Capítulo 107.-
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“-Mira Carmelo este es Dorian, uno de esos jóvenes por los que siempre me has preguntado. Esos que me han asaltado en mi caminar silencioso estos años porque se han quedado subyugados por mi prestancia y mi cuerpo.
-Encantado de conocerte – Dorian tendió la mano al actor que por pura inercia educacional se la estrechó. Aunque de su boca solo salieron algunos sonidos guturales apenas entendibles y por sus ojos, salían unos rayos de color rojo propios de Supermán en plena batalla para salvar a la Tierra.
-Podíamos organizar un trío. Carmelo, me han comentado que eres un hombre muy sexual. Jorge me ha hecho gozar como nadie en el mundo. Me muero por estar en medio de vosotros dos en la cama.
-¿Y por qué no te vas a cagar al campo y te limpias el culo con un manojo de ortigas? ¿Eh? ¿eh? El escritor es mío. ¡¡¡¡Mío!!!! Y no me toques los cojones que saco la recortada y te descerrojo tres tiros en menos que guiñas el ojo. ¿Tienes un tic?
-¿Descerrojas? – se burló Jorge.
-Descerrajo, joder. Listo, que eres un listillo … y contigo quiero hablar luego cuando estemos solos. Sí, sí, estoy muy enfadado. Muy enfadado. Me muero de lo enfadado que estoy. Te vas a enterar escritor …
Jorge abrió los ojos sobresaltado. A algún vecino se le acababa de caer algo al suelo y el ruido le hizo despertar. Estaba sentado en su butaca con las piernas apoyadas sobre un escabel.
Tardó en situarse. Se había levantado pronto porque se había desvelado y había decidido vestirse. No quería seguir dando vueltas en la cama, buscando un sueño que le esquivaba con bastante éxito. Tenía intención de irse a dar un paseo, visitar algunos de sus bares de referencia a los que tenía un poco olvidados en los últimos tiempos. Pero las seis de la mañana le pareció demasiado pronto. Y se sentó a bucear en esos relatos que tenía olvidados. Raúl le había pedido que los echara un vistazo. Había alguna cosa que no le cuadraba.
Y en cuanto se puso a ello, los ojos empezaron a pesarle y se sumió en un sueño … divertido. Porque se acordaba del sueño. Rápidamente tomó algunas notas para no olvidarlo. Quedaría un bonito relato.
-¡¡Carmelo!! – llamó a voz en grito. Le apetecía contarle el sueño a él primero. Seguro que le iba a hacer gracia.
-¡¡Carmelo!!
Pero nadie respondió.
Miró la tablet que seguía teniendo en su regazo. Eran más de las nueve y media. Pues sí que había dormido tiempo. Carmelo tenía que irse a las ocho y media. Pero le había puesto una manta por encima para abrigarlo. La olió. Olía a él, a su rubito.
Eso le estimuló. Apartó la manta a un costado y fue en busca de sus zapatos. Revisó con rapidez la casa, para comprobar que todo se quedaba bien y, después de coger una chaqueta, se echó a la calle.
-¿Coche? – le preguntó Luisete, al mando de su escolta.
-No. Caminemos. Al Cortejo.
-No me lo puedo creer, hoy te lo vas a tomar con calma. – bromeó el policía.
-Si quieres nos …
-No, no, no. Si me parece bien. No te pongas así. Andar es bueno para la salud.
-Pues vamos. ¿Llevas tabaco?
Luisete sacó el paquete mientras sonreía.
-Era para ponerte a prueba. Después del café.
No hacía buena mañana. Hacía un poco de aire y estaba medio nublado. La temperatura no era mala, pero al cabo de diez minutos de caminar, Jorge se arrepintió de no haber cogido una cazadora más abrigada. Apresuró el paso para llegar cuanto antes al bar. Tenía ganas además de desayunar. Parecía que esa siesta mañanera le había abierto el apetito.
Íñigo, uno de los camareros le señaló su mesa. Seguía puesto el cartel de reservado. Aunque llevaba un par de semanas que no iba, le seguían guardando su sitio. Le sonrió agradecido. Se sentó mirando al resto de las mesas. Para observar. Aunque en ese primer momento, el observado era él.
Nunca le había pasado eso. Normalmente solía pasar desapercibido. Salvo para dos lectores devotos o para tres tocapelotas igual de perseverantes. Pero el resto del público apenas se fijaba en él.
-Hace tiempo que no vienes. La gente te echaba de menos. Estarán mirando si tienes señales de haber pasado alguna enfermedad que justifique tu ausencia. Muchos me han preguntado por ti.
Íñigo había ido a su mesa a tomarle nota. Lo conocía lo suficiente para saber a que se debía su gesto de extrañeza.
-¿Desayuno en condiciones?
-Sí. Hoy me apetece cruasán a la plancha. Y chocolate. Mermelada de albaricoque. Y una porra. Zumo de naranja.
-¿Hojaldritos de crema?
-Eso ni se pregunta.
-¿Vaso de leche fría?
Jorge le señaló con el dedo a la vez que sonreía.
-Tú si que sabes – dijo convirtiendo el dedo en un puño para chocarlo.
-Luego sale Joaquín para saludarte.
-¿Ya está recuperado? ¡Qué alegría!
-Está renqueante aún. Juanjo le echa antes de su hora. Se le nota flojo todavía.
-Y se enfadará.
Íñigo se echó a reír.
-Antes porque le pedía que se quedara un rato más, y ahora por lo contrario.
-Joaquín sin quejarse no sería el mismo. Luego está encantado.
-Y se lleva a Juanjo a tomar algo. Te voy preparando el pedido. Tendrás ganas de ponerte a escribir.
-Hoy voy a leer. Tengo que revisar cosas que escribí hace tiempo.
-Pues te dejo con tus correcciones.
Jorge se quedó un rato observando a la gente. Comprobó que muchos seguían siendo los mismos. Vio también gente distinta, y echó en falta a algunos de los habituales. Cada hora tenía su grupito de fijos. Algunos al encontrarse su mirada lo sonrieron a modo de bienvenida.
No se entretuvo en esos saludos demasiado tiempo. Raúl le había dejado preocupado con los comentarios que le había hecho.
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-Tu programa de edición da un número a todos los relatos que abres. Ese número va a acompañado de un código que señala las características del relato anterior. Esos códigos se van actualizando si tú cambias ese relato. O sea, si estás en el #038469 sale después $45-349-9. 45 son los capítulos del relato anterior, 349 el de páginas y 9 el de revisiones. Hasta ahora, he encontrado que faltan 25 relatos. Todos son de más de 400 páginas.
-¿Novelas?
Raúl se encogió de hombros.
-Es que tu forma de llamar a los escritos despista. Para el común de los mortales, son novelas. – la cara de guasa de Raúl al explicar ese pensamiento era grandiosa.
-¿Y no puede ser que lo haya cambiado de carpeta?
-No. Guarda siempre ese número.
-¿Son actuales?
-Algunos son de hace quince años. Los más recientes que no encuentro, son de hace unos meses. Tres en concreto.
-¿Están registrados?
-Unos sí y otros no.
-Hazme una lista de los relatos que faltan. Y si están registrados o no. Y ahora te hago una transferencia para cubrir al menos tus gastos por imprimir y llevar mis relatos a registrar. Y si ves que me quedo corto, me lo dices.
-Jorge no …
-Sí, hace falta. Estaría bueno que encima que me haces el favor, te cueste dinero. Ya te cuesta tiempo de descanso.
-Si me lo paso bien … tengo la satisfacción que soy el único que los ha leído. Porque hasta esas carpetas, solo ha llegado Martín y ahora yo.
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Se enfrascó buscando las referencias que le había dado. Mientras disfrutaba del desayuno que había pedido, dejó a la tablet haciendo una búsqueda y creando un directorio de los relatos por su número de referencia. Ese truco le indicaría si Raúl, al persistir en su misión, incluiría más relatos en esa lista de historias que faltaban.
Mientras saboreaba el cruasán bien mojado en el chocolate, firmó un par de libros que le acercaron dos mujeres. Parecían temerosas de poder molestar a Jorge. Debían conocer su fama. Le explicaron que estaban de paso y que era su último día en Madrid.
-¿De dónde son?
-De Zumaya.
-¡Anda! Tengo un amigo que trabaja en Cestona, en el balneario. Le tengo prometido acercarme a pasar unos días por allí.
-Pues si un día se decide, estaremos encantadas de hacerle de guía.
Se sacó también una foto con ellas y volvió a su desayuno. Con el vaso de leche fría, llegó el momento de volver a sumergirse en el estudio de sus relatos.
Al crear ese directorio habían aparecido algunos relatos más que faltaban. Eso en un primer vistazo. Revisar toda la lista le llevaría un buen rato. Se apuntó mentalmente la tarea de llamar a Aitor para que le ayudara a buscar la correspondencia del número que asignaba el programa con los títulos. Sabía que el programa guardaba toda esa información pero no recordaba como se ejecutaban esas funciones. No recordaba haber borrado esos relatos. Y echando un vistazo por encima, se había percatado que había grupos de hasta diez documentos seguidos que faltaban. Si los hubiera eliminado él, pensaba que se acordaría. Aunque en general, no borraba nada. Solo tenía presente haberlo hecho con un par de esbozos que no le llevaron a ningún sitio. Y una novelita que escribió para probar una forma distinta de contar, pero que, revisada un par de meses después, le dio arcadas al leerla de nuevo. Para eso tenía las carpetas de “descartados”. Ahí pasaba lo que no le hacía demasiada gracia. Aunque debía reconocer que, después de los descubrimientos de Martín, ya no estaba seguro. Porque además, en esas carpetas muy poco visibles, casi todos los relatos estaban sin registrar. Y él, hasta donde recordaba, registraba todo, le gustara o no. Quizás su época de las vitaminas, le había afectado de una forma que no pensaba que lo fuera a hacer. A lo mejor le habían creado algunas lagunas en su actividad. O en su memoria. Algunas lagunas no reconocidas y asumidas por él.
-¡Jorge! ¡Qué casualidad!
El escritor levantó la cabeza desubicado. Había reconocido la voz, pero no era capaz de identificarla. Tardó unos segundos en centrar la vista y volver de su proceso mental. Al final logró situarse.
-¡Esther!
La mujer sonrió a la vez que se sentaba enfrente suyo.
-Precisamente estaba pensando llamarte. Ha sido el destino que ha hecho que nos encontremos.
Jorge se recostó en su silla. No le gustaban las encerronas. Y estaba convencido de que ese encuentro, podía definirse como tal.
Jorge Rios.”
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Martín salió corriendo de la casa. Su respiración estaba desbocada. Esos ataques de furia, sobre todo con sus padres, se estaban convirtiendo en habituales. Y eso no le gustaba.
Llevaba una temporada larga pensando en ello sin llegar a ninguna conclusión. Y el día del encuentro con los padres de Jorge lo supo: saltaba, se enfadaba, discutía, porque quería defenderlo. Jorge era muy importante en su vida. Le había enseñado muchas cosas, sobre todo a pensar por él mismo. Le había ayudado a superar sus muchos miedos. Había ido a pasar un mes a un pueblo perdido, solo por estar cerca de dónde él iba de campamentos obligado por sus padres. Para verlo cada vez que lo necesitaba. Había dejado que se equivocara para aprender. Pero había estado a su lado para cogerle la mano y ayudarlo a levantarse. Le había querido sin condicionantes. Tal y como era.
Ni él mismo se reconocía discutiendo y chillando. No se sentía bien. Le había pasado con la bronca con su madre de hacía algunas semanas. Había estado varios días dándole vueltas a la cabeza, hasta convertirse en obsesión. Días además que evitó a Jorge. No quería que se preocupara. Sabía de los muchos cambios que en poco tiempo había afrontado. No quería ser convertirse en alguien de quien tuviera que estar pendiente todo el día. Sabía que si le contaba, se iba a volcar con él, dejando otras cosas más importantes. No quería eso.
Definitivamente, no se sentía bien consigo mismo. Por la situación y por su reacción. Normalmente era tranquilo. Relativizaba las cosas, los insultos, los menosprecios. Sabía ver los dobles juegos de la gente, pero en lugar de enfadarse solía divertirse prediciendo los pasos de los falsos y los conspiradores. Era una de las cosas que había aprendido de Jorge.
Era distinto cuando el juego implicaba a sus padres. No le había mentido ni un ápice a Jorge cuando le había dicho que le iba a contar lo que sabía. Para él Jorge era importante. Era la persona que le había servido de apoyo. Junto con Rodrigo, el director, eran sus “personas importantes”. En ellos había encontrado lo que no había hecho en sus padres. Siempre les había visto como falsos. Le gustaba escuchar y les oía opinar de forma radicalmente opuesta dependiendo de con quién hablaran. Y lo que más le fastidiaba, que enseguida se dio cuenta que sus padres despreciaban a Jorge. Lo consideraban un advenedizo, un escritor de pacotilla del que eran los primeros en dudar de que hubiera escrito sus novelas. Aunque cuando estaban con él, prodigaban los halagos y las muestras de cercanía.
Llegó al jardín y se sentó en una mesa bajo un gran árbol. Le gustaba que Carmelo y Jorge le hubieran invitado a su refugio secreto. Y no iba a desaprovechar la invitación que le habían hecho en las últimas horas. Pensó que si le ofrecían una llave, como así le había dicho Carmelo, la cogería sin discutir. El único problema era ir a los rodajes y a otros actos. En realidad, para los rodajes el coche de producción era la solución. O usar la casa de Madrid. Esa casa siempre le había gustado. Ahora ya le daba igual lo que pensaran sus padres. Como si pensaban que se lo montaba con Jorge y Carmelo a la vez. Definitivamente, iba a irse a vivir con ellos, tal y como había quedado con Jorge. Y sin necesidad de ir al piso de al lado. Se quedaría en su habitación de siempre.
Casi nadie de las amistades de Carmelo había ido allí, a Concejo de Prado, por no decir nadie. Carmelo y Cape habían creado un mundo aparte. Una guarida a resguardo de ojos indiscretos. No, corrigió su pensamiento. Era el mundo de Carmelo. Cape había llegado después. Y él percibía que en todo caso, era el mundo de Jorge y Carmelo. El actor siempre había tenido presente los gustos de Jorge al distribuir su casa. Había rincones copiados exactamente de la casa de Núñez de Balboa, la casa de Jorge. Y eso le ponía contento, porque hacía ya muchos años que se había dado cuenta de como se querían y como se hacían bien el uno al otro.
Vio a Eduardo en la puerta de la casa que lo observaba a hurtadillas, sin atrever a acercarse. Había escuchado a Dani alguna vez hablar de él. No se lo imaginaba tan atractivo. Eso indudablemente era un prejuicio, ahora lo veía claro. Igual que veía las pajas en el ojo ajeno, sabía ver los troncos en el propio. Había pensado que un hombre guapo y atractivo no podía estar escondido en un pueblo de 800 habitantes, por mucho que tuviera como vecinos a “los Danis”.
-Ven, que no muerdo. Acércate.
-¿Seguro?
-¿Seguro que?
-Que no muerdes. Hace unos segundos parecía que ibas a saltar a la yugular de alguien.
Eduardo había empezado a andar en su dirección, aunque con paso dubitativo.
-Serás bobo – a Martín se le pasó de repente su enfado. No le quedó más remedio que sonreír y hacerle señas con la mano para que se acercara. – Soy actor te recuerdo.
-Pues si ha sido una actuación, la has bordado. Nos has dejado acojonados a todos.
-Gracias. Me alegra que me lo digas – Martín cargó la inflexión de su voz con un tono de ironía inconfundible.
Eduardo se echó a reír.
-¿Te han mandado a vigilarme?
-Pues sí. No confían en que no vayas a romper el mobiliario o algo de eso. – se lo dijo todo serio, salvo por un pequeño brillo en los ojos. – Pero no te preocupes, les he dicho que no te creía capaz de hacer nada de eso. Y que en todo caso, si incendiabas la casa, les avisaría para que salieran a tiempo.
-Muy considerado por tu parte.
-Dani y los demás me caen bien. Y está mi padre. Y a ese no le puedo perder.
-Quieres mucho a tu padre.
-Sí. Es mi padre porque él quiso y yo quise. Es una elección mutua. Como con mi madre. No ocurre casi nunca.
-No entiendo.
-Me adoptaron hace poco. Legalmente, quiero decir. Casi siempre he vivido con ellos. En realidad son mis tíos. Pero me han criado ellos. Mi madre cuenta siempre muy orgullosa como mi madre la que me parió, me traía a casa llorando como un desesperado, sin saber que hacer conmigo. Y que en cuanto ella o mi padre me cogían en brazos, me relajaba, suspiraba y me quedaba dormido.
-¿Y tus padres carnales? Bueno no se dice así, no me sale…
-Murieron. En un accidente.
-Vaya – Martín no sabía como contestar. No se esperaba eso.
-Tranquilo. Fue hace tiempo. Y como te he dicho, mis cariños desde muy pequeño estaban centrados en Felipe y Ana, mis padres ahora.
-Pero aún así…
-Es algo que a veces me remuerde la conciencia, ¿sabes? No sentí tristeza. No lloré ni nada de eso. Ni me deprimí. No los he echado de menos. Debería entristecerme al pensar en ellos. Pero no. No hicieron nada por mí, salvo dejarme en manos de mis tíos, cosa que les agradezco enormemente.
-Yo tengo suerte. Tengo a mis padres y a mi hermano Quirce. Y los quiero y me quieren. Y tengo un tío, Jorge y un padrino, Rodrigo, que me protegen, me quieren y me consienten.
-¿Seguro? Porque hace un momento parecía todo lo contrario.
-Pero eso pasa en todas las familias – se justificó Martín sin atreverse a mirar a Eduardo. No le apetecía de momento sincerarse al cien con ese chico. Al fin y al cabo, lo acababa de conocer.
-¿Quieres que te enseñe la zona? Podemos dar un paseo hasta “el estanque de los encuentros”.
Sin esperar respuesta, Eduardo se había levantado de la silla en la que estaba sentado a horcajadas e invitó a Martín a seguirlo. Se fueron alejando de la casa caminando despacio, Eduardo un poco por delante de Martín.
-¿Y eso que es? “El estanque de los encuentros”. – preguntó Martín para ocupar el espacio sin conversación. Esperaba que nadie les hubiera visto volver de ese sitio unas horas antes y se lo contara a Eduardo.
-Un remanso en el río, en medio de una arboleda. Ahí suelen ir Dani y Cape a nadar. Y Alberto, el chico que estaba en el bar, el hijo de Gerardo. Sabes, fuimos un tiempo medio novios, hasta que un día se fue.
-¿No salió bien?
-No, que va. Todo iba bien. Un día se tuvo que ir. Nada más. Rompió antes de irse. Me imagino que no quería que me quedara esperándolo.
-¿Y ahora no te ha dicho nada? Una explicación o algo.
Eduardo se encogió de hombros.
-Él no ha dicho nada y yo no me he atrevido casi ni a acercarme. Algo como muy secreto de lo que no podía hablar.
Martín se dio cuenta que el tema ponía triste a Eduardo, así que intentó cambiar de tema.
-¿Qué me decías de ese “Estanque de los encuentros”?
-Un sitio tranquilo. Solo lo conocemos unos pocos. Carmelo, Cape, Alberto, yo. Como está apartado solemos aprovechar para nadar desnudos. A ver, me explico. Conocerlo conocerlo, lo conoce todos en el pueblo, quiero decir que no suelen ir. Yo creo que es por no encontrar desnudo a Carmelo.
-¿Te has bañado con Carmelo desnudo?
-No, no. Sé que van, me lo contó Alberto. De hecho me llevó Alberto por primera vez. En realidad nunca he estado allí con Dani ¿Te apetece que nos bañemos? – de repente Eduardo parecía haberse animado. Quizás por la perspectiva de ver desnudo a su nuevo amigo. Así al menos lo interpretó éste.
-No me van los baños y menos desnudo. No me mola lo de bañarme en ríos y así.
-Quiero verte desnudo.
-Que descarado. – Martín sonrió de forma irónica.
-Eres actor, tienes que estar acostumbrado.
-No me digas que soy tu actor preferido, que no me lo creo. Es lo que dicen siempre los que quieren ligar conmigo. Y luego no saben ni como te llamas y no saben decir una película en la que salgas. En eso soy como Jorge. ¿Sabes que Jorge cuando se acerca un fan muy efusivo lo primero que les pregunta es su novela preferida? Es para saber si de verdad es fan o simplemente sabe que es una persona famosa y quiere dar el pego.
-No te lo diré. No eres mi actor preferido. En todo caso lo sería Dani. Y ni de él te sé decir dos películas. Soy un desastre con los títulos. A veces hasta se me olvidan los títulos de los libros de Jorge Rios, y eso que me los he leído todos y algunos hasta dos y tres veces. Ha sido genial conocerlo ayer. De él si que puedo decir que es mi escritor preferido.
-Yo también he leído todas las novelas de Jorge. Lo quiero mucho. – decir esa frase dejó momentáneamente melancólico al actor. Decidió volver a llenar el silencio con algún tema intrascendente. – Se me hace raro llamar a Carmelo “Dani”. En nuestro mundo debemos llamarlo Carmelo del Rio.
-Pero aquí debemos llamarlo Dani. Aquí Carmelo no existe. Literalmente.
-Yaya, ya lo sé. Ya me han avisado. Si pregunto por Carmelo, me dirán que no vive aquí.
-¿No sabías que se llama Daniel?
-Sí, sí, eso sí. Daniel Morán Torres. Es amigo de toda la vida. De mi padre también. Igual que Jorge. Mi hermano Quirce y yo, adoptamos como tío a Jorge. Desde el primer día que fue a casa por mi madre. Son compañeros en la Universidad. Nos conquistó en media hora. Nadie escucha como él. Le puedes contar cualquier bobada que él te escucha atentamente. Y no te intenta dar la brasa con consejos y con lecciones de mayores. A veces te cuenta luego una historia que se inventa con lo que le has confiado. O te abraza. Y eso que tiene fama de arisco.
-Eso del cine parece una gran familia.
-Jorge no tiene que ver con el cine. Salvo ahora que le ha vendido los derechos a Carmelo, nunca ha querido que sus obras se trasladaran a la pantalla. Si se mueve en esos círculos es por Carmelo, que le ha pedido a menudo que le acompañara. Muchos de los amigos de Carmelo se han convertido en amigos de Jorge. Álvaro, por ejemplo. Biel. Mariola. Ester. Y no, los del cine no somos una familia. Hay muchas familias dentro del mundo del cine, no te lo niego. Muchos grupos de gente que han trabajado muchas veces juntos y que tienen una relación cercana. Pero con el resto no. en general, mientras estás en un proyecto, pues sales en grupo, tienes wasap común, haces declaraciones de que vais a ser los mejores amigos del mundo. Cuando acaba el rodaje, en general, el wasap se queda olvidado, las comidas en grupo se quedan en anécdota, hasta que desaparecen por completo. Puede que con una de esas personas sigas en contacto porque de verdad os habéis caído bien. Se una a tu grupo de amigos y tú al de él. Nada más. También hay mucha gente que se odia o no se soporta. Hay muchos egos. Va con la profesión. Algunos dicen que sin un cierto grado de ego, no puedes ser un buen artista. Yo no soy muy de esa opinión. Aunque reconozco que muchos grandes artistas, son orgullosos, prepotentes e insoportables.
-¿Y quien forma tu familia del cine?
-Rodrigo el director, es mi padrino. Mario y su hermano Óscar. Ester Portillo, Miguel , Biel Casal, Jacinto Ubierna, Macarena García, Jimena Tomás, Alex Moner, Ricardo Gómez, Mariola Caño, Jose Coronado y Nicolás, Álvaro Cernés, Arón Sanpper, Manu Rios… y muchos otros. Y Carmelo, claro.
-Vaya.
-¿Y te lo has montado con Dani?
-¿Y tú?
-No, somos amigos. Desde que tenía 8 ó 9 años.
-Yo lo conocí con 16 o así. También somos amigos. Me ha ayudado mucho. Es con el único que puedo hablar aquí de chicos.
-¿Y ese Alberto? – Martín se dio cuenta inmediatamente que había metido la pata al volver a Alberto – Perdona, no quería volver al tema. He sido un estúpido.
Eduardo empezó a contarle la historia. Como después del asunto de Carlos su primer novio, y cómo le hizo pagar la traición cubriéndole de brea y luego de plumas y haciendo que saliera corriendo por todo el pueblo con solo esa vestimenta, Alberto empezó a fijarse en él.
-Era bonito. Alberto es mayor. Y un pibón. Ahora está un poco demacrado y magullado, en lo físico y de coco. – se señaló la cabeza con el dedo – No es ni sombra de como era. No te puedes hacer una idea del cambio. Lo ha tenido que pasar fatal.
-¿Qué le ha ocurrido?
-Ni idea. No me atrevo a acercarme a hablar con él, ya te he dicho antes. Y los que lo han hecho, no han sacado nada. Parece un secreto de estado.
Le contó como después de estar unos meses juntos, un buen día apareció en su casa de madrugara para anunciarle que tenían que romper.
-”Me tengo que ir lejos. No te puedo contar nada. No sé cuando volveré y no podré ponerme en contacto contigo. Es mejor que busques a otro.” Eso me dijo. Sin dejarme casi ni respirar. Tardé días en procesar lo que había ocurrido esa noche.
-Joder, que flash.
-Eso me dijo. Y sin más, me dio un beso, me pidió perdón, y se fue. Casi dos años sin saber nada de él. Ni su padre sabía nada. El hombre lo ha pasado mal. Muy mal. Mi madre le ha intentado ayudar. Y también mi padre. Él en cambio intentaba consolarme a mí. Fijate si es buena gente. Él jodido y preocupado por mí.
-Debe ser un palo.
-Mira, ahí está el estanque.
-Es bonito. Si viviera aquí, vendría todos los días.
-¿A nadar desnudo? – le picó Eduardo.
-Bueno, no soy muy de nadar, ni vestido ni desnudo, ni de desnudarme en público. Por mucho que lo intentes no me vas a hacer cambiar la respuesta.
-Si estás como un tren. Y eres actor.
-Ya, pero me da vergüenza. Y que conste que he hecho desnudos integrales y me han salido bien. Ningún problema.
-¿Y no se te pone…? – A Eduardo le daba corte acabar la pregunta.
-Sí, con cien personas mirando como te besas. Con el de la cámara pegado a tu oreja y el microfonista poniéndote la alcachofa entre tu compañera y tú. Y el director dice ¡Corten! Y cambia las cámaras. Y te da las instrucciones. “ahora le pasas la mano por la teta así, y le miras a los ojos y la abrazas y luego ella echa el cuello para atrás y le muerdes la yugular como si fueras un vampiro”. Y mientras, cien personas mirando. A mí se me hace enana la picha. Rodar una escena de esas es de lo menos erótico del mundo. No valdría para hacer porno.
-¿No has rodado escenas con chicos?
-Siempre he hecho de hetero en el cine. Menos en “La Serpiente de la Muerte”, pero ahí no tenía escenas de sexo. Solo un beso en una escena fugaz con un noviete que tenía mi personaje. Y unas miradas libidinosas con Mario en otra escena. ¿Y es verdad que no me conocías?
-Conocerte sí. Alguna vez vemos alguna peli en casa de Dani, tiene una pantalla grande y un equipo genial. Y han hablado alguna vez de ti y de tu padre. Pero no soy muy de cine. Las pelis de Dani, pues sí, pero porque sale él y lo conoces y parece que las veo con otra cosa. Sobre todo me hacen gracia las de hace años, o cuando era peque. Era una pasada. Y vi una que, ahora me acuerdo. Él era un adolescente y salías tú. Joder, pero… ahora que lo pienso, os parecéis. Pero es que vimos antes otra de Carmelo más antigua… el Carmelo de la antigua y tú de la más reciente, parecéis el mismo actor. Clavados. Y sí, es verdad, os dais … os parecéis.
-Alguna vez nos toman por hermanos. A veces ni corregimos.
-Pero a parte de eso, no veo demasiado. Me gusta más leer.
-¿Ni el Señor de los Anillos o Juego de Tronos?
-Pues no. Pero “El Señor de los Anillos” lo he leído. Y las novelas de Jorge, ya te he dicho antes. Me ha gustado conocerlo, aunque no le he dicho nada. Juego de Tronos la tengo pendiente. Me da apuro, porque el autor no ha acabado todas las novelas. Me gustaría leerlas todas seguidas.
-¿Ni Élite? ¿La Casa de papel?
-Élite sí, por Álvaro Rico.
-Es buen tío.
-El que también se parece a ti es el otro Álvaro, Álvaro Cernés.
-Es un buen tío también. Y es otro de mis hermanos o primos. A veces decimos que somos primos. Mira, uno de los personajes de Tirso, uno para el que están pensando que lo haga yo, Álvaro era la opción de Jorge antes de que yo volviera a trabajar.
-El Álvaro ese se enfadará.
-No, Jorge le ha buscado otro personaje. Y Álvaro tiene trabajo de sobra. Y es amiguete de todos nosotros. Es buen tío. Yo creo además que ahora que Jorge ha vendido su primera novela, le seguirán las demás. Y en “deJuan”, Juan tiene todas las papeletas de ser interpretado por Álvaro. A éste además le encanta ese personaje.
-Venga, vamos, no hay nadie. Bañémonos. Antes has dicho que querías verme desnudo.
-No, que me da… y yo no he dicho eso. Lo has dicho tú de mí.
Pero Eduardo le cogió de la mano y tiró de él hacia el agua. Cuando llegó a la orilla, empezó a desnudarse sin más.
-Si no te desnudas tú, lo haré yo. Y soy más fuerte. Es lo que tiene trabajar en una granja.
Martín sonrió nervioso. Al final acabó por empezar a quitarse la ropa. Iba a dejarse los calzoncillos, pero le pareció ridículo, así que se los quitó y siguió a Eduardo al agua.
Eduardo estaba decidido a hacer pasar un buen rato a Martín. Así que empezó a picarlo para hacer carreras. Pero enseguida comprobó que las reticencias para meterse en el agua, no era por la desnudez o porque no le gustara su cuerpo. Era porque no se sentía seguro en el agua. Le daba respeto. Era un poco patoso.
-No eres muy de nadar – le dijo poniéndose a su lado.
-Siempre me ha dado yuyu. No sé por qué. Te lo he dicho pero como estabas obsesionado con verme la polla … no me has escuchado.
-No pasa nada. No tengas miedo. No cubre mucho. Y estoy aquí. Cuidaré de ti.
-¿Y si me ahogo, me harás el boca a boca?
Eduardo se quedó mirando a Martín. Y aunque de normal era muy pacato para esas lides amatorias, ese día no sabía por qué, parecía sacar fuerzas de un sitio desconocido en su personalidad y acercó su boca a la de Martín, cerró los ojos y le besó. Éste lo abrazó fuerte y le rodeó la cintura con sus piernas.
-Eres mío, granjero.
-Estamos en medio del lago, no se si recuerdas. Y no eres muy de nadar, así que estás en mis manos. Así que eres mío – le contestó sonriendo. Y volvieron a besarse.
-Pues ahora sí parece que te ha crecido la picha. Será porque no está ese del micrófono o el de la cámara en tu cogote.
-Creo que es más bien por ti. Mi polla se ha alegrado de conocerte. Y es toda para ti, granjero.
-Pues el granjero va a meter la cabeza en el agua y se la va a comer entera.
-Pues no sé a que estás esperando.
Eduardo sonrió, cogió aire y metió la cabeza debajo del agua. Y al poco estaba cumpliendo su promesa. Martín puso la mano en la cabeza de Eduardo y se la acariciaba mientras éste seguía con su trabajo. Cuando se quedó sin aire, se incorporó y juntó su cuerpo al de su nuevo amigo. Empezó un suave movimiento en el que sus miembros se acariciaban mutuamente a la vez que sus cuerpos.
-¿No has oído eso?
Martín le hizo un gesto con la mano llevándosela al oído. Efectivamente, Eduardo pudo escuchar el rumor de unos pasos sigilosos.
-Será algún vecino – susurró. – Será mejor que nos vistamos, no quiero que me saquen fotos en pelotas.
-¿Y me vas a dejar así? – y le llevó la mano bajo el agua hasta encontrarse con su miembro todavía duro, aunque a decir verdad había perdido un poco de fuelle.
-Ha perdido dos grados de dureza desde hace un minuto. El mío se ha quedado grogui… escucha. – Martín empezó a mirar a su alrededor. Empezaba a asustarse. Le vino a la cabeza las conversaciones que había pillado a sus padres hablando de los peligros que su viejo creía haber mitigado al pasar a un segundo plano en su carrera de actor. – Así suenan las armas cuando se cargan en … ¡¡Hostia!!
Le hundió la cabeza a Eduardo en el agua a la vez que él hacía lo propio. Pudo ver en el agua la trayectoria de dos disparos que iban bien dirigidos hacia donde él estaba unos instantes antes. Era claro que quien fuera el que disparaba, tenía un objetivo claro: él.
Ahora los papeles habían cambiado. Eduardo estaba confuso y aunque era un buen nadador, los nervios y el miedo le atenazaron. Martín en cambio, asumió el papel de héroe que tantas veces había hecho en pantalla. Al menos de un hombre curtido en los bajos fondos de la vida, esos fondos a los que era tan aficionado su amigo Jorge Rios y que solía mostrar en sus novelas. Así que agarró del brazo a Eduardo y tiró de él alejándose del lugar desde el que alguien les estaba disparando. Cuando se quedó sin aire, salieron a la superficie, pero ya estaban a una cierta distancia del foco de los disparos. Fue solo un atisbo del arma lo que pudo observar antes de obligar a Eduardo a hundirse en el agua. Y una silueta que le pareció que se correspondía con alguien muy parecido a Hugo, “ese Hugo”.
Le hizo una seña a Eduardo para que no hablara. Y le hizo bajar la cabeza de nuevo. Salieron casi arrastrándose del agua y empezaron a caminar así hacia sus ropas y sus teléfonos. Debían pedir ayuda lo antes posible. No estaba seguro de si ese hombre habría cejado en su empeño o seguiría intentándolo. Su instinto le decía que el peligro no había pasado. Aunque aguzaba el oído, no percibía nada, salvo quizás una sirena de policía a lo lejos, que juraría que se acercaba al estanque. Pero no quería decir que fueran en su ayuda. Sabía que la Guardia Civil estaba peinando los alrededores buscando a una posible cómplice de la mujer que habían detenido hacía solo unas horas. Era incongruente con la situación, pero de repente sintió hambre. Era la hora de comer. Gerardo les estaría esperando en el bar. Y Carmelo y los demás estarían buscándolos para ir a comer. Ya estaban cerca de sus ropas. Pero era el trance más peligroso. El momento de salir a descubierto. Sí él fuera el asaltante, vigilaría la ropa para cuando fueran a buscarla, dispararlos y abatirles definitivamente. Quizás era una buena opción salir del bosque desnudos y corriendo en busca del primero que vieran para pedir ayuda. Sí, se decidió por eso.
-¿Cual es la manera más rápida de salir del bosque para pedir ayuda? – susurró a Eduardo.
-No pensarás salir así…
-Estarán vigilando la ropa. Es la mejor forma de tenernos a tiro.
-Yo no pienso salir así.
-Eras tú el exhibicionista hace un momento.
-Pero contigo, para ligar. No quiero que me vea en pelotas todo el pueblo. Te recuerdo que yo vivo aquí y soy granjero. Tú te irás mañana y eres actor, se te perdona todo.
-Nos jugamos la vida, Edu. No es momento de que te preocupes que te vean la pilila.
Eduardo hizo oídos sordos y se incorporó a medias y sin decir nada. Empezó a caminar encorvado hacia la ropa. Estaba atento para al primer ruido lanzarse otra vez al suelo. Martín le hizo gestos para que se tirara al suelo de nuevo, pero Eduardo no le hizo caso. Estaba seguro que estaba exagerando. Había visto demasiadas películas. La gente del cine está pallá, pensó. Llegó a la ropa sin sobresaltos. Cogió el teléfono y marcó el número de su padre. En ese momento, una sombra emergió de unos arbustos con un rifle, apuntando. Lo vio claro Martín, que seguía oculto. Gritó el nombre de Eduardo a la vez que se levantó y corrió hacia él. Cuando estuvo cerca se tiró en plancha para placarlo. En ese justo momento sonaron tres disparos. Y cerca de allí, una voz de mujer gritó:
-¡¡A mí la Guardia Civil!! Disparos en el “estanque de los encuentros”.
Martín alcanzó a Eduardo y lo tiró al suelo arrastrándolo con el suyo. Se hizo daño en el hombro. Se levantó un poco aturdido y habiendo perdido un poco el sentido de la orientación. Sintió las manos húmedas, con un líquido espeso y pegajoso. Era sangre. Se miró su cuerpo, y vio sangre en él. Se palpó pero no encontró ninguna herida. Miró a Eduardo en el suelo y vio que manaba mucha sangre de una herida en el hombro. Algo le llamó la atención. Un sonido, una sombra que le resultaba conocida. Gritó el nombre de Eduardo a voz en grito, o eso pensó que hizo. Entonces sonó un nuevo disparo y las fuerzas le abandonaron de repente y cayó al suelo sobre su nuevo amigo.
Entonces, otro grito desgarrador volvió a sonar.
-¡¡A mí la Guardia Civil!!
Una mujer se acercó corriendo acompañado de un perro ladrando como loco. Y unas sirenas se aproximaban rápidamente al “Estanque de los encuentros”.
“-Nada. No sabe nada.
Carla se sentó agotada en la silla que estaba al lado de Helga. Estaban en una terraza en la misma calle en la que vivía Rubén.
-Por esto de la pandemia, pero te juro que sin ella, hoy iba a estar sentada en una terraza quien yo te diga.
-¿Y el cutis tan estupendo que vamos a sacar todos?
-Lo único bueno es que ninguno cogemos un resfriado ni queriendo.
-¿Le has enseñado las fotos? – preguntó Helga.
Carla puso cara de resignación.
-Sí. La madre, cree que le suena. El chico lo conoce, vaya que sí, un chico guapo que se dedica a eso de “toy boy”.
-¿Eso te ha dicho?
-Creo que ha visto alguna serie en la tele.
-Vale, vale. Lo apuntamos de todas formas.
Helga se calló de repente. Estaba pensando …
-¿Y cómo sabe ella que se dedica a eso?
-Es la comidilla de las mujeres del barrio. Suele llegar de madrugada, cuando amanece. Y dice que es cierto que algunos días llega con una copa de más, pero que otras llega decidido con su mochila de cambiarse. Dice además que suele vestirse de bombero. El casco lo suele llevar en la mano.
-¡Qué típico! ¿Te ha dado todos esos detalles? – Helga estaba extrañada.
-Ya te digo. Yo creo que ha visto la serie …
-Son muchos detalles para venir de la serie.
-Pero ese chico no tiene un cuerpo de “boys”.
-En la variedad está el gusto ¿No?
Helga cogió el teléfono y llamó a Tere.
-¿Me llamas para preguntar por mi salud? – bromeó Tere al responder.
-¿Cómo lo has sabido?
-Intuición. Cuéntame anda.
Le dijo de la historia de esa señora le acababa de contar a Carla.
-¿Y qué quieres que haga?
-¿Una búsqueda de su foto por ver si sale en las páginas de las agencias del ramo? O si se anuncia como freelance. Ya que por el nombre no aparece nada, veamos por la foto. Si es verdad que trabaja como striper, se anunciará de alguna forma.
-Llamo a Olga. El FBI tiene mejor programa para eso. Mándame la foto que lleváis de Rubén para enseñar.
-A lo mejor en esa búsqueda nos encontramos con alguna otra sorpresa.
-Te digo algo – Tere colgó.
-Te lo has tomado en serio. – Carla no parecía estar de acuerdo con el interés que los comentarios de esa señora habían producido en su compañera – ¿Has visto a la señora? Yo no me fiaría de nada de lo que dice.
Helga negó con la cabeza.
-Esas señoras son las que saben lo que pasa en el barrio. Por ser mayores no hay que despreciar sus comentarios. Puede que interpreten erróneamente algunas cosas. Pero la gente mayor, se levanta pronto porque duerme mal. Y su diversión es ir a la ventana y mirar la calle. Te ha dicho que llega de madrugada. Que algún día llega con una copita de más … ¿Le has enseñado la foto de Jorge?
-No se me ha ocurrido. Jorge además sale mucho en la tele. Lo confundirán.
-Acércate. Todavía está sentada al lado del calefactor. Ha llegado otra amiga. Y de paso, enseña las fotos que ha preparado Raúl de todos los implicados.
-¿Hasta los de la Universidad?
Carla parecía que no acababa de ver el tema y lo demostraba con el tono de fastidio con el que hablaba. Helga se levantó y le cogió la tablet.
-Ya voy yo. Hoy somos pescadores. Echamos las redes sin saber si vamos a pescar algo, y mucho menos en caso de pescar, lo que vamos a recoger. Puede ser que sea basura o puede, por contra, que pillemos una buena langosta.
Carla se encogió de hombros. Eso de ir preguntando a todo el mundo que estaba por la calle si conocía a Rubén y demás, le parecía una pérdida de tiempo. Pero Nano le había pedido que le cubriera, porque había tenido que acompañar a su padre a urgencias. Y por no dejar sola a Helga, se había apuntado. Tampoco le apetecía demasiado esas horas extras no declaradas, por mucho que Jorge le cayera bien. Helga y Fernando y algunos otros empezaban a parecer que no tenían vida a parte del trabajo. Y ella sí la tenía.
Miró el reloj con nerviosismo. Si salía en ese momento, llegaría a la salida del trabajo de su novio. Así le daba una sorpresa. Y a lo mejor, podían ir a cenar. Miró a Helga que estaba en animada charla con la pareja de viejas. Parecía a gusto y daba la impresión que iba a estar ahí mucho tiempo. Tomó una decisión y se levantó. Puso unas monedas para pagar las consumiciones y se fue. Mientras caminaba hacia el Metro, le mandó un mensaje a Helga. “Me ha surgido algo, lo siento”.
-¡Pero si es el escritor! – Genoveva miró con cara de sorpresa a Helga que le acababa de enseñar una foto de Jorge.
-¿Lo han visto por aquí?
-Un par de noches.
-Más bien mañanas, Leticia.
-Llevaba a ese chico como si fuera un saco de patatas. Uno de los días, porque estaba en bata, que si no bajo a que me firme un libro. – Leticia era claro que era lectora de Jorge.
-Esos días, no es que hubiera tomado una copa de más. Es que se había tomado la destilería entera – Genoveva se echó a reír.
-Es joven. Huy nosotras si nos pillan ahora con sus años. En nuestra juventud, éramos unas beatas y unas sinsorgas.
-Otros tiempos.
-Lo que les voy a preguntar ahora … es delicado. Los días esos que Jorge Rios el escritor llevaba a su vecino como si fuera un saco de patatas porque había bebido más de la cuenta ¿Vieron a alguien raro pendiente de ellos? Alguien que no sea del barrio.
-De esos ha habido muchos.
-¡Hombre Geno! Muchos es un poco exagerado.
-A mí me lo parecen. Hasta la policía últimamente parece … acuérdate hace unos días de todos esos que vinieron al edificio del chico. Menudo follón.
-Dicen que murió un vecino que le quisieron asaltar en casa. Yo cierro con llave nada más entrar en casa.
Helga movió la cabeza negando. No quería irse del tema, pero …
-¿Conocían al señor que murió?
-De vista. Ese si que era raro.
-No exageres Leti. Era un hombre callado.
-Pues yo le vi un par de veces siguiendo al chico joven.
-A lo mejor le gustaba.
-Pero qué dices, Geno. Que le va a gustar. Iba para cotillear.
-Y ese hombre ¿Era del barrio de toda la vida?
-¡Qué va! Llegaría poco después que el chico.
-Por ahí andarían.
-¿Les vieron hablando alguna vez? ¿Se conocían?
-No lo parecía. – Genoveva mostraba extrañeza con sus gesto de que eso fuera así.
-Que el viejo conocía al chico, sí. Pero sería de vista. Hablar, ni saludarse les vi. Ni un “hola” por compromiso por ser vecinos.
-El chico tampoco te creas que era muy de saludar. Era bastante sieso. Lo que tenía de guapo, lo tenía de antipático.
-Antipático me parece muy exagerado. Retraído, diría más bien. A veces miraba a todos lados, como si pensara que le observaban.
-Eso es cierto. Yo también me fijé.
-Lo que si ocurría, es que algunos días, le vi como iba detrás de él. El hombre que murió, me refiero.
-¿Y hacia dónde …?
-El chico solía ir Embajadores abajo. No sé por qué me imaginaba que iba a Atocha. A la estación.
-Pues podía haber cogido el metro en Legazpi.
Helga sonrió encantada. Echó un vistazo hacia la mesa donde había dejado sentada a Carla. Para su sorpresa no la vio. El camarero estaba recogiendo sus consumiciones a medias y también el platillo de la nota. Puso un gesto poco amigable. Carla no le debía haber dejado propina. Helga echó un vistazo por los alrededores, pero no vio a su compañera. En ese escrutinio de los alrededores, al que si vio es a Danilo. Estaba parado en la esquina de la Plaza Beata María con la calle Alicante. Hablaba con un hombre que le sonaba de haberlo visto en fotos. Buscó entre el book que llevaba en la tablet, pero ninguno le pareció ese. Fue a mandar un mensaje a Carla para que intentara seguirlos, pero se encontró con el mensaje que le había mandado.
-¡Cabrona! Para eso no vengas, boba – dijo murmurando.
-¿Decías joven? – le preguntó Genoveva.
-Nada, perdonen un segundo, que se me ha olvidado hacer una llamada. Mi novio me va a echar los perros.
Danilo y ese hombre empezaron a caminar hacia la c/Alicante. Helga pensó a quién podía llamar para que les siguiera, pero Fer y Raúl estaban ocupados. Y Nano seguía en urgencias con su padre. Al final rezó porque Carmen no se hubiera ido a casa.
-Dime Helga.
-No sé si estás cerca … estoy en Embajadores, cerca del Matadero.
-Iba a tomar algo con unos amigos cerca del Pavón.
-Estoy con unas vecinas de Rubén y no puedo dejar la conversación. Y acabo de ver a Danilo, ese youtuber con un tipo que me suena, pero no sitúo. Quería seguirlos pero …
-Carla te ha dejado tirada. Dime por dónde van.
-c/Alicante. No sé como se llama esa calle … espera.
-Genoveva, Leticia ¿La primera bocacalle de Alicante? La que bordea el jardín.
-Hierro. El jardín es el de Granito.
-¿Has oído Carmen?
-Espero llegar a tiempo.
-Si no, te unes a mi en la plaza Beata María.
-Hecho.
Helga volvió a la mesa con sus nuevas amigas.
-¿Tu novio se llama Carmen? – le pregunto Leticia con gesto irónico.
Helga se echó a reír.
-Me daba vergüenza decir que llamaba a mi jefa.
-¿Y por qué mujer? ¿Porque te gusta hacer bien tu trabajo? A dónde hemos llegado que los jóvenes tenéis vergüenza de trabajar a gusto. Debería ser al revés, avergonzarse de ser un vago y un despreocupado. ¿Tu amiga se ha ido?
-Le ha surgido algo.
-Esa no es como tú, mira lo que te digo. Tenía ganas de terminar. Le hubiera contado más cosas, pero como me miraba como si fuera extraterrestre …
Helga se echó a reír.
-Vamos por partes. ¿Esos que daban vueltas por el barrio? A parte de mis compañeros.
-Había una pareja que les vi un par de veces. – Leticia era la que hablaba – pero fíjate que pensé que eran policías.
-Serían unos compañeros de la policía local.
-No, no. Esos son muy majos y serviciales. Estos eran muy serios …
-Ya sé los que dices. Ahora que lo dices, sí parecían policías. Yo un día me crucé con ellos y me pareció que llevaban armas, como tú, Helga, querida.
-¿Las llevaban en la cintura, en el pecho …?
-De esas que en las pelis llaman sobaqueras… ¿es así?
Helga sonrió asintiendo con la cabeza.
-¿Y no se lo comentaron a esos compañeros tan majos de la local?
-¿Para que piensen como tu compañera, que somos unas viejas cotillas que no se enteran de nada, porque somos viejas, cegatas y medio seniles?
-Y como solo nos entretenemos con la tele y el Sálvame y las series facilitas …
-A lo mejor Eladio el frutero … les tuvo que ver.
-Yo creo que ese frutero es el que sale en las novelas de Jorge Rios. Fíjate lo que te digo. A lo mejor ese escritor es de por aquí y luego se mudó. Es que es clavado.
-¿Y eso?
-Es que es igual. Y el detalle de esa señora que le enseña la patita y luego le pone a cuidar a los niños … esa es Candelas. Eladio no era de su nivel, salvo para encargarse de los chicos. Y el bobo de Eladio, como es un niñero y buena persona … ahora que te digo una cosa, esos chicos cuando tienen un problema, van donde él. Y le cuentan. A la madre … ni caso.
-Ahora díganme que también hay una barrendera como la Paulina.
Las dos mujeres se miraron y se echaron a reír.
-Pues te lo decimos. Muchos suelen bromear con ellos.
-¿Me lo prometen que es verdad?
-Por nuestros nietos.
-Pues yo les prometo que un día traigo al escritor, les invitamos a un chocolate y nos los presentan.
-Avísanos para ir a la pelu.
-Les dejo mi tarjeta …
-Déjate de tarjetas. – Leticia abrió el bolso y le tendió su teléfono – Apunta el teléfono.
Helga se echó a reír mientras cogía el móvil para apuntar su número.
-¿Me dejarían que las invite a otro chocolate?
-Pues claro. Y vamos a pedir unas pastas que te van a encantar.
-¡Camarero!
Jorge Rios.”