Necesito leer tus libros: Capítulo 48.

Capítulo 48.-

Los planes están para romperlos. Eso pensaron todos el domingo por la mañana. Decidieron no comer en la Hermida 2, por lo que ni Carmelo ni Jorge se fueron a comprar. Tampoco tuvieron que cocinar.

En el desayuno, Ernesto se acordó que unos amigos habían abierto hacía unos meses un nuevo restaurante en Cantarranas del Pico, un pueblo a treinta kilómetros de Concejo. Todavía no había tenido la oportunidad de ir a probarlo. Así que propuso el plan y todos aceptaron.

Arturo se entretuvo hablando un rato con Martín, hasta que éste se disculpó y se fue a su habitación. Raúl ya se había ido a dormir hacía un rato. Cuando se quedó solo, Arturo salió al jardín y se sentó en uno de esos cenadores que había repartidos por la propiedad de Carmelo. Aunque le había oído hablar de ese sitio decenas de veces, y les había enseñado fotos a su padre y a él, le había sorprendido gratamente el lugar.

¿Por qué estaba tan triste? No dejaba de preguntárselo. Todos los días tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder llevar una actividad medianamente normal. Ponerse a escribir, investigar algunos datos para sus novelas, leer lo que había escrito su padre y corregirlo… llamar a Tomás… todos los días pasaban al menos veinte minutos hablando. Tomás no lo perdonaba nunca.

Luego, algunos días que estaba más animado, salía por ahí a dar una vuelta. Aunque la mayor parte de los días que salía de casa era con su padre y porque ya se había enfadado de verdad. Y si algo quería evitar en la vida era que su padre se enfadara con él, se preocupara en demasía o se pusiera malo.

Ernesto cogió el Covid casi al principio. Arturo, a pesar de lo que todos le decían, no se separó de él. Los médicos que le cuidaron mientras estuvo en coma, después del accidente en el que murieron su madre y su hermana, lo consideraban una persona de riesgo. Tantos días en coma, pensaban que a lo mejor le había dejado más débil que los demás. Pero a él le dio igual. No escuchó a nadie. Echó de la casa a Doris, la mujer que se encargaba de que todo funcionara y se convirtió en el perfecto cuidador de su padre. Apenas pasó tres o cuatro días un poco más fastidiado. Él le insistía para que se fuera también, no quería que cogiera el covid.

-Te vas a contagiar… Mira lo que te dicen los médicos…

-Me da igual. Ahora me toca a mí cuidarte. Tú dejaste de dormir durante meses para estar conmigo, para inventarte historias que contarme. Para lavarme, para besarme, para acariciar mi cara, mis manos… darme masajes en las piernas, en los pies… activar la circulación de la sangre como te enseñaron en el hospital. Luego me han contado que parecías un zombie algunos días de lo cansado que estabas. Pero seguías allí, cada noche, a full conmigo. Y a la vez, intentando recuperar tu carrera de escritor para que luego, cuando te quedaras con Tomás  y conmigo, nadie pudiera decir que no tenía como ganarte la vida.

-Pero eso no serviría de nada si ahora caes enfermo y te mueres.

-No me voy a morir. Y en todo caso, debería estar muerto hace años. Estoy vivo por ti, papá. Porque te empeñaste y no supe decirte que no. Eres un perfecto cabrón. Ahora, me toca a mí cuidarte.

Ernesto no dijo nada más. Aceptó los cuidados de su hijo. Se lo agradeció de todas las maneras que pudo. Cuando la PCR dio negativa, le abrazó muy fuerte y le comió a besos. Arturo en esa ocasión, ni siquiera intentó hacerse el ofendido por esas muestras de cariño de su padre. Era una broma de ellos. Cuando Ernesto le besaba, el ponía cara de estreñido, como decía su hermano Tomás. Como si no le gustara nada. Pero su resistencia a esos cariños era casi nula. Aunque Ernesto hacía la comedia de que le forzaba a recibir sus besos de abuela.

Ernesto se levantó preocupado. Había estado escribiendo un rato en el portátil que le había dejado Carmelo. Había visto salir a Arturo a la calle. Miró por la ventana y lo vio sentado con cara de congoja. La noche era fresca y solo llevaba una chaqueta fina encima de la camiseta. Cogió un abrigo, uno que le había dejado Jorge y salió a buscarlo. Se lo puso por encima y se pegó a su cuerpo, abrazándolo por detrás.

-No quiero que te resfríes.

-Qué más da – dijo en tono triste.

-No me da igual. Arturo, eres mi vida. No puedo perderte. Te fallé en el momento importante. Te dejé en manos de tu tío, por no enfrentarme a él.

-Eso es una tontería. Si estoy vivo es por ti. No lo olvides.

-Pero eso … no … – no sabía como explicarse. Decidió dejar que las ideas salieran a su aire – No puedo permitir que supedites tu vida a la mía. Me duele verte en casa. Sin ver a los amigos. Solo hablando con Tomás y conmigo.

-Nadie merece la pena salvo vosotros.

-Jorge te quiere. Llámale a él por lo menos. Siempre habéis hablado mucho y os habéis entendido muy bien.

-Es tu amigo.

-Y el tuyo. No me molesta que quedes con él sin ir yo o que le llames por tu cuenta. Jorge tiene conversación y cariño para un ciento de personas. Él no es amigo tuyo por ser mi hijo, lo es porque le caes bien, porque te aprecia y porque gusta de tu compañía. Seguro que en el restaurante te ha dicho algo de eso cuando te ha hablado al oído.

Arturo se encogió de hombros. Al cabo de unos segundos, suspiró resignado.

-A lo mejor te hago caso. Me gusta su compañía. Tienes razón.

-Un montón de amigos que me preguntan por ti.

-No necesito a nadie más.

-No conviertas nuestra vida en la de un matrimonio aburrido y sin sexo. No es lo que yo quería para ti.

-A lo mejor deberíamos tenerlo. Sexo.

-¿Es lo que quieres? Técnicamente no eres de mi sangre.

-Solo quiero que estés bien Ernesto. Que escribas, que sigas tu pasión. No crearte problemas. Es mi fin en la vida.

-No me los creas, joder. Si eres… corriges lo que escribo, haces más de la mitad de las novelas, te ocupas de los papeles y esas gestiones que me cuestan… Rosa está encantada contigo. Pero no sales con tus amigos, no… haces caso ni a novias ni a novios… a todos los dejas a los pocos días… ya te estás preparando para dejar a Raúl. Y ni siquiera lo vas a sustituir por Martín, que te ha gustado.

-Yo no le gusto a él. Juega en otra liga.

-Que bobadas dices. Es sobrino de Jorge.

-Es buena gente, no me malinterpretes. Pero no.

-Si supieras lo que me entristece verte así, tristón… ¿Quieres que busquemos un psiquiatra? A lo mejor nos puede ayudar. A los dos.

-Ni se te ocurra.

Ernesto dejó de abrazar por detrás a Arturo y se sentó a su lado en el mismo banco en el que él estaba. Volvió a abrazarlo y éste apoyó la cabeza en el hombro.

-Soy una carga para ti – dijo Arturo echándose a llorar.

-Para nada. Eres mi vida. Tomás y tú sois lo único que tengo. Llora, mi niño. Llora. Desahógate. Pero nunca me pidas que te deje ir ni que deje de quererte.

Jorge Rios.”

Esa mañana de domingo, Carmelo se fue con Ernesto, Arturo y Raúl a bañarse en el “Estanque de los encuentros”. Jorge y Martín se quedaron en casa, zascandileando. Jorge sentado en su butaca con el portátil sobre las piernas escribiendo, y Martín leyendo en la tablet un nuevo relato de Jorge.

-Me tienes que mandar lo que escribiste. – le recordó Jorge.

-Ya lo he hecho. Lo tienes en el correo.

Jorge se sonrió. Abrió el correo y efectivamente, ahí estaban los escritos de Martín.

Aquel día del mes de mayo las cosas cambiaron de forma radical. Rodrigo recogió cuidadosamente sus cosas de la habitación de la Residencia. Metió en las maletas lo que se iba a llevar y dejó sobre la cama lo que no se iba a llevar. Entre las cosas que dejaba atrás estaban todos los manuales que le habían dado en los últimos meses para adoctrinarle en las enseñanzas del líder de la Iglesia del alma de Dios.

Le había costado tomar esa decisión. Cuando llegó a esa residencia estaba casi en el fondo de un abismo. Le faltaban apenas diez centímetros de caída para empezar a respirar el barro de los sumideros de su vida y acabar como un cadáver bonito por lo que pudo ser. Porque bonito ya no era en aquel entonces. La desesperación de su infancia plagada de infamias, violaciones y palizas para solaz de los que de alguna forma debían haberse ocupado de él.

Tuvieron además la habilidad para hacerle sentir culpable. Todo lo que sucedía de malo en su vida lo había provocado él. El demonio había tomado su cuerpo cuando al nacer provocó la muerte de su madre en el parto. Y desde pequeño, se convirtió en el propagador de la simiente del mal a su alrededor.

No recuerda exactamente como apareció el gran maestro en su vida. Ese Guterres con su dulzura impostada y sus palabras de redención. Le cogió de la mano y lo llevó a la residencia. No antes sin pasar por su casa y recoger todo lo de valor que había allí. Su padre no lo echaría de menos, le dijo con una sonrisa.

En la residencia de la Iglesia del alma de Dios, tenía todo organizado. Desayuno a las tal. Meditación a las cual. Reunión con su grupo de trabajo. Sexo grupal. Hora del ejercicio obligatorio. Reconocimiento médico cada mes.

El cambio en su vida había sido radical. Ahora no tenía que preocuparse por comer, o por comprar calzoncillos. Tenía libros en la biblioteca, tenía televisión, tenía música …  era difícil renunciar a todo eso, cuando se venía de donde lo hacía él.

Sexo grupal. Eso le debería haber hecho pensar. Tampoco era extraño que no se extrañara. Era algo placentero. Y los preceptores de la iglesia de Guterres, lo vendían muy bien diciendo que era la forma de entregarse a los compañeros y compartir los momentos de gozo y placer para así luego, poder también compartir los momentos duros o de zozobra.

Entre los miembros de su grupo de “trabajo” estaba Evaristo. Era un año mayor que él. Era distinto al resto. Muchos días le tocaba como pareja en la terapia del sexo grupal. Mientras tenían sexo, un día Evaristo le susurró al oído: “No tomes la leche del desayuno, nos drogan”. Rodrigo fue a decirle algo, pero ese chico empezó a gemir de placer al ritmo de las embestidas de la penetración de Rodrigo. En un momento dado, le puso la mano en los labios par indicarle que debía tener cuidado con lo que hablaba. Rodrigo se la beso, y le lamió los dedos, como si fuera parte de su juego sexual. Juvenal entonces le penetró a él y así estuvieron un rato los tres, buscando el placer que les acercaría a Dios. Aunque Rodrigo no pudo evitar fijarse por primera vez en la estancia donde estaban. Se fijó en las cámaras que había en todas partes. Se fijó en el resto de sus compañeros que parecían extasiados. Juvenal le dio una suave colleja. Él entendió y fingió estar en el mismo estadio de plenitud sexual y espiritual que el resto de los grupos que estaban a su lado.

Los tres llegaron al orgasmo a la vez. Gritaron como les habían dicho que tenían que hacer. Luego, según el resto de los grupos llegaban al clímax, compartían fluidos y caricias entre todos.

Juvenal se le acercó después en la ducha. Le besó en la boca mientras le agarraba el miembro masajeándolo.

-Te vemos luego en la terraza, en la esquina sur.

Se separó de él y se puso en el otro lado. Rodrigo se enfadó porque le había dejado caliente sin culminar su masaje.

Aquella fue la primera de las reuniones a escondidas de los tres. Creían que controlaban, que eran más listos que los demás. Cuanto se equivocaban. Y que pronto lo iban a descubrir.

Martín Carnicer.”

Jorge bajó la pantalla del portátil. Se quedó callado, pensando.

-No te ha gustado.

Martín lo miraba expectante. No había perdido ni un detalle del rostro de su tío mientras leía su primer relato.

-Al revés. Se me hace difícil pensar que no lo he escrito yo. Me has cogido el tono y la forma de escribir a la perfección. Estoy muy orgulloso de ti.

Martín pareció relajarse. Para él era importante la opinión de Jorge. Por eso no se lo había enseñado, por si no le gustaba. Sabía que Jorge no le iba a decir su opinión sincera. Siempre lo había hecho. Y él se lo agradecía enormemente. Su padre, por ejemplo siempre ensalzaba sus redacciones en el colegio o sus dibujos. Lo hacía siempre y sin ningún criterio. Martín, de algunas redacciones estaba contento y de otras no. Que a ojos de su padre, todas tuvieran el mismo valor, era casi un insulto para él. Pero en los últimos tiempos, necesitaba más que nunca el apoyo de Jorge. Era contradictorio, es cierto. Pero no lo podía evitar. Quería que Jorge fuera sincero con su opinión, pero no soportaría en ese momento que dijera que no le había gustado. Que lo podía haber hecho mejor. Por eso no se los había enseñado. Ni esos relatos ni otros que tenía escritos.

-¿Vas a leer el resto?

-Sí, pero no ahora. Tengo que pensar en la propuesta que has hecho. Tengo que asimilarla.

-Na, lo que pasa es que quieres pensar los posibles desarrollos para que no te pillen de sorpresa.

Jorge se echó a reír.

-Algo de eso puede haber, sí.

El gesto de Jorge era el de una persona pillada en falta. Aunque en realidad, lo que el escritor le estaba dando vueltas en la cabeza, era a una historia del pasado relacionada con sectas con una cierta relación con Nando y la gente que lo rodeaba. No acababa de dar con la tecla para hacer salir esas vivencias olvidadas. Hacía tiempo que no leía el relato en el que se había basado Martín para escribir esos relatos. Debería hacerlo para intentar recobrar ese cajón del arcivo de sus recuerdos.

Jorge sonrió y volvió al presente mirando con cariño a Martín.

-Aunque en realidad, me debato entre que este relato y los otros dos, formen parte del original mío. Y quizás acabar haciendo una novela entre los dos. ¿Te gustaría?

-No sé que decirte. Me mola ser actor.

-Pablo Rivero es las dos cosas, y en ninguna es malo.

-Creo que soy mejor actuando que escribiendo. Como hobby guay.

Jorge le miraba expectante. Martín suspiró y puso cara de resignado.

-Es que tío, no… me lo pienso. Pero no te he dicho que sí. Me lo pienso. Y no me mires así. Sabes que si me miras así no puedo decirte que no a nada. Pero que sepas que si te dijera que sí en esas circunstancias, tengo defensa ante en Tribunal Supremo porque te has aprovechado de todo lo que te quiero.

Jorge le dio una pequeña colleja cuyo efecto Martín exageró tirándose en el suelo aullando de dolor.

-Pues no veo a ese gran actor que has dicho antes. – se burló Jorge de su pantomima. – a lo mejor te estoy ofreciendo otra salida profesional.

Martín volvió a sentarse donde estaba antes de su escena, apoyando la cabeza en la pierna de Jorge.

-¿Qué tal anoche en la Hermida 3?

-Si quieres saber si me lo monté con Arturo y Raúl, la respuesta es no.

-¡Vaya! Yo que tenía pensado escribir un posible romance a tres…

-Pues no, tío.

-Pero te molan.

-Para nada. Me caen bien. Nada más. Arturo es muy agradable. Igual que su padre. Se parecen ambos mucho a ti. Por eso me es fácil acercarme a ellos. Raúl no me llama la atención. Es buena gente, pero sin más. Anodino.

-O sea que Arturo y Ernesto no son anodinos.

-Para nada. Son estimulantes. Mente rápida, perspicaces, observadores. Tienen una conexión especial entre ellos. Y mucha tristeza en su interior. Sobre todo Arturo. Me da que está depre. Pero de verdad.

Jorge se quedó pensativo.

-Cuéntame anda.

-Pues eso. Que Arturo finge cuando está con gente. En el restaurante parecía el tío más guay y enrollao del mundo y luego aquí, cuando llegamos y Dani sacó esas marquesas que había hecho y preparó chocolate. Luego, cuando nos quedamos solos los dos, charlando, se relajó. Yo creo que se pensó que estaba contigo o algo así. Como si fuera yo un amigo cercano con el que no tiene que fingir. Joder, después que se fue Raúl a dormir, a los cinco minutos parecía tener diez años más. Luego, cuando me fui a mi cuarto, al bajar la persiana, vi a Ernesto salir al jardín a hacerle compañía. Acabaron abrazados un buen rato. Al principio Ernesto estaba de pie, detrás de su hijo. Luego se sentó a su lado y lo volvió a abrazar. Arturo lloraba a lo grande.

-O sea que te fuiste a la cama y Arturo se fue al jardín. Y luego Ernesto salió preocupado.

Martín asintió con la cabeza.

-Llevaba tu abrigo, el que le dejaste, para taparlo. Salió con una chaqueta solo, la que llevaba en el restaurante.

Jorge se quedó pensativo. Con lo de la pandemia habían dejado sus encuentros periódicos. Y aunque tanto Carmelo como él les habían insistido en que fueran a sus reuniones en casa, siempre pusieron alguna excusa. Quizás porque siempre iba a haber alguien más. “Sí, era por eso – pensó Jorge – deberíamos haberles invitado a ellos solos. No caí en ello”.

-Tío, no te pongas así. Son tus amigos, pero no tienes que ocuparte de todo el mundo. Te vas a volver loco, y yo me volvería loco si eso pasara.

Jorge alargó la mano y acarició la mejilla de Martín.

-Tranquilo. Tampoco creo que pueda hacer nada.

-Llámalos de vez en cuando. Eso suele hacer bien a todos los que te conocemos.

Jorge se sonrió. “Si ellos supieran que en realidad al que le hace bien es a mí…”

-Podías llamar a Arturo tú algún día. Para charlar y tomar algo. Si se ha sentido cómodo contigo…

-No voy a ligar con él.

-No quiero que ligues con él. Quiero que charles como anoche.

-Vale. Le llamo. Nos pasamos nuestros móviles.

-¿Cuándo pensabas contarme lo de tu madre?

Jorge llevaba tiempo pensando como meter en la conversación los temas que le preocupaban relativos a Paula. Al final se decantó por la pregunta hecha a bocajarro. El tiempo se acababa. Carmelo y el resto llegarían en cualquier momento.

-Para eso te llamé. Pero… me dio corte contarlo con Carmelo delante.

-Pues ahora estamos solos.

-No te puedo contar cosas concretas. Solo que mi madre se mueve en el secreto últimamente. Se reúne con esos compañeros, alguna conversación le he escuchado sobre echar a Jacinto. Y claro a ti. Discutí con ella un día. Lo del Decano, me la trae floja, pero lo tuyo… por nada del mundo. Ella presume de ser tu amiga, y eso no se hace a los colegas. Pero como siempre, ella se puso en plan “Soy más lista que nadie, tú que vas a entender si eres un puto crío mimado por ese”.

-“Ese” me imagino que soy yo. Y por el tono de tu recreación, me imagino que me has ahorrado algunos epítetos poco… agradables.

-Me fui de casa. – Martín no contestó a la pregunta. – Alquilé una habitación en un hostal cerca de tu casa. De momento no me puedo permitir nada más.

-¿Por qué no te vienes a casa? Si te has ido así, me imagino que esas discusiones y esa actitud de tu madre conmigo, viene de lejos. Esa última discusión sería… ¿O te echó de casa?

-Eso enfurecería a mi madre. Quita. Si se entera de que me voy a vivir con vosotros…

-¿Por qué? ¿Me odia tanto? ¿Se piensa que …?

Jorge no acabó de expresar la pregunta. Por la cara que puso Martín, supo la respuesta. Y le indignó.

-No puedo creerlo. Que piense… No, no… no puede ser… te tienes que equivocar… lo habrás interpretado mal…

-Quirce también se ha ido. – le interrumpió Martín – Con su novia. Escuchó la discusión. Luego discutió él con mamá. La cosa se puso… vamos, se desmandó un poco. Ella gritó, Quirce y yo lo mismo, dijimos todos cosas… fuertes… dijo cosas de ti que… bueno, que no se las permito ni a ella, por mucho que sea mi madre. Y lo mismo Quirce. Está muy enfadado.

-¿Y tu padre?

-Callando. Como siempre. Otro que se cree listísimo. Así que nos piramos. Luego, al cabo de dos días llamó para pedirme perdón por alguna cosa de las que dijo. Yo sí, vale, te perdono, pero no vuelvo a casa. Soy actor de profesión, no en mi vida privada. No puedo fingir todo el día en casa. Pobre pero honrado. Para una cama y un bocata, tengo. Gracias a Dios, van saliendo cosas de trabajo. Si sale Tirso, pues guay, porque me dará para alquilar un estudio o algo así. Aunque sea en una zona poco cool.

-Buscaremos una solución. No me gusta que estés en un hostal sin todas las comodidades. Te repito, me gustaría que te vinieras con nosotros a vivir. Así no estás solo todo el día.

-Así no tengo que limpiar. – bromeó Martín. – Na, que estáis en celo. A Carmelo no le molaría, fijo. Aunque no dijera nada. Carmelo contigo es celoso. Te quiere solo para él.

-Anda, anda. Que exagerado eres. Que va a estar celoso. En todo caso al revés, sería yo el que debería estarlo. Y que sepas que fue él anoche, al volver del restaurante quien lo propuso. Y no te lo digo por convencerte. Es la verdad. Y si no, tengo casas vacías. Puedes quedarte en alguna. No tiene por qué enterarse que son mías. No suelo hablar de mis propiedades. Solo lo sabe Dimas y Carmelo.

-Si lo sabía Dimas, lo sabe mamá y papá.

-¿Eran tan amigos para…? ¡¡Joder!! Ya podía haber seguido drogado un rato más.

-Pero para mi madre es importante que sigas siendo su amigo. No lo entiendo. Pero es así. Te jode, pero que sigas siendo su amigo. Para tenerte controlado, o algo así. No se me ocurre otra razón. Es alucinante.

-Claro, tienes razón, para tenerme controlado. Es lo único que ha querido siempre. No, no me mires con esa cara. Apostaría por ello. En realidad nunca ha buscado mi amistad. Ni le he interesado lo más mínimo. Que tonto he sido. Me tenía que haber dado cuenta. Y el otro día cuando me encontré con ella en la Uni… que bobo soy.

Martín se encogió de hombros.

-No me mola que te llames bobo y esas cosas. Eso solo lo podemos hacer Dani, Mariola y yo.

Jorge alargó la mano y acarició la mejilla de Martín. Este le cogió la mano y se la besó.

-Te quiero tío. – le dijo Martín con voz trémula.

-Al final me he quedado sin amigos. – resumió Jorge imprimiendo a su voz un tono de tristeza supina.

Martín se levantó del suelo y se sentó a horcajadas encima de Jorge. Lo abrazó y puso la cabeza sobre su hombro.

-No digas eso. Quirce y yo te queremos. Y Ernesto y Arturo, te adoran. Se lo noté ayer. No digas nada de que sabes que no vivo con ellos. Cuando vengamos el finde que viene, lo haremos como una familia feliz. Menos Quirce que no le apetece mentirte a la cara. Él es más valiente que yo. Tampoco hace falta que sepan que he dormido aquí. Lo del restaurante no puedo negarlo, nos han visto tantos amigos suyos… ni que hubiéramos organizado una quedada.

-A lo mejor tu hermano es más insensato. O tiene otra perspectiva. Veremos lo que pasa el finde que viene y con lo que sea, le llamo para comer un día. Te digo y te unes. Y no te preocupes que no diré nada de que has estado aquí. Pero luego, cuando vengas, recuerda que no conoces la casa. Os vais a quedar en la Hermida 3, donde has dormido hoy.

-Mejor coméis los dos solos. Creo que Quirce… tiene secretos conmigo.

-Como quieras. Ya hablaremos de todo esto. No me esperaba este giro en los acontecimientos. Éstos están a punto de volver. Dime lo que te pasó ayer con ese chico, Saúl. Me preocupaste.

-No lo sé. Simplemente me… llegó. – Martín seguía sentado a horcajadas sobre Jorge pero ahora se había incorporado para mirar a su tío – Sentí… como su angustia, su terror… y … lo sentí físicamente. Fue algo extraño. Me dejó un mal cuerpo que te cagas. Pero creo que a él le vino bien. Sentí como si me diera las gracias. Como si se hubiera quitado un peso de encima. Pero es un pibe. Yo pensaba que tenía casi veinte. Tiene dieciséis. Empezaron con el bien peque, me temo.

-Ya estamos de vuelta – gritó Carmelo al entrar en casa.

Martín se levantó de encima de Jorge y se sentó en su lugar habitual, a los pies de la butaca apoyando la cabeza en las piernas de su tío. Jorge no se extrañó de su maniobra. Martín era muy cercano y cariñoso con él, pero solo si estaban solos. Si había alguien delante, se guardaba mucho de mostrar esos afectos. No era algo novedoso. Desde niño lo había hecho. Y Carmelo, a pesar que sabía desde siempre que era el amor de Jorge, no era una excepción. El caso es que la súbita aparición del rubito, le había dejado con ganas de preguntarle por el significado de su última frase.

Cuando Carmelo subió, Martín se estaba poniendo de pie y Jorge dejaba el portátil sobre la mesa. Jorge y Carmelo se dieron un beso en los labios y Carmelo besó en la mejilla a Martín.

-Les ha encantado el “Estanque de los encuentros”. Han ido a la Hermida 3 a descansar un rato antes de ir a comer.

-¿Os habéis despelotado? – le preguntó Jorge de broma.

-A Raúl le ha costado un poco. Pero al final se ha lanzado. Tenías que haber venido, Martín.

-Yo ya sabes que el agua… me da miedo bañarme en esos sitios.

-Ya será por no desnudarte. – le picó Carmelo.

-Oye, sin problemas, me desnudo ahora mismo. A mí con esos piques.

Se echaron a reír los tres.

-Vamos a cambiarnos. Tenemos el tiempo justo para llegar al restaurante.

-Pues a vestirse se ha dicho.

Se enteraron con los demás. El enviado de dios, Guterres en conferencia obligatoria en la sede de la Iglesia del Alma de Dios. Dios omnipresente cada minuto de la vida de los miembros de la Iglesia.

.

El hermano Juvenal, ha emprendido viaje para encontrarse con Dios. No os apenéis. Él ahora está en un sitio mucho mejor. Está disfrutando de la bendición de nuestro creador. Él solo quiere a las almas buenas. Y Juvenal lo era. Alegrémonos pues de su viaje y de que por fin haya podido dejar la prisión que suponía su cuerpo para alcanzar la dicha suprema de enaltecer el alma como única morada de su espíritu.

.

Evaristo y Rodrigo se miraron asustados. Llevaban dos días en los que no lo había visto. En sus sesiones de sexo grupal le había sustituido Juan, un joven recién llegado, apenas dieciocho años. Un chico de la calle, sin apenas estudios. Solo en la vida.

Juan era un nuevo miembro muy convencido de las bondades de la iglesia de Guterres. Ahora tenía ropa, tenía calefacción en invierno, aire acondicionado en verano, tenía comida, practicaba el sexo todos los días como parte de las actividades previstas. Era un hombre obediente y poco dado a hacerse preguntas. Para ello, debería haber tenido capacidad para crearlas. Apenas si sabía leer. ¿Comprendía lo que leía? La respuesta más acertada sería que no.

Rodrigo pensó en practicar la lectura con Juan. No dejaba de ser un compañero. Le dijo después de su tiempo de sexo.

-Podíamos leer un rato juntos. Te enseño.

-Me dijo el preceptor que si Dios había considerado conveniente que no aprendiera a leer cuando tocaba, sería por algo.

-¿Entonces?

-Estoy bien así.

Rodrigo fue a insistir. Pero Evaristo le hizo un gesto para que pasara del tema. Rodrigo se fue a la sala de lectura. Buscó una mesa cercana a la ventana y fue a la estantería a coger el libro que estaba leyendo: “¡Calla y corre, amor!”

Apenas llevaba diez minutos cuando uno de los preceptores, Diego se acercó a él. Traía en la mano un vaso de leche. Se lo puso delante.

-Bebe – le dijo en tono autoritario.

Rodrigo se lo quedó mirando.

-Es la leche que no te has bebido esta mañana.

Rodrigo sintió una punzada de miedo en el estómago. Había vivido lo suficiente en momentos trágicos para saber que eso era una amenaza en toda regla. Y no era una cuestión de quedarse castigado sin postre. Quizás era una escena parecida a la que había vivido Juvenal en los días previos, antes de salir de viaje en busca de Dios nuestro Señor, Creador nuestro, Bendito tú eres.

Sintió como por su mente pasaban todos los momentos críticos de su vida. Como si el instante que estaba viviendo en ese momento, fuera el último de una vida que a todas luces sería corta si acababa allí. Pero había sido más larga de lo que hacía presagiar el abismo al que había caído hacía unos meses. Se recordó que a pesar de Guterres y de su Iglesia, seguía sin tener nada por lo que vivir. Nada que le hiciera posponer su viaje a conocer a Dios. Como Juvenal. Un gozo en al alma grande.

-No. – contestó con tono al menos tan contundente como el empleado por Diego.

-Es pecado no obedecer las órdenes de los preceptores. Serás castigado.

-¿Qué crees que encontrarán en ese vaso de leche si lo llevo a analizar? ¿Qué crees que saldrá en los análisis de la leche de hace tres días que mandé analizar? ¿Estás por encima de la ley de los hombres? ¿Podrás seguir con tus prácticas de sexo en la prisión?

-Eso es mentira.

-¿Estás seguro?

-Estabas en la mierda y Guterres, el enviado de Dios te recogió de la calle y te salvó del infierno.

-Me salvó de la muerte. En el infierno estaba y sigo estando. Solo ha cambiado el decorado.

-Eres un desagradecido.

-Tu gesto muestra un sentimiento que según las enseñanzas de la Iglesia del Alma de Dios, está prohibido para los seguidores y es la ira. El odio. Muestras ira y odio hacia mí.

-Has traicionado a la Iglesia. No vale…

-¿Y el perdón de Dios? ¿O te crees en la arrogancia de saber lo que piensa Dios padre todo poderoso, Dios eterno? ¿Dios puede perdonar en su bondad infinita y sus acólitos no pueden en su soberbia? ¿Acaso tú eres más que Dios Padre?

-Blasfemas.

-Haber estudiado los preceptos de la Iglesia y haber escuchado con atención las enseñanzas del enviado Guterres, parece que es el pecado que he cometido. O a lo mejor mi pecado fue aprender a leer y a entender lo que leía.

-Criticas a los demás por soberbios cuando tu te eriges en…

-En estudioso de las enseñanzas que nos dais. ¿Acaso el ideal es que no leamos, no dudemos, no pensemos, solo sigamos al perro que gobierna el rebaño o al pastor? Vosotros enseñáis y yo aprendo. Si quieres cogemos el manual del buen hermano y repasamos esos preceptos que te he comentado.

-Una blasfemia tras otra. Todo esto llegará a oídos del Enviado Guterres.

-Vayamos si quieres ahora mismo a seguir esta conversación con él.

-Eso será cuando él decida. No cuando tú lo desees.

-Sea. Seguiré entonces leyendo este libro que de alguna forma, también me acerca a Dios. Porque muestra las inmundicias de las que los hombres somo capaces de crear en la vida de nuestros semejantes.

Diego el preceptor se levantó, cogió el vaso de leche que había traído y abandonó la sala de lectura. Rodrigo respiró hondo. Sabía que su vida pendía de un hilo. Solo lamentaba que su última sesión de sexo grupal no hubiera sido todo lo satisfactoria que hubiera deseado.

Martín Carnicer .