Necesito leer tus libros: Capítulo 122.

Capítulo 122.-

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-Comandante, parece que se lo tragó la tierra.

Garrido estaba reunido con el equipo al que había encargado peinar los alrededores del último domicilio conocido de Fausto Lazona. El sargento Lois Agar lo dirigía.

-Hemos visitado 72 casas alrededor. Todas casas unifamiliares.

-Sargento, eso suena a chalecitos. Es mejor decir casas señoriales.

-Tienes razón, Romina. Además en muchas nos han tratado como a … – apuntó Guillermo, otro miembro del equipo.

-¿A sí? ¿Os han despreciado?

-En dos o tres. Guillermo exagera un poco.

-Somos guardias a secas. Creo que esperaban que si algún día un Guardia Civil tuviera que llamar a su puerta, fuera coronel o general.

-Alguno nos ha dicho que conoce al General de la Guardia Civil. ¡Ahí es nada! Les ha faltado ordenarnos ponernos firmes.

Garrido se sonrió. Eso mismo se lo decían a él mucho. Como a Javier o a Carmen les decían que conocían al ministro o al director general de seguridad. Y la intención de los que presumían de esa amistad que en la mayoría de los casos era cuando menos exagerada, era la misma: doblegar sus voluntades. Dejarles claro que estaban por encima de ellos en el escalafón de las influencias, de la escala social.

-Pues haberles dicho que vosotros también.

-Eso tú, comandante. Nosotros pobres …

-El general del Hierro no permitiría ese desprecio delante de él. Lo sabéis. Y estoy seguro de que los que os han dicho eso, como mucho, lo han saludado de pasada en algún acto social. Como si el general viene a visitar el cuartel y os saluda uno por uno.

-Pero sabemos que no le gusta esos ninguneos porque nos lo ha dicho usted.

-Guillermo es algo que se dice por ahí. – le reconvino Romina.

-Algo os habrán dicho de como era esa familia. ¿O ninguno trataba con su vecino?

El sargento resopló.

-Ninguno ha reconocido ser amigo íntimo de esa familia. En todo caso conocidos.

-De todas formas, ninguno tampoco ha demostrado un gran respeto por ese Fausto. Todos lo conocía así: Fausto. Parece que el apellido … no lo utilizaba o prefería que lo conocieran por el nombre.

-De hecho muchos al decir Lazona no supieron a quien nos referíamos.

-Es como decía Jorge entonces.

-Sí. Se lo oímos comentar una vez. Y tiene razón.

-Al menos dadme impresiones.

-El tipo parecía ser … – el sargento no encontraba las palabras.

-Uno de los entrevistados lo ha calificado de cabrón y gilipollas – apuntó Romina. Guillermo se sonrió a la vez que afirmaba con la cabeza.

-El resto, con palabras mejor sonantes, han ido por la misma línea. – Guillermo abundó en la opinión de su compañera.

-Todos se han sorprendido de que, después de los años que hace que se mudó, ahora nos interese su vida.

-Una señora … – Romina miró su libreta de notas – Eulalia Dantalera, nos ha comentado que mejor hubiera sido que cuando era su vecino lo hubiéramos investigado. Parece ser que llamó muchas veces para quejarse de sus … fiestas.

-¿Fiestas? – Garrido puso cara de sorpresa. Nadie hasta entonces había hablado de fiestas. Jorge desde luego no. Y ningún otro de su … círculo empresarial.

-Eso parece.

-Esa señora me da que no era de sus más acérrimos … fans.

-No, no. Ha sido educada pero contundente. Nos ha dicho que era un tipo despreciable. Resumiendo.

-¿Y de sus hijos?

El sargento hizo un gesto con las manos para hacerle ver que sobre eso tenían comentarios contrapuestos.

-Por cierto, la tal Eulalia parecía deseosa de comentar más cosas.

-Pero a una autoridad competente.

-Como dijeron los de Tejero en el golpe de Estado.

-Me da que a lo mejor era partidaria.

-No es muy mayor. – dijo Romina.

-¿Un comandante le servirá a esa señora? ¿O llamo al general del Hierro para que nos acompañe?

-El general del Hierro sería mejor. – bromeó Guillermo..

-De acuerdo. Te lo compro.

Los tres guardias civiles miraron asustados al comandante. Había sacado el teléfono decidido.

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Jorge llegó con tiempo a su encuentro con el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras. No iba a ser una reunión formal. No es que fueran amigos, pero tenían una relación cordial y solían quedar de vez en cuando a comer y charlar. Jacinto Penas era un hombre afable y buen conversador. Era firme en sus convicciones aunque no era radical en su defensa. Para Jorge era un placer discrepar con él. Normalmente lo hacía. Aunque estuviera de acuerdo en lo que exponía, él buscaba la mejor defensa para la posición contraria. Iniciaban así un debate muy interesante e instructivo para ambos.

El decano sabía que Jorge siempre le iba a llevar la contraria. Había dejado de intentar ponerle una etiqueta ideológica. Ideológica o de cualquier otro tipo. Hasta si lo definía como gay, Jorge solía llevarle la contraria.

-Pero si te has casado con un hombre y todo el mundo da por supuesto que acabarás casándote con tu amigo Carmelo.

-Eso nunca se sabe. ¿Y si mañana me enamoro de esa compañera de Paula? ¿Eh?

-¿De Yelma? Anda… no me tomes el pelo.

-Las etiquetas son malas, Jacinto. Hazme caso. Es difícil porque decir de Gabriel que es de VOX, deja las cosas claras de lo que puedes esperar. O decir que Jorge Rios es de izquierdas. O decir que Jorge Rios es gay, me abre las camas de todos los gays de los alrededores.

-¿No es así?

-Y me aleja de muchas personas interesantes que no lo son y que piensan que si les ven con un gay, pensarán que lo es él también. Porque en España parece que solo nos juntamos con los que piensan igual. El debate entre amigos con distintas posiciones ideológicas o de forma de vida, es inexistente. Los gays con los gays, los de derechas con los de derechas. Especifiquemos más. Los de VOX con los de VOX. Los de PP con los del PP. Los Podemitas con sus compañeros y los del partido del rincón de la estepa, con los del partido arrinconado en la estepa. Así no avanzamos como sociedad. Si no somos capaces de debatir y defender con argumentos nuestras posturas ante la vida, no tenemos futuro. Pero todo lo arreglamos a gritos o diciendo que es mentira lo que dice el contrario.

-¿Así que no eres gay? – le picó el decano.

Jorge se echó a reír.

-Digamos que tengo la mala costumbre de enamorarme de hombres.

-De acostarte con ellos.

-Jacinto, por favor. Que no se trata de acostarse. Se trata de … amorrrrr..

Jorge sonrió al decir esa última palabra con sensualidad.

-Amor. Eso es de cursis.

-¿No le dices a tu mujer que la quieres? ¿Y a tus hijos?

-No hace falta. Un día estás diciendo cursiladas y al día siguiente te separas.

-¿Te vas a separar?

-¡¡No!! Iria y yo estamos bien. Pero hay que estar … saber que … un día puede irse todo al garete.

-El amor es bonito, pero no siempre es eterno, querido. Pero mientras dure y la convivencia no lo mate, hay que aprovecharlo. Y decir de vez en cuando que quieres a alguien, da mucha vida a la relación.

-¿Se lo dices a ese actor?

-Cada día.

-Pues a ver si te decides y os casáis.

-¿Y por qué no piensas que es él el que no se decide? ¿Y por qué tenemos que casarnos?

-Porque le vi como te miraba en ese Photocall de los premios Fotogramas. Te adora, Jorge.

-No sabía que eras especialista en miradas de amor. Antes parecía que no estabas por la labor.

-Pero referido a mí, no a los demás.

Jorge Rios.”

Jorge caminaba por los jardines del Campus. La verdad es que se estaba a gusto. Muchos estudiantes estaban sentados comiendo un sándwich o una ensalada que habían traído en un táper de casa. Charlaban y reían. Algunos tomaban el sol. Había un grupo de chicos que se habían quitado la camiseta y estaban tumbados intentando tornar el blanco nuclear de su piel en un café manchado, primero, y luego en un café bien cargado. Jorge pensó que estaban recuperándose de la penúltima copa de la noche anterior. Ganas le dieron de sentarse también en la hierba y dejar pasar la mañana. Y la tarde.

-Jorge, cuanto tiempo.

No reconoció la voz. Se dio la vuelta para ver quién le había saludado.

-Erasmo – dijo a modo de saludo. No mostró ningún tipo de reacción ante el encuentro.

-Había oído rumores de que te había cogido el Covid y que te había dejado lelo.

-Pues ya ves que no. He tenido suerte. Si me deja más lelo de lo que ya soy ¿Verdad? Hubiera aparecido en el libro de los récords “El hombre más lelo”. Es lo que sueles comentar cuando no estoy delante. Y no, aunque algunos hubieran deseado que hubiera cogido el Covid y me hubiera llevado por delante, no ha sido así.

Erasmo rió por cumplir.

-Te quería comentar. Te van a ofrecer dar un curso de creación literaria.

Fue al grano. No le apetecía la charla intrascendente con Jorge. Era un tipo que no le caía bien y no disimulaba. Se creía muy superior a nivel social e intelectual. Siempre decía que el tal Jorge era un escritor de best sellers sin nada en la sesera. “Te apostaría a que tiene un negro que le escribe los libros y los relatos”, solía decir cuando salía el tema.

-¿A sí? No sé nada de eso. – Jorge prefirió hacerse el tonto. Solo llevaba un par de minutos con ese hombre y ya le había cansado.

-Es que no sueles enterarte de nada. Estás en la inopia, como siempre. Sale en la programación del último cuatrimestre.

-Ese curso lo dabas tú ¿No? – dijo como quién está despistado por completo.

-Por eso te digo. No es buena idea que lo des tú. Es un consejo. Los alumnos están acostumbrados a mi forma de impartirlo. No estás preparado para ello.

-¿A no? Pero los alumnos son nuevos cada curso. Dará igual a lo que hayas acostumbrado a los del año anterior ¿No te parece?

-No te va relacionarte con la juventud. Ya lo dijiste en ese artículo en la prensa.

Jorge asentía con la cabeza.

-No quieres perder los ingresos que te reporta el curso. ¿O se trata de otra cosa? Porque me imagino que conociéndote, si me han dado ese curso a mí, a ti te habrán buscado algo con lo que salgas ganando. Espera ¿No vas a dar un curso de verano en la Universidad de La Laguna, en Tenerife? Un intercambio con la Jordán. Así que dinero no vas a perder, será al revés en todo caso.

Jorge recordó la conversación que tuvo con el Decano hacía unos días al respecto. No pudo por menos que soltarlo. Ese hombre le repateaba los higadillos.

-No es una cuestión monetaria. Yo no me muevo …

-¿Por el dinero? ¿Te sobra entonces? – Jorge abrió mucho los ojos como mostrando admiración por ese descubrimiento que acababa de hacer. – A lo mejor es buena idea un cambio de rumbo. Me comentaron que en la última edición del curso, no se apuntaron más de siete alumnos. Y dos causaron baja la primera semana. Cinco alumnos.

-Los mejores sin duda. Es duro. Tienen que meter muchas horas y el profesor también. No estás preparado para eso. Fíjate, una novela en nueve años. Es un ritmo de trabajo lento. Lo tuyo parece que no es el trabajo.

-Eres muy considerado. Por cierto ¿Cual es tu ritmo de creación literaria? Yo una novela en los últimos siete años. No nueve. Y te olvidas de dos libros de relatos que sí se han publicado en estos años. ¿Qué has publicado tú?

-Hay que saber enseñar. Un escritor no tiene por qué saber enseñar. Motivar. ¿Tú motivas a alguien? Si no eres capaz de motivarte a ti mismo.

-No me has contestado a lo de tu ritmo de escritura. Si no me equivoco publicaste un libro hace ¿Quince años? Y no has vuelto a publicar.

-Mi literatura no es para cualquiera. No me entienden las editoriales.

-Oí a alguien decir que usa tu libro para quedarse dormido cuando tiene insomnio. Es una forma de plantear la venta a las editoriales. Como sustituto de los somníferos. A la larga todo son beneficios. Sobre todo porque no produce adicción. De mí suelen decir lo contrario. Que mis libros producen insomnio porque los que lo leen no pueden dejarlo, y que crean adicción, porque una vez compran el primero y lo leen, no pueden parar hasta tenerlos todos. Pero está claro que mi ritmo de escritura, a pesar de tu afirmación, es mucho mayor que el tuyo. Y respecto a lo de publicar, ahora es muy fácil. Hay muchas plataformas que te ayudan con la autopublicación. Incluido Amazon.

-No pretendo que un palurdo e inepto como tú, además de inculto, entienda de literatura de verdad. Un vendedor de humo que seguramente tendrá un equipo que le escriba las novelas.

-Has cambiado, antes ibas diciendo que tenía un “negro” que me las escribía. A lo mejor es que el “negro” que lo hacía se ha jubilado o ha emigrado a Santa Elena enamorado de un bello efebo al que ama a cada momento. O a lo mejor es que ha muerto por el Covid. Mira, eso explicaría ese rumor que habías oído de que yo había muerto por Covid. Si lo ha hecho la persona que me escribía las novelas, sería como si de alguna manera, yo hubiera fallecido.

-Es evidente que el Rector y el Decano tienen el juicio en el culo. Tenerte como profesor es perder prestigio. No das la talla.

-Vaya. Esto si que es un ataque en toda regla. Veo que te importa ese curso. Veo que como siempre, quieres lo mejor para mí. Como cuando este año empujaste a un alumno a quejarse de mis clases.

-Perdona, no fue así.

-¿Y como fue?

-Ahora no es el momento. El decano te está esperando. Pero piénsate bien antes de aceptar el curso. Puede haber consecuencias. Los alumnos están molestos.

-No lo creo. Se han apuntado hasta ahora cuarenta y cinco. Y el curso es para veinticinco, si no me equivoco.

-¿No decías que no sabías? – Erasmo estaba molesto.

-Ya sabes. Las drogas hacen que mi memoria vaya y venga. Algo habré leído en algún lado. Ahora que lo dices, es cierto, venía mi nombre como ponente. Por eso se habrán apuntado más alumnos.

-Pero eso… es porque eres famoso. Pero un profesor no da el curso por su fama. Hay que currárselo.

-¿Y qué pasaría si esos alumnos al cambiar el profesor se borran?

-¿Es que no te das cuenta? Lo hacen porque eres famoso. Porque hablan de ti en los programas de cotilleo y luego quieren ir a ellos y cobrar por ponerte verde.

-Pues mis alumnos no han hecho nunca eso hasta ahora.

-Yo te aviso. Puede crear tensiones. Incluso pueden agredirte.

-Si sabes algo, mejor es que lo digas, Erasmo. ¿Debo tener miedo entonces?

-Yo no lo descartaría.

-Mira a mi alrededor, Erasmo.

El aludido abrió los brazos.

-¿Qué quieres que mire? ¿A los chicos tirados en el césped sin camiseta? Es tu rollo ¿No? Tirarte a jovenzuelos.

-No te defines. Dices que no valgo para estar con jóvenes y luego me dices que me acuesto con jovenzuelos. De todas formas, no me refería a eso.

-Solo los quieres para follar.

-Deberían estar a mi nivel intelectual, si dices que soy tan paleto. Además, ese es tu rollo Erasmo. Cambiando el género, nada más. Y tú si que tienes quejas sobre el tema. Déjalo. Me pensaré tu consejo. Casi me has convencido. Aunque te recomendaría que para la próxima, hables con el rector y con el decano.

-Mira lo que le ha pasado a Martín, el hijo de Paula. No querrás ser el siguiente.

-¿Sabes algo al respecto? ¿Crees que a Martín lo han disparado por dar clases en la Uni? ¿Por negarse a seguir tus consejos? Voy a ser claro que, según me han dicho, no dominas el lenguaje con doble sentido ni la ironía ni el sarcasmo. ¿Me estás amenazando?

-Por favor. ¿Qué interés voy a tener yo?

-¿El cobrar por impartir ese curso? ¿Que necesitas ese curso para tu currículum que estás moviendo por otras universidades? O por algún otro motivo que, no te preocupes, me acabaré por enterar. Porque los intelectuales como tú, con un nivel intelectual tan elevado como tú, deberán comprar pollo para comer, y papel higiénico para limpiarse el culo, y mata ratas para el almacén del jardín. Y para eso se necesita dinero, esa cosa tan… baja a nivel intelectual. Hay que vender libros para ello, o trabajar en algo. Y según me han dicho tienes un nivel de vida alto. ¿Lo paga tu mujer?

-Desde luego sigues siendo igual de impresentable y desagradable de trato. No me extraña la fama que tienes.

-Si fuera verdad lo que se cuenta, ahora mismo estarías tirado en el suelo después de haberte dado un puñetazo en la mandíbula.

-Eso es una amenaza en toda regla. Lo denunciaré.

-Mira, si quieres lo puedes hacer ahora mismo. Estas seis personas que me acompañan, son policías. Estarán encantados de tramitar tu denuncia. Lo único, he de avisarte de que llevo un sistema que graba todas mis conversaciones. A lo mejor la policía tiene algo que preguntarte sobre el atentado a Martín. Paula, por cierto, está bien. Preocupada por su hijo. Pero por lo demás está bien. Le daré recuerdos tuyos. ¡Huy! No hará falta, sois íntimos amigos. Eres de su camarilla.

-Te están esperado, Jorge – le recordó Fernando, su jefe de escoltas.

-Tú sabrás lo que haces. Ya te he avisado. Abur.

Erasmo se giró para alejarse de Jorge. Pero éste no se resistió a una última pulla.

-Por cierto Erasmo. ¿Tu francés? ¿Qué tal es?

-Sabes que no lo hablo.

-¿Y como piensas dar un curso en francés? Los alumnos de ese curso son franceses y no hablan el español.

Erasmo abrió mucho los ojos. Ese dato que le había dado Jorge parecía no conocerlo. Puso cara digna, aunque no contestó. Deshizo el camino que había hecho para hablar con Jorge y volvió al bar de la Facultad.

-No es de tu club de fans – le comentó Fernando.

Jorge se echó a reír.

-Pero mira, me ha ayudado a decidirme. Tenía mis dudas al respecto, después de lo del Intercontinental con los amigos del embajador y todo lo que ha pasado. Venía pensando que a lo mejor, la opción de suspenderlo era la más conveniente. Menos peligro para los chicos, para mí, vuestra vida más tranquila …

-Bien. Asistiré en primera fila. Con la excusa de protegerte. Aunque querido, eso ya lo has hecho hace tiempo. Llevamos ya un par de semanas preparando tu seguridad en los cursos. Te has pasado con tu vena dramática: “No iba a aceptar el encargo, pero ahora lo voy a hacer”.

-Que cabrón. Joder, pero eso no se lo digas a nadie.

-No le digo a nadie nada. Pero porque me caes bien. Y tú tampoco digas a nadie que estamos con la seguridad de los cursos. Es secreto. Ni al Decano.

-Tú tampoco me caes mal. Y has hecho bien en avisarme. Estoy decidido a sacarle todo lo que me contó el embajador. Cosas de las que me debería haber informado Jacinto.

-Pues no te envalentones y te lances a contar cosas que no debes.

-Ponte enfrente mío, y si ves que me lanzo, me haces una seña.

Jorge siguió su camino en busca del decano. Lo encontró en el hall del decanato.

-Menos mal que te has retrasado. Regreso ahora. He llegado tarde de vuelta de una reunión con el rector. Alguien le ha ido con el cuento de que ibas a dejar de impartir clases aquí y estaba molesto. Y que no ibas a aceptar impartir el curso de creación literaria.

-¿Erasmo?

-No creo. Más bien ha sido Isaías Venancio. Además, ha venido con un cuento de que estás metido en líos con niños. Y que vas a acabar muerto. Que el prestigio de la Universidad está en peligro teniéndote como profesor. Isaías tiene amigos en todos lados. Ha amenazado al rector que o te echa, o no responde de lo que puedan hacer algunas personas influyentes.

-Llevo … ¿Cuantos años dando clase aquí?

-Diez años.

-¿Ha tardado diez años en …?

-Es por el curso de creación literaria.

-De todas formas, me he hecho un lío. Por un lado le llega al Rector rumores de que voy a dejar de dar clases y que no voy a dar el curso, pero por otro, ese como se llame me pone a parir y dice que soy un mafioso que se merienda a niños sin echarles sal ni nada y que hay que echarme. Me pierdo en este mar de rumores, dichos y contra-dichos.

-Ahora ya sabes porque me duele tanto la cabeza en este momento.

El decano y Jorge habían ido caminando hasta el despacho del primero. Al entrar, saludaron con un gesto a Ely, el secretario de Jacinto y se acomodaron en un sofá que tenía en un lado del mismo.

-¿Un café Jorge? – le preguntó Ely que los había seguido al interior del despacho.

-Si, gracias. De esos que me sueles preparar. Me encantan. Me tienes que contar el toque que les das.

-No te lo diré: así vienes más por aquí.

-Que sean dos – dijo el decano sonriendo.

-¿Y qué tiene ese curso? ¿Sigues queriendo que lo de? Erasmo me acaba de aconsejar en el jardín que es mejor que no lo acepte. Me ha llegado a amenazar con que me van a pasar cosas malas si no desisto.

-Claro. Es que … a ver. No es el curso lo que les pone nerviosos. A Erasmo sí, porque es un dinero que no va a cobrar. Y su currículum … Necesita algo para hacerlo más atractivo, mitigar la falta de investigación o de publicaciones. Ese curso lo engordaba un poco.

-Jacinto… tienes mala memoria. En nuestra entrevista anterior ya me dejaste claro que le habías buscado algo para que no perdiera dinero. Al revés, lo gana no dando ese curso. He investigado un poco y resulta que lo mandas a Tenerife a pasar el verano a gastos pagados. Y a su mujer encima, la deja en Madrid. Para así poder atender a sus amantes sin estorbos y a tiempo completo. Sin mujer y sin hijos. Y ahora sí, cuéntame por qué los amigos Erasmo y sus compañeros de camarilla, incluida mi amiga Paula, tienen tanto interés en controlar el curso de creación literaria.

-Son dos de los alumnos que se han apuntado. En realidad son veintitrés. Ese es el problema.

-¿Dos? ¿Veintitrés? ¿No eran veinticinco?

Jorge abrió las manos a modo de pregunta silenciosa. Pensaba disfrutar de la reunión haciéndole contar al decano lo que él ya sabía. Fernando lo miró sonriendo y negando con la cabeza. Le faltó llamarle cabrón. Jorge le respondió poniendo su mejor gesto de niño bueno, copiado de Carmelo.

-No te puedo decir quiénes son. Por seguridad. Dos son esos alumnos especiales. Más otros veintitrés que suman entonces veinticinco.

-¿Seguridad? Me sorprendes. Jacinto no creo que lleven mucha más seguridad que yo. Y si nos juntamos Carmelo y yo en el mismo cuarto, entonces sí, es difícil que lleven tanta. ¿No te has fijado en todos los que me acompañan?

Ely entró con los cafés.

-Me he permitido Jorge llevarles a tus escoltas un café. Ten Fernando. – le acercó una taza a la esquina dónde se había colocado.

-Te lo agradezco. Cuéntale a tu jefe cuantos policías llevo para protegerme.

-Nueve. Seis están aquí y tres en los coches. Es que conozco a Fernando. Solemos quedar alguna tarde a tomar algo.

-¿Nueve? ¿Y eso?

-Me han intentado matar cuatro veces.

-No me jodas. Si no ha salido nada en la prensa. Bueno salvo aquel bulo que salió que decía que Carmelo había muerto y todo.

-Es mejor así. Aquel bulo fue malintencionado. Pero sí intentaron matarnos en un pueblo. En un parque cercano a mi casa y dispararon a ésta desde un edificio cercano.

-Y la notaría – añadió Fernando. Jorge asintió con la cabeza.

El decano miraba sorprendido a Jorge. No entendía como nadie le había hecho ver esa circunstancia. Hacía tiempo que no quedaba con Jorge para hablar de algo que no fuera estrictamente universitario. Eso sería.

-Pero esto es reciente.

-Sí. De dos meses para acá. Tres a lo mejor. Cuando nos vimos la última vez para comer no había pasado nada de esto. Fue a los pocos días que se desnortó todo. Y la última vez que nos vimos aquí, todavía no me seguían todo el rato. Pero fue justo al día siguiente cuando lo empezaron a hacer. Cuéntame anda.

-Son dos primos, los dos pertenecen a la casa real francesa. Ferdinand y Simon. Su familia no gobierna, es evidente, pero tienen dinero y poder a espuertas.

-¿Y vienen a un curso de creación literaria en Madrid, que se imparte en español?

Fernando estuvo a punto de soltar una carcajada. Jorge había puesto un gesto tan inocente al hacer la pregunta, que le había recordado la cara de un beato.

-Es que este año hemos hecho dos cursos distintos. Uno en español y otro en francés.

-¿Y cuando pensabas decirlo? ¿Erasmo sabe francés? – preguntó extrañado sin cambiar su gesto beatífico. – Tenía entendido que solo hablaba inglés.

-Que yo sepa no. Pero tú lo hablas como un nativo. No tienes que prepararte. Además, puedes practicar con Carmelo.

-Acaba de amenazarme para que no acepte dar los cursos. Erasmo.

-¿Amenazarte? Me había parecido entenderte algo así al principio de nuestra conversación. Me había parecido una de tus exageraciones.

-Lo tengo grabado. Y Fernando te lo puede decir, estaba a mi lado.

-Valoramos que él diera el de español, pero se quejaron los alumnos apuntados en una reunión que tuvo Liberto con ellos. Si lo daba él, se borraban.

-¿Y como se os ocurrió el de francés?

-Nos lo pidieron de la Casa Real Francesa. Los primos estaban muy interesados en asistir y conocerte. Parecía que … es muy importante para ellos. “Vital”, dijeron los representantes de esas familias.

Jorge levantó las cejas. Ese detalle le había sorprendido. Su amigo el embajador, había sido persuasivo.

-¿Cuando pensabas contarme todo esto?

-Jo, es que… parecías tan ocupado, luego lo del hijo de Paula… es tan cercano a ti según he escuchado que me imaginaba que estabas … preocupado.

-¿Y qué interés tiene Erasmo y ese Isaías en esos chicos, Ferdinand y Simon?

-Relaciones. Sus padres y sus tíos son miembros del Patronato de la Sorbona.

-Pero da igual, no van a ir a dar clases en español a la Sorbona. Primero deberán aprender francés.

-Poder.

-Pues sí, pero será para conseguir algo.

-Jorge, si algún día recordaras algunas cosas del pasado…

-Vale, vale. Anfiles. No me esperaba que me sacaras ese tema. De eso tampoco has dicho ni mú.

Jacinto hundió sus hombros.

-Espero que algún día me cuentes lo que sabes. Y me cuentes como sacaste a Ely de esa red.

-¿Lo sabes?

-No. Pero lo he… sentido. Por eso me ha caído siempre tan bien Ely. Y por eso se desvive cuando nos encontramos y me trata con tanto cariño. Sería uno de los niños que me mandaron a hacerme una felación. Para comprometerme. De eso me acusa ese Isaías ¿No? Erasmo y él ¿Son clientes o trabajadores?

-Mejor dejemos el tema. ¿Vas a dar los cursos?

-No te pienses que me voy a olvidar, Jacinto. No me voy a olvidar. He cambiado mucho en ese aspecto. Y me tienes que contar por qué sabes de ese asunto.

-Que sí. Los cursos.

-Claro que los voy a dar. Los dos. No busques a otro para el de español. Lo único a lo mejor necesito que haya un poco de flexibilidad en los horarios de las clases. Flexibilidad y ampliarlos, como te comenté.

-Si quieres que sean virtuales…

-No, no. Prefiero el trato directo. Pero a lo mejor algunos viernes tengo algún viaje… y para poder cambiarlas. Y aumentarlas. Eso ya te lo comenté la otra vez que hablamos de este tema que por cierto, me podías haber contado todo esto en aquella reunión.

-Sin problema. Ya están completos los dos cursos, por cierto.

-¿Y quién se ha apuntado al de francés?

-Tu amigo el embajador se ha encargado. Debe tener otros tantos para el año que viene. Te estima mucho. Y además, son personas importantes. De familias poderosas.

-¿Otros veinticinco? ¿Para el año que viene?

-En realidad debe tener trescientos.

-Luego le llamo. No me ha dicho nada. – Jorge puso un tono al decirlo que Fernando se tuvo que dar la vuelta para evitar que el decano le viera el rostro. Jorge se sonrió y se aprestó a seguir con su coña – Estuve comiendo con su madre y él hace nada. Erasmo me ha llamado palurdo, pero todos parece que me consideráis así. Me ocultáis todo. ¡¡¡No me dijeron nada!!!! ¡¡¡Veinticinco jóvenes de las mejores familias francesas!!!

-Antes no querías saber nada.

-Pues deberías haberme contado aunque no quisiera.

-Para que montaras el número.

-Joder que fama.

-A lo mejor, un poquito merecida. Aunque sea un poquito…

Jorge movía la cabeza negando. Estaba indignado. Esa afirmación no le había gustado. Aunque luego, cuando volviera al coche paseando por el jardín de la universidad, seguramente reconocería que en eso, Jacinto tenía razón.

-Entonces ¿Contamos contigo? – le preguntó inquieto el decano.

-Claro. Si tenía alguna duda, Erasmo e Isaías me han convencido. Se lo dices de mi parte. Tú ten en cuenta que al menos tres de mis escoltas entrarán en el aula. Y algún día que invitaré a Carmelo, serán seis. Por lo menos. Y el resto estarán por ahí, en los pasillos y en la zona a donde dé la ventana del aula. Pero eso ni se te ocurra comentarlo. Y tendré algunas personas que me van a ayudar, incluido Ely y un catedrático en excedencia de la Complutense.

-Tranquilo. Sobre el sueldo …

-Eso lo dejo en tus manos. Le diré a Sergio que te llame. Aunque ten en cuenta que puedo enterarme de lo que han pagado esos alumnos. Espero que mi sueldo esté en consonancia.

-Debemos formalizar el asunto.

-No te preocupes. Ahora hablo con Sergio y él se encarga de llamar a mi abogado.

-Menudo cambio, ahora representante y abogado. No me esperaba que Sergio Romeva se fuera a ocupar de tus asuntos.

-Es un amigo de hace muchos años. A parte de que sea el representante de Carmelo.

-Pero no es su campo.

-Es bueno, sea el campo que sea.

-¿Quién es tu abogado?

-Óliver Sanquirián.

Jacinto hizo un gesto de sorpresa.

-¿Lo conoces?

-De oídas.

El decano se movió inquieto en su asiento. Jorge no dejó de mirarlo.

-Me ha sorprendido, nada más – el decano no tuvo más remedio que explicarse. – Alguna vez he tenido contacto con su padre. Nada más.

-¿Con el farmacéutico?

-Sí. Cuando estaba en la Carlos III.

-Óliver no tiene nada que ver con su padre. Se odian.

-Pues según he oído, vive en su casa.

-En la casa de su madre. Que es distinto. Apunta eso a las cosas que me debes contar.

-Que sí que sí. Aunque no sé que interés tiene hablar de los tiempos de la Carlos III.

-Allí deberías haber dejado a Erasmo y a Isaías.

-No son malos profesores. Aunque te odien.

-No creo haberles hecho nada para ello. Y de las cualidades de Erasmo a la hora de impartir docencia, creo que … no estás siendo sincero. De Isaías en ese sentido, no digo nada. Erasmo es un perfecto inepto. Y lo sabes.

-Pero a lo mejor, Nando sí se lo hizo.

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El sargento Agar fue el encargado de llamar a Doña Eulalia Dantalera para concertar una cita. Era un a de las desventajas que tenía ser el jefe de equipo.

-Irá una “autoridad competente” adecuada. Por razones de seguridad no le puedo adelantar de quien se trata. Y quisiera que guardara discreción. No se lo diga a nadie.

-Estaré encantada de recibirla.

El sargento puso cara de circunstancias. Las quejas del guardia Guillermo respecto al trato que les habían dado los vecinos, se ajustaba a la realidad, En la reunión con el comandante, le había quitado importancia. Sabía que al comandante esas cosas no le gustaban. Ni las permitía. Ya sabía de dos casos en los que fue así y se presentó ante las personas ofensoras y tuvo unas palabras, algunas dichas en tono alto. En este caso parecía que la situación volvía a repetirse, con el agravante que si no cambiaban los planes que habían escuchado todos en la conversación telefónica que el comandante había mantenido con el general delante de ellos, el mismísimo general del Hierro iba a unirse a la entrevista.

El día en que estaba concertada la cita, cuando el sargento Lois Agar y los miembros de su equipo llegaron a la comandancia, tuvieron la certeza de que todo seguía en pie. Nada más entrar, vieron al comandante de uniforme en su reunión típica al principio de la mañana con el capitán Melgosa y con los tenientes Lera y Romanes. Ese día parecía haberse incorporado algunos otros oficiales de la Policía científica y de Tráfico.

El comandante respondió a una llamada y se levantó inmediatamente. Salió de la sala seguido por el capitán Melgosa. Los dos fueron hacia la entrada. No habían llegado cuando los asistentes del general hicieron su entrada precediendo al Director de la Guardia Civil. Nadie en la comandancia sabía de la visita, salvo los muy cercanos a Garrido y los miembros del equipo del sargento Agar. El general sonrió al ver a Garrido que también mostró su alegría de encontrarse. El comandante se cuadró y seguido estrechó la mano del general.

-¡Qué alegría verlo mi general!

-Lo mismo digo Rui, Roberto …

El general tendió la mano al capitán Melgosa que se la estrechó mientras sonreía.

-Estábamos terminando nuestra reunión de la mañana. ¿Te quieres unir? – Garrido le mostraba el camino hacia la sala de reuniones.

-Desde luego. Me gustaría que se unieran los miembros del equipo …

-Claro. ¿Lois?

-Sí mi comandante. Ahora mismo busco a los compañeros.

-Mi general, le presento al sargento Lois Agar.

El general sonrió al sargento, que después de cuadrarse respondió al saludo del general que le tendía la mano.

-Es un placer saludarlo, mi general.

-Lo mismo digo. El comandante Garrido me habla muy bien de usted.

-Espero merecer sus elogios.

-Estoy seguro que sí. No suele regalar los oídos a nadie. Ni los míos, siendo sinceros.

-Lois, te esperamos en la sala.

-No tardamos nada.

Garrido volvió a señalar con el brazo el camino. Todos los reunidos estaban pendientes y se levantaron de inmediato y se cuadraron.

-A sus órdenes, mi general – dijeron casi todos al unísono.

-Romanes, un placer verte de nuevo. Lera, lo mismo digo.

-Es un honor su visita – contestó Romanes como respuesta. – Si me permite, le presento al resto de compañeros.

Romanes fue presentando uno a uno a todos los reunidos. El general fue estrechando sus manos y con todos tuvo unas breves palabras para saber cuales eran sus labores. Mientras eso ocurría, el sargento Agar se presentó en la puerta con el resto de su equipo.

-Adelante – le invitó el comandante. – Lois, presenta por favor a tus compañeros al general.

Una vez acabadas las presentaciones, se reacomodaron alrededor de la mesa. El capitán Melgosa y el teniente Lera se excusaron y abandonaron la reunión. Inmediatamente lo dos salieron de la comandancia a cumplir con las misiones que tenían encomendadas esa mañana. El general miró al comandante.

-Vamos a asegurarnos de que no pase nada en nuestra visita.

-¿Fuego amigo o enemigo?

-De los dos.

-¿Alguna evidencia?

Romanes hizo un gesto de duda.

-Veo que hoy no están aquí …

-Están de permiso. Él y su equipo.

El general se sonrió.

-Tienen una misión el fin de semana – contestó a la muda pregunta que le había hecho el general.

-¿Javier no estará en esto?

-Él mismo le contestará. Está al llegar.

Parecía que el comentario del general había sido premonitorio, porque en ese instante, Carmen y Javier aparecieron por la puerta de la sala común. Fueron saludando a algunos guardias que se encontraron en su camino. Garrido les hizo un gesto para que entraran sin más ceremonias.

Javier fue directo a saludar al general Del Hierro.

-Mi general, hacía tiempo que no nos veíamos.

-Claro y como últimamente delegas en Carmen nuestras periódicas conversaciones telefónicas …

El general se había levantado. Saludó a Carmen con dos besos y estrechó la mano de Javier. Luego, ambos, recorrieron la mesa saludando a los guardias reunidos, antes de sentarse en dos sillas que alguien había acercado a la sala.

-Estábamos en que ibas a explicarnos tu último pálpito. – dijo el general sonriendo con mucha guasa.

-Como me toma el pelo mi general – Javier siguió la broma.

-Como siempre, todos cagaos cuando eso sucede. – bromeó el teniente Romanes, que recibió un manotazo de Javier, que lo tenía al lado.

-Cuando Garrido me comentó del empeño de ese vecindario en que les preguntara alguien con poder, me mosqueé. No es gente que no tenga una cultura, y saben perfectamente que en un cuerpo como la Guardia Civil, los grados de coronel y general escasean y no se dedican claramente a investigación a pie de calle.

-Ni comandantes – bromeó Carmen mirando a Garrido que se echó a reír.

-En las novelas de Lorenzo Silva, Bevilacqua y Chamorro son subteniente y sargento. – apuntó Romanes.

-Veamos entonces lo que se te ha venido al pálpito – dijo el general.

-Dos escenarios: que lo que tienen que contar solo lo puede escuchar alguien con mucho poder, para estar al nivel, o que … pretendan dar un mensaje a los distintos cuerpos de seguridad del Estado, remarcando la conveniencia de no profundizar en estos temas.

-Y cuando llegó a esa conclusión … Javier se puso …

-Ya, ya.

El general se quedó pensativo. Se quedó mirando alternativamente a Carmen, Javier y Garrido. Hizo amago de decir algo, pero se arrepintió.

-¿Mi general?

A Garrido no le pasó desapercibido ese intento vencido por el arrepentimiento. Pero el general negó con la cabeza.

-No es el momento. Contadme por favor un resumen de este caso. Incluido las últimas derivaciones con ese joven asesinado y que alguien decidió que sería conveniente que un accidente de coche absolutamente fortuito se llevara las culpas.

-¿Iker? – Garrido invitó a su compañero a que tomara las riendas.

-Empecemos por ese último caso, si le parece bien mi general. Luego lo enlazamos con el resto. Por eso hemos invitado a los compañeros de tráfico y de la científica para que pueda usted escuchar de viva voz sus impresiones, Este caso nos llegó de forma fortuita. En una visita que hizo el comandante a Somo en Cantabria para traerse a un guardia que allí nadie valoraba y que otros compañeros como el comandante Gutiérrez o el comisario Eloy Cantero pensaban que podía realizar otras funciones que no fuera multar a los dueños de perros que hacían sus deposiciones en la playa.

.

-¿Registraste los cuentos de tu ahijado?

Carmelo le acababa de contar con detalle lo que le había dicho la abuela del hospital el día que Cape se fue para no volver, al menos a corto plazo. Lo tenían pendiente desde el día que Carmelo tomó la decisión de dejar definitivamente la casa de Cape. Y lo de los cuentos de Jack Mousse. “Lo he pedido a El Corte Inglés. Lo tienen en existencias”.

-Claro. – contestó Jorge sin inmutarse – Siempre he registrado personalmente cada cosa que escribo. Es lo único que nunca se lo he encargado a Dimas o a Nando cuando vivía. Me gustaba, me gusta ir al registro, pagar la tasa correspondiente y dejarles un ejemplar de la novela. Además, los manuscritos los encargo a una imprenta fuera de las habituales de ellos. Están todas las novelas registradas. Y los relatos. Cada mes organizo un recopilatorio y lo registro. Hasta de los más tontos. Ese día lo dedicaba a eso. Hasta a veces tomo un café con el funcionario encargado.

-Al menos tenemos la ley de nuestra parte – sin darse cuenta se había incluido dentro del grupo de personas damnificadas. Jorge se sonrió, él sí se había percatado. Y le gustó. Aunque también fue consciente de que Carmelo ya conocía de sobra sus costumbres respecto al proceso de registro de sus relatos y novelas. Se lo había contado un ciento de veces. Incluso alguna vez le había acercado al Registro de la Propiedad Intelectual, antes de que el actor empezara a llevar escolta y dejara de conducir. Pero Jorge pensó que Carmelo dudaba de si era cierto que lo hacía y no se quedaba en una mera intención la mar de las veces. O también pudiera ser que pensara que como esos cuentos eran un regalo, no lo había considerado para registrarlos. Al igual que no lo había hecho con los relatos que había aparcado en la carpeta de “descartados”. Tendría que buscar un momento para hacerlo… para ponerse al día en ese aspecto. Martín era claro que en mucho tiempo, no iba a poder ocuparse. Y no acababa de decidirse por meter en ese trabajo a Raúl, Helga y Fernando. Ya les había pedido demasiados favores. Otro tema era encontrar una causa a ese proceder del que ni pasadas unas semanas había logrado encontrarle sentido. Ni siquiera un jirón de recuerdo al respecto.

-Bueno, algo habrá que hacer. – continuó diciendo el actor.

Jorge se quedó mirando a Carmelo. Negó con la cabeza. No le apetecía meterse en el asunto, pero debía hacerlo.

-¿Por qué no me dices lo que de verdad te abruma, Dani? Sabes de sobra mis rutinas para registrar mis obras. Sabes como está el tema. Después de la reunión en Concejo para mirar las fotos: lo hablamos.

Por un momento, Jorge pensó que iba a tirar balones fuera. Cuando vio aparecer la primera lágrima, supo que no iba a ser así. Estaban los dos en su rincón, sentados en sus butacas .

Carmelo estaba con las piernas entrelazadas a lo indio, descalzo, como habitualmente, con una cerveza en la mano.

-¿Estás bien? – preguntó Jorge, sentado en la otra butaca, con las piernas estiradas y apoyadas en un puff. Le notaba melancólico. No le gustaba verlo así.

-Es que Cape … – dijo en apenas un susurro.

Carmelo se encogió de hombros. Echaba de menos a Cape. No es que no hubieran estado temporadas alejados, últimamente de hecho, era más el tiempo que había estado fuera que el que había pasado en Madrid. Pero saber que era definitivo y que no debía llamarlo, le descolocaba. Creaba en él un poco de inquietud. Sobre todo porque en el fondo, la situación era incierta. Todo parecía arriesgado. Y al fin y al cabo, al irse, Cape había dejado de ser un brazo en el que apoyarse de encontrarse débil. Era más bien pensar que de necesitarlo, contaba con ese recurso. Porque, bien mirado, Carmelo también era consciente que Cape en realidad no había hecho nada porque su vida fuera mejor, ni más tranquila, ni consiguió que sus recuerdos escondidos afloraran y eso consiguiera despejar las incógnitas que lo asolaban. Por contra, su relación con Jorge había avanzado mucho en pocas semanas, después de haber estado muchos años casi estancada. ¿Ese avance les llevaría a casarse? ¿Darían ese paso formal? En realidad los dos se referían al otro en muchas ocasiones como “mi marido”. Y su gente cercana así lo reconocían. Sus mismos escoltas muchas veces para referirse al otro, empleaban la fórmula: “Tu marido ha dicho …” “Tu marido viene para acá … “

Jorge le hizo un gesto para que fuera y se sentara con él. Carmelo sonrió y se levantó. Se sentó encima de Jorge y apoyó la cabeza en el hombro de él. Le rodeó el cuello con sus brazos. Jorge le besó en la frente y le acarició la cara.

-Sigues teniendo la piel muy suave – le dijo en un susurro.

Sonó el teléfono de Jorge. Era la policía.

-Cada vez que me dices lo de la piel suave pasa algo – se burló Carmelo. Jorge se sonrió a la vez que contestaba la llamada.

-No sé si podríamos ir a veros. Está Carmelo contigo – dijo Carmen Polana. No había preguntado, había afirmado.

-Prepararé chocolate. – contestó Jorge lacónico.

No dijo nada más.

-Viene la policía – le anunció a Carmelo.

Éste frunció el entrecejo. Le fastidiaba tener que romper el abrazo tan reparador en el que se había refugiado en el regazo de Jorge.

-Llamaré a Laín y a Felipe por ver como están los chicos. No vaya a ser que nos quieran anunciar algo al respecto.

Era la primera cosa que se le había ocurrido, que hubieran empeorado. Incluso algo peor. Carmelo se levantó y fue a coger su móvil que lo había dejado sobre la otra butaca.

.

Nada más entrar en casa, Jorge se quitó los zapatos y los dejó en medio de la entrada. No era su costumbre, pero esta vez era lo que le apetecía. El día había sido intenso y no tenía ya el cuerpo ni siquiera para seguir sus rutinas. Se quitó luego la cazadora y la dejó sobre otra silla, como hacía el pequeño de sus sobrinos cuando iba a visitarlos. Su teléfono, su tablet, su portátil, sobre la primera mesa que vio. Desde allí divisó el sofá que le hizo un gesto invitándole a acercarse. Y decidió hacerle caso. Los sonidos guturales que salieron por su boca se acercaron mucho a los producidos en medio de un orgasmo, cuando todo su cuerpo tomó contacto con el sofá y su cabeza encontró acomodo en el reposa brazos. Entonces fue cuando cerró los ojos y echó de menos algo de beber. Pero solo pensar en levantarse, se le quitaron la sed y cualquier otra necesidad que precisara ponerse de pie,

Cerró los ojos e intentó echar una cabezada. Le hubiera gustado que Carmelo estuviera en casa. Había tenido que asistir a un acto en sustitución de Martín. El representante de éste no se había mostrado partidario. Parecía que quería ser él el que diera la cara, o en todo caso Laín. Pero los organizadores del evento y la productora de la película que se presentaba, no habían dado opción: preferían a Carmelo. Era mucho más mediático y vendía como nadie las películas en las que trabajaba. En ésta no lo hacía, pero todos sabían que Martín tenía una relación especial con él y con Jorge. Carmelo echaría todo su buen hacer para vender el trabajo de su amigo.

En este caso, Jorge hubiera preferido que el representante se hubiera salido con la suya y hubiera sido Laín o ese Fabián el que hubiera asistido. Así él ahora lo hubiera tenido en casa, preocupado por su estado, y trayéndole al sofá un vaso de limonada o una cerveza bien fría, o una Pepsi con mucho hielo.

Y le hubiera hecho arrumacos, y habría recogido todo lo que había dejado tirado. Desde el sofá podía ver su cazadora que había decidido caerse al suelo desde la silla en la que la había dejado. O le hubiera obligado a bailar con él, después de prepararle algo de cenar, como en una ocasión parecida ocurrida no hacía demasiado tiempo.

Cerraba los ojos pero no conseguía que su cabeza dejara de … estaba demasiado cansado. Otra vez. O angustiado. O ambas cosas.

Escuchó sonidos diversos que salían de su teléfono móvil. Mensajes, wasaps, avisos de distintos tipos … pero no, no iba a levantarse.

Aunque tenía sed.

Al final pensó que el esfuerzo de ir a la nevera y abrir una botella de limonada y llenar un vaso con mucho hielo, merecía la pena si eso le daba la opción de quedarse dormido. Sacó fuerzas de flaqueza y lo hizo. De paso cogió su móvil aunque no miró de qué se trataban todos los sonidos que había escuchado y que de vez en cuando, seguían produciéndose.

Llenó una jarra con mucho hielo y luego, escanció en ella limonada hasta llenarla. Pegó un sorbo y le pareció adecuado el sabor. Solo hacía falta que se enfriara un poco más.

Esta vez cambió su destino. La butaca de su rincón le llamó con insistencia. Decidió poner los cuernos al sofá e irse a su rincón para tomar posesión de su butaca. Puso el puff para elevar las piernas, puso la jarra con la limonada en una mesa auxiliar que tenía a su lado, cogió la mantita con la que le había arropado Carmelo hacía unos días cuando se había quedado dormido, cruzó los dedos de las manos y los puso en su regazo. Pensó en leer algo para ayudarse a dormir. Miró su montaña de libros en espera, pero le llamó la atención uno que estaba al lado de la butaca de Carmelo. No recordaba haberlo visto nunca antes.

The 8:30 p.m. Performance by Alan delPiero”.

Vio que tenía varios marcapáginas y que algunos párrafos estaban señalados. También se fijó en una señal con la que su sobrino Rafa señalaba que había leído ese libro.

No recordaba que Carmelo le hubiera hablado de esa novela. Aunque por otra parte le sonaba de algo. “La función de las 8,30 h.”

No tenía ganas de pensar. Cogió una novela policíaca de una colección antigua, que le había regalado su tío Romualdo. La abrió y se dispuso a seguir leyéndola. Pero apenas había pasado dos páginas cuando se le cerraron los ojos.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 121.

Capítulo 121.-

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-Pareces otro, cariño.

Abril miraba desde la puerta de la sala de maquillaje como Gracia y Anselmo iban convirtiendo al comandante Garrido en alguien completamente distinto.

-La clave está en que te muevas de la forma que te he dicho. El bastón debes llevarlo firme. La pierna recta. Es importante que tengas bien claro cual es la pierna mala. El bastón siempre en el brazo contrario. Debes dar la impresión de que llevas media vida andando así.

Carmelo le estaba dando las últimas instrucciones.

-Eso no te preocupes. Es la pierna que me rompí hace años. Solo voy a cambiar la muleta por un bastón. No sabes lo que me costó cuando me curé, volver a andar normal.

-Todavía hay días en que cuando se levanta por la mañana, anda igual que entonces. – apuntó su mujer.

-No enseñes demasiado la palma de la mano, verán que no tienes callo del bastón.

-No creo que se fijen en esos detalles. El bigotillo éste, ¿No se caerá?

-No. Tranquilo. Y es muy sutil y ligero. Ni te molestará ni se caerá. El tinte del pelo se irá en cuanto te duches y te des este champú especial. Deberás enjabonarte un par de veces. – le explicó el estilista.

-Debes parecer un viejo verde – apuntó Carmelo. – Un hombre con dinero que se acaba de enterar por un amigo, que es posible acostarse con actores jóvenes y famosos. Y siempre acompañado por Fabio, tu … “secretario”.

-Es importante que emplees a menudo el subterfugio de “jugar” – Carmen intervino. – Luego, deberás cambiar al de acostarse. El protocolo que siguen es el de pasarlo a Willy o uno de sus compinches y luego éste se lo traslada al actor elegido.

-Si Álvaro está todavía entre las opciones, elígelo a él. – propuso Javier.

-O a Eduardo Lamalla. O a Manu Cantar. – añadió Carmen.

-Puede que fuera mejor elegir a uno que no esté en nuestro radar.

-Es más peligroso. No te veo acostándote con él. Deberías justificar que al final, no consumas.

-Pero Fabio puede hacer los honores. Un viejo verde que le gusta ver follar a su secretario con otros.

-¿Como en “Si te dicen que caí”? – Carmen fue la que hizo la referencia literaria.

Garrido asintió con la cabeza.

-Bueno, ya está. – dijo Anselmo que acababa de darle los últimos toques al pelo.

-Vamos entonces – dijo Garrido levantándose del sillón.

-No tengas prisa. Tienes todo el tiempo del mundo. Conviene que te dejes ver por el hotel donde te alojas. Y que Fabio y tú cojáis confianza. Lleváis tres años juntos.

-Eso no se consigue en diez minutos.

-Tienes el mejor coach, Carmelo.

-¿Yo? – el aludido no parecía que ese cometido estuviera entre sus planes para el día.

-¿Quién mejor? – Carmen abrió los brazos para apoyar su aseveración.

-Pues un fabulador. Aquí lo que de verdad se necesita es una persona … un escritor. Jorge por ejemplo. Debe inventarse una biblia para esta relación y para dar alma a estos personajes.

-Todo esto llevará tiempo. No creo que aguante con este disfraz muchos días.

-Creo que deberás despedirte de tu familia durante semanas.

-No me tomes el pelo, Carmen.

-No te lo tomo. – dijo Carmen con aplomo, aunque el gesto de la comisaria indicaba lo contrario.

-En qué hora me he dejado liar.

-Si en el fondo te gusta.

-Llama a Jorge, anda. Cuanto antes empiece antes acabaremos. Esto … va a ser largo. Yo que pensaba llegar en diez minutos a esa agencia y …

-Estás un poco desentrenado en operaciones encubiertas.

-Llama a Jorge. A ver si en unos días tiene preparado eso que dices. ¿Biblia?

-Es la historia de los personajes. Cuando haces una película, para saber como es tu personaje y con los que te relacionas, debes saber las razones que tienen para actuar como actúan, como han llegado a ser lo que son. Por qué cojean, por qué les gustan los hombres, o las mujeres, por qué no soportan ver a la gente escupiendo. O por la razón por la que las patatas con chorizo es su plato favorito.

-De donde viene tu dinero. Dónde vives en Valladolid.

-No te demores, llama a tu marido. – Carmen miraba a Carmelo con sorna.

-Llámalo tú, no te jode. Sois vosotros los que …

-Como te pones, Carmelo, querido. Ya le llamo, ya.

.

Mientras llegaba al hotel en un coche de la empresa de Elías, la que se encargó del transporte en la fiesta que organizó Jorge en la Dinamo, ya había llegado al correo de Garrido la biblia que le había confeccionado Jorge. Miró asustado el reloj: apenas habían pasado dos horas desde que Carmen había hablado con él. No estaba en Madrid, así que no iba a poder acercarse. De los ensayos se iba a encargar Carmelo, no de muy buen grado. Había tenido que llamar a su representante para cambiar unos compromisos que tenía esa tarde.

-A lo mejor es una primera experiencia como director, luego te gusta, y la próxima serie que hagas también la diriges. – bromeó Garrido.

-Ni de coña. – la respuesta de Carmelo fue rotunda. – Veremos si produzco otra serie después de Tirso. Lo mío es actuar. Cada vez lo tengo más claro.

-Pero esto que ha enviado Jorge, no es solo la biblia. Tienes … es un guion completo.

-No sé si seré capaz de aprenderme … tienes razón, hay hasta diálogos.

-Si lo consigues, te ayudará mucho. No se trata que los repitas como un loro. Hazlo tuyo. Pero escucha lo que te diga tu interlocutor, no vaya a ser que él o ella no quieran seguir el guion de Jorge.

-No creo que pueda ser natural diciéndolos.

Carmelo suspiró resignado.

-De eso me encargo yo. Jorge sería mejor para eso también, pero está con otras cosas.

-Me conformaré entonces contigo.

De nuevo, la rechifla había asomado a la forma de hablar de Garrido. En el fondo, a pesar de sus quejas, empezaba a pasarlo bien. Esa experiencia le iba a divertir. Y así luego podía presumir en sus cenas de amigos o compañeros de haber recibido clases del mismísimo Carmelo del Rio, con guion de Jorge Rios.

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En el hotel le esperaba Fabio, con una maleta con sus cosas. Carmelo había elegido el “Only You Boutique” de Barquillo, el escenario en el que descubrieron el pastel de los problemas económicos de Álvaro. Era un hotel donde Carmelo tenía confianza por haberlo usado a veces en su época de follador impenitente. Conocía bien el hotel. Como el personaje que iba a interpretar Garrido era un hombre adinerado, reservaron para él durante un mes la Suite del Ático. Tenía la ventaja de la terraza y de que no era zona de paso. Se evitaban el peligro de encuentros no deseados en los pasillos. O de que alguien rondara por allí en busca de chismorreos. No obstante, habían diseñado un plan de seguridad para que Garrido estuviera protegido siempre. Dos de sus hombres convenientemente trajeados, harían guardia en el pasillo de acceso. La suite estaba convenientemente aislada del exterior por medio de inhibidores y otras mediadas de seguridad que eliminaban la posibilidad de que nadie escuchara, viera o grabara nada.

Fabio no parecía muy contento con esa performance. Javier le había obligado a hacerla. Era el pago por arreglar con uno de sus clientes un pequeño affaire que tuvo, robándole unas joyas. Fabio era un prostituto de lujo que a veces, se dejaba llevar por lo del “lujo” y buscaba atajos para llegar a ser un día el cliente, no el puto. No era mala persona, pero … tenía algunos impulsos que le hacían perder el norte. Esa vez, se pasó de la raya. Y el cliente al que le robó no era precisamente un alma de la caridad. Era un hombre con bastante mal carácter que no soportaba que nadie se le subiera a las barbas.

Javier lo conocía de hacía muchos años. Con Fabio, también había tenido contacto por otros asuntos. Le caía bien, aunque sabía de sus impulsos inconvenientes. No siempre actuaba así, pero había algo que con ciertos clientes, no podía controlar. El comisario estaba convencido que eso solo lo hacía cuando el tipo era bronco o mala persona. Javier le había sacado de muchos de esos problemas haciendo que esas personas retiraran la denuncia; estaba seguro que otros muchos no se habían atrevido a denunciar. Javier no lo entendía, porque muchos de esos hurtos eran de cosas que no le iban a llevar a ser rico.

Fabio no mostró ninguna simpatía por su supuesto jefe, Garrido. Se mostró hosco cuando se encontraron. Tuvieron que fingir que ya se conocían y que Garrido era eso, su jefe. Aunque a Carmelo le gustó, porque al menos todos los que lo presenciaron, tuvieron claro que jefe y empleado, no se llevaban bien. Y que Garrido tenía razones para estar enfadado con Fabio por su huida para seguir de juerga unas horas más.

-Quiero que quede claro que no estoy de acuerdo con nada de todo esto. Me parece una patochada y que todo va a salir de puta pena. Y me alegraré. Que se joda el Javier ese.

Al menos esperó a estar en la habitación y que el botones se fuera para soltarlo con tono enfadado. Garrido sacó entonces unas esposas y se las enseñó.

-¡Métetelas por el culo! – le esperó Fabio.

Garrido agarró el bastón que llevaba por la parte de abajo y lo usó como un bate de béisbol. Le dio un soberano golpe en sus posaderas.

-¡Cabrón!

-Eso. Métete en el personaje.

-Como me vuelvas a pegar …

-¿Qué?

Garrido volvió a levantar el bastón esgrimiéndolo como un bate.

-Ese sofá es tu cama.

-¿Dormir en el sofá?

-Eres el criado, no lo olvides. Y es un sofá cama.

Carmelo asistía divertido a la escena. No le hacía tanta gracia tener que bregar con ese Fabio. Javier le había dicho que pondría todo de su parte para que saliera bien. Aunque pudiera ser que la opinión del comisario fuera una visión optimista de la situación.

-Sr. del Rio – un botones había llamado a la puerta. – Estos son los documentos que nos ha pedido que le imprimiéramos.

-Gracias – Carmelo miró la placa que llevaba enganchada en la chaqueta – Rodric. Me gusta su nombre.

-¿Podría sacarme una foto con usted?

-Claro.

Carmelo se puso al lado del botones y se sacaron un selfie.

-Muchas gracias.

-Ten.

Carmelo le dio un billete de veinte euros.

-¡Gracias!

Carmelo se aseguró de que la puerta quedara cerrada antes de darse la vuelta y enfrentarse a sus “actores”.

-Ahí tenéis vuestras copias del guion.

-Vaya mierda.

-No me toques los cojones, Fabio – era Carmelo el que mostraba ahora su enfado. – Te advierto que como me cabrees, vas a echar de menos el bastón de Garrido y el calabozo. Creo que conoces la fama que tengo, así que procura portarte bien los días que dure esto. Y aplicarte. O si no, a parte, correré la voz de que eres el peor puto de Madrid. O mejor, diré que tienes ladillas o el SIDA.

-Estoy depilado.

-Mejor para ti.

-Nada. Creo que es mejor que cambiemos de planes. – Garrido había tomado la iniciativa. – No lo veo, Carmelo. Fabio no está preparado. Tiene miedo, es lo que le pasa. Va a enfrentarse a una agencia que le hace la competencia. No … en realidad está perdido. El miedo es libre. Lo sabes, Carmelo.

-Puede que tengas razón. Llamaremos a otro … le llamo a Javier y le digo que Fabio no nos sirve. Creo que conocía a otros jóvenes que se dedicaban a ser acompañantes de lujo.

-Oye, oye. Que estoy aquí. ¿De qué vais? ¿Queréis quitarme de en medio?

-Eres tú el que lo quiere hacer. Tú te estás quitando de en medio. Nunca me ha gustado trabajar con alguien que no quiere hacerlo. Si he detectado a alguno en mis rodajes, los he echado a patadas. Tú eres uno de esos. Vicias el ambiente. Esto es complicado. Estamos hablando de personas que obligan a prostituirse a personas que no quieren hacerlo, porque les han engañado con un dinero. Tú has elegido tu profesión. Y eres bueno trabajando. Eres buen amante y buen acompañante. Lo sé, algunos amigos han estado contigo. Pero tomas malas decisiones. Puede que necesites ayuda. Javier te la da siempre. Eso puede cambiar. Está en tu mano que eso no suceda y además, hacer algo por ayudar a los demás. Y no me digas, que te estoy viendo, que a ti no te ayuda nadie. Te remito a mi frase anterior. No te hagas la víctima.

-Sois unos cabrones.

-Lo que tú digas. Si no estás seguro de poder hacer lo que te pedimos, ahí está la puerta. Te repito: no trabajo con nadie que no quiera trabajar.

-Soy mejor actor que tú, hijo de puta. ¿O te crees que el noventa de mis clientes me molan? Todos unos viejos babosos y reprimidos que no saben ni comerla. Y todos salen satisfechos y pensando que son los hombres de mi vida. Eso es una actuación de diez. Vuelven y pagan más.

-Vale. Eso es lo que queremos que hagas.

-¿Con quién hay que follar?

-¿No sabes actuar sin follar?

-Tranquilo. Si se da, te dejamos follar. Conmigo de espectador, claro.

-Un viejo mirón.

-Ese es mi papel, sí. Te puedo asegurar que por muy bueno que seas, no me pones nada. – Garrido no pudo evitar mirarlo con un poco de guasa.

-Déjame un par de días y verás …

-¡¡Céntrate, cojones!! No tienes que conquistar a Garrido.

-¿Estás seguro que en esa agencia no te conocen?

-Solo trabajan con actores y otras celebridades. Para aparecer en sus boletines, debes acreditar televisión. Pero son un timo. Se quedan con casi la mitad. Parte lo cobran pretextando otros servicios o gastos.

-¿Conoces a algunos …?

-Sí. Algunos que hicieron el camino de ida y vuelta. Eran putos antes, tuvieron suerte y pillaron con alguien famoso que los sacó del anonimato, fueron a televisión y luego acabaron de nuevo de putos, pero ganando la mitad que antes. Y eso que su caché era el doble.

-Vale. Puede que sea interesante que alguno de nuestros hombres hablen con ellos. ¿Nos podrías poner en contacto?

-¿Qué saco yo con eso?

Garrido volvió a levantar el bastón a modo de amenaza.

-¿Un bastonazo en los cojones?

-Menudos dos os habéis juntado. Sois inaguantables – Fabio miraba alternativamente a Garrido y a Carmelo.

-Dios santo, dame paciencia. – Carmelo miraba al cielo.

-Me choca esa expresión en tus labios – Garrido miró al actor con gesto socarrón.

-Jorge, que me pega su dramatismo.

-No disimules. Eres una puta beata – Fabio le miró retador.

-Garrido, pásame el bastón. ¿Te he dicho que hice de jugador de béisbol en una de mis películas? No veas el swing que tengo.

-¿Eso no es de golf?

-Da igual. El resultado es el mismo: los cojones doloridos por un golpe con el bastón. Tu eliges.

-Me rindo. Pero ya me vengaré, ya.

Garrido volvió a esgrimir el bastón y le volvió a soltar un golpe en las posaderas.

-¡Joder, que haces daño!

-¿Quieres más?

-Vale joder. Vamos a empezar. No puedo estar muchos días sin trabajar. La peña se va a olvidar de mí.

-Recuérdame que llame luego a Javier para agradecerle que nos haya traído a este mentecato.

-No te preocupes, si no, le llamo yo.

.

Personajes:

Luciano Aguirre: 45 años. Lesión en su pierna derecha. Accidente de moto. 15 operaciones para recuperar parte de movilidad. Desde entonces está amargado. Apenas ha tenido parejas. Como tiene dinero, lo suple pagando a chaperos para tocarlos. En el mismo accidente quedó impotente. No pude tener erecciones. Desde hace tres años, decidió tener un “asistente”. Vive en Valladolid, en la Acera de Recoletos 11. Un piso señorial en un edificio señorial. Su patrimonio alcanza los 239 millones de euros.

Fabio Vastro: 22 años. Chapero. Empezó con 16. Luciano estuvo con él varias veces antes de proponerle que se convirtiera en su asistente. En principio dijo que no, pero un cliente que le partió la cara, le convenció de ello. Aún así, siempre parece estar enfadado. Aunque discute mucho con su jefe, lo defendería de quien fuera. Él aunque es exigente, lo ha defendido a él. Y eso, le llegó al alma.

Escena 1: Ext. Mañana soleada. Gran Vía de Madrid a las puertas del edificio de oficinas que alberga la agencia de acompañantes. Fabio se apea del coche para ayudar a su jefe a bajarse. Esa mañana está especialmente dolorido en su pierna.

¡¡Cuidado!! Desde el momento de bajar del coche, tener presente que habrá cámaras y micrófonos. No abandonar el papel en ningún momento.

Fabio:

Sería mejor que lo dejara para otro día.

Luciano.

Te he dicho que no. Se me pasará. (tono hosco, enfadado – Durante unos segundos esgrime su bastón a modo de bate).

Fabio:

Lo que usted diga. Va a pagar algo de lo que no va a disfrutar.

Luciano:

¡Idiota! Eres tú el que va a disfrutar. Yo solo voy a mirar.

Fabio:

Lo que usted diga.

Luciano se apoya en Fabio y en el bastón. Apenas puede mover la pierna. No ha querido tomar sus analgésicos. Empieza a notar que le han creado adicción y cada vez le hacen menos efectos.

Fabio lo mira con pena, pero tiene cuidado de que su jefe no lo note. No quiere recibir un bastonazo.

Fabio:

Debería darle una hostia y llevarlo al hotel. No puede con su alma.

Luciano:

No te pago para pensar, idiota. Te pago para que te desnudes y te la peles en mi honor.

Fabio:

Lo que usted diga.

Luciano:

Encima que te voy a buscar un amante famoso.

Fabio:

Serán de medio pelo. No creo que un famoso de verdad se venda para follar por dinero.

Luciano:

Tú que sabrás. Me han asegurado que son de primer nivel. Actores. Y algún futbolista. Músicos.

Fabio:

Ya verá como son de medio pelo. No creo que Álvaro Cernés se postule para follar conmigo.

Luciano:

Pues me han dicho que sí. Y el tipo que me lo ha dicho es de fiar. Un tipo de San Sebastián. Quedó con él.

Fabio:

Si es el de esa empresa … valiente tipejo presumido. No tiene donde caerse muerto.

Luciano:

No hables así de mis amigos.

Escena 1: (cont) Int. Entran en el edificio. Hall amplio estilo antiguo. Ascensores al fondo. Suelos de mármol brillantes. Mucho movimiento de personas entrando y saliendo.

Luciano tiene un pequeño traspiés, le ha fallado la pierna. Fabio ha podido controlarlo y evitar que cayera al suelo. Lo mira con pena.

Fabio:

No se ha tomado las pastillas.

Luciano:

Eso ni te va ni de viene, niño.

Fabio:

Claro que me va. Si le duele mucho estará inaguantable.

Luciano:

Eres un insolente. No sé como te aguanto.

Fabio:

¿Porque nadie a parte de mí lo hace?

Luciano:

Tú que sabrás. Tengo muchos amigos.

Fabio:

Ninguno le aguanta dos tardes seguidas.

Luciano se intentó enfrentar a su asistente, pero cuando se soltó del brazo de Fabio, volvió a perder estabilidad. Fabio lo cogió de nuevo del brazo y lo mantuvo firme. Luciano pulsó el botón del ascensor con el bastón. Como no acertó a la primera, acabó por darle un par de golpadas. Fabio le cogió la mano y le obligó a bajar el bastón. Se acercó al botón y lo pulsó él.

Fabio:

Hay que tratarlo con suavidad.

Luciano volvió a mirarlo con asco. Pero se contuvo. Empezaba a estar ligeramente mareado por el dolor. Nunca le daría la razón a su asistente, pero la tenía: debería haberse quedado en el hotel, y haberse tomado una pastilla al menos.

Fabio:

Una cosa es que se tome el máximo que le dijeron, y otra es que no se tome ninguna, jefe.

Luciano:

Te he dicho un millón de veces que no me llames jefe. D. Luciano estará bien.

Fabio:

Lo que usted diga Jefe.

Escena 2: Int. Ascensor. Moderno. Van al quinto. Oficina 521. No dicen nada. No suben solos.

Escena 3: Int. Apartada en un recodo, para llamar menos la atención, está la agencia. Es la última. Llegan a la puerta. Caminan despacio. La puerta se abre al llegar ellos. Un joven les recibe con una sonrisa.

Recepcionista:

¡Pasen! Les he visto llegar por las cámaras. ¿Quiere que le ayude D. Luciano?

Luciano:

No necesito ayuda ¿No lo ves?

Recepcionista:

Claro. Discúlpeme. La Sra. Cabanilles les atenderá en unos momentos. Síéntese D. Luciano en esa butaca.

Luciano:

Solo veo una butaca. ¿Y mi ayudante?

Recepcionista: (sorprendido por la reacción del cliente)

Ahora acerco una silla.

Luciano permaneció de pie mientras el recepcionista acercaba una silla. Cuando lo hizo, Fabio maniobró para que su jefe se sentara en ella. No le gustaban las butacas porque le costaba levantarse más. Fabio, una vez acomodado su jefe, se sentó en la butaca sin acabar de recostarse. Su jefe daba la sensación de que se iba a caer en cualquier momento. Tenía la cara crispada por el dolor. Al final se decidió y sacó un bote de los analgésicos que tomaba y una botella de agua. Sacó una cápsula y se la tendió para después tenderle el agua. Luciano se lo pensó, y tras un momento en que valoró darle un golpe en la mano, cogió la cápsula y se la metió en la boca. Pegó un par de tragos de agua para ayudarse a tragarla. En pocos minutos, su mejoría fue palpable. Fabio respiró aliviado.

Escena 4: la dueña de la agencia entra en la sala de espera. Mujer de unos cuarenta años. Bien vestida. Ropa de marca. Pantalones y blusa. Mujer acostumbrada a dominar la escena.

Sra. Cabanilles.

Don Luciano. Bienvenido. Perdone la espera.

Fabio ayuda a Luciano a incorporarse. La mujer ignora al asistente. Tiende la mano al hombre que le corresponde con decisión.

Sra. Cabanilles.

Espero que nuestro recepcionista le haya atendido adecuadamente.

Luciano:

¿Recepcionista? Sí, sí. Muy amable. (tono condescendiente, como de no haberse dado cuenta de su existencia)

Le guía a su despacho. Hace un amago de dejar fuera a Fabio, pero Luciano con una mirada dura, la convence de que eso no es una opción: Fabio va donde vaya él. La mujer inicia la exposición de los servicios que su agencia ofrecen al público. Solo habla de un servicio de acompañantes, para cenas, para pasear o para acudir a eventos.

Luciano:

Señora como se llame. No me haga perder el tiempo. Usted seguro que estará muy ocupada y yo también. No he venido por eso. He venido a buscar un joven famoso para jugar. Sexo.

Sra. Cabanilles:

Pero según nuestra investigación, usted …

Luciano:

Me gusta mirar y tocar. Fabio se encargará del trabajo de campo. Es un buen amante, se lo aseguro. Y está bien dotado. Le he entrenado en lo que me place.

Sra. Cabanilles.

Me temo que ese tipo de servicio no lo ofrecemos. No es … habitual.

Luciano.
Me han dicho que ofrecen todos los servicios posibles. Todos.

Sra. Cabanilles.

Creo que su informante está equivocado.

Luciano no dijo nada. Su gesto era de contrariedad y de enfado. Se apoyó en el bastón e intentó levantarse. Fabio se apresuró a ayudarlo. La mujer lo miró sorprendida.

Luciano:

No perdamos el tiempo. Usted seguro que es una mujer ocupada. Fabio, llama al chófer. Nos volvemos al hotel.

Luciano volvió a apoyarse en el brazo de Fabio. En la otra mano, el bastón. Parecía que la pastilla le había hecho efecto y sus dolores se habían mitigado. La mujer lo miraba con gesto duro.

Sra. Cabanilles:

¡Espere! Todo es cuestión de hablarlo.

Luciano, girándose ligeramente sin acabar de enfrentarse directamente a la mujer:

O sí o no. Es fácil. Ha dicho que no. Me gustan las cosas claras. No me gusta perder el tiempo ni hacérselo perder a nadie.

Sra. Cabanilles:

Puede que a lo mejor …

Luciano:

¿Sí o no? Decídase. No tengo el cuerpo para tonterías.

Sra. Cabanilles.

Tome asiento de nuevo, por favor.

Luciano:

¿Sí o no? No me ha respondido. Y con actores protagonistas, de primer nivel. No me maree enseñándome fotos de actores de medio pelo que han hecho media serie en un papel que duraba tres minutos en pantalla.

Sra. Cabanilles.

Le advierto que eso es caro.

Luciano:

No me ofenda, por favor. Me ha investigado. No creo que mi situación financiera ofrezca ninguna duda. Me está insultando. ¿Sí o no?

Sra. Cabanilles.

Sí. Vuelva a sentarse por favor. En un momento le enseño nuestros actores VIP.

.

Manu Cantar había sido el elegido. Eduardo Lamalla al parecer estaba ocupado. Álvaro seguía apareciendo entre las ofertas de la agencia, aunque al pedirlo, le dijeron que tampoco estaba disponible en ese momento.

-Está rodando ahora. Es un trabajo exigente que requiere todo su esfuerzo y dedicación.

Garrido permaneció imperturbable.

-Avíseme cuando esté disponible. Me interesa.

-Su caché.

-No me vuelva a insultar, Sra. Como se llame.

La reunión no dio para más. Don Luciano hizo la transferencia en el momento. Era la costumbre de la agencia, según la Sra. Cabanilles. La mujer intentó luego dulcificar la premura en el pago, pero Garrido se levantó y sin decir nada, apoyado de nuevo en Fabio, salió de la oficina. Ni siquiera se despidió de la mujer.

Cuando Manu Cantar llegó al piso del hotel en el que estaban alojados Garrido y Fabio, dos de sus hombres perfectamente trajeados, haciendo las veces de los escoltas privados de Don Luciano, le hicieron meterse detrás de un biombo para desnudarse completamente.

-Al jefe le gusta que entres desnudo completamente. Sin pendientes, sin colgantes, anillos, pulseras.

-Pues vale – dijo el actor mostrando su incomodidad.

Una vez desnudo y con su ropa en el pasillo, le franquearon la entrada en la habitación. Fabio lo esperaba en la puerta con un albornoz para que se tapara.

-No soy de piedra. – bromeó el asistente de Don Luciano. – Soy Fabio. – le plantó dos besos sin dudar. El actor no parecía muy cómodo.

Fabio lo acompañó a la terraza donde estaban Garrido y Carmelo.

-¡Manu!

El aludido pareció relajarse al escuchar una voz conocida y reconocer a su compañero al girarse.

-No esperaba que estuvieras – saludó a su colega.

-No quería dejarte solo. – Carmelo le sonrió acercándose para abrazarlo.

-Esto es una pesadilla. Te juro que …

-Ya estamos más cerca del final.

Garrido se había levantado y también había ido a su encuentro.

-Te presento al Comandante Garrido. Trabaja con Javier en este caso.

-¿Comandante?

-Guardia Civil.

-Yo creía que este caso lo llevaba la Policía y que no …

-Somos un caso raro – sonrió Garrido. – Javier y yo lo hacemos todo a medias. Compartimos nuestros casos.

-¿Y ahora que hacemos?

-Si nos cuentas como ha sido que te contacten … lo que te han dicho … si te han pagado o te han informado de lo que hoy ha disminuido tu deuda con ellos …

-Tened. – les tendió su móvil – Todo está ahí. Haceros copia, los mensaje desaparecerán en unas horas.

-¡Qué timo! Me han cobrado más del doble. Y me han advertido que si quedo contento y se me ocurre gratificarte, que sea a través de ellos. Hasta de las propinas quieren sacar tajada.

-Eso no lo sabía – el rostro de Manu Cantar mostraba a las claras la furia que sentía al conocer esa novedad.

-Por cierto, que sepas que en la ropa que llevas, y en la medalla, tienes cámaras. – Carmelo miraba el móvil al decirle eso.

-¡No jodas! Os lo olíais. Por eso lo de desnudarme. Y yo que pensaba que era para el solaz de los vigilantes.

-Lo siento. Además, Pol y Eric, mis hombres hoy, no son de los que les gustaría disfrutar contigo. Pero si lo prefieres, la próxima vez, los cambio por dos que sí.

-Yo sí que disfruto – dijo Fabio levantando la mano. – Si quieres podemos pasar un rato agradable.

-En otra ocasión no te digo que no.

-¡Lástima!

-Cuéntanos, por favor. Queremos saberlo todo.

-No es tan distinto a lo de Álvaro o lo de Gonzalo Semtí.

-No con todos siguen el mismo protocolo. Hasta dónde sabemos, Ricardo no ha dado el paso a tener sexo con los clientes, por ejemplo.

-Ni Gonzalo tampoco. – apostilló Carmelo la primera afirmación de Garrido.

-No lo sé. No es algo de lo que hablemos. Si me preguntan, no lo reconozco. Pero era la única forma de pagarlo de una manera rápida. Tengo que aprovechar que han renovado mi serie “Al alcance del cielo”. Así tengo unos meses más de estar en el candelero. A otros compañeros se les ha ido la fama tan rápido como les llegó y les han bajado su caché. Es ridículo lo que dedican a quitar deuda.

-¿Cuanto te prestaron?

-Ciento setenta mil. Para la entrada a una casa. Ya la he puesto a la venta. Me he dado cuenta que no me gusta y es enorme para mí. Y lo peor de todo, es que no me gusta. No me gusta. Pero me ofrecen la mitad de lo que me costó. Creo que la agencia inmobiliaria me está timando. La hipoteca me está matando además. Y el banco no quiere saber nada de cambiar las condiciones.

Carmelo sacó una tarjeta.

-Es nuestro abogado, el de Jorge y el mío. Te ayudará. Dile que vas de nuestra parte.

-¿Y qué va a hacer?

-Cambiarte el piso de agencia, encargarse de negociar con los posibles compradores. Y negociar con tu banco. Ayudarte a salir del entuerto.

-¿Álvaro también ha dicho que sí a tener sexo con los clientes? – preguntó Garrido.

-No me lo ha dicho, pero lo hizo. Lo hace. Lo sé. Hemos compartido algunos clientes. Me lo han dicho.

-¿Lo hace?

Carmelo lo miraba con gesto duro.

-Quiere devolveros el dinero lo más rápido posible. O le ha cogido el gusto. No le digáis, por favor que os lo he contado. No sabe que lo sé. Con algunos clientes parece que … le cayeron bien. No lo sé, es tontería buscar … no sé sus motivaciones.

-Que idiota es.

-Quizás necesite centrarse de nuevo. Esto no … te descoloca, Dani. Acabas por no saber quien eres ni lo que te gusta. Creo que, al menos en mi caso, el sexo no será igual nunca. Estar actuando siempre. En tus trabajos y en tu vida particular. Es agotador. Ya no sé quién ni qué me gusta. Y lo peor, es que te da vergüenza, por lo que no lo puedes contar a nadie.

-Cuéntanos de ti, anda. Aprovecha que lo sabemos y que no te vamos a juzgar.

-¿Tenemos tiempo?

-He pagado por pasar toda la noche contigo – dijo Garrido. – No puedes salir de aquí hasta mañana por la mañana. Tenemos tiempo.

-También es cierto. No sé por dónde empezar.

-¿Qué te llevó a llamar a la Unidad de Javier sin identificarte?

-Cuando vi el mensaje con la foto del portal de Álvaro. Y la amenaza. Os lo juro, me cagué encima. No soy valiente, lo reconozco. Parezco un tipo decidido, hecho a sí mismo. Y es verdad, me lo he currado yo solo. Pero no me van las peleas ni la violencia. Nunca. Y me he criado en un barrio complicado. Pero he huido de esas cosas. Iba a decir mi nombre, pero me dio miedo. Pero era claro que cualquiera de vosotros, Álvaro, Ricardo, tu mismo Dani, ibais a reconocer mi voz.

-Nos tendrás que decir los clientes con los que has estado y has llevado la ropa que te han dado en la agencia. Tendremos que avisarles que a lo mejor, han sido grabados.

-Veré que puedo hacer. Muchos de ellos fingían ser otras personas. Pocos me dijeron su nombre verdadero.

-¿Te apetece beber algo? Me iba a preparar un pelotazo – Fabio se había levantado e iba hacia el mueble bar.

-No te digo que no. Así se me suelta la lengua. Vodka con naranja, por favor.

-¿Carmelo? ¿Garrido?

-Gin-tonic. ¿Te animas Rui?

-Sí. Otro. Dinos Manu. ¿Cuándo empezó todo?

-Pues …

.

-¡Tía Claudia!

Ignacio sonrió feliz de ver a su tía caminando sola hacia la mesa en la que estaba sentado en la librería “Sueños y Esperanza”. No solo era librería sino que también era un café – bar. Su hermano Adonai le había hablado de ella y desde que lo hizo, se había hecho asiduo. Además, sabía que Jorge Rios solía ir de vez en cuando y estaba ansioso por coincidir con él. De momento no había tenido suerte, pero esperaba que eso cambiara algún día.

Ignacio llevaba una temporada larga con pensamientos negativos de continuo. Su novio Beni lo convenció para dejar a su familia e irse a vivir con él. Durante una temporada, estuvo asustado por la posibilidad de que Ignacio le diera un susto cualquier día e intentara acabar con su vida. Los padres de Beni se volcaron con el chico y le buscaron un psiquiatra que se encargó de encauzar poco a poco el ánimo del joven.

Aunque había dejado a su familia, no había roto con ellos. Con sus hermanos se veía frecuentemente. Con su madre menos, pero no era porque no la quisiera, sino porque pensaba que la ponía en un compromiso con su padre. A éste era al que no quería ver ni en pintura. Solo con que le nombraran delante suyo, su ánimo bajaba muchos enteros en la cotización de la vida. Adonai era el encargado de organizar las reuniones de los hermanos. Aunque Edric últimamente se había acercado alguna vez él solo a verlo. E Ignacio, había ido a escucharlo en todos los conciertos en los que había participado. Se sentía orgulloso de él. Con catorce años, era más decidido que él. Había tomado las riendas de su vida buscando la manera de hacer lo que le gustaba, fuera de las miradas de su padre y de sus amigos. Y lo mejor de todo es que lo había conseguido.

A una de las personas que echaba de menos era a su tía Claudia. No era en realidad su tía, pero la sentía así desde siempre. Había estado malita, como decían para no nombrar su enfermedad, y no la había visto en muchos meses, aunque sus hermanos le habían ido informando de su estado. La temporada que todos pensaron que no lo iba a superar, lo pasó muy mal. Claudia siempre había sido una mujer que lo había escuchado. Y a parte, Ramiro, el hijo de Claudia era de siempre su mejor amigo. Desde que cayó en la depresión, de hecho se quedó con el papel de su único amigo.

Ignacio se levantó y fue al encuentro de su tía. Ésta se paró en medio de la calle y abrió los brazos para recibirlo. Se fundieron en un abrazo muy apretado. Claudia agarró la cara de su ahijado con las manos y se lo quedó mirando unos segundos antes de comerle la cara a besos.

-Me da igual si eres mayor ya para los besos de tu tía.

-Lo que los he echado de menos, Claudia. Me puedes besar siempre que quieras. Es más, quiero que me beses todos los días.

-Pues eso estaré encantada. Y si le dices a mis hijos que no es mala cosa, te lo agradeceré.

-No seas injusta, tía. Que sabes que se dejan besar con gusto. Pero se tiene que hacer valer.

-¿Eso te dice tu amigo? Que jodido él. La madre que le parió que soy yo. No, en serio, estoy orgullosa de ellos. Se han portado como héroes con mi enfermedad. Han estado ahí y han disimulado su incomodidad cuando me han visto en los días malos. Pero en esos era cuando más estaban a mi lado y me cogían la mano y me la besaban. Eso me … – la voz se le quebró a Claudia. No pudo seguir hablando.

-Y Garcés siempre ha gustado de abrazarte.

Claudia volvió a acariciar la mejilla de Ignacio. Éste seguía rodeando la cintura de su tía con los brazos.

-¿Me dejas tomar un té contigo? Veo que no ha venido tu madre.

-O sea que lo teníais preparado. Ya le echaré la bronca a mi madre que no me ha dicho nada.

-Era para darte una sorpresa. Además, todavía estoy un poco renqueante y todos los días no acabo de tener fuerzas para estas cosas. No quería que me esperaras y al final no poder acercarme. Te advierto que hoy ha sido la excursión más larga que he hecho.

-Pero dime y voy a verte. No lo he hecho por no molestar.

-Ignacio, no me fastidies. Siempre puedes ir a verme. Y si tu amigo, a la sazón mi hijo, te ha dicho otra cosa, le voy a dar una colleja cuando me lo eche a la cara.

-A lo mejor es que está celoso – Ignacio sonrió con un poco de guasa.

-Podría ser, ahora que lo dices. Me voy a pensar eso que me has dicho.

Claudia se apoyó en el brazo de su ahijado y caminaron los dos hacia la mesa que ocupaba en la terraza de la librería-café. Se pidió un té y otro café para Ignacio. Éste empezó a lanzarla un ciento de preguntas sobre como estaba.

-Pero de verdad, tía. No me dores la verdad, no soy un débil.

-Estoy mucho mejor, de verdad. Y hoy al verte y sentirte tan cambiado desde la última vez, tan lleno de vida … no sabes lo preocupada que me has tenido.

-Ha sido duro. No te miento si te digo que si no llega a ser por Beni y por Rami, no sé si ahora mismo estaría aquí.

-Cada vez que pienso en lo que has sufrido … y en como te lo has guardado todo … y sigues haciéndolo. Deberías soltarlo todo. Todo. Para saber con quien nos jugamos los cuartos.

-Por tu forma de hablar, parece que alguien te ha contado.

-No, tu amigo no ha sido, te lo aseguro. Te es fiel hasta por encima de su madre. No soy tonta. Juanito me contó ciertas cosas de tu padre. Unos desencuentros que han tenido y la forma que ha decidido imponer su criterio. Como trata a parte de sus alumnos y como les chantajea para obligarlos a hacer sus designios. Como tiene a parte de la profesión agarrados de sus cojones.

-¡Tía! ¡Ese vocabulario! – Ignacio se sonrió seguramente pensando en lo que iba a decir – Pues va a ser verdad que estás muy recuperada. Ya has recuperado tu léxico directo y sin complejos.

Claudia le dio un manotazo cómplice en el brazo. Pero no se olvidó del tema del que hablaba. Quería acabar lo que quería decir a su sobrino.

-Y como he tenido mucho tiempo para pensar, he hilado una teoría que me he guardado, estate tranquilo.

-No le digas nada a mi madre. Está muy enamorada de mi padre y …

-Tu madre sabe. Iba a decirle la verdad, cuando me enteré de ella, claro. Hasta que Juanito me contó … vivía en la inopia. Pero tu madre es … muy importante para mí. Sin ella y sin mis tres hombres, no creo que hubiera superado la enfermedad. Bueno no cantemos victoria. Estamos en proceso. El caso es que no me parecía bien que no supiera los manejos de tu padre. Juanito no era de la misma opinión. La de contarle a tu madre.

-Claro que la vas a superar. Porque ahora me voy a unir a tus tres hombres para mimarte y darte besos. Y cogerte de la mano y acompañarte a dar paseos. Y al cine. Echo de menos ir al cine contigo.

Ignacio obvió el tema de su padre. No le apetecía entrar en él.

-Es verdad. Tenemos que repetir. Mis hijos eso de meterse en una sala a oscuras, no les ha gustado nunca. Así que tú y Adonai me dabais la excusa de tener compañía para ir al cine.

-Y ver las pelis de dibus y de acción que te gustan.

-Es que todos en mi entorno, parecen tan cultos tan …

-¿Estirados?

-Eso.

-¿Tienes compromiso para comer?

Claudia enarcó las cejas.

-¿Qué me propones?

-¿Comes conmigo? Conozco una hamburguesería … y así te presento a Beni. Trabaja en ella.

Claudia abrió mucho los ojos y sonrió.

-Me parece el mejor plan que me han propuesto en mucho tiempo. Tengo ganas de conocer a tu Beni.

-No te dejes embaucar por mi hijo que es un liante.

-¡¡Mamá!!

Ignacio se levantó de un salto y abrazó a su madre.

-¿Cómo estás cariño?

-Bien mamá. Estoy mejor, sí, no me mires así. No te miento. Y ahora que he visto a mi tía como ha mejorado, estoy todavía mucho más animado . Hoy parece que todo son buenas noticias.

-Tengo que pedirte perdón, hijo.

-¡Mamá! No me gusta eso que dices. Siempre me has querido.

-Sentaros, anda. Me va a doler el cuello de miraros hacia arriba. – Claudia sonreía feliz. – ¡Camarero! Un té para mi amiga por favor.

-No te has pedido pastas.

-Te estaba esperando a ti.

-Si eres tú …

-Pero me sirves de excusa. Así si me ve alguien puedo decir que son para ti.

Siguieron bromeando durante un rato. Los tres estaban a gusto. Ignacio reconoció que era uno de los días más felices de los últimos tiempos.

-No me miréis así. Es cierto.

-Lo que te decía antes es verdad, cariño. Tengo que pedirte perdón. He sido ciega y sorda durante toda mi vida. No debería haber permitido …

Adela se echó a llorar. Ignacio se quedó sin saber como reaccionar. Claudia se acercó a su amiga y la cogió las manos.

-No te flageles, Adela. Yo tampoco me he dado cuenta de nada. No podemos arreglar eso. No podemos cambiar el pasado. Ahora estás tomando decisiones importantes. Eso es lo que puedes hacer. Juan Ignacio ya ha organizado ese concierto benéfico que le dijiste. Tocarán el concierto de violín de Sibelius.

.

.

-Y en la segunda parte, el concierto de Beethoven. Y la fuga como propina.

-Menuda paliza para el violín. Me imagino que el violín será ese chico, Sergio Plaza.

-A lo mejor comparte la cabeza de cartel. Dídac Fabrat dirigirá la orquesta de Castilla y León.

-Es buena orquesta.

-Lo es.

-¿Podemos ir a ver ese concierto? Me gustaría conocer a ese músico.

-Claro. Y te sentarás a mi lado. Invitaré también a los abuelos.

-¿De verdad?

-No quiero que tengáis que verlos a escondidas. Que yo no me lleve bien con ellos, no quiere decir que os quiera privar de su cariño.

Ignacio se quedó sorprendido con las afirmaciones de su madre. Parecía que su tía iba a tener razón y que había cambiado mucho.

-Sé que el abuelo queda contigo de vez en cuando.

-Me propuso irme a vivir con ellos. Y ocuparse del psiquiatra y de mis gastos. Pero le dije que no. Estoy bien con Beni. Y no quería contrariarte.

-No sé como contestar a eso. Como reaccionar. Es que … ¿Ves por qué quiero que me perdones? No has …

-Mamá. Te has ocupado de mí. Lo sé. No lo has publicado en El País, pero lo has hecho. No me chupo el dedo. Y tienes a Adonai de informante. ¿Que hayas estado ciega con papá? Es lo que tiene el amor. Ahora con Beni, me doy cuenta de ello. No soy capaz de ser imparcial respecto a él. Sus errores, los perdono todos. Los disculpo y los defiendo ante sus amigos o su familia. Él hace lo mismo conmigo. Y que el abuelo a pesar de todo nos vea, lo sabes. Te has hecho la tonta, pero lo sabes.

-Quiero que dejemos de jugar a hacer las cosas a escondidas. Puede que lo supiera, sí. Pero quiero que a partir de ahora, no haga falta ocultarlo. Quiero ir a ver a Edric tocar. Quiero que vengas tú y tus hermanos y los abuelos a ese concierto que patrocina por cierto, una de las empresas de tu tío Constantino.

-¿El tío Juan se ha atrevido a contrariar a papá organizando ese concierto benéfico? Y con el tío Constantino de patrocinador.

-Se lo pedí yo.

-Pero mamá … no sabes de lo que es capaz papá.

-Claro que lo sé, cariño. Vi con mis ojos como amenazaba de muerte a Dídac y a Jorge Rios.

-¿De muerte?

Ignacio tenía el gesto demudado. El color de su cara lo había abandonado.

-Cariño, se lo pedí yo. A tu tío Juan. Que organizara ese concierto. No se lo pedí, se lo exigí. Escuché parte del concierto de ese chico con Dídac y tres compañeros. Dídac ya sé de lo que es capaz hace tiempo. Es un genio. Todos lo sabemos. Pero ese Sergio … y esos otros músicos damnificados también por los “negocios” de tu padre … No lo puedo permitir. Ahora que lo sé, no lo puedo …

-Pero mamá, no sabes … papá …

-Mañana voy a ir a ver a una policía.

-¿Policía? Los tiene a todos comprados.

-No, Ignacio. – Claudia había tomado la palabra. – No a todos. A los que va a ver tu madre, no los tiene en el bote. ¿Por qué nos miras así?

-No sabéis lo que habéis hecho, tía, mamá. Os habéis puesto una diana en la cabeza. No quiero que os pase nada.

-Y nada nos va a pasar – Claudia habló de nuevo con tono seguro. – Es lo que deberías hacer tú. Puedes acompañarnos.

-No, no … lo siento. No … no estoy preparado. ¿Vais a ir las dos? ¿A la policía?

-Si tu madre me ha acompañado a la quimio, no voy a dejarla sola ahora.

-Papá puede ir a casa y …

-He cambiado las cerraduras. No podrá entrar.

-¿Has cambiado las cerraduras?

-¿De qué te extrañas? Tú mejor que nadie sabes que tu padre …

-Por eso, porque sé de lo que es capaz, mamá. Te va a arruinar. Eso como mal menor.

-No puede tocar mi dinero. Ya no.

-Tiene hackers. Se saltará la seguridad y te lo quitará todo. Y a los abuelos y al tío Constantino.

-Que los utilice. Así cavará su propia tumba.

-Tranquilo, sobrino. Hemos tomado precauciones.

-No lo conocéis, tía. No …

La cara de terror que tenía Ignacio era una clara demostración del miedo que sentía por su madre y por su tía.

Jorge Rios

Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

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Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

.

-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

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