Necesito leer tus libros: Capítulo 113.

Capítulo 113.-

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Nico acabó yendo a dormir a casa del comandante Garrido. No era algo que le hiciera feliz en un principio. No le gustaba molestar. El cambio de pasar de ser un apestado en el cuartel de Somo a estar sentado con los jefes de la comandancia Madrid-Norte de la Guardia Civil y con los de la Unidad Especial de Investigación de la Policía Nacional, era un hecho que le estaba costando procesar. Y más que todo un comandante se preocupara por su bienestar. Y más que ese comandante fuera Rui Garrido.

El comandante no cedió ni atendió las protestas de Nico. Cuando éste intentaba excusarse y propuso irse a un hostal, fue inflexible:

-Mi mujer cuenta contigo para la cena. No querrás defraudarla. – y se lo quedó mirando fijamente.

Cuando llegaron a la casa, el pequeño de la familia salió a recibirlo. Primero se abrazó a su padre que le besó profusamente en la cabeza.

-Mira, quiero que conozcas a Nico. Va a trabajar conmigo.

-Hola Nico – saludó con voz tímida y sin mirarlo directamente, casi escondido entre las piernas de su padre.

-Hola Miguel.

Nico le tendió el puño para saludarse. Miguel entonces sí le miró. No se esperaba ese gesto de Nico. Sonrió tímido y chocó el puño con él.

-Sabes mi nombre – sonreía volviendo a esconder la cara.

-Me ha hablado tu padre de ti. Y desde que lo ha hecho, tenía ganas de conocerte.

-Te enseño tu habitación si quieres. – le dijo con apenas un hilo de voz.

-Te lo agradecería en el alma. Tengo ganas de sentarme un rato. Ha sido un día muy cansado. ¿Y tú? ¿Qué tal tu día? ¿Has jugado con tus amigos? ¿Y el cole?

-No tengo muchos amigos. Mi hermano Kike está conmigo en el cole.

-Vaya. Eres como yo entonces. Yo tampoco tengo muchos amigos. Pero sabes, me gustaría que fueras mi amigo. Lo voy a necesitar ahora que he venido a un sitio nuevo a vivir.

-Soy muy aburrido. No creo que te lo pases bien conmigo de amigo.

-Eso también dicen de mi. Aunque yo creo que no soy tan aburrido. Estoy seguro que lo mismo pasa contigo.

-Ven, sígueme. Te llevo yo esta bolsa. Te acompaño a la habitación.

-¡Ah! Muchas gracias.

Abril, la mujer de Garrido, salió de la cocina.

-Hombre, tú debes ser Nico.

Se acercó sonriendo y le dio dos besos para saludarlo.

-Bienvenido. Me había dicho Rui que eras alto, pero no pensé que tanto. No sé si vas a caber en la cama. Es tan alto como Carmelo. – dijo mirando a su marido.

-Por ahí andarán sí. – respondió su marido.

-No se preocupe, estoy acostumbrado. En casi ninguna quepo. Me sobran los pies siempre.

-Pero no te los cortes ¿eh? – le dijo el niño poniendo cara de pillo.

-No tranquilo. No pienso. ¡Que haría yo sin mis pies! Tendrías que llevarme un vaso de agua a la cama. Tendría que regalar mis botas. Y no podría regalártelas a ti, porque no te valdrían. Y no tengo más amigos.

-No son muy grandes. Aunque los míos son más pequeños. Me falta mucho para alcanzarte.

-¿A ver? Comparemos.

Nico puso su pie derecho al lado del del niño.

-Nada, en unos años me alcanzas.

-No me gustaría tener los pies muy grandes. Mi hermano Líam los tiene más grandes que los tuyos.

-¿A sí?

-¿Qué dices de mi renacuajo?

Líam bajaba las escaleras corriendo.

-Tami, baja, ha llegado papá con Nico. Kike, deja de chatear con tu novia.

-No es mi novia. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? – se oyó desde el piso de arriba. – A ver si cambias de bromita, que ya te vale.

-Si necesitas algo, nos lo pides. Voy a acabar de preparar la cena. Y no dejes que todos estos te avasallen.

-No creo que … son muy amables. Si puedo ayudarla …

-Si quieres llevarte bien con mi madre, mejor que la trates de tú. – le recomendó Líam tendiéndole el puño para saludarlo. – Y tranquilo, mi madre es un torbellino en la cocina. Es mejor no ponerse en medio.

-Líam, tengamos la fiesta en paz. Si tienes quejas, el resto de la semana preparas la cena.

-No problem, mama.

-Ya veremos si “no problem” mañana.

Abril se volvió a la cocina sonriendo. Había conseguido que su hijo Líam se ocupara de la cena el resto de la semana. Y sabía que, al estar Nico, no se echaría atrás. Tenía que quedar bien con la visita.

-Nico tiene los pies más pequeños que tú. Y es más alto.

-Y eso que llevas botas. Sin ellas todavía serán más pequeños. Ya he superado mi complejo de pies grandes enano.

-No son tan grandes – dijo Nico – Te lo aseguro. ¿Un 44?

-Sí.

-Algunos compañeros en Somo tenían un 45 y más.

-Vamos, Líam, que Nico está cansado y quiere sentarse un momento. – dijo el pequeño.

-¿Qué has hecho con mi hermano pequeño? – dijo Tamara, bajando las escaleras. – ¿Lo has abducido? Si habla con un desconocido. Y le va a acompañar a su habitación. – dijo mirando a su hermano mellizo que se encogió de hombros.

Miguel le dio una palmada a su hermana en el brazo a modo de queja. Su hermana respondió revolviéndole el pelo.

Nico enseguida se sintió como en casa. Era una sensación nueva también. Todo lo ocurrido en ese día había ido acompañado de sensaciones desconocidas. Cuando estuvo en la habitación, se desnudó para ducharse. Se demoró un rato en el baño, por el gusto que le daba el agua caliente sobre su cuerpo. Luego, mientras se vestía, entró Miguel y le vio las marcas en la espalda. Sin decir nada se acercó y le empezó a pasar sus dedos por algunas de ellas.

-Espera que mamá tiene una crema muy buena. Te la doy. Tienes la piel muy seca. Yo la suelo tener y me la da mi hermano Kike.

Nico intentó que no fuera, pero el niño estaba decidido. Al poco apareció con un bote de crema hidratante que el niño le extendió con cuidado por la espalda. La verdad es que Miguel se la daba muy bien. Y estaba notando como su piel se relajaba un poco. No es que le doliera, pero a veces le molestaba. Abril subió intrigada por la petición de su hijo. Al ver la espalda de Nico no pudo evitar un gesto de indignación. Fue a decir algo, pero Miguel parecía cuidar bien de su invitado. Y Nico parecía estar a gusto con la atención. Se dio media vuelta y se fue a la cocina a acabar de preparar la cena. Aunque al cruzarse con su marido, se lo comentó. Garrido le explicó por encima.

-Tiene que estar machacado. Alguien le debería mirar esa espalda. Le tiene que molestar esa piel tan dañada y seca.

-Deja que coja confianza. Ya iremos buscando soluciones poco a poco. Y con un poco de suerte, nuestros hijos serán los que se ocupen. Le ha caído bien a Miguel. Él meterá en danza a los otros tres.

La cena fue agradable. Todos hicieron lo posible porque Nico se sintiera cómodo. Y por la sonrisa que tuvo la mayor parte de la velada, parecían haberlo conseguido. Luego, se pusieron a jugar a la consola. Hicieron tres equipos. Garrido con Tamara, Líam con Kike y Nico con Miguel. Al final jugaron tres partidas y cada equipo ganó una. Era la primea vez que Miguel ganaba a sus hermanos. Estaba feliz. Se abrazó a Nico para agradecerle.

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Raúl había sido el elegido para, a media mañana, ir a recoger a Nico. Todo había cambiado mucho desde la noche del atentado de _Concejo y aunque Aritz se iba a encargar, ahora debía ocuparse de otras gestiones. Fue una decisión de Garrido y Carmen. Garrido de momento, prefería que Nico no fuera con otros compañeros guardias. Había escuchado algunos comentarios a raíz de su aparición de la mano del comandante. Fernando volvía a tener razón.

Iban a empezar yendo a ver la casa de ese chico fallecido hacía ya casi un mes. Los guardias civiles de tráfico que habían acudido al aviso, habían llevado todos los efectos personales de Líam a la Comandancia de Garrido. Carmen, Kevin, Yeray y Raúl se habían acercado.

-Le he dejado durmiendo – explicó Garrido a Carmen – Estaba agotado anoche.

-Menudo giro dio ayer su vida. Era como para estarlo. ¿Te fijaste que en la reunión mientras nos escuchaba, él no paró de hacer indagaciones?

-Iker me ha dicho que no se le da mal la informática. Que entrar en ese blog no era sencillo. Ahora está él echando un vistazo. Está intentando recuperar lo que alguien ha borrado. Parece que ha sido después del accidente. Así que no fue Líam.

-¿Era aficionado a escribir?

-Le gustaba. Eso parece, pero dicho con cautela. Parece que era su hobby. Lo que si tenemos confirmado es que era biólogo de formación y había encontrado trabajo nada más acabar la carrera en unos laboratorios de una farmacéutica importante, T.R.O.P. International. Era investigador. Y debía ser bueno, según las primeras impresiones. Tuvo bastantes ofertas al acabar la carrera. Parece que había hecho un proyecto de grado que había llamado la atención.

-Ahora habrá que comprobar si lo que aparenta es.

-Vamos a acercarnos al lugar donde apareció, si os parece. Hemos vuelto a quedar con Fermín. – hablaba Yeray, por él y por Kevin. – Hemos estado cambiando impresiones con los de tráfico. Lo tienen todo bien estudiado y argumentado. Y los informes de los CSI que fueron a petición suya, corroboran su visión.

-Pues no entiendo entonces que vuestro hombre estuviera de acuerdo con la tesis de nuestro amigo el comisario Antúnez. – apuntó Carmen.

-Melgosa ha quedado con él esta tarde. – anunció Garrido. – Me extraña porque es buen investigador. A media mañana está prevista la autopsia. Melgosa va a estar en ella. No queremos sorpresas ni que alguien diga que hay que aplazarla de nuevo.

-Si os parece, me voy a buscar a Nico. Nos hemos mensajeado y quiere que luego le ayude a buscar casa por la zona.

-Te paso unas direcciones en Concejo. Hay un edificio cerca del bar de Gerardo que tiene dos pisos vacíos que le pueden convenir. – le dijo Garrido. – Conozco al dueño.

-Pero el presupuesto que maneja …

-Si le gusta el piso, me escribes sin que se entere. Veré de que se lo pongan barato.

-Nosotros nos vamos también. Fermín va camino del sitio del accidente. – Kevin se levantó y ayudó a Yeray a hacerlo.

-¿Estás cojo? – le preguntó Carmen – ¿Te ha entrado envidia de Aritz?

-En lo de los chicos, en el estanque ese. En la segunda visita, pisé mal una rama y me retorcí el tobillo.

-Eres el pupas de la pareja. Está claro – se burló Garrido.

-Quita, que lo siga siendo. Él es buen enfermo. Si me toca a mí, volvería loco a todo el mundo.

-Tu madre te aguanta lo que sea. Salvo que estés sin pareja. ¿Ya ha dejado de emparejarte con todos los hombres del vecindario? – Carmen no quería dejar pasar la oportunidad de tomar el pelo a Kevin.

-Si está tonteando con uno al que fuisteis a visitar, Carmen, en una investigación.

-¿De verdad? ¿Lo has vuelto a ver? ¡Pablo! Se llamaba así ¿Verdad?

-Nos encontramos hace unos días. Por casualidad. A ver que sale de ello. Y sí, se llama Pablo.

-Ya que no me hiciste caso y no lo llamaste, al menos el destino os ha vuelto a juntar.

-No sé.

-Ya está el agonías. Yeray, lo siento, prefiero que seas tú el pupas. No quiero ni pensar en aguantarlo siquiera si se le rompe una uña. Todo lo ve negro el tío.

-Te estás ensañando conmigo hoy, Carmen. Y yo te quiero mucho.

-Ya lo sé. Por eso te tomo el pelo.

-Ya sabes lo de la confianza …

-Iros ya de una vez, que Fermín el pobre se va a aburrir de esperaros – Garrido levantó la mano como gesto para echarlos. – Y tú Raúl, vete a buscar a Nico, que ya me dicen que se está duchando.

-Día de cama.

-Imagina lo que no ha dormido en los últimos meses.

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Cuando Raúl llegó a casa del comandante y Nico le abrió la puerta se sonrió. Nico se había vestido con el uniforme.

-Vete a cambiarte, anda.

-Estoy atontado. No creo que tenga mucho que ponerme. Es que vas muy guay. Voy a desentonar.

-Tranquilo. Tengo una americana en el coche. Te va a quedar un poco corta, pero he visto a algunos famosos que la llevan así. Y con unos vaqueros y unas zapas … y una camiseta, ya está.

Al final no quedó tan mal. Las deportivas se notaban ya muy usadas, pero como eran Converse, Raúl estaba seguro que Carmelo le iba a regalar unas si le contaba el caso.

-No has cogido el arma.

-Solo bajaba para que me dieras la aprobación.

Raúl mientras volvía, llamó a Carmelo. Le contó.

-Vete a casa en Concejo. En el armario hay cinco pares en sus cajas. Coge el que quieras. Y dentro de unos días me recuerdas y le damos otro par. Y si quieres, coge algo de ropa. Si dices que es de mi misma constitución… le valdrá todo.

A Raúl le costó que Nico aceptara las deportivas. Tenía su orgullo. Lo de la ropa ni lo intentó. Aunque se guardó la bolsa con lo que había cogido en el maletero.

-Tiene seis como esas. Se las regalan. Y dentro de tres meses le darán otros diez pares.

Raúl no se había arriesgado al escoger las Converse que le había bajado. Eran como las que llevaba puestas, unas clásicas azules. Nico se las puso sentado en uno de los cenadores de las Hermidas.

-¿Y de quién dices que es la casa?

-De Carmelo del Rio y de Jorge Rios. ¿Sabes quienes son?

-De oídas.

-Ya te los presentaré un día.

-No hace falta. No creo que tengamos nada en común.

Raúl no dijo nada aunque se sonrió. Había notado un ligero tono de ansiedad en Nico cuando había escuchado esos nombres. Seguro que había leído a Jorge.

-Vamos a ver la casa de Líam – propuso Raúl cuando Nico estuvo listo.

No había un tráfico agobiante, así que no tardaron mucho. Durante el trayecto, Nico aprovechó y le puso al día a Raúl de algunos detalles de Líam que el policía no sabía.

-¿Es ese edificio? Tiene pinta de ser uno de esos con pisos enanos para estudiantes o para empleados de las universidades. – apuntó Nico mientras miraba por el parabrisas. Raúl iba atento a buscar un sitio para aparcar.

-Mira, ahí sale uno.

Raúl frenó en seco y echó marcha atrás en un momento. Un coche se detuvo en el otro carril y empezó a pitarles con insistencia desde el otro lado de la calle. El hombre empezó a insultarlos y sus gestos eran amenazadores.

-Frena un momento que me bajo. A ese parece haberle dado un siroco.

Nico se fue hacia el hombre. Éste salió del coche y se fue enfurecido hacia él.

-Niñato de mierda, te vas a enterar. No hay respeto a los mayores. Te voy a dar las tortas que te perdonó el marica de tu padre.

Raúl aparcó corriendo y llamó para pedir apoyo mientras caminaba para ayudar a su compañero.

El hombre sin más le tiró un puñetazo al guardia. Parecía de la opinión que lo que las palabras podían expresar sobraba cuando el puño podía hablar sin gastar saliva. Éste lo paró con su mano izquierda. A la vez, con la derecha le puso su documentación en las narices. El hombre entonces hizo intención de echar a correr, pero Nico no le había soltado el puño y le retenía. Fue a darle una patada, pero en un gesto rápido, Nico le dobló el brazo y se lo puso a la espalda. Sacó sus esposas y se la enganchó a la muñeca mientras con la otra mano le agarraba el otro brazo y lo llevaba también a la espalda. Le dio una patada en las piernas y le hizo caer al suelo, sujetándolo por los brazos para que no se estampara contra el asfalto. Ahí acabó de esposarlo.

-Espero que tenga permiso para la pipa que lleva en la cintura – le dijo a la vez que se la sacaba y le quitaba el cargador y expulsaba la bala de la recámara. – Queda detenido por agredir a dos agentes de las fuerzas de seguridad.

-Eso se llama atentado ¿Lo sabía? – dijo Raúl.

Una patrulla de la Policía Local llegó en apoyo. Raúl estaba registrando al hombre. Le sacó la cartera y un puñal que llevaba en la pierna derecha. Nico le dio la vuelta cuando Raúl acabó la inspección. Empezó a palparle los bolsillos de su chupa y de su camisa. De ahí sacó una bolsa llena de bolsitas más pequeñas llenas de un polvo blanco.

-¿Raúl? – le dijo uno de los policías locales cuando llegó a su altura.

-¡Anto! Pero bueno. El otro día os topáis con Aritz y hoy con nosotros.

Su compañera llegaba después de haber apartado el coche para dejar paso.

-Menudo compañero te has echado – dijo Susana señalando a Nico.

-Nico, son Susana y Antonio.

Nico les tendió el puño para saludarlos.

-Salvador, que no eres bueno.

Susana se había inclinado sobre el hombre que estaba en el suelo esposado y le dio un pequeño sopapo en la cara. Parecían viejos conocidos. La mujer no recordaba todas las veces que se lo había encontrado en el desempeño de su trabajo.

-Os voy a denunciar, hijos de puta. Por maltrato. Se os va a caer el pelo. Y tú niñato, eres hombre muerto.

Nico echó su rodilla izquierda al suelo. Le agarró la cara con su mano derecha por la quijada. Se la giró para mirarle a los ojos.

-Salvador, ¿Tienes algo que contarnos?

El hombre fue a insultarlo de nuevo, pero fue incapaz de articular palabra. De repente parecía asustado, desconcertado. Nico no movía ni un músculo de su rostro. Simplemente lo miraba a los ojos.

-Miremos en el maletero de su coche. Con precaución. – Nico a la vez que habló, soltó la cara del detenido y se puso de pie. Se echó la mano a su pistola y la empuñó.

Raúl no se lo pensó. Sacó su arma también y fue hacia el coche. Dos coches patrulla de la Policía Nacional llegaron en ese momento. Raúl y Nico volvieron sobre sus pasos para informar a los compañeros.

-¿Os hacéis cargo del detenido? Tened cuidado. Le hemos registrado pero por si acaso, volverlo a hacer con detenimiento. Le hemos encontrado una automática y un puñal. Y un poco de polvo blanco.

-¿Estáis bien Raúl? – le preguntó una de las agentes. – Éste se las gasta …

-Sí Ainhoa. Nico se ha encargado de él. Se ha incorporado al equipo. – la policía y el guardia se saludaron con un gesto de la cara.

-¿Es su coche?

Nico había dejado al hombre en manos de dos de los policías que acababan de llegar. Fue detrás de Raúl y de Susana y Antonio que también se acercaban al coche de ese individuo. Anto echó un vistazo al habitáculo. Se puso unos guantes y se cubrió también los zapatos. Se coló por la puerta que el conductor había dejado abierta cuando había salido a pegar a Nico. Abrió la guantera y ahí encontró varias jeringuillas autoinyectables llenas de un líquido transparente. Las enseñó a sus compañeros. Susana dio la vuelta al coche y abrió una de las puertas de atrás.

-¿Y si llamamos a los Tedax? – propuso uno de los policías de la segunda dotación que había acudido a la llamada de apoyo de Raúl.

-Espera Tinet.

El aludido se había acercado. Susana se señaló la nariz.

-¿Orina? – dijo sorprendido.

-¿Me cubrís Nico, Tinet? – Raúl al escucharlo, tomó la iniciativa.

Nico asintió con la cabeza. Apuntaba el arma hacia el maletero. Tinet se puso en el otro lado. Ainhoa, la compañera de Tinet estaba dos pasos detrás a la expectativa.

Raúl empezó a contar con la mano hacia atrás empezando desde cinco. Cuando se quedó sin dedos abrió el maletero y se apartó de un salto. Nico y Tinet se acercaron con las pistolas apuntando. Pero los dos volvieron a poner el seguro de sus armas y las guardaron, a la vez que Raúl volvía y se agachaba y acariciaba la cara de la joven que estaba maniatada en el maletero.

-Tranquila, todo ha pasado. Somos policías. Ainhoa, acércate.

Raúl le enseñó su documentación a la vez que Tinet se hacía más visible para que viera el uniforme. Su compañera le sustituyó y le cortó las bridas que sujetaban sus manos. La chica pareció suspirar de alivio, aunque era palpable que la habían drogado. Posiblemente su percepción de la realidad fuera muy pobre. Apenas podía mantener los ojos abiertos más de unos pocos segundos. Hacía esfuerzos por abrirlos de nuevo, pero siempre acababa perdiendo la batalla. Entre Tinet y Raúl sacaron a la chica del maletero. Sacaron unas mantas de los coches patrulla y la tumbaron en el suelo con cuidado. Antonio ya había pedido una ambulancia. Otra patrulla de la local llegó para controlar el tráfico de la zona.

El detenido estaba custodiado en uno de los coches patrulla de la Nacional. Se acercó Raúl a preguntarle. Pero el hombre no quiso ni mirarlo.

-Raúl, llega tu jefa – Susana fue la que le avisó desde el otro lado de la calle.

Carmen había dejado el coche justo después del cordón policial. Nico y Anto seguían revisando el coche casi palmo a palmo.

Varias furgonetas de la UIP acababan de hacer su aparición. De una de ellas se bajó su jefe, Pablo Lubo. Sus efectivos tomaron el control de la zona, haciendo un cordón más estricto. El comisario Lubo fue al encuentro de Carmen, que ya estaba al lado de Antonio y de Nico. Nada más llegar se dio cuenta del olor a orina.

-La pobre. Está aterrorizada. ¿Sabemos quién es?

Nico y Antonio se encogieron de hombros mostrando su impotencia.

-No encontramos nada que nos diga algo. No queremos levantar la moqueta para no entorpecer la labor de la científica. Aunque no esperamos que haya nada. Al menos algo que nos aclare la identidad de la chica.

Nico parecía querer decir algo, pero no se decidía. Carmen le hizo un gesto para que hablara.

-Convenía a lo mejor revisar las papeleras de los alrededores. Yo de él, la hubiera tirado a una. La cartera, su documentación, su móvil. Papeleras, alcantarillas, los setos de los jardines …

Pablo Lubo que lo escuchó dio instrucciones a sus equipos para que se encargaran.

-Nico, te presento a Pablo Lubo, el jefe de la UIP.

-Encantado comisario.

-Veo que no te gusta perder el tiempo – le dijo sonriendo mientras le estrechaba la mano. – Acabas de llegar y ya te metes en fregaos de importancia.

-No sé que decir, la verdad. Veníamos a echar un vistazo a una casa. Algo sencillo y tranquilo, en apariencia. Sobre todo después de un mes de su fallecimiento.

-¿Crees que tiene relación?

-No sabemos nada de Líam en Madrid, salvo donde trabaja. Puede ser una amiga o su novia. ¿No? O nadie y que no tenga relación. Pero es mucha casualidad. Nos empezamos a mover en relación a este caso y resulta que nos topamos con este tipo que nos ha visto jovencitos y ha querido achantarnos a gritos y puñetazos. Parecía muy importante para él aparcar donde íbamos a hacerlo nosotros. Y estamos frente a la casa de Líam Romero. No soy partidario de las casualidades. En principio en mi opinión, yo lo tomaría como algo relacionado con nuestra víctima. Ya habrá tiempo de descartarlo si no es así.

-Ha sido porque quería aparcar dónde nosotros lo hemos hecho. – Raúl se había acercado y no había escuchado a Nico. Señalaba el coche en el que habían llegado.

-El de Salvador, es un coche robado – aportó Susana mirando su tablet. – Lo denunciaron anoche en Vicálvaro.

-Lo iría a abandonar aquí.

-No cuadra. Si partimos de la suposición que tiene que ver con lo de Líam, no lo va a dejar a las puertas de su casa. Me cuadraría más que viniera a buscar algo a la vivienda y que necesitara ayuda.

-Iba a dejar el coche y a irse en otro. Pero puede que alguien viniera a recogerlo luego para ocuparse de la joven. Salvador no es de “ocuparse” de esa forma – opinó Tinet que también se había topado varias veces con el detenido.

-A lo mejor pensó que esta chica le podía ayudar con algo que tenía que buscar en el piso. Comparto la opinión de Nico.

-¿Iría a dejar a la chica en el coche o se la llevaba él? Es otra posibilidad. Que ya hayan estado en la casa.

-En todo caso, pasarían días hasta que el coche llamara la atención. Las matrículas están dobladas. – Antonio era el que había hablado.

-Es que partimos de la idea de que la ha cogido aquí o cerca. Pero no tiene por qué – apuntó Raúl.

-Esto es un barrio universitario. Casi todos los edificios tienen alguna relación con la Universidad. Pisos para estudiantes, para empleados, Residencias… becados…

-Puede que la haya cogido en uno de esos a un par de manzanas de aquí. – apuntó Nico.

-Les digo a mis hombres que amplíen el radio de búsqueda en las papeleras y alcantarillas.

-¿Tenéis las llaves? – preguntó Carmen a Raúl. Éste las sacó de su bolsillo y se las enseñó. – Que alguien mire entre los efectos personales de ese Salvador por ver si tiene un juego de llaves o de “llaves maestras”.

-Vamos a echar un vistazo.

-Comisaria, yo…

Carmen cogió del brazo a Nico y lo apartó unos metros.

-Como me vuelvas a llamar comisaria, te aliño. Carmen y punto. Que muchos no saben que soy comisaria y prefiero que lo sigan pensando.

Carmen le guiñó el ojo. Nico la miraba asombrado. Levantó las cejas como gesto para transmitirla que había recibido el mensaje.

-¿Estás bien? He visto que ha ido a pegarte directamente.

-¿Lo ha visto?

-Raúl lleva una cámara encima. Luego me recuerdas y te doy tu equipo. Es algo nuevo que estamos implantando. Todos vamos a llevar cámaras y micrófonos para que todo quede reflejado y así podamos actuar desde la central con toda la información, en caso de situaciones complicadas.

-Carmen, estábamos hablando – Raúl se había acercado a ellos – creemos que conviene investigar todos los coches alrededor del nuestro. Toda esta manzana.

-Si lo crees conveniente, nos encargamos nosotros – propuso Susana a Carmen.

-Me parece bien. Dame un abrazo, anda, que hace siglos que no te veo. Y gracias por cuidar de Aritz el otro día.

-Nos cuidamos unos a otros. Yo ya sabes que estoy con vuestra filosofía de trabajo en común. Y Antonio igual. Y más si sois amigos.

-Carmen, si te parece, os llevamos al detenido a la Unidad – Tinet se había acercado también a ellos.

Nico hizo un gesto de que quería decir algo.

-Yo lo dejaría aquí un rato más. A lo mejor me siento luego con él para cambiar impresiones.

-Quieres que lo vean detenido. – Lubo lo tuvo claro y sonreía.

-No sé si hay alguna posibilidad de poner cámaras que enfoquen hacia fuera del perímetro para estudiar a los que se acerquen.

Carmen y Lubo se miraron.

-Si te parece pongo las furgonetas de tal forma que las cámaras que llevamos enfoquen como dice Nico. Me parece buena idea.

-Manda la señal a la Unidad. Le digo a Patricia que monte una sala de visionado.

-Y esas cámaras de tráfico podíamos dirigirlas hacia esa zona. Con su altura puede ayudarnos a seguir a quien sea que nos de el cante – propuso Raúl.

-Le llamo a Pati y que lo ponga en marcha. ¿Cuál es el portal?

-Ese de ahí – señaló Raúl.

-Pablo …

-Mando a mi gente que os abra camino. ¿Piso y letra?

-Apartamento 348. – dijo Nico.

-Hago una llamada y vamos. Nico, no me has contestado a si estás bien.

-Sí, no me ha tocado. Iba tan seguro de si mismo que era fácil dominarlo.

-Eres como Javier. Todos le ven como un crío al que pueden pisar, y al final, acabáis pisándolos vosotros.

-Literalmente. Lo ha pisado. – dijo Raúl. – Has estado bien, compañero.

-Gracias – ese halago de Raúl parecía haberle dado más fuerzas a Nico. Carmen sonrió triste. Para ella estaba claro que una de las cosas de las que Nico estaba falto, era de amigos, de compañeros con los que poder tomar algo de vez en cuando. Que le respetaran.

-¿No es ese Garrido? – preguntó el comisario Lubo.

-Buenos días a todos – saludó el comandante. – Susan, Anto tiempo sin veros.

-Porque tú no quieres. No te acercas a tomar unas cañas donde sabes.

-Es cierto. Prometo enmendarme.

-Raúl, transmite a Fernando ese mismo reproche, que sabemos que le ves casi todos los días.

El aludido se echó a reír a la vez que lo hacía Garrido.

-Me da que en los últimos días, le han llovido esos reproches. Si se lo digo otra vez, a lo mejor me pega, que como dices, a mí me ve todos los días y tiene más confianza.

-Venga, vamos. ¿Vienes Pablo? – Carmen quería ponerse en marcha.

-Te dejo con mi gente. Voy a mirar lo de las furgonetas, para que no haya ángulos muertos.

-Vienen dos compañeros más para ayudarnos con los coches de la zona – anunció Anto. – Hemos pensando ampliar un poco el perímetro.

Carmen hizo un gesto a Tinet y a su compañera Beca para que se unieran a la excursión. Los hombres de Pablo Lubo ya habían revisado la escalera y custodiaban la puerta del apartamento. Raúl sacó las llaves y abrió la puerta. Lo hizo despacio y con todos bien protegidos para evitar sustos. Según iba abriéndola, era evidente que nadie parecía haber entrado en ese piso en varias semanas. Cuando la puerta estaba abierta completamente, todos se relajaron y entraron. Antes, se pusieron guantes y unos protectores para los pies.

El piso estaba bastante ordenado. Su ocupante parecía organizado y cuidadoso. Desentonaba en esa impresión una mesa al lado de la cocina en donde estaban los restos de un desayuno de hacía ya muchos días. Carmen les hizo un gesto para que no tocaran nada.

-Se fue corriendo – dijo Carmen. – Está todo a medio comer.

-Se fueron – puntualizó Nico señalando las dos tazas y los dos vasos de zumo.

-¿Veis fotos por algún lado? – preguntó Garrido.

-No.

-¿Ese no es un marco digital? – Tinet señalaba una pantalla que estaba sobre un soporte en una de las baldas de lo que parecía el cuarto de estar. Era apenas una esquina de la cocina, con un sofá de dos plazas frente a una mesa baja y con una televisión en la pared de enfrente. Había algunas baldas con libros. Un par de ellas estaban dedicadas a libros profesionales. Otra parte, eran novelas.

-Mira a ver si puedes encender el marco.

-Creo que se ha quedado sin batería. Mira, está ahí el cargador. Lo enchufo.

-El amigo Líam también lee a Jorge – apuntó Raúl señalando cuatro novelas que parecían de reciente adquisición.

-Mira en ellas Raúl. Por si hay algo.

Nico a la vez que hacía esa sugerencia a su compañero, hacía lo mismo con los libros profesionales.

-En este cajón parece que hay nóminas y papeles del banco. – Beca mientras comentaba su hallazgo iba vaciando el cajón y estudiando su contenido.

-Ponlos en una caja. Nos los llevamos – dijo Garrido. – Habrá que estudiar sus cuentas. Y sus llamadas, y su localización… todo el pack.

-¿Habéis visto su portátil por algún lado?

-No. Nico ¿Que has visto?

El guardia estaba con el último libro que había abierto y un papel que había encontrado entre sus páginas. Lo giró para que el comandante y Carmen lo vieran. Raúl se adelantó a la comisaria y le cogió el papel.

-Es la dirección de Jorge en Madrid.

-¿El teléfono? No es el de Jorge. – aseguró Carmen.

-Es el de Martín. – contestó Raúl compungido.

El tono de voz indicaba lo incomprensible para él del descubrimiento.

-Martín tenía llaves de la casa de Jorge ¿Verdad?

-Sí. Desde hace tiempo. Creo que desde que cumplió los dieciocho. Jorge le regaló la esclava que lleva en el tobillo y las llaves de su casa.

-¿Lo sabía alguien?

-No. Lo sabemos algunos de los escoltas que vamos con Jorge. Los que le hemos visto usarlas. Últimamente le ha registrado algunos de sus relatos y le dejaba su copia en papel en su despacho para que los guardara en la caja fuerte. Aprovechaba y se solía duchar. Y el día en que intentaron matarlo, Carmelo le dio un juego de llaves de la Hermida. Por la tarde le iba a instalar la APP que controla la domótica de todo el complejo. Es donde hemos estado antes, en Concejo del Prado – le explicó a Nico, que no sabía de qué hablaban – Eso no le dio tiempo. Pero Martín esas cosas, no las cuenta. Es hermético con las cosas de su tío y de Carmelo. Yo intenté muchas veces sacarle anécdotas o … no quiso contarme nada. Alguna cosa de cuando era niño, pero tontadas y de él. Alguna cosa de cuando le mandaba sus padres a los campamentos y llamaba a Jorge asustado y éste iba a consolarlo. Jorge era casi anecdótico en ellas.

-Carmen, aquí está el portátil. Estaba escondido en el dormitorio – Tinet salía del mismo con el ordenador en la mano y dos tablets.

-Embólsalo para revisarlo.

-Mira ésto Nico. Parece un post de su blog impreso en papel.

Nico se acercó a Raúl y le cogió la hoja.

-Es el primer post que había ayer. Ves, comandante, te lo enseñé ayer mientras íbamos camino de tu casa.

Garrido se lo cogió y empezó a leer.

-Sí. Romanes ha logrado recuperar gran parte de lo que se ha borrado. Tenías razón ayer en la reunión cuando lo sugeriste. Pero es un post inocente.

-Vecinilla y Jorge Rios en el mismo escrito. – Carmen movía la cabeza negando. – Tenemos que saber todo de este chico. Con quien hablaba, con quien se encontró … tenemos que buscar la última vez que salió de esta casa y a partir de ahí, buscar hacia delante y hacia atrás. A alguien le preguntó la dirección de Jorge y el teléfono de Martín, a no ser que conociera a éste. Llamadas, localización del móvil antes del supuesto accidente …

-No creo. – dijo Raúl en voz baja.

-¿Te lo hubiera contado?

Raúl asintió con la cabeza. Se acababa de poner triste.

Carmen se acercó a él y lo apartó del resto de compañeros.

-Llama a quien tú sabes y dile que es urgente que de el cambiazo a todos los objetos personales que llevaba Martín en el momento de los disparos.

-Ya lo estaba pensando. A lo mejor ya lo ha pedido Jorge.

-No. Solo ha pedido que lo cuidaran. Y sacarle sangre para unos análisis en condiciones. Pero esto es secreto.

-Llamo desde la calle. Nico, te espero abajo. – le dijo a su compañero.

-Ahora bajo.

Beca conectó de nuevo el marco digital.

-Carmen, ya funciona.

-A ver que fotos hay. Raúl, espera, no te vayas. Mira estas fotos antes. – le pidió Garrido. – Puede haber personas habituales del entorno de Jorge que no conozcamos nosotros. La aparición de Martín abre las posibilidades.

Raúl volvió a entrar. Y empezó a mirar las fotos que iban saliendo en el marco.

-Esos son sus padres. Y esos sus hermanos. – dijo Nico.

-¿Los conocías?

-De la playa. Les gustaba pasear por ella.

-Los dos pequeños son mucho más pequeños. Quiero decir, hay mucha diferencia de edad entre ellos y los mayores.

-Y los pequeños parece gemelos. Se parecen a la madre. Los otros en cambio …

-Mi hijo Miguel no se parece a ninguno de sus hermanos. Mis mellizos, salvo en los ojos …

-Pero Kike tiene un aire a Líam. – comentó Nico. – Pero sí, los cuatro son muy distintos. Podrían fingir que no son hermanos.

-Esto parece del trabajo.

Beca había avanzado a otra foto.

-Y esa chica que está detrás…

-Si es la del coche…

-¡Para! – dijo Raúl. – Éste es el chico que estaba con Esteban el otro día. Esteban el chico de la barandilla del encuentro de Jorge con los lectores jóvenes. No me acuerdo ahora como se llama. Ese que estaba enfadado… cuando Carmelo quedó con ellos para charlar con el padre.

-Pues en esa foto, desde luego, no parece estarlo. Sonríe feliz.

-¿Y con quién está? ¿Y qué relación tienen todos estos con Líam? Tanta como para tener una foto de ese grupo en su marco digital.

-Otra vez aumentamos las preguntas y no encontramos respuestas. Esto es… desesperante – dijo Carmen en tono cansado.

-Este caso no va a ser fácil. Ya me perdonarás haberos metido en ese berenjenal – Garrido la sonreía con pena.

-Antes o después, nos hubiéramos topado con él. Hala, a organizarnos y a preguntar a todos los que pudieran cruzarse con él por amigos, conocidos, aficiones… novios o novias, no me queda muy claro… puerta a puerta.

.

A Fernando al final le contaron al llegar al hostal dónde vivía Martín. Tanto él como Jorge se quedaron dormidos en el coche. Nano decidió dar un rodeo para que tuvieran más tiempo para descansar. Él mismo se notaba fatigado, no quería ni pensar cómo estarían ellos dos.

De nuevo, Jorge, al bajarse del coche y mirar el edificio y el letrero cutre que anunciaba el establecimiento, se le vino el ánimo al suelo. Ganas le daban de recoger todos los enseres de Martín y dejarla vacía.

El edificio no tenía ascensor. En realidad lo tenía, pero según le comentó Nano, debía estar estropeado desde hacía años. Se cruzaron con una pareja que bajaba. Los saludaron pero la pareja ni siquiera les miró. Era un matrimonio mayor. Jorge pensó en escribir un relato sobre como una pareja que había vivido toda su vida en un edificio, se dan cuenta que poco a poco, la gente que era como ellos se va yendo. Y les sustituyen personas con las que no tienen nada en común. Y que algunos de ellos les dan miedo. Ellos se irían, pero sus circunstancias económicas se lo impiden, porque no pueden pagar otra casa en la misma zona. Y a su edad, cambiar e irse a vivir a uno de esos barrios de las afueras, les daba pereza. Ya eran muy mayores. Y eso les abocaría a la soledad.

Nano abrió la puerta del hostal. Fernando les guió por el pasillo hasta la habitación 7, que era la de Martín. Jorge miraba todo con los ojos muy abiertos. Su impresión del lugar no hacía más que empeorar. Un cartel en la puerta del baño, anunciando a los huéspedes que si querían agua caliente, debían pagar un suplemento de cinco euros por día, le hizo indignarse.

Nano se encargó de abrir la puerta de la habitación. Jorge se esperaba lo peor. Pero al menos la habitación era amplia. Había sitio hasta para una mesa de buen tamaño en la que estaba el portátil de Martín y su tablet. También estaban los guiones de las últimas películas que había rodado. En eso, pensó, al menos había habido suerte. Ya había acabado dos de ellas. La tercera que iba a empezar en unos días, no la podría hacer, era claro. Mandó un mensaje a Sergio Romeva para que mirara de ofrecer a Álvaro, si es que le interesaba. Sus perfiles eran parecidos. A lo mejor les podía encajar a los encargados del reparto.

-¿Y ustedes quienes son?

Una mujer les miraba con gesto enfadado.

-Ya le dije a ese actor de tres al cuarto, que no me gustaban las reuniones en las habitaciones. Que estaban prohibidas.

Nano y Fernando le enseñaron sus acreditaciones.

-Jorge Rios. – se presentó Jorge tendiéndole el puño a modo de saludo.

La mujer pareció relajarse un poco.

-Me dijo el chico que usted era la única persona que estaba autorizado a entrar. Es el escritor ese ¿no?

-Sí señora – dijo Jorge poniendo su mejor sonrisa.

-El chico tiene todas sus novelas en aquella estantería de allí. – la mujer señaló una esquina – la compró él, como la mesa y la silla. Solo tiene sus novelas y un par de esos guiones o como se llamen. ¿Y a qué han venido?

-A recoger algunas de sus cosas. Ha tenido un accidente. Necesita algunos papeles y sus ordenadores.

-¿Y qué va a pasar con la habitación?

Era claro que a la mujer, el estado de salud de su inquilino le daba igual. Solo le importaban sus ingresos.

-Tranquila. Yo le pago los tres próximos meses.

La mujer pareció relajarse.

-Si me da un número de cuenta, le hago una transferencia ahora mismo.

-Nada de eso. En cash. Ya se lo dije al chico.

Si Martín no hubiera estado en el hospital inconsciente, y la situación fuera la que era, se hubiera echado a reír por la forma que había tenido de decir “cash”.

-Dígame lo que le debo. Me imagino que este mes ya lo había pagado.

-Son mil doscientos euros.

Jorge levantó las cejas.

-¿Cuatrocientos euros por mes?

-Es la habitación más grande. Y solo para él.

-¿En los cuatrocientos se incluye el agua caliente?

-No. Eso es un extra. Pero me imagino que no lo va a utilizar. Solo está incluida la limpieza de la habitación una vez a la semana.

Jorge sacó su cartera. No llevaba esa cantidad ni por asomo. Sacó una de sus tarjetas y se la tendió a Nano.

-Sácame dos mil. ¿Me harías el favor?

-Claro. No tardo. Hay un cajero a cincuenta metros. Por aquí viven mis padres y los tengo estudiados.

-Me pega una voz, que tengo otras cosas que hacer que estar mirándolos a ustedes.

Jorge se asomó al pasillo. Luisete y Carla estaban en el hall del hostal. Cuando Nano partió camino del cajero, de la habitación de al lado, salió un hombre que era la perfecta encarnación de lo que en los libros y periódicos llamaban quinqui. Su mirada se quedó clavada en Fernando y luego en Luisete y Carla. Jorge se sonrió. El hombre no sabía que hacer. Era claro que su relación con la policía no era la mejor. Y también era claro que había distinguido perfectamente la profesión de sus escoltas.

-Me llamo Jorge. – le tendió el puño al decirlo.

-¿Es el escritor?

Su forma de hablar era gangosa. Arrastraba mucho las palabras. A ratos parecía perder el contacto con la realidad y viajaba a algún sitio perdido de su cabeza.

-Sí.

-Su sobrino habla mucho de usted.

-¿Es amigo de él?

-A veces charlamos. Es buen chaval. Siempre me dice que tengo que dejar de ponerme. Que a usted le drogaban y que cambió radical cuando lo dejó.

-Es cierto. Y eso que tengo la impresión de que lo que yo tomaba no era tan dañino como lo que toma usted. ¿Heroína?

-Es una mierda. Te crees que lo controlas. Te das cuenta de la mierda que es cuando te despiertas en un basurero tirado, no te acuerdas de nada de los últimos días y en lo único que piensas es en conseguir guita para volverte a poner.

-¿Lo conocías de antes? A mi sobrino.

-No creo. Aunque él pensaba que sí. ¿Le habló de mí?

-No. No quiero mentirte. Es muy … no le gustaba hablar de esta parte de su vida. Apenas me ha contado nada desde que se fue de casa de sus padres.

-Decía que no quería defraudarlo.

Jorge se quedó mirando al hombre. Era raro que Martín hubiera confiado en un tipo así. Un desconocido. Parecía saber más de Martín que él mismo. Jorge estaba seguro que ni con Raúl, con el que había tenido una relación de ida y vuelta y que no obstante, se había convertido en un amigo, se había confiado tanto como con ese hombre.

-No me he quedado con su nombre.

-Orlando.

-No pareces de aquí.

-Soy portugués. Aunque llevo muchos años en España. Me trajeron de pequeño.

El hombre hizo un ruido con la garganta que al principio despistó a Jorge. Enseguida se dio cuenta que era su forma de reír. No quería enseñar sus dientes, seguramente los tendría podridos y le daba vergüenza.

-Él enseguida se dio cuenta. Y me hablaba en portugués. Era alucinante lo bien que lo habla.

-¿Qué años tiene?

-Veintiséis. No los aparento ¿verdad? Mira la cara de flipao que ha puesto el madero. – señaló a Fernando. – Me tengo que ir. No vaya a ser que a estos les de por …

-Tranquilo, es tu día de suerte. – le dijo Fernando con una sonrisa triste.

-¿Cómo te ganas la vida Orlando?

-En lo que se puede. No le voy a engañar, pequeños robos y tal. Y alguna mamada. Las hago muy bien.

De nuevo ese ruido gutural a modo de risa.

-Aprendí de peque.

-¿Follas con mi sobrino?

-Qué más quisiera. Es un diosito. Le hubiera hecho ver las estrellas. O él a mí. Los diositos saben mucho de sexo. Les preparaban para eso.

Orlando de repente se puso serio. Parecía que se había arrepentido de esas últimas palabras.

-Si quiere llevarse los libros de Martín, tengo dos que me dejó. Dos de sus novelas.

Cada vez arrastraba más las palabras. Necesitaba su dosis. La charla le había interrumpido. Jorge sacó la cartera y le tendió cien euros.

-¿Te vale? Así te ahorras hoy un par de chapas o no robas a nadie.

-No me gusta …

-Imagina que me has hecho tres chapas.

-Quién pudiera. La chapa más deseada, la de Jorge Rios.

El aludido sonrió. Sacó otros cien euros y se los dio.

-Me tienes que prometer que no los vas a malgastar.

-No puedo prometer eso. A usted no. Puedo decirle que lo intentaré. Usted ha sido sincero conmigo antes, yo debo serlo con usted.

Al final el hombre había cogido el dinero.

-A cambio te pido que cuides del cuarto de mi sobrino. Si ves a alguien que viene por aquí y pregunta, sea quien sea, me llamas. ¿Tienes móvil?

-Claro. Así aviso a mi camello.

-Apunta mi teléfono. Y mándame una perdida. Así sé quien eres.

-Guayyyy. Yo cuido de él.

-¿Quieres que te deje más libros?

-Ya los leí todos de joven. Pero me gusta releerlos.

Jorge se fue hasta la estantería al fondo de la habitación y cogió tres libros.

-Ten, para cuando acabes los que estás leyendo.

-¿No va a venir Martín?

-Está enfermo. Tardará un tiempo en volver. – Orlando se puso serio y triste al escuchar a Jorge – Pero yo cuidaré de él, no te preocupes.

-¿Le han matao?

Jorge se quedó sorprendido por la pregunta.

-Lo han intentado.

-Putos hijos de puta.

Cogió los libros que le tendía Jorge. Los echó un vistazo. “deSergio”, “deDaniel”, “deRosario”. Abrió de nuevo su cuarto y los dejó allí.

-¿Por qué has pensado que lo habían matao? – preguntó Fernando.

-Él decía que lo iban a intentar. Que sabía demasiado y eso había puesto nerviosos a algunos.

-Me tienes que explicar eso, Orlando.

-Me tengo que abrir, de verdad. Mola haberle conocido. Y si quiere una chapa, sería un honor.

Jorge sonrió pero no contestó. El hombre sin decir nada se fue hacia la puerta y salió sin entretenerse más.

-No ha sido buena idea lo de darle dinero.

Jorge se encogió de hombros.

-Puede que no. Pero al menos no necesitará robar en un par de días. Se ha asustado, por eso se ha ido con tanta prisa. No ha cerrado ni la habitación. Piensa que ha hablado demasiado.

Nano volvía ya con el dinero. La mujer del hostal parecía tener ojos en todos lados, porque enseguida estaba junto a ellos.

-Tenga, dos mil euros. Este cuarto es sagrado. Y nada de como está vacío, se lo dejo a alguien de paso.

-No, no se me ocurriría.

-Señora, no se lo digo en broma. Conmigo a buenas, perfecto. A malas, no digo nada.

-Confíe en mí, señor escritor.

-Si necesita contactar conmigo, Orlando tiene mi teléfono.

-¿Ese?

-Sí. Ese. ¿Le debe algo él?

-Paga tarde, pero paga.

-Échele un ojo.

La mujer parecía querer más dinero por ese pedido último.

-Ochocientos euros dan para echar muchos ojos. Incluso para pagarle el agua caliente – le dijo Jorge muy serio. – No tiente la suerte, señora Horacia.

-¿Y como sabe mi nombre?

-Esto a buenas. Imagine lo que sabré y lo que puedo hacer a malas.

La mujer decidió dejar el tema e irse a guardar el dinero.

-Vamos a mirar las cosas de Martín – les dijo a Fernando y Nano.

-No he acabado de pillarte, Jorge – le dijo Fernando mostrando su estupefacción con todo lo que acababa de pasar.

-Luego hablamos. No es el sitio.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 97.

Capítulo 97.-

.

El viaje a Nueva York fue tranquilo. Olga tuvo oportunidad de conocer a algunos otros agentes importantes de la Agencia que compartieron vuelo con ellos. Le sorprendió que todos parecían haber oído hablar de ella y de sus compañeros en España. Parecía que les tenían mucha consideración profesional.

Aunque la mayor parte del viaje se entretuvo en observar a Ventura. Se dio cuenta rápidamente de que sus compañeros no lo respetaban. Y si mantenían con él la compostura era debido a que el jefe de Operaciones del FBI le consideraba un colaborador importante. Pero no dejaba de ser un español dentro de una organización muy estadounidense. Y posiblemente, se había corrido la voz de su mala relación con sus superiores en España. Que esos superiores fueran gente de dudosa reputación y que posiblemente si su intuición era correcta respecto al interés de Peter Holland en Anfiles, algún día esos compañeros policías saldrían en sus informes en la parte en la que se describía a las personas que apoyaban a esos malhechores. O puede que se hubieran enterado de que Ventura había recalado en Estados Unidos debido a la influencia de su padre. O lo más probable: Que tuviera unas virtudes que eran difíciles de encontrar en una agencia tan encorsetada como el FBI. Virtudes, que como había comprobado al leer el historial de Ventura en la Agencia, le habían reportado numerosos éxitos en su carrera profesional y pocos fracasos.

Ventura en este caso se mantenía al margen de esa aparente hostilidad de sus compañeros. No parecía darse por enterado. Pero Olga ya lo conocía lo suficiente para saber que era consciente de la situación. Mantenía su gesto serio, sin dejar ningún resquicio a la amabilidad o al compañerismo. Esos agentes no le tenían ninguna consideración, pero él no mostraba tampoco ninguna por ellos. A Olga le daba la impresión de que incluso los despreciaba. Y creía que no era solo una mera cuestión profesional. También los despreciaba como personas.

A su llegada al aeropuerto, en la misma pista, les esperaba un coche del FBI con un agente como conductor. Los agentes especiales con los que compartieron vuelo, se despidieron de Olga muy efusivamente. A Ventura apenas le dirigieron un saludo con la cabeza. Y la comisaria estaba convencida de que el gesto en realidad, lo habían hecho por respeto a ella. Un respeto que, por algún comentario que les había escuchado casi al final del viaje, hecho en la seguridad que les dio que pensaban que Olga no dominaba el inglés con fluidez, era debido principalmente a que se había corrido la voz de su relación cercana con Peter Holland, uno de los hombres más poderosos del FBI, más que a una consideración profesional como había pensado al principio del viaje.

Ventura y ella se montaron en los asientos de detrás. Ventura le preguntó al agente si no le importaba.

-Tenemos que preparar nuestra entrevista. No te molestes.

El hombre que dijo llamarse Allan, se mostró conforme. Era un agente de segunda categoría que posiblemente si le hubiera tocado con sus compañeros de vuelo, le hubieran ignorado directamente y le hubieran tratado como a un simple chófer.

Una vez los dos sentados detrás, Olga no pudo evitar acariciar la cara de Ventura. Cada vez se sentía más cerca de él. Ventura la miró sonriendo agradecido.

-En todas partes cuecen habas – le dijo Olga con tono dulce. – No les hagas caso, se creen que están por encima de los demás.

-¡Qué bien te lo has pasado fingiendo que no hablas bien el inglés! Son bobos hasta para eso. – Ventura negaba con la cabeza sonriendo – Me consideran un advenedizo. Estoy aquí para trabajar. Es lo que hago. No me interesa ser su amigo. No son personas interesantes. Ni son cultos, ni son inteligentes. Bueno, ya lo has visto. Por no ser no son ni atractivos, aunque si les oyes hablar, ellos piensan que son irresistibles. Su pasión es seguir los partidos de los Wizars de baloncesto o de los Commanders de fútbol. Son los equipos de Washintong y ninguno es de allí. Son falsos hasta para eso. No tienen personalidad. Lo normal es que fueran de sus equipos de su lugar de procedencia. Como la mayoría de los compañeros. Si eso además, le da salsa a las reuniones. Piques entre todos por ver si ganan los equipos de Florida o los de Minnesota. Su hacer profesional se circunscribe a seguir los protocolos marcados. En el FBI hay uno para cada tipo de caso. En muchos casos complicados, que no se adaptan exactamente a los modelos, debes emplear otras facultades, de las que ellos carecen.

-Tampoco hace falta que sean complicados. Cada caso tiene matices que los diferencian de los de su especie. Y esos matices, a veces hacen inservibles los protocolos establecidos. En este negocio, dos más dos, no siempre son cuatro. Y a veces las manzanas no son lo que parecen, sino que a lo mejor son peras. Por eso sigue valiendo la intuición, la percepción de pequeños detalles que para la mayoría son invisibles. La imaginación. La empatía tanto con la víctima como con los sospechosos e incluso con el culpable. La capacidad de sacar lo máximo de los testigos en las entrevistas.

-Estos serían incapaces de salirse de los cánones establecidos. No lo digo por decir. Te puedo contar casos que han llevado que acabaron en otras manos.

-¿Las tuyas?

Ventura se sonrió.

-Alguno de ellos sí. Otros cayeron en manos de otros compañeros. Con algunos colaboré también. Ahora no vuelvas a insistir en que debo volver contigo a España.

-No iba a decir nada de eso. Lo juro.

Ventura se echó a reír. Olga había puesto cara de niña buena pillada en renuncio y había levantado la mano izquierda con dos dedos levantados para prestar juramento.

-¿No te gusta los deportes? ¿O es que solo te gusta nuestro fútbol?

-Sí, claro que me gusta. No se trata de eso. Se trata de que solo saben hablar de eso. Yo soy de los Mavericks, por Luka Doncic. Me encantaba cuando jugaba en el Madrid. Cierto que el fútbol americano no … me aburre, vaya. Pero el béisbol sí me gusta. Sigo a mi Madrid de fútbol, como siempre. Pero también me gusta hablar de libros, de música, de cine, de política. Se me ha olvidado decir que también hablan de mujeres. Y alguno está casado. Entiende que la expresión “hablar de mujeres”, quiere indicar una determinada forma de referirse a ellas. Con expresiones y gestos propios de tus padres.

-Pues tú habla de hombres. Sin esos gestos y esas expresiones, no me fastidies.

-No me interesan. Y seguro que si lo hiciera, ellos me harían la cruz definitivamente. Son muy machos. No son homófobos porque Tom Holland no soporta esas actitudes.

-No me creo que no tengas algún rollo por ahí.

-Tú lo has dicho, rollos. No tengo ganas de tener una relación. De plegarme al otro. Me gusta ir a mi aire. Ya no valdría para vivir con nadie. Creo que … ya no sería capaz de enamorarme, aunque supiera que no tendría que convivir con esa persona. No entiendo lo que es eso de enamorarse. Por mucho que insistas en el tema, no voy a cambiar mi versión, que por la cara que pones sé lo que estás pensando. Y no me veo viviendo con nadie, te lo juro. Me he vuelto muy mío. No quiero que nadie me diga cuando debo quitar el polvo o recoger la cocina.

-Así que entiendo que no recibes a nadie en casa.

-No. Es mi santuario. Es una pocilga, pero mi pocilga. Y estoy contento. Llego, tiro los zapatos nada más entrar, si me apetece me pongo en pelotas y me tiro en el suelo cual largo soy. Cojo el mando, me pongo música o algo en la tele y ya. Me hago una pizza en el horno, la como en el suelo con una birra bien fría o con una Coke. El día que tengo que poner la lavadora voy recogiendo los gayumbos que he ido dejando por ahí y bajo a una de esas lavanderías que metes la ropa mientras lees un libro y en veinte minutos la tienes lavada y seca. Planchar … es un deporte que no practico. Cuelgo las camisas en sus perchas, y ese es el planchado.

-Un poco de cariño nos viene bien a todos. No hay que plegarse al otro. Es llegar a un término medio. Y un poco de ayuda en la vida, o de compañía, tampoco viene mal.

-Que no me vas a convencer. Estoy muy decepcionado en ese sentido. Ya tuve historias de amor que … ya está, se acabaron y no tengo ganas de iniciar otra. ¡Qué pereza!

Olga se sonrió.

-Habría cientos de hombres que estarían encantados de conocerte. Buenos hombres. Y ya verás como alguno de ellos, cuando lo conozcas, no te podrás resistir.

-Si eso pasara, seguro que él sería el que no gustara de mí. ¡Buenos hombres dices! ¿Existe eso? No los he encontrado en mi camino. Te lo juro, Olga, no me mires de esa forma.

-Ya hemos llegado – les dijo Allan parando delante del hotel Galaxy.

-¿En qué sala toca nuestro hombre? – preguntó Olga.

-La sala está a la derecha del hall. Es el comedor principal. Entrad mejor por ahí, es más discreto. Suelen venir a veces gente conocida a comer y suele haber paparazzis en la puerta directa del restaurante a la calle.

-¿Conoces el hotel? ¿Sabes que hay distintas salas? – A Ventura no le había pasado desapercibida la pregunta de la comisaria.

-He estado varias veces. El hotel es de Mark. – sonrió con picardía al decirlo.

-¿Te conocen?

-No creo. Nunca hago alarde. Y que yo recuerde, nunca he estado con él.

-Había pensado por un momento que al entrar tú, nos iban a poner la alfombra roja y un centenar de empleados iba a salir a nuestro encuentro para abanicarnos.

-Quita, quita. ¿No entras con nosotros? – le preguntó Olga a Allan.

-Os espero en el coche mejor. Si me necesitáis, me llamáis.

-Puede que tardemos mucho.

-Tranquilos. Estoy acostumbrado.

Ventura se bajó primero del coche. Tendió la mano a Olga para ayudarla a bajarse. Esta vez se habían puesto de acuerdo para vestirse los dos del mismo estilo. Ventura había dejado por un día su traje oficial colgado en su armario y vestía unos pantalones chinos de color avellana y una camisa marrón oscura, con mocasines del mismo color. La chaqueta era de sport, con un solo botón y de color blanco roto. Olga había dejado sus vaqueros y lo había cambiado por unos pantalones de loneta grises con zapatos de medio tacón negros y una blusa color bermellón, con un chaleco por encima de color violeta muy clarito. Ventura llevaba bandolera y Olga llevaba un bolso negro muy amplio también con bandolera.

-¿Sabes dónde están los servicios? Nunca he usado los de abajo.

-Pues ni idea – respondió Ventura a la vez que oteaba el hall del hotel sin resultado.

Un empleado pasó por su lado y Olga le preguntó al respecto. El botones se la quedó mirando sorprendido. Olga se dio cuenta que había hablado en español sin darse cuenta. Cuando estaba con Ventura cambiaban de idioma sin ser conscientes de ello. Hasta hacía unos momentos habían estado hablando en inglés. Pero al bajar del coche, habían cambiado al español. Fue a repetir la pregunta en inglés, pero el botones se adelantó.

-En aquella esquina, detrás de esas plantas – le contestó el empleado también en español. Su acento les hizo pensar que era chileno o argentino.

-Vaya – exclamó Olga.

-¿De España? – les preguntó el botones.

-Sí ¿Y tú?

-De Uruguay. Aunque llevo muchos años aquí.

-Vendrías muy joven – se interesó Ventura.

-Con doce. Perdonen, tengo que atender a unos clientes que están esperando. Luego, si me necesitan, estaré encantado de ayudarles.

El joven se alejó con gesto decidido.

-Te acompaño – le dijo Ventura a Olga.

-Vete si quieres …

-No pienso dejarte sola, Olga. Sabes que entre las cosas que me encargó el Jefe Holland, era la de protegerte. Y me lo ha reiterado esta mañana antes de salir.

Olga no protestó. Hubiera sido inútil. Fue camino de los servicios seguido por Ventura a un metro de distancia. Olga se sonrió porque se comportaba como un perfecto escolta. Vio su reflejo en unos espejos. Iba mirando a todos lados con gesto escrutador. Estaba segura que si le preguntaba luego, sería capaz de enumerar a todas las personas que había visto en su camino.

Ventura se quedó en la puerta de los baños, observando a la gente. Una mujer que acababa de entrar le llamó la atención. La recordaba vagamente de haberla visto en el aeropuerto de Washintong. Sus miradas se cruzaron durante un instante. La mujer rápidamente apartó sus ojos de él y se encaminó hacia el mostrador de recepción. Ventura no se lo pensó y se acercó a ella. Se puso a su lado. Ella no se giró para mirarlo. Ventura sabía que se había dado cuenta de que estaba junto a ella.

-Este señor me está molestando – le dijo al recepcionista sin dar tiempo a que el agente del FBI abriera la boca.

Ventura no pudo evitar sonreír por la reacción de la mujer. El recepcionista se lo quedó mirando dispuesto a llamar a la policía. De hecho, Ventura pensó que habría pulsado el botón de emergencia que tenían casi todos los hoteles importantes de Nueva York. Estaba seguro que en unos minutos, una pareja de policías aparecería en la recepción.

-¿Me enseña su pasaporte? – dijo Ventura en tono oficial, mientras sacaba su documentación del FBI. El recepcionista para sorpresa de Ventura, se puso más nervioso todavía. Eso confirmó sus sospechas de que la policía estaba en camino.

-¿Por qué sigues a la comisaria Rodilla? – Ventura había cambiado al español.

-Eso no es de tu incumbencia.

-Claro que lo es. Estoy a cargo de su seguridad. Si quieres lo podemos tratar aquí o en la comisaría de policía más cercana.

El gesto de la mujer se endureció.

-No sabes con quién estás hablando.

Ventura se sonrió.

-Y tú tampoco. Tu jefe es poderoso, tú no, querida. Puede que el recepcionista te conozca y por eso ha llamado a la policía sin hacerse ninguna pregunta. Pensaría en ganarse unos puntos con el jefe. Este hotel es de Mark Lemon. Y mejor será que Olga no se entere que su pareja le ha puesto alguien a seguirla. No creo que le guste. Y la comisaria a buenas, es encantadora. Ahora, te digo una cosa: no la quiero como enemiga.

-¿Qué no me va a gustar?

Olga estaba a su lado. Miraba con gesto duro a la mujer. Parecía que solo había escuchado la última parte de la frase de su compañero, pero no era así.

-Solo quiere protegerla. – contestó la mujer por primera vez bajando el tono de altivez y también bajando un poco la cabeza.

-¿Nos conocemos? – interpeló Olga a la mujer mientras ésta bajaba más la cabeza. – Me suena tu cara.

-¿Su documentación por favor? – volvió a reiterar Ventura. La mujer hurgó en el bolso y sacó su pasaporte de mala gana.

-Nieves Poncela Fernández. Tú estabas en la comisaría de Portes.

El gesto de Ventura se había endurecido de nuevo. Parecía que no tenía buen recuerdo de esa mujer. No se había cruzado mucho con ella en su época en España, pero su nombre sí lo tenía muy presente. Era una de las lacayas del comisario Portes y sus ayudantes.

-Tú también estabas. ¿Algún problema?

-No. Ninguno. Me alegra que hayas encontrado un nuevo empleo en lo privado. Me imagino que solo en dietas habrás mejorado enormemente en tus ingresos. Eso decían todos que era muy importante para ti.

-Tu siempre has sido un muerto de hambre sin ambición. Amante de los pordioseros y los muertos de hambre como tú. Al fin y al cabo, uno acaba juntándose con los de su misma calaña.

Olga se echó a reír. Le sorprendía como su compañero había sido capaz de ocultar siempre de quién era hijo. Decía muy poco de esa inspectora, porque la ropa que vestía Ventura valía el sueldo de un mes de cualquier policía. Volvió a endurecer su gesto.

-Has cambiado mucho inspectora Poncela. Has conseguido despistarme en el aeropuerto de Washintong.

Olga no tenía ganas de seguir con el tema. La mujer le iba a contestar pero le hizo un gesto para que se callara. Fue un gesto autoritario. No admitía réplica. Sacó el teléfono del bolso y marcó un número.

-Lieber, ich habe Ihre Mitarbeiterin Nieves Poncela vor mir. Wir werden später darüber sprechen. Im Moment würde ich sie am liebsten nicht mehr sehen. (Querido, tengo enfrente de mí a tu empleada Nieves Poncela. Ya hablaremos de esto luego. De momento, preferiría no verla de nuevo.)

Ninguno pudo escuchar nada más porque Olga se giró y se alejó de ellos. Ventura sonrió por la elección del idioma en el que hablaba la comisaria con su marido. Por las caras que ponían tanto el recepcionista como la antigua inspectora, ninguno hablaba alemán. El recepcionista de repente parecía compungido. Empezaba a ser consciente de que había cometido un error. Esa sensación aumentó cuando una pareja de policías hicieron su entrada y se dirigieron directos a recepción. Se encaminaron hacia Ventura, con ánimo de detenerlo. El agente del FBI sin más, les puso su acreditación delante. Los policías se miraron sorprendidos.

-Me gustaría que comprobaran que esta mujer tiene la documentación de su arma en regla. Parece que es una empleada de una empresa de seguridad que nos estaba siguiendo. Si tienen alguna duda, llamen al jefe de operaciones del FBI en Washintong. No queremos que haya ningún problema. ¿Verdad?

Los policías consultaron con sus superiores y decidieron llevarse a la empleada de la empresa de Mark Lemon a su comisaría. Nieves Poncela miraba con todo el odio del que era capaz a Ventura.

-Estás acostumbrada a pisar a la gente, inspectora Poncela. Has jugado una partida y hoy te ha tocado perder. Sé positivamente que en general, nunca sueles hacerlo, porque siempre buscas un buen parapeto. Que a mí me desprecies, lo entiendo. Pero que lo hagas con la comisaria Rodilla, me parece cuando menos de poco inteligente.

Olga volvió donde ellos, una vez acabada su charla con su marido. Si las miradas pudieran matar, su antigua compañera en la Policía Nacional, habría caído en ese momento fulminada. Fue a decir algo pero se arrepintió. Sencillamente la siguió con los ojos mientras los policías de la ciudad de Nueva York la conducían a su coche.

-¿Ves a lo que me refería cuando me insistes que vuelva a España?

-Para acabar con tipas como esta es por lo que debes volver.

-¿Y como ha acabado trabajando para tu marido?

-Ese me va a oír también. Espero que me explique su política de captación de personal. ¿Te crees que le ha dicho en sus informes que nos acostamos? Y el tío capullo se lo ha debido creer. Mark a veces es imbécil. No tengo bastante con que piense que tengo un lío con Peter, sino que ahora está convencido de que lo tengo contigo.

Ventura abrió mucho los ojos.

-Te prometo que si no me gustaran solo los hombres, tú serías mi primera opción. – el agente sonrió con picardía.

-Mas te vale. – le advirtió muy seria señalándolo con el dedo. – ¿No es ese Allan?

Efectivamente, en una esquina estaba su agente de apoyo. Ventura le hizo un gesto para que se acercara.

-¿Has cambiado de opinión?

-He visto a esa mujer entrar. Me ha dado mala espina. Y he visto que estaba armada. Ha entrado detrás de vosotros. Pero he visto que el agente Carceler la ha detectado enseguida. Me he quedado a la expectativa por si necesitaba de mi ayuda.

-Entra con nosotros. Te invitamos a comer.

-Mejor me quedo a distancia. Por si aparece alguien más.

-Vamos a entrar a esa sala. Al final no vamos a pillar a …

-He mirado mientras estaba pendiente y no toca hasta dentro de media hora. Lo hace justo en la hora de la comida. Es la atracción principal junto con una cantante, Penélope Armitage. Aunque ésta hoy no va a actuar, por un problema de salud.

-Nos da tiempo a pedir la comida.

-De eso me encargo yo. – propuso Ventura.

-No te pases – le advirtió Olga sonriendo.

-Hoy somos tres. En dos mesas, pero tres.

-Haz lo que quieras. Me rindo. Tendremos que repetir lo de salir a correr.

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Si el motivo de la visita no fuera de trabajo, la velada hubiera sido maravillosa. La comida era buena y el ambiente inmejorable. Y tanto para Olga como para Ventura, la compañía era agradable. Eso era algo que ya tenían claro los dos hacía muchos días.

Cuando la camarera les llevó los entrantes que habían pedido, Guillermo Plaza tomó asiento al piano y empezó a tocar. A Olga le sorprendió que no se parecía en nada a su hermano pequeño. Ni a Nati Guevara, su madre. Interpretaba una música tranquila, agradable, bebía de la tradición de Frank Sinatra y sus amigos de esa época. Todas eran melodías reconocibles por la mayor parte de los comensales. Había alguna pequeña incursión en el apartado de canciones que pertenecían a musicales. Para sorpresa de Olga, la gente atendía a la música. Guillermo tenía mucha sensibilidad tocando. Y a Olga le pareció que su técnica era perfecta. No entendía la opinión que Nati Guevara le había trasladado a Jorge sobre las habilidades de su hijo mayor al piano. Era claro que en su familia no sabían que se ganaba la vida con la música. Y se imaginaba que no se la ganaba mal. Allan les había informado que los días que tocaba, la sala siempre estaba llena. Los precios del servicio no eran precisamente asequibles, así que el que optaba por esa experiencia, debía rascarse el bolsillo.

Ventura le hizo ver a Olga que en la carta que les habían traído venía el nombre del pianista. La cantante, según les había explicado el jefe de sala, se solía incorporar a la actuación en la hora de los postres. Salvo hoy.

-Ya lo he visto en otros locales a los que he ido con mi padre – le explicó Ventura. – Dependiendo de la actuación así son los precios. Guillermo ocupa el rango alto. ¿No te gusta?

-No al revés. Me parece que es un buen pianista. Y tiene mucha sensibilidad y personalidad. Eso me imagino que le viene de familia. Su hermano es … maravilloso. Luego te paso un vídeo que me ha mandado Jorge.

-¿Y cual es el problema?

-Que su madre opina que no lo es. Que es del montón. ¿A ti que te parece?

-Si su hermano es tan bueno, a su lado cualquiera puede parecer un mediocre. De todas formas, me parece que tiene buena técnica y tiene, como has dicho antes, personalidad propia a la hora de afrontar su repertorio. A parte, como bien apuntas, sabe imprimir sentimiento a su técnica. Y una cosa importante: toca sin partitura. Tiene la música en la cabeza. Y en alguna canción, no sigue la partitura original. Es como si hubiera hecho una adaptación para hacerla más actual.

-Puede que sea así, que comparado con Sergio, parezca un mediocre. O puede que a éste no le guste la música clásica y destaque en otros géneros.

-Si te sobran doscientos dólares, puedes enviarle una petición. Ponle a prueba con algo de clásica.

Ventura cogió un papel del centro de la mesa y se lo pasó a Olga. Ésta no se lo pensó.

-Le voy a dar tres opciones.

Olga le tendió la mano a modo de muda petición de un bolígrafo. Ventura siempre llevaba uno. Éste se sonrió resignado, porque sabía que si no estaba al loro, acabaría en el bolso de Olga. Debía tener ya cuatro o cinco en él. Se lo tendió resignado.

-Con vuelta ¿eh? Que no gano para comprar repuestos.

-No uses Mont Blanc, no te jode. Bic, bic, bicbicbic.

Olga escribió tres obras. Se las enseñó a Ventura.

-¡Joder! Le has puesto un examen. Ninguna es fácil. Podías haberle puesto el “Claro de Luna”. O “Para Elisa”.

Olga volvió a coger el papel y escribió las obras que le había dicho Ventura. Éste se lo cogió y se lo dio al camarero.

Cuando acabó la pieza que estaba tocando, el jefe de sala le llevó el papel. Guillermo se sonrió y miró al público.

-Mesa 35. – dijo mirando hacia Olga. – ¿Cuál prefieres que toque? – Guillermo sonreía, aunque a Olga le pareció que tenía un toque de melancolía. – Te advierto que hace tiempo que no las toco. Salvo el Claro de Luna, y “Para Elisa”.

-Entonces una de las otras tres – respondió Ventura adelantándose a Olga. Ésta le miró con sorna. Algo en la cara de Ventura había cambiado de repente, al escuchar la voz de Guillermo. Y ese cambio no pasó desapercibido a la comisaria. Escuchar la voz del pianista, aunque fuera hablando en inglés, le había recordado algo.

El músico lo miró interesado. Parecía que hasta que lo escuchó hablar, no se había fijado más que en Olga.

-¿Nos conocemos? – preguntó el músico esta vez en español.

-Quizás de niños compartimos alguna tarde de juegos. En verano. En mi casa.

Olga se quedó ojiplática. Resopló a la vez que negaba con la cabeza. El padre de Ventura parece que también tenía intereses que atañían al padre de Guillermo y Sergio.

Guillermo se había quedado paralizado. Parecía estar ordenando sus recuerdos. Al final sonrió y empezó a hablar, de nuevo en inglés.

-Toco la tocata de Prokófiev. Y luego, te acercas y tocamos algo de Mozart a cuatro manos. Para recordar quizás esas tardes de juegos de hace años frente al piano de tu casa. ¿Mozart? ¿La sonata en fa mayor, por ejemplo? Recuerdo que no nos salía nada mal.

-Hace siglos que no toco.

El gesto de Guillermo no admitía réplica. Ventura acabó por asentir con la cabeza.

Guillermo Plaza empezó a tocar esa pieza de Prokófiev. Olga se acercó al oído de su compañero y le habló en susurros.

-¿Tocas el piano? Cabrón, no me lo habías dicho. Así que sabías de la dificultad de las obras que le he propuesto.

Ventura se encogió de hombros. Olga volvió toda su atención a esa pieza del autor ruso. Era una pieza exigente con bastante ritmo. Y aún así, el pianista le estaba dando unos matices muy interesantes. No era una simple exhibición de técnica y de velocidad en las manos.

La salva de aplausos del público fue cerrada. Algunos comensales se levantaron para aplaudir de pie. Guillermo se levantó y saludó a la sala con leves inclinaciones de cabeza. Parecía satisfecho. Cuando los aplausos bajaron en intensidad, le hizo un gesto a Ventura que no dudó en acercarse. Olga estaba maravillada. Pensaba que se iba a resistir. Se lo había imaginado preparando una excusa para no sentarse al piano.

Los dos músicos parlamentaron sobre de qué parte del teclado se ocupaba cada uno. Un camarero les acercó otro banco para que Ventura pudiera sentarse con comodidad. Se miraron y pusieron sus manos en el teclado para empezar la sonata de Mozart en Fa Mayor.

Olga apoyó el codo en la mesa y en esa mano, apoyó la cabeza. Una ligera sonrisa se instaló en sus labios. Se dispuso a disfrutar.

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Mozart: Sonata in D for 4 hands, KV 381 – Lucas & Arthur Jussen

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En la hora de los aplausos, Olga no pudo evitar llevarse los dedos a la boca y sacar a relucir su famoso chiflido. En el otro lado de la sala, otro de los espectadores decidió unirse a ella en esa manifestación de entusiasmo. Los demás aplaudían enfervorecidos. Quizás porque, al menos para los que repetían e iban a comer los días que tocaba Guillermo, no estaban acostumbrados a que éste incorporara algunas piezas de música clásica. Y las dos que había tocado esa tarde, habían sido dos magníficas interpretaciones de dos autores muy distintos.

El que le tenía absolutamente sorprendida era Ventura. No solo tocaba el piano sino que lo hacía bien. Y hasta ese momento, nunca lo había comentado. Olga estaba convencida de que, no lo practicaba con frecuencia. En algunos momentos, se había retrasado unas milésimas de segundo respecto a Guillermo, pero éste enseguida se había adaptado a su compañero. Se habían mirado muchas veces y de esa forma habían conseguido coordinarse. Había que tener en cuenta que en todo caso, tocarían juntos en su juventud, a no ser que Ventura le hubiera engañado también en eso y tuviera trato con Guillermo. Pero eso lo descartó inmediatamente. La actitud de Guillermo al reconocer a Ventura, había sido de sorpresa mayúscula.

Ventura, una vez acabados los saludos, se encaminó feliz hacia la mesa que compartía con Olga. Era la primera vez que ésta le veía un cierto gesto de felicidad. Sonreía ligeramente. La comisaria se levantó y abrió los brazos para abrazarlo. Él recibió el gesto con agradecimiento.

-Te voy a matar, querido. Engañarme así.

-No te he engañado. En todo caso, te he omitido hablar de un aspecto de mi vida.

-¿Pero sigues practicando ahora?

-Un par de días me voy a unas salas que se pueden alquilar por horas. Y toco dos o tres horas. Me relaja.

-¿Otro de los hijos de amigos de tu padre?

Olga se arrepintió de cambiar de tema de forma tan brusca. Pero las preguntas se agolpaban en su cabeza y debía empezar a sacarlas.

-Mejor dejamos que nos cuente él. Le quedan veinte minutos y se sienta con nosotros.

-Lleva mucho tiempo tocando. Estará cansado.

-Me imagino que estará acostumbrado. Le noto en plena forma.

Volvieron de nuevo su atención a la actuación de Guillermo. El restaurante les llevó, cortesía de la casa, un surtido de postres que hizo que Olga abriera mucho los ojos.

-Menos mal que no te gusta el dulce – a Olga le faltó un gesto con la mano para completar el tono de pique que había imprimido a sus palabras.

-Hoy creo que me apetece. Además, creo que lo han traído en mi honor, por haber actuado.

-¡Ah no!

-¡Ah sí!

-Mal amigo.

-¿Ves como no debes insistir en que vuelva a España? Te iba a sorprender quitándote tus postres en cuanto te despistaras.

-Pues yo te quitaría las patatas. O los últimos mordiscos de la hamburguesa. Eso jode más.

-La madre que te parió, que vengativa eres – Ventura le dio un ligero puñetazo en el brazo.

-Luego te vas a enterar.

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Roberto se dirigía con paso decidido hacia la entrada del restaurante del Intercontinental. Varios miembros de la UIP entraron en el hotel para evitar que nadie accediera al restaurante por la puerta interior. A esa hora, solo estaba el personal que hacía la limpieza del local. La mujer que parecía la encargada, una tal Ramona Jenny Lusa se puso en contacto inmediatamente con el encargado para pedirle que fuera.

La sala de interés de la policía estaba cerrada con llave.

-Según el parte de trabajo, no debemos limpiar esa sala hoy. – le explicó Ramona a Roberto.

-¿Es normal que se la encuentre cerrada?

-La verdad es que no. No me he dado cuenta de que no debíamos tocarla hasta que una compañera me ha avisado de que estaba cerrada con llave.

-¿El resto de los comedores privados?

-Están abiertos. Todavía no hemos empezado con ellos.

-Es mejor que mientras trabajamos, se sienten ustedes en algún rincón. Ya les avisaremos cuando puedan reanudar sus tareas. – apuntó Beca que estaba al lado de Roberto.

-En cinco, minutos llega Juanjo con sus detectores. – anunció Ainhoa.

-Que haga un barrido de todo el local. Hasta de la cocina y los almacenes.

Pablo Lubo, el jefe de la UIP entró en ese momento y se dirigió directo a Roberto.

-Que alegría me da verte ya recuperado – Lubo tendió la mano para saludar al inspector.

-Todavía estoy un poco renqueante. Me canso enseguida. Salvo un viaje a Londres, solo he leído expedientes para ponerme al día.

-Lo raro sería lo contrario.

-¿Cómo así has venido?

-Me han dicho que te encargabas tú, y me apetecía saludarte.

-Pablo … – Roberto le miraba sonriendo. Sabía que esa no era la razón.

-El director del hotel es un viejo conocido. Con ínfulas. Malas compañías. Con amigos. Patricia ha pensado que por si acaso, era mejor tener a un jefazo, como dice ella ¿Cómo quieres que distribuya a mi gente?

-Que se vea, nada más. Paseando por delante. Echando un pitillo cerca de la puerta en grupo, con los cascos colgados de la cintura. Y en la entrada del hotel igual. De forma que en caso de tener …

-Pido unas vallas para hacer una barrera en un momento. Doy las instrucciones y vuelvo. Por cierto, has llamado a Juanjo.

Roberto le tendió su teléfono. En la pantalla había un mensaje:

Dangerous transmissions detected. You are not sure!

(Detectadas transmisiones peligrosas.¡No estás seguro!)

-Es una manía que me inculcaron mis abuelos. Llevar siempre un detector. Ahora lo llevo en el móvil.

-El mundo de los negocios trasladado al mundo policial. Dile a Javier. Puede que su “protector” cibernético pueda hacer algo.

-Tenemos una orden. Creo que debemos hacer uso de los medios oficiales.

-Pero él puede ayudar a que la búsqueda de Juanjo sea más rápida.

-Ahí llega Juanjo. Que decida él.

-Ahora vuelvo. – el comisario Lubo emprendió el camino de salida del restaurante para organizar a sus hombres. Se cruzó con Juanjo, con el que se paró para intercambiar saludos.

-Voy a interponer una demanda contra el Ministerio del Interior. Esto roza el acoso. ¿Ustedes quienes creen que se han creído? Esta es una institución respetable. Creo que va a acabar usted en la cola del paro. Nos han dicho que está usted al mando.

El director del hotel acababa de hacer su aparición. Iba escoltado por su secretaria y por un hombre bien trajeado que sin lugar a dudas era su abogado.

Roberto le hizo un gesto con la mano para que esperara un momento. Estaba pendiente de contestar unos mensajes de Javier y Carmen. Y un par de sus abuelos ingleses.

-¡Que me atienda cojones! ¡Qué falta de respeto!

Roberto le volvió a hacer un gesto con la mano para que le disculpara por la espera. El director le fue a dar un manotazo en la mano que sostenía el teléfono, pero Roberto se la interceptó con la otra mano. Se la retorció y con un gesto rápido le obligó a tumbarse en el suelo con el brazo que sujetaba a la espalda.

-Tinet, por favor, esposa al detenido e infórmale de sus derechos. Está acusado de atentado contra un agente de la autoridad.

El comisario Pablo Lubo entraba de nuevo en el local a paso rápido. Sonreía y movía la cabeza negando.

-Pues sí que estás recuperado – le dijo a Roberto a la vez que se agachaba para hablar con el detenido. – Señor Cantalosa, encantado de verle de nuevo. Le presento al Inspector Jefe Roberto Abbey.

-Ha cavado su tumba. ¡Dígaselo, Lubo!

-Esto es una ignominia – dijo el abogado.

-¿Y usted es? – Roberto miraba con gesto duro al abogado.

-José Antonio del Prado, abogado del despacho Valbuena.

Lubo sonrió.

-Tenía ganas de conocerlo. Seguro que su colega Óliver Sanquirián se alegrará cuando le cuente que le hemos conocido – Lubo lo miraba sonriente. – Tenemos un cierto trato.

-No sé a que viene eso. Hace mucho tiempo que no tengo contacto con él. – No le había hecho mucha gracia que mencionaran a su antiguo compañero y también pareja.

-Estamos convencidos de ello – zanjó el tema Roberto.

-Que sepa que su cliente va a ser acusado de atentado.

-Ustedes están borrachos – dijo el director ahora sentado en una silla custodiado por Tinet. – Presentarse aquí, invadir el restaurante como si fuera su casa. Creo que …

-Haga lo que considere. Nosotros vamos a seguir con el registro. Si nos disculpa …

-Esto es una violación de los derechos de …

-Acaba de llegarme la ampliación de la orden de registro del juez para abarcar las transmisiones con origen y destino del hotel y el restaurante. También incluye el registro de todo el hotel y su anexo. Incluidos los despachos. Nos da acceso a los datos de alojamiento de todos los clientes. Compararemos los alojados efectivamente con los listados que por obligación deben enviar a la Guardia Civil. La gente de Garrido está ya preparando esa información.

Carmen acababa de entrar en el restaurante. Venían con ella Bruno y Elías. Tere había entrado por la puerta del hotel y se dirigía directamente a los despachos del Director y otros jefes intermedios. Dos de los compañeros que iban con ella fueron directos a la recepción. Varios miembros de la policía científica también habían hecho su entrada.

-Último piso. – les indicó Tere.

-No te esperaba Carmen – dijo Roberto.

-No lo tenía previsto. Ahora te cuento.

Se giró hacia el abogado y el director.

-La orden de detención de su defendido. Sr. del Prado. Mucho gusto de conocerle al fin. Carmen le tendió la mano para estrechársela. El abogado no hizo intención de saludar a la comisaria.

-No sé a que se debe tanto interés en conocerme.

-Amigos comunes nada más. He oído hablar de usted. Y ponerle cara y tener oportunidad de saludarlo, me alegra sobremanera.

El gesto de la comisaria era neutro. Miraba directamente a los ojos al abogado.

-A pesar de los amigos comunes, la informo de que voy a presentar una queja oficial contra su Unidad y contra sus subordinados. El Sr. Cantalosa es un hombre conocido y respetado y ha sido avasallado y detenido sin justificación. Ha sido agredido por su hombre, alguien que evidentemente le falta algo de educación y no sabe tratar a los dirigentes de …

El Sr. Cantalosa le hizo un gesto para que se callara. Señaló con los ojos imperceptiblemente a Roberto.

-¡Qué gracioso! El Sr. Director ha caído. Ya sabe quien es tu madre y tu abuelo, Roberto.

-Ahora le mando un mensaje a mis abuelos para decirles que me acaban de decir que todo el dinero que se gastaron en que fuera a Eton a estudiar, no ha servido de nada. Seguramente el Sr. del Prado fue a mejores colegios y recibió una educación mucho más esmerada que la mía.

-Pues yo fui al instituto y no me ha ido mal – dijo en tono de broma Carmen.

-A mí tampoco me fue mal, la verdad. – el comisario Lubo se solidarizó con la comisaria Polana.

-Nuestros compañeros están a punto de iniciar el registro de su despacho y de su apartamento en el hotel. Si me acompañan, podrán comentar lo que consideren de los hallazgos que vayan haciendo. Yo les escucharé con mucha atención.

-Creo que las esposas son innecesarias.

-Es el protocolo, abogado. Y usted lo sabe.

-Es un abuso de poder.

-Le enseñamos las imágenes que ha grabado la cámara del Inspector Abbey y la de la agente Beca Autor. El juez ha considerado esas imágenes una prueba irrefutable de un intento de agresión.

-¡Cámaras?

-Sí. Todos llevamos. Ahora mismo es posible que el Ministro del Interior esté escuchando esta conversación. Seguro que está contento. Y más que va a estar cuando descubramos lo que seguro vamos a descubrir.

-El caso es que hace media hora que nos hubiéramos ido. El encargado del restaurante lleva ahí ese tiempo esperándonos. Nos hubiera abierto la sala que veníamos a registrar y estaríamos desayunando en el bar de la esquina en la Unidad.

Roberto sonrió y se encogió de hombros mirándolos con los brazos abiertos.

-Ustedes sabrán quién ha tomado la decisión de bajar para marcar jefatura. O por qué causa les ha entrado miedo. ¿Qué quieren evitar que descubramos? No es lo que pudiera haber en ese comedor, estoy seguro.

-Y de repente se han encontrado con dos comisarios jefes, y más órdenes de registro de las que traíamos al principio. Porque teníamos una orden. Su personal la ha visto. Ahora tenemos muchas.

-No saben de verdad, que los que han cometido un error son ustedes. Tan gallitos. Esos gallardos policías en la puerta, ustedes con ese aire de controlarlo todo. No saben con la gente que se enfrentan. Voy a disfrutar de ver como van cayendo uno a uno.

-Defina ir cayendo uno a uno.

-Interprételo como quieran.

-Así lo haremos. – Lubo era, de todos los policías, quien parecía más enfadado. Y no lo disimulaba.

-Usted Sr. abogado ¿También suscribe las palabras de su cliente?

-No, no. Pero entiendan que en la situación que le han puesto …

-Le corrijo, letrado: en la situación que ustedes se han puesto. – Roberto señaló con el dedo alternativamente al abogado y al Director.

-Vamos. Esta charla está quedando muy larga. Roberto, sigue con lo que habías venido a hacer. Ustedes, si no les parece mal, vamos a sus aposentos.

Carmen sin más, enfiló el camino hacia los ascensores.

Jorge Rios.