Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

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Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

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-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

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Necesito leer tus libros: Capítulo 118.

Capítulo 118.-

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Para sorpresa de Fernando, no le hicieron esperar en la residencia de Nuño. Dijo su nombre, la encargada de la recepción miró en el ordenador y le indicó con el brazo la dirección del jardín.

-Creo que ya conoce el camino – le dijo sonriendo. – Está donde siempre. Nuño es de costumbres fijas.

No acababa de estar seguro de como afrontar este pedido de Jorge. No había sabido como decirle que lo que le pedía … no era de su agrado. No había vuelto a tener noticias de Nuño desde aquel día que pasaron la noche juntos. En su casa. Y ahí estaba, haciendo frente a una situación que le incomodaba sobremanera.

Todos habían tomado la decisión de parar durante un par de días. Fernando, el primero de esos días , lo había pasado durmiendo en casa. No se había levantado ni para comer. Sobre las siete de la tarde, se duchó y salió a la calle para buscar algo de merendar. Se decidió por un McDonald’s. Le apetecía una buena hamburguesa con muchas patatas. Posiblemente le hubiera apetecido otra cosa, pero la hamburguesería tenía la ventaja de que estaba a dos pasos de su casa. Y para otras posibilidades, le hubiera gustado contar con la compañía de alguien. No le apetecía molestar a nadie. Él estaba agotado, pero el resto no estaba mucho mejor que él. Y desde hacía ya unos meses, sus relaciones se circunscribían al ámbito de su trabajo.

Después de comer, se le ocurrió ir al Pianola’s. Cogió el metro hasta Ibiza. Casi se pasa de estación, porque estaba distraído. No podía apartar de la mente esa primera estampa del primer chico que encontraron empalado en la finca de Vecinilla. Aunque en realidad, el que le seguía obsesionando era el chico de León, David, el que se fue de Madrid huyendo y al que secuestraron en su refugio para tirarlo a la basura en esa misma finca. Luego, cuando todo se tranquilizó un poco, estuvo charlando un rato con él. Acabó abrazándolo y consolándolo mientras lloraba. No hacía más que pedirle perdón por no haberle contado sus miedos. Fernando se lo había recriminado por un impulso. Se arrepintió de ello al instante, pero le había dolido tanto saber que no había confiado en ellos … que le salió solo. Lo compensó estando con él hasta que se lo llevó la ambulancia. Su reacción primera no fue si no una consecuencia del sentimiento de culpa que crecía en su interior. Por no haber sabido leer en él lo que necesitaba.

Al llegar al bar, estuvo tentado de darse la vuelta. Se le habían quitado las ganas de entrar. Se fumó un cigarrillo en la puerta. Y al final se decidió. Se pidió un ron con Coca-Cola. Ni Jimena ni Levy estaban trabajando a esa hora. Mejor, así no tenía que justificarse ni que mantener conversaciones obligadas que no le apetecían. El bar estaba tranquilo. Se sentó en una mesa y empezó a disfrutar de la música. Un hombre se acercó a ligar con él, pero se lo quitó de encima enseguida.

-Lo siento, hoy no soy buena compañía.

De nuevo, su mente volvió a la finca de Vecinilla. Todos esos chicos. No quería ni pensar qué hubiera pasado con ellos si no se llega a empeñar Aitor en acercarse a ese predio. Ahí pudo ver de nuevo en acción a Jorge. Y comprobar una vez más lo que repetía a todos los que le preguntaban: Jorge era especial con esos chicos en persona. Irradiaba seguridad, amor, cercanía … su cara, que expresaba un amor incondicional, su lenguaje corporal, que ya antes de que abriera los brazos y rodeara a esos chicos con ellos, hacía sentirse a todos los que le observaban, abrazados y queridos y cuidados. Y para acabar, esas palabras susurradas al oído que conseguían que el destinatario se sintiera único en el mundo. Rara era la persona que ante esos susurros, no se emocionaba y acababa llorando a moco tendido en sus brazos.

Todas esas dotes que mostraba el escritor, las había empleado para pedirle que fuera a buscar a Nuño, para convencerlo para que saliera de nuevo de la residencia. Y a que tocara. No había vuelto a hablar con él desde aquella primera vez que Nuño atendió la invitación del escritor y cenaron todos juntos en el restaurante de Biel. El mismo día que tocó de nuevo el violín con Sergio. Y por fin, como colofón de la noche, Nuño y él se fueron a su casa y pasaron la noche juntos.

Fue una velada memorable. Fernando recordaba pocas noches como esa. Fue un sexo, a ratos pausado, a ratos efervescente. Con muchas caricias, con muchos besos. Nadie le había besado como Nuño. Nadie le había tocado como él. Parecía intuir los puntos en los que Fernando disfrutaba más. Y supo enseñarle sin decir con palabras, lo que a él le hacía sentir mayor placer.

Pero solo fue eso, una noche de sexo. De amor, de … llámalo X. Alguna vez había tenido la tentación de llamarlo aunque fuera para charlar. Pero al final se había arrepentido. Él seguía teniendo una pica de amor clavada en el corazón desde los dieciocho. Un amor imposible. No lograba liberarse.

De todas formas, Nuño no era una posibilidad realista. El día que recuperara la salud, volvería a su carrera de músico. Recorrería el mundo tocando el violín y emocionando a todos sus escuchantes. Él no tenía sitio en su vida. Tendría que dejarlo todo, seguirlo por el mundo y convertirse en un mantenido; y su profesión le gustaba demasiado. No sabría como enfocar su vida si dejaba de ser policía. No era un trabajo, era una vocación. Una vocación además, en la que había tenido que superar graves contratiempos.

Sin darse cuenta, usó la misma estrategia de Jorge para acercarse a Nuño. Caminó despacio, lo hizo de tal forma que el violinista lo viera enseguida, que no se sorprendiera. Estaba leyendo. Como no, una novela de Jorge. Pero se dio cuenta de que no era “La casa Monforte”. Eso, pensó, quería decir que ya la había acabado. Cuando estaba a pocos metros vio que leía “Las gildas”. Parecía que desde que el escritor comentó a alguien que le daba pena que nadie le hablara de esa novela, todos se habían puesto a releerla.

Nuño sonrió. A Fernando le dio la impresión de que había descubierto antes su presencia, pero no había querido dejar de leer hasta acabar el capítulo. Su sonrisa no era tampoco grandiosa. A Fernando le pareció de compromiso. Se levantó y cuando Fernando estuvo a su lado le dio un beso en la mejilla. Eso fue un signo de cómo quería llevar su relación con Fernando. Y éste cogió la indirecta al vuelo. Una vez más se arrepintió de haberse dejado convencer por Jorge.

-Me han dicho que sois héroes.

-En todo caso lo son otras personas. Yo solo acompañaba.

Nuño hizo una mueca de fastidio. A Fernando le había salido un tono un poco cortante. No había sido su intención. Empezó a pensar que a lo mejor se debía tomar unos días libres e irse a su tierra, a Castilla La Mancha. A perderse en alguna casa rural.

-Perdona, estoy un poco cansado. Estás releyendo “Las Gildas”.

-Sí. Para darle gusto a Jorge. Es deliciosa.

-Lo que pasa es que no tiene malos malos, ni buenos buenos … la gente normal es la que se pasea por sus páginas.

-Lo has expresado muy bien. ¿Y que te trae por aquí?

-Ya sabes, un pedido del escritor.

-Me da pena que sea por algo de Jorge. Me hubiera gustado que hubieras venido solo por verme.

-Y a mí. Te lo prometo.

Fernando buscaba una escusa plausible, pero no encontró ninguna. Se quedó callado, con los hombros levantados.

-Cuéntame de esos chicos.

Nuño le hizo un gesto para que se sentara en el banco. Fernando le empezó a contar de ellos. De como los encontraron y de como los sacaron de esos agujeros.

-¿Todos son músicos?

-Y todos de cuerda. Chavales de unos veinte años aunque algunos no parecían tener más de diez. Los habían anulado completamente. Eran un despojo humano, necesitados de cariño, de apoyo, de respeto. Muchos de ellos veían la muerte como una salida, como un deseo para dejar de sufrir.

Nuño se indignó.

-Habrá que hacer algo con ese Mendés.

El tono empleado por Nuño fue cortante. Fernando se quedó mirándolo. Nunca le había escuchado hablar así. En esas pocas palabras, se había notado odio, asco, y hasta un cierto matiz autoritario. Le había dado la impresión de que le recriminaba a él y al resto de sus compañeros que ese “maestro” del violín siguiera haciendo la vida difícil a los alumnos que acababan en sus manos.

-En ello está Javier. Pero recuerda que nosotros de ese Mendés y de sus amigos, nos hemos enterado hace unas semanas y de casualidad. Por Sergio, de hecho. Todos sus compañeros, saben. Todo el mundo de la música clásica, sabe. No han dicho nada. Ninguno se ha acercado a nosotros para denunciar. O avisar. De los chicos que encontramos, hay de al menos tres años, tres promociones. Si los que saben no abren la boca, nosotros poco podemos hacer. Si los otros profesores, callan, si los familiares, los que sufren sus chantajes …

-Puede que algunos hayan ido a denunciar y se han encontrado con un grupo de personas que les esperaban a la salida de la comisaría a la que habían acudido para darles una paliza. O acabaron en los calabozos con diez gramos de cocaína en algún bolsillo trasero del pantalón o en su mochila.

-Tú lo sabes. Otros muchos también. Algunos conocéis a Javier. A Olga, que es una melómana convencida, con conocidos en el entorno de la música clásica. No creo que nadie tenga dudas de que Javier, Olga, Carmen, Matías, Garrido, se iban a ocupar. Y que con ellos, la posibilidad de que los denunciantes acabaran en los calabozos, era nula.

Fernando había ido endureciendo su tono al hablar. No le había sentado bien que Nuño pusiera en duda a sus compañeros. Que esa trama de los músicos tenían protectores, lo sabían. Pero eran los pocos. El resto de la Policía y Guardia Civil estaban para defender a esos músicos y a cualquier víctima. Que esas manzanas podridas sirvieran para generalizar, no lo entendía. Y menos en boca de Nuño, que presumía y llamaba hermano a Javier. Y que a más, era hijo de un reputado juez, con el que Javier tenía una buena sintonía en el trabajo y también en lo personal.

-¿Qué quieres que haga?

-Ya te habrá llamado Jorge, ya lo sabes. Todos te conocen. Todos esos chicos, me refiero. Eres una especie de ídolo para ellos. El mejor violinista de la época. Una inspiración para sus carreras. No creían a Jorge cuando les contaba en ese agujero inmundo donde los encontramos, que te conocía y que te había oído tocar el violín con Sergio. Sergio es uno de ellos. Podía haber sido el siguiente en acabar en ese agujero. Esto no lo sabe nadie, pero unos amigos del escritor desbarataron los planes que tenían de secuestrarlo, o de matarlo directamente. Como la Guardia Civil y nosotros montamos un operativo para desbaratar los planes de alguien para matar a Jorge y a todos los compañeros que vamos junto a él. La cosa podía haber acabado mal.

-¿De eso de Jorge …?

-No sabemos quien lo organizó. De momento. Es una posibilidad.

Nuño no dijo nada. Al menos relajó un poco su cuerpo, que hasta entonces había estado tenso. Se le notaba enfadado. Aunque al policía se le escapaba el motivo. Llegó a pensar que era por él, por no haberlo llamado desde su noche de amor. Pero tampoco había sucedido al revés. Y si Nuño era un cazador, un hombre orgulloso, él también tenía un punto de ello.

-¿Va a ir Sergio?

Fernando miró su reloj.

-Llegará en veinte minutos. Javier está con él. Es importante para Sergio. Estar con sus compañeros. Con un par de ellos, había tenido trato. Con otros, lo habían tenido algunos amigos suyos. Te hablaría Jorge de ellos. Le ha insistido a Javier de que fuéramos todos. Javier ya te he dicho que también va. Sergio quiere presentárselo a sus colegas. Para que vean que un buen policía vela por ellos.

-¿El ruso y el coreano?

Fernando asintió con la cabeza.

-Vamos. No estoy seguro de que no sea mala idea ir, pero no puedo pasar de ello. Ya tengo demasiados cargos en la conciencia.

Helga y Raúl los esperaban a las puertas de la Residencia. En esa comitiva improvisada también iban Carla, Flip, Mario, Jermy y Lucy. Nuño apenas los saludó con un ligero gesto de la cabeza. Fernando iba pensando en como en general, la gente tenía siempre dos caras. Esa cara de diva de Nuño, de persona creída seguramente debido a su maestría con el violín, no se la había notado en las veces que había acompañado a Jorge. De todas formas también había que considerar que esa forma más dulce de comportarse pudiera deberse precisamente a la presencia del escritor. Lo que le preocupaba ahora a Fernando es que no fuera una reacción a la forma de ser de Jorge, sino una estrategia para engatusarlo.

Al llegar al hospital, Nuño se bajó del coche y se fue directo a la puerta, sin esperar a nadie. Durante el trayecto no había abierto la boca. Fernando se bajó corriendo y fue a dar la vuelta al vehículo. Pero Helga le detuvo. Les hizo una seña a sus compañeros que corrieron detrás del músico.

-¿Y éste es el famoso doble de Javier? De cara y de cuerpo, puede. De maneras y de educación, a kilómetros.

-Si ya le viste la otra vez …

-Ya, pero estaba Jorge. A lo mejor es un clasista. Vamos, te invito a una limonada en ese bar de ahí. Te va a dar un ataque de ansiedad si sigues a su lado cinco minutos más.

-A lo mejor debería ir …

-Que le den. Ya se ocupa Flip. Ya sabe dónde están los niños.

Helga le empujó ligeramente hacia donde le había indicado. Fernando no estaba convencido, pero se dejó llevar. Su misión estaba cumplida.

-Luego subes y saludas a David. Es importante para él saber que le has perdonado por no confiar en nosotros y contarnos sus miedos – le dijo Raúl para convencerlo antes de salir corriendo siguiendo la estela ya lejana de Nuño y el resto de sus compañeros.

Un coche se detuvo a su lado. Los dos policías lo miraron porque les resultó conocido. De él se bajó Javier. Se quedó mirando a Fernando. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

-Perdónanos a todos por haberte metido en una situación incómoda. Por tu cara me imagino que has conocido al otro Nuño.

-Sí – contestó Fernando de forma seca.

-Me lo llevo al bar a tomar una limonada. – dijo Helga. – El resto del equipo siguen a Nuño, tranquilo. Van Raúl y Flip al mando.

Sergio bajó entonces del coche. Y Aritz que conducía.

-Dídac quiere verme mañana. – el músico se estaba guardando el teléfono en el bolsillo. – Estará unos días en Madrid. Fer, Helga, parecéis enfadados.

Sergio los abrazó por turnos.

-Será el cansancio, no te preocupes. ¿Estás nervioso? – le preguntó Helga.

-Más que en la final del concurso de Moscú, os lo juro. ¿No vais a subir?

Fernando y Helga no supieron que decir.

-Van a tomar una limonada en el bar. Han sido días muy intensos. – les excusó Javier.

-Fer, para ellos será importante verte. Sé que abrazaste a alguno de ellos, les consolaste. Y quiero agradecerte tu entrega y tu forma de abrazarlos. No dejo de pensar que podía haber acabado como ellos. Me hubiera gustado que de haber sido así, tú hubieras sido el que hubiera consolado. Luego me gustaría que te pasaras. Por ellos. A los demás que les den. Incluido a mí.

-Que dices a ti. Eres mi violinista preferido – bromeó Fernando. – Y te juro que si hubiera sido así, te hubiera abrazado fuerte.

-Si hasta conocerme no habías escuchado un concierto de clásica.

Javier no pudo por menos que echarse a reír. La cara con que había dicho eso Sergio, invitaba a ello.

-Venga, vamos. Que se les va a calentar la limonada.

-Si no os importa, yo me uno a vosotros – dijo Aritz a sus compañeros. – ¿Vais a ese bar de la esquina? ¿Al “Árbol”?

-No aparques en la acera como Carmen. – le advirtió Javier.

-Ni se me ocurriría.

Javier guiñó el ojo a Helga y Fernando y empujó a Sergio hacia la puerta.

-Me da que Fer ha conocido a “Nuño el divino” – dijo Sergio con pena cuando éste ya no les podía oír.

-¿Nuño el divino? – Javier estaba sorprendido, nunca había oído esa expresión.

-El Nuño que yo he conocido antes del otro día en el restaurante, era un chulo y un creído. Su saludo cuando me presentaron a él después de ganar el concurso de Moscú, fue un gruñido y darme la espalda. De hecho, ni se acuerda de ese hecho. Solo que gané el concurso. Y apostaría a que lo buscó cuando le llamaste para que me dejara el violín.

Javier hizo un gesto de resignación.

-No sé si ha sido buena idea traerlo.

-Voy a escribir a Jorge para que venga si puede. No quisiera que mis compañeros conozcan solo a ese Nuño que conocí yo en Moscú. Al menos que Jorge les abrace luego para … compensar. O para que se dulcifique un poco el encuentro. Necesitan cercanía, cariño, sentirse … sentir que son importantes para alguien.

-Creo que yo también tengo un poco de ascendiente con Nuño – dijo Javier. – Mira, si ha bajado hasta el director del hospital a saludarlo. – fue lo primero que vio cuando las puertas del ascensor empezaron a abrirse en la planta en donde estaban ingresados los chicos.

-Estará contento entonces – contestó Sergio dándose la vuelta despacio para que el “maestro” no le viera el gesto de desprecio que había aparecido en su rostro.

Nuño estaba en medio de un grupo de personas todas con bata. Javier sonrió a uno de ellos, que le devolvió el saludo y se acercó al policía con paso decidido.

-Javier. Que alegría verte. Te juro que al ver a Nuño Bueno, he tenido que pellizcarme para no pensar que eras tú.

-Óscar, ten cuidado, que yo soy más guapo – bromeó Javier.

-Eso no te lo crees ni tú, hermano – le dijo Nuño que le había oído y que lo miraba divertido y bromista. De nuevo un cambio radical de visaje el gestado en el músico.

Javier y Nuño se acercaron y se abrazaron. Su cercanía era la de siempre. Sergio sonreía a un par de pasos de ellos.

-Si quieren, pueden pasar. Los chicos están expectantes.

Cruz, la enfermera responsable de cuidar a los niños había salido de la sala dónde les habían alojado a todos. Nuño se dirigió hacia allí con paso decidido. Volvía a ser el “divino Nuño”. Javier le hizo un gesto a Sergio, pero éste le indicó que fuera con Nuño, que él se esperaba un rato. El comisario se quedó parado observándolo.

-Vete, no seas pesao. Necesito unos momentos.

Javier dudó, pero al final se dio la vuelta para entrar en la sala, en donde ya estaban Carmen y JL.

Sergio se quedó parado un rato solo en medio del pasillo. Estas cosas eran las que le hacían dudar a veces de seguir en la música. Él no entendía al divismo. Por muy bueno que fueras. Se arrepentía de haber incitado a todos a esa reunión. De haber metido en danza a Fernando y a diez policías más para que Nuño fuera a tocar a esos chicos. De haber convencido a Carmen y a ese Guardia Civil a que fueran para que los chicos los vieran de nuevo.

Estaba pensando en refugiarse en alguna sala de espera, cuando percibió a Irene en uno de los lados, una de las escoltas que solía ir con Jorge. Y también vio a Luisete. Los dos le hicieron un pequeño gesto de reconocimiento. Entonces Sergio sintió una mano en la espalda y un aroma inconfundible a Paco Rabanne. Se giró y sin dudar se abrazó a esa persona.

-Me he equivocado, Jorge.

-En todo caso, lo he hecho yo. Dame un beso, anda.

Sergio no le dio uno, sino unos cuantos seguidos.

-Al que están esperando, es a ti, cariño. Igor y los demás.

-Javier puede hablar ruso como tú con Igor.

-Pero no puede tocar el violín. Ni incitarles a que ellos lo toquen también. Es importante que lo hagan. Corren el riesgo de que las experiencias que han vivido las asocien con la música y no quieran volver a tocar.

-Para eso está Nuño.

-Él no es uno de ellos. Tú sí. Ellos confían en ti. Nuño es un gran violinista, solo eso. Ahora, hay que tocar la tecla de la complicidad, de la amistad, del apoyo. Del cariño. Eso solo se lo puedes dar tú.

-Mira, ahí tienes al maestro, tocando para ellos.

El sarcasmo que puso en sus palabras, no le pasó desapercibido a Jorge. Era curioso como cambiaban las cosas en un momento. Jorge tuvo la certeza de que el día del restaurante, Sergio pensó que Nuño podía llegar a convertirse en su amigo. Hoy se había dado cuenta de que eso no era así. Le había ignorado en el pasillo. No le había dedicado ni un gesto con la cabeza o con la mano. Solo había atendido a los directivos del hospital y a Javier. Por la ventana se veía a Nuño tocando el violín. Todos parecían embelesados. Eso no se le podía negar, su maestría al tocar.

-Quizás un día te pida que le devuelvas el violín a Nuño. Ya no me gusta tenerlo. – Jorge se giró para mirar a Sergio. Parecía furioso de repente. – ¿Has visto a Fer?

Jorge rodeó la cintura de Sergio con su brazo y le atrajo hacia él de forma cómplice. Pero Sergio no estaba en disposición de apreciar esos gestos, mucho menos de abandonarse a ellos.

-No. Pero Helga me ha escrito. Y lo del violín … yo me aprovecharía. Nuño no lo va a necesitar. No creo que retome su carrera en mucho tiempo. No está preparado. Lo del otro día fue un espejismo. Y si la retoma a pesar de todo, me imagino que ya te lo reclamará él. De todas formas, ya has visto que tiene más violines a su disposición.

Jorge no dejaba de pensar mientras miraba a ese Nuño desconocido hasta su conversación con Dídac de hacía unos pocos días. Le jodía que tuviera razón.

-Aún así. – contestó Sergio, señalando el violín.

-Ya hablaremos de eso. Ahora creo que debes entrar, cuando Nuño acabe lo que sea que esté tocando …

-Creo que toca la Primavera de Vivaldi. Todavía le quedan cinco minutos.

-¿Y que tal lo hace?

-Perfecto. – Sergio sonrió con picardía. – Aunque no es una de las obras que mejor le van.

-No necesitas ni escucharlo.

.

.

Sergio se encogió de hombros. Cogió del brazo a Jorge y apoyó ahí su cabeza. Así estuvieron hasta que Nuño acabó de tocar. Todos en la sala parecían contentos con su interpretación. Los directivos del hospital se afanaban en felicitar a Nuño con efusividad. Los jóvenes músicos lo miraba extasiados. Pero ninguno se levantó para felicitarle.

Jorge miraba la escena con pena. No era lo que él había imaginado. Respiró profundo y se quedó mirando al suelo un rato. Al final se decidió.

-Creo que debemos entrar y saludar a esos chicos. Necesitan tu abrazo, Sergio.

-No sé.

-Venga. Entremos.

Alan se adelantó y les abrió la puerta. Le cogió el violín a Sergio y le sonrió. Esa sonrisa del policía le animó. Cuando los chicos miraron la puerta y vieron a Sergio, su cara cambió. Igor se levantó de un salto y fue hacia él. Sergio tuvo apenas tiempo para abrazarlo y sujetarlo antes de que sus piernas le fallaran. Le mantuvo en alto, abrazado. El chico lloraba. Sergio le besaba. Yura se acercó a ellos. Hasta ese momento, había estado sentado en el suelo en una esquina. Los tres formaron una piña.

Jorge miraba la escena desde la puerta. Pero apenas tuvo tiempo de disfrutarla porque Caro lo vio y pegó un grito que llamó la atención de todos. Él y Emilio fueron los primeros en intentar levantarse para acercarse a él. Jorge corrió hacia ellos para evitarlo. No estaban todavía muy fuertes, por lo que había visto en Igor. Se agachó y abrazó a la pareja. Les besó profusamente y les acarició el rostro.

-Que bien os veo.

-Olemos hasta bien – bromeó Emilio.

-¡Urano! – exclamó Jorge al ver al joven. Dejó a la pareja y fue a buscar al chico que tanto le había costado conquistar. Él no había hecho amago de levantarse. Vio a su lado un andador. Se arrodilló enfrente de él. Puso las manos en sus mejillas y le miró un rato a los ojos. El chico se echó a llorar. Levantó los brazos y abrazó al escritor. Éste le apretó contra su cuerpo. No le dejó de murmurar cosas al oído que nadie pudo escuchar. Eran cosas para Urano, solo para él. Palabras únicas para un joven único. Al cabo de un rato Urano se separó.

-Quiero presentarte al resto de los compañeros.

Su voz seguía siendo grave y aguardentosa. Pero como le había pasado con Saúl en su tercer encuentro, al menos empezaba a tener algo de vida. No era monocorde.

-Claro.

-Mira, este es Guido. Y a su lado está Yuma. Junio y Carles. Y Poti.

Jorge fue uno a uno saludándolos. Les miraba a los ojos, les acariciaba el rostro. Les besaba y acababa abrazándolos fuerte. Poti, después de saludar a Jorge, cogió sus muletas y se acercó a Carmen. Ésta le recibió con un beso y abrazándolo. Ya habían estado hablando antes de llegar Nuño. Pero ahora parecía necesitar de nuevo sentir a su salvadora.

-Mira, te quiero presentar a mi mejor amigo. – Carmen lo miraba sonriendo – Se llama Javier.

-Hola Javier. Te pareces a Nuño Bueno. Pero en guapo.

-Que no te oiga, que luego se enfada conmigo.

-No creo. Eres poli. Llevas pistola.

Sergio fue a buscar a Jorge para presentarle a Yura y Jun. Los dos le abrazaron agradecidos. Estuvieron unos pocos minutos hablando. Jorge miraba por el rabillo del ojo a un chico que parecía estar un poco apartado de los demás. Se disculpó y fue hacia él.

-Hola David. Tenía ganas de conocerte en persona.

-¿Te acuerdas que hablamos por teléfono? – había un matiz de sorpresa en su voz, y también de ilusión.

-Claro.

-¿Y Fernando?

-Ahora viene. Ha tenido unos días muy intensos y está un poco cansado. Ha tenido que parar unos minutos para coger resuello.

-Quiero pedirle perdón.

-Él ya te ha perdonado.

-No confié y encima me salva la vida. Y se jugó la suya, según me han contado.

-Mira, ahí está. Parece que te ha oído.

Jorge le hizo un gesto para llamar su atención. Fernando sonrió al ver al escritor junto a David y fue en su busca.

-¡David! Estás estupendo.

Fernando se arrodilló para abrazar al joven.

-¿Ha venido tu amigo de León? – preguntó Jorge al joven músico.

-Sí, pero no le parecía bien quedarse. Está fuera. Es un poco vergonzoso. Pensaba que iba a ser un estorbo.

-Voy a buscarlo – dijo Helga que estaba atenta.

No tardó en volver junto a un joven rellenito, con las mejillas sonrosadas, seguramente por el calor que hacía en el hospital unido a los nervios por entrar en la sala y estar cerca de Jorge y Nuño Bueno. Su nombre Quico. David y él se abrazaron. Los ojos de Quico tardaron apenas unos segundos en humedecerse. Jorge le acariciaba la espalda para consolarlo. Al final se incorporó y sin decir palabra, abrazó al escritor. Luego siguió con Fernando, que no pudo contener la emoción. Para todos era claro que su amor por David era profundo y verdadero. Y esos abrazos era su forma de agradecerles que lo hubieran salvado de una muerte segura.

-Pero una cosa – dijo Jorge en voz alta. – Tanto músico en esta sala ¿Y no escucho ninguna cuerda rasgada ni punteada? ¿O es que me he quedado sordo?

Ninguno pareció hacer intención de hacer nada al respecto. Se miraban unos a otros sin saber que hacer.

-Se me está ocurriendo que a lo mejor estáis confundiendo dos cosas distintas. Una, esos animales que os han privado de vuestra libertad y de parte de vuestra vida. Pero en vuestras manos está el recuperar el resto de ella. Y que sea mejor todavía de lo que era antes de todo esto. Y en vuestra vida, ocupa un lugar importante la música. La música no tiene la culpa de nada. Es más, la música os ayudará.

Jorge se detuvo y miró a Sergio. Alan le acercó el violín. Sergio sonrió. Sacó el instrumento de su funda y se lo puso en el cuello.

-Un momento. Perdón por el retraso.

Dídac acababa de aparecer en la sala. La primera mirada cómplice se la dedicó a Jorge que le guiñó el ojo. Algunos de los chicos se llevaron la mano a la boca que habían abierto sin poder evitarlo. Era claro que conocían su prestigio como músico y compositor. Sergio se acercó a saludarlo.

-Me gustaría que me presentaras a estos colegas – dijo sonriendo el recién llegado.

-Claro.

Sergio se puso a ello. Dídac estuvo hablando unos minutos con cada uno de ellos. Cuando acabó, se acercó a saludar a Javier y a Carmen.

-A lo mejor en unos días tengo algo para vosotros. – les dijo en tono serio.

-Esperamos con ansia tus noticias. – le dijo Carmen.

-Cuando he llegado he oído algo de que os ibais a poner a tocar. – Dídac se había girado hacia los músicos – ¿Me dejáis que me una?

-Claro. – exclamó Sergio en tono alegre.

Parlamentaron los dos unos segundos. Dídac asintió con la cabeza.

-Empieza tú – le indicó a Sergio.

-Me gustaría que me siguierais. Todos. – Sergio les fue señalando con el arco.

Sergio miró también a Yura y Jun. Los dos cogieron sus violines y se dispusieron a seguir a su amigo.

-Hagamos una improvisación. A ver donde nos lleva.

Y Sergio empezó a tocar.

.

.

Jun fue el primero en seguirlo. Yura no tardó. Dídac se unió a ellos. Aquello empezó a sonar verdaderamente bien. Era una canción festiva, alegre. Poco a poco el resto de chicos se fueron uniendo. Igor, que tenía la mano y el brazo brazo escayolados empezó a seguir el ritmo golpeando con su mano buena, primero, y luego con la escayola, la silla que tenía al lado, como si fuera un cajón. Caro cogió su violín. Y Emilio su chelo. Poti y Junio lo mismo. Y sin ser nada preparado y mucho menos ensayado, la sala se convirtió enseguida en un sitio alegre. Carmen empezó a seguir el ritmo con sus palmas. Los directivos del hospital la imitaron.

Jorge miraba la escena emocionado. Alan le miró. Jorge asintió. Sin que nadie se diera cuenta, Jorge salió de la sala y fue hacia los ascensores. Mientras lo esperaba, miró hacia la sala. Desde allí se oía el sonido de la música. Algunos pacientes que paseaban por los pasillos, se quedaban mirando. Unos, seguían el ritmo con los pies. Otros, se unieron a los espectadores de dentro y empezaron a dar palmas.

-¿Cuándo se ha ido Nuño? – preguntó Jorge a Alan.

-En cuanto Sergio ha cogido el violín. Se ha cruzado con Dídac, pero ni se ha parado a saludarlo. Me da la impresión de que ni lo ha visto. No se ha despedido ni de Javier.

Jorge suspiró resignado. Sus planes para Sergio se habían ido al traste. No creía que Nuño volviera a estar dispuesto a salir y tocar con Sergio en la calle. Ni en la calle ni en ningún sitio. Y empezaba a dudar de que ni siquiera le recibiera en la Residencia.

-Hola cariño.

-Otra noche de amor perdida. No viniste.

Jorge se sonrió.

-Pero estaba contigo en espíritu.

-Una mierda. Estabas con ese jodido actor rubio de los cojones. Los de pelo castaño, no nos mira nadie, joder.

-Yo te miro.

-Pero te follas ese actor rubio teñido.

-Pero sabes que te quiero. ¿Me has llamado solo para hablar conmigo?

-No.

-Vaya. Intuyo que me vas a contar cosas desagradables.

-No es culpa mía. Es por la gente de la que te rodeas. Lo mejorcito de cada casa. Y Carmen me quería convencer de que me metiera en un quirófano y saliera con todo el cuerpo escayolado durante meses. No paráis de meteros en follones.

-Tienes dos ayudantes. Así que a lo mejor, por partes, te puedes ir arreglando poco a poco. No me gusta verte sufrir, Aitor. Te quiero demasiado.

-Ya veremos. – Aitor no podía negarle casi nada a Jorge. Y el tono en el que le había dicho que lo quería … – Álvaro.

Jorge se puso tenso.

-No le pasa nada, tranquilo. Dos polis le siguen a distancia. Se los ha puesto Carmen. Pero han intentado hackearle sus redes sociales. Ha sido un intento serio. Varios intentos, para ser exactos. Y de distintos tipos.

-¿Sabes quien?

-Sí. Pero se le van a quitar las ganas de meterse con tu amigo. Le he destrozado todos sus dispositivos. Le he hackeado a él.

-Me interesa saber quién es.

-De la empresa de Arnáiz.

-Mira que bien. ¿Se le puede detener?

-Si quieres, sí. Le he pillado todo su disco duro. Hay para empapelarlo para muchos años.

-¿Sin peligro para ti?

-Tranquilo. Tenía trampas. Una casi me pilla, pero no ha sido el caso.

-Que prefieres ¿Policía o mis amigos?

Aitor se lo pensó.

-Repartamos. Éste a la policía. Se lo dices a Carmen. Cuando hayas hablado con ella, me mandas un mensaje y le mando a su buzón anónimo las pruebas y lo que había en el disco. No les costará probar gran parte de ello.

-Y en ese reparto ¿Qué les toca a “mis amigos”?

-Willy. Y su representante. Van a ir a por Rodrigo Encinar y por Gonzalo Semtí. Dentro de un par de días.

-Mándame la dirección. ¿Cuantos matones llevan?

-Los dos que fueron a por Álvaro. Les soltaron el otro día. Necesitan pasta. Pero no te fíes. Creo que llevarán más. Tienen miedo desde que tu “amigo” les hizo una visita al salir de la cárcel.

-Me ocupo.

-No me gusta que te metas en esos … líos.

-Llega un momento en que no puedo dejarlo pasar, cariño. Esos tipos quieren verme muerto, a parte de sus negocios con esos pobres desgraciados.

-He conseguido la lista. Tienen pillados a más de cuarenta actores. Muchos, después de dar un pelotazo, no han vuelto a trabajar. De que eso ocurriera, también se encargaron ellos. Son unos cabrones.

-Mándame la lista.

-¿Qué vas a hacer?

-Esa parte la va a hacer la policía. Hay que desarticular también a la agencia que proporciona esos encuentros.

-Te acabo de mandar la dirección. En un rato, te mando la lista.

-Gracias amor.

-No me gusta que te pongas en peligro.

-Si me cuidas, voy tranquilo.

-Eso siempre.

-Te quiero Aitor.

-Un beso en los morros, escritor.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 115.

Capítulo 115.-

.

No había discutido con Sergio Romeva pero casi. Jorge había acabado cediendo y aceptando acercarse a la editorial Campero para hablar del tema de su viaje promocional a París, Edimburgo y Londres. El tema principal, a parte de hacer la presentación en esas ciudades de “La Casa Monforte”, era la gran campaña publicitaria que estaba preparando Movistar en París sobre la primera serie que se iba a hacer de las novelas de Jorge Rios. “Tirso” se iba a convertir en una serie importante en el catálogo de Movistar. Ya había llegado a un acuerdo con Netflix para que unos meses después de su estreno en la plataforma española, se viera en todo el mundo. Tenían mucha confianza en que iba a funcionar bien.

Jorge quería desligarse completamente de esos problemas, sobre todo después de la encerrona que le preparó su editora en “El Cortejo”. Una vez asumido que Sergio Romeva y Óliver Sanquirián se ocupaban de todo lo que hacía referencia a la defensa de sus derechos y lo que atañía a sus relaciones con la editorial que le publicaba, quería centrarse en otros temas que le parecían más importantes: Los “chicos de Jorge”, por ejemplo; o empezar a desenredar la madeja de todo ese caso que les rodeaba; sin olvidarse de poner coto a esos intentos de atentar contra Carmelo y contra él buscando a los culpables y a los instigadores. Y sobre todo, quería dejar claro a la Editorial Campero que sus tejemanejes hasta ese momento se habían acabado.

Cada vez estaba más convencido de que sus escoltas habían evitado algunos intentos más de atentar contra ellos de los que él era consciente. De algunos había sido testigo directo aunque no lo habían comentado. Lo tuvo claro el día en que se encontró con Adela, la mujer de Mendés y Claudia, la del programador José Ignacio Represa, en aquel concierto que Dídac organizó delante del Teatro Real. Sergio y él, con otros amigos músicos víctimas de Mendés, fueron los protagonistas. Al final, cuando todos se juntaron para cambiar impresiones, observó los movimientos que hizo la policía en los alrededores. Nacho, el de Roger, también estaba pendiente y marcó a uno de los agresores. Nacho no se hubiera implicado si él no hubiera sido el objetivo. Quizás las palabras que tuvo con Mendés durante el concierto fuera el desencadenante. O hubiera sucedido de todas formas.

Esa reunión, definitivamente, no le apetecía. Pero iban a ir los representantes de Movistar. Y sería un feo que tanto él como Carmelo no acudieran. Esa fue la única razón por lo que tras un largo cambio de impresiones con Sergio Romeva, había aceptado ir.

-¿Por qué no te apetece?

Carmelo lo miraba preocupado mientras tomaban un café en la cocina.

-No quiero verle la jeta a esa Esther.

-Yo pensaba que era Elías el que te preocupaba.

-Ese también – aunque a Carmelo el tono en que Jorge lo dijo le resultó … distinto a otras veces a las que habían hablado de él.

-Me parece que hay algo que se te ha olvidado contarme.

Jorge le contó su entrevista con Esther en “El Cortejo”. Aunque obvió el tema del tal Elías.

-Fue a buscarme.

-Si llevabas días sin ir allí a escribir. Semanas incluso.

-Alguien le avisaría.

-¿De verdad te han ofrecido alguna vez cuatro millones de adelanto? Es mucho dinero.

-No. Me ofrecieron varias veces un contrato por cuatro novelas o cinco, vaya. Con adelantos de cien mil euros por cada una. La última vez que me lo ofrecieron creo que aumentaron a trescientos mil. Pero pagaderos al publicar la novela anterior. No todo a la vez. Y eso fue antes de morir Nando.

-Ya eras un súper ventas.

-Sí.

-Nunca firmaste nada.

-No. Y para mi sorpresa, en la última propuesta, Nando no insistió demasiado. De hecho, no insistió en absoluto.

-¿Estaría ya enfermo?

Jorge casi se echa a reír. Pudo contenerse a tiempo.

-A mí al menos no me lo dijo.

Cada vez le era más difícil ceñirse a la versión oficial de los asuntos del pasado que le atañían. Aunque cualquier otra versión solo estaba en su mente, en su imaginación. Y dado el éxito que había tenido con otras intuiciones o percepciones, sobre todo con mucha de la gente que le había rodeado esos años, no era algo que pudiera asegurar que fuera una verdad comprobable, aunque en su cabeza iba ganando terreno a marchas forzadas.

-O sea que esa Esther es otra de las personas que … no nos quiere bien.

-Ve peligrar su estatus. No creo que sea otra cosa. Cree que … eres una mala influencia sobre mí.

-¿Porque te dejo pensar?

Jorge sonrió.

-Más bien porque me llevas por el camino del mal. Y ahora, Sergio Romeva y Óliver me van a arruinar con sus minutas.

-Si supieran lo que te cobra Sergio … – Carmelo no pudo evitar soltar una carcajada que Jorge acompañó poniendo un gesto de socarronería suprema.

-Pero eso es secreto. Que no se te escape.

-Tampoco … siempre he comentado que Sergio … cualquier otro representante me cobraría mucho más que él. En su agencia posiblemente seamos casos únicos.

-En su agencia y en el resto.

-¿Pero estáis así todavía? ¿Qué os pasa últimamente? Tenemos que entrar a buscaros todos los días.

Flor los miraba como si fuera su institutriz y ellos unos niños rebeldes que intentan hacer novillos a cada momento.

-¿Y si finjo ponerme enfermo? – insinuó Jorge.

Flor lo miró con gesto hosco.

-Me acaba de llamar Sergio Romeva – Flor amenazaba a Jorge con el dedo.

-¿Pero en qué equipo juegas? Creía que en el nuestro. ¿Y te llama hasta nuestro representante?

-Juego en el vuestro, eso no lo dudéis. Por eso, ya es hora de que os pongáis en marcha. ¡¡Vamos!!

Al decir eso, miró fijamente a Carmelo que aunque a regañadientes, se puso en marcha.

-Como se nota a quién de los dos tienes cogida la medida.

-Son ya unos años – se explicó Flor sonriendo.

-No puedo negarla nada – se justificó Carmelo.

-Resignación cristiana – Jorge miró al cielo.

-Jorge dramático 1 – resto del mundo 0.

-Lo que hay que aguantar – Jorge se levantó sonriendo y fue a coger su chaqueta. – Ni dios todo poderoso y todos los dioses del Olimpo pueden contra mis amigos. Espero que con mis enemigos tengan más suerte.

-¿Le has entendido? – Carmelo miraba a Flor con gesto socarrón.

-No. Seguro que ha dicho algo muy sesudo.

-Y dramático.

Flor y Carmelo se echaron a reír a la vez que Jorge salía de casa con gesto de fingida ofensa. Aunque él, de haber hablado, hubiera citado la resignación cristiana de nuevo. Y a lo mejor, habría vuelto a mencionar a los Dioses del Olimpo.

.

La reunión fue un poco tensa desde el principio. Elías García se sentó al lado de Esther, la editora de Jorge. Éste no disimuló desde el principio que la presencia de ese hombre no le gustaba. Era lo que se esperaba de él, por sus encuentros anteriores. Esther estaba claro que quería marcar territorio. Su intento de encerrona a Jorge en “El Cortejo” no le había salido como esperaba. Creía que empleando un tono duro con el escritor, y luego ofreciendo un contrato suculento y desde su punto de vista, irrechazable, éste se plegaría a escucharla y hacerla caso. Y por supuesto, apartándolo de sus nuevas influencias.

En esa reunión iba a tener no solo que aguantar la presencia de Carmelo, sino la de Sergio Romeva y dos miembros del equipo que llevaban el día a día de los asuntos de Jorge y Carmelo, además de la de Óliver Sanquirián. Los últimos días se habían intensificado las peticiones de información sobre el estado de cuentas de la ventas de Jorge y el pago de sus derechos de autor. Y la editorial no parecía estar por la labor de poner eso en claro. Tampoco el asunto de los cobros de las colaboraciones de Jorge con “El País” y algunas conferencias que habían comprobado que los organizadores pagaron un caché a la editorial. Extrapolando esos datos a todas las que había hecho, y eso que Jorge no tenía apuntadas todas, era una cantidad importante de dinero. Así como lo de “El País”. Por otra parte, en las negociaciones de nuevas ediciones de sus novelas, la editorial había intentado bajarle las comisiones a Jorge. Parecía que para ellos era importante compensar esos ingresos que ahora no tenían.

-Piensa una cosa Esther. Vuestros gastos también han bajado. Ya no os tenéis que ocupar de la agenda de Jorge. Ni os tenéis que preocupar de acompañarlo. Eso eran unos gastos enormes según nos habéis indicado en alguna de vuestras comunicaciones. Solo debéis de comprobar que las librerías tienen ejemplares de sus novelas. Pero eso se supone que va en vuestro interés. ¿Queréis pagar menos a Jorge? Sin problema. No hay más reimpresiones. No hay más ediciones. Y las futuras novelas, hay muchas editoriales esperando a publicarlas.

-Las ventas de “Tirso” con el anuncio oficial de la serie se pueden multiplicar por tres. – apuntó Óliver.

-Ediciones especiales con fotos de la serie. – propuso uno de los representantes de Movistar.

-Y otras ediciones que estamos pensando con ilustraciones y con fotos de algunos lectores entregados que se acercan a Jorge y se sacan fotos con él y le cuentan sus historias. – Acabó diciendo Sergio.

-Y os lo daremos mascadito. Solo lo tenéis que maquetar. Para que no tengáis gastos extra.

Al final Elías empezó a explicar los planes para el viaje. Sería tres días en París, con el acto central de la firma y presentación de la serie “Tirso”. La organización de ese acto central se iba a encargar Movistar directamente. Sus representantes pasaron a explicar los planes. Ellos querían que el director de la editorial asistiera a la firma, pero ni Narcís Terragó ni Esther parecían querer asistir.

-Irá Elías en nuestra representación. – dijo en tono firme la editora.

-No. – respondió Jorge en tono rotundo.

-Eso no es de tu incumbencia. – Esther no ocultó el odio que empezaba a amasar en contra del escritor.

-No va a ir con nosotros en ese viaje. – Jorge volvió a ser rotundo.

-Te vas a arrepentir, Jorge. Eres un mierda que no tiene ni puta idea de nada. Te han sacado las castañas del fuego hasta ahora. No vales ni para atarte los cordones de tus zapatos solo. Me voy a reír cuando te caigas con todo el equipo. Y yo voy a colaborar en ello. Te lo juro. Cuando acabe contigo no vas a tener dónde caerte muerto.

-Por eso uso zapatos sin cordones, Elías. – le contestó en tono reposado, lo cual provocó en éste un ataque de ira, tirando una pila de libros que había en una mesa auxiliar y el servicio de café que estaba en otra mesa. Esther se puso colorada. Era un ridículo espantoso, además delante de los miembros de la agencia de representantes de Carmelo y de los directivos de Movistar+.

-Perdonen ustedes. Están siendo unos días un poco difíciles en la editorial.

Esther ya no sabía que cara poner. Cada encuentro con Jorge acababa en desastre. Y cada vez era más consciente de que el estatus que tenían con él era irrecuperable. Aunque se negaba a asumirlo.

A la editora eso sí, se le escapó una mirada de odio hacia el escritor. Fue solo un segundo, pero Tanto Carmelo como Óliver lo captaron. Jorge no se enteró porque estaba escuchando a los representantes de Movistar+. Estaban dejándole claro que la serie sobre “Tirso” querían que fuera la primera. Pero que estaban interesados en llevar a la pequeña pantalla toda su obra. Una novela detrás de otra. Jorge les estaba comentando la idea que tenía él de cómo debían llevarse a la pantalla. Y les dejó sorprendidos cuando para varias de ellas, tenía hasta elegido el reparto.

Después de la reunión, Jorge se iba a una firma de libros que tenía en una librería pequeña de unos amigos, la “Aladino”. Aprovecharía para preparar con ellos la performance que iban a ejecutar con Mendés. Y Carmelo se iba a grabar una escena de la película que estaba rodando. Era algo que no estaba previsto en un inicio y de lo que le avisaron la noche anterior. Su plan de rodaje no se reanudaba hasta el lunes siguiente. Pero Biel Casal, con el que debía hacer la escena, debía partir a otro rodaje en Argentina esa misma noche. Al final su viaje no se había retrasado ni anulado, como se rumoreaba, sino que al revés, se había adelantado.

-Martín tenía razón el otro día cuando decía que lo de esta película era un sin sentido. – le comentó a Jorge. – Hoy esto, que no valdrá para nada. Ninguno sabemos ya de que va la historia.

-Si te dejas llevar, corres el riesgo de que luego tu interpretación sea un desastre – le avisó Jorge. – Intenta que te den el guion completo de nuevo. No esas separatas parciales.

-Ni me apetece leerlo.

-De eso ya me encargo yo, no te preocupes – propuso Jorge. – Dile a Sergio que se encargue de pedirlo. ¿Y qué va a pasar con lo que le quedaba de grabar a Martín?

-Pero si en realidad estaba repitiendo escenas. No creo que a estas alturas le sustituyan. Si además no tienen dinero.

-El otro día oí un rumor cuando invitamos a los de Pasapalabra. Se me olvidó comentarte. Paco Remedios estaba negociando comprar la película.

Carmelo resopló.

-¿A quién se lo oíste?

-Por la pinta era el representante o algo parecido de uno de los que fue ese día al concurso. No me sonaba de nada.

-Sería el colmo. No sé si postularme para comprarla…

-Yo no lo haría. Guarda tus energías para “Tirso”. Es un rodaje complicado y tu primera aventura como productor. Has buscado a los mejores actores. Eso es un dinero. Y al mejor director. Eso es más dinero. Y vestuario, y producción … efectos especiales … no va a ser una serie barata.

-Y tengo que pagarte a ti.

Jorge se echó a reír.

-Y yo soy la partida más cara de todas – siguió bromeando. – No puedo vender ahora por dos perras gordas si me he negado a ello durante años.

-Pero parte te puedo pagar en carne – dijo Carmelo en tono sugerente al oído del escritor. – Y siempre puedes ser productor de la serie.

-Porque estamos aquí en medio. Y porque Esther nos mira con ese gesto adusto y de odio supino y eso me enfría la libido. Si no, te empezaba a decir guarradas al oído… y me cobraba ahora mismo el primer recibo.

-Que cabrón eres. A mi es al revés. Esta situación me pone. Me alegra que te hayas dado cuenta de la cara con la que te mira esa.

-El vídeo que me enseñó Roger de la reunión en la discoteca, me dejó claro que no era de fiar. No sé hasta que punto no lo es. Ya iremos viendo. Puede que juegue a varias bandas y tenga que nadar y guardar la ropa. Si está donde está, es que sabe fajarse bien en la lucha en el barro del día a día.

-Va a perder mucho dinero al no llevar tu agenda y hacer chanchullos con tus charlas. Eso es algo que les quedaba a ellos limpio. Ella pensaba que solo iba a perder lo que hicieras en la librería de tu amiga Esme. Y en esas librería pequeñas como la de hoy, que te acercas a firmar a esos cuatro clientes fijos con los que quedan. Y estoy seguro de que hay más cosas que se han aprovechado de ejercer también como tus agentes. Deberías revisar todos los contratos con editoriales extranjeras.

-Óliver se está ocupando ya de ello.

-Lo único bueno que tiene esa Esme, es que por las charlas esas, los únicos que ganan son los lectores y tus fieles seguidores.

-Mira que te cae mal Esme. Cada vez que dices su nombre te sale un tono… – Jorge intentaba provocarlo. Nunca había querido confesar las razones.

-No es el momento – dijo en voz baja. – Me tengo que ir. Sergio ya me está haciendo gestos. ¿Qué vas a hacer al final?

-Antes he mandado mensajes a Saúl y a Carletto. Están liados esta tarde. Helena y Pol, se les ha puesto malito uno de los niños. Así que he quedado con Álvaro después de ese rato de firma de libros. Creo que me ha citado cerca de su casa. La vieja que es la nueva. A lo mejor hasta me la enseña.

-A ver que te cuenta.

-Espero que al menos lo que le contó a Javier. Venga, despídete. Ya que Esther piensa que tienes la culpa de mi nueva forma de comportarme, haz de incitador. Me voy contigo.

-Señores, nos vamos. Tenemos unos compromisos – dijo en voz alta a la vez que se ponía de pie y empezaba a estrechar las manos de los asistentes.

.

Jorge se sorprendió de que Álvaro le invitara a su casa. La antigua. La que al parecer le avergonzaba y que cambió por la que ahora le ahogaba la vida. Le había enviado un mensaje para cambiar el lugar.

Jorge al bajarse del coche, miró los portales.

-Es esa – le dijo Alan, su jefe de escoltas ese día. Flor se había ido con Carmelo.

-Pues no está tan mal. Al revés, me parece un buen barrio.

-Tiene encanto, al menos a mí me lo parece. Hemos investigado y además es suya. Y pagada. Han estado viviendo unos amigos de Toledo que estaban estudiando hasta hace un par de meses. Es un vecindario tranquilo y que además le tiene aprecio. Se han pasado antes un par de compañeros para echar un vistazo. Han preguntado. Todos le aprecian.

-Será pequeña la casa.

-Son cien metros. No la llamaría pequeña.

-Pues no lo entiendo. Para un chico joven sin familia es una casa potente. Y está en una zona cómoda y agradable. No entiendo por qué tuvo que meterse en esos … líos.

-Jorge, parece mentira que lleves toda la vida casi relacionándote con los egos del arte. Los músicos, los cineastas, los actores … aparentar es parte del éxito. Eso lo enseñan en algunas academias de arte dramático. Si vieras algunos de los amigos de Carmelo … esos que tú no quieres ni ver … menudas divas.

-Por eso no quiero ni verlos. Él … es su mundo, no le queda más remedio. A mí dame la gente guay, que le gusta lo que hace y no se da aires. Las divas, que las aguante el sereno. Y esas academias de las que hablas, son las que van buscando el éxito por el éxito. Y les da igual un reality que un dramón vendido en Sálvame.

-Como la mayor parte de la gente cuando se mete a artista. Ahora al menos. Si les escuchas … muchos, hasta los que van a esos concursos como “La Voz” dicen cuando les preguntan: Famoso, quiero ser famoso.

-Vamos anda. Hasta el arte está perdiendo su esencia.

-Eso ha sonado a viejuno. Y no me vengas con tonterías que no eres tan viejo. Y menos de espíritu.

-Pues hay días que no te creas, me siento como un anciano. – dijo sonriendo y guiñando un ojo.

-Anda, que no harías felices a unos cuantos si pusieras tus ojos libidinosos sobre ellos.

-Eso me lo vas a tener que explicar con detalle … – Jorge lo miraba con gesto libidinoso.

-Ya han subido Merche y Fonso a echar un vistazo. – explicó Alan sonriendo y cambiando de tema.

Jorge también se sonrió y aceptó el giro en la conversación propuesto por el policía. Su compañera Naira abrió la puerta del portal y entró la primera. Alan y Jorge entraron a la vez. Cogieron el ascensor para subir al piso de Álvaro. Merche avisó de que estaba todo controlado. Al llegar a la planta, Álvaro le estaba esperando en la puerta. Le extrañó el vestuario. Calcetines de deporte, una camiseta larga de tirantes y se imaginaba que llevaría calzoncillos debajo de la camiseta.

-Si me recibes así, me haces sentir en casa.

-Es tu casa a partir de ahora. Me pasé medio confinamiento en la vuestra. Y no haces más que echarme una mano. No te he correspondido como te mereces. No te había invitado nunca a mi otra casa en estos años. Debo corregirme.

Jorge lo abrazó y lo besó en las mejillas. Le agarró la cara con las manos y se lo quedó mirando a los ojos.

-Sabes que te quiero. Te queremos. Y actuamos en consecuencia. Y tampoco tenemos tanto mérito. Lo único que hemos hecho es acompañarte.

-Y pagar mi deuda.

-Una parte. La otra no nos has dejado. Pero ese dinero, no nos lo hemos quitado de comer. Gracias a Dios nos ganamos bien la vida hasta ahora. Y sabes que además, ese mérito lo tienes que repartir entre doce amigos. No hemos sido solo nosotros.

-Vosotros tuvisteis la iniciativa. Si no os lanzáis, ahora estaría igual. Ya verás ahora que Carmelo se mete a productor. A lo mejor tiene que pedir un crédito – bromeó Álvaro.

-Na. Ya le he puesto restricciones en el gasto. He rebajado a la mitad el número de calzoncillos que se compra. Eso es un buen ahorro.

Álvaro se rió con ganas.

-¿Te apetece algo? He estado preparando un pastel de pescado y unas tostas. Y tengo cerveza o limonada. Y luego si te apetece comer conmigo en casa, tengo un solomillo para hacer en la plancha y unas verduras.

-Vale. Yo venía con intención de invitarte a comer en algún sitio después que me enseñaras la casa. Pero este plan me parece estupendo.

-No me apetece dejarme ver mucho.

-Enséñame la casa anda.

-Te advierto que no está a mi gusto. Tengo que traer algo de lo del otro piso. A lo mejor podías dejarme un hueco en tu almacén. Para guardar lo que no consiga vender de la otra casa.

-Claro. Lo que quieras. Hay bastante sitio. Luego te mando la dirección y te doy una copia de la llave. Si necesitas ayuda, nos dices. Pero esta casa está muy bien. Y los muebles. Me gustan.

-¿Te gusta?

-Pues sí. Y parece muy cómoda. Tienes una cocina hermosa …

-Ahí cambiaré los electrodomésticos por los de la otra casa. Tengo que tomar medidas. A lo mejor tengo que hacer una pequeña reforma para adaptarlo.

-Te ayudo si quieres.

-Na, hoy no. Otro día quedamos y lo hacemos. Hoy me apetece estar de tranqui contigo. Y contarte algunas cosas que me corroen.

Jorge estuvo tentado de abrazar de nuevo a Álvaro. Pero tuvo la impresión que en ese momento, no sería bienvenido. O que iba a cortar la idea que se había hecho Álvaro de la reunión.

-¿Éste es tu dormitorio? – dijo asomándose a una habitación que era evidente que la había utilizado esa noche.

-Que vergüenza. No la mires, que no la he recogido.

-Que bobo. Es bueno no hacer la cama por la mañana. Así se orean las sábanas o el edredón. Me lo has visto hacer en casa. Y mira que no has entrado incluso a despertarme alguna vez y estaba todo por medio.

-En realidad es la habitación de invitados. La otra tiene la cama rota. Tengo que cambiarla por la de mi otra casa. Mis amigos no me avisaron. ¡Bah! Tampoco me avisaron de que se había estropeado la lavadora y el horno. Y eso que no debían de hacer mucho uso de él.

Jorge puso cara de no entender. No quería que Álvaro supiera que sus escoltas habían preguntado por el vecindario por él y sus amigos.

-Han vivido aquí unos amigos de Toledo.

-Que guay ¿No?

-Bueno, no han pagado nada. Y ni siquiera han cambiado las cosas que han roto.

-¿Se lo has dicho?

-¿Para qué? Encima se pondrán chulitos. O me dirán que bien me puedo hacer cargo de eso.

-¿Chulitos?

-Es culpa mía. Se me ha ido la boca diciendo que nadaba en la abundancia. Y como tenía pasta …

supuestamente …

Álvaro hizo un gesto de resignación con la cabeza.

-Pues todo a las espaldas del amigo pudiente y famoso. – acabó la frase en tono compungido.

-Al menos te habrán invitado a algo de vez en cuando. – sugirió Jorge.

-Les he llamado varias veces para salir juntos y siempre me han dicho que no podían. Salvo una vez, que aprovecharon para pedir que les cambiara la tele. Habían visto una de cinco mil euros, lo último de lo último.

-Creo que no se la has comprado. La tele que he visto antes no es de las últimas.

-No. Les dije que si querían cambiar la tele que la pagaran ellos. Encima que no pagaban alquiler. Ni la comunidad de vecinos.

-El salón no está mal.

-Los sofás están destrozados. Y parece que se les ha caído un guisado o algo con mucha grasa y ni lo limpiaron. Dieron la vuelta a los cojines.

-¿De qué los conocías?

-De Toledo. Eran amigos del barrio. De toda la vida. Eso es lo que me pudre.

-¿Y no te pidieron que les sacaras de fiesta con tus amigos famosos? Eso suele ser un clásico.

-Y lo hice al principio. Pero todo era para conocer a famosos y para que les pagara yo las copas. Al cuarto día les dije: vamos a hacer bote. Y se enfadaron. Puede que no supiera hacerlo, o proponerlo. Es que me sentía incómodo. Pero por eso no me gusta que me paguéis las cosas. No quiero para los demás lo que no quiero para mí.

-Pero es distinto. Siempre nos has invitado. Otras veces yo a ti. O Carmelo. Es lo que hacen los amigos.

Álvaro se sentó en el salón. Jorge lo hizo a su lado. Le dio la sensación de que estaba triste.

-No sé estar con los amigos. Me he equivocado en todo.

Jorge se recostó en el sofá. Aunque quería decirle algo para contradecir su afirmación, no se le ocurría la forma de hacerlo. Al final optó por esperar a que siguiera hablando.

-Me di cuenta el otro día, en el hall de la Unidad de Investigación. La mirada de asco que me lanzó Willy. Me dio hasta miedo. El comisario ese me dijo si quería que me acompañara alguien. Pero no. Me merezco lo que me pase por bobo. No tengo el nivel para llevar escolta.

-¿Yo sí tengo ese nivel?

-Tú eres una súper estrella de la literatura.

-Pero no la llevo por eso. La llevo por ser un bobo que se ha dejado manipular durante años. Por ser ciego y sordo y que haya alguien que tenga miedo de que no haya sido tan ciego o tan sordo.

-Yo tengo amigos que me mandan a matones para que me rajen la cara para impedirme trabajar.

-Y que vuelvas al negocio de las citas de acompañante o para que te acuestes a quien pague lo que pidan.

-¿Es tan evidente?

Jorge le intentó convencer durante más de una hora, de que no era una cuestión de ser evidente.

-Era su plan desde el principio. ¿Es eso lo que me quieres decir? – Álvaro estaba compungido. Le dolía escuchar las verdades aunque fueran dichas con mucha delicadeza y dulzura.

-No eras el único – le contestó Jorge. – Todo esto lo descubrió Javier por la declaración de Rodrigo Encinar.

-Ya. Y Gonzalo Semtí. No le conoces. También ha ido a hablar con la policía. Me llamó y lo convencí. Aunque Willy y su representante piensan que he sido yo el que les ha contado a la policía.

-¿Lo has hecho?

Álvaro se sonrió.

-Claro. Pero después. El Javier ese me aguantó más de dos horas medio lloriqueando. Menuda paciencia tuvo conmigo.

En esa entrevista en el bar “La Esquina”, Javier no había querido contarle a Álvaro todos los detalles. Lo dejó al criterio de Jorge. Ahora, éste le fue contando de otros actores quizás menos conocidos y que no eran de su círculo que cayeron también en sus redes. Y no tenían cerrado ese capítulo. Se hablaba de otros dos actores con cierta repercusión mediática. Pero hasta el momento, no habían descubierto sus identidades. O si era un bulo.

-Sigue la misma estrategia con todos. Está pensada y es a largo plazo. En cuanto hay una serie nueva o una película en la que despuntan nuevos talentos se acerca a ellos. Se hace su amigo. Les saca por ahí, les presenta a gente a la que luego no vuelven a ver, claro, porque Willy no tiene tantas relaciones cercanas. Yo lo conozco y si me encontraba por ahí, le saludaba. Pero no lo invitaba a mis reuniones en casa en el confinamiento. Y él me presentaba a sus acompañantes, ante los que fingía ser cercano a mí. Acompañantes que no recuerdo y con los que posiblemente me he cruzado en algún acto y ni he reconocido. Lo mismo les pasa a los demás.

-Esos acompañantes dirán que eres un chulo que no les saludas.

-O el mismo Willy cuando le comenten.

-Joder, y a mí me invitaste hasta a quedarme en tu casa en el confinamiento.

-Y no te quedaste todo el tiempo porque no quisiste.

-Era un abuso por mi parte.

Jorge le dio un golpe en el brazo. Intuía que se iba de casa para atender a sus citas. Tanto Carmelo como él pensaban que estaba en eso antes de la pandemia. No dijo nada al respecto. Álvaro se echó a reír.

Al final, Jorge decidió explicarle con detalle cual era la forma que tenían de actuar en esa trama. Le fue contando como primero se hacía colega de ellos. Luego le iba metiendo en su grupo de amigos, con los que quedaba con otros actores menos allegados pero muy conocidos. Les invitaba a todo. Le enseñaba las fiestas más guays … luego de repente les hacía pagar.

Álvaro se había quedado callado y con la mirada perdida. Estaba repasando su vida e identificando cada fase que desgranaba Jorge del plan de ese Willy.

-Llegaba el momento de una conversación muy seria. En esa charla, les plantea que si quieren triunfar deben poner un poco de su parte. Arriesgar. Deben dar el pego de estrellas. Buena casa, ropa cara, de diseño. De marca. “Yo te acompaño y te indico lo que debes comprar”. “Te van a hacer precio especial por venir conmigo”. Ir a los mejores sitios a comer, “Conozco al jefe de sala”. dejarse ver en las fiestas más importantes, aunque deban pagar para ir. “Es una inversión”. Y él cobraba a parte comisión por todo esto. Luego las tiendas, los restaurantes, le pagaban por ello.

-Los pobres bobos nos lo creemos.

-Porque os recuerda además a todo lo que os ha invitado. Todos los amigos a los que os ha presentado. Amigos que ya no se acuerdan de vosotros. Directores de casting que no os prestaron la más mínima atención. A algunos les hace cambiar de representante para poner a otro más … propicio.

-A ser posible el que tiene el mismo, Goyo Badía. – dijo Álvaro.

-Su socio en el negocio.

-Eso también lo intentó conmigo. Pero ahí no entré al trapo. Total, mira, ahora me ha dicho mi representante que es mejor que me busque otro. Me echa. ¿Tú te crees?

Esa confesión le pilló a Jorge desprevenido. No se lo esperaba. Se quedó pensativo unos segundos.

-No le habrá gustado tus movimientos. Tu agencia no es de la cuerda de ellos.

-¿Y dónde voy? Se ha corrido la voz. Nadie me va a querer. Eso me ha dicho ella, al menos.

Jorge le dio un beso.

-Voy a hacer una llamada a la cocina. Ahora vuelvo.

Álvaro se recostó en el sofá. Parecía a punto de romperse. Jorge le miraba mientras hablaba por teléfono. Sus peores presagios se iban haciendo realidad. Estuvo casi un cuarto de hora hablando. Cuando colgó se quedó mirando a Álvaro. Iban a tener que apoyarle todos mucho. Se estaba derrumbando.

-Ya está arreglado – dijo volviendo al salón y sentándose al lado de Álvaro. – Ya tienes nuevo representante, si aceptas claro.

Álvaro se incorporó. Tenía los ojos hinchados. Mientras Jorge había estado hablando, él había aprovechado su soledad momentánea para echarse a llorar.

-Debo ser sincero con él o ella. Y contigo. No … quiero que …

Jorge se lo quedó mirando expectante.

-A parte de trabajar como acompañante … también me he prostituido. Me … he acostado con algunos. Por dinero. Mi agente se ha enterado y por eso me ha echado. No … yo le he dicho que no … iba a volver a pasar. Que eso era una etapa de mi vida … que tengo trabajo en Tirso … y … me ha dicho que ni Carmelo del Rio iba a mantener su oferta para ese papel en la serie cuando se enterara de … ni tú me ibas a seguir apoyando. Que mancho vuestra imagen pública. Me ha contado que en solo dos días, le ha llegado la noticia por varios sitios. Que se va corriendo la voz. Los amigos de Willy van haciendo su venganza.

Jorge le acarició la cara con dulzura.

-Tu antigua representante se equivoca. Tanto Carmelo como yo vamos a seguir a tu lado. Siempre. Y la mayor parte de tus amigos de verdad. Esta es una oportunidad para que veas quien lo es, y quién te quería por el interés o la fama o los millones de seguidores de tus redes.

-Mariola me llama todos los días. Luego voy a quedar con ella. Vamos a ir de compras.

-¿Ves? Y Ester estará a tu lado. Y Miguel, Biel, Arón partiría piernas por defenderte, de hecho lo hizo el otro día.

-Jo, ya me he enterado. Fui corriendo a acompañarle a urgencias.

-No quiero ni pensar por lo que has pasado acostándote con esos hombres. – le susurró Jorge sin dejar de acariciar su rostro.

-Si al menos hubiera sido contigo …

Se echó a llorar. Jorge lo atrajo a su hombro y le dejó ahí, llorando. De vez en cuando le daba un beso. No dejaba de acariciar su cabeza.

-¿Qué voy a hacer? – dijo entre sollozos.

-Levantar la cabeza. Y tirar hacia delante. Te han puesto en una situación límite y … has hecho lo que has podido. No valoraste bien tus opciones por la vergüenza o porque estabas sobrepasado. Pero ya has recuperado el control. Ya sabes quienes son tus amigos de verdad y te apoyas en ellos y ellos te apoyan a ti. Eso es lo que debes decir aunque yo tampoco daría muchas explicaciones. Pero todo en esa línea. Luego lo repasamos para que lo tengas interiorizado.

-Me gustaría hacer el amor contigo.

Álvaro levantó la cabeza y miró con sus ojos todavía acuosos a Jorge.

-Quiero probar de verdad como se ama a un hombre al que quiero.

Jorge sonrió. Le besó en los labios. Se lo quedó mirando.

-Y a mí … estaría encantado de amarte, Álvaro. De acariciarte ese cuerpo tan maravilloso. Me encantaría pasar una tarde entera jugando con nuestras lenguas en un beso eterno. Y tenerte dentro de mi y luego si acaso, entrar en ti y amarte. Pero sabes, me quedaría con la sensación de haberme aprovechado de ti. No te gustan los hombres. A mí sí. Sería un acto … no creo que luego te sintieras bien. Ni yo, aunque fuera un momento maravilloso de amor y placer para mí. De verdad que podría escribir una escena en la que fuéramos amantes.

Álvaro acercó su boca a la de Jorge y le besó apasionadamente. Jorge le dejó hacer unos segundos, pero luego le apartó con dulzura.

-No te gusto de esa forma Álvaro. Ahora estás … confuso. Estás agradecido. Pero no son razones para acostarte conmigo. Te gustan las mujeres.

-Eso no es cierto del todo.

-Principalmente al menos. No te has acostado con ningún hombre antes de todo esto. Y podías haberlo hecho. Con cientos.

-A lo mejor es que no ha surgido … puede que me haya sentido … que no me haya atrevido.

-Puede. Pero yo voy a estar aquí siempre. Junto a ti. Disfrutando de tu compañía. Y por qué no, disfrutando de verte pasear en calzoncillos. O desnudo. Me gusta la belleza y tú eres bello.

-No me rechaces, por favor.

-No, no, mi amor. No. No te rechazo. De verdad que te quiero y de verdad que estaría encantado de hacer el amor contigo. Pero si lo hiciera hoy, sería aprovecharme de ti.

-¿No confías en mí?

Jorge sonrió.

-Cariño, claro que confío. Para que lo compruebes, déjame tu teléfono. O tu tablet.

Álvaro se levantó de un salto y fue a la mesa del salón. Cogió los dos dispositivos que le había pedido Jorge. Éste cogió su teléfono y escribió unos códigos y los mandó por mensaje. El teléfono sonó. Número oculto.

-Dime escritor.

-Haz seguro este móvil. Crea una cuenta y dale acceso a la nube.

-Tu amigo está cañón.

Jorge se echó a reír.

-Para ti todos lo están.

-Éste lo está – dijo rotundo Aitor. – Dame diez minutos. Que no utilice ningún dispositivo de la casa.

No se despidió.

Álvaro le miraba sin entender.

-Voy a blindar tus dispositivos. A partir de ahora, no va a ser posible que te los pirateen. Y te voy a dar acceso a mi nube. En ella encontrarás todas mis novelas inéditas. Y todos mis relatos.

Álvaro lo miró con sorpresa.

-Pero … eso …

-Primero, para que compruebes que eres alguien al que tengo mucho cariño. Segundo, para que compruebes que sigo confiando en ti. Tercero, para que seas consciente de que eres parte de mi familia. Aunque hoy no te voy a hacer el amor. Dentro de unos días te encontrarás un relato en el que tú y yo hacemos el amor. Puede que un día ese relato se haga realidad. Si de verdad lo sigues deseando y si de verdad, te gustan un poco los hombres. No te quedes con la sensación de que te rechazo. Al revés. Hacer el amor contigo ahora, hoy, sería el camino fácil. Pero esto es una promesa. Si dentro de un tiempo sigues pensando igual, estaré encantado de hacer el amor contigo. De estar amándote toda una semana entera, sin levantarnos de la cama. Y no pienses que sería una traición a Carmelo. Sabes como somos y nuestros acuerdos al respecto.

-Con alguno de esos hombres me excité de verdad.

-Eso … puede ser por muchas cosas. Hay partes del cuerpo que reaccionan ante determinados estímulos. Solo hay que encontrar tus puntos débiles. Tus puntos sensibles.

-¿El punto G?

-Hay muchos puntos G. Puede que tengas los pezones sensibles. O la cara interna de los muslos. Puede que te ponga a cien que te muerdan el cuello, o hacerlo tú a tus parejas. El perineo puede ser un punto … G. O los pies. O que te acaricien el culo.

-O que me lo coman.

Jorge se encogió de hombros.

Aitor volvió a llamar.

-Ya está. Tenía un intruso en el móvil. Está eliminado. Te he mandado un mensaje con el camino a la nube. Te dejo que se lo instales tú.

Aitor volvió a colgar.

Jorge pulsó el enlace contenido en el mensaje. Y se instaló una APP nueva. Su símbolo era una J y una R entrecruzadas. Le pasó el teléfono a Álvaro.

-Pincha en esa APP.

Álvaro le miró con curiosidad.

-Pincha ahí. – le reiteró. Parecía que Álvaro era remiso. Al final lo hizo.

-Ese es tu nombre de usuario. Pon la contraseña que quieras. Que no sea la misma que tienes en los demás sitios.

-Dímela tú.

“RecuerdaqueJorgetequiere77” – le dijo Jorge sin pensar. – la primera “R” y la “J” de Jorge con mayúsculas.

Cuando Álvaro acabó de configurar su cuenta, y entró en la nube, abrió mucho los ojos. Empezó a pinchar las carpetas. La primera la que se llamaba “Novelas inéditas”.

-Joder. Son un montón de ellas.

Salió de ahí y fue a la que ponía “cuentos infantiles”.

-¡¡¡Seis volúmenes de cuentos!!! Yo pensaba que solo era uno.

Jorge no dijo nada. Solo sonreía. Le gustaba lo que veía. La cara de Álvaro había cambiado radical. Ya no había sombra de lágrimas. Y sus ojos habían recuperado el brillo.

-Gracias, gracias.

Álvaro se lanzó a abrazar a Jorge. Le dio un beso en los labios. Un suave pico que gustó a Jorge.

-Voy a leerlo todo.

-Con calma. Hay mucho que leer.

-Joder. Si tienes una carpeta con versiones desechadas de tus novelas.

-Ahí puedes leer por ejemplo la versión de “La Casa Monforte” antes de la definitiva. Y lo mismo en otras novelas.

-¿De “Tirso” también?

-No. De Tirso no. Pero puedes ver otras historias colaterales. Por ejemplo, si acabas por hacer el papel de Juan, o el de Hernando, tienes muchas más historias que no están en los libros. Para que puedas conocer mejor a esos personajes. ¿Cual de los dos personajes te gustaría más?

-¿Cual me recomendarías?

-Siempre pensé que serías un buen Juan.

-Pues entonces seré Juan, si al final me lo ofrecéis formalmente.

-Yo no tengo que ofrecértelo. Pero quien lo debe hacer, lo hará. A través de tu nuevo representante: Sergio.

-¿Sergio? Pero si todos dicen que hace tiempo que no coge a nadie más.

-Pero a ti te acepta encantado. Y no te preocupes, sabe todo lo que tiene que saber. Te defenderá de esos ataques y te guiará en lo que debes hacer. Mañana tienes una entrevista con él. A las diez.

-Ahí estaré. Pero no sé si tengo ropa …

-No tienes que vestirte especial. Olvídate de los consejos de Willy.

Jorge se levantó y fue a la habitación de su amigo. Álvaro le seguía. Abrió los armarios y le señaló toda la ropa que había en ellos. Le señaló las dos maletas abiertas y llenas de ropa a la espera de ser colgada.

-Debes tener un puñado de ropa adecuada para actos sociales, para presentaciones. Sergio te irá diciendo. Te buscará marcas que te dejen su ropa para determinados actos. Puedes convertirte en su imagen. No necesitas empeñarte para comprar lo último de Cibeles o de la pasarela de Londres o NY.

Álvaro recibió un mensaje. Lo leyó.

-Es mi antigua representante. Me dice que quiere hablar conmigo que a lo mejor se ha precipitado.

-Sergio la ha llamado para pedirle tu documentación. Y para que liquide con él. Mañana de todas formas te acompañará Óliver, mi abogado. Sergio y él ya se conocen. Te ayudará en la transición y se encargará de finiquitar tu relación con tu antigua agencia. En tus manos está si quieres ir con él o delegas. Si vas con él darás la impresión de que no te vas enfadado y no te cerrarás puertas. Tampoco hay que olvidar que ellos te han cuidado bien.

Álvaro hizo un movimiento con la cabeza que a Jorge le pareció de duda.

-Ya me lo contarás cuando estés preparado. Te recuerdo que no debes tener reparo en contarnos. Somos tus amigos. Y ten presente que tu representante, cuando te ha echado, se imaginaba que nadie querría coger tu cuenta. Al llamarla Sergio, se ha dado cuenta de varias cosas: que alguien ha querido cogerte en su agencia; al ser Sergio, sabe que tanto Dani como yo vamos a seguir apoyándote y que tu papel de Tirso, sea cual sea, Juan o Hernando, va a salir adelante. Y la siguiente novela mía que posiblemente se lleve a la pantalla, vas a ser el protagonista.

-Dime que te refieres a Juan, el de “deJuan”.

Jorge sonrió.

-¡La hostia! Alucino con ese personaje. Sería la hostia si me lo dejas hacer.

-Falta mucho para eso. Tienes un par de pelis, me han dicho, otra obra de teatro …

-Otra campaña de publicidad, ésta para Noruega y Suecia. De las buenas.

-No entiendo a tu representante. Nada de eso se ha caído a pesar de los rumores.

Álvaro se encogió de hombros. No quiso ahondar en el asunto, pero casi, Felisa su representante, le había venido a decir que aunque no le echaran de esos proyectos, ella no quería a nadie como él entre sus representados. Álvaro tenía marcado en la cabeza el gesto de asco que había puesto al decir esas palabras. Daba asco a Felisa. Tampoco le había contado a Jorge que le había dicho que todo era culpa de Jorge. Y ahí había empezado a calificarlo con los peores insultos que se puedan decir de alguien.

-No merezco esa confianza. No he sabido estar a la altura. No he sabido hacer las cosas, ni siquiera he sabido relacionarme con mis amigos. Ni distinguir los amigos de los aprovechados. Soy un paria.

-Todos nos sentimos sobrepasado a veces. El mundo éste en el que vivimos no es fácil. Todos parece que lo desean. Llegar a ser famoso. Ir a fiestas guays, como la de la Dinamo del otro día. Pero … la gente no sabe lo que hay detrás de todo. Las zancadillas. Las trampas. Tú has pecado de ingenuidad y de orgullo por no dejarte ayudar. Por meterte en cosas a las que no alcanzabas y que tampoco necesitabas.

-Me he dejado engañar.

-¿Estás bien?

-Ahora sí. O al menos mejor.

-¿Me quieres contar lo de esos hombres con los que te acostaste?

-Mejor otro día. Ya te he aburrido bastante. Es tarde. ¿Te apetece que comamos?

-Venga.

-Se me ha olvidado comprar el pan.

-Me ocupo. Bajo ahora mismo.

-Hay una panadería a la vuelta de la esquina, a la derecha según sales del portal.

-¿Tiene dulces? Así subo el postre también.

-No se me había ocurrido. Mira a ver si queda algo. Si no, puedo preparar esa macedonia que te suele gustar. Tengo fruta. Me enseñó Carmelo a hacerla.

Jorge fue hacia la puerta. De repente se acordó de algo y volvió. Sin más besó a Álvaro en los labios y volvió a enfilar la puerta de salida. Álvaro se lo quedó mirando sorprendido. Y contento. Era un hombre completamente distinto del que había recibido a Jorge esa misma mañana.

.

-¡Evarista! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás cariño?

Jorge se había levantado de la mesa en la que estaba comiendo en “El Puerto del Norte” y había salido a la calle para no molestar a las mesas de alrededor.

-¿Y tú cariño? Hace días que no te pasas por aquí.

-Luego me acerco un rato.

-Pues te cuento entonces. ¿Quieres algo especial para picar?

-El bizcocho mágico. No lo he comido hace siglos.

-Nada. Pepa y yo nos ponemos a ello. Te esperamos en mi casa.

-Dame un par de horas.

Jorge se quedó pensativo. Parecía que lo que quería contarle sus nanas era importante. Suspiró desesperado. Ahora pasaría el tiempo que tardara en ir a verla, pensando en si había pasado algo grave a su familia. Echó un vistazo a los mensajes, por si se le había pasado algo.

Carmelo le sorprendió rodeándolo por detrás con sus brazos y apretándolo contra su cuerpo. Jorge sonrió y giró el cuello para dejar libre el camino al beso de su rubito.

-¿Qué haces en la calle?

-Me han llamado las nanas, y como hablan alto, he salido para no molestar.

-Y para que no se enterara todo el restaurante de lo que hablabas.

-También por eso – se sonrió el escritor – El caso es que, no directamente, me han invitado a que vaya a verlas. Parece que tienen algo que contarme.

-Y le estás dando vueltas a lo que pueda ser.

Jorge asintió con la cabeza.

-Entremos. Tengo hambre. Y tengo que volver al trabajo en un rato.

-Pero luego hemos quedado a las ocho. Esa fiesta en el Ateneo con photocall.

-Y ahí estaré. Date un toque de maquillaje para las fotos, no te olvides.

Carmelo consiguió con su cháchara que se olvidara del misterio que le asolaba ahora: el motivo de la urgencia en verlo de sus nanas. Nada más acabar de comer, Carmelo se fue. Jorge se quedó saboreando su segundo café. Aunque en realidad lo que saboreaba, era unos trocitos de tarta de queso que le habían traído para “pasar” el café.

Le hizo un gesto a Alan para ponerse en marcha. Llamó a Evarista para anunciar que iba de camino.

-Ya está frío tu pedido. Listo para que lo disfrutes.

-Pero cuanto os quiero, madre mía.

El recibimiento fue como siempre, lleno de abrazos y de besos. Jorge presentó a Alan a sus nanas. Evarista rápidamente le tiró fichas. Alan aceptó el juego con simpatía y cercanía. Otro que fue conquistado por esas mujeres.

Jorge y Alan se encargaron de llevar las cosas para que las nanas no se cansaran. Ya era bastante con que se hubieran puesto a cocinar. Alan descubrió ese pastel de tres texturas que no había comido nunca.

-Voy a tener que salir a correr cuando acabe de trabajar – suspiró mientras se servía otro trozo de pastel.

-Está hecho con amor, esto no engorda – explicó Jorge feliz imitando a su acompañante. – ¿Y qué queríais contarme?

Las dos mujeres se miraron. Parecía que se habían arrepentido de su impulso de llamar al escritor. Evarista hizo un gesto a Pepa que fue la que se acabó decidiendo.

-Creemos que tus padres se huelen algo de lo de la nueva tienda.

-Poco pueden hacer al respecto, aunque eso fuera así.

-Están muy enfadados por ese burofax o como se diga que les mandó ese abogado. Habían hablado con los niños, del tema de la subida del alquiler tan desorbitada, como castigo a su postura cuando se encontraron contigo. Les intentaban convencer de que eso era mejor que echarles del local.

-Ellos jugaron sus cartas, nosotros las nuestras. Pueden volver a alquilar el local. Y que cobren lo que quieran al nuevo inquilino.

-Lo han empezado a mover con la inmobiliaria esa de Ponce. Ya sabes ese que es amigo de tus padres de toda la vida. Pero se ha corrido el rumor de esa gran carnicería que se va a abrir en el barrio. Y nadie quiere arriesgarse hasta que se vea de que va.

-Les queda apenas unos días para que todos se enteren.

-¿Y qué crees que va a pasar entonces?

-Pueden alquilar el local para otro tipo de negocio, no para carnicería.

Jorge se las quedó mirando. Había algo que no se atrevían a decir.

-Decidme. No os cortéis.

-Nos han contado que esa Nadia de los cojones, les ha puesto en contacto con alguien para … boicotear la inauguración. Y para convencer a Gaby de aceptar las nuevas condiciones.

Jorge se quedó callado. Intuía que había más. Pero no se decidían a contar.

-Os escucho.

-Unos supuestos representantes de un matadero de Ávila quieren introducirse en Madrid y han quedado en unos días para hablar del tema, al cerrar la carnicería. En la misma tienda. A las ocho y media. Y le van a “convencer” de la conveniencia de que se avenga a razones.

-Pepa, por favor, no andes con eufemismos. Dilo claramente.

-Van a destrozar la tienda con Gaby delante. Y le van a dejar malherido. Como aviso.

-Quieren además que les de su usuario y contraseña para acceder a tu nube y poder robarte tus novelas. Y que no lo diga. Le amenazarán con pegar a los niños.

-Creemos que van a agredir a Kevin en el momento de la reunión para que llame a su padre y le cuente.

-Kevin sabrá defenderse.

-Depende de quién le ataque y cuantos.

-¿Y esto decís que lo han organizado mis padres y Nadia?

-Nadia ha estado estos días por aquí. Se ha visto con tus padres en casa.

-Varias veces.

-¿Y sabe dónde encontrar matones de esa clase?

-Su amiga parece que sí.

-¿Carlota Campero?

Evarista asintió con la cabeza.

-Porque Trini, la vecina de tus padres les escuchó hablar.

-Pero Trini es muy amiga de mis padres.

-Todo tiene un límite, hasta para los más acérrimos seguidores. Ha venido esta mañana a contarnos. Se ha ido unos días al pueblo. Luego, nosotras hemos indagado. Preguntando aquí y allí.

-Ya sabes, dos viejas cotillas.

-Esos matones parece que también te quieren pillar a ti.

Jorge se recostó en su silla. Se sonrió. Alan también sonreía.

-Me vais a perdonar, pero voy a tomar un poco más de este pastel mágico – dijo Alan rompiendo el momento de silencio.

-Sírveme un poco Alan. Evarista, Pepa, voy a llamar a un coche para que os lleve de vacaciones.

-Pero…

-Tranquilas. Una maleta con un poco de ropa. Evarista, tu prima Herminia, os ha invitado a hacerla una visita a Francia.

-¿Y qué pintamos …?

-No vais a ir a Francia. Es lo que vais a decir a esa amiga vuestra que sabéis que se va a encargar de que en un par de horas, lo sepa todo el barrio.

-¿Y cuando nos vamos?

-¿Ahora mismo?

La cara de susto que pusieron las nanas era para haberla grabado.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 81.

Capítulo 81.-

.

No sabía que esperar de esa reunión que iba a tener con el padre de Esteban, el chico de la barandilla, como lo conocían todos los que estuvieron en la charla para jóvenes de Jorge. Por un lado, le parecía que podía ser de ayuda para ese hombre que al parecer, lo había pasado mal con su hijo. Por otro lado, estaba seguro que muchas de las cosas que iban a salir en esa reunión no le iban a gustar.

Había notado a Jorge un poco desnortado antes de irse de casa a sus quehaceres. Para Carmelo era claro que Jorge estaba forzando demasiado sus fuerzas. No le decía nada, pero se daba cuenta muchas noches que, cuando él pensaba que estaba dormido, se levantaba y se iba al despacho o a la terraza a escribir o para hablar con alguien, en general con Aitor si era de madrugada. Por eso no había incidido mucho en que tenía esa entrevista después de acabar sus asuntos laborales. Dependiendo de como fuera, a lo mejor le ahorraba contarle los detalles a su escritor. O a lo mejor tenía que llamarlo para que lo salvara de una nueva caída a los infiernos.

Carmelo había llamado a Sergio su representante para que le pidiera a Esme una de sus dos salas pequeñas para esa reunión. Le parecía un sitio más discreto para ello y cómodo. No quería quedar en un bar a la vista del resto de los clientes. Tampoco le apetecía quedar en casa. Intuía que no iba a ser una reunión solo con el padre de Esteban. Posiblemente, pensó, se acercaría también el chico y algunos otros de los que fueron ese día a la charla de Jorge.

-¿Estás bien Carmelo?

Flor lo miraba preocupado. Iba en el asiento del copiloto del coche. No hacía más que girarse y observarlo.

-No es obligatorio que te reúnas con ese hombre. – opinó ante la falta de respuesta a su pregunta.

-Se lo he prometido a Jorge.

-Él es el primero que si no estás seguro de ello, te diría que lo dejaras.

Carmelo suspiró resignado.

-Le he dicho que tengo que aprender a sobrellevar este tipo de situaciones. Él… quiere… protegerme, pero no soy un niño, Flor. Tengo ya treinta tacos.

-No se trata de una cuestión de edad. Si te afecta anímicamente… tú pasado no es como el del resto de nosotros.

-Ya, ya sé. Me vas a decir que muchos que pasaron por lo mío no están ya entre los vivos y por decisión propia.

-Por ejemplo.

-Pero si Jorge se mete en esos fregaos, yo no debo dejarle solo. Es una guerra que nos atañe a los dos. Y si se lo dejo todo a él, tú lo sabes, porque conoces lo que Jorge no me cuenta, se va a acabar volviendo loco. O le va a dar cualquier día un ataque. ¿No te has fijado como estaba ahora que apenas sabía que día era o le ha costado reconocer a Fer?

-Todos estamos pendientes de que eso no ocurra. Fernando, Helga, Hugo, Raúl, lo vigilan de cerca. Lo cuidan no solo en el aspecto de su seguridad. Fernando se ocupará ahora de que con calma, duerma un rato en la cocina y luego recupere poco a poco la consciencia total. Y si tiene que llamar a alguien para atrasar o cambiar un compromiso en su nombre, lo hará. Ya lo hemos hecho todos más veces. Bruno está pendiente en la oficina de sus cosas. Buscando siempre información que le ayude. Y creo que si un día lo ven mal, cualquiera de ellos tiene ascendiente con él para decirle: déjalo. Vamos a descansar.

-Ya me dirás que os ha dado a todos para que le tengáis tanto cariño.

Flor se sonrió.

-Lo mismo que nos das tú. Cercanía, autenticidad, respeto. Los dos nos habéis dejado vuestras casas para que podamos estar más cómodos. Los dos nos invitáis a comer o cenar, si vais a un restaurante. Os preocupáis por nosotros.

-Pero conmigo lleváis más de dos años. Con el dos meses.

-Es tu marido, Dani querido. ¿Estás celoso?

Carmelo soltó una carcajada.

-Lo mismo me dice Jorge. No se trata de eso. Pero me intriga… tú has venido conmigo desde el principio. Pero Fernando, Helga, Raúl, son nuevos.

-No te das cuenta de que lo mismo que ves en él, podemos ver los demás. Te cuento un secreto: cuando empecé a ir en tu escolta, la información que me pasaron era que tú y Cape erais pareja, que Jorge era un amigo, de los muchos que tienes, Biel, Álvaro, Arón, Martín, Mariola, Ester, Coronado, Mario, Óscar… el primer día que os vi juntos, tardé cinco minutos en darme cuenta que la verdadera pareja erais vosotros. Y entonces vuestros besos eran distintos, vuestros abrazos también, vuestra forma de mostraros al público. Eran gestos más comedidos que los de ahora. Pero vuestras miradas estaban ahí. Y esas no engañan. Jorge además, es un gran escritor que ha escrito grandes libros. Grandes personajes que han llegado a muchos de nosotros. Todos somos lectores suyos. Y en cuanto vas tres días junto a él, te pregunta, se interesa, te cuenta, te escucha. Y lo hace como si te conociera de toda la vida, con la mayor normalidad del mundo. Acepta la ropa que le deja Raúl, como el día de la notaría, y no se siente inferior o superior. Se la pone y luego, la lava y se la vuelve a poner. Y bromea con Raúl porque lleva su camisa o su americana. ¿Y sabes la vida que le da a Raúl ese detalle? ¿Sabes que un día que Raúl venía conmigo en su escolta me dijo: Deja que entre en esa tienda conmigo? Y le hizo probarse un ciento de cosas con la disculpa de que eran de la misma talla y a él le daba pereza. Y le compró un armario entero. Eso sí, con la condición de que si necesitaba un día que le dejara algo, lo hiciera. Hizo que la tienda le mandara todo a casa. Sin que se enterara él.

-¿Y esas excursiones que hace que no me cuenta?

-Eso querido, debes preguntarle a él. Lo mismo pasa al revés. Él no se entera por nosotros de las que tú haces.

Carmelo se echó a reír.

-Pero es que tengo la impresión de que se entera.

-No se entera, porque no quiere enterarse. No toma drogas ya, pero da igual. No quiere enterarse porque le da igual. Te ama. Y te amará sobre todas las cosas. Y le da igual tu vida… sexual. Aunque si sigues mostrándote tan celoso con él…

Carmelo se echó a reír.

-Pero es distinto. Yo siempre he sido así. Pero él… ha sido de un hombre solo. Y ahora, comprobar que existen posibilidades de que eso cambie…

-No te enteras de lo que no quieres ¿eh? Estabas en el bar de Ramona, el día de la visita a su barrio. ¿Qué decían los que lo conocían entonces? Que Jorge era un ligón. Antes de Nando, claro. Y después de Nando, no ha sido una ursulina tampoco. Y conoces a Aiden, le has visto más en los últimos tiempos que Jorge. Por cierto, eso tampoco se lo has dicho. Pero Aiden te ha contado cientos de veces que Jorge era un cazador en aquella época. Que era como tú, pero sin ser famoso. Que huía del compromiso. Y también te ha asegurado un par de veces, con y sin dos copas de más, que él mismo sigue amando a Jorge con toda su alma.

-Eres una cabrona. Solo me recuerdas lo que he vivido yo. No se te escapa nada de lo que has vivido con Jorge.

Ahora fue Flor la que se echó a reír.

-Tú piensa que lo mismo pasa al revés. ¿O quieres que le vaya a contar a Jorge…?

-No, no, deja.

-Ya estamos, chicos – anunció Silvia, que iba al volante.

-Venga, al loro.

-Anda, mira. Pólux y Gaspar. Dos viejos amigos. Si ya te decía yo que esta reunión al final va a ser casi pública. Eso ha sido Jorge que les ha llamado para que me apoyaran.

-Hace tiempo que no los ves. Te caen bien. Y si ha sido Jorge, es que piensa que te va a venir bien. Jorge te cuida. A pesar de que intuya tus aventuras sexuales. ¿Vamos?

-Sí, sí, salgamos. Será mejor. Porque veo que eres del equipo de Jorge. Mira, si está Alan.

-Él se queda contigo ahora. Yo te abandono de momento. Y no te olvides de comer. Y no, no voy a entrar a discutirte esa afirmación que has hecho. Sé que no la sientes.

-Que sepas que por tu marido, que me cae bien y por tus niños. Que si no, serías una de esas aventuras para que no se enterara Jorge.

-Haría falta que yo quisiera, no te jode – Flor había puesto un gesto de “¡Qué te piensas tú!”

-Y respecto a lo de comer, eso es a Jorge al que debéis recordarle.

-¿Quieres que te recuerde…?

-¡Calla anda! ¿No tenías que irte?

Carmelo salió del coche y dio un beso de despedida a Flor.

-¿Vamos? – Alan le hizo un gesto con la cabeza en dirección a la librería.

-¿Te has teñido? – preguntó Carmelo.

-Para parecerme más a ti – bromeó el policía.

-Tú lo que pasa es que te has enterado que Jorge es amante de los rubios y te has dicho: ésta es la mía. A por el escritor. Te recuerdo que es mío.

Flor se echó a reír a carcajadas.

-Me has pillado, joder. Pero tranquilo, ya me ha visto así, y ni me ha mirado.

-Eso tampoco me lo creo – dijo Flor. – Os dejo.

-Vamos Carmelo, no nos quedemos más aquí parados – Alan se puso serio.

Carmelo sonrió al acercarse a los chicos. Pólux corrió hacia él para abrazarlo.

-Cuanto me alegra verte bien. Nos asustamos cada vez que vemos esos bulos por internet de que os ha pasado algo. Nos da palo llamaros por no molestaros.

-Pues ya ves que no nos ha pasado nada. Y Jorge también está bien. Y podéis llamarnos cuando queráis. O si te da palo, manda un mensaje. Para eso os dimos los teléfonos.

-Eso ha dicho cuando ha llamado a Gaspar.

-Gaspar, ¿que te pasa? Parece que estás enfadado conmigo. No me has abrazado.

-No estoy enfadado contigo. Lo estoy en general. Ayer me torcí el tobillo y me molesta. Parezco un puto inválido.

-No quiere usar muletas.

-Ya te tengo a ti. No me apaño con las muletas. Mira, Dani, tengo el tobillo como una bota.

-Pero eso es cosas de un par de días si no haces el tonto.

-Si éste y Chacho no me dejan moverme en casa. Me atan al sillón.

-Que exagerado. Encima que le tenemos a cuerpo de rey. ¿Qué quieres rey de la casa? ¿Quieres una chocolatina? ¿Quieres un vasito de agua? Y no cito otras cosas que a lo mejor te escandalizas.

-Lo que hay que oír. Encima de jodido, se burlan. No sabes lo que duele, joder.

-El tío se desmayó. Menudo susto me dio el jodido.

-Tú di que sí. Que te mimen. Aprovéchate. – le recomendó Carmelo.

-Venga. Ahora vas a ir del brazo de los dos. ¿Qué te parece?

-¿Ya sabéis que cada vez os parecéis más? De espaldas no os reconoce nadie. Cuando estabais abrazados os lo juro, parecíais gemelos.

Pólux fue a negarlo, pero Alan y Silvia asintieron sonriendo.

-No lo niegues, Pólux. Es así. – le dijo Alan.

-¿Os conocéis?

-He ido con Jorge las últimas veces que han quedado – explicó Alan.

-Ya te digo que no me entero de nada – se quejó Carmelo sonriendo. – ¿Y como vosotros por aquí?

-Te estábamos esperando. Jorge nos llamó para pedirnos que te acompañáramos.

-No vinisteis a la charla. Jorge os echó de menos.

-No nos dejaron pasar. Llegamos tarde y nos dijeron que estaba lleno. Vimos a un compi que también iba a asistir. Nos dijo que dentro había un par más de colegas. Nos fuimos, sabíamos que la charla se iba a alargar.

-¿Conocemos a vuestro amigo?

-No. Creo que no. Es tímido. Si hubiera podido entrar se hubiera sentado en la última fila y no hubiera abierto la boca. Luego nos enteramos que también estuvo Martín y que todos salieron encantados de la reunión. Una pena porque todavía no lo conocemos. No coincidimos nunca.

-Un día si os parece, podéis invitarlo y tomamos algo con él. Y le digo a Martín que se una. Vamos dentro. Me imagino que ya estarán las personas con las que hemos quedado.

Entraron en el local que albergaba las salas de reuniones de la librería. Solo había una abierta. Se encaminaron hacia ella. Carmelo enseguida se dio cuenta que había alguien. Esteban y su padre ya habían llegado. Junto a Esteban estaba sentado un joven que a Carmelo le pareció que no estaba muy bien.

-Mira Ciro, mira como es verdad. Es Carmelo del Rio. – era Esteban el que le hablaba muy despacio y en voz baja.

Gaspar se quedó parado de repente mirando al joven desconocido. Se soltó de los brazos de Carmelo y Pólux y fue hacia él. El tal Ciro se levantó y se acercó y lo abrazó. Lo hizo tan fuerte que para el resto fue evidente que le hizo daño. Gaspar no se quejó. Seguía abrazando a Ciro que no hacía más que llorar convulsivamente.

-Pensaba que habías muerto – le dijo Ciro a Gaspar. – Decían que eras un héroe porque tu corazón seguía latiendo en el cuerpo de un gran científico.

-Me libré.

-¿Germán?

Gaspar asintió.

-Me sacó por los pelos.

-Alguien daría su corazón en tu lugar.

-O lo encontraron por los cauces normales, eso no se puede saber – dijo el padre de Esteban.

-¿Y tú? ¿Cómo estás?

Ciro se encogió de hombros.

-Tengo trabajo. Vivo en una pensión. No me quejo. No salgo mucho, me asusta la gente. No me gusta que me toquen, salvo pocas personas. Tú, por ejemplo. Estoy vivo, no me quejo.

-Hola Ciro. Soy Pólux.

-El dios Pólux. Hoy parece que dos de los mejores dioses han venido a vernos.

El tono de Ciro era claramente ofensivo. Agresivo. Parecía enfadado permanentemente. Era evidente que odiaba a los dioses de esa organización. A Carmelo no se le escapó ese detalle y no dudó en contestar.

-Te prometo que tanto Pólux como yo te hubiéramos cambiado el puesto. – había sonado a reproche, pero Carmelo le dio a su voz un matiz amigable para que el joven no se sintiera ofendido.

Ciro puso un gesto que indicaba que no se lo creía en absoluto.

-¡Eh! Tío. Ninguno tenemos la culpa – le dijo Esteban – lo hemos discutido muchas veces. Solo la tiene esa gente.

-Pero ellos les cuidaban, eran adorados. Pagaban millones por estar con ellos. Los demás éramos putos perros.

-No te dejes engañar, Ciro – le reconvino Gaspar. – Pólux es la mejor persona del mundo. Y te puede enseñar su cuerpo, a ver si eres capaz de encontrar un centímetro que no tenga una cicatriz o una quemadura mal curada. Cada hueso de sus piernas y sus brazos se ha roto al menos dos veces. Los dedos. Mira su dedo meñique. Apenas puede moverlo. Mira el índice de la otra mano. No lo puede poner a la misma altura que el resto. Y tiene las mismas pesadillas que tú o yo. Yo le he visto “trabajando”. Tú no coincidiste con él. Y sé las cosas que le hacían. Alguno se jactaba de que le estaban probando a ver si aguantaba lo mismo que el dios Dani. Las hostias que le dieron… – Gaspar no pudo seguir porque se le había roto la voz de la emoción que le producían esos recuerdos. – Y luego, cuando nos quedamos los dos solos, mientras le curaba el agujero y le limpiaba algunas heridas, solo se preocupaba de lo que me habían hecho a mí. Eso que te voy a contar, a lo mejor ni se acuerda Pólux. Nunca lo he contado. No sé si ese día o al siguiente, estuvimos una semana encerrados con esos bestias, y eran lo más de la judicatura y de no se qué monsergas más, les apeteció usarme para follarme el culo mientras me metían la cabeza en el agua y comprobaban cuando aguantaba. Os ahorro como lo querían comprobar. Me aterra el agua, ahogarme y esas cosas. De hecho, no me baño en un río o en el mar ni por todo el oro del mundo. Pólux lo sabía y me apartó tirándome al suelo y les dijo: eso es un juego para un rey hecho dios. Diréis: pues que chulo. Pero sin esa tontería no les hubiera convencido. Y me apartaron y él asumió mi rol en el juego. No fue la única vez que se ofreció para sustituirme o para hacerlo con otro compañero.

-Eso es imposible.

-Ya te digo que lo es. Y pagarían decenas de miles de euros por “jugar”, con ellos. Pero el resultado era el mismo que con el resto: Palizas, sexo no agradable, humillaciones… y sus cuentas corrientes, como las nuestras, inexistentes. Carmelo porque era actor, y aún así, tuvo que pleitear con sus padres para recuperar parte del dinero que él había ganado.

-Y lo de las pesadillas, eso no las tenéis. Dormís bien… yo no puedo…

-Porque nosotros hemos aprendido a controlarlas – le dijo Carmelo. Esteban asentía con la cabeza.

-Ciro, sentémonos. Vamos a hablar todos. Mira, nos han traído algo para comer.

Gaspar se sentó al lado de Ciro, cogiéndole la mano. Se la acariciaba continuamente. Eso parecía que lo estaba apaciguando. Carmelo tuvo claro que los dos habían compartido muchas cosas. Ese Ciro estaba lleno de odio. Los únicos que parecían que no eran objeto de él, eran Gaspar y Esteban.

-¿Se puede?

Carmelo sonrió al mirar hacia la puerta. Había reconocido la voz al instante: Era Martín.

-Claro. Pasa.

-Vale. Esteban, te veo guay.

Martín fue decidido a saludarle.

-Ciro, mira, éste es Martín. Te he hablado de él. Es el sobrino de Jorge Rios. Martín, éste es mi amigo Ciro.

El aludido le tendió el puño para saludarlo. Pero Martín se agachó y lo abrazó. Se separó de él y le miró a los ojos. Carmelo observaba la manera de actuar de Martín. En esas circunstancias, no podía negarse que Martín había observado a Jorge desde que lo conocía. Era la misma forma de mirar, de abrazar, de sonreír. A su estilo. Pero la esencia estaba. Ciro no pudo evitar abrir la boca de la sorpresa. Y tampoco pudo dejar de mirar a los ojos de Martín. Al cabo de unos segundos, soltó un suspiro, como si se hubiera relajado. Martín sonrió.

-Eres guay, no te olvides de ello. Y aquí, en esta sala, todos somos tus amigos y todos te entendemos. A mi tío Jorge, le gustará conocerte cuando te parezca bien.

-No soy nadie para que quiera conocerme.

-Eres uno de sus chicos – le dijo Pólux. – Martín, encantado de conocerte. Dani y Jorge nos hablan continuamente de ti. Una lástima que no hayamos coincidido hasta ahora.

-Guay.

Martín abrazó a Pólux. Luego lo hizo con Gaspar.

-Tú debes ser Gaspar.

Luego le tendió la mano al padre de Esteban.

-Creo que nos vimos de lejos el día de la charla. Pero no sé tu nombre.

-Amador. Quería darte las gracias. Esteban me ha contado que le ayudaste mucho en esa charla cuando tuvo un pequeño bajón.

-Na. Fue solo un abrazo. A veces es la mejor medicina. Lo aprendí de Dani y Jorge. Sus abrazos son los mejores.

Carmelo le sonrió agradecido.

-Creo que no solo fue eso. Fue tu capacidad de meterte dentro de su alma. Como has hecho ahora con Ciro.

-No tengo mérito. Se lo he visto hacer a mi tío desde que era un niño. Él lo hacía conmigo, cuando me ponía nervioso. De peque me ponía nervioso por mil cosas a cada segundo.

-Y de no tan peque – bromeó Carmelo.

-No hace falta entrar en detalles, que ahora tengo un prestigio que proteger, soy un personaje público – le dijo en tono de “pero de que vas tío”. Luego guiñó el ojo y Carmelo se echó a reír.

-El otro día Esteban nos dejó de una pieza cuando nos contó como te pusiste malo aquel día. – Martín tomó la iniciativa en la conversación.

-Sigo teniendo vértigo. No me lo curé con esa experiencia. Me dio un micro-infarto. Me lo dijo el médico al día siguiente. Esteban se puso muy serio y me obligó a ir.

-Le dije que ahora que había encontrado alguien que me cuidara, que se preocupaba por mí, no quería perderlo. Si yo estoy aquí, vivo, es por dos cosas: por los libros de Jorge y por ti, papá.

-Yo he tenido suerte también – dijo Gaspar. – Pólux y su tío me vinieron a buscar al refugio dónde me había dejado Germán. Y me pidieron que me fuera con ellos.

-Una pena que Germán no nos salve a todos.

-¿Tú un día saliste por la puerta y ya está?

Ciro se encogió de hombros.

-A todos nos ha ayudado alguien – Esteban le miraba con dulzura.

-Debes dejar de tener miedo a confiar en la gente que te quiere – le dijo Martín poniéndose en cuclillas frente a él. – Esteban te quiere. Gaspar yo creo que es un buen amigo que ha compartido muchas cosas contigo en ese sitio. Solo tienes que dejarte llevar y dejarte querer por Esteban.

-Me repele el contacto físico.

-Gaspar te está acariciando la mano y no te sientes mal. Porque no has pensado en que te iba a repeler. Haz lo mismo con Esteban. Yo creo que él te quiere. Por eso te ha pedido que le acompañaras a él y su padre al encuentro con Carmelo.

El aludido se encogió de hombros. Gaspar levantó la mano de Ciro y la besó.

-Amador, me gustaría que nos contaras como fue lo tuyo con Esteban.

El aludido miró a Esteban y éste le sonrió y asintió con la cabeza.

-No creo que sea tan distinta mi historia con él como otras que hayáis escuchado. No la he contado a nadie. Son cosas que no se pueden ir diciendo, claro. A lo mejor me viene bien – Amador cogió el vaso de limonada que se había servido y le pegó un gran trago. – Mi marido murió hace cinco años tras una enfermedad larga, dolorosa, agotadora. Cuando esa lucha de años acabó, me quedé vacío. Estuve unos meses en que no era capaz ni de ocuparme de las cosas más sencillas de la vida. Mis hermanos se ocupaban de todo, hasta de comprarme el pan. Fijaros a lo que llegué.

-Yo si perdiera a Jorge, me quedaría así. No sería capaz de hacer nada. Te entiendo.

-Un amigo, sabes, me propuso al cabo de mucho tiempo ir a una fiesta que daban en … en la casa de unos amigos suyos. No quería pero al final, no tuve fuerzas para negarme. Me dijo eso de “Ya verás que chicos”. No le di importancia. Pensé que era una de esas fiestas a las que iban actores y cantantes e influencers. No he sido nunca de chicos llamativos. Quiero decir, me han gustado hombres normales, que me conquistaran por otras cosas que no por su belleza.

-Tu marido era muy guapo – dijo Esteban sonriendo.

Amador sonrió emocionado. Asintió con la cabeza. Fue a explicarse, pero no pudo. Respiró hondo un par de veces y siguió con su historia.

-Llegar a esa fiesta y encontrarme con los músicos que tocaban en una esquina, desnudos. Los camareros, desnudos. Algunos otros chicos atados a una especie de potros, bien abiertos y lubricados por si alguien quería “descargar”, como decía mi amigo. Otros, siendo los juguetes de un grupo de gays reprimidos dispuestos a castigar a los gays que no tienen problemas con su sexualidad.

Amador miró a Esteban. Éste le sonrió y afirmó con la cabeza. Parecía que le estaba dando permiso para contarlo.

-La verdad es que no me sentía cómodo. Por no decir que me daba vergüenza estar en esa finca con todos esos chicos a disposición de la gente. Había unas normas que no sé si todos habían escuchado al entrar, porque a uno de los músicos uno de los invitados le estaba dando con una fusta. Y eso no se podía hacer. Esos juegos, en el caso de los músicos y los camareros eran de pago. Y cuando hubieran acabado su trabajo, por así decir. El resto de los juguetes, eran gratis. “Gratis” entre comillas. Pero ya se sabe, parece que queremos lo que no tenemos. El caso es que estaba pensando como irme de allí sin recurrir a mi amigo, ya que había venido en su coche. Luego supe que había taxis para los que deseaban volver a su casa. Eso no lo sabía en ese momento.

Amador sonrió a Carmelo que le había acercado otro vaso de limonada. Le pegó un trago y pareció gustarle.

-El caso es que mi amigo apareció de repente llevando en una correa a un joven que iba a cuatro patas, con un bozal y un plug en el culo a modo de rabo. El chico movió el culo para indicar que estaba contento de verme. Todo eso lo vi, pero en lo que me fijé fue en sus ojos. Me parecieron maravillosos. Brillantes. Seguía moviendo el rabo como hacen los perros, pero sus ojos estaba acuosos. Luego me fijé que alguien le había dado bien con algún látigo.

-Este perro es solo para ti. – me dijo mi amigo.

-Me indignó. Pero el perro empezó a ladrar y se me puso las manos en el pecho. Parecía que quería sacar la lengua por entre el bozal. Se lo quité y me empezó a lamer por donde podía. Se comportaba como un perfecto perro. Aunque yo seguía mirando sus ojos suplicantes.

-Puedes hacer lo que quieras con él. Hasta mañana es tu perro. Te he invitado yo.

Todos estaban pendientes del relato de Amador. Carmelo de vez en cuando miraba a Esteban que también escuchaba a su padre. Carmelo pensó en que encontraría a un joven avergonzado, porque para todos era evidente quien era el perro. Pero no. La mirada era de amor y de agradecimiento. Y de orgullo.

-Lo de que me había invitado, luego me enteré que se refería a que había pagado él por disponer de un perro para mí toda la velada. Me tendió la correa y ahí me quedé, mirando como se alejaba. Pero el perro tiró de mí y me llevó a una parte de la casa llena de reservados. Algunos tenían una señal roja en la manilla. El fue a la primera verde que había, se volvió a erguir, la cogió con la boca, le dio la vuelta para poner el color rojo, luego abrió la puerta de nuevo con la boca y tiró de mí hacia el interior. Se giró para cerrarla y ahí, se echó a llorar.

Pólux movía la cabeza negando. Esas situaciones, el tener que contar o escuchar sus experiencias en esas fiestas, eran las que pretendía evitar la capacidad de sentir en la mirada de los compañeros que a muchos de ellos les había inculcado Germán o Tirso. Martín tenía un gesto serio, pero impasible. Podía parecer que pasaba de lo que estaba escuchando, pero Carmelo sabía que estaba utilizando sus dotes actorales para no derrumbarse. Ciro miraba con dulzura a Esteban. Era la primera vez en todo el tiempo que lo conocían que su gesto se había relajado. Ahora sí, era evidente su amor por Esteban, amor que reprimía porque pensaba que no iba a ser capaz de llevarlo a buen término, tal y como se merecía.

-Me agaché y le quité los arneses que llevaba y el collar con la correa. Fui a sacarle el plug, pero vi que le iba a hacer daño. Busqué con la mirada y vi un bote de lubricante. Me agaché de nuevo, y le masajeé el agujero con los dedos bien impregnados del gel. Al final se lo conseguí sacar sin hacerle demasiado daño. Volví a masajear el agujero para que no se irritara. Era de un tamaño considerable. Le debía haber hecho mucho daño mientras lo llevó puesto.

Levanta, y nos tumbamos en la cama”.

Él pensó que quería tener sexo con él. Y pareció conforme. Hasta pareció que le apetecía. Nos tumbamos los dos y me besó. La verdad es que ese beso me hizo sentir bien. Era el primer beso desde que faltaba mi marido. Pero no era eso lo que quería de él. Le separé y le acaricié la cara.

-No quiero eso. No sé como te llamas.

-Esteban.

-Yo me llamo Amador. Quiero que seamos amigos. Quiero que me cuentes. Quiero saber como has llegado hasta aquí.

-Estuvimos toda la noche hablando – Esteban retomó el relato porque Amador se había vuelto a emocionar. – Él vestido sobre la cama y yo desnudo rodeando con mis piernas su cuerpo. Él me acariciaba y me escuchaba. De vez en cuando bromeaba conmigo, haciéndome reír. Le dije varias veces que si quería tener sexo conmigo, yo encantado. Por alguien que me trataba bien, me apetecía de verdad. Y estaba a veces hasta excitado de verdad, no era una respuesta a las enseñanzas que nos habían inculcado. Me preguntó si quería comer algo. Le dije que lo pidiera por un interfono que había. “pero cuando vengan a traerlo, mejor es que me vean atado a la columna y con el culo rojo”. Hizo lo que le pedí y me ató a la columna. Me dio unos azotes para que mi culo tomara color. Me pellizcó los pezones y me mordisqueó los labios. Cuando el camarero trajo el pedido, pareció satisfecho de lo que vio y dejó la bandeja con el pedido en la mesa que había para ello. Cuando se fue, me soltó y comimos. Luego estuvimos toda la noche tumbados en la cama, hablando. Amador puso un vídeo de sado, para que si alguien estaba pendiente, escuchara que nos poníamos a tono. Y al final, nos quedamos dormidos.

-Cuando me fui, me dolió dejarlo allí. Pero no sabía que hacer. Me imaginaba que no era cuestión de decir: Esteban, vístete y vente conmigo. La gracia de esas fiestas era que se trataba de menores. Aunque Esteban ya no lo era.

-Mi aspecto seguía siendo aniñado. Germán me indicó que debía aprenderme una nueva fecha de mi nacimiento. A los mayores de dieciocho, les echaban o los vendían como ganado a algunas granjas o vendían sus órganos para trasplantes.

-A mí me iban a quitar el corazón – dijo Gaspar.

-Ese cambio de la fecha de mi nacimiento, le daba tiempo a prepararme una salida.

-Empecé a ir a esas fiestas siempre que podía. La entrada era cara, cinco mil euros más gastos. Si entraba en un cuarto, mil euros más. Si pedía comida, pues otros mil euros. Si pedía un chico en especial, dos mil más. Yo iba siempre con la condición de que estuviera el perro 2599 y que lo quería para mí.

-A partir de la segunda vez le tuve que decir que me pegara más fuerte que esa pantomima que hicimos la primera noche. Y que debería follarme de verdad. Dependiendo de que guardeses estaba a nuestro cargo, nos hacían reconocimientos físicos. Si no tenía marcas o semen en el culo o irritado el ano de la fricción, no les gustaba.

-Empezamos a hacer uso de dildos.

Carmelo supo que en eso, Amador mentía. Seguramente habría acabado por hacer el amor con Esteban. Aunque de eso, seguramente no se sentía orgulloso y en todo caso, habría consentido por ayudar al joven.

Una noche, antes de que me trajeran al perro 2599, se acercó Germán. Me dio un papel a escondidas. Quería que nos viéramos al día siguiente en el parque del Oeste. Ahí me propuso que si de verdad quería al chico, lo sacara de allí. Me explicó que la única forma no peligrosa para nadie es que lo comprara. Como ya estaba a punto, según la fecha de nacimiento que figuraba en los archivos de la red esa, de cumplir dieciocho, para evitar problemas, era mejor proponer una salida antes de que a alguno se le ocurriera otras, como pegarle un tiro o vender sus ojos y sus pulmones, o llevarlo a una granja para que tirara de los arados como si fuera una mula.

Carmelo no pudo dejar de pensar como había sido posible que le dejaran en paz a él. Que él supiera, después de que Jorge le sacara de allí a tortas, no había vuelto a ir a esas fiestas. Después vino el olvido. Otro misterio.

-No me lo pensé demasiado. En la siguiente fiesta lo hablé con Esteban. Le dejé claro que iba a ser su padre. Que lo iba a cuidar como un padre de verdad, un padre de los buenos.

-No os voy a mentir a vosotros. Esto no lo digo a nadie, claro. Si me hubiera dicho que quería casarse, hubiera aceptado. Quiero a este hombre. Siendo su marido, o su amante, hubiéramos tenido sexo. Ahora no lo tenemos. Pero lo quiero igual. Es un amor profundo. Y él ha sido el mejor padre que se puede ser. Y lo quiero con locura. No me cansaré de decirlo. Por eso, el día de la barandilla, cuando le dio el siroco, creí morir. Si le hubiera pasado algo, me hubiera tirado al vacío.

-No digas eso, Esteban. No me gusta. Un día moriré. Es ley de vida. Y tú tienes toda una vida por delante. Ciro aprenderá a amarte y dejará que tú le ames como él se merece, como los dos os merecéis. Ahora tienes a dos nuevos amigos, Pólux y Gaspar. Conoces a Martín, a Carmelo, a Jorge. Ellos te ayudarán si lo necesitas. Se lo noto en la cara.

-Pero morirás a los noventa. Antes no es negociable.

-Lo bueno que tuvo lo del siroco, es que avanzamos en muchos temas. Por el que dirán, no me atrevía a abrazarlo, a darle besos. A acunarlo si era preciso en las noches de pesadillas. Le di muchas vueltas antes de darle los libros de Jorge. Él ya los conocía, porque Germán se los daba a todos, pero no los quiso leer, porque no le gustaba. O por un gesto de rebelión. Volvimos a hablar de todo aquello que había vivido. Con calma.

-Nunca me ha juzgado. Es lo bueno. Y debo agradecer que se gastara una millonada en sacarme con vida de ese sitio.

-¿Cuanto pagaste?

-Medio millón. Más gastos. Tuve suerte, porque me buscaron un abogado fuera de sus… acólitos. Sé de otros que de abogados, pagaron más casi que por la compra en sí. Y aquí no ha habido, como en otros casos, que al año vinieran haciendo chantaje y queriendo cobrar otro tanto por no abrir la boca.

-¿Puedo preguntarte quién fue el abogado?

-Si es amigo tuyo. Y de Jorge, según he leído. Óliver Sanquirián. Lo reclutó Tirso. Por eso le echaron de ese bufete. Porque no quiso darles nuestros expedientes para que nos extorsionaran.

Martín miró a Carmelo. Le había cambiado la cara. Se levantó de un impulso y fue a abrazarlo.

-Ese Oli parece buena gente. Guarda bien los secretos. Y le da igual arruinarse por proteger a sus clientes. Parece buen tío.

-Ya, pero podía haberme contado algo…

-Debe guardar el secreto. Ya sabes el dicho:… – pero Martín no pudo acabar.

-Lo que no quieres que se sepa, no lo digas en voz alta, no lo apuntes en ningún sitio. – acabó Carmelo la frase.

Martín le dio un beso.

-Hermano. ¿Sabes que te quiero?

Todos se echaron a reír. La cara que había puesto Martín invitaba a ello.

-¿Y tú quieres dejar de copiar a tu tío Jorge? – se burló Carmelo.

-Yo solo le copio las cosas que dan buen resultado. – respondió Martín todo digno.

-Eres un cabrón, ¿Lo sabes?

-El insulto es el recurso de los necios.

-Hay días en que me pregunto por qué te tengo tanto cariño. No lo entiendo. Ahora mismo te estrangularía y eso me haría feliz.

-Os lo juro que parecéis hermanos en una riña familiar. – les dijo Amador con gesto de asombro. – Y encima como os paceréis tanto… tenéis gestos iguales…

El teléfono de Carmelo empezó a sonar.

-Contesta, contesta. Mi tío te llama para defenderme, seguro. Habrá percibido tu intento de maltrato – Martín le sacó la lengua. A duras penas se estaba aguantando la risa.

-Está claro Jorge que hoy te vas a quedar sin sobrino. Te anuncio que me voy a cargar a Martín de un momento a otro y lo congelaré.

-Si lo haces por recuperar los calzoncillos que le has regalado, ya te compraré yo algunos. No merece la pena que te manches las manos.

Todos habían escuchado la respuesta y la carcajada general no tardó en llegar.

-Que bobo eres. ¿Tan transparente soy? – Carmelo decidió seguir con la broma – Dime, anda.

-Antes de nada, saluda a todos de mi parte.

Jorge le había llamado para que acudiera a la cena con Nuño. Le explicó a grandes rasgos lo que había pasado.

-¿Y dices que va a tocar el violín con Sergio? Entonces…

-Escribe a Christian para que lo grabe. A lo mejor lo podemos utilizar para nuestros fines.

-Me pongo a ello. Luego te veo. Si llego tarde me disculpas con los demás.

Carmelo hizo un gesto al resto para disculparse por la interrupción.

-No he podido evitar… ese Nuño… con el que vais a ir a cenar… dices que toca el violín.

-Sí. Es una especie de diva de la música clásica. Lleva meses sin tocar. Tiene depresión.

-No será Nuño Bueno…

Carmelo se quedó sin saber que responder. Estaba seguro que Jorge le había dicho el nombre completo pero no lograba acordarse del apellido. Martín fue en su auxilio y le pasó su teléfono con una foto en la pantalla.

-Joder, sí que es clavado a Javier. Es Nuño Bueno, sí, Pólux. No lograba acordarme. Martín ha buscado la foto… Jorge nos contó que ese Nuño era el doble de Javier, el comisario de policía que se ocupa de nuestro caso. Y es claro que son dos gotas de agua.

Pólux hizo un gesto con la cabeza. Parecía que ese nombre le había traído recuerdos no muy agradables.

-¿Y si nos lo cuentas? – Martín se lo quedó mirando.

-No creo que sea el momento, ni el lugar.

-Puedo contar yo cosas de ese músico. Mi marido trabajaba en el mundo de la música clásica. Le oí comentar muchas cosas. Es hijo además de un juez importante.

Todos se giraron hacia Amador. Pero éste solo miraba a Pólux. El gesto de éste era serio. Imperceptiblemente señaló a Ciro y Gaspar con la mirada.

-Aunque quizás Pólux tenga razón y no sea el momento. Además seguramente son tonterías.

Carmelo fue a decir algo, seguramente en un tono de bastante enfado. Pero una mirada de Martín, consiguió sosegarle.

-¿Y como fueron vuestros primeros meses de convivencia? Esteban ¿Te costó acostumbrarte a esa nueva vida? Le he oído a mi tío que algunos chicos que salen de esa organización, siguen durante meses creyendo que el sexo es la solución para todo.

Esteban se sonrió.

-Pues algo de eso me pasó. Y me metió en algún que otro problemilla.

-Te escuchamos – le invitó Carmelo.

-Pues…

Necesito leer tus libros: Capítulo 72.

Capítulo 72.-

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Carletto y Jorge se intercambiaron sus teléfonos. El influencer no parecía creérselo del todo. En cuanto Jorge abandonó su casa le mandó el primer mensaje. Jorge se lo contestó. Sabía que era importante para el joven. Siguió recibiendo mensajes toda la tarde y Jorge se los contestaba al momento.

No le costaba porque Roberto le había caído bien. Sus mensajes sabía que eran producto de la desesperación, de la necesidad de saber que su amistad no iba a quedarse en una tarde en su casa. Y Jorge estaba dispuesto a convencerlo.

Cuando Carmelo y él llegaron a casa, Jorge le llamó por videoconferencia.

-¿Cómo estás?

-Me iba a ir a la cama ahora.

-¿Has ido a comprar ropa de cama nueva como te dije?

-Sí. Todo nuevo. La vieja está en la lavadora. Y todo lo llevaré mañana a Cáritas. He comprado también una colonia fresca para ambientar.

-Así me gusta.

-No sé si podré dormir…

-Claro que sí. Esta noche sí. Y las que siguen. No lo pienses. Simplemente déjate llevar. Si te obsesionas con el tema, es cuando no vas a dormir.

-Pensaré en ti.

-No me parece mal, pero creo que es mejor que pienses en ti. En tu nueva vida. En que mañana debes editar mi entrevista y publicarla en tus redes con una presentación en directo.

-Tengo miles de mensajes de seguidores que están ansiosos. La charla que hemos tenido en “El puerto del Norte” ha llamado mucho la atención. La han visto casi quinientas mil veces hasta ahora. Veinticinco mil en directo. A la mayoría les ha gustado.

-Y otros habrán dicho que yo debería estar muerto.

Carletto se encogió de hombros.

-¿Y entonces crees que la continuación tendrá la atención de tus seguidores?

-No dejas de ser la primera estrellona de la literatura que da una entrevista a un influencer de internet. Están todos deseando verlo. Mis colegas se mueren de envidia y hacen cola para entrevistarte. Y algunos para fusilarte a ti y a mí por entrevistarte.

-He llamado a Ernesto. Le parece bien ir a tu canal. Van a ir los dos. Cuando te venga bien me dices y hago de intermediario.

-Joder, que guay.

-No te digo que prepares la entrevista porque conoces perfectamente su obra.

-Me pondré nervioso.

-Eso es una bobada. Los dos son maravillosos. Y si te vas a sentir mejor, voy cuando la hagas.

-¿Harías eso?

-Claro. Aunque antes necesito que vengas mañana conmigo a ver a unos amigos.

-Joder, eso no me lo esperaba.

-Te advierto que a lo mejor va a ser un poco duro.

-A tu lado no lo será.

-Mañana te llamo y concretamos. Ahora descansa.

-Vale. Y gracias.

Carmelo estaba apoyado en el quicio de la puerta observando como Jorge hablaba. Éste le devolvió la mirada. Le hizo un gesto y Carmelo se acercó y se sentó encima de él. Le descalzó y le empezó a dar masaje en los pies mientras Carmelo le besaba en la boca.

-Me he dado cuenta de que hoy he sido un bobo.

-Pues eso ya lo sabía yo – bromeó Jorge.

-No te rías. Hablo en serio.

Jorge fue el que lo besó con pasión en ese momento abrazándolo.

-Sigue acariciándome los pies, por fa.

-La estrella de cine en modo niño peque.

-Soy un niño peque – dijo con voz de niño peque.

-¿Esa es la voz que utilizaste cuando doblaste esa peli de Disney?

Carmelo se echó a reír.

-Eres un jodido condenado cabrón. Joder, no sabía que te habías visto todo lo que he hecho. Hasta las pelis de dibus que aborreces.

-Varias veces. Aunque he de decir que muchas de ellas las vi con los ojos cerrados, solo para escuchar tu voz. Lo siento, no puedo con los dibujos animados. Pero tu voz, es otro tema.

-Cuando no me acuerde de algo, te lo preguntaré a ti.

-Y yo te contestaré adecuadamente. Como haces con mis novelas. Te las sabes mejor que yo.

-De verdad, perdóname por lo de antes. Lo del camerino.

-No seas bobo. No hay nada que perdonar. Me gusta que estés celoso. Pero solo un poco.

-Háblame de ese chico. ¿Roberto?

-Algún día te acordarás de él. Trabajasteis juntos. Con él, con Biel, con Hugo…

Carmelo arrugó el entrecejo.

-¡Joder! No me jodas. Ahora sí que me siento como una mierda. ¿Los conoce también?

-No tienes por qué sentirte mal. Somos un equipo, recuerda. Trabajaste con muchos niños y niñas. Muchos de ellos solo hicieron un par de capítulos de una serie o una peli o dos. Luego desaparecieron. O no gustaron o no encontraron padrino o lo encontraron pero … no fue bueno para ellos. No todo fue una tragedia en esos casos. De esos niños y niñas que empezaban, muchos, sus padres decidieron que no siguieran. Y otros, fueron los niños los que no quisieron. De aquellos compañeros, te acuerdas solo de los que luego volviste a tener contacto. Con Carletto… no sería el caso.

-Quiero conocerlo. Por lo que te he entendido, ese Carletto no es uno de esos chicos que se retiró por decisión propia. Tengo la impresión que su caso se parece al de Hugo.

-No es el momento, cariño. Lo voy a llevar a conocer a Saúl. Roger me ha escrito antes pidiéndome que lo vea. El otro día parece que le sentó bien, pero luego ha caído en …

-Bajonazo por no tenerte cerca. Se siente abandonado. Es muy frágil. Te va a costar levantarle el ánimo. Está al borde del precipicio. Y si vas a ver a Saúl con él, es que participó en los juegos de esos hijos de puta.

-Algo así. En la dos afirmaciones que has hecho. Pero no te rompas la cabeza, yo me ocupo de Carletto. Voy a intentar que él tenga la misma conexión que tuviste con Saúl. Martín fue el que me sorprendió; no me esperaba la conexión que tuvo. Los dos sentisteis lo mismo.

-Y crees que ese Roberto…

-Vamos a intentarlo. No lo conoce, eso seguro. Roberto es de tu edad más o menos. Un año o dos más joven, me parece que me ha dicho. Aunque parece esos dos años, pero más viejo. En realidad a veces casi parece tener mi edad. No me ha querido contar nada de esa época. Algún retazo sobre tus padres y los de Hugo. El piensa que no conozco a Hugo, de momento prefiero que siga pensándolo. No quiere hablar del tema. No me ha dicho ni el nombre que usaba para trabajar. Me ha contado que se drogaba. Que sin las drogas, no hubiera podido soportarlo.

-A saber lo que compartimos. Hasta jeringuillas, vete tú a saber. Está claro que es compañero también en eso. Cualquier barbaridad.

-No me ha quedado claro quién le sacó. O sí, espera, creo que me ha confesado en algún momento que fue Germán.

Jorge se lo quedó mirando.

-¿No te dará de nuevo por salir a beber…?

-No. Tranquilo. Me tengo que acostumbrar a estas cosas. Estamos haciendo que muchos asuntos que estaban tranquilos se… remuevan. Me tengo que acostumbrar. Debo ser consciente de que tengo un pasado que no recuerdo. Y que tú tampoco recuerdas. Lo que pasa es que tú lo disimulas mejor. Sabes jugar a hacer el papel de tonto. Yo en cambio, siempre he ido de listo. Y eso, en estas circunstancias, me perjudica. De cara a los demás, y me perjudica en mi forma de llevar estas revelaciones. No estoy acostumbrado a verme superado por las circunstancias. En estos años, he dominado siempre el escenario de mi vida. Sí, no me mires así, mi vida es otro escenario. El protagonizado por la estrella de la televisión y el cine, que pisa fuerte y siempre tiene una respuesta adecuada para cada situación.

-Solo quisiera que supieras, que… todo lo que hago, lo hago pensando en ti. En lo mejor para nosotros. Esto… es un juego peligroso. Lo sabes.

-¿Por qué de repente te… has lanzado con todo? Antes pasabas… te hacías el loco. Como decías, ibas pisando suave por la calle. Para que no te vieran ni oyeran. Parecías casi un fantasma. Y ahora…

-Lo sigo pareciendo a veces. Pero… a la vez, intento hacer memoria, intento… asociar las cosas que recuerdo con algunos retazos que a veces me vienen a la cabeza y a los que no encuentro sentido en un principio. Muchas veces cuando no puedo dormir, es que hay algunas imágenes, sensaciones, que me vienen a la cabeza. Sé que son cosas que he visto, que he vivido. Intento… hilarlas con recuerdos más consolidados. Esas “vitaminas” me ayudaban a ser un fantasma, un sinsorgo. Ya no las tomo. He perdido ese escudo.

-Pero ¿Qué ha cambiado? No me has respondido.

-Nada y todo un poco. La aparición de ese Rubén y la historia con Jorgito. Lo incomprensible de esa situación. Descubrir hasta que punto Dimas se ha aprovechado de mi y me ha estafado. Nadia, que cada día tengo más claro que desde el principio me traicionó. La novela robada y publicada en alemán. Ser consciente de que Roger siempre ha estado encima nuestro protegiéndonos. Eso quiere decir que lo hemos necesitado. Ser consciente de la mentira que me ha rodeado y que apenas he empezado a desentrañar. Esos jóvenes que buscan mi ayuda y a los que hasta hace poco ni he querido ver. Alguien me ha dicho hace poco que “ojalá hubieras sido así siempre”. Y tú, claro. He tomado conciencia de que eres mi vida. Que me has protegido todos estos años, que me has estado cogiendo de la mano permanentemente; y ahora… debo protegerte yo a ti. Ayudarte a digerir ese pasado oculto que está emergiendo. Antes te he dicho que las vitaminas eran mi escudo. Pero… desde que me fuiste a buscar, tú fuiste otro escudo. Un solo gesto tuyo hacía que los que se acercaban, tuvieran cuidado con lo que decían o hacían. Todos esos chicos… saben que tú eres el primero. Que eres Dios. No sé muy bien lo que significa exactamente, pero lo eres. Y a parte, como bien decías el otro día, enarbolan la bandera de mis historias para buscar salir a flote. No puedo fallarles a ellos tampoco. Pero sobre todo, no puedo fallarte a ti. Te amo tanto…

Carmelo besó a Jorge en los labios. Estaba al borde del llanto. Le emocionaba tanto esa forma de decirle lo mucho que le quería… le removía todo por dentro.

-¿De verdad que no quieres que vaya? No me importa. Tengo que acostumbrarme a esas cosas. Y aunque no fuera así. Creo que debo apoyarte.

-Mañana tienes rodaje. Y deberías irte a descansar.

-Sentado encima tuyo mientras me das masajes en los pies, estoy descansando. – volvió a hablar con la voz de ese personaje de Disney que dobló hacía ya unos años.

-Que bobo eres – le dijo Jorge mientras le besaba. – ¿Te he dicho que me encantan tus pies? – había cambiado de tono. Ahora hablaba en tono insinuante.

-Varias veces.

-Para mí ahora, es como si estuviéramos haciendo el amor.

– ¡Jorge! Que soy un niño peque. No puedo oír estas cosas.

-Es cierto. Es como si te estuviera haciendo una paja.

-Cállate, que me estás poniendo caliente.

-Ya lo he notado.

-Yo también he notado algo ahí abajo – bromeó Carmelo. Fue a llevar su mano hacía allí, pero Jorge le reconvino con la mirada.

-Hoy no toca. Necesitamos descansar de verdad. Tú mañana te enfrentas a ese rodaje que espero que alguien sepa de que va la película a estas alturas, y yo mañana me enfrento a… lo desconocido. A saber que depara el encuentro con Roger y su hijo. Y a saber como me sale el experimento llevando a Carletto.

-Esto de tenerme a palo seco, es tortura.

-Esto es amor. Puro. Amor puro. Amor metafísico.

-Y casto. – Carmelo empezaba a resignarse a que ese día no tocaba.

-Imagina cuando si toque. Vas a conocer el Nirvana.

Sonó el teléfono de Carmelo. Jorge arrugó el morro. Sabía que era importante por el tono de llamada. Carmelo se levantó asustado. Era raro que Sergio le llamara a esas horas.

-¿Ha pasado algo?

-Nada, perdona, no me he dado cuenta de la hora. Dos cosas, una que mañana debes ir a las ocho y media al rodaje. Se ha adelantado. Esperan acabar con todas tus escenas a repetir. A ver si ya acabamos con esa peli de una vez. Que me da que no, pero bueno. Y luego, como fui el que hizo las gestiones para que fueran Jorge y Álvaro a Pasapalabra, le dices que me han felicitado por su participación. Están muy contentos con los cuatro. A parte de la merendola a la que les habéis invitado y las camisetas que les habéis regalado a todos los del equipo y familias. Me han venido a decir que cuando quieran, les hacen un hueco. Aunque sea de un día para otro. Y que posiblemente llamen a los cuatro para algunos programas especiales. ¿Se lo dices a Jorge?

-Te está escuchando. Está a mi lado.

-Hola Sergio – dijo Jorge en voz alta – Gracias por las gestiones y por ocuparte.

-Un placer siempre escritor. Aunque esto te va a costar que me firmes dos libros para dos compromisos. Hoy ha sido tu día. Todos con los que me encuentro, me dicen que les consiga que firmes uno de tus libros.

-Quedamos cuando quieras a tomar un café, o mejor, a comer y te los firmo de mil amores.

-Hecho.

Carmelo se despidió de su representante y volvió a abrazar a Jorge.

-Deberíamos irnos a la cama. – propuso éste.

-¿Y si nos dormimos aquí, así como estamos? – propuso Carmelo.

-Es interesante tu propuesta, de hecho la sueles hacer muy a menudo, pero creo que la cama es necesaria para que descanses. Eso sí, te dejo que duermas abrazado a mi.

-¿Y me vas a acariciar la pierna?

-Claro.

Jorge llegaba cansado de su viaje a Salamanca. A la tensión de lo que implicaba su misión se añadió al poco la desaparición de Carmelo del mapa. Hasta que recibió el mensaje de su rubito, no respiró tranquilo. Le daba igual que Flor le asegurara que Carmelo no había sufrido ningún percance. Se arrepentía de no habérselo llevado a Salamanca. De no haber caído en el efecto que pudieran tener las revelaciones de Sergio Romeva, de Olga, de Carmen sobre el pasado de Carmelo. A él mismo, parte de esas revelaciones le habían sorprendido, porque no lo recordaba. Pero por otro lado, todo estaba en “Tirso”. Él sabía que lo que ahí se contaba era todo cierto. Todo había sucedido. Y que había cosas, detalles, algunos hechos, que había omitido. Era su novela más realista aunque a muchos les pareciera una salida de tiesto con todas las letras.

Pero no hizo caso a esas… señales de peligro al observar la cara de Carmelo. No quería ni pensar lo que se le habría pasado por la cabeza para volver a beber sin medida. Y sabía que no era lo único que había hecho sin medida. Lo conocía lo suficiente para saber como había reaccionado.

Por una parte le gustaba que Flor y los demás lo protegieran. Que no le hubieran contado con pelos y señales el estado de Carmelo y lo que había hecho. Sabía que Flor tenía un cariño especial por Dani. Y que no dejaría que le ocurriera nada. Pero tampoco podía protegerlo de sí mismo. Ese no era su trabajo. Y tampoco, aunque no fuera una cuestión de mera profesionalidad, podía intervenir de forma expeditiva: debía dejar que él tomara sus decisiones y se equivocara.

Flor le había mandado un mensaje cuando supo por sus compañeros que estaban a punto de llegar:

Se paciente con él. Te necesita. Ha vuelto a ser un niño pequeño necesitado de que le mezan y le acaricien”

Eso iba a hacer ahora. Aunque en realidad lo que le apetecía era meterse en la cama, tomarse una pastilla para dormir, y olvidarse de todo. Era uno de esos días en los que añoraba su soledad antes de que Carmelo empezara su mudanza progresiva a su casa.

Alan le sonrió al verlo salir del ascensor.

-Pareces cansado, escritor.

-Cansado es poco. Tú tampoco… pareces recuerda que tienes la otra casa si quieres descansar un rato. Me ha dicho Fernando que te quedas tú.

-Luego a lo mejor te hago caso. Hemos estado buscando como locos los datos que nos pedíais. Ha sido… una locura.

-Habéis hecho buen trabajo. Lo dicho. Usad el otro piso a vuestra discreción. ¿Y mi rubito?

Alan levantó las cejas como toda explicación.

-Flor ha estado un rato con él antes de bajar.

-Me la he encontrado en el portal. Un rato… dices ¿De cuantas horas?

De nuevo, Alan respondió con un gesto: se encogió de hombros.

Jorge se puso enfrente de la puerta de su casa. Hizo unos gestos para recomponer su figura y quitarse esa pátina de agotamiento que sentía que le cubría toda la piel. Ensayó su sonrisa y al cabo de unos minutos, metió la llave en la cerradura.

-Ya estoy en casa – gritó al abrir la puerta.

Dejó las llaves en el cuenco destinado a ello. Vio las de Carmelo, así como los dos juegos de la casa de Concejo. A lo mejor no era mala idea irse a pasar la noche allí. Tomó la decisión en un momento. Abrió la puerta de nuevo y le soltó a bocajarro a Alan.

-¿Y si me lo llevo a Concejo?

Alan no dijo nada. Solo abrió su comunicador interno.

-Nos vamos a Concejo. Traed los coches.

Jorge volvió a entrar en su casa y gritó:

-Rubito, vamos. Toca cenar dónde Gerardo.

Jorge lo vio sentado en el suelo, en el salón. Usaba como respaldo el sofá. Fue hacia él, se puso en cuclillas y lo besó en la boca. Le cogió las manos.

-Vamos. He pensado que nos vendrá bien pasear por el campo.

-Si estás cansado. Te lo noto.

Jorge sonrió. No se le escapaba nada.

-Claro. Por eso me he dado cuenta de que lo que tú y yo necesitamos hoy, es pasear por Concejo e ir a cenar donde tu amigo Gerardo.

Jorge volvió a besar los labios de Carmelo. Tiró de él con las dos manos y lo levantó.

-No puedo contigo, escritor – se quejó Carmelo.

-Como siempre te digo: si no puedes conmigo, únete.

-Espera que me cambio…

-Estás estupendo así.

-Eso no es decir nada. Te gusto de todas formas. Hasta desnudo.

-Eso no quiere decir que no tenga razón. Y no, no te voy a permitir que vayas desnudo a pasear por el campo.

Carmelo fue a protestar, pero Jorge le interrumpió:

-Coge las llaves que nos vamos. Las llaves y el abrigo. Y tu portátil y el móvil. No necesitas nada más.

-Pero…

-Dani, por favor. Quiero… agarrarte del brazo y pasear hasta el estanque de los encuentros.

-Si te has acordado de como se llama. Eso es un milagro.

-Para una vez… ¿Ves? Es una señal.

Jorge apagó las luces y empujó a Carmelo al descansillo.

-Ahora tendremos que esperar a que estos acerquen los coches. Tanta prisa…

-Ya están los coches abajo – Le anunció Alan con una sonrisa.

Parecía que todo se había puesto de cara. El trafico estaba fluido y Alicia, que conducía, se empleó a fondo. Hasta puso los rotativos. Y no dejó de anunciar su presencia dando ráfagas de las luces largas. Todos los coches se apartaban rápidamente y les dejaban el carril libre.

Jorge al sentarse junto a Carmelo, le cogió la mano y entrelazó los dedos. Iba besando de vez en cuando cada uno de ellos. Carmelo había apoyado su cabeza sobre el hombro de Jorge.

-¿Me perdonas? – le dijo Jorge.

-No tengo nada que perdonarte. Será al revés en todo caso.

Carmelo no sabía a que se refería. Jorge se lo aclaró:

-El haberme ido esta mañana sin ti.

-No digas tonterías. Desde que me he despertado hoy, no he hecho más que el tonto.

-No digas eso, Dani. No me gusta oírte hablar así.

-Es cierto.

-Mira, ya hemos llegado.

Pararon en la Hermida. Pero Jorge no dejó que Carmelo entrara en la casa. Lo agarró del brazo, su postura clásica y preferida para andar por el campo y lo empujó a caminar.

-No puedo contigo escritor. Quiero lamerme las heridas, sentirme fatal sentado en el suelo, y no me dejas.

-Soy egoísta. Te necesito contento y feliz para estar bien yo. Así que… te llevo a pasear a tus sitios favoritos, agarrado por el hombre al que amas.

-Que presuntuoso. – se burló Carmelo. – ¿Quién te ha dicho esa mentira?

-¿No es verdad que me amas? Entonces tendré que preguntar a Álvaro. O a Carletto. O a alguno de estos guapos policías que nos protegen. Voy a preguntarle a Alan…

-Ni se te ocurra. – Carmelo fingió que empezaba a enfadarse. – Vamos, hombre.

-Entonces ¿Me quieres?

-Va, un poco – respondió Carmelo fingiendo resignación.

-¿Por qué no me cuentas lo que has sentido esta mañana?

Aunque Jorge había lanzado la pregunta de improviso, Carmelo no tardó en responder. Parecía que las respuestas las tenía preparadas.

-¿Me conociste antes de que te fuera a buscar? Todos han estado de acuerdo esta mañana que tú me salvaste en esas circunstancias. Cuando Olga me tuvo que proteger y cuidar cuando tenía catorce años. Me salvaste de aquella paliza que me dejó como un cromo y que casi me mata. Te pegaste por mí y me sacaste sobre tu hombro, como un saco de patatas.

Jorge se encogió de hombros. Aunque había estado esperando esa pregunta, no sabía muy bien como responderla. No recordaba las circunstancias exactas. El también había dado muchas vueltas a esas revelaciones. En el viaje había repreguntado a Carmen, pero ésta se había mostrado esquiva. Apenas había repetido lo ya dicho. Sabía que había una escena en “Tirso” que correspondía a ese momento. La escena precisamente que mostraron en Pasapalabra, la que grabaron Mariola y los demás. Martín había hecho el papel que le correspondía a Carmelo.

-Creo que te llevé a comisaría – respondió cauto – pero no estoy seguro. Creo que allí, el padre de Javier se ocupó de ti. Lo abrazaste. El te abrazó a ti. Parecía que no era la primera vez que os veíais. Tengo idea de que Olga andaba por la comisaría. Y que una vez que ellos se ocuparon, yo me fui. No recuerdo nada más. Si a eso se puede llamar recuerdos. Lo único que estoy seguro es que hasta ese día, no te había visto nunca.

Jorge se calló que de eso tampoco estaba seguro. Ni que después de ese día, no tuvieran contacto. Aunque de haberlo, habría sido ocasional.

-Esto es una mierda.

-Eres … has sido muy feliz en los últimos tiempos. ¿Qué cambia saber esas cosas? Es pasado. ¿Puedes hacer algo para cambiarlo? No. Alguien me dijo hace poco que por mucho que quisiéramos los escritores, el pasado era inamovible y no hay forma de volverlo a vivir. Así que… sigue adelante. No cambia nada que en esos años, hicieras esto o aquello.

-Pero si me cuidaste entonces, quiere decir que…

-Quiere decir que por alguna causa, estaba en el sitio, adecuado, o alguien me lo pidió. Y que te cuidé lo que pude. O te ayudé, como quieras decirlo. Nada más. Luego me imagino que no nos volvimos a ver hasta que decidiste buscarme.

-A lo mejor te busqué por eso. Porque sentía…

-La razón última por la que lo hicieras… ¿Cambia algo? Lo hiciste. Y gracias a dios que te lanzaste. Si no, yo ahora posiblemente no viviría.

-No digas tonterías. ¿Por qué no ibas a vivir?

-Tienes razón – Jorge reculó. No era el momento. Él sabía perfectamente a lo que se refería. Pero… no era el momento. – Me he dejado llevar por ese espíritu dramático que tanto me echas en cara. Quiero decir que sin ti, no concibo la vida ahora. Nada más.

-Me abrumas cuando me dices estas cosas. Pienso que yo no estoy a la altura.

-No digas bobadas. Pero si me has cuidado, me has llamado, siempre has sabido cuando te necesitaba… ¿Como no vas a estar a la altura? Me dedico a escribir, es normal que diga frases o palabra que suenen rimbombantes. Ese dramatismo que te citaba antes y que a veces me echas en cara y del que te burlas. Pero son palabras. Lo que importa es lo que hay debajo, los sentimientos, y de eso, estás bien surtido. No hay quien te gane, rubito.

-Palabras que quieren decir algo.

-Que te quiero. Pero puedo decirlo así “te quiero”. Nada más. Tú me lo dices con la mirada. Yo soy incapaz de poner esa mirada que pones tú. Esos ojos… me embriagan… cada vez que me miras. ¿Ves? Como ahora.

-No tengo los ojos azules.

-Ya, y eres rubio.

-Pero en realidad te molan los rubios. Confiesa.

-Cierto. Me molan los rubios. Ya te lo he dicho alguna vez. Pero por favor, mantén el secreto. Joder. Que si no, todos los rubios se van a lanzar a mi cuello.

-Huy, que problema. Como si te importara.

Jorge se paró de repente. Giró a Carmelo y lo miró a los ojos.

-Rubito. ¿Me besarías ahora?

La cara que puso Carmelo era de decir: pero que bobo es este hombre. ¿Como no le voy a besar ahora y siempre? Pero no lo dijo. Solo acercó su boca a la de él y lo besó. Así estuvieron un buen rato, en medio del camino.

-No puedo contigo, escritor – dijo Carmelo nada más separar sus bocas. – Yo quería estar enfadado, triste, y no me dejas.

-Eso es mentira. Yo sé que no quieres eso. En realidad quieres que vayamos al bar a cenar un poco.

-Pero si no es de noche.

-Primero, está anocheciendo. Mientras llegamos será casi noche cerrada. Segundo: es que tengo hambre. Solo he comido un sándwich mixto. – Jorge mintió en lo que había comido, pero no lo hizo en que tenía hambre.

-Si no te hacen gracia.

-Mas a mi favor. Y me da que tú no has comido nada.

-¿Quién se ha chivado?

-Tu estómago que no hace más que rugir pidiendo algo que digerir, a parte de bilis.

-¿No querías ir al estanque de los encuentros?

-Pero ese estanque, va a estar ahí mañana ¿No? Y pasado…

-Y el bar va a estar dentro de una hora…

-¿Una hora escuchando esos ruidos dentro de ti?

Carmelo soltó una carcajada. Era imposible. No podía con ese hombre. Lo tenía dominado. Quién se lo iba a decir… el hombre que no se atenía a lo que decía nadie. El que siempre dominaba todo tipo de relaciones. Ahora, un cordero en manos de un tipo, que para todo el mundo, eran un pobre hombre que vagaba por las calles de Madrid sin nada que aportar a la sociedad. Porque un escritor que no publica… un fantasma con cara de alelado…

-Vamos a cenar. – cedió Carmelo – Al menos espero que me dejes elegir el menú.

Jorge levantó las manos para indicarle que se plegaba a sus deseos.

-Cualquiera te dice nada – dijo en tono cantarín.

Carmelo agarró ahora el brazo de Jorge y tiró en sentido contrario. Y empezó una cháchara sin mucho sentido pero muy divertida. Al menos a Jorge le hacía gracia. Porque no dejaba de reírse.

Jorge Rios.”