Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

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Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

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-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

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Necesito leer tus libros: Capítulo 69.

Capítulo 69.-

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Una vez que empezaron a mirar las fotos, todo fue rodado. Aún así, eran muchas y se les hizo muy tarde. Iban saliendo en la pantalla y si alguno de ellos decía la palabra clave “guarda”, Raúl la apartaba en una carpeta distinta para luego revisarlas.

Esa revisión se la dejaron a Jorge, o en todo caso, para otro momento en que pudieran reunirse. Era momento de volver a Madrid.

-¿Te vienes a casa? – le preguntó a Martín.

-Hoy tengo plan. – respondió éste en tono interesante. – Y así paso por el hostal a dejar las zapas que me has regalado.

-¿Te han gustado?

-Molan. Están guays. Dale las gracias a Dani.

-Mándale un wasap. Le hará ilusión.

-Vale.

Jorge sonrió resignado. Creía que Raúl y él volverían a salir esa noche. Le hubiera gustado que Martín se fuera con él y tener la oportunidad de preguntarle de nuevo por sus revelaciones. Lo tendría que dejar para otra ocasión.

-Si quieres un día de estos, miramos las fotos – se ofrecieron Fernando y Helga.

-Pero cuando estéis de servicio. No quiero acapararos en vuestros momentos de ocio.

-Hoy me voy yo a curiosear al hospital – dijo Helga.

-Es tu día libre.

-Tengo enseguida tres días seguidos. Ya descansaré entonces. Te cuento lo que averigüe.

-No sé como agradeceros …

-Publicando de vez en cuando. No guardándotelo todo para ti. – Fernando fue el que le respondió.

-Venga, vamos, vamos. Que te está esperando el relevo en Madrid. Te noto con la cabeza … que no te rula – Jorge lo empujó de broma hacia los coches.

-Tío, Helga y Raúl me llevan. ¿Te importa?

Martín se había acercado a su tío para abrazarlo antes de separarse.

-No. Pero no te olvides de lo que hemos quedado.

-No, pesao. Te llamo. O llámame tú, así haces el gasto.

Jorge soltó una carcajada. El teléfono de Martín lo pagaba él desde sus trece. Fue su regalo de cumpleaños. Y seguía haciéndolo, como seguía ingresándole en la cuenta su “propina”. Propina que había triplicado hacía unos días, al contarle Aitor que estaba casi siempre en números muy rojos.

Cuando llegó a su casa de Núñez de Balboa, justo pilló a Mariola y a Pepe que había ido a recoger a su mujer y a su nieta. Asia dormía feliz en brazos del abuelo.

-Se lo ha pasado en grande. Ha alternado los hombros de Carmelo y de Álvaro. Han sido sus hombres del día. Pero ya hace una hora que su cuerpecito se ha rendido y se ha dormido en tu cama.

Jorge besó a Mariola y a la niña con cariño.

-Mañana volvemos.

Jorge se rió, porque había sonado a amenaza.

-Puedes venir todos los días si quieres.

-Pues tú vete buscando fecha para venir a cenar a casa un día – le dijo Pepe. – Reunión familiar.

-Me dices y lo arreglo.

-Podíamos aprovechar cuando venga Rodri de París – propuso Mariola.

-Hablé el otro día con él. – recordó Jorge. – Pasamos un rato entretenido.

-Me contó ayer precisamente al decirle que su madre venía hoy a tu casa. – dijo Pepe.

-Vámonos Pepe. Hay que acostar a la niña.

Jorge tocó con los dedos en la puerta de casa para anunciar su llegada. Carmelo estaba recogiendo la cocina. Sonrió al verlo entrar.

-Pensaba que a lo mejor te quedabas a dormir allí.

-No rubito. No puedo vivir sin ti. Necesitaba acariciarte la cara, mirarte a los ojos y comerte esa sonrisa que tan bien luce en tu rostro.

-Me dices estas cosas …  y no sé que contestarte.

-Creo que lo más apropiado es que me beses con pasión y amor.

-Eso está hecho, escritor.

Ninguno de los dos necesitó nada más para ponerse a ello. Pegaron sus cuerpos y se entretuvieron unos minutos en besarse y acariciarse la cara. Sin olvidar mirarse a los ojos.

Dani, cariño, estás cansado.

-Estaba pensando lo mismo de ti.

-¿Bajamos a picar algo a algún bar de por aquí?

-He guardado un surtido de lo que hemos preparado para mañana. Y Juliana nos ha subido una empanada gallega que acababa de hacer. Es para nosotros solos.

-¿Y lo que habéis hecho hoy?

-Se lo han llevado los de “El Cortejo” para guardarlo en sus cámaras. Sino, era imposible. Ellos se encargan de las bebidas mañana. Les he pedido que nos hagan su San Francisco.

-Me gusta más el tuyo.

-El de la Dinamo también está bien.

-Cierto. Es distinto, pero también me gusta. Pues querido, si cenamos un poco, nos tomamos una copa sentados tranquilos, y nos vamos a la cama …

-A tus órdenes, mi amor – dijo Carmelo cuadrándose como si estuvieran en el ejército.

Aprovecharon la cena para ponerse al día. Carmelo le contó como había ido el día de elaboraciones.

-Han estado todos muy centrados. Álvaro no ha descansado ni un minuto. Y cuando me notaba cansado, se ha llevado a Asia con él y se la ha puesto sobre sus hombros. Esa niña es… maravillosa, pero agotadora.

-Me da que entre los dos habéis podido con ella. Me los he encontrado abajo. Dormía feliz en brazos de Pepe.

-Pero se ha dormido porque sabía que era tu cama. Ha dicho algo así como: “La cama de Jorge”

-¿A sí? Calla, que ha habido un par de días que Mariola vino a casa cuando estabas fuera y me eché con ella en la cama para que se durmiera. Joder, que memoria tiene la cabrona.

-Otra a la que tienes en el bote.

-Te recuerdo que con quien se ha ennoviado es contigo, no conmigo. Por cierto ¿Y Álvaro?

-Hemos estado hablando en un aparte. Se han unido Ester, Arón y Mariola. Ésta le ha echado la bronca como ella hace. Todos le habían mandado cosas por wasap, ánimos y promesas de que no le iban a dejar solo. Y casi todos sus amigos han hablado por teléfono con él. Hemos quedado en que vamos a crear una cuenta a nombre de todos. Óliver se encarga de los trámites. Va a hablarlo con Néstor, el marido de Dídac. Ya sabes que es directivo de… – Jorge afirmó con la cabeza – En ella vamos a poner cada uno veinte mil euros. Cuando ingresen los demás, nosotros recuperamos el resto del dinero que adelantamos. Ahí va a quedar un fondo del que puede ir tirando Álvaro para poner al día la hipoteca, hasta que venda la casa. La va a poner a la venta, le hemos convencido entre todos.

-Al final lo que proponían por wasap el otro día. – Carmelo asintió con la cabeza – Eso es un avance. No le vi muy receptivo a esa idea.

-No lo estaba. Al final le hemos convencido y Oli se encarga de ayudarlo. Él cuando pueda, va a ir ingresando hasta cubrir los doscientos veinte mil que vamos a poner entre todos. Cuando eso suceda, recuperamos el dinero todos y cancelamos la cuenta. Se ha unido Mariola a los que ya estaban en el ajo el otro día.

-¿Qué ha dicho de dónde va a vivir?

-Pues en su casa antigua, que la tiene pagada. Creo que ya te dije. O a lo mejor se lo he comentado a… no sé a quién. Resulta que la sigue teniendo. Se la había dejado a unos “amigos” de Toledo que vinieron a estudiar a Madrid. Él decía de venderla, pero Ester le ha convencido de que esa casa está muy bien. La tiene pagada y tiene muchos menos gastos. Y no tiene ni comparación. Parece que tiene que arreglar alguna cosa, ya sabes lo que pasa cuando dejas algo a alguien…

-Ya. Por eso has entrecomillado eso de “amigos”.

-Le hemos dicho que coja de ese fondo si necesita. Ahora de momento, tiene esa publicidad bien pagada, no como las que hablamos el otro día. Y creo que le ha salido otra cosa parecida para dentro de unas semanas. Tiene Tirso. Cualquier de los dos papeles que puede hacer, son buenos papeles e importantes. Sus redes sociales le dan algunos ingresos. Procuraremos estar más pendientes de ellas y surtirle de más contenidos. Mariola le ha insistido en que vuelva a cantar, a colgar sus canciones y que haga alguna cover. Arón quiere que canten alguna cosa los dos.

-¿Qué va a hacer con la película de esa Lola?

-Ésta le ha llamado. Nuestro Willy…

-¿Era él entonces?

-¡Claro! ¿Lo habías dudado en algún momento? El caso es que debió llamar a esa Lola para decirla que despidiera a Álvaro. Ésta le ha mandado a freír espárragos. Lola le ha llamado para decirle que no ha cambiado nada, y que por mucho que piense Willy, no tiene nada que decir al respecto. Y otra buena noticia: al saber que va a salir en Pasapalabra, han prorrogado su obra de teatro. Y puede que le salga otra. Fernando Cabrales le ha comentado a alguien que quiere montar otra obra y que Álvaro encajaría en el papel. A parte está la serie que le comentó Cabrales.

-A Javier le había llegado algún rumor de lo de Álvaro.

-¿Te lo ha dicho?

-Ahora no recuerdo bien si ha sido él o Carmen. Han venido a decir que si quiere, puede denunciar.

-No lo va a hacer.

-Eso he pensado. Pero mira, nuestro amigo Willy… ¿Tan mal le va en el mundo de la actuación que se tiene que buscar la vida como prestamista y timador de actores emergentes? A mí me da que con Álvaro lleva varios años propiciando este desmesurado afán consumista de nuestro amigo. Metiéndole en la cabeza esas ideas absurdas.

-No huele bien eso, no. He oído a veces rumores que hay como una trama que engaña a los actores recién llegados y que tienen un éxito rotundo. Les embarcan en un nivel de vida desmesurado con la esperanza de que eso propicie nuevos trabajos. Y respecto a la carrera de Willy, no sé que decirte. Creo que no le va mal. No sé que le ha entrado… alguna vez he oído que le gustaba mucho el juego. El póker, parece. Que a veces juega en esos campeonatos, como Piqué, el futbolista.

-Mira. Ya conocemos a un afectado de esa trama. En realidad a cinco, con los cuatro que citó Álvaro el otro día.

-He llamado a Rodrigo Encinar. ¿Te diste cuenta que fue uno de los que citó Álvaro en su conversación con Willy?

-Sí. Y luego se me olvidó preguntarte.

-Le he dicho que me han llegado rumores de que anda mal de pasta. Otro que me lo ha negado. Pero yo le he dicho a cara de perro, que si necesita algo, que me lo pida. Que no haga nada para pagar eso de lo que pueda arrepentirse. Y que si quiere denunciarlo, yo le apoyo. Le he hablado de Javier y sus compañeros.

-O sea que le has dicho claramente que lo sabes, y que por mucho que lo niegue, no te va a convencer.

-Con él tengo confianza. Sí, se lo he dejado claro. Es un buen tío, buen actor y en su día me ayudó mucho. Eso no lo olvido ni lo haré nunca.

-Eso no me has contado.

-No viene al caso.

-¿Y a Gonzalo le has llamado?

-No tengo tanta confianza. Pero Rodrigo sí, y le he hecho ver que sé que su amigo está igual. Que lo mismo vale por él.

-No van a querer.

-Al final Rodrigo me ha venido a reconocer que… sí, que… tiene una deuda… pero no debe ser más de diez mil euros.

-Pero su caché en esas citas no llegará ni a los doscientos euros. Si es que ha entrado en el juego. No es muy conocido. Y eso ya sabes como va.

-Creo que no lo ha hecho. Lo más …  tonto es que el dinero lo ha usado paa hacer unos arreglos que necesitaba su casa. No ha sido por …  fardar.

-Ojalá tengas razón.

-¿Y tú qué?

Jorge le fue contando las novedades en su excursión a Concejo. Y le fue contando todo lo que había dicho Martín sobre la opinión de sus padres sobre el sucedido de hacía diez años.

-¿Os conocíais entonces?

-De cruzarnos en eventos, en reuniones sociales… que yo recuerde, hasta el día en que Paula me llevó a la barbacoa, no había cambiado ni un saludo con él. Nos conocíamos de vista. Y mira que desde que ha dicho eso Martín, le he dado vueltas al tema.

-¿Y Martín y Tirso? No lo entiendo. ¿Tirso existe?

Jorge se quedó pensativo. No sabía que contarle a Carmelo y mucho menos como hacerlo.

-Digamos que alguien parecido a él, existió de verdad. Parece.

-¿Y ese tipo es al que conoce Martín?

Jorge se encogió de hombros. En realidad tampoco podía asegurar que Martín conociera al verdadero Tirso. Se imaginaba que ahora se llamaría de otra forma. Es un nombre poco común y en todo caso, asociado a personas mayores. Tirso tendría ahora… unos treinta y cinco años, pensó Jorge. Sería de la edad de Javier y de Matías. Lo que no alcanzaba a comprender, era de qué lo conocía. A no ser que Paula y Laín ocultaran muchas más cosas de las que él pensaba.

-¿Y tú te acuerdas de todo eso que contó Olga y Carmen y Sergio de que me salvaste? – preguntó de nuevo Carmelo.

Jorge volvió a encogerse de hombros.

-No lo recuerdo, no. Pero… habrá que pensar que a lo mejor algo hubo de todo eso. No puedo decirte nada más.

-Hay una escena parecida en la novela.

Jorge asintió con la cabeza.

-¿Ese niño era yo?

-Al menos parece que me basé en ti para escribirlo. No lo sé. Para mí, Tirso es una novela salida de mi imaginación. ¿Qué haya algún personaje basado en alguien real? Seguro que sí. Siempre los hay en mis novelas. Lo hemos hablado muchas veces. Pero ahora no te pongas a darle vueltas a la cabeza. Estamos ahora, quince años después, estamos juntos, tenemos una nueva vida por delante para descubrir y disfrutar. Prefiero la vida que nos resta juntos, que recordar cada detalle del pasado. Del pasado, lo suficiente para sacar de su zona de confort a esos indeseables que nos quieren mal. El resto, lo dejamos en el baúl de los recuerdos.

-El otro día me comporté…

Jorge le puso a Carmelo el dedo índice sobre sus labios.

-Fue culpa mía. No medí bien como podría ser el desarrollo de esa reunión. No estuve atento y no te cuidé.

-No soy un niño, te recuerdo. Tengo que controlarme. Tengo que saber asumir las cosas que suceden a mi alrededor y no me gustan. Y quiero que me perdones.

Jorge le besó de nuevo en los labios.

-Te perdono.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Estuvieron unos minutos los dos, acariciándose de nuevo y bebiendo de la misma copa de San Francisco. Habían preferido no beber alcohol esa noche.

-He convencido a Martín de que se venga a vivir con nosotros.

-¿A sí? Pues ya me dirás como lo has hecho. ¿Se ha convencido de que no me molesta, ni me estorba?

Le contó el aviso que le había hecho sobre los relatos de la carpeta de descartados. Y sus nuevos hallazgos.

-Alucino contigo escritor. ¿Resulta que todavía tienes más relatos escondidos? ¿Y todos en la carpeta de descartados? No me extraña que Fernando te mirara con cara de extraterrestre al ver los cuentos de tus sobrinos y los relatos de tus nanas. Y ten presente lo que te dijo Flor. Le salió del alma.

-Rafa me dio permiso para publicarlos – dijo sonriendo Jorge.

-Es grande Rafa.

Jorge se encogió de hombros. Esas carpetas escondidas no supo cuando las creó ni por qué. Lo había estado mirando al volver de Concejo. En las dos carpetas que no había abierto Martín, había más de trescientos relatos. Y como siempre, algunos eran más propios de ser calificados como largos que como cortos. Lo que más le extrañaba es que estuvieran bajo ese epígrafe de “descartados”. Había empezado a leer algunos y no le encontraba sentido. Le gustaban.

-Y me temo que entre esos relatos, están los que interesa. Todo ha surgido precisamente porque me ha avisado Martín que todo lo que me estaba pasando para leer, estaba en esa carpeta. Hay dos con Nati Guevara de protagonista. Un par de los padres de Martín. Algunos sobre Nando, sobre Sergio, sobre Toni, sobre la Universidad… me ha apartado Martín once relatos. Tengo que leerlos todavía.

-¿Y las fotos?

-Hemos apartado unas quinientas. No está mal de treinta mil que teníamos entre los dos. Y falta el teléfono mío estropeado y yo creo que falta otro tuyo. Aunque lo mejor de todo estaba en el álbum de fotos de los padres de Martín. Foto de Fausto Lazona y de Rubén y su hermano gemelo, todavía como chico. Por cierto, he dejado la cámara profesional en Concejo.

-Me llamó Bruno para avisarme. Pues a lo mejor, habría que echar un vistazo a las fotos de Laín y Paula. Sin que se enteren, claro.

-Ya se lo he insinuado a Martín. A ver por dónde sale. He quedado con Fernando y con el resto que quedábamos otro día y las repasábamos. Al final teníamos todos los ojos irritados. Pero se han portado genial. Y la sorpresa de que Helga y Raúl aparecieran para ayudarnos, me ha emocionado.

-No me extraña que acabarais con los ojos rojos. Menos mal que se os ha ocurrido ponerlas en la pantalla. Y todos estos… ya me dirás como has hecho para ganártelos tan pronto.

-Sí. Fernando ha tenido buena idea. Y respecto a lo otro… creo que en realidad el trabajo lo has hecho tú antes.

-Raúl y Fernando no habían venido nunca conmigo hasta que empezaron a ir contigo. Helga muy de vez en cuando. Bruno igual. Has sido tu querido el que te los has ganado.

-Da igual. El caso es que son geniales y buena gente.

-Estaba pensando que a lo mejor, debíamos meter prisa a Martín en la mudanza, para que no se arrepienta.

-Tienes razón. A ver que se nos ocurre.

-Escritor, hoy soy yo el que me rindo incondicionalmente y te pido que nos vayamos a dormir.

Jorge sonrió a la vez que acarició la mejilla de Carmelo.

-Petición concedida.

Carmelo se levantó del regazo de Jorge y lo ayudó a su vez a levantarse él.

-Deja, ya lo recogeremos mañana – le pidió Jorge.

Las fuerzas a ambos les llegó justo para llegar a su habitación, desnudarse y tumbarse. No tardaron ni dos en quedarse profundamente dormidos.

.

La cocina de Jorge se convirtió al día siguiente en el perfecto ejemplo de ese lugar maravilloso en el que se junta toda la familia el día de Nochebuena para hacer la cena de todos. Y por extensión la casa entera. Una actividad frenética, en este caso, para tenerlo todo preparado para llevarlo por la tarde al plató de Pasapalabra.

Ya llevaban cocinando dos días. Y hubieran sido tres sino pasa lo del viaje a Salamanca de Jorge y Carmen y el siroco que le dio a Carmelo. Había sido una suerte que uno de los concursantes hubiera caído enfermo con una indisposición estomacal. Eso había aplazado la siguiente grabación dos días. Porque además, el número de asistentes no dejaba de aumentar.

El día anterior habían avanzado. Ya tenían todo el menú decidido. A primera hora habían llegado los pedidos que Carmelo había hecho a media tarde, incluido el de la carnicería de Gaby. Todo bien conservado en unos recipientes isotermos. Gaby además, le había preparado decenas de brochetitas de picadillo adobado que hacían ellos y unos nuggets caseros “Me has dicho que habría niños, los hijos de los miembros del equipo ¿No? Verás como les encantan”. Pero todavía quedaban muchas cosas por preparar. Era el día en que todo debía estar a punto. El día decisivo. A las nueve, habían quedado en llevarlo todo e iniciar el ágape. Carmelo había quedado con los de “El Cortejo” que se pasaban sobre las cinco y media a recoger las últimas elaboraciones. Para esa hora había que haber acabado. Eso les daría tiempo para irse a sus casas y prepararse para el evento.

Jorge observaba todo con asombro. Había hecho algún intento, poco intenso, es cierto, de ayudarles con los preparativos. Tras mucho zascandilear y como le echaba en cara el actor, “siempre estás en medio querido”, Carmelo le había prohibido terminantemente meter mano. Juliana la vecina se había unido. Aunque al final se bajó a su casa, porque había mucho follón.

-Hago croquetas y empanadillas. Y unos hojaldritos rellenos de crema. Carmelo ¿Hago alguna empanada más?

-No estaría mal. La que nos comimos Jorge  y yo anoche, estaba riquísima. Y cada vez que me escribe Roberto, sube el número de personas que van a ir.

-Me bajo entonces.

Jorge hizo amago de seguirla pero su vecina la paró:

-Y no bajes, Jorge Rios, que eres… es que alguna vez que he hecho los hojaldritos de crema delante de él, se los come más rápido que lo que tardo yo en rellenarlos de crema pastelera. – explicó a Mariola y Ester que estaban a su lado.

-Van a ir los de “El Cortejo” para servirlo. – anunció Carmelo. – Ellos se encargan también de las bebidas.

-Pesado, ya lo dijiste ayer – le tomó el pelo Omar.

Carmelo parecía gozarlo. Jorge pensó que si lo de la actuación llegaba un día que le cansaba, podría abrir un restaurante y encargarse de la cocina. Eso le tranquilizó porque supo que tenían el futuro asegurado. Aunque se cuidó muy mucho de expresar ese pensamiento en voz alta. Por otra parte, eso de sentir que Carmelo podría mantenerlo sin problemas… le estaba empezando a gustar. Carmelo trabajando cada día y él dedicándose a escribir, sin preocuparse de tener que publicar, ni de ocuparse de esas cosas que tanto le… costaban.

-Ya lo tenéis todo organizado. – comentó así de pasada. Parecía estar buscando una justificación, o directamente la expulsión.

-Álva viene ahora – anunció Ester. – Ha acabado antes de lo previsto las pruebas de vestuario para esa sesión de fotos de mañana.

-Omar ha bajado donde Juliana para ayudarla con lo suyo. – anunció Mariola.

-¿Por qué no te vas por ahí a escribir en algún sitio? – le sugirió – echó Carmelo a Jorge.

Carmelo besó al escritor para hacer más llevadero el hecho de que le estaba echando de su casa. Pero muy al contrario, no se sintió ofendido, sino que sin dar oportunidad a que alguien le dijera que se quedara, cogió su bandolera, su gabán y se fue sin decir adiós. Le faltó hacer un gesto de triunfo nada más cerrar la puerta de su casa.

Estaba ya entrada la mañana. Llevaban unos días intensos. El primero, con la preparación de su presencia en Pasapalabra y el descubrimiento de las actividades de Álvaro para solventar sus problemas de dinero y lo que llevó consigo. El siguiente día con la grabación de los tres programas del concurso. Que aunque se lo hubieran pasado bien, no dejaba de ser agotador. Alguna vez notaba a los concursantes cansados cuando veía por la tele el programa. Y no se extrañaba.

Salamanca y Sergio. Y luego al volver, Carmelo. De camino, su parada en el pueblo del refugio de Nabar, Jordi y el resto de esos chicos dolientes. Nabar le había mandado varias fotos de cada compañero con la sudadera que les había llevado. Había quedado con Javier  en ir un día, hablar con Jordi y algunos otros chicos y así les firmaba las sudaderas a los que no lo había hecho. Nabar le decía que todos la habían tomado como su prenda habitual. Jorge le llamó a Bernabé para que le hiciera más, y así que pudieran tener para poder lavarlas. Y esas fotos se las mandó a Iván, el dibujante, para que le preparara unos retratos de los chicos para regalárselos.

Al día siguiente, su excursión a Concejo para mirar fotos y recibir novedades. Sobre todo las confidencias de Martín. Debía pensar en ello más detenidamente. El tema de Tirso le había dejado descolocado. Y el tema de sus padres y su opinión sobre él. Poco a poco Martín iba soltando todo lo que sabía. Jorge intuía que a lo mejor, no había hecho más que empezar. Y cada vez estaba más seguro que Laín y Paula eran otros amigos que iban a pasar de ser eso, amigos, a personas interesadas o cuando menos, que lo querían cerca solo para enterarse de lo que sabía o hacía. O vete tú a saber si para cosas más … espurias.

No le venía mal un paseo sin complicaciones y quizás una parada para reflexionar y en su caso escribir algunos pensamientos. Esos mismos que ahora le asaltaban mientras sentía el ambiente de la ciudad en plena actividad mañanera.

.

Carmelo fue a buscarlo al final de las grabaciones. Le habían estado llegando informaciones de lo que ocurría en el plató y en sus alrededores. Estaba preocupado y conocía a Jorge. Sabía que después de ese esfuerzo de sociabilidad, de controlarlo todo, de levantar el ánimo a Álvaro, llegaría “la bajona”. Justo llegó cuando Mariola se montaba en el coche de producción que la devolvería a su casa.

-Se ha quedado un poco apagado – le comentó al darle un beso.

-¿Te vienes a casa entonces a cocinar?

-Claro. Pero me llevo a mi nieta, te advierto.

-Le dejamos a Jorge de niñera.

-Me da que quiere largarse en cuanto pueda. Él cuenta con tus hombros para que hagan esa labor. No le digas nada que te he dicho.

Carmelo se echó a reír.

-Vivís en la casa de Jorge ¿No? Menos mal que has dejado ese santuario impersonal que es la casa de Cape.

Carmelo saludó a los miembros del equipo del concurso que se fue encontrando camino de los camerinos. Roberto y él se abrazaron.

-Tío, a ver si quedamos y echamos una tarde – le dijo Roberto. – No te digo nada de que vengas al programa porque sé que no te gusta.

-Claro. Nos llamamos. Podríais veniros un finde a Concejo.

-¡Ah! Es una idea. Han estado geniales los cuatro. Menudos cuatro. Y Jorge que parecía calladito.

-Me quema el wasap. Ha corrido la voz entre los colegas.

-Pues espero que no sean como algunos haters que se me han colado en mis redes.

-De esos también tengo. – se lamentó Carmelo.

Fernando el escolta le señaló el camerino en el que estaba Jorge. A la pregunta silenciosa de Carmelo, el policía contestó con una mueca de preocupación y de disgusto. Carmelo tocó ligeramente la puerta y la abrió. Jorge estaba recogiendo sus cosas para irse. Pero por la forma de moverse, por la postura que mantenía su cuerpo, supo que la cosa no iba bien.

Jorge sonrió al verlo. Se abrazaron y Carmelo le besó los labios a la vez que le acariciaba con ambas manos el rostro.

-Me dicen que has estado genial en los tres programas, que os habéis convertido en el mejor grupo de invitados de toda la historia, y resulta que estás apagado.

Jorge se encogió de hombros.

Carmelo le cogió la bandolera y se la colgó en su hombro y agarró el brazo del escritor para llevarle hacia los coches que les esperaban en la puerta.

-¿Y si le he puesto en el disparadero? Ayer con pagarle a la brava la deuda con ese cabrón. Y hoy, con esa exhibición que ha hecho de su querencia por mí y por mi obra. No le tenía que haber dejado hablar de mi novela. Es que además lo ha hecho con tanta pasión…

-Pero Mariola ha hecho lo mismo y ha hablado de “deLuis” también.

-Otra que a lo mejor…

-No dramatices.

-Tengo muy presentes esas conversaciones sobre nosotros, de esos compañeros, amigos o lo que sean.

-Álvaro puede separar su mundo del de ellos. Mariola nunca se ha relacionado con ese… grupito. Ni Ester tampoco. “Hola ¿qué tal?” y poco más. Arón y algunos otros se han desligado del grupo de wasap y no quieren saber nada de ellos.

-¿Elegir? ¿Le vamos a obligar a elegir?

-¿Crees que esa gente le aporta algo bueno? – opinó Carmelo.

-Pero es su elección de vida. No podemos… inmiscuirnos. Y cuando eligió sin ninguna presión, eligió a ese Willy para que le prestara. No te eligió ni a ti, ni a Omar, ni a Manu ni a Ester.

-Eso es cierto.

-¿Cuánto debería al principio?

-A mí me da que lleva algún tiempo con lo de acompañante.

-Creo que deberías… matizar con él mi actuación de ayer. Me pasé de frenada.

-Es posible. Pero intentabas que reaccionara. Puede que… no debimos pagar su deuda de la forma que lo hicimos. Y el intento de que pusiera en nuestras manos …

-Por eso. Te toca hacer de poli bueno. De quitarme autoridad, o como quieras llamarlo. Para que no se sienta agredido.

-Va a volver a su piso antiguo. Eso me han dicho. Te advierto que era una casa muy guay. No entendí nunca por qué se mudó. Y no era nada pequeña, quiero decir. En aquel entonces era …  es como comparar la casa de Cape con la tuya. La tuya es hogar. La de Álva era hogar. La nueva era como la de Cape. Menos impersonal, pero un estilo.

-Al menos se mueve.

-Puede que tu sobreactuación tuviera efectos positivos.

-¿Y si la tipa esa le despide después de que se sepa lo que ha pasado hoy en la grabación?

-No creo que lo haga. Le tendría que pagar el contrato entero y pagar a otro actor. Puede hacerle la vida imposible para luego despedirlo. Pero para eso debe esperar a que empiece el rodaje, y todavía faltan unos meses. Ni ella ni sus amigos tienen tanto poder. Y si recuerdas en la conversación, Willy le amenazó veladamente con esa posibilidad. Y Álvaro se enfadó y anunció que hablaría con su representante al respecto.

-¿Seguro? Con alegar diferencias creativas… o problemas de agenda. O peor aún: tenerle hasta el día antes de empezar los ensayos y despedirlo entonces. Se queda sin trabajo y sin posibilidades de encontrar otro. Dos o tres meses en blanco. Y alega su falta de moralidad, por ejemplo. Destapando sus actividades como acompañante.

-Puede que el proyecto del que le habló Fernando Cabrales, se adelante. A lo mejor es posible que tenga que elegir entre los dos proyectos. Y seguro que elige el de Cabrales.

-No creo que Álvaro dejara esa película. Tengo la sensación de que le gusta trabajar con esa mujer.

-Ella no es una garantía de taquilla. Aquí manda el dinero. Y él en cambio, si es garantía de taquilla. Nos olvidamos que tiene millones de seguidores en sus redes. Y eso tiene una valoración económica. Y a Cabrales le tiene en mucha estima. Si tuviera que elegir entre los dos proyectos, no dudes que elegiría el de Cabrales.

-No te equivoques, Carmelo. Depende. Habrá que saber quien pone el dinero para esa película. Y también quién está detrás de todos esos amigos que despotricaban contra nosotros. Y el tipo que le metió en la agencia de acompañantes VIP. Todo eso hay que investigarlo. Puede que tengan algo más para tenerlo controlado.

-Te olvidas que yo tengo muchos enemigos en la profesión, sin causa definida. Simplemente porque he triunfado. Eso molesta a algunos. Mi carácter ayuda en ese sentido. El cine es un mundo lleno de egos. Y que quieres que te diga, investigar esos temas por nuestra cuenta, viendo la gente que nos debe acompañar si vamos a hacer un pis en un bar, no es ahora mismo algo que me deje tranquilo. No me parece bien que te metas en ese lío.

-No te niego eso. Pero recuerda también que los que nos quieren matar, están en ello no porque te tengan envidia, sino porque quieren evitar que su pasado, del que eras partícipe de alguna manera, les eche una zancadilla unos años más tarde, cuando creían que todo estaba olvidado y que sus acciones no iban a tener consecuencias. Que los secretos del pasado salgan a la luz y alguno pueda verse abocado a acabar en la cárcel. Y respecto a lo de investigar, yo lo veo desde otro punto de vista: se trata de buscar nuestros recuerdos. Las razones para que estemos como estamos. Y empezar a avanzar en la solución de este tema.

-Te olvidas de otra posibilidad: que algunos de los que me odian por mi éxito se… oculten en ese otro mundo que viene del pasado. Y otra posibilidad: la venganza. Y ésta… cada vez… la tengo más presente. La sombra de la venganza en todo esto, empieza a opacar al resto de posibilidades.

-Ahí no encajo yo – razonó Jorge.

-“Hacéis una pareja estupenda” – le recordó con voz afectada. – Y querido, recuerda los comentarios de Martín respecto a sus padres. Y recuerda a Toni, al que tanto citas últimamente. Nati Guevara. Con todos tuviste… encontronazos.

Jorge hizo un gesto para darle la razón.

-Esperemos que ese Willy no quiera hacerle chantaje ahora. – opinó Carmelo.

-Es una posibilidad nada descartable, por otra parte. Pero hasta que no pase, no se puede hacer nada. Y en todo caso, debe ser él el que inicie las acciones, denuncias o lo que quiera hacer al respecto.

-Monta en el coche, anda. – Carmelo le hizo un gesto con la mano para insistir en su petición. Llevaban un rato hablando en la calle, al lado de los coches.

-Ester nos ha invitado a tomar algo con ellos. – apuntó Jorge.

-¿Quieres ir?

Jorge hizo un gesto arrugando el morro.

-A lo mejor convenía que fueras tú. Yo mejor me voy a casa.

-Me voy contigo.

-No, Carmelo. Vete. No hace falta que de repente hagamos todo juntos. Son tus amigos. Tus compañeros. Yo he estado con ellos todo el día. Así planificáis lo de la merienda de mañana. Y tienes que corregir mis errores de ayer. Y es mejor que lo hagas sin estar yo delante.

-¿Estás seguro? Y en todo caso, serían nuestros errores.

Jorge a modo de respuesta salió del coche de Carmelo, al que al final se había subido, le cogió su bandolera del hombro sobre el que seguía colgada y caminó hacia el suyo. Se despidió con un gesto con la mano pero sin girarse. Fernando le abrió la puerta y subió con él.

-¿A casa?

-No. Al Pianola’s. Nos espera Javier allí.

-Perdona, se me había olvidado. Me ha llamado Carmen después de hablar contigo. No le has dicho nada a Carmelo.

Jorge se encogió de hombros.

-No quiero meterle en ese follón. Puede que tenga que hacer otra visita para hacer amigos. Y prefiero que no le salpique.

-Alucino contigo. Si quieres damos un pequeño rodeo y puedes echar una cabezada. Estás matao, no, lo siguiente.

-Sí, por favor – suspiró Jorge al decirlo a la vez que que le tendía su móvil para que lo controlara y se acomodaba y cerraba los ojos.

Jorge Rios.”

Le estaba sentando bien el paseo. No se estaba fijando por dónde iba. Hacía tiempo que no pasaba una mañana en ese plan. Sin plan. Yendo por dónde le llevara el viento. Observando a la gente con la que se cruzaba. Intercambiando miradas. Si notaba que le reconocían, sonreía y apartaba la mirada pudoroso.

Se encontró de repente frente al restaurante de Biel. Rico, el encargado, hablaba con dos personas en la puerta.

-¡Jorge! ¡Qué alegría verte! ¿Vienes a tomar algo y a ponerte a escribir?

-¿Te importa?

No se le había ocurrido. Se le había olvidado el ofrecimiento que le hizo Biel hacia ya unas semanas.

-Me encantaría. Hay una mesa reservada para ti. Todo el día. Te lo juro. No la usamos nunca. La tenemos siempre a tu disposición. No hace falta ni que llames como el otro día para reservar.

-Pues vamos a darle buen uso hoy – dijo alegre Jorge.

-Además, hasta dentro de una hora no esperamos a los primeros clientes. Tienes la sala para ti. Alba te pone lo que quieras.

No le había mentido Rico. Cuando entró, vio su mesa en un rincón discreto, pero con vistas. La misma mesa que habían ocupado después de su paseo por su antiguo barrio. Alba se la mostró con una mirada y una sonrisa en cuanto lo vio en el restaurante. Ahí estaba el cartel de reservado. Al sentarse comprobó que en el cartel ponía en pequeño su nombre.

Era todo un detalle. Sabía que prácticamente todos los días llenaban el local. Se sentó de frente a la sala, para poder observar a la gente cuando llegaba o cuando interaccionaba con sus acompañantes. Sacó su portátil de la bandolera y sus molesquines. Se preparó su pequeña oficina.

No tardó en ponerse a escribir.

El arte, la cultura, parece que siempre es el primer pagano de las circunstancias. Si hay crisis, lo primero de lo que se recorta es la cultura. El cine, el teatro, la pintura… las exposiciones dejan de tener prioridad. El cine, el teatro… como es un negocio…

No todo el arte, no toda la cultura es un negocio. La mayor parte de los museos son deficitarios. Si se tuviera que repercutir en las entradas el coste de mantener esas obra de arte en perfecto estado, su acceso sería exclusivo de las élites.

Una de las cosas que es característico del ser humano es su capacidad de crear. Es la capacidad de elevar el espíritu con su creación o con su contemplación. Y todos los gobiernos atacan esa posibilidad. Salvo que puedan sacar un rédito político, o quieran utilizarlo para manipular a la población. Los nazis, o los comunistas, partidos extremos, fueron unos maestros en como utilizar la música, el cine, la radio para propagar sus consignas.

¿Y qué puede elevar más el espíritu que la contemplación de una pintura en un gran museo? O el disfrute de una obra maestra del cine. O la lectura de una gran novela. Hay un cierto movimiento que pretende contraponer el arte a la conservación de la naturaleza, por ejemplo. Y las dos cosas son fundamentales en el desarrollo del espíritu humano. No convirtamos nuestra sociedad en una de esas novelas distópicas, en la que el arte está prohibido. Si cualquier movimiento ataca al arte, por sistema, yo dudaría de sus verdaderas intenciones. Quizás en el fondo, su verdadero propósito sea destruir el alma humana. Y cuidado, el alma no es una cuestión religiosa. Es una cuestión social y de vida.

Jorge Rios”.

-Ha sido una suerte encontrarte, Jorge Rios escritor. Permíteme que me presente, soy Carletto el influencer de los lectores bien informados.

Necesito leer tus libros: Capítulo 68.

Capítulo 68.-

-Se te acumula el trabajo, tío.

Martín seguía buscando relatos que se atuvieran a los criterios que le había pedido Jorge. Pero éste estaba dándole vueltas a la cabeza a todas las revelaciones que había hecho su sobrino. Y una pregunta le acuciaba ¿Cuántas más cosas sabía Martín? Y también se le ocurría una cosa: ¿Eso no lo pondría en peligro?

-Ya casi tengo las fotos subidas y clasificadas. – anunció Fernando. – Bruno nos trae la cámara. Ya la ha cogido. Sale ahora de guardia.

-Deberíamos hacer un parón para comer. ¿Os parece? – propuso Jorge. – Así invitamos a Bruno, que menos.

-No hemos traído comida.

-Podemos ir al bar de Gerardo – propuso Jorge. – Martín mira un momento la nevera, por si acaso.

-Vale – Martín se levantó para cumplir el encargo de su tío – Nada. Hay cosas para hacer, pero hecho no hay nada. Yogures sí, y sobres de embutidos al vacío, algunos dulces… un par de tapers con puerros y tomate concentrado… En el congelador hay pescado y carne y tal. Y verduras y otras cosas. Puede que Carmelo tenga pensado hacer algo y le fastidiemos

-Voy a escribirle para que me de el teléfono del bar y llamamos para que nos reserven. Por cierto, ¿Queda limonada de la de Juliana?

-Na, pero está mala. Mira que color tiene. Y huele… raro.

No era por decir. Martín la estaba oliendo y su gesto era revelador. Pero no era un gesto de que oliera mal, sino que el aroma le recordaba algo… que no le gustaba.

-Tírala por el fregadero. No vaya a ser que bebamos sin darnos cuenta y nos pase algo.

Carmelo lo llamó al cabo de unos pocos minutos.

-Ya os he reservado. Mesa para seis, por si acaso. Y otra mesa para los escoltas.

-¿Qué tal vais vosotros? – preguntó Jorge.

-No me engañas escritor. Te importa una mierda como va nuestro trabajo. Que sepas que Asia y yo somos novios ya desde hace un par de horas.

-Joder. Contra esa mujer no puedo competir – se rió Jorge. – He vuelto a la soltería en un momento. Fue bonito lo nuestro mientras duró.

-Que lo sepas. Besos de parte de todos.

Jorge abrió los brazos resignado.

-¿Quién es Asia? – preguntó Martín.

-Una de las nietas de Mariola – respondió Jorge entre risas. – Y su abuela dudaba si llevarla por si se aburría y molestaba.

-Como sea como su abuela… – Martín sonreía con cara de pillo.

-Dos copias exactas – afirmó Jorge. – Venga, vamos.

-Un segundo que se suba lo que tengo entre manos y así luego solo me quedan esos teléfonos que has encontrado los últimos. ¿Han llamado a la puerta?

Jorge se levantó y se acercó para abrir. Si los habían dejado pasar los escoltas, debía ser alguien conocido.

-¡Andá! – Exclamó Jorge sorprendido de ver a Helga y Raúl. – Pero esto es una sorpresa… si hoy era vuestro día de asueto.

-Nos han dicho que estabais trabajando duramente y hemos venido e echaros una mano. Nos aburrimos en nuestro día libre.

Los recién llegados fueron saludando a todos. A Jorge no le pasó desapercibido que Martín y Raúl se dieron un pico. ¿Sería ese el último ligue de Martín, el día que no se quedó a dormir en Concejo?

-Íbamos a ir a comer, así que…

-Ya está. Podemos irnos. – dijo Fernando dejando la tablet sobre la isla y levantándose con decisión – Tengo hambre.

-Cuidado; cuando Fer dice que tiene hambre, es que se va a comer un buey entero si le dejamos. – bromeó Helga.

El bar estaba a reventar. Menos mal que habían llamado para reservar y lo había hecho Carmelo, que tenía influencias. Aún así, tuvieron que esperar un rato. Aprovecharon para tomar el vermuth en la terraza. El aire se había calmado un poco, aunque seguía amenazando lluvia.

-Mira, ahí está Bruno – dijo Raúl.

-Llegas a tiempo a la reunión de los hombres que libran.

-No, cuidado, yo estoy de servicio. – dijo Fernando.

-¿Hay alguna diferencia cuando estás trabajando a cuando no?

Fernando puso cara de incomprendido.

-A veces me voy a dar un paseo o a ligar por ahí.

-Si no necesitas irte a ligar. – le dijo Jorge en broma.

-Ya me has dado bastantes veces calabazas. Una más y me pegaría un tiro.

-Joder, se te ha pegado el dramatismo del escritor. – se rió Helga. – Eso parece una enfermedad contagiosa. Pediré hora a mi médico para que me aconseje una vacuna.

-Encima me achaca que le he dicho que no, cuando nunca me ha tirado los tejos. Es más, una noche lo tanteé y se hizo el longuis. Como si oyera llover. Y me hizo unas promesas que luego no ha cumplido.

-Para no ponerte a prueba, escritor – se defendió Fernando.

Una de las camareras de Gerardo se acercó para avisar de que ya tenían la mesa. Así que volvieron dentro y ocuparon sus mesas. No volvieron a hablar de trabajo. Bromearon y disfrutaron del momento. Jorge miraba a su sobrino con una sonrisa. Era claro que había tenido algo con Raúl. Y aunque conociéndole sabía que era solo un tema de un par de noches, al menos lo veía a gusto y parecía que pasara lo que pasara, seguirían siendo amigos.

-Volvamos al curro, que si no, no vamos a acabar. – propuso Fernando.

-Tío, tienes mucho tajo pendiente. Esta mañana has estado un poco vago.

-No te metas con este pobre hombre. – Helga fue la que lo defendió.

Bruno aprovechó para despedirse de ellos.

-Me escapo unos días al mar – les dijo. Todos le desearon que lo pasara bien y desconectara.

Estaban entrando de vuelta en la Hermida. Martín cogió su tablet y siguió buscando. Fernando subió las fotos que había en la cámara que había traído Bruno. Eran más de quinientas fotos.

-Tenéis cerca de … treinta mil fotos.

-¿Tantas?

-Y eso que borráis un carro de ellas.

-La mayoría selfies. O cuando sacas los zapatos por error.

-O los desnudos – bromeó Martín.

-Oye, que yo no me fotografío desnudo.

-Me refería a cuando sacas a los demás desnudos.

-¿Hablas por experiencia, Martín? – bromeó Fernando.

-Pero bueno, que pasa. ¿Esto es una alianza contra el pobre escritor? Os tenía por gente de bien que me apreciaba.

-Las apariencias engañan – se rió Raúl.

-Oye, no … llevo puesta tu camisa… eso valdrá para algo. Deberías apoyarme.

-Ya me he dado cuenta. Te sienta bien.

-En esta familia está claro que se lleva lo de la ropa intercambiable – Fernando no pudo evitar soltar una carcajada. – La chaqueta de Martín es tuya, escritor.

-¿Tú no llevas nada de nadie? – le picó Helga.

-Los calzoncillos de Raúl. Se los mangué el otro día…

-Ya me parecía que me faltaban unos… pensaba que se los había comido la lavadora…

-Un poco de seriedad – dijo al final Martín. – Tío, estás hoy muy disperso.

-El sobrino poniendo orden en la vida de su tío – bromeó de nuevo Fernando. – De nuevo el mundo al revés.

-Y lo malo es que tiene razón.

-Las fotos están. – anunció Fernando. – Raúl acaba de clasificar las últimas. Éste teléfono no sé que le hiciste, pero no puedo con él. Si me lo dejas… se lo llevo a un amigo. O mándaselo a Aitor.

-Casi no. Dile a tu amigo, si es de confianza. A Aitor le tengo con mil cosas. Me va a acabar odiando.

-¿Pasamos las fotos a la pantalla?

-Es buena idea.

-Te acabo de pasar cuatro relatos más, tío. – le anunció Martín.

-Miramos todos las fotos. Entre todos veremos más cosas. – propuso Fernando.

-Déjame a mí el control del archivo, que soy el peor fisonomista de todos. – dijo Raúl.

Fernando le pasó su tablet y al momento, apareció en pantalla la primera foto.

-Son fotos de cinco años antes de vuestra presentación oficial – explicó Fernando a Jorge. – Si viene de los teléfonos o equipos de Carmelo, lleva una C en la esquina. Y son tuyos, Jg.

-Hacemos una cosa si os parece. – propuso Raúl – las fotos que penséis interesantes, me decís y las pongo a parte. Luego las volvemos a ver. Así quitamos el mogollón al principio. Son muchas fotos.

-Debemos buscar a cualquier implicado o persona interesante. El chico que perseguía a Jorge, Rubén, su tía o mejor dicho, su madre, Nadia, Dimas, su familia; Toni el representante, su socio Sergio Romeva, la Guevara, Carmelo, sus padres, por si aparecieran…

-Ovidio Calatrava, el tipo ese de la editorial Bonifacio no sé qué, los padres de Martín, Martín, Hugo, no nos olvidemos de él…

-Olga, Carmen, Matías… tampoco nos olvidemos…

Jorge miró con las cejas levantadas a Helga, que era quien había hecho esa propuesta.

-Puede que estén por ahí. Para hacernos una idea global de todo. Y sobre todo, para ver en que circunstancias y con quien.

-De paso, incluimos a Galder y a Aritz. Y a Javier, claro – propuso Fernando.

-¿Se nos olvida alguien?

-El decano de la Uni, el rector. Ely su secretario. – propuso Martín. – Y el resto de amigos de mi madre en la Uni. Sobre todo tus “amigos”. Y el productor ese que le gustan los de dieciocho, Paco Remedios.

-Y otro productor, Fausto Lazona. – propuso Jorge.

-Ese no sabemos que pinta tiene – dijo Fernando.

Jorge se quedó mirando a Martín.

-No le conozco. No me mires.

-Fausto. – dijo de repente Jorge. – ¡Fausto! – repitió como si acabara de hacer un descubrimiento. Así lo llamaba todo el mundo. El apellido los despistaba.

Martín levantó al cabeza y se quedó mirando a su tío.

-Fausto – repitió Martín despacio y en voz baja.

Sacó otra tablet de su bandolera. Se acercó al router del wifi y escaneó el QR con la contraseña. Todos lo miraban expectantes. Al cabo de unos minutos, Martín sonrió. Mostró a su tío la foto de un hombre.

-Fausto. – Jorge parecía aliviado. Recordaba a ese hombre. Se dio un golpe con la mano en la frente. Conocía perfectamente a ese tipo. ¿De qué? Eso todavía no lo tenía claro. Pero al menos, se había abierto una pequeña puerta del baúl que contenía esos recuerdos..

-Esa foto está sacada en tu casa.

-Sip.

Helga se levantó de un salto de la silla alta en la que se había preparado para ver las fotos en la pantalla. Se acercó a y Martín para ver las fotos.

-¿Y ese de atrás no es Rubén?

Jorge se levantó a su vez y cogió la tablet de Martín en las manos.

-Hay más fotos. Pasa con el dedo – le dijo Martín.

-No es Rubén. Rubén es éste – Jorge señaló en otra foto a otro joven idéntico pero con otra ropa.

-Entonces ese es “su hermana Eva”. Son calcados. Son gemelos.

-Sip. – contestó Jorge, imitando a Martín.

-Mándame las fotos, que se las envío a Tere. Le vendrán bien en sus pesquisas. – le pidió Raúl a Martín.

-Mira a ver si puedes evitar que se enteren tus padres, no quiero que tengas problemas.

-Na. Me enseñó Aitor. No se van a enterar.

-Y tus amigos los protectores – le dijo Helga mirando fijamente a Jorge. – También sería interesante buscarlos en tus fotos.

-Pero esos os rogaría… que fuerais discretos. Por cierto, Fernando. ¿Rubén?

El aludido resopló.

-Deberíamos turnarnos para ir a curiosear por allí. Estuve un rato hablando con sus vigilantes. Gala, una de ellas, es amiga. Salía de guardia justo cuando llegué. La invité a una cerveza en un bar cercano y charlamos.

-Antes de nada. ¿Rubén? ¿Sigue igual?

Fernando se encogió de hombros.

-Aparentemente sí, sigue igual. Mira, yo lo miro, y veo a alguien dopado. Y esa idea luego me la corroboró mi amiga. Aparentemente los análisis no dicen eso. Porque si no, el hospital nos lo debería haber comunicado. Pero sigo teniendo esa impresión. Ya la saqué la última vez que te acompañé al hospital. Como todo el personal decía de la depre y demás… me callé.

-Pero eso es fácil de disimular. Muchas sustancias si no las buscas, no aparecen. Con pedir análisis y no pedir que busquen lo que sea que tome, ya está.

-Yo de todas formas tengo una duda. Es importante lo que voy a proponer. – era Fernando el que hablaba de nuevo – ¿Se dopa él o le dopan?

-¿Sugieres que el pavo ese toma algo para parecer lelo? – resumió Martín.

Fernando no contestó con palabras. Solo se encogió de hombros. Todos miraron a Jorge, que no había dicho nada.

-Es interesante esa propuesta que haces. – dijo con cautela el escritor – Me parece plausible. Me gustaría que sea lo que sea, lo dijerais. En realidad no sabemos nada de Rubén. – Javier y él habían quedado que de momento, mantendrían el secreto de lo que les había contado Nabar – Ni del resto. Nos han mentido, me han robado… no puedo descartar nada. Sigue, Fernando.

-Rubén tiene siempre la tablet que le dejaste encima de él. Y a veces la mira. Nuestros compañeros piensan que aunque la tiene en su poder, no lee nada. En cambio, la versión oficial del hospital y de los sanitarios encargados, nos hacen pensar que está leyendo tus novelas. Llamé luego a Aitor. Me lo corroboró. No ha leído ni palabra. Me dijo que había habido intentos de sortear la seguridad de la tablet, pero no consiguieron nada. Tampoco es que fueran intentos muy… intensos. Para Aitor simplemente estaban probando. Pero no se arriesgaron a seguir al ver que tenía protección. Fue un visto y no visto para no dejar huella.

-No querrían que les pillaran. Hugo fue imprudente al decir delante de todo el mundo que la tablet era una trampa. – opinó Raúl. Helga asintió con la cabeza.

-Eso pudo poner en alerta a alguien. – razonó Fernando.

-Lo malo es que en principio, solo lo escucharon nuestros compañeros.

-Eso no quiere decir nada. Unos lo comentan con otros, y acaba escuchando quien menos esperas. -Lo que no quieres que se entere nadie, mejor no lo digas o lo publiques o lo escribas siquiera.

-Me dijo mi amiga que fuera un día y preguntara por el doctor Mazuelas. Ayer no estaba. Acababa de salir de guardia. Me dice que es el único que es fiable. Que no sigue las directrices del director del hospital, que ha tomado el control. Y habría que echar un vistazo a ese enfermero que mandaron investigar, pero que no salió nada.

-¿Por?

-Gala, como sus compañeros están convencidos de que conoce a Rubén.

-Entonces sería la persona que podría estar suministrando esas drogas, si es que se las toma él porque quiere.

-Es como si te tomaras tú las vitaminas esas, tío. – comentó Martín.

-¿Quién querría estar en ese estado? – Raúl ponía cara de no entender.

-Yo le entiendo perfectamente – opinó Jorge – A mí me gustaría a veces volver a tomar mis vitaminas. Mi vida era mucho más tranquila.

-Pero con toda probabilidad no nos habrías conocido a nosotros.

-Eso es cierto. Pero si lo miro fríamente, no compensáis…

-¡Qué decepción, escritor!

-¿Has pensado que algunos de esos botes pudieran tener otro tipo de pastillas mezcladas con las de siempre?

Jorge se quedó mirando a Martín. Le hizo un gesto para que siguiera.

-Es la forma más fácil de matarte. Por eso estaban seguros de que robarte era el negocio del siglo. Y no tenían prisa, porque pensaban que nadie tenía acceso a tu nube. No dijiste nada a Nadia de que Dani o yo podíamos leer todo. O tus vecinos, la carpeta de Nadia. Ésta pensaba que era la única. El escritor enclenque y asocial. Y como beneficiarios de tu testamento, Jorgito y Clarita. Así que todos tan amiguitos de tu editor. Todos pensaban que seguías tomando las pastillas cada día. Pero tú y yo sabemos que eso no es así hace muchos años. Aunque fingías muy bien.

Jorge no apartó la vista de su sobrino. Al contrario que antes de comer, ahora le mantenía la mirada.

-Es una posibilidad.

-Yo que tú mandaría analizar todos los botes que guardas en casa. Cada pastilla. Empezando por las últimas remesas. Ponías fechas en los botes.

Jorge miró a todos los que estaban en la sala. Iba a protestar ante la afirmación de Martín de que había fingido seguir tomando las pastillas, pero se dio cuenta que todos lo sabían. Se sonrió y movió la cabeza negando.

-Sois unos cabrones, que lo sepáis.

-Solo te apreciamos, escritor – le dijo Helga.

-Pero entonces hay varios… bandos. – propuso Raúl. – ¿No?

-Eso creo que es cada vez más claro.

-Que complicado.

-Deberíamos atacar a cada uno por partes. Si esperamos a tenerlos a todos… a lo mejor se nos escapan algunos.

-Y seguirán haciendo de las suyas.

-Hay que tener en cuenta que nada de lo que hasta hace unos días daba por cierto, debe tener esa consideración.

Jorge miraba a Martín al decir esto.

-Antes no he acabado de entender lo que decían tus padres de aquello de Dani.

Martín miraba con pena a su tío.

-Es lo que he oído. Que fuiste un insensible y un impresentable. No, un insensato. Hay una pista en el primer relato que te he enviado, al final. Como no has leído ninguno…

Los tres policías no pudieron evitar una sonrisa por el reproche de Martín a su tío. Éste también se sonrió. Tenía razón, no podía defenderse. Cogió su tablet y retomó la lectura. Solo le quedaban un par de párrafos.

En un momento de la discusión, la Guevara le echó en cara a Jorge con muy malos modos que parecía mentira que tanto que se había arriesgado al salvar a Dani de ese depravado, ahora lo pusiera de nuevo en peligro.

-¿No te das cuenta que está destrozado? Jorge por favor. Casi te matan cuando lo sacaste de allí. ¿Quieres que muráis los dos?

-Solo sé que si Carmelo se retira de la película, habrán ganado ellos.

-No tiene que ver con la película. Tiene que ver con sus ansias de poder, de tener a una estrella del cine y la televisión ensartada por su asquerosa polla. ¡¡Joder!! La película, a los que le hicieron eso, les importa un bledo, Jorge.

-Da igual. Habrán ganado.

-Es un niño, Jorge. Tiene catorce años. Por muchas experiencias que haya vivido, te reconozco que al noventa y nueve de la gente, en toda su vida, aunque viva cien años, no experimentará ni un diez de lo que ha hecho Dani a los catorce. Pero sigue siendo un niño. Que está solo. Deja que se retire de la película.

-¿Para que la haga el hijo de tu amiga? ¿Para que tu papel no se resienta?

-Si piensas eso, Jorge, no tenemos nada más que hablar. Si no entiendes que es un niño… y quieres exponer su estado a la luz pública, allá tú y tu conciencia.

-No – podemos – dejar – que – se – salga – con – la – suya.

-No te diré que Asun es la mejor madre del mundo. Pero nunca expondría de esa forma a Biel.

-¿Y sacarle desnudo en cada cosa que rueda, no es casi lo mismo? Él también es un niño.

-Eso está mal, no lo niego. Pero… ésto también. Ésto es mucho peor. La gente cuando lo vea sabrá.

-Sabrá que se… que ha tenido una pelea.

-Y para acabar así a los catorce años en una pelea… ¿Crees que la imagen que da de él es mejor? La realidad es horrorosa. Pero la mentira para tapar la verdad, tampoco lo mejora mucho. Que no tiene un ojo morado, joder. Y además. ¿Quién lo va a cuidar? ¿Quién lo va a proteger hasta de sus padres? Apenas puede mantenerse despierto por los sedantes. Si no los tomara, estaría roto por el dolor.

-Qué esté protegido durante el rodaje, ya está arreglado.

-¿Esa poli se lo va a llevar a su casa?

-Claro. No se va a separar de él.

-No te entiendo, Jorge. En este caso no te entiendo.

Jorge Rios.”

Jorge había reenviado a todos el relato. Estaban leyéndolo. Él llevaba ventaja y había ido al final, como le había dicho Martín.

-Entiendo entonces que tu padre estaba de acuerdo con Nati Guevara. En la parte final.

Martín se encogió de hombros. Jorge le notó que estaba pensando en decir algo. Le dejó tiempo. Según iban acabando de leer, los policías estaban atentos a Martín.

-Es más complicado. Tirso estaba por medio. No puedo hablar de eso.

Jorge seguía mirando a su sobrino. Procuraba no hacer ningún gesto.

-Solo te diré que Tirso estaba ocupado en Portugal. Poniendo a salvo a un niño de ocho años. Siete. Tenía siete. Se enteró porque alguien le avisó. Y llamó a Nando. Pero éste tampoco podía ir. Por eso te pasó a ti el marrón.

Cada frase que decía Martín, estaba bien meditada. Jorge seguía atento.

-Mis padres no estaban tampoco. Les contaron al volver del viaje. Se pusieron muy nerviosos. Te insultaron. Te llamaron de todo.

Jorge no pudo contener un gesto de incomprensión. No entendía lo que contaba Martín. Al menos su relación con Dani y con el tema de esa paliza.

-Oí que fuiste al sitio. Entraste en la habitación en la que estaba Dani. Miraste a todos los que estaban. Fuiste directo a él. El tipo que lo estaba follando te insultó y pidió que te echaran. Se rió de ti. Le cogiste del pelo y tiraste hacia atrás de él. Era un hombre corpulento. Fuerte. Intentó apartarte, pero tú no cediste. Del primer puñetazo que le diste, cuando ya estaba a una distancia de Dani, le rompiste un pómulo. Luego le rompiste la nariz. Le diste una patada en sus genitales, que le dobló completamente. Te agachaste y empezaste a golpearlo con tus puños sistemáticamente. Uno intentó apartarte de ese hombre, pero le diste un puñetazo en la cara y cayó desmayado. Te incorporaste. Le diste a ese hombre un montón de patadas por todo el cuerpo. Te agachaste de nuevo y después de escupirle en la cara le dijiste: “La próxima vez que toques a un niño, te mato.” Lo dijiste en inglés, porque el tipo no era español. ¿Holandés puede ser? O alemán. Otro hombre se acercó con una pistola, pero Nacho se ocupó de él. Le rompió la muñeca de la mano en la que la llevaba. Cogiste a Dani y te lo pusiste sobre el hombro. Desnudo. Sangrando por mil sitios. Hinchado de la paliza que le había dado ese. Nacho te acercó su abrigo y con él cubriste su desnudez. Lo llevaste a la comisaría del Comisario Marcos. Y él allí se ocupó.

Jorge se había quedado epatado. Los policías se miraban. Helga había visto una escena parecida, así que no dudó de que eso fuera verdad y que Jorge fuera capaz de llevarla acabo. Fernando suspiró antes de hablar.

-“Tirso” Capítulo 37. El pavo ese que era alemán, murió unas semanas después en un extraño accidente. “Tirso” capítulo 39.

-Hay algunos detalles que no están en la novela. – dijo Jorge en apenas un susurro. – Otros que están cambiados.

-Mi padre te odia. Desde entonces. Pero te tiene miedo. Mi madre te desprecia. Se retiró para no llamar la atención. Mi padre. Y por eso mi madre también le odia a él.

-La atención ¿Sobre qué? ¿De quién?

-No lo sé.

Jorge supo que le mentía, pero no quiso insistir. Ya era bastante que le hubiera contado lo anterior. Estaba claro que Martín había tomado partido por él. No lo acababa de entender. Siempre había sido muy de sus padres. ¿O no?

De repente todos se quedaron pensando en todas las posibilidades que se habían planteado, y las que cada uno de ellos tenía, pero que de momento se había guardado para sí.

-¿Nos ponemos con las fotos? – dijo Raúl al cabo de unos minutos de silencio.

-Sí, será lo mejor – dijo Fernando.

Martín se levantó de su sitio y fue detrás de Jorge para sentarse a su lado en el sofá. Éste le rodeó con su brazo por los hombros y lo atrajo hacia él. Lo besó profusamente en la sien. Martín acabó apoyando la cabeza en su hombro. No se dijeron nada, pero no hacía falta. Todos habían entendido. Helga se sentó también ahí, mientras Raúl y Fernando lo hacían en dos sillas altas que llevaron desde la cocina. Raúl tenía la tablet que controlaba las imágenes.

-Empezamos por las más antiguas.

Nando no había dejado de mirar a Jorge durante toda la comida. Habían quedado a comer en el Pimiento Verde de Princesa. Hacía un par de días que no coincidían en casa. Nando tenía un perfil bajo en sus apariciones en sus sitios de costumbre. Eso incluía su casa. Jorge se hacía el tonto, pero sabía que eso era porque los problemas con sus negocios fallidos estaban alcanzando niveles peligrosos para su vida.

Nando no le había preguntado hasta el momento por el favor que le había pedido de ir a una de esas fiestas y ocuparse de un chico al que estaban “dándole hostias hasta en el alma”, como le había dicho. Jorge sabía que alguien le habría contado. Por eso quizás no dejaba de mirarlo. No quitaba ojo de sus manos. Parecía buscar heridas o comprobaba si estaban hinchadas. Pero no notaba nada. Eso le desconcertaba.

De todas formas, hacía ya tanto tiempo que esas manos no acariciaban su piel, que apenas se acordaba de ellas. Disimuló unos años después de casarse, pero Jorge le daba repelús físicamente. Llegado un momento, ya no pudo seguir con el engaño. Nando intuía que el sentimiento era mutuo, porque Jorge hacía tiempo que había dejado de buscar un contacto sexual. Ni siquiera se besaban cuando se encontraban. Ni siquiera se miraban apenas. Casi ni se rozaban.

Ese día, era uno de esos en los que Nando se sentía culpable. No pensó en lo que podría haber pasado, cuando le pidió que fuera a esa fiesta. Jorge podría haber acabado seriamente lesionado, incluso muerto. Nando pensaba que Jorge se iba a presentar allí y con la palabra conseguiría que le dejaran llevarse a ese chico. No esperaba que se decantara por la acción. Al final se armó de valor, y después de acabar con las flores de alcachofa y las croquetas de jamón ibérico le preguntó:

-¿Como te fue con ese chico? El de la fiesta.

Jorge masticaba la última croqueta y se metía un trozo de pan a la boca.

-Bien, sin problemas. – respondió de forma seca.

-Pero bien… ¿Cómo? ¿Hablaste con ellos? ¿Les convenciste?

La mirada que le lanzó Jorge fue corta y contundente. En ella le mostró el asco que le daba y también la pena.

-Eso es una gilipollez, y lo sabes. ¿Hablar con un tipo que estaba partiéndole el culo y la jeta a un crío de trece años rodeado de sus amiguitos que esperaban turno acariciándose la polla para que estuviera a punto para meterla en el ano sanguinolento de ese pobre crío, detrás de ese asqueroso y gordo seboso? Por eso no fuiste ¿Verdad? No querías enemistarte con tus amigos. Con tus socios. Vi allí a alguno de ellos. Y a mi amigo Finn, del que me apartaste, como de los demás, pero que ahora parece que hace negocios contigo. ¿Te vende la droga?

-¿Y entonces? – Nando no quiso entrar a contestar a la andanada que le acababa de lanzar su marido. No podía con la incertidumbre de los detalles de ese… asunto.

-Entré. Nacho me señaló el camino. Llegó un rato antes. Saludé a algunos conocidos, como si no pasara nada. Abrí la puerta de la habitación donde estaba. Le dije a ese hijo de puta que dejara al crío. Se rió en mi jeta. Así que fui hacia él, le agarré de su melena grasienta y tiré de él hacia atrás. Me empezó a insultar. Era patético como me miraba sorprendido, con su panza colgando y medio tapando su polla llena de la sangre y de la mierda del crío. Estaba verdaderamente excitado el cabrón. Intentó cogerme de la muñeca y retorcérmela. Uno de sus amigos intentó golpearme con un jarrón, pero lo esquivé. Le partí la nariz del primer puñetazo. Uno menos pensé. Luego, el gordo seboso intentó de nuevo liberarse y no dejaba de insultarme. Decidí no ensuciarme la boca contestándole. Además, los insultos en inglés no me gustan. Decidí que a cada insulto, un puñetazo. Enseguida empezó a sangrar de la nariz y de las cejas. Su ojo derecho se hinchó con una rapidez asombrosa. Lo mejor era ver la cara de incredulidad con la que me miraba. Otro tipo se acercó para pegarme, pero estuvo lento y de nuevo, elegí el puñetazo a la nariz. Puede escuchar el sonido de los huesos y de un par de dientes partidos. Se cayó al suelo medio atontado. Le pisé los huevos, por si no le había quedado claro el mensaje. El gordo ese holandés, se revolvió. No me quedó más remedio que darle un suave toque en sus cojones. Miré un momento al crío, a Dani. Tenía la cara hinchada de las hostias que le habían dado. Pero de una forma exagerada. El color de todo su cuerpo era entre morado y azul. Sangraba del culo, de la nariz, los pezones… le había clavado unas agujas de tejer en ellos… tenía la mirada perdida… le habían llenado el cuerpo de drogas… decidí que ese hombre iba a acabar en el mismo estado que había dejado a … Dani. No quería ponerle nombre… era el crío… el crío… pero era ese crío y tenía un nombre: Dani. No era justo. No lo era. Era como despersonalizarlo. Como cuando numeramos a las víctimas de una masacre. Me agaché sobre ese sucio holandés y empecé a machacarle la cara a puñetazos. Se me cargó el hombro de tanto ejercicio, así que me incorporé y lo cambié por darle unas patadas repartidas por todo el cuerpo. El tío asqueroso seguía insultándome y amenazándome. Decía que me iba a matar. ¡Que hijo de puta! Llegaron dos que debían ser sus guardaespaldas. Uno fue directo hacia mí. Le di un puñetazo en el estómago y luego tres o cuatro en la cara. El otro sacó una pistola, pero Nacho se ocupó de él: le rompió la muñeca. Que fuerza tiene el cabrón.

Jorge bebió un trago de vino. No quiso mirar a Nando que lo observaba con la boca abierta. Seguramente sus fuentes no estaban allí y habían hablado de oídas.

-Nacho me hizo un gesto, para que parara. Me señaló al crío, mientras él se ocupaba de alguno de los amigos del asqueroso que empezaban a reaccionar. No fue una buena decisión, Nacho no tuvo compasión de ellos. Me acerqué al … a Dani y le acaricié la cara. Mi mano se manchó de sangre, de mocos y de … mejor no lo describo. Su mirada estaba perdida, pero aún así, se me quedó mirando y parecía querer darme las gracias. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Le besé la cara repetidamente, me daba igual que besara sangre, mocos o baba. Su boca olía a hiel. Tardó en quitarse de mi boca su sabor metálico… Me enternecí… casi me echo a llorar. Lo recogí del suelo. Apenas podía moverse. Tenía un brazo roto y un dedo del pie. No quise quitarle esas agujas de los pezones, sabía que si lo hacía, sangraría todavía más. Y ya había perdido demasiada sangre. Me lo cargué en el hombro. Nacho se quitó su americana y lo tapó con ella. Le envolví en ella.

-A la salida, me encontré con el anfitrión de la fiesta. Ni sé como se llama. Le cogí de la pechera y me lo acerqué hasta que nuestras frentes se chocaron. Sí, Dani seguía sobre mi hombro. Quería que ese hijo de puta viera bien de cerca lo que el hijo de puta ese, que nunca debería haber entrado en esa fiesta, porque estaba vetado, le había hecho al chaval. Y mis manos, cuando le agarré a ese estúpido, estaban manchadas de sangre. Luego seguí limpiándomelas en su americana. Le dije:

Tienes suerte de que este chico necesite urgentemente un médico. Si no te dejaba ahora mismo en el mismo estado que ese hijo de puta, que nunca debería haber entrado aquí, le ha dejado a él. Pero piensa que Tirso cuando vuelva de su viaje, te va a romper la crisma. Y al cabrón que ha traído a este chico, va a saber lo que es perderlo todo. De eso me voy a encargar yo mismo”.

Un camarero vino a retirar los platos de los entrantes. Enseguida les pusieron los cubiertos para el segundo. Jorge se había pedido un solomillo con foie de oca y Pedro Ximénez. Nando había preferido en Rabo de Toro. Mientras esperaban la llegada de la comida, estuvieron en silencio. Jorge miraba a su marido, pero éste no levantaba los ojos de la mesa. Parecía estar estudiando el dibujo del mantel.

Llegó el solomillo de Jorge y el rabo de toro de Nando. Jorge le pegó un corte a la carne para comprobar que estaba en el punto que le gustaba. Asintió al camarero que después de servirles una copa de vino a ambos, se retiró y les dejó solos.

-¿Y como está Dani?

-Se encargó ese policía. Lo llevó a un médico de confianza. No me quiso decir su nombre. Ellos lo cuidarán.

-Dani no podrá seguir en la película que está. Eso… va a ser un desastre. Todo el mundo se va a enterar.

-Me ocuparé de cambiar la historia. Encima que le han dado por culo, no va a perder su trabajo.

-Pero eso…

-Te he dicho que me ocupo. ¿O no quieres que me ocupe?

-No has escrito nunca un guion.

-Pero he escrito decenas de novelas. Algo de práctica tengo en eso. Y esa película tiene un guionista que traducirá mi historia al lenguaje del cine.

Nando pareció suspirar de alivio.

-¿Eso es lo que te preocupa? ¿La película? ¿Desde cuando te gusta tanto el cine? No intentes convencerme de que ese chico te importa lo más mínimo.

Jorge se lo quedó mirando. Solo hubo un momento en que Nando levantó la mirada y se cruzó con la de Jorge. Éste se puso tenso en la silla. La espalda se le puso recta. Las piernas se le tensaron.

-No me jodas. ¿Has invertido? ¿La produce algún amigo tuyo?

-Paco Remedios. Anda muy pillado de pasta. Esto puede ser su ruina.

-Fijate, si se queda sin pasta, a lo mejor los chavales de dieciocho no quieren meterse en su cama.

Jorge se lo quedó mirando. Nando estaba sudando, y no parecía que fuera porque el rabo de toro tuviera mucho picante. Pero el escritor no quería ayudar a que dijera lo que tanto reparo de daba. Ese iba a ser uno de sus placeres en adelante: hacerle pasar malos ratos, humillarlo.

-Es que he puesto todo nuestro dinero en la película. Me lo pidió… es un buen productor. Me pareció un negocio … rentable.

Jorge dejó los cubiertos en el plato y se recostó en la silla.

-Define todo.

-Queda en la cuenta 2.345,48 Euros.

Jorge levantó las cejas.

-¿Y?

Seguía sudando a mares. No había acabado.

-Pedí en nuestro nombre un préstamo de veinte millones.

-Quieres decir que en realidad financiamos la película entera. Quieres decir que mis tres próximas novelas van a ser para devolver ese préstamo si la película es un fracaso. Para pagar a los padres de ese Dani, para que se lo gasten en drogas y en putas. Porque el sueldo de ese chico se llevará la mitad de nuestro dinero. Su caché es estratosférico.

Nando hizo un gesto con la cabeza. A Jorge le quedó claro que no eran los únicos financiadores, pero sí los muy mayoritarios. Según sus cuentas, habían puesto del orden de los sesenta millones de euros.

-La única razón de que no me levante de la mesa, es que el solomillo está de muerte. Y ya que durante un tiempo, tengo la impresión de que no podré comer en restaurantes, quiero disfrutar de esta comida. Esta tarde voy a llamar al director de nuestra oficina bancaria y te voy a quitar el poder sobre mis cuentas. No vas a volver a hacerme esta jugada otra vez. No voy a financiar más tus negocios. Y tienes suerte de que en lugar de ir a la oficina bancaria, no vaya a un abogado matrimonialista para que ponga en marcha el divorcio. Tienes dos años para arreglar todo. De aquí a dos años, haré eso también. Pero desde ahora mismo, no vas a poder sacar ni cincuenta céntimos de mi cuenta.

-No te reconozco, pareces otro. – dijo Nando en apenas un susurro.

-Me has mentido cada día desde que nos conocimos, Fernando. Ya estoy cansado. Ésta ha sido la penúltima jugarreta que me haces. No digo la última, porque como en las rondas con los amigos, no sé lo que voy a saber mañana.

Jorge se incorporó y volvió a coger los cubiertos. Se llevó un trozo de solomillo a la boca.

-Está riquísimo. ¿Quieres probar un poco?

Jorge Rios.

Notas:

Por si acabas de llegar y te apetece empezar a leer «Necesito leer tus libros» desde el principio, pincha este enlace.

Necesito leer tus libros: Capítulo 1.

Necesito leer tus libros: Capítulo 67.

Capítulo 67 .- 

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Cuando Jorge abrió los ojos esa mañana, hubo un momento en que se sintió desorientado. Esa sensación solo la había tenido antes de la pandemia, cuando en los viajes de promoción de sus libros, visitaba cada día una o dos ciudades y muchas mañanas, al despertarse en una nueva habitación de hotel, no se acordaba ni siquiera de en qué ciudad estaba.

Alargó el brazo para abrazar a Carmelo pero no lo encontró. Se incorporó asustado. Encendió la lámpara que tenía en su lado. En la cama, estaba todavía la silueta de su rubito. Se agachó para oler la almohada y pudo distinguir todavía el perfume que solía utilizar Carmelo en comunión con el olor de su piel que le daba un aroma único y que Jorge era capaz de reconocer en cualquier circunstancia.

Poco a poco fue aclarando su cabeza. Sentir de alguna manera a Carmelo estaba haciendo que se centrara. Lo único bueno que había tenido ese despertar era la seguridad de que esa noche había tenido un sueño profundo, largo y reparador. Se sonrió pensando que estaba tan poco acostumbrado a esos sueños tan… totales, que tenía la sensación de haber perdido la memoria. Haberla perdido una vez más.

Volvió a tumbarse con la vista fija en el techo. Alargó la mano hacia la parte de Carmelo acariciando las sábanas de esa zona de la cama. Ya no estaban calientes, ya solo podía distinguir ese suave aroma a él, pero era suficiente para tener la sensación de sentirlo a su lado.

El viaje de vuelta desde Salamanca había sido tranquilo. Apenas había hablado con nadie de los que le habían llamado durante todo el día. Con Javier al llegar a Salamanca. El resto de llamadas que tuvo no las respondió. Fernando se había encargado del teléfono una vez más. Tres temas se alternaron en su cabeza: Carmelo, ese chico, Nabar y su encuentro con Javier, y su reciente charla con la madre de Sergio, su antigua amiga “la Guevara”.

Sobre la última de las cuestiones, debería todavía meditar con tranquilidad. La entrevista había sido tan distinta a todas las posibilidades que se había imaginado que… era pronto para sacar conclusiones. Además, todo lo sucedido echaba por tierra sus ideas preconcebidas. Parte de ellas, al menos. Ideas basadas en teoría en su experiencia. O lo que él pensaba que era su experiencia. Pero ésta parecía estar viciada. O quizás él se había obsesionado con una forma de ver las cosas y la había convertido en verdad absoluta. Sin prestar atención a otras posibles interpretaciones. Ese era otro de los temas que debía revisar. Para todo ello necesitaría unos días. Cuando se sintiera preparado, escribiría sobre ello. Otro de sus Episodios Nacionales. Esa siempre había sido su forma de centrar un poco la cabeza. Mientras pensaba sin un teclado delante, sin un bolígrafo en la mano y una de sus molesquines, los argumentos, las conclusiones no se tornaban definitivas. Además, muchas veces en esos casos, tenía una idea al sentarse y empezar a escribir, y el resultado era completamente distinto. En algunas ocasiones era incluso absolutamente opuesto. Su forma de razonar cuando escribía era distinta a la que tenía sin esa actividad de por medio.

Pero lo que más le urgía a Jorge esa tarde anterior, era el tema de Carmelo.

Habían intentado, al acabar la entrevista con Nati Guevara, llamar a Flor para enterarse exactamente del estado de su rubito. Pero no le cogió el teléfono. En cambio, fue Helga la que le llamó al cabo de unos minutos.

-Está bien. Ha bebido mucho. Flor está cuidando de él. Vamos a casa.

No preguntó más. No quería poner a Helga en un compromiso. Solo la dijo que tardaría en llegar algo más de dos horas.

-Fernando, con tranquilidad. No tenemos prisa.

Éste le miró preocupado.

-Nada, no te preocupes. No pasa nada. Solo que no he estado atento a lo importante. Ahora hay que dar tiempo a que todo se ponga en su sitio y se asiente. Y si ves un sitio agradable para tomar un refresco, os invito.

Al final en el viaje, después de una parada para tomar el refresco prometido en el pueblo en el que estaba Javier con ese chico, acabó quedándose dormido. Fernando le despertó cuando apenas quedaban diez minutos para llegar a casa.

-Así te da tiempo a quitarte la cara de somnolencia. – bromeó con él.

-¿Cuando sales de turno?

-En cuanto lleguemos. Está Alan ya esperándote con otro equipo.

-A lo mejor podías hacerme un favor. Ya sé que es abusar de tu confianza.

-Dime.

-¿Te irías a echar un vistazo a Rubén al hospital? Y de paso a preguntar un poco por allí. Sin que sea nada oficial. Ya que vamos sabiendo cosas de él…

Nada más acabar de hacer la propuesta, Jorge se arrepintió. Aunque Fernando se había convertido en poco tiempo en una persona muy cercana, no tenía derecho a ponerle en ese compromiso de indagar para él, sin que mediara instrucciones de sus jefes. Fue a decirle que olvidara lo que le había pedido, pero el policía no le dio opción.

-Claro. Como mañana volveré a estar a tu lado, te cuento. Tranquilo. Hablamos de lo que pongo en el informe.

-Gracias por todo – le dijo al llegar a su casa.

Se despidió de él con un beso en la mejilla. Y del resto de sus compañeros. También saludó a Alan y los que iban a estar de guardia esa noche. Flor y Helga le esperaban en el portal.

-Ya está mejor – le dijo Flor después de saludarse. – Creo que de parte de lo que ha pasado hoy no se acuerda. Ha dormido un par de horas sentado en tu butaca. Creo que necesitaba sentirte cerca de alguna manera.

-Gracias por cuidarlo. Se lo dices al resto.

-Tranquilo, todos lo sabemos.

.

-Dormilón. ¿No piensas levantarte en toda la mañana? Que sepas que llega una invasión de amigos para empezar a preparar lo de Pasapalabra.

Carmelo estaba en la puerta de la habitación. Para su sorpresa, no estaba desnudo, ni siquiera en calzoncillos; vestía uno de sus chándal viejos. Tanto las mangas como los pantalones le quedaban un poco cortos. Le hizo un gesto y Carmelo se acercó a la cama. Se inclinó sobre él y lo besó.

-Venga, levanta. Te he preparado el desayuno.

Carmelo tiró de él. Jorge pensó en resistirse y obligarlo a tumbarse un rato a su lado, pero tuvo la sensación de que la mañana había avanzado demasiado. Por la luz que entraba a través de la puerta, debían ser más de las diez de la mañana. Así que se dejó ayudar para levantarse y con el impulso se abrazó a su rubito.

-Perdona, es que me he mareado un poco – bromeó al abrazarse a él. – Ver a mi lado a un tipo tan guapo como tú, me ha hecho perder la cabeza.

Carmelo lo besó en los labios sonriendo.

-En cambio, yo no he sido capaz de ver en esta habitación a nadie tan atractivo como tú, escritor. Ponte una chaqueta, no quiero que te quedes frío.

Enseguida se unieron a su desayuno algunos de los ayudantes de Carmelo para preparar la merienda al equipo de Pasapalabra. Mariola fue la primera, que vino con su nieta Asia. Era igual a su abuela. Alegre, inquieta, preguntona. Carmelo se la subió enseguida a los hombros. Luego llegaron Ester, Omar, Arón, Joaquín, Anna, Arturo, el hijo de Ernesto, Gemma, Paloma…

-Menudo casting tenemos en esta película – bromeó Jorge. – Arturo os puede servir de guionista.

-¿Tú que vas a hacer? – le preguntó Carmelo.

-Pues me voy a ir a Concejo. Quiero… echar un vistazo a los teléfonos. Y releer algunos relatos antiguos.

-¿Vas a hacer un recopilatorio? – le preguntó Arturo.

-No. – contestó sonriendo – Me sirven para hacer memoria.

-¿Te vas solo? – volvió a interesarse Arturo.

-Pues sí. Me temo que vaya a ser aburrido.

-¿Y si le dices a Martín que te acompañe? Si vas a repasar tus relatos, él lo ha leído casi todo. Te puede ayudar. Y de paso, le das un par de mis deportivas y zapatos. Las Adidas y las J’Hayber. – le propuso Carmelo. – No las puedo usar por mi acuerdo con Converse. Y le vendrán bien.

Recordó Jorge un comentario que le hizo Carmelo al respecto de la ropa que le vio cuando subió a su cuarto en el hostal. Fue casi lo que le decidió a marcar el teléfono de su “sobrino”.

-Joder, que guay. Me acabo de levantar, tío. Ayer nos dieron las mil leyendo el papel de mi nueva peli.

-¿Otra? ¿Ya empiezas otra? ¿Qué tal ha ido?

-Sí, es otra. Es lo que tiene no hacer protagonistas. Guay. Buen ambiente. Mi papel mola. No es muy importante, pero mola. Estoy teniendo suerte.

-¿Me ayudas en unas cosas? Te paso a buscar y nos vamos a Concejo. Tú y yo. Pasamos el día juntos.

-Vale.

Cuando Jorge lo pasó a recoger por su hostal, intentó evitar mirar el edificio. Fernando, que de nuevo estaba junto a él, sonrió. Ya empezaba a conocer sus caras.

-Tranquilo. Se las apañará. No es una tragedia. Martín tiene más recursos de lo que parece.

-No me jodas, Fer. ¿Has visto ese cartel? Es lo más cutre desde la posguerra.

Jorge salió del coche cuando vio a Martín salir del portal. Quería abrazarlo. Su “sobrino” parecía estar de acuerdo con ello, porque fue un abrazo apretado. De nuevo le sorprendió a Jorge su efusividad. Y cuando se sentaron en el coche, se recostó en Jorge. Eso de nuevo le sorprendió porque iban Fernando en el asiento del copiloto y Nano conduciendo. Aunque para sí, pensó que a Martín, Fernando le caía bien, y casi lo consideraba como alguien cercano. Si no, esos gestos los solía evitar. “También es posible que ande tan necesitado de cariño que le de igual todo”. Ese último pensamiento no le dejó tranquilo. Recordó como lo abrazó en el encuentro con sus padres. Y como le dio un montón de besos para animarlo. Y estaba en plena calle rodeado de escoltas y de gente que pasaba por allí.

El escritor iba con la idea de salir a la calle y sentarse en uno de los cenadores para hacer el trabajo que había pensado. Pero el tiempo en Concejo no parecía estar de acuerdo con sus deseos. Estaba nublado y el viento soplaba con alegría. Desde la Hermida se podían ver algunos molinos y sus aspas giraban con ganas. Así que desplegó todos los móviles sobre la isla de la cocina.

De repente el trabajo que se había impuesto para ese día le pareció agobiante. No se veía con fuerzas ni ganas de hacerlo.

-¿Te puedo echar una mano? – se ofreció Fernando que lo miraba desde la puerta sonriendo.

-Sí, mira. Entra y me ayudas a mirar fotos del pasado. ¿No te dirán nada tus jefes?

-Tranquilo.

-¿Y yo que quieres que haga? – preguntó Martín.

-Eres el único que ha leído casi todo lo que hay en la nube. Necesito que me busques “Episodios Nacionales” que hablen de Toni, el que fue representante de Carmelo. De Nati Guevara. De Sergio Romeva. Y de tus padres. ¿Eso será un problema?

-Para nada – dijo en tono decidido.

-Y por un casual, haz memoria por si recuerdas si en alguno de ellos, hablo de un joven que se acerca a sacarse fotos conmigo. O con Carmelo.

-Pero eso…

Fernando le tendió su móvil con una foto del chico al que se refería Jorge.

-¿Te suena de algo? – le preguntó su tío.

Martín se lo quedó mirando. Parecía estar haciendo memoria.

-No sé decirte – dijo al cabo de un rato.

Jorge se quedó con la mosca detrás de la oreja. No había negado esa posibilidad. Así que, conociéndolo, pensaba que a lo mejor, es que le sonaba de algo. Había dos posibilidades: una, que no centrara sus recuerdos y la segunda, que sí lo hubiera hecho, pero que lo que tenía guardado en su memoria sabía que no le iba a gustar.

-Hay al menos diez teléfonos entre los tuyos y los de Carmelo. – dijo Fernando sorprendido.

-Ya me he dado cuenta. El otro día con Carmelo no me parecieron tantos. ¿Qué me querías decir con la pregunta? – se había dado cuenta que Fernando le quería proponer algo.

-¿Y si subimos todo a la nube? – propuso Fernando. – Es mas fácil luego verlo todo de un golpe y buscar.

-Pero eso tardará… y espera, le dije a Carmelo que subiera…

-No hay carpeta, así que no lo ha hecho. – le dijo Martín. – No hay fotos en la nube. Solo está la carpeta que ha creado Aitor. La secreta. Y las que voy creando yo al leer tus descartes. Te puse tres relatos en una carpeta para que los leyeras.

-Pero eso fue el otro día…

-Ayer no había fotos en la nube. Estuve leyendo.

-Me da pereza… – se quejó Jorge.

-Si no te importa, te lo subo yo. Y te lo voy clasificando por fechas. – se ofreció Fernando. – Ya verás como no tardamos tanto. Y eso luego nos va a facilitar la labor.

-Lo que veas. No me parece mala idea. Pero a mí me costaría ponerme a ello.

-Pero como lo voy a hacer yo, tú tranquilo.

-Mientras, lee ese relato que te he enviado. – le dijo Martín, que no había perdido el tiempo. – Es de la Guevara. Y te recuerdo que tienes tres relatos… no me has hecho ni caso antes.

-Que sí. Uno ya lo he leído. El de la Feria del Libro.

-Ahora que lo dices, a lo mejor ese chico que decíais antes, sale en ese relato.

-¿El que está con Pólux y Gaspar al final?

Martín afirmó con la cabeza sin mirar a Jorge. Este valoró esa posibilidad. No se le había ocurrido.

Empezó a leer el relato de la Guevara mientras sus dos ayudantes trabajaban frenéticos en los encargos que les competían. No difería mucho de la idea que tenía antes de como eran las cosas en aquellos días. Hacía referencia al momento en que Carmelo sufrió ese ataque brutal y hubo que cambiar completamente el argumento de la película.

-Mira también si ves algún relato en el que hable de una película en la que cambiamos el guion. Y de paso, después de nuestra visita al barrio, de Nadia, de mis padres, de mis hermanos, de Nando…

-¿La película te refieres a la de la paliza a Carmelo?

Jorge se lo quedó mirando.

-¿Qué sabes de eso? No te recuerdo en aquella época.

Martín no miró a Jorge. Seguía atento a su tablet.

-Nada. Pero oí cosas. A parte, el relato que te he pasado, habla de ello.

-Martín por favor. ¿Que oíste?

Pero el joven seguía a lo suyo. Parecía que ni hubiera escuchado a Jorge. Pero éste sabía que sí lo había hecho. Estaba pensando en que contarle. El escritor se resignó y siguió leyendo.

-Mi padre dice que fuiste un insensato y un insensible. “Solo pensó en él y el hijo de puta de su marido”.

Fernando levantó la cabeza para mirar alternativamente a Jorge y a Martín.

Jorge no dijo nada. Esperó.

-Decía que debiste dejar las cosas como estaban. Haber dejado que sustituyeran a Dani.

La cabeza de Jorge empezó a trabajar a toda velocidad. No recordaba ningún reproche de Laín. En aquella época no tenían una gran relación, pero se conocían al menos de vista. ¿De qué? ¿En que ambiente coincidirían? Por entonces, Jorge apenas trataba a la gente del cine. Ahora ese tema le llamaba la atención. No lo había tenido presente nunca hasta ese momento. Él siempre había tenido la idea de que conoció a Laín el día que acudió a su casa por primera vez para una de aquellas barbacoas en su jardín tan famosas entre la gente que tenía algo que decir en el cine o la televisión. Paula se lo había presentado cuando llegó. No hizo ninguna referencia a que ya hubieran tenido contacto antes. Ahora se daba cuenta de que eso no era así. Pero él tenía excusa para no hacer mención a ese conocimiento previo, porque no lo recordaba. Laín ¿Qué excusa tendría?

-Dice que casi lo jodes todo.

-Ese todo ¿A qué se refiere? – se atrevió a preguntar Jorge. Por mucho que lo intentaba, no acertaba a saber de qué estaba hablando Martín.

-Algo de lo suyo. Te pone como el culpable de que tuviera que dejar su carrera de actor. Mi madre discute mucho con él de eso. Sobre cuando dejó de actuar en primera fila. Creo que a mi madre no le gustó eso. Quería que triunfara. Por lo de ser importante y famoso. Y ella a su lado. Parece que su sueño es posar junto a mi padre en un photo call, con toda la peña gritando su nombre y un montón de señoras pidiendo a mi padre que sea el padre de sus hijos. Y mi madre, agarrando bien fuerte el brazo de mi padre, para decir al mundo que ese actor conocido por todos era su marido. “Su” marido.

A Jorge no se le alcanzaba a pensar en qué fue lo que hizo para propiciar que Laín dejara de trabajar. Ahora se le habían aparecido algunas imágenes de haberse cruzado en algún momento en aquellos días de lo de Carmelo. Pero de momento, no había recordado ni una conversación, ni siquiera un saludo. Se conocerían en todo caso de vista. Ni tenían amigos en común, ni nada… que los relacionara. Él por entonces, apenas conocía a nadie del mundo del cine. Volvía a reiterar esa idea. Eso llegó cuando Carmelo se acercó a él años después. En todo caso, los cineastas o actores que conoció, lo hizo en las barbacoas que organizaba el matrimonio en su jardín, y por lo que recordaba, para eso todavía faltaban unos meses. O años. Años.

-Te mando otro relato Jorge. Hay un problema.

-¿Cual?

-Los Episodios Nacionales, como los llamas, están en la carpeta de descartados. El noventa.

-¿A sí? – Jorge se mostró completamente sorprendido. No atinaba a dar con una razón para que eso fuera así.

-Tienes cerca de mil cuatrocientos relatos aquí. Perdona, mil seiscientos … por ahí. Acabo de ver una carpeta dentro de esa carpeta que tiene otros cuatrocientos. Y veo en esta dos carpetas más. Rectifico. No me atrevo a darte una cifra de lo que tienes aquí guardado. Me atrevería a decir que tienes más de dos mil relatos. Y por el tamaño de algunos, son novelas de la extensión al menos de “deRosario”.

Fernando levantó la cabeza sorprendido.

-¿Dos mil relatos descartados? “deRosario” tiene casi mil páginas, Jorge.

-Más de dos mil. Dos mil con esa primera carpeta. A lo poco, dos mil quinientos. – apuntó Martín con cara ambigua. Parecía contento de su descubrimiento, porque así tenía más cosas que leer de su tío, pero por otro, le parecía una barbaridad que esa fuera la carpeta de descartados.- La mayor parte son relatos pequeños, de diez o quince páginas. Pero un diez por cierto, serán de a partir de doscientas.

-Pero Jorge… eso es una barbaridad. Alucino contigo. ¿Descartados? No me lo puedo creer. – Fernando lo miraba con la boca abierta.

Jorge se encogió de hombros. Copió la mejor cara de niño bueno que solía poner Carmelo. No era consciente de todo eso. Mucho menos era capaz de explicarlo.

-Tío, entre tú y yo, estos relatos no los tienes registrados.

-Habrá que hacer algo. – opinó Fernando – No te puedes arriesgar a que luego aparezcan por ahí, como las otras novelas. Y con todas esas movidas de tu amigo Poveda dando la lata en las teles… seguro que Nadia y sus colegas buscarán la forma de volver a acceder a tu nube. No descartes que roben a quien sepan que tiene acceso. O que intenten algo.

-Pero ¿Cuándo? Si no me da la vida ahora… y os advierto que tampoco me apetece dedicarme a ello.

-Si me dejas, me puedo encargar. Cuando era más pequeño alguna vez te acompañé. Y con ese del registro me he encontrado un par de veces. Se acuerda de mí. Me suele preguntar por ti. Me contó que no fuiste por “La Casa Monforte”, la versión que publicaste. Que fue Aitor.

-¿Lo harías? ¿Te encargarías?

-Claro. A no ser que quieras que Aitor…

-Nada de Aitor. Si se lo pido lo hará. Pero… vive lejos y está ocupado en otras cosas. Si te comprometes, quiero que lo hagas tú. Pero eso es un trabajo. Así que te tengo que pagar de alguna forma. Te pongo una condición: que te mudes con nosotros.

-No quiero estar en medio…

Fernando hizo un gesto para indicar que tenía algo que decir.

-Sin querer meterme en dónde no me llaman… – pareció dudar antes de seguir exponiendo su propuesta.

-Pues ahora te llamo yo. Di lo que pienses – Jorge le hizo un gesto para apoyar sus palabras. Fernando se dirigió entonces a Martín.

-Te puedes quedar en el piso de al lado. Tiene puerta de comunicación – le explicó Fernando. – ¿Quieres intimidad? Te quedas en el otro piso. ¿No hay problemas de interrumpir algo o te apetece compañía? Te pasas al piso de tu tío.

-Pero os lo dejé a vosotros… – se quejó Jorge.

-Hay cuatro habitaciones. En dos de ellas hay tres camas. En las demás, dos. Pasamos una de una habitación a otra y le dejamos la cama más grande a Martín. Esa habitación está bien. Y tiene el salón y la cocina y el cuarto de estar. Si quieres, dejamos el salón para Martín y nosotros utilizamos el cuarto de estar. La cocina… pues bueno. Tampoco la solemos utilizar. Salvo para el desayuno.

Jorge miró a su sobrino. Éste no se decidía. Seguía sin mirar a Jorge. Al final dijo su sentencia.

-Vale. Y me encargo de registrarte todo esto. Prepararé unos recopilatorios. Y los iré llevando. Aprovecharé para corregirte algunas cosas. Ortografía y demás.

Fernando soltó una carcajada.

-En realidad has estado educando a tu futuro secretario. Ahora lo estoy viendo claro – bromeó el policía.

-Menos mal que alguien se ha dado cuenta – dijo Martín gesticulando exageradamente mientras sonreía con su gesto de pilluelo.

-Iros a cagar los dos. – Jorge los miraba a punto de reírse pero poniendo su mejor cara de indignación.

-Sobrino, no creas que se me ha olvidado que estabas contándome con mucho cuidado unos temas que me interesan.

-Ya está.

-Ahora cuéntame lo que te has guardado. Por favor.

-Lo único que no te he dicho, es algo de Tirso.

-¿La novela?

-No. Tirso, Tirso.

-¿Lo conocías? – le preguntó Jorge, con miedo a que la contestación fuera afirmativa.

El silencio volvió a ser la respuesta inmediata de Martín. Jorge espero paciente. Fernando los miraba de reojo sin dejar de organizar las fotos de Carmelo y de Jorge.

-Menudo montón de fotos. Y por las fechas, faltan algunos teléfonos. Hay períodos de vacío – anunció Fernando.

-Claro. Las cámaras.

Jorge subió decidido las escaleras camino de su cuarto. Fue abriendo cajones hasta que encontró lo que buscaba: una cámara digital.

-La utilizaba a veces Carmelo. – explicó a Fernando tendiéndosela – Tiene que haber otra, pero esa a lo mejor está en casa de Cape. Era una cámara profesional. No la he visto ni aquí ni en la casa de Madrid.

-Y aquella que fallaba. – comentó Martín.

Jorge afirmó con la cabeza. No se acordaba de ella.

-De todas formas, sigue habiendo períodos sin fotos. Es raro – dijo Fernando.

Jorge se decidió y llamó a Carmelo.

-Escritor. No puedes estar sin mi, ya lo veo. ¿Me echas de menos?

-Pues apenas la verdad. – dijo en tono de broma – Rubito, a ver. Me dice Fernando que está haciendo lo que tú dijiste que ibas a hacer, subir las fotos a la nube y me dice que hay fechas sin ninguna. Tiene ahora la cámara digital aquella compacta que utilizabas. Pero falta al menos la profesional.

-Tienes un par de teléfonos más en el salón, en el último cajón del sifonier que hay debajo de la tele. En el último cajón. Son los más recientes. La cámara profesional está en la casa de Cape. Y aquella cámara que era un desastre, está también en ese cajón que te he dicho.

Jorge se había ido a donde le decía Carmelo, abrió el cajón.

-Aquí hay… coño, si uno es mío.

-Se estropeó. No sé si podréis sacar algo de él.

-Fernando seguro que sabe hacer algo.

-Te dejo. Que estamos liados. Además como no me echas de menos… – se quejó Carmelo.

-Te quiero. – se despidió Jorge.

Estaban descargadas las baterías, así que Fernando las puso a cargar.

-Si quieres llamo a Bruno que está de guardia en la casa de Cape. Que entre y coja la cámara. A lo mejor la puede acercar alguien.

-No quiero molestar más.

-Déjalo de mi cuenta, si es por eso. No está Cape. No interrumpimos nada ni molestamos.

-Como veas.

-Sí, conozco a Tirso. – afirmó de repente Martín.

Esa respuesta golpeó a Jorge como un puñetazo en la mandíbula. No pudo disimular su estupefacción. Fernando de nuevo, volvía a mirarlos alternativamente. La afirmación de Martín también le había sorprendido. No quería perderse ninguna reacción, aunque Martín permanecía imperturbable, trabajando con los relatos de Jorge.

-Te acabo de enviar otro relato, tío.

-Y yo. ¿Conozco a Tirso? – se atrevió a preguntar Jorge. Pensó que debería esperar un rato, pero no fue así.

-Claro. Aunque hace muchos años que no os veis.

-¿Tú si lo ves?

-Sí. Quedamos. Pero de eso, no os puedo hablar. Solo debes saber tío, que él está pendiente de ti. Y que te cuida.

La cara de Jorge era un poema. No sabía a donde mirar.

.

-Se lo dije claramente. Que no quería verlo de nuevo por aquí.

Jorge lo miraba sin saber que decir. Toni había sido el socio de Sergio desde el principio. Le sorprendía esa ruptura tan radical con él.

-Y tú más que nadie deberías comprender por qué lo he hecho.

-Entiendo que lo de tu hermano Fidel… a lo mejor tiene algo que decir. Sus razones… o puede que nos han engañado respecto a quién propició…

-No hay razones. No me valen. Meter en ese mundo a mi hermano. No. Y lo de Dani, no me jodas. Y eso solo es lo que hemos descubierto. A saber… a saber lo que no… si ha hecho algo, es capaz de cualquier cosa. ¡¡Joder!! No lo podemos consentir, Jorge. Sea Toni o sea el Papa. Y te prometo que quien me lo ha dicho, sabe de que habla. Y por nada del mundo me mentiría. No Jorge, no. Toni es una enfermedad que he decidido erradicar de raíz. No quiero volver a verlo en mi vida. Y si me entero que se acerca a Dani o a Fidel, te juro que … le hundo.

-¿Y si habla con la prensa? Puede destrozar a muchos. A Dani, a Fidel, a Biel, a Connor…

-No hará nada de eso.

-Yo no estaría tan seguro. Me preocupa ese tema. Que no es de fiar, en los últimos tiempos cada vez era más evidente. Lo raro es que no lo supiéramos antes.

-Si hace eso, va a la cárcel. A parte de eso, me estaba robando. A lo grande. Por eso le he pillado. Por eso me he enterado de lo de Fidel. Por eso te pedí que fueras a rescatarlo. Te estaré eternamente agradecido Jorge.

-No fastidies. Eres mi amigo. Y tu hermano… es como si fuera mío también. Yo no confiaría, perdona que insista, en que se atenga al acuerdo. Y más si no le has puesto más dinero.

-También iría a la cárcel su Henar, su mujer. En realidad fue la que me robó. Hacen buen tándem.

-Henar era tu amiga de la Uni. Y te llevaba la administración de la agencia.

-Yo les presenté. Y soy padrino de su hijo.

-Se ha quedado sin padrino.

-Ya veremos. No voy a renunciar a él. Como tú no renunciarías a Jorgito. Por cierto, busca un agente. No confíes en Dimas.

-Tendría que enfrentarme a Nando.

-Puedo encargarme yo. Sabes que puedes pedirme lo que quieras.

-Te lo agradezco. Puede que te pida algo. De todas formas, si estás un poco al loro de lo que pase a mi alrededor…

-Por descontado. Lo hago ya. Y si un día quieres que lleve todos tus asuntos me dices. Da igual que no lleve a escritores.

-Gracias – Jorge le dio un golpe en el hombro.

-A Nando no le entiendo por cierto. – Sergio volvió al tema de Nando y Dimas – Lo de Dani me ha descolocado. No esperaba ese gesto. Y menos que te lo pidiera a ti.

-No fue él porque estaba acojonado. Y no le quedó otra porque le llamó Tirso. De todas formas, algo se me escapa de todo este asunto. Nando parece distinto últimamente.

-¿Y desde cuando tú te has significado en esas acciones? Me han contado que casi matas al que estaba pegando a Dani. A puñetazos. Y ni siquiera se te hincharon las manos. Con Fidel, todos se apartaron a tu paso.

Jorge se encogió de hombros. Lo de Fidel no había sido tan sencillo como las fuentes de Sergio le habían dicho. De eso también se encargó Jorge cuando dejaba la finca. Tuvo que emplearse a fondo. Y Nacho también. Ese día parecían estar preparados. Nacho luego, en el coche mientras llevaban a Fidel a la consulta del doctor Manzano, para que se ocupara de cuidarlo, dijo claramente que le había parecido una trampa.

Parece que te estaban esperando, escritor.”

Por eso te he llamado”.

-De todas formas, deberías investigar por qué Toni llevó a ese tipo a esa fiesta, la de Dani. Tirso lo tenía vetado. Y el anfitrión sabía lo que le Iba a pasar cuando volviera de Oporto. Lo mismo ahora, cuando vuelva de París. Siempre buscan cuando Tirso está de viaje. El tipo que estaba con Fidel, tenía una cruz encima. Y – Jorge dudó si decirle, pero creía que debía avisarle – mira tus fuentes, las que te avisaron de esa situación delicada de Fidel. Estaban esperándome. Si no llega a ser por Nacho y dos de sus “amigos”, hubiéramos salido malparados.

Sergio no respondió. Jorge estuvo pendiente de su contestación. Al final entendió.

-Esa es una de las contrapartidas que le has dado a Toni. No investigar ese asunto. Porque tuvo la culpa en los dos casos. Y tuvo la culpa de todo lo que sus padres le hicieron a Dani.

-Y de llevarlo a esas fiestas. Los padres cobraron desde el primer momento por ello. Libre de impuestos, como se suele decir. Y te aseguro que fue un pastizal. Así tiene Toni el nivel de vida que tiene.

Sergio parecía apesadumbrado. Le remordía la conciencia.

-No me enorgullezco. Pero si no, Dani hubiera acabado muerto en cualquier momento. Y quiero a ese chico. Y por supuesto, quiero a mi hermano. Tenía que acceder a algo para asegurarme de que no les iba a pasar nada a ninguno de ellos.

-No lo utilices. Pero te conviene saberlo. Te conviene saber todos los negocios en los que está metido. Y te conviene saber la gente en la que puedes confiar y en la que no.

-Algunos de los negocios de Toni son con Nando.

-Entonces a mí también me interesa que tú investigues.

-Deberías cuidar a Dani.

-Lo cuidará la policía. Ese comisario Marcos, también aprecia al chico. Hay muchos pendientes de mis movimientos. Mi marido lo ha hecho tan bien en los negocios que ha emprendido, que sus socios no le quitan el ojo de encima. Y de paso, no me lo quitan a mí, porque, aunque todos saben que Nando iba por libre, él les ha dicho a todos que yo era el ideólogo. Es claro que la pasta la he puesto yo. Como siempre. Que el dinero lo perderé yo. Saben, pero por si acaso es verdad lo que dice Nando, no me quitan ojo de encima. Y por si tienen que cobrarse las deudas.

-Deberías hacer con él lo que yo he hecho con Toni.

-Es una idea. Pensaré en ello. Pero me da pereza. Para otras cosas me sirve de pantalla.

-¿Y tu suegra?

-Esa es más falsa que falsa. Ya le llegará su hora.

-Parece que te aprecia.

Jorge miró con gesto adusto a Sergio. Éste levantó las manos a modo de muda disculpa.

-Por cierto. ¿Fidel? – preguntó el escritor.

-Hablé con él el otro día. Quedamos de acuerdo en que lo mejor para él era desaparecer. Se va a ir a vivir a Estados Unidos. Le estoy buscando acomodo en San Francisco o en Los Ángeles. . Va a estudiar allí y luego quiero que abra una sucursal de la agencia. Eso dentro de unos años, cuando haya acabado sus estudios. Se encargará cuando se establezca en hacer contactos en el mundo del cine y del teatro. Esperemos que algún día Dani y otros de mis representados, puedan beneficiarse y convertirse en el nuevo Antonio Banderas.

-¿No es muy joven para eso?

-Es lanzado. No se rinde. Y tiene encanto personal. Le he dado una actividad de confianza. Espero que eso haga que olvide lo que le han hecho. Es un puesto de confianza. Creo que es lo que necesita, sentirse útil.

-Ojalá le haya servido de lección.

-Te invito a comer. Celebremos al menos que salvaste a Dani y a Fidel de una muerte casi segura y de habernos quitado de encima al cabrón de Toni.

-Me parece buena idea. Tengo hambre.

-Eso si que es una novedad. Entonces es un tercer motivo de celebración. A veces pienso que te alimentas del aire.

Jorge Rios.”