Capítulo 43.-
Álvaro no se quedó por la noche. Sobre las siete cogió el coche para volver a Madrid. La fiesta debía ser importante para él.
-Creo que está medio ennoviado con una chica. – apuntó Carmelo a Jorge cuando volvió de Madrid como posible explicación a su partida.
-No me creo que esa sea la explicación a la que has llegado en tu tanda de pensamientos respecto a la situación – le picó Jorge. – Y si son los comentarios que has visto en sus redes, no hagas mucho caso. Sabes que es Felisa, su representante, las que las controla. A mí más bien me da que va por dejarse ver, por tener contacto con productores y directores… ¿Tiene problemas de dinero? ¿No le van bien las cosas? Ya te comenté lo que Roberta me había contado que se decía de él. Y tanta insistencia de… en los wasaps de esos cretinos con el tema de si se muere de hambre, si…
-Puede que necesite su … recuperar su fama de hombría. Si sus amigos empiezan a decir que es gay, puede que…
-Pues ya está. Él sigue con su vida y liga con quién le de la gana. Pero porque le salga, no para demostrar nada. Ha hecho de gay en pantalla.
-Bueno. Sí. Pero… que yo o Biel no tengamos inconveniente en decirlo, no significa que haya otros que lo oculten. Te puedo recordar a algunos que conoces. Nunca lo dirán en público.
-Ya, bueno. Vale. No es ninguna obligación decirlo. Pero esos no van por ahí… no es el mismo caso, ya. Da igual. ¿Qué sabes de su carrera? ¿Tan mal pinta para tener problemas de dinero?
-Algunos trabajos se le han torcido con esto de la pandemia. Como a todos. Pero no creo que sea tan grave. Está haciendo muchas campañas de publicidad. Y tampoco le faltan papeles en cine y en televisión. Y teatro. Está preparando una nueva obra y sigue con la que estaba haciendo, creo que no le quedan ya muchas funciones. Pero bueno. Ahí está. La peli de esa Lola y creo que le van a ofrecer un protagonista en breve. No digas nada, por favor. Y “Tirso”, claro. Cualquiera de los dos papeles para los que lo barajamos, son buenos papeles e importantes. Ya ves que lo siguen reconociendo y le piden fotos. Sus redes siguen con un tráfico importante. Suelo mirarlo de vez en cuando.
-Eso es lo que me preocupa. Que nunca había hecho tanta publicidad. – afirmó Jorge rotundo. – Empiezo a pensar que lo que me comentó Roberta el otro día tenía algo de fundamento. Esas publicidades no son… de calado. No son para alguien que tiene cuarenta millones de seguidores en redes. Y se nos olvida algo. Se nos ha olvidado el tema de los gastos. Puede que no sea un problema de ingresos, sino de que tenga algún vicio, que se haya enganchado a algo…
-¿Dices? No me lo acabo de creer. Es muy fuerte. Drogas no creo. Desde mi… enganche a ellas suelo tener una cierta facilidad para detectarlas. Y con él no es el caso.
-Puede ser el juego. O las apuestas. Y el sexo. Mira, hablando de la reina de Java. – comentó Jorge enseñándole la pantalla a Carmelo.
-¡Roberta! – saludó el escritor contestando la llamada.
-Jorge. Que alegría hablar contigo. ¿Te pillo bien? ¿No estás escribiendo en algún garito por ahí?
-Yo también me alegro de oírte. Tranquila, estoy de relax. ¿Tu hijo está bien? Me comentaron anoche de madrugada que había tenido un pequeño accidente.
-Haciendo el loco con la moto. Solo tiene una pierna rota. Para lo que podía haber sido… me dan ganas de darle de hostias por el susto que me ha dado. No sabes el ataque de ansiedad que me dio cuando me llamaron. Pero en lugar de eso, cuando me dejaron verlo, le comí a besos y a abrazos.
-¿Y se dejó?
-Como una lapa se pegó a mí. El jodido se asustó pero bien. Me da que no va a volver a subirse a una moto en su vida.
-Dale un abrazo de mi parte.
-Se lo daré. Se alegrará que te hayas acordado de él.
-Mándame su teléfono y luego le mando un mensaje.
-Quita. Que luego se siente gallito y te llama para hablar contigo. Que sabes que le gusta. Y no tiene vergüenza. Si veo que está plof, te pego un toque y le paso el teléfono. Sueles animarle cuando hablas con él.
-Como quieras. Pero si lo crees necesario, no dudes en llamarme. ¿A qué debo entonces tu llamada? ¿Es sobre Álvaro?
-No, no es sobre él. Pero ya que lo nombras, me ha llegado el mismo rumor por otro sitio distinto. Alguien está haciendo correr la noticia.
Jorge se quedó unos segundos pensativo.
-Ya. No me lo acabo de creer. Pero sea lo que sea… un bulo o que sea verdad… es un marrón. Acabamos de pasar unas horas con él. No le hemos comentado nada, pero… no parecía… preocupado. Salvo por el enésimo bulo sobre que a Carmelo y a mí nos habían matado. Le hemos preguntado de pasada si tenía problemas de pasta o de otro tipo. Pero… lo ha negado. No tiene por qué ocultárnoslo si los tiene. Puede que sea un bulo que alguien haga rular porque le haya quitado un papel o una publicidad… en todo caso es un marrón. Dime para que me has llamado entonces.
-¿Y si fuera porque está haciendo algo que le avergüenza? Puede que se haya metido en un círculo de hechos que… no sepa como salir y que cada vez le enreden más.
Jorge se quedó callado. No había caído en esa posibilidad. Empezó a tener la sensación de que Roberta sabía más de lo que le contaba.
-¿Y qué puede ser? No sé. Haremos alguna indagación. Anda cuéntame para que me querías.
-Poveda.
-¿Qué le duele ahora? Yo pensaba que se iba a refrenar un poco desde el otro día.
-Sigue con el tema de que has comprado las novelas por cuatro duros a tus alumnos.
Jorge se quedó callado, pensando. Suspiró resignado. No había caído en que Willy Camino había seguido ese mismo argumento en su diatriba contra ellos en el grupo de wasap de los amigos de Álvaro. En cambio, Guillem y Carlos habían esgrimido el otro argumento que los enemigos de Jorge utilizaban: que tenía un negro que le escribía las novelas. Y era también significativo que tanto el uno como el otro hubieran desaparecido de repente de la conversación.
-Y éste… a lo mejor te podías enterar de quién le azuza en contra nuestra. Me da que alguien le dicta los argumentos.
-Estoy en ello. Ese chico desde hace un par de meses no es trigo limpio.
-Pues lo primero, si puedes enterarte del vicio que tiene… juego, drogas, sexo, videojuegos, bolsa…
-Has tenido buena idea.
-Lo más fácil es que alguien lo tenga cogido por los testículos por la pasta.
-Lo mismo vale por tu amigo. ¿No se te ha ocurrido?
-Sí, tienes razón. Esos rumores… – Jorge se quedó callado unos segundos pensando… – me da que te guardas algo, Roberta.
-Álvaro es buen tío. Me jodería que tuviera problemas. Hay otros que ayudaría a que los tuvieran.
-A lo mejor algún día hacemos un intercambio de pareceres en ese sentido.
-Poveda va a hablar en el programa de la noche de la Televisión Integral.
-Diré a alguien que esté pendiente.
-Te dejo. Estoy en el hospital. Parece que ya me dejan llevar a Rodrigo a casa.
-Dale un beso de mi parte. Tenme informado.
-Haz lo mismo tú, por favor.
Jorge miró a Carmelo mientras colgaba.
-Insiste en lo de Álvaro. Y el amigo Poveda vuelve con lo de que he comprado mis novelas a mis alumnos. El mismo argumento de Willy, nuestro amigo Willy. Esta tarde en la tele Integral. No ceja en su empeño de hablar mal de mí.
Carmelo se lo quedó mirando. Sacó el móvil y le hizo un gesto a Jorge para que le perdonara. Salió a la calle para hablar. Jorge negaba con la cabeza. Para él era claro que no se habían dado cuenta de que su amigo pasaba por un mal momento. La única duda era saber hasta que punto era “mal momento” y a qué se debía en concreto. Tanto rumor… y Roberta no era una principianta. Si lo tomaba en consideración… es que lo creía posible. Aunque había intentado desviar su atención hacia los bulos interesados… Jorge empezaba a estar preocupado. Y que Álvaro negara cualquier problema… una idea apareció de repente en su cabeza. ¿Y si la razón del viaje a Concejo había sido contarles y enseñarles esos wasaps? Al fin y al cabo, después de contarles, habían comido los tres, se había quedado dormido y se había ido. Les había contado “a la fuerza”. ¿Era por ellos, para que supieran que terreno pisaban o era para pedir ayuda, intuyendo que tanto él como Carmelo se iban a preocupar por preguntar a su entorno? ¿Una llamada de auxilio o un aviso a unos amigos de los que algunos compañeros de Carmelo hablaban pestes?
Carmelo regresó con cara de desasosiego. Abrió los brazos a modo de gesto de incomprensión y duda, con toques de desesperación.
-Lo primero, Sergio se ocupa de estar atento al programa. Ya le habían llegado rumores. Del otro tema: Miguel no sabe nada. Y Arón tampoco. Pero se van a informar. Al comentarles, han recordado algunas cosas que no daban importancia. Ester va a la misma fiesta que Álvaro. Es una fiesta de la productora de Paco Remedios. Ha prometido estar atenta.
-¿Van juntos?
Carmelo se quedó mirando a Jorge. Parecía querer ver las implicaciones de la pregunta. No le había sonado como una pregunta inocente.
-No. Cada uno va por su lado. Han quedado en verse. ¿Eso tiene alguna importancia?
-Ya. – Jorge cambió entonces de tema – No te gusta Paco Remedios.
-No.
-Pero Álvaro es muy viejo para él. – afirmó con rotundidad Jorge.
-¿Lo sabes? Su afición a los chicos de dieciocho.
Jorge asintió despacio con la cabeza.
-Desde aquella serie ha cambiado mucho físicamente. Tiene más cuerpo.
-Pero sigue teniendo cara de niño.
-Entonces Javier Marcos debería atarse los machos. – Jorge sonrió marcando la ironía.
Carmelo se echó a reír con ganas.
-Javier tiene esa cara de niño, es cierto. Pero cuando la cosa se pone intensa, de repente saca treinta años de no sé donde y se los pone en la mirada. Y entonces, mejor no toser a su lado.
-Me has hablado muchas veces de él pero me estoy dando cuenta ahora de que te ha interesado conocerlo. No ha sido simplemente un policía que se ocupaba de tu caso.
-Es buena gente. A parte de ser un gran profesional. E inteligente. Y con una conversación muy interesante.
-Me lo apunto. A lo mejor hago un día por charlar con él – dijo enigmático. – Volviendo a nuestros amigos. Entonces ese Willy habla por hablar. Mira es que mientras llamabas por teléfono, me ha dado por pensar.
Jorge le contó lo que se le había ocurrido. Carmelo al principio puso cara de “se te va el argumento, escritor”. Pero según escuchaba a Jorge y pensaba en ello, se iba convenciendo de que no era tan descabellado.
-Eso supondría, creo yo, que los mismos de los que nos previene, son los que a él le… joden.
Jorge hizo una mueca de asentimiento.
-No lo tomes como… es cierto lo que te he dicho antes. Willy le da a la coca. A veces está pasadísimo. Lo has podido comprobar alguna vez que has coincidido con él. Una vez me lo comentaste. No creo para nada que nos quiera ver muertos. Y no sé de que…
De repente Carmelo se calló. Había recordado algo, pero prefirió callarse de momento. Tenía que hacer algunas llamadas antes de hablarlo en voz alta.
-¿Y si Poveda y el tuvieran… alguna relación? – dijo Jorge ante el silencio de Carmelo.
-Es cierto que el tema de que los que te escriben las novelas son tus alumnos… ¿Qué razón puede haber…? Yo creo que en realidad… Willy vería el programa o se lo contaría alguien.
-No hablan de las mismas novelas.
-Yo creo que a Willy le pierde la boca y la coca. Nombraría las primeras novelas de las que se acordó.
-Me pareció una cosa ocasional. Lo de las drogas, me refiero. No sé. Y lo de los wasaps, los estuve repasando antes… me parecen muy contundentes. Y los de sus amigos, igual. Destilaban odio a raudales. Tú te centras en el tema de las drogas. Que vale, puede que las tome. Pero… no. Ese Willy nos odia y tiene algo con Álvaro y el resto de ese grupo… un grupo nada bien avenido, por otra parte.
-¿Algo?
-¿Un negocio? ¿Una afición? No sé… y no dejo de dar vueltas a la idea de que cuando Willy cogió protagonismo, Carlos Murciego y el otro…
-Guille Recado.
-Eso. Los dos, desaparecieron del grupo.
-No sé que decirte. Se me escapa que puedan tener en común todos esos. Y que tipo de relación tengan.
-Dejémoslo, sí. Estoy cansado de pensar en conspiraciones y…
-¿Quieres que vayamos de todas formas a cenar a “Las cortinas del cielo”? Puedo llamar para anular la reserva. Pareces cansado.
-Joder, “Las cortinas del cielo”. Nunca recuerdo ese nombre. Antes lo he llamado de cualquier forma…
-Ya me he dado cuenta luego. Se te ha ido la olla. No te creas, que he estado pensando un rato a que restaurante te referías. Luego he caído que te habías liado con el nombre. Eso te pasa porque no has ido nunca a comer allí. De todas formas, lo de los nombres en tu caso empieza a ser preocupante. Ese restaurante, y el “Estanque de los encuentros” que no hay forma…
-Venga, vamos anda. Al final desde que vivimos juntos, salimos menos por ahí. Y eso no es bueno. Debemos hacernos ver, como Álvaro. – Carmelo lo miró con gesto de no creerse esa última afirmación de Jorge. Era claro que había hablado en tono irónico – Voy a mirar en tu armario y te mango una americana. No me he traído nada así aparente para salir.
-Lo que quieras. Pero no te pongas corbata.
Jorge hizo un gesto negando con la cabeza mientras miraba el teléfono que había empezado a sonar.
-Mira, llama Mártins. ¡Hola sobrino revenido! – dijo nada más responder la llamada.
-Tío, a ver si te pagas algo. Que el otro día no me hiciste ni puto caso.
-El mismo que me has hecho en las últimas semanas que no sé nada de ti.
-Pero si no me has llamao, ¡Qué dices!
-¿Cómo que no te he llamado?
-Pero poco. No has insistido.
-O sea que tengo que insistir, anda ¡Ahora me entero!
-No lo flipes, tío. Dime si quedamos y tal.
-Claro hombre.
-Pagas tú, que yo estoy canino. Y así me compensas el otro día en la embajada que no me hiciste ni caso.
-Vente a cenar con nosotros. Luego te quedas a dormir en casa, en Concejo. – le propuso Jorge. – Y así podemos hablar más.
-Te mando un coche para que te recoja – dijo Carmelo en voz alta para que le oyera Martín.
-Vale – contestó Martín feliz.
Jorge y Carmelo se cambiaron de ropa y partieron hacia el restaurante. Habían llamado ya para ampliar la reserva a tres comensales y habían pedido el coche para Martín. Candice ya le había avisado a Carmelo que les buscaba un hueco, a pesar de que estaba completo.
-¿Os importa que sea en la terraza? – le propuso.
-No por Dios. A mí me encanta – exclamó Carmelo. -Además Jorge no ha estado nunca en ella. Le va a encantar.
Esa terraza es famosa en todo Madrid. Es un sitio exclusivo al que solo pueden acceder pocas personas y con invitación de la dirección del restaurante. En general gente importante que quiere estar sin que le molestara nadie. Y sobre todo, a resguardo de las miradas del resto de clientes. Es un lugar idílico para encuentros secretos, negociaciones igual de secretas, operaciones bursátiles, políticas… Muchos de esas personas entran por una puerta discreta, sin tener que recorrer todo el restaurante. Así nadie se enteraba que estaban allí.
Pero Carmelo y Jorge entraron por la puerta principal. No pretendían esconderse de nadie. Al revés. Querían que fuera palpable que estaban bien y sobre todo, vivos. Carmelo saludó a Candice, la jefa de sala, con afecto. Le presentó a Jorge, al que no conocía. Ella enseguida le sacó uno de sus libros para que se lo firmara.
-Soy muy lectora suya. – dijo sonriendo. – Lo tenía aquí porque sabía que cualquier día vendría con Carmelo. Cuando ha llamado antes anunciando su visita, lo primer que he hecho es ir a mi despacho y cogerlo.
Jorge le hizo una dedicatoria y posó con ella para un selfie.
-Ahora, si no os importa, hacemos una foto oficial para el restaurante.
-Espera, mira, ahí llega Martín. Posamos los tres ¿Os parece?
-¿Dónde hay que posar? – preguntó Martín abrazando y besando con mucho cariño a Jorge. – Joder, lo que te he echado de menos, tío.
-Y yo a ti. Creía que habías dimitido de sobrino.
-Va, que dices. Eso en la vida. Y en todo caso serás tú, que no me hiciste ni caso el otro día. Sabes que te quiero lo más que se puede querer a otra persona. Mi vida hubiera sido otra si no llegas a aparecer aquel día en casa.
Jorge y Carmelo se lo quedaron mirando extrañados. Había sido muy intenso en su exposición del cariño que tenía a Jorge. Primero Álvaro, después Martín… parecía una epidemia. Luego Jorge cayó que a lo mejor había escuchado los mismos rumores sobre su muerte. Podría ser eso.
-Aunque a lo mejor luego tu madre se arrepintió de haberme invitado a aquella primera barbacoa donde nos conocimos. Tanto tú como tu hermano me adoptasteis como tío. – respondió Jorge saliendo de su sorpresa.
-No te digo que no – se rió Martín. – No, en serio. Están contentos de eso. En todo caso a veces un poco celosos. Como mi hermano, que cuando le he dicho que había quedado a cenar con vosotros le han entrado los celos. Le he dicho que se apuntara. Pero ya había quedado con los amigos de su novia. Y ya sabes que… su novia es su novia.
-Hasta que se la presente a tus padres y la espanten.
-Es que mis viejos son lo peor. De agradables se hacen cargantes. Aunque alguna vez he pensado que lo hacen a posta para que le dejen. Quieren a Quirce solo para ellos.
-¿A ti no te lo hacen con tus novios? – preguntó Carmelo.
-¿Yo novios? Si los mejores hombres que conozco para serlo sois vosotros y no tengo nada que hacer. Y si los tuviera, algo serio, nada de llevarles a casa.
-Me imagino que en la boda…
-Nunca me voy a casar.
-Eso también lo decía yo – apuntó Carmelo sonriendo – Y ahora no veo el momento de casarme.
-¿A sí? – Jorge puso cara de despistado – ¿Y con quién? Es la primera noticia que tengo.
Carmelo y Martín se echaron a reír.
-Que bobo eres. – Jorge volvió al tema de los novios con Martín – Debes tener una legión de chicos esperándote a que te decidas.
-Ninguno me ha hecho tilín. Para unos días, semanas… un par me duraron unos meses, bueno. Pero nada más. Y tío, no se te ocurra ponerte estupendo que sabes mis historias amorosas que te las he contado.
-Vaya, vaya, Jorge Rios ejerciendo de consejero matrimonial. – se burló Carmelo.
-Pues sí ¿Qué pasa? Yo de la teoría sé mucho. Y en todo caso, no sería consejero, sería confidente. Es más apropiado.
-¿Pero de la práctica?
-Pues al menos tanta como tú. No estamos hablando de folleteo. Que de eso Martín tampoco necesita consejos. Y yo tampoco, que cojones. Que tengo una vida antes de Nando. Y después – picó a Carmelo que se sonrió. – Aunque lo mío se más discreto.
-De eso, del folleteo, he aprendido sobre todo leyéndote. – Comentó Martín con cara de sorna – Tienes una novela “El mamporrero” que es alucinante. Así que aunque me intentaras convencer de que eres un monje cartujo, no me lo creería. Te lo juro Carmelo. ¿No la has leído? No está en la carpeta de Nadia. Aunque hubiera pagado por verla mientras la leía. Con lo estirada que es a veces.
-¿Es estirada? – le preguntó sorprendido Jorge.
-¡No me jodas que no te has dado cuenta!
Jorge se encogió de hombros. Su fama de conocer a la gente se iba a pique a la velocidad de la luz.
-¿Has leído esa novela, Carmelo? – preguntó Martín.
-Pues no. Estoy empezando ahora con la otra carpeta. Pero ya que lo dices, me pongo con ella. Me has convencido. Cuando acabe la que estoy leyendo, empiezo con esa.
-Creo que no se deja ninguna postura. Va sobre un profesor para practicar el sexo entre hombres. Es un tipo que en lugar de dedicarse a ser chapero, decidió poner un anuncio en el que daba clases de sexo. Los alumnos deben ir con una pareja. En ningún caso el profesor participa. Y ahí les va enseñando. Y cobra una pasta por clase. Y resulta que tiene un éxito del copón.
-¡Jorge! No me esperaba eso de ti. Has blanqueado a los voyeur. Él profe o es de piedra, o se tiene que poner a pajas después de las clases…
-¿A qué no me pega? Haré que no he oído lo de las pajas – se rió el escritor. – Y abundo en el tema, no sabes lo bien que me lo pasé mientras escribía esa novela. Ese es otro de los personajes que he escrito para ti, Carmelo. El profesor de sexo. Como les indicas las posturas, como se las corriges, como escuchas las dudas que tienen… como te implicas en que su relación de pareja, en lo referente al sexo, sea perfecta. Siempre les dices que, al menos, el sexo no sea el motivo de que la pareja no funcione. Huy, perdón, que no lo dices tú, lo dice Ricardo, el personaje del profesor.
-No me lo puedo creer… – Carmelo le miraba con la boca abierta. Le había dejado sin palabras. No sabía si Jorge le estaba tomando el pelo, si era cierto lo de que ese personaje era para él y sobre todo, lo que más le despistaba era la posibilidad de que lo hubiera escrito tomándole a él como modelo.
Martín se lo estaba pasando en grande viendo la cara de sorpresa que ponía Carmelo. Y no fingía en absoluto. Nunca se lo hubiera imaginado. Y como le picaba Jorge.
-Pero que conste que va de otras muchas cosas. – añadió Martín para llenar un poco ese momento de silencio, a causa de que Carmelo no sabía que decir – Es un novelón. Aunque me da que con tanta acción sexual y gay, si te decides a publicarla, no sería tu mayor éxito. Muchos heteros se sentirán incómodos.
-Puede ser un éxito entre las mujeres – apuntó Jorge.
-Óscar os acompaña a vuestra mesa en la terraza – les anunció Candice. Hasta entonces les había tenido esperando en una salita apartada de la vista. Su mesa no estaba preparada cuando habían llegado. Carmelo sabía que cuando comían en la terraza, si había dos grupos, a veces había que esperar a que todos los miembros de uno de ellos se hubiera sentado a la mesa y estuvieran convenientemente protegidos por los biombos y cortinas que tenían para tal menester.
Emprendieron el camino hacia la terraza. Iban por un pasillo abierto que bordeaba el comedor. Reconocieron a algunos comensales. En una mesa cenaban el Ministro de Interior con otras tres personas que ellos no conocían. El quinto les hizo un gesto con la mano para saludarles.
-Anda, Javier Marcos. – se extrañó Jorge. “Algo le habrá surgido de repente… le hacía con Sergio, llenándolo de caricias y arrumacos”, pensó para sí.
Carmelo y Jorge le devolvieron el saludo con un gesto con las manos.
Apenas habían dejado de prestar atención a la mesa de Javier Marcos, cunado Uno de los ocupantes de otra mesa se levantó y fue decidido a saludarlos.
-¡Sergio! – exclamó Carmelo al verlo. – Me alegra ver que no os han afectado esos rumores y que seguís haciendo vida normal. El programa ese, Jorge, nada de nada. Tonterías. No sabe ni de que habla. De todas formas, yo que tú empezaba a demandarlo. En otros casos te diría de dejarlo correr. Pero hay afirmaciones que dijo el otro día, algunas de ellas las ha repetido hoy sin que el presentador le cortara como hizo Susana Griso. Coméntale a Óliver. Está diciendo cosas que a lo mejor era bueno pararlas. O si quieres nos encargamos nosotros.
Lo de los comentarios de ese Poveda… no sé que decirte. A lo mejor se cansa.
-Uno de sus argumentos es que no le demandas. Así que… se envalentona y le sirve de argumento para decir que cuenta la verdad. Te recuerdo que ha dicho que eres un mafioso, que conspiraste para que aquel tipo muriera en la cárcel. Lo de que compras las novelas a otros… eso son bobadas. Además, no tiene un pase. Ese argumento se cae por su propio peso. Si fuera que tienes un negro que te las escribe, bueno, sería creíble. Que compras cada novela a uno distinto… no.
Lo hablo con Óliver y le digo que os llame. Puede que tengas razón. No había caído.
-Y acusarte de mandar matar a ese desgraciado. Eso yo no lo dejaría pasar. No se retractó de nada de lo que dijo. Ya no lo dice con esas palabras tan rotundas, pero… se le entiende.
-Tienes razón. Pero si le demandamos, se hará la víctima.
-Y si no, seguirá y dirá que no le demandas porque tiene razón. De hecho ya te he dicho que empieza a usar ese argumento.
-Hablo con Óliver. Tienes toda la razón.
-No descartes que busquen a uno de tus antiguos alumnos y le paguen una pasta por decir esas cosas.
-Acabaría en la cárcel.
-Tanto como en la cárcel … mira que cuando te pones dramático… – le contestó Sergio.
-En la cárcel. Depende de lo que le acusaran. Si alguien se presta a ese amaño, soy capaz de hacer todo lo posible de que lo acusen de intento de extorsión y de asociación con malhechores con ánimo de agredirme. Falso testimonio, perjurio o como se llame en términos legales. De fomentar el odio hacia mí. Estoy hasta el puto escroto de estas tonterías. Lo mismo que si logramos identificar el origen de ese bulo. Esos. Del ideólogo y de los propagadores. Que parece que hay uno cada día.
-Es algo tan deleznable que no quise molestaros. Y la verdad, tienes razón, cada día sale uno o dos distintos. Lo solemos solucionar en unas pocas horas. De momento está controlado. Ya tenemos comunicados preparados para lanzarlos en cuanto lo detectamos. Martín, me alegra verte pero sobre todo me alegra que hayas vuelto al trabajo.
-Gracias Sergio.
-Dales recuerdos a tus padres.
-Vale.
-Si necesitas algo, me dices. No necesitas pedírselo a Carmelo o a Jorge.
Martín sonrió a Sergio a modo de agradecimiento.
-Os dejo. Luego si tenemos oportunidad, charlamos un momento. Que últimamente no os pagáis un café ni aunque os disparen por medio Madrid.
Iban a reemprender camino, pero Jorge vio que le saludaban desde otra mesa. Sonrió alegre después de soltar una exclamación de sorpresa y fue a su encuentro con paso decidido.
-¡Ernesto! ¡Arturo!
Se abrazó al hombre que se había levantado el primero.
-Joder que alegría. – dijo mirándole a la cara al separarse del abrazo – ¡¡Arturo!!
Se abrazó también a un joven que esperaba de pie. Se le notaba la alegría que le producía el encuentro.
-¿Dónde está el peque? – preguntó Jorge.
-Como te oiga llamarle peque… – dijo Arturo sonriendo y haciendo un gesto con la mano de que ese “peque” era ya más alto que él. – Le tenemos en Londres. Trabajando en un musical.
-Joder, no me había enterado. Ernesto, joder. Parece que nos hemos cambiado los papeles. Tú callado y taciturno, y yo un poco menos callado y taciturno que lo que solía. Antes me llamabas y me contabas. Ahora nada.
-Es cierto. – comentaba Arturo – No te llama a ti ni a casi nadie. Se ha vuelto un solitario. Yo le echo de casa cada día. Le digo: ¡Llama a éste! ¡Llama a aquel y vete a tomar el aire por ahí! Pero no hay forma, Jorge.
-Pues haberme llamado tú, cabrón.
-Na, que luego me echa en cara éste que le quito los amigos.
-Tengo un hijo mayor que es bobo. – empezó a defenderse Ernesto – ¿Tú le oyes? Pero si no salgo porque es imposible hacerle salir a él de casa. La última vez que me fui, nada, una semana a hacer algunas presentaciones de la última novela, primero, que ni me quiso acompañar. Al fin y al cabo es coautor. Pero luego, es que no salió de casa. Para nada. Cada vez que llamaba a Doris para que me diera novedades, me contaba desesperada que ni siquiera se quitaba el pijama en todo el día.
Jorge meneó la cabeza bromeando. Se acercó a Arturo y le habló al oído. Éste sonrió y asintió con la cabeza.
-¿Me lo prometes?
-Que sí.
-Por cierto, no has dicho ni mú de la novela que te pasé – se quejó Ernesto.
-Sabes que me gusta leer, dejarla reposar, y luego volver a leer. Voy por la tercera lectura. Es… fascinante. Los dos estáis… sembrados.
-Es el único que es capaz de distinguir las partes que ha escrito mi padre y las que he escrito yo – explicó orgulloso de Jorge a Carmelo y Martín.
-Me alegra que Tomás al final se decidiera a volver a trabajar. Mira, como Martín. No sé si os lo había presentado. Me vais a perdonar… estoy tan contento de haberos encontrado que se me han olvidado las normas de educación.
-No, pero hemos oído hablar tanto de ti que eres como si fueras de la familia – le comentó Arturo tendiéndole la mano para saludarse.
-Ernesto, Arturo, sois caros de ver – dijo Carmelo abrazándose a ellos.
-Joder, que alegría haberos encontrado. – dijo Ernesto al que se le notaba también muy contento por el encuentro. – Mirad, os presento a Jero, un amigo, a su mujer Romina y a Raúl, un amigo de Arturo.
Los tres fueron estrechando las manos de los compañeros de mesa de Arturo y Ernesto.
-Luego si os apetece, acercaros a la terraza y tomamos un café.
-¿No molestaremos?
-Para nada. Como vuelvas a decir algo así, me enfado contigo, Ernesto – le avisó Jorge.
Se despidieron de ellos y volvieron a retomar el camino hacia la terraza. Martín aprovechó a saludar a un antiguo profesor que estaba en otra mesa, y al que había visto mientras hablaban con Ernesto y Arturo.
-Oye, pues sabes que es cierto. – le dijo sorprendido el profesor. – Tienes un aire a Carmelo del Rio. Ahora al veros juntos es innegable.
-Podemos pasar por hermanos – bromeó Carmelo rodeando el hombro de Martín con su brazo.
Martín les presentó a su profesor. Este quiso sacarse una foto con ellos. Los tres aceptaron sin problemas.
-Mi madre no me cree cuando le cuento que te he dado clases. – le dijo a Martín.
-Pues a ver si así la convences.
-Una cosa. – dijo el profesor poniéndose serio – He oído que tu madre quiere presentarse al puesto de Decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Jordán. Que el otro día se reunieron en tu casa los miembros de su candidatura: Erasmo Núñez, Isaías Romero y otros que ahora no recuerdo.
-No te puedo decir. Me he mudado. Solo voy a comer algún día que podemos juntarnos todos.
Carmelo y Jorge se miraron. No sabían nada.
-Si se presenta, seguro que será una buena decana.
-No creo que se presente. Yo al menos eso espero. – zanjó el tema Martín, que no se encontraba cómodo hablando de ese tema.
-He oído que es tu amiga, Jorge. Tú si la apoyarías. Y más ahora que vas a dar ese curso de Escritura Creativa.
-Es la primera noticia que tengo de que piense presentarse. Es mi amiga pero no me ha contado esa intención y hemos hablado recientemente. Puede que sea un rumor infundado. Nosotros – y señaló a Carmelo y a él mismo – llevamos unos días que cada día nos matan en una zona de Madrid. Así que no me extrañaría que fuera un bulo o un globo sonda. Además, Jacinto Penas, el actual Decano es también mi amigo. Sería una difícil elección. Él es el que siempre me ha apoyado. No he dado más clases o cursos porque no he querido. Él me ha ofrecido un sin fin de posibilidades. El curso de Escritura Creativa es idea suya.
-Vaya. La vida Universitaria es a veces complicada. Por eso la dejé.
-Roberto es catedrático en excedencia de la Complutense. – apuntó Martín.
-¿Y lo dejaste? – preguntó Jorge sorprendido.
-Sí. Tantas intrigas, tanta política. Estoy más tranquilo en el Instituto y en mi academia particular. De todas formas, se comenta que ese curso está ya al completo de inscripciones. Dos turnos, me dicen. Hay mucha expectativa por tus clases. Ya tienes buena fama de gran profesor. Todos los que han escogido tu asignatura hablan muy bien de ti.
Jorge respiró profundo y se encogió de hombros mientras pensaba como responder.
-Sabes más que yo. Tengo una reunión pendiente con el decano para que me cuente los detalles. No me suelo meter en ese tema. Respecto al curso, si es verdad que se van a hacer dos turnos, todo dependerá del juego que den los inscritos en cada uno de ellos. Serán posiblemente dos cursos completamente distintos.
-Un curso de esos planificado debe ser complicado de dar. Pero tener un planning en la cabeza e irlo cambiando cada día, dependiendo de la respuesta de los participantes… no sé si yo sería capaz de hacerlo. Y con dos grupos que pueden resultar como la noche y el día.
-Veremos a ver como va. Si no, volveré al plan que tengo en mi cabeza. Siempre puedes ir a ayudarme. ¿No te apetece ser mi adjunto?
-¿Lo dices en serio?
-Parece que Martín te tiene aprecio y consideración profesional. Valoro mucho su opinión.
-No sé si podría. Tampoco sé si les haría mucha gracia a los de la Jordán que un catedrático en excedencia de la Complutense se meta a ayudar a Jorge Rios, cuando debe haber tortas para ese puesto entre los docentes de la Universidad.
Se despidieron y retomaron el camino por enésima vez hacia la terraza. Martín propuso a Jorge y Roberto, su profesor, que quedaran un día para charlar de todo lo que habían hablado. En eso quedaron.
Carmelo le hizo un gesto al camarero para pedirle perdón por tanta interrupción.
Casi cuando habían llegado a la terraza saludaron a Jorge de otra mesa. Él les contestó levantando la mano y sonriendo. Sus ocupantes no hicieron intención de levantarse ni Jorge de acercarse. Si no, no iban nunca a sentarse a cenar.
-¿Quiénes son? – le preguntó Carmelo.
-Ni idea. Sé que los conozco. Pero no caigo en quién son. Al menos a dos de ellos, los dos hombres que están sentados juntos. El chico joven y a la otra pareja, no me suenan. Espero que luego no se acerquen a saludar. No hay cosa que más me pudra que llegue alguien a saludarte y dé la impresión de ser muy amigo, y yo no tener ni idea de quién es.
-¿Qué te daba ese profesor, Martín? – preguntó Carmelo.
-Literatura. E Historia del Arte. Es bueno. Le gusta enseñar y le gusta lo que enseña.
-Tuviste suerte. Encima todo un catedrático universitario.
-Con él sí. Con otros… me imagino que como todos. Otros profes que tuve eran unos mantas, aburridos y algunos muy creídos.
-Si es profesor de literatura, no será fan de mis libros. – apuntó resignado Jorge – No suelo ser el autor contemporáneo preferido de los profesores y catedráticos del ramo.
-No, al revés. Intentó que te llevara a dar una charla al colegio. Pero al final nunca concretamos. Y nos hizo leer “Esa maldita noche”. Luego la comentamos en clase. Y tuvimos que hacer un comentario de textos sobre un párrafo de ella. Otro de los trabajos que nos puso, nos dejó elegir un relato tuyo y tuvimos que escribir algo basado en él. O una continuación, un spin off… una reflexión… intentando seguir tu estilo. Hizo antes un análisis, que me pareció bastante bueno, de la estructura de tu forma de contar las historias.
-Estoy sorprendido. No me contaste nada de esto.
-Porque te hubieras empeñado en ayudarme y yo quería hacerlo por mí mismo. Y más encima siendo de tu obra. Cuando tocó Julián Marías te dije y estuvimos hablando de ello. Y luego leíste el trabajo.
Jorge sonrió resignado.
-¿De cual lo hiciste?
-“Un momento en la vida de Venancio Piñones Piña”.
-“Piñones de la Piña” – corrigió Jorge.
-Perdón. Le he quitado la mitad de la gracia al relato. Lo continué. Al profe le gustó mucho. Lo leyó delante de toda la clase.
-Menos mal que no lo hiciste sobre un relato no publicado.
-Pues casi. Pero caí en la cuenta a tiempo. Me gustaba para ese trabajo ese que se llama “Jamás”. Me inspiraba muchas continuaciones. Aunque si hubiera sucedido, al ser tu sobrino hubiera tenido disculpa. No hacía falta decir que lo había elegido entre 1287 relatos que tienes inéditos. Y subiendo. Esa cifra es de hace diez días. Y además no te quejes que el relato que llevé a donde Alsina, es de los inéditos y no uno de la carpeta de Nadia. Es más, está en la carpeta de los descartados.
-¡La madre que te parió! – se rió Carmelo. Jorge lo miraba con gesto divertido.
-Eso quiere decir que ninguno de los dos os habíais dado cuenta. Lo de Carmelo es entendible, pero lo tuyo tío…
-¿Te crees que con todo lo que escribe, puede acordarse ni de una décima parte de lo que tiene? – le justificó Carmelo. Jorge le sonrió. Le gustó la mirada de orgullo que tenía Carmelo ahora. Orgullo por él.
-Ya serán menos. ¡Qué exagerados sois! – Jorge intentó quitar importancia a la declaración de Martín. – ¿Escribiste esas continuaciones de “Jamás”?
-Sí.
-Pues déjame leerlas.
-Va, seguro que no …
Jorge le miraba fijamente.
-Vale. Ya te lo pasaré. Que pesao eres – Martín se echó a reír. – ¿Ves por qué no te conté en su momento? Me tenía que haber callado la boca. Y también querrás leer lo que escribí sobre los Sres. De la Piña.
-¿Quieres que me ponga de rodillas? Me pongo, no tengo problemas. Aquí, delante de todo el mundo.
Jorge amagó con hacerlo, pero Martín le amenazó con tirarle un cuchillo que había cogido de una mesa de apoyo cercana.
-Lo más que te va a pasar es que lo incluya cuando lo publique. “Jamás” es un relato largo. Puede ser una novela perfectamente. Y que incluya de propina el relato de los Sres. De la Piña e incluya tu addenda.
-Cualquier día os veo escribiendo algo los dos – apuntó Carmelo – Como Ernesto y Arturo.
-Na… si escribo fatal…
Jorge meneó la cabeza negando. Le estaba entrando ganas de darle una colleja. No estaba de acuerdo con su afirmación.
-Yo me apunto esa idea – dijo al final mirando a su sobrino muy en serio.
-Una lástima que no concretáramos lo de la charla en el insti. Hubiera estado guay.
-Pues a lo mejor podemos hacerlo ahora, aunque no estudies ya allí. Podríamos darla los dos.
-Si surge ya se lo comentaré. Pero es un rollo hablar con la editorial para tu agenda…
-Nada de eso. Me dices a mí y punto. O en todo caso a Sergio, se encarga ahora de mi agenda.
-¿Y si nos sentamos? Óscar en cualquier momento nos va a mandar a tomar el aire en Sierra Nevada. Le tenemos ahí de pasmarote, esperando. – les dijo Carmelo. – Le está costando más de veinte minutos recorrer los cincuenta metros que nos separaban de la terraza.
-Vamos, vamos. Se te nota cansado, Carmelo – le tomó el pelo Martín. – Necesitas sentarte. No disimules que te lo noto. Pones de excusa a Óscar…
Carmelo fue a defenderse atacando a su amigo, pero el comentario de un hombre que estaba a sus espaldas lo evitó.
-Los tres hombres más guapos del Universo.
Ovidio Calatrava era el hombre. Salía en ese momento de la terraza. Ellos justo iban a traspasar la puerta en el sentido contrario.
-Hemos estado meses sin vernos y ahora parece que nos encontramos en todos lados.
Jorge le estaba estrechando la mano. Sonreía. Luego Ovidio saludó a Martín y a Carmelo.
-Veo que te arrimas a buena gente Martín. ¿Cómo está tu madre? A tu padre le vi el otro día en el “Manjar”.
-Bien. Ya sabe, como siempre, pasando más tiempo en la Uni que en casa. Pero contenta. Creo que le oí el otro día que va a preparar una de sus barbacoas. Espero que asista. En la última se quejó de su ausencia.
-Los imponderables de la edad. Me dio un ataque de ciática. Me dijo el médico que me ponía un chute de no sé que, pero mira, esas medicinas de choque no me van. Prefiero curarlo despacio y sin meterme nada en el cuerpo que luego a lo mejor te estropee otra cosa.
-Me alegro de que ya esté completamente recuperado, por lo que veo.
-Sí, muchas gracias por tus buenos deseos. Dale recuerdos a tus padres. Oíd, una cosa, luego cuando acabéis de cenar, si queréis os unís a la reunión. Son todos conocidos vuestros.
-No te preocupes. Si habéis pedido intimidad será por algo. No queremos molestar. Hemos venido a relajarnos y a charlar e intentar tomarnos el pelo para reírnos un poco. Que al menos yo, lo necesito.
-Me he enterado de las últimas novedades. Pero mira, Jorge, debes estar orgulloso de ti. Al menos yo miraría por el lado bueno que tiene todo esto. Lo buscaría, vaya. Hace unos meses, si te hubiera pasado algo así, te hubieras hundido. Encerrado en casa o algo peor. Y ahora, mírate, como si nada, acompañado de tu familia.
-Es por ellos. No te creas. Y me gusta esa definición que has dado de ellos. Es cierto, son mi familia.
-En eso siempre hemos discrepado. En el tema de “por ellos”. Y sé que tú lo haces con los demás cuando sienten eso y ves las cosas desde fuera. Está además en tus libros. Lo dicen varios de tus personajes. Lo escribiste en “deLuis” y en “Madrid”. Debes estar y hacer por ti. De verdad, tienes tantas cosas que darnos a todos, tantas historias que regalarnos todavía. A tanta gente a la que animar… tantos amigos verdaderos, algunos que todavía no conoces, pero que necesitan de ti, de tu compañía…
-Y también tanta gente que me odia, tanta infamia y beligerancia, tanta envidia, tanta mentira, injuria…
-Eso es que has triunfado. Va con el éxito. Carmelo seguro que te puede dar un máster al respecto. Su fama será de las más potentes de su gremio. Cercana a la de los futbolistas o de los cantantes, que yo creo que ahora ocupan el top.
-Pero Ovidio. ¿Todavía estás así?
Un hombre había salido de detrás de los biombos y abría mucho los brazos para mostrar su impaciencia.
-Mira a quién me he encontrado.
-¡Anda!
El hombre se acercó a ellos con paso decidido. Parecía que se había alegrado de encontrarlos. Carmelo sonrió y le tendió la mano para saludarlo.
-Paco, que sorpresa. Parece que repetimos los mismos asistentes que en la embajada. Te hacía en la fiesta de tu productora.
-Sí. Lo mismo podemos estar meses sin coincidir que… Martín, da recuerdos a tus padres. Jorge, me han llegado rumores de que hay alguien que la tiene tomada contigo. De verdad, todo mi apoyo y solidaridad. Si puedo echarte una mano en algo, me dices, con confianza.
-Muchas gracias Paco. – Jorge agradeció sus palabras de apoyo.
-Luego me pasaré por la fiesta. Déjales a todos que desbarren sin que el jefe ande por ahí molestando. Si os apetece, ya sabéis que estáis invitados. Es en la Dinamo. Allí tenéis entrada preferente, ya lo sé. Así que con confianza.
-Ya veremos. Hoy llevamos un ritmo… Martín y Carmelo han estado rodando, y yo todavía no me he sentado desde las ocho de la mañana. Llevo unos días muy intensos y creo que necesito parar un rato.
-La invitación está hecha y os aseguro que seréis bien recibidos. Y me vais a perdonar, me voy a llevar a Ovidio a donde fuera que fuera, y lo llevo de vuelta. Que ya te vale.
-Llegar a viejo para que te traten como a un niño. – dijo Ovidio en tono resignado y sonriendo.
Todos se rieron.
Paco empujó ligeramente a Ovidio hacia la zona donde estaban los servicios exclusivos para los clientes de la terraza. Ninguno de los tres dijo nada. Se giraron y se fueron hacia la zona que les indicaba el camarero. Cuando se sentaron, Óscar bajó una especie de cortinas para separar del resto de la terraza.
-Tienen si quieren un servicio para ustedes solos.
-Una pregunta. En aquella zona hay también unos servicios exclusivos.
-Sí. – contestó Óscar el camarero de manera rotunda, pero a la vez, dejando claro que no iba a responder a nada más que se relacionara con las circunstancias del otro grupo. Al igual que no contestaría a nada relacionado con ellos.
-No me mola cenar así, como encerrados – dijo Martín.
-Es cierto. Óscar, por favor, levanta las cortinas. No estamos en una misión secreta.
-Como gusten. Entiendo que si alguien quiere saludarles…
-No hay problema. Si lo hay, ya están nuestros escoltas.
-De todas formas, tanto Ovidio como Paco Remedios ya nos han cortado el rollo.
-Pues que les den – respondió Carmelo con determinación. – ¿Por qué tienen que hacerlo? Tú fíjate en las vistas, Jorge. Y en el ambiente. Parece que estamos en plena montaña.
-Pues también tienes razón. Y coincido contigo. Tenemos que venir un día a comer. Tiene que ser todavía más impresionante con luz.
-Es distinto. Imprégnate de este aroma. Verás como la comida sabe distinta a causa de él. Aroma a verde, a pino, a eucalipto, a resinas… y esos sonidos del bosque… de la noche… esta sensación solo es superable con la de “El Estanque de los encuentros”. De noche es maravilloso. Estar un rato allí tumbado, te hace renacer de nuevo.
-¿Desnudos o vestidos?
-Que bobo eres, escritor. Para eso, da igual.
-Y de paso, querido sobrino, me vas a contar eso de que tu madre quiere presentarse a decana de la mano de los que me quieren echar de la Universidad. Que ya me podías haber avisado.
-No sé de que va mi madre. Por eso no te he contado nada. Hasta aclararme.
-Pues aclárate contándome.
-Y de paso, nos cuentas de tu mudanza.
-Luego. Ahora disfrutemos de las vistas y de la comida. Tiene razón Dani, esto es maravilloso. ¿Que música queréis que ponga?