Necesito leer tus libros: Capítulo 45.

Capítulo 45.-

No se olvidaron de lo que les tenía que contar Martín. Pero en cuanto pidieron los cafés, su mesa se convirtió en lugar de peregrinaje. Menos mal que la mesa era amplia.

Para desgracia de Jorge, los primeros en presentarse fueron los dos hombres que no acababa de situar. Venían acompañados del joven al que no conocía y que les acompañaba en la mesa. Tuvo la sensación de que era el protagonista de la visita. Jorge no le echó más de dieciocho años. Parecía nervioso, enfadado, tenso. Avergonzado. Parecía mirar con recelo a Jorge. Aunque éste también creyó distinguir un rastro de esperanza. Tenía fija al vista en él, aunque lo observaba a escondidas, con la cabeza gacha. Era un poco más bajo que Jorge, aproximadamente de la misma altura que Martín. No destacaba por su belleza, pero todos pensaron que si ese chico cambiaba un poco el gesto, posiblemente fuera atractivo. Pelo oscuro, casi negro, muy corto, cortado a cepillo. No le favorecía nada. Le hacía cara de brutote. Sus cejas oscuras, no muy anchas. Ojos marrones, labios finos, boca amplia. Tenía dos cicatrices en ambas mejillas. Eso en lugar de afearlo, le daban un toque interesante. El labio superior también parecía partido justo en el centro. No parecía dormir bien, porque tenía unas ojeras importantes.

El chico levantó la cabeza de repente y se quedó mirando fijamente a Martín y a Carmelo. Ninguno de ellos le retiró la mirada. Martín de repente se acercó a él y lo abrazó. Carmelo meneaba la cabeza negando. No dejaba de murmurar “no puede ser, no puede ser”.

-Jorge queremos que conozcas a Saúl. – dijo uno de los hombres.

Al escritor en ese momento se le iluminaron los recuerdos. La voz fue lo que hizo que su mente recuperara el archivo correspondiente de su memoria. Y al decirle el nombre del joven, todo cuadró. Una de las escoltas le hizo gestos para indicarle que esos hombres iban armados. Carmelo fue el que les contestó con otro gesto para tranquilizarlos. Había intuido quienes eran esas personas y sabía que eran amigas.

-Romeu y Fernán. La de tiempo. Saúl ¿Me permites que te de un abrazo? Te estaba esperando. Me habló el otro día tu padre de ti.

El chico hizo una mueca para asentir. Jorge le pegó a su cuerpo y le apretó fuerte. El chico le respondió de la misma forma. No parecía que una vez dado el paso quisiera soltarse. Estuvieron unos minutos sin aflojar. Saúl parecía que se había abandonado completamente en brazos de él. Fue Jorge el que se soltó primero pero lo cambió rápidamente por cogerle la cara con las manos, acariciándosela con los pulgares suavemente y mirándole directamente a los ojos unos instantes, antes de darle muchos besos en las mejilla, buscando sobre todo las cicatrices, incluida la del labio.

El joven parecía taciturno. Pero a la vez parecía no querer perder el contacto físico con Jorge. Seguían con sus manos rodeando la cintura del escritor a la vez que éste seguía con las manos en su rostro.

-Ya está todo bien – le dijo en voz baja. – Ya estás entre amigos.

-No sé lo que es eso.

Sorprendió a todos el timbre de su voz. Era una voz ronca, monocorde, sin vida. Desde que Martín había tenido el impulso de abrazarlo después de intercambiar las miradas, el joven parecía a punto de echarse a llorar, pero se contenía. Esa sensación se había incrementado cuando Jorge lo había abrazado con esa intensidad. Carmelo y Martín que por su situación veían la cara del joven, observaron como había cerrado los ojos y pareció relajar su cuerpo un poco. Hasta ese momento, se le notaba tenso. Mientras se había acercado a ellos siguiendo a esos hombres, miraba a todos lados asustado. Parecía buscar algún peligro y tenía todos los músculos en preparados para repeler esa agresión o salir huyendo.

Era claro que el escritor le daba seguridad. Y que tanto Carmelo  como Martín le llamaban la atención. Y tenían claro los dos que no era porque fueran actores conocidos. Era algo mucho más profundo e íntimo.

Jorge le fue murmurando palabras tranquilizadoras al oído, palabras que salvo el joven, ninguno pudo escuchar.

-¿Quedamos en eso? – preguntó Jorge en un volumen para que todos lo pudieran oír.

-Claro.

-¿Me das otro abrazo?

Su respuesta fue pegarse a su cuerpo de nuevo. Y hundir su rostro en el cuello y hombro de Jorge. Éste empezó a acariciarle la cabeza. Jorge le hizo un gesto a Carmelo para que se uniera. Carmelo anduvo los dos pasos que les separaba y se pegó a ellos rodeándolos con los brazos. Martín, sin que le dijera nadie nada, hizo lo mismo. Los tres pudieron sentir entonces como el chico al final acababa llorando. No fueron lágrimas solitarias cayendo por sus párpados. Era un llorar en forma de estertores por todo el cuerpo.

Jorge rompió el abrazo.

-Ahora debes irte.

Le limpió la cara de lágrimas con los pulgares mientras le miraba a los ojos.

-Pero…

-Hazme caso. Debes irte. Te prometo que en unos días iré a hacerte una visita a tu casa.

Miró a Romeu y Fernán. Señaló con las cejas al reservado de al lado. Ellos comprendieron enseguida. Romeu puso su mano en la espalda de Saúl para guiarle hacia el comedor.

-No te olvides de mí – le imploró el chico. – Te necesito.

Jorge volvió a cogerle con las manos la cara y le miró a los ojos, así, a apenas un palmo de distancia.

-Nunca te olvidaré, Saúl. Mi Príncipe. Formas parte ya, de nuestra familia. En unos pocos días iré a verte. Te lo prometo. Confía en mí.

El joven amagó con una ligera sonrisa. Su rostro cambió radical. Jorge miró de reojo hacia el reservado y sus viejos amigos entendieron. Cogieron al joven por los brazos y salieron de la terraza. Jorge se quedó mirando hasta que se perdieron de vista. Miró de refilón hacia los biombos. Respiró tranquilo al comprobar que nadie había salido.

-No he acabado de entender lo que ha pasado aquí – dijo Martín, que a su pesar, se había emocionado. – Perdonadme un momento, necesito ir al servicio. Iré a los del otro lado del comedor. A lo mejor me salgo un momento a la calle para respirar. Me estoy ahogando.

Carmelo bajó la vista. Parecía estar pensando en lo que había sentido en ese encuentro. Le había afectado como a Martín, aunque él no podía irse y dejar solo a Jorge. De buena gana lo hubiera acompañado y se hubiera sentado en alguno de los bancos que bordeaban el aparcamiento. Intuía que el escritor había percibido algún movimiento en el reservado que le había hecho meter prisa a los hombres de Roger para que se llevaran al joven.

Jorge en cambio, parecía otro. Parecía controlar la situación. Tenía una mirada decidida, dura incluso. Acarició el rostro de Martín y le besó en la mejilla.

-No es el momento. Pero hablaremos de ello. Vete. Si tardas iré a buscarte.

Martín, después de hacer una mueca que pretendía ser una sonrisa, pero que en todo caso demostró todo lo que quería a Jorge, empezó a andar a paso ligero y decidido camino de los servicios que había en la entrada, al lado de la recepción.

Fue entonces cuando unos camareros retiraron una parte del biombo del reservado. Un hombre mayor se dirigió a ellos caminando despacio. Carmelo le hizo un gesto a Jorge para que se diera la vuelta. Éste lo hizo de inmediato, pero sin parecer apresurado.

-Jorge Rios. – saludó el hombre cuando estaba a unos pocos pasos de ellos.

-Sr. Valbuena, que sorpresa.

Se estrecharon las manos con mucha ceremonia.

-¿Ya ha llegado a un acuerdo con Óliver?

El hombre sonreía amigablemente. Pero no quería perder el tiempo con fórmulas de educación. Quería ir al grano.

-Estamos en ello. Me está costando convencerlo. A lo mejor debería valorar otras opciones de representación legal.

-Seguro que lo consigue. Acuérdese de lo que le comenté.

-No lo olvido, se lo prometo.

-No quisiera tener que asistir a su funeral. Creo que no captó bien las implicaciones. Al menos eso deduzco después de su visita a la embajada de Francia. Me han dicho que le gusta pasear por las estancias privadas.

La sonrisa seguía en sus labios, pero el resto de su cara mostraba un rictus duro y autoritario.

-Las capté perfectamente. Y como tengo una imaginación muy fértil, fui mucho más allá. Y gracias a Dios, la memoria me va volviendo. Y he de decir, que las partes que más me gustan de la embajada, son esas a las que casi nadie tiene acceso. Te puedes encontrar… grandes obras de arte, junto a algunos fantasmas del pasado. Fantasmas que tienen los días contados. De una u otra forma, acabarán comiendo barro.

La sonrisa del abogado pareció que se congelaba.

-Veo que todo son buenas noticias. Esperemos que esos bulos que tanto proliferan en los últimos tiempos no pasen a abrir el editorial de Carlos Alsina, tu gran amigo en las ondas.

Los bulos son eso, bulos. Aquí estamos. Para eso hemos venido, para que todos vean que no es fácil amedrentarnos. Contamos con usted y sus amigos para que así lo digan a quien deba saber.

El abogado miró a Carmelo, que no le quitaba la vista de encima. Su gesto se había vuelto adusto. Duro. En cambio, Jorge tenía un gesto decidido, también plagado de una pátina de autoridad, aunque de distinta forma a la que emanaba del abogado Valbuena. El del abogado demostraba todo el desprecio que le producía la persona del actor.

-Les dejo. Me reclaman en la reunión.

El hombre se giró y volvió al reservado. No hizo intención de estrecharles las manos. Ni siquiera hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida. Tampoco quiso cruzar su mirada con la de Jorge. Los camareros volvieron a poner el biombo.

Dime Jorge.

Carmen acababa de contestar la llamada del escritor.

-¿Podemos hablar?

-Espera un momento.

Jorge escuchó como Carmen se movía. Luego cerró una puerta y bajó unas persianas de esas de oficina.

-¿Ha pasado algo?

Jorge le contó lo sucedido con Otilio Valbuena.

-¿O sea…?

-Solo se ha podido enterar por los esbirros que estaban trabajando al chico. Por cierto ¿Cómo está?

-Mal. Tiene la cabeza a pájaros. Quería ir a trabajar al día siguiente. Manzano le dio un sopapo, literal. Le habló muy enserio. Le ha dado la baja para quince días.

-¿Alguien se queda con él?

-De momento Elio, el novio de Matías. Ese joven sabe como afrontar el tema.

-No lo conozco ¿verdad?

-No. Tampoco has coincidido todavía con Matías. Está en Murcia con un caso. ¿Le has contado a Carmelo?

-No.

-Mejor. ¿Estás bien?

-Me ha dejado mal cuerpo el abogado éste.

-Me extraña que se haya significado tanto.

-Todo ha sido muy sutil.

-De sutil, nada. Sabía que lo entenderías. Te lo ha lanzado a la cara. Punto. Como un guante en la época en la que los duelos eran lo habitual entre la gente de bien.

-Me da que no pensaba que Carmelo lo iba a hacer. Le ha mirado como se mira a un perro. Conmigo no se ha atrevido.

-Prejuicios. Muchos piensan que los actores son idiotas. Luego, cuando escuchan que uno es listo, lo toman como una excepción. Carmelo tiene fama de ser… tonto, un drogata, viva la virgen… y está bueno, lo que le resta todavía más. Encima tú siempre le tomas el pelo con lo de rubito, tomando esa broma tan celebrada hace unas décadas de que las rubias eran tontas. Muchos creen que los guapos son bobos. Así que si juntas todos esos detalles en Carmelo, no te extrañe que haya personas que piensen que es tonto. Y encima se junta a un hombre diez años mayor que él. Eso anima a pensar que lo hace para darse un poco de nivel cultural. Deben de creer que Dios ha repartido las prebendas de forma equitativa. Pero no es cierto. Hay feos que son idiotas integrales, además de ser malas personas, y hay guapos, inteligentes y encima, adorables.

-Casi prefiero que le tomen por tonto. Es más seguro para él.

-El otro día te significaste de una forma…y he de decir que hoy también lo has hecho. No te has contenido.

-Ya. No me reconozco en esa forma de actuar. Pero a la vez, en la embajada sentí que no era la primera vez. Sabía como comportarme y lo que hacer. Y la verdad, Olga no me dejó alternativas. No elegí yo esa performance. Y si te soy sincero, toda esta gente, ya sabía lo que había. Los que me conocían. A ellos es a los únicos que no les ha extrañado. En todo caso, les extrañó que Helga y Hugo me ayudaran. En esas expediciones, si no me equivoco, iba siempre solo.

-Ya te digo que de al menos dos casos, tengo noticias. Por eso te llamó Olga. Y sí, en las dos fuiste solo.

-Vuestros secretos.

-Todos los tenemos. Tú también.

-Pero los vuestros, pesan.

-De alguna forma, todos lo suelen hacer. Tus secretos también deben pesar un quintal.

-Te dejo. Helga me hace un gesto para avisarme que Carmelo viene a buscarme.

-Habla con el embajador. A ver que te cuenta.

-Mañana. Tienes razón.

-Y recuerda que, aunque el orgullo pueda pesar a veces, es mejor que piensen todos esos que no te enteras de nada. Y Carmelo a todos los efectos, es un rubio tonto y desmemoriado. Y si es necesario, a ti te escriben las novelas un equipo de guionistas que tienes contratado.

-Lo de Carmelo y rubio tonto, te lo compro – bromeó Jorge – Lo de que me escriben las novelas… eso es algo que corre por ahí. Como eso de que soy un mafioso o hago matar a presos en la cárcel.

-Por eso lo digo. No hace falta que pagues a alguien para que lo desmienta. Es mejor que tus enemigos piensen que eres débil. De todas formas, lo de la mafia y lo de mandar matar a ese pobre idiota que te chantajeó, yo lo denunciaría. Si no lo haces, puede decir que eso demuestra tu culpabilidad.

-Eres la segunda persona que me lo dice. Os haré caso. Te dejo – se despidió en un susurro.

-¿Se te ha encajado el trasero en la taza? – bromeó Carmelo a través de la puerta.

-Mi dosis de soledad – se excusó Jorge abriendo la puerta.

-Pues dame mi dosis de besos.

-Madre mía. – exclamó el escritor mientras le besaba largo en los labios.

Jorge empezaba a extrañarse. Carmelo parecía estar cada día más necesitado de gestos de cariño. Tendría que fijarse si estaba recuperando el tiempo perdido o era un síntoma de que algo le pasaba. Y cada vez le dejaba a él más la iniciativa de su vida en común. “¿Y si no soy el único que guarda secretos?

Fue un flash que pasó a velocidad del héroe del cómic por su cabeza.

Jorge Rios.”

Jorge le hizo un gesto a Carmelo y se sentaron. Los escoltas estaban tensos. Todos se habían levantado de las mesas en las que habían cenado, y se habían distribuido por el espacio. Cuatro de ellos estaban a apenas un par de metros de Jorge y Carmelo.

-Helga, si no te importa, diles a dos de vuestros compañeros que salgan y echen un vistazo a Martín.

-Se lo he indicado a los que están fuera. No te preocupes. Uno ha entrado al servicio. Todavía está allí. ¿Estás bien?

El escritor asintió con la cabeza.

Jorge se sentó en la mesa. Carmelo se puso a su lado.

-¿Así fue la reunión en Concejo?

-No. Ha subido de nivel. Aquello fue mucho más… sutil. Y él no perdió nunca la compostura. Hoy la ha perdido.

-¿Por qué le has provocado?

-Por lo mismo que tú le has mirado de la forma que lo has hecho. Me has dado la razón. Has sentido algo.

Carmelo bajó la mirada.

-No exactamente. He sentido que te amenazaba. Nada más. Eso es algo que no puedo soportar. Lo siento. He reaccionado por instinto.

-Tendremos que aprender a disimular esas cosas. No conviene…

-¿Eso lo dices tú que no solo le has dicho que tienes una imaginación fértil sino que le has dejado claro que recuerdas cosas, que por otra parte no recuerdas? Y no sé que otra lindeza le has dicho… eso ha provocado que sacara su mejor cara de odio hacia ti y de desprecio hacia mí. ¡Ah si! Algo del barro y de una excursión por las zonas no accesibles de la embajada.

-Tienes razón. Creo que he sido imprudente. Es mejor parecer tonto. – Jorge no entró en el tema de la embajada. Y no podía recular en lo referente a ser sincero sobre su excursión secreta. Y Carmen parecía convencida de que era mejor no decirle. Y si Carmen lo pensaba así, es que lo había hablado con Olga. Y ella conocía bien a Carmelo.

-¿Se puede?

Ernesto y Arturo llegaban acompañados de Raúl, el amigo de Arturo.

-¿Y tus amigos? – preguntó Jorge a Ernesto. – Espero que no se hayan sentido cohibidos y por eso no hayan venido.

-Han tenido que irse. Era su despedida. Cogen un avión para Islandia. Van a trabajar allí.

-Anda.

-Jorge, el peque quiere saludarte.

Arturo le tendió su teléfono. En la pantalla estaba Tomás.

-Pero que tío más guapo la madre que te trajo. Cariño.

-Joder Jorge. La de tiempo. Que sepas que te he echado de menos. Y que llevo siempre un libro tuyo. Me gusta releer trozos para sentirte a mi lado.

-Pues haberme llamado. Joder. Que bonito. Me has emocionado Tomás.

-No tengo tu teléfono.

-La madre que te parió. Siempre confías en tu padre o en tu hermano. Cuéntame como te va en Londres. Ahora te mando mi número de teléfono. El mío, no el de mi agente ni nada de eso.

-Sentaros. Raúl, siéntate tú también. Que no mordemos. – les indicó Carmelo.

-Es que es fan tuyo – anunció Arturo para desesperación de su amigo.

-Ahora nos sacamos una foto. ¿O prefieres un beso? ¿Las dos cosas?

Carmelo les acercó unas sillas. Y luego besó al amigo de Arturo que casi se desmaya del susto.

-Ernesto, haz algo. Sácanos una foto a los tres. Ven, Arturo. Lo dos juntos y yo en una esquina.

-No joder, tú en el centro.

-Una de cada, hala. Venga poneros que no tengo toda la noche. – se quejó Ernesto con gesto bromista.

-¿Te vas a poner a escribir ahora papá?

-Habrá que dormir. Digo yo. Y te conozco, querido, como si fuera tu padre. Y sé que o te empujo, o te quedas en babia.

Ernesto al final les sacó un montón de fotos. Raúl pareció perder el miedo a Carmelo. De todas formas no le quedó más remedio, porque después de innumerables golpes en el hombro, un par de intentos de hacerle cosquillas y de morderle por sorpresa la oreja, al final tuvo que rendirse y defenderse de los ataques de su ídolo.

-¿Queréis un café? ¿O pedimos ese surtido de postres…?

-Joder, Carmelo. Como tú no engordas ni a tiros… – se quejó Arturo.

-No me tomes el pelo, Arturito. Si estás como un pincel.

-Ya, y una mierda. La prueba es que nunca has querido tirarme fichas.

-Serás mamón. Pero si siempre me decías eso de…

-¡¡Calla!! ¡¡No desveles nuestras conversaciones privadas!!

Carmelo se echó a reír mientras Jorge seguía hablando con Tomás y bromeando con él.

-Tráenos por favor ese surtido de postres. – le pidió Ernesto al camarero – ¿Martín se ha ido? – preguntó a Carmelo.

-No, está en el baño, empolvándose la nariz.

-Estos actores… con lo guapo que es el jodido. No necesita nada. ¿Cuántas veces os han dicho que parecéis hermanos?

-¿A sí? Ahora me entero.

Estallaron todos en carcajadas, mientras Carmelo sonreía picarón.

Nota:

Podéis empezar a leer la historia en este enlace: Capítulo 1.