Necesito leer tus libros: Capítulo 98.

Capítulo 98.-

.

La historia se repetía. Al igual que la última noche que pasó en la casa de Cape con Carmelo durmiendo con éste, Jorge esa madrugada se había desvelado. Y al igual que hizo en esa otra ocasión, salió de exploración por las partes de la casa que no había visitado. Decidió subir al otro piso y probar las otras habitaciones de invitados. Esta vez no descubrió olvidadas en los cajones, ninguna pieza de ropa interior ni de mujer ni de hombre. Pero a cambio, se encontró con que las escaleras seguían subiendo, hasta otra planta que no tenía presente. Y allí, ante su asombro se encontró en ese ya sí último piso de la casa, una terraza enorme que al parecer Carmelo no la hacía ni caso. No la usaba para nada, ni siquiera la había citado. La parte cubierta de esa planta, la constituían, a parte de la escalera que daba acceso, un pequeño gimnasio con diversos aparatos. No les había oído a ninguno, que él recordara, que la usaran ni siquiera de vez en cuando. Carmelo al menos solía preferir salir a correr por el campo y luego nadar en el remanso del río. De nuevo se le había olvidado como llamaban a ese sitio. Nunca lograba retener el nombre.

Abrió la puerta que daba a la terraza y salió a la misma. Tenía una vista impresionante de toda la zona. El río justo en frente, a bastante distancia. Lo que parecía ese remanso famoso por ser el lugar de reencuentro de Cape y Carmelo. Por la parte de la izquierda, la carretera que llevaba a otro pueblo cercano que se vislumbraba a lo lejos. Veía cientos de vacas pastando apaciblemente por la parte derecha. Una mujer que parecía joven las guiaba ayudada de un perro. Casi no se veía pero creía que en esa parte estaba la granja de Felipe y Ana.

Venía un buen día. El sol parecía subir poco a poco desde las profundidades del horizonte. Daba la sensación de que llegaba con fuerza. Todavía no ganaba la partida al frescor de la mañana, pero Jorge estaba seguro que saldría triunfador. Cerró los ojos y respiró profundo. Ese aire que se sentía distinto al de la capital… esa paz… los rumores cercanos, pero a la vez presentes, de los pájaros cantando, saludando al día, del río en su apacible caminar hacia otros destinos …

Volvió a abrir los ojos y fue paseando de nuevo la mirada por el paisaje que abarcaba la vista desde esa atalaya. Un hombre caminaba por en medio del campo en dirección al pueblo. Por su apostura, Jorge intuyó que era ese Alberto que había regresado del horror la noche anterior. Recordaba a Carmelo contándole que fue con el primero que compartió el remanso. Jorge se maldijo porque seguía sin recordar el nombre que le daban. “Con la de veces que me lo ha repetido Carmelo” “Puta cabeza la mía”.

Miró por la terraza buscando algo donde sentarse. En una esquina vio una silla vieja, y con una pinta de endeble que no podía con ella. Pero Jorge fue a cogerla decidido. Al lado vio otra silla, igual de ajada, pero que parecía más fuerte. Hizo presión en las dos y se decantó por la segunda, más que nada porque la primera crujió con estridencia al presionar con un poco de fuerza. No quería acabar despatarrado en el suelo. La trasladó y se puso cerca de la barandilla. No necesitaba asomarse porque la misma era de cristal transparente, salvo el apoyabrazos de arriba. “Si yo viviera aquí de seguido, la usaría todos los días”, se dijo Jorge.

Siempre había sido un urbanita. No le solía gustar el campo. Cuando prestaba atención a las conversaciones de la gente que estaba sentada a su lado en cualquier bar, siempre le llamaba la atención que muchos parecían añorar los paseos por el campo, la tranquilidad de los pueblos … “Joder, pues lárgate a vivir allí, no te jode”. “¡Ah! ¿Que no es tan fácil vivir en los pueblos?” “Solo los quieres para ir los fines de semana y dejar todo lleno de basuras”.

Le daban ganas de levantarse, acercarse a su mesa y decírselo.

Pero claro, no tenéis el súper al lado de casa, ni Zara. Y eso es un problemón. El campo de visita, dominguero de los cojones. Y tener relación con los vecinos de una forma que en la ciudad no tienes. ¿Lo soportarías? ¿Saldríais con bien del escrutinio diario de tus convecinos?

Abrió su portátil y se lo puso encima de las piernas. Lo encendió y esperó a que se iniciara correctamente. Le apetecía escribir aunque la postura le parecía incómoda. La silla en sí era incómoda. Además tenía un muelle que se le estaba clavando en el culo.

Escuchó un ruido a sus espaldas, pero no le dio tiempo a darse la vuelta. Carmelo le estaba poniendo una mesa delante de él para que apoyara el portátil. Jorge buscó su rostro y le sonrió agradecido. Solo fue un instante porque rápidamente cambió el gesto y se aprestó a abroncarlo.

-Me parece idiota bajo todo punto de vista, tener una terraza como ésta, que se podrían dar banquetes aquí y no tener un puto mueble. ¿Es que estás tonto Daniel? No me jodas. Es maravillosa esta terraza. Mira por ahí, creo que era tu amigo Alberto que volvía de ese remanso de los cojones y que nunca me acuerdo como se llama. Y encima, lo peor de todo, con el tiempo que he pasado aquí estos últimos días, no me había percatado de su existencia. ¿Por qué me has ocultado este oasis maravilloso? ¿Esta atalaya en la que poder observar el mundo sin que se note? La próxima novela la voy a escribir aquí y la ambientaré en un pueblecito maravilloso y lleno de gente con cosas que ocultar.

Carmelo sonrió y se agachó para darle un beso en los labios.

-Buenos días Jorge. Veo que te ha sentado bien el aire del campo. Ese remanso lo llaman en el pueblo “El Estanque de los encuentros”, aunque algunos empezaron a llamarlo, “El Remanso de Dani.” Pero éste último era de coña. Que conste que me he dado cuenta que esta misma conversación la hemos tenido no menos de diez veces. Me parece que en la vida te vas a acordar del nombre del remanso de los cojones. Salvo el otro día en que te salió a la primera cuando intentabas doblegar mi intención de lamerme las heridas y permanecer tirado en la alfombra lamiéndome las heridas.

-En esa frase he oído mucho el verbo lamer. Y también la palabra “heridas”.

Jorge hizo un ruido raro como de aguantarse la risa, pero al final soltó la carcajada.

-No te cortas, si vas en pelotas.

-Como si fuera la primera vez que me ves desnudo, escritor. Eres la persona en el mundo que más veces me ha visto desnudo. El otro día , te vuelvo a recordar, me pediste que me desnudara para verme andar en pelotas.

-Sé a ciencia cierta que eso de que soy la persona que más veces te ha visto desnuda no es cierto. No tienes en cuenta a esos fans que se repiten en bucle las escenas de tus películas en las que sales sin ropa, querido.

Carmelo sonrió, cogió la mano de Jorge y se la puso sobre sus genitales.

-Pero ellos no pueden tocar mi paquete.

Jorge empezó a juguetear con la mano que Carmelo le mantenía sobre su pene. Soltó una breve carcajada y le apartó la mano de un golpe.

-Que me excitas, escritor. Te recuerdo que Cape está a pocos metros y puede venir en cualquier momento. Me echará en falta. Y no está bien que le demos envidia.

-¿Ese que dicen por ahí que es tu marido?

-Ese – Carmelo sonreía divertido. Se agachó y beso a Jorge en los labios.

-Pues me estaba gustando lo que estaba tocando. Me disponía a probarlo. Ya sabes, como los niños que todo se lo llevan a la boca. Para conjugar ese verbo que tanto te gusta: lamer.

-¡Qué cabrón! Ahora me sentiré … desgraciado. De todas formas, sigo diciendo que, a pesar de todo, eres la persona que más veces me ha visto desnudo.

-Eso es fácil, querido. En París no te ponías un calzoncillo salvo para salir de casa. Me acostumbré a la vista. Y durante el confinamiento lo mismo. Pero que sepas, que al final un día no me voy a poder contener y me voy a lanzar a tu cuerpo, como casi pasa hace un momento. A practicar el verbo ese que has repetido en una misma frase dos veces. ¡En una misma frase!

-Pues aquí está, querido. Mi propuesta de nuestra presentación sigue en pie. Y cuantas veces decidas aceptarla, me harás el hombre más feliz de todo el Universo.

-Sí, sí, mucho dices eso, pero hace un momento me has apartado la mano. No sé que de ese que duerme abajo y nos puede pillar. Me has dejado con la miel en los labios.

-Y por cierto, quiero hacerte ver que tú me echas en cara estas cosas, salir desnudo a la terraza cuando hace un frío que pela, repetir una palabra dos veces en una misma frase … y yo no he hecho sangre de que de nuevo, no sepas como se llama el remanso. ¿A qué ya se te ha olvidado de nuevo?

-Como si eso no hubiera pasado ya un montón de veces. Somos dos amantes … intensos y que le dedicamos un tiempo importante al hecho de … amarnos. Sobre el resto de cosas que has dicho, se me han olvidado.

-¡Calla! Así la próxima seguirá siendo la primera. Y la siguiente y la siguiente … me pone caliente pensar que todas son nuestra primera vez. Ese momento en que me insinúo y tú, tras mostrarte renuente, acabas cediendo y cayendo en mis brazos.

Carmelo lo miraba sonriendo. Decidió provocar más al escritor y se sentó sobre sus piernas, de medio lado, abrazando su cuello. Jorge sonrió negando con la cabeza, como si se tuviera que resignar a las excentricidades del actor, y no estuviera él mismo encantado. Sujetó con una de sus manos las piernas para que no se escurriera y le dio un beso.

-O tú en los míos – se rió Jorge. – Esta silla no es tan cómoda como nuestras butacas.

-En eso te doy la razón. No me sueltes que nos vamos al suelo, que me resbalo.

-Te tengo bien agarrado. Eres mío.

-¿Qué se te ha ocurrido para lanzarte a escribir como un poseso? Esta película de todas formas me suena. En casa de Cape, como te dejé solo durmiendo, te desvelaste y fuiste a buscar ropa interior por la parte de la casa que no habías visitado. Hoy has hecho lo mismo, pero hoy tienes el ordenador.

Aprovechó la cercanía de sus bocas para volver a besarle los labios.

-Eres un mamón. Sabes que tus besos me dan la vida y te aprovechas. Tienes razón, me he despertado, he ido al servicio, y ya no me he podido dormir. Mi alma de explorador ha tomado el control. Hoy hay otra diferencia: tú estás despejado, no como ese día que apenas despertaste. Hoy puedo acariciarte y morderte los pezones sin tener la sensación de que me estoy aprovechando de tu estado de consciencia.

-Piensa que para millones de personas ahora mismo, eres lo peor. Estás en un lugar en el que querrían estar ellos.

-Y ellas.

-Y ellas.

-Pues que se jodan. Estoy yo. Y te tengo solo para mí.

-Dime lo que vas a escribir, anda.

Jorge le contó sus pensamientos al salir a la terraza y contemplar las vistas.

-Oye, entra y ponte algo encima. Te vas a enfriar. – reconvino Jorge. – La mañana está fresca y el sol todavía no ha cogido fuerza.

Carmelo le hizo caso, más que nada porque notaba que se estaba quedando frío. Se levantó no sin antes volver a besar a Jorge. Este se acomodó y empezó a escribir de nuevo. Pero Carmelo no tardó en volver a la terraza. Venía ya vestido con un chándal grueso y una chaqueta de lana encima. También se había calzado unas deportivas Converse. Traía dos sillas agarradas con su mano derecha y otra chaqueta para Jorge.

-Póntela, que al final te vas a quedar tú helado. Y espera que voy a por unas zapatillas. Mucho decir de mí, pero estás descalzo.

No tardó nada en volver. Traía unas Nike sin cordones. Se las dejó al lado de los pies. Jorge los metió en ellas.

-Hacía tiempo que no te las veía.

-Las dejé aquí. Como tengo acuerdo con Converse, siempre uso las suyas. Ahora te las dejaré en tu armario. Para que las uses cuando estemos aquí.

-Me gusta vestir de ti.

-Que bobo eres. Tienes mi vestuario a tu disposición. Cuéntame eso que ibas a escribir.

Jorge había cambiado la vieja silla que había encontrado en un rincón por la que le había acercado Carmelo. Éste se había sentado en la otra silla, pero había puesto sus pies en el regazo de Jorge. Este sonrió y le quitó una de las deportivas que llevaba y le empezó a dar un masaje en el pie.

-Es que ese pensamiento, que ya de por si merece un relato costumbrista, me ha llevado a recordar dos cosas: una conversación que escuché por casualidad, aunque a mí luego, pensando, me dio por tener la certeza de que lo habían hecho a posta, para que la escuchara, y algo que vi, pero no sé situar el momento en concreto. Tengo la sensación de haber estado ya antes en esta terraza. Y me pasó anoche lo mismo con algunas de las personas que me presentasteis. Teófilo por ejemplo. O Felipe. Ese Jose Mari, el de la tienda de prensa y librería y … casi bazar. No sé si fue con Nando vivo todavía o fue luego, en estos años. Y me pasó también con Óliver el otro día, justo antes de que llegaras. Creo que te lo comenté después. – Carmelo afirmó con la cabeza.

-Óliver en todo caso sería un niño.

Jorge le hizo un gesto de asentimiento.

-¿Me has contado algo de “le petit elfe”? – preguntó Jorge.

Carmelo arrugó en entrecejo.

-Mais no, me cheri. Ya me lo preguntaste.

-Pues le llamaba así uno de sus tíos.

-Si hubiera sido así, si te los hubieras encontrado en estos años, me lo hubieras contado. O ellos me hubieran hablado de ti. Y sobre todo Jose Mari hubiera dicho algo. Me hubiera pedido que te saludara o te trajera a firmar libros en su tienda. O Felipe hubiera dicho algo. Eduardo te idolatra. Óliver la verdad, siempre hemos hablado de tus libros. Y ahora que lo pienso, alguna vez me decía todo ilusionado que le parecía conocerte. Pero eso nos pasa a los que somos personajes públicos, las personas por saber de nosotros, por leer de nosotros en cualquier sitio, al final parece que se creen que nos conocen. Todos los días me encuentro por la calle a personas que me saludan como si me conocieran. Y algunas luego se giran para mirarme de nuevo, al darse cuenta que no soy uno de sus amigos, sino que soy un actor al que ven en la tele o en el cine.

-Pero nunca pensaste en traerme para que le conociera, para darle una sorpresa … a Eduardo me refiero, o para que viniera a firmar en la librería de José Mari.

Carmelo se quedó pensativo.

-Tienes razón. Y no encuentro una explicación. Te he presentado en estos años un ciento de personas que ni recuerdo su nombre para que les firmaras, y no te he pedido que te acercaras un día a tomar un chocolate y le conocieras. Y lo mismo con José Mari, que también te lee con atención, aunque su timidez le impidiera anoche cuando se acercó, decirte nada. No tengo una razón para tampoco haberte traído nunca en los dos años que estuve de parón en el trabajo. Iba a Madrid si quería estar contigo.

-Yo podía haberme auto-invitado, y tampoco lo hice. Ni se me pasó por la cabeza. A lo mejor es que prefería tenerte en mi terreno, en casa.

-¿Y no lo hablaríamos? Tú nunca has sido muy proclive a los pueblos. A lo mejor fue por eso.

-Una cosa es ir a vivir a uno permanentemente y otra es ir a hacer una visita y firmar un par de libros a unos fans. Yo soy de los domingueros. Aunque he de decir que estoy cambiando mi opinión al respecto. Creo que sí me vendría a vivir aquí. A esta casa. Y contigo, claro.

-Así tenemos dos casas permanentes. – afirmó Carmelo contento.

-Estoy desconcertado. – Jorge volvió a su tema – Todas estas sensaciones … y que tú no me invitaras a venir en esos dos años … no había caído.

-Y de verdad que no lo …

-No, no. Pesado. No hemos hablado de ello. Recuerdo todo lo que hemos hablado.

-Imposible.

-Lo importante. Y mucho de lo banal.

-Si tienes fama de …

-Eran conversaciones contigo, querido. Eso siempre ha sido otro nivel. Desde que te conocí. Recuerdo todo lo tuyo. Cada papel, cada cita, cada entrevista … tus dudas al aceptar un papel. Cada vez que leímos juntos un guion. Cuando te he ayudado dándote las réplicas. Otra cosa es que me apetezca tener de nuevo ciertas conversaciones y me haga el tonto.

-¿Y de que iba esa conversación que no era conmigo porque la has olvidado? – preguntó Carmelo en tono sarcástico.

-Pues por eso me he puesto a escribir. Porque mientras abría el portátil y lo encendía, se me ha escapado. Se me ha olvidado. Y a veces si me pongo a escribir sobre la situación, me vuelvo a acordar. Esto es una mierda, joder. Esas putas drogas …

-Me tenías que haber hecho caso mucho antes – se quejó Carmelo. – Al menos me queda el consuelo que lo que tenías que recordar, que es lo que hablabas conmigo, lo has conseguido.

-Ya. Pero … ¿Y lo tranquilo que vivía antes?

-¿Otra vez con eso? Hablamos ayer del tema si recuerdas. Claro que lo recuerdas. Pero necesitas que te vuelva a decir … – Carmelo negó con la cabeza mientras sonreía y miraba a Jorge con ojos cargados de azúcar moreno – Creo que ahora eres más feliz. Te relacionas con más personas. Estás más activo, lo que hace que también tengas más ideas para tus historias, aunque la verdad, no sé como las vas a acabar publicando todas. ¿Sabes escritor que conversaciones parecidas a ésta las hemos tenido … a cientos? No solo las de ayer. Creo que detrás de tu charla con Javier y de nuevo, detrás de tu charla con Cape. Me niego a seguir con ella. Parece que necesitas que te diga: estás mejor ahora, Jorge. Pues me niego. Porque ya lo sabes tú. Pero quieres hacerte … la víctima o yo que sé.

Jorge le pellizcó el pie que estaba masajeando.

-¡Ahú! Me has hecho daño.

-Si no has movido el pie.

-Para que sigas con el masaje.

Jorge se sonrió y levantó el pie de Carmelo para darle un beso.

-Cambio.

Carmelo se calzó ese pie y se descalzó el otro. Jorge lo miró sonriendo y negando con la cabeza.

-Mira que te gusta, y nunca me lo reconoces.

-¿Para qué? Si ya lo sabes. ¿Y de qué iba esa conversación que has recordado y te has olvidado?

-¡Qué no me acuerdo, coño! Un apunte sobre lo de que soy más feliz: lo soy pero porque cada vez paso más tiempo contigo. Y me da igual que te pongas en plan diva por ello.

Carmelo le dio un pequeño empujón con el pie en plan de broma. Y le hizo un gesto con la cara para que le contestara a la pregunta.

-¡Joder! ¡Qué pesado eres cuando te lo propones! Pues de … es que no lo sé. Se me ha ocurrido pensando en el campo, en esta terraza. Una terraza para fiestas. ¿O no? Me la imagino con unos sofás de esos de exteriores. Y algunas mesas de apoyo. Y un pequeño grupo de cuerda, músicos, tocando en aquella esquina – señaló el recodo que hacía la parte construida de esa planta y el principio de la barandilla por la parte que daba a la granja de Felipe. – Y unas pantallas corta-aires en aquel lado. Camareros pasando la comida y la bebida sin descanso. Todos guapos. Con poca ropa, como los músicos.

-La verdad es que sí, es grande. Casi es tres cuartas partes de la casa. Y en esa otra cuarta parte, en la cubierta, había cuando la compré como una especie de cocina con almacén y lo que parecía que había sido una pequeña barra. A parte de la escalera, claro. Y un pequeño montacargas, que sigue estando.

-Estaba preparado para una fiesta como la que he imaginado. Fíjate, te digo más: el grupo de cuerda tocaba a Telemann. Te diría que los cuartetos de París. El primero.

.

.

-A mí me está pareciendo más un recuerdo. – Carmelo lo miraba con el ceño fruncido. El relato de Jorge le estaba cuando menos sorprendiendo. Incomodando, incluso.

-No sé decirte. Y por más que le de vueltas, sé que no voy a llegar a ninguna conclusión. Entonces estas casas, cuando las construyeron estaban alejadas del pueblo. Quiero decir, el pueblo ha crecido desde entonces.

-Ya sabes que los padres de Cape nos traían aquí a pasar el verano. Por eso yo no me decidía a comprar nada hasta que el de la inmobiliaria me enseñó esta casa. En mi subconsciente la estaba buscando. Y por eso Cape vagó durante más de un año por todas las carreteras buscando este pueblo. No recuerdo como era entonces. De todas formas, la finca de Felipe creo que ya estaba, y está al lado de esta. Miento, hay una franja de terreno que las separa y que ahora mismo no recuerdo de quien es. Después de que pasara lo del intento de matarnos y todo lo que sucedió alrededor, compré el resto de las casas y todo el terreno. Ya es bastante. Pero la Hermida 1 enseguida la dediqué a que vivieran los escoltas. Y la 3, para los invitados. Corrijo: la Hermida 3 me la cedió el hombre que vivía en ella por encargarme de ser albacea de su testamento. Otro Daniel que aquel asesino se encargó de matar.

-El hombre que se llevaba fatal contigo, pero que luego …

-Exacto. Y luego sí, compré la Hermida 1.

-Eso quiere decir que aquí tenéis buenos recuerdos. Si vuestra … vuestro instinto os trajo a ambos hasta aquí por distintos caminos …

-Lo hablé con un psicólogo francés una vez. En uno … en el rodaje anterior al de ”Puis, l’enfer”. Hizo de asesor.

-“Le Mesonge”. – apuntó Jorge.

Carmelo sonrió contento de que se acordara. Empezaba a parecerle que Jorge no había exagerado en lo referente a acordarse de sus cosas.

-Me explicó que no necesariamente. Que podría ser al revés. Que aquí viviéramos algo terrible y necesite una explicación, o necesite afrontarlo. Y que sin saberlo, hayamos llegado hasta aquí para descubrir y afrontar esos problemas. Yo de momento estoy muy a gusto. De hecho no tengo otra casa, ya lo sabes. La he convertido en mi residencia oficial. Antes de venir, vendí la mía. Que te voy a contar si viniste conmigo a la notaría a firmar. Y trataste varias veces con esos gilipollas que la compraron. Te lo juro, no les aguantaba. Y sigo sin hacerlo. Me encontré con ellos un día en un restaurante. Siguen siendo igual de idiotas. Me dieron recuerdos para la otra parte de la parejita feliz.

Jorge se echó a reír imaginándose la cara que les puso Carmelo.

-Sigues teniendo casa en Madrid, la nuestra.

– Sí, es cierto. Es mi casa. Lo sé y lo siento así. Es nuestra casa. A eso me refería. Como ésta es nuestra casa también.

-O puede ser que sea una mezcla de las dos cosas: Buenos recuerdos y malas experiencias. – Jorge volvió al tema que le interesaba – Os he oído contar a ambos algunos recuerdos de vosotros jugando, bañándoos en el río, y esa expresión que dijo uno de los hermanos cuando Cape te lo presentó que se te quedó mirando y te llamó …

-”Peque”. Pero igual que le salió sin pensar, no recordó nada más. Yo pensé que me iba a llamar así siempre, pero al revés, nunca lo ha vuelto a usar. Y si le preguntas se hace el despistado, como si no lo hubiera dicho nunca.

-Eso es raro. O no quiso recordar. O alguien le ordenó que se callara.

-¿Por qué dices eso?

Jorge no contestó. Seguía masajeando el pie de Carmelo pero su mirada se había perdido en el algún lugar de las amplias vistas que contemplaban desde aquí.

-No lo sé amor.

Jorge se repente estaba inmerso en sus pensamientos. Estaba luchando para que un recuerdo determinado se abriera paso en su mente. Algo que tenía la sensación de tener en la punta de la neurona, pero que no lograba sacar.

-¿Estas casas tienen sótanos? – preguntó de repente.

-Que yo sepa no. La empresa constructora que hizo la reforma no me dijo que encontrara ningún indicio de nada. Pensé en hacer un sótano, pero al final, la casa ya era bastante grande. Había decidido ampliar el anexo que tenía, e hice como una casa de invitados. El granero se convirtió en mi taller de pintura a la que por cierto, no le dedico nada de tiempo últimamente.

-Desde que apareció Cape – le dijo en tono de reproche.

-No tiene nada que ver …

-Ya lo sé. No se lo echaba en cara. Era un comentario. Coincidió. Sigue explicándome lo de la casa.

-La casa normal son tres plantas más esta terraza. Hay cuatro grandes dormitorios. Más esos espacios en la planta primera y en la segunda que se han convertido en tus preferidos en cuanto los viste.

-Claro, los copiaste de nuestro rincón de lectura en nuestra casa de Madrid. Me veo ahí sentado en una de las butacas, con la mesa llena de libros y contigo sentado en el suelo. Como ya estuvimos el otro día, recuerda.

-Sí. Es que allí me siento de verdad a gusto, en casa, sentado en el suelo a tus pies, apoyando la cabeza en tus piernas mientras lees o escribes. Y yo igual. O cuando bajas la pantalla y vemos una peli, yo sentado entre tus piernas, agarrando una con mis brazos. O sentado encima tuyo, rodeándote el cuello con mis brazos y apoyando la cabeza en tu hombro. Esa es la postura que más me gusta.

-¿Pensabas en mí cuando encargaste la casa de invitados?

Carmelo se rió con ganas.

-No querido. Pensé en ti al comprar la cama grande. No eres mi invitado. Eres el dueño de la casa. Así lo he imaginado siempre.

Jorge se sonrió y bajó la mirada como si le diera vergüenza.

-¿Y Cape? – preguntó azorado.

-¡Qué pesao! ¡Cómo te gusta picarme con eso! ¿Qué te dijo ayer? ¿No te dijo que me cuidaras? Nunca ha habido nada sentimental entre nosotros. Lo sabes mejor que nadie, pero te lo repito. Lo supimos la vez que follamos. Sabíamos que lo hicimos en su momento. Aunque ayer no te lo reconociera. Repetimos al encontrarnos. Pero supimos los dos que no era esa nuestra relación. Nos ha venido bien que la gente pensara lo contrario. La gente piensa lo que quiere. Como lo tuyo con Rubén. En nuestro caso, eso nos justificaba nuestra sequía de conquistas. Cape porque había perdido el deseo sexual. Yo, porque te estaba esperando a ti.

-¿De verdad?

-Mis aventuras sexuales en este tiempo han sido anecdóticas.

-Pero de alguno te habrás pillado. Quiero decir …

-Nunca. Alberto, por ejemplo, el que conociste ayer; me caía bien. Pero … me caía bien. Nada más. Por eso es de los pocos con los que he repetido. Bien sabes que mi política era un polvo y hasta otra. Habrá habido media docena de excepciones, con las que he estado no más de cinco noches. Y algún otro. Mi corazón estaba ocupado. Por ti. No dejaba sitio para nadie más.

-Me causa rubor … no es el concepto … bueno, el caso es que me siento mal por haberte apartado de ese mundo …

-No, por favor. Me has dado algo mejor. Por primera vez en mi vida, me sentí querido de verdad. A pesar de tu aparente distancia, a pesar de tu aparente parquedad al expresar tus sentimientos, tu cariño, tu amor. Pero sabes, me mirabas … y yo ya era feliz. Contestabas a mis llamadas, y al escuchar como me llamabas “Carmelo”, yo ya era feliz. En París, los meses que estuvimos … tenerte todos los días a mi lado, dormir en la misma cama, aunque no hiciéramos nada, mas que besarnos por la mañana y por la noche … era feliz. Colgarme de tu brazo … repasar el papel contigo haciendo el resto de personajes, componiéndolo, buscando su forma de hablar, de moverse en la segunda temporada, haciéndolo evolucionar después de lo ocurrido en la primera … todo lo hicimos juntos. Y te lo juro, ha sido el … la mejor época de mi vida.

-Será al revés, capullo, que eres más alto. Yo me colgaba del tuyo.

-Pues eso. Tú colgado de mi brazo, era feliz. Y como me mirabas cuando venías al rodaje y veías mis escenas. Como alguna vez me hiciste una sugerencia, como si la dejaras caer, temeroso de que me enfadara. Y me hacías pensar y … acababa diciendo: “Voy a probar”. Y me iba al director y le decía que si podíamos hacer otra toma, que se me había ocurrido un matiz que luego daría sentido … bueno, lo que me habías sugerido tú. Y él aceptaba, y lo hacíamos y … me salía bien. Y el director me felicitaba y los compañeros igual, y tú me mirabas orgulloso con tu mano izquierda puesta sobre el pecho, a la altura del corazón, como para decirme que me tenías ahí dentro.

-¡Ah! ¡Estáis aquí!

Cape había aparecido. Traía una bandeja con tres cafés.

-A ver si convences a Dani de que prepare esta terraza en condiciones – se quejó Cape sonriendo. – Tú eres el único que lo puede conseguir.

-¿No recuerdas nada sobre esta terraza? – le preguntó a bocajarro Jorge.

Cape puso la bandeja sobre la mesa. Carmelo le ayudó a hacer sitio apartando el portátil de Jorge y dejándolo sobre la silla vieja en la que estaba sentado cuando Carmelo había subido. Cape besó a Jorge en la mejilla y a Carmelo en los labios.

-Solo te diré que me parece que es la tercera vez que subo aquí.

-O sea que en vuestro subconsciente tenéis malos recuerdos.

Carmelo le echó dos azucarillos al café de Jorge y una gota de leche y se lo acercó. Jorge le sonrió para agradecerle. Cape había ido a por otra silla y se sentó al lado de Jorge, dejando a éste entre los dos.

Ninguno supo responder. Se miraron pero no encontraron nada que decir.

-Algo de esta terraza le ha hecho vislumbrar un recuerdo pero se le ha escapado. A lo mejor le he despistado cuando he subido. – explicó Carmelo a Cape. – Me ha preguntado por los sótanos.

-Preferimos si hace bueno comer abajo. Bajo los árboles. Por eso Carmelo hizo construir esos tres cenadores en distintas ubicaciones. Uno de ellos es movible. Aunque cuesta. Y de sótanos no sabemos nada. No recuerdo. Vi los planos originales de cuando se construyeron, y no había nada de sótanos.

-Serán tonterías mías. – Jorge intentaba quitarle importancia a su obsesión momentánea. Empezaba a notar en sus amigos que le estaban dado importancia al tema. Hizo un gesto como alejando esos malos recuerdos y bebió de la taza de café. Hizo un gesto de que estaba a su gusto. Carmelo y Cape se miraban perdidos. Parecía que ahora eran ellos los que tenían alguna sensación de que algo de lo expresado por Jorge podía tener algún viso de ser cierto.

-Bueno, tendré que dejar para luego escribir ese relato sobre los domingueros. Mirad la hora que es. – Jorge miraba el móvil – Hay que vestirse. Tenemos invitados.

Cape y Carmelo parecieron salir de un trance. Cape miró su reloj y Carmelo su móvil.

-¿Te has dado cuenta de que Carmelo ha dejado de llevar reloj como tú? – bromeó Cape.

-Y va descalzo en casa. Como yo.

-No, no. Escritor. Yo siempre he ido descalzo. Es más, voy desnudo. Eres tú el que me ha copiado a mí en eso. Aunque no en lo de ir en pelotas.

-No hace falta que esperéis a casaros a mi vuelta. – se rió Cape.

-¿Casarnos?

Jorge puso cara de susto.

-¿Quieres casarte? – le preguntó a Carmelo con el mismo gesto.

Carmelo se echó a reír. La cara de Jorge era un poema. Se acercó a él y lo besó en los labios. Y sin más, cogió la bandeja con los restos del desayuno y se dirigió hacia las escaleras.

-¿Quieres que vaya contigo?

Nano se quedó mirando a Jorge después de hacer la pregunta. Éste hizo un gesto de duda. No sabía qué responder. Lo estuvo meditando un rato y al final tomó una decisión:

-No. Creo que debo tener esta conversación a solas. Pero te agradeceré si me acompañas hasta el banco dónde está sentado.

-No nos ha visto. Estás a tiempo de darte la vuelta. Podemos ir a comer a algún sitio en el puerto pesquero. Te invitamos.

-Me gusta la propuesta. Pero creo que debo hacer frente a esta conversación. Pero sabes, dame una hora. Me haces una seña, y acepto vuestra invitación. Luego nos volvemos a Madrid.

Nano salió del coche y le abrió la puerta a Jorge. Éste se bajó y el resto de compañeros de Nano lo mismo. Dos de ellos se escabulleron de inmediato para buscar unas posiciones que les permitiera estar pendiente de todo lo que pasara en los alrededores sin ser vistos. Nano empezó a andar al lado de Jorge y otros dos compañeros les seguían dos pasos por detrás. Cuando estaban a unos metros del banco donde Sergio Romeva estaba sentado, Nano le tendió el puño que Jorge chocó con una sonrisa. Se adelantó y se apoyó en la barandilla del paseo marítimo del Sardinero, en Santander, con el Palacio de la Magdalena a sus espaldas.

Jorge se puso al lado del banco en dónde estaba sentado Sergio. Al llamarlo a la agencia, después de haber intentado comunicar con él en el móvil varias veces, le habían dicho que se había tomado unos días de descanso. Jorge sabía lo que eso significaba. Lo llevaba haciendo muchos años. Dejaba el móvil en su casa, y cogía un tren a Santander. Llevaba un buen surtido de libros en la maleta y a ello se dedicaba, sentado en un banco mirando al mar. O en alguna cafetería tranquila.

Sergio acabó el párrafo que estaba leyendo y levantó la vista.

-¿Sabes que eres el único que puede encontrarme cuando me quiero perder?

Jorge sonrió asintiendo con la cabeza.

-Me da que si te has decidido a perder un día con todos tus escoltas para venir a verme, es que algo del pasado ha aparecido en tu cabeza y necesitas acceder a esa parte de tu archivo secreto.

-Sí.

Sergio dejó el libro sobre el banco e invitó al escritor a sentarse con él. Jorge le hizo caso.

-Hace unos días, antes de todo lo de Martín, encontré en la Hermida 2, la terraza.

Sergio aspiró todo el aire que pudo y lo fue expeliendo despacio. No le apetecía la conversación que se avecinaba. No quería adelantarse a los acontecimientos. Antes de hablar, quería saber por dónde había ido la cabeza de Jorge.

-¿Y?

-Hacían fiestas allí. De Anfiles.

-Sí.

-¿Cómo no disuadiste a Dani de comprar esa casa? ¿Y si recuerda?

-No me consultó la compra. No me enteré hasta que estaba hecho. De todas formas, no lo ha recordado. Tiene recuerdos parciales de sus veranos. Recuerdos felices. Los que le dejaron en la terapia a la que le sometieron. Jugando con Cape y sus hermanos. Yendo al río. A ese “estanque de los encuentros” que ahora tanto visitáis los dos.

-La pena es que también lo visitó Martín.

-Ya. Se recuperará, ya lo verás. Es un superviviente.

-Sé que lo va a hacer. Tengo ese pálpito que es casi una certeza.

Parecía que a Jorge le recorrió en ese momento un escalofrío. Le sirvió de catarsis para apartar el tema de Martín y volver a lo que le había llevado a recorrer unos cientos de kilómetros para ver a Sergio Romeva.

-Pero en esa casa … no entiendo como los padres de Cape llevaron allí a los niños.

-No lo sabían. Son tres casas. Ellos se alojaban en la 1 siempre. En la 2 iba ese desgraciado de director de cine, sádico y desgraciado a partes iguales. Manolo no estaba. Tuvo que volver a Madrid por temas de la empresa de Cape. Los niños no conocían a esos hombres. Ni Cape ni Dani habían coincidido con ellos nunca.

-Pero esos tipos sí conocían a Dani.

Sergio afirmaba con la cabeza. Tenía un gesto de pena insuperable. No le gustaba volver a ese momento del pasado. Le producía tanto dolor que nunca había querido ir a reunirse con Carmelo en Concejo.

Jorge miraba con atención a Sergio. Dudaba sobre el comentario que pretendía hacer, pero creyó que era necesario para centrar la situación.

-Allí fui también a sacar a Fidel.

Sergio se lo quedó mirando.

-¿Cuándo te has acordado?

-Esta noche. He pegado tal salto en la cama que hasta he despertado a Dani. Casi se me suben los gemelos de las piernas. Menos mal que Dani se ha quedado en ese estado medio zombi. Le he acariciado la cara, le he dado un beso y se ha vuelto a dormir. He aprovechado a darme un masaje en las pantorrillas para poner en su sitio los músculos. Y después, he tenido que salir a mi terraza. Y me he fumado medio paquete de tabaco. Es la primera vez que recuerdo con detalle como se desarrolló todo.

-¿No le habrás contado?

-No. Aunque empiezo a tener demasiados secretos con él. No me gusta.

-Siempre los has tenido, Jorge. Desde que no tomabas las vitaminas salvo esporádicamente, hasta que eras consciente de muchas más cosas de las que pasaban a tu alrededor de lo que reconocías. Pasando por todo lo relacionado con Caín Varta, tu pseudónimo para publicar tranquilamente sin la mirada inquisidora de tu editorial ni de la crítica ni del mundo en general.

-Ahora es distinto.

-Dani lo pasó mal entonces. Era una bomba. Estaba además Toni que le animaba a consumir, a ir a esas fiestas, a … – Sergio cerró los puños de la furia que empezó a sentir. – El hijo de puta de él tenía tantas ganas de ganar dinero … Ya te acordarás de Ro Escribano. Y de Quim Córdoba. Con esos no llegamos a tiempo. Los perdimos. Con Dani era cuestión de tiempo que hiciera una locura. Y era muy niño todavía. Manolo, el padre de Cape tomó esa decisión. La de la terapia del olvido. Para los dos. Era además la forma de salvarlos. En sus últimas apariciones en esas fiestas, Dani vio muchas cosas que no … que luego los protagonistas querían eliminar de la memoria de todos. Lo hicieron expeditivamente. Manolo negoció con un representante de ellos y propuso lo de la terapia del olvido, algo experimental que le ofreció alguien del FBI.

-Pero Cape como siempre, puso los cojones encima de la mesa.

-Pero ya estaba a medias el tratamiento.

-Recuerda más de lo que dice.

-Como tú – Sergio miró sonriendo a Jorge.

-De todas formas, con Dani no podrían haberse ocupado como lo hicieron con otros. El era una estrella.

-Y te ocupaste activamente en que la película que estaba rodando cuando sucedió fuera su mejor interpretación. Aceleraste su estreno. Conseguiste que fuera a Cannes y que ganara, premio a la película y al mejor actor. Siempre Carmelo en todas las fotos. Un millar de entrevistas, sin exagerar. Un mes entero, saliendo todos los días en la prensa, en las televisiones, recogiendo premios en pueblos remotos, en decenas de festivales por todo el mundo. Y fue a recoger todos.

-De eso te encargaste tú, querido. Y esa costumbre de recoger todos los premios, aunque sean en un pueblo perdido de los Alpes, la sigue teniendo ahora.

-Lo organizamos entre los dos. No fue solo mérito mío. De hecho, dentro de unos días debe ir a Porriño, una asociación cultural le hace un homenaje.

-Porriño es grande comparado con otros sitios a los que ha ido – Jorge sonreía irónico.

Sergio se echó a reír.

-Es cierto. Inauguró el Festival de Ascaso, un pueblo de siete habitantes. Esa costumbre se la inculcaste tú en aquellos días.

-En todo caso, te repito, fuimos los dos. Te recuerdo que yo no trataba con él. Eras tú el que le decía: “No hay sitio suficientemente pequeño al que no debas ir para agradecer el cariño de la gente”.

Sergio afirmó despacio con la cabeza. A veces seguía repitiendo esa cantinela, no solo a Carmelo sino al resto de sus representados.

-No has vuelto a ver a Fernando Cabrales, el que firmó los cambios de guion de esa película.

-El otro día, con lo de Álvaro. Pero fingimos muy bien no conocernos. En eso quedamos en aquel entonces. Carmelo no sospechó.

-Hicisteis un trabajo estupendo en ese guion.

Jorge asintió con la cabeza. Pero tenía presente su encuentro con Nati Guevara y su forma de ver aquellos sucedidos. Y tenía presente que por mor de su querido marido Nando, él era el principal “accionista” de ese film. No se sentía orgulloso, no. Dudaba de las razones por las que lo había hecho. Al final ganó dinero con ella. Pero el coste emocional y personal de todo aquel asunto, no dejaría de atormentarlo toda la vida. Lo que decía Sergio, tenía razón. Fomentar el prestigio, la fama de Carmelo, fue una forma de protegerlo. Pero una vez había escuchado a Nati Guevara, dudaba de que, obligar a ese chaval, porque es lo que era, a trabajar en aquellas condiciones, fuera algo bueno para él.

-Fue la forma de salvarlo, Jorge. No te creas que porque tenías puestos muchos millones en esa película, tus movimientos fueran interesados. Si Dani no hubiera triunfado y fuera el comentario de todo el mundo, no creo que ahora estuviera vivo. Fue un poco cruel si quieres. Pero necesario.

-¿Sabes como me he acordado? – Jorge decidió que necesitaba un cambio de tema. – De lo de Fidel.

Sergio se lo quedó mirando expectante. Aceptó sin lucha el giro en la conversación.

-Bajando las escaleras con Fidel sobre mi hombro. Los tres pisos. Y dos matones, los guardaespaldas de ese imbécil de José Luis Carabella, siguiéndome. Tuve que dejar a Fidel en una butaca y volver a enfrentarme a ellos. Se me apareció ese recuerdo mientras dormía. Pensando en esa jodida terraza de la Hermida. El run run en mi cabeza surgió cuando las bajé por primera vez la mañana del descubrimiento. No vi la misma butaca, pero la que vi, estaba exactamente en en mismo sitio.

-Si no recuerdo mal y si mis chivatos no mentían, les rompiste las piernas.

-Se tropezaron. Una lástima – Jorge se sonrió como si fuera un niño pillado en una rechifla.

Volvió el silencio momentáneo a su encuentro. Sergio decidió que fuera Jorge el que siguiera llevando la conversación hacia los temas que le preocupaban.

-La terapia del olvido se hizo allí. En los sótanos.

Sergio cerró los ojos. Era lo que temía. Que Jorge recordara algo de ese suceso. Tenía que ser cauto a la hora de contarle. Eran temas peligrosos. Y dolorosos.

-Eso tengo entendido.

-¿Y si los encuentran? Los sótanos, me refiero.

-Los sellaron con cemento. Eso me comentó Manolo.

-Manolo ha mentido mucho. Y se dio a la fuga. Es como su hijo.

-El día que quieras, me dices y te digo dónde está. Si quieres hablar con él, vaya. Y siento discrepar: Manolo no tiene nada que ver con Cape. En nada. Cape le ha destrozado la vida. Lo que Manolo le tuvo que aguantar a Cape solo lo sabe él. Desprecios, broncas … tanto a él como a su madre. Eso lo aguantó porque era su hijo y deseaba por todos los medios que desarrollara su talento. Pero el coste que pagó … todo para que al final, el mismo que creó toda esa maraña de empresas se las cargara poco a poco. Y ha hecho de sus hermanos dos … – Sergio dudaba sobre el epíteto a utilizar.

-Les ha anulado, es cierto. Creo que nunca serán lo que hubieran querido. Es que no saben quienes son ellos, salvo los hermanos de Cape. Yo creo que eso les acabará frustrando. No tienen ni parejas, ni vida a parte de la que les ha obligado a seguir …

-A no ser que alguien les haga llegar la segunda de tus novelas secretas. Puede que eso les haga reaccionar.

-¿”La reencarnación de Alfonsito”?

-Esa.

-Dile a Máximo que se la envíe. Como un regalo promocional o alguna tontería de esas. No creo que sirva de nada, pero por intentarlo …

-Ya lo haré yo mismo. Máximo lleva unas semanas con un disgusto …

-¿Por?

Sergio sonrió con ironía antes de contestar a la pregunta.

-Compró para publicar en España una de tus novelas rusas.

-¡No jodas!

-Óliver se enteró y le llamó. Le amenazó con demandarlo y hundirlo. Cuando me lo contó, le dije que lo dejara correr. Ya se los había puesto de corbata. Ya tenía suficiente castigo. Bueno, castigo, al fin y al cabo fue engañado.

-Pues sabiendo lo poco que le gustan mis novelas oficiales, le daría un ataque de ansiedad.

-Ha despedido a la mitad de su personal. Pagó una buena cantidad por ella. Y aunque su segundo se dio cuenta a tiempo de parar la imprenta, eso le supuso un gasto, claro. Intenta recuperarlo, pero vete a buscar al supuesto autor de esa novela. O a su intermediario. Y sobre todo, ponte a buscar el dinero que pagó.

-Mándale otra novela. Y hacemos algo de publicidad de las anteriores. Sugiérele que prepare una reedición especial de la primera, por ejemplo. Me encargo que Carletto y sus amigos hablen de ella.

-Déjamelo a mí. Es preferible que nadie se entere que publicas con otro nombre. Es mejor que sigas con la táctica acordada, no hablar nunca de ese autor o de esas novelas. No participar, ni como espectador, en nada que tenga que ver con Caín Varta y sus novelas.

-Alguno lo ha descubierto. Me han dado a firmar alguna vez alguno de mis libros apócrifos.

-Tú estilo está. Lo único que no está es tu mundo especial. Pero no tientes a la suerte. No lleva tu nombre en la portada, pero se venden muy bien. Y en todo caso, también has firmado libros de Arturo Pérez Reverte. O de Juan Gómez – Jurado.

Jorge se quedó callado. Sergio supo al mirarlo que no iba a entrar al pie que le había dado para relajar la conversación.

-Concejo no fue una buena decisión.

-No lo fue. – la respuesta de Sergio fue dicha en medio de un suspiro de resignación – Concejo es el origen de todo. Pero ahora solo queda que sonriáis y disfrutéis. Si Dani sigue en la inopia, lo hará.

-Tengo la sensación de que con muchos traté hace años. Así que me toca actuar. Con lo mal que se me da.

-Posiblemente trataste con muchos. Pero piensa que algunos son víctimas. Otros no. Y con lo de actuar, llevas haciéndolo desde que te casaste con Nando. Eres mejor actor que Dani.

-Ahora solo tendré que descubrir quien está en mi bando y quién en el contrario. Y abre otras muchas posibilidades para lo de Martín y Eduardo.

-El tiempo dirá. Deja eso a Javier y los suyos.

Jorge vio que Nano le hizo una seña.

-Te dejo Sergio. Tenemos que volver a Madrid. Espero que no te haya jodido demasiado tus días de relax.

-No te preocupes por los sótanos. Están sellados. Y si Dani y el otro no han recordado, no hagas nada porque lo hagan.

-No debí preguntarles sobre el tema.

-Conozco a Dani. No volverá a ello si no se lo recuerdas. Cape ya es historia.

Jorge se levantó del banco. Tendió el puño a Sergio que lo chocó con el suyo.

-Te dejo seguir leyendo.

Jorge fue al encuentro de Nano que ya se acercaba a él. Pero de repente, se acordó de otro tema.

-Cuando te reincorpores, me llamas un día y hablamos de Fausto Lazona. Produjo algunas películas de Dani.

-Un tipo complicado.

-Es el padre de Rubén, el chico que …

-Ya sé quien es.

Jorge se quedó mirando a su amigo. Éste suspiró resignado.

-Hablamos cuando vuelva. Estás corriendo mucho en lo que respecta a recuperar tu memoria.

-No me queda más remedio.

Jorge se dio media vuelta y retomó el camino para encontrarse con Nano.

-Ya hemos reservado mesa. – le dijo éste mirándolo preocupado. Jorge no tenía buen aspecto.

-Pues vamos a comer. En el viaje de vuelta me voy a echar una siesta de campeonato.

-Me parece bien. Lo vas necesitando. No te ha sentado muy bien esa entrevista.

-Vamos. Tengo hambre.

-¿Un cigarrillo?

-No. Ahora no. Después de comer, nos fumamos uno juntos.

-Hecho.

Pero en el camino hacia el restaurante, una certeza se apropió de su ánimo: esos sótanos, no se sellaron. Lo único que hicieron, fue esconder su acceso. Tenía que ocuparse de que Carmelo no lo descubriera. Para eso, debía descubrirlo él antes. Pero no sabía como hacerlo. Y otra idea se fue abriendo camino en su mente: No le iba a gustar algunas de las revelaciones que Sergio le iba a hacer de “Fausto”.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 96.

Capítulo 96.-

.

Jorge, cuando Carmen y Sergio partieron hacia Madrid en uno de los coches, sacó su portátil de su bandolera y se puso a escribir. Dudaba del tiempo que iba a tardar en aparecer la madre de Sergio.

Había aprovechado el viaje para repasar algunas de las cosas que escribió en la época de Nati Guevara. Esa especie de Episodios Nacionales como llamaba a veces con mucha guasa a los relatos que escribía describiendo algunos lances de su vida. Pero no había encontrado la mayor parte de esos relatos. Por ejemplo, el de aquella discusión que tuvo con ella a raíz de lo sucedido en aquel rodaje, y la que tuvo cuando Carmelo la vetó en otra película, fueron intensas y duras. Ahora no esperaba otra cosa.

Se desesperó por ello. Le hubiera gustado recordar esas entrevistas con precisión. Había algunas cosas que no acababa de centrar en su memoria.

Nati Guevara siempre había sido una persona manipuladora. Una persona con un amor superlativo al poder y al triunfo. Siempre había sido ella la primera en su lista de preocupaciones. También la segunda, la tercera … de hecho, Jorge siempre había pensando que en esa lista no había nadie más. En aquella época no había sabido que estaba casada, mucho menos que tuviera hijos. Lo había guardado en secreto. Carmelo parecía que sí conocía al menos que estaba casada. Pero él no fue consciente de ese hecho. Y desde luego, lo de sus hijos, lo había llevado con suma discreción.

Ese día, parecía que no tocaba tampoco conocer a su marido, porque el Sr. Plaza al parecer estaba fuera de España. A Jorge le resultaba divertido que en una época de restricciones en los viajes a causa de la pandemia, los que interesaba que estuvieran quietos, estaban más entretenidos que nunca paseándose por el mundo. En ese gremio también incluía a Cape. Era curioso lo rápido que había cambiado de parecer respecto a su amigo. Ahora veía todas sus acciones desde un punto de vista crítico. Hasta hacía apenas unas semanas, todo lo miraba desde el apoyo completo a sus decisiones y opiniones.

Jorge dejó un rato de escribir. Sacó el móvil y llamó a Carmelo. Desde un par de mensajes que le había enviado casi al salir de Madrid, no había sabido nada de él. Y le preocupaba. No había medido adecuadamente los secretos del pasado que podían salir en la reunión con Sergio Romeva. Muchas de esos episodios que habían salido a relucir, como la paliza esa que le dieron o la película que estaba rodando y que hubo que cambiar completamente la historia para adaptarla al estado físico de Carmelo … no había caído hasta esa mañana que Carmelo nunca hablaba de esa película, mucho menos de ese rodaje. Posiblemente porque le resultara doloroso. La ignoraba completamente. Y no podría alegar, en caso de preguntarle la razón, que no se acordaba, porque estuvo dos años recibiendo premios por ella. La película acabó en el festival de Cannes y allí ganó el premio a la mejor película y al mejor actor, el propio Carmelo. Estuvo muchos días en el Festival concediendo un ciento de entrevistas. Recogió su premio. Y fue a recoger casi todos los que siguieron a ese, como siempre hacía, aunque fuera en un aparente festival de cine en un pueblo con apenas habitantes.

Pero posiblemente en este caso, Carmelo viviera de lo que le contaban sus amigos y allegados. Posiblemente Sergio Romeva tuviera mucho que ver contándole lo que sabía que no podía hacerle daño. Y se guardaba las cosas que podían afectarle. Carmelo parecía un hombre decidido, que controlaba el escenario de la vida que llevaba. En realidad, era un hombre vulnerable, con muchos episodios en su pasado que le hacían débil. Episodios unos, olvidados por aquella famosa terapia del olvido, que nadie aseguraba conocer, y los posteriores, por decisión propia de Carmelo, con la ayuda de las drogas que se metía en aquel entonces.

Marcó cuatro veces el teléfono de Carmelo, pero en ninguna obtuvo respuesta. Le mandó un par de mensajes, bromeando … tampoco recibió respuesta. Iba a llamar a Flor, que sabía que se había quedado a cargo de la escolta de su rubito, pero una mujer bien vestida y con aires de Reina madre, entraba en ese momento en el bar. Era claro que el telón de esa obra de teatro estaba a punto de levantarse.

Jorge reconoció al instante que por Nati Guevara no había pasado el tiempo. Era la misma que recordaba perfectamente en su última discusión justo antes de que anunciara su retiro de la actuación, según ella para cuidar a su familia. Era gracioso que se retirara cuando sus tres hijos ya no eran unos bebés. Sergio tendría siete años o así. La mayor tendría casi quince. Pero después del veto de Carmelo, y la batalla que se desarrolló después, no le dejó otra opción. Quedó muy claro que toda la industria se puso en su contra. Que en esa película, nadie, ni técnicos ni el resto del elenco, ni siquiera el director, la apoyaron. Intentó que el productor diera un golpe en la mesa y echara a Carmelo y lo cambiara por Biel. Otra vez Biel, gracias a su amistad con su madre. Pero el productor, muy a su pesar porque se decía que tenía un rollo con la Guevara, miró su bolsillo y decidió que su apuesta era Carmelo. Muchos de los técnicos que había podido contratar, de trabajar la Guevara en la película a no hacerlo, era un 50% de ahorro en sus sueldos.

Su reacción, a parte de retirarse, fue echar la culpa de todo a Jorge.

-No pensé que volvería a verte en la vida.

Jorge la miró sin levantarse.

-Yo en cambio estoy encantado, Nati. Sigues siendo una mujer elegante y atractiva. De tu inteligencia no digo nada, siempre ha sido evidente.

-Vienes a inmiscuirte en mi vida de nuevo.

Jorge se encogió de hombros. Le hizo un gesto con la mano para que se sentara en la silla de enfrente.

-No tengo ninguna intención de hacer eso que dices. Tu vida es tu vida. Siempre lo ha sido. Nunca me he inmiscuido en ella. He opinado distinto a ti, cuando no estaba de acuerdo. Cada uno lleva su vida como quiere o como puede. Estoy seguro que tú la llevas como quieres. Siempre has sido una mujer decidida.

-¿Como está ese niñato por el que siempre has sacado la cara? ¿Ya te lo follabas en aquella época?

Jorge se sonrió.

-Te propongo una cosa, Nati. Nos conocemos. Vamos a ahorrarnos todas esas puyas infantiles para ofender al otro. Yo sé que no te ofendes por nada, y tú sabes que yo tampoco lo hago. Puedes insultarme, decir que soy un tal y un cual … no lo piensas. Solo lo usas como arma arrojadiza. Y respecto a ese comentario que has hecho, sabes perfectamente que nunca pasó eso.

La forma de mirar de Nati Guevara a Jorge cambió. Se relajó un poco. Ya no era tan dura, tan agresiva como al llegar.

-Ya veo que has dejado las drogas. Estás mucho más lúcido que la última vez. – el tono empleado por Nati fue moderado, incluso agradable.

-No tenemos el mismo recuerdo de nuestra última charla. Me imagino que es solo un problema de puntos de vista.

-Me jodiste todo lo que pudiste. Lanzaste a Carmelo en mi contra. Dábamos muy bien en pantalla los dos. Esa película podía haber sido nuestra consagración.

El camarero se acercó para tomarles nota. Jorge decidió cambiar y pedirse una limonada. La Guevara se pidió un Martini con gotas de Campari.

-Es verdad. En pantalla teníais química. En la vida real no. Te empeñaste en hacerle la vida imposible. En querer estar por encima de él. Era una tontería. Él tenía una carrera y tú otra. Si hubierais competido por los mismos papeles, podría haberlo entendido. Pero no era el caso. No tenías que competir con él. Pero querías ser la más famosa de todos los actores y actrices. Tener un estatus superior al resto. Y ahora, en cambio, procuras que nadie te reconozca ni te recuerde. Y en los rodajes de ahora, diez años después de retirarte, siguen poniéndote de ejemplo de persona tóxica en un rodaje.

-Carmelo no tiene buena fama que digamos. A ver si ahora resulta que tu novio es un dechado de amabilidad. ¿O te crees que en muchos de aquellos rodajes la gente no acababa hasta los huevos de él? Le salvaba que era un genio que se ponía en su posición y hacía las tomas a la primera. A ver si te crees que trabajar con él entonces era algo con lo que soñara toda la profesión. Muchas de esas peleas que se le atribuyen con compañeros, eran montajes de los productores. Pero otras no. Tu viste algunas. Estabas a mi lado. Y tu sabes perfectamente que tenía un grave problema con las drogas y la bebida. Por no hablar del sexo.

-Podías haber tenido una carrera larga. ¿Quién te aconsejó tan mal? ¿Quién era tu representante? ¡Ay coño! Goyo Badía. Ahora lo entiendo todo.

Podría haber sonado a una treta dramática, pero no había sido tal. Jorge se acababa de acordar de verdad de quién representaba a la Guevara.

-Luchaba por mi. De no ser por él …

-De no ser por él, seguirías trabajando. Y con grandes papeles. Serías una de las grandes actrices de Europa. Porque hablas francés e inglés. Y apenas trabajaste en Francia, por ejemplo. Otros representantes te hubieran abierto esas puertas. Él solo te aconsejó que te convirtieras en una diva. Que fueras insufrible. Lo mismo hace ahora. Sigue la misma táctica con sus clientes de ahora. Se piensa que todo el mundo asocia ser un chulo con ser un Dios de la actuación. Las cosas de todas formas hubieran sido distintas de haber sabido en aquella época como era el despreciable Gregorio Badía.

-Tampoco quería yo. No … Guillermo, mi hijo mediano … estuvo … no fue fácil … era un niño muy enfermizo.

-Quería a su madre. Y nunca estaba. ¿No? Nunca los trajiste a Madrid. De hecho, no he sabido que tenías hijos hasta hace nada.

La Guevara afirmó lentamente con la cabeza.

-Imagina si me voy a Francia. Mira, mi carrera fue todo un papel. Permanentemente actuando. No quería eso para mis hijos. No quería que sufrieran por las acciones de su madre. Soy consciente de que caía mal a mucha gente. Así que los mantuve en Salamanca. Sergio no creo que se acuerde siquiera que fui actriz.

-Se ha enterado hace un rato, de hecho.

-Está bien saberlo. Así sé por dónde me van a venir los dardos.

-Lo que decías de tu carrera antes, de no trabajar en Francia por no alejarte de tus hijos, que más da, Cádiz que París. Las distancias, medidas en tiempo, son las mismas. Lo que pasa es que Goyo no está preparado para eso. De hecho, si no me equivoco, ninguno de sus representados trabaja fuera de España. Y lleva muy mal a sus actores. Todo son negocios sucios. Se dedica a eso más que a promocionar sus carreras. Dos de ellos han acabado en la cárcel. Y él mismo.

-Que Goyo es un sinvergüenza lo sabe todo el mundo. Roba a quien puede. Al final, se ha quedado con los que son de su cuerda. Si te presentan a alguien, algún actor o actriz, y te dicen que lo representa él, cierra tu bandolera y no saques la mano de dónde lleves la cartera. Los que no son así, o se han buscado otro representante o han dejado de actuar.

-Me han dicho que le acusan de algo más grave, como mandar a unos matones a darle una paliza a otro actor.

Jorge no quería dejar ver sus cartas. Por eso puso esa afirmación que conocía de primera mano como algo que había escuchado.

-Willy Camino y Elfo Jiménez. Me he enterado. Una pena, porque sobre todo el segundo, creo que tiene futuro. Es cierto que Álvaro Cernés, tu amigo, competiría por los mismos papeles y para mí, siempre saldría ganador. Me parece mejor actor. – Nati se calló de repente. Se quedó unos segundos en silencio. – Intenté cambiarme de representante. Sergio Romeva no me quiso. Era en el único que confiaba.

-Ya estabas enfrentada con Carmelo. No le gustan esos … tener que mediar entre dos de sus representados.

-Pero eso hubiera cambiado dejando a Goyo.

-Eso imagino que no lo sabría Sergio.

El camarero les trajo sus bebidas.

-Ya que estamos, podíamos comer. Tienen una carta reducida pero cocinan bien. – propuso Nati.

Jorge se la quedó mirando. Le estaba desconcertando el camino que empezaba a llevar la conversación. Él iba dispuesto a tener una lucha encarnizada con esa mujer. Y de repente … se había convertido en una charla bastante amable, discrepando sobre la forma de ver algunos temas, pero … era una charla normal. ¿Habría cambiado esa mujer tanto? ¿O entonces también en su vida privada hacía un papel, como había insinuado unos minutos antes? Equivocado, pero papel.

-No me parece mala idea. Te dejo que elijas tú. Parece que conoces bien el sitio.

-Ítalo nos aconsejará.

Nati levantó la mano para llamar de nuevo al camarero. Le pidió que les llevara dos o tres cosas para picar.

-¿Prefieres luego carne o pescado? – le preguntó a Jorge.

-Me da igual. Lo dejo en vuestras manos. Mientras no sean caracoles …

La Guevara acabó de dar las instrucciones al camarero. Para Jorge era evidente que la madre de Sergio comía con relativa frecuencia en ese sitio.

-Había días que salía del rodaje y me venía a Salamanca para pasar la noche con él. – Nati retomó la conversación hablando de su hijo mayor – La niña en cambio, parecía que la estorbaba. Es la niña de papá. Sería por ser la mayor. Y por ser chica. Luego llegó Sergio. Ese siempre … desde que cogió un violín, no necesitó a nadie más. Salvo para que le pagáramos la carrera.

-Es bueno tocando. Creo que es un dinero bien gastado.

-Le falta carácter para moverse en ese mundo. Me he comportado con él como una auténtica cabrona. Pero no … no he conseguido que reaccione.

-Quizás es que eres su madre y no se atreve a enfrentarse. Como tampoco le apetece enfrentarse a su padre. Puede que con los demás …

-¿Se ha enfrentado a Mendés?

-¿Sabes entonces? – Nati afirmó con la cabeza – Le dijo que no. De alguna forma lo hizo. – argumentó el escritor.

-Y luego le dijo que sí. – rebatió Nati. – No te enseño los vídeos porque seguro que los tienes.

-Para evitar que os enterarais vosotros. Mendés siempre chantajea.

-Eso siempre va a pasar. Sergio está a merced de cualquiera. Tiene que enfrentarse a esa gente. Luego no será Mendés, pero será otra violinista coreana, o uno sueco. O ruso que le quiera quitar los contratos. O un programador que le diga: o me la comes, o no tocas. O jueces de concursos …

-¿Has visto los vídeos?

-Para mi desgracia sí. Un rato. Luego me iba a vomitar al baño. Encima este chico cada vez está más delgado … eso también me preocupa.

-No has hecho nada.

-Ya lo has hecho tú. Cuando Sergio me habló todo orgulloso que te había conocido, que le habías ido a escuchar tocar en la calle, me quedé tranquila. Ya te ibas a ocupar tú. Personalmente. Tienes una debilidad, que a la vez es tu fortaleza. Son esos jóvenes dolientes y desesperados. Lo fue Carmelo. Y ese Lucas. Y algunos otros que no recuerdo el nombre. Nadie osaba ponerse en medio de tu camino. ¿Has pensado que la razón de todos esos acompañantes que llevas, – Nati señaló a los escoltas que estaban sentados en mesas cercanas – puede ser uno de esos … a los que apaleaste en su momento?

Jorge enarcó las cejas. Empezó a morderse el labio de abajo. Era un tic que hacía tiempo que no … que lo había controlado. Pero ahora … otra vez alguien le hablaba de esa forma de comportarse que él no recordaba, salvo el tema de Galder. Y un par de visitas que había hecho últimamente. Y le sacaba un punto de vista sobre su situación actual que no había valorado hasta entonces. Y una vez escuchada la posibilidad, parecía algo tan evidente … al menos merecía la pena estudiarla.

-¿Por qué tu marido mandó a Sergio a Mendés?

Ahora le tocó a Nati quedarse pensativa.

-Patricio tiene muchos secretos. Negocios … complicados. Desde luego no fue por no pagar la factura de Ludwin. Si hubiera sido ese el problema, la hubiera pagado yo.

-¿Complicados? ¿O delictivos?

Nati hizo un gesto como dando a entender que para ella era lo mismo.

-¿Esos negocios complicados son los que le ayuda a llevar tu hija?

-Espero que no. Aunque mi hija te puedo asegurar … es calcada a su padre.

-¿Y qué va a decir su padre cuando se entere …?

-¿De que Sergio va a retomar su carrera en la música, alejado de Mendés y de ese otro hijo de puta del conservatorio? Heraclio Gurpegui. No lo sé. Espero que nada. Aunque se coma los cojones de la rabia. Ya le ha dicho que no lo va a pagar. De hecho le ha dicho que vuelva con Mendés. Sergio cree que lo puede convencer. Pobre. Se cree que su hermana le apoya. Guillermo no cuenta. Salió huyendo de nosotros. Su padre le mantiene para que no vuelva. No quiere ni verlo. Para él, es solo un número: el de la transferencia que le hace todos los meses. Le da igual como gaste el dinero.

-¿Le dijo que no?

-Más o menos. Pero le dijo no a otras propuestas. No a Mendés.

-Pero también era músico ¿No?

-Músico no. Sabe tocar el piano. Y no lo hace nada mal. Pero nada comparado con Sergio. Hasta el piano, que es su segundo instrumento, lo toca mejor que su hermano. Sergio tiene … soy su madre, que voy a decir … tiene algo especial.

Llegó el camarero para ponerles unos manteles individuales en la mesa y el resto de vajilla y menaje para comer.

-No me creo eso. Que no vaya a hacer nada. Tu marido me refiero. Más si como me dices, le ha dicho que vuelva con Mendés.

-Sabrás ocuparte – le dijo en tono rotundo. – Por si te sirve, volverá sobre las siete.

-No me puedo creer que fíes toda la defensa de tu hijo en mí.

-Es lo que querías al venir aquí ¿No? Llevarte a Sergio y apartarlo de la manipuladora de su madre y del cabrón de su padre. Por parte de la madre, sin problemas. No lo hago por dejadez ni porque no quiera a mi hijo. No puedo defenderlo mejor de lo que lo vas a hacer tú. Tienes un pie en cada campo además. Sabes jugar como ellos, a hostia limpia. Y charlas todos los días con la policía. A parte. Mientras Sergio esté con ese Javier, muy pocos se atreverán a ponerle un dedo encima.

-¿Y tu sentido maternal?

-Lo tengo. Por eso te dejo a ti. Renuncio a mi hijo pequeño para que tú y tus amigos le deis la vida que quiere y para la que, por otro lado, ha nacido. A estas alturas de la vida, no me voy a enfrentar a Patricio.

-¿Y por qué no te vuelves a Madrid y luchas por él directamente? Tendrás todavía multitud de contactos. Amigos.

-¿Amigos la Guevara? ¿Qué me has dicho cuando has llegado sobre que me ponen de ejemplo como persona tóxica en los rodajes?

-Eso no significa que …

-Paquita, la madre de Biel Casal. La única. Ni Goyito Badía me traga. Está muy enfadado conmigo porque lo dejé. Él quería mandar a unos matones para que apalearan a Carmelo en una de sus salidas nocturnas. Por la cara que pones, veo que no lo sabes. Es un tema que saben muchos, me extraña que nadie te lo haya contado. Todavía no te … no os habíais presentado oficialmente. Me negué en rotundo y le amenacé. Si a Carmelo le pasaba algo, lo denunciaría. Ya lo vi aquella vez hecho una verdadera mierda. No sé como resistió. Hay que reconocerle que los tiene bien puestos. Una fuerza de voluntad inmensa. Y aquella policía … te lo digo de verdad. Esa mujer ha sido la única madre que ha tenido nunca Dani. La única. ¿Siguen teniendo contacto?

Jorge se quedó en blanco. No sabía como contar lo de Olga y Dani.

-Es complicado de explicar. Digamos que cuando Dani se recuperó, Olga desapareció. Pero luego la vida les volvió a cruzar … Dani no se acordaba de ella, borró toda esa época de su mente … pero al verla … la sintió. E hizo lo mismo que siempre hacía cuando estaba recostado sobre sus piernas descansando, cuando Olga le leía el guion para que se lo aprendiera: estiró la mano y la rozó suavemente con la yema de sus dedos.

-Ya te decía. Su única madre. Dani no ha tenido otra. Porque de la que le parió, mejor ni hablamos.

-A lo mejor el odio de Goyo hacia nosotros viene de esa época. – Jorge volvió a donde estaban antes de su comentario sobre Olga – Parte de sus clientes, participan activamente creando esos bulos sobre nuestras muertes. Se dedican a poner comentarios hirientes y ofensivos en muchos foros de internet. No pierden ocasión de atacarnos.

-No lo dudes. Goyo perdió mucho dinero con el veto de Carmelo a trabajar conmigo. No fue un veto como tal. Solo dijo que si yo trabajaba en la película, él se bajaba del carro.

-¿Tuviste algo que ver con aquella otra paliza? ¿O Goyo?

-Goyo no sé. Yo desde luego no. Y más … solo de recordar el aspecto que tenía cuando llegó ese día al rodaje … ya tenía a mis hijos. Ya te lo he dicho antes, cuando te he contado la intención de Goyo de mandar dos matones a romperle la crisma a Dani. Por eso me odia a mí. No se atrevió a hacerlo, porque sabía que si le pasaba algo al chico, yo iba a denunciarlo. Me conocía de sobra. Así que me considera también culpable del dinero que perdió. Y más cuando le dije que lo dejaba.

-Pero insististe en que le echaran … y llamaran a Biel.

-Ese es el problema a veces de que tu representante hable por ti. Pero reconocerás que era algo inhumano que ese adolescente trabajara en ese estado. Tú mejor que nadie lo sabes, porque lo sacaste de aquella fiesta. Casi matas al que le puso así.

-Yo lo veía de otra forma: si no acababa la película, de alguna forma, era como si ese hijo de puta se hubiera salido con la suya.

-Pero era un niño Jorge. Era una estrella ya entonces, pero era un niño. Se nos olvida eso porque siempre ha sido famoso. Y los famosos si son niños, parece que no lo son tanto. Pero lo son. Un niño, repito. Y eran batallas de adultos. Él tenía que haberse quedado en algún sitio, apartado de sus padres y del resto del … séquito que tenía, cuidado por esa poli. Nunca nadie ha cuidado de Carmelo tan bien como lo hizo esa mujer. Me estoy repitiendo mucho, lo sé. Perdona.

-Te aliaste con sus padres y con Paquita.

-Sus padres querían que siguiera trabajando, no te equivoques. Luego cambiaron la versión, porque … unos de asuntos sociales se acercaron a ellos para preguntarles por las lesiones de su hijo. Mira hacia Goyo y hacia Toni. Carmelo tenía a los enemigos en casa. No necesitaba a más. Con esos … bastaban. ¿Nunca te has preguntado por qué Sergio se quitó de encima a Toni? Le quitó hasta el teléfono.

-Ciertamente me hago últimamente esa pregunta.

-Sergio es un tío legal. Pero Toni es un sinvergüenza. Y según me cuentan, lo sigue siendo.

El camarero les trajo unas pencas de acelga rellenas y unas crepes con pescado y marisco. Otro compañero les llevó poco después unos tacos de jalapeños y ternera.

-Los tacos pican un poco – les advirtió el camarero. – Si les gusta mucho el picante, les traigo …

-No Fede. Cuando tú dices que pican un poco es que ya están bien surtidos de eso – le dijo sonriendo Nati.

-Ten cuidado. – Nati previno a Jorge – Si no soportas el picante, pedimos otra cosa. Suelen picar mucho.

-¿Mucho para un español o mucho para un mejicano?

Nati se rio.

-No, para un español.

-Entonces creo que lo soportaré.

-Nunca hubiera … antes creo que te he dicho … a lo mejor lo he pensado y no lo he sacado en voz alta. Trabajar al lado de Carmelo … para mí era una suerte. Dábamos bien en pantalla. Nos mejorábamos mucho. Las cosas además salían de tirón. Nunca repetimos más de cuatro veces una escena. En aquella película sí, porque Carmelo estaba como estaba. Y pese a los desvelos de esa poli, a veces Carmelo se quedaba medio lelo después de la claqueta. O se quedaba dormido esperando que midieran las luces. No lo veías porque estabas ocupado intentando crear un nuevo guion que justificara el estado de Carmelo, sin descartar lo ya rodado. Y te reconozco que lo conseguiste. Ambas cosas.

Jorge le hizo un gesto para agradecerle los halagos.

-Los tacos estos están buenísimos.

-Ahora las crepes no te van a saber a nada – se rió Nati.

-Tienes razón. Debía haber empezado al revés.

Estuvieron un rato hablando de la comida. Nati le preguntó sobre los restaurantes que había ahora en Madrid. Jorge le contó de los que solía visitar él con frecuencia. Le habló del restaurante que había abierto Biel, el hijo de su amiga Paquita.

-Espero que no vaya ella …

-Creo que le ha prohibido siquiera estar en la calle delante.

-Paquita es … la quiero mucho. Es con la única que he seguido teniendo relación. Pero hay que reconocer que con Biel … menos mal que sacó arrestos para quitársela de encima. Aún así, le sigue machacando.

-¿Con nadie más tienes contacto? – Jorge estaba seguro que no era así. Muchas de las cosas de las que parecía estar informada, no se las podía haber contado Paquita.

-Los consejos de Goyo me llevaron a ser la odiada número uno. Tenías razón antes. Era su estrategia. La sigue con todos sus representados. Es de la opinión que ser un chulo te da caché. “Tienes que ser una diva en todo momento”, me repetía una y otra vez, viniera a cuento o no.

-Siempre he preferido el otro lado. Ser una persona amable. Sonriente. Aunque a veces no lo haya conseguido.

-¿Qué te parece Sergio tocando?

Jorge miró a la Guevara. Era claro que llevaba desde que había llegado con ganas de hacer esa pregunta. Le daba miedo la respuesta.

-Ya te lo he dicho antes, creo. No te he mentido. Si no me hubiera llamado la atención, lo hubiera ayudado a sentirse mejor con él mismo. Pero no le hubiera embarcado en la posibilidad de retomar sus clases y su carrera como concertista. Eso hubiera sido como ponerle una pistola en la sien.

-Creo que no está preparado para esa presión.

-Veremos de intentar crearle una pequeña red protectora. Sergio se va a encargar de representarlo. Uno de sus agentes viene de ese mundo.

-¿A sí? Eso me tranquiliza. Sergio Romeva me inspira confianza.

-No va a ser fácil. Mendés tiene muchos contactos y sus amigos cierran filas. Y se cree más duro que nadie.

-Me ha llegado que tuviste con él un cambio de impresiones. Llamó a Patricio indignado.

-Sí. Pero no me ha hecho mucho caso. La prueba es que llamó no solo a tu marido, sino a un montón más de gente.

-Sabrás como convencerlo.

-Sin romperle los dedos de la mano, no sé yo. O sin hundirle la reputación.

-Pues destrózala. De todas formas, todo el mundo sabe.

-Pero todos callan. Todos son muy amigos suyos. Si él cae, puede tener la tentación de hundir a mucha vaca sagrada. Incluido a tu hijo.

La primera intención de Nati fue decirle que lo hiciera a pesar de todo. Pero … si eso pasaba con su hijo, estaba convencida de que no lo iba a soportar. Aunque estuviera con Jorge cerca y con ese Javier de pareja.

-Acércate a su hijo. Y que te vea con él. Una estrategia envolvente. Atacarle en su barrera defensiva, en su familia.

Jorge se quedó pensando.

-Una pequeña librería en la que suelo reunirme con cuatro o cinco lectores amigos de los dueños, está cerca de su “academia” y cerca del conservatorio.

-Solo necesitas llamar la atención de su hijo el proscrito. Aunque sería mejor que te viera con todos. Los hermanos siguen viendo cada día a su hermano el “degenerado”. Y su madre.

-¿Quién te cuenta todas las novedades? Paquita no creo que esté …

-Mariola es amiga también. Y Roberta Flack. Andoni Reverte. Algunos más. Antes no he sido del todo sincera. Sí mantengo contacto con algunos.

-Veo que con algunos dejaste de interpretar a la malvada de los rodajes del cine español.

Nati se sonrió. Pero no contestó a Jorge.

-¿Han acabado con los entrantes? – Ítalo se había acercado a la mesa.

-Todo riquísimo – Le dijo Jorge. – Y perdona por la hora. Es tardísimo.

-No se preocupe. No cerramos nunca la cocina. Cuando acabe de comer ¿Me firmaría uno de sus libros? Hay dos clientes que también están esperando.

-Voy un momento al baño. Aprovecha y fírmaselos. No quiero colaborar en que tu fama de broncas se acreciente.

El camarero le señaló la mesa donde estaba sentado un matrimonio que no hacía más que mirarlo. Al acercarse Jorge, éste vio como se ponían nerviosos.

-Tranquilos. Si me permiten me siento un segundo con ustedes y les firmo el libro.

-Mi mujer ha subido a casa a por el último. Al verle nos ha dado un vuelco al corazón. Pensábamos acercarnos a Madrid uno de esos días que tiene encuentros en la librería de Goya.

Jorge miró al hombre. No se había dado cuenta hasta ese momento de la posición de las piernas. Tenía la derecha extendida. Juraría que llevaba un aparato de alguna clase.

-¿Es grave? – le preguntó con delicadeza.

-No tiene remedio. Así que mejor me acostumbro. La lectura es una de las cosas que me anima. Y sus libros … me encantan.

-Una pena que nuestro hijo Pedro esté en Madrid. Le hubiera gustado conocerlo.

Jorge les pidió que le dijeran para que fuera a la siguiente charla en la librería de Goya.
-Estuvo a punto de ir a otra que tuvo para jóvenes. Pero le cambiaron un examen y no llegó. Ya no le dejaron entrar. Estaba completo.

-En el libro, viene un correo electrónico. Que me escriba y en el asunto que ponga “la vida es maravillosa”. Le reservaré un sitio para la próxima.

Jorge les pidió sacarse un selfie con ellos. Y también les solicitó permiso para sacarlos en una edición especial de alguna de sus novelas. Tenía la idea de hacer un pequeño álbum con algunos de los lectores que más le habían llamado la atención. O utilizarlo en sus redes sociales, ahora que se iba a encargar Sergio.

Cuando volvió a su mesa, Nati ya estaba de vuelta.

-Parece que se han quedado contentos. – la Guevara al sentarse respondió a un tímido saludo de la pareja.

-Me han parecido buena gente. Y me da que te recuerdan.

-Pero no me sitúan. Ni se te ocurra levantarte para decirles.

Jorge se había incorporado. La sonrió con picardía.

-Iba a ir a preguntarles su novela preferida. Se me ha olvidado.

Jorge volvió a la mesa y se sentó. Hizo la pregunta y la pareja se miró un segundo. Fue la mujer la que respondió. Jorge se lo agradeció y volvió con Nati.

-¿Cual es?

-“Todo sucedió en Madrid”. ¿La tuya cual es?

-¿Quién te dice que te leo?

-Sergio cuando le invité a cenar el primer día. Me confesó que tú le mangabas mis libros para leerlos.

-Será cabrón. Si se los he comprado yo todos. ¿Te habló de mí?

-Bueno, habló de su madre. Entonces no sabía que eras tú. Y tranquila, no pudo evitar hablar con cariño. Te adora.

Ítalo, el camarero, apareció con los segundos. A Jorge se le iluminaron los ojos.

-Tronco de merluza relleno de verduras y gambas.

-Creo que la vamos a disfrutar.

Jorge recibió entonces un mensaje de Carmelo. Durante la entrevista con Nati Guevara había seguido enviando mensajes y haciéndole llamadas. Apenas lo leyó, le mandó una respuesta:

Se me ha olvidado decirte hoy que te quiero con locura. Eres mi vida, no lo olvides. En lo bueno y en lo malo. Te amo, rubito.”

-¿Por qué no me hablas de Toni? – le pidió a Nati dejando el teléfono sobre la mesa boca abajo.

-¿Tienes prisa?

-Para nada. Y siempre puedo volver otro día o ir tú a Madrid. Así tengo excusa para quedar con Mariola.

-Intentaré hacerte un resumen. Aún así … lo de esa escapada a Madrid y nos vamos los tres a comer por ahí … me gusta la idea.

-Eso está hecho. Me avisas unos días antes. Cuéntame, anda.

Jorge Rios.

-No me fastidies que te has puesto de nuevo a escribir.

Carmelo miraba a Jorge con la boca abierta, que puso un gesto de niño pequeño al que han pillado en falta.

-No te espero. – le dijo el actor con tono rotundo.

-No, no, vete. Ya he acabado. Me ducho y voy detrás de ti. ¿Cape?

-Ya se ha ido. Me hubiera gustado que vinieras conmigo.

Jorge se quedó mirando a Carmelo. Sonrió.

-Pues espera. Me ducho …

-¡Ah! Vale.

Carmelo en un segundo se desnudó ahí mismo.

-Duchémonos.

Jorge lo miraba de medio lado. No sabía como responder. No sabía si reírse, si echarle la bronca … al final decidió unirse. “Ese rubio de los cojones no le iba a provocar de esa forma tan burda y dejarle sin respuesta” Se levantó e hizo lo mismo que Carmelo: se desnudó. Se lo quedó mirando con los brazos abiertos.

-¿Y ahora?

-Ahora, escritor – Carmelo se acercó a Jorge con mirada insinuante – voy a lamerte cada centímetro de tu piel. Voy a besarte hasta que nuestros labios se irriten. Y voy a comerte esa tranca que tanto me gusta y que está levantándose con decisión y cierta prisa.

-Espero que cumplas tus promesas, rubito. No me pongas caliente y me dejes como el otro día en el Salvatierra, con la polla dura.

-Eso fue porque no quisiste que te la comiera allí mismo.

Ya estaban los dos pegados. Jorge tenía la cabeza inclinada hacia arriba para no dejar de mirar los ojos de Carmelo. Y este miraba a su vez los ojos del escritor. Aunque en un momento dado, cambió y miró los labios que iba a besar.

-Apaguemos el móvil querido. No quiero que te interrumpan en el cumplimiento de tu promesa.

-Tranquilo. Acabo de activar el inhibidor de frecuencia.

-¿Por dónde vas a empezar a lamer?

-Por tus orejas. Luego seguiré con tu cuello. Tu mentón, tus pómulos, besaré tus ojos …

-Calla y empieza, cojones.

-Esos también te los voy a lamer … pero un poco más tarde.

—-

Notas:

Puedes empezar a leer la historia de «Necesito leer tus libros» pinchando aquí.

O puedes leer los primeros capítulos de seguido, pinchando en este otro enlace.

Necesito leer tus libros: Capítulo 91.

Capítulo 91.-

.

La conversación con Cape fue esa misma noche. Cuando empezaron las copas, Jorge y Cape salieron a la calle y buscaron el rincón de las confidencias, el mismo del que apenas un par de horas antes, Jorge se había levantado dejando a Javier pensativo después de charlar durante una hora larga. Jorge sacó un cigarrillo del paquete que le regaló Nano en la cena con Nuño y Sergio y pegó un trago al güisqui que había sacado del bar. No dijo nada. Solo esperó.

Cape habló mucho. Sobre toda la historia suya, de Carmelo y de él. Jorge escuchó atentamente aunque ya se la sabía. Era una versión adaptada a lo que a Cape consideraba que le dejaba en mejor lugar. Todo por su ego. Pero no dijo nada. La verdad es que no le apetecía nada esa conversación. Según iba escuchando a Cape, le gustaba menos. Y empezaba a estar un poco cansado. Habían pasado demasiadas cosas en poco tiempo. Y esa huida ahora, revistiéndola casi de obra de caridad le producía ardores de estómago.

Lo que menos le apetecía era escuchar la larga perorata que parecía se había preparado Cape para justificar su partida. Un discurso en el que había adecuado la realidad de los hechos para dulcificar el hecho de que abandonara a Carmelo, que según él era su otra mitad.

“Con lo fácil que es decir: Joder, me las piro. Estoy acongojado. Tengo los testículos de corbata. Aquí os las apañéis vosotros. Total de la conversación: cinco minutos.” – pensó escribir Jorge cuando Cape hubiera acabado.

Recordaba todavía aquellos primeros momentos de su reencuentro, cuando Cape acaparó casi por completo la atención y la actividad de Carmelo. Como se convirtieron uno en la sombra del otro y viceversa. Durante unos meses, cada vez que llamaba a Carmelo,  o quedaba con él, siempre acababa por interponerse, por interrumpir la conversación, por aparecer por sorpresa si habían quedado a tomar un chocolate. Luego llegó el intento aquel de matarlos en la misma Hermida. Él que hasta entonces había presumido de ser como el vigilante, el guardián de su “hermano” pequeño, se encontró con un joven valiente, aguerrido, que cogió el arma de Yeray y ayudó a Carmen a perseguir a la persona que había atentado contra ellos y que había herido al policía. Y él que iba de hermano mayor con todas las respuestas, se vio superado por la situación. Carmelo actuó con determinación para mantener a Yeray despierto y contener la hemorragia. Según se fue enterando con el tiempo, Carmelo tuvo que darle un tortazo a Cape para que reaccionara. Se había quedado bloqueado. Luego Cape fue adaptando el relato que contaban para que no pareciera un pobre mortal como casi todos en esas circunstancias. Parecía que tenía que ir por la calle pisando fuerte, dando la talla, dando la imagen de un hombre invencible. Esa versión edulcorada le había llegado a Jorge por terceras personas. A él no se atrevía a contárselo. Intuía que Carmelo le había contado tal como ocurrió.

Era lo que estaba haciendo ahora: revistiendo de fortaleza lo que a todas luces era una huida. Jorge se acordó en un flash que en realidad Carmelo ya lo había predicho en aquella especie de diario que escribieron los dos cuando se reencontraron. En realidad, Cape había dejado de estar hacía muchos meses. Años incluso. Cuando Carmelo y él se fueron a París a rodar la serie, Cape apenas llamó a su supuesto marido  un puñado de veces. Y no se vieron hasta semanas después de que acabara el rodaje. Nada más volver, surgió ese favor que le pidió un productor amigo para hacer un personaje secundario en una película, para solventarle la papeleta y que pudiera acabarla. Eso que molestó tanto a Willy y sus amigos. Tampoco ahí dio señales de vida. Alguien le vino a contar que Cape había estado en París varias veces durante el medio año que vivieron allí. No hizo ni amago de llamar a Carmelo  para quedar a comer o cenar. Y luego se le llenaba la boca diciendo a quien quería escuchar que “Carmelo es mi otra mitad, mi hermano del alma”. Referirse a Carmelo como “mi marido” solo lo hacía con extraños.

Jorge volvió de sus divagaciones …  aunque por lo que empezó a escuchar, estaba en modo repetición de la jugada.

-Sabíamos que éramos importantes el uno para el otro. Pero no sabíamos de que forma. Al cabo de unos meses nos dimos cuenta de que no era en forma de pareja. No era por el sexo por lo que nos queríamos de esa forma tan extraordinaria. Además, no era posible. Hubiera querido decir que hubiéramos follado cuando él tenía 15 años y yo 19. Y eso, ni en mis mejores momentos de chulería, era posible. Yo era insoportable entonces. Ya me dijo mi padre que solo estando Carmelo por medio, era medianamente accesible. Y lo mismo le pasaba a él. Ten en cuenta que triunfamos muy jóvenes. De una forma que pocas personas lo hacen con muchos más años que nosotros. Los padres de Carmelo, son lo peor, ya los conociste en su breve reaparición. Los míos no, los míos son estupendos, pero era imposible hacerme recapacitar. Siempre tenía el acelerador pisado. No existía el freno en mi vida.

-¿No habéis recordado más cosas?

No pudo evitar darle pie a que se sincerara sobre sus descubrimientos. La verdad, no tenía muchas esperanzas de que Cape fuera a recoger el guante que le había lanzado al suelo.

-No. Quizás si la gente que nos conoció hablara un poco, pero hay una cortina de silencio al respecto. Así que así seguimos, con escolta. ¿No te pasa a ti lo mismo?

Jorge afirmó con la cabeza levemente. Le hubiera querido decir que a él, la gente de su pasado, se moría por recordarle muchos sucesos que tenía olvidados. Sobre todo los que atañían a las deudas de su ex-marido Nando. También a las de sus amantes, los ocasionales y los novietes. Aunque en ese aspecto, estaba bastante al día aunque se hiciera el tonto la mayor parte de las veces. En lo de las deudas, también estaba bastante al día. De hecho, había pagado muchas de ellas, si los acreedores eran gente de bien, siempre que prometieran guardar el secreto. Y una de las cosas que a algunos le urgía contarle, eran las que podían sacarle los colores, ridículos que había hecho en público, o personas con las que había quedado mal.

Cape siguió hablando de él y Carmelo. De su reencuentro en Concejo del Prado. Y de la vida después. Esa parte la conocía Jorge de primera mano, porque los había conocido por separado a ambos, antes de su reencuentro. Lo complicado había sido que no se encontraran en algún evento al que estuvieron los dos invitados. ¿Malabares del destino? O que uno de ellos al menos, no había olvidado del todo y evitaba juntarse con “su otra mitad”.

-Pero eso tuvo que ser una terapia con algún especialista competente. No debe haber muchos que puedan hacer algo así. Tiene que ser con hipnosis y algo más. ¿Lo has investigado?

Jorge puso un gesto de resignación al preguntar. Hasta a él mismo le había sonado a falso. Era la pregunta que debía hacer, siguiendo el guion que parecía haber preparado Cape.

-A mí me da miedo meterme en ese tema. Me han propuesto someterme a hipnosis. Pero no. No quiero. Tengo miedo.

-¿De? ¿De las respuestas o de las preguntas?

-De ambas. He llegado a la conclusión de que es mejor no saber. Llevamos una temporada tranquilos, sin sobresaltos. Ahora parece que tú has tomado el relevo.

“Llevas poniéndome a parir cuando hasta hace poco no quería conocer la verdad y ahora ¿Me vienes con esas?” – pensó Jorge.

-Pero están intentando destruir tus proyectos. Y que de momento no intenten atentar contra vosotros, no supone que esa amenaza siga ahí. Vuestros casos y el mío, no son compartimentos estancos. Y lo sabes.

-Por eso me voy. Estoy cansado. Me apartaré de todo. Me esconderé un tiempo. Lo he dejado todo arreglado con Óliver. Para que no haya problemas, le he cedido mi parte a Carmelo en la productora que hemos creado. Ya ha visto Movistar el contrato de Tirso y da el OK. Todo en marcha en ese tema. Con Carmelo de protagonista. Lo único es si quieres ser guionista o dejárselo a Rodrigo y a Romina. Toman como base el que escribí yo con las aportaciones que ha hecho Hugo cuando le dijiste que le echara un vistazo.

“Si eso ya está hablado hace semanas” – Jorge estaba a punto de saltar y decirle cuatro verdades a la cara. – “Y del guion que escribiste, apenas quedan tres páginas siendo benévolo”.

-Hugo me tiene mosca. – cambió de tema el escritor. A ver si de ahí rascaba alguna novedad que no conociera.

-Es buena gente. Creo. Ya sabes que Carmelo y él trabajaron juntos en una serie. Lo petaron. Fue después justo de nuestro olvido.

-Si además a Hugo tengo la idea de haberlo conocido antes. Fingí el otro día no recuerdo ante quién, que había recordado las circunstancias. Hugo se puso tenso. Pero no ha sacado el tema ni me ha dado pistas.

-A lo mejor fue uno de los amantes ocasionales de Nando.

-Voy a tener que afrontar un día de estos ese tema. – Jorge pensó que cada vez le salían las falsedades con mayor facilidad y casi sin remordimientos – Ya es hora. De todas formas, no me cuadra. Nando era muchas cosas, pero no le gustaban jovencitos. Al revés.

-No se que decirte. A lo mejor no merece la pena. No has querido saber. Te podríamos haber contado muchas cosas. Pero nunca has querido.

-Sigo guardándole el duelo. – Jorge decidió seguir con su versión oficial ante Cape. Él no estaba siendo sincero tampoco con él. Le estaba repitiendo la misma cantinela de siempre, la versión oficial, sin dejar paso a las verdades que estaba seguro había descubierto en su busca desesperada. – Y a lo mejor no se lo merecía. Pero era mi excusa para no afrontar la verdad y no buscar otras cosas. Otras relaciones. Para no arriesgarme a publicar otra novela y que fuera un fracaso. Para no enfrentarme a la vida. O al amor. Después de lo desgraciado que fue mi matrimonio, me asusté en ese aspecto.

-Siete años de duelo, desde luego que no. Siete días hubieran sido suficientes – apuntó Cape – Pero quizás, he estado dándole vueltas a esto, es lo que convenía a tus “amigos”. Mientras siguieras escribiendo y no hicieras preguntas incómodas. Publicaras o no oficialmente, ellos iban a sacar beneficio. Y en cuanto a las relaciones nuevas, ya tienes una. Eres el único que no lo ve.

-Sí, ya la tengo. Ahora tengo miedo de dar el paso de amigo a todo. – tampoco estaba siendo sincero en eso. Se estaba dando cuenta que Carmelo no le había contado los cambios que había en la forma de relacionarse entre ellos. Ahora estaba seguro que ni siquiera le había contado los detalles de su vida a partir de París. – Y lo de escribir, ellos eso no lo podían provocar.

-¿Estás seguro de ello? ¿Estás seguro de que no te daban algo? ¿No tomabas unas vitaminas? Aquellas que siempre te insistía Carmelo que dejaras.

Jorge no pudo evitar mirar a Cape con pena. Y también … debía preguntarse como no se había dado cuenta del distanciamiento tan grande que había entre los dos Danieles. Daniel Gutiérrez, empresario de moda, dueño de una startup exitosa hasta hacía unos años, Daniel Morán, estrella rutilante del firmamento actoral mundial. Dos mitades que hacía muchos meses que no se contaban las novedades de su vida.

-Sí. Sí. Tengo un bote en casa. Dejé de tomarlas un día, antes de que apareciera Rubén. Comía con Carmelo y cuando saqué el bote de la bandolera para tomar una antes de comer, me las quitó y las tiró a la papelera del restaurante. Me enfadé un poco y fui a cogerlas, pero me cogió la mano y me miró ya sabes, con esa forma que tiene. Y me dijo:

“Por favor, no”.

Jorge seguía con la versión oficial. Cape no le había ofrecido sinceridad, él tampoco lo iba a hacer.

-Y sí, es cierto que me puse un poco nervioso esos días, pero el capullo de tu marido parecía que se lo olía y me llamaba cuando peor estaba. Y luego apareció Rubén y verlo así de perjudicado por las noches, no sé por qué, lo asocié a esas vitaminas. Me sirvió de acicate para no volver a tomarlas. Siempre he tenido la tentación de volver a ellas, no te creas.

-Voy a llamar a Efrén para que entre en tu casa y coja esas pastillas. Se ha quedado de guardia en Núñez de Balboa. Salgamos de dudas sobre su composición. Es lo que te queda para romper con tu pasado del todo. Para enfrentarte a las cosas, como ya estás haciendo estas semanas últimas. Menudas habéis organizado Dani y tú esta semana que os he dejado solos.

-No será posible, quiero decir que no sé si quiero saber. Todavía me cuesta este nuevo estado de conciencia total. Si resulta que son drogas, bueno, no sé que decir. Ya sabes quien me las daba. Una cosa. ¿Y Carmelo como …?

-Ha visto mucho en el mundo del cine. Y lo más importante, lo ha sentido en carne propia, no te olvides. Y ya sabes que se fija, sobre todo en la gente que quiere. Y a ti te quiere con locura. Y lo vio claro el día del photocall. Eso sí te advierto: no creo que Dani sea muy de parejas estables. Es muy voluble en el amor.

-El día que apareció a mi lado de repente y posó conmigo y me evitó el que podía haber sido el mayor ridículo que he hecho en público.

-Los focos y los flashes estaban a punto de volverte loco. Ibas a perder el control en cero coma. No se lo pensó y se puso a tu lado y te cogió de la mano. Y te hizo apartar la vista del frente. Esa sustancia que te daban, o una de las que te daban, te hace muy sensible a la luz esa de los flashes. O de las luces de las discotecas o algunos tipos de focos. Y te hace perder el control. Te vuelves loco. Para mí que a lo mejor tomaste alguna pastilla de más por error. Por eso estabas más sensible.

-Y ahí empezaron los rumores de nuestro romance.

-Pero habéis mantenido el rumor a raya todo este tiempo. Es que las fotos que se publicaron, había tal complicidad entre vosotros … hasta un ciego vio que ahí había algo. Ahora podréis casaros. Aunque ya te he dicho antes que no creo que Dani valga para tener una pareja estable. No es de esos. Lo conozco muy bien. Soy la persona que mejor lo conozco.

Jorge volvió a hacerse el sordo respecto a esas últimas afirmaciones de Cape.

-Primero deberéis fingir el divorcio.

-O publicar un comunicado diciendo la verdad, que nunca nos casamos, y que nunca hemos sido pareja. Es lo que estás esperando ¿No? Para lanzarte al cien con Dani. Para probar fortuna.

Jorge no pudo evitar arrugar el morro. No se podía creer que Cape no supiera que Carmelo ya lo había dicho en televisión, en Espejo Público. De esa noticia se habían hecho eco otros medios. E incluso creía recordar que lo habían comentado en alguna ocasión entre ellos.

-Pero Carmelo no va a querer casarse conmigo. No valgo nada. Lo dice pero …

-Valer, no se si vales. Idiota eres un ciento. Y si quieres que te dore la píldora, conmigo no cuentes. -Ahora bien, si no quieres lanzarte porque eres de mi misma opinión respecto a su posible reacción de verse casado o aprisionado en una relación en teoría “para siempre”, te entiendo perfectamente.

-¿Y qué vas a hacer tú? – no quiso entrar en las provocaciones de Cape. No acababa de ver que pretendía. No sabía si quería que entrara al trapo para rebatir sus afirmaciones o si quería disuadirlo de que formara una pareja con Dani. Aunque si esta era su pretensión, llegaba meses tarde. Casi años. Debía haberlo intentado antes de que Jorge lo acompañara a Francia para rodar esa serie.

-Escribir. Y descansar. No preguntes, no te voy a decir dónde.

-Carmelo lo sabrá. – sonrió Jorge.

-Puede. Pero no lo dirá. Ni a ti. Es mejor.

-No me gusta que te vayas. ¿Y tus negocios? – hasta a Jorge le sonó a falso este último comentario. Pero parecía que a Cape le había gustado. Sería porque se atenía al guion que había preparado para la entrevista.

-Los he reducido a un par de empresas, las últimas. Son para mis hermanos. Sabrán llevarlas. El resto lo acabo de vender en mis viajes a Amsterdam y a Sidney. Desde que volví a reencontrarme con Dani, he liquidado todo.

-O sea que para eso es ese último viaje. Sidney.

-Me voy pasado mañana. De ahí me fugaré.

-O sea que este finde es la despedida.

Cape asintió despacio. Cape miró su teléfono. Acababa de recibir un mensaje.

-Es Efrén. Ya tiene las pastillas. Las mandará analizar ahora mismo.

-Os reclaman, – Carmelo estaba delante de ellos – lleváis mucho tiempo perdidos.

Cape se levantó sin decir nada y se encaminó hacia el bar de Gerardo. Pero a Jorge, le había entrado un bajón que le impedía levantarse. No le gustaba fingir con los amigos. Ni ser consciente de que le había mentido en casi todo. Carmelo se acercó y se sentó frente a él. Le acarició la mejilla.

-Tienes que tener la boca seca por narices. No paras de hablar. Primero Javier, ahora Cape … el relato de “La Pinares”… creo que me van a cambiar el apodo en el pueblo: me van a llamar el buscador del escritor. No he hecho otra cosa esta noche que salir a buscarte.

Jorge no dijo nada. Solo se encogió de hombros. Le agarró la mano y se la besó. Luego se la puso sobre su rostro. Necesitaba sentirla en su mejilla.

-Vamos, anda. Todo va a salir bien.

-No sé si quiero saber, Carmelo. La verdad me abruma. Cambio de parecer a cada minuto que pasa. No me lo eches en cara, por favor. Quiero, no quiero. ¿Pregunto? No pregunto. ¿Hago o me quedo quieto? Acabo de asistir a una comedia. Él con sus historias de siempre, mintiendo, sin salir de su guion escrito hace ya tiempo, yo lo mismo … me he dado cuenta de que no le has contado muchas cosas nuestras … y que otro montón de cosas no se ha querido enterar. Y sobre todo, su pretensión de convencerme que tú no eres de tener pareja estable. Me ha venido a decir que lo nuestro, va a salir mal por ti.

-Te quejabas el otro día que ahora no te contábamos. Y tienes razón en quejarte. Él … me conoces, no te he contado, pero … no eres tonto. Te fijas en mí. Te fijas en mis reacciones. Sabes que … no estoy contento … con sus … – Carmelo no sabía como expresar lo que sentía. – Y si él no es sincero conmigo, ¿Por qué voy a serlo con él? Lo importante es que lo que vivimos tú y yo, lo disfrutamos. Que lo sepa éste o el otro, me da igual. ¿No? Somos una pareja a todos los efectos. Cuando quieras, nos casaremos. Quiero hacerlo. Es la primera vez en mi vida que quiero de verdad dar ese paso. Le mandaremos una invitación de boda, para que compruebe que sus penosas afirmaciones respecto a mi forma de ver la vida de pareja, son erróneas. Está celoso, nada más. Siempre ha querido ser el muerto en el funeral, el niño en el bautizo y el novio en la boda. Y respecto a mí, se ha dado cuenta de que no influye ni me controla como él quisiera.

-¿Te ha propuesto matrimonio alguna vez? O al menos ser pareja de verdad.

Carmelo se quedó pensativo.

-Creo que no. Sí que es verdad que cuando volvimos a reencontrarnos, cuando recaló en Concejo, al principio intentó que fuéramos eso. Fui yo el que después de una noche de sexo le hice ver que no era ese el tipo de relación con él que quería. No dijo nada. Pareció aceptarlo. Pero él no es de las personas que aceptan perder de buen grado. Luego me vino con eso de que había hecho correr el rumor de que éramos pareja. Creo que lo hizo para alejar de mí a posibles candidatos.

-O sea a mí.

-Posiblemente. Nunca ha buscado desde entonces que te unieras a nosotros. De hecho, siempre parecía frustrado cuando iba a verte a Madrid o cuando quedábamos a cenar. Y si me quedaba en tu casa Alguna vez le pillé con las llaves de tu casa en la mano. Una vez se me ocurrió que quería cogerlas y esconderlas. Las miraba con asco.

Jorge no dijo nada. Volvió a besar la mano de Carmelo y la volvió a posar en su mejilla. Éste le empezó a acariciar con el pulgar.

-Si hasta Cape hace la historia a su medida. Dice que no follasteis cuando eras peque, cambia detalles de lo que ya sabemos de manera cierta … me ha despistado con lo de “mis drogas”, como si yo no supiera o no estuviera convencido de que eran eso las vitaminas … ha llamado a Efrén para que coja el bote que guardamos en casa … cuando los médicos ya lo saben …

-Saben lo que tienes en sangre. Al final no les diste las pastillas …

-Yo creo que sí … se las di a la policía … y creo que fue a Quiñones – se quedó un momento pensando. – Da igual.

Carmelo se quedó callado. Parecía estar ordenando sus pensamientos.

-No sé que decirte. Lo hemos hablado alguna vez. Me ha mentido en algunas cosas. Sé que ha descubierto detalles, partes de nuestra vida pasada, algo que le contó su padre antes de irse, algo que supo por Adrián, su ex-novio … por sus propios hermanos … lo del vídeo follando los dos se lo dijo Adrián, porque le chantajeó esa cabrona que puso al frente de su gran empresa. Hice por conocerlo y me contó la historia. No le he dicho nada a Cape. Su ex vio el vídeo.

-Si nosotros mismos nos mentimos … intentamos amoldar la realidad a nuestros intereses … ¿Qué podemos esperar del resto del mundo?

-Y luego, lo que más gracia me hace, es que en todo caso lo sitúa con él teniendo diecinueve años.

Tenía diecisiete. Y yo trece o catorce. Fue antes del olvido.

-Que podemos esperar si nosotros mismos nos mentimos, repito, hacemos la verdad que vamos conociendo a nuestra medida. Así no llegamos a ningún sitio. Yo ahora quiero averiguar cosas. Aunque Cape diga que no es así para escudarse y no contarme. Aunque tenga momentos de duda en los que pienso … aunque repita que antes estaba mejor. Dudo, es cierto, pero al final, acabo avanzando. Preguntando y actuando, si es necesario.

-Déjale, Jorge. Se va a ir. El domingo creo. No, el lunes. Da igual. Ha avisado a los escoltas hace dos semanas. No te dije nada porque no me lo acababa de creer. Pensaba que era un siroco y que se le pasaría. Y todavía no me lo ha dicho. ¿Te lo puedes creer? ¿Qué sea el último en enterarme? Podía haber aprovechado ahora, cuando he venido a buscaros. Pero se ha levantado y ha vuelto dentro. Si ha hablado contigo, espero que me lo diga esta noche a más tardar.

-Hay otra cosa que me ha hecho gracia. Ha puesto como excusa para vender sus empresas que está cansado.

-Ya. Cuando dejó su padre la gestión, todo se fue yendo al garete. No vale para eso. Creyó que ya liberado del yugo de su “viejo”, como le llamaba a veces, aún delante de sus empleados, iba a descubrir las Américas. Y muy al contrario, todo fue a peor. Y eso que su padre, de tapadillo, siguió controlando todo. Pero al final se rindió. Puede incluso que discutieran al respecto. Cuando llegó a Concejo ya era todo irrecuperable. Había buscado ya a esa tipa a la que puso al frente y se encargó de hundirla.

-Alguien me contó que Manolo le recomendó vender y dejarse de luchas. Me ha dicho que les deja a sus hermanos dos empresas pequeñas para que las gestionen.

-¿Les ha preguntado si quieren?

-Nunca lo ha hecho, no creo que empiece ahora.

-Les ha destrozado la vida.

-A toda la familia.

-Que se quede allí dónde haya decidido irse y desconecte de todo. Que encuentre alguien a quien querer donde no le conozca nadie. Dinero tiene de sobra para vivir sin problemas. Creo que está abrumado, asustado, avergonzado. Verse follando conmigo cuando era un niño no le ha debido gustar nada. Y ser consciente de su fracaso en los negocios. Está traumatizado. Todo este tema de lo que nos pasa, de las amenazas, de la escolta, de esos fantasmas que vienen desde el pasado para vengarse de sean cual sean las afrentas que les hicimos, le viene grande. Y le da vergüenza reconocerlo. En lugar de pedir ayuda, opta por largarse. Que tenga buen viaje.

-Él tendría diecisiete. Era menor también. Lo que has dicho tú antes. Le puede la chulería que ha tenido siempre. Ahora se ha dado cuenta de que tú no necesitas niñera. Necesitas apoyo, como todos. Pero te desenvuelves muy bien por ti mismo en la vida. Me cuidas a mí …

-La cabeza es libre. No es capaz de asumir lo que hizo, aunque no fuera responsable. Era un chuleta entonces, tienes razón. Y ahora también. Se las daba de tener cuarenta años. No sé como su padre aguantó dar la cara en los negocios por él. La diferencia entre él y tú, una de las muchas diferencias, es que tú aceptas que un día yo, once años menor que tú, te coja de la mano y te lleve en volandas. Que un día te defienda ante la gente, o te coja de la mano si en un acto público te sientes sobrepasado. O cuando nos encontramos con una maraña de periodistas … todavía me acuerdo aquel San Valentín que nos encontramos con Javier, Olga y Aritz y sus hermanos en aquel restaurante … me dejaste hacer. Y luego cambiaron las tornas y me ayudaste a afrontar el pasado que suponía encontrarme con Olga de nuevo y la inseguridad que eso me creó.

-Ya no me acordaba de ese día, fíjate. Ni recuerdo por qué esos periodistas nos atosigaban.

-Da igual. Pero … no pasó nada porque yo te protegiera. Unos días tú me das ánimos y me mimas, y otros, es al revés.

-Me dan ganas de hacer lo mismo, de perderme por ahí. Lo único que me impide hacerlo eres tú, Dani.

-Eso lo dices con la boca pequeña, por hacerte la víctima – Carmelo puso cara de que no se creía nada. – No quieres desaparecer, porque tu vida está aquí, conmigo, con esos chicos, los chicos de Jorge, porque quieres castigar a los que nos las hacen pasar putas. Y porque no serías capaz de escribir en otro sitio que no sea rodeado de los tuyos. Y porque tus chicos, saben que te pueden encontrar aquí. Cada vez tienes más gente que está a tu lado de verdad. Eso te hará más fuerte. Y no me creo que … no me engañas escritor. Quieres saber, quieres descubrir todo. Y haces más de lo que me cuentas para conseguirlo. Y sobre todo, pones toda tu alma en proteger a esos chicos. A cada uno que te encuentras. A Carletto, a Saúl, a los de tu charla de la librería, a ese Sergio, el de Javier. Y fuiste a ver a Nuño, del que hablaban todos pero que nadie conocía, salvo los muy cercanos a Javier. Y él confió en ti para que fueras a verlo. En ti y en nadie más. Se lo oí a Nuño que se lo comentaba a Fer. Y lo mejor de todo, es que con solo dos visitas consigues que salga y que toque junto con Sergio y en público.

-No veo a nadie a parte de ti. De verdad, a mi lado. Todos los demás … son circunstanciales. No sé. Estoy cansado. Puede que sea eso. Y es cierto, tenías razón, empiezo a tener la boca seca de tanto hablar esta tarde – ahora era Jorge el que había puesto cara de broma. – Se hace necesario un buen gin-tonic a medias, rubito.

-Pero yo valgo por diez. ¡Anda! – Carmelo levantó el mentón al estilo que se espera de una estrella del cine. – Venga, volvamos dentro. Si no, al final vamos a conseguir que manden una expedición para buscarnos. Y lo del gin-tonic a medias, vale, pero si me prometes que de verdad va a ser a medias y no te lo vas a trapiñar tú solo.

-Que bobo eres – contestó sonriendo Jorge mientras se levantaba y emprendían los dos el camino de vuelta al bar.

Su editor había insistido en que fuera a la entrega de los premios “Fotogramas”. Hacía muchos meses que no iba a ningún acto público. Nunca le habían gustado, pero desde que su marido había fallecido, decidió apartarse completamente de la vida pública. La última vez hacía sido hacía más de año y medio, en la presentación de una recopilación de relatos cortos que su marido se había empeñado en que publicara antes de morir.

Hasta el último momento no se había decidido a ir. Era un verdadero acoso al que le había sometido su editor.

Cuando se bajó del taxi lo recibió el director de la revista. Estuvo muy amable con él. También estaba por allí el director de la revista “Qué leer” que era del mismo grupo editorial. La verdad es que todo el mundo parecía encantado de contar con su presencia. Eso le hizo pensar que a lo mejor no había sido tan mala idea asistir.

Pero llegó el momento de photo-call. No es que fuera un momento que le apeteciera especialmente, pero tampoco era algo que le incomodara en demasía. Se trataba de posar un rato delante del fondo publicitario de los premios. Mira para aquí, mira para allá. Sonríe. Jorge mira aquí, le indicaba un fotógrafo que estaba esquinado. Luego de la esquina contraria le pedían lo mismo.

Pero en un momento dado, le empezó a entrar un poco de agobio. No supo por qué. Quizás porque había mucho ruido, o por los focos que parecían muy potentes y daban mucho calor. O por los flashes de las cámaras de los fotógrafos. Empezó a sudar a mares. Y de repente parecía que le costara respirar. El pecho le empezó a oprimir. Intentó ir hacía el lado de la salida, pero se encontró desubicado y las piernas no le respondían. No sabía que hacer. Menudo ridículo, empezó a pensar. Y eso le puso más nervioso todavía.

Sintió que alguien se colocaba a su lado. Seguro que había llegado otro invitado a posar y él no era capaz de quitarse de en medio. Miró a su derecha y entonces vio a Carmelo del Rio. No se extrañó que los fotógrafos se volvieran locos. Era una auténtica estrella de cine. No ya español, sino internacional. Su carrera se extendía por el cine francés e inglés. Y ya había rodado algunas cosas en Estados Unidos. No le impresionaba porque era amigo suyo. Habían congeniado en una fiesta de año nuevo, hacía algún tiempo. Y luego habían coincidido varias veces, incluso quedaban de vez en cuando, para comer y pasar un rato en animada charla.

De repente sintió como Carmelo le cogía de la mano. Y se sintió mejor. Pensó que era como un niño, que llegaba su padre y se sentía seguro. El pecho empezó a aflojar y las piernas dejaron de temblar.

Lo mejor fue cuando Carmelo le besó. Lo primero que pensó es: “Este está borracho”. Pero entonces los fotógrafos dejaron de pedirle que saliera de allí. No se había dado cuenta hasta entonces de que las azafatas del acto estaban intentando llamar su atención para que dejara posar a Carmelo del Rio solo. Pero ese beso y las manos con los dedos entrelazados, dio al momento otro aliciente. Jorge Rios, ya no sobraba. Era el nuevo ligue de la estrella Carmelo del Rio.

-No mires a los flashes ni a los focos de arriba. Mírame a mí. – le susurró al oído.

Sonrió porque al hablarle al oído le había hecho cosquillas. Era una bobada, pero fue así. Y las fotos que le hicieron en ese momento junto con las del beso, fueron portada inmediatamente de todos los digitales, y al día siguiente, de toda la prensa en papel y de las televisiones. Incluso fue comentado en alguna tertulia radiofónica mañanera. Porque con esa sonrisa y la cara que tenía Carmelo, los hacían parecer una pareja amorosa y cómplice.

La complicidad del escritor y el actor”, titulaban la mayoría, con pequeños matices.

¿La nueva pareja de moda?”

Uno escribe y el otro interpreta: el dúo perfecto.”

Jorge del Rio y Carmelo Rios se aman”

Ese titular les hizo gracia, porque el avispado periodista les había cambiado los apellidos.

Al cabo de unos minutos, Carmelo fue tirando de él hacia fuera de los focos. En cuanto ya no podían verlos, le pasó un pañuelo para que se secara la frente.

-¿Estás bien? Creía que te desmayabas.

-Sí, ahora sí. No sé que me ha pasado. Estaba tan a gusto. Y he empezado a sudar y las piernas eran de chicle. No me he derrumbado como un castillo de naipes de pura chorra. Te lo juro.

-Deja de tomar esas vitaminas. Ya te lo dije el otro día.

-Pero es que me hacen bien – dijo sin mucha convicción Jorge. – Ha debido ser algo que he comido.

-Hazme caso. Si hubiera sido la comida ahora estarías fatal. Te estás drogando. Ya lo he visto en compañeros. Y esas drogas te hacen vulnerable a los flashes y a las luces estroboscópicas.

-Yo no me drogo.

-Pues alguien lo hace por ti.

-Vale, vale. Lo intentaré. Intentaré dejar esas vitaminas.

-Ahora te tendrás que sentar a mi lado. Después del número que hemos montado no me voy a poner en la otra punta del salón.

-Fíjate que suplicio. Se lo preguntamos a los camareros del restaurante del otro día que nos asesinaron varias veces con la mirada cuando a las 8 todavía estábamos allí. No pudieron montar a tiempo el comedor para las cenas.

-Ya nos sacamos un selfie con ellos para compensar.

-Debemos tener la mayor colección de selfies con camareros enfadados del mundo. Con ella podríamos empapelar mi casa.

-Eso es porque es pequeña.

-No está mal 223 metros para mí solo.

-Yo tengo 456.

-Es que la tendrás más grande.

-Eso no lo dudes.

-Presumido de mierda – Jorge le dio un golpe en el brazo.

-Encima que te beso y tú me pegas.

-Ven aquí que te beso yo ahora. Es lo que la gente está esperando.

Carmelo se acercó sonriendo y se volvieron a besar, para deleite de la gente que los rodeaba.

-Bueno, vamos a dejarlo, que si no tu marido se va a enfadar cuando se entere.

Esa madrugada volvieron a tener que sacarse un selfie con las camareras del restaurante dónde fueron a cenar. Era una hora intempestiva cuando salieron de allí. Y aunque estuvo muy atento a la conversación con Carmelo, Jorge seguía intrigado por lo que le había pasado en el photocall.

-No le des más vueltas, Jorge.

-No sé como darte las gracias. Si no llegas en ese momento, y me coges de la mano, hubiera hecho el ridículo de mi vida. Vamos, para no volver a salir a un evento.

-Para eso están los amigos. Sabes que haría cualquier cosa por ti.

Jorge no pudo evitarlo: le cogió la mano y se la besó.

-Lo sé – contestó escueto antes de levantarse definitivamente de la mesa e irse a tomar algo a casa de Jorge.

-La penúltima – dijeron.

Menos mal que ninguno tenía compromisos al día siguiente.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 90.

Capítulo 90.-

.

Para sorpresa de Jorge, la velada fue extremadamente agradable. Nadie hizo mención de sus libros, ni de las películas de Carmelo. Ni del rumor casi confirmado de que éste iba a llevar a la pantalla una de las novelas de Jorge. Tampoco dijeron nada por los motivos de su ausencia, mientras hablaba con Javier. Simplemente se alegraron de verlo volver del brazo de Dani. Algunos se fijaron en que tenían irritados los labios y sus alrededores. Pero apenas se sonrieron ligeramente. Parecían todos que habían entendido y aceptado que “Que buena pareja hacéis”, se convirtiera en algo más que una frase.

Allí, en el bar de Gerardo, eran unos vecinos cualquiera con sus invitados con los que se comentaban las cosas del pueblo, se hablaba de política o de fútbol. De vacunas, del cierre de la hostelería, de contagios o de fiestas clandestinas.

-El otro día vino la Guardia Civil a Vecinilla, el pueblo de al lado, porque un vecino había denunciado a otro por una fiesta ilegal de decenas de personas a las tantas. Llegaron allí cuatro patrullas y se encontraron a los vecinos con sus hijos y dos primos que habían llegado esa tarde de visita. Sus padres habían ido de viaje y los habían dejado allí. Cenaron en el patio y pusieron una película en una pantalla grande que solían usar en verano. Era la película de la vida de Elton John, con conciertos y así. El sargento de la Guardia Civil se echó a reír. “Por Dios, bajen el volumen. Sus vecinos piensan que tienen aquí una bacanal”. “Veníamos dispuestos a meterlos a todos en chirona”.

-Fui yo uno de los que acudió a la llamada – dijo Luis. – El sargento le dijo al padre entre bromas si no habría gente escondida en el pajar. El hombre que del susto no estaba para muchas zarandajas le dijo que mirara si quería debajo de las camas o en el motor del tractor.

-Se llevarían mal con los vecinos.

-Que va. Ven mucho la tele. Están acojonados. Fuimos a tranquilizarlos. Estaban avergonzados. Acababan de ver imágenes de las fiestas del fin se semana y que un “experto” decía que eso iba a llevar a no se cuantas personas a la muerte. Pensaron que iban a ser los siguientes porque los vecinos tenían una fiesta.

-Y los vecinos ni fiesta ni nada.

– Ellos se vieron ya en su propio velatorio.

-¿No viene Eduardo? – preguntó Gerardo a Ana. – No me creo que se aguante para conocer a su autor fetiche. Con todo lo que habla de Jorge. Alguna vez ya le he tenido que decir que se callara, que me estaba poniendo la cabeza como un cencerro.

-Tú como no eres muy de los libros de Jorge …

-Ni los de Jorge ni los de Juan Jurado.

-Juan Gómez-Jurado.

-Pues eso. Fíjate lo que me importa como se llame.

-Te aseguraría y no creo que me equivocara mucho, que ni ha dormido. Estará al caer. – Explicó Ana, su madre – Viene con su padre. Pero las niñas no vienen. Se quedan de guardia. Ha parido una vaca y Fabiola, nuestra ayudante, ha tenido que irse por una urgencia familiar. Y Eduardo viene porque no quería perderse conocer a Jorge Rios, como dices, su escritor favorito. Pero muy favorito. Está muy enfadado por no haberse enterado que había estado un par de noches con Dani en la Hermida. Incluso creo que estuvo aquí contigo, Oli. Sobre todo porque no le contaste nada. Ni tú.

Esto último se lo dijo a Óliver, el abogado.

-Hablamos de trabajo. Retomando una cita anterior que fue frustrada por una aparición fantasmal. Aquí tienes al flamante nuevo abogado de Jorge Rios, el gran escritor. – Óliver abrió los brazos y sonrió contento.

-Mira, si ya se ha decidido a trabajar – le tomó el pelo Jose Mari, el de la librería. – Empezaba a rumorearse que te ibas a convertir en monje budista o algo parecido.

Gerardo se sonrió al escuchar la explicación de Óliver y las bromas posteriores.

-Como se entere Oti que le has llamado fantasma … – bromeó Gerardo.

-Que confianzas. “Oti”. Así solo le llaman Presidentes de Gobierno y Reyes.

Gerardo y Óliver se rieron juntos. Los demás asistían a la complicidad de los dos, sin entender nada. Pero se reían, así que todos felices.

-Ya estamos aquí. – dijeron Felipe y Eduardo entrando por la puerta, como si hubieran acudido al reclamo de Ana.

Jorge se alegró de conocer al final al famoso Eduardo, el que emplumó a un novio descreído y traidor, ahora casado con una joven del pueblo de al lado con el único fin de maquillar su gusto por los miembros viriles. Había visto un ciento de vídeos al respecto. Carmelo, en cuanto lo vio entrar y captó la mirada aterrada del chico al ver a su ídolo, fue donde él, lo cogió de la mano y lo arrastró hasta dónde estaba Jorge. Éste le miró sonriendo. El joven le tendió el puño para saludarlo a la vez que hacía esfuerzos por tragar. No era capaz de decir ni palabra. Jorge sin hacer caso del puño, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Aprovechó y le susurró:

-Me ha dicho tu hermano Ignacio que tus abrazos son los mejores del mundo. ¿Me darías uno?

Jorge casi muere del abrazo tan fuerte que le dio Eduardo. Algunos pensaron que Jorge estaba sintiendo lo que deben sentir las víctimas de las pitones cuando las abraza para romperles todos los huesos y poder tragársela luego.

-Así que tu eres Eduardo, el que emplumó a su novio traidor y cobarde. El que luego se casó con ¿la Pinares? ¿Así la llamáis?

El tal Carlos era famoso en el mundo entero. Se había dejado un bigote ridículo para intentar que no lo reconocieran. Alguno de los vídeos del suceso tienen varios millones de reproducciones en Youtube.

-Mira que bigote se ha dejado – Eduardo le pasó su móvil a Jorge, como si ya lo conociera de toda la vida. Aunque por el brillo de sus ojos y por el movimiento incontrolable de sus piernas, era evidente que alucinaba de estar al lado de su escritor favorito.

-De ese bigote se podría sacar un relato. Cuatro pelos mal puestos. Me recuerda a una ramita de abeto. ¿Os imagináis a esa mujer con un bigote postizo haciendo de maromo para su marido?

-De pino, para hacer honor al mote de su mujer, “La Pinares”.

-“El bigote mascarilla” dijo Ana.

-“El bigote que conquistó a “la Pinares” – apuntó Eduardo.

-“Carlos, el bigote y el espejo”. – propuso Jorge sin querer.

Todos se quedaron mirando esperando. Jorge les devolvía la mirada sin entender.

-Vamos, Jorge – le invitó Carmelo. – Desarrolla. Estamos todos expectantes.

-¿Quién va a escribir? – dijo resignado, echando una de sus miradas asesinas dirigida a Carmelo. Pero éste era inmune a esas miradas. Y con una sonrisa que le dedicó, Jorge quitó esa mirada y la cambió por otra de resignación.

-Yo mismo – se ofreció Óliver sacando la tablet de su bandolera y poniéndola en un soporte. Luego sacó un teclado plegable y lo instaló. – Cuando quieras.

-Apunta este día – le dijo Jose Mari, – el día que escribiste al dictado de Jorge Rios.

¿Quién le había mandado abrir la boca? Se preguntaba en ese momento Jorge. Nunca había escrito nada delante de veinte personas. En realidad treinta con los que estaban en otras mesas pendiente de lo que decía y hacía el grupo de los Danis y sus invitados.

La Pinares un día tuvo una idea, paseando por su bosque preferido. ¡A cuantos jóvenes del pueblo había llevado allí para desvirgarlos! Nadie le había reconocido nunca el bien social que había hecho al género masculino de su pueblo y alrededores. Ya había perdido la esperanza de que ese reconocimiento llegara algún día. Ahora estaba casada, felizmente casada, se repetía una y otra vez para auto-convencerse. No tan feliz, reconocía al final siempre, porque su marido era un patán en la cama. Era un patán en general, pero en la cama, lo era en grado superior. Mira que había conocido hombres, pero como éste, ninguno. Si lo llega a saber se lo deja al Eduardo ese, que debió ser el único en la tierra capaz de sacar un orgasmo a su marido.”

-Bueno, bueno, mira al Eduardo éste. Qué callado se lo tenía – dijo Eugenia la de la granja Heredad de Santillán, que estaba sentada en una de las mesas del fondo.

-Con la cara de santo que tiene el chico.

-Y lo soy. Un santo. Inocente. ¿Sexo? ¿Orgasmo? ¿Qué son esas cosas de las que habláis? Soy un alma pura e inocente. Asexual.

-Ya, ya, ya vemos – bromeó Timoteo, un camionero en su día de descanso.

-Es un cuento – se vio en la necesidad de aclarar Eduardo. Esa explicación innecesaria provocó las sonrisas de la mayor parte de los que estaban pendientes.

-Sigue Jorge – invitó Cape.

.

-Tengo que ir a preguntarle un día – se decía a menudo después de un nuevo intento fallido de sexo desenfrenado en la casa que le había comprado su padre.

-Que generoso es papá – decía Carlos.

La Pinares odiaba cuando su marido llamaba papá a su suegro. Él ya tenía su padre. Un hombre que como era consciente del desastre de hijo que tenía, procuraba no acercarse a menos de un kilómetro de él. Y eso que ningún juez había dictado orden de alejamiento contra él.

-Déjale mujer – decía su padre. – Solo quiere agradar.

-Pues que aprenda a follar – contestó furiosa su hija.

-Para eso tendrías que gustarle aunque fuera un poco.

Su padre le había dado a la botella de nuevo. Si no, tanta sinceridad no era propia de él. Menos mal que al día siguiente no recordaría ni palabra.

Pero aquel día, por la tarde, una cualquiera del mes de octubre, las hojas cayendo ya, procurando un manto ocre en los bosques que rodeaban el pueblo, se encontró con sus amados pinos. Algunas ramas pequeñas habían sucumbido al ulular del viento otoñal. Cogió una de ellas, pequeña, con sus hojas en forma de pincho. Se lo puso en el labio, cual mostacho varonil. Entonces tuvo una idea: recogió pequeñas ramas del suelo y usando su falda a modo de cesto, las fue recolectando para llevarlas a casa.

-Tralará, lara, larito. Tralará, lara, larito. – cantaba feliz saltando por los prados.

-Oh, sí, ahora te vas a enterar, Carlitos. Te vas a enterar de una vez por qué me llaman “La Pinares”.

Y esa noche, se puso frente al espejo.

-Espejito mágico conviérteme en un maromo muy varonil, con un mostacho del quince. ¡Oh espejito mágico! Para que le pinche al idiota que tengo por marido y se le ponga duro el cipote.

Probó con varias de las ramitas que había recogido del campo. Fue haciendo una selección hasta que al final se decidió por una que tenía las hojas bien duras y que parecían resistir bien. Pensaba besarlo en la boca y que tuviera irritada toda la cara durante una semana al menos.

Espejito, entiéndeme, es que no le saco gusto ni a los besos. Ese que besa muy mal el jodido.

¿Y como lo elegiste a él como marido, Pinares?

¡¡Espejito!! Tú me tienes que apoyar. Eres mi espejito mágico.

El espejito dio la callada como respuesta. No volvió a hablar. La Pinares pasó a la acción: Pegó su mostacho improvisado debajo de la nariz. Recortó cuidadosamente lo que sobraba. Hizo una prueba con esparadrapo, pero no aguantaba mucho. Así que cogió un poco de pegamento Imedio, como en el colegio. Movió arriba y abajo los labios, los abrió y cerró. Semejó un beso sin beso. Parecía que aguantaba. A lo mejor aguantaba demasiado bien. Luego sería el problema de quitárselo. Pero eso le daba igual. Si su marido había aguantado el desplume de su cuerpo por parte de su madre, pluma a pluma, sus gritos se oyeron en veinte kilómetros a la redonda, ella podría aguantar un poco de irritación al quitarse el pegamento. Además con la mascarilla nadie se enteraría.

-Vamos allá – se dijo para darse ánimos.

Caminó segura hacia la estancia de su marido. Dormían en cuartos independientes. No quería ser un obstáculo para que se la pelara pensando en algún hombre que hubiera visto ese día en el mercado de frutas y verduras. Hombres agrestes, mal afeitados y mal encarados, que eran los que le parecían gustar a su marido. Le había notado, oh sí, lo había hecho, que su miembro se le ponía duro mirándolos desde la furgoneta. Y ella moría de envidia. Con ella nada, y eso que todos decían que la comía como nadie. Pero el Eduardo ese debía ser mejor en la tarea.

Pero esa noche, iba a ser distinto. Todo antes de pedirle a ese Eduardo que le enseñara a comerla como le gustaba a su marido.

-Carlos – llamó engolando su voz para que se le pareciera un poco a cualquiera de esos hombres de pelo en pecho.

-Carlos – volvió a llamar con voz sensual y varonil.

-¿Quién me llama? – dijo un poco despistado su marido que efectivamente estaba pensando en el hombre del puesto de tomates que había al final del pueblo y empezaba a acariciarse sus partes pensando que eran sus manos, las del hombre del puesto de tomates, quién le acariciaba el miembro.

-Soy Ángel del infierno que viene a follar contigo.

La Pinares abrió la puerta de la habitación de su marido. Apagó la luz al entrar. Se movió rápido hasta la cama en dónde yacía con las piernas abiertas y mirando al techo, como lo hacia su miembro duro. ¡La primera vez que se la veo dura, madre mía! No es nada del otro mundo, pero servirá.”

.

Todos rieron y miraron a Eduardo de reojo. Éste reía despreocupado. Ni afirmaba ni negaba. Él era todo un caballero.

.

-Te voy a follar, querido Carlos. Te he visto esta mañana en el mercado y me has puesto a cien. Te he seguido hasta tu casa y ahora, que todos duermen, me he aventurado a tu lecho, ¡Oh mi hombre!

La mujer se tumbó en la cama junto a él. Le agarró las manos y se las ató al cabecero de la cama con un coletero que llevaba en la muñeca. Y le vendó los ojos con un pañuelo de vaquero.

-No te muevas, va a ser peor. Te voy a hacer mío, mi hombre. Soy tu dueño.

Buscó sus labios y besó su boca, con el mostacho de pino que llevaba sobre el labio superior.

-¡¡Pinchas!! – gritó alborozado Carlos.

-Claro que pincho. Soy un hombre, maricón.

-¡Ahhhhhhhhh! – gritó al borde de un orgasmo el ínclito Carlos, y eso sin casi tocarle.

Pero eso asustó a la Pinares. Se puso sobre él a horcajadas, agarró el miembro palpitante de su marido y se lo metió en su sexo, que lubricaba desde hacía unos minutos, excitado por la perspectiva de recibir algo que no fuera un calabacín de la huerta.

-Cabalga, maricón – le volvió a gritar con esa voz engolada, imitando a un macho de la estepa castellana que cada vez le gustaba más.

-Ag, ag, ag, ag, ag, ag, aggg., aggggg, aggggggggg, AGGGGGGGGGGHHHHH!!!!! (Escríbelo en mayúsculas y con muchas admiraciones)

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Aghhhhhhhhhhhh! – Suspiró la Pinares.

Nueve meses después, nació Ramón, un niño muy sano, con la misma cara de pánfilo que su padre, para sorpresa de éste.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Jorge Rios.

.

-Bravo, bravo – vitorearon los comensales y el resto de los clientes de Gerardo.

-Y eso sin prepararlo. Madre mía – le felicitó Ana.

-Parece que la conoce de toda la vida.

-Pues no, había oído hablar de ella, pero hace tiempo y de pasada.

-O sea Dani que vas contando mi historia por ahí. – se quejó Eduardo.

-Edu, sabes que te quiero un montón. Era solo para halagar tu determinación.

En ese momento se abrió la puerta del local, que hacía tiempo que tenía las luces de fuera apagadas y el cartel de cerrado. Todos se giraron, porque el que hubiera entrado, tenía que ser de confianza. Y en efecto, lo era. Aunque hacía tiempo que no lo veían y estaba muy desmejorado, todos lo reconocieron. Era Alberto, el hijo de Gerardo, que había desaparecido hacía unos meses sin que su padre acertara a explicar la causa.

-Esta era la sorpresa que os tenía reservada. Mi hijo ha vuelto – explicó Gerardo señalándolo, visiblemente emocionado.

Carmelo se levantó de un salto y fue a abrazarlo. Según se acercaba a él se fijó en que estaba mucho más delgado, parecía tener diez años más de los que tenía. Y su mirada estaba apagada. En su cara había un montón de moratones y cortes en proceso de curación. No quiso ni imaginar como luciría su rostro unos días antes. No dijo nada. No hizo ver que se había dado cuenta. Lo abrazó mientras el resto aplaudían con ganas.

Jorge miró a la gente. Él no conocía a Alberto, había escuchado cosas. El tal Alberto había ido a trabajar con Carmelo y Cape cuando el primero retomó su carrera después de dos años sabáticos escondido en Concejo. Pero algo había pasado que ni Carmelo ni Cape acertaron a explicar y Alberto tuvo que irse de repente. Y no habían vuelto a saber nada de él. Alguna vez Gerardo les decía que les mandaba recuerdos. Pero sin dar detalles de dónde estaba. Todos los presentes parecían alegrarse y se levantaron para abrazarlo. Menos Eduardo que estaba paralizado. Le miraba sin saber que hacer. Esos dos tuvieron algo, pensó Jorge. Si Eduardo después de su historia con Carlos se juntó con Alberto y éste había desaparecido de repente, era claro que el chico no había tenido mucha suerte con sus historias amorosas. Y ahora lo reencontraba en un estado lamentable.

Era evidente que Alberto había sufrido mucho. Su cara era un cromo. Y por la forma de estar del joven, el resto de su cuerpo estaba igual de magullado que su rostro. Cuando le abrazó Carmelo hizo un gesto contenido de dolor. Agradecía el abrazo, lo devolvió con intensidad, pero a la vez, le dolía. Y mucho. Y siguió saludando al resto de la gente.

Miró a Hugo. Si conocía a Gerardo era natural que conociera al hijo. Y efectivamente, Hugo no pudo reprimir un gesto de sorpresa y de pena. Se acordó entonces que un tal Alberto estuvo implicado en la muerte de Ghillermo. Un policía. Se lo contó Helga. No tuvo ninguna duda de que estaba ante ese Alberto. Ahora ya no podía dudar de la teoría que le contó Óliver sobre el posadero y su hijo. Los dos eran policías. Tuvo la tentación de avisar con un mensaje a Javier, por si todavía estaba sentado en ese rincón discreto. Pero pensó que como no conocía los detalles de la historia, podía ser un error darle la noticia.

Carmelo presentó a Jorge y Alberto.

-Tus libros me han ayudado mucho. Gracias. – y le abrazó. Jorge no supo como reaccionar. No se lo esperaba y menos con esa efusividad. Intentó no hacerle daño al corresponder al abrazo.

-No se que decirte – le contestó. – En todo caso, me alegro de que así fuera.

Alberto sonrió con tristeza. Siguió saludando a los presentes a los que parecía conocer a todos. Y al final llegó dónde su padre. Ahí sí, se abandonó en sus brazos. Y Gerardo lo abrazó con todas sus fuerzas. Y se echó a llorar. Besó a su hijo en la frente en la coronilla, donde podía.

Cuando recibió aquel mensaje de un número desconocido, diciéndole que su hijo estaba vivo, Gerardo no supo si creerlo. La policía le había asegurado que pensaban al 90% que estaba muerto. La policía no se equivocaba, eso lo sabía él mejor que nadie. No se equivocaba de esa manera, porque si te decían eso, es que estaba casi convencidos al 100. Si no se callan. Te hablan de que todas las posibilidades están abiertas, que hay distintas líneas de investigación, bla, bla, bla.

Llamó a la policía y les dijo. Ellos callaron. Lo que le puso más nervioso porque no se lo habían negado.

Al cabo de unos días llegó otro mensaje. Y otro. Y luego llegó “el mensaje”.

Papá, estoy bien. Cansado. Tardaré unos días pero iré. Tengo ganas de que me hagas la comida. Estoy en los huesos. Y prepárame tu crema catalana. No digas nada a nadie, por favor”.

Tardó un par de semanas en poder hablar con él. Fueron solo cinco minutos. Y lo escuchó agotado, deprimido. Pero al menos estaba vivo, pensó. Lo otro ya lo arreglarían poco a poco.”

Ignacio el niño pequeño de Ana, se había cansado de estar en brazos de su hermano Eduardo y reclamó la atención de Jorge. Le sonrió y le subió a su regazo. Señaló a Alberto y preguntó:

-¿Está malito? Tiene pupitas.

-Ha tenido un viaje muy largo. Y no ha podido dormir mucho. Como tú.

-No tengo sueño – dijo pasándose los puños por los ojos mientras ponía pucheros en la cara.

-Dame que se va a quedar frito – le propuso su padre.

-Tranquilo. Luego te lo paso.

-¿Has cenado bien? – le preguntó a Ignacio.

El niño asintió con la cabeza.

-Espera que te abrazo. ¿Me das un abrazo? – preguntó Jorge.

El niño asintió con la cabeza y le abrazó. Colocó su cabeza sobre el hombro de Jorge y en ese instante, se quedó dormido.

-Tienes mano con los niños – le comentó Felipe, que estaba pendiente de su hijo.

-Practiqué con los hijos de mis amigos. Uno de ellos es mi ahijado.

-Dame – se ofreció Felipe.

-No, déjalo diez minutos para que asiente el sueño. Así habrá menos posibilidades de que se despierte – comentó Óliver que estaba atento.

-Mira, otro con ahijados. Ya tenemos canguros. – bromeo Ana hablando con su marido.

-No sabes como los echo de menos desde que he vuelto aquí. Aunque hablo todos los días con ellos. Y vamos, si necesitáis, me quedo con Ignacio encantado.

-Yo me apunto también – dijo Jorge besando a Ignacio y acariciando su cabeza.

-¿Cenamos o qué? – propuso Carmelo.

-Vamos que se enfría – dijo un emocionado Gerardo.

Hugo, intentando que nadie se diera cuenta, salió del local. Al cabo de un minuto, entró Alicia, la que parecía segunda del dispositivo de escolta. Jorge, intrigado, se asomó a la ventana. Y vio como Hugo sacaba otro teléfono del bolsillo y lo encendía. No era el suyo del trabajo ni el personal. Era un tercer teléfono. Y eso quería decir que ese teléfono era para cosas que no quería que supiera nadie.

-Otro misterio – dijo en voz queda.

-Esto parece que cada vez se complica más – Carmelo estaba a su lado.

-Cape quiere hablar conmigo a solas. ¿Lo sabes?

Carmelo suspiró.

-Se va. Ya te dije que iba a desaparecer.

-¿Cómo que se va? No te he entendido cuando me has hablado de ello. ¿Te lo ha dicho? Define “Se va”. Define “desaparecer”. Yo creía que era otro de sus viajes. En todo caso que iba a ser más largo.

A Jorge le fastidiaba volver a no ser sincero del todo con Carmelo. Aunque eso ya se lo esperaba, comprobar que su pálpito se iba a convertir en una certeza, le desconcertaba. Cada vez tenía menos querencia por ese hombre. Decidió esperar a su conversación anunciada para tener un juicio certero sobre ello.

-No, no hace falta que me diga. Sencillamente lo deja todo y desaparece. No digas nada escritor. Solo quiéreme.

-Por eso te has pasado antes a recoger tus últimas cosas de su casa. No querías volver a ella. – Jorge se calló de repente. Era una bobada insistir en el tema. Lamentaba haber acertado en lo relativo a que la marcha de Cape, iba a afectar a Carmelo. – Te quiero. Lo sabes. No puedo quererte más. Te lo juro.

-Si que puedes – le contestó sonriendo con los ojos tristes. – Vamos a cenar. Ya hablaremos.

Mientras Jorge buscaba su asiento para cenar, pensó en la de conversaciones que tenía pendientes. Necesitaría más de un mes a jornada completa para llevarlas a buen puerto.

La historia volvía a repetirse. Algunos actores cambiaron, pero la esencia estaba. Un músico prodigioso tocando en la calle. Un grupo de gente lo rodeaba para disfrutar de su interpretación. Los aplausos al acabar las piezas. Algunos espectadores que daban dos pasos adelante para echar un puñado de monedas en el estuche del violín abierto. Algunos seguían su camino, pero otros llegaban para llenar ese vacío. Aunque en esta ocasión, la mayor parte de la gente esperaba a que el músico tocara otra pieza.

Muy pronto, al poco de empezar su improvisado concierto, dos policías locales le aconsejaron que cambiara su ubicación en la c/Carlos III por la Plaza de Oriente. Se colocó entonces a los pies de Felipe IV a lomos de su caballo.

Había muchos detalles en la situación que para la mayoría, pasaban desapercibidos. La primera era que había dos personas que en todo momento estaban situadas muy cerca del violinista. De eso no era consciente ni el propio interesado. Esas personas estaban pendientes de todo lo que ocurría a su alrededor. Llevaban cada uno un estuche, parecido al de un violín. Con toda seguridad, contenían otro tipo de instrumentos.

Había otra circunstancia que casi nadie se percató: el concierto estaba siendo grabado. El violín del músico tenía un pequeño micrófono que grababa cada detalle de su interpretación. Varias cámaras discretas tomaban también imágenes desde todos los ángulos posibles.

Entre los espectadores también había algunas cosas a resaltar. Algunos de ellos eran personas importantes en el mundo de la música clásica. Había dos directores de orquesta, varios músicos de la ONE y también algunos de la orquesta del Teatro Real, a parte de algunos musicólogos cuyo trabajo consistía en armar un programa de conciertos para cada temporada que satisficiera a la organización para la que trabajaban.

Cuando Juan Ignacio, uno de esos programadores, llegó empujando la silla de ruedas de su mujer, Sergio llevaba ya más de veinte minutos tocando en la Plaza de Oriente. Se le notaba que estaba a gusto con su música y sus oyentes. La tarde era agradable de temperatura y soleada. Los espectadores que estaban atentos a la música, al percatarse de la silla de ruedas, les abrieron paso para que Claudia pudiera escuchar el concierto desde la primera fila. Su cara reflejaba el placer que le producía esa pequeña excursión que le había propuesto su marido. A su lado, iba también su hijo mayor, Ramiro. El segundo, Garcés, llegaría más tarde: tenía un examen de inglés en la Escuela de Idiomas.

Cuando los policías locales le habían aconsejado cambiar de ubicación, le indicaron también que se subiera a un pequeño escenario que había montado a los pies de la estatua de Felipe IV. Así la gente podría verlo sin problemas y el sonido se distribuiría mejor. Eso además impediría que hubiera avalanchas entre el público debido a movimientos incontrolados buscando una ubicación dónde ver o escuchar mejor.

Carmen y Jorge se encontraron en la plaza de Ópera. Apenas se saludaron con dos besos y Carmen se colgó del brazo de Jorge y caminaron ambos hacia la Plaza de Oriente. Era una plaza bulliciosa normalmente, pero ese día, parecía que todos hacían menos ruido para que se pudiera escuchar la música. Y así era. Muy bajo, pero el ligero aire que venía de los jardines, traían las suaves trinos de las cuerdas del violín. Jorge miró a Carmen que se estremeció de placer. No podía evitar emocionarse al escuchar tocar a Sergio. Le había pasado cada vez que había ocurrido. Era debido seguro a que le caía bien ese joven, pero también a que su forma de interpretar cualquier pieza le tocaba alguna tecla en su interior que hacía que se emocionara. Y cuando escuchó los aplausos de los espectadores, ese hormigueo de satisfacción se acentuó.

-¿Qué ha tocado?

-El Vals de las Flores de Tchaikovsky.

-¿Te ha dicho que iba a tocar?

-Ni se lo he preguntado. No suele hacer un programa fijo. Se deja guiar por lo que siente en la gente que está escuchando. Tiene la suerte de que tiene en la cabeza un amplio repertorio. Y si no, lleva su tablet con cientos de partituras.

-¡Vaya! Otro manipulador en la familia.

Jorge se sonrió.

Ya llegaban a donde los últimas filas de espectadores escuchaban. Christian, el operador de sonido que grababa la actuación, había puesto también unos pequeños altavoces para que las personas que estaban más alejadas pudieran disfrutar de los matices de la interpretación de Sergio. Una señora reconoció a Jorge y se acercó a él.

-Dile que toque a Boccherini. El día que viniste a escucharlo se lo pediste y me encantó. Acércate, acércate.

Poco a poco les abrieron paso. Cuando solo había cuatro filas de gente delante, Sergio les vio. Les hizo una señal para que se acercaran. Y luego, invitó a Jorge a subir al escenario.

-Señores y señoras, por si no lo conocen, éste es Jorge Rios, uno de los mejores escritores del mundo. Y una de las personas por la que me arrepentí de haber dejado la música.

Jorge hizo gestos para quitarse importancia, pero Sergio parecía decidido a darle protagonismo. Así que Jorge tomó la palabra.

-Me ha dicho una mujer que suele venir a escucharte, que le gustaría que tocaras las Noches de Madrid.

-¿Repetimos el primer concierto que viniste a verme?

-Por mí, estupendo. Aunque no recuerdo si tocaste la Primavera de Vivaldi. Pegaría bien con el día tan maravilloso que tenemos.

-Yo me apunto a tocar también. Me encanta Vivaldi y su Primavera.

Todo el público se giró hacia donde se había escuchado a esa voz. Era una voz potente, decidida, no demasiado grave pero sin llegar a ser atiplada. Dídac Fabrat caminaba hacia el escenario con su violín en la mano. Algunos le reconocieron y empezaron a aplaudir. Dídac se cruzo con Valentí Ormazábal y Andrew Polster, los dos directores de orquesta que asistían como espectadores. Se saludaron los tres con cercanía. También reconoció a algunos de los músicos que estaban entre el público a los que hizo un gesto de complicidad.

-He venido con unos amigos. – dijo nada más subir al escenario. – Espero que no te importe.

Sergio le miró sin saber que decir. Estaba siendo una tarde rara para él. Primero, el cambio de ubicación. Después, darse cuenta que lo estaban grabando en vídeo. Ese Christian solo le había dicho que le iba a grabar el sonido a petición de Jorge.

-Me lo ha pedido encarecidamente. No te preocupes que todo corre de su cuenta. Tú solo preocúpate de tocar el violín.

Ahora, al aumentar el número de músicos en el escenario, los técnicos de sonido del equipo de Christian estaban distribuyendo más micrófonos alrededor del escenario. Y de repente, Sergio vio a Yura, a Jun, a otro joven al que recordaba también de las clases de Mendés pero que no recordaba su nombre. Era uno de los enchufados, como los llamaban los demás. Pero si Jorge, que lo abrazó al subir al escenario, lo había saludado de esa forma, es que era de los suyos. Y si Dídac lo había llevado, no había más que decir.

-Carter, quiero presentarte a Sergio.

Los dos chocaron los arcos a modo de saludo.

-He escuchado algo de que había que tocar la primavera. Doña Rosa, no se preocupe que luego tocamos a Boccherini. Y a Saint Saëns. Es que también es fan mía – explicó Dídac de forma divertida.

-Bueno, yo me bajo. Que aquí no pinto nada. Voy a saludar a esa señora que tiene cara de que le gustan mis libros.

Jorge fue en dirección a Claudia, la mujer de Juan Ignacio. El matrimonio se puso nervioso, aunque cada uno por distintas razones. Juan Ignacio porque después de la entrevista con Carmen, había indagado y se había enterado de la visita que le hizo Jorge a Mendés en las instalaciones del club. Mendés había intentado luego echarlo de socio, y no lo había conseguido. Entre otras cosas porque era medio dueño del mismo. A parte, sus fuentes le habían contado que el escritor humilló al profesor de una forma que nadie creía que fuera posible. De hecho, Mendés, después de sus gestiones frustradas para echar a Jorge del Club, había tardado en volver. Pero cuando lo hizo, volvió con un aire chulesco y pisando a todo el que parecía haberse enterado de lo sucedido. Aunque algo había cambiado, porque muchos de ellos se enfrentaron a él. Y a esas personas, no les podía mandar a un grupo de matones a darles unos “toques”. Uno de esos esbirros, empezó a acompañarlo muchos días. Todo parecía indicar que había perdido esa seguridad que hasta ese día, había blandido en cualquiera de los foros a los que asistía.

Juan Ignacio, al ver a Jorge caminar hacia ellos, lo primero que pensó es que le iba a reprochar no haber contratado a Sergio. De hecho, casi lo tenía firmado, pero una llamada de Mendés le hizo echarse atrás. Éste le sugirió a otro violinista de sus “elegidos”, pero aprovechando que la fecha la tenía comprometida, contrató a otro que no tenía nada que ver con toda esa trama. Por eso se puso tenso.

Su mujer en cambio, lo hizo por la presión de saludar a uno de sus escritores favoritos. Lo había descubierto a través de Ramiro, su hijo. Éste también se puso nervioso. Al menos, pensó, llevaba un libro guardado en la bolsa de la silla de su madre. Podía pedirle que se lo firmara. Y si no le importaba sacarse un selfie con él y sus padres. Si decía que sí, pensaba, sería el mejor momento en su vida desde que su madre enfermó.

Carmen también se había acercado a ellos mientras Jorge estaba en el escenario. Saludó a Juan Ignacio y éste hizo las presentaciones con su esposa. Ya le había hablado de ella. Cuando llegó a casa después de su entrevista con la comisaria, sintió la necesidad de contarle todo a Claudia. Ésta le llamó de todo, por haber aceptado ese chantaje.

-No me mires así. Voy a contarle a Adela. Ya la tiene hasta el mismísimo coño. Así que a lo mejor con todo esto le manda a tomar por el culo de una vez. Lo que ha hecho con Enriquito, es de malnacidos.

Estaba enfadada. No comprendía como su marido, se había dejado manipular por ese hombre. Pero sabía que su marido lo había hecho pensando en lo mejor para ellos. No hubiera sido bueno si se llegan a enterar del affaire de la operación de Ramiro. Y seguro que Graciano tenía medios para haberse enterado.

-No hables así, cariño. No me gusta cuando sueltas palabrotas. Tú eres de otra pasta.

-Tus hijos, que me han contagiado.

Ramiro se sonrió.

-Mamá, ya serás tú la que nos enseñas tacos a nosotros.

-No me hagas hablar ¿eh? – pero su madre le cogió la mano y le dio un beso a la vez que le sonreía con picardía.

Carmen fue al encuentro de Jorge y lo agarró del brazo. Le apretó ligeramente y Jorge relajó un poco su cuerpo. La verdad es que iba muy tenso, aunque ni se había dado cuenta. Carmen le llevó directamente donde la mujer. Jorge enseguida se inclinó sobre ella y, después de pedirla permiso, la dio un abrazo. Ella le apretó fuerte contra su cuerpo.

-Es un sueño conocerlo, señor Rios.

-Hagamos un trato. Yo te llamo Claudia y te trato de tú, si tú haces lo mismo. Y este acuerdo también vale para este joven tan atractivo que te guarda las espaldas y que no puede negar ser hijo de sus padres. Es una bella mezcla de ambos.

Ramiro se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos sin saber como actuar. Pero Jorge tomó la iniciativa y sin más le abrazó a él también. El joven rodeó con sus brazos el cuerpo de Jorge y hundió su cara en el hombro del escritor. Algunas lágrimas pugnaron por salir de sus ojos, y al final ganaron la partida. Jorge se separó de él y le miró a los ojos. Le pasó el pulgar por sus mejillas para limpiarle las lágrimas.

-Pero tonto, si solo soy un tipo como tú, pero más viejo. ¿Por qué lloras?

-Me es que me gustan tanto sus tus libros no esperaba poder conocerte nunca.

-Pero eso es porque no has querido. Puedes ir cuando quieras a mis charlas en la librería de Goya, o a las de Aladina, cerca del Conservatorio. Allí puede entrar cualquiera. Y te prometo, que aunque algunos se empeñen en decir lo contrario, no me como a nadie.

-Intenté ir a la de jóvenes. Pero cuando llegué, ya estaba lleno.

-Ya procuraré avisarte cuando haga otra. ¿Te parece?

-Iré con mi hermano. También le gusta mucho.

-¿Y como se llama tu hermano?

-Garcés. Ahora viene. Tenía un examen. – explicó el padre. – Ramiro es el que nos ha metido a todos en danza con sus novelas. Las hemos leído todos – Juan Ignacio parecía haberse relajado.

-Me imagino que tú eres Juan ¿No? Me alegra verte aquí. Y que sepas reconocer a los buenos músicos, a pesar de todos los inconvenientes.

-Sergio Plaza está al nivel de los más top del mundo. Para mí, si su carrera vuelve a tomar empuje, estará al nivel de Nuño Bueno. Para mí, Nuño ahora mismo, a pesar de su retiro que esperamos todos sea momentáneo, es el mejor del mundo.

-Soy de la misma opinión. Aunque yo no tengo los conocimientos que tienes tú. Me guío solo por lo que me hacen sentir. Tuve el placer el otro día de escuchar a los dos juntos, y fue una maravilla. Y también te digo, que ninguno de los dos, está a tope.

-Hoy Sergio parece entonado.

-Tchisssss!! ¡¡Callaros un poco!! Empiezan a tocar. Y Dídac Fabret es uno de mis preferidos. – era Claudia la que les había llamado al orden. Juan Ignacio la miró con dulzura. Claudia le tendió la mano y su marido se la agarró suavemente. Se la acarició y la besó. Se dispusieron todos a escuchar a los músicos.

Empezaban con la Primavera de Vivaldi. Dídac le había dejado el papel de violín solista a Sergio. Yura y Jun tocaban violas. Carter y Dídac el violín. Jorge sabía que no habían ensayado juntos nunca. Carter y Dídac si lo habían hecho, pero ellos dos solos. El encaje de los cinco era perfecto. Estaban haciendo una interpretación de la pieza de Vivaldi verdaderamente maravillosa.

Jorge y Carmen se separaron un poco de la familia. Querían dejarles en intimidad para que disfrutaran de la música. El matrimonio seguía agarrado de la mano. Y el hijo mayor se había apoyado en su padre. Carmen le imitó y agarró de nuevo el brazo de Jorge y apoyó su cabeza en el hombro del escritor. La música le estaba llegando al alma. No podía evitarlo. Posiblemente antes de que acabara el concierto, echaría un par de lágrimas.

Nada más empezar el segundo movimiento “Largo” de la Primavera, por su comunicación interna, uno de los escoltas de Jorge anunciaba que habían divisado a Mendés al fondo del grupo de espectadores, que cada vez era más numeroso. Parecía que estaba haciendo comentarios despectivos en voz alta. También avisaba Nano, que era el que hablaba, que Mendés llevaba un guardaespaldas.

-Es un armario. – dijo en tono de guasa

Jorge se puso tenso. Miró a Carmen que le había soltado el brazo. Enseguida se dio cuenta de la intención del escritor de ir al encuentro del profesor.

-¿Voy contigo?

-No. Mejor dejemos el tema en asuntos personales, sin que os impliquéis. Si ha venido ese hombre es para incordiar. Para dar miedo. Hay varios músicos profesionales entre el público. Y están Sergio y el resto. Se irá haciéndose notar y poco a poco se acercará a esos para recordarles que él es el que manda.

-No te conviene montar un espectáculo.

-Y no lo voy a hacer. Ni él se va a enterar de lo que va a pasar y de dónde le van a llover los golpes. Disfruta del concierto. Luego me cuentas.

Jorge sin más dilación se fue abriendo paso entre la gente, intentando llamar la atención de todos lo menos posible. Cuando ya el grupo de gente era menos denso, divisó a Mendés en la zona que les había dicho Nano. Jorge lo divisó a él también y a Carla que estaba con él. Les hizo un gesto para que no se acercaran. No quería que se metieran en problemas. Eso debía ser una cosa entre el profesor y él.

Cuando Mendés vio a Jorge, sonrió con gesto chulesco. Jorge se sonrió en su interior al comprobar que la descripción de Nano respecto al guardaespaldas de Mendés era del todo acertada. Mendés debía pensar que cuando más grande fuera, más seguro estaría. Nacho era más bajo que Jorge. De hecho, era más bajo que Carmen. Y no había guardaespaldas más eficiente que él. Roger mismamente. No era un hombre alto, ni de una constitución especialmente ancha ni aguerrida. Pero solo con mirarle, muchos se habían dado media vuelta.

-No me has hecho caso, Graciano – le dijo Jorge cuando ya estaba a su altura. Mendés sonrió satisfecho cuando el guardaespaldas se puso en medio y alargó el brazo para agarrarlo. Jorge lo esquivó e hizo un gesto rápido con su mano izquierda, que fue a estamparse en el pecho del hombre. Su visaje de seguridad, se tornó en uno de sorpresa. Y el color lozano de su piel, se tornó blanco. El golpe le había impedido respirar unos segundos. De la nada, apareció Nacho que agarró al tipo del hombro y, como si fueran viejos colegas, se lo llevó lejos del escritor y del profesor.

-Mejor tú y yo solos ¿Verdad? – Mendés le miraba con todo el odio del que era capaz aunque su chulería había bajado varios enteros. – No me has hecho caso, Graciano. Y no dejas de hablar mal de mí por ahí. De amenazarme. Hablas mal de tus antiguos pupilos. Y tienes la desfachatez de venir hoy aquí para molestar.

-Es un sitio público. No tienes la exclusiva. Podría denunciar a tu “amigo” por actuar en la calle sin permiso. Y no te amenazo, que conste; solo digo lo que va a ocurrir: Vas a morir. Eres hombre muerto. No sabes con quien te enfrentas. Y eres un mierda que se ha dejado comer la oreja y se cree importante.

El mismo golpe que había dado al guardaespaldas, Jorge lo repitió con Mendés. Fue un segundo antes de que Mendés soltara el puño en dirección a la cara de Jorge. En el rostro del profesor de violín se congelaron la sonrisa y la seguridad en si mismo que hasta unos pocos segundos antes, marcaba su expresión corporal. Jorge repitió el gesto de Nacho y lo rodeó con su brazo por el hombro, como si fueran colegas.

-Como me entere de que mueves un dedo en contra de cualquiera de tus antiguos pupilos, el que va a vivir un infierno vas a ser tú, Graciano. Te lo prometo.

Las personas que rodeaban a la pareja no se habían enterado de nada. Todos seguían con atención el concierto. A Jorge le parecía que estaba siendo una gran interpretación, al menos por los gestos que veía en el público congregado. Estaba seguro que esa gente que había cambiado sus planes y se había quedado a escuchar un concierto de música clásica en la calle, y los que habían ido ex-profeso animados por los anuncios en sus redes que habían hecho Sergio Romeva, Dídac y Carmelo, estaban disfrutando con su decisión.

Mendés recuperó la movilidad y no perdió el tiempo: metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una navaja automática. Le dio al botón y el filo salió con presteza. Aunque el movimiento que hizo para clavársela a Jorge se quedó a medio camino. Éste le volvió a dar un golpe en el hombro, que lo desequilibró unos segundos y entonces, el escritor aprovechó y agarró con su mano el codo del brazo que portaba el arma. Metió el dedo gordo en la hendidura interior del codo y hizo palanca con los otros dedos apoyados en la parte exterior. Fue palpable el daño que le había hecho, aunque el grito que fue a soltar Mendés quedó ahogado por la otra mano del escritor que le tapó la boca. Empezó a sudar profusamente y su rostro perdió el color, como antes le había pasado a su guardaespaldas.

-Pero no vomites aquí, por favor. Aguanta. Sé un hombre.

Jorge sonreía mirando a sus vecinos. Alguno se había percatado de que algo pasaba.

-Le ha sentado mal el helado. Le ha levantado el médico la prohibición de comerlos y ha ido con ansia. Se le ha subido a la cabeza.

Pegó sus labios al oído de Mendés y le susurró:

-Te repito lo que te he dicho antes, Graciano, amigo mío. Vuelve a mover un dedo, o una pestaña en contra de alguno de tus antiguos pupilos, y tu vida se convertirá en un infierno.

Todo eso se lo dijo con la mejor de sus sonrisas en la cara modulando su voz con dulzura, mientras se alejaban del concierto. Una salva de aplausos inundó la tarde. Dídac, que llevaba un rato pendiente de lo que hacía Jorge, bajó del escenario en cuanto acabó, pretextando una necesidad imperiosa de ir al servicio. Dejó a sus compañeros recibiendo los aplausos del público. Cuando Jorge quiso darse cuenta, estaba a su lado. Había recogido la navaja del suelo y se la mostraba a Mendés.

-Me la voy a guardar. Luego se la daré a la policía. Puede que el filo coincida con algún crimen sin resolver. No parece que tengas miedo ni respeto por el escritor. Mira a ver si te atreves a decir nada de mí. No me temblará el pulso para hundirte Mendés. Y no llames a mis padres. Te han retirado el apoyo en todos los campos en dónde te lo daban.

-Eso es lo que tú te crees. Te arrepentirás de esto. Has elegido mal a tus amigos. Y mucho peor a tus enemigos.

De repente, Dídac se relajó. Puso una gran sonrisa en su cara. Le recordó a Jorge los cómics de Batman, la sonrisa de Joker. Puso mirada de loco. Dídac era conocido por esa cara que presagiaba algún estallido de furia. Pero en esta ocasión, no fue así.

-Como tú digas. Él tiempo dará o quitará razones. Jorge, te necesito en el escenario. No te manches las manos con esta basura.

-No dejes de mirar a tu espalda. – el gesto de Mendés mostraba un odio desmedido hacia Dídac. A Jorge le pareció que había algo en la relación de esos dos, que se le escapaba. No podía cambiar Mendés tan rápido la indiferencia que parecía sentir hacia Dídac hasta hacía unos segundos, por un odio tan visceral como el que mostraba sus gestos ahora.

-Que más quisieras tú. Ya te ocuparás tú de que no me pase nada. Porque si me pasa algo a mí, o a alguno de mis amigos, el que no va a saber de donde le llueven los golpes, vas a ser tú. Ni un ejército de guardaespaldas o matones, conseguirán evitarlo.

Dídac hizo un gesto imperioso a Jorge para que lo acompañara hacia el escenario. Éste le hizo caso. Mendés miraba como se alejaban con un gesto de asco, aunque estaba mezclado con un cierto sentimiento de alivio. A medio camino, Jorge detuvo a Dídac un momento. Le acarició la cara y le sonrió.

-Quita la mirada de loco y esa sonrisa sardónica de tus labios. Y dame un beso, jodido. Veo a Néstor y a Carmelo que han llegado. Así les damos celos.

La primera reacción de Dídac fue la de soltar un exabrupto. No le gustaba que le dijeran que cambiara su actitud. Luego pareció que se sorprendía. Dos segundos después, había cambiado la sonrisa de Joker por una llena de cariño y cercanía. La mirada de loco había desaparecido y sus ojos brillaban de cariño y felicidad.

-Tenemos que vernos más Jorge. Consigues de mí lo que no hace ni Néstor o los chicos.

Jorge volvió a acariciarle la cara. Y le dio un pico en los labios.

-Vamos, que si te apresuras, todavía recibes algún aplauso.

-¿Has visto? He renunciado a lo que más me gusta en el mundo, por ir en tu ayuda.

-Gracias.

Jorge tiró de él y lo llevó hacia el escenario. Dídac subió de dos saltos y abrió los brazos para abrazar a sus compañeros.

-¿Y ahora que tocamos?

Sergio miró a Jorge.

-Vamos a divertirnos. ¿No os parece? – respondió éste.

-Me gustaría escucharte tocar a Tartini, la Sonata del Diablo – le pidió Jura a Sergio.

-¡Ah no! Lo hacemos entre todos. – Sergio miró a Dídac que levantó las cejas y sonrió.

-Esto puede salir mal – advirtió Dídac. – Eso sin ensayar …

-O bien – Sergio sonrió como un niño travieso.

-Y luego Saint Saëns y Boccherini.

-¿Dejamos entonces Sibelius para otro día?

-Vamos viendo. – acabó Jorge la discusión – Me bajo a escucharos.

Dídac miró uno por uno a sus compañeros. Se prepararon y … empezaron a tocar.

.

Sonata del Diablo – Tartini.

.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 89.

Capítulo 89.-

.

-Ya se han dado cuenta de que faltas, escritor – le reprochó Carmelo.

-Luego aparecemos con los labios irritados de tanto besarnos.

-Vais a dar la impresión de ser unos quinceañeros ávidos de …

-Es lo que somos – dijo Carmelo sonriendo.

-Dani, querido, – Jorge decidió entrar en materia sin más circunloquios – me dijiste una vez, creo que fue el día que me anunciaste lo de la serie de Tirso, que en Londres te habían llegado rumores de que estaba liado con Rubén.

-Sí. Me lo dijeron varias personas además. No le hice mucho caso, la verdad. Sabía que eso no podía ser verdad.

Carmelo puso su mejor gesto socarrón. Jorge y Javier se echaron a reír.

-¿Podías decirnos cuando fue exactamente?

-Me fui a Londres el día … siete de enero. Me tenía que haber ido antes, pero me quedé para pasar el día de Reyes con tus sobrinos. – Jorge asintió con la cabeza. Habían hecho una gran fiesta para ellos en casa, con Martín, con Álvaro, con Ester, Biel, y algunos amigos más. – Dos días estuve en el hotel, hasta que me dieron el OK para poder hacer vida “normal”. Con test de antígenos cada ocho horas. Calculo que el diez, me lo dijo el primero. Fue el segundo día de rodaje. Pero espera … poco después me lo mandó Jonny por wasap.

.

“I’ve been told that your friend the writer has found a new love while writing in a bar. They seem very much in love.”

.

“Well believe me. They told me his name is Rubén.”

.

Carmelo les tendió el móvil.

-Es unos días más tarde de lo que os he dicho. Pero tened en cuenta que antes ya me lo habían dicho de palabra. Varias personas además.

-No me comentaste nada.

-Tú tampoco me has preguntado por mi affaire con Lana Turner. Y sé que te llegaron wasaps al respecto. Te los he visto en el móvil. Y de un lío que tuve con Dennis Country. Los dos tenemos de esos wasaps un ciento.

-Lo de Lana Turner me parece bastante evidente que era falso – se rió Javier. – Lleva muerta desde los noventa.

-Y de vivir, tendría más de cien años.

-Pero Dennis no, por ejemplo. Y está cañón. En el caso de Rubén te lo comenté cuando me contaste que lo habías conocido y que te había pedido imperiosamente que publicaras de nuevo. Solo con verte la cara cuando te lo dije, ya tenía la confirmación de que todo era una patraña.

-Pero lo conocí a finales de enero. El veinticinco o así. Lo conocí digamos oficialmente. Antes lo había visto en esas fiestas donde perdía la verticalidad con mucha frecuencia.

Jorge se acordó de los mensajes que le había mandado. Sacó el móvil.

-El veinte. Sí, claro. Hablé con Nadia y Dimas en “El Puerto del Norte” el veinticinco. Tardé varios días en reescribirla. Y apenas seis ó siete días después de considerar que estaba como yo quería, salió la novela a la venta.

-No entiendo como lo hicieron lo de preparar esa novela en tan poco tiempo. No es corta precisamente. – dijo Javier.

-En realidad hicieron un poco de trampa. Eran pocas las librerías que ese día tenían ejemplares. La tenían las tiendas que estaban en sitios estratégicos. Las grandes cadenas, La Casa del Libro, La Central, El Corte Inglés, la FNAC. Luego en cada ciudad, la librería más vistosa y con escaparate más grande. Me escribieron algunos libreros conocidos que ellos no la tenían. En eso también me mintieron. A Esme, como saben que voy a firmar libros y a dar charlas a su salón de actos, tampoco se lo mandaron. Como castigo. Tardaron casi tres días. Y a esos otros amigos que me suelen preparar pequeñas reuniones con sus clientes especiales, tampoco.

-Porque cobraban por esos servicios a las demás librerías. – explicó Carmelo con gesto adusto. – Y esa gente parece que no perdonaba un duro a nadie.

-La imprenta trabajó una semana solo para mí. Aún así, debieron hacer una reimpresión en cinco días. Y la web se colapsaba para descargar los ebook. El equipo de corrección y maquetación trabajó día y noche. El ilustrador, Iván, tuvo la portada en ese intervalo. Luego fue mandar a la imprenta, porque ya estaba reservada. Y pueden imprimirla por partes. De hecho, así lo hicieron. Mandaban de diez en diez capítulos, según iban estando acabados. La editorial pagaba por tener esa disponibilidad. Esta vez, usaron sus servicios. Era mucho el dinero que se jugaban. Para la editorial llegó justo a tiempo para salvarla de una situación económica delicada.

-Pero trabajando tan deprisa se pasarían muchos errores.

-Jésica, la responsable de ese departamento es buena. Lleva muchos años en la editorial y casi todas mis novelas las ha preparado ella. Me conoce porque además es lectora convencida. A pesar de trabajar en la edición de mis obras, luego va a la librería y compra un ejemplar y se lo lee en casa con tranquilidad. Un día me llama, cuando la ha acabado de leer y me pide que se la firme y dedique. Ella en su trabajo, va apuntando los errores que va descubriendo y luego lo hablamos. Muchas de esas cosas que apunta, luego las elimina porque se da cuenta que tienen un por qué en la trama. Otras no. Y las comentamos.

-De todas formas – siguió explicando Jorge – en esta novela ha habido un cambio sustancial y es Aitor. Aitor, mientras yo escribía la nueva versión, él la iba corrigiendo. Si me duermo, él aprovecha para revisar lo que he escrito. Ha preparado el programa para que mientras él trabaja en una parte de la novela, yo no pueda tocarla. Pero en unas horas él ha corregido todo mi trabajo. Así, cuando terminé la nueva versión de “La Casa Monforte”, a las tres horas, ya estaba corregida por Aitor. No había errores tipográficos ni ortográficos. Y gran parte de la sintaxis estaba corregida. Y algunas incongruencias, como errores al nombrar un personaje. Eso Jésica me lo reconoció. Su trabajo había sido muy sencillo en esta novela.

-Aitor es bueno haciendo ese trabajo – apuntó Carmelo.

-Mucho mejor que Nadia. De hecho, con ella, tenía que repasar las novelas una vez pasaban por sus manos. Últimamente no era muy de fiar. En realidad nunca lo fue. Mira, Nando para eso, era bueno y concienzudo. O puede que se la diera a otra persona para que la corrigiera. Tal y como va mi puesta al día sobre mi pasado, no lo descarto. “La Casa Monforte” la había corregido ella. Y a pesar de mis revisiones, a la hora de reescribirla, descubrí muchos errores más. Incluso ortográficos. Con Aitor no hace falta repasar nada. Es muy perspicaz, además, enseguida sabe lo que pretendo. Y no solo corrige faltas de escritura, corrige hasta estilo y reescribe alguna frase o incluso párrafos. Y nunca he podido ponerle ni una pega. Lo ha hecho con las últimas, las que no tenía acceso Nadia.

-Nadia estaría a otras cosas – dijo Javier. – Y Aitor, es evidente que te idolatra y que te ha leído con mucha atención. Quizás tu amiga, no lo había hecho en absoluto. Volvamos a Rubén. Entonces Nadia ¿Cuándo te habló de él?

-Antes del puente de la Constitución. Vino a casa y hablamos de esas fiestas a las que iba para observar a esos … animales de la noche. Fue ahí cuando me contó.

-¿Sacó ella el tema?

-Desde el principio, sí. Creo que vino a casa con esa idea. Lo tenía todo pensado. Me dijo con voz compungida que estaba muy preocupada por si cogía el Covid yendo a esas fiestas prohibidas. O en el mejor de los casos, me detenía la Guardia Civil. Además me extrañó que dijera la Guardia Civil. Eso suponía que salía de la ciudad, según ella. Que a veces era así, pero no siempre. Fue un detalle llamativo.

-No conduces ¿No?

-No. Nunca lo he hecho. En mi vida privada tiro mucho de taxi. O Carmelo me llevaba, hasta que dejó de conducir con lo de la escolta. Mis contactos festeros me mandaban un coche o monovolumen para llevarme y traerme. O usaba los coches con conductor de algunos de los amigos de Carmelo.

-¿Los mismos que los coches de la Dinamo?

-Por ejemplo. No era mi único proveedor de transporte, pero sí uno de ellos.

-Normalmente ¿Notabas si esos conductores te conocían?

-Salvo los de la empresa de Elías, los demás no sabían quién era. Era un paquete a recoger. Y ninguno hizo gesto de reconocerme.

-¿Qué te dijo sobre Rubén? ¿Cómo te lo propuso?

-A colación de esas fiestas, me habló de una amiga suya muy cercana que tenía un problema con un sobrino. Que parecía haberse metido en cosas de drogas y que frecuentaba las fiestas a las que iba yo.

-¿Sabía a que fiestas ibas tú?

-No. A menos que me siguiera. Yo no se lo conté, desde luego. Tampoco hubiera sabido explicarle las fiestas en concreto a las que iba a ir. Ni a las que había ido. Ni donde eran. Ni ahora podría. No sé dónde eran. Sé que algunas de las casas se repetían con frecuencia. Pero no sé dónde están. Tampoco me presentaron a los dueños. En realidad … a ver, cuanta menos gente me conociera mejor. Era mi objetivo. Observar sin que nadie se fijara en mí.

-Alguien le podía contar.

-Sí, es otra posibilidad. Al principio le dije que no. Que yo iba a lo que iba y que no me apetecía convertirme en el niñero de nadie. Insistió … me dijo que era un gran diseñador gráfico, que había dejado casi de lado su trabajo como freelance, y que su tía estaba en un sin vivir. La pregunté si era alguien muy cercano a ella, y me aseguró que sí. Utilizó el argumento de que era un chico guapo que me gustaría disfrutar con él.

-¿Dijo eso? – la cara de Carmelo mostraba la sorpresa que le había causado esa afirmación de Nadia.

-Sí, algo parecido. Y que en todo caso, podía servirme para un personaje. Ese argumento lo utilizó varias veces. Aunque lo de disfrutar con él, también lo dijo varias veces.

-Sabía dónde tocar – apuntó Carmelo a punto de echarse a reír.

-Visto ahora, parece que quería incitarme a acostarme con él. Entonces no lo interpreté así. No lo interpreté de ninguna forma, salvo como un intento de convencerme. A lo mejor Nadia es la que iba diciendo por ahí que yo en realidad no escribía en los bares, sino que me escondía para mirar el paquete a los chicos guapos. Me imagino que pensaba que después de deleitarme con la vista, seguiría con el tacto y a lo mejor con el gusto.

-¡Jorge! – Carmelo fingió escandalizare. Jorge le sacó la lengua a modo de burla.

-Luego todo eso era una patraña. En el hospital cambió la versión y me reconoció que era una que conocía de Pilates que le había hablado de lo mucho que le gustaban mis libros y que ella entonces había presumido de conocerme. Por cierto, debería haberme puesto intenso y comentarla mi preocupación porque la detuviera la Policía Local por usar las instalaciones de un gimnasio, que debería estar cerrado. Una lástima que se me pasara. Entonces esa mujer aprovechó y le pidió el favor. Sería mientras jugaban con la pelota esa grande o saltaban a la comba. Y ella se lanzó a la labor, para darse importancia. Todo mentira, ahora lo sabemos. Versión una, versión dos, mentira. Amigas de toda la vida, y sin haber perdido nunca el contacto.

-En realidad la mentira es la última versión. La primera versión, aunque parcial, es más aproximada a la realidad.

-Joder, perdona. No he cambiado el chip. Es que tanta mentira sobre mentira … todo esto me lo tengo que apuntar para una novela. Pero si lo miras bien, todo era mentira. La primera versión, la segunda … la tercera … todas. Amigas de toda la vida, lo que he dicho antes. A lo mejor desde el parvulario. Sería en todo caso su reencuentro.

-Pero para que lo hicieras te dijo que era alguien muy cercana a ella – argumentó Javier. – Y cuando algo se torció, quiso quitar el foco de la tía o de ella.

-De ella. Quiso quitarse de en medio. Algo la asustó. Puede que no contara con que todo ese juego podía acabar con Rubén en el hospital. El aspecto del pobre al principio era … penoso. Ya te habrá contado Carmen. Aunque su desaparición, sin que hasta que sucedió le hubiera echado en cara nada, es revelador. No la reproché nada, no la acusé de nada. Carmen y su amigo Quiñones, hasta donde yo sé y pude comprobar, solo le preguntaron cosas normales, sin atosigarla ni en ningún momento insinuar que tenía algo de que preocuparse. De hecho, Quiñones, para como se comporta conmigo, incluso ese mismo día en el hospital, fue hasta dulce. La mala hostia se la guardó para mí. Así que no tenía nada de qué quejarse. Y Nadia, no solo desaparece, sino que se presenta en casa de mis padres para contarles una sarta de mentiras. Que la he acusado de mentirosa, de ladrona … no me dejó tiempo. Si no, hubiera acabado haciéndolo. Pero se fue antes.

-Y de todas formas, una versión y la de después, pueden ser las dos mentira – opinó Carmelo. – Y no descartemos que lo de las fotos … sea un montaje.

-Sí. Y no, no detecté que me mintiera. Lo de las fotos un montaje, sería rizar el rizo. Ya me parecería muy rebuscado. De todas formas, con ella no … a ver, era mi amiga. No tenía puesto mi detector de mentiras. Estaba encantado, era una mujer, antaño vecina mía … que según ella seguía viviendo en el piso de sus padres, y ahora sé que también es, era mentira, que en su día se enamoró de mí y a la que frustré al decirle que era homosexual. Pero tras un tiempo de recapacitar, decidió ser mi amiga. No voy a fingir que su compañía me era desagradable. Al revés, me sentaba bien. Hablábamos de todo, no solo de mis novelas. Me sirvió de apoyo.

-Tu mariliendres.

-Algo de eso. Pero sin demasiadas confidencias por mi parte. Ni por la suya. Y las pocas, todas mentira. Juraba que estaba conmigo siempre, que me apoyaba, y luego iba a ver a mis padres a ponerme a parir y a decirles lo que les entendía y que era un cabrón que me había dejado engañar primero por Nando y después por ese degenerado de Carmelo. Que me había cogido de los testículos y no me soltaba. Y que mis libros no valían nada. Que no sabía como me publicaban.

-¿Y la gente que los compra? – comentó Javier sorprendido.

-Eso es todo publicidad. ¿No escuchas a mi amigo Poveda y los wasaps que te enviamos de los amigos de Álvaro? La Casa Monforte la regalan en El Corte Inglés por la compra de un paquete de azúcar.

-Pues de algún sitio sale tu dinero – bromeó Javier.

-Será de la droga o de los negocios de mi ex-marido que han florecido en su ausencia y me dan pingües beneficios.

-¿Y de donde sacó ese casoplón que tiene? Otro de los misterios de este asunto.

-¿Ya habéis llegado a él?

-Con las miguitas que nos vas dejando en el camino … – bromeó Javier. Volvió a ponerse serio. – No somos capaces de encontrar sus ingresos. Una cuenta de Suiza que es imposible de identificar al dueño.

-Orden judicial.

-Deberías acercarte un día y poner una denuncia. Así podemos actuar.

-Ya me lo has insinuado varias veces. Me cuesta, no te voy a engañar. Como me ha costado reconocer que la que se ha bajado las novelas es ella. Me lo aseguró Aitor hace tiempo. Lo tiene perfectamente certificado. Y sigo hablando de todos los que tienen acceso … que si este a todo, que si aquel solo a la carpeta de marras … parece que deseo que sea Aiden o incluso Carmelo, antes que Nadia. Pero no, es ella. También he puesto la mano sobre el fuego por Jorgito, porque me había guardado el secreto de la nube. En esa conversación me ha reconocido que no … es así. Que se lo dijo a sus padres.

Jorge parecía que iba a seguir hablando, pero se calló de repente. Se quedó mirando a la nada durante unos breves instantes. Javier rompió el silencio y el silencioso lamido de heridas de Jorge

-¿Qué cambió en la comida con Nadia y Dimas? ¿Por qué ahí te diste cuenta de que … Nadia te mentía?

-Es que ahí … fue tan evidente … su cara cambió radical cuando le dije que había decidido publicar de nuevo. Me recordó a la cara que puso cuando se me declaró y le dije que era homosexual. Me acabo de dar cuenta. Estuve un buen rato pensando en el significado. Fue una comida agotadora, os lo juro. Por un lado, había que seguir como si todo fuera normal. Seguir con la conversación … por otro lado, darle vueltas al significado de las reacciones de Nadia. Pensé al principio que era sorpresa. Pero luego me di cuenta que era miedo, enfado contenido, frustración, una mezcla de todo eso. Y empezó la campaña para no publicar la que tocaba, por orden de escritura, y que lo hiciera con “La Casa Monforte”, que es la tercera. Era evidente que por nada del mundo, quería que “La vida que olvidé” fuera la elegida para publicar. Imagina cuando mi editor alemán la recibiera y … publicara una novela igual a otra que lleva semanas en las librerías y publicada por él mismo. Se hubiera descubierto todo el pastel. Si a pesar de ello lo descubrimos, fue porque encontraste ese libro y se lo mandaste a Hugo para que lo leyera. No me has contado como llegaste a él.

-Manu, uno de los acólitos de Patricia, mi jefa de gabinete, está estudiando alemán. En la academia le dijeron que leyera una especie de briefing de la novela, adaptada a su nivel de alemán. Y se dio cuenta que se parecía mucho a tus novelas. Buscó la original, se compró el ebook, y nos lo pasó. Por cierto, la trama tiene algunas incongruencias y detecté lo que decías antes, algunos errores al nombrar a algún personaje.

-No me he fijado si aparece la persona que ha hecho la traducción.

-Sí. Pero es una empresa. Y para tu información, hay una nota de la traductora que asegura que ha transcrito fielmente el original, aunque algunas partes no las encuentre sentido.

-Donde se demuestra que Nadia era una alcornoque redomada. Me pregunto como se ganaría la vida de verdad. – Carmelo estaba enfadado.

-De momento no hemos llegado a determinar nada al respecto. Su sueldo del Ayuntamiento y nada más. Pero eso no cifra para explicar su nivel de vida.

-Aitor tampoco ha llegado a ninguna conclusión. – apuntó Jorge.

– Las joyas que le regalabas no … ¿O sí? ¿Eran buenas?

-Pues sí rubito eran buenas. Bastante buenas. Pero aunque las hubiera vendido, no dan para ese casoplón y para su nivel de vida.

-¿En que se supone que trabajaba?

-Funcionaria del Ayuntamiento de Madrid. Y daba clases particulares a chicos de instituto de Ciencias Sociales y Biología. De formación es Veterinaria.

-Habrá que darle las gracias al profesor de alemán de Manu – exclamó Carmelo. – Por él descubrimos el robo de la novela.

-O sea, que el hecho de Rubén de presentarse delante de ti, no era parte de su plan. De convencerte de publicar. Era en todo caso parte de otro plan. Un plan con otros actores que fueron haciendo su papel, antes incluso de que Rubén se presentara delante de ti en aquel bar. – resumió Javier.

-Os dejo – dijo de repente Carmelo – Si no la gente se va a empezar a hacer preguntas. Diré que necesitabas tus minutos de soledad.

-Vale.

-Joder, cada vez Martín y tú os copiáis más las expresiones – se burló Carmelo dándole un beso de despedida.

-Una cosa antes de volver a dónde estábamos. El estado de Rubén después de esa agresión, has dicho que era deplorable. ¿Y comparado con Dani cuando le sacaste de aquella fiesta?

Jorge se quedó pensativo. Empezó a hacer diversos movimientos con la cabeza, como si siguiera con ella su línea de pensamiento, como si estuviera ensayando su respuesta. Al final suspiró resignado.

-Rubén estaba mal. No tenía nada que ver con el estado de Dani. Rubén llegó al bar donde habíamos quedado por su propio pie. Se derrumbó nada más llegar. Dani era poco más que un cadáver. No hubiera podido andar ni dos pasos por sí solo. Me dijo alguien que sabía del tema, que Dani debía haber muerto ese día. Que si resistió fue debido a que era un superviviente. Creo que esa es una buena descripción sobre su estado.

-Alguien debió curarlo.

Jorge se encogió de hombros.

-Eso Olga sabrá. Tu padre se encargó. A Dani lo llevé directo a su comisaría. A escondidas, eso sí. No nos vio nadie, salvo tu padre y Olga. Ellos se encargaron. Tengo la impresión de que fue Manzano quien le curó. Le he oído comentar a Dani que ya conocía a Manzano antes de que al llegar a Concejo, se convirtiera en su médico oficial. Los dos son muy crípticos respecto a las circunstancias en que se conocieron. Me imagino que una vez salió de ese primer problema, Manzano se siguió ocupando de los siguientes sustos que tuvo respecto a su salud.

-¿Y el resto de los chicos que sacaste?

Jorge resopló incómodo.

-Los que tengo conciencia, parecidos a Dani. Muchos no recuerdo. Al menos todavía.

-O sea que el que te avisaba, solo lo hacía a la desesperada, cuando la muerte …

-Todos los que recuerdo estaban muy mal. Según me contó Carletto, Lucas por ejemplo estaba al borde de la muerte, cosa que en realidad, era su deseo. Una forma de suicidarse bastante … no sé ni como calificarlo. Debía estar absolutamente desesperado.

-Escuchar estas cosas, te lo juro, me dejan … si no tuviera tan asumido el camino que hay que seguir, quizás me replantearía dejar a los jueces de lado y tomarme la justicia por mi mano.

-No te dejes llevar. Uno no se siente bien después. Por mucho asco o rabia que te produzca ese satanás con el que te has cruzado en sitio adecuado y le has dado unos mamporros.

-¿Y si ese ataque a Rubén era para provocarte que recordaras o que ese sentimiento de protección que te inspiraban esos chicos, se despertara con Rubén?

-No consiguió los resultados que esperaban, si esa fue la razón. Ni siquiera me acordé de Dani. Eso, hasta la reunión con Sergio Romeva, Carmen y Olga, antes de ir a ver a Nati Guevara, no fui consciente. Luego Carletto me comentó algo y algunas imágenes más se aparecieron en mi mente. Y ahora mismo, mis sentimientos respecto a Rubén, son más de hacerme preguntas sobre su vida y sus acciones, que la de protegerlo a toda costa.

-¿Y si Rubén … ? – Jorge le interrumpió y no le dejó acabar.

-No todos los chicos que salieron de esa organización, ahora están del lado de las víctimas. Muchos se han unido y se han convertido en el mismo tipo de personas que los matones que trabajan ahí.

-¿Conoces a alguno? ¿Cómo sabes …?

-Lo sé, Javier. – Jorge se llevó la mano derecha al pecho. – Lo sé.

Javier se quedó callado mirando a Jorge. Suspiró resignado. Era claro que no era una de las cosas que Jorge pudiera decir: “si pudiera recordar”.

-Me decías … cuando se ha ido Carmelo.

Javier le repitió la última pregunta que versaba sobre si la actuación de Rubén se debía a algún plan preconcebido. También le recordó algo de lo anterior, por si necesitaba centrar el tema.

-No sé muy bien como contestarte. No acabo de llegar a ninguna conclusión. Para mí es claro que Rubén me conocía antes de venir a verme. Y en los días que le ayudé … después de ponerse ciego … no me reconoció. No era capaz de sentir ni ver nada. He pensado que fingiera … que no estuviera tan borracho … no … no me cuadra. De verdad, el vómito olía a eso. A pota de borracho. Es algo … absolutamente asqueroso. Sus ojos estaban en blanco, con las córneas perdidas debajo de los párpados, o giraban en círculos a gran velocidad, como si fuera el protagonista de una película de exorcistas. Esa mirada vidriosa, que llegaba cuando iban pasando los efectos, pero que era incapaz de centrarse en nada. Y en las conversaciones que tuvimos después, a veces se le escapaban detalles de los sitios a los que suelo ir a escribir. O las zonas por las que paseo. Incluso las horas … sabes que con el toque de queda, salía de madrugada a pasear. Alguna vez me hablaba de ese hecho. No le di importancia, la verdad. Ni le dediqué medio pensamiento. Hasta que pasó aquello de la paliza. Y de todas formas, damos por hecho que el plan empezó cuando Rubén se presentó ante mí. Pero puede que empezara cuando Nadia me dijo que lo cuidara por las noches. Y que mis contactos festeros me invitaran a las fiestas donde iba a estar él. O al revés, que él fuera a las fiestas a las que había dicho yo que iba a ir.

-Cronológicamente cuadraría más con eso. O incluso que empezó mucho antes. Puede que te llevara siguiendo meses. Y entonces, dentro de ese escenario, cuadraría la afirmación de Jorgito de que se presentó ante él hace meses. Y si le llevaste a casa, subiste a ella … y le ayudaste si vomitaba o incluso le desnudaste y le bañaste … podían haber gente vigilando los alrededores. Y entonces los interesados en vigilar a Rubén, sabrían de tus movimientos para ayudarlo. Y con tu fama al respecto de las víctimas, puede que llegaran a conclusiones equivocadas. ¿Cómo se las arreglaba Rubén en las fiestas que no coincidía contigo? O que tú tuvieras otros planes, por ejemplo pasar la noche con un atractivo joven.

Jorge se echó a reír. No pudo evitarlo ante la cara que había puesto Javier al proponer esa última posibilidad.

-Raúl me contó una vez que él también se lo encontró en alguna velada de esas. Le llamó la atención precisamente por su forma de beber y perder casi la consciencia. Nos encontró a los dos, tanto en la misma fiesta como en distintas. Me comentó que normalmente o el anfitrión le dejaba tirado donde cayera redondo, o pagaba a alguien para que le llevara a casa.

-¿No se acercó Raúl a saludarte? Es fan tuyo de siempre. Menudas discusiones tiene con Carmen y Patricia sobre tus novelas.

-Todavía no se ha atrevido a darme las novelas que lleva en el coche para que se las firme. Como para acercarse a mí sin conocerme en medio de esas fiestas. Al fin y al cabo, la razón por la que se apuntaba a ir a esas reuniones era la de conocer gente. Me da que se siente solo. Es muy … piensa que es feo. Y que no liga. Que no gusta a los chicos. Es uno de esas personas que deben tener los espejos rotos en casa.

-Pues sí que te admira … De todas formas, creo que Martín y tú, en eso, le habéis hecho mucho bien. Ha cambiado mucho en ese aspecto.

-Creo que ha sido el hecho de dejarme la ropa. Y de que no solo la uso el día que tengo un problema de vestimenta y una americana suya me lo resuelve, sino que me la quedo y la sigo usando.

-Una cosa. Antes de que se me olvide. ¿No te quedarías con un juego de llaves de la casa de Rubén?

Jorge frunció el entrecejo.

-Eso que insinúas es ilegal …

-¿Hablamos de cosas ilegales en un cierto club selecto de Madrid? Y no sería ilegal porque es objeto de investigación como víctima de una agresión.

Jorge se levantó y hurgó en las bolsillos de los pantalones. Sacó un llavero con solo dos llaves.

-¿No has ido a curiosear?

-Si te digo la verdad, no he encontrado el momento. Pensaba hacerlo. Por eso las llevo siempre encima.

-¿No se lo has pedido a tu círculo de protectores?

-¿A los policiales o a los otros? No sé a cuales te refieres.

-Me refería a los policiales. – a Javier le hizo gracia la pregunta. Era claro que Jorge sabía o presentía que la gente que le había protegido siempre, lo seguía haciendo.

-Lo tenía en cartera. Pero me parece más interesante descubrir a los músicos de los vídeos de Sergio. Y de enterarnos de lo que sucede alrededor de Rubén en el hospital. Creo que lo de Sergio es urgente si queremos que recupere su carrera musical. A lo mejor necesito tu ayuda para una cosa que tengo planeada con relación a Mendés.

Jorge le contó por encima su plan para acercarse a la familia al completo de Mendés y que el lo viera. Sobre todo mostrarle su cercanía con Enrique, el hijo repudiado por su condición sexual.

-¿Servirá de algo?

-Eso, o acabar lo que empecé en ese club elitista que citabas antes.

-¿Lo harías?

-Sí. Y lo hubiera hecho ya sino me convence de lo contrario Nati Guevara. Me previno que podía empujar al tipo éste a mandar los vídeos de Sergio a todo el mundo. De Sergio y de otros.

Le estuvo contando a grandes rasgos lo que hablaron. Javier escuchó con atención. De algunas cosas se sorprendió, porque contradecían las impresiones que le habían trasladado Carmen y Olga.

-A mí también. Pero había un detalle en la Guevara que se nos escapó: Gregorio Badía. Eso lo cambia todo. Era su representante. El mismo del tal Willy y de Elfo Jiménez.

-Ese hombre … cuando acabemos la investigación, me da que vamos a poder acusarlo de un ciento de delitos. Ya tenemos a cinco actores como Álvaro. A dos de ellos les hicieron visitas los mismos que a vuestro amigo. Con peor resultado. De momento no hemos podido tomarles declaración; están en el hospital. Y no hemos hecho más que empezar. Dentro de un par de horas me reuniré con otro, un tal Rodrigo Encinar.

-Es amigo de Carmelo. Suele pedir que lo contraten cuando hay un papel que se adapte a él.

-Se ha puesto en contacto con la Unidad. Os ha debido oír hablar de nosotros. Ha sido el primero. Está fuera de Madrid, en A Coruña, con una obra de teatro. Me ha dicho que sabe de más actores en sus mismas circunstancias. Va a intentar que se sinceren. Hay otros que han llamado a la Unidad. A ver si los convencemos para que declaren oficialmente. De momento no han querido dejar su nombre.

-Esos matones vencerían su resistencia a prostituirse. No creo que sea fácil decir en voz alta que …

-Esos dos, los de la paliza, han perdido hasta a su representante. Enseguida les llegó la noticia y no quieren saber nada de ellos.

-Ahí tenemos la confirmación de que lo han hecho. Lo cual les aboca a caer en manos de nuestro amigo Goyo.

-Exacto.

-Que los venderá a peso, como la carne.

-Hemos pedido al juez permiso para investigar a sus clientes. Y sus cuentas.

-Una de las cosas que me dijo Nati es que cualquiera que esté en el portfolio de Goyo Badía, es un delincuente. Sería interesante que hablarais con los que dejaron su representación. Sobre todo, los que abandonaron su idea de ser actores.

-Me lo apunto. Me parece buena idea.

-Pero todo eso os va a llevar mucho tiempo.

-Sí, la verdad. Vuelvo a tener presente el reproche de nuestra compañera Menchu.

-¿Y como se ha enterado Rodrigo? No se ha publicado nada de la agresión a Álvaro.

-Alguien le mandó un wasap desde número oculto con una foto del portal de Álvaro. Venía a decir que éste no podría vivir en su casa varias semanas, después de la visita que le iban a hacer.

-Han tenido el efecto contrario al que esperaban.

-En Rodrigo sí y en esos dos anónimos. Me temo que haya muchos más que si se hayan acoquinado y hayan aceptado abrirse de piernas.

-Me da que vas a pasar la noche en vela.

-Algo de eso me temo. He mandado a Carmen a descansar un rato. Al menos, que ella esté mañana despejada. Si hablas con ella, no le digas nada de mi intención de trabajar toda la noche. Es capaz de volver para vigilarme.

-¿Sergio y Dídac? Se me ha olvidado llamarlos. ¿Sabes algo?

-Solo me ha dicho Sergio que bien. No hemos hablado con detenimiento. Ha tenido que irse a París de nuevo. No sé si por algo que le ha surgido a él o por algo que se le haya ocurrido a Dídac.

-Así que no te importa trabajar toda la noche. No está Sergio …

-Soy como tú, amigo de las noches.

-Vampiros. Claro, siempre que no tengamos un plan mejor – Jorge le guiñó el ojo a Javier.

-Que no esté Sergio ayuda, sí – reconoció Javier entre risas.

Carmelo apareció de nuevo.

-Jorge, creo que debes volver. Siento interrumpiros. Algunos empiezan a preocuparse por tu estado de salud. Les he dicho eso de que buscabas tu momento de soledad … pero alguno ya ha hecho amago de salir a buscarte. No creo que sea adecuado que os pillen hablando.

-Otra más de nuestras conversaciones inacabadas.

-Al menos sabemos que lo de Rubén fue todo orquestado. Que los rumores sobre vuestra relación fueron anteriores a vuestro encuentro oficial. Y que alguien quería que lo vigilaras. ¿Para protegerlo? ¿Para que él tomara contacto contigo? ¿Para que entraras a saco a protegerlo? ¿Para que te enamoraras de él y te casaras y le hicieras heredero de toda tu obra?

-¿Y de la hermana sabes algo?

-Hasta el momento, el paradero de su hermano o si se ha cambiado de sexo, hermana, lo desconocemos. Tampoco hemos encontrado evidencias de un suicidio de alguien que pueda ser él o ella. Estamos comprobando hasta los cadáveres que se repatriaron. Estamos buscando los viajes que pudiera hacer ese “Fausto” a secas como le llamabais todos. Creo que, de existir, sigue siendo “hermano”. Con cambio de sexo en proceso o no. O puede que sea solo un deseo, ser mujer en lugar de hombre.

Jorge se incorporó ligeramente en su asiento. Parecía haber caído en algo.

-O un cambio de sexo obligado, como en aquella película de Almodóvar, “La piel que habito”.

-¿Dices? ¿Es otro de “si pudiera acordarme te diría…”?

-Estoy cansado, Javier. Pero te diría eso sí, si tuviera fuerzas. O puede que fuera simplemente un disfraz. Unas falditas y unos pechos de atrezo y el pene escondido entre las piernas. “El chocho de la zorrita”. Lo vi muchas veces. Algunos de esos cabrones gustaban de ello. Creo que era para creerse que de verdad follaban a una chica en lugar de a un chico. Algunos no tenían muy asumida su condición de amantes de … – iba a emplear otra forma de expresión más brusca pero se contuvo – los hombres.

-Te he notado que hay cosas de las que hemos hablado …

-Por eso necesito esos diez o veinte minutos de soledad. Para centrar y asimilar.

-Pues te repito, de momento, ni hermano ni hermana. Ni muerto ni vivo.

Javier volvió a sentirse mal por la mentira flagrante que le estaba contando a Jorge respecto de Dilan. Pero pensaba que eso estimularía la memoria del escritor. Quería escuchar su visión del tema cuando eso ocurriera. Sin estar mediatizado por lo que le estaba contando el hermano de la Campero a Olga en Estados Unidos.

-¿Y si voy a verlo? A lo mejor puedo conectar con Rubén. – propuso Carmelo.

-Que dices ¿Que sea uno de Anfiles?

-¿Por qué no? Otro niño vendido a ese editor tan pudiente, Bonifacio no se qué. Y antes vendido a Lazona, tan pudiente y poderoso como el otro. Y antes de Lazona … mejor ni pensar lo que … tuvo que pasar.

-Iremos viendo. – Javier se dio cuenta que si no cortaba de raíz la conversación, no acabarían nunca. Y no quería que los del bar salieran y les pillaran hablando – Anda, entrad en el bar. Yo me quedo aquí buscando mi momento de soledad. Te voy a copiar. Siento que tú no puedas hacerlo hoy.

Jorge le dio un puñetazo en el hombro a modo de despedida cómplice.

Javier les siguió con la mirada. Se sonrió cuando se pararon a besarse. Parecía que ahora esa era la excusa que iban a utilizar. Se preguntó si le haría gracia a Cape. Ese hombre si que le intrigaba, sobre todo desde hacía unos meses.

De repente se sintió cansado. Hizo una seña a una de las escoltas de Jorge y Carmelo que le acercó un cigarrillo.

-Gracias Carla.

-¿Te dejo el paquete?

-No. El otro día Nano nos lo dejó y nos lo fumamos.

-Y luego el se fumó los míos … no me importa que te lo fumes. Así le devuelvo a Nano lo del otro día. Está dentro.

Javier se rió. Tenía suerte con la gente que había reclutado. Solo tenía una duda y era cuantos le iban a salir rana. Las estadísticas no engañaban. Era imposible que entre todos ellos, todos fueran buena gente, buenos policías. Y leales.

Sacó el móvil y mandó un mensaje a Aritz. Éste no tardó en aparecer corriendo.

-¿Estás bien? – dijo jadeando.

-Sí. Pero necesitaba compañía. Y como seguramente la patrulla de la Guardia Civil que ha pasado antes, me ha visto, te habrá llamado preocupada por verme sentado en la penumbra de un pueblo de la sierra de Madrid.

-De la sierra, sierra … no es que estemos precisamente en la sierra. De todas formas lo has clavado. Aritz sonreía. Se agachó para darle un beso antes de sentarse a su lado.

-¿Entramos a tomar algo?

-Mejor vamos a otro sitio. No quiero que nos vean, y menos después de estar casi una hora hablando con Jorge y apartándolo de toda la gente que está dentro. Algunos atarían cabos.

-Vamos a Tubilla. Hay un par de bares que están bien.

-Me parece bien. Luego tengo que volver a la Unidad.

-¿Te ayudo allí?

-No. Tranquilo. Me apaño con los que estén de guardia. Tú a descansar para mañana estar pendiente de los avisos de la Guardia Civil y de la Policía Local sobre si me pierdo en algún bar o me siento en un banco.

Javier se quedó pensativo.

-Aunque bien mirado, a lo mejor te digo que vayas a hacer una inspección ocular de un piso.

-No tengo mis ganzúas.

-Tengo llaves – Javier abrió la mano y le enseñó las llaves que la acababa de dar Jorge.

-De acuerdo. Ya me dirás que tengo que buscar. Dame las llaves anda. Esas y las de tu coche. Conduzco yo. Que estás … mejor no digo nada.

-Dormiré hasta Tubilla y luego en el viaje a Madrid. Y el sofá de mi despacho es cómodo. Y no me digas que no, porque lo has usado.

Javier volvió a quedarse callado. Parecía abatido.

-¿Me vas a decir de una vez a qué le estás dando vueltas?

-Me siento mal no contándole a Jorge los últimos descubrimientos sobre Rubén y su hermano gemelo.

Aritz levantó las cejas.

-¿Estás seguro de que no lo sabe?

Javier se sonrió.

-Estoy seguro que lo sabe. Pero no sabe que nosotros también.

-No puedes decir nada hasta que el testimonio de ese otro Tirso se confirme con algo más. Tenemos que encontrar esos rastros.

-Eso es cierto. Pero todos nosotros estamos convencidos de que es como ha dicho ese Tirso. Y una cosa es que Jorge lo sepa, y otra que ahora, sea consciente de ello.

-Eso son matices.

-Matices importantes.

-Venga, vamos. ¿Dónde has aparcado?

-Adivina … – le dijo en tono jocoso.

-Que cabrón eres.

Aritz sonreía mientras negaba ostentosamente con la cabeza.

.

-¿No le vais a contar a Jorge?

Olga se quedó callada.

-De momento no.

-No pareces muy convencida.

-No lo estoy. Te soy sincera. Compartimos muchas cosas del pasado. Cosas que no comparto ni con Javier. Él ha guardado todos los secretos de esa época. Ha sido tan concienzudo con eso que hasta los ha olvidado.

-¿Y entonces?

-Javier piensa que es mejor guardarnos lo que nos contó Arlen el otro día. Piensa que así estimularemos la memoria de Jorge.

-Pero ese hombre … Arlen ¿No se os ha ocurrido que a lo mejor le vendría bien reencontrarse con Jorge? Y eso propiciaría que nos contara más cosas. Sabe mucho más de lo que expresó en voz alta.

-Él tampoco nos ha contado todo. Jorge, me refiero.

-Dentro de ese papel de ausente que se ha creado, no dudó en ir a buscar a tu hijo. Porque estaba en peligro y porque era tu hijo, Olga. No ha dudado en exponerse enfrentándose a ese profesor de violín, por el novio de Javier. Porque era una víctima y porque era el novio de Javier. Os puso tras la pista de Lazona, del que ni siquiera sabíais de su existencia.

-Caminamos a ciegas, Ventura. Las afirmaciones de Arlen, en realidad, son sus afirmaciones. Hasta ahora, no hemos podido confirmar nada.

-Pregúntale a Tirso. ¡Ah! Que Javier no sabe que hablas con él. Eso es un juego que no acabo de entender.

-Todos somos reos de los secretos que nos comprometimos a guardar en algún momento del pasado. Es complicado. Y no creas que Tirso el auténtico es muy de contar sus secretos. Piensa que cada secreto que cuentas, en esta historia al menos, pones en peligro a alguien.

-¿Y no … ?

Ventura se calló. Era una tontería seguir con la discusión. Estaba pensando en amenazar a Olga con llamar directamente a Jorge. Y contarle. Pero … Olga le caía bien. Era la primera policía española con la que le pasaba eso desde su huida. Desde que el jefe Holland se la presentara, desoyendo sus protestas, se había mostrado cercana y respetuosa. Era una mujer poderosa dentro de la Policía Nacional y no sacaba su rango a pasear nunca. Nunca lo esgrimía para ganar una discusión. Podías discrepar de sus opiniones, incluso de su decisión sobre la forma de llevar alguna actuación. Era receptiva a tu forma de verlo. Alguna vez había cambiado su decisión y aceptado sus propuestas. Y cuando te encargaba alguna actuación o investigación, te dejaba que te organizaras a tu manera, sin imponerte un camino.

-Esperemos poder encontrar el rastro de algunos de los hechos que nos ha narrado. La muerte de Dilan, por ejemplo. Algunos compañeros están peinando el barrio de Rubén buscando indicios. Intentar conocerlo mejor. Intentar averiguar que pretende. Que quiere de Jorge. Cual es su juego.

-¿Y Arlen?

-No nos ha contado nada de él. Seguimos sin saber de qué vive. No me creo que viva solo de las rentas.

-Venderá sus figuras de barro. Me he fijado que las observabas con atención. Diría que te han gustado.

-¡Ventura, por favor!

Éste permaneció callado unos segundos. Olga la miraba expectante. Sus miradas se cruzaron un momento. El agente del FBI se cansó de esa batalla de miradas e hizo un gesto de exasperación antes de comentar lo que pensaba.

-Creo que se dedica a cuidar y recoger por temporadas a otras víctimas.

-¿Qué has visto que te haya llevado a pensar eso? ¿Has descubierto algo estos días desde nuestra entrevista con él?

-No, no he podido … he estado ocupado con otros casos. El jefe Holland … me ha encargado otras diligencias.

Olga se lo quedó mirando incrédula. Sabía que por muchas cosas que le hubiera encargado el Jefe Holland, Ventura había sacado tiempo para investigar a Arlen. Se decidió por ser paciente y cercar a su compañero para que se lo contara de motu propio.

-Dime entonces que te ha llevado a pensar eso.

-Sus veladas musicales de los viernes. Esos ambientes creados para reuniones en la casa. Puede que la alfarería sea una terapia, como la música. Deberíamos investigar a sus vecinos. Puede que sean víctimas.

Olga no dijo nada. Solo se lo quedó mirando. Ventura acabó por hartarse.

-Tiene dinero a espuertas. No necesita hacer nada. Pero aún así, asesora a algunas empresas que le pagan bien. Tu Arlen, a todos los efectos, es un hombre “acomodado”. “Muy acomodado”.

-Dime que una de las empresas que le paga es de tu padre.

-¡Joder Olga!

-Dime que el otro día, o al día siguiente llamaste a tus hermanos mayores y éstos te han confirmado que, no solo lo recuerdan, sino que mantienen el contacto. Incluso, que son amigos.

Ventura abrió los brazos a modo de rendición.

-Contigo no se puede. ¿Y quieres que me vaya contigo? Cada vez que me miras, siento como si a tus ojos, estuviera en pelota picada. Tengo la tentación de taparme corriendo los genitales.

-Sí y sí. Y qué más quisiera, a la última afirmación. Me gustan los cuerpos de hombres atractivos, como tú. – Ventura abrió mucho los ojos antes de sonreír y negar con la cabeza – ¿Quieres que te lo diga en francés? ¿En euskera? ¿En alemán? ¿En italiano? Que tu familia tenga relación tangencial con el caso, me da igual. No voy a pensar mal de ti, Ventura. Ni de tu padre. Ni de tu hermano Lope. Ni de Mireia, tu hermana.

Ventura resopló a la vez que volvía a negar con la cabeza y sonreía.

-Eres imposible, Olga.

-Siento que te haya tocado acompañarme. No puedo evitar querer a mi lado a la gente que me parece desaprovechada. Me encantan las personas inteligentes, perspicaces, de las que puedo aprender. Tú eres así. A parte de ser adorable. ¿Por qué nunca has tenido pareja? ¿Por qué presumes de ser asexual? ¿Por qué vas siempre con los labios apretados, como si te aguantaras una furia incontenible que parece que siempre burbujea en tu interior? ¿Por qué ese personaje de hombre altanero y con gesto arisco? Es un personaje, no me mires así. Yo lo sé, tú lo sabes.

-Ya estamos. Es una decisión. Punto. Me gusta estar solo. Del resto, paso. Casi prefiero el diván de Jorge que el tuyo.

-Mentira y mentira. En todo caso puede que prefieras el diván de Jorge, porque éste no te va a hacer preguntas incómodas. Pero él lo verá. No necesita que se lo cuentes. Sabrá todo de ti solo con abrazarte y mientras te da dos besos. No podrás evitarlo. Por mucho que le tiendas el puño o la mano, Jorge lo hará así. Porque sabrá solo con verte acercarte a él. Y una cosa te advierto: después de su abrazo, se te quitará un gran peso de encima. Te sentirás liberado. Sentirás que la vida es de otra forma, mucho más llevadera y bella de lo que te parecía hasta ese momento.

-No pensarás que porque nos conozcamos hace unas pocas semanas me voy a confesar contigo. Y lo de Jorge, perdona que piense que todo eso que dices es una patraña.

-No voy a discutir sobre Jorge. Ya lo comprobarás. Y respecto a lo de confesarte conmigo, otros lo hacen después de una breve charla de cinco minutos.

-Pero están al otro lado de una mesa en una sala de interrogatorios.

-No necesito una sala de espejos para que la gente me cuente.

-Yo no voy a ser uno de ellos.

-Le pido al jefe Holland una sala si quieres.

-Estás loca.

-Te quiero conmigo.

-¡¡N o – me – conoces!!

Olga se quedó en silencio.

-Perdona, no me di cuenta el otro día. Cuando dijiste lo de ser carne de diván con Jorge. Expresaste una necesidad.

-Vete a la mierda, comisaria.

Ventura se levantó enfadado y se fue a la barra. Cogió la carta y pidió un montón de cosas de comer. Al fin y al cabo, era a lo que habían ido a ese bar. La camarera le dijo que se lo acercaban a la mesa, pero aún así, él tardó en volver a sentarse al lado de Olga. Necesitaba un rato de soledad. Quería volver a tomar el control de sus emociones. La comisaria, en su ausencia, se había entretenido en mirar el teléfono. Cuando Ventura, todavía enfurruñado, se sentó enfrente de ella, le tendió su teléfono.

-Mira esas fotos.

La mirada de Olga era inapelable. Ventura cogió el aparato y empezó a mirar. Aunque en las primeras fotos mantuvo su gesto, al poco, empezó a cambiarlo. Primero por uno de asombro. Después por uno de pena. Luego, asco. Incluso Olga percibió un amago de arcada.

-¿Y esos pobres? ¿Cómo se le puede hacer eso a un ser vivo? No lo comprendo ni nunca lo haré.

-Los han descubierto mis compañeros encerrados en jaulas.

-Veo en algunas fotos a Jorge. Y a Carmen. Y la Guardia Civil. Un Comandante y los que lo acompañaban parecían de los GAR. Extraña mezcla.

-¿Quién crees que consiguió que esos chicos confiaran en alguien? Jorge. Quiero que vengas a trabajar con nosotros, Ventura. Quiero que nos ayudes con esos chicos. Trabajamos junto a la comandancia Madrid-Norte de la Guardia Civil. Nos da igual el color del uniforme. El comandante Garrido, que es quien la dirige, es un tipo muy válido, un investigador de los mejores, y un tipo todavía mejor. Y a su lado, tiene un gran equipo. Por cierto, Garrido no es el comandante de las fotos. Ese es el Comandante Pastrana, JL, el jefe de las Unidades Especiales de la Guardia Civil.

-¿De la UEI?

-Sí. Vente. Únete a nosotros.

-No puedo. De verdad.

-Sí puedes. Y lo más importante: quieres. Solo tienes miedo.

-Me acabaría suicidando. No soy capaz de enfrentarme a esas … personas. A esos de las fotos. No podría ayudarlas. Me hundiría con ellas.

-Tienes miedo de no poder ayudarlos. Pero puedes. Y Jorge estará cerca. Y Carmen. Y yo. ¿Quién crees que me ayuda cuando estoy mal? Carmen es mi apoyo. O Javier. O Matías. Otras veces soy yo quien sirve de apoyo a los demás. El otro día casi me derrumbo recordando la historia de Arlen. Mientras él pensaba si contarla o no, yo la iba recordando. No te creas que había mucha diferencia entre como me trajo Jorge a Arlen a como están esos chicos. Siempre, después de esos encuentros, de cada uno de los chicos que me llevó Jorge, o Nacho, o Roger, tuve momentos de querer dejarlo todo. Pensaba “no voy a ser capaz de vivir la historia de otro de estos chicos”. Pero al final podía. ¿Sabes lo mal que lo pasé con Dani? Estuve dos meses a su lado. Sin separarme casi de él. Cuando no rodaba, me lo llevaba a mi casa. Era poco más que un cadáver cuando Jorge nos lo llevó a la comisaría a escondidas. Y tenía que acabar la película para que nada saliera a la luz. Para que esos cabrones no ganaran. A parte del sexo y de Anfiles, había una venganza empresarial contra el productor de la película. Algo retorcido y delirante. No sabes lo que fue curarle las heridas todos los días dos veces. Tardaba casi hora y media. Pero sabes, cuando Dani me acariciaba suavemente con su mano, con el dorso de su mano la mejilla, y esa mirada de agradecimiento eterno que tenía en los ojos, me … compensaba por todo. Como, luego de curarle, me cogía la mano y me iba besando cada dedo. Y me miraba con esos ojos … alguna vez le he oído a Jorge ponderar los ojos de Dani. Y tiene toda la razón del mundo. Me dieron la vida. Me hicieron soportar tanta podredumbre, tanta miseria humana. Di mamporros a gusto hasta a sus padres, por defenderlo. Por apartar a toda la escoria que tenía en su entorno.

-Tengo que pensarlo.

Olga tuvo un arranque. Alargó su mano y acarició la cara de Ventura. Pensó que a lo mejor le apartaba la mano con furia. Pero no lo hizo. Le dejó hacer. No había podido entrar en él, ni hacer que se confiara. Si no estuviera a miles de kilómetros, hubiera llamado a Jorge para que se acercara. O a Dani. Estaba segura que ellos podrían hacer que se abriera. Algo le atormentaba que hacía que no fuera feliz, que no desarrollara todas sus habilidades.

-¿Y ese Lucas que nombró Arlen?

Ventura apoyó su mano sobre la de Olga que seguía acariciando su rostro. Le dio un beso y la sonrió. La miró esperando una respuesta a su pregunta. Olga supo que al menos, Ventura seguiría a su lado mientras estuviera en Estados Unidos. Se aprestó a responder, pero llegó en ese momento la camarera con todo el pedido que había hecho Ventura. Olga abrió mucho los ojos. Había comida y bebida para cinco. Y todo tenía un aspecto estupendo.

-¿Hemos invitado a alguien a comer y no me he enterado?

La voz de Olga marcaba la broma, pero también estaba llena de dulzura.

-Siempre dices que es mucho, pero luego acabas por comerme parte de lo mío. Espero que hoy tengas suficiente y me dejes comer mis patatas fritas a gusto. Y no me quites los últimos mordiscos de mi hamburguesa. No sé dónde lo metes. Estás como un tren y comes como un regimiento.

-Tu tampoco estás mal, querido. Y no te quedas atrás manducando.

-¿Quién es ese Lucas del que habló Arlen? – Ventura repitió la pregunta antes de darle el primer mordisco a una de las hamburguesas que se había pedido. El sonido gutural de placer que salió de él, fue claro signo de que era de su gusto.

-Otro de los chicos de Jorge. Ese no me tocó a mí. No lo conozco. Era un poco mayor que el resto. Creo que es uno de los últimos que sacó Jorge. Él no se acuerda, pero Lucas … tiene obsesión con Jorge. Lo persigue, le pide selfies como un fan más … un día, estaban Jorge y Dani revisando sus teléfonos antiguos y se fijaron en él. Tenían de él casi veinte selfies en distintas épocas.

-Si no se acuerda ¿Como sabéis?

-Otros chicos le han contado. Jorge ahora deja a todos que se acerquen a él. Pólux fue el primero. Marcó un cambio en el escritor, al menos en ese aspecto. Fue en la Feria del libro de Madrid del 19. En cuanto vio al joven, supo, porque lo confundió con Dani.

-¿Tan parecido es?

-De cara no tanto. En los gestos, en la forma de “estar”, la constitución física, la altura, sí.

-¿Ha hablado Jorge con ese Lucas?

-No. Lucas desaparece si Jorge hace amago de acercarse a él. Sigue acechándole. Todos sus escoltas llevan la foto de Lucas en el móvil. Si le ven, le avisan y Jorge intenta acercarse. Pero se escabulle siempre. Parece que, según le han contado, tiene … un sentimiento de amor-odio por él. Le salvó, pero él quería morirse. Jorge lo impidió. Esa es la parte del odio. Pero no puede dejar de lado, que fue el único que intentó ayudarle.

-¡Joder! Para qué habré preguntado. ¿Y ese Fidel?

-No sé quien es. Tengo que preguntarle.

-¿Sabes de otros?

-Sí. Jorge entró en acción unas cuantas veces.

-¿Y esa manera de luchar?

-Ese es otro misterio. Parece que uno de sus vecinos, un tal Manolo, una de las personas que suplían las atenciones que no le prodigaban sus padres, le enseñó a pelear. Pero no sabemos por qué ese hombre, era tan diestro en esas artes.

-No entiendo bien eso de suplir a sus padres.

Olga le resumió como era el trato que los padres de Jorge le prodigaban. Y como despreciaban a su hijo por como era.

-No era solo ser gay, era que le gustaba escribir. Según ellos estaba en babia. Y no valía de nada que sacara buenas notas. Siempre tenían un reproche. Sus Nanas y ese Manolo y sus hijas, se convirtieron en su verdadera familia. Claro, y sus hermanos. Los dos mayores, Miguel y Gaby eran sus guardaespaldas. Y Gaby es el hermano del que no se acordaba Arlen y que vendía los trabajos de Jorge. Y la pequeña, Nati creo que se llama, era la Princesa de los tres hermanos. Ahora vive aquí, en Nueva York. Y no se habla hace muchos años con sus padres. En cambio, con sus hermanos, habla casi todos los días.

-¿Y si le preguntáis a ese Manolo?

-Murió en los primeros embates del covid.

-¡Joder! Cada vez que pregunto, bofetada como respuesta.

-He vuelto a quedar con Arlen la semana que viene. Tenemos que hacer una lista de las cosas que nos tiene que aclarar.

-Los premios literarios de Jorge, esos que ganaron otros con sus novelas.

-Detalles de lo de Dilan, que nos permita encontrar su rastro oficial.

-Su profesor de piano. Puede que tenga que ver con esa otra rama de la trama.

-A ver como planteamos el tema de lo que has dicho antes, de la posibilidad de que ayude a algunos viejos compañeros.

-Y que nos hable de esos compañeros que se convirtieron en unos cabrones.

-¿Estamos seguros de que Rubén es Brenan y no Dilan? Si eran tan iguales …

-Las amistades de Carlota. Las de verdad. ¿Habéis hablado con ese abogado que parece se ocupa de los asuntos de Rubén?

-Está de viaje. Tardará. Cuarentenas, ya sabes.

-¿No coge el teléfono? ¿No lee sus correos?

-No sacamos nada de su despacho, mas que está de viaje y no se le puede molestar.

-¿Ha ido de turismo sexual? No me jodas.

-Es una posibilidad. – dijo Olga con gesto resignado.

-¿Y si sus clientes tienen una urgencia?

Olga se encogió de hombros.

-Estas hamburguesas están muy ricas. Me gusta este sitio.

-Suelo venir a menudo. Suele estar lleno. Pero a veces ser del FBI tiene sus ventajas. Siempre acaba apareciendo una mesa libre – Ventura guiñó el ojo a Olga. – Y encima, como pago sin rechistar la cuenta sin pedir un descuento por ser del FBI, me tienen más consideración. Una cosa ¿Eso de que el concepto de olvido es frecuente en los títulos de Jorge? Solo tiene una novela en que aparezca. Te lo oí el otro día …

-De las que tiene escritas y no publicadas, la siguiente también es un olvido: “La vida que olvidé”. Es la que hubiera publicado si no le convencen de que se saltara dos. Por eso publicó “La Casa Monforte”. Es una de las novelas que le han robado y publicado por todo el mundo. La novela que me ha dado Mark, pensé que era esa. Pero era “Una boda sin novios”. Es posterior a la que te he dicho antes.

-Tenemos que preguntarle a Arlen por los otros hermanos de Fausto. Si la madre de los gemelos era la hermana hippie, se supone que hay otros que no eran hippies. Puede que Fausto se haya refugiado con ellos.

-Serán hermanastros. Con Lazona de apellido, no aparece nadie.

-O se cambiarían luego los apellidos.

-Es otra posibilidad. O se quemarían los archivos. En este caso, sucede a menudo.

-Una familia curiosa.

-¿Tu padre no tendría relación con él? Relación comercial me refiero. Con Campero si parecía tenerla, si lo invitaba a vuestra casa.

-Es posible. Ya le preguntaré si tengo ocasión. Creo que viene la semana que viene. Me ha dicho de quedar a comer.

-¿Aquí?

Ventura se echó a reír.

-Me llevará a otro sitio. Suele querer ir al restaurante de José Andrés. Pero éste le gustaría.

-Pues márcate un tanto trayéndolo. Marca tú la agenda por un día.

-A lo mejor te hago caso. Por cierto, ten.

Ventura sacó un libro de la bandolera que llevaba. Se lo tendió a Olga.

-Caín Varta. “En un lugar de la tierra prometida”. – leyó Olga en voz alta. Miró a Ventura que estaba pendiente de su reacción. Olga lo abrió y empezó a leer en silencio. Mientras lo hacía, iba cogiendo alguna patata frita del plato de su compañero, que masticaba despacio. Luego, hacía un gesto con los dedos como para limpiarse los labios. Leyó cinco páginas. Sonrió y miró directamente a Ventura.

-Es de Jorge. ¿Cómo lo has descubierto?

-Luego, cuando me fui a casa, empecé a darle vueltas. Ese libro lo leí hace un par de meses y pensé que su forma de narrar me recordaba a Jorge. Me encantó. De hecho, tengo otro de sus libros. Si quieres, está traducido al inglés. Yo es que suelo ir a una librería que vende mucho libro de España. He pedido los anteriores. Se les habían agotado.

-Ya sabemos al menos el nombre que utiliza. ¿Me lo dejas?

-Claro. Por eso te lo he traído. Si no, te lo hubiera contado y ya.

-Esta noche me pongo a leerlo. Ya verás cuando se lo cuente a Carmen. Devora los libros de Jorge. “La angustia del olvido” la habrá leído cuatro veces.

-Me encanta esa novela. Coincido con Carmen. Pero a mi “Las Gildas” … tiene algo irresistible para mí. No es de las más nombradas pero me fascina. Estas, las de Caín Varta, se venden muy bien, me ha comentado la librera. Y no se hace nada de publicidad de ellos. Es un boca a boca. ¿De verdad que no os había dicho nada de estos libros? ¿O pudiera ser otra de las robadas?

-No. Mira, viene el nombre de la editorial española: “Alma de poeta”. Conozco la editorial. Es pequeña, pero tiene cosas interesantes. El dueño y editor es un engreído, pero tiene gusto. Y odia a Jorge Rios – Olga no pudo evitar reírse. – He coincidido con él en alguna presentación. Si supiera la identidad de su autor estrella …

-¿Será posible que no sepa quién es? Tanto secretismo … ¿Por qué?

-Si lo quiere mantener en secreto, es lo mejor. Las debe tener guardadas en otro sitio. En su nube, parece que no. Ahí parece que solo tiene sus obras oficiales, por llamarlas así.

-Las que tienen su mundo particular.

Olga asintió con la cabeza.

-Está claro que Jorge es un pozo de sorpresas. No acabo de entender por qué publica con otro nombre.

-Para desligarse de la editorial Campero. Me imagino. O para sacar toda esa ingente producción literaria que tiene aparcada. Da igual, porque no tiene compromiso con ellos. Podría publicar la próxima novela en otra editorial. Firma contrato por novela. Nunca quiso atarse a ellos. Y eso, que según tengo entendido, al principio le insistieron mucho. Nando incluso llegó a enfrentarse a él por ello. Fue en lo único que no cedió ante su marido.

Olga se sonrió. Se le había ocurrido una coña y se estaba riendo ella sola.

-Lo que daría por poder contárselo a Dani. Si ya suele mirarlo con desdén cuando se pone a escribir de madrugada, como si tuviera que entregar a su editorial la novela que tiene comprometida al día siguiente, le mira con desdén y le dice:

Sí, escribe, que como no tienes nada acabado que publicar, corre prisa. Son las cuatro de la madrugada. Cuantas son ¿Quince novelas las que tienes acabadas sin publicar? ¿Cinco mil relatos cortos, la mitad de ellos de ochocientas páginas? ¿Me quieres decir cuando coño vas a poder publicar todo lo que tienes pendiente? No te da con una vida, escritor.”

-Si llega a saber que tiene cuatro novelas más publicadas, y seguro que tiene alguna pendiente. Esta que parece la última es de hace un año.

-Justo en pandemia sí.

-¿Quince novelas? ¿Cinco mil relatos? ¿He oído bien?

-O más. Cada vez te dice una cifra. Pero Dani cree que son muchos más. Y cuidado, muchos relatos son novelas.

-Eso es una barbaridad.

-Ten en cuenta que es lo que le gusta, escribir. Le dedica todo el tiempo que puede. Y para que negarlo, tiene una cierta facilidad. Es capaz de estar más de cinco horas sin dejar de teclear, sin siquiera levantarse para ir al servicio.

-Una cosa más – dijo Ventura – antes de que dejemos los temas laborales y hablemos del tiempo. Hemos descubierto a Guillermo, el hermano del violinista de Javier.

-¿Ah sí?

-Tenemos pasado mañana asientos en un vuelo del FBI a Nueva York. Ya lo he arreglado para que te cubran en el curso.

-Bien. Te toca entonces estudiar su informe.

-Ya lo he hecho.

-Entonces te dejo que me invites esta tarde al cine.

-¿Quieres ir al cine?

-Si me invitas, sí.

-Eso está hecho. Nos da tiempo antes a tomar un helado en una heladería que te va a flipar.

-Me vas a tener que acompañar a correr. Todo esto engorda.

-Cuando volvamos de NY, quedamos a correr. Sin problema. O si quieres, mañana mismo.

-Está todo buenísimo. ¿Te vas a acabar esa costilla?

-¡¡Olga!! ya te has comido mis patatas. No te he dicho nada, pero lo has hecho.

-Es por no dejarla. – Olga puso su mejor gesto de niña buena.

-Come anda. Eres un caso. Siempre haces lo mismo. Por mucha comida que pida.

-¿Me la dejas entonces?

Ventura no pudo evitar una carcajada mientras Olga alargaba el brazo para cogerle el plato.

Jorge Rios”.