Necesito leer tus libros: Capítulo 106.

Capítulo 106.-

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Volaron camino del aeropuerto. Tenían el tiempo justo para llegar a la T2 de Barajas. En este viaje, Jorge le dijo a Fernando que se sentara atrás con él. Nano ocupó su puesto en el asiento del copiloto. Fernando no tardó en quedarse dormido. Jorge sonrió al verlo. Nano miró a su compañero y también sonrió. Nadie dijo nada. Todos sabían lo que había tenido que vivir la noche de Vecinilla. Llegó tan cansado a la Hermida 3 que se quedó dormido en la bañera, a remojo. Raúl tuvo que ir a rescatarlo.

Jorge estuvo tentado de intentar imitarlo, pero se notaba demasiado excitado. Tenía la sensación de que algo iba a ocurrir en la visita a esa finca de Vecinilla que había ocupado a un número importante de guardias civiles durante toda la noche. Y por lo que sabía, su policía científica iba a tener trabajo para un tiempo largo.

También le preocupaba la decisión repentina de Aitor de acercarse al terreno para comprobar algunas cosas que le dejaron preocupado. No había querido dar muchas explicaciones. Pero eso no era normal. No le gustaba exhibirse y dadas las circunstancias, a Jorge no le parecía bien que lo hiciera. Debía haber sido previsor y haberse agenciado uno de los pasamontañas que utilizaban los GAR para no mostrar su identidad. Cuando se despertara Fernando, esperaba acordarse de tratar ese tema.

Vio por las ventanillas que ya estaban entrando en la T2. Lucía era una conductora rápida y Silvia, que iba en el coche de delante, también. Nano le hizo un gesto a Jorge señalando a Fernando. Éste sonrió y tocó el hombro del policía. Se despertó sobresaltado. Pero apenas tardó unos segundos en estar plenamente despierto. Jorge sintió envidia por esa capacidad. La última vez que se habían encontrado en puestos cambiados, o sea, Fernando despertando a Jorge, éste tardó casi hora y media en saber quien era.

-Prométeme que luego te vas a ir a descansar. Hay una habitación en la Hermida 2, si crees que vas a estar más tranquilo.

-No, no. No hace falta. Tengo que ir a casa. No tengo ropa para mañana.

-Ya solucionaremos eso.

-¿Quieres que entre en el clan de los que visten la ropa de Jorge Rios?

-Tengo ropa de Raúl, si te vas a sentir mejor – Jorge puso su mejor cara de coña. Nano no pudo evitar una carcajada.

-Atentos, salimos – dijo Nano en su papel de jefe momentáneo de la escolta.

Fernando decidió dejarle a su compañero en esa tarea y él fue junto a Jorge. Nano les guió con rapidez hacia la puerta en la que tenía el desembarque el vuelo de Aitor. Los primeros pasajeros salían ya por el vomitorio.

Jorge en cuanto vio a Aitor sonrió. No le gustó el aspecto que traía, pero decidió aparcar ese tema. Era claro que al hacker, le dolía casi cada músculo, cada hueso del cuerpo. Su cara era la expresión viva del dolor. Cada paso que daba parecía un suplicio para él. A eso se unía que posiblemente hubiera dormido todavía menos que Fernando. Pero aún así, en cuanto vio a Jorge, su cara cambió y una sonrisa enorme ocupó todo su rostro. Sus ojos, grandes y negros, brillaban por las lágrimas que lo habían inundado de repente. Fernando y Nano que estaban al lado de Jorge, apartaron la vista para dejarles ese momento de intimidad.

No se dijeron nada. Fernando se esperaba de Aitor algún chascarrillo, algún comentario sobre las noches de sexo que le debía Jorge. Pero no dijo nada. También le sorprendió la altura del informático. Se había hecho a la idea de que era bajito y por qué no decirlo, feo. Pero no lo era. Ninguna de las dos cosas. Cuando se le quitó el rictus de dolor al ver a Jorge, a parte que se le quitaron de encima diez años al menos, apareció un rostro bonito y delicado. No le pegaba con las groserías que solía decir por teléfono. Y por tener siempre en la boca expresiones con connotaciones sexuales.

Después de mirarse un rato a los ojos, Jorge y Aitor se abrazaron. No dijeron ni palabra. El escritor era feliz de tener a ese joven entre sus brazos. Y era claro que al revés, los sentimientos eran los mismos. Estuvieron así varios minutos. Luego Aitor separó su cabeza de la de Jorge y le cogió la cara con sus manos y le besó en los labios. No uno, o dos o tres besos. Fueron un ciento seguidos. Jorge hizo lo mismo y puso sus manos en la cara del informático. Se miraban los dos a los ojos.

-Te quiero ¿Lo sabes? – dijo Aitor con los ojos acuosos.

-¿Y tú sabes que yo te quiero a ti? ¿Lo sabes?

-Me hubiera muerto si hubieras ido en ese coche.

-Nunca fue mi intención ir en ese coche. Eso no hubiera pasado en ninguna circunstancia.

-Pero imaginarlo …

-Cariño, si tú y estos amigos que me rodean, me cuidáis, no me puede pasar nada.

-Estaría más tranquilo si no hicieras de poli. Te ha entrado esa manía.

-Bueno. En realidad tú también haces de poli.

-Pero yo estoy escondido.

-Y yo estoy protegido por los mejores.

-Y están buenos.

Jorge se echó a reír. Aitor ya se había relajado. Ya volvía a ser el de siempre.

-Mira, este es Fernando.

-Guay Fernando. Estuviste bien anoche.

Se saludaron con un choque de puños.

-Este es Nano.

También chocaron los puños.

-Paula y Rami. Luego te presento a Silvia y a Lucía y a Carlos y Romo que están fuera. ¡Anda! Mira. Y esa pareja que viene por ahí son Carmen y Raúl.

La comisaria sonreía mientras daba los últimos pasos que los separaban. Era claro que ella no se iba a conformar con un choque de puños. Iba decidida a abrazar a Aitor.

-No sabes la alegría que me da conocerte. – le dijo Carmen.

-Y a mí. Que cuides de Javier y también de Jorge, es importante para mí. Ya sabes que si estoy vivo, es por Javier y por Jorge. Si les pasara algo, no lo soportaría.

-Y sabes que si te pasa algo a ti, ellos lo llevarían muy mal.

-No toca, sé por dónde vas.

Carmen sonrió.

-Pero algún día sí tocará.

-Ya veremos. Con toda la mierda de la que estáis rodeados … no me dejáis ni un minuto libre.

-Venga, vamos a los coches. Tenemos un rato para llegar al “parque de atracciones”.

Carmen entró también en el coche de Jorge. Cambiaron la orientación de una de las filas de asientos para tener una especie de reunión con una mesa en medio. Nano seguía ejerciendo de jefe del grupo de escolta e iba en el asiento del copiloto. Detrás estaban sentados en una de las filas Carmen, Fernando y Raúl, y en la otra Jorge y Aitor. Aitor era claro que el tiempo que estuviera en Madrid, quería estar cerca del escritor.

-Sabes que me gusta tenerte cerca, Aitor.

Aitor sonrió. Parecía un niño feliz. Cualquiera que le viera el rostro en ese momento, no podría imaginarse el dolor que tenía que sufrir cada día. Ni podía imaginarse la vida llena de desdichas, de palizas que había sufrido hasta los trece años. Palizas infligidas por sus propios padres. Y aún así, perseveró en su afición a la informática hasta convertirse en el mejor hacker del mundo. O a lo mejor, fue por eso, para crearse un refugio al que sus padres no pudieran acceder. Su nick infundía miedo y respeto a la vez. Era capaz de entrar en cualquier sistema y que no se enterara nadie. Podía haber robado, destruido a personas e instituciones. Podía haberse convertido en la persona mas rica del mundo. Pero aún viniendo de la familia que le había tocado, aún sufriendo maltrato desde que empezó a ser consciente, esa opción nunca estuvo en su mente. Tuvo dos golpes de suerte: el primero Javier. El segundo, Jorge. Los dos le mostraron que también existían personas buenas. Los dos le mostraron su cariño. Los dos le ayudaron de manera definitiva. Los dos, seguían apoyándolo y cuidándolo.

-No me sueltes la chapa con que vuelva a España. – Aitor puso su mejor cara de pillastre.

-¿Qué te preocupa tanto para venir hoy a ver esa finca en Vecinilla? – Jorge decidió ponerse serio.

-Lo que no pude ver. Hay cosas que no están conectadas al sistema central. Al menos vi tres puertas sin sus correspondientes enganches. Pueden ser una tontería. O puede que no. Ayer, esa gente hizo un intento de matarte, Jorge. Posiblemente nunca lo hubieran conseguido, porque no pensaste de verdad en ir. Porque Fernando fue rotundo al decirte que no fueras. Ellos pensaron que ibas a ir a buscar a esos chicos. No quisieron mandarte las fotos reales porque pensaron que a lo mejor la policía conseguía identificar el teléfono desde el que lo hicieron, como así lo han hecho.

Carmen se sonrió negando con la cabeza. Eso no lo sabía nadie a parte de Bruno, el de la oficina, que lo había localizado. Y Javier.

-¿Y las trampas para nosotros? – preguntó Fernando.

-Cobrar y reírse. Y si algún poli salía herido o muerto, mejor para el espectáculo. No están muy contentos con vosotros. Creo que empiezan a teneros respeto, cuando no miedo.

-Los de explosivos han descubierto una gran cantidad de ellos. Eso podía haber sido una masacre.

-Luego os enseño una recreación de lo que iba a pasar. Era difícil que cuando hubiera estallado la bomba, hubiera habido alguien en un radio de cien metros. Espectáculo, ya digo. Ridiculizaros viendo a decenas de policías corriendo para ponerse a salvo entre petardos y fuegos artificiales, por no hablar de los aspersores y demás.

-¿Y esos chicos? ¿Por qué?

-Porque ya no valían para nada. El de León, porque había hablado con vosotros. Era basura. Los otros, se creyeron más listos. Y lo pagaron. Eso sí, cobraron. Les pagaron, no me miréis así. El dinero está en sus cuentas, podéis comprobarlo. Posiblemente no les dijeron todo lo que iba a pasar. Pero fueron por propia voluntad. Y si hubiera sido un simple encuentro sexual, hubiera estado bien pagado. Imagina, amor, que cobraron el doble que la tarifa de Álvaro.

Jorge suspiró resignado. Carmen y él se miraron. Si ninguno parecía querer saber la confirmación de que Álvaro había dado ese paso, en un momento Aitor se la había proporcionado.

-¿Y quién lo organizó? – preguntó Jorge, olvidándose de momento de Álvaro.

-Eso se lo dejo a la policía. – Aitor sonrió de nuevo poniendo cara de pillo.

-Si lo sabes deberías decírnoslo – dijo Fernando.

-Os pondré en el camino. Debéis seguir un procedimiento para que acaben en la cárcel. Si no fuerais la policía, ahora mismo os lo decía para que mandarais unos matones y les pegarais una paliza. Sois buenos policías.

-No me gusta que te vean la cara, cuando lleguemos. – le dijo Jorge.

Carmen se lo quedó mirando.

-Puedo poner la mano en el fuego por los que estamos hoy aquí en este monovolumen. No la puedo poner por el resto de la policía y de la guardia civil. Ni que nadie saque una foto y luego rule por cualquier sitio.

Raúl hurgó en su bandolera y le tendió a Aitor un pasamontañas.

-Son los que utilizan los beltzas. Son más ligeros y transpiran mejor que los de la policía.

-Llegamos en cinco minutos a nuestros coches – anunció Nano.

-Si no quieres parar …

-Claro que quiero. – respondió Jorge sin dudar.

-El teniente Romanes nos espera ahí. – anunció Carmen. – Parece que está a pocos metros de la antena que surtía de internet a la finca.

-Sí, quiero comprobar unas cosas. Le dije a Iker que me esperara allí – anunció Aitor, poniéndose el pasamontañas. Jorge no le quitó ojo hasta que lo tuvo puesto.

-¿De qué conoces a Iker?

-Es amigo tuyo, Fernando. Pregúntale.

-No me quiso responder.

-No soy nadie para contestarte entonces. Lo siento.

La comitiva bajó la velocidad hasta pararse en medio de la carretera. Todavía no la habían abierto al tráfico de nuevo.

Lo primero que llamó la atención de Jorge fue el coche que supuestamente era el suyo. Supuestamente no, era el coche que hasta la noche anterior había utilizado en sus desplazamientos desde que llevaba escolta. Para su sorpresa, verlo, sí le produjo una cierta desazón. Aitor lo conocía lo suficiente para darse cuenta. Le agarró la mano rápidamente. Jorge se lo agradeció apretándosela y acariciando su dorso con el dedo gordo. Fernando abrió la puerta corredera y bajaron del monovolumen. Aitor agarró el brazo de Jorge sin dudarlo. Éste se fue aproximando al coche, con la vista fija en él. Parecía hipnotizado. El teniente Romanes se acercó al escritor.

-Jorge, este es el teniente Romanes, – fue Fernando el que hizo las presentaciones – Iker Romanes.

Jorge le hizo una mueca para indicarle que estaba encantado de conocerlo. Aunque no abrió la boca. Apenas lo miró. Estaba anonadado por el estado del que, hasta el día anterior, había sido su coche. Iker y Aitor no escenificaron tampoco el encuentro de dos viejos amigos. Simplemente chocaron sus puños. Estaban pendientes de la reacción de Jorge, que sin darse cuenta tenía la boca abierta de la desazón que le embargaba observando la escena. Un desasosiego que iba en aumento cada instante que pasaba.

-El artefacto estaba en esa parte – le explicó Romanes. – Lo activó uno de los detenidos con el teléfono. Tenía instalada una APP para controlar el sistema.

-Hubieran muerto todos los que van conmigo. – lo dijo en apenas un susurro, con la vista fija en los coches.

Carmen asintió despacio con la cabeza. A ella le estaba pasando lo mismo que al escritor. Se había enfrentado en su vida profesional a multitud de situaciones difíciles. Ese día, la cabeza estaba haciendo un trabajo de imaginar qué hubiera pasado si la comitiva hubiera sido real. Y esa imagen le causaba una angustia extrema. Por todos los compañeros y amigos que hubieran fallecido y los que hubieran quedado malparados.

Jorge cambió el objetivo de su mirada por el vehículo que iba cerrando la comitiva. Estaba mejor, pero eso no significaba que sus ocupantes hubieran salido con bien del trance. Carmen no quiso explicarle que los que iban en el lado derecho, que fue el que acabó estrellado contra el árbol, hubieran tenido un ochenta por ciento de posibilidades de morir. Un ochenta y cinco de acabar con graves lesiones medulares. Un noventa de tener lesiones de las que nunca se hubieran recuperado y que les hubieran impedido seguir siendo policías. Un cien de tener lesiones importantes, muy graves con un periodo de recuperación estimado de dos años. Era lo que les habían explicado los peritos en su informe preliminar. Los otros dos, un cuarenta de morir, un setenta de tener graves lesiones, un noventa de tener heridas de consideración.

-Amor, acompáñame a la antena. Me duele mucho la pierna. Necesito tu apoyo. – Aitor decidió romper el devenir de la mente de Jorge. No le gustaba la ansiedad y la tristeza suprema que se acrecentaba cada minuto que el escritor tenía toda su atención fijada en los amasijos de hierros que eran sus viejos vehículos.

Jorge lo miró. Suspiró y acabó sonriendo. Lo besó en la mejilla.

-Te quiero, no lo olvides.

-Sabes que soy un desastre con la memoria. Me lo tendrás que repetir.

Jorge emprendió el camino hacia dónde Iker les señalaba.

-Jorge, sujeta este portátil un momento. Iker ayúdame por favor. Vamos a cambiar al puerto de la antena de ellos. Se me ocurrió que a lo mejor hay dos fibras distintas. La que utilizaste tú, puede que solo diera acceso a una parte del sistema.

-De todas formas ya verás ahora que hay otros dos puertos. Y luego, un poco más adelante, encontré otros dos puertos de acceso.

-¿Me lo enseñas?

-Si ves que en la pantalla salen una especie de ondas, avísame – le dijo a Jorge.

Dos furgonetas de la Guardia Civil se pararon a la altura de los coches de la caravana de Carmen y Jorge. Un comandante salió de una de ellas. Buscó con la mirada y cuando los vio, se encaminó presto hacia ellos.

-La comisaria jefa más poderosa de la Policía.

Carmen se giró de inmediato. Conocía esa voz.

-¡JL!

Se abrazaron.

-Te echo de menos en el karaoke.

Carmen resopló.

-Llevo una temporada que las fuerzas me dan para llegar al sofá de Javier y punto. ¿Cómo estás?

-Ya sabes. Aclimatándome de nuevo a la soltería. Veo que te has trasladado a la casa de Javier para atarlo en corto.

-Sí, que remedio. No me importa, te advierto. Tiene la ventaja que está más cerca de la Unidad que la mía. – Carmen se calló unos instantes y estudió el gesto de su amigo. – Petra no sabe lo que ha dejado. No te comas la cabeza.

-Nunca ha llevado bien lo de que fuera guardia. Es una incompatibilidad manifiesta de caracteres. He ganado en noches de karaoke y cervezas con los compañeros.

-No disimules conmigo. La sigues queriendo.

-No tengo intención de cambiar mi vocación. Ella no lo entendió. Cuando nos conocimos, ya sabía lo que había. No valgo para un puesto en cualquier empresa de seguridad. Pensó que una vez casado, me podría cambiar. Y mira que se movió para encontrarme un buen puesto. Eso también lo hizo a mis espaldas. Quería cambiarme a toda costa. No hubo negociación posible.

-Y seguro que cobrando cuatro veces más.

-Sí, sí. Eso de todas formas es fácil. Aunque no me quejo de mi sueldo. Me da para vivir como me gusta. Y como no hemos tenido hijos … – esto último lo dijo con amargura. Carmen le dio una palmada en el pecho para animarlo.

-No sabía que ibas a venir a echar un vistazo.

-Me lo ha pedido Rui. Le voy a sustituir unos días. Se va a Galicia por algo de vuestros asuntos comunes.

-Aquí tienes otro fleco de nuestros asuntos pendientes.

-¿Ese es el escritor?

-Sí. Y ese es el coche que llevaba hasta ayer.

-¿No estarás dando vueltas a que tus chicas podrían haber estado ahí?

-Estoy haciéndome a la idea. No me he enterado de la nochecita hasta hace unas horas que Javier ha tenido la amabilidad de informarme con detalle.

-¿Tan mal estabas ayer que Javier no quiso llamarte?

Carmen se sonrió.

-Hoy me toca a mí. El cuerpo de Javier no creo que tarde en decir: ¡Basta! Esto, lo de los matones que intentaron rajar la cara a ese actor Álvaro Cernés, los asaltantes de la casa de Rubén Lazona con un vecino fallecido … no se aburrió anoche, no.

-Creo que lo de Rubén es lo que ha acelerado el viaje de Rui.

JL empezó a estudiar los alrededores del escenario. Dos guardias con el uniforme de los CEDEX se acercaban andando por la carretera.

-A sus ordenes mi comandante – saludó uno de los hombres. – Nos ha ordenado el comandante Garrido que le demos novedades a usted.

-Diga Canales.

-Hemos encontrado otro artefacto como a unos doscientos metros. Era igual al que han hecho explotar aquí.

-¿Una segunda oportunidad? Por si fallaba el primero.

-Por si lo detectaban. Imaginamos. O pensaban atacar también a los que hubieran venido en su ayuda. Salvo que confiesen, no podemos estar seguros de sus planes. De momento no hemos encontrado nada que nos ayude a saber sus intenciones exactas.

-¿Sabemos de dónde sacaron el explosivo?

-No es de aquí. No es un desvío de canteras o empresas de demolición. Tráfico de armas.

-Carmen, te presento al Teniente Ulises Canales. Ulises, la comisaria Carmen Polana.

-Encantada de conocerte Ulises.

-Es un placer conocer a la famosa comisaria jefa. Estuvimos algunos compañeros y yo en una charla que dieron usted y la comisaria Rodilla.

-No recuerdo que te acercaras a hablar con nosotras al final.

-No pude. Me hubiera gustado saludarlas. Me interesó mucho su forma de ver las cosas y de exponerlas. Había muchos compañeros deseosos de comentarles sus opiniones al final y tenía que entrar de servicio.

-Ya que fuiste oyente de una de nuestras charlas, me gustaría que me tutearas.

-Un honor, comisaria.

-Aitor, ya salen las ondas – le avisó Jorge.

Iker le cogió del brazo al hacker para ayudarlo a llegar dónde Jorge. Cogió el portátil decidido, pero un latigazo de dolor le hizo tambalearse. Le pasó el ordenador a Iker y él fue a sentarse en un árbol caído.

-Busca el acceso a todo el sistema.

Iker empezó a moverse con el ratón. Fue probando distintas cosas, hasta que al final encontró lo que buscaba.

-Esta parte no salía ayer.

-Tenemos que ir a los edificios.

-¿Me lo explicáis? – Jorge no entendía lo que buscaban Iker y Aitor.

-Hay una parte del complejo que no aparecía ayer en los planos. Tienen varios accesos separados. Eso quiere decir que tampoco pudimos acceder al sistema que lo controla.

-Ni a verlo, claro. En todos sitios hay cámaras, imaginamos que en esa parte que no encontramos, también.

-O sea que puede haber más sorpresas.

Ni Aitor ni Iker dijeron nada. Solo levantaron las cejas.

-Parece que estáis de funeral.

Carmen y JL se habían acercado a ellos.

-Puede que haya más sorpresas en la finca. – apuntó Romanes.

Carmen y JL se miraron. JL se giró para llamar a los CEDEX y que no se fueran.

-Ulises, id por favor de nuevo a la finca.

-No, no, sigamos el cable de comunicaciones. – dijo de repente Aitor. – Que nadie se acerque de momento. Todos quietos. Os vamos diciendo.

-No estás como para andar por el campo – Carmen le miraba como una madre lo haría con su hijo enfermo.

-Tenemos indicios de que hay alguna posibilidad de que se acceda todavía de forma remota para destruir todo el sistema.

-Yo me encargo de ayudar a Aitor – dijo Jorge en tono rotundo.

Jorge rodeó la cintura de Aitor y le puso su brazo para que le rodeara el cuello.

-Yo te cojo del otro lado – se ofreció Fernando.

Entre Fernando y Jorge casi llevaban en volandas a Aitor. Iker iba delante, poniendo a la vista el cable. Cuando llevaban casi la mitad del recorrido, encontraron otro puerto de entrada al sistema, con una antena que no estaba desplegada. Iker sacó una tablet de su bandolera y conectó un cable USB a uno de los puertos libres.

-Debes ser rápido, Iker.

Salvo ellos dos, nadie parecía entender cual era el problema. Pero los dos parecían preocupados. Jorge acercó a Aitor a los puertos y le ayudó a sentarse en el suelo.

-¿Me sujetas la espalda mi amor?

Jorge no dijo nada. Solo se puso detrás para que sus piernas hicieran de respaldo del informático. Aitor sacó un cable de su bandolera y lo pinchó en otro de los puertos de acceso. Empezó a teclear a una velocidad de vértigo.

-Éste no es. – dijo Iker.

-No saques el USB. Usa otro para probar el otro puerto.

-No sé si será importante – dijo uno de los GAR – pero debajo parece que hay otro puerto.

Iker se tiró en el suelo para mirar.

-¡Rojo! – gritó Iker.

Aitor buscó en su bandolera. Sacó un pendrive. Se lo tendió a Iker que de inmediato lo introdujo en el puerto rojo. Sacó otra tablet y la conectó al pen. Iker se puso detrás de Aitor.

-¡Para! ¡Ahí!

Aitor detuvo la secuencia interminable de números y letras que iba apareciendo en la pantalla. Jorge observaba a los dos con gesto de estupefacción. A él toda esa innumerable lista de números no le decían nada. Le parecían todos iguales. Aitor seleccionó una de las líneas y empezó a sobrescribir. Aitor e Iker se miraron. Éste asintió.

De nuevo, empezó a correr por la pantalla una serie interminable de lo que parecían líneas de programación. Hicieron el mismo proceso en al menos diez líneas.

-Mi comandante – dijo el teniente Romanes – sería mejor por si acaso, que diera la orden de desalojar.

-Peña, ordena el desalojo. Que nos informen cuando todos los equipos estén en la zona de seguridad.

Desde allí escucharon el bullicio que se armó en la finca. Estaban apenas a medio kilómetro. Y todos a su alrededor estaban en silencio expectantes. Todos parecían haberse contagiado del gesto serio y concentrado de Aitor e Iker.

-Zona despejada – escucharon todos en la radio del sargento Peña.

-Reseteamos y reiniciamos. – propuso Aitor. Iker asintió.

En la tablet. Jorge pudo ver como un circulito apareció en la pantalla. Y un contador del avance del proceso en tanto por ciento.

-Se me ha ocurrido una cosa – dijo Aitor. – Dame tu tablet.

Iker se la tendió de inmediato. En esa tablet, de nuevo empezaron a aparecer líneas interminables de números y letras.

Aitor paró un momento. Puso el cursor al final de una línea y empezó a escribir.

-Te quedan cinco minutos. – anunció Iker a Aitor.

Carmen no podía aguantar tanta intriga. JL que la conocía le tendió un cigarrillo. Carmen le sonrió a la vez que lo cogía y se lo encendía.

-Dos minutos.

-Quiero desactivar también …

-Deja. Nos servirán de guía. No te va a dar tiempo. ¡Un minuto!

Jorge aguantaba la respiración. Y eso que no alcanzaba a entender lo que pretendían Iker y Aitor. Pero mirarles a la cara y verles el gesto serio, consiguió ponerle nervioso. Miró a Carmen que supo y le tendió su cigarrillo. Jorge no dudó y le pegó una calada antes de devolvérselo a la comisaria. JL que lo vio, sacó otro pitillo de su paquete, lo encendió y se lo tendió a Jorge. Este le sonrió agradecido. Pero ninguno dijo ni una palabra. Se podía escuchar perfectamente a los pájaros canturrear. Las hojas moverse en el suelo al ritmo de la suave brisa. Lo único que no pegaba en ese escenario idílico, era el ruido de los dedos de Aitor sobre el teclado virtual.

-¡Ya!- gritó Iker a la vez que Aitor levantaba las manos.

-¡Operación destroyer abortada!

Jorge miró sorprendido a Iker. Éste le sonrió.

-Siguiendo sus órdenes, las puertas se van a abrir.

Todos se miraron. Esa voz metálica, había salido de la tablet de Aitor.

-¡Mirad! – dijo el sargento Peña señalando la finca.

Unas columnas de distintos colores, se podían vislumbrar a través de la arboleda. Eso estaba pasando en las edificaciones de la finca y en la explanada de delante, en la que habían instalado el “parque de atracciones”. Carmen, Peña y JL iniciaron el camino a paso rápido para llegar a la finca. La misma estaba en una pequeña hondonada y ya estaban en el terraplén que lo separaba del bosque. En distintos puntos del terreno como de los edificios, habían explotado bombas de humo de distintos colores. En todas, después de disiparse las emanaciones, quedó marcado con el color del tizne.

-Mi comandante, parece que en algunos lugares se han levantado una especie de trampillas que estaban ocultas.

-Verde y rojo, en ese orden – dijo Iker sin dudar. – Las negras para Aitor y para mí.

-Después, granate y amarillo.

-¿Habéis oído? – dijo JL por la radio.

-A sus órdenes mi comandante.

-Pide unas ambulancias Carmen – dijo Jorge que miraba la pantalla de Aitor. – Muchas.

-Escritor, te van a necesitar. Iker se encarga de ayudarme. – Aitor le obligó a agacharse y le dio un beso en los labios. – Te quiero, no lo olvides.

Carmen se colgó su acreditación del cuello y emprendió la bajada al terreno. JL la siguió. Jorge ayudó a levantarse a Aitor y lo dejó sentado en un tronco, mientras Iker recogía sus equipos.

-Dile a Carmen que empiece por la de la izquierda – le dijo Aitor a Jorge. Éste marcó inmediatamente el teléfono de Carmen y se lo dijo. Ella no replicó. Solo cambió la dirección de sus pasos y fue a la primera marca verde de su izquierda. Raúl seguía a su lado y corrieron hacia esa primera trampilla. Tres guardias, por orden del comandante Pastrana les siguieron.

-Yo voy a la de la derecha. Jorge, ¿te encargas de la de la centro?

Fernando seguía a Jorge. Había sacado su arma por si acaso. Lucía y Silvia se acercaban corriendo. Tres guardias de los GAR se les unieron también. Nano y Romo corrían para ayudar a Carmen.

Cuando ésta abrió la trampilla completamente, un hedor a excrementos y a orina le golpeó la nariz. Pero no se detuvo. Sacó también su arma reglamentaria.

-Poneros todos las acreditaciones a la vista. – les dijo a sus compañeros. Aunque no fue necesario porque ya lo habían hecho, imitándola a ella.

Jorge no tardó en llegar a la trampilla del centro. Fernando le detuvo antes de que empezara a bajar las escaleras.

-Bajo yo primero – dijo en tono resuelto.

Las escaleras bajaban hasta una altura aproximada de piso y medio. Era difícil aguantar el hedor que había en esa cavidad. Había una especie de respiraderos por el que se escapaba la fetidez. Al acabar las escaleras, se encontraron con un corto pasillo. Éste desembocaba en una estancia a la que daban otros dos cuartos separados por rejas. Era una cárcel en toda regla. En cada una de ellas había dos chicos desnudos, tirados en lo que en algún momento fueron dos catres aptos para descansar una persona. En una banqueta, había dos violines con sus arcos.

-Hola, me llamo Jorge.

El escritor se había arrodillado en el suelo. Acariciaba despacio al chico que estaba primero. El chico abrió los ojos poco a poco. Para Jorge era claro que estaba drogado.

-Perdón, no hemos tocado hoy todavía. Pero ahora lo hacemos.

El chico hizo intención de levantarse. Pero Jorge le detuvo.

-Despacio. No hay prisa. Estos amigos que me acompañan son policías.

Al escuchar esa afirmación de Jorge, un rictus de miedo apareció en su cara.

-Son de los buenos.

-Yo te conozco. Eres el escritor – dijo el que estaba detrás.

-Exacto. Soy Jorge el escritor.

-Entonces los policías son de los buenos. – dijo con una voz débil y sin alma.

-¿Cómo os llamáis?

-Emilio y y Caro.

-¿De verdad eres el escritor?

El primer joven todavía dudaba. Jorge le acarició la cara despacio. Le sonreía.

-Me gustaría darte un abrazo y un beso ¿Me dejas?

El chico lo miró directamente a la cara por primera vez. Sus miradas se quedaron conectadas unos instantes. El joven pareció relajarse. Hizo un pequeño movimiento con la cabeza asintiendo a la vez que se le escapó un ligero suspiro de alivio. Jorge lo abrazó suavemente. El chico tardó unos instantes en rodear el cuerpo del escritor con sus brazos. Poco a poco se fue apretando contra el cuerpo de Jorge.

-Estoy sucio – dijo en un susurro.

-No me importa. – contestó Jorge sonriendo y dando un beso en la mejilla.

-Ven Caro, acércate, me gustaría darte también un abrazo.

El chico de detrás se incorporó y se sentó al borde del catre. Fue él el que le tendió los brazos. Jorge se dejó rodear por ellos y lo apretó contra él. En ese momento, el chico empezó a llorar. Jorge no dejaba de acariciar la cabeza completamente rapada del chico. Se le notaban decenas de cicatrices de golpes. Fernando se había arrodillado también y ahora abrazaba a Emilio.

-Estáis helados – dijo Jorge.

Fernando sacó su móvil y pidió urgentemente mantas para taparlos a todos.

-Jorge, te necesitamos un minuto.

Lucía se había asomado a la celda en la que estaban.

En la celda contigua, Silvia no lograba convencer a uno de sus ocupantes de que estaban a salvo. Se había escondido en una esquina, y se protegía como podía.

-Se llama Urano. – le susurró Silvia.

-Urano, es un nombre precioso – Jorge mientras decía esto se había arrodillado a medio metro del joven. Éste lo miraba por los resquicios que dejaban los dedos de sus manos que pretendían ser una red protectora. – Es mucho más bonito Urano que mi nombre.

Jorge esperó a que preguntara, pero eso no sucedió.

-Me llamo Jorge. ¿Verdad Silvia que Urano es mil veces más bonito que Jorge?

-Dónde va a parar. Y también es más bonito que Silvia, que es el mío.

-Urano, necesito un abrazo. ¿Me lo darías tú?

Sonrió al decirlo. Abrió los brazos para invitar al chico a que se abrazara.

-Mientes – dijo al cabo de unos segundos – El escritor no quiere saber nada de nosotros. Nos engañaron.

-Quiero que me perdones por no venir antes. No me avisaron hasta hace unas horas. Y no os encontraba. Pero ya estoy aquí.

-No te perdono.

Su voz le recordaba a Saúl al chico de Roger. Era igual de ronca. Con la misma falta de espíritu, de alma, sin vida.

Jorge notó que el cuerpo del joven Urano se había relajado un poco. Fue acercando su mano a su cara. Lo hizo de tal manera que el joven pudiera ver su gesto por los resquicios de sus dedos. Posó su mano en su frente y empezó a acariciarlo suavemente.

-Estoy sucio.

-Eso a mí no me importa. Si me dejas te doy cien besos para demostrártelo.

-No me lo creo. ¿Cien besos?

-Contamos si quieres.

Jorge seguía acariciando la parte del rostro que dejaban a su alcance las manos del chico. Pero éste, casi imperceptiblemente las fue bajando. Jorge entonces dio un pequeño paso sobre sus rodillas para acercarse más, sin dejar de acariciarlo. Al comprobar que no lo rechazaba, dio otro pequeño pasito. Ya estaba casi pegado a él. Le apartó dulcemente las manos de su cara. Se las besó alternativamente. Jorge sonreía y le miraba con la cabeza ladeada. Se inclinó y empezó a besar el rostro del chico. Su olor era nauseabundo. Era claro que le habían duchado con los excrementos de él mismo o de sus compañeros. Pero le dio igual. Fue recorriendo cada centímetro de su cara, besándolo. Llegó un momento en que Urano abrió los brazos y Jorge aprovechó y se metió entre ellos, rodeando a su vez el cuerpo del joven. Empezó a acariciar su cabeza, también rapada. No quiso pensar en las marcas que tenía ese chico por todo el cuerpo. Alguna incluso parecía a punto de infectarse. Urano, empezó a llorar, como antes habían hecho sus compañeros en la celda de al lado. Silvia le tendió a Jorge una manta que algún guardia les acababa de dejar. La cogió y rodeó con suavidad el cuerpo del joven.

-Estás helado, mi niño.

De nuevo, Urano volvió a abrazar a Jorge.

-Ya ha pasado todo. Ya estás a salvo. Mi amiga Silvia te va a acompañar fuera. ¿Me dejas que abrace a tu compañero? No sé como se llama.

-Juan – le respondió el otro joven.

Silvia tuvo que ayudar a levantarse al joven. Y una vez de pie, tuvo casi que cogerlo en brazos. Apenas se sostenía de pie. Jorge se acercó al otro chico y lo abrazó. La escena se repitió. También empezó a llorar. Jorge le empezó a besar la mejilla.

-Ya está. Todo ha acabado.

-Jorge, el comandante te reclama.

-Voy a ayudar a otro compañero tuyo. Mi amiga Lucía te va a cuidar hasta que lleguen los médicos.

El chico asintió con la cabeza pero no dijo nada.

Jorge salió de ese sótano. Nano le indicó en cual estaba el comandante Pastrana. Bajó rápidamente por las escaleras. Uno de los chicos se había puesto agresivo y no dejaba que se acercara nadie. Odiaba a los guardias. Amenazaba con cortarse el cuello.

-Si os acercáis me mato. Os lo juro. No me va a tocar ningún policía sarnoso.

-Por favor, baja ese cuchillo.

-Que no se acerque nadie. O me mato. Hijos de puta.

El chico cambiaba el puñal cada pocos segundos, de amenazar a los guardias a ponérselo en el cuello.

-Prefiero matarme a que me toquéis, hijos de puta.

El comandante miró implorante a Jorge. Parecía imposible que un chico tan delgado, desnutrido y sucio pudiera tener tanto odio, tanta resolución y tanta fuerza. Jorge les hizo un gesto para que se apartaran. El comandante y dos agentes del GAR que le acompañaban, se retiraron poco a poco. En un momento, solo quedó Jorge delante del chico. Jorge mantenía los brazos en alto. Nano, que había bajado con él, cogió una Taser que le facilitó uno de los guardias y se apostó para detener al chico en caso de que quisiera agredir al escritor.

-YA ne znayu, kak tebya zovut. moy Dzhordzh. (No sé cual es tu nombre. El mío es Jorge)

Jorge había decidido arriesgarse. Había notado un pequeño acento en el joven. Se acordó de que Carmen le había comentado que Yura hablaba un español casi perfecto. Bruno se lo estaba confirmando por su línea interna. Habían logrado identificarlo por reconocimiento facial. Le estaba dando más datos de ese chico, un tal Igor y de su relación con Yura y Jun. Y con Sergio Plaza.

Parecía que su maniobra había tenido resultado. Jorge se dio cuenta que el chico le había entendido.

-YA khotel by znat’ vashe imya. ty by skazal mne? (Quisiera saber tu nombre. ¿Me lo dirías?)

-Igor – respondió el joven.

-Privet Igor’. Menya zovut Khorkhe, i ya pisatel’. Mne rasskazali o vashem sootechestvennike, kotoryy lyubit mne chitat’. Zovut Yura. (Hola Igor. Me llamo Jorge y soy escritor. Me han hablado de un compatriota tuyo que le gusta leerme. Se llama Yura.)

-Ty ne Khorkhe Rios. YA slyshal, ty ne khochesh’ nichego znat’ o nas. (Tú no eres Jorge Rios. He oído que no quieres saber nada de nosotros.)

-Estoy aquí, Igor. Eso quiere decir que me importáis. Mira, el otro día estuve escuchando a un amigo tuyo. Se llama Sergio Plaza. Es músico como tú. Veo que tú tocas el chelo. Se encontró con Nuño Bueno, y tocaron juntos.

-Eso es mentira. Sergio está muerto. Nos lo dijeron. Nuño Bueno nunca tocaría con unos deshechos como nosotros. Él es un genio.

-Te puedo asegurar que tocaron. Lo vi y lo escuché. Tocaron el concierto de violín de Tchaikovsky.

-No me lo creo. Sergio está muerto.

-Si me dejas sacar el teléfono, podemos llamar a Sergio. ¿Te parece? Y luego busco en el teléfono el vídeo que les grabé a Sergio y a Nuño Bueno tocando en un restaurante.

-¿Cómo sé que hablas con Sergio?

-Hacemos una video llamada y podrás verlo.

Jorge aprovechó que el joven dudaba y sacó el teléfono. Rezó para que Bruno estuviera atento a lo que estaba pasando y que le consiguiera una buena comunicación. Parecía que le estaban leyendo los pensamientos, porque tanto Bruno como Aitor le mandaron un mensaje para que llamara. Jorge marcó el teléfono de Sergio. Y volvió a rezar.

-Escritor. Me alegra verte.

Por el tono de Sergio, más serio que otras veces, Jorge dedujo que alguien le había avisado.

-Yo también me alegro de verte, cariño. Estoy con un amigo tuyo. Parece que le han contado algunas mentiras sobre mí y sobre ti. Y no quiere confiar en nosotros.

-Pásame a mi amigo. Tranquilo, no me voy a asustar.

Jorge tendió el teléfono a Igor. Éste dejó el cuchillo para poder coger el teléfono. Jorge se dio cuenta que la otra mano la tenía inutilizada. Parecía que se la habían machacado a golpes. Cerró los puños para controlar la furia que le invadía. Le hizo un gesto con la cabeza a JL. Éste cerró los ojos y asintió. Ya se había dado cuenta.

-¿Sergio? – dijo Igor ahora en español.

-¿Igor? Me alegro verte. No me alegro de ver como estás. Me temía que te hubiera pasado algo irreparable.

Empezaron a hablar los dos para darse novedades. Parece que a Igor le cogieron al intentar ir a denunciar las maniobras de Mendés. Y lo metieron en ese sótano. Igor le contó que le habían machacado la mano izquierda porque no quiso tocar. Parecía que les obligaban a tocar todos los días varias horas seguidas.

-Muchos tienen los dedos en carne viva.

-Jorge se va a encargar de que un buen médico te mire esa mano. Y cuando estés en el hospital, yo iré a verte. Iré con mi novio. ¿Sabes? Es policía. Se llama Javier. Su compañera Carmen está por ahí, ayudando a alguno de nuestros compañeros. Es muy bueno. Amable y lucha por acabar con esta gente mala. Los policías que te rodean trabajan con él. Todos son de los buenos. No de esos otros … Seguro que luego se acerca Carmen a darte un abrazo. Es muy guapa además. Y muy cariñosa. Pero que no te engañe. Si ve a alguien que quiera hacerte daño, le partirá el espinazo de un golpe.

-Es que venían a pegarnos. De uniforme y a follarnos. Llevaban los mismos uniformes que los que están aquí.

Jorge vio como JL se apartó unos metros y llamó por teléfono. Su gesto era duro y su manera de hablar rotunda. Quién estuviera al otro lado de la línea, tuvo claro desde el primer momento de los galones del guardia. Volvió a su puesto. Jorge le hizo un gesto para que se relajara. Si Igor veía su gesto de rabia, podía volver a asustarse. JL asintió con la cabeza y le pidió disculpas.

-Confía en mi, Igor. Jorge es el escritor. Háblale de “El bar de las gildas”. Es tu novela preferida. Sabes, nadie le habla de esa novela y Jorge está triste porque la tiene mucho cariño.

-Pero si es la mejor novela de la historia – dijo Igor asombrado. Jorge sonrió. El gesto del joven era indicativo de que había acabado de relajarse. Nano lo entendió también porque salió de su escondite y devolvió la Taser al guardia que se la había proporcionado.

-¿Me prometes que te vas a dejar cuidar por Jorge y los policías que están con él?

-¿De verdad que vas a ir a verme al hospital?

-Claro. Jorge se encargará de hacerte llegar un móvil nuevo y hablaremos. Y Yura y Jun. Me acaban de escribir preguntando por cómo estás. Les ha llegado la noticia. Estaban preocupados. Les dijeron que estabas muerto.

-Lo mismo me dijeron de ti. Y también que el escritor no quería saber nada de nosotros.

-Pues ya ves que no es verdad. Está delante de ti. Y cuando colguemos, te va a abrazar y te va a comer a besos. Te digo, sus abrazos son los mejores del mundo. Y te va a mirar a los ojos y verás como después, te vas a sentir mejor. Te va a vaciar de tus miedos, de tus dolores. Y vas a poder descansar.

-Te haré caso.

-No te olvides de tu chelo.

-Se ha roto.

-Ya arreglaremos eso. Te tengo que dejar. Confía en Jorge. ¿Me pasas con él?

Igor le tendió el teléfono a Jorge. Sergio se había echado a llorar. Jorge esperó unos segundos a que Sergio controlara su voz. Igor estaba pendiente de lo que iba a decir.

-Te quiero escritor. No sabes cuanto. Gracias por cuidarnos a todos. Dale un beso a Carmen de mi parte. Y a todos tus chicos, que veo a Fer a Raúl y a Nano detrás de ti.

-Te quiero Sergio.

Jorge colgó. Le pasó el móvil a Fernando, estaban llegando muchos mensajes. Alguno podía ser importante. Él abrió los brazos. Igor fue a acercarse a él, pero al relajarse, las piernas empezaron a fallarle. Jorge tuvo poco tiempo para agarrarlo y abrazarlo antes de que se desplomara. Lo pegó a su cuerpo y lo abrazó. Empezó a cantarle al oído una canción infantil típica de Rusia. Se acababa de acordar de ella. Se la enseñó Rosa, “su amiga” Rosa.

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CANCIÓN RUSA – NANA COSACO

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Todo el cuerpo del Igor empezó a temblar. Lloraba desconsolado. Cuando acabó la canción empezó a besar esa piel sucia y agrietada. Igor levantó unos segundo la cabeza y le besó en los labios. Jorge no le apartó. Siguió con el beso. Poco le faltó para echarse a llorar él también.

-Mira, ese guardia se llama JL. Es un jefazo de los buenos. Y este chico de aquí se llama Fermín.

-Hola Igor – JL se había acercado. Jorge soltó a Igor. Éste se abrazó ahora a JL. El comandante le acariciaba la cabeza suavemente mientras le murmuraba algo al oído. Igor acabó asintiendo con la cabeza.

Jorge sintió a alguien detrás de él. Por el perfume supo que era Carmen.

-Ven.

Carmen le hizo caso. Sonreía cuando se acercó a JL y a Igor.

-Igor, te quiero presentar a Carmen. Te ha hablado antes Sergio de ella. Es amiga del novio de Sergio.

-La que parte espinazos a los malos.

-Esa – dijo sonriendo Jorge.

-Hola Igor. ¿Me dejas darte un abrazo?

-Sí.

Carmen dio los dos pasos que le separaban. JL no acabó de soltar al chico hasta que Carmen estuvo cerca. Parecía que era imposible que el músico tuviera lágrimas todavía. Pero las tenía.

-Estoy muy sucio y feo.

-Para mí eres el chico más guapo que he visto en mi vida. Y el más valiente. Mira, Fermín te va a llevar arriba y se va a ocupar de ti hasta que lleguen los médicos. Es de los buenos.

-Es guapo también.

-Eso también.

-¿Vamos Igor? – le dijo el guardia.

-Sí.

-Cierra un poco los ojos si quieres. Hace mucho sol y hace tiempo que estás a oscuras. Te va a hacer daño la luz.

-Vale.

-Bol’shoye spasibo Dzhordzh. Te, kto skazal mne, chto ty pozabotish’sya obo mne, kogda uvidish’ menya, byli pravy. Odnazhdy ya khotel by pogovorit’ ob etom romane. (Muchas gracias Jorge. Los que me dijeron que tú me cuidarías cuando me vieras, tenían razón. Un día me gustaría hablar de esa novela.)

-YA s neterpeniyem zhdu vozmozhnosti pogovorit’ s vami ob etom, a takzhe uslyshat’, kak vy igrayete na violoncheli. (Espero hablar contigo de eso y también a escucharte tocar el violonchelo.)

Cuando el chico pasó por su lado en brazos casi de Fermín le dio un beso en la mejilla.

Dieron tiempo para que Fermín llegara con el chico hasta el hospital improvisado que habían montado en la zona de la entrada. JL fue el primero que subió. Iba con el teléfono en la mano. Estaba claro que seguía muy enfadado. Carmen se giró hacia Jorge y lo abrazó. No se dijeron nada.

-Vamos arriba – Fernando se puso detrás de ambos.

Cuando llegaron a la superficie, recibieron los rayos de sol con alegría. No dijeron nada. Todos estaban sobrepasados. Lo que acababan de vivir les había noqueado. Caminaron hacia los coches que su equipo había acercado. Al llegar a ellos, Nano les tendió el paquete de tabaco. Pero Carmen antes se acercó a un árbol y vomitó.

-Si alguien tiene un poco de agua, se lo agradeceré eternamente – pidió Jorge. Silvia se acercó a él y le dio un botellín. Jorge le pegó un par de tragos. Los saboreó como si fueran del mejor whisky.

-No te la acabes – pidió Carmen acercándose. Jorge sonrió y se la tendió.

-Ahora sí que necesito ese cigarrillo Nano.

-Fumemos todos.

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Carmelo estaba en Concejo, estudiando el plan de trabajo que le habían pasado de su productora para “Tirso, la serie”. Iba retrasado y tenía que ponerse al día. No quería ser la causa de posibles retrasos en el rodaje. Ya estaba todo en marcha y a buen ritmo. Había ganas de sacar adelante esa serie que era tan importante para mucha gente, y tan molesta para unos pocos.

Había conseguido liberarse de los compromisos que tenía. Había aparcado a visitas a amigos, a enemigos. Con ganas, hubiera cambiado todo eso por meterse en la cama y dormir. Miró en el teléfono la hora. Era tarde.

Durante un momento tuvo dudas de si Jorge estaba en casa o no. Fue a llamarlo con un grito, cuando se acordó que todavía no había vuelto de su última escapada. Alguien le había llamado por teléfono requiriendo su presencia. No dio explicaciones ni Carmelo se las pidió. Sabía que todas esas excursiones eran debidas a su empeño en ayudar a esos chicos dolientes y algunos con graves secuelas por todas las cosas que habían tenido que vivir. Él mismo, sabía que era uno de ellos. Jorge le había mantenido sereno y alejado de, durante un tiempo, sus mejores amigas, las drogas y también de sus mejores amigos, el alcohol y el sexo extremo. Ahora era capaz de disfrutar de una copa, sin necesitar nada más. Y de un sexo tranquilo y en general lleno de complicidad. No iba a negar a esas alturas que Jorge no era en ese aspecto su único compañero de juegos. Lo que sí quería proclamar a voz en grito es que Jorge era la única persona que ocupaba su corazón. Y llenaba hasta el más mínimo resquicio del mismo.

Sintió que varios coches llegaban a la Hermida y paraban cerca de la puerta. Al poco sintió como se abría ésta. Esperó que Jorge lo llamara a gritos, como siempre hacía, pero eso no ocurrió. Sintió como el escritor se sentaba en el sofá del salón y resoplaba agotado y a Carmelo le pareció, que también desanimado y desesperado. Se levantó con cuidado de no hacer ruido y se asomó a la ventana. Estaban haciendo el cambio del equipo de escolta de Jorge. A los que salían de turno los notó igual de cansados que a Jorge y también con un cierto grado de desaliento. Muchos de ellos no cogieron sus coches, sino que entraron en la Hermida 3, la que habían habilitado para que descansaran y la utilizaran como si fuera su casa ambulante. Algunos fueron a sus coches y sacaron las bolsas con algo de ropa que siempre llevaban.

Bajó las escaleras hasta la planta baja. Procuró no hacer demasiado ruido aunque tampoco pretendió ser completamente silencioso. Enseguida notó que Jorge se había dado cuenta de que bajaba a su encuentro. Intentó levantarse, porque para sorpresa de Carmelo se había tendido en el sofá, tirando los zapatos en medio del salón. Eso no era propio de su escritor. Fue a la cocina y sirvió dos tazas del chocolate que tenía preparado y guardado en la jarra térmica. Probó uno de ellos y le satisfizo el sabor y la textura, así que se encaminó con ellas hasta el sofá. Jorge lo miró sin decir nada. Tenía los ojos acuosos y no podían ocultar el cansancio que sentía. Dejó las tazas en una mesa baja que tenían delante del sofá y le dio un golpe para que se incorporara un poco y le dejara sentarse en una esquina, para que pudiera apoyar la cabeza en su piernas. Empezó a acariciarle las mejillas con suavidad. Jorge había cerrado los ojos. Parecía disfrutar de los arrumacos que le prodigaba su rubito. A Carmelo se le ocurrió que solo le faltaba ronronear, como los gatos.

-Te he traído chocolate.

Jorge sonrió.

-Ya lo he olido.

-¿Tan cansado estás que ni has pensado en levantarte para bebértelo?

-Tú lo has dicho.

Carmelo se agachó y posó sus labios sobre los de Jorge. Éste sonrió al sentirlos y no pudo evitar responder al beso.

-Creo que no te lo he dicho hasta ahora, pero sabes … te quiero.

-Eso se lo dices a todos. – bromeó Carmelo.

-Pero ninguno me trae una taza de chocolate. Te quiero más por eso.

-Es lo que me temía. Me quieres por el interés.

-¡Anda! ¡Claro! ¿Qué te pensabas?

Ésta vez fue Jorge el que alargó el brazo y obligó a Carmelo a bajar la cabeza para besarlo.

-¿Quieres hablar?

Carmelo había hecho la pregunta con mucha dulzura. Jorge se incorporó y se sentó pegado a su rubito. Apoyó la cabeza en su hombro y entrelazó sus brazos con el del actor. Éste alargó el otro brazo y cogió las dos tazas. Le dio una a Jorge.

-¿Me harías un favor? – preguntó Jorge con apenas un hilo de voz.

-Dime.

-Pide que lleven comida para estos. Están agotados.

-Ya he visto que muchos se han quedado.

-Olga ha dado instrucciones para que no cojan el coche para volver a casa si el trabajo se ha alargado. Parece que ella misma el otro día llegó a la conclusión que corrían más riesgo en la carretera volviendo a casa agotados que por la acción de los malos.

Carmelo cogió el móvil e hizo un pedido a Gerardo.

-En diez minutos se lo traen. He pedido algo para nosotros también.

-No tengo mucho hambre.

-Sí la tienes. Apostaría a que no has comido nada. Te has ido justo antes de comer. Y no has parado desde ayer. Ayer no cenaste nada y tampoco has desayunado más que un café.

-Está bueno el chocolate. – dijo Jorge tras unos minutos de silencio. – Le has dado otro toque.

-Un experimento. ¿Te gusta?

-Me gusta más el de siempre. Pero eso no quiere decir que no esté bueno éste.

-Creo que a Martín le salía mejor al final.

Jorge se sonrió.

-Es de experimentar. Y puede que cambiara algún ingrediente que no había ese día en casa.

-No le salió mal el cambio. Espero que cuando se recupere me cuente lo que le echó.

Sintieron como alguien llamaba suavemente a la puerta. Carmelo miró en el teléfono la cámara de la puerta y vio que era Efrén quien llamaba. Le abrió la puerta con el mismo teléfono.

-Os dejo la comida que han traído para vosotros. Por cierto, muchas gracias por pedirnos de comer.

-Sois como el escritor, si no, os hubierais quedado en ayunas.

Efrén se sonrió aunque no contestó.

-¿Estás bien Jorge? Antes te he notado …

-No te preocupes, solo estoy cansado.

-Si necesitáis algo, nos pegáis un toque.

-No te preocupes – le respondió Carmelo – Descansad tranquilos. Aunque se nos ocurriera salir esta tarde, no tenemos ni fuerzas.

Efrén salió de la casa sin decir nada más. Su aspecto era la de un hombre derrotado. Carmelo estuvo seguro que, en cuanto comieran algo, se iban a meter todos en la cama. O a lo mejor, directamente se echaban a dormir en los sofás o en las butacas.

-Vamos a cenar algo anda. Y luego, podríamos bailar un poco.

Jorge miró a Carmelo como si de repente se hubiera dado cuenta de que era un extraterrestre.

-Es una buena forma de que te relajes, no te estoy proponiendo que bailemos el can-can, pero un foxtrot tranquilo …

-Eres joven para saber bailar eso. Y recuerdo perfectamente que no lo has hecho en ninguna de tus películas. No lo sé bailar ni yo. ¿Sabes bailar el can-can?

-Da igual saber o no. No nos vamos a presentar a ningún concurso. Solo nos abrazamos y bailamos. Vamos anda. Levanta y vamos a cenar.

Jorge se rindió. Estiró los brazos para que Carmelo lo ayudara a levantarse. Al ponerse de pie, pareció de repente que las piernas le fallaban. Carmelo lo sostuvo y lo miró con dulzura, aunque también con un poco de preocupación. Nunca le había visto en ese estado.

-Escritor, debes bajar un poco el ritmo.

Jorge sonrió y puso su mejor cara de broma.

-¿Y quieres que baile?

-Yo te llevo, tranquilo.

-Pues llévame abrazado hasta la cocina.

Carmelo le rodeó con su brazo por la cintura y le hizo apoyarse en él. Jorge se abandonó realmente sobre su rubito.

Cenaron. Para sorpresa del escritor, en cuanto Carmelo fue destapando los platos y tapers que había en la bolsa, le fue entrando el apetito. Antes, había tenido razón Carmelo: hacía dos días al menos que no había comido nada.

Y para sorpresa del escritor, al acabar la cena, Carmelo cogió el mando con el que controlaba la casa, y empezó a sonar una canción.

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Westlife – Queen of my heart.

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Carmelo le tendió la mano. Jorge soltó una carcajada a la vez que negaba con la cabeza. Pero no dijo nada. Puso sus brazos rodeando el cuello de su rubito y apoyó la cabeza en su pecho. Él le rodeó la cintura con sus brazos y empezaron a bailar, despacio, pegados, sintiéndose el uno al otro.

Y cuando acabó esa canción, sonó otra, y luego otra …

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 92.

Capítulo 92.-

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Aritz no estaba convencido de dejar a Javier solo en la Unidad. Solo no iba a estar, había tres inspectores de guardia, a parte de otros miembros del equipo que se estaban encargando de las investigaciones del asalto a la casa de Álvaro Cernés. Pero lo conocía bien y sabía que a veces, que estuviera cerca una de sus personas de su círculo íntimo, le venía bien. Olga estaba lejos, Matías se había vuelto a marchar a Murcia para cerrar el caso que le había ocupado los últimos días, Carmen se había ido a la cama obligada por Javier … seguro que Carmen no sabía que Javier pretendía quedarse toda la noche perfilando el caso de Álvaro.

En eso iba pensando mientras conducía camino de la casa de ese Rubén. El GPS le anunció que había llegado a la dirección que le había dado Javier. No era mala calle y la casa tampoco parecía de gente humilde, más bien de clase media-alta. Si ese joven estaba perdido en sus noches de juerga y su tía decía que había dejado prácticamente su trabajo como diseñador, no le acababa de cuadrar. Su nivel económico no debía ser malo. Dio una vuelta a la manzana para encontrar sitio para aparcar. No tuvo suerte. Al final hizo lo que le había visto hacer a Carmen muchas veces: lo subió en la acera, en una calle perpendicular, puso los rotativos sobre el salpicadero y el cartel de policía.

En el momento en que iba a salir del coche, escuchó un toque de sirena en la calzada, justo detrás de él. Se giró para ver quien era: era una patrulla de la Local. Se abrió la ventanilla del copiloto y una cara sonriente le saludó. Aritz la reconoció enseguida.

-Susana, anda que … tener que encontrarnos aquí hoy …

El conductor del coche de la Local giró para aparcar al lado del coche de Aritz. Susana se bajó y se saludó con Aritz con dos besos.

-Esta es la calle donde vive el chico ese de la agresión de hace unas semanas. Me da que no estás en esta zona por casualidad ¿No?

Aritz sonrió.

-He venido a echar un vistazo a su casa. Ese joven es un misterio. ¿Ha pasado algo?

-Damos algunas vueltas de vez en cuando. Carmen lo pidió a nuestro jefe. Lo hacemos nosotros, los compañeros de Proximidad … Antes ha llamado un vecino que estaba asustado porque había dos personas rondando el portal de ese joven. Dos o tres. Según este vecino, los ha visto desde primera hora de la mañana. En un coche, parados hablando al lado de un árbol echando un cigarrillo … tomando un café en aquella terraza … siempre mirando hacia el edificio. Ha dicho que en una ocasión, con el pretexto de ayudar a una señora con la compra, han entrado en el portal. Aunque han vuelto a salir enseguida.

Aritz puso cara de extrañeza.

-Ya veo que no vienes por eso.

-Venía a echar un vistazo a su casa con tranquilidad. Hay demasiadas cosas que no cuadran y Javier quiere ya algunas respuestas. ¿Habéis visto algo?

-Cuando hemos llegado la primera vez, un coche ha salido nada más llegar nosotros. No es nada raro, quiero decir, un vecino que ha cogido el coche para ir a trabajar, por ejemplo, justo cuando hemos aparecido. Hemos preguntado por la matrícula y no había nada raro relacionado con ese coche.

-Pero … te has quedado con la mosca detrás de la oreja.

-Nos hemos ido, pero al poco hemos vuelto, esta vez con los distintivos apagados. Hemos aparcado y hemos dado un paseo con calma. El coche volvía a estar justo en el mismo sitio del que había salido. No hemos visto a sus ocupantes. El dueño del coche, no vive por esta zona. ¿Sabes de estas veces que no ves a nadie ni nada raro … pero tienes una sensación extraña?

El compañero de Susana se había bajado también del coche. Aritz chocó puño con él.

-Es que lo que dice Susan, lo hemos sentido los dos. – abundó Antonio. – Hemos ido al bar ese dónde les habían visto y nos hemos puesto en la terraza a tomar un refresco. El dueño se había fijado también en esos tipos. No son de los habituales. Parecían pendientes de algún portal de la zona.

-Ha sido una pena que no se ha dado cuenta si han venido en coche. – abundó Susana.

Aritz que estaba acostumbrado a hacer caso a esas sensaciones de ir tanto tiempo junto a Javier, instintivamente se apartó la cazadora para tener su arma más accesible.

-He dicho a la Central que estabas por aquí y que hemos parado para apoyarte. Mandan otro coche que se queda pendiente. Nos sirve de apoyo si quieres que entremos.

-¿Y exactamente que ha dicho ese vecino?

-Que llevaban toda la tarde rondando por la zona. Y que parecía estar observando el portal e incluso miraba la fachada. La casa de ese Rubén da a esta parte. Y el coche en cuestión, está aparcado ahí. – Antonio señaló un Hyundai Tucson de color blanco.

-El vecino se piensa que están estudiando el edificio para entrar a robar a las casas. – apuntó Susana.

Aritz sacó el móvil y llamó a Javier. Le explicó la situación.

-Son Susana y Anto, no son dos recién llegados. Son de confianza.

-Dales recuerdos a los dos. ¿Qué vais a hacer?

-Sería conveniente que alguien eche un vistazo a las cámaras de los alrededores. Viene otra patrulla de la local para cubrirnos las espaldas. Pensaba subir a ver que encontramos.

-Me encargo. Te mando a Tere y a Elías. Al menor atisbo de problemas, pulsa el botón de emergencia. Alerto a la UIP y a los GEO de Jose. Está de guardia él.

-Esperemos que no haga falta. Lo más probable es que no sea nada.

-Tened cuidado. Ya sabes lo que pienso de esos pálpitos de los policías competentes y experimentados. Susan y Anto lo son.

-¿Vamos? – les dijo cuando colgó.

-Mira, ya están los compañeros.

Otro coche de la Local se había situado en la esquina contraria a la que estaban ellos. Hicieron una señal con los faros pero no salieron del coche. Apagaron también los distintivos y se quedaron a la expectativa.

Aritz se palpó los bolsillos en busca de las llaves de la casa de Rubén. Cerró el coche antes de encaminarse los tres hacia el portal.

-Esa cerradura es muy fácil de abrir – comentó Antonio.

Aritz afirmó con la cabeza. Introdujo la llave correspondiente y la puerta se abrió sin problemas. Los tres policías se habían puesto guantes de látex. Aún así, tuvieron cuidado de no tocar demasiado la puerta.

-Puede que todo sea … una tontería.

-Mejor si lo es. Pero si no lo es, no nos pillarán en bragas.

Era un portal amplio y largo. Los ascensores estaban al fondo. Las escaleras estaban justo antes de aquellos pero en frente. La escalera era independiente, no caracoleaba alrededor de los ascensores. Aritz encabezaba la comitiva. Andaba despacio, intentando no hacer ruido. Sus dos compañeros hacían lo mismo. Los tres llevaban su mano dominante sobre el arma.

-¿Tienes la misma sensación que nosotros? – preguntó Susana.

Aritz afirmó con la cabeza. Señaló las escaleras. Le había parecido percibir el rumor de una prenda de ropa al rozarse con la pared.

Empezaron a subir lentamente. Aritz iba primero, luego Susana y para cerrar, iba Antonio. Subían separados por dos metros y pegados a la pared. Antonio había desenfundado su arma.

Cuando llegaron al segundo piso, Aritz se detuvo. Les indicó que se mantuvieran en silencio y que escucharan. Enseguida los tres percibieron lo que les parecieron los pasos de dos personas y de nuevo, el ruido de un impermeable al deslizarse su dueño pegado a la pared. Aritz no se lo pensó, sacó el móvil y pulsó el botón de peligro. Ahora, Tere y Elías sabrían lo que había y Javier estaría alerta. Y llegarían unidades de apoyo de la Ciudadana y de Intervención.

Otros policías hubieran esperado a que llegara esa ayuda, pero ni Aritz ni los agentes de la Policía Local eran de esos. Los tres parecían sentir el mismo pálpito que les hacía tener la certeza de que había prisa por encontrar a esos asaltantes.

A mitad del tramo de escaleras entre el segundo y el tercero, Susana le puso a Aritz la mano en la espalda para que se parara y volviera a escuchar. Alguien estaba llamando al timbre de una casa. La mujer entendió lo que pretendían.

-¡¡¡¡Policía!!!! ¡¡¡¡Policía Local y Nacional!!!! Que nadie abra las puertas de casa. Repito, que nadie abra las puertas de casa. ¡Apártense de la puerta! ¡Repito: apártense de la puerta! Les habla la Policía.

Aritz aceleró el ritmo de subida, sin descuidar la seguridad.

-¡¡¡Policía!!!

-¡¡¡¡Les habla la Policía!!!! ¡¡Por favor, que nadie abra las puertas de casa!!!

-¡¡¡¡Policía!!!! ¡¡Apártense de la puerta!!

Antonio había llamado a sus compañeros por su sistema de comunicación para que se pusieran delante del portal con las luces encendidas. Enseguida vieron el reflejo de los rotatorios que se colaba por el cristal de la puerta del portal. Cualquiera de lo vecinos que se asomara a la ventana, vería el coche. Y al menos, en los pisos bajos, el reflejo de los rotativos anunciarían su presencia. Pudieron escuchar también a otras patrullas acercándose.

-¡¡¡Les habla la Policía!!! ¡¡¡Qué nadie abra las puertas!!! ¡¡Apártense de la puerta!!

Pudieron escuchar un puño golpeando con rudeza una puerta. Aritz echó a correr escaleras arriba. Susana y Antonio le seguían, ahora ya los tres con sus armas empuñadas. Pudieron escuchar a otros compañeros entrando en el portal. El teléfono de Aritz sonó en silencio.

-¿Dónde?

-Tercero y subiendo. Te dejo las llaves de la casa de Rubén. 3ºF. Seguimos subiendo. Hay alguien. Están intentando que los vecinos les abran la puerta.

-¡¡¡Policía!!! ¡¡¡Deténgase!!! ¡¡¡No tienen salida!!!! – gritó Susana.

-¡¡¡Policía!!!! – gritó su compañero.

Se escuchó un disparo. Ninguno de los tres se paró ni se cubrió. Sabían que los que fueran estaban intentando entrar en una casa para tener rehenes. Era su única escapatoria.

Se escuchó otro disparo.

-Sexto piso. – gritó Antonio. Había visto el reflejo del choque de la bala contra la cerradura.

-¡¡Alto!!

-¡Suben los GEO! – le indicó Teresa a Aritz por el móvil.

Pero Aritz no se detuvo. Los tres escuchaban claramente como esos hombres cargaban con el cuerpo contra la puerta. Los tres echaron a correr escaleras arriba. Estaban en el último tramo de escaleras y uno de los hombres se giró y disparó contra ellos. Uno, dos, tres, cuatro disparos. Aritz se resbaló al pisar algo de líquido que se había vertido en un escalón y estuvo a punto de caer. A pocos centímetros de su cabeza, en la pared, se estrelló una de las balas que había disparado ese hombre. Susana no se lo pensó y disparó ella a su vez. El otro hombre hizo el gesto de girarse con un arma en la mano, pero uno de los disparos de la mujer le dio. Antonio disparó a su vez y dio al otro hombre. Aritz se incorporó y anduvo con el arma empuñada con las dos manos, con el cuerpo en tensión y agachado.

-¡¡¡Arma!!! – gritó Antonio.

Aritz también había escuchado el ruido al amartillar una automática, se giró hacia el sonido y disparó. Fueron los tres hechos casi en el momento: el aviso de Antonio y Aritz girando y disparando. Escucharon un gemido. Aritz siguió hacia arriba con Susana pisándole los talones. Antonio se quedó en el descansillo del sexto para indicarles a los compañeros que ya estaban allí. Los GEO se ocuparon de desarmar a los dos individuos y de registrarlos en profundidad. Aritz alcanzó al tercero que yacía en un pequeño rellano que había entre pisos. Apartó la pistola que todavía tenía a mano y le registró someramente. Le sacó otra pistola que llevaba en una pierna y una navaja de dimensiones interesantes que llevaba en la espalda.

-Quítale los zapatos y ten cuidado, no vaya a tener sorpresas. – le indicó Aritz a Susana.

-Las tiene.

Susana le mostró el zapato que tenía una especie de pincho en la puntera y en el tacón.

-¿Estáis bien?

Jose Oliver, el jefe de los GEO acababa de llegar a su altura con dos de sus agentes.

-Clara, Miri ¿Os ocupáis de éste?

-Desde luego, jefe.

-¿Estáis bien? No me habéis contestado.

Aritz estaba sentado unos escalones más arriba. Estaba frotándose la rodilla de la pierna con la que había parado el golpe al resbalarse. Hasta ese momento no había notado el dolor.

-Se ha resbalado – le explicó Susana a Jose.

-Menos mal que aquí nuestra amiga, estaba al loro y se ha cargado a uno de los de abajo. Y Anto al otro. Si no, no lo cuento. – el policía miraba agradecido a Susan y Anto que hicieron un gesto para quitarle importancia.

Aritz se apartó para dejar pasar al resto del equipo de los GEO que iba a recorrer todo el edificio para asegurarse de que todo estaba bien en cada vivienda.

-¡Policía! ¡Abran la puerta!. Queremos comprobar que todo está bien.

Varios agentes de la Unidad de Proximidad subían detrás para tomar declaración a cada vecino y revisar que todo estuviera en orden.

Tere llegó dónde Aritz y lo primero que hizo fue abrazarlo. Aritz le agradeció el gesto besándola en la mejilla.

-Cuando he escuchado los disparos se me han puesto de corbata – dijo Tere. – Casi pierdo las llaves de la casa de Rubén.

-¿Han entrado?

-No. Casi. Estaba la “llave maestra” en la cerradura. Les habéis pillado justo a tiempo.

-De todas formas el piso huele todavía a pota de borracho que echa para atrás. – apuntó Elías que le tendió el puño a Aritz para saludarlo.

-Habrá que echar un vistazo – dijo Aritz.

-Nos encargamos Elías y yo – le dijo Tere – Tú te vas a que te miren esa rodilla. Menos mal que haces caso a Javier y llevas el chaleco. ¿Ya les has dicho que se vengan con nosotros? No se pierden ningún fregao de los nuestros.

Tere se refería a los agentes de la Local. Susana se abrazó a Tere y lo mismo hizo Antonio. Al igual que Aritz, se conocían de hacía tiempo.

-Éste es Elías, uno de los dóberman famosos de Pati. – presentó Tere.

-Tenía ganas de ponerte cara – le dijo Antonio.

-Y yo a ti. Hemos hablado tantas veces …

-Anda, dejad las relaciones sociales y quitaros de en medio – les recriminó sonriendo José Oliver – Javier me deja de jefe supremo. Tiene lío en la Unidad. Así que a la puta calle.

-Jefe, no contestan en este piso. El de los disparos. Han atravesado la puerta.

-Seguid intentando. Dile a Juan que suba la cámara. Cabe por ese agujero. Comprobemos que todo está bien.

-Bajamos en ascensor – propuso Susana – abajo te espera una ambulancia. Me lo acaban de anunciar.

-No hace falta.

-Que te la miren y te pongan al menos algo de hielo – le reconvino Teresa – Yo me encargo de echar un vistazo a la casa de Rubén. Si es necesario llamo a Jorge para que venga a ayudar. Él la conoce mejor.

-Alguien tendrá que ir con estos al hospital.

-Quiñones se encarga. Javier no suelta el teléfono. Llámale cuando estés abajo.

-Mira, el jefe. – dijo Aritz mostrándoles la pantalla de su móvil donde aparecía su nombre. – Javitxu, ondo nago, ez kezkatu. Eskaileretan zerbaiten gainean irristatu eta belauna jo nuen. (Javitxu, estoy bien, no te preocupes. Me resbalé con algo en las escaleras y me golpeé la rodilla.)

-Ziur? Zoaz ospitalera zu begiratzera. Erregutzen dizut, mesedez. (¿Seguro? Vete al hospital que te miren. Te lo pido, por favor.)

-Handik deituko dizut, ez kezkatu. eta ez duzu joan beharrik, ezagutzen zaitut. (Te llamo desde allí, no te preocupes. Y no hace falta que vayas, que te conozco.)

-Ikusiko dugu horretaz. uzten zaitut. Tere Rubénen etxea zaintzen du. (Eso ya lo veremos. Te dejo. Tere se ocupa de la casa de Rubén.)

-Juan, mira esa es la puerta. No contestan. No vaya a ser que los disparos le hayan dado. – dijo Jose Oliver al compañero que se acababa de incorporar.

-Meto la cámara y lo miramos en un momento.

Javier nada más colgar a Aritz, llamó a la unidad que estaba de guardia en el hospital cuidando de Rubén.

-Atentos. Que nadie entre a verlo sin identificarse. Han intentado asaltar su casa hace unos segundos. Tres personas. Han caído heridas.

-Estamos en alerta. Tranquilo. Hay personal nuevo.

-Pues uno que se dedique a sacarles fotos. A todos. Y nos las mandáis. ¿Casualmente hoy llega personal nuevo? Que no entre nadie. Os mando refuerzos.

Javier empezó a escribir instrucciones en su móvil. Una unidad de Intervención se dirigía ya hacia el hospital.

-Javier, ha llegado Rodrigo Encinar. ¿Quieres que les diga a Ramón y Pedro? – Patricia había entrado como una exhalación en su despacho. Se lo quedó mirando con muda pregunta.

-Si, por favor. De todas formas voy a saludarlo. Luego me uno a ellos. Y no te preocupes, Aritz y Susana y Anto están bien. Aritz se ha resbalado y se ha hecho daño en la rodilla. Pero el tropiezo le ha salvado la vida. Me dice Jose que al caer, una de los disparos de esos ha dado en la pared a su altura.

-¡Joder!

-Él no parece consciente de ese detalle. Jose porque estaba un par de pisos abajo y lo ha vislumbrado.

-Sube en el ascensor – le contestó Patricia a su muda pregunta sobre la visita que esperaban.

Javier salió de su despacho y fue con paso decidido hacía allí.

Cuando se abrió el ascensor, enseguida reconoció al actor. Era cierto lo que le había dicho Jorge: había trabajado mucho con Carmelo. Se encaminó decidido a su encuentro. Él también pareció reconocerlo porque sonrió.

-Te vi una vez con Carmelo. Luego me dijo que eras el jefe de la Unidad.

-Encantado Rodrigo. Mira – Pedro y Ramón se había acercado a ellos – te presento a mis compañeros. Ellos van a charlar contigo. Luego me uno a vosotros. Ha surgido un problema y tengo que ocuparme.

-¿Grave? ¿Es sobre Álvaro?

-No, tranquilo. Álvaro está bien en su casa antigua. Están dos compañeros nuestros con él. No le van a dejar en toda la noche. Y se van a ocupar de que mañana acabe su publicidad sin ningún contratiempo.

Rodrigo pareció relajarse. Al escuchar a Javier, se había asustado. Y por el gesto serio del personal que estaba trabajando y su actividad frenética, parecía que el problema era grave.

-Tranquilo, Rodrigo. Los policías somos muy intensos. No ha habido muertos y hemos frustrado a los malos. ¿Qué tal el viaje?

-Como ahora los aviones van medio vacíos, al menos puedes estirar las piernas. Bien. Sin problemas. ¿Álvaro me aseguras que está bien? No me he atrevido a llamarlo por no meter la pata. Estoy muy sensible con todo esto. Menos mal que me he enterado al acabar la función.

-Mejor no le llames hasta mañana. No quiero que nadie se entere de que estás aquí.

-Nadie lo sabe. El viaje ya estaba programado así. Algún compañero tenía que rodar por la mañana a primera hora. Y yo tengo reunión para hablar de mi papel en Tirso. Me llamó el otro día Carmelo. La reunión no es con él, es con Rodrigo el director, la directora de producción y mi representante.

-Me alegro que estés en ese proyecto. Pasa por aquí.

Javier estaba guiando al actor hacia su despacho. Pero Ramón le detuvo.

-Usamos mejor la sala pequeña de reuniones – propuso Pedro. – Tú vas a necesitar tu despacho. Y no pasa nada si te echas una cabezada en el sofá. Nosotros nos ocupamos.

-Te dejo entonces con mis compañeros – dijo Javier.

-Sin problema.

Javier observó a sus compañeros llegar a la sala de reuniones e ir bajando todas las persianas. Ramón cerró entonces la puerta no sin antes guiñarle el ojo al comisario. Le sacó de sus meditaciones la enésima llamada de la noche:

-Javier, tenemos malas noticias – era Jose Oliver – en el piso que no contestaba, hemos metido la cámara. Hemos visto el cuerpo de un hombre. Hemos abierto la puerta pero no se ha podido hacer nada. El disparo le ha atravesado el cerebro.

-Joder. Vale. ¿Quieres que vaya?

-Tranquilo, me ocupo de todo. Acaba de llegar Raúl.

-Que se ocupe de la familia de ese hombre.

Javier se sentó un momento en su despacho. Esa última noticia le había tocado el alma. No había preguntado por como era la víctima. Debería interesarse por ella. Volvió a sonar su móvil.

-Dime Fernando. ¿No librabas hoy?

-He recibido un mensaje de SOS. Creo que es de uno de los músicos de Burgos.

-¡No me jodas!

-Acabo de recibir otro, espera que lo lea… “Por favor, ayuda”.

-Mándame el número. Le digo a Bruno que lo localice.

-Ya está. He llamado a Aitor. Está en una finca de Vecinilla, un pueblo cercano a Concejo.

-Vete para allá. No vayas solo. Mándame de todas formas la ubicación para tenerte controlado.

-He llamado a Raúl. Helga está en la casa de Jorge de Madrid … va a sustituir a Efrén.

-Raúl no va a poder ser. Ha habido una desgracia y se va a ocupar de la familia de una víctima.

-¿Tiene que ver con Aritz? Algo me ha llegado.

-Sí, lo tiene que ver todo.

-¿Aritz está bien?

-Está magullado. Pero está vivo. El resbalón le costará la rodilla fastidiada unos días pero le ha salvado la vida. Le ha librado de un disparo en la cabeza. No se lo digas ¿eh?

-¡Joder! Tranqui. No tenemos mucha confianza.

-Hablo con el Comandante Garrido para que os mande apoyo. Le doy tu teléfono.

-No hace falta. Ya nos conocemos. A lo mejor es una broma

-O a lo mejor es una trampa. Tenlo presente.

-No lo había pensado.

-Me vas contando. Llama tu a Helga. Tengo la noche muy agitada.

Iba a colgar, pero no pudo evitar una última recomendación:

-Así que al loro esta noche. No quiero más sustos. ¡¡Espera!! Me acaba de mandar Jorge una foto.

Javier se quitó el teléfono de la oreja. Pinchó el mensaje para verla mejor. Abrió mucho los ojos.

-No hagas nada de momento – le dijo a Fernando. – Espera que te llame. Bueno sí, mándame la ubicación de ese móvil.

Tere entró con cautela en la casa de Rubén. Su compañero Elías había definido con acierto el olor que se sentía al entrar. Parecía mentira que un vómito de borracho de hacía ya semanas, pudiera seguir oliendo así. Quizás la falta de ventilación había ayudado. O que la pota fuera más reciente, en cuyo caso, habría que buscar a quién correspondía.

Encendió las luces de la casa. No parecía especialmente desordenada, aunque tampoco parecía lo contrario. Echó un vistazo general y vio en la cocina, sobre la mesa, un pescado que pudiera ser el origen del olor nauseabundo que había en el piso. Lo habría sacado del congelador para que se descongelara. Y ahí se quedó. Eso no cuadraría con las últimas teorías que tenían al respecto de la agresión de Rubén, porque supondría un indicio de que esperaba volver a la casa. A no ser que alguien más tuviera llaves y que a veces se alojara allí. El pescado pudriéndose, de todas formas, no explicaba por si solo el olor de la casa. En una esquina vio un charco de vómito. Y no le pareció que fuera de hacía dos meses. Con suerte de hacía un par de días. Se alejó de ese rincón: no soportaría olerlo de cerca.

La inspectora escuchó un suave toque con los nudillos en la puerta. Fue decidida a abrir. Era Elías que se había entretenido un momento con una petición de Patricia. Nada más entrar, se llevó la mano a la nariz y la boca a la vez que le daba una arcada.

-Si no te importa, abro un momento una ventana. Este olor me repatea. No puedo con él.

-Abre un par de ellas para que haya corriente. No creo que yo aguante mucho sin empezar a tener arcadas. No me gustaría acabar la noche limpiando mi propio vómito.

Elías se encargó de las ventanas mientras Tere seguía parada en medio del salón. Miraba desde esa posición toda la casa. Quería hacerse una idea. Esa manera de proceder se la había copiado a Javier. No sentía las mismas cosas que él, pero era una forma de grabarse en la cabeza como encontró el escenario. Y también le servía para imaginarse las últimas horas de las persona que vivían en el sitio que tocara.

Esa casa le generaba ideas contradictorias. No era lo que se esperaba de alguien que sale de casa pensando en volver en unas horas, ni tampoco de la opción contraria. No habían determinado todavía a qué hora había salido Rubén de casa el día de la agresión. Las cámaras de los alrededores no estaban bien situadas para seguir el rastro de cualquiera que viviera en ese edificio. Chascó la lengua molesta, porque no se quitaba la idea de que había dos personas involucradas. Jorge no había dicho nada de que pudiera vivir nadie con Rubén. ¿No coincidiría o había decidido guardarse esa información? Había que pensar que si había acompañado a Rubén en estado de completa embriaguez su atención estaría centrada en ello. No debía haber sido fácil, ni aún teniendo la fuerza que todos decían que tenía, y que a Tere le parecía una exageración, manejar a Rubén, desnudarlo, bañarlo y meterlo en la cama. Y más si iba vomitando por las esquinas. A todos los efectos, cualquier persona era un peso muerto en esas circunstancias.

Elías miraba a su compañera con paciencia. Después de abrir las ventanas se había sentado en una silla con ruedas que había frente al escritorio en el que estaba instalado un ordenador. Parecía el rincón de trabajo del dueño de la casa. Abrió algunos cajones y vio que estaban casi todos llenos de papeles. No los tocó. Sabía que a Tere le gustaba revisarlos a ella misma con tranquilidad.

-Deberías empezar por estos cajones, Tere. – cuando habló Elías acababa de cerrar el último de ellos.

-Echa un vistazo a las habitaciones. Intenta sacar fotos de todo. Con detalle. No dejes ningún ángulo sin sacar. Me da que nos vamos a tener que ir enseguida. La noche está movidita. No dejan de llegar mensajes anunciando movidas.

Tere ocupó el lugar de Elías en la silla y empezó a abrir los cajones. Arrugó la frente al sacar el primer montón de documentos. Cuando Elías le había dicho que los cajones estaban llenos de papeles, pensó en que estarían relacionados con el supuesto trabajo de Rubén como diseñador gráfico. De repente se le ocurrió una cosa.

-¿Has visto por algún lado un ordenador potente con una impresora profesional, un plóter o una de esas tabletas para dibujar? Un panel como los que tenemos en la Unidad para ir poniendo toda la información de los casos … algo que sea característico de un rincón para trabajar. Algo profesional.

Elías asomó la cabeza por la puerta del cuarto que estaba fotografiando.

-No lo hay. A no ser que esté en un cuarto secreto. Eso debería ocupar bastante. En uno de los dormitorios hay una tablet, pero tamaño normal. Ahora la enciendo por ver que software tiene instalado. Enciende el ordenador de la mesa y miramos lo mismo.

Tere negaba con la cabeza.

-Si encuentras llaves de otro sitio, casa, almacén, trastero, cógelas.

-Miro en los cajones. En esos no había nada – Elías señaló los que estaba mirando Tere. – Mira en esos cubiletes de encima de la mesa, que no he mirado yo.

Tere se medio incorporó y los miró, incluso alguno que tenía un montón de cosas los volcó al lado del ordenador, pero no vio nada parecido. En uno de ellos vio un pendrive de Coca-Cola. Sacó una bolsa de pruebas y lo metió en ella.

-Si encuentras pendrives, los metes en bolsas y nos los llevamos.

-Esta tablet no tiene software de diseño gráfico. Ni programas de dibujo, a parte del Paint.

-El ordenador tarda en iniciarse. Mete la tablet y nos la llevamos. ¿Tenía contraseña?

-Sí. “Dilan”.

-Eso parece un homenaje más que una contraseña.

-Eso he pensado yo – dijo sonriendo Elías. – No tenemos muchas bolsas de pruebas.

-Dile al comisario Oliver. Seguro que llevan en su equipo.

-Sería mejor que nos lo lleváramos todo. El ordenador incluido.

-Pídele un par de cajas. Hay muchos papeles. Parecen contratos. Firmados por Gabriel Ríos.

-¿El hermano de Jorge?

-Coño, seré boba. Tanto llamarlo Gaby … que boba.

-¿Contratos de qué? – Elías se había acercado a ella.

-De relatos de Jorge. No los cobraban mal. Para no ser un profesional. Es de mucho antes de que publicara su primera novela. Sería poco más que un adolescente.

-Mira la última cláusula de ese contrato . Los cobra bien porque se supone que los van a publicar. Al menos da ese permiso. Esos que tienes ahí, son para trabajos de clase. Esos son baratillos.

-Me pregunto si antes de vender estos relatos o novelas, he visto al menos dos, Jorge las registraría.

-Eso, pregunta a Jorge.

-De momento Javier no quiere que comentemos al escritor nada de esto ni de lo que ha descubierto Olga en Estados Unidos. Mira, el libro de los relatos de Jorge del que nos ha hablado Olga. Hay un post-it que dice “relatos de Jorge Rios”. Tenemos que encontrar los contratos de los relatos de este libro.

-Lo que me alucina es el autor: JR.

-Bonifacio Campero quiso de alguna manera que se le reconociera a Jorge la autoría. Un homenaje – dijo con mucho humor, recordando lo de la contraseña de la tablet.

Llamaron a la puerta. Tere se levantó para abrir. Era Jose Oliver.

-Tere, Elías, sería mejor que dejarais esto para otro momento. El vecino al que llamaban esos malnacidos, está muerto. Acabamos de abrir la puerta.

-¡Mierda! ¿Te importa mandar a alguien con algunas bolsas de pruebas y un par de cajas? Guardamos lo que tenemos entre manos para llevárnoslo y somos todo tuyos.

-En nada sube Miri. Que os lo recojan ellos y que hagan la cadena de custodia a la Unidad y al laboratorio. Les explicáis lo que queréis llevaros. Vosotros vais al piso de ese pobre hombre. Raúl está hablando con los vecinos. No encontramos documentación de ese individuo. No sabemos quien es, salvo por el nombre que pone el buzón.

-De acuerdo. Eso es raro ¿no? – comentó Teresa.

-Hablando de eso. ¿Has visto por ahí la documentación de Rubén? – preguntó Elías a Tere cuando el comisario se fue.

Ésta negó con la cabeza. Hizo un gesto de extrañeza.

-Solo llevaba la tarjeta sanitaria en la cartera. Tampoco he visto dinero ni tarjetas de crédito. Y tenía al menos cuatro. Una Master, una Visa electrón y dos Visas clásicas, una de ellas Oro.

Volvieron a tocar en la puerta. Esta vez fue a abrir Elías.

-¿Qué os guardamos? Certifico la cadena de custodia, si te parece Tere. Os lo llevamos a la Unidad para que Patricia se haga cargo. Y lo que sea del Laboratorio, lo llevamos allí.

-Claro. Sería una gran ayuda. Mira, nos llevamos el ordenador. Esas cosas que tiene ahí Elías embolsadas y los papeles de estos cajones. Y si veis algo que pueda ser interesante, lo incluís también.

-Y si no te importa, toma muestras de ese vómito y de ese otro. – le indicó Elías.

-Y el pescado de la cocina. No me creo que sea de hace dos meses.

-Esta pota son dos distintas – Tomás, el compañero de Miri se había agachado a coger muestras.

-Pues toma varias. Fotografía de dónde las coges.

-Acabamos nosotros. Hacemos fotografías de todo. El jefe Oliver quiere que subáis rápido. Quiere que habléis con dos vecinos, a parte de echar un vistazo al piso de ese hombre. Es otro misterio en sí mismo. Raúl se ha ido a buscar a un tipo que algunos han visto a veces con ese hombre.

-¿Por?

-Nadie sabe en el edificio ni como se llama. No se trataba con nadie. Y no hemos encontrado documentación.

Tere miraba la pantalla de su teléfono.

-Y Fernando ha recibido un mensaje pidiendo socorro. De uno de esos músicos. Menuda noche nos espera.

-No os olvidéis de cerrar las ventanas y la puerta. – pidió Elías a Miri.

-¿La sellamos?

Tere se quedó pensativa.

-Sí. Me imagino que eso disuadirá a algunos de venir a investigar por su cuenta. Elías, vamos. Subamos a ver ese nuevo escenario.

Jorge Rios.”