Necesito leer tus libros: Capítulo 119.

Capítulo 119.-

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Olga se había tirado escaleras abajo, dando una voltereta. Se incorporó y disparó a su vez a Enrique. Ventura había intentado zafarse del abrazo de la muerte del atacante, sin conseguirlo del todo. Lo único que consiguió es apartarse ligeramente y dejar un blanco mayor. O eso pensó él. Olga disparó medio cargador sobre Enrique que había girado la pistola de nuevo para apuntar a la cabeza de Ventura, con la intención de matarlo. Pero el movimiento de Olga le sorprendió y ese momento de duda entre volver a disparar sobre Olga y acabar lo que había empezado o acabar con la vida del ayudante de la comisaria, hizo que solo tuviera consciencia de sentir las balas entrando en su cuerpo y a la vez, que la vida lo abandonaba.

Olga se incorporó y bajó los tres escalones que le separaban de ellos. Ventura estaba completamente desorientado. Los disparos de Enrique le habían dejado sordo, haciendo que sintiera un ligero vértigo. El brazo del tipo seguía sujetándolo por el cuello mientras su cuerpo se deslizaba a cámara lenta por la pared en la que estaba apoyado, arrastrando a Ventura, hasta quedar grotescamente sentado en el rellano. Olga lo cogió por la pechera y tiró de él para levantarlo. Le dio un codazo para hacerlo reaccionar a la vez que daba una patada en la parte baja de la otra pared. Una nueva abertura se descubrió y se lanzaron los dos a través de ella. Olga de nuevo, se levantó con rapidez para volver a dar un golpe en el mismo punto en la base de la puerta, y ésta volvió a cerrarse. Fue justo en ese momento cuando sintió que una gran llamarada subía por la escalera y lo convertía todo en un infierno.

-Aparta de esa pared, te vas a abrasar.

Olga se inclinó hacia delante, apoyando las manos sobre sus rodillas. Intentaba coger un poco de aire y quitarse la tensión del momento. Miraba de reojo a su compañero que luchaba por incorporarse del suelo.

-¿No iban a cortar el gas? – Ventura hablaba con dificultad. Se estaba masajeando el cuello. Parecía que el abrazo de Enrique había sido más fuerte en los últimos momentos y que casi había conseguido estrangularlo.

-E iban a buscar planos. Porque aquí no hay túneles ni refugios. Valientes inútiles hijos de puta. Esto podía haber sido un desastre. Espero que los de arriba hayan tenido tiempo de salir del edificio. Me van a oír esos mendrugos secos.

Olga parecía haber recuperado el resuello. Cambió el cargador de su arma por uno de repuesto y se giró para ver la estancia en la que se habían refugiado. Apenas había una ligera claridad que la comisaria no supo precisar de dónde venía. Solo daba para ver la silueta de los muebles que había en ese cuarto.

-¿Estás bien? – la comisaria se dio cuenta que Ventura a penas era capaz de moverse, una vez que había conseguido recuperar la verticalidad de su cuerpo.

-¿Y tú? Joder otro cualquiera se hubiera roto la rodilla o la crisma. Estás loca, comisaria. Mira, ahí hay un interruptor de la luz.

-Ni se te ocurra. No vaya a ser que sea una instalación vieja, salte alguna chispa y acabemos como el resto de la casa, achicharrados. Después del empacho de gas de fuera, no nos podemos fiar de nuestro olfato. Saca tu linterna. Y contesta, joder. Te he hecho una pregunta. No te puedo ver la cara para saber tu estado.

-Sí, joder. Estoy bien. Y no me he cagado encima, cosa que ha habido un momento en que …

-Lo que me hacía falta, tener que cambiarte los pañales.

Olga tiró de él para acercarlo a ella y lo abrazó fuerte.

-No me vuelvas a hacer esto, joder. Casi me vuelvo loca ahí fuera. Si te llega a pasar algo … te lo juro, me hubiera …

-Se que todo lo has organizado para que me vaya contigo a España.

-¡Serás miserable!

Ventura vio con ayuda de la luz de su linterna que Olga, a pesar del tono que estaba empleando al hablar, sonreía aliviada.

-Me has salvado la vida.

-Es para que me quites el engorro de pedir en los restaurantes. Es algo que me cuesta mucho. Y tú lo haces de maravilla. No tienes vergüenza ni pudor. Pides a lo grande. A mí me da apuro, lo reconozco.

-Ya sabía yo que no era porque me hubieras cogido algo de cariño.

-Encima que mi novio piensa que nos lo montamos cada día. Si encima voy diciendo que te he cogido cariño, me costaría el divorcio antes de casarnos.

-Entonces su servicio de información es muy deficiente.

-Ya lo comprobaste con esa del hotel el otro día. Esa vieja amiga de los dos. ¿Estás bien de verdad? – Olga no acababa de estar convencida. Había cambiado el tono de broma por una cadencia dulce y preocupada de verdad.

-Que sí, pesada. Me voy a sentar un rato, eso sí. Tengo colocón de fuera con el gas. Y el tipo ese casi … joder casi me parte el cuello. Siéntate tú también.

Olga le hizo caso. Sentía la cabeza un poco ida.

-Tú tampoco me has dicho como estás.

-Me dolerá todo el cuerpo una semana. Puede que me tengas que ayudar a bajar y subir al coche unos días. Pero estoy bien. Al menos no tengo agujeros en el cuerpo.

-Tienes buena puntería.

-Ya te lo he dicho muchas veces, pero no me crees.

-Lo oigo tan a menudo, parece un mantra obligatorio en todos los agentes especiales – se excusó Ventura. – Venga, echemos un vistazo a ese sitio.

-Esperemos cinco minutos sentados. Me está viniendo bien esta parada. Empieza a dolerme todo el cuerpo. – Olga miró en dirección a Ventura. Se estaba acostumbrando a la luz y ahora notaba mejor sus reacciones. Ayudaba también el reflejo de la linterna, que Ventura había dejado apoyada en la silla mirando al techo. Le empezaba a notar agobiado.

-Viene un calorazo de esa pared …

-Al menos ha resistido. No era algo en lo que confiara al cien. Da la sensación de que el fuego va disminuyendo de potencia. Quizás ya han cerrado los conductos.

-¿Como sabías como se abrían las puertas?

-Cuando se ha abierto por la que ha salido ese, me ha parecido ver como su pierna retrocedía, como si le hubiera dado una patada a algo. No hacía más que mirar la otra pared. Alternaba mirarme a mí, y el tabique. Eran pequeños momentos. Iba estudiando las partes de la pared. Cuando ha llegado abajo, lo ha dejado. Me he imaginado que había encontrado lo que quería.

Ventura apuntó su linterna hacia el cuarto. Parecía una especie de oficina. Podría ser una de cualquier comisaría. Una pizarra para hacer un resumen del caso, con muchas fotos. Estaban todos los jóvenes de Anfiles que Arlen había acogido a su alrededor. Ethan aparecía en un lugar destacado. También estaban fotos de ellos dos en la reunión de los viernes en la casa de Arlen. Esas fotos las tenía que haber sacado Enrique.

-Esto parece su centro de operaciones – Ventura se levantó con cuidado. Su equilibrio no parecía estar todavía en su mejor momento.

-No pasa nada si te sientas de nuevo.

-Empieza a hacer mucho calor. Me estoy agobiando. Necesito ocupar la cabeza en algo. Si no, a lo mejor … me da un ataque de ansiedad.

Olga lo miró sorprendida. A ella no le parecía que el calor fuera tan exagerado. Le parecía en cambio que fuera de su refugio, el fuego había perdido algo de intensidad. Pero era verdad, su compañero empezaba a sudar. Y a pesar de la poca luz, vislumbraba que su cara se estaba quedando blanca.

-Mira, ahí hay unos ordenadores. Lástima que no podamos echar un vistazo. – dijo Olga para que Ventura tuviera algo en que pensar.

-Llevabas botas altas ¿No?

-Si.

Ventura sacó otra vez la navaja y desmontó rápidamente una de las torres. Extrajo el disco duro y se lo tendió a Olga que se lo metió en una de las botas. Volvió a montar el ordenador e hizo lo mismo con el otro.

Una vez que acabó con ese trabajo, Ventura se irguió y observó la estancia. Sacó su móvil y empezó a sacar fotos. Olga se dio cuenta que mientras hacía eso, Ventura empezaba a respirar entrecortado. Se estaba agobiando por la oscuridad y por estar en un sitio tan cerrado. Y el calor no ayudaba. Además, el ambiente estaba enrarecido.

-Busquemos otra salida. Vamos a caer los dos redondos si no lo hacemos. ¿Donde crees que podría pillar lo que antes era ese granero que vimos en las fotos aéreas?

-No sé … estoy …

-¡¡Concéntrate, joder!! Te orientas muy bien, me lo has demostrado muchas veces. Piensa solo en eso.

Ventura le hizo caso. Olga lo miraba expectante y a la vez preocupada. Aunque parecía concentrado en situarse veía como las manchas de sudor en su camisa crecían a gran velocidad.

-Por allí – dijo al cabo de un rato.

Olga le cogió de la mano como si fuera un niño pequeño y tiró hacia la pared que había señalado. Había una especie de estantería llena de papeles y detrás había una puerta que permanecía oculta. Olga la tocó ligeramente por comprobar que no hubiera fuego al otro lado. Pareció satisfecha y giró la manilla. Estaba cerrada con llave. Hurgó en su chaqueta y sacó sus ganzúas. Trabajó un par de minutos en la cerradura y la abrió. Al otro lado de la puerta, había un largo túnel que se alejaba de la casa en los dos sentidos. Olga se quedó mirando a Ventura que hizo una seña con la cabeza hacia su derecha.

Al traspasar la puerta, se encendieron las luces que había en los laterales. Ese túnel parecía que había sido adecentado hacía poco. Se le ocurrió pensar en que deberían investigar al resto de inquilinos de las casas de alrededor. Y de paso, hacer lo mismo con los dueños.

-¿Estás mejor? – le preguntó Olga a Ventura.

-Me estaba agobiando un poco. La oscuridad no me ha gustado nunca. Menos en sitios cerrados. Me ayuda que me hayas cogido de la mano.

-¡Que bobo! – pero Olga no se la soltó – Ya estamos cerca de la salida.

-No te oculto que tengo ganas de respirar aire puro. Siento como si ese gas se me hubiera quedado en los pulmones.

-Tienes un corte en el pómulo – Olga se detuvo unos instantes y le tocó con cuidado. Se quedó tranquila al comprobar que no sangraba apenas. La herida había coagulado bien.

-Esto va a empeorar mi belleza. – bromeó Ventura.

-Que bobo eres. Apenas se va a notar. Y si te quedara marca, te daría un toque interesante.

-Si, la hostia de interesante. Un toque interesante para el hombre menos interesante de la tierra.

-No hagas que me entren ganas de darte dos hostias, querido. Deja de decir sandeces.

Llegaron al final del pasillo, donde empezaba una escalera de subida. Olga le hizo un gesto a Ventura para que estuviera preparado. Éste volvió a empuñar su arma mientras Olga volvía a usar sus ganzúas para abrir la puerta.

Quedaron cegados al ver la luz del sol. Parecía que el día había despejado por completo mientras habían descendido a los infiernos. Cuando pudieron acostumbrarse al cambio de luz, vieron una gran actividad en lo que había sido la casa de Rosa María. Estaban a unos doscientos metros de ella. Respiraron tranquilos y guardaron sus armas. Ventura respiró profundo varias veces, como si necesitara limpiar sus pulmones. Como si, con esas respiraciones profundas echara de su cuerpo todo vestigio de lo que acababa de vivir. Se estiró luego como si acabara de levantarse de un sueño largo y reparador. Olga comprobó aliviada como con cada respiración iba recuperando un poco el color de su rostro. Parecía que había dejado de sudar.

Los bomberos estaban apagando los últimos rescoldos del fuego que había destruido casi por completo la casa. Algunos de los miembros del equipo de asalto que habían entrado para apoyar a Olga y Ventura, parecían haber sufrido algunas quemaduras. Fue Charles, el policía que les había mostrado el camino para encontrar a “Isabel” el que los vio y llamó la atención del resto. Varios sanitarios se acercaron corriendo a ellos. Olga y Ventura no eran del todo conscientes del lamentable aspecto que tenían. Olga cojeaba ligeramente y a la luz del día, Ventura tenía algunos cortes más que el que había visto la comisaria. A parte, tenían las palmas de las manos ligeramente despellejadas al parar con ellas el impacto de su cuerpo cuando Olga lo lanzó contra el suelo áspero de cemento de la estancia en la que se resguardaron. Iban sucios y desaliñados. El pelo largo de Olga, que siempre se recogía en un moño, estaba medio suelto, escapándose algunos mechones de las horquillas, cada uno en una dirección. Peter Holland llegó corriendo desde el otro lado de la casa. Fue hacia ellos para abrazarlos. Habían pensado que estaban malheridos o incluso muertos. Su alegría era sincera, así como el alivio que había sentido al oír los gritos de Charles. Éste les saludó efusivamente estrechándoles la mano. Lo acababan de conocer pero a los dos les pareció que su afecto y la alegría que le había producido verlos, era sincera.

Los únicos que permanecían imperturbables, eran sus compañeros en aquel vuelo a Nueva York. Olga se acercó al más gallito de los tres, el que había negado con rotundidad la posibilidad de que hubiera túneles o refugios subterráneos y que había despreciado las noticias que empezaban a aportar algunos policías que estaban hablando con los vecinos, sobre que esa posibilidad fuera cierta. Sin mediar palabra le dio un puñetazo en la cara.

-Esto es por hacer mal tu trabajo. Por creerte más listo y pensar que los demás somos tontos. Tu mal desempeño buscando esos mapas y esa información, podía haber costado que todos estos compañeros tuyos del CSI hubieran muerto hoy. Todo por burlarte de Ventura, que dormido, vale cien veces más que tú en plena forma. Si estuvieras en mi Unidad, éste hubiera sido tú último día de trabajo. Puedo perdonar los errores, hasta uno que lleve al desastre que podría haber sucedido hoy aquí. No perdono la soberbia y la chulería sin que haya nada de sustancia detrás. No perdono no hacer bien tu trabajo, porque querías ningunear a un compañero en el que ves todas las virtudes que tú no tienes.

No le sentó bien, ni el puñetazo ni las palabras de Olga. En cuanto ésta se dio la vuelta se abalanzó sobre ella. Pero Olga sintió el movimiento se giró sobre su pierna derecha levantando la izquierda y le dio una patada a la altura del hombro. El agente acabó en el suelo en medio de un charco de barro. Olga se acercó y sin dudar, le dio una patada con la puntera de sus botas en el estómago. Fue a repetir, pero Ventura le puso la mano sobre el hombro con suavidad. Olga lo miró y se relajó.

-Acompáñenme, por favor – les dijo una sanitaria. – Les curamos en un momento esas heridas.

Peter Holland se había mantenido al margen. Había visto todo lo sucedido. Cuando Olga y Ventura se fueron camino de la ambulancia, se acercó a hablar con esos tres.

-Volved a Washintong de inmediato. Mañana os quiero ver en mi despacho a primera hora.

El jefe del equipo de asalto apareció con los planos que la policía de Winston les acababa de conseguir del Ayuntamiento. Se reunió con sus hombres y se distribuyeron. Dos de ellos entraron por la puerta por la que habían salido Ventura y Olga. Otros dos fueron buscando otra entrada que parecía estar en otra edificación vecina. Otros dos fueron al otro extremo.

-Qué pena que eso no lo hayan hecho antes – comentó Ventura.

-Tengo hambre.

Ventura levantó las cejas al mirar a Olga.

-¿Ya?

Ésta se encogió de hombros.

-Disparar me da hambre.

-No quiero ni pensar lo que te comerás cuando vayas a hacer prácticas de tiro. O cuando te presentes a esas competiciones que a veces organizáis. Si hoy apenas has disparado un par de tiros. Cuando vacíes diez cargadores …

-Pero cuando compito o hago prácticas, tengo que disimular. Si no se meten conmigo. Aquí estoy en mi salsa. Puedo comer a gusto lo que más me apetezca. Porque además, te puedo echar la culpa a ti, que eres mala influencia.

-Encima, no te jode. ¿Cuando compites después te vas a comer un pescadito?

-Eso no. Nunca. Ni mi hijo me ha convencido. Pescado, yuyu.

-¿No le dabas de comer pescado de pequeño a tu hijo?

-Sí. Y bastante. He de decirte que no me gusta, pero lo cocino muy bien. Igual que las verduras. Se lo preparaba a él. Cuando hago alguna cena para amigos en casa, suelo prepararlo: Merluza rellena, Dorada a la sal, Caldereta de pescado … Para mí me hago otra cosa. Me lo dice Galder. Él si que cocina bien. Por eso su opinión vale más.

-Estás orgullosa.

-De eso sí. De otras cosas de él no tanto. Cambiemos de tema.

-¿Donde quieres cenar? – Ventura se apresuró a hacer caso a la comisaria. Se había sentido incómodo al ver la reacción de Olga. Incómodo por ella. Por sacar un tema que no parecía gustarle.

-Preguntemos a Charles o a sus compañeros. Seguro que conocen sitios buenos.

-No tengo muchas ganas de conducir. Procuremos que sean cerca. O al menos, cerca del hotel.

-Podemos coger un taxi. O a malas, volvemos al restaurante dónde hemos comido. Estaba todo muy rico y podemos acercarnos dando un paseo.

-¿Podrían callarse un rato? – la sanitaria les miraba divertida – Es muy difícil curarles las heridas de la cara. Será solo un momento. Luego pueden seguir con su cháchara reparadora.

-A callar. – dijo Olga encogiéndose de hombros. – Perdón,- dijo a continuación poniendo su mejor cara de niña buena.

Ventura se sonrió: le encantaba esos gestos de su compañera.

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Al final la cosa se alargó más de lo esperado. El equipo de asalto descubrió un intrincado laberinto subterráneo lleno de pasillos y habitaciones, que en su momento, habían sido refugios antinucleares. O eso pretendían ser, porque todos tenían claro que no hubieran servido para ese fin. Olga y Ventura, una vez curados y pese a las protestas de Holland, los recorrieron todos. Cuando llegaron a la sala en la que se habían refugiado, ya estaba la científica recogiendo pruebas y varios agentes empezaban a estudiar los documentos que había. Eso le fastidió a Olga que no pudo echarlos un vistazo. Ahora dependería de que el FBI quisiera compartir lo que descubrieran. Confiaba en que muchos de esos documentos estuvieran en los discos duros que sentía en sus piernas, bien sujetos por la caña de sus botas.

Eso sí, Ventura y ella tuvieron claro que las habitaciones que utilizaba Rosa María con asiduidad, eran las dos que estaban en ese pequeño rellano: de la que había salido Enrique y la que habían utilizado para refugiarse. La primera estaba casi completamente calcinada. Parecía que había contenido algunos documentos también. Había muchas pantallas de televisión, lo cual parecía indicar que estaban en el centro de control de toda la finca. Pero sería una labor larga recuperar su contenido. Habría que buscar también si las imágenes se subían a alguna nube.

Otro de los viejos refugios, parecía destinado a albergar a Ethan en el cautiverio que le había preparado Rosa María. Había una taza de váter. Un camastro y una mesa. Y varias jeringuillas listas para ser utilizadas. Olga estaba segura que serían drogas para controlar al chico.

Charles y la pareja de policías que habían descubierto el intento de secuestro de Rosa María, no les habían dejado en ningún momento. La mujer se dio cuenta de los rastros de sudor en la camisa de Ventura y le acercó de su coche una sudadera que llevaba siempre, por si acaso. Al final, Olga les preguntó un sitio en el que cenar lo que ellos les gustaba: carnes, hamburguesas, patatas fritas.

-Os invitamos – les dijo.

Los tres aceptaron la invitación. Se fueron a cambiar en un momento, mientras Olga hablaba con Peter Holland. Su conversación fue muy seria e intensa. Olga en muchos momentos le miró con dureza. A Ventura le pareció que había aprovechado para poner sobre la mesa todas las dudas que había tenido en los últimos días sobre las verdaderas intenciones del Jefe de Operaciones.

Cuando Charles volvió, trajo una camisa limpia y una chaqueta de punto, para que Ventura se cambiara. Éste le estrechó la mano efusivamente para mostrarle su agradecimiento.

Y allí fueron a cenar, al mismo sitio donde habían comido. Los tres fueron claros al afirmar que era un buen restaurante y estaba a un par de manzanas. La jefa de sala los reconoció y les llevó a la misma mesa de la comida.

-No hace falta que les recuerde lo que les he dicho esta mañana – sonrió a Olga y Ventura.

-No. Muchas gracias.

-Os advierto que después de lo que hemos vivido, yo tengo un hambre que me comería una vaca entera.

-O sea que para nosotros pido como siempre. – Ventura miraba a la comisaria con un cierto visaje de ironía.

Olga le sonrió pesarosa. Ventura entonces pidió para ellos la mitad de otras veces. Y aún así, a sus compañeros de mesa les resultó excesivo. Ventura miró a Olga cómplice. Ésta se echó a reír.

-No os asustéis si luego pedimos una segunda ronda. Después de lo que hemos vivido, necesitamos recuperar y relajarnos. La comida es uno de nuestros métodos.

-¿Y donde lo echáis? No tenéis una gota de grasa. Tenéis unos cuerpos envidiables. Yo pensaba que lo conseguíais gracias a comer verduras y ensaladas.

-Genética, imagino – contestó Olga.

-¿Olga comer ensaladas? – se burló Ventura. Recibió un manotazo de su compañera como castigo por la broma.

La conversación fluyó agradable durante toda la comida. Los policías de Winston fueron contando, a petición de Ventura como llegaron a la policía y sus experiencias al respecto. Ventura y Olga también contaron a grandes rasgos su historia. Se centraron todos en las anécdotas divertidas. Ya habían tenido bastantes tragedias durante esa jornada.

Ventura, haciendo verdad su premonición, pidió un par de hamburguesas más para Olga y él. Y pidió más patatas. Les ofreció a sus compañeros de mesa la posibilidad de unirse, pero declinaron.

-Estamos a tope. No me cabe una patata más. De todas formas, si yo hubiera estado en vuestro lugar hoy, a lo mejor me comía cinco más. Estoy intentado imaginarme ahí abajo y … creo que no hubiera sido capaz de … salir airoso. Me hubiera derrumbado. Si un día tengo la desgracia de tener que disparar y mato a alguien … O que me cojan de rehén con una pistola en mi sien … ¿Habéis vivido situaciones así antes?

-Yo no – se apresuró a decir Ventura.

Olga hizo un gesto de pena.

-Yo por desgracias sí. Unas cuantas.

-¿No es la primera vez que matas a alguien?

Había sido Patricia la que le hizo la pregunta. Estaba sorprendida. Sabía que ser Comisaria en la policía Española, era un puesto de responsabilidad. Se la imaginaba en un despacho, dirigiendo a sus subordinados.

-Por desgracia no. Ya he estado varias veces en esa circunstancia. Es algo a lo que no te acostumbras, pero aprendes a sobrellevarlo. Además, siempre que me he visto obligada a disparar con intención de herir, han sido situaciones extremas en las que el resto de opciones no … vamos que no había más salidas.

-Disparas muy bien. – el tono de Charles al hacer esa afirmación denotaba claramente admiración.

-¿Cómo lo sabes? ¿Lo habéis visto?

-El cámara que os seguía, antes de subir de nuevo las escaleras, siguiendo las órdenes de los jefes, cuando ha empezado el jaleo con ese tipo, dejó la cámara en el suelo, transmitiendo. Lo vimos todo.

Olga y Ventura se miraron sorprendidos.

-¡Vaya! No nos lo han comentado – Ventura fue el que puso voz a los pensamientos de ambos.

-Todos estaban muy preocupados. Nadie sabía que hacer. El jefe Holland estaba muy enfadado porque todos notábamos el olor a gas que iba aumentando. Y tú habías dado la orden de cerrar las conducciones mucho antes de bajar por esa escalera. Echó una bronca monumental a esos agentes con los que luego discutiste, Olga. Se lo encargó a ellos. Entonces fue el Jefe de la Unidad de asalto quien nos pidió a nosotros que buscáramos esas llaves o que si fuera necesario, pidiéramos a la compañía de gas que cortara el suministros a toda la manzana. Y que lo hiciéramos con urgencia.

-Fuimos nosotros – dijo Patricia. – David se puso en contacto con la compañía mientras yo fui a buscar la llave con dos de los agentes de asalto. Al final la encontramos, siguiendo los consejos de un vecino que había salido al jardín a ver el espectáculo.

-Pero el mal ya estaba hecho. Fue solo un par de minutos antes de que todo se convirtiera en una enorme hoguera. Yo me quedé paralizada. Los dos del FBI que venían conmigo, lo mismo. Vimos salir en tropel a todos justo antes de la llamarada. Escuchamos una explosión en el subsuelo que hizo que hasta los edificios cercanos temblaran.

-Fíjate, yo eso no lo sentí – dijo Ventura sorprendido.

-Yo no fui consciente tampoco. Quizás porque intuía que iba a pasar y solo me centré en buscar una salida y que no te pasara nada.

-Yo en tu lugar, me hubiera cagado encima – David miraba con admiración a Ventura. – Y mantuviste la calma. Mirabas a Olga con determinación. Parecía que le estabas dando permiso para que hiciera lo que considerara.

-Poco podía hacer – Ventura no estaba cómodo recordando ese momento, pero se lo debía a esos policías que sin conocerlos, les habían ayudado. – Me tenía bien agarrado. Casi me deja sin respiración. Casi me mata por estrangulamiento.

-Yo creo que al final lo hiciste. Me dejaste más claro el blanco – Olga lo miraba sorprendida.

-Creo que te equivocas, Olga – le dijo Charles. – No se movió. Cuando te disparó ese tipo, apretó más el cuello de Ventura. Y tú encontraste el hueco por el que colar la bala cuando te incorporaste. Fue un disparo increíble. Para los siguientes, entonces sí, el blanco era mayor. Para el primero no. Hasta el jefe del equipo de asalto se llevó la mano a la boca antes de jurar que nunca había visto un disparo como el tuyo.

-Y ni te paraste a contemplar tu éxito. Una vez que disparaste los seis tiros, miraste al fondo durante apenas un instante, y agarraste a Ventura de la americana y lo levantaste. Te lo juro, dio la impresión que tenías una fuerza increíble. A Ventura se le notaba que le costaba respirar. Diste dos patadas a la pared hasta que por arte de magia, apareció ese pasadizo o lo que fuera en el que os resguardasteis. Y lo volviste a cerrar apenas unos segundos antes de que esa lengua de fuego subiera. Ahí ya echamos todos a correr y la cámara me imagino que se achicharraría.

-Salimos todos en tropel. Mr. Holland pegó un grito horrorizado.

-Creo que fue el de los SWAT.

-Da igual. A lo mejor fueron los dos a la vez.

-Pero el Jefe de los SWAT te juro que perdió unos instantes para asesinar con la mirada a esos tres imbéciles. Es que todavía, mientras veían lo que ocurría, murmuraban entre ellos y se echaban a reír. Les oí algo de cagarse … de que no olía a gas sino a la mierda de Venturita.

-Pues si que te tienen manía esos. ¿Qué les has hecho? – Olga le miraba con gesto de chufla. Ventura tuvo un primer arranque de contestar de forma cortante, pero al verla la cara se echó a reír.

-Lo único que he hecho, es mi trabajo. Escuchando, mirando, y oliendo. He seguido mi instinto por encima de los protocolos establecidos. Y … sabes, en realidad, las veces que he trabajado en casos a los que esos tres no sabían encontrarle un sentido ni un camino para llegar a la verdad, lo que les jodía es que conseguía que los testigos, los familiares de las víctimas, incluso los cercanos a los que al final descubrimos que fueron los culpables, me contaran cosas que a ellos no lo hicieron.

-Con esos aires que se dan ¿Quién les va a contar? – Patricia abría mucho los brazos, mostrando su incomprensión. – Ni los amigos, sus amigos, les contarían nada.

-¿Quién les ha dado tantas alas?

-Holland está claro que hasta hoy, los protegía. Les daba los mejores casos. – Ventura fue rotundo en su apreciación.

-Algunos casos resolverían – contemporizó Olga.

-Si estudiamos uno por uno, en casi todos te diría que llegó otro agente que les salvó del desastre. Otro que supo volver sobre lo ya andado y mirar bifurcaciones del camino que estos tres inútiles habían descartado. O alguno del CSI que les abrió la mente.

-Un observador externo quizás pudiera sacar la conclusión de que son buenos coordinadores que saben sacar lo mejor de sus colaboradores.

-Lo único que … – Ventura se sonrió por lo que iba a decir – tú y tus compañeros, tenéis fama de ser muy buenos coordinadores. Pero en vuestros informes, sale hasta el becario que cogió una llamada de alguien que quería contar algo. Todos los miembros de vuestro equipo, a todos ellos les reconocéis su mérito. Incluso, por estas semanas que te he conocido más intensamente, te diría que os quitáis méritos vosotros. Porque no creo que vuestros subordinados tengan vuestra raza, vuestro talento y vuestras intuiciones. En el caso de estos, solo salen sus nombres. Se apropian de todo lo que han hecho los demás.

-Ya estamos. Nosotros solo tenemos …

-Mira, Olga. – Ventura se giró para mirarla directamente. – Cuando hemos entrado en esa habitación, en donde estaba el cadáver de esa mujer, a los cinco minutos, sabías todo lo que a mí me ha costado media hora. Y mucho más que, con todo lo que ha pasado luego, te has guardado para ti. Te lo he notado. Te has plantado ahí en medio y has ido radiografiando todo. No has necesitado ni agacharte para ver el cuerpo de cerca. Hasta te diría que sabes quien la ha matado. Lo sabes, con nombre y apellidos. Y lo más importante: sabes la razón. Y sabes que en realidad, no ha sido una muerte de encargo. Ha sido solo una consecuencia de lo que ha hecho antes esa Rosa María. Un amigo de alguno de sus objetivos anteriores. O de los presentes.

-¿Pero como se llamaba en realidad? Al menos os hemos oído tres nombres distintos para referiros a ella.

-Eso. Que a mí también me despistas con eso.

Todos se quedaron mirando a Olga que se dispuso a dar las explicaciones que sus compañeros de mesa la requerían.

-A ver. Isabel es el nombre que dio para su último trabajo. Rosa María, es el nombre por la que la conocían en Concejo del Prado, un pueblo de Madrid al que se fue a vivir para estar cerca de Carmelo del Rio, el actor, que era su objetivo. Espiarlo y llegado el momento, matarlo. A él y a Jorge Rios, el escritor. Y Evelyn es el nombre que figura en su documentación oficial en Inglaterra. Evelyn Smith.

-¿Sin “h”? – bromeó Ventura.

Olga se sonrió.

-Con “h”.

-¿Y su nombre verdadero?

-Que quede entre nosotros: Rosa María Losantos Hermida. Natural de Málaga. Tenía 41 años. Su afición al asesinato le viene de familia. Su padre la enseñó. Él mismo era asesino a sueldo. También la enseñó a hablar tres idiomas como si fuera nativa. Y otras muchas habilidades que los que hemos tenido contacto con ella tenemos muy presentes.

-No se lo has dicho a Holland. – Ventura la miraba sorprendido.

-Él lo sabe antes que nosotros. Y se lo ha guardado. No he querido insultarlo diciéndole cosas que ya conoce de sobra.

-¿Y ese cariño que te ha dicho Enrique que te tenía Rosa María?

-Maté a su padre. Carmen y yo. Me atribuí el disparo, o me lo atribuyeron, pero no sabemos quien de las dos lo hizo. El fatal, me refiero. Intentó matar a Javier para vengarse de su padre. Javier apenas tenía dieciséis.

-Joder. – Ventura no pudo disimular el impacto de la noticia.

-Esto no lo sabe Javier, Ventura.

-No creo que tenga oportunidad de contárselo. Ni siquiera nos conocemos.

Ventura puso su mejor cara de cínico bromista. Olga se encogió de hombros.

-Tú sabes que si vas a tener, no una, sino una cada día. Oportunidades de contárselo, me refiero. Cuando te vuelvas conmigo a España.

-¡¡Una mierda!! – la cara de Ventura era la viva expresión de lo bien que se lo pasaba con sus piques con Olga.

-Tiene que ser una gozada trabajar con vosotros – dijo Patricia pensativa.

-No es ninguna bicoca. El trabajo es duro. Muchas horas. Intentamos compensarlo con un buen ambiente. Con libertad para que nuestros colaboradores se organicen. Los casos que llevamos son duros. Vemos cosas … atrocidades … cada día. Ese joven, Enrique. Nos ha intentado matar hoy. Pero no puedo dejar de pensar en que … tuve en mis brazos a chicos que vivieron lo mismo que él. Él fue una víctima antes de convertirse en lo que habéis visto. Y cada vez que recuerdo como estaban todos ellos cuando la persona que los salvaba me los traía para que los protegiera, me entran unas ganas de llorar que a penas puedo contener. Estos días mis compañeros en España han salvado a unos chicos a los que trataban como a animales. Desnudos, sucios, muchos con enfermedades y lesiones causadas por los maltratos, por los golpes. Oliendo a orines y a mierda. Y llevaban meses no conociendo otros olores. Alimentándose a base de comida de perro. Y tienes que convencerlos de que somos los buenos, que vamos a salvarlos. Los tienes que abrazar y besar, a pesar de que por el olor que emanan, tienes ganas de vomitar.

-¡Joder! – fue Patricia la que puso voz a lo que pensaba ella y sus dos compañeros.

-Mala cosa no será cuando todos quieren trabajar a vuestro lado – dijo Ventura muy serio.

-No todos. He ido a buscar a algunos que nos interesaban, y me han dicho que no. No todos buscamos lo mismo al dedicarnos a esta profesión. Muchos prefieren un puesto cómodo, con unos horarios fijos y sin complicaciones.

-Ayudar a los demás, proteger a los débiles – dijo David con gesto convencido.

-Lamentablemente no todos piensan como vosotros – terció Ventura – Lo he visto en muchos compañeros.

-Esos no son policías de verdad.

-Pero actúan como tales – contestó Patricia a su compañero Charles. – A ver cuantos compañeros nuestros se hubieran preocupado de ayudar a un agente del FBI que le aborda por la calle y les muestra una foto. Y más a diez minutos de que salieras de turno.

-¿Salías de turno? Pues ya le has echado horas entonces. Y tu ayuda ha sido fundamental. No hubiéramos llegado al incidente del intento de secuestro.

-Ahora debemos encontrar a Ethan – dijo Olga.

-¿Queréis que pidamos a nuestros compañeros que estén atentos?

-¿Lo haríais? – Ventura se había adelantado a Olga.

-¡¡ Claro !!

-Mañana lo ponemos en marcha.

-¿Algo más para comer?

La camarera miraba a Olga sonriendo de forma irónica. Olga le devolvió la sonrisa.

-Pasemos al dulce, que esta mañana nos han interrumpido y no hemos podido disfrutarlo.

-¿Surtido de postres?

Olga afirmó con la cabeza sonriendo.

La conversación volvió a distenderse y apartarse del tema laboral. Las risas volvieron a llenar la mesa. Llegó el café y una copita. Salvo Charles.

-Yo os llevo a todos a casa. Bebed tranquilos.

De nuevo, cuando esta vez fue Olga a pagar y se levantó buscando a la jefa de sala, ésta le dijo que “el Sr. Carceler se ha ocupado”.

-Al menos deje que me ocupe de la propina.

-Se ha ocupado también. Me ha pedido que busque el momento para transmitirla su agradecimiento por cuidar de su hijo.

-Dígale, si tiene oportunidad, que no he podido hacer otra cosa, porque tiene un hijo maravilloso y no podemos permitirnos perderlo.

La mujer pareció gustarle la respuesta y sonrió asintiendo ligeramente con la cabeza.

.

-¿Has podido pagar?

Estaban en la habitación de Olga. Se habían sentado en las butacas que había en una esquina, con una mesa pequeña entre ellas. Habían pedido al servicio de habitaciones que les subiera unos combinados de Coca-Cola con Ron.

-¿Has podido pagar? – Ventura repitió la pregunta. Olga parecía perdida en sus pensamientos.

-¿Eh? – se lo quedó mirando con si acabara de salir de un trance. – No. No. Lo mismo que a la mañana.

-Mi padre sigue en plena forma. Informado de todo.

-Parece que sí. Se preocupa por ti.

-No te rías de mí. Se preocupa de sus negocios. Los oficiales y los de su segunda ocupación. Su hobby, como decía. Dice.

-¿Que pasó entre vosotros para que discutierais?

-No merece la pena perder el tiempo en ese tema.

-Ventura, por favor. ¿Como te llama tu madre cuando quiere mostrarte su cariño?

-¿Cabrón?

-Anda, anda. Te lo pregunto en serio.

Ventura suspiró resignado antes de contestar.

-Turi. Como me llamó Guille. Se lo copió a ella.

-No te gusta.

-Lo asocio a ella. Ella me gusta que me llame así. Pero solo ella. Es como una forma de … sentirla más cerca. Gracias por no haberme llamado así.

-No me diste permiso cuando lo hice. Por nada del mundo quiero molestarte. Al revés. Me gustaría poder conseguir que te sientas mejor. Que te quieras un poco más. Que te relajes.

-Ya lo haces. Desde el primer día. Me tendiste la mano y no me has soltado nunca. Me respetas. Respetas mis opiniones. Me escuchas. Esas dos cosas son importantes.

-Hay más gente que te respeta.

-No creas. Me toleran.

-¿Saben quien es tu padre?

-Holland, sí, imagino. Mi padre tuvo que hablar con él para pedirle el favor. El resto no creo. Mi padre nunca ha presumido de tener las empresas que tiene, ni de ser rico y tener acceso a los Presidentes de la mitad de los países del mundo. Viven en una casa en el centro de Madrid, en buen barrio, casa grande, pero nada comparado a la que disfrutan otros mucho menos adinerados. No tienen grandes coches, ni van rodeados de sirvientes o escoltas. Todo es mucho más sutil. Lo sabes porque los conoces. Y desde luego, su hobby lo conocen cuatro personas contadas.

-No, ya te lo dije. Javier y Carmen sí. Aunque ninguno habla de ello. Carmen no tenía ni idea de que los conociera. Ya te lo dije. Por mucho que me tiendas trampas, no va a cambiar mi versión.

Olga se calló unos instantes. Lo observaba con detenimiento. Notaba como la cabeza de Ventura no descansaba. Cualquier otro día, con la mitad de las vivencias que habían tenido ese día, Ventura se habría quedado dormido en su cama. No había ni rastro de que necesitara irse a dormir.

-¿Por qué no me lo cuentas?

Olga hizo la pregunta en un tono dulce y tranquilo. Ventura la miró un momento. Se encogió de hombros. Pero no se animó a hablar. Al menos en ese instante. Olga notaba como había una lucha dentro de él. Parecía debatirse entre hablar o callar. Al final Ventura se incorporó un poco en la butaca. Parecía que había ganado la opción de hablar.

-Me secuestraron. Con doce años. Como todo en nuestra familia, no se enteró nadie. Solo lo supieron mis dos hermanos, y porque estaban cuando ocurrió. Si no, seguro que mis padres se lo hubieran ocultado. Me drogaron y me amordazaron, a parte de ponerme una capucha en la cabeza y atarla con una cuerda. Me tiraron como un saco de patatas en el suelo de una furgoneta.

Ventura se calló un momento. Cogió su copa y la pegó un buen trago. Sus ojos brillaban debido a las lágrimas que los inundaban.

Olga contuvo la respiración. Por nada del mundo se esperaba esa revelación. Pocas veces en su vida profesional no había sabido como actuar. Esa era una de ellas. No se había preparado para esa historia.

-En cuanto llegamos al destino, me desnudaron por completo. Me ataron las manos y me metieron en un cuarto. Me quitaron la capucha, la mordaza y me dejaron allí. Me daban de comer a través de una abertura en la puerta. Todo estaba a oscuras. Hacía mucho calor. Tenía un orinal para hacer mis necesidades. Y una botella de agua para beber. Yo creo que ese agua tenía algo de droga. Siempre me sentía abatido. Sufría alucinaciones. Sudaba mucho.

Volvió a beber de su copa. Esta vez no se lo pensó y siguió hablando.

-Hasta ese día, mi padre era Dios. Allí, en ese cuartucho, no dejaba de preguntarme dónde estaba que no venía a buscarme. Sabía a lo que se dedicaba. Nunca nos lo ocultó. Es más, nos enseñaba a mis hermanos y a mí cosas de su afición. Con siete años, me enseñó a disparar. Muchos tipos de armas. En lugar del veo veo, jugábamos a ser capaz de recordar el máximo número de objetos de cualquier habitación, lugar. Con diez, me enseñó a desmontar una bomba. Es alucinante. Diez años y sabía hacerlo. Pero ahora, cuando lo necesitaba, no estaba. Llegué a pensar que mi padre no me quería. Que había hecho algo mal y estaba enfadado y por eso no iba a buscarme.

No sé los días que estuve en ese cuarto. Nadie me habló en ese tiempo. Solo el ruido de la cancela cuando se abría para meter el plato de una especie de pasta que era mi comida todos los días. Al menos era rica de sabor. Sin poder limpiarme el culo si cagaba. Buscando el orinal por el olor de mis meadas. Eso no me lo cambiaban cada día. Me acostumbré al olor de mi propia caca. Tenía doce años.

Un día, escuché un ruido ensordecedor. Venía de la parte de arriba. Sabía que habían sido explosivos. Luego escuché disparos y golpes en la parte de arriba. Perdón por la reiteración. El caso – Ventura parecía que tenía prisa por acabar – es que de repente la puerta se abrió por completo. La luz de una linterna potente me deslumbró. Entonces pensé que estaba desnudo. Sentí vergüenza. Esos días de no tener nada que hacer, pensé más en mi cuerpo y fui consciente de que estaba cambiando. Ya me entiendes. Un hombre se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Me abrazó. Pensé que yo olería mal. Me dio todavía más vergüenza. Pero ese hombre me abrazó y me comió a besos. Te lo juro, solo escuchar su voz en mis oídos me hizo … olvidarme de los días pasados, de mi culo sucio, de mi olor nauseabundo … me puso sobre su hombro y me sacó de ese cuarto. “cierra los ojos para que la luz no te haga daño”, me dijo. Y los cerré. Nos metimos en un coche que salió de allí a toda velocidad. De nuevo me había abrazado y me acariciaba la cabeza. Y no dejaba de hablarme al oído. De decirme lo valiente que era, lo orgulloso que estaba de mí. No sabía quien era, pero saber que él estaba orgulloso de mí, me hizo sentirme bien. Te lo juro.

Ahora el llanto era menos callado. Olga tuvo la tentación de abrazarlo, pero pensó que no era el momento. Ventura estaba reviviendo el abrazo de ese hombre. Y eso le producía, a pesar de las lágrimas, un sentimiento de bienestar que era palpable en su rostro.

-Me llevó a casa. Mi madre corrió al coche a cogerme en brazos. Mis hermanos corrieron también y se abrazaron a nosotros. Mi padre lo fue a hacer, pero le miré con todo el odio del que fui capaz. Él era dios y no había ido a salvarme. Lo había hecho un puto desconocido. No he podido perdonarlo. Nunca. Ni lo haré. Ahora lamento hasta haber quedado con él el viernes. No sé si cancelarlo.

Entonces fue cuando Olga se levantó de su butaca, se acercó a la suya, se puso de rodillas delante de él y lo obligó a abrazarse a ella. El llanto de Ventura se hizo incontrolable. Todo su cuerpo temblaba al ritmo del lloro. Olga le acariciaba la cabeza y le besaba la mejilla continuamente.

Así estuvieron un buen rato. Hasta que cuando Olga rompió ese abrazo y fue al baño, al volver, se encontró a Ventura sobre su cama, completamente dormido. Se sonrió, le quitó los zapatos y le arropó.

.

-Lo vi con mis ojos, Dani. No fuiste ni al entierro. Era tu amigo.

Dani no sabía que decir. Apenas podía recordar nada de esos días. No trabajaban, eso lo tenía claro. Iban de fiesta en fiesta, siempre medio borrachos, siempre con su cajita con los útiles para meterse una dosis si la necesitaban. Bien surtidos de preservativos, para no perder una oportunidad de disfrutar de un buen polvo. ¿Los disfrutaba de verdad? Siempre acababan necesitando la droga y el sexo. Regado con bebidas espirituosas de alta gama. Tiene la impresión de que esos días estuvo con ellos, que apenas se separaron. Pero luego les abandonó y fue a ver a alguien. No centraba los recuerdos. A lo mejor tendría que darle la razón a Quiñones.

-Lo siento, de verdad. No lo recuerdo. Estaría en alguna habitación de hotel drogado.

-O follando con cualquiera.

-Oye, que tú también lo hacías.

-Porque no me querías, Dani. Si me hubieras querido … yo no necesitaba a nadie más que a ti.

-Sabes que en aquellos días, no …

-Ese puto Jorge de los cojones.

Sergio se alarmó. El tono de asco y odio que Quim había imprimido a sus palabras, no se lo había escuchado nunca en esos años.

-No seas injusto, Quim. Jorge es …

-Pasó de mi culo, joder. No me quiso tampoco él. Me hablaba y me … contaba idioteces, historias de no sé quien o … me importaban una mierda ¿Me entiendes? Yo quería follármelo. Quería que todos vieran que yo triunfaba donde los demás … y el puto de él acaba con este traidor – señaló a Dani con la cabeza en tono despectivo – y enamorados como dos gilipollas. Dani, el Dios del sexo sin compromiso y diciendo bye bye con la mano, por la mañana a sus presas sexuales, amancebado con ese cabrón de cagatintas.

-Tú querías a Remus. ¿No te acuerdas? ¿O le engañaste? – Sergio le había tendido la mano que Quim, un poco renuente al principio, se la había acabado cogiendo.

-Sí, lo quería.

Entonces, Quim volvió a sumirse en uno de esos estados ausentes. Daba la impresión de que en ese tiempo, volvía al pasado y revivía los momentos de los que habían estado hablando.

Dani aprovechó y se levantó sin disimular su incomodidad y enfado y se fue al servicio. Se encerró en un reservado pegando un portazo y se sentó sobre la taza. Levantó las piernas y apoyó los pies en la puerta. Si en ese momento hubiera llevado encima sus útiles de antaño, ahora se estaría preparando un pico para meterse. Casi nunca sentía ganas de volver a aquellos días. Pero Quim le estaba haciendo sentir como una mierda. Como un tipo interesado y cabrón, solo preocupado por él. No presumía de haber sido siempre un chico preocupado y sensible con los que le rodeaban. Posiblemente hasta que Jorge se quedó permanentemente en su vida el día que fue a buscarlo a aquella cafetería, eso no hubiera sucedido. Sus relaciones de amistad se basaban en la juerga, las discotecas, el alcohol y las drogas. Sin olvidarse del sexo sin compromiso y con preservativo. Eso es el único detalle que le hacía parecer un amante cuidadoso con la pareja. En realidad, lo hacía por egoísmo. Por no tener un hijo con la primera mujer que quisiera cazarlo, que hubo varias que lo intentaron, o coger cualquier enfermedad de transmisión sexual.

Así estuvo casi veinte minutos. De vez en cuando sentía el impulso irrefrenable de dar patadas a la puerta. Entonces sintió que alguien tocaba ligeramente en ella, después de uno de sus impulsos pateadores.

-¿Estás bien Dani?

Era Flor, su ángel de la guarda.

-Sí, tranquila. He copiado a mi escritor y sus momentos de … perdona si te he asustado. Perdona por las patadas.

-Sal anda. Refréscate la cara. Tu representante empieza a preocuparse.

-Dame cinco minutos.

Dani ni se movió. Cerró los ojos e intentó pensar en su droga sustitutiva: Jorge. Ahora, Jorge lo miraba con esa sonrisa que tanto bien le hacía. Era capaz incluso de sentir su mano acariciándole la mejilla. Sus labios acercándose para besar los suyos. “Te quiero, rubito, con todo mi alma”.

-¡¡Dani!! – Flor insistía. Carmelo miró el teléfono. Sus cinco minutos se habían vuelto a convertir en otros veinte. Se incorporó y levantó la tapa de la taza. Necesitaba orinar. Durante un segundo se le pasó por la cabeza hacer como a veces hacían él y sus amigos cuando estaban puestos: mear las paredes, para dejar el rastro de los dioses del cine. Los orines de unos semi-dioses. Debería contarle todas esas cabronadas que hizo en su pasado para que Jorge cambiara su opinión sobre él y viera el hijo de puta que era la persona de la que se había enamorado. O quizás ya lo sabía y se lo perdonaba todo, porque lo quería de verdad. Carmelo era consciente de que solo había habido dos personas que le habían querido de verdad y se lo habían demostrado: Jorge y … Olga.

Procuró apuntar bien a la taza. “Siempre puedo poner la excusa de mi altura: es más difícil hacer puntería.” Accionó la cisterna, se colocó un poco la ropa y abrió la puerta. La cara de Flor era de preocupación. Tenía el teléfono en la mano dispuesta a llamar a alguien.

-No hace falta que el escritor se entere de esto – Carmelo la sonreía como un niño pequeño que había sido pillado en una trastada.

Flor movía la cabeza negando a la vez que sonreía.

-Refréscate un poco anda. Tienes legañas por las lágrimas y los labios los tienes irritados de mordértelos. Y no me tientes que llamo a Jorge en un momento. No me des estos sustos.

-Tenemos que cuidar un poco al escritor – le advirtió Carmelo.

-Pues empieza por cuidarte tú. Y por cuidar a los tuyos para que no tenga que ocuparse él. Sal ahí y reconquista a tu viejo amigo.

El tono empleado por la policía había sido una mezcla de dureza y dulzura. Eso precisamente solía desarmar a Carmelo. No dijo nada, abrió el grifo del lavabo más próximo y se refrescó la cara con decisión. Flor le tendió entonces una toalla para que se secara.

Carmelo se decidió y salió del baño. Ricardo y Bela lo esperaban en la puerta para acompañarlo de nuevo a la mesa. Se dio cuenta que Quim había vuelto de su viaje a ninguna parte. Parecía charlar distendidamente con Sergio que se reía de alguna ocurrencia de su antiguo amigo.

-¿Has acertado con la meada o has dejado tu firma en las paredes, como antaño?

Carmelo no pudo por menos que echarse a reír.

-He tenido la tentación. – dijo sentándose – Pero me he contenido.

-Menos mal – dijo Sergio aliviado. – He pensado que podíamos comer con Quim aquí, en la residencia.

-Me parece una buena idea. Tengo hambre. ¿Qué tal se come?

-Bien. No me quejo. Aunque no suelo tener mucho apetito.

-Eso va a cambiar. O te hago el avioncito. Nunca has sido de mucho comer.

-Joder. Parece que te acuerdas de lo que quieres.

-Recuerdo cuando te hice el avioncito.

-Que vergüenza. Eso fue en un restaurante bueno. Remus y tú. Los dos. Casi nos echan.

-A eso ayudó que Ro se quedó dormido de repente sobre el plato de pescado.

-Casi prefiero no enterarme de estas historias – se quejó su representante.

-Tuviste suerte que no nos tuvieras que ir a buscar a comisaría. El encargado quería llamar. Creo que fue … ¡Ovidio Calatrava! … sí … fue él el que intercedió y debió darle una buena propina al encargado para que olvidara el tema.

-Y luego dices que Ovidio te odia.

-Eso lo suele decir Jorge.

-Ya serás tú quien lo dice. Venga, dejemos el tema. Vamos a comer.

-Perdona por lo de antes. – Quim se acercó a Carmelo y le besó en la mejilla.

-Era un hijo de puta, es cierto. Drogata, borracho y un puto cabrón de mierda. Por mucho que no lo recuerde, no deja de ser verdad.

-Pero todos te queríamos.

Carmelo asintió con la cabeza, aunque un pensamiento se abrió en su cabeza: “Salvo los que me odiaban”.

.

El viaje de vuelta a Madrid fue igual de silencioso que el viaje de ida. Ahora ya, las piernas de Carmelo estaban quietas. Y en este caso, ya no disimulaba haciendo ver que iba pendiente del paisaje.

-Dime en que piensas – Sergio no dejaba de mirar a su representado.

-Cuando me vienen recuerdos de mi época de … locuras … me doy asco. Jorge no me cree cuando le digo que era un hijo de la gran puta.

Sergio se sonrió. Negaba ligeramente con la cabeza. Jorge sabía perfectamente como era entonces Carmelo. Otra cosa es que tuviera una estrategia para conseguir que Carmelo no se volviera a sumir en aquella deriva.

-Yo en cambio, me siento orgulloso de ti. – dijo Sergio con una sonrisa.

-No me jodas. No me tomes el pelo.

-Sí. Me siento orgulloso porque recuerdo perfectamente aquellos días. Echo la vista atrás y te veo. Y te miro ahora, y me digo: lo consiguió.

-Seguramente es culpa tuya.

-Lo hice con muchos de tus amigos. Solo tuve éxito contigo.

-Al menos, salvaste la vida al resto. Salvo a Ro.

-Quim …

Sergio cerró los ojos y suspiró. No pudo evitar echarse a llorar. Carmelo lo miraba impotente. No sabía como actuar. Los papeles estaban cambiados. Sergio siempre le había consolado a él. No sabía como hacerlo al revés.

-Se volvió loco. Cuando se asomó a la ventana y vio a Ro estrellado en ese coche debajo de su casa …

De nuevo el llanto invadió a Sergio. Tras varios amagos, Carmelo se acercó a su agente y lo abrazó. Los primeros minutos, el actor se sintió incómodo. Poco a poco fue relajando su cuerpo y el abrazo se convirtió en natural y acogedor.

-Se acababa de meter una dosis. Pero su cabeza … bajó corriendo hasta la calle. Intentó bajar a Ro del techo del coche. La policía tuvo que emplearse a fondo para controlarlo. No tardé en llegar, todo sucedió cerca de la oficina. Cuando llegó el juez y ordenó levantar el cadáver, Quim intentó verlo. Los sanitarios se lo impidieron. Imagina como estaba su cara … machacada. Remus salió en ese momento. Su viaje alucinógeno había sido antes que el de Quim. No se había enterado de nada. No acababa de entender lo que pasaba. Quim … se enfadó con él. Casi lo mata. De repente … Quim se desplomó en mitad de la calle. Así hasta ahora.

-¿Y en este estado fue al entierro?

-No me atreví a impedírselo. No dijo nada. Solo se quedó delante del ataúd. Lo miraba sin casi pestañear. Pocos días después, lo ingresé en esa residencia. Todos me habíais dado poder para actuar en vuestro nombre en caso de … poneros mal.

-¿Y desde entonces lo pagas todo?

-Eso es lo de menos.

-Cóbrame más y así te ayudo. O pásame parte de la factura. O toda.

-No, Dani. Era mi responsabilidad. Yo era el responsable vuestro.

-¿Y su familia?

-¿Y la tuya? ¿Y la de Hugo? La de Remus algo mejor pero … manteniendo las distancias.

-Esos hijos de puta de Anfiles saben a quien tientan …

-Ese hijo de puta de Toni, sabía a quien tentar. Y yo mirando. Eso también es mi responsabilidad. Mi culpa.

-Deja eso de … deja de decir eso, joder. No te lo pusimos fácil. Nada fácil. Y sigues cuidando a Quim. Le pagas la residencia. Te ocupas de sus cosas. Me he dado cuenta cuando hablabas con esa doctora. Te has ocupado de mí. Y encima no me cobras lo que me cobrarían otros …

-Tenía que haber sido más radical. Tenía que haberme ocupado de Toni mucho antes y apartarlo de vuestro lado. Maldita la hora en que me asocié con él. Él os llevó a ese infierno. Y yo mirando.

-Dale con el “y yo mirando”. ¿Y Remus? ¿Te ocupaste de Hugo también?

-No. No me ocupé. Ellos estaban más metidos en Anfiles que Quim y Ro. Se ocuparon otros. Estuve informado, eso sí. De hecho, sigo siendo representante de ambos. – Sergio se calló unos segundos. Parecía necesitar ordenar sus recuerdos. – Reconozco que fui un cobarde. Luego … lo pagué, porque el hijo de puta de Toni metió a mi hermano en ese …

Carmelo se llevó las manos a la cabeza. No se había acordado nunca del hermano pequeño de Sergio. Llevaba años sin preguntarle. Lo había borrado por completo de su cabeza.

-No te martirices por haber olvidado a Fidel. Es tu defensa. No sé si es buena idea que todas estas cosas salgan y las vuelvas a tener presente.

-Como no me voy a martirizar. Soy lo peor. Tú siempre pendiente de mí. Sacándome de todos los marrones habidos y por haber. Y ahora … ¿Y como sacaste a Fidel de Anfiles?

-No te preocupes de eso. Lo saqué y punto.

-¿Y está bien?

-Sí, vive en Estados Unidos. Se cambió el apellido. Fue como si hubiera renacido.

-¿Jorge sabe de todas estas historias?

Sergio suspiró. Iba a decirle que no le dijera nada al escritor, pero sabía que eso sería contraproducente. Jorge lo iba a notar en cuanto se lo echara a la cara.

-Jorge sabe, tranquilo.

-No me digas que ha ido a ver a Quim.

Sergio sonrió triste.

-No. No ha ido. No le he dejado.

-Creo que te equivocas.

-Ya has visto como Quim lo odia.

-Te equivocas. Y lo sabes. Llévalo a verlo.

-Ya tiene bastante …

-Quim era mi amigo. He estado años en que lo he ignorado. Yo podía haber sido Quim. O Ro.

-No es buena idea.

-Dime por qué.

-Ese día que desapareciste, el día de lo de Ro, te fuiste de su lado por ir a buscar a Jorge a esa cafetería. ¿Te acuerdas de la matraca que me diste para que me enterara de por dónde paraba? Ese fue vuestro verdadero inicio de … vuestra relación.

-¿Y Quim sabe que …?

Sergio afirmó con la cabeza.

-Pero Jorge no hizo nada mal. No tiene ninguna culpa.

-Eso da igual. Tú lo sabes. Necesitaba un culpable. Tú … siempre te ha amado, ya le has oído. Jorge, tu pareja, es la persona que mejor encarna a un enemigo completo.

La caravana de Carmelo llegó a la oficina de Sergio. Éste besó en la mejilla a Carmelo y salió del coche.

-¿Quieres subir y tomamos algo? O si prefieres …

-No, otro día. Ya te he jodido el día …

-¡Qué dices! Es el día que mejor he visto a Quim.

-A lo mejor le llamo y hablo con él un rato. ¿Qué te parece?

-Puede que sea mejor que lo dejes para mañana. Lo que sientas que debas hacer. Has cogido algo de ese sexto sentido que tiene Jorge.

-Por eso debería contarle. Él sabrá que hacer.

Sergio se encogió de hombros. Estaba superado. Entonces Carmelo vio que de nuevo estaba siendo egoísta. Le hizo un gesto a Flor que lo miraba expectante. Ésta dio la orden a sus compañeros de bajarse de los coches. Carmelo hizo lo mismo.

-Acepto tu invitación, he cambiado de opinión. Vamos a hacer uso de esos sillones que tienes en tu despacho y de ese whisky que solo sacas para los VIP.

-Si casi te has bebido esa botella tú.

-¡Mentira! ¡Y gorda! Por una vez que tomamos un whisky pequeñito.

-Anda, tira para arriba. A ver que desastres han ocurrido en mi ausencia.

-Llevas todo el día con tu actor más problemático. Así que tienes un noventa y nueve de que no haya pasado nada grave.

-En eso tienes razón. De repente se me ha quitado un peso de encima.

-Que bobo eres. No sé si es hora de cambiar de representante.

-Goyo Badía estará encantado de recibirte en su agencia. O Felisa, la ex de Álvaro. La que no tramitó el contrato de “Tirso” para esperar a que renegociara su contrato para sacar más tajada.

-Qué cabrón. Y que hijos de puta ellos, Felisa y el Goyito.

-Por lo que hace referencia a mí, donde las dan, las toman.

-Joder. Desde que representas a Jorge, se te han pegado sus dichos populares.

-Pues espera que no se me pegue su dramatismo.

-¡¡Dios!! ¡¡Aleja de mí este cáliz!!

-Mejor … contigo contagiado ya es bastante.

-¿No te ha gustado?

-No ha estado mal. Pero sin exagerar.

-¿Queréis entrar de una puta vez en el portal? Os daría un par de galletas ahora mismo.

-Vale, Flor. No es para ponerse así. Ha sido un día duro.

-¿Ves? Eso si es dramatismo. – dijo Sergio señalando a la policía.

Sergio echó a correr hacia el portal para quitarse del alcance de Flor que lo miraba con gesto adusto y feroz.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 116.

Capítulo 116.-

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-Este es un caso curioso. De esta mujer nadie sabe nada. Los que reconocen su foto, resulta que no saben donde vive. En las fincas de alrededor de la de Arlen, no, desde luego. Las hemos recorrido todas.

-No solo no saben donde vive, no saben nada. Ni el coche que conduce, ni su teléfono, ni si usaba tarjeta de crédito, ni de donde era … nada. Y ya llevaba más de tres meses por la zona.

-Un absoluto misterio.

-Tres meses, pero recuerda ese comentario que nos han hecho que estuvo de viaje un par de semanas.

-He hecho que me miraran por las fechas, casos de maltrato como el que nos contó. Y nada parece que coincida. Los que podría ser, se han puesto en contacto mis compañeros con las mujeres, y no son. Y las vacaciones, un absoluto misterio. Desde luego, en avión, no ha viajado.

-¿Y lo de los hijos?

-Tampoco. Nada.

-Sería de otro estado.

-He hecho que comprobaran en los estados vecinos. Y en Washintong. Nada.

-Mira. ¿Esa no es la inmobiliaria que buscábamos?

Olga señaló un local a la derecha de la calle por la que transitaban.

-Que curioso, tiene algunos anuncios en español.

-Esperemos que eso sea una señal y tengamos suerte. A ver si nuestra “Isabel” alquiló alguna casa aquí.

-Como sea la misma suerte que hemos tenido en las anteriores … nos quedan solo tres más.

Ventura dio un par de vueltas para aparcar. No tuvo suerte, así que en la esquina más cercana a la inmobiliaria, se subió a la acera. Sacó los rotatorios adhiriéndolos al techo y puso un cartel de FBI bien visible sobre el salpicadero.

-Si es que aparcas como yo. Es otra señal.

-¡Olga por favor! No seas cansina. Estoy muy bien en Estados Unidos.

-¡Qué mal mientes!

Olga le dio un golpe amistoso en el brazo antes de bajarse del coche. Se colocó bien la ropa y cogió la chaqueta que llevaba en el asiento de atrás.

Un policía se acercó a ellos. Ventura fue a su encuentro y le enseñó su acreditación. Olga miraba a su alrededor. Tenía que reconocer que esa ciudad, Winston-Salem, tenía un cierto encanto. Ventura le hizo una seña para que se acercara.

-Muestra la foto a Charles. Va a hacernos el favor de compartirla con sus compañeros. A ver si por un casual tenemos suerte y alguno se ha encontrado a esa mujer.

Olga le pasó la foto por Bluetooth. Y el amigo Charles la compartió inmediatamente con sus compañeros.

-Si nos haces el favor de avisarnos … – Ventura le había pasado su número de teléfono.

-De todas formas estaremos en esa inmobiliaria – le dijo Olga.

-Si hay novedades, les digo.

Cuando dejaron al policía, Olga le preguntó el por qué de su acción.

-Ya hemos preguntado en la jefatura de la policía de la ciudad.

-A veces los polis a pie de calle tienen incidentes o les llama la atención algo que no es lo suficientemente importante para dar parte o hacer un informe. Esperemos que suene la flauta.

Al llegar a la inmobiliaria, Olga le dejó pasar primero a Ventura. Éste se dirigió al único ocupante en ese momento de la oficina. Llevaba su acreditación del FBI abierta y se la mostró en la puerta de su despacho acristalado. Era un hombre que aparentaba unos treinta y tantos años, que tenía gusto vistiendo aunque no llevaba el típico traje con corbata. Lucía un corte de pelo clásico, con raya a la izquierda. Cara cuadrada con una nariz ancha, piel jugosa con un cierto brillo, debido seguramente a las cremas con la que se cuidaba la piel. Y hacía bien, pensó Olga, porque parecía gustar mucho de tomar el sol, aunque a la comisaria le pareció que ese moreno era de rayos uva. Tenía un cuello ancho, musculado. Era claro que siempre había practicado deporte y que lo seguía haciendo. Llevaba anillo de casado. Olga se fijó que en la mesa tenía las fotos de dos niños, que debían ser sus hijos, aunque su parecido con él era prácticamente nulo, por no decir que no se le parecían en nada.

-Si quieren información de alguna propiedad, les rogaría que volvieran en media hora. Mis agentes se han puesto de acuerdo para salir todos a la vez. Tengo que terminar un informe para un cliente que llegará en veinte minutos.

-Nos puede servir usted. Solo queremos que nos informe sobre esta mujer. No le llevará más de cinco minutos. Es importante.

Olga esta vez, había empleado el español adrede. Había notado un cierto acento en el habla de ese hombre. Pensó que era el hacedor de los carteles en español que habían visto en el exterior. Éste la miró sorprendido.

-¿Española?

-En realidad los dos lo somos – dijo Ventura también en español, tendiéndole la mano para saludarlo.

-¿Un español en el FBI? ¿O la acreditación es de pega?

-No. Es una historia larga de contar.

-¿Y usted? – el hombre miraba a Olga.

-Yo soy policía española.

Olga sacó su acreditación y se la enseñó a ese hombre.

-Perdón, no me he presentado. Manuel Saavedra. Soy el dueño de esta inmobiliaria. ¿Unidad Especial de Investigación? Debe ser importante su caso para venir hasta aquí con los flecos de la pandemia.

-¿Y como ha recalado tan lejos? – le preguntó Ventura para obviar la respuesta a su pregunta.

-Es una historia larga. Como la suya – sonrió con un poco de ironía. – Al final me casé con una estadounidense y ya no me quedó más remedio que echar raíces. ¿Y en que les puedo ayudar?

-Estamos buscando a esta mujer. – Olga le enseñó la foto que llevaba en el móvil. Era la foto común de todos los asistentes a la reunión a la que asistieron en la finca de Arlen, y que hizo a petición de Jorge, pero recortando al resto. No era la mejor foto, pero no tenían otra. Había sido imposible encontrar una mejor.

Hizo un gesto de estar pensando. Cogió el móvil y la amplió un poco. Luego hizo lo contrario.

-El caso es que de primeras, os hubiera dicho que no la conozco. Pero … hay algo que me hace dudar. Algo en la foto que … no sé encontrarle el sentido … ¡¡Joder!! ¡¡Claro!! Lo que me suena es la finca. Esa galería de fondo … esa finca la hemos vendido nosotros. Conozco perfectamente el sitio.

-¿Hace mucho de eso?

-Unos dos años. Nos costó mucho. Los anteriores ocupantes fueron digamos … poco recomendables. La finca tenía mala fama.

-¿Por un casual la compró Tirso Campero?

-No. – Manuel sonrió. – Sí, pero la compró a nombre de una sociedad de su propiedad. Me creo que usted es esa comisaria de la que tanto habla, sobre todo en los últimos tiempos.

Ventura no pudo evitar sonreírse. Olga se había quedado momentáneamente sin palabras.

-Sí, es esa comisaria. Eso quiere decir que usted mantiene el contacto con Arlen. Y sabe de sus historias.

Manuel se levantó de su silla y fue a cerrar la puerta de su despacho. Mientras volvía a su sitio, les invitó a sentarse. Suspiró antes de contestar.

-Nos conocimos en ese … sitio. Yo tuve más suerte y logré escapar antes. Uno de los “clientes” se apiadó de mí y me proporcionó la huida. Yo era mayor que Arlen. Fui un tiempo como su hermano mayor. Mi tiempo en ese sitio se acababa.

-¿Le ayudó Tirso?

-No. Tirso todavía, cuando me fui, era uno más. Se encargó un tipo al que le caí bien y que no iba a esas fiestas a lo que los demás, sino porque no tenía más remedio. Pagó, me sacó de allí, me preparó papeles nuevos y me empaquetó hacia aquí. Lo he contado de forma que parece que todo pasó en dos días. Fue casi un año de preparativos. De clases intensivas de inglés y de francés. De cultura de Estados Unidos. De preparar papeles. Documentación nueva. Y cuando a él le pareció que estaba preparado, me envió aquí. Unos amigos suyos me ayudaron al principio. Lo siguen haciendo. No hemos perdido el contacto. Y al cabo de los años, pude montar este negocio.

-¿Y como acabó Arlen aquí?

-Antes he dicho que Tirso todavía no era ese Tirso, pero ya iba preparando el camino. Nos enseñó la importancia de retener los datos importantes en la memoria para no confiarlos a un cuaderno o a otro dispositivo. Nos aprendimos nuestros datos, nuestros teléfonos. Todos tenemos un teléfono que proviene de esa época, aunque no sea el que usemos ahora. Lo encendemos todos los días en algún momento. Y luego, Arlen y yo mantuvimos el contacto. Cuando Tirso lo arregló para que él tuviera otra familia, después de que el escritor le salvara, ya empezamos a hablarnos con más frecuencia. Al final le convencí para que se viniera y se olvidara de su “familia”.

Una vez que acabó su explicación, volvió a mirar la foto.

-Se hacía llamar Isabel. Y contaba una historia de que había sido víctima de maltratos … – apuntó Olga con la esperanza de que algo de lo que dijera, hiciera que el agente inmobiliario recordara algo que les pudiera ayudar.

– Joder, vale. Ya sé quien es. Pero está cambiada de cuando vino a vernos. Llevaba unos pendientes muy estrafalarios. Y uno de esos pañuelos que le envolvían el pelo. Una especie de turbante, de buena tela. Elegante. Con clase.

Olga y Ventura se miraron. Olga volvió a coger el teléfono y envió la foto a Kevin y a Yeray.

-Es la mejor forma de que nadie se fije en otros rasgos. Algo llamativo que fije la atención – se explicó a si misma, más que al resto.

Ventura levantó las cejas. Acababa de darse cuenta de todo. Soltó una maldición en voz baja. Se estaba flagelando mentalmente por lo idiota que había sido. Le cogió el móvil a Olga. Miró la foto. La movió, la amplió, decenas de movimientos en pocos segundos.

-Es ella, joder. La puta del MI5. Soy idiota. Lerdo. El policía más inútil del Universo. Estuvimos horas hablando con ella. Nos contó esa historia que se inventó … es buena la cabrona.

-Somos, querido. Somos lo peor. Nos dejamos engañar por el entorno, por su bonhomía, por su … que buena es la jodida, tienes razón. Como nos ha tomado el pelo. Nos hemos pasado una semana buscando, sin darnos cuenta de nada. ¿Es la causa de que Arlen y sus compañeros hayan desaparecido?

Manuel se encogió de hombros.

-No me lo dijo. Me avisó de que había activado su plan de evacuación. Algo hubo que le asustó.

-¿Y ese plan en que consiste?

-Cada uno de los miembros, tiene un refugio seguro que no conoce nadie. Ni el resto. Arlen sabe que hay traidores. Cuando detecta algo sospechoso, da la orden. Todos se van a esos refugios sin decir nada al resto. Hasta que pasa el peligro o descubren al traidor.

-Algo te diría. Confía en ti. – Ventura le miraba fijamente.

Manuel se echó a reír. Olga le miraba con la misma intensidad.

-Desde luego, os definió a la perfección. Él creía que vuestra presencia en la fiesta de los viernes, había asustado a alguien. Y había precipitado lo que fuera que tenía pensado.

-Isabel. – maldijo Ventura. – Antes Rosa María. Antes Roxanne. Y los putos ingleses la siguen protegiendo.

-¿Vendiste algo a esa mujer?

-Alquilar. Una casa en un barrio residencial, tranquilo, con poco movimiento. Es un barrio con muchas casas en alquiler. Esas casas ahora son más modestas en cuanto a tamaño, pero provienen muchas de ellas de fincas más grandes.

-Poca gente fija que se fije en los vecinos y coja confianza con ellos. Un vecindario de anónimos. Nadie conoce a nadie.

-Exacto.

-Pagó en dinero. – sugirió Ventura.

-Los seis meses. Por anticipado.

-¿No te mosqueó?

-No es tan raro. Los dueños de esas casas, lo prefieren. Y no tienen escrúpulos. Les da igual, mientras tengan el dinero en el banco. Y si lo tienen de golpe y al principio del contrato, pues mejor. Así no corren el riesgo de que se de a la fuga dejando algún pufo.

-¿En teoría estará en esa casa?

-Si no se ha dado a la fuga …

-¿Sabías que había tomado contacto con el grupo de Arlen?

-No, no. Además, si me la hubiera encontrado en las visitas que le hago regularmente, no la hubiera reconocido. Me hubiera pasado como a vosotros. Solo hablé un día con ella. El resto se encargó mi compañero Dilan.

Olga se asustó al escuchar ese nombre. Buscó una foto de Rubén.

-¿Es este Dilan?

Manuel se echó a reír.

-No. Dilan tiene cerca de los sesenta años.

-¿Reconoces a este Dilan?

-Lazona. No lo conozco en persona. Pero Arlen me habló de él y de su hermano gemelo. Mirad, ahí vuelve mi Dilan.

-¿Cómo sabes que el de la foto es Dilan?

-No lo sé. Me has dicho que lo es y lo he tomado así. Según me han contado, son como dos gotas de agua. De hecho, solían divertirse intercambiándose. Hasta alguna marca física, debieron hacer por tenerla los dos.

Le hizo un gesto con la mano a su empleado para que entrara en el despacho. Le preguntó por la mujer que ellos conocían por “Isabel”. Solo les pudo decir el nombre que le dio a él:

-“Margaret Smit”, sin h al final. Me lo recalcó varias veces.

Olga movió la cabeza sonriendo.

-Trucos para que te quedes en la memoria con unos datos y olvides el resto.

-¿Y ya acabó el período de …?

-No. Le quedan dos meses.

-Necesitaríamos la dirección.

-Ahora mismo la busco.

El empleado de Manuel salió y fue a su mesa.

-¿Esta mujer estaba incluida en el protocolo de huida?

-Hasta donde yo sé – respondió Manuel mientras esperaba la dirección – Arlen solo tiene en ese plan a gente que conozca de siempre. Y aún así, ninguno puede revelar al resto el plan que tiene. O sea, el paradero de Arlen, no lo conoce el resto. Ni el de Ethan o de Jimeno. Si esta mujer estuviera incluida, que lo dudo, porque si apareció después de alquilarnos esa casa, Arlen no se fía de nadie hasta pasado mucho más tiempo. Además, esa mujer no era víctima de Anfiles, eso está claro. Podría serlo de la otra rama, la de las mujeres, pero no es Anfiles. Por edad, tampoco podría serlo. Es muy mayor. Y Arlen a quien cuida y protege, son a los que son como nosotros.

-Esta decía que era víctima de maltratos por parte de su marido.

-Arlen nunca confiaría en ella. Para los asuntos serios de verdad. No la echaría, si decía que había sufrido maltrato. Tampoco le confiaría sus secretos. A ver, una cosa: en realidad Arlen no se fía de nadie. Sabe que muchos de nuestros compañeros optaron por pasar a ser parte de la organización. Se pasaron al enemigo, por así decirlo. Y también sabe que hay gente buscando a los escapados y a los que pueden recordar o saber sucesos que pongan en peligro a los disfrutones de esas fiestas. A esos hijos de puta que saciaban sus instintos con niños indefensos.

-La casa no parecía tener medidas de seguridad.

-En eso, estáis muy equivocados.

-¿Habría alguna posibilidad, si hubiera por un casual cámaras grabando, ver esas imágenes?

-Si preferís os mando al móvil la ubicación. – Dilan acababa de entrar – y os envío también una foto de la casa.

-Mejor.

Ventura le dio el número de su teléfono. Al cabo de unos segundos, ya tenía esa información.

-Seguís aquí.

Charles, el policía, acababa de entrar en la inmobiliaria. Parecía contento y excitado.

-Unos compañeros vieron a esa mujer. Hace solo unos días. Tuvo un altercado con un joven. Éste se puso histérico en medio de la calle. Esa mujer la estaba acosando, decía.

-Como si lo viera, la gente a su alrededor la apoyaron a ella.

-Sí. Pero los compañeros que acudieron, no lo tuvieron tan claro. El chico se refugió en su coche en cuanto llegaron. De hecho, les pidió que lo detuvieran. La mujer empezó a contarles a mis compañeros una historia de que tenía una enfermedad mental, que ella era su tutora y que debía ingresarlo en el hospital del que se había escapado. Parecía tener mucha prisa, no hacía más que intentar acercarse al coche para llevarse al joven. Ellos se lo impidieron. Le requirieron documentos al respecto que acreditara la tutoría y la enfermedad o el ingreso en la institución que decía, pero dijo que se los había olvidado en casa. Entonces mis compañeros decidieron llevarse custodiado al chico, que pareció aliviado. Ella insistió en que cometían un error, pero ellos le dijeron que pasara por comisaría para llevarles los documentos, y que entonces hablarían.

-¿Cuántos compañeros acudieron?

-Dos patrullas. Cuatro compañeros. Primero llegó una patrulla, pero uno de ellos no lo vio claro y pidió el apoyo de algún compañero. A los pocos minutos apareció la segunda. El protocolo es quedarse a la expectativa preparados para actuar. El caso lo seguían llevando los dos compañeros que llegaron los primeros.

-O sea con la mano sobre el arma y en posición de desenfundar – explicó Ventura a Olga.

-Muchos para cargárselos. – dijo ésta. – Tuvieron suerte. Si se llega a quedar la primera patrulla, a lo mejor hubieran acabado malheridos. Y se hubiera llevado al joven.

-Había además mucho despliegue de seguridad en esa zona. Había un acto con el Alcalde y el Gobernador en un auditorio cercano.

-Pues eso salvó a tus compañeros. Al menos a los dos que acudieron los primeros. Estuvieron acertados. ¿Y el chico?

-Una asistente social habló con él en comisaría. Ya estaba tranquilo. Sus explicaciones le parecieron de una persona cuerda y sin problemas mentales. Fue contundente y ordenado en sus explicaciones. Acreditó convenientemente su identidad. Comprobamos que todo lo que había contado la mujer sobre su ingreso en ese hospital psiquiátrico, era falso. Dijo que le abordó en la calle y que le quería obligar a acompañarla. Que le puso lo que le pareció una pistola en los riñones. Le dejamos libre. Le ofrecimos protección, pero él dijo que no la necesitaba. De todas formas dimos orden de búsqueda de la mujer, pero en las cámaras de los coches, nunca se le pudo ver la cara. Se ocultó en todo momento. Lo que si observamos es que iba armada.

-Tenemos su dirección. Deberíamos ir a hacerla una visita.

Olga negó con la cabeza.

-Pero no solos. A buscar a esa mujer no vamos a ir a pecho descubierto. Decide si los SWAT o los equipos especiales de asalto del FBI – Olga era contundente.

-Pensaba que eras buena tiradora. – Ventura la miraba con ironía.

-Y luego me haces tú el papeleo por disparar en suelo estadounidense siendo policía española. No sabemos el armamento del que dispone. Soy lanzada, ya lo sabes. Pero de eso a ser temeraria, va un abismo.

-Si le parece bien, agente Carceler, llamo a los SWAT.

-Avíseles, Charles, que es peligrosa. Es una asesina a sueldo muy peligrosa. Suele trabajar para agencias de espionaje. El MI5 parece que es su mejor cliente. Y la han protegido contra viento y marea.

-Llamo al jefe de policía y que él decida.

.

Ventura llamó a Peter Holland para contarle. Éste inmediatamente se puso en contacto con el Jefe de Policía de Wiston-Salem. El mismo Peter Holland cogió un helicóptero que lo llevó hasta la ciudad. Olga y Ventura lo esperaban a pie de pista, acompañados por el Jefe de policía y sus ayudantes. Mientras llegaba, ya se había montado un dispositivo de vigilancia alrededor de la casa que tenía alquilada la sicaria.

-¿Seguro que es ella? – fue la primera pregunta que le hizo a Olga mientras la daba un beso como saludo.

Olga le tendió el móvil. Kevin había contestado a su wasap. Echaba espumarajos por los dedos al escribir la respuesta. A parte de rogar a Olga encarecidamente que tuviera cuidado y que no se fiara.

.

Es buena la cabrona”

.

Yeray le mandó otro wasap. Estarían juntos, como siempre, pensó Olga.

-¿Y Jorge?

-Estoy esperando que acabe una cosa para llamarlo. Luisete, uno de sus escoltas, me avisará cuando quede libre.

Peter Holland entonces dejó a Olga y Ventura y fue a saludar al grupo del Jefe de la policía de Winston-Salem. En ese momento, dos helicópteros del FBI tomaban tierra a unos metros de ellos. El Jefe de operaciones del FBI había decidido de acuerdo con el Jefe de Policía que se iba a encargar ellos. Al estar relacionado con espionaje, era un tema del FBI.

-Pasemos al edificio – les invitó el Jefe de Policía – Estaremos más cómodos para hablar.

El grupo al completo, caminó siguiendo al jefe de Policía. Había preparada una sala con una gran mesa alrededor de la cual se sentaron todos. Allí esperaban Charles Nimitz, el policía que les había ayudado y David Human y Patricia Dallas, la pareja de policías que acudieron al altercado.

-¿Es este el chico al que atendieron?

Ventura les pasó el móvil con la foto de Ethan.

-Sí. Es él. Parecía un chico muy educado y con la cabeza muy asentada. Luego, pensando en todo lo sucedido, hizo lo que tenía que hacer para evitar ese secuestro. Parecía bien aleccionado. Casi nadie hubiera reaccionado así sin estar preparado.

-¿Les dio alguna dirección o modo de contactar con él?

-Nos lo dio, pero no hemos tenido suerte al intentar llamarlo. Está apagado y con la batería quitada.

-¿Tienen a mano ese número de teléfono que les dio?

-Sí. Se lo paso por mensaje – les dijo la mujer policía.

-Esta mujer – en una pantalla en un lateral de la sala había aparecido la foto de Isabel tal y como era sin maquillajes ni disfraces – es una reputada asesina que suele trabajar para los Servicios Secretos. Hemos de reconocer a nuestro pesar, que alguna vez la CIA la ha contratado.

-Seguramente a instancias del MI5. Tenemos acreditado que está en su plantilla.

-¿Aunque haga trabajos fuera aparte?

-Los trabajos que hace siempre son por cuenta del MI5, aunque pague otra agencia. Que sea una organización gubernamental, no significa que los intereses de los que trabajan en ella sean siempre altruistas.

-¿Lo dices por experiencia propia? – Peter Holland miraba a Olga fijamente.

-Pues sí que has tardado en enterarte – Olga no dudó en ningún momento de que se refería al caso del Intercontinental, con las escuchas y la aparición estelar del CNI. – Algunas de esas organizaciones se escudan en proteger al país, cuando solo quieren proteger a determinadas personas que han actuado mal, que han cometido algún delito pero que ocupan cargos de responsabilidad.

-O que tienen mucho dinero.

-Otras de esas personas a veces trabajan para esas mismas organizaciones.

-Eso ahora mismo, no viene al caso. A no ser que te refieras a que una de esas personas pudientes que trabajan para alguna agencia de espionaje, cometa un delito contra el honor, o maltratando a niños o mujeres, que incluso mate a alguno o algunos.

-O se dedique a traficar con órganos o personas. O con drogas.

-Perdonen, pero nos estamos perdiendo – dijo el Jefe de Policía molesto.

-Disculpen – les dijo Olga – Nos ha podido la premura y estamos intercambiando opiniones sobre temas que ya teníamos en cartera.

-Les pido disculpas – dijo Peter Holland.

-Ventura, Olga. ¿Qué proponéis?

-Tal y como están las cosas, creo que habría que asaltar esa casa y detenerla. Puedo pedir que algún juez español expida una orden internacional de detención.

-Ya la hay. Dos jueces españoles la emitieron en su momento. No están rebatidas – dijo uno de los colaboradores de Peter Holland. – A parte hay otras tres de Italia y dos de Francia.

-Parece que se mueve cerca de España.

-Salvo esta vez, que se ha venido hasta Estados Unidos. Creo que es española de nacimiento. Aunque todo lo que creemos saber relativo a esta mujer, lo pondría en cuarentena.

-No dejas de ser un trabajo relacionado con España y Francia. – apuntó Ventura – Podríamos considerarlo como un fleco.

A Olga le empezó a sonar el móvil. Era Luisete, tal y como había quedado.

-¿Quieres videoconferencia o llamada?

-Mejor videoconferencia. Estamos en una reunión y sería interesante que hablara con todos.

-Pásame a Ventura y lo preparamos.

Olga le tendió el móvil a Ventura.

-Un segundo que enchufo el móvil a la pantalla.

El agente se levantó y corrió hacia el otro extremo de la sala. Un asistente de Peter Holland se aprestó a ayudarlo.

-Ya está listo – afirmó Ventura.

Nada más lo dijo, Jorge apareció en pantalla.

-Buenas tardes a todos – les saludó Jorge en inglés. – Olga, siempre que me llamas estás entre una multitud.

-Prometo que la próxima vez que hablemos, lo hagamos en privado. Tengo ganas de una charla larga y tranquila contigo.

-Nos debemos remontar casi a tu reencuentro con Dani para tener una charla así.

-Nuestros ritmos de vida no son los adecuados para ello.

-Pues dile a Peter Holland que te suelte ya de una vez. Y vuelve. Se te echa de menos.

-¿Lo conoces? – preguntó Olga sorprendida. El aludido pareció sorprendido.

-Ocupa un puesto en el que le sacan muchas fotos. – dijo Jorge cauto. Pero Olga supo que era una disculpa. – ¿Cual es el problema hoy?

-El problema es esta mujer – Ventura había tomado el relevo de Olga que estaba un poco descolocada por la forma de actuar de Jorge. Parecía enfadado.

Jorge al ver la foto se quedó callado. Miraba fijamente a la pantalla que debía tener para verlos a ellos.

-La del otro día en la reunión para esa barbacoa – dijo de forma neutral.

-¿Algo más?

Jorge se quedó pensativo. Olga lo conocía y sabía que su cabeza estaba buscando. Cuando Jorge resopló todavía más enfadado, Olga supo que había encontrado el recuerdo.

-¿Esta vez la diplomacia se va a encargar de nuevo de que se vaya de rositas? Ahí no está Quiñones, al menos.

-¿Es ella entonces?

-La amiga Rosa María. Que llenó de artilugios espías la casa de Dani para saber todo de él y de Cape. La que se cargó al vecino de Dani. La que casi mata a Yeray en las Hermidas. Y la que casi me mata a mí en el parque. A parte de herir de nuevo a Yeray y a Kevin.

-¿Por qué has citado a Quiñones?

-Porque él la liberó cuando siendo Dani un crío, después de que lo sacara de esa fiesta y que tú te ocuparas de su recuperación, cuando acabó esa película que tú sabes, intentó cargárselo en una entrega de premios. También lo intentó después de lo de la Hermida, cuando todos pensabais que estaba de vuelta en Inglaterra en aquel estreno, en la que hubo tantos problemas con gente que parecía querer agredir a Dani. A esa persona a la que protege el MI5 y la CIA ¿Verdad Joker? No le valió la terapia del olvido. Sigue queriendo matar a Dani, por si un día recuerda.

Peter Holland se movió inquieto en su silla.

-Trabajo para el FBI.

-Me alegra oírlo, Mr. Holland. Actúa como tal y detén a los asesinos.

-Eso vamos a hacer.

-Si la detenéis, procurad que no se tome su cápsula de cianuro. Dientes postizos. Ya conoceréis esos trucos.

-¿Nos confirmas que es Rosa María?

-Os lo confirmo. Esta vez ha optado por un disfraz menos estrafalario. ¿Arlen y los demás?

-Desaparecieron. Están a salvo.

-¿Sabes a quien buscaba?

-Al chaval pelirrojo – contestó Ventura.

Jorge afirmó con la cabeza. Se le crispó el gesto.

-¿Os puedo ayudar en algo más? Os debo dejar. Tengo una comedia a medias y debo salir a escena.

-Muchas gracias Mr. Rios – le contestó el jefe del FBI – No dudes de que trabajamos en el mismo campo.

-Me alegra oírtelo – esta vez Jorge había empleado el español. Peter Holland se sonrió. Aunque su respuesta la dijo en inglés.

-Tenemos una conversación pendiente. – le dijo en tono muy circunspecto a Jorge.

-Cuando tú quieras. Un beso, Olga, Ventura. Y cuidaros. Por favor, no os fieis de las primeras impresiones. Cread vuestros argumentos alternativos a lo evidente. Pensad en mis novelas y en los giros que hay en ellas. Son los giros de la vida. Pensad que la realidad siempre supera a la ficción. Todos sois policías y lo sabéis. Un saludo a todo el mundo. Espero tener la oportunidad en un futuro de hablar con ustedes de temas más agradables y con menos premura de tiempo.

La conversación se cortó.

Ventura recogió el teléfono de Olga y volvió a su lado. El silencio se había apropiado de la sala. Levantó mucho las cejas cuando estuvo seguro que no le podía ver nadie. Olga suspiró y amagó una sonrisa.

-Mr. Holland, el equipo de asalto está en sus puestos.

-¿Nos vamos? ¿Jefe?

Había hablado Mr. Holland. Después de pedir conformidad al jefe de policía, había mirado a Olga que afirmó con la cabeza.

.

El Jefe de la Unidad de asalto del FBI estaba explicando la situación en una furgoneta en la que tenían el puesto de mando. Tanto el jefe de policía como el Jefe de operaciones del FBI escuchaban atentamente.

-No hay indicios de movimiento dentro de la casa.

Olga suspiró intranquila.

-Quisiera ver los planos de la casa. Y los planos de todas las casas de alrededor. Estas cuatro casas parece que en un tiempo no muy lejano estaban unidas o pertenecían a la misma comunidad. Ésta de aquí – señaló la edificación que estaba a la derecha, sobre una foto de Google Maps – da la impresión de ser un antiguo almacén o granero, reconvertido después en vivienda. Si es así, habrá pasadizo entre ellos. Pasadizos subterráneos.

-En este claro – abundó Ventura – da la sensación de haber un refugio. Puede que venga desde la Segunda Guerra Mundial. O desde la Guerra fría. Fueron muchas familias las que se lo construyeron con mayor o menor dispendio.

-Es solo una asesina.

-Bueno. Investigó antes de irse a vivir al lado de Carmelo del Rio. Logró entrar en su casa sin que los sistemas de seguridad que tenía instalados Carmelo, la detectaran. Puso cámaras, micrófonos un montón de artilugios con la finalidad de saber todo lo que hacía o hablaba.

-No parece una simple asesina.

-No la ha captado todavía ninguna cámara de la calle. Ni la de los coches de la policía. No hay que subestimarla. En su caso, hacerlo, suele costar vidas.

-Jorge salió con vida.

-Jorge va muy protegido. – afirmó Olga con voz gélida. – El día en el parque, podía habernos costado cuatro vidas al menos.

-Vuelve a estudiar el tema Graham – le dijo Peter Holland al jefe del equipo de asalto. – Pide todos esos mapas. Jefe Roberts – ahora se dirigía al jefe de policía – sus efectivos podrían ir preguntando por el barrio por esas cuestiones.

-Se lo iba a proponer. Según me han contado los agentes que se enfrentaron a ella, les pareció una mujer muy resolutiva, con muchos recursos. Y fue capaz de improvisar y preparar una historia sobre la marcha. La opinión de mis hombres está en la línea que expone la comisaria Rodilla.

-Si la intención era la de matar a ese joven…

-No se equivoque. No quería matarlo. Si no, estaría muerto. Quería llevárselo. Quería respuestas. ¿Sobre qué? Pues ni idea. Deberíamos encontrar a ese joven.

-Me creo que no volverá a cometer otro error. – afirmó Ventura con seguridad.

-Tardaremos al menos una hora en estudiar todo esto.

-Pues nosotros, si no os importa, nos vamos a comer. Tengo hambre – dijo Olga en tono serio. Miró a Ventura que levantó las cejas sorprendido.

-Iros. No podéis hacer nada aquí.

Olga no se lo pensó y salió del furgón. Ventura la siguió.

-Me estás poniendo en un compromiso con mi Jefe.

Olga movió la cabeza apesadumbrada.

-Es cierto. No he sido consciente de ello. Si crees que es lo que debes hacer, quédate. Me he equivocado al hablar por ti. Perdóname.

Ventura se movió intranquilo.

-¿Dónde quieres comer?

-Manda un mensaje a tu padre y dile dónde estamos y dónde podemos comer con seguridad. No me fio de nadie ahora mismo. Y no tenemos inhibidores.

-¿A mi padre?

-A tu padre.

-Luego espero que me lo expliques.

-No creo que necesite explicarte nada.

Olga lo miraba de una forma que no admitía réplica. Ventura la hizo caso. A los pocos minutos recibió un mensaje con el nombre del restaurante y con el camino andando hasta él. Estaba cerca de dónde estaban.

-Apréndete la contraseña, para que no tengas que mirarla en el móvil.

-Llevo toda la vida siendo hijo de mi padre – ahora era Ventura el que habló bruscamente.

-Perdona. Como antes te has hecho el loco … – la comisaria hizo una pausa antes de volver a hablar – Sabes que te aprecio. – Olga había suavizado el tono. Eso hizo que Ventura se relajara.

-Eres imposible, Olga. – dijo sonriendo.

Caminaron a paso vivo hasta el lugar que les había indicado Rodolfo Carceler. Ventura entró el primero y fue al atril donde estaba la jefa de sala. Ésta les saludó con una sonrisa preguntándoles si tenían mesa reservada, a lo cual, Ventura en tono decidido, respondió:

-El granjero fue el culpable de la muerte de su mujer.

El gesto de ella se hizo más amable si cabe. Les hizo una señal para que les acompañara. Les llevó a una mesa al fondo que tenía un cartel sobre ella en la que decía “Reservado”.

-Pueden hablar con libertad. Esas luces que rodean la mesa, son inhibidores de grabaciones de todo tipo. Si alguien les quiere sacar una foto, sus rostros saldrán difuminados. Aquí les dejo la carta.

-Cada vez estoy más perdido – le reprendió Ventura a Olga. – Pienso que no me estás contando nada.

-No te cuento lo que no sé. No puedo contártelo. Hay cosas que … te dije el otro día que tu jefe no parece que esté jugando esta partida en las mismas condiciones que nosotros. Jorge hoy nos lo ha indicado amablemente.

-Amablemente no. Estaba verdaderamente enfadado. Nunca le he visto así.

-Cuando le investigaste ¿Le seguiste muchas veces?

-Sí.

-¿Viste a sus protectores?

-Algunas veces – acabó reconociendo a regañadientes. – No es fácil. Tienes que saber que están para detectarlos.

-Eres bueno.

-Tengo buen maestro.

-Uno de los mejores, es cierto.

-No me has dicho que conoces a mi padre.

-No lo conozco. Lo conoce Javier. Y Garrido.

-No dejáis ni un cabo suelto. Tenéis contactos en todos los ámbitos: políticos, jueces, servicios de inteligencia, policías extranjeras …

-Pretendemos seguir vivos mucho tiempo. Y ganar esta batalla. El padre de Javier la perdió. Y nosotras fuimos testigos de primera línea. Carmen y yo. No queremos que pase lo mismo ahora. Estamos al mando. Muchos policías dependen de nosotros. Ponen sus vidas en nuestras manos. Queremos que tengan la mejor protección posible. Dentro de que es una guerra desigual. Ellos son poderosos y mueven los hilos. Para poder contrarrestar eso, debemos jugar fuerte.

-¿Quién ese esa persona tan poderosa que todas las instituciones inglesas lo protegen? Esa que quiere ver muerto a Carmelo y a Jorge.

-No te lo puedo decir, porque no lo sabemos. Pensamos que es un miembro destacado de la Casa Real. Pero no lo sabemos. Y miembros destacados, hay unos cuantos. Pero puede ser un Primer Ministro, o el Presidente de la City. O del Banco de Inglaterra.

-¿Por eso ese tipo tan bestia se coló en esa fiesta? En la que sacó Jorge a Dani. Para matar a éste.

-Es una posibilidad. Como está muerto, no podemos preguntarle.

-¿De causas naturales?

-Oficialmente sí. Pero creo que alguien le ayudó.

-¿Los protectores de Jorge?

-O sus mismos “amigos” que creyeron que se había convertido en un problema.

-¿Amañaron la autopsia?

-Sí. Su muerte ocurrió en Suiza, cuidado, no murió en España.

-¿No sería Jorge? He oído que el tipo ese le amenazó de muerte.

-Nunca lo haría. No lo necesita. Lo dijiste tú el otro día.

-Una cosa es pensarlo. Otra es comprobar que es cierto.

-Pensaba que lo tenías por cierto. Lo dijiste en tono seguro el otro día.

-Ya. Bueno.

-Ventura. ¿Qué te pasa? De repente pareces agobiado. ¿Qué ha cambiado hoy?

-¿Ya han decidido lo que van a comer?

-Sí, – respondió Ventura a la camarera – dos hamburguesas del nº 3, dos del 6, una del 10 y una de 9. Dos de patatas grandes. Dos mazorcas de maíz y una ensalada de la casa.

-¿Esperan a alguien?

-Llevamos dos días sin comer. – Ventura sonrió con pena.

-Aún así …

-No se preocupe. Mi amiga tiene buen estómago.

-¡Anda! Como si tú no comieras. No se preocupe, que nos lo vamos a comer.

La camarera se fue no muy convencida.

-Me da a mí que nos va a graduar la comida. – se burló Olga.

Ventura se echó a reír.

-Pues nos dará tiempo a que nos entre más hambre y tengamos que pedir otra hamburguesa.

-Creo que ya estamos servidos.

-¿Estás enferma Olga?

-Es que me vas a quitar el placer de mangarte la ultima media hamburguesa.

-Se siente. Ahora dime que piensas que va a ocurrir cuando asalten la casa.

-O que haya huido después de su fracaso con Ethan o que haya un fregao importante de tiros.

-O que esté bien escondida.

-Esperamos que el FBI sea capaz de encontrar unos planos de la zona decentes. Se me ha olvidado decirles que amplíen el radio de estudio. Si se vino a vivir aquí, es que lo había estudiado bien.

-Le mando un mensaje a Holland.

-Sí, mándale. Como cosa tuya.

-¿Quieres que me gane honores?

-Quiero contrarrestar mi error de meterte en una discusión que era solo mía.

-Formamos un equipo.

-Pero tú te vas a quedar aquí. Y estás bajo sus órdenes y bajo su protección. Yo me iré dentro de unas semanas.

-¿Ya no quieres que me vaya contigo?

Olga se echó a reír.

-Claro que quiero. Pero hoy la cosa está muy seria. No quiero agobiarte más. Me he dado cuenta que no tengo derecho a meterte en esta batalla tan … incierta. Ser policía tiene sus riesgos. Todos los días. Pero … nosotros acabaremos por llevar escolta todos. Javier ya la lleva. Jorge y _Carmelo no van a mear sin que les sigan dos de sus escoltas. Miramos debajo de los coches, vamos siempre con chalecos antibalas. Y todo esto no va a ir a mejor. No quiero que tomes tu decisión por mi insistencia.

-Mi padre al final viene el viernes.

-¿Sigues queriendo que me una?

-Por supuesto. Así lo conoces. Así no son solo Javier y Carmen quienes conocen a mis padres.

-¿Como sabes que Carmen los conoce? Antes no la he citado.

-Por lo que dijo el otro día.

-A mí no me lo ha contado – se excusó la comisaria.

-Creo que igual que tenéis secretos con Javier, de la época de su padre, como las excursiones salvadoras de Jorge, vosotras tendréis vuestros pequeños detalles que os guardáis para vosotras.

-Muchas veces no es por tener secretos, es por proteger a esas personas. Ya irás comprobando que saber cada detalle de este caso, puede ser frustrante. Te puede hacer caer en una depresión. En el desánimo. Es la mejor manera de no poder enfrentarte a todo esto.

-¿Y Jorge? ¿Cuantos secretos guarda? ¿El tampoco puede enfrentarse a todo?

-Muchos. Por eso lo quieren matar. Y por eso se ha protegido pareciendo un lelo. Por eso ha guardado bien en un recodo de su cabeza de difícil acceso, gran parte de ellos. Eso le ha permitido seguir adelante, a parte de encontrarse con Carmelo ya en la edad adulta.

-¿No es por sus novelas, por querer robarlas todas? Por lo que le quieren matar, digo.

-Eso es a más. Los disparos, en el caso de Jorge y Dani, vienen de muchos sitios. La amiga que ha aparecido, trabaja para acabar con ellos enviada por los que quieren proteger el prestigio de un personaje que no sabe medir lo que hace con lo que sale por su bragueta. Y que tampoco sabe medir la fuerza con la que pega a los niños o jóvenes que debería proteger. Es un tipo que le gusta dominar. Y para eso se busca a los más inocentes, para sentirse el dueño de la vida de los demás. Pero seguramente, con un adulto de su misma condición, de su misma edad y extracción social, sea un paria, un blandengue.

-Y ese tipo tan poderoso ¿No se le ocurrirá contratar a otro asesino si esta Rosa María, como la llamas, cae?

-Posiblemente. Aunque quizás el MI5 empiece a desentenderse del tema. Y sin el apoyo de esa agencia de inteligencia, puede que no lo tenga tan fácil.

-¿Y el CNI?

-Esos siempre han estado. Ahora han enseñado la pata. Como el MI5, como la CIA, piensan que los demás somos tontos y no nos damos cuenta. El CNI además, tiene muchas … partes, muchas facciones. No todos en su organigrama siguen los designios de Triana, su jefa actual. Ella está vendida desde el primer momento a esos … poderosos … tiene el mismo concepto de salvar el país que te decía antes. Piensa que es salvar a esa gente poderosa, con cargo, que actúa mal. Y que pagan, claro. No se dan cuenta que esos son los que de verdad atacan al país. Si esta organización ha salido indemne todos estos años, es porque la han estado protegiendo. Porque han maniatado a los policías que en algún momento han querido descubrir la verdad.

-Es todo muy complicado.

-Lo es, sí. Ya te lo he dicho antes.

-Aquí tienen.

Para sorpresa de Ventura y Olga, la camarera les había traído casi todo el pedido de golpe. Lo que cabía en la mesa.

-Que pintaza tiene todo. – dijo Olga alegre y salivando.

-Come despacio.

-Sí, papá.

-Que boba eres a veces – se burló Ventura.

-Come. Que si no te voy a quitar …

-¡Ni se te ocurra! – Ventura hizo un gesto con los brazos para proteger sus hamburguesas.

Mientras comían, los dos dejaron los temas de trabajo en un rincón, apartados. Hablaron de otras cosas de las que les solía gustar comentar. De música, de cine, de las cosas que a Ventura le habían sorprendido de la forma de vivir de los americanos. Reconocía que a muchas de esas cosas no se había acostumbrado.

-No es que no me acostumbre. Es que no me siento cómodo. No me gustan. Es otra forma de relacionarse. Hasta los de origen latino o europeo se comportan distinto.

-Pero también es enriquecedor.

-Sí, lo que quieras. A parte, todo es tan grande … las distancias son … pierdes mucho tiempo en desplazamientos.

-Madrid es muy grande también. Antes de venir a estados Unidos, era tu ciudad.

-Quizás ya estaba hecho a ella. Pero no sé, en tu entorno, puedes encontrar casi de todo a distancias razonables. Si quieres comer en el Diverxo, pues vale, puedes tener que hacer una distancia grande. O si quieres ir a un musical en la Gran Vía. O para trabajar … pero es que aquí, todo parece estar a kilómetros. Llega a agobiar a veces.

La camarera les llevó las últimas hamburguesas. Y les puso otras dos raciones de patatas a cuenta de la casa. Ventura se echó a reír porque la mujer les miraba casi como si fueran extraterrestres.

-Menuda idea se está llevando de nosotros.

Siguieron comiendo con tranquilidad. Parecía que todo lo que les había pasado ese día les había dado todavía más hambre de la que solían tener. Ventura tuvo la tentación de pedir algo más de comer, pero Olga le disuadió.

-Tomemos un postre que nos guste a los dos, que si no, a esa mujer la vamos a volver loca. Luego cenamos como Dios manda.

-Tampoco hemos mentido antes. Ayer apenas comimos y no cenamos más que un perrito caliente en ese puesto frente al hotel.

-Es que el hotel de esta vez, nos pilla más lejos … y no hay nada alrededor.

-¿Ves lo que te decía antes? Y con lo cansados que solemos acabar, da pereza buscar un sitio para cenar como nos gusta.

-La verdad es que con el tute que llevamos, se agradece algo cercano.

Ventura recibió algunos mensajes.

-Están asaltando la casa.

-Crucemos los dedos – dijo Olga.

-¿Vamos?

-Para qué. No pienso entrar a pegar tiros. Ya nos avisarán cuando acabe el asalto.

Ventura se echó a reír.

-Y luego os metéis con Javier que en los asaltos se va al bar.

Olga se unió a la carcajada.

-Te quedas con todo, cabrón.

-Es lo que debe hacer un policía.

-¿Ves por qué quiero que te vengas?

-¿No habíamos quedado en que te habías rendido? ¿Ya se ha acabado la tregua?

-Lo de antes ha sido solo un momento de debilidad.

Ventura volvió a recibir unos cuantos mensajes.

-Peter Holland requiere nuestra presencia.

-¿Dice algo de lo que ha pasado?

-No.

-¿Nos trae la cuenta por favor?

Ventura sacó su tarjeta de crédito para pagar.

-Su padre ha pagado la cuenta. Me ha pedido que le recuerde que han quedado a comer el viernes. Los tres.

Ventura no supo que decir. Olga tomó la palabra.

-Transmítale que no se nos ha olvidado. Muchas gracias por todo. La comida estaba muy rica. Si nos pilla en Winston, esté segura que volveremos.

-Les esperamos con los brazos abiertos.

.

Anduvieron a paso rápido. Olga estaba intranquila. Los dos lo estaban. Los mensajes de Holland, habían sido muy crípticos.

Al llegar, las caras que vieron no eran las que se esperaba de una operación que había salido bien. Los gestos eran de frustración. Había llegado otro equipo del FBI. Olga reconoció a los agentes especiales con los que habían compartido vuelo a Nueva York cuando fueron a ver al hermano de Sergio. Nada más ver a Ventura, se metieron con él.

-Venturita, mira a ver que nos haces perder el tiempo. A ver si de una vez el Jefe se da cuenta de lo inútil que eres y te manda de una patada a España.

Peter Holland apareció por sorpresa. La mirada que les lanzó a esos agentes, les hizo callar de inmediato.

-Mirad la pantalla a ver si aprendéis algo – les dijo en tono duro.

-¿Qué ha pasado Peter? ¿Habéis encontrado los planos de este grupo de edificaciones? ¿Túneles, refugios?

-Mis hombres no han encontrado indicios de nada de eso. Hace un rato, los policías de la ciudad que preguntaban casa por casa, han escuchado algunos comentarios que afirman que los había.

-Chorradas de viejos – contestó el que siempre le había parecido a Olga el jefecillo de ese grupo de agentes.

-O sea que damos por hecho que los hay – dijo mirando de forma despectiva al grupo.

-Yo lo tendría presente, sí – el jefe del equipo de asalto se adelantó a Peter Holland. La mirada que les dedicó a esos agentes no era precisamente de admiración. – Parte de mi equipo se ha puesto a investigarlo con la policía de la ciudad. Han ido al Ayuntamiento.

-¿Y que ha pasado? No me has respondido – Olga miraba a Mr. Holland.

-Prefiero que saquéis vuestras propias conclusiones.

-¿Ha habido heridos?

-No tranquila. Id contando vuestras impresiones. Jimmy os irá grabando.

Olga fue a hacer un comentario, pero se arrepintió. Le daba la impresión de que iba a dar una clase a todos esos agentes y no le parecía justo. No, porque el examen parecía ser a Ventura. Un miembro del equipo de CSI les acercó las fundas para los zapatos y un gorro para el pelo. También les dio unos guantes de látex.

-¿Vamos?

Olga asintió con la cabeza. Ventura tomó la iniciativa y fue delante.

-El asalto ha sido por aquí. Cuatro miembros. Dos cubriendo. Han derribado la puerta con explosivos. En los goznes y en la cerradura. Luego han empleado ariete para apartarla.

Entraron en la estancia. En el suelo había un cuerpo. Ventura y Olga iban pisando las huellas de los miembros del equipo de asalto. Olga señaló las ventanas.

-Gases. Todavía se puede percibir el olor. Hay otro olor que …

Ventura se puso en cuclillas al lado del cadáver. Hizo una mueca y se puso la mascarilla. Olga le imitó.

-Lleva muerta tres días.

-¿Tanto? – preguntó Olga. – El color me da la impresión de que … yo le echaría dos días. No mucho más.

-Hace fresco. Y por la noche haría más. Esa ventana no la han roto al tirar los gases, ya estaba rota de antes. Aquí todavía refresca mucho por la noche, ya lo has comprobado estos días. Y ayer apenas llegamos a los doce grados al mediodía. Yo diría que murió por la noche, hace dos días y unas horas. Mira, está encendida la luz de esa mesa. La pillaron leyendo. El libro tirado en el suelo. Estaba tomando un té helado. Las huellas que deja la mano al coger un vaso muy frío.

Olga se acercó al vaso y olió el contenido. Era té, sí.

-Té, canela y cardamomo.

Ventura volvió a ponerse en cuclillas. Fue apartando la ropa de Rosa María con apenas dos dedos. Iba buscando los disparos.

-¡Joder! – exclamó sorprendido.

-La dispararon en cada pierna. Luego en los brazos. En los hombros. Y para acabar en la frente. Un veintidós largo. Con silenciador.

-Arguméntalo.

Ventura se acercó a la mesa en donde estaba el vaso que parecía estar bebiendo cuando asaltaron la casa. En él había un proyectil que sacó con cuidado utilizando una pequeña navaja que llevaba en el bolsillo del pantalón. Hizo una seña a la del CSI para que le trajera unas pinzas y una bolsa de pruebas. Cogió la bala con las pinzas y la levantó.

-Esas estrías con características.

-Has dicho lo del silenciador antes de ver la bala. En los casquillos, eso no se puede ver.

-¿No escuchas el eco? Aquí resuena todo mucho. Si hubieran disparado sin silenciador, se hubieran enterado todos los vecinos. Pero … nadie parece haberse enterado.

Ventura se levantó y miró a su alrededor. Miró el suelo. Miró los casquillos.

-Todo está trucado. No la han matado aquí. Eso era evidente porque no hay sangre. Pero estos casquillos … están tirados a tún tún. El asaltante, de haber estado aquí y haber hecho su trabajo aquí, todos los casquillos estarían en este lado. La dispararon desde la derecha. Esos casquillos en el otro lado no pegan. Además, cuando la dispararon en la pierna derecha, se arrastro unos metros. El asesino quería hacerla sufrir. Posiblemente lo mismo que ella hizo sufrir a sus víctimas. El tipo la siguió mientras ella intentaba llegar a alguna de las armas que seguro tenía en reserva distribuidas por la casa. Fíjate en las manos. Tienen como polvo de cemento. Están raspadas. No se ha arrastrado en este parquet. Él estaba tranquilo, posiblemente porque había entrado antes y se las había guardado todas.

-¿Por qué piensas eso?

-Porque la dejó hacer. Si no la disparó antes, es porque estaba seguro de que no iba a encontrar lo que buscaba, algo con lo que defenderse. Se entretuvo en ello. A lo mejor la preguntó, aunque seguramente sabía que ella no iba a responder.

Volvió a agacharse y la miró la boca.

-Sigue.

-No se tomó la cápsula de cianuro. La tiene en el diente postizo. Hasta el final creía que podía revertir la jugada. Nunca dejó de pensar que era más lista que su asesino. Confiaba ciegamente en ella.

-¿El asaltante?

-Es un profesional. Luego, la disparó en la pierna izquierda, por detrás. Luego ella, se giró para mirarlo. Querría engatusarlo, engañarlo, convencerlo. Le ofrecería dinero, una posición, trabajar para el MI5 o para la KGB o los israelíes. Pero el asesino tenía muy claro cual era su misión. Tengo la impresión de que aunque fuera un encargo, él estaba convencido de que era lo que había que hacer. Y estaba convencido de llevarla a cabo. No, ella escuchó algo mientras leía y salió corriendo. El tipo no entró por aquí.

Ventura salió por una puerta que parecía llevar a la cocina. Ésta estaba a la izquierda. Entró en ella pero enseguida salió.

-Fue aquí.

-¿Qué fue aquí?

Ventura sacó una linterna y señaló el suelo.

-Si empleamos la lámpara especial, descubriremos que es sangre. El asesino limpió parte del escenario. Pero sin esmerarse.

-¿Para poner un examen a la policía?

-Si lo ves muy claro, si sigues estrictamente los protocolos que estudiamos, podría haber colado. Salvo que alguien hubiera visto algo fuera de lugar y ese alguien tuviera atribuciones para llevar la investigación por otro lado, esto podría haber quedado en un asalto para robar, y ya.

Ventura empezó a mirar la pared con detenimiento. Fue enfocando la linterna recorriéndola poco a poco. Olga le dio un golpe en el hombro y le señaló a la derecha. Ventura dio un paso hacia atrás y vio lo que le señalaba Olga. Era un reflejo que no veía desde su posición primera. Tocó con cuidado la pared. Metió las uñas en una rendija y tiró hacia él. Una parte de la pared se abrió hacia el lado izquierdo. En frente, había un detector de movimiento. Era el reflejo que había visto.

-Tiene que haber en algún sitio un ordenador que controle todo estos dispositivos. En la puerta había otro. Y en las esquinas de la cocina. Ni en el cuerpo ni en las mesas he visto el móvil de esta mujer. Eso es raro. Lo debería tener cerca. Sería el mejor sitio para recibir las alarmas silenciosas.

-Habrá cámaras también. Serán de las pequeñas. El móvil se lo llevaría el asaltante. Puede que si tienes razón, luego buscara las respuestas que no le dio la amiga Evelyn.

-Con un poco de suerte, todo estará grabado.

-Solo hay que encontrarlo. Eso puede durar mucho. Estoy convencida de que hay un intrincado laberinto de túneles, cuartos secretos … Si ha seguido con su misma táctica, con la que empleó con Carmelo, todo estará plagado de cámaras y trampas. Alarmas silenciosas. Sensores. Trampas incluso. Las había en su casa de Madrid, según me contó Carmen.

-El que vino a matarla, debía conocerla muy bien.

-Ella era una profesional, y el que la mató, también lo es. Vete tú a saber si alguna vez trabajaron juntos.

-Yo creo que esta mujer trabajaba sola.

-No sé que decirte. No lo apostaría a ganador.

-¿Sería de la competencia? Me parece más posible.

Olga se quedó parada. Levantó un dedo y volvió al salón, donde estaba el cuerpo. Ventura la siguió.

-Hay otro olor que no acabo de distinguir.

Ventura asintió con la cabeza.

-Es gas. – dijo al cabo de un rato.

-Que alguien cierre la entrada del gas ciudad. – pidió Olga a los CSI que estaban esperando a que ellos acabaran. – Esto puede ser un intento de destruir todo el edificio.

-¿Y quien lo puso en marcha? ¿El asesino?

-¿Tú que piensas?

Ventura se quedó callado.

-No. Es de ella. Ésto a lo mejor se ha puesto en marcha cuando entró el equipo de asalto. Una de esas trampas de las que hablabas.

-¡Qué alguien abra las ventanas! – volvió a pedir la comisaria. – Y que traigan un detector de gas.

-¿Vamos por ese pasadizo?

-Vamos, sí.

-Estoy pensando – dijo Ventura antes de meterse en la abertura de la pared. – ¿Y si ha venido alguien después? A lo mejor al ver el despliegue. ¿Y si Rosa María no trabajaba sola después de todo? Podría tener un satélite a una cierta distancia. Para guardarle las espaldas.

-No se las guardó muy bien.

-Pero puede hacer de limpiador. Para que no descubramos lo que sabe o lo que busca. Para que no encontremos su rastro, sus órdenes.

-Eso tiene sentido.

Ventura se adentró en la pared. A los pocos metros, había una escalera bastante ancha: cabían dos personas a la vez.

-No corras tanto, Ventura. Despacio. Mira bien dónde pisas. Paso a paso, como las muñecas de Famosa.

-¿Las muñecas de Famosa?

-Nada. Eres demasiado joven y hombre. No verías esos anuncios.

-¡Ah! Pero se lo he escuchado a mi madre cien veces.

-Despacio, querido. – recordó la comisaria trayendo la atención de Ventura a su presente.

El agente del FBI la hizo caso.

-Vete tocando las paredes, a ambos lados.

Olga, por instinto y sin ser consciente de ello, se había llevado la mano a la pistola. Le había quitado la cinta que la ataba a la funda y le había quitado el seguro.

Como a unos diez escalones, había un pequeño descansillo. Ventura estaba en él. Se giró para mirar a Olga. Al verla con la mano en la pistola, se extrañó. Pero confiaba en ella, y él fue a hacer lo mismo, pero no le dio tiempo. Detrás de él, la pared se abrió y apareció un hombre que le rodeó el cuello y le puso una pistola en la sien. Olga acabó de desenfundar su pistola y le apuntó decidida.

-¿Y ahora qué, comisaria Rodilla? – le dijo el hombre mirándola a los ojos. – Tu agente de enlace va a morir. ¿Cómo lo ves?

-¿Te conozco? No te recuerdo. ¿Por qué no te quitas el pasamontañas para que sepa con quien hablo?

-¿Cómo te sientes al saber que vais a morir los dos?

Olga sintió que el olor a gas era más intenso.

-Algún día tenía que llegar. – dijo en tono tranquilo. – Pero si me conoces, sabes que no me voy a rendir.

-No te vas a atrever a disparar. Un ligero movimiento mío y matarás a tu amigo. Te ha caído bien el renegado.

Olga pensaba a gran velocidad. Se dio cuenta que esa voz la conocía. La había escuchado hacía poco. Solo tenía que recordar donde.

-Dime que quieres.

-Nada. Solo veros morir.

-Mi amigo no creo que te haya hecho nada. Mátame a mí.

Olga estaba escuchando como detrás de ella, al menos hasta la puerta, había llegado de nuevo el equipo de asalto del FBI. Pero aunque la escalera era relativamente ancha, no se iban a atrever a bajar para ayudarla. La pondrían en peligro. Ella tenía alguna posibilidad, porque el chaleco que llevaba por dentro de su vestimenta, la protegería. Ese hombre debería apuntar a la cabeza, y no solía ser la opción que tomaban los que no eran grandes tiradores. Tirar al cuerpo daba más opciones de éxito. Ventura era otro cantar. Aunque Olga estaba convencida de que ese sería su segundo movimiento. Porque el destrozo que haría en la cabeza de Ventura al dispararlo con el cañón pegado a su sien, lo desequilibraría y lo llenaría de sangre y material cerebral. Eso lo dejaría vendido durante unos segundos que serían fatales para él. Sería un objetivo claro.

-Diles que no se muevan. A tus amigos militares. Podemos morir todos. Hay suficiente gas aquí abajo para hacer una bonita explosión. Una chispa de una bala sería suficiente para dar calor a todo el barrio.

-Tranquilo, no se van a mover. Son profesionales y lo saben. Y me conocen y saben que no necesito a nadie.

-Siempre has sido un poco chula.

-Me lo dicen a veces. Creo que es infundada esa opinión. Solo soy así, cuando me enfrento a inútiles presuntuosos y a traidores. Y te …

-¿Me estás llamando traidor? – le interrumpió el hombre encapuchado.

-… diría más: es una opinión machista. – Olga no atendió a la pregunta y siguió con su discurso – Me lo dices porque soy mujer. De un hombre dirías que está seguro de sí mismo, como un halago. ¿Isabel no te enseñó eso? Evelyn, perdón.

-¡¡Contéstame, zorra!!

-Sí. Hace unos días preguntando a Jorge por si iba a publicar una novela sobre el malo de “deLuis”, le dijiste “Hay que darle palpelo”. Y ahora … bueno, Enrique. Íbamos a preguntar a Tirso por los traidores, y mira por donde, no va a hacer falta. ¿Eso es lo que te llamaban cuando hacías de paje de un Rey? Porque pienso que es a lo más que llegarías. ¿Viste a algún Dios en acción? No creo. O a lo mejor no llegarías ni a paje, por eso ahora es cuando te sientes bien. Teniendo el control, al lado de Evelyn. ¿Cómo te reclutó? ¿Estuviste con ese que tiene tanto empeño en cargarse a algunos de tus antiguos compañeros? ¿Qué vieron que le da tanto miedo a ese tipo?

-¿Traidor yo? Vosotros que no sabéis hacer vuestro trabajo. Muchas preguntas pero no tenéis ninguna respuesta. Que sois unos inútiles que habéis permitido que a nosotros nos hicieran de todo. Que no habéis sabido pararlo. ¡¡No – Habéis – Querido!! Esos hijos de puta que nos llenaron de drogas, que nos machacaron a golpes. Solo he tomado la decisión más lógica: Unirme a los que tienen el poder, los que controlan.

-¿Y por eso te has unido a ellos? ¿Qué pretendes Enrique?

-Me he unido a los líderes, a los jefes. Solo eso.

-¿Has pensado como vas a salir de aquí? Puedes matar a Ventura. Puedes matarme a mí. ¿Y después?

-No sabes nada, comisaria. Te crees muy lista, como ese Jorge de los cojones. Como este inútil del FBI. Con su cara avinagrada. Mirando a Ethan con ganas de follárselo. Es uno de ellos, seguro. Uno de los “clientes”. Con su corbata de doscientos euros. Y sus gemelos de oro. ¡¡Puto engreído!!

-Ese inútil ha descubierto este pasadizo. Iba camino de descubrir tus secretos y los de Evelyn.

-Eso no va a pasar. Moriréis todos antes de que eso pase.

-¿Qué tal si sueltas a Ventura y lo hablamos? Creo que …

-No te van a servir conmigo tus dotes negociadoras. Ventura va a morir y tú, si no subes esa escalera, también. Tengo buena puntería. Y soy rápido.

-Vale – de repente Olga dejó de apuntar a Enrique y se relajó. Hizo algunos gestos con la cabeza, para relajar el cuello. Se quedó mirando a la pared en el lado contrario al que estaba la abertura por dónde había aparecido el socio de Rosa María. Se masajeo con la mano esa parte del cuello. – Me subo las escaleras si Ventura viene conmigo. No es necesario que salga nadie herido. Te damos tiempo para que te vayas por dónde has venido.

-Lo siento, comisaria. Evelyn te tenía muchas ganas y voy a honrar su memoria.

-¿La has matado tú para escalar peldaños en tu carrera?

-¡Noo! ¿Estás loca? Pero no te preocupes, cogeré al que lo ha hecho.

-No lo harás. Es mucho mejor que tú.

-No me conoces.

-Pero lo conozco a él. Nunca lo hemos pillado.

-Vosotros porque sois unos inútiles.

-Venga, deja a Ventura …

Olga percibía cada vez más el olor a gas ciudad. Sabía que Enrique estaba haciendo tiempo.

-Lo siento Olga.

Enrique levantó el arma y disparó a Olga sin pensarlo más. Uno, dos … tres disparos. Luego disparó hacia las escaleras, hacia abajo. Un rugido parecía estar creándose en el fondo de ese túnel. Y el olor a gas cada vez era más intenso.

.

Cuando Carmelo recibió el mensaje, tardó en reaccionar. Ver en la pantalla el nombre de Quim Córdoba lo desconcertó. Hacía muchos años que no escuchaba o veía ese nombre. Ni siquiera recordaba que lo tuviera entre sus contactos. Si unas horas antes, alguien le hubiera preguntado por él, hubiera respondido que estaba muerto.

Volvió a recibir otro mensaje desde ese número. Era una dirección con sus coordenadas GPS. Se trataba de un sanatorio que parecía estar en las afueras de Illescas, en la provincia de Toledo.

Dudó sobre como actuar. Quim … había sido su amigo. No se atrevía a recordar las cosas que habían vivido juntos. Estaba seguro que esos recuerdos le iban a poner melancólico, en el mejor de los casos. Barajó la idea de llamar a Jorge y contarle, pero el escritor ya tenía bastantes follones en ese momento. Carmelo estaba preocupado a causa de ello. Se ponía en peligro cada vez que salía de casa. Y eso no era lo que más le preocupaba: su salud física y mental, eso sí que le preocupaba.

Tras pensarlo casi media hora, se decidió por escribir a Sergio Romeva. Éste no tardó en llamarlo.

-¿Vas a ir? – le preguntó a bocajarro.

-Era mi amigo. ¿Tú que harías?

Su voz al decir eso, denotaba lo perdido que estaba. A Sergio le recordó el Carmelo de doce años, cuando estaba en confianza, sin cámaras delante o personas no cercanas.

-Debes prepararte. No está bien, Dani. Su cabeza … a veces se pierde. Las drogas le dejaron graves secuelas, a parte del trauma por lo que vivió. La mayor parte del tiempo vive en un mundo al que no podemos acceder los demás.

-Siento que le debo algo, Sergio. Si después de estos años y si dices que está mal, saca fuerzas para escribirme y pedirme que vaya a verlo, no puedo … pasar del tema. ¿O sí? Tú lo conoces. Y parece que sabes de su estado.

-No te digo que no vayas. Solo te prevengo de lo que te vas a encontrar. Si lo recuerdas … tal y como era cuando trabajabais o ibais por ahí … no es la misma persona. Y una parte de él te odia profundamente. La otra, sigue enamorado de ti.

-¿Por qué? ¿Le hice algo? ¿Estaba enamorado de mí?

Sergio suspiró al teléfono.

-No me extrañaría que de los otros cien con los que te cruzaste y a los que les rompiste el corazón, no te dieras ni cuenta. No eran más que esos con los que te acostaste una noche y a los que después, apenas saludabas. Pero de Quim, con el que compartiste trabajos, juergas, peleas, drogas … con el que repetiste en lo de follar, uno de los pocos … Esperaba que de él si fueras consciente de sus sentimientos por ti.

-No la verdad. No recuerdo haber visto ese sentimiento en él. Y de todas formas … sabes que entonces no me … no estaba preparado para eso.

-Siempre has estado esperando a Jorge. Es lo que dices.

-Es la verdad. Es al primero que … no he amado a nadie más que a él, te lo juro. ¿Y por eso me odia? ¿Porque no le correspondí?

-Saliste del agujero. Él no. Piensa que lo dejaste a su suerte, cuando siempre habíais sido amigos. Tú, Ro, Quim, Biel, Remus, Hugo … y alguno más que ahora no me sale. Les diste la patada. Él lo ve así.

-Sería más bien que la vida lo mismo que te acerca a alguien, te aleja. No creo que “les diera la patada”.

-Da igual. Es una discusión estéril. Ninguno de ellos tiene la cabeza como para recordar esa época. Biel podría, pero creo que ha guardado en un oscuro rincón de su cabeza esos días. Y bien que ha hecho. Si no, hubiera acabado como Quim o como Hugo. O como Remus.

-Hugo no parece que esté mal. Ese Remus no lo recuerdo. Sería de antes del olvido.

-Sería. – Sergio había decidido zanjar el tema. Era claro que la cabeza de Carmelo había hecho la elección de apartar a esas personas de su memoria. Seguramente fue lo mejor para su salud mental.

-¿Entonces quieres ir a verlo?

-Quizás me recuerde, o mejor dicho, me haga volver a darme cuenta de la suerte que he tenido. Podía haber acabado como él.

-Pero no lo hiciste.

-Posiblemente eso pasó por ti y por Jorge. Me sujetasteis cuando estaba a punto de caer en el abismo.

-Alguna decisión tomaste que ayudó. Alguna que me sacó de la cama en horas intempestivas para que te diera el teléfono de Jorge.

-Pegarme a Jorge. En cuanto lo conocí en esa fiesta de año nuevo, sentí que estaba a salvo. Que sus brazos fuertes me agarrarían si tropezaba. Dejé de necesitar las drogas. Dejé de necesitar desayunar un whisky. Jorge era mi droga. No necesitaba nada más.

Sergio lo organizó todo para un par de días después. Tuvo que mover algún compromiso propio y alguno de Carmelo. Éste pasó a recogerlo a media mañana por la agencia. Sergio se subió al coche y sin decir nada, cogió la mano de Carmelo. Éste estaba nervioso, aunque había conseguido que no se notara. Pero Sergio lo conocía muy bien. No estaba convencido de que ir a ver a Quim fuera buena idea. En el fondo, pensaba que sería bueno para Quim. Ya le tocaba que le prestaran atención. Todo el mundo se había olvidado de él. Ni su familia, ni sus amigos, se acordaban. Ninguno iba a verlo. Para todos, Quim había muerto hacía muchos años. De alguna forma había sido así. Su vida era meramente contemplativa. Había temporadas que leía algo, o veía algo la tele. Pero otras, estaba sumido en un estado semi letárgico en el que solo era capaz de mirar por la ventana y mal comer, muchas veces forzado por alguno de sus cuidadores.

Apenas hablaron en el trayecto. Carmelo parecía haber vuelto a su adolescencia. Tenía los mismos tics que entonces, la misma mirada enfurruñada mientras fingía estar disfrutando del paisaje que bordeaba la carretera. Un ligero balanceo continuo de sus piernas era su forma de mostrar su inseguridad ante lo que iba a afrontar.

De repente, Carmelo soltó la mano de Sergio a la vez que dejaba de mover las piernas. Su mirada estaba clavada en un hombre que estaba en la puerta, mirando la caravana de coches. Sergio miró en esa dirección y vio a Quim. Había hablado con el centro y le habían dicho que llevaba un par de días saliendo a la puerta a esperar una visita.

-Parece muy importante para él – le dijo su médica.

-¿Y cómo está?

-Parece desanimado. Yo creo que se ha dado cuenta de que no tiene empuje para salir de este estado. Tengo el temor de que haya tirado la toalla.

-Sus avances son mínimos en todos estos años.

-Si recuerda usted cuando lo trajo, nadie daba una peseta porque viviera los ocho años que ha vivido.

-No deja ser poco más que un vegetal.

-Discrepo. Cada vez tiene más temporadas en que su actividad remonta. Temporadas que son más largas. Nos falla su gente. Solo usted se preocupa, solo usted viene a verlo. Quizás esa persona que viene …

-A esa persona la amaba. Recibió como respuesta, un manotazo para apartarlo de su vida. Creo más bien que le ha pedido que venga para hacerle pagar.

-Si tiene ganas de venganza, no diría que es un avance … pero al menos …

-¿Y qué mejor venganza que hacerle sentir culpable por su estado y por su …muerte?

La psiquiatra se quedó callada al otro lado de la línea telefónica.

-Estaremos atentos. – detrás de esas palabras de la doctora, Sergio sintió un suspiro de preocupación.

-Parece conocerlos usted muy bien.

-Por desgracia, he visto muchos juguetes rotos, doctora. Y el caso de estos, lo viví muy de cerca y con un dolor inmenso y un sentimiento de impotencia infinito.

-Decidió cuidarlo, ocuparse de tuviera los mejores cuidados. Paga sus facturas.

-Con algún amigo suyo, no fui lo suficientemente eficaz. Y lo perdí irremediablemente. Quim … usted lo ha dicho antes: no tiene a nadie. No quería tener otra tumba a la que llevar flores de vez en cuando. Eran jóvenes, atractivos, con talento. Trabajadores. No quería que otro más acabara con su vida con una jeringuilla pinchada en sus venas o estrellado contra el coche de debajo de su ventana.

Cuando los coches pararon delante de la puerta, fue a Quim al que le entró un temblor por todo el cuerpo. No podía apartar la mirada de Carmelo. Sonreía feliz. Carmelo se fijó que las comisuras de sus labios estaban blanquecinas. Sabía que era a causa de que a veces, la medicación le hacía babear y no era consciente de ello. Aunque su aspecto general era aseado y alguien del personal parecía haberse ocupado que tuviera buena presencia. Carmelo tuvo la certeza de que él, por sí mismo, no era capaz de ocuparse de ese tema. A parte de que le diera igual.

Carmelo se demoró unos instantes en bajarse del coche. De repente le había entrado un poco de flojera. Se había preparado mentalmente para ese encuentro, pero no parecía haberlo hecho bien. Por mucho que Sergio le hubiera avisado, no estaba preparado para encontrarse con un hombre de su edad que parecía, por su aspecto, que pudiera ser su padre. Estaba seguro que cualquiera que no lo conociera, le podía echar cincuenta años.

Sergio tomó la iniciativa y una vez se bajó del coche, fue directo al encuentro de Quim. Era claro que el representante era una persona querida para él. Sergio procuraba ir al menos tres veces al mes a pasar la tarde con él. Aprovechaba y le llevaba algunas de las cartas que le seguían enviando sus fans de su época de actor. Las leían juntos y Sergio le ayudaba a contestarlas. Sergio las escribía poniendo las aportaciones de Quim y al final él las firmaba.

Se abrazaron y Quim le besó repetidas veces en la mejilla. Sus ojos brillaban a causa de las lágrimas que los inundaron. Carmelo se decidió a salir del coche. Fijó la mirada en los ojos llorosos de su antiguo compañero. Algo por dentro del rubito se quebró. Se lo podía haber imaginado cientos de veces en esos años, pero … la realidad era mucho peor. Ese podría haber sido él. Cuando Sergio rompió el abrazo, Carmelo lo sustituyó. El llanto de Quim se hizo más intenso. Todo su cuerpo temblaba al ritmo de sus sollozos. Carmelo lo besó un ciento de veces por toda la cara. Se separó un momento de él, le cogió la cara con sus manos y le besó en los labios. Le dio igual los restos de baba, las lágrimas que surcaban las mejillas de su amigo. Volvió a mirar sus ojos. Supo que Quim quería despedirse de él, porque había tomado una drástica decisión. Intentó transmitirle con sus ojos que aguantara. Que todo podría cambiar.

-Sigues de rubio, Dani.

Éste sonrió. Su voz le había sorprendido. Ronca, sin alma, como Jorge solía definir el habla de muchos damnificados de ese mundo. Sonrió también porque recordó que Quim, antes que Jorge, solía meterse con su decisión de teñirse de rubio.

-Lo sigo haciendo para fastidiarte, no te creas. Recuerdo que no te gustaban nada los rubios.

-Era por ese hijo de puta alemán. Me recordabas a él.

-No jodas. No recuerdo a ese tipo, pero seguro que yo soy más atractivo y bastante mejor persona.

-Las dos cosas son verdad. Aunque, tú entonces eras también un cabrón. A otro estilo, pero cabrón. Era la única forma que había que pudieras ganarles. He leído a Roberta Flack que te has reformado. Debe ser porque te has enamorado. Del escritor.

-Pasemos dentro – dijo Sergio poniéndose en medio de ellos y empujándolos ligeramente hacia el interior de la residencia. – Podíamos ir al jardín de detrás. Hace buen día – les propuso el representante.

Sergio no les dio opción. Les fue guiando con paso firme hacia el interior del sanatorio. Y por dentro, inició una plegaria a los dioses del Olimpo, como hubiera dicho Jorge en un ataque de dramatismo, porque esa reunión saliera bien.

Jorge Rios”.