Necesito leer tus libros: Capítulo 83.

Capítulo 83.-

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Le despertó una llamada de Carmelo. La historia del día anterior se repetía: se había vuelto a quedar dormido sin darse cuenta. Y esta vez, sí era el día de la comida con el embajador.

-¿Estás bien?

Jorge tenía la boca pastosa. Empezó a moverla para generar un poco de saliva y poder hablar.

-Me he quedado dormido. Otra vez. Seré bobo … el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

-Pues apresura. Mira la hora.

Jorge apartó el móvil de su oreja e hizo lo que le decía Carmelo.

-Te dejo. Tengo que ducharme y vestirme.

-Abrevia. Hay atasco.

Jorge se fue corriendo al baño y se lavó la cara con energía. Dejó la ducha para la tarde y se fue al ropero. Eligió la ropa sin pensar mucho. De repente vio en la mesa que había delante, las camisetas de “La Casa Monforte”. Tuvo un impulso y se puso una de ellas, la misma que había escogido Martín al irse. Se puso un chaleco de color negro y luego una americana de color claro, uno de esos colores indefinible. Pantalones negros y zapatos castellanos sin borlas, negros también.

Miró en el joyero. Había un collar de oro, parecido al que se había puesto Martín. Decidió ponérselo. Y cogió un pendiente a juego. Hasta el día de la embajada, hacía tiempo que no llevaba pendientes. Pero hoy le apetecía repetir. Era un aro pequeño con una pequeña especie de borla a juego con el collar.

Llamaron a la puerta. Jorge corrió hacia allí.

-Llegamos tarde – le dijo Flor.

-Ya estoy. Me echo colonia y nos vamos. Pasa mientras. ¿Sabemos algo de Fernando y Nuño?

-Todo bien, parece. Nuño ha dormido en casa de Fernando, como vaticinaste. Y esta mañana, no hace demasiado, o sea que no han madrugado mucho, Fernando ha acompañado a Nuño a la Residencia. A Fernando le hemos dado el día libre. Entre el tute que le damos entre todos y me imagino que hoy no ha dormido demasiado, me han dicho mis compañeros que esta mañana parecía contento, pero a la vez parecía un espectro.

-Pobre hombre. Encima nos tendrá que aguantar las bromas.

-No. Te aseguro que ninguno vamos a bromear. Nuño parecía feliz esta mañana. Y eso, para todos los que lo conocemos, es importante. Y Fernando, es un compañero al que queremos todos mucho. Se desvive por todos. Suele ser muy reservado con su vida privada, con sus ligues, con su pasado sobre todo. Te puedo asegurar que ninguno le vamos a tomar el pelo.

-A mí la verdad es que me cae genial. Pero he de reconocer, que no sería yo si no le pico en algún momento ¿Nos vamos?

Salieron los dos de casa. Jorge  saludó a Lidia y Carla, que estaban en el descansillo.

-Están bien esas camisetas. – le dijo Flor en el ascensor.

-Estoy esperando que me manden para vosotros.

-Ya me ha dicho Fernando que les disteis cuando fuisteis a grabar Pasapalabra.

-Tengo pedidas para todos los equipos. Lo que pasa es que la verdad es que han quedado bonitas y me da que Bernabé no tenía previsto hacer muchas. Era una cosa así para que Álvaro y yo las luciéramos en Pasapalabra, como publicidad. Pero a Álvaro se le ocurrió dar al público, al equipo del programa y a vosotros. Martín ha pedido también y varios amigos. Y no hacemos más que pedirle más. Y de todos los modelos. Todos vais a tener un juego completo, con chaquetas y sudaderas incluidas.

Al final hubo suerte y no tardaron en llegar al Intercontinental. Aunque Jorge fue el último en incorporarse. Carmelo charlaba tranquilamente con el embajador y sus invitados. Su madre había agarrado del brazo a Carmelo y lo miraba embelesada. Fue ella la que vio a Jorge la primera y llamó la atención de su hijo y del actor. El embajador fue a su encuentro y le dio un abrazo.

-Siento mucho todo eso de los bulos sobre que estáis muertos. Nos estaba contando Carmelo que te había afectado hoy mucho.

Jorge levantó las cejas. No tardó en darse cuenta que era la excusa que había puesto para justificar su tardanza y el haberse quedado dormido a media mañana. Se apuntó mentalmente preguntarle que bulo había tocado, si es que había habido alguno.

-Hay días y días. Y estoy pendiente de un amigo que no contesta al teléfono. Y había recibido amenazas… – Jorge decidió darle un toque dramático más. Carmelo le hizo un gesto para que no se pasara de rosca al respecto. Jorge se encogió de hombros como si fuera un niño pillado en falta por su padre.

-¿Lo conocemos? – le preguntó el embajador.

-No creo. Es un influencer que me entrevistó el otro día.

-¡Ah! Mi hija me dijo. Suele verlo. Le gusta. Me lo comentó porque te vio y sabe de mi querencia por ti.

-Anda, mira. No sabía. Pero no se trata de él. Es un compañero suyo. – No quería poner a Carletto en un aprieto. Si el embajador se lo comentaba a su hija, ésta podía hacer algún comentario en sus cuentas y hacer que se difundiera la noticia. Y eso no sería bueno para nadie.

-Se ha aficionado a leer en español. Se guía mucho por la opinión de ese influencer. ¿Carletto se llama?

Jorge después de ese primer impacto, tomó las riendas de la situación con la intención de llevar la conversación hacia otros derroteros más festivos, como se suponía que debía ser esa reunión. Se acercó a la madre del embajador y la abrazó y besó con cariño. Ella cambió encantada el brazo del actor por el del escritor.

-Hoy soy la envidia de todas las mujeres y hombres de medio mundo.

No conocían al resto de las personas que habían invitado el embajador y su madre. Eran dos matrimonios amigos de Damien. Según entendió Jorge, eran antiguos compañeros de colegio en París. Ernest y Camile y François y Lys. Los dos matrimonios parecían moverse en círculos elitistas, por la forma de comportarse y de vestir. Y por otro lado, asistían también dos mujeres de la edad de Marguerite, la madre del embajador: Elodie y Léa. Parecían muy cercanas a ella. Y parecían las dos muy entregadas tanto a Carmelo como a Jorge. En realidad, todos parecían encantados de reunirse con ellos. A Jorge le dio la sensación de que el objeto de la reunión eran ellos. Conocerlos. Se sonrió al pensar que parecía una asamblea de un club de fans. Él, que supiera, no tenía ninguno; Carmelo en cambio, sabía que tenía unos cuantos y alguno de ellos muy activo. No se arrugaban si tenían que defenderlo de los ataques de esos que disfrutaban criticándolos o peor, que se dedicaban a amenazarlos con todos los males posibles, incluso la muerte. Habían llegado a manifestarse delante de la televisión Integral, mientras se emitía su programa estrella de las tardes, en el que con mucha frecuencia, solían reunirse algunos comentaristas poco proclives tanto a Jorge como a Carmelo, como el amigo Poveda. Ésa reunión podía ser el germen de uno que fuera de los dos, aunque tuviera su sede en París. Tendría que hablarlo con Sergio, a ver que le parecía.

Una vez que estaban todos, un camarero les guió hacia su mesa. Carmelo y Jorge se sentaron uno al lado del otro. En otras circunstancias se hubieran separado para poder hablar con más cercanía con esas personas que parecían admirarlos. Pero algo en el ambiente les hizo ponerse al lado para darse apoyo. La madre del embajador, Marguerite, se sentó al otro lado de Jorge. Damien se sentó enfrente de Jorge y Carmelo. Y al lado de éste se sentó Elodie, seguida de Léa, las dos amigas de la madre del embajador.

-Tengo que confesarte una cosa – le dijo Damien nada más sentarse a la mesa. Le pareció a Jorge que su amigo iba con un guion preparado y no quería perder el tiempo. – No es el mejor día, según nos ha contado antes Carmelo. Espero que no te molestes.

Jorge levantó las cejas expectante. Se declaró derrotado en su intención de que la reunión fuera festiva. Sus hombros levemente caídos eran buena prueba de ello. Su amigo Damien, parecía decidido a tratar temas escabrosos. Tenía que habérselo imaginado al ver el gesto y el lenguaje corporal que tenía. Y esas miradas furtivas que lanzaba a sus amigos de vez en cuando. Ellos a su vez, sobre todo las mujeres, parecía que había algo en el ambiente ellas, pensó Jorge, al fin y al cabo, no eran antiguas compañeras de liceo de Damien, lo eran sus esposos. Las mujeres tenían algo en contra del embajador que sus maridos, quizás por la vieja amistad o camaradería, decidieron pasar de largo o al menos no darle importancia. Aunque sería difícil que compartieran esa discrepancia con ellos. Al fin y al cabo eran unos desconocidos. Famosos, pero no eran de su círculo.

-No te preocupes, que mi hijo te aprecia. No es nada malo – le tranquilizó la madre de Damien, que se había fijado a su vez en los gestos de Jorge.

-Tu dirás. No sé por qué me tendría que enfadar contigo. – Jorge decidió no cejar en su intento de que la reunión fuera simplemente una reunión de amigos. – Aunque si hay que enfadarse, me enfado. Eso sí, para las hostias, Carmelo. Es más alto y tiene más práctica.

-Será bobo el tío – Carmelo le dio un ligero golpe en el brazo.

Vano intento. El embajador obvió la broma de Jorge, lo que desconcertó a éste. Miró a Carmelo que levantó las cejas y se encogió ligeramente de hombros. También había cambiado tanto el gesto como su forma de estar. Se aprestaron ambos a poner su mejor expresión de seriedad, con pompa y circunstancia, si era menester. Se estaba empezando a inquietar. Iban dispuestos a pasar un rato agradable, con conversaciones intrascendentes. Parecía que eso no iba a ser así. La verdad, eso a Jorge le molestaba.

-Vas a dar un curso en la Universidad Jordán sobre Escritura Creativa.

-Sí. ¿Quieres apuntarte? – le preguntó Jorge con un tono un poco de broma. Se arrepintió al momento. Volvió de nuevo a su ademán circunspecto.

-No. Es otra cosa.

Le explicó que en realidad las dos parejas de amigos que estaban con ellos eran los padres de dos de los apuntados para el curso.

-Tenían muchas ganas. Era su sueño. – apuntó Lys, la madre de uno de ellos. Lo dijo mirando a Jorge directamente, aunque antes y después miró a su marido con un gesto de reproche.

-Me vas a perdonar Damien, pero no acabo de entender lo que me dices. Es un curso en una Universidad Española. Pero me parece que vuestros hijos – se dirigió ahora a los dos matrimonios – no dominan el castellano, mucho menos habrán estudiado a nuestros dramaturgos, a nuestros novelistas o a nuestros poetas. ¿Cómo lo van a hacer? ¿Va a haber traducción simultánea y no me he enterado? No me han dicho nada al respecto.

Damien se sonrió.

-Me dirigí a la Universidad y les solicité que organizaran un curso, contigo de profesor. – hizo una pausa dramática que consiguió acaparar la atención del escritor – En francés, claro. Y la Universidad aceptó, porque les aseguré además que tú hablas el francés como un nativo. El decano tenía alguna duda de que fueras capaz de dar un curso así completamente en francés. Me vino a decir que una cosa era hacer un par de declaraciones que estaban preparadas antes y otra hablar dos horas seguidas en francés para nativos.

Casi se indignó más Carmelo que Jorge. Le parecía imposible que ese decano pudiera pensar que Jorge llevaba algo preparado cuando hacía alguna declaración. Y además, las decenas de entrevistas que daba cada vez que iba a Francia de promoción, los programas que visitaba en directo, sin red… Jorge le apretó la mano para que lo dejara correr.

-Les debíamos un premio – comentó Ernest. – No ha sido fácil su vida. Sabíamos que Damien tiene amistad contigo y en los años que lleva en Madrid se ha creado buenas relaciones en el mundo universitario.

-Bueno, me pilla de sorpresa. – reconoció Jorge.

-Sé que todavía no le has dicho al decano que sí en firme.

-Pero él sabe de sobra que los voy a dar. Me conoce. Si digo que no, lo digo en el primer momento. Pero tampoco me atrevo a decir un sí rotundo. Hasta ahora no he tenido la cabeza muy centrada y la verdad, con todos estos nuevos acontecimientos que nos encontramos cada día, tampoco… no me gustaría que … vamos no me gustaría que si no puedo darlos por alguna circunstancia sobrevenida, alguien se le rompan las ilusiones y además le cause un quebranto económico.

-Sabemos que eres capaz de dar ese curso. Te he ido a escuchar alguna vez tus lecturas o charlas para lectores o fans. Y personas de mi confianza también lo han hecho. Y eres un tipo que sabe hacerse escuchar. Y que provocas el debate y que las personas te cuenten sus …

-La madre que te parió. Ayer … no, antes de ayer, no sé en que día vivo ese joven que estaba al lado de uno que iba trajeado y que luego me pidió que le firmara la camisa, a parte de un libro. Es la segunda vez que firmo una camisa en unos días, por cierto. Antes nunca. Su compañero, al menos el que estaba sentado a su lado, me sonaba y cuando se acercó a que le firmara me pareció que tenía acento francés. Me extrañó porque el libro era en español. Ese hombre trabaja para ti en la embajada. ¡Me has enviado espías!

Damien sonrió.

-No se te escapa una. Ha estado contándome desde que llegó de vuelta a la embajada, todo excitado, como fue la charla. Y como tanto tú como tu sobrino conseguisteis que para esas personas fuera un encuentro inolvidable. Te va a escribir algo y te lo va a mandar a ese correo que el secretario del Decano creó para la ocasión. A lo mejor lo hace en francés.

-Damien, creo que ya que te has puesto a ser sincero – intervino Carmelo – es mejor que no te pares. Esa decisión del Decano de organizar ese curso con dos turnos, al parecer uno en francés y otro en castellano, ha originado un movimiento entre parte del profesorado de la Universidad en contra de Jorge. Tengo claro que nuestros nuevos amigos – señaló a los dos matrimonios – deben ser personas con un estatus envidiable. Primero para conseguir que tú hagas esas gestiones y muevas a una Universidad importante a organizar ese curso apartando a los profesores que lo daban hasta ahora. Aunque el curso en su nuevo planteamiento, no tenga nada que ver con el que había otros años. Y después para que de repente, un montón de profesores se muestren interesados en dar un curso que no parece que sea prestigioso ni que sea un maná que les vaya a solucionar la vida económicamente. Les supondría un ingreso extra, pero nada escandaloso. Pero me imagino que las influencias que podrían conseguir al tratar con los alumnos apuntados, merecen la pena, hasta para hacer un curso acelerado de francés. Porque para su desgracia, ninguno de esos profesores que se postulan ahora, hablan francés.

-El curso hasta donde yo sé no es barato. – comentó Jorge.

-Nada barato. Pero hay lista de espera. – afirmó rotundo Damien – Y está claro que el curso se celebra si lo das tú, Jorge. Si no lo das tú, la Universidad deberá devolver el dinero más un 10% de penalización. El resto de profesores de la Universidad Jordán, se pueden poner como quieran.

Jorge levantó las cejas. Fue a decir algo, pero se contuvo porque les estaban sirviendo los entrantes. Cuando los camareros se retiraron, Jorge retomó la conversación.

-No entiendo por qué me lo estás contando tú ahora. No es por menospreciarte, ni mucho menos, pero a la altura que estamos, esto me lo debería estar diciendo el decano, con el que he estado hace unos días. Al menos avisarme de que tengo que dar un curso en francés, que no es por el idioma. Es porque no puedo plantear el curso de la misma forma. Veinticinco franceses no tienen las mismas referencias culturales que veinticinco españoles.

-Eso no creo que sea ningún problema para ti.

-Sabiéndolo no. Pero imagina que me presento en el aula. Empiezo un speech en español. Y empiezo a hablar de Lope de Vega. De Calderón, de Larra, de Cela. Después de un cuarto de hora me doy cuenta que no me entiende nadie y que Lope de Vega para ellos es como si les hablara de “la zarzamora” de Lola Flores. Pregunto. ¿De dónde sois? ¡Franceses! Mira que bien. Y vale, cambio al francés. Ningún problema. Si han pagado dos mil euros por el curso… pero debo hablar de Victor Hugo, no de Lope de Vega. Debo tener citas preparadas de él, o de Émile Zola, o de Flaubert, o de Molière. Y no las tengo. Y no queda bien que me ponga a buscar en el móvil un fragmento de “Le Malade Imaginaire”. Contar la anécdota del camisón amarillo de Molière queda ya muy visto.

-¿Dos Mil? – exclamó sorprendida Léa, una de las amigas de Marguerite. Miró por turnos a todos los sentados a la mesa.

Jorge y Carmelo se miraron sorprendidos.

-¿Cuanto cuesta el curso, por curiosidad? – Carmelo fue el que hizo la pregunta en voz alta.

-Seis mil euros. Más gastos de matrícula, de seguro de tramitación – era Camile la que había respondido en un tono glacial. A Jorge y a Carmelo no se les escapó una mirada que lanzó a Damien.

Jorge y Carmelo se miraron sorprendidos. Pero a la vez, por los gestos de los padres, supieron que esa cifra no era del todo correcta. Aunque nadie abrió la boca. Tuvieron claro los dos que el coste final era muy superior.

-El que ha pagado esa cantidad, espero que sea consciente de que no va a salir del curso con una novela publicada y súper ventas. – Jorge no pudo disimular su indignación.

-No Jorge. Van a aprender la forma que tienes de ver el arte de escribir. Van a intentar entender de dónde salen esos personajes que nos hacen tanto bien – le explicó Ernest. – Cómo eres capaz de inventarlos y sobre todo, de hacerlos cercanos. De que lleguen a la gente, que calen en ellos.

-Seis mil euros mas la estancia durante tres meses en Madrid … más otros gastos indeterminados – siguió razonando Jorge en voz alta. – Perdonad, pero me parece una barbaridad.

A Jorge no le entraba en la cabeza. Se le habían quitado hasta las ganas de comer. Carmelo le tocó con la mano la pierna. Jorge suspiró al sentirlo y respiró hondo.

-Ahora si os parece, quisiera que me contarais de verdad la razón de todo esto. Intuyo que todo partió de vosotros – y señaló a los dos matrimonios. – Es un premio el que les dais a vuestros hijos cuando menos cuantioso. Debe de haber una razón de peso.

Carmelo le sirvió en su plato algunos entrantes de los que les habían puesto en el centro de la mesa. Jorge entendió el mensaje y se relajo. Cogió su tenedor y los fue probando.

-Están riquísimos – dijo sonriendo.

-El otro día, cuando nos vimos en la embajada – empezó a hablar la madre de Damien – te conté que el hijo de una amiga le había supuesto …

-La amiga era yo – interrumpió Elodie. – Déjame Marguerite que lo cuente yo.

La aludida afirmó con la cabeza y sonrió.

-Mi nieto Eloy, murió hace unas semanas en un accidente de coche. Lo quería como… lo quería de verdad. No era mi nieto biológico. Era adoptado. Pero eso me daba igual, como a sus padres. Lo buscaron durante años. Buscaron tener un hijo. Lo intentaron todo. Pero… nada salió bien. Mi hijo estaba desesperado. Frustrado. Toda la vida amasando una fortuna para que luego, en lo más básico, la vida le diera un bofetón.

-En una fiesta en casa de unos amigos se les acercó una mujer. A mi hijo y a mi nuera. Estaban los dos. Esa mujer no era una desconocida, según me contó mi hijo, pero tampoco era de su círculo de amistades. Era una persona que se solían encontrar en algunas reuniones o eventos. Tenía un acento raro, entre español y del norte, ruso, pensaron. Español sabía, porque les habló en algún momento en castellano. Y ruso… mi hijo creyó que hablaba por teléfono en ese idioma. Aunque podía haber sido otra lengua de la zona, ucraniano, checo… ya sabéis. El caso es que les propuso una adopción fuera de los cauces oficiales.

A Jorge se le hundieron un poco los hombros. Miró desanimado a Carmelo que también estaba afectado por la deriva que iba tomando la conversación. Intuían los dos el resto del argumento de esa novela. Esta vez Carmelo no ocultó la mano debajo de la mesa y agarró la de Jorge. Éste se la empezó a acariciar con su dedo pulgar. En un momento dado, se la llevó a la boca y le dio un beso.

-Mis hijos lo debatieron largamente. Sabían que iba a ser un chico problemático. Sería ya de una edad, no iba a ser un bebé. La mujer no les ocultó que esos niños había sufrido y que necesitaban mucho cariño. Ella se comprometía a arreglar todos los papeles. A que a partir del momento de la adopción, el niño se convirtiera ante la ley en hijo legítimo a todos los efectos. Sin necesidad de ese estudio de capacitación y saltando las normas de la edad… ya sabéis que pasada una edad no se puede adoptar. Mi hijo ya la sobrepasaba, aunque mi nuera no, pero por poco.

-Al final se decidieron. Pudo más su deseo de ser padres, de poder cuidar a un joven… que la prudencia.

-Parte de las gestiones las llevó un bufete de Madrid. Otra parte, uno de París. Cada uno presentó luego una minuta desorbitada. Casi quinientos mil euros cada bufete. A parte, a esa señora había que darla dos millones de euros, en metálico.

-Llegó el chico. Estaba muy delgado. Casi demacrado. Mi nuera lo abrazó nada más verlo. Y el chico… se abandonó en sus brazos. Mi hijo hizo lo mismo. Le abrazó fuerte. Los tres conectaron inmediatamente. Supieron que no debían preguntar, porque supieron que ese chico lo había pasado muy mal. Al cabo de unos días, le llevaron a un hospital para hacerle un reconocimiento médico. Los doctores dudaban de por dónde empezar a recomponer todo lo que tenía mal. El golpe más duro fue saber que solo tenía un riñón y un pulmón. Los médicos estaban seguros de que se los habían extraído para venderlos en el mercado negro. Seguramente algún jeque árabe o un millonario ruso lo llevaría en su cuerpo.

El cuerpo fue sanando. Sus niveles de anemia y otras enfermedades fueron corrigiéndose. Pero lo que no lograban corregir era … – la mujer se señaló la cabeza con el dedo. – Los terrores nocturnos, la ansiedad…

-¿Qué edad tenía el chico cuando lo adoptaron? – preguntó Carmelo con la voz más dulce que pudo poner.

-Quince. Aunque en las pruebas médicas determinaron, por los huesos, que no tendría más de trece. Lo que pasa es que estaba muy desarrollado. Acabó siendo casi tan alto como tú, Carmelo. Muy delgado, eso sí. Me recordaba a esa película que hiciste en Francia hace unos años y que estabas la mitad de como estás ahora.

-¿Y su nombre? Creo que se me ha escapado cuando lo has dicho – preguntó Jorge también intentado ser muy delicado.

-Eloy.

La mujer se emocionó al decir su nombre. Marguerite sacó un pañuelo de su bolso y se lo pasó. Elodie se lo agradeció con un gesto.

-¿Era francés? ¿Español? Ruso, como esa señora que abordó a tu hijo y tu nuera…

La mujer se encogió de hombros.

-No lo sabemos. Francés o español. Hablaba los dos idiomas sin acento. Aunque yo creo, sin nada que lo sustente, que era español de nacimiento.

-Y ¿Se lo ofrecieron en una fiesta en París?

-En Saint Tropez.

-Fui yo el que le aconsejó a Elodie que le diera un libro de Jorge para que lo leyera – Camile retomó el relato – Tanto Ernest como yo somos lectores empedernidos de tus obras. Ahora estamos esperando a volver a Francia para comprar la última novela. No te perdonamos que nos hayas tenido siete años esperando – su reproche fue hecho con una sonrisa. Jorge hizo un gesto con la cara para disculparse. – Hablábamos mucho Ernest y yo de tus novelas. De tus personajes. Creo que te dijimos – ahora se estaba dirigiendo a Elodie – que le dieras “La angustia del olvido”. Con ese libro empezamos a ver la luz con Philippe. Nuestro casos, sé de sobra que eres muy perspicaz, que lo sois los dos – miró también a Carmelo – ya os habréis dado cuenta que son un calco del de Eloy, el nieto de Elodie.

-Y funcionó. Luego leyó “Todo ocurrió en Madrid” y “Tirso”.

-Y por fin “deLuis”. Y la cosa empezó a mejorar.

-En realidad fuimos todos leyendo a la vez que ellos. Para buscar lo que les hacía reaccionar y poder… ayudarlos. Todos los habíamos leído antes… pero cada detalle era importante.

-Pero la muerte de Eloy nos ha… impactado. Y nos ha metido el miedo en el cuerpo. – comentó Lys. – por eso el curso. Por eso la decisión de que vengan a Madrid a …

-Escucharte. – zanjó Damien la frase. – Ayer fue claro para Didier mi secretario, y así me lo expresó con vehemencia, que … esos chicos te buscan. Y tú sabes entenderlos. Te buscan porque te han leído y han encontrado consuelo en tus libros. Me habló de un chico que se subía a la barandilla de la terraza de su casa, un piso alto, y miraba al vacío. Y de esa chica que teníais Martín y tú sentada justo en frente como contó que leyendo “deLuis”, supo entenderse y quitarse de la cabeza la idea de … quitarse la vida.

Jorge suspiró un poco sobrepasado. No sabía que contar ni como contestar a la expectación que ahora había en la mesa esperando lo que tuviera que decir. Miró a Carmelo que parecía tan indeciso como él.

-Ya sé que es duro, pero ¿Cómo murió tu nieto, Elodie? – preguntó Jorge con apenas un hilo de voz.

-Un accidente de coche incomprensible. La Gendarmería no lo acaba de dar por cerrado. No les cuadra.

-Hemos pedido a la Gendarmería que pida apoyo a la Policía Española para que nuestros hijos estén seguros en Madrid. – informó Ernest. – Creo que se va a encargar un amigo vuestro, Javier Marcos y su Unidad.

-A lo mejor sería buena idea que vuestros hijos no vinieran a ese curso – sugirió Carmelo.

-Eso no es una opción. Si esos que nos vendieron a nuestros hijos ahora se arrepienten y quieren hacerles daño, han pinchado en hueso. Si pudimos pagar por adoptarlos la millonada que pagamos, porque luego al cabo de un año tuvieron la desfachatez de volver a pedirnos dinero…

-¿A las tres familias?

-Y a una cuarta que no es de nuestro círculo, pero con la que hemos tomado contacto. Y estamos seguros que habrá más. Estamos buscando.

Carmelo le hizo un gesto a Jorge. Éste levantó la cabeza y vio como sus escoltas se habían levantado todos a la vez y rodeaban su mesa. Algunos de ellos habían hecho visibles sus armas de repetición y habían sacado sus acreditaciones que ahora colgaban de su cuello. Flor se acercaba a ellos de forma decidida y con gesto preocupado.

-Lo siento, debemos interrumpir la reunión. Jorge, Carmelo, debemos irnos. Hay una alerta… luego os explico. Señores, – ahora se dirigía a embajador y sus invitados hablándoles en francés – mi compañero Álvar a indicación de nuestro comisario jefe, Javier Marcos, está llegando para hacerse cargo de su seguridad. Álvar es la persona que se encarga de las relaciones con los cuerpos policiales franceses. Es de la máxima confianza de Javier y Carmen. Les rogaríamos todos que siguieran sus instrucciones sin demora. El comandante Thomá de la Gendarmería está al tanto. Según me han comunicado, creo que alguno de ustedes ya lo conoce.

Carmelo y Jorge se miraron. No lo dudaron. Dejaron la servilleta sobre la mesa y se levantaron. Hicieron un gesto de despedida con la mano y emprendieron el camino de la salida con sus escoltas rodeándolos por completo. El resto de comensales estaban pendientes de ellos. Se había hecho un silencio sepulcral en el comedor. En el momento de la salida a la calle, todos sus escoltas llevaban armas cortas de repetición y llevaban sus acreditaciones colgadas del cuello. Parte de ellos se habían puesto un pasamontañas que tapaba sus caras. Fuera, en la calle, se habían desplegado varias unidades de intervención de la policía. Algunos de ellos entraban en el restaurante para hacerse cargo de la seguridad del embajador y sus invitados, mientras otro grupo de ellos hacía un segundo cordón alrededor suyo. Un policía de paisano parecía capitanearlos a todos. Hizo un gesto de saludo a Carmelo.

-¿Qué pasa Álvar? – preguntó Carmelo.

-La Gendarmería ha interceptado un mensaje en el que se encargaba el asesinato vuestro y de vuestros amigos. Hemos ido a buscar a Martín por si acaso. Y una patrulla de la ciudadana está pendiente de Álvaro, de Mariola y de Ester.

-No me jodas.

-Es por precaución. Javier prefiere pasarse de frenada que quedarse corto. Creo que Martín  acaba de terminar una sesión de fotos y se dirige a vuestra casa en el coche de los compañeros de uniforme.

Se montaron en los coches. Cuando ya estuvieron los dos en el interior, los escoltas se subieron a los suyos y salieron de estampida. Iban precedidos de dos furgonetas de Intervención y seguidos por otras dos. Cuando llegaron a su casa, vieron que la calle estaba cortada y que varias furgonetas tapaban completamente la puerta de su portal. Hacían una especie de barricada improvisada.

-Martín ya está en casa. Como os ha adelantado Álvar, ha preferido volver aquí por ver si estabais bien. Y menos mal, porque el hostal donde está … han ido dos compañeros a echar un vistazo … – Flor hizo un gesto para significar la impresión nada satisfactoria que le habían trasladado sus compañeros.

-Cuando acabemos con el paripé con sus padres de Concejo, le digo que se mude a casa como quedamos.

-Ya hemos preparado su habitación y reorganizado los espacios. Fernando me comentó y lo hemos puesto en marcha.

-Gracias Flor –  Jorge le sonrió.

Jorge y Carmelo no salieron del coche hasta que les indicó ella. Caminaron a paso rápido rodeados de nuevo por sus escoltas. Una vez en el portal, todos parecieron relajarse un poco.

-Javier os espera en casa. – les anunció la jefa de sus escoltas.

Para el inspector Roberto Martínez, ese viaje a Londres fue su reencuentro con sus contactos en Scotland Yard, su reencuentro efectivo con su trabajo.

En el año que había estado de baja, había pasado alguna temporada en la finca de sus abuelos maternos en Oxford. Era un sitio que desde niño le gustaba y le relajaba. A parte, sus abuelos, a pesar de llevar sobre sus hombros el peso de una familia con siglos de antigüedad, siempre relacionados con los círculos de poder del Reino Unido, siempre le habían mostrado su cariño y apoyo, aunque él hubiera decidido seguir otro camino en la vida. Cuando tuvo el accidente de tráfico en el que murió su padre, fueron un soporte importante para él. Y en el largo tiempo de recuperación, habían seguido siéndolo. El abuelo Arthur y la abuela Arabella.

El matrimonio era una excepción en el círculo en los que se movía la familia. Les daba igual que los amigos de sus hijos y nietos no estuvieran entre lo más alto de la sociedad mundial. Que las profesiones que habían elegido, no fueran todo lo glamurosas que se suponía que debían ser. Habían apoyado a Roberto en su decisión de hacerse policía en España. Y nunca habían interferido en su carrera. Cuando les anunció su decisión, ellos le preguntaron si había valorado hacer su carrera en Inglaterra. Pero él tenía claro que quería trabajar en España y vivir en España, lejos de la influencia de su familia. Él quería conseguir dirigir su vida y llegar a dónde sus capacidades le llevaran. Aunque tenía una asignación económica de sus abuelos todos los meses, él vivía de acuerdo con su sueldo. Alguna vez se daba un capricho con ese dinero, pero nada más. Y alguna vez lo había utilizado para ayudar a amigos que pasaban por una mala racha.

Javier, Olga y Carmen habían respetado escrupulosamente sus ritmos en su recuperación. Matías y su novio Elio, se habían acercado muchos días a su casa a pasar un rato o lo habían empujado a dar un paseo, cosa que al principio, le costaba. Las primeras semanas después de que le dieran el alta en el hospital, no soportaba la idea de salir a la calle. Y más cuando se enteró de que su novia le había dejado. Entre sus objetivos en la vida, no estaba el cuidar a un enfermo de depresión.

La recuperación física llegó antes que la psicológica. Conducir el coche en el que tuvo el accidente y que tuvo como consecuencia principal que su padre falleciera, no había sido algo fácil de sobrellevar para él. Había estado distanciado muchos años de su progenitor. En los meses anteriores al accidente, su padre había dado el paso de acercarse a él para retomar el contacto. En ese proceso estaban cuando sucedió el fatal accidente. A parte de ese reencuentro frustrado, a Roberto le apareció el síndrome del superviviente: “¿¿Fui yo el culpable??”. Culpable de su muerte, culpable de su enfado, de que discutieran hasta perder el contacto completamente … de no haber sido él el que se acercara a él algunos años antes … su renuencia a perdonarle la actitud que había tenido con él y con su madre … de la que se divorció en la época de su disputa.

Antes de ese viaje a Londres, llevaba unas semanas poniéndose al día de los casos vivos en la Unidad. Javier se había acercado varias veces a su casa para charlar y mantenerlo al tanto de todo. Pasaban horas hablando. En una de esas visitas, Roberto le dijo que quería pasarse por la Unidad y ver papeles.

-Y si te parece adecuado, te puedo ayudar con algunas cosas desde casa. Me dices y así voy cogiendo ritmo. No te prometo que sea el más rápido haciendo las cosas, pero me servirá para tomar contacto y coger ritmo.

-¿Estás seguro? No hay prisa.

-Creo que me vendrá bien. Y así suplo la falta de mis abuelos que se fueron ayer de vuelta a Inglaterra. Y si te parece, voy a llamar a mis amigos del Yard. Para retomar el contacto.

La posibilidad de entrevistar a uno de los antiguos alumnos de Mendés en las instalaciones de Scotland Yard supuso la excusa perfecta para empezar a tomar la iniciativa y acelerar el proceso. Aprovecharía el viaje para cenar con sus abuelos y sus tía Beatrice en un selecto club de Londres, en The Arts Club.

Carter Edwards llegó a la sede de la policía londinense cerca de las 16,00 h. Roberto estaba en ese momento hablando con la Jefa de Scotland Yard, Cressida Dick. No pensaba verla en ese viaje, la agenda de la Comisaria jefa era complicada esos días, pero ella, al saber que estaba, había bajado a saludarlo un momento. Se había interesado a menudo por su estado de salud. Ahora parecía que quería comprobarlo en persona.

-Creo que ese es tu hombre – sonrió la comisaria señalando a un joven que se dirigía hacia el mostrador de recepción. Sus ademanes eran distantes, rotundos, marcando distancias con los funcionarios con los que hablaba.

-Solo ha llegado una hora tarde. Pero era de esperar. Ya me avisó Dídac Fabrat. Ha sido él el que nos ha conseguido el contacto.

-¿Conoces a Dídac? Tuve la oportunidad de escucharlo una vez en directo y me pareció un artista estupendo. Mi mujer salió entusiasmada. Tuvimos la suerte de que nos saludara en un pequeño ágape que se organizó después del acto.

-Es amigo de Jorge Rios. Dídac se ha implicado en el caso a petición suya.

-A lo mejor me puedes hacer el favor de darle un libro al escritor para que me lo firme. Eso es lo único bueno que parece tener vuestro caso.

-Claro. Házmelo llegar. Estará encantado de firmártelo. Todos dicen en la Unidad que es un tipo estupendo. Yo todavía no he tenido la suerte de tratar habitualmente con él. Carmen y Javier hablan muy bien de él.

-Por cierto, da recuerdos a Javier y a Carmen. A ver si saco un rato y les llamo para cambiar impresiones.

Un policía de uniforme se acercó a Roberto para anunciarle que había llegado la visita que esperaba. Roberto se encaminó hacia la sala en donde habían acomodado al músico.

El joven no se levantó cuando Roberto  entró en la sala. Roberto fue a sonreír, pero el gesto serio incluso agresivo del músico le hizo aparcar ese gesto de cercanía.

-¿En su país no es costumbre no hacer esperar a las visitas?

Roberto levantó las cejas sorprendido.

-Son las 15,45 h. Si no me equivoco, y tengo en el teléfono el correo de D. Dídac anunciándome la hora del encuentro, hemos quedado a las 14,30 h. Usted ha llegado a esta comisaría – Roberto miró el móvil una vez más – a las 15,35 h.

-Ustedes los españoles tienen fama de impuntuales. No quiero perder mi valioso tiempo.

-Es mejor que lo perdamos los demás ¿No?

-Creo que esta entrevista ha acabado.

El joven se levantó y cogió la bandolera que había dejado en otra silla. Roberto esta vez sí sonrió y lo miró directamente a los ojos. Cogió el teléfono y llamó a Dídac, sin apartar la mirada de él.

– ¿Ya has acabado de hablar con Carter? – fue el saludo de Dídac al contestar la llamada.

-De hecho acaba de llegar y parece que ya se va, porque está un poco enfadado porque no le estaba esperando en la puerta. Su tiempo es muy valioso.

-Dile que me espere. Que ahora voy. Vamos. Me va a oír. Y que no te engañe, habla perfectamente el español. Estoy con un amigo tuyo. Quiere saludarte.

La cara de Carter Edwards se había puesto roja de la rabia.

-¿Y quién es?

-Sorpresa.

Roberto se quedó mirando al músico, que había escuchado toda la conversación.

-Parece que no te conviene que Dídac se enfade contigo – le dijo en tono melifluo. La ironía era clara, pero el antiguo alumno de Mendés no estaba para esas sutilezas.

Roberto se sentó en frente de Carter, que había vuelto a ocupar la misma silla del principio. Salvo la conversación con Dídac, Roberto siempre se había dirigido a Carter en inglés. Ahora, Roberto decidió seguir hablando en español, haciendo caso del comentario de Dídac.

-No creo que sea agradable venir aquí a encontrarte con un inspector de policía español y hablar de tu antiguo profesor de violín. Tu maestro. Si no me equivoco, has quitado de tu currículum la mención a los dos años de clases con ese profesor. En estos años, desde que acabaste su curso, te has dado cuenta de muchas cosas. De sus engaños, de que el amor que decía sentir por ti era… mentira. Que no te consideraba como un ser especial, sino como un hombre, uno más, con el que “jugar”. – Hizo el gesto con los dedos para marcar el sentido figurado de la palabra “jugar”. – Él te convenció de que eras único en su vida. Su gran amor. Y al despedirte te dijo que … “si la vida fuera de otra forma, tú y yo estaríamos juntos para el resto de nuestros días, tú, yo y la música. Pero no es posible y ahora nos tenemos que despedir. Pero tu lugar en mi corazón no lo ocupará nadie más el resto de mi vida. No sé como podré sobrellevar tu ausencia. Al menos me solazaré cada vez que te escuche tocar en la radio o en la televisión.”

-Lo nuestro fue algo verdadero. No tengo nada que reprocharle.

-¿Estás seguro? Esas palabras que te he citado, no te las dijo a ti. Al menos … no solo a ti. Nos las ha trasladado Vladimir Rostova, otro alumno de buena familia y con mucho dinero. El que ocupó tu puesto dos años después de irte. Aunque te podemos poner otra grabación que hizo Paul Bemel, un violinista francés con el que coincidiste en Madrid uno de los años. Tú eras el de los jueves y sábados, él era el de los martes y los viernes.

Roberto sacó una tablet buscó en ella y encontró enseguida el vídeo que buscaba. Puso la tablet en su soporte y lo giró para que viera las imágenes.

El músico no esperó para girar la tablet para evitar ver el vídeo. Su gesto empeoraba por momentos. La rabia, el odio … lo gracioso es que parecía que Roberto tuviera la culpa de todo.

-No hace falta decirte lo que cuesta comprar este vídeo. Con quinientas libras de nada. ¿Cobraste algo por él?

-¿Quién se ha creído que soy? Yo no necesito venderme. Mi familia … es … rica. Mucho más rica que lo que … usted no puede hacerse una idea …

-Y tú, como persona individual ¿Qué eres? ¿Quién eres?

La rabia volvió a predominar en la forma de estar del músico. De nuevo, Roberto era el objetivo de ella. Éste le mantenía la mirada, pero procuraba tener un gesto lo más aséptico posible, dándole eso sí, un matiz de cercanía y comprensión.

-¿Por qué no me cuentas como te hizo creer que eras el mejor de sus alumnos, el único que era digno de ser su amante y de entrar en esa “logia” que formaban los más poderosos, los mejores músicos de la Tierra, y en la que el resto ocupaban el puesto de sirvientes, de juguetes que solo servían para dar placer a los “Maestros”?

Carter  se hundió en la silla en la que estaba sentado. Ahora ya no miraba con odio a Roberto. Pero la rabia, la furia, seguía en él. Había cerrado los puños con fuerza. Roberto temió que se hiciera sangre con las uñas. Alargó sus brazos y le cogió las manos con las suyas. Carter lo miró sorprendido. Poco a poco le obligó a abrir los puños y a relajar las manos.

-No tienes que avergonzarte. Todos estamos de tu parte. Queremos ayudarte y a la vez que tú nos ayudes a parar a ese Mendés y a sus amigos. Vamos a tardar todavía un tiempo, pero con tu declaración y con la de otros músicos que han pasado por sus manos, podremos hacerlo. Meterlo en la cárcel y evitar que quince o veinte músicos jóvenes que empezarán a estudiar con él en septiembre, pasen por lo mismo. Tú, a pesar de todo lo que has ido descubriendo después de acabar con él, has tenido suerte. Parte de tus compañeros han acabado mal. Otros no logramos encontrarlos… algunos han tenido que cambiarse el nombre… sus familias los han repudiado…

-Alguno sé que se quitó la vida.

-Luego te agradecería que me dijeras sus nombres y las circunstancias. Pero antes, quisiera que me contaras tu historia. Con calma.

Roberto se levantó un momento y cogió dos botellas de agua que había en un pequeño frigorífico en una esquina. Le tendió una a Carter que sin ningún gesto de agradecimiento, cogió y pegó un buen trago. Roberto hizo lo mismo y se dispuso a escuchar.

-En cuanto entré por la puerta de su estudio, me empezó a comer la oreja.

Roberto se sonrió. Sin darse cuenta, Carter había vuelto al inglés. Imaginaba que le daba seguridad. Aunque su español era casi perfecto. O quizás quería poner distancia de los hechos que iba a relatar, vividos indudablemente en español.

La entrevista duró casi dos horas. Aunque Roberto se había preparado muy bien el encuentro y Tere le había pasado muchos de los vídeos que habían encontrado, algunas de las declaraciones del joven músico le conmovieron. Aunque se abstuvo de demostrarlo. Mendés, en opinión de Roberto, era un gran manipulador. Y un gran psicólogo. Iba a ser difícil pillarlo. Mientras escuchaba a Carter, Roberto fue quedándose con algunos nombres de personas de renombre y con poder. Seguro que con ellos, había hecho el profesor el mismo trabajo que con sus alumnos. Habría que desmontarlos uno a uno. Romper esos vínculos. Iba a costar. Esperaba poder hacerlo antes de que alguna otras de sus víctimas acabaran muertas. Por su propia mano, o por la mano de los matones que cada vez era más evidente, tenía en nómina esa “Logia” de los “Excelentes de la Música y el Arte”.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 79.

Capítulo 79.-

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-¡Jorge! Ven un segundo al baño. – le llamó Carmelo.

Jorge se levantó trabajosamente de la butaca. Estaba muy cansado. El esfuerzo de la charla con los jóvenes lectores había acabado con las pocas fuerzas que le quedaban después de su excursión a la Dinamo y su visita mañanera a la casa de Carletto.

-Ayúdame, anda. – le pidió Carmelo.

Jorge suspiró a la vez que sonreía.

-La madre que le parió.

Martín estaba sentado en el suelo de la ducha. Se había quedado dormido. Y parecía que su sueño era profundo, porque Carmelo no había conseguido despertarlo.

-Ten cuidado, no te vayas a resbalar. – le previno Jorge.

-Menos mal que cambiamos el suelo por uno antideslizante.

No era la primera vez que lo veían ambos. Carmelo entró en la ducha y lo agarró por los sobacos, alzándolo. Jorge había acercado una silla hasta ponerla pegada a la ducha. Había retirado la mampara. Jorge recogió a Martín en un abrazo hasta lograr sacarlo y sentarlo en la silla. Carmelo hizo de respaldo mientras Jorge le secaba cuidadosamente.

Cuando hubo acabado, Martín pareció volver unos segundos del reino de los sueños. Abrió ligeramente los ojos y sonrió a su tío.

-Te quiero Jorge. Eres la persona que más quiero en el mundo.

Jorge se agachó y le dio un beso en la frente. Le cogió de los brazos y empujó hacia él, ayudado por Carmelo que lo sostenía desde atrás. Jorge lo abrazó mientras Martín rodeaba su cuello con sus brazos y se aupaba y rodeaba la cintura de Jorge con las piernas recostando la cabeza sobre su hombro

Así lo llevó hasta la habitación. Carmelo se había adelantado. Abría la cama para poder acostarlo. Puso una toalla sobre la almohada para que el pelo todavía húmedo no la empapara.

-Ves Carmelo, Jorge si me puede llevar en brazos. – afirmó entre sueños Martín. Carmelo sonrió negando con la cabeza.

-No parecía tan cansado en el restaurante. – opinó Carmelo que observaba como Jorge lo arropaba y le daba un beso en la frente.

-Duerme mi niño. Estamos en la habitación de al lado – le susurró al oído.

Jorge se refugió en los brazos de Carmelo.

-Tengo que pensar en Martín. Hoy ha vuelto a conectar con ese chico, Esteban. Como el otro día con Saúl.

-Habrá aprendido de ti, a ver en la gente.

-A lo mejor por eso está tan cansado. – no lo dijo a nadie en concreto. Parecía un pensamiento dicho en voz alta. Aunque también se le pasó por la cabeza, que si le había visto desde la terraza irse o volver, tampoco habría dormido mucho después de volver de la discoteca. Y todo ello sin olvidar que Martín no estaba acostumbrado a esa actividad, porque no le gustaban las discotecas. Un hecho que era contradictorio porque Martín estaba siempre escuchando música y sus playlist de Spotify eran seguidas por cientos de personas, incluidos Carmelo y Jorge. Para cada uno había creado una playlist específica. Y los dos las escuchaban con frecuencia.

Jorge hizo una mueca mientras le indicaba a Carmelo que salieran de la habitación. No cerró la puerta del todo. Solo la entornó. Desde siempre, a Martín no le gustaba dormir en un cuarto cerrado. Cuando era pequeño, algunas noches que dormía en casa de Jorge se despertaba e iba a refugiarse en la cama de éste. Se acurrucaba en una esquina y se quedaba dormido al instante. Siempre procuraba no molestar a Jorge. Éste a veces, solo se percataba de ese hecho por la mañana, al despertarse y verlo en una esquina de la cama. Entonces, solía abrazarlo y pasaba así el rato que le quedaba a Martín hasta que abría los ojos.

Nunca decían nada. Ni Martín ni Jorge. Nunca lo comentaron con sus padres. Carmelo lo sabía porque lo había visto alguna vez. Y Quirce su hermano, también, porque a veces en su casa, lo hacía con él.

-Mañana tiene que madrugar. Le viene a buscar el coche de producción a las ocho. – apuntó Carmelo cuando salieron del cuarto.

-¿Cuándo vais a acabar con ese rodaje? ¿Ya sabéis lo que estáis haciendo?

-Ni idea. Pero rodando a lo largo de un año, parando por el covid, volviendo otra vez pero sin parte del elenco, y parando de nuevo… no lo sé. Luego tengo que ir para rodar otra escena. Y creo que tengo que volver a Londres en unos días. Mucho de lo que hacemos es repetir escenas ya rodadas o algunas para adecuar la trama a … muchos actores han cambiado. Es un lío. Me temo que tanto esta peli como la de Londres van a ser dos fiascos.

-Otra vez de rubio rubio. – se quejó Jorge con su mejor gesto de fastidio divertido.

Carmelo se rió y besó a Jorge.

-Ayúdame y le preparamos una maleta con la ropa que nos ha cogido del armario.

-A lo mejor no hace falta. Si se va a venir… se la guardamos en su armario ¿No?

-A lo mejor la quiere utilizar ya. Tiene la ropa muy castigada. Si tiene que ir a algún sitio estos días… no puede ir con gran parte de lo que tiene. Creo que va a una sesión de fotos para ICON en unos días. Puede que tenga más cosas de ese estilo.

Carmelo se subió a una pequeña escalera que tenían en una especie de trastero y bajó una bolsa de viaje.

-Coge una más grande. Han llegado la camisetas de “la Casa Monforte”. Y tres jerseys.

-¿Para nosotros no han mandado?

-Sí. Están las cajas en el armario de la entrada. No me apetecía guardarlas. Martín no es el único que anda hoy al límite de las fuerzas. Las he dejado ahí de momento.

Carmelo se bajó de la escalera con la bolsa que le había indicado Jorge. La puso sobre una mesa que tenían cerca de los armarios. Allí ya estaba parte de la ropa que había escogido Martín, a parte de la que había llevado a la charla. Carmelo añadió media docena de sus calzoncillos sin estrenar. Y las camisetas de las que le había hablado antes.

-Ponle esa camisa que te está justa. – le recomendó Jorge. – Le he visto antes que la miraba con ganas. Como te ha pedido las Converse, no se ha atrevido a pedirte más.

-Espera, que tengo otras dos… mira, aquí están.

-Y esas dos cazadoras que encogieron cuando las llevaste al tinte. A él le estarán bien.

-Tienes razón. Apenas las usé además. Y espera, le voy a meter estas Nike y dos pares más de Converse.

-Tienes ahí esas Adidas también.

-Bien visto. No me acordaba de ellas.

-Joder, esas camisas son de tu época de estar súper delgado.

-El otro día las vi. Me las debí dejar alguna noche que dormí aquí. Cuando me fui a vivir a Concejo. ¿Me has contestado a lo de que…?

-Sí. Nos han mandado tres juegos de cada. Han mandado también a Álvaro y al resto. Bernabé e Iván han pensado abrir una tienda virtual para venderlas cuando salgan los programas de Pasapalabra. Y dedicar los beneficios a alguna obra benéfica. La idea me ha parecido estupenda. Le he dicho que llamen a Óliver, para que prepare los papeles y hable con la editorial. Deben ceder sus derechos. Mi parte la donaré a vuestra ONG. Que te recuerdo deberíamos activarla.

-¿Y si no lo hacen? Si la editorial…

-Publicaré los cuentos con Ovidio. No tengo nada firmado. Y no volverán a reeditar ninguna de mis novelas. Tengo varios proyectos en ese sentido… no se lo he comentado todavía. Puedo ir a cualquier otra editorial. No hay nada que me comprometa con ellos. A partir de ahora, o se hace lo que yo diga, o me mudo. Y de todas formas, habría que ser subnormal para rechazar una publicidad gratis.

-Por cierto, he visto esta mañana las listas de ventas, sigues en el número uno. Y eso que ha sacado novela Juan Gómez Jurado.

-Me da que la gente, después de siete años, estaba ansiosa. A parte, por las cifras que me envían, el segundo de la lista vende una tercera parte que nosotros.

-Deberías estar orgulloso y parece que…

-Estoy cansado. No me hagas mucho caso. Claro que me alegra. Era uno de mis miedos silentes, de los que no digo en voz alta. Pensaba que a lo mejor, después de tanto tiempo y la verdad, tampoco le he puesto mucho empeño a la promoción… las ventas se iban a resentir.

-Las entrevistas con Carletto te ayudarán…

-Sí, sí. Se ha debido notar un aumento significativo en las ventas, tanto en papel como en e-book. Fue además un feed-back inmediato. Es claro que Carletto llega a un público al que no llegaría por otros medios tradicionales. Y parece que se está notando también en la venta de “Tirso” y en “deLuis”.

-Tienes que preguntar a la editorial por esas novelas tuyas que te dijeron que estaban descatalogadas.

-Son las dos primeras. Y “La angustia del olvido”. Según me han dicho, están ya imprimiendo. De las dos primeras iban a hacer unas reediciones especiales. Al final con todo este lío… no han hecho nada. Eso me ha dicho Óliver que ya va tomando las riendas. Me da que Esther no está feliz con tenerle pendiente de mis cosas. Pero para hacerlas, tengo que dar mi permiso. Y no me lo han pedido.

-Ellos se lo han buscado. A lo mejor si no insiste Óliver, ni se hubieran preocupado de hacer una nueva reimpresión. No acabo de entender tanta desidia.

-A Óliver le ha dado la impresión de que no querían hacerla para renegociar nuestro acuerdo. Como ya no van a sacar tajada de la gestión de mi agenda ni de los trabajos que no cobraba yo, creo que pretenden ir rebajando mi porcentaje. Cada edición de cada novela, hay que firmar un contrato. Porque nunca quise firmar un contrato general que me vinculara a ellos. Vamos novela a novela. Reedición a reedición.

-O sea que mañana mismo puedes irte con los cuentos, por ejemplo, a otra editorial.

-Sí. Porque no firmamos nada. Se lo dije a Dimas el día que detuvieron a Jorgito. Así que… ya no volvimos a hablar del tema. Y me puedo ir con una nueva edición de “La angustia del olvido”.

-Con suerte en la editorial no sabrán nada del tema.

-Bueno. No había caído en ese detalle. Habrá que plantearlo. Me apetece publicar los cuentos. No sé si comentárselo a Ovidio.

-¿Le has preguntado por aquellos rumores de que ibas a irte con él?

-No. No me he atrevido. Cada vez que me encuentro con él, parece que tiene cosas importantes de las que informarme. Y luego… me ha llegado algún rumor de que se reúne con personas que en apariencia no me quieren demasiado. No sé si puedo confiar en él.

Entonces es como el decano, que navega por aguas turbulentas.

Jorge resopló resignado. Estaba un poco despistado con todos esos temas. No sabía que pensar. Por más que le daba vueltas a la cabeza, no acababa de llegar a una conclusión que le satisficiera.

-Si me voy con los cuentos donde Ovidio, a Esther le da un síncope.

-Repito: ellos se lo han buscado. Esther no puede ser ajena a todo. Estaba pendiente de tu cuenta, según me contaste. Y el desastre con la gestión de tu agenda…

-No digo nada. Si tienes razón. Óliver y Sergio, por cierto, han llegado al acuerdo de que Sergio se ocupa de mi agenda y de mis apariciones públicas. Va a ejercer a todos los efectos como un representante. Óliver se encargará de velar por mis intereses en la editorial. Sergio se va a ocupar también de mi redes sociales y de hacer un seguimiento de lo que se dice de mí por ahí.

-Vaya con Sergio.

-Tendré que preguntarle lo que me va a cobrar. A lo mejor te lo cobra a ti. – Jorge guiñó un ojo a Carmelo. Éste se echó a reír.

-Me da que algo tenéis del pasado… él siempre te ha tenido como… cariño. No creo que me lo cobre a mí de tapadillo. Te advierto que su comisión conmigo es… relativamente baja. Otros me cobrarían al menos el doble.

Jorge se quedó pensativo. Empezaba a pensar que urgía una conversación con Sergio, y no solo con relación a su ex-socio Toni.

-Llevo pensando unos días… – Carmelo se había parado después de coger dos pantalones de su armario para dárselas a Martín – ¿Y si abrimos una asociación para ayudar a los jóvenes necesitados de ayuda psicológica? Para los Esteban, Saules, Patricks… ¿Adela se llamaba esa chica de la reunión?

Jorge se quedó pensativo. En ese momento no era capaz de recordar su nombre. Su cabeza no funcionaba ya adecuadamente.

-Me parece bien. Pero yo añadiría a esos chicos y chicas que no tienen dónde refugiarse. Esos que el sistema abandona cuando cumplen la mayoría de edad y que se encuentran en la calle. Todo bajo el paraguas de vuestra Fundación. Por cierto, convenía que la sacaras de su hibernación. Creo que ya te lo he dicho antes, perdona. Posiblemente la necesitemos para pagar las clases de Sergio Plaza. Sus padres se niegan en redondo. Su padre en realidad. Nati no quiere… enfrentarse a él.

-Ayuda integral. Y apoyo para las carreras destrozadas de algunos de esos chicos. Me parece bien. Hablaré con Cape y con Sergio Romeva. Sergio te recuerdo que participa en la Fundación.

-Podríamos poner a Óliver al frente. Como cabeza visible. A él y a Sergio Romeva. Para que no figures tú, ni Cape ni yo.

Carmelo asintió con la cabeza. Mientras hablaban habían llegado a su rincón. Jorge se había sentado en su butaca y como casi siempre últimamente. Más que sentarse se había caído a plomo en ella. Carmelo se había sentado en su regazo.

-Hemos dejado a medias al final la bolsa de Martín – se quejó Jorge.

-Está todo listo. Solo es meterlo en la bolsa. No te preocupes. Me levantaré para ayudarlo y despedirlo. Tú puedes seguir durmiendo. Luego tienes que ir a la comida con el embajador y su madre. No te tienes en pie, escritor. Creo que debes bajar el ritmo.

-La comida del embajador… me apetecía pero en estos momentos… me da una pereza… del embajador y unos amigos. La lista de comensales se va ampliando. Cada vez se parece más a un evento social de alto copete. Yo pensaba en una comida íntima para charlar con su madre… no sé que pretende.

-Pues me apunto. Así no estás solo.

-¿No tenías rodaje?

-No te preocupes. Ya me organizo. Me ha dicho Sergio que es solo una escena. Que no cree que me lleve mucho más de un par de horas.

-Pues le escribo al embajador. Que ponga un cubierto más. Así luego me apoyo en ti si me voy tambaleando si me fallan las fuerzas.

-Mira que eres dramático. Estás llegando a unos niveles… – bromeó Carmelo.

Jorge no lo dudó y escribió el mensaje en ese momento.

-Ya me contestará por la mañana.

-Por cierto, Ely me ha caído genial. Y tenías razón.

-¿A qué si? Me gustaría saber como ha salido de la red.

-El decano ha tenido algo que ver. Fijo. Si has tenido la impresión de que quiere contarte algo y luego se echa para atrás… y a parte, explicaría ese comportamiento tan raro que me comentó Javier el otro día que tiene cuando van a preguntar al campus. A Aritz y a él les tiene amargados. Y ese Esteban de la charla. Mira, decías que no se iban a acercar esos chicos a la charla y a falta de uno, dos. Los chicos de Jorge.

A Jorge casi se le escapa que Nacho le había avisado de que iban a ir algunos de esos chicos. Pero se dio cuenta a tiempo que no le había contado nada de ese tema a Carmelo. De todas formas, Nacho le había dejado entrever que iban a ir varios. Posiblemente había habido más que habían pasado desapercibidos.

-Que sepamos. – dijo Jorge – El benjamín… no sé yo.

-Pero todavía es peque. Ha dicho que tenía dieciséis ¿No?

-Saúl también lo es. Mira, al menos Carletto se ocupa de Saúl. Me ha mandado un mensaje Roger para decirme que hablan cada día. Y que Saúl está mejor. Mañana a ver si le llamo yo.

-Eso está bien.

-Si no tuviéramos lo del embajador, a lo mejor me acercaba. ¿Te quedaste con el teléfono de ese Esteban?

-Sí. Me ha escrito su padre. Le gustaría hablar con nosotros.

-Vaya. Otra vez se nos acumula el trabajo. Y tenemos lo de París cerca. Estoy mosca. No recibo ningún mensaje de los lectores franceses.

-A lo mejor la editorial no te los remite.

-No sé que pensar. Antes era inmediata la respuesta. Ahora, ni un correo.

-De todas formas ya queda poco. Saldremos de dudas. Lo veremos con nuestros propios ojos.

-Estaba pensando que a lo mejor te puedes acercar tú a hablar con el padre de Esteban.

-Puede que prefiera que vayas tú. Tus libros…

-Tú eres Dios, recuerda. Se lo he escuchado a muchos. Si no recuerdo mal, alguien lo dijo en la charla.

-Lo intento. Cuando salgamos de la comida del embajador, le mando un mensaje. Esa comida puede alargarse.

-Al menos la vamos a hacer en horario español.

-Si hubiera sido a las doce, no hubiera podido ir.

Jorge recibió en ese momento un mensaje de Sergio Romeva.

-Vaya. Me he equivocado de día en lo de la comida con el embajador. Es pasado.

-Mira, mejor. Así mañana descansas.

-A lo mejor me paso a ver a un “amigo” que está alojado en una residencia de reposo – Jorge sonrió triste.

-No quieres perder la apuesta con Olga. – Carmelo enseguida se había percatado que se refería a Nuño, el violinista amigo de Javier.

Jorge se sonrió.

-En realidad… no pensaba en eso. Antes de ir a ver a esos dos músicos que salen en el vídeo del hijo de Nati, quisiera que Nuño me ilustrara de algunas cosas. A parte, cuando estuve con él… me dio pena no quedarme más tiempo. Me subyugó. Es un tipo verdaderamente interesante.

-A ver si te ha conquistado… ¿Es guapo?

-Igual a Javier.

-¿Otro como yo y Martín?

-¿El burro delante? “Yo y Martín”.

-Tú estás cansado, pero yo no puedo presumir de estar mucho mejor.

-La disculpa que te has buscado es muy burda.

-Mañana prometo mejorarla.

-¿Nos vamos a dormir? Te juro que yo si que voy a empezar a balbucear en cualquier momento.

-¿Quieres que duerma en la otra habitación por si acaso Martín se pasa a tu cama?

-¿Dices? Hace tiempo que no lo hace.

-Hace tiempo que no se quedaba dormido así por las esquinas.

-No sé que decirte.

A Jorge le costaba renunciar a dormir con Carmelo. Cuando le había acompañado a Francia durante el rodaje de esa serie, se había dado cuenta de que dormir con él le daba paz. Carmelo le leyó la mente y le besó apasionadamente.

-Te dejo este beso para que no me eches de menos esta noche, escritor.

-¿Te he dicho que cada día estás mas atractivo?

Jorge acarició suavemente el pecho de Carmelo con sus dedos.

-Lo hago para que disfrutes de la vista, del tacto y del sabor.

-Cabrón, que te he dicho que no toca.

-Pues ya puede ser eso del Nirvana algo como súper especial. – bromeó Carmelo.

-Bobo, hazle la bolsa a Martín. Y vete a dormir. Que estás matao también tú.

.

Jorge abrió los ojos por la mañana. Y lo primero que percibió es que la habitación no estaba a oscuras del todo. También pudo observar que la puerta de la habitación estaba entreabierta. Se sonrió porque supo que al darse la vuelta, iba a encontrarse a Martín, acurrucado en una esquina, en posición fetal.

Alargó el brazo y lo atrajo hacia sí. Lo pegó a su cuerpo y lo abrazó. Le besó en el cuello. Martín suspiró en sueños y buscó su mano para agarrársela.

Jorge veló ese rato el sueño de su sobrino. Sabía que le quedaban no más de media hora.

Ya tocaba. Martín empezó a mover las piernas. Y de repente, abrió los ojos. Se encontró con la sonrisa de Jorge y con su mirada. Martín sonrió feliz. Besó a Jorge en los labios más intensamente que nunca.

-Te quiero tío. Te lo juro. Eres la persona que más quiero en el mundo.

-Que sepas que yo también te quiero. Anda. Levanta. Huelo a café. Carmelo debe estar preparando tu desayuno.

-¿Te levantas conmigo?

-Claro.

Martín salió de la cama antes. Tendió los brazos a Jorge para ayudarle a levantarse. Le dio otro beso y salió corriendo a buscar algo de ropa que ponerse.

-Te cojo unos calzoncillos – le gritó a Carmelo.

-Los que quieras. Ya sabes dónde están.

Jorge fue sonriendo hacia la cocina. Carmelo le recibió con un beso apasionado.

-Te he echado de menos, escritor.

Martín venía ya vistiendo unos calzoncillos de Carmelo y una camiseta que le había mangado a su tío. Abrazó a Carmelo y le dio un beso.

-Gracias.

-Anda, desayuna. Te he preparado una bolsa con toda la ropa. Te hemos añadido algunas cosas más.

-Vale, gracias. ¿Han llegado las cosas de “la casa Monforte”?

-Sí. Lo tienes en la bolsa. – le contestó Carmelo – Aproveché y coloqué las cosas en nuestros armarios – esto último se lo dijo a Jorge que le sonrió para agradecerle.

-Guay. Voy a sacar una para llevarla hoy puesta. Quiero que me vean con ella. Luego tengo una sesión de fotos para ICON. Me han pedido que lleve el look que quiera.

-Pensaba que esa sesión era dentro de unos días.

-No. Lo que es la semana que viene es una publicidad que tengo.

-Así que vas a ir de…

-Jorge Rios y de Carmelo del Rio. Mi tío y mi hermano.

-Los dos se echaron a reír por la ocurrencia.

-Y lo voy a decir.

-No lo digas. Que sea un secreto entre nosotros. Un guiño.

-Si me pregunta quién me aconseja en ropa, lo voy a decir.

-Haz lo que quieras. Es imposible…

-Por eso me quieres tanto ¿No?

-Acaba de desayunar y vete a duchar. Que tienes al coche esperando.

-Voy en un plis plas.

Y no mintió. En quince minutos estaba duchado y perfectamente vestido. Llevaba las zapas que le había aconsejado Carmelo el día anterior y la camiseta rosa fuerte de “La Casa Monforte”. Llevaba por encima una americana de Jorge de color negro y un collar de oro que también le había mangado a Jorge.

-Te sienta bien ese collar – le dijo Carmelo. – Pues te va a salir un gran reportaje en ICON. Me gusta tu look.

-¡¡Gracias!! ¿Te gusto Jorge?

-Reconozco que vas hecho un pincel.

-Esa expresión es de tu abuela por lo menos – se rió Carmelo.

Jorge le hizo un gesto con las manos para indicar que por ahí andaría. Pero le gustaba ese dicho.

-El collar además, va muy bien con la camiseta y la americana. Y con tus ojos.

Los pantalones eran unos vaqueros también de su tío, al que había dado la vuelta a los bajos, para no pisarlos. Jorge era un poco más alto que él.

Agarró la bolsa que le había preparado Carmelo con la ropa y besó a ambos antes de salir corriendo.

-Tendremos que ir a comprar ropa. Ahora sí que sí. – se rió Carmelo.

-Confiemos en Bernabé.

Carmelo se fue a duchar. Llegaba ya el momento de irse también al rodaje. Jorge se quedó en la cocina, disfrutando del café. Puso la tele para echar un vistazo a las noticias. Para su sorpresa, se encontró con su foto en pantalla. Subió el volumen.

-Queremos saber por qué día tras día, hay un bulo sobre la muerte de Jorge Rios y de su pareja Carmelo del Rio. ¿De dónde salen esas mentiras reiteradas? Hemos llamado a la agencia que representa a Carmelo, y nos han dicho que ambos declinan de momento hacer declaraciones al respecto.

-Parece que la agencia de Carmelo del Rio ha tomado también la representación de Jorge Rios. – apuntó un colaborador.

-Es oficializar lo que ya llevaba tiempo ocurriendo. Sergio Romeva lleva una temporada larga haciendo muchas gestiones por cuenta de Jorge Rios. Ten en cuenta que Sergio es amigo de hace muchos años tanto de Jorge como de Carmelo. Su relación rebasa la relación profesional.

-Sergio Romeva es además uno de los mejores representantes de actores de España – comentó la presentadora.

Carmelo venía secándose. Había oído las palabras de la presentadora.

-No me jodas.

-Tiene razón, una al día.

-No ha dicho nada Sergio. No ha sonado mi móvil ¿No?

-No. Está aquí. Tengo los dos a mi lado. Ninguno ha sonado.

-Estará su gente trabajando para desmentirlo.

-Esto empieza a oler a mierda. Y no sé hasta que punto es conveniente entrar al juego todos los días a desmentir la noticia. A lo mejor la gente de Sergio ha pensado que es mejor tener ya un perfil bajo al respecto. Y nosotros, cuanta menos importancia le demos, yo creo que mejor. Aunque solo sea por nuestra salud mental.

Carmelo se fue a vestir mientras Jorge seguía atento a la televisión. En realidad no decían nada nuevo que no supieran. Era lo mismo que Álvaro les contó hacía unos días y que luego pudieron comprobar por ellos mismos. Y lo que a Carmelo le había llegado en el rodaje un día antes. Ese día tocaba otro capítulo del folletín.

-Nada, lo de siempre – respondió Jorge ante la muda pregunta de Carmelo. – Lo que pasa es que en mayor o menor medida, eso pasa cada día, aunque no nos enteremos. Me imagino que por eso nadie nos avisa, salvo que coincida que nos llamemos o nos veamos.

-Me voy. Luego te veo en el Intercontinental.

-Que no es hoy la comida.

-Joder es verdad. ¿Qué vas a hacer al final?

-Creo que al final iré a ver a Nuño, como te dije anoche.

-A lo mejor me paso entonces por la productora para ver como van los preparativos de “Tirso”.

Jorge en cuanto Carmelo salió de casa, apagó la televisión. Tuvo la certeza de que se iban a pasar la mañana en ese programa hablando del tema, sin sacar nada nuevo. Sin descubrir nada.

Álvaro le había mandado un mensaje para avisarle de que estaban hablando del tema en la tele. Estaba rodando un anuncio publicitario. Esta vez era una campaña seria y bien pagada. Había surgido justo al día siguiente de grabar los programas de Pasapalabra. El actor que estaba previsto parece ser que se había contagiado de covid y no podía hacerlo. Y la campaña urgía.

Recibió un mensaje de Saúl, el chico de Roger. Se decidió y marcó el teléfono.

-Saúl, cariño. ¿Cómo estás?

-Guay. Joder, mola que me hayas llamado. Quería charlar contigo.

-Pues tengo tiempo. Así que soy todo tuyo.

Pasaron un rato agradable. Saúl la verdad es que estaba resultando un chico majo y sensible. Jorge se alegró de saber que parecía que llevaba unos días más tranquilo, pudiendo dormir mejor. Ya no se agobiaba a cada momento e incluso estaba pensando en volver a ir al instituto. Todo parecía mejorar. Hasta su voz ya no era tan ronca, tan salida de ultratumba. Tenía algo más de vida. Aunque seguía siendo una voz muy grave.

-Voy con retraso, pero me da igual. Ya les alcanzaré. Tonto no soy, lo sé.

-Tío, pero hoy todo son buenas noticias.

-Va, no todas.

-Cuéntame. ¿Qué te preocupa?

-Noto a Roberto un poco… triste.

-¿A sí? Hace un par de días que no hablo con él. – mintió Jorge. Quería que le dijera sus impresiones sin condicionarlo.

Y le estuvo contando.

-Que a lo mejor son neuras mías.

-Dime que te dicen esas neuras tuyas.

-¿Qué está acojonado? O preocupado, no sé. Por él o por algún amigo. Llegué a pensar en que era por ti. Como todos los días salen esos bulos… pero mi viejo está tranquilo al respecto. Así que sé que no te pasa nada. Él está pendiente.

-¿Te ha dicho Roberto si le han amenazado o algo?

-Na. De eso no dice nada. Solo se preocupa porque yo esté guay. Pero no se da cuenta que no me he caído de un guindo. Que yo soy más joven, pero que no soy un niño. Sobre todo después de lo que he vivido.

-¿Y que dice tu padre? ¿Lo has hablado con él?

-Que ha mandado a un colega a echarle un vistazo. Me ha dicho que no me preocupe.

-Entonces está a salvo. No hay que preocuparse. Confía en tu padre. Yo lo hago.

-Si papá le ha mandado a un colega…

-No le des vueltas. Los colegas de tu padre son buenos. No le pasará, nada. Y lo habrá enviado para que tú estés más tranquilo. Luego le llamo a ver si puedo quedar esta tarde con él. Ahora tengo un compromiso.

-Joder, ten cuidado. Ya sé que vas con la poli, pero por si acaso.

-Tranquilo. Hablamos ¿Te parece?

-¡Guay! Un beso.

Jorge se quedó pensando un rato. Sabía que Roberto estaba bien. Posiblemente estaría durmiendo en su nueva casa. Helga y Raúl con la ayuda de Nacho, se habían ocupado. De todas formas intentó llamar a Roberto, pero tenía el teléfono apagado. Quería avisarle y decirle que llamara a Saúl. A parte quería saber por su boca como estaba. Nacho le había mantenido al tanto de sus acciones, al igual que Helga. Le mandó un mensaje para que llamara a Saúl y que le contestara para quedarse tranquilo.

Jorge se sentó en su butaca y pensó en leer un rato para distraerse. Pero… echaba de menos a Carmelo sentado en su regazo. O a Martín sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en sus piernas. Cerró los ojos unos segundos, y se quedó dormido.

Roberto no supo de donde vino el primer puñetazo. Ni el segundo. Tampoco se enteró de que número hizo el ultimo golpe que recibió antes de que una señora que pasaba por allí, gritara pidiendo ayuda. Eso lo recuerda pero dentro de una nebulosa revestida de desasosiego y dudas.

No recuerda apenas el viaje en ambulancia al hospital. Solo recuerda que la médica le iba revisando el cuerpo. De que alguien le había cortado los pantalones con unas tijeras. Debería gastarse un dinero no previsto en ropa.

El tenía un presupuesto que seguía a rajatabla. Ganaba mucho dinero, pero su familia le había metido tanto miedo sobre el futuro, que procuraba ser frugal en sus gastos. Y no aflojaba aunque sus ingresos siguieran aumentando. Se acercaba la campaña de Navidad y tenía ya cinco patrocinadores más. Uno de comida rápida, otro de perfume, una marca de teléfonos móviles, había renovado con El Corte Inglés, y tenía ahora también una empresa que vendía muebles. Le iba a cambiar todo su estudio, a parte de ponerle una mesa para las entrevistas y unas sillas nuevas, de las más modernas y cómodas. En la entrevista a Jorge Rios, se había dado cuenta que no estaba bien preparado para eso. Y necesitaba un par de cámaras más. Eso se lo pediría a los Reyes Magos, ya en el presupuesto de enero.

Un médico joven lo recibió en Urgencias. Pareció reconocerle. Creyó escucharle decir su nombre artístico. Pero era demasiado esfuerzo para las pobres fuerzas de las que disponía y cerró los ojos. Ese médico le dio un par de sopapos para despertarlo, pero le dio igual. Cerró los ojos con la intención de no abrirlos de nuevo.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 63.

Capítulo 63.-

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-De todas formas, vamos a empezar a prepararlo todo.

Carmelo y Jorge estaban en la cama. Había sido una noche de descanso, pero también de amor y pasión. Al despertar ambos, a ninguno le había apetecido dejar de tocar la piel del otro. Jorge había recostado su cabeza sobre el pecho de Carmelo. Éste le acariciaba suavemente con la yema de sus dedos. Jorge levantó un momento la cabeza y buscó los labios de Carmelo. Le besó suavemente.

-Escucho a tus neuronas rular, escritor. Y me temo que no es que estés maquinando tu próxima novela. Y tampoco estás pensando en lo que te he anunciado sobre la merienda como agasajo al equipo de Pasapalabra. Estoy seguro que ni me has escuchado.

-A lo mejor te necesito. – Jorge salió de su abstracción de repente. Carmelo se reafirmó en su convencimiento de que el escritor no le estaba prestando demasiada atención.

-Dime. – se ofreció poniendo una sonrisa tierna.

-¿Te vienes conmigo de viaje?

-¿Cuando?

-Ahora.

Jorge le contó por encima las novedades del caso de Sergio. Y la preocupación que les había entrado a Carmen y Javier sobre su estado. Sobre la posibilidad de que sus padres le intentaran anular mental y emocionalmente.

-Eso no hacen los padres normales. Son cuatro casos los que son así de manipuladores y castrantes. Ya superamos esa media ampliamente en nuestro entorno. Un caso más sería… sería como si tuviéramos imanes que atrajeran a padres de ese tipo. Y además, si solo lleva un par de días allí.

-Ya. Pero ayer en la misma mesa, Javier y Carmen estuvieron con dos cuyos padres tomaron la misma decisión al ver los vídeos que les enviaron de sus retoños teniendo sexo con hombres. Ni quisieron escuchar sus explicaciones. En el caso de Yura, ni siquiera le preguntaron si era homosexual. Lo dieron por hecho. En el caso de Jun, no lo es. Pero les dio igual. Según ellos, había humillado a su familia. Encima que todo lo había hecho buscando el triunfo que le reclamaban sus progenitores. Tenemos a tus padres. Tenemos los míos. Está claro que para que Mendés u otros parecidos decidan elegir a ciertos chicos, quiere decir, con toda probabilidad, que los ha investigado antes, a parte de que sean de su gusto físicamente. A parte de otras consideraciones en el caso de Sergio que no podemos demostrar, pero que Carmen y Javier parecían dispuestos a tomar en consideración. La decisión del padre de preferir a Mendés en lugar del profesor austriaco… es cuando menos sorprendente.

-No entiendo como ese Mendés puede echar por tierra a músicos prometedores. Lo entendería si cogiera a músicos sin futuro, mediocres y que los convenciera de que no tiene nada que hacer en la música, salvo agasajar a los maestros y que estén felices para satisfacer el ansia de arte que tiene el mundo.

-¿El mundo tiene hambre de arte? – Jorge imprimió a sus palabras toda la ironía de la que fue capaz.

-Es una forma de hablar. Si somos estrictos a lo mejor no entraríamos ni tu ni yo.

-Tus películas no son del estilo de Bergman, ni Truffault, ni mis novelas van firmadas por Victor Hugo o por Lope de Vega. Pero creo que no desmerecemos mucho. Al menos tú que eres multipremiado. Goyas, Césares, Mejor actor europeo, mejor actor en Cannes, en Venecia, en Valladolid… y tus interpretaciones siempre son apabullantes. Y un puñado de ellas, magistrales. Y puñado grande a fuer de ser sincero.

-Eso para los puristas no tiene importancia.

-También has hecho teatro.

-Pero no a Valle Inclán o a Lope.

-Has hecho dos Shakespeare.

Carmelo se encogió de hombros. Era su forma de decir que para algunos, no había dado la talla en sus interpretaciones. Aunque siendo sinceros, él tampoco estaba satisfecho con su trabajo en esas obras.

-Entonces yo que no he ganado nada…

-Tienes el favor del público. Te parecerá poco. No es que seas un vendedor de best sellers. Solo al menos. La repercusión que tienen tus personajes en tus lectores es… no te lo digo porque seas el amor de mi vida, pero, no creo que nadie pueda presumir de llegar a ese nivel de… identificación. Quizás Arturo y Ernesto. Y a parte, tienes la admiración de esos jóvenes. “Los chicos de Jorge”. Eso vale más que cualquier reconocimiento. Tus libros los ondean como sus banderas de vida y redención. Banderas de esperanza.

-Ahí has estado bien – Jorge volvió a besar a Carmelo. – Y si el Mendés ese lo hiciera con malos músicos ¿Estaría justificado?

-Nunca está justificado. Quiero decir, que para su prestigio como profesor, sacar a un Sergio adelante y que en su biografía diga que ha estudiado con él, le daría más crédito. Y podría plantearse hasta cobrar más. Pero en cambio, para un gran músico que cae en sus manos, lo destroza.

-Es una forma de verlo, sí. Pero en este mundo de… orgullos desmedidos, de poder… la razón del común de los mortales no parece a veces… razón. Y la sin razón, se convierte en razón. Para ellos, quiero decir.

-¿Serías capaz de repetir eso que has dicho? – Carmelo imprimió a su pregunta todo el sarcasmo del que fue capaz.

-Ni por asomo. Confío en ti para que me lo recuerdes luego y lo escriba.

-No estaba atento. – siguió con la broma. – No me pellizques, cabrón.

-¿No me haces ni caso?

-Como tú antes. Has pasado de mi culo. No te has enterado de nada de mis planes para la merienda de Pasapalabra. Y eso que yo no fui. Que lo hago para que tú y tus “amiguitos” quedéis bien.

-No vas a Pasapalabra porque no quieres. Y de todas formas, todos saben que la merienda la vas a preparar tú. Y perdona, mis “amiguitos” que me presentaste tú, porque antes de ser míos, fueron tuyos. Y lo siguen siendo. Ya veríamos en caso de que nos separáramos, de todos ellos, los que seguirían en contacto conmigo.

-Ya vas con tu “amiguito” Álvaro a Pasapalabra. Álvaro ha pasado de ser mi amigo a ser conocido por ser el amigo del escritor.

-Celoso. ¡Estás celoso!

-A mucha honra. Y ahora dime por qué quieres que te acompañe en ese viaje.

Jorge alargó el brazo y cogió su teléfono de la mesilla. Buscó algo y le tendió el móvil a Carmelo. Éste lo cogió y nada más ver la pantalla, levantó las cejas sorprendido al ver quién era la persona de la foto.

-Nati Guevara. Ni sé la de tiempo que no sé de ella. Ni falta que hace, por otra parte. ¡¡Joderrr!! Y yo que pensaba que me había librado de ella para siempre.

-Es la madre de Sergio.

-No me lo puedo creer. Hay que reconsiderar lo de que seamos imanes para … indeseables como esa. No me lo puedo creer. Esto no puede ser cierto. No nos puede estar pasando. ¿Esta cabrona la madre de Sergio el de Javier? Increíble.

Carmelo le devolvió el móvil a Jorge. Se tumbó de nuevo en la cama mirando al techo. De vez en cuando resoplaba. Jorge estaba de medio lado, observando a su novio. Ver la foto de esa mujer, le había afectado. No era para menos. Esa mujer era… dejaba huella en todos los que habían tenido la desgracia de tratar con ella.

-A lo mejor no te apetece enfrentarte a ella.

-No la tenía miedo cuando era un adolescente. Menos ahora. Eso no quiere decir que me esté muriendo de ganas de echármela a la cara.

-Te negaste a trabajar con ella una vez.

-Cierto. Si puedo elegir, prefiero trabajar con buena gente. Ella no lo es.

-¿Y?

Carmelo apartó la ropa de cama y se levantó de un salto.

-Vamos. ¿No decías que nos íbamos de viaje?

Carmelo salió enfadado de la habitación camino del baño. Jorge empezaba a arrepentirse de habérselo pedido. Descubrir esa noche quién era la madre, le había roto los esquemas a él también. Carmelo se había negado a trabajar con ella, justo antes de que Nati decidiera retirarse del cine para cuidar de su familia. Pero él también había tenido con ella sus más y sus menos. Habían llegado a discutir de forma muy intensa. Alguna vez el tema de la discusión, si no recordaba mal, había sido Carmelo. Mucho antes incluso de que ellos se conocieran. Ella le demostró todo lo que lo despreciaba y él, a cambio le enseñó lo ruin y despreciable que era, a parte de ser una inculta supina, aunque se las daba de ser una entendida en cualquier materia de la que se hablara delante de ella.

Carmelo volvió sobre sus pasos. Se apoyó en el marco de la puerta.

-Creo que te equivocas en que vayamos lo dos. Si conseguimos que Sergio venga, va a perder a sus padres para siempre. Su marido era un calzonazos. No podemos ponerlo en esa tesitura. Esa mujer nos odia a los dos. Nos desprecia, más bien.

Jorge asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo con la última parte de las aseveraciones de Carmelo. No lo estaba tanto con que su marido fuera un calzonazos.

-Debemos jugar la baza de que la conocemos. Y que no nos puede engañar.

-Eso lo dudo. Era una refinada manipuladora y mentirosa recalcitrante. De muchas de sus mentiras y manipulaciones me di cuenta mucho después.

-Y buena actriz.

-Eso es cierto. De hecho, estaba actuando permanentemente. Enlazaba un papel con otro. Y hay que reconocerla que era trabajadora. Y también hay que poner en valor que conseguía que todos los rodajes en los que estaba, se convirtieran en un sitio insufrible del que todos salían despavoridos en cuanto tenían ocasión.

-Pero era buena actriz.

-Sí, joder, lo era. – Carmelo no podía disimular su enfado – Lo uno no quita lo otro. Es más, estaría por asegurar que estaba entre las tres mejores actrices de su época. Y … reconozco que en pantalla, con pocas actrices o actores he tenido la complicidad y facilidad para entendernos como con ella. Daba igual que hubiéramos discutido a lo grande antes de la claqueta. Una vez la escena en marcha, todo funcionaba como un engranaje perfecto. Hablaban nuestros personajes. Sentían ellos. Pero… no hay quien la aguante.

-Nadie quería enfrentarse a ella, pero tú la rechazaste. Con dieciséis años. Y ganaste el pulso. Los productores se decantaron por ti.

Carmelo se encogió de hombros.

-Fue la primera cosa de la que se ocupó Sergio en lugar de Toni. ¿No?

-Otra vez Toni. Que manía te ha entrado con él. Si me lo cruzo por la calle, ni lo reconocería.

-No te enfades. Era un comentario.

-Creo que es mejor que no vaya.

-¿Y si te lo pido de rodillas?

Carmelo hizo un gesto con la mano de desesperación.

-Es imposible discutir contigo. Te la suda lo que opine. ¿Quieres que vaya? Pues voy. Luego no te quejes del resultado. Va a ser un puto desastre. Y tú lo sabes. Pero nada, insistes. Pues me voy a duchar. No se puede razonar contigo. Te importa una mierda lo que piense.

Jorge suspiró. Se levantó de la cama con intención de seguir a Carmelo al baño y decirle que no hacía falta que fuera. Pero se lo pensó mejor, volvió sobre sus pasos para coger el móvil que se había quedado sobre la cama y se fue a la cocina. Marcó un teléfono.

-Eres la primera persona que me llama hoy con la que me apetece charlar un rato.

-Madre mía. Y te puedo asegurar que es la mejor respuesta a mis llamadas en muchos días. ¿Cómo estás?

-No me quejo. Hoy no hay grandes problemas entre mis clientes, la cosa empieza a moverse para todos, no solo para unos pocos agraciados… ya hemos acabado de poner al día tu agenda, y todo el mundo sabe ya que salvo para cuestiones meramente promocionales en los que se sigue encargando tu editorial, todo lo tuyo depende de nosotros. Por cierto, y esto es lo último, ya hemos convocado tu charla para lectores jóvenes. Tu amiga la librera ha puesto todas sus redes a tope. Y nosotros las nuestras, incluidas las de Carmelo. ¡Ah! Y antes de que se me olvide: ayer hablé con Fidel y te manda recuerdos. Me dice que te diga que cualquier día de estos te llama para charlar. Te echa de menos.

-¡Joder! Que alegría me das. Fíjate, el otro día pensé en él. Pero no he encontrado el momento de llamarlo.

-Si un día te pilla bien, te pediría que lo hicieras. A lo mejor él no se atreve. Sigue tus novedades. Estaba un poco preocupado.

-Tranquilo. Le llamo. No te preocupes. ¿Está bien?

-Sí. Está todavía aclimatándose. Ya sabes que ha cambiado de casa y ha acabado los cursos a los que se apuntó. Ahora le toca hacer contactos. Ya ha abierto nuestra sucursal el Los Ángeles. Estoy orgulloso de él. Ya tiene propuestas para alguno de mis clientes.

-Aquella película que hizo Carmelo antes del confinamiento…

-Sí. Se encargó él. Pero bueno, Carmelo ya sabes que se vende solo.

-¡Oye! Porque sea tu hermano, no le quites mérito.

-Tienes razón. Lo hizo bien, y eso sin tener oficina abierta todavía como tal.

-Me gusta eso de que te encargues de mis cosas. Siempre lo has hecho, aunque ahora sea un poco más oficial. Al menos ahora sé que estaréis pendientes de todo. No sabes la tranquilidad que me da eso.

-Por cierto, tu abogado, bien. Me gusta. Está al loro, es trabajador, y es competente. Has hecho buen fichaje. Y es otro lector fiel. Creo que entre los dos, poco a poco vamos a desentrañar esa maraña de asuntos que tienes enquistados. Esto lo tenías que haber hecho hace ocho años, cuando te lo dije.

-Tienes razón. Pero en aquella época todavía vivía Nando y no me apetecía… enfrentarme.

-Ahora dime, que me imagino que tendrás algo que contarme.

-Pues sí. Y me temo que no te va a gustar.

-¿Ha pasado algo? ¿Carmelo…?

-Carmelo está bien. Está jurando en hebreo mientras se ducha, pero es por mi culpa. Le he pedido que me acompañe a ver a una vieja amiga. Y no me ha sabido decir que no. Y está echando pestes.

-Me temo que esa vieja amiga, también lo es mía. Te conozco escritor. Y no te refieres a tu amiga la librera, que no se ha mostrado muy ilusionada porque ahora tenga que tratar conmigo de vez en cuando.

-Aquella firma de libros, seguro que la tiene grabada a fuego y sangre.

-Sobre todo porque al año siguiente la Organización la vetó en la Feria. Y porque calculó tan mal que no vendió ni la mitad de lo que pensaba vender con la encerrona que te hizo.

-Se le nubló la vista. Pensó que lo que había vendido el día anterior, sin estar previsto… pensó que si lo anunciaba iba a vender libros a cientos.

-Pero al anunciarlo, la gente estaba prevenida y se llevó el libro de casa.

-Exacto. Aún así vendió muchos libros.

-Y si no es tu librera, ¿Quién es nuestra vieja amiga?

-Nati Guevara.

Jorge pudo escuchar claramente un suspiro de contrariedad y un par de imprecaciones. Sergio Romeva parecía dudar sobre lo que decir o hacer.

-Un segundo, Jorge. Dame un segundo.

Éste pudo escuchar como Sergio se levantaba de la silla de su despacho y avisaba a su secretario de que no estaba para nadie en la siguiente media hora. Y recalcó que nadie era nadie. Aun tardó un rato en volver a coger el teléfono. Jorge estuvo seguro que se estaba tomando unos segundos para pensar en como afrontar el tema.

-¿Estás en Madrid? – preguntó Sergio al volver a coger el teléfono.

-Sí.

-En “El Trastero” en media hora. Aunque esté mojado, tráete a Carmelo. Es hora de que se entere de algunas cosas. Prefiero que lo sepa por nosotros, que no por cualquiera que se acerque un buen día y le susurre al oído. Si esa mujer está rondando, cualquier cosa es posible. Llamo para que nos pongan una mesa discreta.

Jorge no perdió tiempo. Fue al baño. Carmelo estaba todavía en la ducha.

-Vístete, anda.

Jorge abrió la mampara de la ducha y cerró el grifo. Como esperaba, Carmelo estaba solo dejando correr el agua por su cuerpo.

-¿Me puedes explicar que pasa ahora? – Carmelo seguía enfadado. Su tono no engañaba a nadie.

-Dani, por favor. Hazme caso.

Jorge se acercó a él y le dio un beso en los labios.

-Te quiero, ¿Lo sabes? Eres mi vida, Dani: vístete y nos vamos. He quedado con Sergio Romeva en “El Trastero”. Quiere que vayas tú.

Carmelo salió de la ducha y empezó a secarse. Tenía ganas de discutir y negarse a plegarse a las peticiones de su novio, pero no le salía. Y quería despotricar y enfadarse por todo, pero… ese “Te quiero ¿Lo sabes? Eres mi vida Dani”, lo había desactivado todo. Nadie le llamaba Dani como Jorge. A lo mejor era por las pocas veces que utilizaba su nombre real. O el tono con que le decía esas cosas y todo en general.

Cuando Carmelo entró de nuevo en la habitación, Jorge ya estaba completamente vestido. Volvió a besarlo en los labios y a darle una palmada en su culo desnudo. Mientras el actor se vestía, Jorge avisó a sus escoltas de su inminente excursión.

-Luego a lo mejor nos vamos a Salamanca.

-¿Los dos? – preguntó Flor.

Jorge hizo una mueca para mostrar sus dudas.

-Está todo en el aire.

-¿Qué ha pasado desde anoche? Ibas a ir tú solo. Carmen viene para unirse a ti.

Por la cara que puso Jorge, Flor supo que no le había avisado.

-Llámala, si me haces el favor, y la dices que se una a nosotros en “El Trastero”. Y no estaría mal que llamaras a Olga y tantearas la posibilidad que se una a nosotros en videoconferencia. Es una hora intempestiva allí, pero…

Carmelo apareció detrás de Jorge ya preparado. No tenía gesto amigable. Jorge volvió a besarlo y a acariciarle la cara con sus manos.

-Gracias Dani.

El aludido no pudo decir nada. Jorge sabía las armas que utilizaba contra su enfado. Jorge cogió sus cosas, sus llaves, su teléfono y agarró de la mano a Carmelo. Entrelazó sus dedos y le sonrió.

-Eres un cabrón – dijo medio sonriendo el actor. – No puedo contigo.

-Porque me quieres. Y no sabes la vida que me da eso.

El viaje en coche apenas duró diez minutos. Sergio ya estaba en el bar. Los camareros les indicaron con un gesto la mesa en la que estaba esperándolos. Estaba apartada y un biombo les ocultaba de la vista del resto de clientes.

-Me he tomado la libertad de pedir unos chocolates y unas porras.

-Como nos conoces – dijo Carmelo abrazando a su representante. – Ya nos dirás a qué viene tanto misterio.

Jorge sacó un dispositivo de anti-escuchas y lo puso en medio de la mesa. Todavía recordaba los consejos de Javier la noche anterior.

-Vienes preparado.

-Si no quieres hablar por teléfono, a mi modo de ver quiere decir algo.

-Esas cosas del pasado, sabéis que son complicadas. No me apetece que nadie conozca esos detalles. ¿Me dices como ha aparecido la Guevara en vuestras vidas? ¿Ahora precisamente?

-Esa que viene por ahí es Carmen Polana ¿No? No será casualidad me imagino. – dijo Carmelo mirando resignado a Jorge.

-Culpa mía. – Jorge levantó el dedo, como si estuviera en una clase de primaria.

Carmen saludó a Sergio con dos besos. Ya habían tenido la ocasión de conocerse hacía unos años y habían coincidido en numerosas ocasiones. Lo mismo hizo con Carmelo y con Jorge.

-Tal y como has pedido a Flor, Olga nos llama en un rato. Está buscando sitio adecuado. Mira, ya lo ha encontrado.

Carmen puso la tablet sobre un soporte y la colocó en un lado de la mesa.

-Buenos días a todos. – saludó.

-Que bien te sienta madrugar, querida – le saludó su amiga.

-Trasnochar, querrás decir. ¿Qué ha pasado?

Sergio y Carmen miraron a Jorge. Carmelo se había cruzado de brazos y miraba a ninguna parte.

-Muy sencillo: Nati Guevara ha entrado por la puerta grande en nuestras vidas. Y no nos habíamos enterado. – resumió Jorge.

Carmen y Olga intercambiaron miradas a través de las cámaras.

-¿Y de qué forma ha aparecido?

-Es la madre de Sergio, el novio de Javier.

Carmen resopló y se recostó en la silla. Olga parecía enfadada.

-No me puedo creer que esa tipa … ¿La madre de Sergio? Joder. Iros a sacarlo de allí, joder. Si sabe que está con Javier… le estará lavando la cabeza. Se las tuvo tiesas con JoseMari, su padre.

-Y contigo – le recordó Carmen a Olga.

-Eso íbamos a hacer. Pero… no me decido por una estrategia. – empezó a explicarse Jorge – La idea era ir y convencer a Sergio de dar una sorpresa a Javier por su aniversario en la consecución de su ascenso a comisario. Pero… yo tuve un encontronazo fuerte con su madre. Y…

-Yo la veté en un rodaje. – Carmelo habló en tono rotundo.

Sergio afirmó con la cabeza.

-Pero hoy todos en esta mesa, conocemos una parte de Nati. Conocemos una parte de esos encontronazos. Pero ninguno sabe… toda la historia.

-Por cierto Sergio. Antes de que se me olvide. ¿No conocerás a algún representante que se dedique a llevar a músicos de clásica? Tu tocayo es… un gran violinista que ha caído en las garras de Mendés… un tipo despreciable que…

Ahora fue Sergio Romeva el que resopló y se recostó sobre el respaldo de la silla. Jorge se calló porque era evidente que su amigo no necesitaba más explicaciones.

-Esto no puede estar pasando. No me fastidies. ¿Su propio hijo? Tenía tres hijos ¿No? ¿Con Mendés? ¿Lo ha enviado a estudiar con ese? La historia se repite de nuevo. Con distintos actores. No puede ser. Mendés es lo peor. Ese pobre chaval… si es el que ha elegido de su hornada para…

Lo es – Jorge le interrumpió en tono rotundo. No quería que de primeras, dijera más de lo necesario. El representante volvió a maldecir entre murmullos.

-Una chica, la mayor, que trabaja en los negocios de su padre, y dos chicos. Sergio es el pequeño. Su hermano creo que está en Estados Unidos estudiando. – explicó Carmen. – La zorra de ella usa el apellido de su marido. Por eso no me ha dado el cante. Es que Sergio se parece a su madre, ahora lo veo. Tiene gestos de ella. No se me ocurrió pedir fotos de los padres. Y ni Patricia ni Teresa saben nada de la Guevara. No les llamó la atención. Para ellas es Nati Plaza, de profesión, sus labores.

-Me encargo de que el FBI le eche un vistazo al chico que está aquí, no vaya a ser que haya sorpresas. – dijo Olga. – ¿Su nombre?

-Espera que lo miro… no lo recuerdo – dijo Carmen repasando el informe que le habían hecho Teresa y Patricia – Guillermo. Guillermo Plaza.

-Pero todo esto… ¿No se os está yendo el argumento? – le dijo Carmelo mirándolos uno por uno. – ¿De que va todo esto? Era una tipa que le gustaba joder a sus compañeros en los rodajes. No es para tanto. Como si fuera la última o la única. No creo que ponga a su hijo abierto de piernas para que unos cerdos babosos le metan la picha en el culo mientras él ladra como un perro y rasga las cuerdas de su instrumento con el arco tocando una sonata de Vivaldi.

-Va de poder. Es lo que siempre ha querido Nati Guevara. Lo podía haber tenido todo en el mundo de la actuación, porque era buena. Pero eso no le bastaba. Quería que todos bailaran a su alrededor. Quería ser la reina en todos los saraos. Y todo lo que hacía era… para conseguir eso. Los rodajes en los que participaba, eran un infierno. Desde el primer día hasta el último. Hubo muchos técnicos, actores, guionistas… que si sabían que estaba ella en el reparto, se negaban a trabajar, no aceptaban el trabajo. Y aquellos años no es como ahora, que con las plataformas hay trabajo para casi todos. Suponía para muchos técnicos estar unos meses parados. Daba igual. A muchos no les compensaba tener que ir a terapia después de salir del rodaje cada día o medicarse para poder conciliar el sueño o acabar teniendo problemas familiares por su humor al salir del rodaje. Tú trabajaste con ella en una película antes de tu “olvido”. En la última parte Olga te cuidó. No lo recuerdas pero como me has contado, sentiste a Olga cuando te reencontraste con ella. Olga tuvo que emplearse a fondo para protegerte de esa alimaña. Se alió con tus padres. Ella quería que te despidieran. Tus padres no perdían nada, porque cobrarías igual. Y el dinero se lo quedaban ellos, por aquel entonces. Fue… digamos… que la versión oficial para el mundo de fuera del rodaje, era que te metiste en una pelea que no podías ganar y saliste… con el cuerpo muy, muy magullado. Nos inventamos algo de que habías acudido en defensa de unos jóvenes extranjeros que estaban siendo acosados por unos nazis. Aunque esa versión pasó desapercibida y lo que todos los ajenos a la situación pensaban es que en uno de tus arranques de mal genio, la habías pagado con gente que peleaba mejor que tú. En realidad, todos los del mundillo, sabían lo que te había pasado. Pero a nadie interesaba darse por enterado. Como no había nada en la trama de la película que rodabas que justificara ese estado de tu personaje, tuvieron que cambiar todo el argumento para… que pudieras salir en tu estado en pantalla. Eso convirtió la película en otra completamente distinta. Pero tanto los guionistas como el director, acertaron en los cambios. Hicieron un nuevo argumento creíble e interesante. Y lo más importante para los productores: sin tener que desestimar lo rodado hasta ese momento. O al menos, gran parte de ello. Consiguieron, repito, un argumento estupendo. Casi más interesante que el original. Algo tuviste tú que ver Jorge, aunque no quisiste salir en los créditos. Ni siquiera cobraste. De ahí viene en parte tu fama de que cuidarías a esos chicos hasta las últimas circunstancias. No eras guionista, no habías querido trabajar al alimón con nadie hasta ese momento, pero por defender a Dani, te implicaste.

-Y no solo echándote a la espalda cambiar el guion, sino discutiendo con quien pudiera poner en duda que Dani podía seguir con la película. – apuntó Olga.

-Es que no había forma de disimularlo. Las heridas con maquillaje… pero tenías la cara que parecía un globo de lo hinchada que estaba – Sergio había retomado el relato. – Y el pecho. Estabas morado completamente. Hinchado. Tu aspecto era verdaderamente deplorable. De resultas de ese cambio en el argumento, el papel de Nati se vio reducido. De eso te encargaste tú – le dijo a Jorge. – E inició un acoso y derribo de Carmelo del Rio. El resto de actores se plegaron a los cambios, porque no querían que encima que te habían molido a palos, perdieras el papel. Y claro, si eso implicaba joder a la Guevara, pues miel sobre hojuelas. Ellos sabían además que tu personaje era tres cuartas partes de la película. Y como siempre, habías estado muy acertado en tu interpretación. Y luego, a pesar de tu estado lamentable, fue apoteósico. Uno de los pocos actores nominados a mejor interpretación masculina en los César, que no trabajaban en una película en francés. Pero el productor de tus primeras películas en Francia siempre ha querido participar en las siguientes tuyas. Y lo sigue haciendo, de hecho.

-Quisiera hacer una precisión: el que la Guevara perdiera parte de su protagonismo, no fue algo hecho a posta. Pero Cabrales y yo no vimos otra manera. Otros personajes también lo perdieron. Uno, hasta desapareció por completo. Había que explicar muchas cosas y el productor no quería irse a una película de dos horas y mucho. Aún así, por mucho que no me cayera bien esa mujer, tenía su público. Y tampoco podemos negar que con Carmelo, aunque no se soportaran, tenía química en pantalla. Es raro, pero era así.

-¿Cabrales? ¿Fernando Cabrales trabajó contigo en ese guion? Yo creía que no lo conocías hasta que os presenté el otro día.

-No lo recordaba – Jorge intentó mitigar la mentira que hasta ahora había mantenido en ese tema. Fue algo que acordaron los dos para no tener que hablar de ese tema en su momento. Para proteger a Carmelo.

-Había un rumor en el set – Olga decidió tomar el relevo para desviar al atención – Que en realidad la fiesta en la que te jodieron vivo en todos los sentidos, había sido provocada por Nati. Quería que tu papel se lo dieran a otro actor. Se aprovechó de que Tirso estaba en Portugal, para meter en esa fiesta a un tipo que aquel tenía vetado por ser una bestia parda y que además tenía una querencia desmedida por ti. Y acabaste con esa bestia que …

-¿Qué actor? – preguntó Carmelo.

-Da igual…

-Quiero saberlo, Sergio.

-Biel Casal – contestó Olga – Nati y la madre de Biel eran… colegas.

-Aliadas, joder. Aliadas para joder a todo el mundo. La madre de Biel por estar frustrada por no haber sido la gran actriz que hubiera querido, y la tal Nati, que nada era suficiente para satisfacer su ego. – atajó Carmen verdaderamente enfadada. Seguía dándole vueltas a como se le podía haber escapado ese detalle tan importante: que Nati Guevara fuera la madre de Sergio.

-Biel tardó años en lograr desligarse de su madre. – empezó a explicar Sergio – Es como Nati, una gran manipuladora. Controlaba de Biel todo lo que comía, lo que bebía, le obligaba a hormonarse para tener más músculo, para lucir bien en pantalla; obligaba a los productores a sacarlo desnudo o al menos enseñar el pecho en cada capítulo de serie o en cada película… actuaba como su representante. Pero es el tipo de representante que metería en la cárcel por maltratar y vender el cuerpo de su cliente. Y más siendo menor de edad. Lo que le ha llegado a obligar a hacer… ni se te ocurra decirle nada a Biel. Le saca de quicio recordar esas cosas.

-Pues dirás lo que quieras. Yo a los dieciocho, no es que le hubiera mandado un burofax. Hubiera pedido orden de alejamiento. Y Biel, sigue hablando con ella. Y no sé ahora, que Jaime le… sirve de parapeto. Pero por no llevarla la contraria, a veces se pliega a sus… idioteces.

-Lo que se dice, una madre que mira por la salud de su hijo por encima de todo – se jactó Jorge. – Pero es su madre. Y… para él… si lo miras de otra forma, solo tiene esa familia. Su hermano es…

-Un aprovechado que vive de Biel. ¡Que vive de él, Jorge! No pongas esa cara. Ahora empieza a tener un poco de … carácter y le corta en algunos temas. Pero… por cada uno que le corta… anda que no le cuesta pasta todos los meses.

-A los 18, el mismo día que los cumplió, – Sergio empezó a explicar parte de lo que había dicho Carmelo, porque el resto no sabían de que hablaba – Biel le envió a su madre un burofax anunciándola la ruptura de su relación contractual. Lo estuvo preparando con un colega, con Andrés, su actual representante. En un principio vino a mí, pero siendo tu representante, no quise hacerlo. No quería que si algo salía mal, acabaras pagando tú de alguna forma.

-Aún así, sigue metiendo mano en la carrera de Biel, cuando tiene ocasión. Discutieron la última vez hace dos meses a lo grande. Biel le ha prohibido hablar de él en ninguna circunstancia. – precisó Carmelo.

-Esa es la amiga del alma de Nati Guevara. – resumió Sergio. – A ver. Contadme lo del hijo de la ínclita Nati.

Jorge se encargó de hacerle un resumen de lo que sabían hasta el momento. Sergio parecía conocer al menos de oídas a parte de los actores de esa trama.

-Ahora que pienso, a lo mejor nos podías ayudar a que Sergio recupere su carrera. A parte de ayudarnos a buscar representante.

Fue Carmen la encargada de contarle lo que le habían dicho los antecesores de Sergio en las clases especiales de Mendés al pedirles Javier algún consejo.

-Bueno. A ver. Lo del representante, si queréis nos encargamos nosotros. Bastian, uno de mis colaboradores, trabajó antes en ese campo. No ha perdido contactos. Llevamos a un par de músicos que son amigos suyos de aquella época. Ludwin, el profesor ese… puede que conozca a alguien que tiene acceso a él. Si lo consideró para darle clases es que ese joven es un gran músico. Sería interesante grabarlo con una cierta calidad. Aunque sea en la calle. Si sabemos cuando va a tocar, se puede preparar. Para que el maestro Ludwin pueda comprobar que sus habilidades siguen intactas. Una vez que eso suceda, intentaré que alguien que tiene una cierta influencia sobre él, le comente. Es orgulloso, pero… al menos se puede intentar.

-Chistian se puede encargar de grabarlo. Va a hacer Tirso. Es el mejor técnico de sonido. Y trabajó un tiempo haciendo las transmisiones de Radio Clásica desde el Monumental y el Auditorio Nacional. Me encargo de llamarlo, si queréis.

-Habría que convencerlo para que lleve el violín de Nuño. – dijo Olga – Su sonoridad es incomparable a otros violines.

-De eso me encargo yo. Y si es necesario, me comprometo a convencer a Nuño a que se acerque al Real y lo escuche. – afirmó Jorge en tono seguro.

-Si consigues que vaya, te invito a cenar dónde quieras – le dijo Olga. – Y si consigues que se una y toquen los dos juntos, me comprometo a que recuperes tu abono de la temporada de ópera.

-¿Os referís a Nuño Bueno? – preguntó Sergio; Jorge y Carmen asintieron con la cabeza. – Pues sería un puntazo. Pero me han dicho que está enfermo. No sé como lo vas a conseguir, Jorge.

-Si ha conseguido que yo esté hoy aquí sentado, y todavía no he mordido a nadie, puede conseguir cualquier cosa de cualquiera – Carmelo tenía una mueca de reproche, revestida de un halo de amor.

-Pero hay una diferencia, Dani: tú amas a Jorge con todo tu ser. Y Nuño… es un desconocido.

-Le lee, Olga. Vas a perder la apuesta. Tú no le has visto con “sus chicos”. Esos sí son difíciles.

-Si puede contigo, los demás son pan comido – bromeó Sergio. Carmelo le sacó la lengua.

-Ya te diré dónde cenamos. ¿Cuando se acaba tu curso en Estados Unidos? – dijo Jorge muy seguro de si mismo. – Me iré a comprar ropa adecuada para ir de nuevo a la ópera.

-Parad un momento. Que es guay lo de Nuño, lo de Jorge que nos tiene cogida la medida a todos… vale, al menos a mí, no me mires con esa cara, Carmen. Te diré que crees que no es así en tu caso, no quiero sacarte de tu error. Ya te darás cuenta cualquier día. Mira Sergio como asiente con la cabeza. Se os olvida algo. Hay que conseguir que Sergio vuelva a Madrid. Y para eso, tenemos que ir a Salamanca a convencer a sus padres. – dijo Carmelo.

-Yo evitaría el enfrentamiento directo con esa mujer. – opinó Sergio. – Es una mala víbora. Y Sergio es mayor de edad.

-Jorge, nos vamos a Salamanca – dijo Carmen resuelta. – Ya te digo un bar en el que puedes quedar con él. Escríbele. Dile que lo necesitas. Que es urgente. Javier ha vuelto a caer en…

-Su pasear perdido por las calles de Madrid. – añadió Jorge sacando el teléfono.

-A ver quién es más manipulador – se rió Olga.

-Yo, por supuesto. – respondió Jorge resuelto. – Y ella lo sabe.

-Sabes que se va a enterar de que Sergio queda con vosotros – avisó Olga.

-Con eso cuento. Yo me encargo de ella, tranquilos. Carmelo, te libero de venir conmigo a Salamanca.

Comment ça va, mon ami?

Era el embajador.

-Très bien. E vous?

-Todavía un poco impresionado por lo del otro día.

-Eso es…

-No me refiero a lo de… a lo que le hicieron a ese chico. Me refería a ti. Como te enfrentaste a esos delincuentes. Y como te pusiste al chico sobre el hombro y te lo llevaste. Alucinante. El tipo era algo pesado. No es que estuviera gordo, pero tampoco era un saco de huesos.

-La adrenalina hace milagros. Todavía tengo agujetas, – mintió Jorge – es señal de que fue algo del momento.

-¿Tienes novedades? – preguntó Damien.

-No. Esperaba que las tuvieras tú. Te recuerdo que me has llamado.

-Es que ya me pongo nervioso solo de recordarte en esa… misión.

-Anda, anda. Me voy a creer 007 – bromeó Jorge

-El joven al que encargué esas pesquisas, me dice que esas personas en realidad están entre los invitados fijos desde mucho antes que yo llegara a este destino. No se trataba de una cosa del agregado cultural ni del comercial, que también dudé de él. Se les manda invitaciones para casi todos los eventos. Y también se envía invitación a la policía. Por eso entró el joven como tal.

Jorge levantó las cejas.

-O sea que esos tipos van siempre invitados.

-No siempre. Depende del número y de otros compromisos. No siempre se invita a toda la lista.

-¿Me podrías conseguir en cuales otras circunstancias…? Perdón, estoy de viaje y … a veces se me van las ideas… ¿Cuáles son las últimas fiestas que se les ha invitado? Y que hayan asistido.

-Me creo que hace años que no venían.

-¿Te crees o estás seguro?

-Le preguntaré de nuevo a mi encargado de las pesquisas.

-Bueno. No te olvides. Es importante para mí. Y si ese joven que fue como policía, también ha ido más veces.

-Necesitaré tiempo.

-Una cosa, Damien. Antes de que se me olvide. Perdona que sea tan brusco. ¿Conoces a un tal profesor Mendés? Es un maestro de violín. Tú que te mueves mucho por esos ambientes.

-Pues ahora no recuerdo. ¿Es profesor dices?

-Sí, una especie de maestro que da clases a violinistas que destaquen. Cobra una pasta por clase.

-¿Medés, dices que se llama?

-Mendés. Con “n”.

-Que yo recuerde no, la verdad.

-¿No ha trabajado nunca para vosotros? En algún evento o algo. A lo mejor os ha llevado algún cuarteto de cuerda para amenizar alguna velada…

-Que yo sepa no. Si necesitamos música clásica, cursamos una petición a Radio Francia. Ellos se ocupan. Y normalmente si hay actuaciones, suelen ir en consonancia con alguna promoción de la cultura francesa. Ya sabes. Para mi desgracia, se suele promocionar más la música joven. Grupos de rock y cosas así.

-De todas formas si te enteras de algo, te agradecería que me dijeras.

-Recuerda que tenemos la comida con mi madre y unos amigos dentro de nada.

-No te preocupes. Mi agencia lo tiene bien apuntado. Te dejo, que vamos a entrar en un túnel.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 47.

Capítulo 47.-

Javier tocó suavemente con los dedos en la puerta del apartamento antes de meter su llave en la cerradura y abrirla. No quería asustar a Sergio. Se quedó parado nada más entrar. Las luces del salón y de la cocina estaban dadas, pero no se oía ningún ruido. Fue primero a la cocina. Solo vio fuera de lugar la caja de una pizza a la que le faltaban tres trozos. Cerró la caja y apagó la luz. Fue entonces al salón. Allí lo vio, tirado en el suelo, con la cabeza apoyada en un almohadón. Se había quedado dormido. Tenía un plato con dos trozos de pizza a su lado. Solo le faltaba haberse quedado dormido con el otro pedazo en la mano.

No le extrañaba que estuviera cansado. No dormía bien por las noches. Ni estando con él, que se suponía que le daba un plus de seguridad. Y había estado más de dos horas tocando en plena calle, de pie, sin casi llevarse ni un trago de agua a los labios. Y luego, el encuentro de Jorge, aunque muy placentero, también le habría gastado muchas de sus fuerzas. No había tenido mucho contacto directo con el escritor, pero intuía que una conversación intima con él tenía que ser intensa; el escritor intentaba sacar siempre lo máximo de sus interlocutores, poniendo toda su atención en lo que le contaban. Eso a su vez, hacía que los demás tuvieran que esforzarse al máximo al exponer sus pensamientos o sentimientos. Y normalmente no estamos acostumbrados a esas conversaciones tan intensas ni a que a tu interlocutor le importe verdaderamente lo que cuentas.

Javier, durante la actuación de Sergio, no le había perdido de vista hasta que vio aparecer a Jorge. Ahí se relajó y se fue él mismo a sentarse a un bar y tomar algo. Sergio le había dicho repetidamente que no le gustaba que fuera a escucharlo, así que había optado por esconderse para hacerlo. El primer día lo hizo por curiosidad. A partir de ese día lo hacía por gusto, y por estudiarlo. Y también un poco por protegerlo. No parecía que nada le amenazara, pero no podía evitarlo. Nunca se sabía. Había investigado a alguno de los hombres de los que le había hablado, y no le daban buena espina. Sobre todo dos de ellos, uno era el último profesor que tuvo, por el que lo abandonó todo. El otro, un profesor del conservatorio con unas amistades poco recomendables. A parte que los dos interfectos eran amigos.

Jorge le había obligado a merendar un bocata, pero sería lo primero que comía de verdad en varios días. Era peor que él para esos temas. No era por falta de dinero, era por abulia, por… no tenía conciencia de tener hambre. Tampoco se trataba de que padeciera un trastorno alimenticio. Luego, si Javier le llevaba a algún sitio a comer, comía. Y con ganas. La invitación de Jorge parecía haberle abierto el apetito, porque se había pedido una pizza al llegar a casa.

Se fijó en que Sergio había hecho un poco de limpieza. Al menos ordenar sus enseres, su ropa, las cosas que iba utilizando. Parecía que la cita con Jorge había tenido su efecto en otros aspectos aparte del de comer. Dejó las llaves en el cenicero que tenía para eso. El ruido al hacerlo bastó para despertar a Sergio. Se giró somnoliento y le miró con los ojos todavía casi cerrados. Sonrió y fue a levantarse pero Javier le hizo un gesto para que no lo hiciera. Fue él el que se tumbó a su lado.

Sergio lo abrazó y le dio un beso en los labios.

-Pensé que ibas a venir más tarde. ¿Qué hora es?

-Es tarde. Son más de la una.

-Me ha jodido que hayas tenido que irte. Me apetecía haber pasado la tarde haciendo el amor contigo.

-Y a mí. Es lo único que me apetece de verdad. – Javier le acarició suavemente la mejilla.

-Deberíamos hablar algún día de ti. Yo estoy triste, pero tú…

-Tú eres lo importante.

-Perdona, tú eres importante para mí.

-Ya lo sé. Pero no estoy preparado. Otro día. ¿Sabes que he visto a Jorge? Ha ido a cenar al mismo restaurante donde yo estaba.

-¡Anda! ¡Qué casualidad! ¿Habéis hablado?

-No. Yo estaba sentado en mi reunión de trabajo. Y él llegaba con Carmelo y Martín. Había mucha gente que les quería saludar.

-Yo lo he tenido para mí solo un rato largo – dijo Sergio contento.

-Has sido el privilegiado del día. ¿Te ha dado su teléfono? – Sergio asintió contento. Alargó la mano para coger su móvil y le enseñó el contacto. Javier le sonrió – ¿Qué tal con él? Antes no me ha dado tiempo a preguntarte.

-Genial. Ha sido… maravilloso. Tenía la idea de que era muy serio, y un poco broncas. Joder, internet está lleno de vídeos en los que está enfadado… cuando me lo cruzaba en el campus, parecía siempre en sus mundos y el gesto que llevaba no invitaba a nada. No me lo esperaba tan cercano. Tan… comprensivo. Lo he sabido en cuanto lo he descubierto entre el público. Era otra persona distinta a ese de los vídeos y del campus. A veces parecía que supiera lo que le iba a contar. No me ha juzgado en ningún momento. Solo me ha mirado a los ojos un ciento de veces… y eso me ha hecho sentir bien. Parecía interesarse por mí, por lo que sentía, por… mi alma. El resto de la gente parece que solo te mira los pectorales, el culo y la polla. Y si te pregunta como te encuentras, es para que les digas: “bien, gracias”, y a otra cosa. Él no. Él quería saber de verdad, escucharme de verdad. Fíjate que ha habido una vez que me ha preguntado por como estaba. Yo le he dicho “Bien, gracias”. Él no ha dicho nada, yo he empezado a hablar de alguna bobada. Y cuando me he callado, me ha mirado y me ha dicho: “¿Cómo estás?”. Joder, me ha dejado lelo al cien. No he tenido más cojones que confesarme. Y luego me ha dicho que le molaba como tocaba. Y te lo juro, me lo he creído. No lo decía por cumplir. A parte, le he observado un par de veces mientras interpretaba “La Danza Macabra” y te juro que me leía a la perfección lo que quería transmitir, se lo he notado en la cara. Parecía sentir lo que yo quería transmitir en mi interpretación. Pero al cien. Ha estado guay. Y no ha querido convertirse en protagonista, ha pasado de hacerse el interesante o de mostrarse. Se ha quedado atrás… he sido yo el que ha dicho al resto, casi al final que estaba allí el mejor escritor del mundo. Y luego, ha esperado a que toda la peña acabara de saludarme para acercarse.

-Joder, que bien. Me gusta eso. Lástima no haber ido a escucharte. Y que conste, yo no te miré el culo o la polla cuando nos vimos la primera vez. Ni después tampoco. Solo cuando te la quiero comer. – se defendió Javier.

-Porque estabas lejos aquel día y el público estábamos casi a oscuras. – picó al comisario.

-Eso es cierto. Y no te veía bien. Entonces no sé por qué me fijé en ti – le devolvió el pique.

-Habrás mandado a alguien para que me saque fotos.

-¡Me cagüen la puta! ¡Me has pillado!

-O habrás encontrado los vídeos de mis hazañas… – dijo en tono precavido y estudiando los gestos que hacía el policía.

-Si eso hubiera sido el caso, que no lo es, estaría orgulloso de ti. Más orgulloso.

-¿Por qué? – preguntó extrañado.

-Pues muy sencillo: porque hubo gente que no te lo puso fácil, que te pusieron entre la espada y la pared, e hiciste lo que pudiste. Y fuiste aprendiendo de toda esa experiencia y eso, cuando te des cuenta de ello, te hará mucho mejor persona y mucho mejor en todo.

-De momento me siento avergonzado. No fui valiente.

-Muy pocos son valientes de verdad. Tú tenías un sueño, eras bueno, eres bueno – se corrigió Javier – en algo, en la música, con tu violín. Y eso que solo he escuchado o visto los vídeos de tus concursos. Ahora seguro que tocas mejor, porque tienes más cosas dentro y tienes de dónde tirar. Sentimientos, me refiero.

-Pero son malos.

-Pues ya que has tenido que pasarlo, aprovecha esa experiencia y métele un plus de miedo, de asco, de tristeza a las obras que tocas.

-Te pareces a una profesora que tuve. Me decía siempre que si quería ser bueno de verdad, debía dar algo a la gente que el resto de los músicos no le daba. Darle vida a la música. Darle mi toque de vida, decía.

-Vaya. Todos no han sido malos profesores.

-La música es un mundo difícil. Hay que esforzarse mucho. Y pocos son los que verdaderamente llegan a la cima. Pero no quiero hablar de música ahora.

Se quedó mirando a Javier con cara de pillo. Javier se sonrió y levantó los brazos.

-Lo dejo todo en tus manos.

-A lo mejor luego te arrepientes – le avisó Sergio.

-Si te portas mal, te… – le mantuvo la sonrisa para darle emoción – … morderé el culo como te gusta.

-Entonces no sé si hacerlo fatal para que eso ocurra… – Sergio le guiñó el ojo.

A Javier le encantaba cuando Sergio parecía alegre de verdad. Y ese día era el caso. Apenas llevaba unos días con él, pero habían sido intensos. Nunca lo había hecho con sus demás parejas, dejarle su segundo apartamento, el que se compró antes de que muriera su padre. Y con él lo había hecho. No se lo pensó además. Le salió. Y en él pasaban los días, las noches… hablando, Javier a ratos trabajando y Sergio estudiando sus asignaturas de la Uni o música. Sergio solo salía para ir a clase y esas escapadas que cuando Javier no estaba, hacía para tocar el violín en la calle. Tenía uno electrónico que a veces tocaba en casa con los cascos para no molestar. Y aunque Javier le había incitado a tocar el piano de su madre, él no había dado ese paso. Al menos mientras él estaba en casa.

Sergio le empezó a besar. Primero con mucha dulzura. Le acariciaba la cara. De repente se separó de él y le dijo mirándolo a los ojos.

-¡Hay que afeitar!

Javier empezó a reírse.

-Pero si decías que te gustaba que raspara… no me he afeitado por eso.

-Hoy no. Me apetece que tengas la cara como el culo de suave. La piel de tu culo es muy suave, ¿Lo sabes?

-Me lo dices cada día que me lo besas.

-Di que te lo beso y te lo como entero.

Javier volvió a soltar una carcajada.

-Como el resto de mi cuerpo. Nadie me lo ha comido y besado como tú. Tengo las huellas de tus dientes por todos lados. De hecho, no he mordido nunca a mis parejas. Eso me lo has enseñado tú, becario universitario.

-¿No te gusta?

-Al revés – Javier se acercó a él y ahora le besó él con dulzura – me pone caliente solo de pensarlo.

-A ver.

Sergio llevó la mano al paquete de Javier. Éste sonreía y empezó a jadear un poco al sentir el suave masaje que le estaba dando.

-Has pasado la prueba. Nueve en dureza de polla de Javier.

-Es que no puedo contigo. Cada día me sorprendes… – Javier le miraba divertido.

Sergio lo miró con cara decidida a la vez que llevaba sus manos a la sudadera que vestía Javier. Se la levantó para quitársela. Luego le empezó a desabrochar la camisa. Pero solo lo hizo con tres botones, los de arriba. Se la sacó por la cabeza. No paró ahí: empezó a desabrocharle los dos botones del cierre de los pantalones. Le bajó la bragueta. Sonrió al ver que no llevaba calzoncillos y que su miembro asomaba duro por ella.

-¿Te pensabas que no iba a cumplir el reto que me pusiste ayer? – le picó Javier.

-Así me gusta.

Sergio lo empujó hacia atrás y le levantó las piernas. Le sacó las deportivas sin desatarlas y detrás fueron los calcetines. A Javier le hacía gracia, porque al quitárselas las tiraba hacia atrás, al otro lado del sofá. Le besó los pies antes de sacarle los pantalones. Estos siguieron por el mismo camino. Sergio fue a desnudarse él, pero Javier se lo impidió.

-Déjame a mí ese placer.

Fue siguiendo el mismo orden y el mismo procedimiento que Sergio. Toda la ropa la tiró por encima del sofá. Cada prenda que le quitaba, le daba un beso en la parte del cuerpo que liberaba.

-Ahora al baño. A afeitarse. Yo te afeito, no te preocupes.

-Si tu me afeitas, yo te afeito a ti. – le advirtió Javier.

-Me parece justo.

Sergio se levantó y tiró de Javier para que hiciera lo mismo. No le soltó la mano mientras iba camino del baño. Allí, llenó el lavabo de agua caliente. Le hizo inclinarse y le mojó la cara. Cogió el bote de gel de afeitar y se dio una buena dosis en la mano y se la extendió por la cara. Le dio un suave masaje que le gustó al comisario.

-Sigues empalmado.

-Y tú. Me apetece un beso.

Sergio le sonrió. Le limpió con los dedos la espuma de los alrededores de los labios y pegó los suyos a los de él. Javier le apretó contra él y mientras se acariciaban el culo, se besaron con pasión.

-Así ahora notaré la diferencia – le dijo con cara de pillo.

No tardó nada en afeitarle. Javier pensó que no era la primera vez que afeitaba a alguien. Al acabar, le hizo inclinarse de nuevo y le aclaró la cara con agua limpia y caliente. Luego, se la secó suavemente. Le hizo levantar la cara para ver el resultado. Se la acarició suavemente.

-Me ha quedado perfecta. Ahora… volvamos…

-No corras, ahora te afeito yo a ti.

Javier siguió los mismos pasos que Sergio. Tardó un poco más, porque nunca había afeitado a nadie y estaba un poco más torpe que Sergio. Cuando acabó, se miraron a los ojos. Sergio sonreía. Javier aprovechó y empezó a besarlo. Sergio mientras se besaban, cogió sus pollas, las juntó y empezó a masajearlas. Javier jadeaba un poco de placer.

-Vas a hacer que me corra en nada.

-Como si solo te fueras a correr una vez esta noche.

-¡Que cabrón!

Intentó agacharse para meterse en la boca la polla de Sergio, pero éste se lo impidió.

-Me has dado los galones hoy, recuerda.

-La madre que… pero es que me está mirando y me dice cómeme… – bromeó.

Javier levantó las manos a modo de rendición incondicional y dejándole la iniciativa. Sergio le giró y se agachó él. Le fue besando el culo y lamiéndolo despacio. De vez en cuando se lo mordía, algunas veces fuerte. Eso acabó de poner a cien a Javier. Intentó llevarse la mano a su miembro, pero Sergio se lo impidió.

-Tus manos solo en mi cuerpo, policía opresor. Yo soy el único que puede tocarte a ti. No me obligues a atarte las manos.

Javier ya no era capaz de reírse. Solo de cerrar los ojos y disfrutar. Sergio le empezó a lamer el agujero, mordiéndolo suavemente de vez en cuando. A la vez, una de sus manos había buscado el miembro de Javier y lo llevó hacia atrás. Le lamió primero los testículos. Los lamía y seguía hacia arriba hasta encontrar de nuevo su agujero. Al pasar, le mordisqueaba también la zona del perineo. Javier empezó una especie de letanía de gemidos y palabrotas entrecortada que expresaban el deseo de acabar que empezaba a tener ya. Todo su cuerpo estaba en tensión, esperando el orgasmo. Su polla, hasta ese momento casi sin merecer ninguna atención de Sergio, estaba dura y supuraba un liquidillo que nunca antes de conocer a Sergio había conocido. El músico tiró un poco más de la polla hacia atrás y con la lengua posada suavemente en ella recogió ese líquido viscoso y casi transparente sin apenas rozarla.

-Como me embriaga esta esencia que me regalas – dijo en voz sugerente.

Javier no contestó. No era capaz más que de soltar por la boca algunos sonidos guturales e incomprensibles. Sergio había vuelto a su agujero. Parecía que le quería penetrar con su lengua.

-Tu sabor me pone a cien, policía en prácticas – murmuró.

Eso hizo que Javier aumentara sus gemidos. Cada cosa que hacía el músico, cada cosa que decía, contribuía a que se excitara más.

De repente Sergio paró, aunque no quitó la mano que mantenía el miembro de Javier hacia atrás. Sonrió y se pasó la lengua por los labios. Parecía que quería humedecerlos o a lo mejor se estaba relamiendo. Se metió dos de los dedos de la mano que tenía libre en la boca y los humedeció. Besó el culo de Javier de nuevo, los dos papos, y los mordió. Notó como Javier se puso de nuevo tenso. Llevó entonces su boca a la cabeza de la polla de Javier. Le apartó la piel con sus labios húmedos. Javier empezó a gritar, pero se puso una toalla en la boca. No quería despertar a todo el edificio. Gritó entonces con fuerza; era lo que le pedía el cuerpo. Sergio se metió la fresa de Javier en la boca y la acarició suavemente con la lengua. Javier parecía que quería aguantar el orgasmo, pero cuando esos dos dedos húmedos de Sergio se introdujeron en su agujero y empezaron a darle un suave masaje en su interior, Javier no pudo contenerse más. Todo su cuerpo temblaba de placer. No pudo evitar gritar aunque apenas fue audible por la toalla que seguía mordiendo. Y ya sí, explotó llenando de leche la boca de Sergio.

Fue un orgasmo largo. Javier creía que iba a ser corto e intenso, pero no lo fue. Los primeros golpes apenas salía líquido, aunque el placer traspasaba los límites de sus órganos sexuales, desparramándose por todo el cuerpo. Él seguía intentando… soltar su carga… la notaba ahí, queriendo salir… fue uno, dos, tres, decenas de espasmos de su pene queriendo liberar su carga. Cada vez iba saliendo un poco más y un poco más… hasta que al final, cuando Javier pensaba que se iba a volver loco, el grueso de su lechada encontró el camino de salida hacia la boca de Sergio. Gritó y gritó… se había puesto de puntillas de la excitación, de la emoción. Todo su cuerpo temblaba de placer. Su agujero palpitaba desbocado apretando los dedos del músico que seguían dentro acariciando suavemente su interior. Los músculos de sus piernas estaba todos tensos. Sergio los miraba queriendo tocarlos, pero prefirió centrar su atención en la cabeza de la polla de Javier y en recoger su leche.

Sergio sacó los dedos del ano de Javier y dejó volver a su miembro hacia delante. Javier seguía temblando en todo su cuerpo. Sergio se incorporó manteniendo la leche de Javier en su boca. La quería compartir con él en un beso blanco y embriagador. Le hizo girarse, cosa que a duras penas pudo hacer, porque sus músculos no le respondían como quería. Sergio le sacó la toalla de la boca y lo sustituyó por sus labios. Al compartir la leche en sus bocas, Javier no pudo evitarlo y se echó a llorar. No quiso pensar en nada, no quiso pensar en que era la primera vez que le pasaba en su vida. Solo se abandonó en los brazos de Sergio. Mientras seguía besándolo y compartiendo la leche en sus bocas, Sergio volvió a meter dos de sus dedos en el culo de Javier. Éste volvió a temblar casi de inmediato. Sentía algo dentro de él… como una bomba que quisiera estallar…. Pensaba que se había liberado del todo, pero no era así. Sergio separó su boca un momento de la del comisario y le susurró al oído…

-Déjala explotar… déjate llevar… hoy yo te cuido…

Javier no lo pensó y le hizo caso: se abandonó completamente Una corriente eléctrica parecía entonces que empezó a recorrer todo su cuerpo, desde esa bomba que notaba dentro de él y que no sabía situar en su cuerpo. Volvió a temblar todo él. Sintió como de nuevo, por su miembro que ahora ya no estaba duro del todo, volvía a salir leche y de nuevo repetía y volvió a sentir un placer desconocido para él hasta ese día. Sergio había vuelto a besarlo. Javier le rodeaba el cuello con sus brazos. Hubo un momento en que Javier apartó la boca de la de Sergio y recostó la cabeza en sus hombros. Sergio le levantó las piernas e hizo que le rodearan la cintura. Lo sujetó con sus brazos y lo levantó. El llanto de Javier cogió de nuevo fuerzas.

Sergio caminó con paso firme llevando a Javier abrazado a su cuerpo.

-Ya está, mi policía opresor, todo está bien – le murmuró al oído.

Lo llevó al dormitorio. Lo recostó en la cama con suavidad. Javier no quería soltar sus piernas que rodeaban la cintura de Sergio, pero éste le obligó. Javier se abrazó a si mismo, para suplir el abrazo del músico. Éste no tardó en tumbarse a su lado, y de nuevo, hizo que lo abrazara. Volvió a besarlo y a acariciarle suavemente todo su cuerpo. De vez en cuando le decía algo al oído y Javier volvía a llorar.

Así estuvieron el resto de la noche y parte de la mañana del día siguiente. Abrazados, besándose de vez en cuando, diciendo alguna cosa en voz muy baja, como si temieran que alguien lo escuchara. Pero estaban ellos dos solos. Y no necesitaban a nadie más. Ellos, sus besos, su abrazo eterno y sus caricias. Los dos bien pegados el uno al otro.

-Escritor. No me mola nada que salgas a la terraza de madrugada a hablar conmigo.

-Me gusta tomar el aire.

-¿Me lo tengo que creer? ¿Desde cuando no salías a la terraza?

-La he utilizado mucho durante la pandemia.

-A las cuatro de la tarde. No te jode. Y cuando tenías visitas. No a las cuatro de la madrugada escabulléndote del lecho conyugal.

-Las vistas…

-Deja, no me vas a convencer. Tu casa de noche no tiene vistas. Y de día, pocas. Dime que quieres, que solo me llamas por interés.

-Eso no es cierto.

-Últimamente sí. Y que sepas que no me mola nada los líos en los que te estás metiendo.

-Es lo que toca.

-Está la policía.

-Y yo también. Dime novedades.

-No las hay.

-Aitor, no te enfades.

-No estoy enfadado.

-Lo estás. Te lo noto en el tono. Te conozco. Y no me has reprendido por no ir a tu habitación esta noche.

Aitor suspiró resignado. Pero eso no disminuyó su enfado con Jorge.

-No he conseguido nada de los tipos del restaurante. Tienen un servicio de seguridad pero no está conectado a ninguna red. Y las conexiones son por cable. No he conseguido una cámara que pille el camino de salida de éste, el secreto me refiero. Con tiempo, podré poner algo para futuras ocasiones.

-Pero a lo mejor las cámaras de tráfico… aunque sean a unos kilómetros…

-Hay infinidad de carreteras que pueden haber tomado. Muchas no tienen cámaras. Sería como encontrar una aguja en un pajar.

-Que le vamos a hacer.

-De todas formas sigo intentándolo. Estoy buscando formas de entrar en el sistema del restaurante.

-Confío en ti.

-Pues en este caso, no confíes. Y mejor, porque te repito, no me gusta nada en lo que te estás metiendo. Estás pasando de ser un fantasma vagando sin rumbo por las calles, a ser casi un matón.

-No me gusta nada lo que pasa, y menos, lo que intuyo que va a pasar.

-Nadia sigue desaparecida. No he conseguido tampoco seguir la pista de la tía de Rubén. Lo de ese chico no me cuadra para nada. Nada de nada. Le he pasado cosas a Javier para que se las de a su gente.

-Veo que no tienes información jugosa.

-Algo te puedo contar de otros temas. Simplemente no has acertado en las preguntas.

-No recuerdo haber preguntado nada en concreto. Hoy me da que es difícil acertar. Estás enfadado.

-Finn y Aiden. Todo mentira. Lo que te contaron.

-¡Ah!

-Aiden está con otro. Desde hace años. Con el que está, un tipejo. Un impresentable. Es al que viste con él el día de tu falsa quedada con Clarita.

-Al menos mejor que Finn…

-Por ahí se andan. De Finn no te cuento nada, porque lo recuerdas perfectamente. Conmigo no te hagas el tonto.

-¿Qué quiere?

-Dinero. Que te he dicho que no te hagas el tonto.

-¿La excusa?

-¿Importa? Es eso, una excusa. Trafica con drogas y extorsionando a los deudores de prestamistas fuera del sistema. Es su sustento. Lo blanquea en esa empresa, Uremerk. Su tiempo libre lo utiliza en seguir engañando a los amigos y a todos los que se pongan a tiro. Con esa tía con la que estaba, parece que no acabó bien la cosa. Ella no quiere saber nada de él. Se dedica a ligarse a una cada día. Y a la mayoría las roba o directamente las cobra. Para tu información, participa en algunos foros homófobos. Sus aportaciones son cuando menos… para estudiarlas. Su nivel cultural es ligeramente superior al cero.

-¿Es un matón?

-No, no tiene media hostia. Es el mirlo blanco, la zanahoria. El que propone a los deudores una salida honrosa: prostituirse, buscar otros clientes, o emponzoñar a amigos. En eso es un maestro autodidacta. A veces le acompaña el matón, pero es tan delicado, que se va mientras el otro hace el trabajo sucio.

-Ha pasado de nivel entonces.

-Carmelo te pone los cuernos.

-Vaya. ¿Con quien esta vez?

-Con un asistente de la peli que rueda. Es solo sexo. Pero eso no es ninguna novedad.

-No, no lo es.

-Tu embajador ha mantenido un encuentro discreto con Toni Fresno.

-Recuérdame quién es.

-El ex-socio de Sergio Romeva.

-¡Ah, joder! El amigo Toni. Me había olvidado de él. ¿Sabes de que hablaron?

-No. Pero si el embajador ha quedado con ese, yo que tú cambiaría mi impresión de él.

-No sabemos… a lo mejor Toni sigue relacionado con el mundo del espectáculo. El embajador está siempre implicado en eventos culturales…

-Vale, lo que tú digas.

-Joder, Aitor, estás hoy insufrible.

-Tienes razón.

Lo siguiente que pudo escuchar el escritor, fue el silencio de una llamada que se había cortado.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 32.

Capítulo 32.-

.

Jorge salió a la terraza de su casa. La luz empezaba a romper la opresión de la noche. No había intentado ni meterse en la cama. Estaba demasiado alterado para dormir. Había intentado coger el sueño en la butaca de su rincón, como la vez que tuvo que ir Carmelo a despertarlo, pero no lo había conseguido. Ni la cercanía del rubito lo había hecho posible.

Hacía tiempo que no salía a la terraza. Estuvo un rato mirando la calle, apoyado en la barandilla. Observando como se mezclaban los que volvían de divertirse con los que empezaban su jornada laboral. Dos mundos opuestos que se cruzaban en las calles o coincidían en los mismos locales en esas horas en las que la noche y el día se mezclan de tal forma que se hacen irreconocibles.

En algunas conversaciones que escuchaba en los bares, en los parques, charlas de amigos o conocidos, había personas que se extrañaban de que eso fuera así. Parecía que durante la pandemia, lo de divertirse había desaparecido y que toda la gente se había convertido en monje cisterciense. Pero no. En todo caso había cambiado las zonas en las que hacerlo y el modo.

Las personas que estaban concienciadas con guardar las distancias con lo del covid y que se habían encerrado en casa, habían sido sustituidas por otras que antes de todo esto, no eran dadas a esas diversiones, y que descubrieron un buen día, posiblemente después de ver el noticiario de televisión, o quizás alguno de los programas matutinos de las radios o de las teles, que se estaban ahogando. Una vez escuchó a una mujer, no era ya una adolescente precisamente, aunque tampoco peinaba canas, discutiendo con dos amigas.

-Lo siento, prefiero morirme de covid que de depresión. Me ahogo. Necesito ver gente, abrazar, besar, rozar… ¡Me ahogo, joder! Todo es: te vas a morir, te vas a morir si das la mano. Si das un beso, si das una palmada a alguien en la espalda. Si quedas con fulanito o con los sobrinos o con la chacha. Me muero de depresión, joder, de tristeza de esa soledad profunda… y no me vengas con los vídeos y las… ¡¡Qué me ahogo, joder!!

-Pero luego me puedes contagiar a mí. Piensa en eso.

-Tú me contagiaste de la gripe y estuve hospitalizada ¿Recuerdas? No te lo he echado en cara nunca. Si tienes miedo, no hace falta que nos veamos. Ni tampoco que nos llamemos o nos mandemos mensajes. No vaya a ser que te contagies. Y te recuerdo, que has pasado el covid y no te has contagiado de nosotros. Mira a ver quien lo hizo y en que circunstancias. No me vengas a dar clases de vida.

Jorge cogió, de un armarito que tenía en una esquina de la terraza, un par de mantas. Una la puso sobre una de las butacas de exteriores con las que ya hacía unos años que había amueblado la terraza. Se sentó. Se tapó con otra manta y siguió mirando la calle.

Sintió que el móvil vibraba en su bolsillo. Lo sacó. Era Aitor.

-Te he estado esperando para nuestra noche de amor, pero no has venido – le dijo a modo de saludo.

Jorge se sonrió.

-Ya sabes que nuestra forma de hacer el amor es espiritual. Y eso lo hacemos cada minuto del día.

-Muy poético, lo reconozco. Pero con eso no me corro.

-Lo siento. No me venía bien coger el avión esta noche. Vente a vivir a Madrid.

-Entonces verdaderamente me sentiría frustrado por no poder amarte. El Carmelo ese me soltaría una hostia si me acerco a ti con ganas de meterte mano para cogerte la polla y darla un suave masaje antes de comérmela entera.

-Que bobo eres.

-¿Te cuento?

-Estoy sentado.

-Antes ¿Puedo ayudarte en algo? Estás preocupado. Hace siglos que no te sientas en la terraza de madrugada. Estás a cinco putos grados, escritor.

-Es por el amanecer.

-¿Estás bien? – insistió Aitor.

-No puedo dormir, nada más.

-No te ha sentado bien tu excursión de la Embajada. O tu programa de la tele.

-Algo de eso hay sí.

-Ya irás recordando. Mientras tanto, disfruta de la experiencia. Todos los días uno no descubre que es un pega hostias del copón.

-A veces pienso que a mí me hicieran algo parecido a lo de Cape y Carmelo. Esto no es normal. Nunca pensé que tuviera una doble vida, y parece que la tengo. No me reconozco en lo que dicen que hice. No me reconozco pegando una patada a ese tipo sin pestañear. Y tener la certeza de que no necesitaba a Hugo y a Helga para dejar KO a los otros. No me veo, pero me siento cómodo en el papel, en el lugar, y lo que más me preocupa: me gusta.

-Tienes mucha mierda en el cuerpo todavía. Lo eliminas muy despacio. Pensemos que es eso.

-¿Eso me va a decir el Dr. Manzano?

-Sí.

-A lo mejor le llamo y sustituimos la consulta presencial por una telefónica. Está muy de moda. Total, ya has visto tú los resultados…

-¿Qué me dirías si te dijera yo lo mismo?

-Vete a freír espárragos, Aitor. – dijo un divertido Jorge. – ¿Me has llamado por eso?

-¿Te cuento lo de la embajada?

-Te escucho.

-Al parecer los hombres que estaban con Galder, habían entrado como unos invitados más. Estaban en la lista. Iban con su acreditación, con su documentación falsa en regla. DNI falso de primer nivel. Galder también había entrado con invitación. Solo que él con su DNI original.

-¿Quién le ha proporcionado la invitación? A Galder, digo.

-No sé como se las ha arreglado. Iba con invitación emitida a la Unidad de Investigación. Lo investigaré.

-Deja. Le digo a Carmen. Es mejor que se ocupen ellos. Que yo sepa no fue nadie de la Unidad.

-Dile mejor a Olga. Por si acaso.

-Es que he hablado antes con Carmen. Creo que…

-No digo nada. De esos juegos no … no los domino, vaya. Te cuento lo que le hicieron.

-Antes cuéntame como se encontraron en la fiesta. Lo que le hicieron… más o menos me lo puedo imaginar por lo que vi al encontrarlo.

-Se conocían de antes. Por las imágenes, me parece evidente. El que intentó pegarte, fue el que se acercó. Llevaba la voz cantante del grupo. Da la impresión de que medio habían quedado. Le he mandado esas secuencias a una amiga que es especialista en leer los labios. Cuando me transcriba la conversación, te diré seguro. Pero el lenguaje corporal… y eso lo he aprendido de ti, no miente. Las cámaras para el streming ya estaban instaladas. Llevan ahí más de dos meses. Esa habitación la han utilizado ya en otra ocasión.

-¿Con ese chico?

-No. Con otro. Fíjate si fue fuerte el tema, que forraron las paredes y los suelos con telas blancas. Si salió vivo, estará todavía convaleciente. He conseguido la sesión completa, por si quieres verla. Pero no te lo recomiendo.

-Es de suponer que con Galder no iban a llegar a ese extremo.

-No necesariamente. Te cuento como funciona el tema. Y estos son aficionados, que conste. Hay rumores en la Dark Web que hay una organización que organiza, perdón por la redundancia, estas sesiones casi profesionalmente. Con espectadores en directo que pagan una millonada por estar en sitio preferente y que la sangre o la mierda o el semen les salte a la cara. Éstos no llegan a eso, de momento. Pero mientras dura la sesión, los que han pagado por verla en directo, pueden pujar por que le hagan determinados castigos. O pruebas. Sueltan la pasta y los “amos” cumplen esos deseos. Eso pasó con ese chico primero. De todas formas, en este caso, no habían abierto subasta de “deseos”, como lo llaman. La sesión era a gusto de los “ejecutores”.

-¿Sabes quién es ese otro chico?

-No. Estoy en ello. Solo te diré que tiene un cierto parecido a Rubén. En más joven. Eso parece al menos al principio de la sesión. Luego… el dolor y el agotamiento… parecía casi un anciano.

-Eso fue, esa sesión. ¿Antes o después de que le agredieran a Rubén?

-Unos días antes. Al día siguiente de que fuera a esa fiesta en la que no le viste beber. ¿Te acuerdas?

-Sí. Parecía estar esperando a alguien.

-Que no apareció.

-Que sepamos.

-Si luego lo vio en casa… es la única posibilidad. Acuérdate que le seguiste hasta su portal. Hasta ahí, no apareció.

-No me creí que se fuera a dormir sin darle al vodka. Hasta esa noche en todas las que me lo encontré, perdió la razón y el sentido en un baño de alcohol.

-Ese chico no está bien de la cabeza. Tiene un pasado. Ya me entiendes.

Jorge hizo un gesto de fastidio. Ese “ya me entiendes” no le gustaba un pelo.

-Puede ser su pasado – siguió exponiendo Jorge tras un breve silencio. – Pero me temo que tuviera en ese momento un presente que le costaba afrontar. ¿En qué consistía? Ni idea. Algo le… removía por dentro. ¿De qué vivía en realidad? ¿Y quién era esa mujer que se hizo pasar por su tía? Y tiene que haber algo que lo relacione con Jorgito antes del día de la agresión.

-¿Qué tipo de relación te refieres?

-Algo en común. Amigos. Sitios que frecuentaban. Puede que se conocieran. Incluido relaciones en la red, webs en común, o foros o páginas de ligar… ahora mismo no sé que piensa Jorgito sobre nada. Dudo hasta de su relación con sus padres. Si es que lo son. ¿Y Clarita?

-Eso es mucho a investigar. Entrar en los sitios y mirar, no me cuesta. Leer todas esas cosas o ver los vídeos lleva mucho tiempo. Aunque los vea a triple de velocidad.

-¿Obligaron a Galder de alguna forma…? – Jorge no parecía haber escuchado las apreciaciones de Aitor respecto a todas las preguntas que planteaba el escritor.

-No. Yo creo que ese chico fue voluntariamente. No sabría decir si todo lo que hicieron estaba pactado. Las drogas se las metieron ya en el cuarto, por sorpresa. No te cuento lo que le hicieron, no aporta nada.

-¿Le violaron?

-No sé si calificarlo así. Dejemos en que todos …

-Vale, vale. Todos le follaron. ¿Antes de que le dieran las drogas?

-Sí. Cuando uno de ellos le “ordeñó”, fue cuando le inyectaron las drogas. Hasta ese momento, el sexo y si acaso, unos azotes en el culo. Bonito culo, por cierto. A parte de ser un bellezón. Es como su madre, pero en chico. Y como su padre, que también es un bellezón.

-Anda. ¿Sabes quien es su padre? Ese tema parece un secreto de estado.

-Sí. Pero eso no viene al caso. Ella ha guardado el secreto hasta ahora, debemos respetarlo. ¿No te parece?

Jorge sonrió. De todas formas, pensó, se lo podía contar a él. Él guardaría también el secreto.

-O sea, que pudieron quedar para el sexo, pero…

-Es posible, sí. Después de ese momento, todo se desmandó. Lo interpreto así al menos.

-Tendré que llamar a Olga.

-Ese chico no parece estar en sus cabales. Pero solo llevo unas horas investigando. A ese de todas formas, no es posible hackearle. Es un maestro. Creo que ya sé quien es. Si es el que yo digo, es casi tan bueno como yo. Es un colega. Y hasta hemos hecho asaltos juntos. Aunque ahora tiene un perfil bajo en la red. Tiene varios nicks de guerra.

-¿Está buscando nuevos retos ahora en la vida real? Pues… podía haber seguido compitiendo contigo por ser el mayor hacker. Pero de todas formas, menuda mezcla: un tipo que es un hacker de primer nivel, hijo de una reputada comisaria de policía. Además es un antiguo novio de Javier ¿No?

-Afirmativo.

-¿Y Javier no lo sabe?

-Hasta donde yo sé, no. Y tal y como está ahora, yo no se lo contaría.

-¿Os conocíais en persona?

-Na, que dices. Somos hackers, joder, no un club de lectura. Si llego a saber que está tan bueno… otro gallo hubiera cantado. Lo hubiera buscado para follarlo.

-Pues mira, en cambio buscaste conocerme a mí.

-La mejor decisión que he tomado en mi vida.

-Zalamero.

-De todas formas, aunque el ordenador del Galder ese está protegido al cien y su móvil, su casa no. Le espían.

-No lo entiendo.

-Ni yo. A no ser que sea buscado. O consentido.

-Me dijeron que trabaja en Uremerk.

-No lo sé. A eso no he llegado.

-Prefiero que antes me busques a quién ha traicionado al embajador. Se lo debo.

-Vale. De todas formas, le ha encargado al hombre ese que te condujo de vuelta a la terraza que lo investigue. Parece su hombre de confianza. Dato curioso: no es el jefe de la seguridad de la embajada.

-Y además es joven.

-Como Carmelo. Creo que son del mismo mes.

-Parecía más joven.

-¿Te ha dicho algo Hugo de su traducción? Por cierto, es muy arisco. Está bueno, pero ya le odio. Que sepas. No me hace caso. Se pone muy digno. Se debe creer que soy un adefesio o algo así. Y estoy bien bueno.

-Si te viera en persona, seguro que lo conquistabas.

-Una mierda. Ese me da que solo cata miel de calidad. De la cara.

-¿Vas al médico? – cambió de tema Jorge.

-Ya sabes que no.

-Vente a Madrid y le digo a Manzano. Tienes que mirarte esos dolores.

-Son de las hostias que me dieron mis padres. Y de las que esos hijos de puta de médicos a los que me llevaban me curaban sin mucho interés.

-Por eso te digo. ¿No habrás vuelto a drogarte para el dolor?

-Tengo un acuerdo contigo. Y lo respeto. Aunque me muera de dolor.

-No quiero que te mueras de dolor. Quiero que te cures.

-No tengo pensado…

-¿Quieres que le pregunte a Manzano? Seguro que conoce a algún colega de confianza en París. Me voy unos días y te acompaño.

-No hace falta. Me aguanto.

-No me quedo conforme. Ya hablaremos. Dime eso de Hugo. Y luego te vas a dormir que te noto agotado.

-Ha traducido las diez primeras páginas de esa novela.

-¿Y?

-Copia exacta.

-Dime las buenas noticias.

-Ha sido Nadia. Es la única que se ha bajado la novela. Ya lo he comprobado. Cuando la bloqueamos, intentó varias veces acceder de nuevo. Podría haberte preguntado por qué le fallaba las contraseñas de acceso, pero no lo hizo. Eso es, demuestra, su cargo de conciencia. Hasta buscó a un experto informático para intentar sortearlo. Uno de la empresa esa de Arnáiz.

-Me imagino que perdió el tiempo.

-Y le dedicó horas. Pero sí. Si quieres te digo quien es, y desde donde lo hizo. Hasta le saqué una foto. No, no estaba Nadia con él. Sí, es un hombre. No, no es guapo. Ni está bueno. Ni es buen informático. Voy a ir comprobando desde dónde se conectaba a la nube cada vez que lo hacía. A lo mejor nos llevamos sorpresas. Y así a lo mejor, la encontramos.

-Dime más buenas noticias.

-También se bajó “La Casa Monforte”. Y “Muerte y resurrección del hombre de la corbata roja”. Y “Una boda sin novios”. Y también, se me olvidaba, “El tipo que desayunaba por la noche”

-O sea que debemos buscar esas tres novelas por el mundo. Cuatro, perdón.

-Y por España.

-Si dices eso…

-Es una corazonada. Tengo que investigarlo. ¿Le hablaste a Nadia de mí?

-No. ¿Por qué?

-Ha desconectado todos sus dispositivos. Está ilocalizable. Y antes de que preguntes, no hay forma de explicar su patrimonio. Y eso que me da que gran parte lo tiene oculto. Es de lo que vivirá. Hace un par de años que dejó su trabajo.

-¿Vive del aire? No me dijo nada la hija de puta.

-Me dijo un amigo una vez que vivía de las apuestas. Era mentira, robaba a la empresa. Ésta te robaba a ti.

-Nunca me contó que hubiera dejado el trabajo. Tampoco me contó que tuviera pareja y que le mantuviera.

-Habrá vendido las joyas que le regalabas como agradecimiento. Pero se va a joder. Si haces lo mismo que con “La Casa Monforte” que antes de publicarla la cambiaste completamente, cuando publiques esas novelas de verdad, no las va a reconocer ni su padre. Y además, serán todavía mejores. Es una pasada la diferencia de la primera versión a la que has publicado.

-Claro que lo haré. Debo cambiar todo el Universo paralelo. Debe ser concordante con el lugar que ocupan en el orden de publicación. Y eso cambiará la historia. La Casa Monforte iba la tercera en el orden de publicación. No tenían sentido las peripecias de los personajes, del niño de quince y el resto. La dependienta de “El Corte Inglés” apareció por primera vez en “La hora de la confesión”.

-Fue bestial la velocidad a la que lo hiciste.

-Cabrón, que me ibas corrigiendo las faltas. Si la leías casi a la vez.

-No. Lo hacía cuando descansabas. Era una locura tu ritmo.

-Desde la comida de Dimas, tuve claro que era la que se iba a publicar. Lo fui organizando en mi cabeza. No me apetecía discutir. A parte, sus argumentos, falsos, claro está, eran aceptables. No querían que siguiera el orden, porque ellos si lo siguieron. No pensaban que iba a publicar nada. Les pillé a contra pie.

-“La hora de la confesión” no se la bajó.

-Es raro. Decía que le gustaba mucho.

-A lo mejor ha probado ahora. Hubo un intento de entrar con tus credenciales. Otro intento, me refiero. Pero esta vez con las supuestamente tuyas.

-Que se joda. Se estará tirando de los pelos por no habérselo bajado todo.

-Si se llega a enterar que tienes otras tantas novelas…

-Calla, no se lo digas a nadie.

-Pues tú no lo digas tampoco. Además, a cada uno le dices un número distinto. Y parece que disfrutas, te regodeas en ello.

-Es que no me acuerdo de lo que le he dicho al anterior. Y de todas formas, la mayoría no se lo creen. Piensan que desvarío. Alguno yo creo que piensa que al final las drogas me han freído la cabeza.

-O no sabes las novelas que tienes acabadas. – se burló Aitor.

-Dímelo tú.

-Siete en la carpeta de Nadia. Y los ochenta y tres relatos. Nueve en la carpeta correspondiente oculta para ella. De esas siete primeras, quitamos “La Casa Monforte”. Quedan seis. Y mil ciento noventa y siete relatos en la oculta. Más cuarenta y cinco pendientes de registrar. Más mil quinientos ochenta y dos descartados. Martín se lo ha leído casi todo. Cada vez que entra, mira a ver si has escrito algo más. No entra a leer las no registradas, eso sí. Pero como ya no tiene que leer, ha empezado con los descartes. Creo que cualquier día te va a dar una colleja por desechar algunos de ellos. De hecho, la que llevó al programa de Alsina, es un relato de los descartados. Y creo que todos quedaron maravillados y a todos gustó. Por cierto, os quedó genial. Aunque habéis quedado con Alsina en ir un día y volverlo a grabar habiéndolo estudiado antes, a mí me encanta como os quedó. Si puedes, escucha el podcast. Carmelo, por cierto, no había entrado nunca en las otras carpetas. Yo creo que porque pensaba que no querías que lo hiciera. Pero ya ha empezado a leer el resto. Y a buen ritmo.

-Vaya. Pero esos relatos son cortos… los descartados.

-Y una mierda. De esos tienes quince que superan las cuatrocientas páginas. Siete, superan las trescientas. Dos, superan las ochocientas páginas. Doce, superan las doscientas. Y los sigues teniendo en la carpeta de relatos cortos. A parte, tienes tres agrupaciones de relatos, que en realidad son capítulos de novelas. Paso de decirte cuales son, que ya lo sabes tú. De esas agrupaciones de relatos, sacarías cuatro novelas, por lo menos. Cuatro inmensas novelas.

-Dejemos el tema – dijo Jorge sonriéndose. – Soy feliz escribiendo. Como tú lo eres corrigiéndome.

-Te dije cuando nos conocimos que no necesitabas correctora. Que te lo hacía yo.

-Más me valía haberte hecho caso. Por cierto, gracias por ocuparte de mandar registrar esa nueva versión de “La Casa Monforte”.

-Tu amigo del registro estuvo encantado de ayudarnos. Le caes bien. Por nada del mundo hubiera dejado que no lo hicieras. Ese tipo siempre me ha parecido siniestro.

-¿Quién?

-Dimas. El del registro es majísimo.

-A ver si saco un momento para ir a tomar un café con él.

-Aprovecha y registra lo último que vas escribiendo. Esos cuarenta relatos que tienes pendientes.

-Si no lo hago en quince días ¿Te ocupas tú?

-Te venía bien ir a la imprenta y luego a estar con ese hombre.

-Tengo que ver a demasiada gente.

-Vale. Pero eso te va a suponer otra noche de amor conmigo.

-Que bobo eres. Ya sabes que te quiero.

-Yo quiero follar contigo. -reiteró con voz ñoña.

-Si un día te digo, seguro que ni te empalmas de los nervios.

-Posiblemente. Pero quiero comprobarlo. Te dejo escritor. Me voy a ir a sobar un rato. Mañana seguiré con la investigación.

-Querrás decir luego.

-Para mí los días son… empiezan cuando me levanto y acaban cuando me voy a dormir. Me da igual la hora en que haga cada cosa.

-A lo mejor descubrimos que llevas dos meses de retraso en el dormir.

-Más o menos como tú.

-Gracias, querido. Sabes que te quiero ¿Verdad?

-Sí, escritor. Lo sé. Y yo también te quiero a ti.

Jorge se recostó en la butaca y se tapó mejor con la manta. El sol estaba a punto de aparecer por el horizonte. Si le había dicho Aitor al empezar a hablar que hacía cinco grados, eso supondría que al aparecer el sol rondarían los cero grados. La calle iba cogiendo el ritmo de un día entre semana. Debería ir a prepararse para ir con Carmelo a la editorial.

Volvió a sonar el móvil. Era de nuevo Aitor.

-¿Qué se te ha olvidado?

-Necesitaba pedirte un favor.

-Dime.

-Te hablé de que iba a abrir en Madrid mi empresa de seguridad.

-Claro.

-Recibirás en un par de días un poder para representarme. Quisiera que te ocuparas de todo lo del notario y demás. Y que fueras mi socio.

-Claro. Eso ya te dije que sí.

-Y que te conviertas en el consejero delegado. No te llevará casi tiempo. Solo firmar. Te preparo la firma digital.

-Vale. Ahora me deberás tú una noche de amor.

-Vale. ¿Cuando vienes a disfrutarla?

Jorge no pudo evitar una sonora carcajada que retumbó en la madrugada madrileña en la calle Núñez de Balboa.

Paulina llevaba días sin pasarse por el barrio. Le habían cambiado de zona por unos días. No pudo resistirse a preguntar al frutero sobre el día en que fue Doña Eugenia a invitarle a un café. Así que en cuanto pudo, se plantó delante de la frutería. Abrió la puerta y desde allí gritó:

-¿Se puede?

Vicente salió del almacén a ver quien era.

-Creía que te había dejado de gustar la fruta y verduras.

-¿La fruta o el frutero?

-Ya estamos. Vienes a cotillear.

-No todos los días viene una señora con mayúsculas a invitarte a tomar un café.

-Pues nada. Subí y tomamos un café. Con los niños.

-¿Y?

-¿Como que “Y”?

-¿Habéis consumado?

-Paulina, por favor. Tomamos un café y punto. Y jugamos con los niños.

-Y luego ¿No la has invitado no sé, a merendar otro día?

-Pues no.

-¡Ay! Chico, que soso eres. Pues invítala. Si no lo haces parecerá que no te interesa.

-¿Por qué piensas que me interesa?

-Porque vi como la mirabas. Lo vi con estos ojitos.

-Está a otro nivel. No me confundas. Soy un frutero. Nada más.

-Y ella una mujer, nada más.

-Pero con clase, elegante, con un sueldazo.

-Una persona, tú, una persona ella. Dos personas. Lo demás…

-Ya sí, dime que lo demás no importa.

-Por probar… es de educación. Míralo de esa forma. Busca un sitio distinto e invítala. Como excusa, tener un detalle por haberte invitado a tomar café con sus hijos el día de su cumpleaños.

-Tendré que decir que lleve a los niños.

-No sé… deja eso en su tejado. Venga, manda un wasap. ¡Vamos!

-¿Y qué le digo?

-Pues… que estuviste muy a gusto y que te gustaría tener un detalle de agradecimiento por ello. Y busca un día, y dila que si le apetece ir a … ese sitio que ponen esas tortitas tan buenas. O esa pastelería tan buena que tiene cafetería y que pone unos surtidos de pastelitos muy ricos.

Vicente resopló.

-Dame el móvil, anda.

-Que no, que…

-¡Dame! Si te dice que no, pues ya está.¡Dame!

Vicente acabó claudicando y le tendió el móvil.

-Espero no arrepentirme.

-Agorero.

Paulina empezó a escribir, mientras Vicente se volvía al almacén para no verlo.

-¡Ya está! – gritó Paulina.

Jorge Rios.