con un apasionado beso.

-Esos labios – acabó la frase Jorge esta vez en tono de estar en pleno viaje al cielo de los placeres terrenales.

-Vamos. Ayúdame a meterlo todo en las maletas y nos vamos. No quites ni las palomillas. Todo a las maletas. Quiero llegar pronto a Concejo. Y pasear agarrado de tu brazo. A ver si nos da tiempo antes de que oscurezca de llegar al Estanque de los Encuentros y mojarnos los pies.

Carmelo no paró de hablar en el viaje. Quería por todos los medios que Jorge se olvidara de todo lo sucedido durante el día. Si era necesario hubiera empleado el método del beso apasionado, que parecía darle bastante buen resultado. Pero no hizo falta, porque lo consiguió con su cháchara. Jorge parecía a gusto y hasta cierto punto contento. Se metió de lleno en la conversación loca e intrascendente que había iniciado el actor.

Cuando llegaron a la Hermida 2, repitieron la misma rutina que habían hecho la vez anterior, después de su encuentro con el decano y con Paula. Salieron a pasear agarrados del brazo. Ya no hablaban tanto. Lo cambiaron por percibir al otro cerca, por ese contacto físico que demostraba cariño y apoyo sin condiciones.

Jorge lo agradeció. Hizo intención de preguntarle a Carmelo sobre aquel camarero y por si había guardado aquel selfie, pero decidió aparcar el tema hasta otro momento. No quería romper ese rato tan íntimo entre los dos.

Hugo al final se había vuelto a Madrid. Al estar los dos juntos en Concejo, Fernando se encargó de dirigir sus escoltas. A Jorge y Carmelo les dio la impresión de que no le había gustado la decisión de Carmen de que descansara unos días. Parecía que tenía mucho interés en quedarse junto a ellos. Jorge pensó en invitarle a quedarse, aunque no estuviera de servicio, pero al final lo descartó. Carmelo y él no parecían estar muy cómodos cuando estaban juntos. Posiblemente deberían buscar un momento para hablar de sus temas del pasado, de aquella serie que acabó por su mala relación.

-¿Quieres que te vaya presentando a los vecinos?

Carmelo le miraba atentamente observando su reacción.

-Nada buscado. Si surge, pues bien. Ya sabes que …

-Si no, cuando vengamos la semana que viene con el resto de la gente, te va a tocar conocer a todos a la vez. Va a ser más agobiante.

-En eso tienes razón. Ya veremos. Ahora de momento, quiero poner toda mi atención en disfrutar de tu compañía.

-¿No te aburres de estar solo conmigo?

-Que bobo eres. No voy a entrar al trapo, como tú no quisiste el otro día entrar al trapo de mis aventuras sexuales.

-Supuestas aventuras sexuales – puntualizó Carmelo en plan de coña.

Carmelo se echó a reír.

-Venga, lleguemos al “Estanque de los encuentros”. Todavía es de día. Nos da tiempo a sentarnos un rato allí y mojarnos los pies. Ya verás que bien se está. Es súper relajante.

-El agua estará helada.

-No te creas. Hoy además ha calentado el sol.

-Pero si está cubierto por árboles. Es aquello ¿no?

-Ya verás como el agua está bien. Te va a relajar. El agua, el ligero rumor, el suave balanceo de las hojas de los árboles… algunos pájaros saludándonos… sí, no me mires así, yo siempre me lo he imaginado así. Me ven y empiezan a parlotear. Creo que si me pongo a ello, seré capaz de entender lo que me dicen. Es un sitio que me da paz. Y ese agua… para mí que tiene magia. Cuando me baño allí, suelo ponerme mirando hacia arriba, flotando. Nada más. Y se me olvidan todos los males. Luego volvemos caminando descalzos.

Jorge se dejó hacer. Se descalzaron los dos y metieron los pies en el agua. Tuvo que reconocer que después de un primer impacto frío, enseguida estuvo a gusto. Recostó su cabeza sobre el hombro de Carmelo. Éste le cogió la mano y se la acariciaba suavemente con las suyas.

-Creo que te gano en intentos de matarme – susurró Jorge en un momento dado.

-No te creas. Por ahí andaremos. No llevo la cuenta de los míos. La verdad es que hoy has subido muchos peldaños en ese ranking.

-No sé como lo has aguantado hasta ahora.

-Porque te tenía a ti. Porque solo con tu voz me tranquilizabas y me dabas una razón para seguir adelante y aguantar todo. Estuve a punto de rechazar el papel en la serie en Francia. Si no llegas a venir conmigo, lo hubiera hecho.

-Entonces como tú ahora. Casi agradezco que Laín y su familia no vengan este fin de semana. Me apetece estar solo contigo.

Carmelo sonrió y le volvió a besar en la mejilla.

Volvieron caminando, otra vez agarrados del brazo. Esta vez fue Carmelo el que apoyaba la cabeza en el hombro de Jorge. No hablaron mucho. Al llegar a casa, Carmelo calentó la comida que le había encargado a Gerardo, el del bar. Al final cenaron dentro de la casa, los dos en la isla de la cocina, pegados. Carmelo abrió una botella de vino de Ribera de Duero. Como siempre hacían brindaron por ellos antes de empezar a cenar.

En el postre, Carmelo aprovechó para mirar sus mensajes.

-Álvaro se viene mañana a pasar el día. ¿Te apetece? Ya sé que habíamos dicho de estar solos…

-Claro. Con toda esta movida, hace días que no quedo con él. Y los buenos amigos… suman siempre. ¿No te parece?

Carmelo sonrió.

-Llegará a media mañana. Le he dicho que se traiga el bañador.

-Yo pensaba que en ese estanque os bañabais desnudos.

Carmelo se echó a reír.

-Era para no ponerte nervioso.

-Que bobo. Si te he visto en pelotas un ciento de veces. Y tú a mí. Ahora no te hagas el recatado.

-Es por Álvaro.

-Otro que bien baila. Como si no se hubiera desnudado … vale, no es lo mismo. Él no se pasea por casa desnudo, como tú. Solo lo hace por exigencias del guion.

-De todas formas no creo que tú te bañaras desnudo allí.

-En eso tienes razón. No soy tan exhibicionista como tú.

-Pues no sé por qué. Estás muy bueno.

-Otra tontería. Si quieres nos ponemos tu y yo frente al espejo desnudos y comparamos.

-Vale. Y verás como somos distintos, pero tú eres muy atractivo. Para mí eres el hombre que más me pone del mundo.

-Eso es el amor que te nubla el gusto. – bromeó Jorge. – Le preguntamos a Álvaro a ver lo que piensa.

-Pero él no cuenta. A él le gustan otros cuerpos.

-Eso es cierto.

-Reconoce que está bueno.

-Lo está.

-¿Es uno de tus amantes en esos relatos que me dijiste?

-No. No. No suelo escribirlos pensando en alguien que conozco y que trato casi a diario. Y menos si sé sus preferencias que no se adecúan a las mías. Y mucho menos si es un amigo. No quiero… que por error lo leyera y se sintiera incómodo.

-Álvaro es de mente abierta.

Jorge se echó a reír.

-Pero no tanta. Nunca he visto que mirara a un hombre con deseo. Ni siquiera a ti, por mucho que dijera el bobo ese de Poveda. No sé como un tipo como él está en ese programa. Álvaro no te mira a ti de esa forma, mucho menos a mí. Con cariño, sí. Eso lo he notado a veces. Pero son dos conceptos distintos, dos miradas distintas. ¿Necesitas más explicaciones?

Jorge le sonreía.

-¡¡Celosón!! – le dijo de repente.

-¿Celoso yo de Álvaro? Alucinas. Pero dime ¿Con quién te…?

-La imaginación es libre. – explicó Jorge. – Dime tú con quién te has liado. Y te digo si lo haría yo.

-Quita, quita.

-No me cuentes que no te acuerdas. Estoy seguro que sabes de todos con los que te has acostado.

-No. Si hubieras apostado, hubieras perdido. De la mayoría no me acuerdo. Además, muchos fueron conocidos de una noche. No los he vuelto a ver. Cosa que era lo que pretendía.

-No me lo creo. El que casi todos fueran desconocidos. Sé que no es cierto. Los amantes casuales a los que echaste el lazo y les subiste a la habitación de hotel que pillaba más cerca, no me interesan. Los que sí, son los amigotes, los colegas, los que te ligaste en una fiesta VIP o en un estreno. El famoseo, digo. Esos son los que me interesa. No puedo decirte si me gustaría follar con el portero de la casa de tu amiga Herminia, si no conozco a ese tipo.

-Te olvidas muy fácil de que en una época me metía muchas cosas en el cuerpo. Y eso no es lo mejor para estar lúcido y recordar. Algunos conocidos sí, lo sabes, te he contado. Hugo, por ejemplo.

Jorge asintió.

-Sé de lo que me hablas. Los recuerdos entre niebla densa.

-Pero ahora mójate y dime. ¿Te acostarías con Hugo?

-Está bueno. Pero … no. Tiene un pasado… a descubrir. Pone mucho empeño en esconderlo. Tiene un antifaz puesto todo el tiempo. Me lo imagino mientras me penetra, cortándome la yugular.

-¡¡Joder!! ¡¡Qué bestia!! – Carmelo abrió mucho los ojos asustado por lo que había dicho el escritor.

Jorge se echó a reír.

-Se me ha ido el dramatismo. Perdón. Lo he expresado mal pero me has entendido a lo que me refería. Sin sangre, que conste. Dime otro.

-Álvaro.

-Pero ese no vale, no te lo has tirado.

-¿Tan seguro estás?

-Sí.

-Bueno vale. Pero ¿Te lo tirarías?

Jorge se quedó pensativo.

-Sí desde luego. Sería casi el amante perfecto. Al menos desde mi punto de vista.

-¿No has soñado con él?

Jorge abrió los brazos.

-En ese tipo de sueños, prefiero poner de actor principal a alguien que, aunque remotamente, su historia fuera posible. Ya hemos hablado hace un momento de ello. A no ser que sepas algo que yo no sé sobre ese tema.

-Era por picarte.

-Dime más. Me gusta este juego – Jorge dio una palmada para corroborar su afirmación.

-Pablo.

-Hummmmm, nunca se me ha ocurrido. O sea que no.

-Mario.

-Por supuesto. Pero no me creo que te lo hayas tirado.

-De este no afirmas como de Álvaro.

-A Mario no lo he tratado tanto. No lo conozco. Pero no creo que te lo hayas tirado. Ni opciones a hacerlo.

-¿No ha colado?

-Para nada. Más.

-Joan, el modelo.

-Uffffffff. Con ese he tenido hasta sueños húmedos cuando mi deseo era inexistente por las “vitaminas”.

-¿Te has levantado con la lefa fría sobre…?

-Por favor. Solo recordar esa imagen …

-¡¡O sea que sí!! ¡¡¡Has dicho recordar esa imagen!!! – Carmelo miraba a Jorge con los ojos muy abiertos por la sorpresa. – Aunque yo creo que lo peor es recordar esa sensación Tu pijama, que entonces lo utilizabas, seguro, todo pegajoso y frío…

-¡¡Calla, joder!! Daniel, que sabes…

-Pero si ya hablas de sexo sin ponerte colorado. Y además, lo estás haciendo con tu pareja de hecho.

-¿A sí? Pues no se nota. Estás maltratándome vilmente. No sé. Porque me acabo de dar cuenta además, que hace un siglo que no me besas… y tenía entendido que a las parejas se las besa de vez en cuando.

-Pero qué niño pareces a veces – se rió Carmelo. – Y luego dentro de diez minutos te quejarás de que eres viejo, de que si cuarenta tacos … que si tal …

-Habló el que no sabe poner al menos cinco voces distintas de niño pequeño con sus gestos correspondientes. Y sus mañas.

Carmelo acercó la cabeza despacio, sonriendo. Sin darse cuenta en ese viaje de pocos centímetros iba humedeciendo los labios. Cuando llegó a su destino, esos labios lubricados con forma de sonrisa, besaron los de Jorge que no pudo evitar contagiarse y sonreír también.

-Y que conste que poco o mucho, ya te he besado cien veces más que tu marido. – le recordó Carmelo a la vez que le recorría la cara besándosela.

-Me duele. Pero… te tengo que dar la razón. Y … he de decir… que habrá… que en número habrá sido cien veces más. En placer producido… ni elevándolo a la enésima potencia se alcanzaría una cifra que pudiera expresar el placer de todo tipo que me producen tus besos, tus miradas, tus caricias.

Aquella noche, en la casa de ese productor musical con fama de organizar las fiestas más guays, Jorge no se sentó en un rincón apartado a escribir. Era uno de esos días, escasos, en que se sentía inquieto. Vivo.

Miró a su alrededor. Saludó con un gesto a algunos conocidos. Buscó entre los invitados a ese actor rubio teñido con el que había charlado unos cuantos días. Pero no lo vio. Al que si vio a lo lejos fue a su marido. Estaba besándose con un hombre al que no conocía. Debía ser una nueva conquista, pensó.

Su “vida” se aplacó de repente. Solo pensar en su marido besando… le repugnaba. No soportaba el contacto físico con él. Casi de ningún tipo. Hacía años que no mantenían una relación sexual. Y los besos eran ocasionales. Y la verdad, poco satisfactorios.

Jorge se había ido convenciendo de que se había hecho mayor y por eso ya no le interesaba el sexo. Pero eso era una excusa. No tenía veinte años, pero si a los treinta, la gente renunciara a follar, como le gustaba decir a ese rubito teñido, el mundo se hubiera acabado hacía décadas.

Apartó la vista y el pensamiento de su marido. Le deseó mentalmente que follara a gusto con ese tipo, así le dejaría a él tranquilo. Paseó de nuevo la mirada por los invitados. Había varios hombres que le llamaban la atención. Uno de ellos, le miraba fijamente. Así que decidió devolverle el cumplido. Era un joven de unos veintitantos. No era guapo de cara, para lo que le solía gustar a Jorge. Su rostro era chupado, muy anguloso. Los labios eran lo único que tenía chicha en su cara. Por contra, sus ojos eran enormes. Negros. Nunca había visto unos ojos de un color tan oscuro. Parecía que eran capaz de atravesar las paredes incluso. Su cuerpo estaba bien proporcionado. Las piernas demasiado largas, por sacarle un defecto. Pero tenía un culo bien puesto, en su justa medida, levantado, seguido de unos muslos trabajados en la piscina. Marcaba buen paquete. Paquete que estaba hacía ya un rato a punto de caramelo.

Jorge se decidió y fue hacia él. Sin saludarse, le besó en la boca. El joven atendió a su invitación y empezó a acariciarle con sus manos, mientras le devolvía el beso.

-Me llamo Jorge – se presentó cuando pararon para coger aire.

-Tiziano, encantado – su acento era italiano.

-Sígueme.

Jorge le cogió del cinturón y tiró de él. Fueron hacia las habitaciones que el anfitrión dejaba para los que preferían tener sus juegos lejos de la vista de los demás. Abrió la primera habitación que estaba libre. Sin más, Tiziano se desnudó por completo. Jorge lo miró de arriba a abajo. Cogió con su mano el falo del joven, ya duro, y lo masajeó suavemente.

-Espero que no tengas ningún compromiso para el resto de la noche.

El joven Tiziano sonrió.

-Solo tenía en mente conocerte. Eso ya lo he cumplido. A partir de ahí, soy todo tuyo. Espero que me folles hasta el amanecer. Pero espera que te quite esa ropa… estarás más cómodo.

Jorge volvió a besarle a la vez que el joven le empezaba a desabrochar los botones de la camisa.

Jorge Rios.”

-¿Sabes escritor que me vuelves loco a veces? No sé si quieres que te bese, no sé que quieres en cada momento, unas veces hablas de sexo como si ya no te pusiera nervioso, otras te indignas… te vuelves a poner colorado… ahora me dices esas cosas tan bonitas…

-Querido. Cuando me compraste en esa fiesta de año nuevo, ya sabías que era defectuoso. Corroboraste ese hecho cuando fuiste por segunda vez a buscarme. No me has devuelto en siete años o los que sean que hayan pasado, ya no puedes. La garantía ha caducado. Se siente. Soy contradictorio. Y esas putas vitaminas siguen en mi organismo. Yo creo que a veces me vuelven los efectos. Es como si por alguna causa, en algunos momentos los restos que siguen en los riñones o en el hígado se liberaran y me hicieran volver al pasado.

-Que serio te has puesto, escritor. Pero no cuela ¿eh? Que te conozco y sé que muchas veces te gusta jugar conmigo.

-Tienes razón volvamos a lo de follar.

-No. No me acuerdo de más.

-Sergio el modelo. – le preguntó Jorge.

-Vale. Sergio el modelo. Si te acuerdas tú mejor que yo. Voy a empezar a pensar que me has puesto un detective privado.

-Me acabas de dar una idea. – Jorge le sacó la lengua – Me pone a cien.

-¿Otro baño nocturno en leche de escritor?

-Cabrón – Jorge le dio un puñetazo en el brazo mientras se reía.

-¡¡Eso es que sí, escritor!!

Carmelo volvió a besar con sonrisa los labios de Jorge.

-Me estaría así toda la noche.

-¿Hablando?

-Besándote, bobo.

-Dentro de un mes te aburrirás.

-Si he esperado siete años, creo que tardaré otros siete en pensar en aburrirme.

-Una cosa. Cambiando de tema y perdona por ser aguafiestas. ¿No guardarás por un casual las fotos de los selfies que nos sacamos con los camareros cuando les tenemos hasta las mil?

-Vaya. Se acabaron los besos y las risas. Volvemos a la vida real.

-Contesta, anda. Es importante.

Jorge le hizo un gesto para que le perdonara. Carmelo sonrió. Era imposible para él enfadarse con ese hombre que le miraba expectante.

-Algunas. Si salimos los dos. Si salgo yo solo, no, las suelo borrar al instante.

-Pues mira a ver si encuentras la foto de los camareros de aquella primera vez, bueno, de nuestro segundo encuentro cuando me fuiste a buscar a aquel bar.

-¿Por?

-Me ha parecido reconocer a uno de los camareros de aquella tarde. El que tenía una cicatriz en el labio.

-¿Como el camarero de “deJuan”?

Jorge sonrió satisfecho porque Carmelo hubiera reparado en ese detalle.

-¿Donde lo has visto?

-Es el que ha disparado contra nuestra casa. El que casi mata a Pere.

Carmelo se puso tenso y se le quitaron las ganas de bromear. Se levantó de un salto y subió a su habitación. Estuvo buscando en un cajón entre los teléfonos viejos. Al final eligió tres y los bajó. Cogió también unos cargadores de otro cajón.

-Tiene que estar en uno de estos teléfonos – le dijo tendiéndole uno de ellos a Jorge.

El de Jorge parecía tener algo de batería. Los otros dos no. Carmelo los puso a cargar un momento. Jorge encendió el otro y escribió la contraseña de Carmelo. Entró en el archivo de fotos. Empezó a mirar una por una todas las imágenes.

-Este yo creo que es posterior. Están las fotos que nos hicimos cuando fuimos al estreno de “Los hermanos Karamazov”. Mira, aquí estamos con Juan Echanove.

-Sí. Busca de todas formas en los archivos. Habrá una carpeta para nosotros. No están todas metidas ahí, pero sí la mayoría.

Jorge abrió la carpeta que le decía Carmelo.

-Madre mía, la de fotos nuestras que tienes. Muchas de ellas ni me acuerdo. Por Dios, debes borrar unas cuantas. Salgo en algunas para matarme.

-No exageres. Además, son recuerdos. Son nuestra vida juntos. Ese tipo de fotos no son para posar y decir: que bien estoy. Son para acordarnos de momentos bonitos.

-¿Quién es éste que sale con nosotros?

Carmelo se acercó a él y miró la foto que le mostraba.

-No lo sé. Eso es en “El Trastero”. Allí tuvo que ser que fuéramos a pasar la tarde. Alguien que se acercaría y nos pediría una foto.

Jorge miraba la imagen con atención. Era un joven muy apuesto. Era un poco más bajo que Carmelo y que él. Iba peinado muy formal para su edad. Con raya a un lado. La cara era chupada, sin mofletes. La nariz era bonita y del tamaño adecuado. La boca, ni grande ni pequeña, labios normales, no destacaba por ser finos ni voluptuosos. Pero había algo en la mirada que le llamaba la atención. Y eso que no miraba al objetivo. Tenía como un halo de misterio, de tristeza. Y de estar orgulloso también. ¿Sería por estar junto a ellos?

-Me la voy a mandar a mi móvil y le voy a pedir a Aitor que busque a este chico.

-¿Por qué tienes tanto interés en saber? Nos hacemos decenas de selfies cada día con gente que nunca volvemos a ver.

-Pero es que este chico…

Jorge volvió a las primeras fotos que había visto.

-Pero es que no es la única vez que nos fotografiamos con él.

Carmelo volvió a ponerse detrás de Jorge.

-Eso fue en el teatro Lara. Tienes razón, es el mismo hombre.

-Eso es en “La Llamada” el musical de los Javis.

-¿Por qué te ha llamado la atención? – reiteró la pregunta.

Jorge se quedó pensando.

-Me recuerda a alguien. Y su forma de mirarnos… me deja… no acabo de ser capaz de interpretarla. A veces me parece que… nos odia. Como si… te lo juro, me da la sensación de que si pudiera, nos haría daño. Otras me parece que es al revés… pero esa misma ambivalencia en la interpretación, me… intriga. No mira directamente nunca a la cámara.

Carmelo lo miraba pero su gesto seguía siendo de intriga. Jorge se dio cuenta que no acababa de transmitir lo que sentía al ver a ese chico. Al menos Carmelo no acababa de entender sus razones.

-Déjalo. No le demos vueltas. Será uno de tantos. Éste ha tenido la suerte de encontrarnos dos veces.

-Ya. Dos veces que sacamos las fotos con mi teléfono.

-Déjalo. Busquemos a ese camarero de ese primer día. Eso si que es importante.

Carmelo consiguió poner en marcha otro de los teléfonos. Fue al archivo y empezó a buscar.

-Creo que es este – le dijo a Jorge, acercándole el teléfono.

-No. Eso es en “El Cortejo”. Ese se llama Joaquín. Lo de la comisura es una verruga que le salió. Le operaron y se la quitaron. Ahora apenas se le nota la cicatriz. Ese sigue trabajando allí. Suelo coincidir mucho con él.

Jorge estaba todavía mirando el resto de las fotos que había en ese teléfono de Carmelo y de él. La mayor parte eran de los dos en eventos o con amigos. Con Biel había varias, cuando todavía Jorge y él no habían cogido confianza. Pero aún así, Biel parecía mirarlos con envidia.

-¿Biel ha estado pillado por ti alguna vez?

-¿A qué viene eso?

-Es que en esta foto, parece que nos miran con envidia. ¿Celos?

Carmelo vio la foto. Negó con la cabeza.

-Sí. Pero no es por eso. No es que esté celoso. Quería algo así para él. Una relación como la nuestra. Ya estaba obsesionado con Jaime. Por sus lecturas. No sentía celos de mí, sino que sentía celos por nuestra relación. Se imaginaba algo como lo nuestro con él. Ya te he contado, creo, que hasta contrató un detective para descubrir quien era y que lo investigara. No quería llevarse sorpresas si daba el paso de conocerlo.

-¿Eso lo sabe Jaime?

-Ni idea.

-Entonces… solo éramos amigos. Ni nos dábamos besos o nos cogíamos de la mano. Ni nos abrazamos como luego empezamos a hacer.

-Entonces fue cuando empezó la famosa frase: “Qué buena pareja hacéis…” – dijo Carmelo con voz ñoña. – Creo que nuestros afectos eran palpables, aunque nosotros pensáramos que no era así. Y de todas formas, yo le contaba a Biel. Es de los pocos con los que me he confiado para hablar de mis sentimientos. Sabe mucho antes de que me atreviera a acercarme a ti que me gustabas.

Jorge levantó las cejas resignado. Era cierto. Esa frase no era de los últimos meses o años. Prácticamente la empezaron a oír cuando comenzaron a dejarse ver en estrenos o en restaurantes. Desde el primer momento de conocerse habían demostrado tener una complicidad envidiable. Aunque sus muestras de cercanía o cariño fueran casi inexistente, o en todo caso muy comedidas.

-De todas formas tuviste un rollo con él.

-Lo tuve. Pero ninguno quisimos seguir adelante. Primero porque ambos estábamos en la dinámica de no repetir amante. De no comprometerse. De disfrutar de la vida. Y después, porque nunca ha surgido nada que no fuera amistad. No hubo sentimientos de ese tipo. Cuidado, nos queremos mucho, lo sabes. Pero no de esa forma.

-Pero eso de enamorarse de alguien por lo que escribe… – Jorge volvió a la conversación sobre Biel y Jaime – podría haber sido una mujer o un tipo despreciable que escribe bien. Hay muchos escritores que son leyenda que eran unos perfectos indeseables. Malas personas.

-O podía haber sido un niño. O un señor de ochenta años. O un conjunto de personas que escribían bajo un mismo pseudónimo. Todos conocemos casos parecidos.

Jorge hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

-Y puedes conocerlo y que esa persona pase de ti ampliamente. Podría no ser gay, por ejemplo. O no gustarle jóvenes, o no gustarles altos o tener reparos en estar con famosos. A Pepe Coantón le pasó. Le gustaba una chica y a ésta parecía gustarle también. En cuanto se enteró de que era actor y que era relativamente famoso, cortó radical. Habían quedado en sitios discretos hasta ese día, pero un día Pepe se despistó y les empezaron a seguir periodistas.

-¿Y no se enteró de eso antes? Pepe es bastante famoso, sobre todo después de aquella serie en la que lo petó.

-Ella no sería de series. O a lo mejor se pensó… yo que sé. El caso es que le dejó a la voz de ya.

-Pensaría que al ser famoso tendría una chica cada noche.

-Y puede ser. Algunos la tienen. Pero eso no quiere decir que si te enamoras, no puedas ser fiel. O puede que no le gustara nada salir en la prensa o en la televisión. Más amantes que yo, es difícil que nadie los haya tenido. Solo me he enamorado una vez.

Jorge sonrió y le acarició la mejilla antes de darle un beso.

-Me recuerda a la fama que había hace muchos años, por la que los padres se negaban en redondo a que sus hijas fueran actrices o salieran con actores. Pensaban que se iban a convertir en pelanduscas.

-La mala vida de la farándula. Y luego muchos no se comen un rosco en meses. O no se acuestan con un compañero de trabajo en la vida.

-Mira. Aquí está este chico otra vez. Nos mira mientras nos saca la foto Pedro Casablanc.

-Pues cualquiera diría que nos sigue. Ya son muchas fotos en las que aparece. Y todas en sitios distintos.

-¿A quién de los dos sigue?

-Tu no sueles sacar fotos. No podemos mirar en tus móviles.

-Alguna foto si saco. Me lo recuerdas cuando estemos en Madrid.

-Y mira, otra foto.

-Anda. En este teléfono también hay fotos de ese chico. Mira, en esta te mira con devoción.

Se la enseñó a Jorge. Pasó a la siguiente foto y volvía a salir él. Era la primera vez que miraba directamente al objetivo. Y seguramente sería porque le pilló desprevenido. Jorge se quedó un rato estudiando esa mirada.

-¿Qué edad tendrá este chico?

-Unos veinte años. No creo que muchos más – opinó Carmelo.

-O sea que ahora tendrá unos veintiséis – veintisiete.

-Más o menos.

-Entre estas fotos hay casi dos años. No ha cambiado nada.

Puso una foto del chico en los dos teléfonos. Y se las mostró a Carmelo.

-¿Por qué te interesa tanto? Es raro, vale. Pero… tu cara me dice que algo te preocupa. Al menos te intriga.

-¿Porque parece seguirnos? ¿Porque parece obsesionado con nosotros? ¿Lo está porque quiere acercarse y contarnos algo o porque nos quiere mal? Me intriga, tienes razón. Y no consigo interpretar su mirada. Me descoloca. Y eso, me preocupa. Porque además, hay algo en él que… me recuerda algo, o a alguien o… tengo una sensación rara desde la primera foto que hemos visto.

-¿Porque es guapo? – contraatacó Carmelo. – O lo más posible, porque sea fan de alguno de los dos.

-Es muy guapo. ¿Será modelo? ¿Actor?

-Le mando la foto a Narciso. Él conoce a todos los actores. A ver si le suena.

Jorge le mandó la foto por bluetooth al teléfono actual de Carmelo. Éste se la reenvió a Narciso, uno de los directores de casting más conocidos. No tardó en llegar la respuesta.

-No es actor.

La noticia pareció decepcionar a Jorge.

-Te has quedado mosca. Mándasela a Aitor. Que lo busque. No te lo pienses más.

-Sí. Lo voy a hacer. Aunque no me mola eso de… indagar en la gente.

-Piensas que es uno de esos chicos.

-Se me ha pasado por la cabeza, sí. Y quizás por ese maldito artículo no se atreva a acercarse. Pero a la vez… no me parece posible. En algunas fotos, he tenido la sensación de que nos odiaba. Más en concreto, que me odiaba a mí.

-A lo mejor te odia porque estás conmigo. Puede que haya dado un paso más que el resto de esos chicos y te ame.

-¿Dices? No sé.

-¿Y si Aitor lo encuentra? ¿Qué vas a hacer?

-Ni idea. Depende del día que lo sepa. Además, puede estar muerto. O haber emigrado.

-O haber perdido su interés por nosotros.

-No creo. ¿No ves como nos mira?

-Estás obsesionado con su mirada…

Carmelo se quedó callado; hizo un gesto de triunfo. Le tendió el móvil para que Jorge mirara la imagen.

-¡Este es! Joder. Es el tipo que disparaba a casa.

-Joder. ¿Qué hacía trabajando en esa cafetería? No recuerdo haberle vuelto a ver.

-Yo tampoco. Pero está con Arancha. Le podemos llamar mañana y preguntar.

-Espera. Mejor mandamos la foto a Yeray y que ellos se encarguen. No deja de ser un puto asesino. Ha querido matarte.

-Sí. Mejor que de éste se ocupe la policía.

-Yo no lo hubiera reconocido.

-Es por esa cicatriz. Si no, no lo hubiera recordado tampoco. Pero es la cara que le puse a Romeo, ese personaje de “deJuan”.

-Romeo es un matón. – le recordó Carmelo.

Jorge se quedó sorprendido.

-Joder. No había caído. Qué bobo soy. Que … ironía.

-Venga, ayúdame a recoger y nos vamos a la cama.

-¿Y si antes nos sentamos un rato en nuestro rincón y tomamos un whisky? Pones un poco de música…

-Vale. Pero si me puedo sentar en tu regazo.

-Claro. Si no lo haces, me enfado.

Carmelo y Jorge se levantaron. Dejaron los teléfonos cargando. Parecía que ambos tenían la intención de seguir mirando las fotos que había en ellos.

-Puedes subirlas todas a la nube.

-¿A la tuya?

-Claro.

-Mañana lo hago.

Recogieron los restos de la cena y Jorge fue a servir los whiskys al mueble de los licores. Carmelo le esperó a pie de escalera. Le rodeó con su brazo por la cintura y subieron al primer piso. Jorge se sentó en su butaca mientras Carmelo cogía el mando de la casa y apagaba todas las luces salvo la que tenían detrás de ellos. Puso un poco de música, el “cuarteto americano” de Dvorak y se sentó encima de Jorge. Éste le rodeó con su brazo y aquel apoyó la cabeza en su hombro, después de darle un beso en la mejilla.

Poco más se dijeron esa noche. Les bastó con sentirse el uno el otro.

-Me han dicho que es tu primera vez con un hombre.

El joven miró a su pareja.

-¿Se me nota tanto?

-Solo sé que he pagado el triple por desvirgarte.

-Sí, es mi primera vez.

-Siempre he pensado cuanto te veía que te gustaban los hombres.

-Pues te equivocas.

-Te he visto en fotos con ese escritor. Te gusta.

-Le aprecio. Nada más.

-Le deseas.

-Te equivocas.

-Mejor. Así seré el único hombre de tu vida.

-Al menos serás el primero.

-Será al que recuerdes. Verás como lo vas a disfrutar.

Jorge Rios.

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