Necesito leer tus libros: Capítulo 114.

Capítulo 114.-

De aquella reunión “improvisada” en una mesa del restaurante de Biel Casal con Gustave Meyer de protagonista, éste no salió detenido. Se fue por su propio pie y fue recogido por su chófer y guardaespaldas privado. Pero a partir de ese momento, su vida cambió radicalmente.

Al día siguiente, a la puerta de su hotel de Madrid, le esperaban una maraña de periodistas franceses que le preguntaban por su reunión con altos cargos de la policía francesa y española. Durante la noche, se habían filtrado unos vídeos en las que se veía claramente como el empresario se mostraba muy enfadado ante las preguntas de los policías. Enfadado y esgrimiendo su gran ego y su creencia de que era alguien intocable para esos pobres mortales. El sonido de los vídeos no era muy bueno, pero para eso estaban las especialistas en leer los labios. No ahorraron las palabras mal sonantes y las duras amenazas que profirió el empresario.

Su mujer hizo un comunicado a los pocos días en los que anunciaba que ponía fin a su relación con Gustave Meyer y que empezaban un proceso de divorcio. Aunque todo parecía acordado, manteniendo las buenas formas y la armonía familiar, aunque fuera por los hijos en común, en otro restaurante, esta vez en París, le grabaron al empresario asegurando a sus compañeros de mesa de que su mujer se iba a arrepentir de esa decisión. De nuevo, fue protagonista de los programas de las televisiones francesas. Algunos de sus socios en varios negocios, le retiraron su apoyo. Se comentaba en los círculos empresariales, que ya que el dinero de esos negocios provenía del patrimonio de su mujer, ésta se iba a hacer cargo de los mismos. Parecía que su idea era auditarlos todos y comprobar que sus prácticas eran las adecuadas y que no tenían relación con ningún asunto turbio. No se citaba a Anfiles, pero para el que estaba en el caso, la lectura era clara. Marie no le había ahorrado a Sofie en su conversación telefónica, ningún detalle, por escabroso que fuera.

Era curioso que no se filtraran vídeos del Sr. Meyer jugando a los médicos con algunos jóvenes. Posiblemente fuera porque los que disponían de esos vídeos querían proteger a los adolescentes que salían en ellos, algunos de los cuales dejaban claro en sus gestos la incomodidad, por decirlo suavemente, que les producía la situación. Pero en algunos círculos sí que fueron compartidos. Así como la historia de Eloy, el joven muerto tras un encuentro desafortunado en la calle con Gustave Meyer. Esas historias consiguieron que el equipo de los ex-partidarios ganara miembros, los mismos que abandonaron el bando contrario

Ya se sabe que los animales acorralados son más peligrosos. Algunos de los que le dieron la espalda, sufrieron curiosos accidentes. Intentos de robos en la calle con violencia. Accidentes de coche inexplicables.

Una de las víctimas a las que intentaron agredir en Madrid, fue Marie Bellerose. Pero rápidamente algunos viandantes que por casualidad se dieron cuenta, acudieron en su ayuda. Los agresores tuvieron suerte, porque la policía llegó a tiempo para evitar que acabaran muertos a causa de los golpes de esa gente anónima. Fueron detenidos y puestos a disposición judicial, después de ser curados de sus heridas en el hospital más cercano. La policía fue incapaz de identificar a ninguno de esos buenos samaritanos, porque desaparecieron con la misma rapidez que se prestaron a ayudar a Marie Bellerose. Fue imposible identificarlos ni visionando con atención y con los últimos adelantos en identificación facial las imágenes del suceso. En esas imágenes en cambio, si fue posible identificar a los agresores. La jueza determinó prisión incondicional sin fianza e incomunicada. De sus declaraciones no se pudo avanzar peldaños y acercarse a quién había dado la orden. Aunque uno de ellos, al ver que el dinero acordado no llegaba a sus familiares, cambió la declaración a los pocos días, con la presencia de dos gendarmes que había enviado el comandante Thomá para tomar buena nota de todo lo que declaraban. Hay que decir que Marie Bellerose no sufrió daño alguno.

Gustave Meyer fue llamado a declarar en la comisaría que dirigía el comandante Thomá en París. El revuelo mediático fue considerable, porque además coincidió con la presentación de una denuncia por parte de su mujer en trámites de divorcio, por amenazas y vejaciones. Parecía que no había tomado de buen grado que su mujer le echara de casa. Fue el siguiente paso al inicio del proceso de divorcio y una consecuencia directa de las grabaciones en el restaurante en las que amenazaba a Sofie y que fueron pábulo durante días de los programas de las televisiones francesas. Meyer no podía hacer nada, porque esa casa era de ella. Y en las capitulaciones matrimoniales que firmaron antes de casarse, se dejaba meridianamente claro que lo de ella, seguiría siendo de ella siempre. Y que los hijos, de haberlos, su custodia sería para la madre.

Algunos de esos detalles del contrato que firmaron al principio de su relación, no parecía tenerlos en mente el empresario. Posiblemente porque nunca pensó que ella sería capaz de enfrentarse a él.

Pero si él, al principio de que sus problemas crecieran de nivel, había exhibido un despliegue de abogados impresionante, ella no le fue a la zaga. Él, con el paso de las semanas, empezó a tener que prescindir de algunos de ellos por no poder hacer frente a su minuta. Y porque en algunos casos, a parte del sueldo, no lo veían nada claro. O tenían algunos problemas de conciencia. El equipo legal de Sofie, en cambio, era un equipo compacto y eficiente. Bufetes de abogados acreditados y sin ningún contacto con empresas o personas que fueran dudosas o que hubiera el más mínimo indicio de que participaban en las tramas y “negocios” a los que se había dedicado Gustave Meyer durante su vida a partir de su matrimonio.

Ya se sabe que cuando se ve el árbol caído, todos quieren hacer leña. Y leñadores aparecieron de repente en todas las esquinas. En algunos programas de televisión se lo pasaban muy bien comparando las imágenes del empresario de antes del estallido del escándalo con el después. De los comentarios de sus amigos antes, y de sus ex-amigos después.

La policía tanto española como francesa, no hicieron ningún comentario al respecto. Las coletillas habituales diciendo que estaban investigando y que cuando tuvieran novedades las comunicarían a los medios. La familia de Eloy, su abuela o sus padres, o el entorno de la familia, declinaron en todo momento hacer declaraciones. Elodie, la abuela de Eloy, solo hizo un comentario ante la insistencia de la prensa cuando salía de un evento en el museo del Louvre, en la que comentó que tanto ella como los padres de Eloy, querían privacidad para llorar a su nieto – hijo tan querido para ellos.

La mañana en que los asistentes al curso de Jorge llegaban a España, Jorge desayunaba en la cocina de su casa de Madrid. Carmelo acabó de ducharse y se puso a preparar el desayuno.

-¿Estás bien? – El actor miraba preocupado a su marido. Desde que se había levantado de la cama apenas había pronunciado un par de palabras.

-Hoy llegan.

-No les va a pasar nada. Ya verás. Y tú vas a estar sembrado en el curso.

Jorge no contestó. Volvió al libro que estaba leyendo sobre la isla de la cocina. Fue entonces cuando recibió un mensaje en el móvil. Lo cogió y enarcó las cejas al leerlo.

-Es Carmen. Que pongamos la tele.

Carmelo se acercó a coger el mando y la encendió. Estaba sin sonido, pero era claro lo que anunciaba.

Conocido empresario francés, brutalmente asesinado a orillas del Sena”.

Carmelo subió el sonido.

Fueron desgranando lo que se sabía del caso. En las imágenes que las cámaras tomaban del escenario, Carmelo y Jorge reconocieron a Roberto y a Álvar.

-Se han ahorrado detenerlo. – comentó Carmelo.

-Cierto. Ya habían conseguido las pruebas para ello. Y se han ahorrado meses o años de juicios.

-¿Fuego amigo o enemigo?

Jorge resopló antes de mirar brevemente a Carmelo y volver a poner su vista en el libro.

-La pregunta es más amplia. ¿Fuego amigo o … de cual de sus ahora innumerables enemigos? Ten en cuenta que sus amigos … el amigo Meyer había dado muestras últimamente de que no le temblaría la voz de poner en aprietos a los que le habían dado la espalda. No le temblaría ni la voz ni la mano. Ya sabes el refrán: el que a hierro mata …

Jorge pasó la página del libro. Carmelo puso gesto de resignación. Estaba claro que al escritor, ese tema no le interesaba tratarlo en absoluto.

Jorge Rios.”

-Flor, salimos ya.

-Estamos listos. Una pregunta – se dirigió a Carmelo – ¿Te vas a quedar aquí definitivamente? Por organizarnos. Si es así, levantamos la vigilancia permanente que tenemos en la casa de Cape.

Carmelo miró a Jorge. No estaba seguro de que hacer. Decir en voz alta que esa era su casa, significaba romper con todo lo relacionado con Cape. De alguna manera, aunque últimamente estaba un poco enfadado con sus actitudes, era una forma de traicionarlo. Su ascendente sobre él pesaba todavía en su ánimo.

-Sí – contestó rotundo Jorge. – Se queda aquí. Como lo está haciendo desde hace meses.

Jorge se giró hacia Carmelo, que tenía la mirada perdida y la boca igual de perdida, sin saber que decir. Habló ahora con voz suave, dulce como si acunara a un bebé; se había dado cuenta que se había expresado en tono casi de ordeno y mando. Le fastidiaba a la vez que le asustaba esa indecisión que exhibía en los últimos tiempos Carmelo para tomar decisiones.

-En realidad llevas viviendo aquí desde que vendiste tu casa de Madrid. Alternaremos entre Concejo y esta casa. Serán nuestras casas. Nuestras casas, tuyas y mías. De los dos. No lo hemos dicho con palabras, pero lo hemos dejado claro con nuestra forma de actuar últimamente. Desde París. Luego en el confinamiento. Y después, lo mismo. Tus zapas y tus calzoncillos han colonizado esta casa – Jorge lo miró con gesto travieso. Flor consiguió a duras penas no echarse a reír.

-¿Quieres que luego pasemos a recoger ropa o algo? – insistió Jorge. – La última vez apenas dejamos nada en los armarios. No creo que queden muchas cosas. Siempre es posible que queden más calzoncillos.

-¡Bobo! – Carmelo no tuvo más remedio que sonreír. “Este jodido escritor no me deja disfrutar de la melancolía, será cabrón el tío. Siempre me hace lo mismo.”

-Debería pasarme sí. En realidad casi no queda nada, tienes razón. Calzoncillos puede que algunos. – Carmelo guiñó el ojo a Jorge a la vez que sonreía pícaro – Y zapas. Pero esas se las guardo para Martín cuando se recupere. Se las pondré en su habitación. Y lo mismo los calzoncillos que haya allí.

-¿Todos? Habrá que avisarle que no son de usar y tirar. Si de repente se encuentra con cien …

-¡Para ya, joder! – Carmelo lo miraba sonriendo pero a la vez mostrando que la broma … olía a cansina. Aunque de nuevo, había conseguido su objetivo.

-Pero ahora soy yo el que … no soy capaz de tomar una decisión. – Carmelo volvió a mostrar sus dudas. Necesitaba expresarlas. – Definitiva, quiero decir. Una decisión definitiva. Me da la sensación de traicionar a Cape. De cerrar esa etapa de mi vida. Es como si de alguna manera pusiera en venta esa casa. ¡Adiós Cape, que bueno fue mientras … ¡Qué se yo!! Parezco un bobo perdido y sin ser capaz de poder decidir nada por mí mismo.

-Eso es una bobada y lo sabes, Dani. Es una casa, nada más. Un mausoleo, diría. Fría e impersonal. Cape decidió irse. Fue una decisión suya que ni siquiera consultó contigo. Te acompaño y echamos un vistazo y recogemos lo que quieras. Si quieres quedarte allí, es tuya, recuerda. Cape te la ha cedido. Pero aquí estás siempre y también es tu casa. Nuestra casa. Y creo que aquí estás más a gusto, arropado y abrazado permanentemente por mí. Y lo más importante: te encuentras a gusto. Eres feliz. Te sientes en casa.

El escritor hizo una pausa en su discurso de convencimiento. Le miró con dulzura y le acarició la mejilla.

-Me gustaría que te quedaras. No quiero volver a separarme de ti, salvo por trabajo. Y ésta es nuestra casa, – insistió Jorge – nuestra, y la otra … no es ni la mía en ningún concepto posible, ni la tuya en el sentido emocional.

-Pero es como si apartara a Cape … no sé. Apenas se ha ido y ya … Aquella casa, tienes razón, no es nada mío. Y es… fría. Todo esto está abriendo cosas. Me hace volver a ser un chico inseguro…

-Creo que confundes el tema de la casa con tu aprecio o consideración por Cape. A mi entender, son dos cosas distintas. Que decidas no vivir en esa casa … no tiene nada que ver con tu aprecio por Daniel Gutiérrez Capellán. Nunca has vivido allí en realidad. No has llevado siquiera nada demasiado personal. Las cosas que has ido sacando del almacén son … las has traído aquí o a Concejo. Esa casa no ha dejado de ser un hotel que has utilizado cuando tenías que trabajar en Madrid y te facilitaba la labor.

-Y no te creas, estoy dándole vueltas al comentario ese de la abuela aquella.

Jorge arrugó la frente y miró a Flor. No acababa de entender la relación de esa abuela con … Flor levantó las cejas para indicarle que estaba igual de despistada. Jorge decidió entrar al trapo directamente. Para atajar ese otro conato de preocupaciones en la mente del actor.

-La buscamos si quieres. A lo mejor Javier y Carmen nos pueden ayudar. ¿Quieres que les llame? ¿Nos vamos luego al hospital con la excusa de saber de Eduardo y miramos a ver si está? Pero esa mujer, por mucho que sepa del pasado … no debe influir en tu decisión en este tema. No la pongas como excusa.

-Pero me inquieta …

Jorge se dio cuenta que iba a dar igual lo que le dijera. Era la excusa que se había buscado para intentar sortear esa decisión. De repente Carmelo había perdido uno de sus asideros emocionales. Eso le hacía sentirse vulnerable. Es otra de las cosas que le debía agradecer a Cape.

-A lo mejor estaría bien ir a verla. He escrito el relato. Y creo que voy a escribir otro desde el punto de vista del chico. Puede ser la excusa.

-No sé. Le paré a Cape cuando la fue a preguntar. A lo mejor debería haberle dejado. De todas formas cambió la expresión. Se dio cuenta que había hablado demasiado.

-¿Y dices que se acercó así de repente? ¿Y nos conocía a todos?

-Por concretar el tema de las casas, que os vais por las ramas – insistió Flor. Se quedó mirando a Carmelo para que le diera una respuesta firme.

-Sí, sí. Tiene razón Jorge. En realidad es lo que estoy haciendo casi desde que volvimos de Francia. Antes incluso. Esta es mi verdadera casa en Madrid. Desde que vendí la mía. Nuestras casas serán ésta y la de Concejo. Posiblemente la de Cape la acabe vendiendo. Mientras eso sucede, la nueva empresa de seguridad se encargará de vigilarla. No… no la siento como mía, tienes razón. Lo que pasa es que me cuesta. Siempre he estado más a gusto aquí.

-Gracias. Eso nos facilita mucho la labor. Libera a muchos compañeros que pueden ocuparse de otras labores. ¿Nos vamos? – sentenció Flor. – Podéis seguir hablando en el coche.

-Tienes razón.

Salieron de casa. El silencio se apropió del grupo. Solo lo rompieron para ir saludando a los miembros del equipo de escolta que se fueron encontrando. Flor y Fernando iban pegados a ellos.

-¿Sabemos algo de Hugo? – preguntó en el ascensor Jorge.

-Lo están buscando. – respondió Flor de forma seca.

.

Javier Marcos llegó al bosque una hora después. La noticia del atentado les había pillado en una reunión por un caso nuevo. Carmen Polana se había adelantado y había acudido nada más llegarles la noticia. Ante la magnitud de la operación, no había tenido más remedio que llamarlo. Un helicóptero le dejó allí junto a un equipo de los GEO que se unió a la búsqueda del o los sicarios que habían atentado contra la vida de los jóvenes. Hugo había desaparecido y casualmente había tenido un altercado con uno de los chicos. Algo del pasado. Algo que a alguien se le había escapado.

-Quiero saber quien investigó la vida de Hugo. Lo quiero saber todo. De la vida de él y de quien se encargó de la investigación. Quiero saber si fue un error o fue premeditado. Empiezo a dudar si alguien cercano juega en el equipo contrario. Lo de Alberto ya me dejó mosca cuando sucedió. Y lo de Ghillermo. Y esto engorda la mosca de mi oreja.

-Pongo a Juanma con ello. Pero en lo de Ghillermo, creo que te obsesionas. No es más de lo que es, una enfermedad congénita que no descubrieron sus médicos.

-No sé que decirte. La enfermedad no la puedo negar, está en el informe de la autopsia. Lo que nadie me acierta a explicar es qué hacía allí Ghillermo. Yo nunca hablé en casa de esa operación, entre otras cosas porque fuimos de apoyo, no era nuestra. Esa es la duda. Y yo juraría que él sabía que se iba a encontrar con Alberto. No se extrañó, se alegró.

-Deja de machacarte. Te echas la culpa. En realidad es lo que haces.

Javier decidió dejar de lado el tema de su marido muerto. No era ni el momento ni estaba entre las personas con las que le apeteciera compartirlo.

-Dejo de pensar en ello, porque sé que lo haces tú por mí. – Javier se quedó mirando a Carmen que afirmó ligeramente con la cabeza.

-Hablo con Pati para que ponga en marcha la investigación de Hugo.

-Que le ayude Leyre. Deben investigar a todos los recientes. Si lo que se nos ha escapado con Hugo lo hemos hecho con otros, quiero saberlo.

-Pero Javier, no te …

-No me acelero. No sé si ha disparado él. Quiero pensar que no. Quiero pensar que habrá una razón entendible para su ausencia de su puesto de trabajo. Es más, aunque algunos del pueblo describan a un tipo corriendo por la orilla del río que se parece a él y que viste como vestía esta tarde él y que parecía llevar en la mano lo que a todas luces, por la descripción, parece un rifle y que se alejaba del lugar de la agresión, de verdad, pienso que no ha sido él. Eso es un tema. Yo lo que estoy enfadado es porque alguien con ese bagaje y con esa implicación en el caso, nunca le debería haber designado para el puesto de ocuparse de la seguridad de Jorge. Joder, si se tiraba a su marido. Tenía relación con ellos y no sabemos de que tipo. Y anda que el marido de Jorge a poco que hemos escarbado, menuda joya. Nadie que estuvo relacionado con él es de fiar. Nadie. El día que le tenga que contar a Jorge un 10 % de lo que hemos descubierto, pediré una UVI móvil por si le da un síncope. Y a más, tuvo una terrible discusión con Martín, un casi sobrino del escritor. Fue tal la bronca que el chico no quiso seguir trabajando en el cine. Y el padre, justo en ese momento, deja también su carrera y la cambia por ser figurante. Esos sucesos tienen muchas más implicaciones de las que hasta ahora conocemos. Son decisiones radicales. Todas estas cosas son públicas. Y … joder, que ponemos a vigilar a Jorge a un tipo que está en medio de todo esto… No. No es normal.

-Pues hay un algo que urgía pedirle. – comentó Carmen.

-Sí, el lunes. Volverán a Madrid. El lunes lo vamos a ver a casa. Todos. Nos repartiremos las noticias. Y Kevin al que le tiene cariño por lo del parque, le pedirá la exhumación. O Yeray. Kevin le contará lo de sus “vitaminas”. Y Quiñones que haga de poli malo. Total, ya lo hace de por sí. Otro que me empieza a mosquear. Parece que le tiene verdadero odio a Jorge. Y éste no es tonto. Se da cuenta. Quedan diez minutos para que nos pida no tener que volver a verlo.

-Luis – Javier saludó al guardia civil que acababa de llegar.

-Javier – le hizo un amago de saludo militar. – Acabo de volver del Comarcal.

-¿Novedades?

-Hasta que me fui, bueno, le operaban. Manzano se ocupa. Ya lo conoces, así que no te digo nada de él. Es el mejor. Tengo la impresión de que salvo sorpresa va a salir de la operación. Dicho todo con cautela. Su padre estaba ido. Y su madre tomó las riendas. Ana es fuerte. Dani y Cape fueron, me acaban de contar unos compañeros que los han echado del hospital. La enfermera jefe.

-Por protocolo Covid. Contra eso no podemos hacer nada. De todas formas, esa mujer es de una falta de humanidad difícil de superar. Con lo que llevamos de pandemia, hay mil formas de intentar entender y ayudar a todo el mundo sin comprometer la seguridad de nadie.

-Dani, me han dicho que se subía por las paredes. Ha debido montar un número como en sus buenos tiempos.

-Entonces habrá ya decenas de vídeos al respecto.

-Ni uno. Todos parecían apoyarlo. Todos los que andaban por allí. Ni uno ha grabado la escena.

-Eso le debería decir algo a esa enfermera jefa. – dijo Javier en tono enfadado.

-Carmelo se siente culpable. Lo del chico de Ana es para atacarlos a ellos. Eso parece al menos. Y encima no poder estar apoyándolos, frustra. Los entiendo perfectamente. – Carmen no había evitado mostrar el malestar que le producía la situación que contaba en guardia.

-Lo único es que a lo mejor no está dentro de la trama general. Lo del tema de Martín y de Hugo, puede que sea una venganza o un tema colateral – opinó Luis.

-¿Quieres que sigamos con el plan B? – preguntó Carmen.

-Sí. Orden de búsqueda. No nos centremos solo en lo evidente ni en las corazonadas. Y también de Hugo. Peligroso y armado. No descartamos nada. También orden de búsqueda de Dimas, de su mujer y de su hija Clara. Y del jefe de la editorial, no recuerdo el nombre. Vamos a dejarnos de pamplinas y a buscar respuestas. Quiero una orden de registro de la casa de Dimas y de la editorial. No vamos a ejecutarlas de momento. Buscaremos la coyuntura que más nos convenga. Pero… sin olvidarnos que aunque Hugo se ha puesto en una situación que debe explicar, no centremos todo en que es él. Cualquiera que esté por ahí perdido, o perdida…

-Las huellas nos llevan a que es hombre …

-No descartemos nada. Esta mañana era una mujer. ¿Quién nos dice que no haya venido …?

-Con ella en el coche, no. Tenemos las cámaras de tráfico. Iba sola.

-Que alguien compruebe todos los coches que hay en el pueblo y alrededores. Dile al Capitán Melgosa que utilice uno de sus drones y lo ponga a sacar fotos de matrículas.

-Comisario – el comandante Garrido de la Guardia civil se acercó a Javier y le hizo un saludo militar al que respondió el comisario – De momento no hemos encontrado nada que nos haga pensar que esa mujer tuviera apoyo. Me encargo yo de llamar a Melgosa.

-¿Sabemos quién es?

-Su DNI dice que se llama Beatriz Camarero. 40 años. De Cuenca. Trabaja de comercial de una empresa de perfumería. Fue una suerte que estuviera el agente Luis González en el bar. Aunque todo me huele a tapadera. Estamos comprobándolo todo. Para que dos hechos de esta gravedad sucedan en el mismo pueblo y con solo un día de diferencia … no descartemos que haya relación entre ellos.

-Por cierto, – Javier lo miró de soslayo sonriendo con picardía – quisiera que me prestara al guardia González durante un tiempo.

-No me sobran los guardias. Ya sabe como andamos. – Garrido fingió no estar de acuerdo con su petición.

-Lo sé. Lo sé. Pero confío en él. Y necesito alguien que me de un punto de vista distinto y que conozca esta zona y a la gente. Y se lleva bien con Daniel Morán y con Daniel Gutiérrez. Y por extensión con Jorge Rios.

-A lo mejor me puede hacer usted un favor a cambio.

-Le escucho.

El asistente del comandante le pasó a éste una tablet con una foto en la pantalla.

-Este hombre.

Javier Marcos miró al comandante después de ver a la persona cuya fotografía ocupaba la pantalla de la tablet.

-Está haciendo indagaciones en los pueblos de alrededor. No de continuo. Se aloja a veces en casas rurales.

-Es Otilio Valbuena. Tiene uno de los mejores bufetes de abogados de Madrid. Pero eso seguro que ya lo sabe. Me extraña que se dedique él en persona a…

-Pero lo que me escama es que pregunta sobre Óliver Sanquirián, que trabajó para él. Y tengo entendido que se vio de una forma discreta con él y con Jorge Rios en el bar de Concejo del Prado. Y que ahora el tal Óliver representa a Jorge Rios y lleva también algunos temas de Daniel Gutiérrez. Es todo muy raro. Parecen muy amigos, pero va preguntando por ahí. Y ha empezado a venir de vez en cuando una tal Helena Martínez. Es según me cuentan, la mano derecha de D. Otilio en el bufete. Pero viene a ayudar a Óliver. Y no, no son amantes, Óliver es homosexual.

-Me encargo de eso. No se preocupe Comandante.

-Bien. González es suyo. Aunque ya sabe lo del papeleo.

-Mañana lo tiene resuelto. De todas formas, si se entera de algo más relacionado con alguno de los implicados, si me lo cuenta, se lo agradeceré. Aunque sean…

-Minucias. Seguimos peinando buscando colaboradores de esa mujer a parte de buscar a su hombre. U hombres.

-Se lo agradezco. El equipo de los GEO les echarán una mano. He pedido a sus superiores que mañana envíen algunas de sus unidades de intervención. Mi hombre se le supone peligroso, si es que es el tirador. Y ya de paso, si sus hombres preguntan como quien no quiere la cosa, donde estaban los lugareños, a ver si conseguimos hacer un mapa para saber si falta alguien en él y para poder tener una idea de quién ha podido ver qué.

-Eso va a ser labor de chinos.

-Sí, por eso necesito que su gente, que conoce a los de la zona lo hagan sin levantar demasiado la liebre.

-Daré mañana las instrucciones.

-Así sus guardias se dedican más a eso, y los de intervención a peinar los campos y los bosques. Aunque sin dejar de indagar con la gente que se encuentren sobre lo que hemos comentado.

-Vale. Se lo ha tomado en serio, comisario.

-Mira Rui. Este caso de Jorge Rios se ha complicado mucho. Desde el principio creímos que las respuestas había que buscarlas despacio y lejos, en el pasado. Pero tenemos que acelerar. Hay que buscar atajos. Son muchos tiroteos. Y lo de estos chicos me duele en el alma. A Eduardo lo he tratado un poco y me parece tan buen chaval, que me duele en el alma, repito. Lo mismo puedo decir de Martín al que conocí el otro día en casa de Jorge. Y encima que el principal sospechoso sea alguien al que he designado yo para un puesto al que nunca debería haberse postulado. Hugo nos la ha metido doblada. Sea o no el atacante.

-No está claro, estudiando el terreno – expuso el Comandante. – Kevin y Yeray te dirán cuando acaben. Mira, por ahí viene Yeray.

-El terreno es una patraña, con perdón. Las huellas están amañadas – era Yeray el que hablaba con contundencia mientras se acercaba a ellos. – Hugo se ha cambiado de ropa – levantó la mano en la que traía unos zapatos y una americana que parecían de él. – Los zapatos están limpios. No hay barro. En la escena, el atacante dejó huellas de unos zapatos como estos. Anduvo un rato por una zona embarrada, cerca de la orilla. Debió ser cuando los chicos estaban escondidos en el agua y el tirador estuvo buscándolos. Hay que estudiarlo todo con calma y detalle. Hugo ha andado mucho tiempo descalzo. Enseguida viene Kevin, que ha seguido algunas de las huellas.

-Mandamos a la científica – dijo Javier – Comandante, ¿La suya o la nuestra?

-El agente González le va a costar que sea la suya. Los nuestros están desbordados. Siguen en Vecinilla. Y lo que les queda.

El comisario Marcos se echó a reír.

-Menudo negocio he hecho. ¿Es cierto que Fermín se ha incorporado de su permiso para ayudar? – Javier se puso serio.

-Después de estudiar el escenario del “accidente” de Líam Romero y comprobar la patraña que era, y tener noticia de lo de Vecinilla, no se lo ha pensado.

-Pobre hombre. ¿Y su hijo?

-Luchando. Pero acaba de terminar con una tanda de quimio. Te puedes imaginar.

-A ver si hay suerte. Si podemos hacer algo, nos dices, Rui.

-Mis chicos mayores van algún día a visitarlo. Todos lo agradecen. No debe tener muchas visitas.

-Volviendo a lo nuestro. Llamo a nuestros CSI entonces ¿no? – dijo Carmen.

-Ya le digo – El Comandante se echó a reír. Porque sabía desde el primer momento que el Comisario Marcos quería que fueran los suyos quienes se encargaran de la escena. Siempre le había caído bien el Comisario Marcos. Y le parecía un policía muy competente. Si le podía ayudar en algo, lo haría. Aunque intentaría luego sacar algo a cambio. Le estaba costando mantener la pantomima del tratamiento formal. Pero su colaboración todavía no era pública ni tenía todos los parabienes de la superioridad. Y había mucha gente alrededor que no era de su círculo de confianza. No querían dar pistas a sus enemigos y se frustrara su colaboración. Tácitamente, tampoco habían hablado del tema de Vecinilla más que de pasada. Ese tema habían conseguido mantenerlo en secreto. Se había hecho un comunicado de prensa de que se había descubierto en la zona una gran plantación de cannabis. Por eso el movimiento de unidades del SEPRONA y del GAR. También se había hablado de un grave accidente de coche, pero sin resultados mortales. Tres heridos que habían sido trasladados por helicóptero al hospital Comarcal.

Carmen Polana se puso a ello dando las instrucciones pertinentes. Kevin se acercó desde el otro extremo.

-Hay otro par de huellas. No sabría decir si son de ese momento o de otro. Incluso de un tercero que anda descalzo, o en calcetines al menos. Ese creo que es Hugo. Pero si es Hugo, no ha podido disparar a los chicos, al menos cuando les han alcanzado. Desde dónde estaba, no les tenía a tiro. Y sí al otro individuo.

-Yeray, tenías razón – le reconoció Javier.

-Las de los chicos están claras: llegan andando, uno de ellos corre los últimos metros mientras parece empieza a desnudarse. Ese parece Eduardo. El otro sigue andando despacio. Se para y también se desnuda. Salen por el otro extremo. Están un rato tirados pegados al suelo. Luego parece que uno se levanta y da la impresión de que anda erguido. De nuevo, ese parece Edu. Parece que piensa que el peligro ha pasado, o eso interpreto. Pero el otro no, y lo sigue encorvado, incluso en algún trecho andando a gatas. Cuando llega a la ropa, el segundo salta y parece que lo empuja al suelo. Ahí es cuando uno recibe un impacto de bala, Eduardo. Y seguido Martín recibe dos. Pienso que vio que Eduardo estaba herido e intentó ayudarlo o se quedó paralizado, completamente expuesto.

-Descartaremos. Luis, tu jefe te ha puesto en mis manos durante un tiempo. Mañana empiezas a hablar con todo el mundo de nuevo. Quiero que intentes saber exactamente cuanta gente ha venido por aquí en los últimos días. Y que hicieron. Y más o menos lo que han hecho durante todo el día de hoy. Sus movimientos exactos. Vendrá Mario a ayudarte. Ya lo conoces. Tengo que pensar quién va a coordinar a todos y a recopilar los datos.

-Si me lo permite mi comandante – hablaba el sargento Frutos al mando del puesto de Concejo – me gustaría encargarme de eso.

-Ya me ha quitado otro efectivo, Comisario. – bromeó el comandante.

-Pero yo le he quitado el engorro a sus CSI de procesar toda esta escena. Mira Garrido, vamos a dejarnos de tonterías. Lo arreglamos trabajando juntos. Al alimón. Así no me tienes que prestar nada. Hablamos con tu General.

El Comisario y el Comandante se miraron sonriendo.

-Me parece bien. Eso me pasa por no hacerte caso y no haber aceptado el puesto que me ofrecieron en la UCO. Al albur de los acontecimientos, ese destino hubiera sido más tranquilo que el que tengo. Y con menos … visiones truculentas. ¿Dónde montamos el centro de coordinación? – preguntó el Comandante a su Sargento.

-En el puesto mismo. El agente Ortiz, me ayudará. La mitad del puesto está vacío. Necesitaremos algún ordenador más. Mañana volvemos a sacar las mesas y las sillas apartadas en el almacén. A lo mejor necesitamos alguna más. Y más velocidad de Internet. Y un programa específico. Y seguridad informática.

-Hecho. Ahora mismo lo pido. A ver si sacamos algo en claro de eso.

-Del programa y de la seguridad informática se encarga mi gente – comentó Javier.

-Llamo a José Arnáiz – se ofreció Kevin.

-No, no. Para este tema … Arnáiz ya está liado con otras cosas. Voy a llamar a uno de fuera. Tranquilos, es un fuera de serie y un fuera del sistema.

-Pues será mejor que no se entere Arnáiz. – bromeó Garrido.

-Si no se lo contamos, no se va a enterar. Ya tiene sus negocios a parte.

Garrido enarcó las cejas. Parecía que Arnáiz había crecido demasiado y Javier pensaba que no podía atenderlos con la dedicación que precisaba el caso.

-Carmen, pide al juez cuando venga ahora, una orden para situar a todos los teléfonos de la zona. Diez kilómetros a la redonda con epicentro aquí. Y la localización durante todo el día.

-No sé si le va a hacer gracia.

-Confío en tu capacidad de persuasión.

-Conozco al juez – dijo el comandante – yo le echo una mano con él.

-Gracias Comandante. Yeray y Kevin, iros al hospital a hablar con los padres de Martín. Hablad con ellos por separado. Si está Jorge le invitáis a unirse. Carmen si te vas con Eduardo al comarcal, cuando se vaya el juez, te lo agradeceré. Comandante, he pedido a sus jefes que me dejen unidades para tener vigilados a los chicos. Están bajo su mando.

-Y tú te vuelves en el helicóptero a Madrid y te metes en la cama. No te tienes en pie. – le recriminó Carmen.

-Eso es lo que voy a hacer. Tengo que pensar. Y para ello debo dormir. Mañana llegaré tarde.

Jorge Rios.”

-¿En qué piensas?

-Pienso en lo que no nos contaron el otro día los polis. Lo que nos perdimos al irnos tú con Eduardo y yo con Martín. Estaba imaginándome la escena de Javier llegando a Concejo en un helicóptero.

-Dijo Carmen que lo había mandado a descansar.

-Se metió por medio el caso ese que se ha traído Garrido desde Somo. Estaban reunidos todos en la Unidad, guardias y policías, incluido ese chico nuevo, Nico. Allí se enteraron todos a la vez. Carmen se vino, Garrido y los suyos también. Javier se quedó en la Unidad leyendo el caso nuevo de Somo y algunas averiguaciones que habían hecho en la reunión. Pero Carmen al ver la gravedad del asunto lo llamó. Y fue. En coche. Pero a mí me ha gustado lo del helicóptero. Como me echas en cara lo de mi dramatismo galopante … ¡Toma dramatismo!

-Va a ser divertido leer tu investigación paralela. Sabes que a Javier no le gustan esas exhibiciones. Lo de los helicópteros para trasladarse y esas cosas.

-Ya verás cuando te pase el asesinato de Elías García, el de la editorial.

-¿Pero lo has matado? Joder, no pensaba que le tenías tanta manía.

Carmelo volvió al gesto serio.

-No me has contado con detalle lo que os dijo Laín en el hospital.

-Lo que oíste el otro día. Poco más. Me sacó de quicio. Me defraudó. Me quedé con la sensación de que nos tomó una vez más el pelo. Todos sacamos esa impresión. Sabes más tú sobre Martín y ese asunto que lo que contó Laín. Yo mismo sabía más. Pensaba que se iba a abrir. Quizás hubiera sido mejor si no llego a estar yo. Me repatea su actitud. Y me repatea estar diciendo lo mismo todos los días. No hay más. Paula y Laín no juegan en nuestro equipo. Al menos a tiempo completo. Paula es una completa decepción. Me jode haberme dejado tomar el pelo por ella todos estos años.

Estuvo a punto de contarle que le había reconocido que se había acercado a él con el fin de tenerle controlado. Pero se lo guardó. No le apetecía… quizás… le costaba reconocer una nueva traición entre sus amigos. Ni lo que había visto junto a Yeray y Kevin en los jardines del hospital.

-Tiene miedo de hacerte daño. ¿Eso crees?

-Tiene miedo de otra cosa. A parte de un poco lo hace por mí, o eso quiero pensar. Pero cada vez ese pensamiento se diluye más. No. Ni él ni Paula, te repito, juegan en nuestro campo. Paula me ha engañado. – al final volvió a cambiar de opinión y empezó a contarle; no tenía un argumento contundente para no hacerlo. – Paula se acercó a mí para tenerme vigilado. Salí de la sala en la que Yeray y Kevin hablaban con Laín. Creí que podría convencerla de que me contara. Pero no. En cambio, me lo reconoció. Se lo solté a bocajarro y no supo negarlo. La pillé desprevenida. Se hizo mi amiga para saber cosas de mí y poder utilizarlas en mi contra luego, con sus amigos. O con los que sea. Fíjate lo que te digo: me da que Laín y ella no tienen… no sirven a los mismos dueños.

Carmelo de repente estaba desbordado. No acababa de asimilar lo que Jorge le estaba contando. No le entraba en la cabeza esa posibilidad. De todas las personas que habían traicionado a Jorge, estos eran los que conocía él más. Los consideraba sus amigos también. No eran personas que le hubiera presentado Jorge. Y Laín, en su momento parecía haberle defendido y ayudado. O esa idea tenía él. Pero Carmelo no tenía sus propios “Episodios Nacionales” como los tenía el escritor, para comprobar en una fuente fiable si su percepción era la correcta o no. Y su mente, era claro, que no era fiable. Solo eran verosímiles las sensaciones y recuerdos de la época que vino después de presentarse delante de Jorge y que esa relación de amistad que nació ahí, le apartara de su deriva autodestructiva.

-Me cabreé tanto que fui a buscar a Yeray y Kevin para que dejaran de hacer el tonto escuchando las vaguedades de ese gilipollas. Los pobres me hicieron caso. A lo mejor me pasé, pero después de escuchar a Paula reconocerme … me puse … otra vez haciendo el bobo. Toda mi vida haciendo el gilipollas, entre gente que me la ha dado con queso. Cuatro putos amigos, cuatro me quedaban. Cuatro personas con las que me relacionaba. Y todos, todos me han salido rana. Martín y Quirce los únicos.

-Y porque les hiciste a tu semejanza.

-No creo que haya tenido tanta influencia con ellos.

-¿No te estarás dejando llevar por tu espíritu novelesco? Últimamente te noto muy novelero. Puede que todo sea por ese tema de Hugo y Martín. – Carmelo se resistía a creer lo que le contaba Jorge.

-Tiene que haber otra razón. A lo mejor deberías acercarte a hablar con él. De todas formas, esta tarde he quedado con Quirce. Me lo pidió el otro día. Aunque ya lo va posponiendo varias veces.

Sonó el teléfono del escritor.

-Lo ha vuelto a posponer. No he dicho nada de Quirce esta tarde.

-¿Pues sabes lo que te digo? Nos quedamos en casa y nos ponemos una película.

Jorge levantó las cejas.

-¿No quieres mejor que nos acerquemos al Comarcal para ver como anda Eduardo?

-Mañana. Hoy me apetece agarrarme a tu brazo y apoyar mi cabeza en tu hombro tirados en la alfombra. Se va a estropear la pantalla de no usarla.

-Pues nada. Elige la película. Yo me encargo del whisky y de los cojines.

-Nada de whisky. Te voy a preparar unos gin-tonics alucinantes. El otro día compré unas copazas … ya verás. De cristal de pitiminí, como te gustan a ti.

-Pues hala. Me voy a cambiar de ropa y ponerme cómodo.

-Que leches cambiarte de ropa. Te desnudas y listo. Es lo que voy a hacer yo.

-¿No íbamos a ver una peli?

Carmelo sonrió picarón.

-Y eso es lo que vamos a hacer, ver una peli. O echar una siesta, como prefieras.

Jorge soltó una carcajada.

-Rubio de los cojones … no hago vida contigo ¿eh?

-Pero si estás encantado …

-¡Ay, Señor, Señor! ¡Qué hice en otra vida para merecer semejante castigo en ésta? Por favor, aparta este cáliz …

-¿No quieres el gin-tonic?

Carmelo que traía las copas con la bebida, hizo un gesto para apartar una de ellas.

-Oye, oye. Con el gin-tonic no se juega. Esa copa a mi vera.

-Todavía estás vestido – Carmelo empleó su mejor tonito provocativo.

Jorge en un momento, se quitó la ropa.

-¿Contento? No te preocupes, ya te quito yo los calzoncillos que tienes las manos ocupadas. ¡Y ni se te ocurra derramar una gota del gin! ¡Huy! ¿Qué es esto que ha saltado con vida propia al quitarte los calzoncillos? ¿Has visto como me mira? Creo que lo voy a saludar. Y ojito con derramar una sola gota de las copas.

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Necesito leer tus libros: Capítulo 112.

Capítulo 112.-

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Una Ana rota de dolor, lloraba en brazos de Felipe que estaba completamente hundido, derrotado, ido. El Dr. Manzano se había acercado en cuanto lo supo.

-Ana, tranquila. Voy a hablar con el cirujano.

-Pedro, opéralo tú. Eres el mejor. Nunca te he pedido nada. Se que te refugiaste en Concejo huyendo de la cirugía. Pero eres el mejor cirujano, lo sé.

El médico se la quedó mirando.

-No hace falta que me lo pidas, Ana. Vengo a meterme en el quirófano.

La dio un beso en la frente y a Felipe le apretó el brazo.

-Doctor Manzano, el doctor Martínez le está esperando. Le íbamos a llamar.

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Pedro Manzano, médico de Concejo del Prado desde hacía cinco años, era un cirujano muy reputado que un día, cuando se despertó de un sueño inquieto y lleno de pesadillas, se levantó de la cama y pensó que no era feliz en un quirófano. También descubrió esa mañana que tampoco era feliz en su matrimonio ni con sus hijos. Se dio cuenta de que ni ellos le querían ni él los apreciaba lo más mínimo. Era todo por conveniencia y en ese momento de la vida, eso no le compensaba.

Otra mañana, unos días después, se levantó de la cama, reunió a sus hijos y a su mujer y se lo soltó:

-Dejo la cirugía. Me vuelvo al pueblo de mis abuelos. Como médico de familia.

-No lo harás – contestó indiferente su mujer, mientras seguía untando la mantequilla en su rebanada de pan integral .

-Ten, los papeles del divorcio – se los dejó cuidadosamente sobre la isla de la cocina.

Fue la primera vez en años que su mujer y sus hijos le prestaron atención.

No tardó nada en irse de la casa. Llenó su coche con unas maletas y un par de cajas con algunos recuerdos de familia y se fue a la casa del pueblo, la de sus abuelos. Al día siguiente empezaba como médico en Concejo del Prado.

Al cabo de algunos meses, un día le llamaron del hospital comarcal solicitándole su colaboración en una operación. Y lo hizo con gusto. Y repitió las veces que se lo pidieron. Pero ese día, no hizo falta que le llamaran. En cuanto se enteró, voló al hospital. Ana y su hijo, eran de los pocos que habían sabido traspasar la coraza que se había creado desde el momento de su llegada al pueblo. No era un hombre visceral y emotivo, y menos en el trabajo. Sabía que eso a veces, nublaba la vista del profesional. Pero esa mañana, casi pierde esa capacidad de “ver las cosas desde la barrera”.

Jorge Rios.

Al entrar en el quirófano, cruzó su mirada con la del Dr. Martínez. No tenía una expresión muy feliz. Miró las pruebas que le había hecho de urgencia en la pantalla que había en un rincón del quirófano. Iba a ser una tarde-noche larga.

-Espero que no tengan algún compromiso en las próximas seis horas – les dijo a todos.

-Con el cuerpo tan bonito que tiene este chico, va a quedar como un cromo – dijo una de las enfermeras.

El Dr. Manzano la miró con dureza. No le había parecido apropiado el comentario.

-Enfermera, no es la primera vez que trabaja conmigo. Parece mentira que dude de mi pericia a la hora de coser.

-Casi nunca cose, doctor. Siempre se lo deja a otros – era una pulla en toda regla.

El médico sopesó su respuesta. No le iba a dar la razón, aunque la tuviera. Y tampoco la iba a dejar sin respuesta.

-Ha tenido entonces mala suerte. Pero hoy eso va a cambiar. Eduardo tendrá otra vez un cuerpo perfecto para disfrute de él mismo y de sus amantes.

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La enfermera jefe les fue a echar la bronca. Estaban cuatro personas sentadas juntas, y habían quitado las cintas que impedían sentarse en dos de las sillas que ocupaban. Los cuatro lloraban y se abrazaban. Perecían desesperados. Pero eso no era disculpa para saltarse las normas de la pandemia.

Reconoció a la mujer. Era enfermera en un pueblo cercano. Ana era su nombre. El hombre parecía su marido. Un hombre de pueblo, era claro. Las marcas de sol en la piel, sus manos robustas, llenas de durezas, ásperas. Pero era curioso observar como esas manos que podrían pasar por una lija del 5, eran capaces de acariciar con tanta delicadeza el rostro de las dos jóvenes que estaban abrazadas al matrimonio. Estaba acostumbrada a ver esas escenas a diario. Pocas había visto tanto dolor concentrado.

La mujer levantó la cabeza y la vio. Iba a apartarse para dejarles en su dolor, pero ahora no se atrevió. Se conocían. No podía darse media vuelta. Así que caminó despacio hacia ellos.

-Ana, ¿que ha pasado?

La enfermera jefe acababa de entrar de turno. Todavía no le había dado tiempo a ponerse al día. Había escuchado algo de un tiroteo y de un joven al que estaban operando desde hacía horas el Dr. Martínez y el Dr. Manzano. Si operaba el Dr. Manzano, tenía que ser grave. Martínez solo lo requería cuando la cosa era fastidiada. Recordaba algo de que Ana tenía un hijo mayor, a parte del pequeño.

-Es Eduardo. Tamara, es Eduardo.

Ana se acercó a ella y le cogió las manos. La enfermera jefe estiró lo que pudo los brazos sin parecer descortés. Le hizo un par de preguntas generales, sin intentar ahondar en la situación. No quería implicarse. No era de implicarse nunca, pero menos en ese día. Tenía que permanecer con la cabeza fría. Los tiroteos complicaban mucho la vida de los sanitarios. En ese momento, la situación venía a darle la razón. Unos guardias civiles de uniforme entraban en ese momento en la sala de espera. Venían con ellos una mujer y un hombre de paisano. Le pareció una pareja curiosa, porque aunque el hombre era mucho mayor que la mujer, parecía ésta la que llevaba el mando.

Tamara se hizo la remolona. Sabía que acabarían preguntando por ella pero no quería tratar con esa gente. Todo eran problemas con ellos. Así que disimuló atendiendo a Ana. Fingía que la escuchaba y la seguía cogiendo las manos. En cuanto se acercaron al mostrador y preguntaron, sus compañeras la señalaron a ella y al médico que estaba de guardia, que atendía a otras personas en el otro lado de la sala. Los de paisano, parecieron reconocer a Ana y a Felipe.

-Si nos puede dedicar unos momentos, se lo agradeceríamos.

Era el hombre el que había hablado. Era amable, pero rotundo al hablar. Era una orden en toda regla adornada con buenas formas.

La mujer policía se acercó a Ana que se soltó de Tamara. La Inspectora primero abrazó a Ana y luego a su marido. Daba la impresión que se conocían. Su preocupación parecía sincera. Y no parecía importarles el peligro del Covid. La gente era una descerebrada. ¿Qué ganaban con esa cercanía? El chico iba a seguir en el quirófano. A veces no entendía a la gente, a los allegados de los enfermos, que parecían sufrir más que estos. “Ya verás como cojáis el covid, lo que me voy a reír”, pensó la enfermera jefa.

-Jefa – Joaquín, uno de los enfermeros, la reclamaba. Y el otro policía de paisano, lo mismo. Y los de uniforme.

-Os tengo que dejar. Os rogaría que mantuvierais las distancias. Es por el resto de la gente y por los profesionales. Se que siendo del gremio lo comprenderéis – miró a Ana a los ojos que por un momento olvidó su dolor para cambiarlo por la sorpresa.

La policía que decía llamarse Carmen y Ana, se la quedaron mirando como si fuera una extraterrestre. La enfermera jefe sonrió encogiéndose de hombros y se dio media vuelta.

-Las normas son para cumplirlas – le dijo a Joaquín, que no le había dado tiempo a cerrar la boca de la sorpresa.

Jorge Rios.

Carmelo y Cape llegaron al hospital. Apenas pudieron saludar a la familia antes de que la enfermera jefe los echara con cajas destempladas. Carmelo fue a montarle un número, pero Cape le contuvo.

-Es su trabajo. La pandemia, ya sabes.

-Me cago en todos sus muertos. Eduardo está a vida o muerte. Joder. Es nuestro amigo. Es nuestra familia. Un poco de respeto. La puta pandemia de los cojones. Nos hemos olvidado del apoyo, del cariño, de tocarnos. Ana y Felipe lo están pasando de puta pena y no podemos estar con ellos. ¿Salimos al balcón a aplaudir? Valiente idiotez. O venga, traemos un par de cacerolas y damos la turrada con un buen cazón. No podemos abrazarlos, acompañarlos. Si lo queremos hacer nos tenemos que esconder en el cuarto de las fregonas, como unos delincuentes. Me cago en todos los muertos de la puta esa, joder.

-Con Jorge te tocas mucho y nadie te dice nada. – intentó bromear Cape.

-No me toques los cojones, me cago en todos tus muertos. Si Eduardo no nos hubiera conocido, no estaría así. Joder. Seguiría contento en la granja, con sus padres, con sus hermanas. Feliz con su vida. Yendo al bar a buscarme para hablarme de hombres. De ligues. ¡Que coño ha sacado de conocernos! ¿Morir a los veintiuno de un disparo que iba a alguno de nosotros? Le han disparado para hacernos daño, joder. Igual que Martín. Y encima no podemos estar en el hospital, joder, joder, joder.

Agarró la papelera que tenía al lado y la arrancó en un ataque de furia. La tiró lo más lejos que pudo. La gente que estaba alrededor se los quedó mirando. Para su sorpresa, no les mostraban asco o indignación. Solo veían comprensión. Y eso que notaron claramente que la gente los había reconocido. Normalmente un famoso con esos ataques de ira solían soliviantar a quien los presenciaba. Pero ese día era al contrario. La prueba de ello es que nadie grabó con su móvil la escena para luego mandarla al “Sálvame”.

-A mí me pasa lo mismo – les dijo una señora que se atrevió a acercarse a ellos. – Tengo a mi nieto ahí, y no puedo verlo. Dentro de un rato se asomará a la ventana y lo saludaré. Hablaremos un rato por teléfono viéndonos así.

Carmelo se la quedó mirando. Al principio lo hizo con odio, por haberse atrevido a hablarles. Luego fue cambiando la expresión y su humor.

-Me gustaría que me contara su historia. No está aquí nuestro amigo Jorge que es un gran escritor, seguro que hubiera hecho un bonito relato.

-Hacéis muy buena pareja – dijo la abuela fijando su mirada en Carmelo – Os vi posar en aquella alfombra roja en unos premios. En ese momento pensé que erais la mejor pareja del mundo.

-¿Y yo? – dijo Cape, simulando un enfado.

-Tú solo has sido siempre un hermano mayor. Os recuerdo hace quince años. Y ahora lo mismo.

-¿Nos recuerda hace quince años? – preguntó interesado Cape.

La mujer se sintió incómoda de repente. Carmelo le hizo un gesto a Cape para que no siguiera por ese camino. No era el momento.

-No le haga caso a mi… hermano. Cuénteme su historia, la de su nieto, y la grabo para que luego Jorge Rios escriba un relato.

-¿De verdad haría eso Jorge Rios? En casa le leemos todos. No le hacemos mucho gasto, porque solo compramos un libro pero le damos buen trote.

-Le encantan las historias. Tiene miles escritas.

-Pues ya las podía compartir. Que ya le vale. Un una novela en siete años. Saben, mi nieto aprendió a leer con unos cuentos en inglés. Es que mi yerno es americano. Y luego, hace unos meses, acabó de leer “Tirso”. Me dijo que era curioso, porque el mundo de los cuentos, estaba en “Tirso”.

-Pero era otro autor, abuela. Se habrán copiado. Jorge Rios habla muy bien el inglés. Le he escuchado entrevistas.

-Pero “Tirso” se había publicado antes. Lo miré. – concluyó la abuela.

Cape y Carmelo se miraron. Al final fue Cape quien preguntó.

-¿Y sabe el nombre del autor de los cuentos?

-Jack Mousse – dijo ella sin pensarlo.

-Y ahora será mejor que nos cuente esa historia – dijo rápidamente Carmelo para que la abuela no se quedara con el tema de los cuentos en inglés. – Y me da su número de teléfono para que podamos enviarle el relato.

-Casi, sabes, he pensado que es una tontería. Es una historia como las demás.

-Aún así, queremos escucharla.

La abuela los miró resignada.

-Os voy a aburrir.

-Así no distraemos. Tenemos a un amigo que le están operando. Está grave. No podemos hacer nada ni podemos estar con sus padres y hermanas.

La abuela se encogió de hombros y empezó a hablar.

Mi nieto se llama Henry, como su abuelo paterno. O eso me dijeron. No he podido comprobarlo. Ahora quiere cambiarse el nombre y el apellido y ponerse los míos. Yo le he dicho que lo piense, que luego a lo mejor cambia de parecer. Pero él está seguro. Pero no tengo la posibilidad de pagar a un abogado y que lleve ese tema. La enfermedad de mi nieto me ha dejado sin ahorros.

Sabéis, a mi la vida me dio otra oportunidad. Tuve dos hijos. Carlos y Laura. No lo hicimos bien con ellos. Mi marido siempre estaba trabajando. Y yo le ayudaba. Teníamos una empresa de confección. Yo diseñaba la ropa y mi marido se preocupaba de la fabricación. Los niños siempre fueron algo que debíamos tener, como buena familia de un cierto nivel. Mis padres y los suyos insistían. Los tuvimos.

Se criaron siempre con sirvientes. Ni siquiera les di de mamar. Con Carlos el mayor tuve un ama de cría. Con Laura ya había buenas leches en polvo. Eso fue un gran avance. Ahora se ha vuelto a lo de dar el pecho. Pero hubo un tiempo en que estaba hasta mal visto. Siempre he pensado que si les hubiera dado el pecho, hubiera establecido unos lazos con ellos que no se crearon. Aunque con mi nieto evidentemente no tuve esa oportunidad y si se crearon.

A Carlos lo perdí en un accidente. Iba borracho, como una cuba. Nuestra desgracia fue que atropelló a un hombre. Murió al instante. La familia hizo mucho ruido. No se lo reprocho. Era un hombre mayor que no tuvo ninguna oportunidad. Caminaba por dónde le correspondía y cruzaba la calle por el paso de cebra. Pero mi hijo estaba centrado en la carrera. Ganar era su máxima aspiración en la vida. Ganar al parchís, a la oca, al mus, al bridge, las carreras de sacos, las de bicis, las de coches.

Laura en cambio parecía que estaba bien encarrilada. Llegó a la universidad con un expediente casi perfecto. Y sacó la carrera de arquitectura sin tropiezos. Encontró trabajo en Londres en un estudio de renombre. Y conoció a Peter.

Peter era el yerno ideal. Guapo, educado, de buena familia, mucho dinero, buen trabajo. Se casaron rápido, sin invitar a nadie a la boda. Ni a los padres de Peter ni a nosotros. Coincidió con el accidente de Carlos, así que tampoco estábamos para muchas celebraciones. Tampoco nos pareció el mejor momento, precisamente por eso. Enseguida se quedó embarazada y nació Henry. Tampoco nos enteramos de eso.

Mi marido y yo dedicados a la empresa. Laura en Londres con su marido. Y un niño del que no sabíamos nada.

Nos hicieron una oferta por la empresa. Era de una filial de “El Corte Inglés”. Habíamos trabajado bastante para ellos. Nos compraban todo con la condición de que yo siguiera a cargo del departamento de diseño, incluso asumiendo el diseño de toda la parte de hombre de las marcas propias de “El Corte Inglés”. Pero para mi marido no había hueco.

A mi marido eso le hizo polvo. Decidimos vender, no nos podíamos permitir no hacerlo. Y la firma de la venta, fue lo último que hizo mi marido. Al cabo de una semana le dio un ataque al corazón. No soportó la falta de actividad, de responsabilidad. En realidad no soportó que yo siguiera yendo a trabajar todos los días con más responsabilidades que antes y él se quedara en casa, como un mueble inservible. Su amor propio no lo soportó. Intenté llamar a Laura para contarle. Pero no hubo forma de localizarla. Enterré a mi marido sola, rodeada de muchas personas, muchas, pero sola. Nunca me he sentido tal soledad que el día del entierro de mi marido. En el de mi hijo estaban él y Laura.

Me enfadé con mi hija. Tardó más de diez días en devolverme las llamadas. Y su respuesta fue un mensaje en el buzón de voz mandado a las 5 de la madrugada. Fue tan aséptico, tan… frío.

Pasó el tiempo. Me refugié todavía más en el trabajo. Al final acabé asumiendo el departamento de diseño de todas las marcas y de todas las líneas de la empresa.

Y un día, al cabo de cinco años de la muerte de mi marido, recibo una llamada cuando estaba en mi despacho. Era una mujer que me soltó a bocajarro:

I’m calling you from Bradford’s Childcare Department. We would like to know if you are taking care of your grandson, Herny Reno.

Le hice repetir y la mujer lo hizo pero de muy malos modos. Parecía que estuviera enfadada conmigo. Como si me odiara. Y yo no la conocía. Y me hablaba de algo que yo no tenía ni idea.

Movilicé a todos los servicios de la empresa que se me ocurrieron. Y unas semanas más tarde, me encontraba en una pequeña ciudad de Inglaterra en las puertas de una especie de casa de acogida. Yo iba rodeada de asistentes, de abogados, llevaba un séquito que ni los ministros. Y ahí me topé con Henry. Un muchacho malencarado, enfadado con el mundo, dispuesto a una mala pelea antes que a una buena conversación. Me recibió la mujer que me había llamado de tan malas formas. Al ver el despliegue de personal a mi alrededor, se le bajaron los humos. Eso me repugnó. Ella llamó a una abuela en España y por eso debía ser una muerta de hambre y que no merecía ningún respeto porque iba dejando tirados a sus nietos por ahí. Ni preguntó ni investigó: solo juzgó. Dejé a mi séquito que se ocupara del papeleo y de esa funcionaria y yo me fui a conocer a mi nieto, que hasta unos días antes no sabía que existía. Y resulta que ya tenía siete años.

Entré en la habitación donde jugaba solo. En realidad no jugaba, solo miraba por la ventana. Me miró con tal cara de desprecio, de odio, que de buena gana me hubiera dado la vuelta. Pero sus ojos me conquistaron. Era evidente que eran los ojos de Laura. Y a pesar de que el resto de su cuerpo solo mostraba odio, en sus ojos solo vi soledad. Miedo.

Me llamó puta, desgraciada, muerta de hambre, fea, vieja y otras lindezas que prefiero no decir. Las recuerdo, no os penséis. Así estuvo no menos de media hora. Escupía al hablar. Me llegaban pequeñas gotas de su saliva a cada insulto. Me había arrodillado enfrente de él. Estábamos a la misma altura. No dije nada. Solo lo miraba. A esos ojos que me recordaban a los de mi hija. Mi hija desaparecida con su marido. Aún no los he encontrado. Pero eso es otra historia.

Fue bajando el volumen de sus insultos. Yo le miraba y él me miraba a mí. Cuando parecía empezar a calmarse le sonreí. En un momento determinado, sus ojos empezaron a brillar. Empezó a llorar desconsolado. Gateé un poco para acercarme a él. Le puse la mano en la rodilla. Tuvo un primer impulso de retirarla. Al final no lo hizo. Di otro pequeño paso, de rodillas. Me empezaban a doler, pero no quise cambiar de posición. Cambié mi mano de sitio. En lugar de tocarle la rodilla, se la puse en la mejilla. Él seguía mirándome fijamente. Ya lloraba desconsolado. Abrí mis brazos y él se lanzó a abrazarme. Así estuvimos un buen rato.

Ese mismo día me lo traje a España. No hablaba ni palabra de español. Pero aprendió rápido. Ahora hablamos a ratos español a ratos en inglés a ratos en francés. Lo adopté. Legalmente es mi hijo, pero sigue siendo mi nieto y quiero que siga siéndolo. Fracasé con mis hijos, no quiero que pase lo mismo con él.

Luego llegó el cáncer, coincidiendo con esto del COVID. Y todo se ha hecho cuesta arriba. No puedo acompañarlo. Ahora ya estoy vacunada, espero que me dejen. Pero cada paso en ese sentido es tan complicado, tan tedioso… por eso suelo preferir que esté en casa. Eso cuesta mucho dinero. Pero al menos estoy con él. Aquí solo puedo verlo por la ventana.

Siempre ha leído los libros de Jorge Rios. Se siente identificado con muchos personajes. Ese amigo vuestro crea un ambiente de normalidad para los gays. Mi nieto lo es. Y no ha tenido problemas al respecto por eso precisamente.

Y esa es la historia.

Jorge Rios

-Que bonito – comentó Cape.

-Antes no os he dicho la verdad. En esa alfombra roja, cuando te acercaste al escritor y le cogiste la mano, el que se fijó fue él. Dijo algo así como “Me gustaría tener algún día alguien a mi lado que me quisiera como ellos se quieren”.

-El mundo os pide que seáis pareja, Carmelo. – bromeó Cape.

Carmelo miró al cielo pidiendo ayuda. Hubiera asesinado a Cape si no hubiera habido decenas de personas como testigos, unos cuantos policías entre ellos.

-Mira mi niño – dijo la abuela mirando a una ventana del hospital. En ella se había asomado un chico en pijama que saludaba con la mano con mucha energía.

-Hoy tiene un buen día. Mirad que fuerza tiene. Hasta sonríe.

Su teléfono empezó a sonar. El chico tenía el móvil ya en la oreja.

-Cariño, hoy te veo bien.

-Sí, son ellos. Me ha dicho el actor que el escritor va a escribir tu historia. Se la he contado.

-Vale, me saco un selfie con ellos. Pero cuéntame lo que has hecho.

La mujer puso la mano en el micrófono del teléfono.

-Me dice que le ha traído la enfermera la última novela de Jorge Rios y que precisamente se ha puesto a leerla esa mañana.

Poco a poco, la mujer se fue alejando de Carmelo y Cape.

Carmelo miró la hora en el teléfono. Era la hora en que tenía previsto emprender viaje, se lo habían comentado los escoltas. Habían pasado muchas cosas en las últimas horas. Podría haber retrasado la partida, pero Carmelo sabía que no era la idea de Cape. Sabía que si él se lo pidiera, o Jorge, él lo haría. Pero ninguno de los dos lo iban a hacer. Carmelo se levantó del banco y abrazó a Cape. No se dijeron nada. Simplemente se miraron a los ojos y se despidieron. Cape puso sus manos en el rostro de Carmelo y le dio un beso en los labios.

Cape se dio media vuelta y caminó decidido hacia el coche. Una parte de los escoltas le siguieron. Se montaron en dos de los coches y se fueron.

Carmelo cogió el teléfono y mandó un wasap a Jorge.

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“Se ha ido.”

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Jorge no tardó ni cinco segundos en llamarlo.

-Te escucho.

Y hablaron.

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Lo mismo que un día se reencontraron sin buscarse, hoy se separaron. Había sido un tiempo de recordar el pasado. De volver a sentirse cerca, protegiéndose el uno al otro. De irse conociendo de nuevo. Podían haber sido otra vez familia. Siempre cercanos. Siempre juntos.

Pero lo secretos del pasado ganaron la partida. Cape no los pudo soportar. Y decidió huir, como antes lo habían hecho sus padres. Se fue además guardando la mayor parte de las cosas que había descubierto. No quiso compartirlo con nadie, ni siquiera con Carmelo del que decía que era su otra mitad. Del que un día sin consultárselo, empezó a decir que era su marido.

Ese pasado les incumbía a los dos. Y también a Jorge. Y ni Jorge ni Carmelo, aunque tenían la certeza de que les ocultaba muchas cosas, tuvieron cuajo para obligarle a contarles. Era su decisión y decidieron ellos a su vez, respetarla.

Pero aún así, la partida dolía. Hay situaciones en las que necesitas el apoyo de todos los cercanos, y más si conocen los detalles del sufrimiento. Necesitas verdad, certezas, en lugar de incertidumbre. Necesitas respuestas, en lugar de preguntas. La partida de Cape hacía crecer de manera exponencial la incertidumbre y aumentaba en grado superlativo las preguntas pendientes de respuestas.

Jorge y Carmelo habían construido su relación con calma. Para un Carmelo que durante la mayor parte de su vida había sido un caballo desbocado, había constituido una transformación radical. Ya no sintió el impulso de vivir la vida a todo correr, ir de amante en amante para saciar su deseo de contacto. Para Jorge, acostumbrado a esconderse debajo del ala, como las avestruces, o como los niños pequeños que se tapan los ojos y creen que nadie les puede ver, porque ellos no lo pueden hacer, también había sido un gran cambio. Cada día levantaba más la vista del suelo. Cada día era más proclive a escuchar a la gente, sin que su mera presencia le incomodara, o incluso le asustara. Y esa transformación la habían vivido cada vez más cercanos, cada vez más juntos.

Jorge no era capaz de recordar el primer abrazo de verdad que se dieron. Uno de esos bien pegados y largos. Apretados. De verdad. Una vez se lo preguntó a Carmelo y éste tampoco supo responder. Tampoco era capaz de recordar ninguno de ellos cuando fue su primer beso en los labios. Cuando cambiaron de besarse como dos autómatas en las mejillas a hacerlo mostrando todos sus sentimientos y mirándose a los ojos. Nunca lo hablaron, nunca dijeron “Huy que nos hemos dado un pico” “Huy, que abrazo tan fuerte nos hemos dado”. “Huy, sabes que te he echado de menos”. “Huy, llámame”. Todo había sido una evolución natural de su relación. Lenta. Segura. Sin marcha atrás.

Cuando Carmelo le propuso que le acompañara a Francia para rodar la serie, Jorge apenas dudó. Sí, puso alguna pega al principio. Pero fue más por miedo a que Carmelo se lo hubiera pedido por pena o por compromiso. Por miedo a que fuera un obstáculo para que él desarrollara su trabajo y su vida social. Un estorbo, en definitiva. Era una tontería, porque otras veces no se lo había pedido. Así que en realidad, cuando lo hizo, estaba seguro del todo. Nunca ninguno de los dos, le había pedido hacer algo por compromiso. Así que aceptó para alegría de Carmelo.

En cuanto llegaron al hotel en que se iban a alojar en París, la cosa fue igual de natural. Llegaron los dos, ocuparon la suite que tenían reservada y aunque tenía dos habitaciones, los dos habían ido a la misma, los dos sacaron su equipaje y lo colgaron en los mismos armarios, incluso mezclando prendas del uno y del otro; y llenaron el mismo cajón con su ropa interior. Por la noche, uno ocupó el lado derecho de la cama y el otro el izquierdo. Se dieron las buenas noches con un beso y los buenos días con otro.

Algunos días leían en la cama. Normalmente Carmelo apoyaba la cabeza en el pecho de Jorge. Éste le rodeaba el cuello con su brazo derecho que luego agarraba el libro o la tablet. A veces comentaban alguna cosa de las que estaban leyendo cada uno. Carmelo sobre todo del guion de la serie. Cada noche llegaba un momento en que acababan los dos con el guion, leyéndolo los dos. Y luego, repasando el papel. Jorge le daba las réplicas, intentando ponerse en el papel, entonando las frases como si de verdad fuera a interpretar a esos personajes. Carmelo decía sus frases de varias formas. A veces discutían sobre cual de ellas era la más apropiada. Jorge se había leído todo el guion, o sea que conocía las vicisitudes por las que pasaba el personaje de Carmelo. Este tenía en cuenta los comentarios del escritor. Nunca antes le había pasado. Nunca antes había ensayado en casa con nadie.

Una mañana, al despertarse, se lo dijo. Jorge se sintió bien. Se sintió… importante. Era curioso, pensó, porque no había dado tanta importancia a que Carmelo anduviera desnudo por la habitación. Y a compartir baño. Ni incluso, cuando se retrasaban, ducharse a la vez. Pero ese detalle de que el actor multipremiado en muchos países, que cobraba una millonada por cada papel que hacía, que siempre se dejaba guiar por su instinto, de repente, escuchara las apreciaciones de él … eso era un tema distinto.

Un día, uno de ellos le llamó “cariño” al otro. Y el otro respondió sin sorprenderse. Otro día uno de ellos le llamó al otro “amor”, y el contrario respondió como si eso hubiera pasado desde siempre. Un día, Jorge se sentó en el regazo de Carmelo y se quedó dormido. Éste veló su sueño y le besaba de vez en cuando. Le acariciaba la cara. Le miraba. Cuando Jorge despertó de su siesta, le sonrió y le besó en los labios. Por la noche, Carmelo se sentó en el suelo, entre las piernas de Jorge, las rodeó cada una con uno de sus brazos. Y cerró los ojos. Jorge le empezó a acariciar la cabeza con las yemas de sus dedos, despacio. Carmelo puso una sonrisa satisfecha en sus labios. Así estuvieron horas, relajados. ¿Felices?

Otro día Carmelo estaba tumbado en el suelo, leyendo una de los relatos pendientes de publicar de Jorge. Éste estaba en la butaca, leyendo una novela de Alejandro Palomas. Carmelo levantó los pies desnudos y los apoyó sobre las piernas de Jorge. Éste, al cabo de unos minutos, dejó la lectura y empezó a darle un masaje en los pies. Jorge sonreía al escuchar el suave ronroneo de placer que emitía Carmelo, que había también dejado de leer y se dedicaba a disfrutar el masaje.

Volvieron a España. Y en apariencia cada uno volvió a sus costumbres, a su casa. Pero en el confinamiento, Carmelo apareció el primer día con dos maletas en la casa de Jorge. Entró con su propia llave que tenía desde hacía años y se fue directo al armario. Jorge acabó de ducharse y fue a darle un beso.

-¿Has desayunado? – le preguntó Carmelo.

-Me acabo de levantar.

-Cuelgo las americanas y lo preparo.

Jorge sonrió y se fue a vestir. Carmelo le llamó y el escritor volvió sobre sus pasos. Le dio otro beso.

-Ahora ya puedes ir a vestirte – le dijo poniendo cara de pilluelo.

No se separaron en esos meses. Salían a la calle a escondidas. Recibían a sus amigos también a escondidas. Iban los dos a reuniones o fiestas clandestinas. Daban de comer o merendar a los escoltas de Carmelo. Salían a la compra o la pedían por internet. Ninguno se extrañó de la deriva de su relación. Y tampoco lo hablaron.

Al acabar el confinamiento, Carmelo volvió a la casa de Cape. La llamaba así, porque nunca había acabado de sentirla como propia. Aunque pasaba más días en casa de Jorge que en la de Cape. Cada vez fue llevando más ropa. Cosas personales. Fotografías, cuadros, que Jorge se encargaba de colgar en las paredes o de ponerlas sobre las mesas. Cosas de su casa de Madrid antes de venderla y que nunca había sentido la necesidad de sacarlas del almacén donde las guardaba.

Ahora cada día decidirían si iban a su casa de Concejo o se quedaban en su casa de Madrid. Siempre juntos. Y buscarían las respuestas que sus amigos les estaban hurtando desde siempre. Juntos. Llorando con cada descubrimiento y apoyándose el uno en el otro.

Cape se había ido. Fue triste para Carmelo. No por esperado fue menos… traumático. Pero tenía a Jorge. Y en realidad se dio cuenta, que no necesitaba nada más. Durmieron abrazados y al levantarse, Carmelo volvió a sentirse bien.

-Amor ¿Qué quieres desayunar?

-¿Hay macedonia?

-No, pero la preparo en un momento.

-Nos duchamos y te ayudo.

Carmelo y Jorge fueron al cuarto de baño. Cuando estaban bajo la alcachofa, sintiendo el agua caliente cayendo sobre sus cuerpos, se miraron. Jorge fue el que dio el paso de besar a Carmelo con deseo. Éste le rodeó con sus brazos y le pegó a su cuerpo. Mientras se besaban, los dos se acariciaban suavemente. Y por primera vez, hicieron el amor. Un amor carnal. Porque los dos sabían que en realidad, llevaban haciendo el amor cada vez que hablaban, cada vez que se encontraban, desde el mismo momento de conocerse. Los dos lo sabían, aunque eso tampoco, lo dijeron en voz alta. Es una de las cosas que se decían solo con sus miradas.

Jorge Rios.