Capítulo 83.-
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Le despertó una llamada de Carmelo. La historia del día anterior se repetía: se había vuelto a quedar dormido sin darse cuenta. Y esta vez, sí era el día de la comida con el embajador.
-¿Estás bien?
Jorge tenía la boca pastosa. Empezó a moverla para generar un poco de saliva y poder hablar.
-Me he quedado dormido. Otra vez. Seré bobo … el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
-Pues apresura. Mira la hora.
Jorge apartó el móvil de su oreja e hizo lo que le decía Carmelo.
-Te dejo. Tengo que ducharme y vestirme.
-Abrevia. Hay atasco.
Jorge se fue corriendo al baño y se lavó la cara con energía. Dejó la ducha para la tarde y se fue al ropero. Eligió la ropa sin pensar mucho. De repente vio en la mesa que había delante, las camisetas de “La Casa Monforte”. Tuvo un impulso y se puso una de ellas, la misma que había escogido Martín al irse. Se puso un chaleco de color negro y luego una americana de color claro, uno de esos colores indefinible. Pantalones negros y zapatos castellanos sin borlas, negros también.
Miró en el joyero. Había un collar de oro, parecido al que se había puesto Martín. Decidió ponérselo. Y cogió un pendiente a juego. Hasta el día de la embajada, hacía tiempo que no llevaba pendientes. Pero hoy le apetecía repetir. Era un aro pequeño con una pequeña especie de borla a juego con el collar.
Llamaron a la puerta. Jorge corrió hacia allí.
-Llegamos tarde – le dijo Flor.
-Ya estoy. Me echo colonia y nos vamos. Pasa mientras. ¿Sabemos algo de Fernando y Nuño?
-Todo bien, parece. Nuño ha dormido en casa de Fernando, como vaticinaste. Y esta mañana, no hace demasiado, o sea que no han madrugado mucho, Fernando ha acompañado a Nuño a la Residencia. A Fernando le hemos dado el día libre. Entre el tute que le damos entre todos y … me imagino que hoy no ha dormido demasiado, me han dicho mis compañeros que esta mañana parecía contento, pero … a la vez parecía un espectro.
-Pobre hombre. Encima nos tendrá que aguantar las bromas.
-No. Te aseguro que ninguno vamos a bromear. Nuño parecía feliz esta mañana. Y eso, para todos los que lo conocemos, es importante. Y Fernando, es un compañero al que queremos todos mucho. Se desvive por todos. Suele ser muy … reservado con su vida privada, con sus ligues, con su pasado sobre todo. Te puedo asegurar que ninguno le vamos a tomar el pelo.
-A mí la verdad es que me cae genial. Pero he de reconocer, que no sería yo si no le pico en algún momento ¿Nos vamos?
Salieron los dos de casa. Jorge saludó a Lidia y Carla, que estaban en el descansillo.
-Están bien esas camisetas. – le dijo Flor en el ascensor.
-Estoy esperando que me manden para vosotros.
-Ya me ha dicho Fernando que les disteis cuando fuisteis a grabar Pasapalabra.
-Tengo pedidas para todos los equipos. Lo que pasa es que la verdad es que han quedado bonitas y me da que Bernabé no tenía previsto hacer muchas. Era una cosa así para que Álvaro y yo las luciéramos en Pasapalabra, como publicidad. Pero a Álvaro se le ocurrió dar al público, al equipo del programa y a vosotros. Martín ha pedido también … y varios amigos. Y no hacemos más que pedirle más. Y de todos los modelos. Todos vais a tener un juego completo, con chaquetas y sudaderas incluidas.
Al final hubo suerte y no tardaron en llegar al Intercontinental. Aunque Jorge fue el último en incorporarse. Carmelo charlaba tranquilamente con el embajador y sus invitados. Su madre había agarrado del brazo a Carmelo y lo miraba embelesada. Fue ella la que vio a Jorge la primera y llamó la atención de su hijo y del actor. El embajador fue a su encuentro y le dio un abrazo.
-Siento mucho todo eso de los bulos sobre que estáis muertos. Nos estaba contando Carmelo que te había afectado hoy mucho.
Jorge levantó las cejas. No tardó en darse cuenta que era la excusa que había puesto para justificar su tardanza y el haberse quedado dormido a media mañana. Se apuntó mentalmente preguntarle que bulo había tocado, si es que había habido alguno.
-Hay días y días. Y estoy pendiente de un amigo que no contesta al teléfono. Y había recibido amenazas… – Jorge decidió darle un toque dramático más. Carmelo le hizo un gesto para que no se pasara de rosca al respecto. Jorge se encogió de hombros como si fuera un niño pillado en falta por su padre.
-¿Lo conocemos? – le preguntó el embajador.
-No creo. Es un influencer que me entrevistó el otro día.
-¡Ah! Mi hija me dijo. Suele verlo. Le gusta. Me lo comentó porque te vio y sabe de mi querencia por ti.
-Anda, mira. No sabía. Pero no se trata de él. Es un compañero suyo. – No quería poner a Carletto en un aprieto. Si el embajador se lo comentaba a su hija, ésta podía hacer algún comentario en sus cuentas y hacer que se difundiera la noticia. Y eso no sería bueno para nadie.
-Se ha aficionado a leer en español. Se guía mucho por la opinión de ese influencer. ¿Carletto se llama?
Jorge después de ese primer impacto, tomó las riendas de la situación con la intención de llevar la conversación hacia otros derroteros más festivos, como se suponía que debía ser esa reunión. Se acercó a la madre del embajador y la abrazó y besó con cariño. Ella cambió encantada el brazo del actor por el del escritor.
-Hoy soy la envidia de todas las mujeres y hombres de medio mundo.
No conocían al resto de las personas que habían invitado el embajador y su madre. Eran dos matrimonios amigos de Damien. Según entendió Jorge, eran antiguos compañeros de colegio en París. Ernest y Camile y François y Lys. Los dos matrimonios parecían moverse en círculos elitistas, por la forma de comportarse y de vestir. Y por otro lado, asistían también dos mujeres de la edad de Marguerite, la madre del embajador: Elodie y Léa. Parecían muy cercanas a ella. Y parecían las dos muy entregadas tanto a Carmelo como a Jorge. En realidad, todos parecían encantados de reunirse con ellos. A Jorge le dio la sensación de que el objeto de la reunión eran ellos. Conocerlos. Se sonrió al pensar que parecía una asamblea de un club de fans. Él, que supiera, no tenía ninguno; Carmelo en cambio, sabía que tenía unos cuantos y alguno de ellos muy activo. No se arrugaban si tenían que defenderlo de los ataques de esos que disfrutaban criticándolos o peor, que se dedicaban a amenazarlos con todos los males posibles, incluso la muerte. Habían llegado a manifestarse delante de la televisión Integral, mientras se emitía su programa estrella de las tardes, en el que con mucha frecuencia, solían reunirse algunos comentaristas poco proclives tanto a Jorge como a Carmelo, como el amigo Poveda. Ésa reunión podía ser el germen de uno que fuera de los dos, aunque tuviera su sede en París. Tendría que hablarlo con Sergio, a ver que le parecía.
Una vez que estaban todos, un camarero les guió hacia su mesa. Carmelo y Jorge se sentaron uno al lado del otro. En otras circunstancias se hubieran separado para poder hablar con más cercanía con esas personas que parecían admirarlos. Pero algo en el ambiente les hizo ponerse al lado para darse apoyo. La madre del embajador, Marguerite, se sentó al otro lado de Jorge. Damien se sentó enfrente de Jorge y Carmelo. Y al lado de éste se sentó Elodie, seguida de Léa, las dos amigas de la madre del embajador.
-Tengo que confesarte una cosa – le dijo Damien nada más sentarse a la mesa. Le pareció a Jorge que su amigo iba con un guion preparado y no quería perder el tiempo. – No es el mejor día, según nos ha contado antes Carmelo. Espero que no te molestes.
Jorge levantó las cejas expectante. Se declaró derrotado en su intención de que la reunión fuera festiva. Sus hombros levemente caídos eran buena prueba de ello. Su amigo Damien, parecía decidido a tratar temas escabrosos. Tenía que habérselo imaginado al ver el gesto y el lenguaje corporal que tenía. Y esas miradas furtivas que lanzaba a sus amigos de vez en cuando. Ellos a su vez, sobre todo las mujeres, parecía que … había algo en el ambiente … ellas, pensó Jorge, al fin y al cabo, no eran antiguas compañeras de liceo de Damien, lo eran sus esposos. Las mujeres tenían algo en contra del embajador que sus maridos, quizás por la vieja amistad o camaradería, decidieron pasar de largo o al menos no darle importancia. Aunque sería difícil que compartieran esa discrepancia con ellos. Al fin y al cabo eran unos desconocidos. Famosos, pero no eran de su círculo.
-No te preocupes, que mi hijo te aprecia. No es nada malo – le tranquilizó la madre de Damien, que se había fijado a su vez en los gestos de Jorge.
-Tu dirás. No sé por qué me tendría que enfadar contigo. – Jorge decidió no cejar en su intento de que la reunión fuera simplemente una reunión de amigos. – Aunque si hay que enfadarse, me enfado. Eso sí, para las hostias, Carmelo. Es más alto y tiene más práctica.
-Será bobo el tío – Carmelo le dio un ligero golpe en el brazo.
Vano intento. El embajador obvió la broma de Jorge, lo que desconcertó a éste. Miró a Carmelo que levantó las cejas y se encogió ligeramente de hombros. También había cambiado tanto el gesto como su forma de estar. Se aprestaron ambos a poner su mejor expresión de seriedad, con pompa y circunstancia, si era menester. Se estaba empezando a inquietar. Iban dispuestos a pasar un rato agradable, con conversaciones intrascendentes. Parecía que eso no iba a ser así. La verdad, eso a Jorge le molestaba.
-Vas a dar un curso en la Universidad Jordán sobre Escritura Creativa.
-Sí. ¿Quieres apuntarte? – le preguntó Jorge con un tono un poco de broma. Se arrepintió al momento. Volvió de nuevo a su ademán circunspecto.
-No. Es otra cosa.
Le explicó que en realidad las dos parejas de amigos que estaban con ellos eran los padres de dos de los apuntados para el curso.
-Tenían muchas ganas. Era su sueño. – apuntó Lys, la madre de uno de ellos. Lo dijo mirando a Jorge directamente, aunque antes y después miró a su marido con un gesto de reproche.
-Me vas a perdonar Damien, pero no acabo de entender lo que me dices. Es un curso en una Universidad Española. Pero me parece que vuestros hijos – se dirigió ahora a los dos matrimonios – no dominan el castellano, mucho menos habrán estudiado a nuestros dramaturgos, a nuestros novelistas o a nuestros poetas. ¿Cómo lo van a hacer? ¿Va a haber traducción simultánea y no me he enterado? No me han dicho nada al respecto.
Damien se sonrió.
-Me dirigí a la Universidad y les solicité que organizaran un curso, contigo de profesor. – hizo una pausa dramática que consiguió acaparar la atención del escritor – En francés, claro. Y la Universidad aceptó, porque les aseguré además que tú hablas el francés como un nativo. El decano tenía alguna duda de que fueras capaz de dar un curso así completamente en francés. Me vino a decir que una cosa era hacer un par de declaraciones que estaban preparadas antes y otra hablar dos horas seguidas en francés para nativos.
Casi se indignó más Carmelo que Jorge. Le parecía imposible que ese decano pudiera pensar que Jorge llevaba algo preparado cuando hacía alguna declaración. Y además, las decenas de entrevistas que daba cada vez que iba a Francia de promoción, los programas que visitaba en directo, sin red… Jorge le apretó la mano para que lo dejara correr.
-Les debíamos un premio – comentó Ernest. – No ha sido fácil su vida. Sabíamos que Damien tiene amistad contigo y en los años que lleva en Madrid se ha creado buenas relaciones en el mundo universitario.
-Bueno, me pilla de sorpresa. – reconoció Jorge.
-Sé que todavía no le has dicho al decano que sí en firme.
-Pero él sabe de sobra que los voy a dar. Me conoce. Si digo que no, lo digo en el primer momento. Pero tampoco me atrevo a decir un sí rotundo. Hasta ahora no he tenido la cabeza muy centrada y la verdad, con todos estos nuevos acontecimientos que nos encontramos cada día, tampoco… no me gustaría que … vamos no me gustaría que si no puedo darlos por alguna circunstancia sobrevenida, alguien se le rompan las ilusiones y además le cause un quebranto económico.
-Sabemos que eres capaz de dar ese curso. Te he ido a escuchar alguna vez tus lecturas o charlas para lectores o fans. Y personas de mi confianza también lo han hecho. Y eres un tipo que sabe hacerse escuchar. Y que provocas el debate y que las personas te cuenten sus …
-La madre que te parió. Ayer … no, antes de ayer, no sé en que día vivo … ese joven que estaba al lado de uno que iba trajeado y que luego me pidió que le firmara la camisa, a parte de un libro. Es la segunda vez que firmo una camisa en unos días, por cierto. Antes nunca. Su compañero, al menos el que estaba sentado a su lado, me sonaba y cuando se acercó a que le firmara me pareció que tenía acento francés. Me extrañó porque el libro era en español. Ese hombre trabaja para ti en la embajada. ¡Me has enviado espías!
Damien sonrió.
-No se te escapa una. Ha estado contándome desde que llegó de vuelta a la embajada, todo excitado, como fue la charla. Y como tanto tú como tu sobrino conseguisteis que para esas personas fuera un encuentro inolvidable. Te va a escribir algo y te lo va a mandar a ese correo que el secretario del Decano creó para la ocasión. A lo mejor lo hace en francés.
-Damien, creo que ya que te has puesto a ser sincero – intervino Carmelo – es mejor que no te pares. Esa decisión del Decano de organizar ese curso con dos turnos, al parecer uno en francés y otro en castellano, ha originado un movimiento entre parte del profesorado de la Universidad en contra de Jorge. Tengo claro que nuestros nuevos amigos – señaló a los dos matrimonios – deben ser personas con un estatus envidiable. Primero para conseguir que tú hagas esas gestiones y muevas a una Universidad importante a organizar ese curso apartando a los profesores que lo daban hasta ahora. Aunque el curso en su nuevo planteamiento, no tenga nada que ver con el que había otros años. Y después para que de repente, un montón de profesores se muestren interesados en dar un curso que no parece que sea prestigioso ni que sea un maná que les vaya a solucionar la vida económicamente. Les supondría un ingreso extra, pero nada … escandaloso. Pero me imagino que las influencias que podrían conseguir al tratar con los alumnos apuntados, merecen la pena, hasta para hacer un curso acelerado de francés. Porque para su desgracia, ninguno de esos profesores que se postulan ahora, hablan francés.
-El curso hasta donde yo sé no es barato. – comentó Jorge.
-Nada barato. Pero hay lista de espera. – afirmó rotundo Damien – Y está claro que el curso se celebra si lo das tú, Jorge. Si no lo das tú, la Universidad deberá devolver el dinero más un 10% de penalización. El resto de profesores de la Universidad Jordán, se pueden poner como quieran.
Jorge levantó las cejas. Fue a decir algo, pero se contuvo porque les estaban sirviendo los entrantes. Cuando los camareros se retiraron, Jorge retomó la conversación.
-No entiendo por qué me lo estás contando tú ahora. No es por menospreciarte, ni mucho menos, pero a la altura que estamos, esto me lo debería estar diciendo el decano, con el que he estado hace unos días. Al menos avisarme de que tengo que dar un curso en francés, que no es por el idioma. Es porque no puedo plantear el curso de la misma forma. Veinticinco franceses no tienen las mismas referencias culturales que veinticinco españoles.
-Eso no creo que sea ningún problema para ti.
-Sabiéndolo no. Pero imagina que me presento en el aula. Empiezo un speech en español. Y empiezo a hablar de Lope de Vega. De Calderón, de Larra, de Cela. Después de un cuarto de hora me doy cuenta que no me entiende nadie y que Lope de Vega para ellos es … como si les hablara de “la zarzamora” de Lola Flores. Pregunto. ¿De dónde sois? ¡Franceses! Mira que bien. Y vale, cambio al francés. Ningún problema. Si han pagado dos mil euros por el curso… pero debo hablar de Victor Hugo, no de Lope de Vega. Debo tener citas preparadas de él, o de Émile Zola, o de Flaubert, o de Molière. Y no las tengo. Y no queda bien que me ponga a buscar en el móvil un fragmento de “Le Malade Imaginaire”. Contar la anécdota del camisón amarillo de Molière queda ya muy visto.
-¿Dos Mil? – exclamó sorprendida Léa, una de las amigas de Marguerite. Miró por turnos a todos los sentados a la mesa.
Jorge y Carmelo se miraron sorprendidos.
-¿Cuanto cuesta el curso, por curiosidad? – Carmelo fue el que hizo la pregunta en voz alta.
-Seis mil euros. Más gastos de matrícula, de seguro … de tramitación … – era Camile la que había respondido en un tono glacial. A Jorge y a Carmelo no se les escapó una mirada que lanzó a Damien.
Jorge y Carmelo se miraron sorprendidos. Pero a la vez, por los gestos de los padres, supieron que esa cifra no era del todo correcta. Aunque nadie abrió la boca. Tuvieron claro los dos que el coste final era muy superior.
-El que ha pagado esa cantidad, espero que sea consciente de que no va a salir del curso con una novela publicada y súper ventas. – Jorge no pudo disimular su indignación.
-No Jorge. Van a aprender la forma que tienes de ver el arte de escribir. Van a intentar entender de dónde salen esos personajes que nos hacen tanto bien – le explicó Ernest. – Cómo eres capaz de inventarlos y sobre todo, de hacerlos cercanos. De que lleguen a la gente, que calen en ellos.
-Seis mil euros mas la estancia durante tres meses en Madrid … más otros gastos indeterminados … – siguió razonando Jorge en voz alta. – Perdonad, pero me parece una barbaridad.
A Jorge no le entraba en la cabeza. Se le habían quitado hasta las ganas de comer. Carmelo le tocó con la mano la pierna. Jorge suspiró al sentirlo y respiró hondo.
-Ahora si os parece, quisiera que me contarais de verdad la razón de todo esto. Intuyo que todo partió de vosotros – y señaló a los dos matrimonios. – Es un premio el que les dais a vuestros hijos cuando menos … cuantioso. Debe de haber una razón de peso.
Carmelo le sirvió en su plato algunos entrantes de los que les habían puesto en el centro de la mesa. Jorge entendió el mensaje y se relajo. Cogió su tenedor y los fue probando.
-Están riquísimos – dijo sonriendo.
-El otro día, cuando nos vimos en la embajada – empezó a hablar la madre de Damien – te conté que el hijo de una amiga le había supuesto …
-La amiga era yo – interrumpió Elodie. – Déjame Marguerite que lo cuente yo.
La aludida afirmó con la cabeza y sonrió.
-Mi nieto Eloy, murió hace unas semanas en un accidente de coche. Lo quería como… lo quería de verdad. No era mi nieto biológico. Era adoptado. Pero eso me daba igual, como a sus padres. Lo buscaron durante años. Buscaron tener un hijo. Lo intentaron todo. Pero… nada salió bien. Mi hijo estaba desesperado. Frustrado. Toda la vida amasando una fortuna para que luego, en lo más básico, la vida le diera un bofetón.
-En una fiesta en casa de unos amigos se les acercó una mujer. A mi hijo y a mi nuera. Estaban los dos. Esa mujer no era una desconocida, según me contó mi hijo, pero tampoco era de su círculo de amistades. Era una persona que se solían encontrar en algunas reuniones o eventos. Tenía un acento raro, entre español y del norte, ruso, pensaron. Español sabía, porque les habló en algún momento en castellano. Y ruso… mi hijo creyó que hablaba por teléfono en ese idioma. Aunque podía haber sido otra lengua de la zona, ucraniano, checo… ya sabéis. El caso es que les propuso una adopción fuera de los cauces oficiales.
A Jorge se le hundieron un poco los hombros. Miró desanimado a Carmelo que también estaba afectado por la deriva que iba tomando la conversación. Intuían los dos el resto del argumento de esa novela. Esta vez Carmelo no ocultó la mano debajo de la mesa y agarró la de Jorge. Éste se la empezó a acariciar con su dedo pulgar. En un momento dado, se la llevó a la boca y le dio un beso.
-Mis hijos lo debatieron largamente. Sabían que iba a ser un chico problemático. Sería ya de una edad, no iba a ser un bebé. La mujer no les ocultó que esos niños había sufrido y que necesitaban mucho cariño. Ella se comprometía a arreglar todos los papeles. A que a partir del momento de la adopción, el niño se convirtiera ante la ley en hijo legítimo a todos los efectos. Sin necesidad de ese estudio de capacitación y saltando las normas de la edad… ya sabéis que pasada una edad no se puede adoptar. Mi hijo ya la sobrepasaba, aunque mi nuera no, pero por poco.
-Al final se decidieron. Pudo más su deseo de ser padres, de poder cuidar a un joven… que la prudencia.
-Parte de las gestiones las llevó un bufete de Madrid. Otra parte, uno de París. Cada uno presentó luego una minuta desorbitada. Casi quinientos mil euros cada bufete. A parte, a esa señora había que darla dos millones de euros, en metálico.
-Llegó el chico. Estaba muy delgado. Casi demacrado. Mi nuera lo abrazó nada más verlo. Y el chico… se abandonó en sus brazos. Mi hijo hizo lo mismo. Le abrazó fuerte. Los tres conectaron inmediatamente. Supieron que no debían preguntar, porque supieron que ese chico lo había pasado muy mal. Al cabo de unos días, le llevaron a un hospital para hacerle un reconocimiento médico. Los doctores dudaban de por dónde empezar a recomponer todo lo que tenía mal. El golpe más duro fue saber que solo tenía un riñón y un pulmón. Los médicos estaban seguros de que se los habían extraído para venderlos en el mercado negro. Seguramente algún jeque árabe o un millonario ruso lo llevaría en su cuerpo.
El cuerpo fue sanando. Sus niveles de anemia y otras enfermedades fueron corrigiéndose. Pero lo que no lograban corregir era … – la mujer se señaló la cabeza con el dedo. – Los terrores nocturnos, la ansiedad…
-¿Qué edad tenía el chico cuando lo adoptaron? – preguntó Carmelo con la voz más dulce que pudo poner.
-Quince. Aunque en las pruebas médicas determinaron, por los huesos, que no tendría más de trece. Lo que pasa es que estaba muy desarrollado. Acabó siendo casi tan alto como tú, Carmelo. Muy delgado, eso sí. Me recordaba a esa película que hiciste en Francia hace unos años y que estabas la mitad de como estás ahora.
-¿Y su nombre? Creo que se me ha escapado cuando lo has dicho – preguntó Jorge también intentado ser muy delicado.
-Eloy.
La mujer se emocionó al decir su nombre. Marguerite sacó un pañuelo de su bolso y se lo pasó. Elodie se lo agradeció con un gesto.
-¿Era francés? ¿Español? Ruso, como esa señora que abordó a tu hijo y tu nuera…
La mujer se encogió de hombros.
-No lo sabemos. Francés o español. Hablaba los dos idiomas sin acento. Aunque yo creo, sin nada que lo sustente, que era español de nacimiento.
-Y ¿Se lo ofrecieron en una fiesta en París?
-En Saint Tropez.
-Fui yo el que le aconsejó a Elodie que le diera un libro de Jorge para que lo leyera – Camile retomó el relato – Tanto Ernest como yo somos lectores empedernidos de tus obras. Ahora estamos esperando a volver a Francia para comprar la última novela. No te perdonamos que nos hayas tenido siete años esperando – su reproche fue hecho con una sonrisa. Jorge hizo un gesto con la cara para disculparse. – Hablábamos mucho Ernest y yo de tus novelas. De tus personajes. Creo que te dijimos – ahora se estaba dirigiendo a Elodie – que le dieras “La angustia del olvido”. Con ese libro empezamos a ver la luz con Philippe. Nuestro casos, sé de sobra que eres muy perspicaz, que lo sois los dos – miró también a Carmelo – ya os habréis dado cuenta que son un calco del de Eloy, el nieto de Elodie.
-Y funcionó. Luego leyó “Todo ocurrió en Madrid” y “Tirso”.
-Y por fin “deLuis”. Y la cosa empezó a mejorar.
-En realidad fuimos todos leyendo a la vez que ellos. Para buscar lo que les hacía reaccionar y poder… ayudarlos. Todos los habíamos leído antes… pero cada detalle era importante.
-Pero la muerte de Eloy nos ha… impactado. Y nos ha metido el miedo en el cuerpo. – comentó Lys. – por eso el curso. Por eso la decisión de que vengan a Madrid a …
-Escucharte. – zanjó Damien la frase. – Ayer fue claro para Didier mi secretario, y así me lo expresó con vehemencia, que … esos chicos te buscan. Y tú sabes entenderlos. Te buscan porque te han leído y han encontrado consuelo en tus libros. Me habló de un chico que se subía a la barandilla de la terraza de su casa, un piso alto, y miraba al vacío. Y de esa chica que teníais Martín y tú sentada justo en frente como contó que leyendo “deLuis”, supo entenderse y quitarse de la cabeza la idea de … quitarse la vida.
Jorge suspiró un poco sobrepasado. No sabía que contar ni como contestar a la expectación que ahora había en la mesa esperando lo que tuviera que decir. Miró a Carmelo que parecía tan indeciso como él.
-Ya sé que es duro, pero ¿Cómo murió tu nieto, Elodie? – preguntó Jorge con apenas un hilo de voz.
-Un accidente de coche incomprensible. La Gendarmería no lo acaba de dar por cerrado. No les cuadra.
-Hemos pedido a la Gendarmería que pida apoyo a la Policía Española para que nuestros hijos estén seguros en Madrid. – informó Ernest. – Creo que se va a encargar un amigo vuestro, Javier Marcos y su Unidad.
-A lo mejor sería buena idea que vuestros hijos no vinieran a ese curso – sugirió Carmelo.
-Eso no es una opción. Si esos que nos vendieron a nuestros hijos ahora se arrepienten y quieren hacerles daño, han pinchado en hueso. Si pudimos pagar por adoptarlos la millonada que pagamos, porque luego al cabo de un año tuvieron la desfachatez de volver a pedirnos dinero…
-¿A las tres familias?
-Y a una cuarta que no es de nuestro círculo, pero con la que hemos tomado contacto. Y estamos seguros que habrá más. Estamos buscando.
Carmelo le hizo un gesto a Jorge. Éste levantó la cabeza y vio como sus escoltas se habían levantado todos a la vez y rodeaban su mesa. Algunos de ellos habían hecho visibles sus armas de repetición y habían sacado sus acreditaciones que ahora colgaban de su cuello. Flor se acercaba a ellos de forma decidida y con gesto preocupado.
-Lo siento, debemos interrumpir la reunión. Jorge, Carmelo, debemos irnos. Hay una alerta… luego os explico. Señores, – ahora se dirigía a embajador y sus invitados hablándoles en francés – mi compañero Álvar a indicación de nuestro comisario jefe, Javier Marcos, está llegando para hacerse cargo de su seguridad. Álvar es la persona que se encarga de las relaciones con los cuerpos policiales franceses. Es de la máxima confianza de Javier y Carmen. Les rogaríamos todos que siguieran sus instrucciones sin demora. El comandante Thomá de la Gendarmería está al tanto. Según me han comunicado, creo que alguno de ustedes ya lo conoce.
Carmelo y Jorge se miraron. No lo dudaron. Dejaron la servilleta sobre la mesa y se levantaron. Hicieron un gesto de despedida con la mano y emprendieron el camino de la salida con sus escoltas rodeándolos por completo. El resto de comensales estaban pendientes de ellos. Se había hecho un silencio sepulcral en el comedor. En el momento de la salida a la calle, todos sus escoltas llevaban armas cortas de repetición y llevaban sus acreditaciones colgadas del cuello. Parte de ellos se habían puesto un pasamontañas que tapaba sus caras. Fuera, en la calle, se habían desplegado varias unidades de intervención de la policía. Algunos de ellos entraban en el restaurante para hacerse cargo de la seguridad del embajador y sus invitados, mientras otro grupo de ellos hacía un segundo cordón alrededor suyo. Un policía de paisano parecía capitanearlos a todos. Hizo un gesto de saludo a Carmelo.
-¿Qué pasa Álvar? – preguntó Carmelo.
-La Gendarmería ha interceptado un mensaje en el que se encargaba el asesinato vuestro y de vuestros amigos. Hemos ido a buscar a Martín por si acaso. Y una patrulla de la ciudadana está pendiente de Álvaro, de Mariola y de Ester.
-No me jodas.
-Es por precaución. Javier prefiere pasarse de frenada que quedarse corto. Creo que Martín acaba de terminar una sesión de fotos y se dirige a vuestra casa en el coche de los compañeros de uniforme.
Se montaron en los coches. Cuando ya estuvieron los dos en el interior, los escoltas se subieron a los suyos y salieron de estampida. Iban precedidos de dos furgonetas de Intervención y seguidos por otras dos. Cuando llegaron a su casa, vieron que la calle estaba cortada y que varias furgonetas tapaban completamente la puerta de su portal. Hacían una especie de barricada improvisada.
-Martín ya está en casa. Como os ha adelantado Álvar, ha preferido volver aquí por ver si estabais bien. Y menos mal, porque el hostal donde está … han ido dos compañeros a echar un vistazo … – Flor hizo un gesto para significar la impresión nada satisfactoria que le habían trasladado sus compañeros.
-Cuando acabemos con el paripé con sus padres de Concejo, le digo que se mude a casa como quedamos.
-Ya hemos preparado su habitación y reorganizado los espacios. Fernando me comentó y lo hemos puesto en marcha.
-Gracias Flor – Jorge le sonrió.
Jorge y Carmelo no salieron del coche hasta que les indicó ella. Caminaron a paso rápido rodeados de nuevo por sus escoltas. Una vez en el portal, todos parecieron relajarse un poco.
-Javier os espera en casa. – les anunció la jefa de sus escoltas.
“Para el inspector Roberto Martínez, ese viaje a Londres fue su reencuentro con sus contactos en Scotland Yard, su reencuentro efectivo con su trabajo.
En el año que había estado de baja, había pasado alguna temporada en la finca de sus abuelos maternos en Oxford. Era un sitio que desde niño le gustaba y le relajaba. A parte, sus abuelos, a pesar de llevar sobre sus hombros el peso de una familia con siglos de antigüedad, siempre relacionados con los círculos de poder del Reino Unido, siempre le habían mostrado su cariño y apoyo, aunque él hubiera decidido seguir otro camino en la vida. Cuando tuvo el accidente de tráfico en el que murió su padre, fueron un soporte importante para él. Y en el largo tiempo de recuperación, habían seguido siéndolo. El abuelo Arthur y la abuela Arabella.
El matrimonio era una excepción en el círculo en los que se movía la familia. Les daba igual que los amigos de sus hijos y nietos no estuvieran entre lo más alto de la sociedad mundial. Que las profesiones que habían elegido, no fueran todo lo glamurosas que se suponía que debían ser. Habían apoyado a Roberto en su decisión de hacerse policía en España. Y nunca habían interferido en su carrera. Cuando les anunció su decisión, ellos le preguntaron si había valorado hacer su carrera en Inglaterra. Pero él tenía claro que quería trabajar en España y vivir en España, lejos de la influencia de su familia. Él quería conseguir dirigir su vida y llegar a dónde sus capacidades le llevaran. Aunque tenía una asignación económica de sus abuelos todos los meses, él vivía de acuerdo con su sueldo. Alguna vez se daba un capricho con ese dinero, pero nada más. Y alguna vez lo había utilizado para ayudar a amigos que pasaban por una mala racha.
Javier, Olga y Carmen habían respetado escrupulosamente sus ritmos en su recuperación. Matías y su novio Elio, se habían acercado muchos días a su casa a pasar un rato o lo habían empujado a dar un paseo, cosa que al principio, le costaba. Las primeras semanas después de que le dieran el alta en el hospital, no soportaba la idea de salir a la calle. Y más cuando se enteró de que su novia le había dejado. Entre sus objetivos en la vida, no estaba el cuidar a un enfermo de depresión.
La recuperación física llegó antes que la psicológica. Conducir el coche en el que tuvo el accidente y que tuvo como consecuencia principal que su padre falleciera, no había sido algo fácil de sobrellevar para él. Había estado distanciado muchos años de su progenitor. En los meses anteriores al accidente, su padre había dado el paso de acercarse a él para retomar el contacto. En ese proceso estaban cuando sucedió el fatal accidente. A parte de ese reencuentro frustrado, a Roberto le apareció el síndrome del superviviente: “¿¿Fui yo el culpable??”. Culpable de su muerte, culpable de su enfado, de que discutieran hasta perder el contacto completamente … de no haber sido él el que se acercara a él algunos años antes … su renuencia a perdonarle la actitud que había tenido con él y con su madre … de la que se divorció en la época de su disputa.
Antes de ese viaje a Londres, llevaba unas semanas poniéndose al día de los casos vivos en la Unidad. Javier se había acercado varias veces a su casa para charlar y mantenerlo al tanto de todo. Pasaban horas hablando. En una de esas visitas, Roberto le dijo que quería pasarse por la Unidad y ver papeles.
-Y si te parece adecuado, te puedo ayudar con algunas cosas desde casa. Me dices y así voy cogiendo ritmo. No te prometo que sea el más rápido haciendo las cosas, pero me servirá para tomar contacto y coger ritmo.
-¿Estás seguro? No hay prisa.
-Creo que me vendrá bien. Y así suplo la falta de mis abuelos que se fueron ayer de vuelta a Inglaterra. Y si te parece, voy a llamar a mis amigos del Yard. Para retomar el contacto.
La posibilidad de entrevistar a uno de los antiguos alumnos de Mendés en las instalaciones de Scotland Yard supuso la excusa perfecta para empezar a tomar la iniciativa y acelerar el proceso. Aprovecharía el viaje para cenar con sus abuelos y sus tía Beatrice en un selecto club de Londres, en The Arts Club.
Carter Edwards llegó a la sede de la policía londinense cerca de las 16,00 h. Roberto estaba en ese momento hablando con la Jefa de Scotland Yard, Cressida Dick. No pensaba verla en ese viaje, la agenda de la Comisaria jefa era complicada esos días, pero ella, al saber que estaba, había bajado a saludarlo un momento. Se había interesado a menudo por su estado de salud. Ahora parecía que quería comprobarlo en persona.
-Creo que ese es tu hombre – sonrió la comisaria señalando a un joven que se dirigía hacia el mostrador de recepción. Sus ademanes eran distantes, rotundos, marcando distancias con los funcionarios con los que hablaba.
-Solo ha llegado una hora tarde. Pero era de esperar. Ya me avisó Dídac Fabrat. Ha sido él el que nos ha conseguido el contacto.
-¿Conoces a Dídac? Tuve la oportunidad de escucharlo una vez en directo y me pareció un artista estupendo. Mi mujer salió entusiasmada. Tuvimos la suerte de que nos saludara en un pequeño ágape que se organizó después del acto.
-Es amigo de Jorge Rios. Dídac se ha implicado en el caso a petición suya.
-A lo mejor me puedes hacer el favor de darle un libro al escritor para que me lo firme. Eso es lo único bueno que parece tener vuestro caso.
-Claro. Házmelo llegar. Estará encantado de firmártelo. Todos dicen en la Unidad que es un tipo estupendo. Yo todavía no he tenido la suerte de tratar habitualmente con él. Carmen y Javier hablan muy bien de él.
-Por cierto, da recuerdos a Javier y a Carmen. A ver si saco un rato y les llamo para cambiar impresiones.
Un policía de uniforme se acercó a Roberto para anunciarle que había llegado la visita que esperaba. Roberto se encaminó hacia la sala en donde habían acomodado al músico.
El joven no se levantó cuando Roberto entró en la sala. Roberto fue a sonreír, pero el gesto serio incluso agresivo del músico le hizo aparcar ese gesto de cercanía.
-¿En su país no es costumbre no hacer esperar a las visitas?
Roberto levantó las cejas sorprendido.
-Son las 15,45 h. Si no me equivoco, y tengo en el teléfono el correo de D. Dídac anunciándome la hora del encuentro, hemos quedado a las 14,30 h. Usted ha llegado a esta comisaría – Roberto miró el móvil una vez más – a las 15,35 h.
-Ustedes los españoles tienen fama de impuntuales. No quiero perder mi valioso tiempo.
-Es mejor que lo perdamos los demás ¿No?
-Creo que esta entrevista ha acabado.
El joven se levantó y cogió la bandolera que había dejado en otra silla. Roberto esta vez sí sonrió y lo miró directamente a los ojos. Cogió el teléfono y llamó a Dídac, sin apartar la mirada de él.
– ¿Ya has acabado de hablar con Carter? – fue el saludo de Dídac al contestar la llamada.
-De hecho acaba de llegar y parece que ya se va, porque está un poco enfadado porque no le estaba esperando en la puerta. Su tiempo es muy valioso.
-Dile que me espere. Que ahora voy. Vamos. Me va a oír. Y que no te engañe, habla perfectamente el español. Estoy con un amigo tuyo. Quiere saludarte.
La cara de Carter Edwards se había puesto roja de la rabia.
-¿Y quién es?
-Sorpresa.
Roberto se quedó mirando al músico, que había escuchado toda la conversación.
-Parece que no te conviene que Dídac se enfade contigo – le dijo en tono melifluo. La ironía era clara, pero el antiguo alumno de Mendés no estaba para esas sutilezas.
Roberto se sentó en frente de Carter, que había vuelto a ocupar la misma silla del principio. Salvo la conversación con Dídac, Roberto siempre se había dirigido a Carter en inglés. Ahora, Roberto decidió seguir hablando en español, haciendo caso del comentario de Dídac.
-No creo que sea agradable venir aquí a encontrarte con un inspector de policía español y hablar de tu antiguo profesor de violín. Tu maestro. Si no me equivoco, has quitado de tu currículum la mención a los dos años de clases con ese profesor. En estos años, desde que acabaste su curso, te has dado cuenta de muchas cosas. De sus engaños, de que el amor que decía sentir por ti era… mentira. Que no te consideraba como un ser especial, sino como un hombre, uno más, con el que “jugar”. – Hizo el gesto con los dedos para marcar el sentido figurado de la palabra “jugar”. – Él te convenció de que eras único en su vida. Su gran amor. Y al despedirte te dijo que … “si la vida fuera de otra forma, tú y yo estaríamos juntos para el resto de nuestros días, tú, yo y la música. Pero no es posible y ahora nos tenemos que despedir. Pero tu lugar en mi corazón no lo ocupará nadie más el resto de mi vida. No sé como podré sobrellevar tu ausencia. Al menos me solazaré cada vez que te escuche tocar en la radio o en la televisión.”
-Lo nuestro fue algo verdadero. No tengo nada que reprocharle.
-¿Estás seguro? Esas palabras que te he citado, no te las dijo a ti. Al menos … no solo a ti. Nos las ha trasladado Vladimir Rostova, otro alumno de buena familia y con mucho dinero. El que ocupó tu puesto dos años después de irte. Aunque te podemos poner otra grabación que hizo Paul Bemel, un violinista francés con el que coincidiste en Madrid uno de los años. Tú eras el de los jueves y sábados, él era el de los martes y los viernes.
Roberto sacó una tablet buscó en ella y encontró enseguida el vídeo que buscaba. Puso la tablet en su soporte y lo giró para que viera las imágenes.
El músico no esperó para girar la tablet para evitar ver el vídeo. Su gesto empeoraba por momentos. La rabia, el odio … lo gracioso es que parecía que Roberto tuviera la culpa de todo.
-No hace falta decirte lo que cuesta comprar este vídeo. Con quinientas libras de nada. ¿Cobraste algo por él?
-¿Quién se ha creído que soy? Yo no necesito venderme. Mi familia … es … rica. Mucho más rica que lo que … usted no puede hacerse una idea …
-Y tú, como persona individual ¿Qué eres? ¿Quién eres?
La rabia volvió a predominar en la forma de estar del músico. De nuevo, Roberto era el objetivo de ella. Éste le mantenía la mirada, pero procuraba tener un gesto lo más aséptico posible, dándole eso sí, un matiz de cercanía y comprensión.
-¿Por qué no me cuentas como te hizo creer que eras el mejor de sus alumnos, el único que era digno de ser su amante y de entrar en esa “logia” que formaban los más poderosos, los mejores músicos de la Tierra, y en la que el resto ocupaban el puesto de sirvientes, de juguetes que solo servían para dar placer a los “Maestros”?
Carter se hundió en la silla en la que estaba sentado. Ahora ya no miraba con odio a Roberto. Pero la rabia, la furia, seguía en él. Había cerrado los puños con fuerza. Roberto temió que se hiciera sangre con las uñas. Alargó sus brazos y le cogió las manos con las suyas. Carter lo miró sorprendido. Poco a poco le obligó a abrir los puños y a relajar las manos.
-No tienes que avergonzarte. Todos estamos de tu parte. Queremos ayudarte y a la vez que tú nos ayudes a parar a ese Mendés y a sus amigos. Vamos a tardar todavía un tiempo, pero con tu declaración y con la de otros músicos que han pasado por sus manos, podremos hacerlo. Meterlo en la cárcel y evitar que quince o veinte músicos jóvenes que empezarán a estudiar con él en septiembre, pasen por lo mismo. Tú, a pesar de todo lo que has ido descubriendo después de acabar con él, has tenido suerte. Parte de tus compañeros han acabado mal. Otros no logramos encontrarlos… algunos han tenido que cambiarse el nombre… sus familias los han repudiado…
-Alguno sé que se quitó la vida.
-Luego te agradecería que me dijeras sus nombres y las circunstancias. Pero antes, quisiera que me contaras tu historia. Con calma.
Roberto se levantó un momento y cogió dos botellas de agua que había en un pequeño frigorífico en una esquina. Le tendió una a Carter que sin ningún gesto de agradecimiento, cogió y pegó un buen trago. Roberto hizo lo mismo y se dispuso a escuchar.
-En cuanto entré por la puerta de su estudio, me empezó a comer la oreja.
Roberto se sonrió. Sin darse cuenta, Carter había vuelto al inglés. Imaginaba que le daba seguridad. Aunque su español era casi perfecto. O quizás quería poner distancia de los hechos que iba a relatar, vividos indudablemente en español.
La entrevista duró casi dos horas. Aunque Roberto se había preparado muy bien el encuentro y Tere le había pasado muchos de los vídeos que habían encontrado, algunas de las declaraciones del joven músico le conmovieron. Aunque se abstuvo de demostrarlo. Mendés, en opinión de Roberto, era un gran manipulador. Y un gran psicólogo. Iba a ser difícil pillarlo. Mientras escuchaba a Carter, Roberto fue quedándose con algunos nombres de personas de renombre y con poder. Seguro que con ellos, había hecho el profesor el mismo trabajo que con sus alumnos. Habría que desmontarlos uno a uno. Romper esos vínculos. Iba a costar. Esperaba poder hacerlo antes de que alguna otras de sus víctimas acabaran muertas. Por su propia mano, o por la mano de los matones que cada vez era más evidente, tenía en nómina esa “Logia” de los “Excelentes de la Música y el Arte”.
Jorge Rios”.