Necesito leer tus libros: Capítulo 121.

Capítulo 121.-

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-Pareces otro, cariño.

Abril miraba desde la puerta de la sala de maquillaje como Gracia y Anselmo iban convirtiendo al comandante Garrido en alguien completamente distinto.

-La clave está en que te muevas de la forma que te he dicho. El bastón debes llevarlo firme. La pierna recta. Es importante que tengas bien claro cual es la pierna mala. El bastón siempre en el brazo contrario. Debes dar la impresión de que llevas media vida andando así.

Carmelo le estaba dando las últimas instrucciones.

-Eso no te preocupes. Es la pierna que me rompí hace años. Solo voy a cambiar la muleta por un bastón. No sabes lo que me costó cuando me curé, volver a andar normal.

-Todavía hay días en que cuando se levanta por la mañana, anda igual que entonces. – apuntó su mujer.

-No enseñes demasiado la palma de la mano, verán que no tienes callo del bastón.

-No creo que se fijen en esos detalles. El bigotillo éste, ¿No se caerá?

-No. Tranquilo. Y es muy sutil y ligero. Ni te molestará ni se caerá. El tinte del pelo se irá en cuanto te duches y te des este champú especial. Deberás enjabonarte un par de veces. – le explicó el estilista.

-Debes parecer un viejo verde – apuntó Carmelo. – Un hombre con dinero que se acaba de enterar por un amigo, que es posible acostarse con actores jóvenes y famosos. Y siempre acompañado por Fabio, tu … “secretario”.

-Es importante que emplees a menudo el subterfugio de “jugar” – Carmen intervino. – Luego, deberás cambiar al de acostarse. El protocolo que siguen es el de pasarlo a Willy o uno de sus compinches y luego éste se lo traslada al actor elegido.

-Si Álvaro está todavía entre las opciones, elígelo a él. – propuso Javier.

-O a Eduardo Lamalla. O a Manu Cantar. – añadió Carmen.

-Puede que fuera mejor elegir a uno que no esté en nuestro radar.

-Es más peligroso. No te veo acostándote con él. Deberías justificar que al final, no consumas.

-Pero Fabio puede hacer los honores. Un viejo verde que le gusta ver follar a su secretario con otros.

-¿Como en “Si te dicen que caí”? – Carmen fue la que hizo la referencia literaria.

Garrido asintió con la cabeza.

-Bueno, ya está. – dijo Anselmo que acababa de darle los últimos toques al pelo.

-Vamos entonces – dijo Garrido levantándose del sillón.

-No tengas prisa. Tienes todo el tiempo del mundo. Conviene que te dejes ver por el hotel donde te alojas. Y que Fabio y tú cojáis confianza. Lleváis tres años juntos.

-Eso no se consigue en diez minutos.

-Tienes el mejor coach, Carmelo.

-¿Yo? – el aludido no parecía que ese cometido estuviera entre sus planes para el día.

-¿Quién mejor? – Carmen abrió los brazos para apoyar su aseveración.

-Pues un fabulador. Aquí lo que de verdad se necesita es una persona … un escritor. Jorge por ejemplo. Debe inventarse una biblia para esta relación y para dar alma a estos personajes.

-Todo esto llevará tiempo. No creo que aguante con este disfraz muchos días.

-Creo que deberás despedirte de tu familia durante semanas.

-No me tomes el pelo, Carmen.

-No te lo tomo. – dijo Carmen con aplomo, aunque el gesto de la comisaria indicaba lo contrario.

-En qué hora me he dejado liar.

-Si en el fondo te gusta.

-Llama a Jorge, anda. Cuanto antes empiece antes acabaremos. Esto … va a ser largo. Yo que pensaba llegar en diez minutos a esa agencia y …

-Estás un poco desentrenado en operaciones encubiertas.

-Llama a Jorge. A ver si en unos días tiene preparado eso que dices. ¿Biblia?

-Es la historia de los personajes. Cuando haces una película, para saber como es tu personaje y con los que te relacionas, debes saber las razones que tienen para actuar como actúan, como han llegado a ser lo que son. Por qué cojean, por qué les gustan los hombres, o las mujeres, por qué no soportan ver a la gente escupiendo. O por la razón por la que las patatas con chorizo es su plato favorito.

-De donde viene tu dinero. Dónde vives en Valladolid.

-No te demores, llama a tu marido. – Carmen miraba a Carmelo con sorna.

-Llámalo tú, no te jode. Sois vosotros los que …

-Como te pones, Carmelo, querido. Ya le llamo, ya.

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Mientras llegaba al hotel en un coche de la empresa de Elías, la que se encargó del transporte en la fiesta que organizó Jorge en la Dinamo, ya había llegado al correo de Garrido la biblia que le había confeccionado Jorge. Miró asustado el reloj: apenas habían pasado dos horas desde que Carmen había hablado con él. No estaba en Madrid, así que no iba a poder acercarse. De los ensayos se iba a encargar Carmelo, no de muy buen grado. Había tenido que llamar a su representante para cambiar unos compromisos que tenía esa tarde.

-A lo mejor es una primera experiencia como director, luego te gusta, y la próxima serie que hagas también la diriges. – bromeó Garrido.

-Ni de coña. – la respuesta de Carmelo fue rotunda. – Veremos si produzco otra serie después de Tirso. Lo mío es actuar. Cada vez lo tengo más claro.

-Pero esto que ha enviado Jorge, no es solo la biblia. Tienes … es un guion completo.

-No sé si seré capaz de aprenderme … tienes razón, hay hasta diálogos.

-Si lo consigues, te ayudará mucho. No se trata que los repitas como un loro. Hazlo tuyo. Pero escucha lo que te diga tu interlocutor, no vaya a ser que él o ella no quieran seguir el guion de Jorge.

-No creo que pueda ser natural diciéndolos.

Carmelo suspiró resignado.

-De eso me encargo yo. Jorge sería mejor para eso también, pero está con otras cosas.

-Me conformaré entonces contigo.

De nuevo, la rechifla había asomado a la forma de hablar de Garrido. En el fondo, a pesar de sus quejas, empezaba a pasarlo bien. Esa experiencia le iba a divertir. Y así luego podía presumir en sus cenas de amigos o compañeros de haber recibido clases del mismísimo Carmelo del Rio, con guion de Jorge Rios.

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En el hotel le esperaba Fabio, con una maleta con sus cosas. Carmelo había elegido el “Only You Boutique” de Barquillo, el escenario en el que descubrieron el pastel de los problemas económicos de Álvaro. Era un hotel donde Carmelo tenía confianza por haberlo usado a veces en su época de follador impenitente. Conocía bien el hotel. Como el personaje que iba a interpretar Garrido era un hombre adinerado, reservaron para él durante un mes la Suite del Ático. Tenía la ventaja de la terraza y de que no era zona de paso. Se evitaban el peligro de encuentros no deseados en los pasillos. O de que alguien rondara por allí en busca de chismorreos. No obstante, habían diseñado un plan de seguridad para que Garrido estuviera protegido siempre. Dos de sus hombres convenientemente trajeados, harían guardia en el pasillo de acceso. La suite estaba convenientemente aislada del exterior por medio de inhibidores y otras mediadas de seguridad que eliminaban la posibilidad de que nadie escuchara, viera o grabara nada.

Fabio no parecía muy contento con esa performance. Javier le había obligado a hacerla. Era el pago por arreglar con uno de sus clientes un pequeño affaire que tuvo, robándole unas joyas. Fabio era un prostituto de lujo que a veces, se dejaba llevar por lo del “lujo” y buscaba atajos para llegar a ser un día el cliente, no el puto. No era mala persona, pero … tenía algunos impulsos que le hacían perder el norte. Esa vez, se pasó de la raya. Y el cliente al que le robó no era precisamente un alma de la caridad. Era un hombre con bastante mal carácter que no soportaba que nadie se le subiera a las barbas.

Javier lo conocía de hacía muchos años. Con Fabio, también había tenido contacto por otros asuntos. Le caía bien, aunque sabía de sus impulsos inconvenientes. No siempre actuaba así, pero había algo que con ciertos clientes, no podía controlar. El comisario estaba convencido que eso solo lo hacía cuando el tipo era bronco o mala persona. Javier le había sacado de muchos de esos problemas haciendo que esas personas retiraran la denuncia; estaba seguro que otros muchos no se habían atrevido a denunciar. Javier no lo entendía, porque muchos de esos hurtos eran de cosas que no le iban a llevar a ser rico.

Fabio no mostró ninguna simpatía por su supuesto jefe, Garrido. Se mostró hosco cuando se encontraron. Tuvieron que fingir que ya se conocían y que Garrido era eso, su jefe. Aunque a Carmelo le gustó, porque al menos todos los que lo presenciaron, tuvieron claro que jefe y empleado, no se llevaban bien. Y que Garrido tenía razones para estar enfadado con Fabio por su huida para seguir de juerga unas horas más.

-Quiero que quede claro que no estoy de acuerdo con nada de todo esto. Me parece una patochada y que todo va a salir de puta pena. Y me alegraré. Que se joda el Javier ese.

Al menos esperó a estar en la habitación y que el botones se fuera para soltarlo con tono enfadado. Garrido sacó entonces unas esposas y se las enseñó.

-¡Métetelas por el culo! – le esperó Fabio.

Garrido agarró el bastón que llevaba por la parte de abajo y lo usó como un bate de béisbol. Le dio un soberano golpe en sus posaderas.

-¡Cabrón!

-Eso. Métete en el personaje.

-Como me vuelvas a pegar …

-¿Qué?

Garrido volvió a levantar el bastón esgrimiéndolo como un bate.

-Ese sofá es tu cama.

-¿Dormir en el sofá?

-Eres el criado, no lo olvides. Y es un sofá cama.

Carmelo asistía divertido a la escena. No le hacía tanta gracia tener que bregar con ese Fabio. Javier le había dicho que pondría todo de su parte para que saliera bien. Aunque pudiera ser que la opinión del comisario fuera una visión optimista de la situación.

-Sr. del Rio – un botones había llamado a la puerta. – Estos son los documentos que nos ha pedido que le imprimiéramos.

-Gracias – Carmelo miró la placa que llevaba enganchada en la chaqueta – Rodric. Me gusta su nombre.

-¿Podría sacarme una foto con usted?

-Claro.

Carmelo se puso al lado del botones y se sacaron un selfie.

-Muchas gracias.

-Ten.

Carmelo le dio un billete de veinte euros.

-¡Gracias!

Carmelo se aseguró de que la puerta quedara cerrada antes de darse la vuelta y enfrentarse a sus “actores”.

-Ahí tenéis vuestras copias del guion.

-Vaya mierda.

-No me toques los cojones, Fabio – era Carmelo el que mostraba ahora su enfado. – Te advierto que como me cabrees, vas a echar de menos el bastón de Garrido y el calabozo. Creo que conoces la fama que tengo, así que procura portarte bien los días que dure esto. Y aplicarte. O si no, a parte, correré la voz de que eres el peor puto de Madrid. O mejor, diré que tienes ladillas o el SIDA.

-Estoy depilado.

-Mejor para ti.

-Nada. Creo que es mejor que cambiemos de planes. – Garrido había tomado la iniciativa. – No lo veo, Carmelo. Fabio no está preparado. Tiene miedo, es lo que le pasa. Va a enfrentarse a una agencia que le hace la competencia. No … en realidad está perdido. El miedo es libre. Lo sabes, Carmelo.

-Puede que tengas razón. Llamaremos a otro … le llamo a Javier y le digo que Fabio no nos sirve. Creo que conocía a otros jóvenes que se dedicaban a ser acompañantes de lujo.

-Oye, oye. Que estoy aquí. ¿De qué vais? ¿Queréis quitarme de en medio?

-Eres tú el que lo quiere hacer. Tú te estás quitando de en medio. Nunca me ha gustado trabajar con alguien que no quiere hacerlo. Si he detectado a alguno en mis rodajes, los he echado a patadas. Tú eres uno de esos. Vicias el ambiente. Esto es complicado. Estamos hablando de personas que obligan a prostituirse a personas que no quieren hacerlo, porque les han engañado con un dinero. Tú has elegido tu profesión. Y eres bueno trabajando. Eres buen amante y buen acompañante. Lo sé, algunos amigos han estado contigo. Pero tomas malas decisiones. Puede que necesites ayuda. Javier te la da siempre. Eso puede cambiar. Está en tu mano que eso no suceda y además, hacer algo por ayudar a los demás. Y no me digas, que te estoy viendo, que a ti no te ayuda nadie. Te remito a mi frase anterior. No te hagas la víctima.

-Sois unos cabrones.

-Lo que tú digas. Si no estás seguro de poder hacer lo que te pedimos, ahí está la puerta. Te repito: no trabajo con nadie que no quiera trabajar.

-Soy mejor actor que tú, hijo de puta. ¿O te crees que el noventa de mis clientes me molan? Todos unos viejos babosos y reprimidos que no saben ni comerla. Y todos salen satisfechos y pensando que son los hombres de mi vida. Eso es una actuación de diez. Vuelven y pagan más.

-Vale. Eso es lo que queremos que hagas.

-¿Con quién hay que follar?

-¿No sabes actuar sin follar?

-Tranquilo. Si se da, te dejamos follar. Conmigo de espectador, claro.

-Un viejo mirón.

-Ese es mi papel, sí. Te puedo asegurar que por muy bueno que seas, no me pones nada. – Garrido no pudo evitar mirarlo con un poco de guasa.

-Déjame un par de días y verás …

-¡¡Céntrate, cojones!! No tienes que conquistar a Garrido.

-¿Estás seguro que en esa agencia no te conocen?

-Solo trabajan con actores y otras celebridades. Para aparecer en sus boletines, debes acreditar televisión. Pero son un timo. Se quedan con casi la mitad. Parte lo cobran pretextando otros servicios o gastos.

-¿Conoces a algunos …?

-Sí. Algunos que hicieron el camino de ida y vuelta. Eran putos antes, tuvieron suerte y pillaron con alguien famoso que los sacó del anonimato, fueron a televisión y luego acabaron de nuevo de putos, pero ganando la mitad que antes. Y eso que su caché era el doble.

-Vale. Puede que sea interesante que alguno de nuestros hombres hablen con ellos. ¿Nos podrías poner en contacto?

-¿Qué saco yo con eso?

Garrido volvió a levantar el bastón a modo de amenaza.

-¿Un bastonazo en los cojones?

-Menudos dos os habéis juntado. Sois inaguantables – Fabio miraba alternativamente a Garrido y a Carmelo.

-Dios santo, dame paciencia. – Carmelo miraba al cielo.

-Me choca esa expresión en tus labios – Garrido miró al actor con gesto socarrón.

-Jorge, que me pega su dramatismo.

-No disimules. Eres una puta beata – Fabio le miró retador.

-Garrido, pásame el bastón. ¿Te he dicho que hice de jugador de béisbol en una de mis películas? No veas el swing que tengo.

-¿Eso no es de golf?

-Da igual. El resultado es el mismo: los cojones doloridos por un golpe con el bastón. Tu eliges.

-Me rindo. Pero ya me vengaré, ya.

Garrido volvió a esgrimir el bastón y le volvió a soltar un golpe en las posaderas.

-¡Joder, que haces daño!

-¿Quieres más?

-Vale joder. Vamos a empezar. No puedo estar muchos días sin trabajar. La peña se va a olvidar de mí.

-Recuérdame que llame luego a Javier para agradecerle que nos haya traído a este mentecato.

-No te preocupes, si no, le llamo yo.

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Personajes:

Luciano Aguirre: 45 años. Lesión en su pierna derecha. Accidente de moto. 15 operaciones para recuperar parte de movilidad. Desde entonces está amargado. Apenas ha tenido parejas. Como tiene dinero, lo suple pagando a chaperos para tocarlos. En el mismo accidente quedó impotente. No pude tener erecciones. Desde hace tres años, decidió tener un “asistente”. Vive en Valladolid, en la Acera de Recoletos 11. Un piso señorial en un edificio señorial. Su patrimonio alcanza los 239 millones de euros.

Fabio Vastro: 22 años. Chapero. Empezó con 16. Luciano estuvo con él varias veces antes de proponerle que se convirtiera en su asistente. En principio dijo que no, pero un cliente que le partió la cara, le convenció de ello. Aún así, siempre parece estar enfadado. Aunque discute mucho con su jefe, lo defendería de quien fuera. Él aunque es exigente, lo ha defendido a él. Y eso, le llegó al alma.

Escena 1: Ext. Mañana soleada. Gran Vía de Madrid a las puertas del edificio de oficinas que alberga la agencia de acompañantes. Fabio se apea del coche para ayudar a su jefe a bajarse. Esa mañana está especialmente dolorido en su pierna.

¡¡Cuidado!! Desde el momento de bajar del coche, tener presente que habrá cámaras y micrófonos. No abandonar el papel en ningún momento.

Fabio:

Sería mejor que lo dejara para otro día.

Luciano.

Te he dicho que no. Se me pasará. (tono hosco, enfadado – Durante unos segundos esgrime su bastón a modo de bate).

Fabio:

Lo que usted diga. Va a pagar algo de lo que no va a disfrutar.

Luciano:

¡Idiota! Eres tú el que va a disfrutar. Yo solo voy a mirar.

Fabio:

Lo que usted diga.

Luciano se apoya en Fabio y en el bastón. Apenas puede mover la pierna. No ha querido tomar sus analgésicos. Empieza a notar que le han creado adicción y cada vez le hacen menos efectos.

Fabio lo mira con pena, pero tiene cuidado de que su jefe no lo note. No quiere recibir un bastonazo.

Fabio:

Debería darle una hostia y llevarlo al hotel. No puede con su alma.

Luciano:

No te pago para pensar, idiota. Te pago para que te desnudes y te la peles en mi honor.

Fabio:

Lo que usted diga.

Luciano:

Encima que te voy a buscar un amante famoso.

Fabio:

Serán de medio pelo. No creo que un famoso de verdad se venda para follar por dinero.

Luciano:

Tú que sabrás. Me han asegurado que son de primer nivel. Actores. Y algún futbolista. Músicos.

Fabio:

Ya verá como son de medio pelo. No creo que Álvaro Cernés se postule para follar conmigo.

Luciano:

Pues me han dicho que sí. Y el tipo que me lo ha dicho es de fiar. Un tipo de San Sebastián. Quedó con él.

Fabio:

Si es el de esa empresa … valiente tipejo presumido. No tiene donde caerse muerto.

Luciano:

No hables así de mis amigos.

Escena 1: (cont) Int. Entran en el edificio. Hall amplio estilo antiguo. Ascensores al fondo. Suelos de mármol brillantes. Mucho movimiento de personas entrando y saliendo.

Luciano tiene un pequeño traspiés, le ha fallado la pierna. Fabio ha podido controlarlo y evitar que cayera al suelo. Lo mira con pena.

Fabio:

No se ha tomado las pastillas.

Luciano:

Eso ni te va ni de viene, niño.

Fabio:

Claro que me va. Si le duele mucho estará inaguantable.

Luciano:

Eres un insolente. No sé como te aguanto.

Fabio:

¿Porque nadie a parte de mí lo hace?

Luciano:

Tú que sabrás. Tengo muchos amigos.

Fabio:

Ninguno le aguanta dos tardes seguidas.

Luciano se intentó enfrentar a su asistente, pero cuando se soltó del brazo de Fabio, volvió a perder estabilidad. Fabio lo cogió de nuevo del brazo y lo mantuvo firme. Luciano pulsó el botón del ascensor con el bastón. Como no acertó a la primera, acabó por darle un par de golpadas. Fabio le cogió la mano y le obligó a bajar el bastón. Se acercó al botón y lo pulsó él.

Fabio:

Hay que tratarlo con suavidad.

Luciano volvió a mirarlo con asco. Pero se contuvo. Empezaba a estar ligeramente mareado por el dolor. Nunca le daría la razón a su asistente, pero la tenía: debería haberse quedado en el hotel, y haberse tomado una pastilla al menos.

Fabio:

Una cosa es que se tome el máximo que le dijeron, y otra es que no se tome ninguna, jefe.

Luciano:

Te he dicho un millón de veces que no me llames jefe. D. Luciano estará bien.

Fabio:

Lo que usted diga Jefe.

Escena 2: Int. Ascensor. Moderno. Van al quinto. Oficina 521. No dicen nada. No suben solos.

Escena 3: Int. Apartada en un recodo, para llamar menos la atención, está la agencia. Es la última. Llegan a la puerta. Caminan despacio. La puerta se abre al llegar ellos. Un joven les recibe con una sonrisa.

Recepcionista:

¡Pasen! Les he visto llegar por las cámaras. ¿Quiere que le ayude D. Luciano?

Luciano:

No necesito ayuda ¿No lo ves?

Recepcionista:

Claro. Discúlpeme. La Sra. Cabanilles les atenderá en unos momentos. Síéntese D. Luciano en esa butaca.

Luciano:

Solo veo una butaca. ¿Y mi ayudante?

Recepcionista: (sorprendido por la reacción del cliente)

Ahora acerco una silla.

Luciano permaneció de pie mientras el recepcionista acercaba una silla. Cuando lo hizo, Fabio maniobró para que su jefe se sentara en ella. No le gustaban las butacas porque le costaba levantarse más. Fabio, una vez acomodado su jefe, se sentó en la butaca sin acabar de recostarse. Su jefe daba la sensación de que se iba a caer en cualquier momento. Tenía la cara crispada por el dolor. Al final se decidió y sacó un bote de los analgésicos que tomaba y una botella de agua. Sacó una cápsula y se la tendió para después tenderle el agua. Luciano se lo pensó, y tras un momento en que valoró darle un golpe en la mano, cogió la cápsula y se la metió en la boca. Pegó un par de tragos de agua para ayudarse a tragarla. En pocos minutos, su mejoría fue palpable. Fabio respiró aliviado.

Escena 4: la dueña de la agencia entra en la sala de espera. Mujer de unos cuarenta años. Bien vestida. Ropa de marca. Pantalones y blusa. Mujer acostumbrada a dominar la escena.

Sra. Cabanilles.

Don Luciano. Bienvenido. Perdone la espera.

Fabio ayuda a Luciano a incorporarse. La mujer ignora al asistente. Tiende la mano al hombre que le corresponde con decisión.

Sra. Cabanilles.

Espero que nuestro recepcionista le haya atendido adecuadamente.

Luciano:

¿Recepcionista? Sí, sí. Muy amable. (tono condescendiente, como de no haberse dado cuenta de su existencia)

Le guía a su despacho. Hace un amago de dejar fuera a Fabio, pero Luciano con una mirada dura, la convence de que eso no es una opción: Fabio va donde vaya él. La mujer inicia la exposición de los servicios que su agencia ofrecen al público. Solo habla de un servicio de acompañantes, para cenas, para pasear o para acudir a eventos.

Luciano:

Señora como se llame. No me haga perder el tiempo. Usted seguro que estará muy ocupada y yo también. No he venido por eso. He venido a buscar un joven famoso para jugar. Sexo.

Sra. Cabanilles:

Pero según nuestra investigación, usted …

Luciano:

Me gusta mirar y tocar. Fabio se encargará del trabajo de campo. Es un buen amante, se lo aseguro. Y está bien dotado. Le he entrenado en lo que me place.

Sra. Cabanilles.

Me temo que ese tipo de servicio no lo ofrecemos. No es … habitual.

Luciano.
Me han dicho que ofrecen todos los servicios posibles. Todos.

Sra. Cabanilles.

Creo que su informante está equivocado.

Luciano no dijo nada. Su gesto era de contrariedad y de enfado. Se apoyó en el bastón e intentó levantarse. Fabio se apresuró a ayudarlo. La mujer lo miró sorprendida.

Luciano:

No perdamos el tiempo. Usted seguro que es una mujer ocupada. Fabio, llama al chófer. Nos volvemos al hotel.

Luciano volvió a apoyarse en el brazo de Fabio. En la otra mano, el bastón. Parecía que la pastilla le había hecho efecto y sus dolores se habían mitigado. La mujer lo miraba con gesto duro.

Sra. Cabanilles:

¡Espere! Todo es cuestión de hablarlo.

Luciano, girándose ligeramente sin acabar de enfrentarse directamente a la mujer:

O sí o no. Es fácil. Ha dicho que no. Me gustan las cosas claras. No me gusta perder el tiempo ni hacérselo perder a nadie.

Sra. Cabanilles:

Puede que a lo mejor …

Luciano:

¿Sí o no? Decídase. No tengo el cuerpo para tonterías.

Sra. Cabanilles.

Tome asiento de nuevo, por favor.

Luciano:

¿Sí o no? No me ha respondido. Y con actores protagonistas, de primer nivel. No me maree enseñándome fotos de actores de medio pelo que han hecho media serie en un papel que duraba tres minutos en pantalla.

Sra. Cabanilles.

Le advierto que eso es caro.

Luciano:

No me ofenda, por favor. Me ha investigado. No creo que mi situación financiera ofrezca ninguna duda. Me está insultando. ¿Sí o no?

Sra. Cabanilles.

Sí. Vuelva a sentarse por favor. En un momento le enseño nuestros actores VIP.

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Manu Cantar había sido el elegido. Eduardo Lamalla al parecer estaba ocupado. Álvaro seguía apareciendo entre las ofertas de la agencia, aunque al pedirlo, le dijeron que tampoco estaba disponible en ese momento.

-Está rodando ahora. Es un trabajo exigente que requiere todo su esfuerzo y dedicación.

Garrido permaneció imperturbable.

-Avíseme cuando esté disponible. Me interesa.

-Su caché.

-No me vuelva a insultar, Sra. Como se llame.

La reunión no dio para más. Don Luciano hizo la transferencia en el momento. Era la costumbre de la agencia, según la Sra. Cabanilles. La mujer intentó luego dulcificar la premura en el pago, pero Garrido se levantó y sin decir nada, apoyado de nuevo en Fabio, salió de la oficina. Ni siquiera se despidió de la mujer.

Cuando Manu Cantar llegó al piso del hotel en el que estaban alojados Garrido y Fabio, dos de sus hombres perfectamente trajeados, haciendo las veces de los escoltas privados de Don Luciano, le hicieron meterse detrás de un biombo para desnudarse completamente.

-Al jefe le gusta que entres desnudo completamente. Sin pendientes, sin colgantes, anillos, pulseras.

-Pues vale – dijo el actor mostrando su incomodidad.

Una vez desnudo y con su ropa en el pasillo, le franquearon la entrada en la habitación. Fabio lo esperaba en la puerta con un albornoz para que se tapara.

-No soy de piedra. – bromeó el asistente de Don Luciano. – Soy Fabio. – le plantó dos besos sin dudar. El actor no parecía muy cómodo.

Fabio lo acompañó a la terraza donde estaban Garrido y Carmelo.

-¡Manu!

El aludido pareció relajarse al escuchar una voz conocida y reconocer a su compañero al girarse.

-No esperaba que estuvieras – saludó a su colega.

-No quería dejarte solo. – Carmelo le sonrió acercándose para abrazarlo.

-Esto es una pesadilla. Te juro que …

-Ya estamos más cerca del final.

Garrido se había levantado y también había ido a su encuentro.

-Te presento al Comandante Garrido. Trabaja con Javier en este caso.

-¿Comandante?

-Guardia Civil.

-Yo creía que este caso lo llevaba la Policía y que no …

-Somos un caso raro – sonrió Garrido. – Javier y yo lo hacemos todo a medias. Compartimos nuestros casos.

-¿Y ahora que hacemos?

-Si nos cuentas como ha sido que te contacten … lo que te han dicho … si te han pagado o te han informado de lo que hoy ha disminuido tu deuda con ellos …

-Tened. – les tendió su móvil – Todo está ahí. Haceros copia, los mensaje desaparecerán en unas horas.

-¡Qué timo! Me han cobrado más del doble. Y me han advertido que si quedo contento y se me ocurre gratificarte, que sea a través de ellos. Hasta de las propinas quieren sacar tajada.

-Eso no lo sabía – el rostro de Manu Cantar mostraba a las claras la furia que sentía al conocer esa novedad.

-Por cierto, que sepas que en la ropa que llevas, y en la medalla, tienes cámaras. – Carmelo miraba el móvil al decirle eso.

-¡No jodas! Os lo olíais. Por eso lo de desnudarme. Y yo que pensaba que era para el solaz de los vigilantes.

-Lo siento. Además, Pol y Eric, mis hombres hoy, no son de los que les gustaría disfrutar contigo. Pero si lo prefieres, la próxima vez, los cambio por dos que sí.

-Yo sí que disfruto – dijo Fabio levantando la mano. – Si quieres podemos pasar un rato agradable.

-En otra ocasión no te digo que no.

-¡Lástima!

-Cuéntanos, por favor. Queremos saberlo todo.

-No es tan distinto a lo de Álvaro o lo de Gonzalo Semtí.

-No con todos siguen el mismo protocolo. Hasta dónde sabemos, Ricardo no ha dado el paso a tener sexo con los clientes, por ejemplo.

-Ni Gonzalo tampoco. – apostilló Carmelo la primera afirmación de Garrido.

-No lo sé. No es algo de lo que hablemos. Si me preguntan, no lo reconozco. Pero era la única forma de pagarlo de una manera rápida. Tengo que aprovechar que han renovado mi serie “Al alcance del cielo”. Así tengo unos meses más de estar en el candelero. A otros compañeros se les ha ido la fama tan rápido como les llegó y les han bajado su caché. Es ridículo lo que dedican a quitar deuda.

-¿Cuanto te prestaron?

-Ciento setenta mil. Para la entrada a una casa. Ya la he puesto a la venta. Me he dado cuenta que no me gusta y es enorme para mí. Y lo peor de todo, es que no me gusta. No me gusta. Pero me ofrecen la mitad de lo que me costó. Creo que la agencia inmobiliaria me está timando. La hipoteca me está matando además. Y el banco no quiere saber nada de cambiar las condiciones.

Carmelo sacó una tarjeta.

-Es nuestro abogado, el de Jorge y el mío. Te ayudará. Dile que vas de nuestra parte.

-¿Y qué va a hacer?

-Cambiarte el piso de agencia, encargarse de negociar con los posibles compradores. Y negociar con tu banco. Ayudarte a salir del entuerto.

-¿Álvaro también ha dicho que sí a tener sexo con los clientes? – preguntó Garrido.

-No me lo ha dicho, pero lo hizo. Lo hace. Lo sé. Hemos compartido algunos clientes. Me lo han dicho.

-¿Lo hace?

Carmelo lo miraba con gesto duro.

-Quiere devolveros el dinero lo más rápido posible. O le ha cogido el gusto. No le digáis, por favor que os lo he contado. No sabe que lo sé. Con algunos clientes parece que … le cayeron bien. No lo sé, es tontería buscar … no sé sus motivaciones.

-Que idiota es.

-Quizás necesite centrarse de nuevo. Esto no … te descoloca, Dani. Acabas por no saber quien eres ni lo que te gusta. Creo que, al menos en mi caso, el sexo no será igual nunca. Estar actuando siempre. En tus trabajos y en tu vida particular. Es agotador. Ya no sé quién ni qué me gusta. Y lo peor, es que te da vergüenza, por lo que no lo puedes contar a nadie.

-Cuéntanos de ti, anda. Aprovecha que lo sabemos y que no te vamos a juzgar.

-¿Tenemos tiempo?

-He pagado por pasar toda la noche contigo – dijo Garrido. – No puedes salir de aquí hasta mañana por la mañana. Tenemos tiempo.

-También es cierto. No sé por dónde empezar.

-¿Qué te llevó a llamar a la Unidad de Javier sin identificarte?

-Cuando vi el mensaje con la foto del portal de Álvaro. Y la amenaza. Os lo juro, me cagué encima. No soy valiente, lo reconozco. Parezco un tipo decidido, hecho a sí mismo. Y es verdad, me lo he currado yo solo. Pero no me van las peleas ni la violencia. Nunca. Y me he criado en un barrio complicado. Pero he huido de esas cosas. Iba a decir mi nombre, pero me dio miedo. Pero era claro que cualquiera de vosotros, Álvaro, Ricardo, tu mismo Dani, ibais a reconocer mi voz.

-Nos tendrás que decir los clientes con los que has estado y has llevado la ropa que te han dado en la agencia. Tendremos que avisarles que a lo mejor, han sido grabados.

-Veré que puedo hacer. Muchos de ellos fingían ser otras personas. Pocos me dijeron su nombre verdadero.

-¿Te apetece beber algo? Me iba a preparar un pelotazo – Fabio se había levantado e iba hacia el mueble bar.

-No te digo que no. Así se me suelta la lengua. Vodka con naranja, por favor.

-¿Carmelo? ¿Garrido?

-Gin-tonic. ¿Te animas Rui?

-Sí. Otro. Dinos Manu. ¿Cuándo empezó todo?

-Pues …

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-¡Tía Claudia!

Ignacio sonrió feliz de ver a su tía caminando sola hacia la mesa en la que estaba sentado en la librería “Sueños y Esperanza”. No solo era librería sino que también era un café – bar. Su hermano Adonai le había hablado de ella y desde que lo hizo, se había hecho asiduo. Además, sabía que Jorge Rios solía ir de vez en cuando y estaba ansioso por coincidir con él. De momento no había tenido suerte, pero esperaba que eso cambiara algún día.

Ignacio llevaba una temporada larga con pensamientos negativos de continuo. Su novio Beni lo convenció para dejar a su familia e irse a vivir con él. Durante una temporada, estuvo asustado por la posibilidad de que Ignacio le diera un susto cualquier día e intentara acabar con su vida. Los padres de Beni se volcaron con el chico y le buscaron un psiquiatra que se encargó de encauzar poco a poco el ánimo del joven.

Aunque había dejado a su familia, no había roto con ellos. Con sus hermanos se veía frecuentemente. Con su madre menos, pero no era porque no la quisiera, sino porque pensaba que la ponía en un compromiso con su padre. A éste era al que no quería ver ni en pintura. Solo con que le nombraran delante suyo, su ánimo bajaba muchos enteros en la cotización de la vida. Adonai era el encargado de organizar las reuniones de los hermanos. Aunque Edric últimamente se había acercado alguna vez él solo a verlo. E Ignacio, había ido a escucharlo en todos los conciertos en los que había participado. Se sentía orgulloso de él. Con catorce años, era más decidido que él. Había tomado las riendas de su vida buscando la manera de hacer lo que le gustaba, fuera de las miradas de su padre y de sus amigos. Y lo mejor de todo es que lo había conseguido.

A una de las personas que echaba de menos era a su tía Claudia. No era en realidad su tía, pero la sentía así desde siempre. Había estado malita, como decían para no nombrar su enfermedad, y no la había visto en muchos meses, aunque sus hermanos le habían ido informando de su estado. La temporada que todos pensaron que no lo iba a superar, lo pasó muy mal. Claudia siempre había sido una mujer que lo había escuchado. Y a parte, Ramiro, el hijo de Claudia era de siempre su mejor amigo. Desde que cayó en la depresión, de hecho se quedó con el papel de su único amigo.

Ignacio se levantó y fue al encuentro de su tía. Ésta se paró en medio de la calle y abrió los brazos para recibirlo. Se fundieron en un abrazo muy apretado. Claudia agarró la cara de su ahijado con las manos y se lo quedó mirando unos segundos antes de comerle la cara a besos.

-Me da igual si eres mayor ya para los besos de tu tía.

-Lo que los he echado de menos, Claudia. Me puedes besar siempre que quieras. Es más, quiero que me beses todos los días.

-Pues eso estaré encantada. Y si le dices a mis hijos que no es mala cosa, te lo agradeceré.

-No seas injusta, tía. Que sabes que se dejan besar con gusto. Pero se tiene que hacer valer.

-¿Eso te dice tu amigo? Que jodido él. La madre que le parió que soy yo. No, en serio, estoy orgullosa de ellos. Se han portado como héroes con mi enfermedad. Han estado ahí y han disimulado su incomodidad cuando me han visto en los días malos. Pero en esos era cuando más estaban a mi lado y me cogían la mano y me la besaban. Eso me … – la voz se le quebró a Claudia. No pudo seguir hablando.

-Y Garcés siempre ha gustado de abrazarte.

Claudia volvió a acariciar la mejilla de Ignacio. Éste seguía rodeando la cintura de su tía con los brazos.

-¿Me dejas tomar un té contigo? Veo que no ha venido tu madre.

-O sea que lo teníais preparado. Ya le echaré la bronca a mi madre que no me ha dicho nada.

-Era para darte una sorpresa. Además, todavía estoy un poco renqueante y todos los días no acabo de tener fuerzas para estas cosas. No quería que me esperaras y al final no poder acercarme. Te advierto que hoy ha sido la excursión más larga que he hecho.

-Pero dime y voy a verte. No lo he hecho por no molestar.

-Ignacio, no me fastidies. Siempre puedes ir a verme. Y si tu amigo, a la sazón mi hijo, te ha dicho otra cosa, le voy a dar una colleja cuando me lo eche a la cara.

-A lo mejor es que está celoso – Ignacio sonrió con un poco de guasa.

-Podría ser, ahora que lo dices. Me voy a pensar eso que me has dicho.

Claudia se apoyó en el brazo de su ahijado y caminaron los dos hacia la mesa que ocupaba en la terraza de la librería-café. Se pidió un té y otro café para Ignacio. Éste empezó a lanzarla un ciento de preguntas sobre como estaba.

-Pero de verdad, tía. No me dores la verdad, no soy un débil.

-Estoy mucho mejor, de verdad. Y hoy al verte y sentirte tan cambiado desde la última vez, tan lleno de vida … no sabes lo preocupada que me has tenido.

-Ha sido duro. No te miento si te digo que si no llega a ser por Beni y por Rami, no sé si ahora mismo estaría aquí.

-Cada vez que pienso en lo que has sufrido … y en como te lo has guardado todo … y sigues haciéndolo. Deberías soltarlo todo. Todo. Para saber con quien nos jugamos los cuartos.

-Por tu forma de hablar, parece que alguien te ha contado.

-No, tu amigo no ha sido, te lo aseguro. Te es fiel hasta por encima de su madre. No soy tonta. Juanito me contó ciertas cosas de tu padre. Unos desencuentros que han tenido y la forma que ha decidido imponer su criterio. Como trata a parte de sus alumnos y como les chantajea para obligarlos a hacer sus designios. Como tiene a parte de la profesión agarrados de sus cojones.

-¡Tía! ¡Ese vocabulario! – Ignacio se sonrió seguramente pensando en lo que iba a decir – Pues va a ser verdad que estás muy recuperada. Ya has recuperado tu léxico directo y sin complejos.

Claudia le dio un manotazo cómplice en el brazo. Pero no se olvidó del tema del que hablaba. Quería acabar lo que quería decir a su sobrino.

-Y como he tenido mucho tiempo para pensar, he hilado una teoría que me he guardado, estate tranquilo.

-No le digas nada a mi madre. Está muy enamorada de mi padre y …

-Tu madre sabe. Iba a decirle la verdad, cuando me enteré de ella, claro. Hasta que Juanito me contó … vivía en la inopia. Pero tu madre es … muy importante para mí. Sin ella y sin mis tres hombres, no creo que hubiera superado la enfermedad. Bueno no cantemos victoria. Estamos en proceso. El caso es que no me parecía bien que no supiera los manejos de tu padre. Juanito no era de la misma opinión. La de contarle a tu madre.

-Claro que la vas a superar. Porque ahora me voy a unir a tus tres hombres para mimarte y darte besos. Y cogerte de la mano y acompañarte a dar paseos. Y al cine. Echo de menos ir al cine contigo.

Ignacio obvió el tema de su padre. No le apetecía entrar en él.

-Es verdad. Tenemos que repetir. Mis hijos eso de meterse en una sala a oscuras, no les ha gustado nunca. Así que tú y Adonai me dabais la excusa de tener compañía para ir al cine.

-Y ver las pelis de dibus y de acción que te gustan.

-Es que todos en mi entorno, parecen tan cultos tan …

-¿Estirados?

-Eso.

-¿Tienes compromiso para comer?

Claudia enarcó las cejas.

-¿Qué me propones?

-¿Comes conmigo? Conozco una hamburguesería … y así te presento a Beni. Trabaja en ella.

Claudia abrió mucho los ojos y sonrió.

-Me parece el mejor plan que me han propuesto en mucho tiempo. Tengo ganas de conocer a tu Beni.

-No te dejes embaucar por mi hijo que es un liante.

-¡¡Mamá!!

Ignacio se levantó de un salto y abrazó a su madre.

-¿Cómo estás cariño?

-Bien mamá. Estoy mejor, sí, no me mires así. No te miento. Y ahora que he visto a mi tía como ha mejorado, estoy todavía mucho más animado . Hoy parece que todo son buenas noticias.

-Tengo que pedirte perdón, hijo.

-¡Mamá! No me gusta eso que dices. Siempre me has querido.

-Sentaros, anda. Me va a doler el cuello de miraros hacia arriba. – Claudia sonreía feliz. – ¡Camarero! Un té para mi amiga por favor.

-No te has pedido pastas.

-Te estaba esperando a ti.

-Si eres tú …

-Pero me sirves de excusa. Así si me ve alguien puedo decir que son para ti.

Siguieron bromeando durante un rato. Los tres estaban a gusto. Ignacio reconoció que era uno de los días más felices de los últimos tiempos.

-No me miréis así. Es cierto.

-Lo que te decía antes es verdad, cariño. Tengo que pedirte perdón. He sido ciega y sorda durante toda mi vida. No debería haber permitido …

Adela se echó a llorar. Ignacio se quedó sin saber como reaccionar. Claudia se acercó a su amiga y la cogió las manos.

-No te flageles, Adela. Yo tampoco me he dado cuenta de nada. No podemos arreglar eso. No podemos cambiar el pasado. Ahora estás tomando decisiones importantes. Eso es lo que puedes hacer. Juan Ignacio ya ha organizado ese concierto benéfico que le dijiste. Tocarán el concierto de violín de Sibelius.

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-Y en la segunda parte, el concierto de Beethoven. Y la fuga como propina.

-Menuda paliza para el violín. Me imagino que el violín será ese chico, Sergio Plaza.

-A lo mejor comparte la cabeza de cartel. Dídac Fabrat dirigirá la orquesta de Castilla y León.

-Es buena orquesta.

-Lo es.

-¿Podemos ir a ver ese concierto? Me gustaría conocer a ese músico.

-Claro. Y te sentarás a mi lado. Invitaré también a los abuelos.

-¿De verdad?

-No quiero que tengáis que verlos a escondidas. Que yo no me lleve bien con ellos, no quiere decir que os quiera privar de su cariño.

Ignacio se quedó sorprendido con las afirmaciones de su madre. Parecía que su tía iba a tener razón y que había cambiado mucho.

-Sé que el abuelo queda contigo de vez en cuando.

-Me propuso irme a vivir con ellos. Y ocuparse del psiquiatra y de mis gastos. Pero le dije que no. Estoy bien con Beni. Y no quería contrariarte.

-No sé como contestar a eso. Como reaccionar. Es que … ¿Ves por qué quiero que me perdones? No has …

-Mamá. Te has ocupado de mí. Lo sé. No lo has publicado en El País, pero lo has hecho. No me chupo el dedo. Y tienes a Adonai de informante. ¿Que hayas estado ciega con papá? Es lo que tiene el amor. Ahora con Beni, me doy cuenta de ello. No soy capaz de ser imparcial respecto a él. Sus errores, los perdono todos. Los disculpo y los defiendo ante sus amigos o su familia. Él hace lo mismo conmigo. Y que el abuelo a pesar de todo nos vea, lo sabes. Te has hecho la tonta, pero lo sabes.

-Quiero que dejemos de jugar a hacer las cosas a escondidas. Puede que lo supiera, sí. Pero quiero que a partir de ahora, no haga falta ocultarlo. Quiero ir a ver a Edric tocar. Quiero que vengas tú y tus hermanos y los abuelos a ese concierto que patrocina por cierto, una de las empresas de tu tío Constantino.

-¿El tío Juan se ha atrevido a contrariar a papá organizando ese concierto benéfico? Y con el tío Constantino de patrocinador.

-Se lo pedí yo.

-Pero mamá … no sabes de lo que es capaz papá.

-Claro que lo sé, cariño. Vi con mis ojos como amenazaba de muerte a Dídac y a Jorge Rios.

-¿De muerte?

Ignacio tenía el gesto demudado. El color de su cara lo había abandonado.

-Cariño, se lo pedí yo. A tu tío Juan. Que organizara ese concierto. No se lo pedí, se lo exigí. Escuché parte del concierto de ese chico con Dídac y tres compañeros. Dídac ya sé de lo que es capaz hace tiempo. Es un genio. Todos lo sabemos. Pero ese Sergio … y esos otros músicos damnificados también por los “negocios” de tu padre … No lo puedo permitir. Ahora que lo sé, no lo puedo …

-Pero mamá, no sabes … papá …

-Mañana voy a ir a ver a una policía.

-¿Policía? Los tiene a todos comprados.

-No, Ignacio. – Claudia había tomado la palabra. – No a todos. A los que va a ver tu madre, no los tiene en el bote. ¿Por qué nos miras así?

-No sabéis lo que habéis hecho, tía, mamá. Os habéis puesto una diana en la cabeza. No quiero que os pase nada.

-Y nada nos va a pasar – Claudia habló de nuevo con tono seguro. – Es lo que deberías hacer tú. Puedes acompañarnos.

-No, no … lo siento. No … no estoy preparado. ¿Vais a ir las dos? ¿A la policía?

-Si tu madre me ha acompañado a la quimio, no voy a dejarla sola ahora.

-Papá puede ir a casa y …

-He cambiado las cerraduras. No podrá entrar.

-¿Has cambiado las cerraduras?

-¿De qué te extrañas? Tú mejor que nadie sabes que tu padre …

-Por eso, porque sé de lo que es capaz, mamá. Te va a arruinar. Eso como mal menor.

-No puede tocar mi dinero. Ya no.

-Tiene hackers. Se saltará la seguridad y te lo quitará todo. Y a los abuelos y al tío Constantino.

-Que los utilice. Así cavará su propia tumba.

-Tranquilo, sobrino. Hemos tomado precauciones.

-No lo conocéis, tía. No …

La cara de terror que tenía Ignacio era una clara demostración del miedo que sentía por su madre y por su tía.

Jorge Rios

Necesito leer tus libros: Capítulo 118.

Capítulo 118.-

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Para sorpresa de Fernando, no le hicieron esperar en la residencia de Nuño. Dijo su nombre, la encargada de la recepción miró en el ordenador y le indicó con el brazo la dirección del jardín.

-Creo que ya conoce el camino – le dijo sonriendo. – Está donde siempre. Nuño es de costumbres fijas.

No acababa de estar seguro de como afrontar este pedido de Jorge. No había sabido como decirle que lo que le pedía … no era de su agrado. No había vuelto a tener noticias de Nuño desde aquel día que pasaron la noche juntos. En su casa. Y ahí estaba, haciendo frente a una situación que le incomodaba sobremanera.

Todos habían tomado la decisión de parar durante un par de días. Fernando, el primero de esos días , lo había pasado durmiendo en casa. No se había levantado ni para comer. Sobre las siete de la tarde, se duchó y salió a la calle para buscar algo de merendar. Se decidió por un McDonald’s. Le apetecía una buena hamburguesa con muchas patatas. Posiblemente le hubiera apetecido otra cosa, pero la hamburguesería tenía la ventaja de que estaba a dos pasos de su casa. Y para otras posibilidades, le hubiera gustado contar con la compañía de alguien. No le apetecía molestar a nadie. Él estaba agotado, pero el resto no estaba mucho mejor que él. Y desde hacía ya unos meses, sus relaciones se circunscribían al ámbito de su trabajo.

Después de comer, se le ocurrió ir al Pianola’s. Cogió el metro hasta Ibiza. Casi se pasa de estación, porque estaba distraído. No podía apartar de la mente esa primera estampa del primer chico que encontraron empalado en la finca de Vecinilla. Aunque en realidad, el que le seguía obsesionando era el chico de León, David, el que se fue de Madrid huyendo y al que secuestraron en su refugio para tirarlo a la basura en esa misma finca. Luego, cuando todo se tranquilizó un poco, estuvo charlando un rato con él. Acabó abrazándolo y consolándolo mientras lloraba. No hacía más que pedirle perdón por no haberle contado sus miedos. Fernando se lo había recriminado por un impulso. Se arrepintió de ello al instante, pero le había dolido tanto saber que no había confiado en ellos … que le salió solo. Lo compensó estando con él hasta que se lo llevó la ambulancia. Su reacción primera no fue si no una consecuencia del sentimiento de culpa que crecía en su interior. Por no haber sabido leer en él lo que necesitaba.

Al llegar al bar, estuvo tentado de darse la vuelta. Se le habían quitado las ganas de entrar. Se fumó un cigarrillo en la puerta. Y al final se decidió. Se pidió un ron con Coca-Cola. Ni Jimena ni Levy estaban trabajando a esa hora. Mejor, así no tenía que justificarse ni que mantener conversaciones obligadas que no le apetecían. El bar estaba tranquilo. Se sentó en una mesa y empezó a disfrutar de la música. Un hombre se acercó a ligar con él, pero se lo quitó de encima enseguida.

-Lo siento, hoy no soy buena compañía.

De nuevo, su mente volvió a la finca de Vecinilla. Todos esos chicos. No quería ni pensar qué hubiera pasado con ellos si no se llega a empeñar Aitor en acercarse a ese predio. Ahí pudo ver de nuevo en acción a Jorge. Y comprobar una vez más lo que repetía a todos los que le preguntaban: Jorge era especial con esos chicos en persona. Irradiaba seguridad, amor, cercanía … su cara, que expresaba un amor incondicional, su lenguaje corporal, que ya antes de que abriera los brazos y rodeara a esos chicos con ellos, hacía sentirse a todos los que le observaban, abrazados y queridos y cuidados. Y para acabar, esas palabras susurradas al oído que conseguían que el destinatario se sintiera único en el mundo. Rara era la persona que ante esos susurros, no se emocionaba y acababa llorando a moco tendido en sus brazos.

Todas esas dotes que mostraba el escritor, las había empleado para pedirle que fuera a buscar a Nuño, para convencerlo para que saliera de nuevo de la residencia. Y a que tocara. No había vuelto a hablar con él desde aquella primera vez que Nuño atendió la invitación del escritor y cenaron todos juntos en el restaurante de Biel. El mismo día que tocó de nuevo el violín con Sergio. Y por fin, como colofón de la noche, Nuño y él se fueron a su casa y pasaron la noche juntos.

Fue una velada memorable. Fernando recordaba pocas noches como esa. Fue un sexo, a ratos pausado, a ratos efervescente. Con muchas caricias, con muchos besos. Nadie le había besado como Nuño. Nadie le había tocado como él. Parecía intuir los puntos en los que Fernando disfrutaba más. Y supo enseñarle sin decir con palabras, lo que a él le hacía sentir mayor placer.

Pero solo fue eso, una noche de sexo. De amor, de … llámalo X. Alguna vez había tenido la tentación de llamarlo aunque fuera para charlar. Pero al final se había arrepentido. Él seguía teniendo una pica de amor clavada en el corazón desde los dieciocho. Un amor imposible. No lograba liberarse.

De todas formas, Nuño no era una posibilidad realista. El día que recuperara la salud, volvería a su carrera de músico. Recorrería el mundo tocando el violín y emocionando a todos sus escuchantes. Él no tenía sitio en su vida. Tendría que dejarlo todo, seguirlo por el mundo y convertirse en un mantenido; y su profesión le gustaba demasiado. No sabría como enfocar su vida si dejaba de ser policía. No era un trabajo, era una vocación. Una vocación además, en la que había tenido que superar graves contratiempos.

Sin darse cuenta, usó la misma estrategia de Jorge para acercarse a Nuño. Caminó despacio, lo hizo de tal forma que el violinista lo viera enseguida, que no se sorprendiera. Estaba leyendo. Como no, una novela de Jorge. Pero se dio cuenta de que no era “La casa Monforte”. Eso, pensó, quería decir que ya la había acabado. Cuando estaba a pocos metros vio que leía “Las gildas”. Parecía que desde que el escritor comentó a alguien que le daba pena que nadie le hablara de esa novela, todos se habían puesto a releerla.

Nuño sonrió. A Fernando le dio la impresión de que había descubierto antes su presencia, pero no había querido dejar de leer hasta acabar el capítulo. Su sonrisa no era tampoco grandiosa. A Fernando le pareció de compromiso. Se levantó y cuando Fernando estuvo a su lado le dio un beso en la mejilla. Eso fue un signo de cómo quería llevar su relación con Fernando. Y éste cogió la indirecta al vuelo. Una vez más se arrepintió de haberse dejado convencer por Jorge.

-Me han dicho que sois héroes.

-En todo caso lo son otras personas. Yo solo acompañaba.

Nuño hizo una mueca de fastidio. A Fernando le había salido un tono un poco cortante. No había sido su intención. Empezó a pensar que a lo mejor se debía tomar unos días libres e irse a su tierra, a Castilla La Mancha. A perderse en alguna casa rural.

-Perdona, estoy un poco cansado. Estás releyendo “Las Gildas”.

-Sí. Para darle gusto a Jorge. Es deliciosa.

-Lo que pasa es que no tiene malos malos, ni buenos buenos … la gente normal es la que se pasea por sus páginas.

-Lo has expresado muy bien. ¿Y que te trae por aquí?

-Ya sabes, un pedido del escritor.

-Me da pena que sea por algo de Jorge. Me hubiera gustado que hubieras venido solo por verme.

-Y a mí. Te lo prometo.

Fernando buscaba una escusa plausible, pero no encontró ninguna. Se quedó callado, con los hombros levantados.

-Cuéntame de esos chicos.

Nuño le hizo un gesto para que se sentara en el banco. Fernando le empezó a contar de ellos. De como los encontraron y de como los sacaron de esos agujeros.

-¿Todos son músicos?

-Y todos de cuerda. Chavales de unos veinte años aunque algunos no parecían tener más de diez. Los habían anulado completamente. Eran un despojo humano, necesitados de cariño, de apoyo, de respeto. Muchos de ellos veían la muerte como una salida, como un deseo para dejar de sufrir.

Nuño se indignó.

-Habrá que hacer algo con ese Mendés.

El tono empleado por Nuño fue cortante. Fernando se quedó mirándolo. Nunca le había escuchado hablar así. En esas pocas palabras, se había notado odio, asco, y hasta un cierto matiz autoritario. Le había dado la impresión de que le recriminaba a él y al resto de sus compañeros que ese “maestro” del violín siguiera haciendo la vida difícil a los alumnos que acababan en sus manos.

-En ello está Javier. Pero recuerda que nosotros de ese Mendés y de sus amigos, nos hemos enterado hace unas semanas y de casualidad. Por Sergio, de hecho. Todos sus compañeros, saben. Todo el mundo de la música clásica, sabe. No han dicho nada. Ninguno se ha acercado a nosotros para denunciar. O avisar. De los chicos que encontramos, hay de al menos tres años, tres promociones. Si los que saben no abren la boca, nosotros poco podemos hacer. Si los otros profesores, callan, si los familiares, los que sufren sus chantajes …

-Puede que algunos hayan ido a denunciar y se han encontrado con un grupo de personas que les esperaban a la salida de la comisaría a la que habían acudido para darles una paliza. O acabaron en los calabozos con diez gramos de cocaína en algún bolsillo trasero del pantalón o en su mochila.

-Tú lo sabes. Otros muchos también. Algunos conocéis a Javier. A Olga, que es una melómana convencida, con conocidos en el entorno de la música clásica. No creo que nadie tenga dudas de que Javier, Olga, Carmen, Matías, Garrido, se iban a ocupar. Y que con ellos, la posibilidad de que los denunciantes acabaran en los calabozos, era nula.

Fernando había ido endureciendo su tono al hablar. No le había sentado bien que Nuño pusiera en duda a sus compañeros. Que esa trama de los músicos tenían protectores, lo sabían. Pero eran los pocos. El resto de la Policía y Guardia Civil estaban para defender a esos músicos y a cualquier víctima. Que esas manzanas podridas sirvieran para generalizar, no lo entendía. Y menos en boca de Nuño, que presumía y llamaba hermano a Javier. Y que a más, era hijo de un reputado juez, con el que Javier tenía una buena sintonía en el trabajo y también en lo personal.

-¿Qué quieres que haga?

-Ya te habrá llamado Jorge, ya lo sabes. Todos te conocen. Todos esos chicos, me refiero. Eres una especie de ídolo para ellos. El mejor violinista de la época. Una inspiración para sus carreras. No creían a Jorge cuando les contaba en ese agujero inmundo donde los encontramos, que te conocía y que te había oído tocar el violín con Sergio. Sergio es uno de ellos. Podía haber sido el siguiente en acabar en ese agujero. Esto no lo sabe nadie, pero unos amigos del escritor desbarataron los planes que tenían de secuestrarlo, o de matarlo directamente. Como la Guardia Civil y nosotros montamos un operativo para desbaratar los planes de alguien para matar a Jorge y a todos los compañeros que vamos junto a él. La cosa podía haber acabado mal.

-¿De eso de Jorge …?

-No sabemos quien lo organizó. De momento. Es una posibilidad.

Nuño no dijo nada. Al menos relajó un poco su cuerpo, que hasta entonces había estado tenso. Se le notaba enfadado. Aunque al policía se le escapaba el motivo. Llegó a pensar que era por él, por no haberlo llamado desde su noche de amor. Pero tampoco había sucedido al revés. Y si Nuño era un cazador, un hombre orgulloso, él también tenía un punto de ello.

-¿Va a ir Sergio?

Fernando miró su reloj.

-Llegará en veinte minutos. Javier está con él. Es importante para Sergio. Estar con sus compañeros. Con un par de ellos, había tenido trato. Con otros, lo habían tenido algunos amigos suyos. Te hablaría Jorge de ellos. Le ha insistido a Javier de que fuéramos todos. Javier ya te he dicho que también va. Sergio quiere presentárselo a sus colegas. Para que vean que un buen policía vela por ellos.

-¿El ruso y el coreano?

Fernando asintió con la cabeza.

-Vamos. No estoy seguro de que no sea mala idea ir, pero no puedo pasar de ello. Ya tengo demasiados cargos en la conciencia.

Helga y Raúl los esperaban a las puertas de la Residencia. En esa comitiva improvisada también iban Carla, Flip, Mario, Jermy y Lucy. Nuño apenas los saludó con un ligero gesto de la cabeza. Fernando iba pensando en como en general, la gente tenía siempre dos caras. Esa cara de diva de Nuño, de persona creída seguramente debido a su maestría con el violín, no se la había notado en las veces que había acompañado a Jorge. De todas formas también había que considerar que esa forma más dulce de comportarse pudiera deberse precisamente a la presencia del escritor. Lo que le preocupaba ahora a Fernando es que no fuera una reacción a la forma de ser de Jorge, sino una estrategia para engatusarlo.

Al llegar al hospital, Nuño se bajó del coche y se fue directo a la puerta, sin esperar a nadie. Durante el trayecto no había abierto la boca. Fernando se bajó corriendo y fue a dar la vuelta al vehículo. Pero Helga le detuvo. Les hizo una seña a sus compañeros que corrieron detrás del músico.

-¿Y éste es el famoso doble de Javier? De cara y de cuerpo, puede. De maneras y de educación, a kilómetros.

-Si ya le viste la otra vez …

-Ya, pero estaba Jorge. A lo mejor es un clasista. Vamos, te invito a una limonada en ese bar de ahí. Te va a dar un ataque de ansiedad si sigues a su lado cinco minutos más.

-A lo mejor debería ir …

-Que le den. Ya se ocupa Flip. Ya sabe dónde están los niños.

Helga le empujó ligeramente hacia donde le había indicado. Fernando no estaba convencido, pero se dejó llevar. Su misión estaba cumplida.

-Luego subes y saludas a David. Es importante para él saber que le has perdonado por no confiar en nosotros y contarnos sus miedos – le dijo Raúl para convencerlo antes de salir corriendo siguiendo la estela ya lejana de Nuño y el resto de sus compañeros.

Un coche se detuvo a su lado. Los dos policías lo miraron porque les resultó conocido. De él se bajó Javier. Se quedó mirando a Fernando. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

-Perdónanos a todos por haberte metido en una situación incómoda. Por tu cara me imagino que has conocido al otro Nuño.

-Sí – contestó Fernando de forma seca.

-Me lo llevo al bar a tomar una limonada. – dijo Helga. – El resto del equipo siguen a Nuño, tranquilo. Van Raúl y Flip al mando.

Sergio bajó entonces del coche. Y Aritz que conducía.

-Dídac quiere verme mañana. – el músico se estaba guardando el teléfono en el bolsillo. – Estará unos días en Madrid. Fer, Helga, parecéis enfadados.

Sergio los abrazó por turnos.

-Será el cansancio, no te preocupes. ¿Estás nervioso? – le preguntó Helga.

-Más que en la final del concurso de Moscú, os lo juro. ¿No vais a subir?

Fernando y Helga no supieron que decir.

-Van a tomar una limonada en el bar. Han sido días muy intensos. – les excusó Javier.

-Fer, para ellos será importante verte. Sé que abrazaste a alguno de ellos, les consolaste. Y quiero agradecerte tu entrega y tu forma de abrazarlos. No dejo de pensar que podía haber acabado como ellos. Me hubiera gustado que de haber sido así, tú hubieras sido el que hubiera consolado. Luego me gustaría que te pasaras. Por ellos. A los demás que les den. Incluido a mí.

-Que dices a ti. Eres mi violinista preferido – bromeó Fernando. – Y te juro que si hubiera sido así, te hubiera abrazado fuerte.

-Si hasta conocerme no habías escuchado un concierto de clásica.

Javier no pudo por menos que echarse a reír. La cara con que había dicho eso Sergio, invitaba a ello.

-Venga, vamos. Que se les va a calentar la limonada.

-Si no os importa, yo me uno a vosotros – dijo Aritz a sus compañeros. – ¿Vais a ese bar de la esquina? ¿Al “Árbol”?

-No aparques en la acera como Carmen. – le advirtió Javier.

-Ni se me ocurriría.

Javier guiñó el ojo a Helga y Fernando y empujó a Sergio hacia la puerta.

-Me da que Fer ha conocido a “Nuño el divino” – dijo Sergio con pena cuando éste ya no les podía oír.

-¿Nuño el divino? – Javier estaba sorprendido, nunca había oído esa expresión.

-El Nuño que yo he conocido antes del otro día en el restaurante, era un chulo y un creído. Su saludo cuando me presentaron a él después de ganar el concurso de Moscú, fue un gruñido y darme la espalda. De hecho, ni se acuerda de ese hecho. Solo que gané el concurso. Y apostaría a que lo buscó cuando le llamaste para que me dejara el violín.

Javier hizo un gesto de resignación.

-No sé si ha sido buena idea traerlo.

-Voy a escribir a Jorge para que venga si puede. No quisiera que mis compañeros conozcan solo a ese Nuño que conocí yo en Moscú. Al menos que Jorge les abrace luego para … compensar. O para que se dulcifique un poco el encuentro. Necesitan cercanía, cariño, sentirse … sentir que son importantes para alguien.

-Creo que yo también tengo un poco de ascendiente con Nuño – dijo Javier. – Mira, si ha bajado hasta el director del hospital a saludarlo. – fue lo primero que vio cuando las puertas del ascensor empezaron a abrirse en la planta en donde estaban ingresados los chicos.

-Estará contento entonces – contestó Sergio dándose la vuelta despacio para que el “maestro” no le viera el gesto de desprecio que había aparecido en su rostro.

Nuño estaba en medio de un grupo de personas todas con bata. Javier sonrió a uno de ellos, que le devolvió el saludo y se acercó al policía con paso decidido.

-Javier. Que alegría verte. Te juro que al ver a Nuño Bueno, he tenido que pellizcarme para no pensar que eras tú.

-Óscar, ten cuidado, que yo soy más guapo – bromeó Javier.

-Eso no te lo crees ni tú, hermano – le dijo Nuño que le había oído y que lo miraba divertido y bromista. De nuevo un cambio radical de visaje el gestado en el músico.

Javier y Nuño se acercaron y se abrazaron. Su cercanía era la de siempre. Sergio sonreía a un par de pasos de ellos.

-Si quieren, pueden pasar. Los chicos están expectantes.

Cruz, la enfermera responsable de cuidar a los niños había salido de la sala dónde les habían alojado a todos. Nuño se dirigió hacia allí con paso decidido. Volvía a ser el “divino Nuño”. Javier le hizo un gesto a Sergio, pero éste le indicó que fuera con Nuño, que él se esperaba un rato. El comisario se quedó parado observándolo.

-Vete, no seas pesao. Necesito unos momentos.

Javier dudó, pero al final se dio la vuelta para entrar en la sala, en donde ya estaban Carmen y JL.

Sergio se quedó parado un rato solo en medio del pasillo. Estas cosas eran las que le hacían dudar a veces de seguir en la música. Él no entendía al divismo. Por muy bueno que fueras. Se arrepentía de haber incitado a todos a esa reunión. De haber metido en danza a Fernando y a diez policías más para que Nuño fuera a tocar a esos chicos. De haber convencido a Carmen y a ese Guardia Civil a que fueran para que los chicos los vieran de nuevo.

Estaba pensando en refugiarse en alguna sala de espera, cuando percibió a Irene en uno de los lados, una de las escoltas que solía ir con Jorge. Y también vio a Luisete. Los dos le hicieron un pequeño gesto de reconocimiento. Entonces Sergio sintió una mano en la espalda y un aroma inconfundible a Paco Rabanne. Se giró y sin dudar se abrazó a esa persona.

-Me he equivocado, Jorge.

-En todo caso, lo he hecho yo. Dame un beso, anda.

Sergio no le dio uno, sino unos cuantos seguidos.

-Al que están esperando, es a ti, cariño. Igor y los demás.

-Javier puede hablar ruso como tú con Igor.

-Pero no puede tocar el violín. Ni incitarles a que ellos lo toquen también. Es importante que lo hagan. Corren el riesgo de que las experiencias que han vivido las asocien con la música y no quieran volver a tocar.

-Para eso está Nuño.

-Él no es uno de ellos. Tú sí. Ellos confían en ti. Nuño es un gran violinista, solo eso. Ahora, hay que tocar la tecla de la complicidad, de la amistad, del apoyo. Del cariño. Eso solo se lo puedes dar tú.

-Mira, ahí tienes al maestro, tocando para ellos.

El sarcasmo que puso en sus palabras, no le pasó desapercibido a Jorge. Era curioso como cambiaban las cosas en un momento. Jorge tuvo la certeza de que el día del restaurante, Sergio pensó que Nuño podía llegar a convertirse en su amigo. Hoy se había dado cuenta de que eso no era así. Le había ignorado en el pasillo. No le había dedicado ni un gesto con la cabeza o con la mano. Solo había atendido a los directivos del hospital y a Javier. Por la ventana se veía a Nuño tocando el violín. Todos parecían embelesados. Eso no se le podía negar, su maestría al tocar.

-Quizás un día te pida que le devuelvas el violín a Nuño. Ya no me gusta tenerlo. – Jorge se giró para mirar a Sergio. Parecía furioso de repente. – ¿Has visto a Fer?

Jorge rodeó la cintura de Sergio con su brazo y le atrajo hacia él de forma cómplice. Pero Sergio no estaba en disposición de apreciar esos gestos, mucho menos de abandonarse a ellos.

-No. Pero Helga me ha escrito. Y lo del violín … yo me aprovecharía. Nuño no lo va a necesitar. No creo que retome su carrera en mucho tiempo. No está preparado. Lo del otro día fue un espejismo. Y si la retoma a pesar de todo, me imagino que ya te lo reclamará él. De todas formas, ya has visto que tiene más violines a su disposición.

Jorge no dejaba de pensar mientras miraba a ese Nuño desconocido hasta su conversación con Dídac de hacía unos pocos días. Le jodía que tuviera razón.

-Aún así. – contestó Sergio, señalando el violín.

-Ya hablaremos de eso. Ahora creo que debes entrar, cuando Nuño acabe lo que sea que esté tocando …

-Creo que toca la Primavera de Vivaldi. Todavía le quedan cinco minutos.

-¿Y que tal lo hace?

-Perfecto. – Sergio sonrió con picardía. – Aunque no es una de las obras que mejor le van.

-No necesitas ni escucharlo.

.

.

Sergio se encogió de hombros. Cogió del brazo a Jorge y apoyó ahí su cabeza. Así estuvieron hasta que Nuño acabó de tocar. Todos en la sala parecían contentos con su interpretación. Los directivos del hospital se afanaban en felicitar a Nuño con efusividad. Los jóvenes músicos lo miraba extasiados. Pero ninguno se levantó para felicitarle.

Jorge miraba la escena con pena. No era lo que él había imaginado. Respiró profundo y se quedó mirando al suelo un rato. Al final se decidió.

-Creo que debemos entrar y saludar a esos chicos. Necesitan tu abrazo, Sergio.

-No sé.

-Venga. Entremos.

Alan se adelantó y les abrió la puerta. Le cogió el violín a Sergio y le sonrió. Esa sonrisa del policía le animó. Cuando los chicos miraron la puerta y vieron a Sergio, su cara cambió. Igor se levantó de un salto y fue hacia él. Sergio tuvo apenas tiempo para abrazarlo y sujetarlo antes de que sus piernas le fallaran. Le mantuvo en alto, abrazado. El chico lloraba. Sergio le besaba. Yura se acercó a ellos. Hasta ese momento, había estado sentado en el suelo en una esquina. Los tres formaron una piña.

Jorge miraba la escena desde la puerta. Pero apenas tuvo tiempo de disfrutarla porque Caro lo vio y pegó un grito que llamó la atención de todos. Él y Emilio fueron los primeros en intentar levantarse para acercarse a él. Jorge corrió hacia ellos para evitarlo. No estaban todavía muy fuertes, por lo que había visto en Igor. Se agachó y abrazó a la pareja. Les besó profusamente y les acarició el rostro.

-Que bien os veo.

-Olemos hasta bien – bromeó Emilio.

-¡Urano! – exclamó Jorge al ver al joven. Dejó a la pareja y fue a buscar al chico que tanto le había costado conquistar. Él no había hecho amago de levantarse. Vio a su lado un andador. Se arrodilló enfrente de él. Puso las manos en sus mejillas y le miró un rato a los ojos. El chico se echó a llorar. Levantó los brazos y abrazó al escritor. Éste le apretó contra su cuerpo. No le dejó de murmurar cosas al oído que nadie pudo escuchar. Eran cosas para Urano, solo para él. Palabras únicas para un joven único. Al cabo de un rato Urano se separó.

-Quiero presentarte al resto de los compañeros.

Su voz seguía siendo grave y aguardentosa. Pero como le había pasado con Saúl en su tercer encuentro, al menos empezaba a tener algo de vida. No era monocorde.

-Claro.

-Mira, este es Guido. Y a su lado está Yuma. Junio y Carles. Y Poti.

Jorge fue uno a uno saludándolos. Les miraba a los ojos, les acariciaba el rostro. Les besaba y acababa abrazándolos fuerte. Poti, después de saludar a Jorge, cogió sus muletas y se acercó a Carmen. Ésta le recibió con un beso y abrazándolo. Ya habían estado hablando antes de llegar Nuño. Pero ahora parecía necesitar de nuevo sentir a su salvadora.

-Mira, te quiero presentar a mi mejor amigo. – Carmen lo miraba sonriendo – Se llama Javier.

-Hola Javier. Te pareces a Nuño Bueno. Pero en guapo.

-Que no te oiga, que luego se enfada conmigo.

-No creo. Eres poli. Llevas pistola.

Sergio fue a buscar a Jorge para presentarle a Yura y Jun. Los dos le abrazaron agradecidos. Estuvieron unos pocos minutos hablando. Jorge miraba por el rabillo del ojo a un chico que parecía estar un poco apartado de los demás. Se disculpó y fue hacia él.

-Hola David. Tenía ganas de conocerte en persona.

-¿Te acuerdas que hablamos por teléfono? – había un matiz de sorpresa en su voz, y también de ilusión.

-Claro.

-¿Y Fernando?

-Ahora viene. Ha tenido unos días muy intensos y está un poco cansado. Ha tenido que parar unos minutos para coger resuello.

-Quiero pedirle perdón.

-Él ya te ha perdonado.

-No confié y encima me salva la vida. Y se jugó la suya, según me han contado.

-Mira, ahí está. Parece que te ha oído.

Jorge le hizo un gesto para llamar su atención. Fernando sonrió al ver al escritor junto a David y fue en su busca.

-¡David! Estás estupendo.

Fernando se arrodilló para abrazar al joven.

-¿Ha venido tu amigo de León? – preguntó Jorge al joven músico.

-Sí, pero no le parecía bien quedarse. Está fuera. Es un poco vergonzoso. Pensaba que iba a ser un estorbo.

-Voy a buscarlo – dijo Helga que estaba atenta.

No tardó en volver junto a un joven rellenito, con las mejillas sonrosadas, seguramente por el calor que hacía en el hospital unido a los nervios por entrar en la sala y estar cerca de Jorge y Nuño Bueno. Su nombre Quico. David y él se abrazaron. Los ojos de Quico tardaron apenas unos segundos en humedecerse. Jorge le acariciaba la espalda para consolarlo. Al final se incorporó y sin decir palabra, abrazó al escritor. Luego siguió con Fernando, que no pudo contener la emoción. Para todos era claro que su amor por David era profundo y verdadero. Y esos abrazos era su forma de agradecerles que lo hubieran salvado de una muerte segura.

-Pero una cosa – dijo Jorge en voz alta. – Tanto músico en esta sala ¿Y no escucho ninguna cuerda rasgada ni punteada? ¿O es que me he quedado sordo?

Ninguno pareció hacer intención de hacer nada al respecto. Se miraban unos a otros sin saber que hacer.

-Se me está ocurriendo que a lo mejor estáis confundiendo dos cosas distintas. Una, esos animales que os han privado de vuestra libertad y de parte de vuestra vida. Pero en vuestras manos está el recuperar el resto de ella. Y que sea mejor todavía de lo que era antes de todo esto. Y en vuestra vida, ocupa un lugar importante la música. La música no tiene la culpa de nada. Es más, la música os ayudará.

Jorge se detuvo y miró a Sergio. Alan le acercó el violín. Sergio sonrió. Sacó el instrumento de su funda y se lo puso en el cuello.

-Un momento. Perdón por el retraso.

Dídac acababa de aparecer en la sala. La primera mirada cómplice se la dedicó a Jorge que le guiñó el ojo. Algunos de los chicos se llevaron la mano a la boca que habían abierto sin poder evitarlo. Era claro que conocían su prestigio como músico y compositor. Sergio se acercó a saludarlo.

-Me gustaría que me presentaras a estos colegas – dijo sonriendo el recién llegado.

-Claro.

Sergio se puso a ello. Dídac estuvo hablando unos minutos con cada uno de ellos. Cuando acabó, se acercó a saludar a Javier y a Carmen.

-A lo mejor en unos días tengo algo para vosotros. – les dijo en tono serio.

-Esperamos con ansia tus noticias. – le dijo Carmen.

-Cuando he llegado he oído algo de que os ibais a poner a tocar. – Dídac se había girado hacia los músicos – ¿Me dejáis que me una?

-Claro. – exclamó Sergio en tono alegre.

Parlamentaron los dos unos segundos. Dídac asintió con la cabeza.

-Empieza tú – le indicó a Sergio.

-Me gustaría que me siguierais. Todos. – Sergio les fue señalando con el arco.

Sergio miró también a Yura y Jun. Los dos cogieron sus violines y se dispusieron a seguir a su amigo.

-Hagamos una improvisación. A ver donde nos lleva.

Y Sergio empezó a tocar.

.

.

Jun fue el primero en seguirlo. Yura no tardó. Dídac se unió a ellos. Aquello empezó a sonar verdaderamente bien. Era una canción festiva, alegre. Poco a poco el resto de chicos se fueron uniendo. Igor, que tenía la mano y el brazo brazo escayolados empezó a seguir el ritmo golpeando con su mano buena, primero, y luego con la escayola, la silla que tenía al lado, como si fuera un cajón. Caro cogió su violín. Y Emilio su chelo. Poti y Junio lo mismo. Y sin ser nada preparado y mucho menos ensayado, la sala se convirtió enseguida en un sitio alegre. Carmen empezó a seguir el ritmo con sus palmas. Los directivos del hospital la imitaron.

Jorge miraba la escena emocionado. Alan le miró. Jorge asintió. Sin que nadie se diera cuenta, Jorge salió de la sala y fue hacia los ascensores. Mientras lo esperaba, miró hacia la sala. Desde allí se oía el sonido de la música. Algunos pacientes que paseaban por los pasillos, se quedaban mirando. Unos, seguían el ritmo con los pies. Otros, se unieron a los espectadores de dentro y empezaron a dar palmas.

-¿Cuándo se ha ido Nuño? – preguntó Jorge a Alan.

-En cuanto Sergio ha cogido el violín. Se ha cruzado con Dídac, pero ni se ha parado a saludarlo. Me da la impresión de que ni lo ha visto. No se ha despedido ni de Javier.

Jorge suspiró resignado. Sus planes para Sergio se habían ido al traste. No creía que Nuño volviera a estar dispuesto a salir y tocar con Sergio en la calle. Ni en la calle ni en ningún sitio. Y empezaba a dudar de que ni siquiera le recibiera en la Residencia.

-Hola cariño.

-Otra noche de amor perdida. No viniste.

Jorge se sonrió.

-Pero estaba contigo en espíritu.

-Una mierda. Estabas con ese jodido actor rubio de los cojones. Los de pelo castaño, no nos mira nadie, joder.

-Yo te miro.

-Pero te follas ese actor rubio teñido.

-Pero sabes que te quiero. ¿Me has llamado solo para hablar conmigo?

-No.

-Vaya. Intuyo que me vas a contar cosas desagradables.

-No es culpa mía. Es por la gente de la que te rodeas. Lo mejorcito de cada casa. Y Carmen me quería convencer de que me metiera en un quirófano y saliera con todo el cuerpo escayolado durante meses. No paráis de meteros en follones.

-Tienes dos ayudantes. Así que a lo mejor, por partes, te puedes ir arreglando poco a poco. No me gusta verte sufrir, Aitor. Te quiero demasiado.

-Ya veremos. – Aitor no podía negarle casi nada a Jorge. Y el tono en el que le había dicho que lo quería … – Álvaro.

Jorge se puso tenso.

-No le pasa nada, tranquilo. Dos polis le siguen a distancia. Se los ha puesto Carmen. Pero han intentado hackearle sus redes sociales. Ha sido un intento serio. Varios intentos, para ser exactos. Y de distintos tipos.

-¿Sabes quien?

-Sí. Pero se le van a quitar las ganas de meterse con tu amigo. Le he destrozado todos sus dispositivos. Le he hackeado a él.

-Me interesa saber quién es.

-De la empresa de Arnáiz.

-Mira que bien. ¿Se le puede detener?

-Si quieres, sí. Le he pillado todo su disco duro. Hay para empapelarlo para muchos años.

-¿Sin peligro para ti?

-Tranquilo. Tenía trampas. Una casi me pilla, pero no ha sido el caso.

-Que prefieres ¿Policía o mis amigos?

Aitor se lo pensó.

-Repartamos. Éste a la policía. Se lo dices a Carmen. Cuando hayas hablado con ella, me mandas un mensaje y le mando a su buzón anónimo las pruebas y lo que había en el disco. No les costará probar gran parte de ello.

-Y en ese reparto ¿Qué les toca a “mis amigos”?

-Willy. Y su representante. Van a ir a por Rodrigo Encinar y por Gonzalo Semtí. Dentro de un par de días.

-Mándame la dirección. ¿Cuantos matones llevan?

-Los dos que fueron a por Álvaro. Les soltaron el otro día. Necesitan pasta. Pero no te fíes. Creo que llevarán más. Tienen miedo desde que tu “amigo” les hizo una visita al salir de la cárcel.

-Me ocupo.

-No me gusta que te metas en esos … líos.

-Llega un momento en que no puedo dejarlo pasar, cariño. Esos tipos quieren verme muerto, a parte de sus negocios con esos pobres desgraciados.

-He conseguido la lista. Tienen pillados a más de cuarenta actores. Muchos, después de dar un pelotazo, no han vuelto a trabajar. De que eso ocurriera, también se encargaron ellos. Son unos cabrones.

-Mándame la lista.

-¿Qué vas a hacer?

-Esa parte la va a hacer la policía. Hay que desarticular también a la agencia que proporciona esos encuentros.

-Te acabo de mandar la dirección. En un rato, te mando la lista.

-Gracias amor.

-No me gusta que te pongas en peligro.

-Si me cuidas, voy tranquilo.

-Eso siempre.

-Te quiero Aitor.

-Un beso en los morros, escritor.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 116.

Capítulo 116.-

.

-Este es un caso curioso. De esta mujer nadie sabe nada. Los que reconocen su foto, resulta que no saben donde vive. En las fincas de alrededor de la de Arlen, no, desde luego. Las hemos recorrido todas.

-No solo no saben donde vive, no saben nada. Ni el coche que conduce, ni su teléfono, ni si usaba tarjeta de crédito, ni de donde era … nada. Y ya llevaba más de tres meses por la zona.

-Un absoluto misterio.

-Tres meses, pero recuerda ese comentario que nos han hecho que estuvo de viaje un par de semanas.

-He hecho que me miraran por las fechas, casos de maltrato como el que nos contó. Y nada parece que coincida. Los que podría ser, se han puesto en contacto mis compañeros con las mujeres, y no son. Y las vacaciones, un absoluto misterio. Desde luego, en avión, no ha viajado.

-¿Y lo de los hijos?

-Tampoco. Nada.

-Sería de otro estado.

-He hecho que comprobaran en los estados vecinos. Y en Washintong. Nada.

-Mira. ¿Esa no es la inmobiliaria que buscábamos?

Olga señaló un local a la derecha de la calle por la que transitaban.

-Que curioso, tiene algunos anuncios en español.

-Esperemos que eso sea una señal y tengamos suerte. A ver si nuestra “Isabel” alquiló alguna casa aquí.

-Como sea la misma suerte que hemos tenido en las anteriores … nos quedan solo tres más.

Ventura dio un par de vueltas para aparcar. No tuvo suerte, así que en la esquina más cercana a la inmobiliaria, se subió a la acera. Sacó los rotatorios adhiriéndolos al techo y puso un cartel de FBI bien visible sobre el salpicadero.

-Si es que aparcas como yo. Es otra señal.

-¡Olga por favor! No seas cansina. Estoy muy bien en Estados Unidos.

-¡Qué mal mientes!

Olga le dio un golpe amistoso en el brazo antes de bajarse del coche. Se colocó bien la ropa y cogió la chaqueta que llevaba en el asiento de atrás.

Un policía se acercó a ellos. Ventura fue a su encuentro y le enseñó su acreditación. Olga miraba a su alrededor. Tenía que reconocer que esa ciudad, Winston-Salem, tenía un cierto encanto. Ventura le hizo una seña para que se acercara.

-Muestra la foto a Charles. Va a hacernos el favor de compartirla con sus compañeros. A ver si por un casual tenemos suerte y alguno se ha encontrado a esa mujer.

Olga le pasó la foto por Bluetooth. Y el amigo Charles la compartió inmediatamente con sus compañeros.

-Si nos haces el favor de avisarnos … – Ventura le había pasado su número de teléfono.

-De todas formas estaremos en esa inmobiliaria – le dijo Olga.

-Si hay novedades, les digo.

Cuando dejaron al policía, Olga le preguntó el por qué de su acción.

-Ya hemos preguntado en la jefatura de la policía de la ciudad.

-A veces los polis a pie de calle tienen incidentes o les llama la atención algo que no es lo suficientemente importante para dar parte o hacer un informe. Esperemos que suene la flauta.

Al llegar a la inmobiliaria, Olga le dejó pasar primero a Ventura. Éste se dirigió al único ocupante en ese momento de la oficina. Llevaba su acreditación del FBI abierta y se la mostró en la puerta de su despacho acristalado. Era un hombre que aparentaba unos treinta y tantos años, que tenía gusto vistiendo aunque no llevaba el típico traje con corbata. Lucía un corte de pelo clásico, con raya a la izquierda. Cara cuadrada con una nariz ancha, piel jugosa con un cierto brillo, debido seguramente a las cremas con la que se cuidaba la piel. Y hacía bien, pensó Olga, porque parecía gustar mucho de tomar el sol, aunque a la comisaria le pareció que ese moreno era de rayos uva. Tenía un cuello ancho, musculado. Era claro que siempre había practicado deporte y que lo seguía haciendo. Llevaba anillo de casado. Olga se fijó que en la mesa tenía las fotos de dos niños, que debían ser sus hijos, aunque su parecido con él era prácticamente nulo, por no decir que no se le parecían en nada.

-Si quieren información de alguna propiedad, les rogaría que volvieran en media hora. Mis agentes se han puesto de acuerdo para salir todos a la vez. Tengo que terminar un informe para un cliente que llegará en veinte minutos.

-Nos puede servir usted. Solo queremos que nos informe sobre esta mujer. No le llevará más de cinco minutos. Es importante.

Olga esta vez, había empleado el español adrede. Había notado un cierto acento en el habla de ese hombre. Pensó que era el hacedor de los carteles en español que habían visto en el exterior. Éste la miró sorprendido.

-¿Española?

-En realidad los dos lo somos – dijo Ventura también en español, tendiéndole la mano para saludarlo.

-¿Un español en el FBI? ¿O la acreditación es de pega?

-No. Es una historia larga de contar.

-¿Y usted? – el hombre miraba a Olga.

-Yo soy policía española.

Olga sacó su acreditación y se la enseñó a ese hombre.

-Perdón, no me he presentado. Manuel Saavedra. Soy el dueño de esta inmobiliaria. ¿Unidad Especial de Investigación? Debe ser importante su caso para venir hasta aquí con los flecos de la pandemia.

-¿Y como ha recalado tan lejos? – le preguntó Ventura para obviar la respuesta a su pregunta.

-Es una historia larga. Como la suya – sonrió con un poco de ironía. – Al final me casé con una estadounidense y ya no me quedó más remedio que echar raíces. ¿Y en que les puedo ayudar?

-Estamos buscando a esta mujer. – Olga le enseñó la foto que llevaba en el móvil. Era la foto común de todos los asistentes a la reunión a la que asistieron en la finca de Arlen, y que hizo a petición de Jorge, pero recortando al resto. No era la mejor foto, pero no tenían otra. Había sido imposible encontrar una mejor.

Hizo un gesto de estar pensando. Cogió el móvil y la amplió un poco. Luego hizo lo contrario.

-El caso es que de primeras, os hubiera dicho que no la conozco. Pero … hay algo que me hace dudar. Algo en la foto que … no sé encontrarle el sentido … ¡¡Joder!! ¡¡Claro!! Lo que me suena es la finca. Esa galería de fondo … esa finca la hemos vendido nosotros. Conozco perfectamente el sitio.

-¿Hace mucho de eso?

-Unos dos años. Nos costó mucho. Los anteriores ocupantes fueron digamos … poco recomendables. La finca tenía mala fama.

-¿Por un casual la compró Tirso Campero?

-No. – Manuel sonrió. – Sí, pero la compró a nombre de una sociedad de su propiedad. Me creo que usted es esa comisaria de la que tanto habla, sobre todo en los últimos tiempos.

Ventura no pudo evitar sonreírse. Olga se había quedado momentáneamente sin palabras.

-Sí, es esa comisaria. Eso quiere decir que usted mantiene el contacto con Arlen. Y sabe de sus historias.

Manuel se levantó de su silla y fue a cerrar la puerta de su despacho. Mientras volvía a su sitio, les invitó a sentarse. Suspiró antes de contestar.

-Nos conocimos en ese … sitio. Yo tuve más suerte y logré escapar antes. Uno de los “clientes” se apiadó de mí y me proporcionó la huida. Yo era mayor que Arlen. Fui un tiempo como su hermano mayor. Mi tiempo en ese sitio se acababa.

-¿Le ayudó Tirso?

-No. Tirso todavía, cuando me fui, era uno más. Se encargó un tipo al que le caí bien y que no iba a esas fiestas a lo que los demás, sino porque no tenía más remedio. Pagó, me sacó de allí, me preparó papeles nuevos y me empaquetó hacia aquí. Lo he contado de forma que parece que todo pasó en dos días. Fue casi un año de preparativos. De clases intensivas de inglés y de francés. De cultura de Estados Unidos. De preparar papeles. Documentación nueva. Y cuando a él le pareció que estaba preparado, me envió aquí. Unos amigos suyos me ayudaron al principio. Lo siguen haciendo. No hemos perdido el contacto. Y al cabo de los años, pude montar este negocio.

-¿Y como acabó Arlen aquí?

-Antes he dicho que Tirso todavía no era ese Tirso, pero ya iba preparando el camino. Nos enseñó la importancia de retener los datos importantes en la memoria para no confiarlos a un cuaderno o a otro dispositivo. Nos aprendimos nuestros datos, nuestros teléfonos. Todos tenemos un teléfono que proviene de esa época, aunque no sea el que usemos ahora. Lo encendemos todos los días en algún momento. Y luego, Arlen y yo mantuvimos el contacto. Cuando Tirso lo arregló para que él tuviera otra familia, después de que el escritor le salvara, ya empezamos a hablarnos con más frecuencia. Al final le convencí para que se viniera y se olvidara de su “familia”.

Una vez que acabó su explicación, volvió a mirar la foto.

-Se hacía llamar Isabel. Y contaba una historia de que había sido víctima de maltratos … – apuntó Olga con la esperanza de que algo de lo que dijera, hiciera que el agente inmobiliario recordara algo que les pudiera ayudar.

– Joder, vale. Ya sé quien es. Pero está cambiada de cuando vino a vernos. Llevaba unos pendientes muy estrafalarios. Y uno de esos pañuelos que le envolvían el pelo. Una especie de turbante, de buena tela. Elegante. Con clase.

Olga y Ventura se miraron. Olga volvió a coger el teléfono y envió la foto a Kevin y a Yeray.

-Es la mejor forma de que nadie se fije en otros rasgos. Algo llamativo que fije la atención – se explicó a si misma, más que al resto.

Ventura levantó las cejas. Acababa de darse cuenta de todo. Soltó una maldición en voz baja. Se estaba flagelando mentalmente por lo idiota que había sido. Le cogió el móvil a Olga. Miró la foto. La movió, la amplió, decenas de movimientos en pocos segundos.

-Es ella, joder. La puta del MI5. Soy idiota. Lerdo. El policía más inútil del Universo. Estuvimos horas hablando con ella. Nos contó esa historia que se inventó … es buena la cabrona.

-Somos, querido. Somos lo peor. Nos dejamos engañar por el entorno, por su bonhomía, por su … que buena es la jodida, tienes razón. Como nos ha tomado el pelo. Nos hemos pasado una semana buscando, sin darnos cuenta de nada. ¿Es la causa de que Arlen y sus compañeros hayan desaparecido?

Manuel se encogió de hombros.

-No me lo dijo. Me avisó de que había activado su plan de evacuación. Algo hubo que le asustó.

-¿Y ese plan en que consiste?

-Cada uno de los miembros, tiene un refugio seguro que no conoce nadie. Ni el resto. Arlen sabe que hay traidores. Cuando detecta algo sospechoso, da la orden. Todos se van a esos refugios sin decir nada al resto. Hasta que pasa el peligro o descubren al traidor.

-Algo te diría. Confía en ti. – Ventura le miraba fijamente.

Manuel se echó a reír. Olga le miraba con la misma intensidad.

-Desde luego, os definió a la perfección. Él creía que vuestra presencia en la fiesta de los viernes, había asustado a alguien. Y había precipitado lo que fuera que tenía pensado.

-Isabel. – maldijo Ventura. – Antes Rosa María. Antes Roxanne. Y los putos ingleses la siguen protegiendo.

-¿Vendiste algo a esa mujer?

-Alquilar. Una casa en un barrio residencial, tranquilo, con poco movimiento. Es un barrio con muchas casas en alquiler. Esas casas ahora son más modestas en cuanto a tamaño, pero provienen muchas de ellas de fincas más grandes.

-Poca gente fija que se fije en los vecinos y coja confianza con ellos. Un vecindario de anónimos. Nadie conoce a nadie.

-Exacto.

-Pagó en dinero. – sugirió Ventura.

-Los seis meses. Por anticipado.

-¿No te mosqueó?

-No es tan raro. Los dueños de esas casas, lo prefieren. Y no tienen escrúpulos. Les da igual, mientras tengan el dinero en el banco. Y si lo tienen de golpe y al principio del contrato, pues mejor. Así no corren el riesgo de que se de a la fuga dejando algún pufo.

-¿En teoría estará en esa casa?

-Si no se ha dado a la fuga …

-¿Sabías que había tomado contacto con el grupo de Arlen?

-No, no. Además, si me la hubiera encontrado en las visitas que le hago regularmente, no la hubiera reconocido. Me hubiera pasado como a vosotros. Solo hablé un día con ella. El resto se encargó mi compañero Dilan.

Olga se asustó al escuchar ese nombre. Buscó una foto de Rubén.

-¿Es este Dilan?

Manuel se echó a reír.

-No. Dilan tiene cerca de los sesenta años.

-¿Reconoces a este Dilan?

-Lazona. No lo conozco en persona. Pero Arlen me habló de él y de su hermano gemelo. Mirad, ahí vuelve mi Dilan.

-¿Cómo sabes que el de la foto es Dilan?

-No lo sé. Me has dicho que lo es y lo he tomado así. Según me han contado, son como dos gotas de agua. De hecho, solían divertirse intercambiándose. Hasta alguna marca física, debieron hacer por tenerla los dos.

Le hizo un gesto con la mano a su empleado para que entrara en el despacho. Le preguntó por la mujer que ellos conocían por “Isabel”. Solo les pudo decir el nombre que le dio a él:

-“Margaret Smit”, sin h al final. Me lo recalcó varias veces.

Olga movió la cabeza sonriendo.

-Trucos para que te quedes en la memoria con unos datos y olvides el resto.

-¿Y ya acabó el período de …?

-No. Le quedan dos meses.

-Necesitaríamos la dirección.

-Ahora mismo la busco.

El empleado de Manuel salió y fue a su mesa.

-¿Esta mujer estaba incluida en el protocolo de huida?

-Hasta donde yo sé – respondió Manuel mientras esperaba la dirección – Arlen solo tiene en ese plan a gente que conozca de siempre. Y aún así, ninguno puede revelar al resto el plan que tiene. O sea, el paradero de Arlen, no lo conoce el resto. Ni el de Ethan o de Jimeno. Si esta mujer estuviera incluida, que lo dudo, porque si apareció después de alquilarnos esa casa, Arlen no se fía de nadie hasta pasado mucho más tiempo. Además, esa mujer no era víctima de Anfiles, eso está claro. Podría serlo de la otra rama, la de las mujeres, pero no es Anfiles. Por edad, tampoco podría serlo. Es muy mayor. Y Arlen a quien cuida y protege, son a los que son como nosotros.

-Esta decía que era víctima de maltratos por parte de su marido.

-Arlen nunca confiaría en ella. Para los asuntos serios de verdad. No la echaría, si decía que había sufrido maltrato. Tampoco le confiaría sus secretos. A ver, una cosa: en realidad Arlen no se fía de nadie. Sabe que muchos de nuestros compañeros optaron por pasar a ser parte de la organización. Se pasaron al enemigo, por así decirlo. Y también sabe que hay gente buscando a los escapados y a los que pueden recordar o saber sucesos que pongan en peligro a los disfrutones de esas fiestas. A esos hijos de puta que saciaban sus instintos con niños indefensos.

-La casa no parecía tener medidas de seguridad.

-En eso, estáis muy equivocados.

-¿Habría alguna posibilidad, si hubiera por un casual cámaras grabando, ver esas imágenes?

-Si preferís os mando al móvil la ubicación. – Dilan acababa de entrar – y os envío también una foto de la casa.

-Mejor.

Ventura le dio el número de su teléfono. Al cabo de unos segundos, ya tenía esa información.

-Seguís aquí.

Charles, el policía, acababa de entrar en la inmobiliaria. Parecía contento y excitado.

-Unos compañeros vieron a esa mujer. Hace solo unos días. Tuvo un altercado con un joven. Éste se puso histérico en medio de la calle. Esa mujer la estaba acosando, decía.

-Como si lo viera, la gente a su alrededor la apoyaron a ella.

-Sí. Pero los compañeros que acudieron, no lo tuvieron tan claro. El chico se refugió en su coche en cuanto llegaron. De hecho, les pidió que lo detuvieran. La mujer empezó a contarles a mis compañeros una historia de que tenía una enfermedad mental, que ella era su tutora y que debía ingresarlo en el hospital del que se había escapado. Parecía tener mucha prisa, no hacía más que intentar acercarse al coche para llevarse al joven. Ellos se lo impidieron. Le requirieron documentos al respecto que acreditara la tutoría y la enfermedad o el ingreso en la institución que decía, pero dijo que se los había olvidado en casa. Entonces mis compañeros decidieron llevarse custodiado al chico, que pareció aliviado. Ella insistió en que cometían un error, pero ellos le dijeron que pasara por comisaría para llevarles los documentos, y que entonces hablarían.

-¿Cuántos compañeros acudieron?

-Dos patrullas. Cuatro compañeros. Primero llegó una patrulla, pero uno de ellos no lo vio claro y pidió el apoyo de algún compañero. A los pocos minutos apareció la segunda. El protocolo es quedarse a la expectativa preparados para actuar. El caso lo seguían llevando los dos compañeros que llegaron los primeros.

-O sea con la mano sobre el arma y en posición de desenfundar – explicó Ventura a Olga.

-Muchos para cargárselos. – dijo ésta. – Tuvieron suerte. Si se llega a quedar la primera patrulla, a lo mejor hubieran acabado malheridos. Y se hubiera llevado al joven.

-Había además mucho despliegue de seguridad en esa zona. Había un acto con el Alcalde y el Gobernador en un auditorio cercano.

-Pues eso salvó a tus compañeros. Al menos a los dos que acudieron los primeros. Estuvieron acertados. ¿Y el chico?

-Una asistente social habló con él en comisaría. Ya estaba tranquilo. Sus explicaciones le parecieron de una persona cuerda y sin problemas mentales. Fue contundente y ordenado en sus explicaciones. Acreditó convenientemente su identidad. Comprobamos que todo lo que había contado la mujer sobre su ingreso en ese hospital psiquiátrico, era falso. Dijo que le abordó en la calle y que le quería obligar a acompañarla. Que le puso lo que le pareció una pistola en los riñones. Le dejamos libre. Le ofrecimos protección, pero él dijo que no la necesitaba. De todas formas dimos orden de búsqueda de la mujer, pero en las cámaras de los coches, nunca se le pudo ver la cara. Se ocultó en todo momento. Lo que si observamos es que iba armada.

-Tenemos su dirección. Deberíamos ir a hacerla una visita.

Olga negó con la cabeza.

-Pero no solos. A buscar a esa mujer no vamos a ir a pecho descubierto. Decide si los SWAT o los equipos especiales de asalto del FBI – Olga era contundente.

-Pensaba que eras buena tiradora. – Ventura la miraba con ironía.

-Y luego me haces tú el papeleo por disparar en suelo estadounidense siendo policía española. No sabemos el armamento del que dispone. Soy lanzada, ya lo sabes. Pero de eso a ser temeraria, va un abismo.

-Si le parece bien, agente Carceler, llamo a los SWAT.

-Avíseles, Charles, que es peligrosa. Es una asesina a sueldo muy peligrosa. Suele trabajar para agencias de espionaje. El MI5 parece que es su mejor cliente. Y la han protegido contra viento y marea.

-Llamo al jefe de policía y que él decida.

.

Ventura llamó a Peter Holland para contarle. Éste inmediatamente se puso en contacto con el Jefe de Policía de Wiston-Salem. El mismo Peter Holland cogió un helicóptero que lo llevó hasta la ciudad. Olga y Ventura lo esperaban a pie de pista, acompañados por el Jefe de policía y sus ayudantes. Mientras llegaba, ya se había montado un dispositivo de vigilancia alrededor de la casa que tenía alquilada la sicaria.

-¿Seguro que es ella? – fue la primera pregunta que le hizo a Olga mientras la daba un beso como saludo.

Olga le tendió el móvil. Kevin había contestado a su wasap. Echaba espumarajos por los dedos al escribir la respuesta. A parte de rogar a Olga encarecidamente que tuviera cuidado y que no se fiara.

.

Es buena la cabrona”

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Yeray le mandó otro wasap. Estarían juntos, como siempre, pensó Olga.

-¿Y Jorge?

-Estoy esperando que acabe una cosa para llamarlo. Luisete, uno de sus escoltas, me avisará cuando quede libre.

Peter Holland entonces dejó a Olga y Ventura y fue a saludar al grupo del Jefe de la policía de Winston-Salem. En ese momento, dos helicópteros del FBI tomaban tierra a unos metros de ellos. El Jefe de operaciones del FBI había decidido de acuerdo con el Jefe de Policía que se iba a encargar ellos. Al estar relacionado con espionaje, era un tema del FBI.

-Pasemos al edificio – les invitó el Jefe de Policía – Estaremos más cómodos para hablar.

El grupo al completo, caminó siguiendo al jefe de Policía. Había preparada una sala con una gran mesa alrededor de la cual se sentaron todos. Allí esperaban Charles Nimitz, el policía que les había ayudado y David Human y Patricia Dallas, la pareja de policías que acudieron al altercado.

-¿Es este el chico al que atendieron?

Ventura les pasó el móvil con la foto de Ethan.

-Sí. Es él. Parecía un chico muy educado y con la cabeza muy asentada. Luego, pensando en todo lo sucedido, hizo lo que tenía que hacer para evitar ese secuestro. Parecía bien aleccionado. Casi nadie hubiera reaccionado así sin estar preparado.

-¿Les dio alguna dirección o modo de contactar con él?

-Nos lo dio, pero no hemos tenido suerte al intentar llamarlo. Está apagado y con la batería quitada.

-¿Tienen a mano ese número de teléfono que les dio?

-Sí. Se lo paso por mensaje – les dijo la mujer policía.

-Esta mujer – en una pantalla en un lateral de la sala había aparecido la foto de Isabel tal y como era sin maquillajes ni disfraces – es una reputada asesina que suele trabajar para los Servicios Secretos. Hemos de reconocer a nuestro pesar, que alguna vez la CIA la ha contratado.

-Seguramente a instancias del MI5. Tenemos acreditado que está en su plantilla.

-¿Aunque haga trabajos fuera aparte?

-Los trabajos que hace siempre son por cuenta del MI5, aunque pague otra agencia. Que sea una organización gubernamental, no significa que los intereses de los que trabajan en ella sean siempre altruistas.

-¿Lo dices por experiencia propia? – Peter Holland miraba a Olga fijamente.

-Pues sí que has tardado en enterarte – Olga no dudó en ningún momento de que se refería al caso del Intercontinental, con las escuchas y la aparición estelar del CNI. – Algunas de esas organizaciones se escudan en proteger al país, cuando solo quieren proteger a determinadas personas que han actuado mal, que han cometido algún delito pero que ocupan cargos de responsabilidad.

-O que tienen mucho dinero.

-Otras de esas personas a veces trabajan para esas mismas organizaciones.

-Eso ahora mismo, no viene al caso. A no ser que te refieras a que una de esas personas pudientes que trabajan para alguna agencia de espionaje, cometa un delito contra el honor, o maltratando a niños o mujeres, que incluso mate a alguno o algunos.

-O se dedique a traficar con órganos o personas. O con drogas.

-Perdonen, pero nos estamos perdiendo – dijo el Jefe de Policía molesto.

-Disculpen – les dijo Olga – Nos ha podido la premura y estamos intercambiando opiniones sobre temas que ya teníamos en cartera.

-Les pido disculpas – dijo Peter Holland.

-Ventura, Olga. ¿Qué proponéis?

-Tal y como están las cosas, creo que habría que asaltar esa casa y detenerla. Puedo pedir que algún juez español expida una orden internacional de detención.

-Ya la hay. Dos jueces españoles la emitieron en su momento. No están rebatidas – dijo uno de los colaboradores de Peter Holland. – A parte hay otras tres de Italia y dos de Francia.

-Parece que se mueve cerca de España.

-Salvo esta vez, que se ha venido hasta Estados Unidos. Creo que es española de nacimiento. Aunque todo lo que creemos saber relativo a esta mujer, lo pondría en cuarentena.

-No dejas de ser un trabajo relacionado con España y Francia. – apuntó Ventura – Podríamos considerarlo como un fleco.

A Olga le empezó a sonar el móvil. Era Luisete, tal y como había quedado.

-¿Quieres videoconferencia o llamada?

-Mejor videoconferencia. Estamos en una reunión y sería interesante que hablara con todos.

-Pásame a Ventura y lo preparamos.

Olga le tendió el móvil a Ventura.

-Un segundo que enchufo el móvil a la pantalla.

El agente se levantó y corrió hacia el otro extremo de la sala. Un asistente de Peter Holland se aprestó a ayudarlo.

-Ya está listo – afirmó Ventura.

Nada más lo dijo, Jorge apareció en pantalla.

-Buenas tardes a todos – les saludó Jorge en inglés. – Olga, siempre que me llamas estás entre una multitud.

-Prometo que la próxima vez que hablemos, lo hagamos en privado. Tengo ganas de una charla larga y tranquila contigo.

-Nos debemos remontar casi a tu reencuentro con Dani para tener una charla así.

-Nuestros ritmos de vida no son los adecuados para ello.

-Pues dile a Peter Holland que te suelte ya de una vez. Y vuelve. Se te echa de menos.

-¿Lo conoces? – preguntó Olga sorprendida. El aludido pareció sorprendido.

-Ocupa un puesto en el que le sacan muchas fotos. – dijo Jorge cauto. Pero Olga supo que era una disculpa. – ¿Cual es el problema hoy?

-El problema es esta mujer – Ventura había tomado el relevo de Olga que estaba un poco descolocada por la forma de actuar de Jorge. Parecía enfadado.

Jorge al ver la foto se quedó callado. Miraba fijamente a la pantalla que debía tener para verlos a ellos.

-La del otro día en la reunión para esa barbacoa – dijo de forma neutral.

-¿Algo más?

Jorge se quedó pensativo. Olga lo conocía y sabía que su cabeza estaba buscando. Cuando Jorge resopló todavía más enfadado, Olga supo que había encontrado el recuerdo.

-¿Esta vez la diplomacia se va a encargar de nuevo de que se vaya de rositas? Ahí no está Quiñones, al menos.

-¿Es ella entonces?

-La amiga Rosa María. Que llenó de artilugios espías la casa de Dani para saber todo de él y de Cape. La que se cargó al vecino de Dani. La que casi mata a Yeray en las Hermidas. Y la que casi me mata a mí en el parque. A parte de herir de nuevo a Yeray y a Kevin.

-¿Por qué has citado a Quiñones?

-Porque él la liberó cuando siendo Dani un crío, después de que lo sacara de esa fiesta y que tú te ocuparas de su recuperación, cuando acabó esa película que tú sabes, intentó cargárselo en una entrega de premios. También lo intentó después de lo de la Hermida, cuando todos pensabais que estaba de vuelta en Inglaterra en aquel estreno, en la que hubo tantos problemas con gente que parecía querer agredir a Dani. A esa persona a la que protege el MI5 y la CIA ¿Verdad Joker? No le valió la terapia del olvido. Sigue queriendo matar a Dani, por si un día recuerda.

Peter Holland se movió inquieto en su silla.

-Trabajo para el FBI.

-Me alegra oírlo, Mr. Holland. Actúa como tal y detén a los asesinos.

-Eso vamos a hacer.

-Si la detenéis, procurad que no se tome su cápsula de cianuro. Dientes postizos. Ya conoceréis esos trucos.

-¿Nos confirmas que es Rosa María?

-Os lo confirmo. Esta vez ha optado por un disfraz menos estrafalario. ¿Arlen y los demás?

-Desaparecieron. Están a salvo.

-¿Sabes a quien buscaba?

-Al chaval pelirrojo – contestó Ventura.

Jorge afirmó con la cabeza. Se le crispó el gesto.

-¿Os puedo ayudar en algo más? Os debo dejar. Tengo una comedia a medias y debo salir a escena.

-Muchas gracias Mr. Rios – le contestó el jefe del FBI – No dudes de que trabajamos en el mismo campo.

-Me alegra oírtelo – esta vez Jorge había empleado el español. Peter Holland se sonrió. Aunque su respuesta la dijo en inglés.

-Tenemos una conversación pendiente. – le dijo en tono muy circunspecto a Jorge.

-Cuando tú quieras. Un beso, Olga, Ventura. Y cuidaros. Por favor, no os fieis de las primeras impresiones. Cread vuestros argumentos alternativos a lo evidente. Pensad en mis novelas y en los giros que hay en ellas. Son los giros de la vida. Pensad que la realidad siempre supera a la ficción. Todos sois policías y lo sabéis. Un saludo a todo el mundo. Espero tener la oportunidad en un futuro de hablar con ustedes de temas más agradables y con menos premura de tiempo.

La conversación se cortó.

Ventura recogió el teléfono de Olga y volvió a su lado. El silencio se había apropiado de la sala. Levantó mucho las cejas cuando estuvo seguro que no le podía ver nadie. Olga suspiró y amagó una sonrisa.

-Mr. Holland, el equipo de asalto está en sus puestos.

-¿Nos vamos? ¿Jefe?

Había hablado Mr. Holland. Después de pedir conformidad al jefe de policía, había mirado a Olga que afirmó con la cabeza.

.

El Jefe de la Unidad de asalto del FBI estaba explicando la situación en una furgoneta en la que tenían el puesto de mando. Tanto el jefe de policía como el Jefe de operaciones del FBI escuchaban atentamente.

-No hay indicios de movimiento dentro de la casa.

Olga suspiró intranquila.

-Quisiera ver los planos de la casa. Y los planos de todas las casas de alrededor. Estas cuatro casas parece que en un tiempo no muy lejano estaban unidas o pertenecían a la misma comunidad. Ésta de aquí – señaló la edificación que estaba a la derecha, sobre una foto de Google Maps – da la impresión de ser un antiguo almacén o granero, reconvertido después en vivienda. Si es así, habrá pasadizo entre ellos. Pasadizos subterráneos.

-En este claro – abundó Ventura – da la sensación de haber un refugio. Puede que venga desde la Segunda Guerra Mundial. O desde la Guerra fría. Fueron muchas familias las que se lo construyeron con mayor o menor dispendio.

-Es solo una asesina.

-Bueno. Investigó antes de irse a vivir al lado de Carmelo del Rio. Logró entrar en su casa sin que los sistemas de seguridad que tenía instalados Carmelo, la detectaran. Puso cámaras, micrófonos un montón de artilugios con la finalidad de saber todo lo que hacía o hablaba.

-No parece una simple asesina.

-No la ha captado todavía ninguna cámara de la calle. Ni la de los coches de la policía. No hay que subestimarla. En su caso, hacerlo, suele costar vidas.

-Jorge salió con vida.

-Jorge va muy protegido. – afirmó Olga con voz gélida. – El día en el parque, podía habernos costado cuatro vidas al menos.

-Vuelve a estudiar el tema Graham – le dijo Peter Holland al jefe del equipo de asalto. – Pide todos esos mapas. Jefe Roberts – ahora se dirigía al jefe de policía – sus efectivos podrían ir preguntando por el barrio por esas cuestiones.

-Se lo iba a proponer. Según me han contado los agentes que se enfrentaron a ella, les pareció una mujer muy resolutiva, con muchos recursos. Y fue capaz de improvisar y preparar una historia sobre la marcha. La opinión de mis hombres está en la línea que expone la comisaria Rodilla.

-Si la intención era la de matar a ese joven…

-No se equivoque. No quería matarlo. Si no, estaría muerto. Quería llevárselo. Quería respuestas. ¿Sobre qué? Pues ni idea. Deberíamos encontrar a ese joven.

-Me creo que no volverá a cometer otro error. – afirmó Ventura con seguridad.

-Tardaremos al menos una hora en estudiar todo esto.

-Pues nosotros, si no os importa, nos vamos a comer. Tengo hambre – dijo Olga en tono serio. Miró a Ventura que levantó las cejas sorprendido.

-Iros. No podéis hacer nada aquí.

Olga no se lo pensó y salió del furgón. Ventura la siguió.

-Me estás poniendo en un compromiso con mi Jefe.

Olga movió la cabeza apesadumbrada.

-Es cierto. No he sido consciente de ello. Si crees que es lo que debes hacer, quédate. Me he equivocado al hablar por ti. Perdóname.

Ventura se movió intranquilo.

-¿Dónde quieres comer?

-Manda un mensaje a tu padre y dile dónde estamos y dónde podemos comer con seguridad. No me fio de nadie ahora mismo. Y no tenemos inhibidores.

-¿A mi padre?

-A tu padre.

-Luego espero que me lo expliques.

-No creo que necesite explicarte nada.

Olga lo miraba de una forma que no admitía réplica. Ventura la hizo caso. A los pocos minutos recibió un mensaje con el nombre del restaurante y con el camino andando hasta él. Estaba cerca de dónde estaban.

-Apréndete la contraseña, para que no tengas que mirarla en el móvil.

-Llevo toda la vida siendo hijo de mi padre – ahora era Ventura el que habló bruscamente.

-Perdona. Como antes te has hecho el loco … – la comisaria hizo una pausa antes de volver a hablar – Sabes que te aprecio. – Olga había suavizado el tono. Eso hizo que Ventura se relajara.

-Eres imposible, Olga. – dijo sonriendo.

Caminaron a paso vivo hasta el lugar que les había indicado Rodolfo Carceler. Ventura entró el primero y fue al atril donde estaba la jefa de sala. Ésta les saludó con una sonrisa preguntándoles si tenían mesa reservada, a lo cual, Ventura en tono decidido, respondió:

-El granjero fue el culpable de la muerte de su mujer.

El gesto de ella se hizo más amable si cabe. Les hizo una señal para que les acompañara. Les llevó a una mesa al fondo que tenía un cartel sobre ella en la que decía “Reservado”.

-Pueden hablar con libertad. Esas luces que rodean la mesa, son inhibidores de grabaciones de todo tipo. Si alguien les quiere sacar una foto, sus rostros saldrán difuminados. Aquí les dejo la carta.

-Cada vez estoy más perdido – le reprendió Ventura a Olga. – Pienso que no me estás contando nada.

-No te cuento lo que no sé. No puedo contártelo. Hay cosas que … te dije el otro día que tu jefe no parece que esté jugando esta partida en las mismas condiciones que nosotros. Jorge hoy nos lo ha indicado amablemente.

-Amablemente no. Estaba verdaderamente enfadado. Nunca le he visto así.

-Cuando le investigaste ¿Le seguiste muchas veces?

-Sí.

-¿Viste a sus protectores?

-Algunas veces – acabó reconociendo a regañadientes. – No es fácil. Tienes que saber que están para detectarlos.

-Eres bueno.

-Tengo buen maestro.

-Uno de los mejores, es cierto.

-No me has dicho que conoces a mi padre.

-No lo conozco. Lo conoce Javier. Y Garrido.

-No dejáis ni un cabo suelto. Tenéis contactos en todos los ámbitos: políticos, jueces, servicios de inteligencia, policías extranjeras …

-Pretendemos seguir vivos mucho tiempo. Y ganar esta batalla. El padre de Javier la perdió. Y nosotras fuimos testigos de primera línea. Carmen y yo. No queremos que pase lo mismo ahora. Estamos al mando. Muchos policías dependen de nosotros. Ponen sus vidas en nuestras manos. Queremos que tengan la mejor protección posible. Dentro de que es una guerra desigual. Ellos son poderosos y mueven los hilos. Para poder contrarrestar eso, debemos jugar fuerte.

-¿Quién ese esa persona tan poderosa que todas las instituciones inglesas lo protegen? Esa que quiere ver muerto a Carmelo y a Jorge.

-No te lo puedo decir, porque no lo sabemos. Pensamos que es un miembro destacado de la Casa Real. Pero no lo sabemos. Y miembros destacados, hay unos cuantos. Pero puede ser un Primer Ministro, o el Presidente de la City. O del Banco de Inglaterra.

-¿Por eso ese tipo tan bestia se coló en esa fiesta? En la que sacó Jorge a Dani. Para matar a éste.

-Es una posibilidad. Como está muerto, no podemos preguntarle.

-¿De causas naturales?

-Oficialmente sí. Pero creo que alguien le ayudó.

-¿Los protectores de Jorge?

-O sus mismos “amigos” que creyeron que se había convertido en un problema.

-¿Amañaron la autopsia?

-Sí. Su muerte ocurrió en Suiza, cuidado, no murió en España.

-¿No sería Jorge? He oído que el tipo ese le amenazó de muerte.

-Nunca lo haría. No lo necesita. Lo dijiste tú el otro día.

-Una cosa es pensarlo. Otra es comprobar que es cierto.

-Pensaba que lo tenías por cierto. Lo dijiste en tono seguro el otro día.

-Ya. Bueno.

-Ventura. ¿Qué te pasa? De repente pareces agobiado. ¿Qué ha cambiado hoy?

-¿Ya han decidido lo que van a comer?

-Sí, – respondió Ventura a la camarera – dos hamburguesas del nº 3, dos del 6, una del 10 y una de 9. Dos de patatas grandes. Dos mazorcas de maíz y una ensalada de la casa.

-¿Esperan a alguien?

-Llevamos dos días sin comer. – Ventura sonrió con pena.

-Aún así …

-No se preocupe. Mi amiga tiene buen estómago.

-¡Anda! Como si tú no comieras. No se preocupe, que nos lo vamos a comer.

La camarera se fue no muy convencida.

-Me da a mí que nos va a graduar la comida. – se burló Olga.

Ventura se echó a reír.

-Pues nos dará tiempo a que nos entre más hambre y tengamos que pedir otra hamburguesa.

-Creo que ya estamos servidos.

-¿Estás enferma Olga?

-Es que me vas a quitar el placer de mangarte la ultima media hamburguesa.

-Se siente. Ahora dime que piensas que va a ocurrir cuando asalten la casa.

-O que haya huido después de su fracaso con Ethan o que haya un fregao importante de tiros.

-O que esté bien escondida.

-Esperamos que el FBI sea capaz de encontrar unos planos de la zona decentes. Se me ha olvidado decirles que amplíen el radio de estudio. Si se vino a vivir aquí, es que lo había estudiado bien.

-Le mando un mensaje a Holland.

-Sí, mándale. Como cosa tuya.

-¿Quieres que me gane honores?

-Quiero contrarrestar mi error de meterte en una discusión que era solo mía.

-Formamos un equipo.

-Pero tú te vas a quedar aquí. Y estás bajo sus órdenes y bajo su protección. Yo me iré dentro de unas semanas.

-¿Ya no quieres que me vaya contigo?

Olga se echó a reír.

-Claro que quiero. Pero hoy la cosa está muy seria. No quiero agobiarte más. Me he dado cuenta que no tengo derecho a meterte en esta batalla tan … incierta. Ser policía tiene sus riesgos. Todos los días. Pero … nosotros acabaremos por llevar escolta todos. Javier ya la lleva. Jorge y _Carmelo no van a mear sin que les sigan dos de sus escoltas. Miramos debajo de los coches, vamos siempre con chalecos antibalas. Y todo esto no va a ir a mejor. No quiero que tomes tu decisión por mi insistencia.

-Mi padre al final viene el viernes.

-¿Sigues queriendo que me una?

-Por supuesto. Así lo conoces. Así no son solo Javier y Carmen quienes conocen a mis padres.

-¿Como sabes que Carmen los conoce? Antes no la he citado.

-Por lo que dijo el otro día.

-A mí no me lo ha contado – se excusó la comisaria.

-Creo que igual que tenéis secretos con Javier, de la época de su padre, como las excursiones salvadoras de Jorge, vosotras tendréis vuestros pequeños detalles que os guardáis para vosotras.

-Muchas veces no es por tener secretos, es por proteger a esas personas. Ya irás comprobando que saber cada detalle de este caso, puede ser frustrante. Te puede hacer caer en una depresión. En el desánimo. Es la mejor manera de no poder enfrentarte a todo esto.

-¿Y Jorge? ¿Cuantos secretos guarda? ¿El tampoco puede enfrentarse a todo?

-Muchos. Por eso lo quieren matar. Y por eso se ha protegido pareciendo un lelo. Por eso ha guardado bien en un recodo de su cabeza de difícil acceso, gran parte de ellos. Eso le ha permitido seguir adelante, a parte de encontrarse con Carmelo ya en la edad adulta.

-¿No es por sus novelas, por querer robarlas todas? Por lo que le quieren matar, digo.

-Eso es a más. Los disparos, en el caso de Jorge y Dani, vienen de muchos sitios. La amiga que ha aparecido, trabaja para acabar con ellos enviada por los que quieren proteger el prestigio de un personaje que no sabe medir lo que hace con lo que sale por su bragueta. Y que tampoco sabe medir la fuerza con la que pega a los niños o jóvenes que debería proteger. Es un tipo que le gusta dominar. Y para eso se busca a los más inocentes, para sentirse el dueño de la vida de los demás. Pero seguramente, con un adulto de su misma condición, de su misma edad y extracción social, sea un paria, un blandengue.

-Y ese tipo tan poderoso ¿No se le ocurrirá contratar a otro asesino si esta Rosa María, como la llamas, cae?

-Posiblemente. Aunque quizás el MI5 empiece a desentenderse del tema. Y sin el apoyo de esa agencia de inteligencia, puede que no lo tenga tan fácil.

-¿Y el CNI?

-Esos siempre han estado. Ahora han enseñado la pata. Como el MI5, como la CIA, piensan que los demás somos tontos y no nos damos cuenta. El CNI además, tiene muchas … partes, muchas facciones. No todos en su organigrama siguen los designios de Triana, su jefa actual. Ella está vendida desde el primer momento a esos … poderosos … tiene el mismo concepto de salvar el país que te decía antes. Piensa que es salvar a esa gente poderosa, con cargo, que actúa mal. Y que pagan, claro. No se dan cuenta que esos son los que de verdad atacan al país. Si esta organización ha salido indemne todos estos años, es porque la han estado protegiendo. Porque han maniatado a los policías que en algún momento han querido descubrir la verdad.

-Es todo muy complicado.

-Lo es, sí. Ya te lo he dicho antes.

-Aquí tienen.

Para sorpresa de Ventura y Olga, la camarera les había traído casi todo el pedido de golpe. Lo que cabía en la mesa.

-Que pintaza tiene todo. – dijo Olga alegre y salivando.

-Come despacio.

-Sí, papá.

-Que boba eres a veces – se burló Ventura.

-Come. Que si no te voy a quitar …

-¡Ni se te ocurra! – Ventura hizo un gesto con los brazos para proteger sus hamburguesas.

Mientras comían, los dos dejaron los temas de trabajo en un rincón, apartados. Hablaron de otras cosas de las que les solía gustar comentar. De música, de cine, de las cosas que a Ventura le habían sorprendido de la forma de vivir de los americanos. Reconocía que a muchas de esas cosas no se había acostumbrado.

-No es que no me acostumbre. Es que no me siento cómodo. No me gustan. Es otra forma de relacionarse. Hasta los de origen latino o europeo se comportan distinto.

-Pero también es enriquecedor.

-Sí, lo que quieras. A parte, todo es tan grande … las distancias son … pierdes mucho tiempo en desplazamientos.

-Madrid es muy grande también. Antes de venir a estados Unidos, era tu ciudad.

-Quizás ya estaba hecho a ella. Pero no sé, en tu entorno, puedes encontrar casi de todo a distancias razonables. Si quieres comer en el Diverxo, pues vale, puedes tener que hacer una distancia grande. O si quieres ir a un musical en la Gran Vía. O para trabajar … pero es que aquí, todo parece estar a kilómetros. Llega a agobiar a veces.

La camarera les llevó las últimas hamburguesas. Y les puso otras dos raciones de patatas a cuenta de la casa. Ventura se echó a reír porque la mujer les miraba casi como si fueran extraterrestres.

-Menuda idea se está llevando de nosotros.

Siguieron comiendo con tranquilidad. Parecía que todo lo que les había pasado ese día les había dado todavía más hambre de la que solían tener. Ventura tuvo la tentación de pedir algo más de comer, pero Olga le disuadió.

-Tomemos un postre que nos guste a los dos, que si no, a esa mujer la vamos a volver loca. Luego cenamos como Dios manda.

-Tampoco hemos mentido antes. Ayer apenas comimos y no cenamos más que un perrito caliente en ese puesto frente al hotel.

-Es que el hotel de esta vez, nos pilla más lejos … y no hay nada alrededor.

-¿Ves lo que te decía antes? Y con lo cansados que solemos acabar, da pereza buscar un sitio para cenar como nos gusta.

-La verdad es que con el tute que llevamos, se agradece algo cercano.

Ventura recibió algunos mensajes.

-Están asaltando la casa.

-Crucemos los dedos – dijo Olga.

-¿Vamos?

-Para qué. No pienso entrar a pegar tiros. Ya nos avisarán cuando acabe el asalto.

Ventura se echó a reír.

-Y luego os metéis con Javier que en los asaltos se va al bar.

Olga se unió a la carcajada.

-Te quedas con todo, cabrón.

-Es lo que debe hacer un policía.

-¿Ves por qué quiero que te vengas?

-¿No habíamos quedado en que te habías rendido? ¿Ya se ha acabado la tregua?

-Lo de antes ha sido solo un momento de debilidad.

Ventura volvió a recibir unos cuantos mensajes.

-Peter Holland requiere nuestra presencia.

-¿Dice algo de lo que ha pasado?

-No.

-¿Nos trae la cuenta por favor?

Ventura sacó su tarjeta de crédito para pagar.

-Su padre ha pagado la cuenta. Me ha pedido que le recuerde que han quedado a comer el viernes. Los tres.

Ventura no supo que decir. Olga tomó la palabra.

-Transmítale que no se nos ha olvidado. Muchas gracias por todo. La comida estaba muy rica. Si nos pilla en Winston, esté segura que volveremos.

-Les esperamos con los brazos abiertos.

.

Anduvieron a paso rápido. Olga estaba intranquila. Los dos lo estaban. Los mensajes de Holland, habían sido muy crípticos.

Al llegar, las caras que vieron no eran las que se esperaba de una operación que había salido bien. Los gestos eran de frustración. Había llegado otro equipo del FBI. Olga reconoció a los agentes especiales con los que habían compartido vuelo a Nueva York cuando fueron a ver al hermano de Sergio. Nada más ver a Ventura, se metieron con él.

-Venturita, mira a ver que nos haces perder el tiempo. A ver si de una vez el Jefe se da cuenta de lo inútil que eres y te manda de una patada a España.

Peter Holland apareció por sorpresa. La mirada que les lanzó a esos agentes, les hizo callar de inmediato.

-Mirad la pantalla a ver si aprendéis algo – les dijo en tono duro.

-¿Qué ha pasado Peter? ¿Habéis encontrado los planos de este grupo de edificaciones? ¿Túneles, refugios?

-Mis hombres no han encontrado indicios de nada de eso. Hace un rato, los policías de la ciudad que preguntaban casa por casa, han escuchado algunos comentarios que afirman que los había.

-Chorradas de viejos – contestó el que siempre le había parecido a Olga el jefecillo de ese grupo de agentes.

-O sea que damos por hecho que los hay – dijo mirando de forma despectiva al grupo.

-Yo lo tendría presente, sí – el jefe del equipo de asalto se adelantó a Peter Holland. La mirada que les dedicó a esos agentes no era precisamente de admiración. – Parte de mi equipo se ha puesto a investigarlo con la policía de la ciudad. Han ido al Ayuntamiento.

-¿Y que ha pasado? No me has respondido – Olga miraba a Mr. Holland.

-Prefiero que saquéis vuestras propias conclusiones.

-¿Ha habido heridos?

-No tranquila. Id contando vuestras impresiones. Jimmy os irá grabando.

Olga fue a hacer un comentario, pero se arrepintió. Le daba la impresión de que iba a dar una clase a todos esos agentes y no le parecía justo. No, porque el examen parecía ser a Ventura. Un miembro del equipo de CSI les acercó las fundas para los zapatos y un gorro para el pelo. También les dio unos guantes de látex.

-¿Vamos?

Olga asintió con la cabeza. Ventura tomó la iniciativa y fue delante.

-El asalto ha sido por aquí. Cuatro miembros. Dos cubriendo. Han derribado la puerta con explosivos. En los goznes y en la cerradura. Luego han empleado ariete para apartarla.

Entraron en la estancia. En el suelo había un cuerpo. Ventura y Olga iban pisando las huellas de los miembros del equipo de asalto. Olga señaló las ventanas.

-Gases. Todavía se puede percibir el olor. Hay otro olor que …

Ventura se puso en cuclillas al lado del cadáver. Hizo una mueca y se puso la mascarilla. Olga le imitó.

-Lleva muerta tres días.

-¿Tanto? – preguntó Olga. – El color me da la impresión de que … yo le echaría dos días. No mucho más.

-Hace fresco. Y por la noche haría más. Esa ventana no la han roto al tirar los gases, ya estaba rota de antes. Aquí todavía refresca mucho por la noche, ya lo has comprobado estos días. Y ayer apenas llegamos a los doce grados al mediodía. Yo diría que murió por la noche, hace dos días y unas horas. Mira, está encendida la luz de esa mesa. La pillaron leyendo. El libro tirado en el suelo. Estaba tomando un té helado. Las huellas que deja la mano al coger un vaso muy frío.

Olga se acercó al vaso y olió el contenido. Era té, sí.

-Té, canela y cardamomo.

Ventura volvió a ponerse en cuclillas. Fue apartando la ropa de Rosa María con apenas dos dedos. Iba buscando los disparos.

-¡Joder! – exclamó sorprendido.

-La dispararon en cada pierna. Luego en los brazos. En los hombros. Y para acabar en la frente. Un veintidós largo. Con silenciador.

-Arguméntalo.

Ventura se acercó a la mesa en donde estaba el vaso que parecía estar bebiendo cuando asaltaron la casa. En él había un proyectil que sacó con cuidado utilizando una pequeña navaja que llevaba en el bolsillo del pantalón. Hizo una seña a la del CSI para que le trajera unas pinzas y una bolsa de pruebas. Cogió la bala con las pinzas y la levantó.

-Esas estrías con características.

-Has dicho lo del silenciador antes de ver la bala. En los casquillos, eso no se puede ver.

-¿No escuchas el eco? Aquí resuena todo mucho. Si hubieran disparado sin silenciador, se hubieran enterado todos los vecinos. Pero … nadie parece haberse enterado.

Ventura se levantó y miró a su alrededor. Miró el suelo. Miró los casquillos.

-Todo está trucado. No la han matado aquí. Eso era evidente porque no hay sangre. Pero estos casquillos … están tirados a tún tún. El asaltante, de haber estado aquí y haber hecho su trabajo aquí, todos los casquillos estarían en este lado. La dispararon desde la derecha. Esos casquillos en el otro lado no pegan. Además, cuando la dispararon en la pierna derecha, se arrastro unos metros. El asesino quería hacerla sufrir. Posiblemente lo mismo que ella hizo sufrir a sus víctimas. El tipo la siguió mientras ella intentaba llegar a alguna de las armas que seguro tenía en reserva distribuidas por la casa. Fíjate en las manos. Tienen como polvo de cemento. Están raspadas. No se ha arrastrado en este parquet. Él estaba tranquilo, posiblemente porque había entrado antes y se las había guardado todas.

-¿Por qué piensas eso?

-Porque la dejó hacer. Si no la disparó antes, es porque estaba seguro de que no iba a encontrar lo que buscaba, algo con lo que defenderse. Se entretuvo en ello. A lo mejor la preguntó, aunque seguramente sabía que ella no iba a responder.

Volvió a agacharse y la miró la boca.

-Sigue.

-No se tomó la cápsula de cianuro. La tiene en el diente postizo. Hasta el final creía que podía revertir la jugada. Nunca dejó de pensar que era más lista que su asesino. Confiaba ciegamente en ella.

-¿El asaltante?

-Es un profesional. Luego, la disparó en la pierna izquierda, por detrás. Luego ella, se giró para mirarlo. Querría engatusarlo, engañarlo, convencerlo. Le ofrecería dinero, una posición, trabajar para el MI5 o para la KGB o los israelíes. Pero el asesino tenía muy claro cual era su misión. Tengo la impresión de que aunque fuera un encargo, él estaba convencido de que era lo que había que hacer. Y estaba convencido de llevarla a cabo. No, ella escuchó algo mientras leía y salió corriendo. El tipo no entró por aquí.

Ventura salió por una puerta que parecía llevar a la cocina. Ésta estaba a la izquierda. Entró en ella pero enseguida salió.

-Fue aquí.

-¿Qué fue aquí?

Ventura sacó una linterna y señaló el suelo.

-Si empleamos la lámpara especial, descubriremos que es sangre. El asesino limpió parte del escenario. Pero sin esmerarse.

-¿Para poner un examen a la policía?

-Si lo ves muy claro, si sigues estrictamente los protocolos que estudiamos, podría haber colado. Salvo que alguien hubiera visto algo fuera de lugar y ese alguien tuviera atribuciones para llevar la investigación por otro lado, esto podría haber quedado en un asalto para robar, y ya.

Ventura empezó a mirar la pared con detenimiento. Fue enfocando la linterna recorriéndola poco a poco. Olga le dio un golpe en el hombro y le señaló a la derecha. Ventura dio un paso hacia atrás y vio lo que le señalaba Olga. Era un reflejo que no veía desde su posición primera. Tocó con cuidado la pared. Metió las uñas en una rendija y tiró hacia él. Una parte de la pared se abrió hacia el lado izquierdo. En frente, había un detector de movimiento. Era el reflejo que había visto.

-Tiene que haber en algún sitio un ordenador que controle todo estos dispositivos. En la puerta había otro. Y en las esquinas de la cocina. Ni en el cuerpo ni en las mesas he visto el móvil de esta mujer. Eso es raro. Lo debería tener cerca. Sería el mejor sitio para recibir las alarmas silenciosas.

-Habrá cámaras también. Serán de las pequeñas. El móvil se lo llevaría el asaltante. Puede que si tienes razón, luego buscara las respuestas que no le dio la amiga Evelyn.

-Con un poco de suerte, todo estará grabado.

-Solo hay que encontrarlo. Eso puede durar mucho. Estoy convencida de que hay un intrincado laberinto de túneles, cuartos secretos … Si ha seguido con su misma táctica, con la que empleó con Carmelo, todo estará plagado de cámaras y trampas. Alarmas silenciosas. Sensores. Trampas incluso. Las había en su casa de Madrid, según me contó Carmen.

-El que vino a matarla, debía conocerla muy bien.

-Ella era una profesional, y el que la mató, también lo es. Vete tú a saber si alguna vez trabajaron juntos.

-Yo creo que esta mujer trabajaba sola.

-No sé que decirte. No lo apostaría a ganador.

-¿Sería de la competencia? Me parece más posible.

Olga se quedó parada. Levantó un dedo y volvió al salón, donde estaba el cuerpo. Ventura la siguió.

-Hay otro olor que no acabo de distinguir.

Ventura asintió con la cabeza.

-Es gas. – dijo al cabo de un rato.

-Que alguien cierre la entrada del gas ciudad. – pidió Olga a los CSI que estaban esperando a que ellos acabaran. – Esto puede ser un intento de destruir todo el edificio.

-¿Y quien lo puso en marcha? ¿El asesino?

-¿Tú que piensas?

Ventura se quedó callado.

-No. Es de ella. Ésto a lo mejor se ha puesto en marcha cuando entró el equipo de asalto. Una de esas trampas de las que hablabas.

-¡Qué alguien abra las ventanas! – volvió a pedir la comisaria. – Y que traigan un detector de gas.

-¿Vamos por ese pasadizo?

-Vamos, sí.

-Estoy pensando – dijo Ventura antes de meterse en la abertura de la pared. – ¿Y si ha venido alguien después? A lo mejor al ver el despliegue. ¿Y si Rosa María no trabajaba sola después de todo? Podría tener un satélite a una cierta distancia. Para guardarle las espaldas.

-No se las guardó muy bien.

-Pero puede hacer de limpiador. Para que no descubramos lo que sabe o lo que busca. Para que no encontremos su rastro, sus órdenes.

-Eso tiene sentido.

Ventura se adentró en la pared. A los pocos metros, había una escalera bastante ancha: cabían dos personas a la vez.

-No corras tanto, Ventura. Despacio. Mira bien dónde pisas. Paso a paso, como las muñecas de Famosa.

-¿Las muñecas de Famosa?

-Nada. Eres demasiado joven y hombre. No verías esos anuncios.

-¡Ah! Pero se lo he escuchado a mi madre cien veces.

-Despacio, querido. – recordó la comisaria trayendo la atención de Ventura a su presente.

El agente del FBI la hizo caso.

-Vete tocando las paredes, a ambos lados.

Olga, por instinto y sin ser consciente de ello, se había llevado la mano a la pistola. Le había quitado la cinta que la ataba a la funda y le había quitado el seguro.

Como a unos diez escalones, había un pequeño descansillo. Ventura estaba en él. Se giró para mirar a Olga. Al verla con la mano en la pistola, se extrañó. Pero confiaba en ella, y él fue a hacer lo mismo, pero no le dio tiempo. Detrás de él, la pared se abrió y apareció un hombre que le rodeó el cuello y le puso una pistola en la sien. Olga acabó de desenfundar su pistola y le apuntó decidida.

-¿Y ahora qué, comisaria Rodilla? – le dijo el hombre mirándola a los ojos. – Tu agente de enlace va a morir. ¿Cómo lo ves?

-¿Te conozco? No te recuerdo. ¿Por qué no te quitas el pasamontañas para que sepa con quien hablo?

-¿Cómo te sientes al saber que vais a morir los dos?

Olga sintió que el olor a gas era más intenso.

-Algún día tenía que llegar. – dijo en tono tranquilo. – Pero si me conoces, sabes que no me voy a rendir.

-No te vas a atrever a disparar. Un ligero movimiento mío y matarás a tu amigo. Te ha caído bien el renegado.

Olga pensaba a gran velocidad. Se dio cuenta que esa voz la conocía. La había escuchado hacía poco. Solo tenía que recordar donde.

-Dime que quieres.

-Nada. Solo veros morir.

-Mi amigo no creo que te haya hecho nada. Mátame a mí.

Olga estaba escuchando como detrás de ella, al menos hasta la puerta, había llegado de nuevo el equipo de asalto del FBI. Pero aunque la escalera era relativamente ancha, no se iban a atrever a bajar para ayudarla. La pondrían en peligro. Ella tenía alguna posibilidad, porque el chaleco que llevaba por dentro de su vestimenta, la protegería. Ese hombre debería apuntar a la cabeza, y no solía ser la opción que tomaban los que no eran grandes tiradores. Tirar al cuerpo daba más opciones de éxito. Ventura era otro cantar. Aunque Olga estaba convencida de que ese sería su segundo movimiento. Porque el destrozo que haría en la cabeza de Ventura al dispararlo con el cañón pegado a su sien, lo desequilibraría y lo llenaría de sangre y material cerebral. Eso lo dejaría vendido durante unos segundos que serían fatales para él. Sería un objetivo claro.

-Diles que no se muevan. A tus amigos militares. Podemos morir todos. Hay suficiente gas aquí abajo para hacer una bonita explosión. Una chispa de una bala sería suficiente para dar calor a todo el barrio.

-Tranquilo, no se van a mover. Son profesionales y lo saben. Y me conocen y saben que no necesito a nadie.

-Siempre has sido un poco chula.

-Me lo dicen a veces. Creo que es infundada esa opinión. Solo soy así, cuando me enfrento a inútiles presuntuosos y a traidores. Y te …

-¿Me estás llamando traidor? – le interrumpió el hombre encapuchado.

-… diría más: es una opinión machista. – Olga no atendió a la pregunta y siguió con su discurso – Me lo dices porque soy mujer. De un hombre dirías que está seguro de sí mismo, como un halago. ¿Isabel no te enseñó eso? Evelyn, perdón.

-¡¡Contéstame, zorra!!

-Sí. Hace unos días preguntando a Jorge por si iba a publicar una novela sobre el malo de “deLuis”, le dijiste “Hay que darle palpelo”. Y ahora … bueno, Enrique. Íbamos a preguntar a Tirso por los traidores, y mira por donde, no va a hacer falta. ¿Eso es lo que te llamaban cuando hacías de paje de un Rey? Porque pienso que es a lo más que llegarías. ¿Viste a algún Dios en acción? No creo. O a lo mejor no llegarías ni a paje, por eso ahora es cuando te sientes bien. Teniendo el control, al lado de Evelyn. ¿Cómo te reclutó? ¿Estuviste con ese que tiene tanto empeño en cargarse a algunos de tus antiguos compañeros? ¿Qué vieron que le da tanto miedo a ese tipo?

-¿Traidor yo? Vosotros que no sabéis hacer vuestro trabajo. Muchas preguntas pero no tenéis ninguna respuesta. Que sois unos inútiles que habéis permitido que a nosotros nos hicieran de todo. Que no habéis sabido pararlo. ¡¡No – Habéis – Querido!! Esos hijos de puta que nos llenaron de drogas, que nos machacaron a golpes. Solo he tomado la decisión más lógica: Unirme a los que tienen el poder, los que controlan.

-¿Y por eso te has unido a ellos? ¿Qué pretendes Enrique?

-Me he unido a los líderes, a los jefes. Solo eso.

-¿Has pensado como vas a salir de aquí? Puedes matar a Ventura. Puedes matarme a mí. ¿Y después?

-No sabes nada, comisaria. Te crees muy lista, como ese Jorge de los cojones. Como este inútil del FBI. Con su cara avinagrada. Mirando a Ethan con ganas de follárselo. Es uno de ellos, seguro. Uno de los “clientes”. Con su corbata de doscientos euros. Y sus gemelos de oro. ¡¡Puto engreído!!

-Ese inútil ha descubierto este pasadizo. Iba camino de descubrir tus secretos y los de Evelyn.

-Eso no va a pasar. Moriréis todos antes de que eso pase.

-¿Qué tal si sueltas a Ventura y lo hablamos? Creo que …

-No te van a servir conmigo tus dotes negociadoras. Ventura va a morir y tú, si no subes esa escalera, también. Tengo buena puntería. Y soy rápido.

-Vale – de repente Olga dejó de apuntar a Enrique y se relajó. Hizo algunos gestos con la cabeza, para relajar el cuello. Se quedó mirando a la pared en el lado contrario al que estaba la abertura por dónde había aparecido el socio de Rosa María. Se masajeo con la mano esa parte del cuello. – Me subo las escaleras si Ventura viene conmigo. No es necesario que salga nadie herido. Te damos tiempo para que te vayas por dónde has venido.

-Lo siento, comisaria. Evelyn te tenía muchas ganas y voy a honrar su memoria.

-¿La has matado tú para escalar peldaños en tu carrera?

-¡Noo! ¿Estás loca? Pero no te preocupes, cogeré al que lo ha hecho.

-No lo harás. Es mucho mejor que tú.

-No me conoces.

-Pero lo conozco a él. Nunca lo hemos pillado.

-Vosotros porque sois unos inútiles.

-Venga, deja a Ventura …

Olga percibía cada vez más el olor a gas ciudad. Sabía que Enrique estaba haciendo tiempo.

-Lo siento Olga.

Enrique levantó el arma y disparó a Olga sin pensarlo más. Uno, dos … tres disparos. Luego disparó hacia las escaleras, hacia abajo. Un rugido parecía estar creándose en el fondo de ese túnel. Y el olor a gas cada vez era más intenso.

.

Cuando Carmelo recibió el mensaje, tardó en reaccionar. Ver en la pantalla el nombre de Quim Córdoba lo desconcertó. Hacía muchos años que no escuchaba o veía ese nombre. Ni siquiera recordaba que lo tuviera entre sus contactos. Si unas horas antes, alguien le hubiera preguntado por él, hubiera respondido que estaba muerto.

Volvió a recibir otro mensaje desde ese número. Era una dirección con sus coordenadas GPS. Se trataba de un sanatorio que parecía estar en las afueras de Illescas, en la provincia de Toledo.

Dudó sobre como actuar. Quim … había sido su amigo. No se atrevía a recordar las cosas que habían vivido juntos. Estaba seguro que esos recuerdos le iban a poner melancólico, en el mejor de los casos. Barajó la idea de llamar a Jorge y contarle, pero el escritor ya tenía bastantes follones en ese momento. Carmelo estaba preocupado a causa de ello. Se ponía en peligro cada vez que salía de casa. Y eso no era lo que más le preocupaba: su salud física y mental, eso sí que le preocupaba.

Tras pensarlo casi media hora, se decidió por escribir a Sergio Romeva. Éste no tardó en llamarlo.

-¿Vas a ir? – le preguntó a bocajarro.

-Era mi amigo. ¿Tú que harías?

Su voz al decir eso, denotaba lo perdido que estaba. A Sergio le recordó el Carmelo de doce años, cuando estaba en confianza, sin cámaras delante o personas no cercanas.

-Debes prepararte. No está bien, Dani. Su cabeza … a veces se pierde. Las drogas le dejaron graves secuelas, a parte del trauma por lo que vivió. La mayor parte del tiempo vive en un mundo al que no podemos acceder los demás.

-Siento que le debo algo, Sergio. Si después de estos años y si dices que está mal, saca fuerzas para escribirme y pedirme que vaya a verlo, no puedo … pasar del tema. ¿O sí? Tú lo conoces. Y parece que sabes de su estado.

-No te digo que no vayas. Solo te prevengo de lo que te vas a encontrar. Si lo recuerdas … tal y como era cuando trabajabais o ibais por ahí … no es la misma persona. Y una parte de él te odia profundamente. La otra, sigue enamorado de ti.

-¿Por qué? ¿Le hice algo? ¿Estaba enamorado de mí?

Sergio suspiró al teléfono.

-No me extrañaría que de los otros cien con los que te cruzaste y a los que les rompiste el corazón, no te dieras ni cuenta. No eran más que esos con los que te acostaste una noche y a los que después, apenas saludabas. Pero de Quim, con el que compartiste trabajos, juergas, peleas, drogas … con el que repetiste en lo de follar, uno de los pocos … Esperaba que de él si fueras consciente de sus sentimientos por ti.

-No la verdad. No recuerdo haber visto ese sentimiento en él. Y de todas formas … sabes que entonces no me … no estaba preparado para eso.

-Siempre has estado esperando a Jorge. Es lo que dices.

-Es la verdad. Es al primero que … no he amado a nadie más que a él, te lo juro. ¿Y por eso me odia? ¿Porque no le correspondí?

-Saliste del agujero. Él no. Piensa que lo dejaste a su suerte, cuando siempre habíais sido amigos. Tú, Ro, Quim, Biel, Remus, Hugo … y alguno más que ahora no me sale. Les diste la patada. Él lo ve así.

-Sería más bien que la vida lo mismo que te acerca a alguien, te aleja. No creo que “les diera la patada”.

-Da igual. Es una discusión estéril. Ninguno de ellos tiene la cabeza como para recordar esa época. Biel podría, pero creo que ha guardado en un oscuro rincón de su cabeza esos días. Y bien que ha hecho. Si no, hubiera acabado como Quim o como Hugo. O como Remus.

-Hugo no parece que esté mal. Ese Remus no lo recuerdo. Sería de antes del olvido.

-Sería. – Sergio había decidido zanjar el tema. Era claro que la cabeza de Carmelo había hecho la elección de apartar a esas personas de su memoria. Seguramente fue lo mejor para su salud mental.

-¿Entonces quieres ir a verlo?

-Quizás me recuerde, o mejor dicho, me haga volver a darme cuenta de la suerte que he tenido. Podía haber acabado como él.

-Pero no lo hiciste.

-Posiblemente eso pasó por ti y por Jorge. Me sujetasteis cuando estaba a punto de caer en el abismo.

-Alguna decisión tomaste que ayudó. Alguna que me sacó de la cama en horas intempestivas para que te diera el teléfono de Jorge.

-Pegarme a Jorge. En cuanto lo conocí en esa fiesta de año nuevo, sentí que estaba a salvo. Que sus brazos fuertes me agarrarían si tropezaba. Dejé de necesitar las drogas. Dejé de necesitar desayunar un whisky. Jorge era mi droga. No necesitaba nada más.

Sergio lo organizó todo para un par de días después. Tuvo que mover algún compromiso propio y alguno de Carmelo. Éste pasó a recogerlo a media mañana por la agencia. Sergio se subió al coche y sin decir nada, cogió la mano de Carmelo. Éste estaba nervioso, aunque había conseguido que no se notara. Pero Sergio lo conocía muy bien. No estaba convencido de que ir a ver a Quim fuera buena idea. En el fondo, pensaba que sería bueno para Quim. Ya le tocaba que le prestaran atención. Todo el mundo se había olvidado de él. Ni su familia, ni sus amigos, se acordaban. Ninguno iba a verlo. Para todos, Quim había muerto hacía muchos años. De alguna forma había sido así. Su vida era meramente contemplativa. Había temporadas que leía algo, o veía algo la tele. Pero otras, estaba sumido en un estado semi letárgico en el que solo era capaz de mirar por la ventana y mal comer, muchas veces forzado por alguno de sus cuidadores.

Apenas hablaron en el trayecto. Carmelo parecía haber vuelto a su adolescencia. Tenía los mismos tics que entonces, la misma mirada enfurruñada mientras fingía estar disfrutando del paisaje que bordeaba la carretera. Un ligero balanceo continuo de sus piernas era su forma de mostrar su inseguridad ante lo que iba a afrontar.

De repente, Carmelo soltó la mano de Sergio a la vez que dejaba de mover las piernas. Su mirada estaba clavada en un hombre que estaba en la puerta, mirando la caravana de coches. Sergio miró en esa dirección y vio a Quim. Había hablado con el centro y le habían dicho que llevaba un par de días saliendo a la puerta a esperar una visita.

-Parece muy importante para él – le dijo su médica.

-¿Y cómo está?

-Parece desanimado. Yo creo que se ha dado cuenta de que no tiene empuje para salir de este estado. Tengo el temor de que haya tirado la toalla.

-Sus avances son mínimos en todos estos años.

-Si recuerda usted cuando lo trajo, nadie daba una peseta porque viviera los ocho años que ha vivido.

-No deja ser poco más que un vegetal.

-Discrepo. Cada vez tiene más temporadas en que su actividad remonta. Temporadas que son más largas. Nos falla su gente. Solo usted se preocupa, solo usted viene a verlo. Quizás esa persona que viene …

-A esa persona la amaba. Recibió como respuesta, un manotazo para apartarlo de su vida. Creo más bien que le ha pedido que venga para hacerle pagar.

-Si tiene ganas de venganza, no diría que es un avance … pero al menos …

-¿Y qué mejor venganza que hacerle sentir culpable por su estado y por su …muerte?

La psiquiatra se quedó callada al otro lado de la línea telefónica.

-Estaremos atentos. – detrás de esas palabras de la doctora, Sergio sintió un suspiro de preocupación.

-Parece conocerlos usted muy bien.

-Por desgracia, he visto muchos juguetes rotos, doctora. Y el caso de estos, lo viví muy de cerca y con un dolor inmenso y un sentimiento de impotencia infinito.

-Decidió cuidarlo, ocuparse de tuviera los mejores cuidados. Paga sus facturas.

-Con algún amigo suyo, no fui lo suficientemente eficaz. Y lo perdí irremediablemente. Quim … usted lo ha dicho antes: no tiene a nadie. No quería tener otra tumba a la que llevar flores de vez en cuando. Eran jóvenes, atractivos, con talento. Trabajadores. No quería que otro más acabara con su vida con una jeringuilla pinchada en sus venas o estrellado contra el coche de debajo de su ventana.

Cuando los coches pararon delante de la puerta, fue a Quim al que le entró un temblor por todo el cuerpo. No podía apartar la mirada de Carmelo. Sonreía feliz. Carmelo se fijó que las comisuras de sus labios estaban blanquecinas. Sabía que era a causa de que a veces, la medicación le hacía babear y no era consciente de ello. Aunque su aspecto general era aseado y alguien del personal parecía haberse ocupado que tuviera buena presencia. Carmelo tuvo la certeza de que él, por sí mismo, no era capaz de ocuparse de ese tema. A parte de que le diera igual.

Carmelo se demoró unos instantes en bajarse del coche. De repente le había entrado un poco de flojera. Se había preparado mentalmente para ese encuentro, pero no parecía haberlo hecho bien. Por mucho que Sergio le hubiera avisado, no estaba preparado para encontrarse con un hombre de su edad que parecía, por su aspecto, que pudiera ser su padre. Estaba seguro que cualquiera que no lo conociera, le podía echar cincuenta años.

Sergio tomó la iniciativa y una vez se bajó del coche, fue directo al encuentro de Quim. Era claro que el representante era una persona querida para él. Sergio procuraba ir al menos tres veces al mes a pasar la tarde con él. Aprovechaba y le llevaba algunas de las cartas que le seguían enviando sus fans de su época de actor. Las leían juntos y Sergio le ayudaba a contestarlas. Sergio las escribía poniendo las aportaciones de Quim y al final él las firmaba.

Se abrazaron y Quim le besó repetidas veces en la mejilla. Sus ojos brillaban a causa de las lágrimas que los inundaron. Carmelo se decidió a salir del coche. Fijó la mirada en los ojos llorosos de su antiguo compañero. Algo por dentro del rubito se quebró. Se lo podía haber imaginado cientos de veces en esos años, pero … la realidad era mucho peor. Ese podría haber sido él. Cuando Sergio rompió el abrazo, Carmelo lo sustituyó. El llanto de Quim se hizo más intenso. Todo su cuerpo temblaba al ritmo de sus sollozos. Carmelo lo besó un ciento de veces por toda la cara. Se separó un momento de él, le cogió la cara con sus manos y le besó en los labios. Le dio igual los restos de baba, las lágrimas que surcaban las mejillas de su amigo. Volvió a mirar sus ojos. Supo que Quim quería despedirse de él, porque había tomado una drástica decisión. Intentó transmitirle con sus ojos que aguantara. Que todo podría cambiar.

-Sigues de rubio, Dani.

Éste sonrió. Su voz le había sorprendido. Ronca, sin alma, como Jorge solía definir el habla de muchos damnificados de ese mundo. Sonrió también porque recordó que Quim, antes que Jorge, solía meterse con su decisión de teñirse de rubio.

-Lo sigo haciendo para fastidiarte, no te creas. Recuerdo que no te gustaban nada los rubios.

-Era por ese hijo de puta alemán. Me recordabas a él.

-No jodas. No recuerdo a ese tipo, pero seguro que yo soy más atractivo y bastante mejor persona.

-Las dos cosas son verdad. Aunque, tú entonces eras también un cabrón. A otro estilo, pero cabrón. Era la única forma que había que pudieras ganarles. He leído a Roberta Flack que te has reformado. Debe ser porque te has enamorado. Del escritor.

-Pasemos dentro – dijo Sergio poniéndose en medio de ellos y empujándolos ligeramente hacia el interior de la residencia. – Podíamos ir al jardín de detrás. Hace buen día – les propuso el representante.

Sergio no les dio opción. Les fue guiando con paso firme hacia el interior del sanatorio. Y por dentro, inició una plegaria a los dioses del Olimpo, como hubiera dicho Jorge en un ataque de dramatismo, porque esa reunión saliera bien.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 114.

Capítulo 114.-

De aquella reunión “improvisada” en una mesa del restaurante de Biel Casal con Gustave Meyer de protagonista, éste no salió detenido. Se fue por su propio pie y fue recogido por su chófer y guardaespaldas privado. Pero a partir de ese momento, su vida cambió radicalmente.

Al día siguiente, a la puerta de su hotel de Madrid, le esperaban una maraña de periodistas franceses que le preguntaban por su reunión con altos cargos de la policía francesa y española. Durante la noche, se habían filtrado unos vídeos en las que se veía claramente como el empresario se mostraba muy enfadado ante las preguntas de los policías. Enfadado y esgrimiendo su gran ego y su creencia de que era alguien intocable para esos pobres mortales. El sonido de los vídeos no era muy bueno, pero para eso estaban las especialistas en leer los labios. No ahorraron las palabras mal sonantes y las duras amenazas que profirió el empresario.

Su mujer hizo un comunicado a los pocos días en los que anunciaba que ponía fin a su relación con Gustave Meyer y que empezaban un proceso de divorcio. Aunque todo parecía acordado, manteniendo las buenas formas y la armonía familiar, aunque fuera por los hijos en común, en otro restaurante, esta vez en París, le grabaron al empresario asegurando a sus compañeros de mesa de que su mujer se iba a arrepentir de esa decisión. De nuevo, fue protagonista de los programas de las televisiones francesas. Algunos de sus socios en varios negocios, le retiraron su apoyo. Se comentaba en los círculos empresariales, que ya que el dinero de esos negocios provenía del patrimonio de su mujer, ésta se iba a hacer cargo de los mismos. Parecía que su idea era auditarlos todos y comprobar que sus prácticas eran las adecuadas y que no tenían relación con ningún asunto turbio. No se citaba a Anfiles, pero para el que estaba en el caso, la lectura era clara. Marie no le había ahorrado a Sofie en su conversación telefónica, ningún detalle, por escabroso que fuera.

Era curioso que no se filtraran vídeos del Sr. Meyer jugando a los médicos con algunos jóvenes. Posiblemente fuera porque los que disponían de esos vídeos querían proteger a los adolescentes que salían en ellos, algunos de los cuales dejaban claro en sus gestos la incomodidad, por decirlo suavemente, que les producía la situación. Pero en algunos círculos sí que fueron compartidos. Así como la historia de Eloy, el joven muerto tras un encuentro desafortunado en la calle con Gustave Meyer. Esas historias consiguieron que el equipo de los ex-partidarios ganara miembros, los mismos que abandonaron el bando contrario

Ya se sabe que los animales acorralados son más peligrosos. Algunos de los que le dieron la espalda, sufrieron curiosos accidentes. Intentos de robos en la calle con violencia. Accidentes de coche inexplicables.

Una de las víctimas a las que intentaron agredir en Madrid, fue Marie Bellerose. Pero rápidamente algunos viandantes que por casualidad se dieron cuenta, acudieron en su ayuda. Los agresores tuvieron suerte, porque la policía llegó a tiempo para evitar que acabaran muertos a causa de los golpes de esa gente anónima. Fueron detenidos y puestos a disposición judicial, después de ser curados de sus heridas en el hospital más cercano. La policía fue incapaz de identificar a ninguno de esos buenos samaritanos, porque desaparecieron con la misma rapidez que se prestaron a ayudar a Marie Bellerose. Fue imposible identificarlos ni visionando con atención y con los últimos adelantos en identificación facial las imágenes del suceso. En esas imágenes en cambio, si fue posible identificar a los agresores. La jueza determinó prisión incondicional sin fianza e incomunicada. De sus declaraciones no se pudo avanzar peldaños y acercarse a quién había dado la orden. Aunque uno de ellos, al ver que el dinero acordado no llegaba a sus familiares, cambió la declaración a los pocos días, con la presencia de dos gendarmes que había enviado el comandante Thomá para tomar buena nota de todo lo que declaraban. Hay que decir que Marie Bellerose no sufrió daño alguno.

Gustave Meyer fue llamado a declarar en la comisaría que dirigía el comandante Thomá en París. El revuelo mediático fue considerable, porque además coincidió con la presentación de una denuncia por parte de su mujer en trámites de divorcio, por amenazas y vejaciones. Parecía que no había tomado de buen grado que su mujer le echara de casa. Fue el siguiente paso al inicio del proceso de divorcio y una consecuencia directa de las grabaciones en el restaurante en las que amenazaba a Sofie y que fueron pábulo durante días de los programas de las televisiones francesas. Meyer no podía hacer nada, porque esa casa era de ella. Y en las capitulaciones matrimoniales que firmaron antes de casarse, se dejaba meridianamente claro que lo de ella, seguiría siendo de ella siempre. Y que los hijos, de haberlos, su custodia sería para la madre.

Algunos de esos detalles del contrato que firmaron al principio de su relación, no parecía tenerlos en mente el empresario. Posiblemente porque nunca pensó que ella sería capaz de enfrentarse a él.

Pero si él, al principio de que sus problemas crecieran de nivel, había exhibido un despliegue de abogados impresionante, ella no le fue a la zaga. Él, con el paso de las semanas, empezó a tener que prescindir de algunos de ellos por no poder hacer frente a su minuta. Y porque en algunos casos, a parte del sueldo, no lo veían nada claro. O tenían algunos problemas de conciencia. El equipo legal de Sofie, en cambio, era un equipo compacto y eficiente. Bufetes de abogados acreditados y sin ningún contacto con empresas o personas que fueran dudosas o que hubiera el más mínimo indicio de que participaban en las tramas y “negocios” a los que se había dedicado Gustave Meyer durante su vida a partir de su matrimonio.

Ya se sabe que cuando se ve el árbol caído, todos quieren hacer leña. Y leñadores aparecieron de repente en todas las esquinas. En algunos programas de televisión se lo pasaban muy bien comparando las imágenes del empresario de antes del estallido del escándalo con el después. De los comentarios de sus amigos antes, y de sus ex-amigos después.

La policía tanto española como francesa, no hicieron ningún comentario al respecto. Las coletillas habituales diciendo que estaban investigando y que cuando tuvieran novedades las comunicarían a los medios. La familia de Eloy, su abuela o sus padres, o el entorno de la familia, declinaron en todo momento hacer declaraciones. Elodie, la abuela de Eloy, solo hizo un comentario ante la insistencia de la prensa cuando salía de un evento en el museo del Louvre, en la que comentó que tanto ella como los padres de Eloy, querían privacidad para llorar a su nieto – hijo tan querido para ellos.

La mañana en que los asistentes al curso de Jorge llegaban a España, Jorge desayunaba en la cocina de su casa de Madrid. Carmelo acabó de ducharse y se puso a preparar el desayuno.

-¿Estás bien? – El actor miraba preocupado a su marido. Desde que se había levantado de la cama apenas había pronunciado un par de palabras.

-Hoy llegan.

-No les va a pasar nada. Ya verás. Y tú vas a estar sembrado en el curso.

Jorge no contestó. Volvió al libro que estaba leyendo sobre la isla de la cocina. Fue entonces cuando recibió un mensaje en el móvil. Lo cogió y enarcó las cejas al leerlo.

-Es Carmen. Que pongamos la tele.

Carmelo se acercó a coger el mando y la encendió. Estaba sin sonido, pero era claro lo que anunciaba.

Conocido empresario francés, brutalmente asesinado a orillas del Sena”.

Carmelo subió el sonido.

Fueron desgranando lo que se sabía del caso. En las imágenes que las cámaras tomaban del escenario, Carmelo y Jorge reconocieron a Roberto y a Álvar.

-Se han ahorrado detenerlo. – comentó Carmelo.

-Cierto. Ya habían conseguido las pruebas para ello. Y se han ahorrado meses o años de juicios.

-¿Fuego amigo o enemigo?

Jorge resopló antes de mirar brevemente a Carmelo y volver a poner su vista en el libro.

-La pregunta es más amplia. ¿Fuego amigo o … de cual de sus ahora innumerables enemigos? Ten en cuenta que sus amigos … el amigo Meyer había dado muestras últimamente de que no le temblaría la voz de poner en aprietos a los que le habían dado la espalda. No le temblaría ni la voz ni la mano. Ya sabes el refrán: el que a hierro mata …

Jorge pasó la página del libro. Carmelo puso gesto de resignación. Estaba claro que al escritor, ese tema no le interesaba tratarlo en absoluto.

Jorge Rios.”

-Flor, salimos ya.

-Estamos listos. Una pregunta – se dirigió a Carmelo – ¿Te vas a quedar aquí definitivamente? Por organizarnos. Si es así, levantamos la vigilancia permanente que tenemos en la casa de Cape.

Carmelo miró a Jorge. No estaba seguro de que hacer. Decir en voz alta que esa era su casa, significaba romper con todo lo relacionado con Cape. De alguna manera, aunque últimamente estaba un poco enfadado con sus actitudes, era una forma de traicionarlo. Su ascendente sobre él pesaba todavía en su ánimo.

-Sí – contestó rotundo Jorge. – Se queda aquí. Como lo está haciendo desde hace meses.

Jorge se giró hacia Carmelo, que tenía la mirada perdida y la boca igual de perdida, sin saber que decir. Habló ahora con voz suave, dulce como si acunara a un bebé; se había dado cuenta que se había expresado en tono casi de ordeno y mando. Le fastidiaba a la vez que le asustaba esa indecisión que exhibía en los últimos tiempos Carmelo para tomar decisiones.

-En realidad llevas viviendo aquí desde que vendiste tu casa de Madrid. Alternaremos entre Concejo y esta casa. Serán nuestras casas. Nuestras casas, tuyas y mías. De los dos. No lo hemos dicho con palabras, pero lo hemos dejado claro con nuestra forma de actuar últimamente. Desde París. Luego en el confinamiento. Y después, lo mismo. Tus zapas y tus calzoncillos han colonizado esta casa – Jorge lo miró con gesto travieso. Flor consiguió a duras penas no echarse a reír.

-¿Quieres que luego pasemos a recoger ropa o algo? – insistió Jorge. – La última vez apenas dejamos nada en los armarios. No creo que queden muchas cosas. Siempre es posible que queden más calzoncillos.

-¡Bobo! – Carmelo no tuvo más remedio que sonreír. “Este jodido escritor no me deja disfrutar de la melancolía, será cabrón el tío. Siempre me hace lo mismo.”

-Debería pasarme sí. En realidad casi no queda nada, tienes razón. Calzoncillos puede que algunos. – Carmelo guiñó el ojo a Jorge a la vez que sonreía pícaro – Y zapas. Pero esas se las guardo para Martín cuando se recupere. Se las pondré en su habitación. Y lo mismo los calzoncillos que haya allí.

-¿Todos? Habrá que avisarle que no son de usar y tirar. Si de repente se encuentra con cien …

-¡Para ya, joder! – Carmelo lo miraba sonriendo pero a la vez mostrando que la broma … olía a cansina. Aunque de nuevo, había conseguido su objetivo.

-Pero ahora soy yo el que … no soy capaz de tomar una decisión. – Carmelo volvió a mostrar sus dudas. Necesitaba expresarlas. – Definitiva, quiero decir. Una decisión definitiva. Me da la sensación de traicionar a Cape. De cerrar esa etapa de mi vida. Es como si de alguna manera pusiera en venta esa casa. ¡Adiós Cape, que bueno fue mientras … ¡Qué se yo!! Parezco un bobo perdido y sin ser capaz de poder decidir nada por mí mismo.

-Eso es una bobada y lo sabes, Dani. Es una casa, nada más. Un mausoleo, diría. Fría e impersonal. Cape decidió irse. Fue una decisión suya que ni siquiera consultó contigo. Te acompaño y echamos un vistazo y recogemos lo que quieras. Si quieres quedarte allí, es tuya, recuerda. Cape te la ha cedido. Pero aquí estás siempre y también es tu casa. Nuestra casa. Y creo que aquí estás más a gusto, arropado y abrazado permanentemente por mí. Y lo más importante: te encuentras a gusto. Eres feliz. Te sientes en casa.

El escritor hizo una pausa en su discurso de convencimiento. Le miró con dulzura y le acarició la mejilla.

-Me gustaría que te quedaras. No quiero volver a separarme de ti, salvo por trabajo. Y ésta es nuestra casa, – insistió Jorge – nuestra, y la otra … no es ni la mía en ningún concepto posible, ni la tuya en el sentido emocional.

-Pero es como si apartara a Cape … no sé. Apenas se ha ido y ya … Aquella casa, tienes razón, no es nada mío. Y es… fría. Todo esto está abriendo cosas. Me hace volver a ser un chico inseguro…

-Creo que confundes el tema de la casa con tu aprecio o consideración por Cape. A mi entender, son dos cosas distintas. Que decidas no vivir en esa casa … no tiene nada que ver con tu aprecio por Daniel Gutiérrez Capellán. Nunca has vivido allí en realidad. No has llevado siquiera nada demasiado personal. Las cosas que has ido sacando del almacén son … las has traído aquí o a Concejo. Esa casa no ha dejado de ser un hotel que has utilizado cuando tenías que trabajar en Madrid y te facilitaba la labor.

-Y no te creas, estoy dándole vueltas al comentario ese de la abuela aquella.

Jorge arrugó la frente y miró a Flor. No acababa de entender la relación de esa abuela con … Flor levantó las cejas para indicarle que estaba igual de despistada. Jorge decidió entrar al trapo directamente. Para atajar ese otro conato de preocupaciones en la mente del actor.

-La buscamos si quieres. A lo mejor Javier y Carmen nos pueden ayudar. ¿Quieres que les llame? ¿Nos vamos luego al hospital con la excusa de saber de Eduardo y miramos a ver si está? Pero esa mujer, por mucho que sepa del pasado … no debe influir en tu decisión en este tema. No la pongas como excusa.

-Pero me inquieta …

Jorge se dio cuenta que iba a dar igual lo que le dijera. Era la excusa que se había buscado para intentar sortear esa decisión. De repente Carmelo había perdido uno de sus asideros emocionales. Eso le hacía sentirse vulnerable. Es otra de las cosas que le debía agradecer a Cape.

-A lo mejor estaría bien ir a verla. He escrito el relato. Y creo que voy a escribir otro desde el punto de vista del chico. Puede ser la excusa.

-No sé. Le paré a Cape cuando la fue a preguntar. A lo mejor debería haberle dejado. De todas formas cambió la expresión. Se dio cuenta que había hablado demasiado.

-¿Y dices que se acercó así de repente? ¿Y nos conocía a todos?

-Por concretar el tema de las casas, que os vais por las ramas – insistió Flor. Se quedó mirando a Carmelo para que le diera una respuesta firme.

-Sí, sí. Tiene razón Jorge. En realidad es lo que estoy haciendo casi desde que volvimos de Francia. Antes incluso. Esta es mi verdadera casa en Madrid. Desde que vendí la mía. Nuestras casas serán ésta y la de Concejo. Posiblemente la de Cape la acabe vendiendo. Mientras eso sucede, la nueva empresa de seguridad se encargará de vigilarla. No… no la siento como mía, tienes razón. Lo que pasa es que me cuesta. Siempre he estado más a gusto aquí.

-Gracias. Eso nos facilita mucho la labor. Libera a muchos compañeros que pueden ocuparse de otras labores. ¿Nos vamos? – sentenció Flor. – Podéis seguir hablando en el coche.

-Tienes razón.

Salieron de casa. El silencio se apropió del grupo. Solo lo rompieron para ir saludando a los miembros del equipo de escolta que se fueron encontrando. Flor y Fernando iban pegados a ellos.

-¿Sabemos algo de Hugo? – preguntó en el ascensor Jorge.

-Lo están buscando. – respondió Flor de forma seca.

.

Javier Marcos llegó al bosque una hora después. La noticia del atentado les había pillado en una reunión por un caso nuevo. Carmen Polana se había adelantado y había acudido nada más llegarles la noticia. Ante la magnitud de la operación, no había tenido más remedio que llamarlo. Un helicóptero le dejó allí junto a un equipo de los GEO que se unió a la búsqueda del o los sicarios que habían atentado contra la vida de los jóvenes. Hugo había desaparecido y casualmente había tenido un altercado con uno de los chicos. Algo del pasado. Algo que a alguien se le había escapado.

-Quiero saber quien investigó la vida de Hugo. Lo quiero saber todo. De la vida de él y de quien se encargó de la investigación. Quiero saber si fue un error o fue premeditado. Empiezo a dudar si alguien cercano juega en el equipo contrario. Lo de Alberto ya me dejó mosca cuando sucedió. Y lo de Ghillermo. Y esto engorda la mosca de mi oreja.

-Pongo a Juanma con ello. Pero en lo de Ghillermo, creo que te obsesionas. No es más de lo que es, una enfermedad congénita que no descubrieron sus médicos.

-No sé que decirte. La enfermedad no la puedo negar, está en el informe de la autopsia. Lo que nadie me acierta a explicar es qué hacía allí Ghillermo. Yo nunca hablé en casa de esa operación, entre otras cosas porque fuimos de apoyo, no era nuestra. Esa es la duda. Y yo juraría que él sabía que se iba a encontrar con Alberto. No se extrañó, se alegró.

-Deja de machacarte. Te echas la culpa. En realidad es lo que haces.

Javier decidió dejar de lado el tema de su marido muerto. No era ni el momento ni estaba entre las personas con las que le apeteciera compartirlo.

-Dejo de pensar en ello, porque sé que lo haces tú por mí. – Javier se quedó mirando a Carmen que afirmó ligeramente con la cabeza.

-Hablo con Pati para que ponga en marcha la investigación de Hugo.

-Que le ayude Leyre. Deben investigar a todos los recientes. Si lo que se nos ha escapado con Hugo lo hemos hecho con otros, quiero saberlo.

-Pero Javier, no te …

-No me acelero. No sé si ha disparado él. Quiero pensar que no. Quiero pensar que habrá una razón entendible para su ausencia de su puesto de trabajo. Es más, aunque algunos del pueblo describan a un tipo corriendo por la orilla del río que se parece a él y que viste como vestía esta tarde él y que parecía llevar en la mano lo que a todas luces, por la descripción, parece un rifle y que se alejaba del lugar de la agresión, de verdad, pienso que no ha sido él. Eso es un tema. Yo lo que estoy enfadado es porque alguien con ese bagaje y con esa implicación en el caso, nunca le debería haber designado para el puesto de ocuparse de la seguridad de Jorge. Joder, si se tiraba a su marido. Tenía relación con ellos y no sabemos de que tipo. Y anda que el marido de Jorge a poco que hemos escarbado, menuda joya. Nadie que estuvo relacionado con él es de fiar. Nadie. El día que le tenga que contar a Jorge un 10 % de lo que hemos descubierto, pediré una UVI móvil por si le da un síncope. Y a más, tuvo una terrible discusión con Martín, un casi sobrino del escritor. Fue tal la bronca que el chico no quiso seguir trabajando en el cine. Y el padre, justo en ese momento, deja también su carrera y la cambia por ser figurante. Esos sucesos tienen muchas más implicaciones de las que hasta ahora conocemos. Son decisiones radicales. Todas estas cosas son públicas. Y … joder, que ponemos a vigilar a Jorge a un tipo que está en medio de todo esto… No. No es normal.

-Pues hay un algo que urgía pedirle. – comentó Carmen.

-Sí, el lunes. Volverán a Madrid. El lunes lo vamos a ver a casa. Todos. Nos repartiremos las noticias. Y Kevin al que le tiene cariño por lo del parque, le pedirá la exhumación. O Yeray. Kevin le contará lo de sus “vitaminas”. Y Quiñones que haga de poli malo. Total, ya lo hace de por sí. Otro que me empieza a mosquear. Parece que le tiene verdadero odio a Jorge. Y éste no es tonto. Se da cuenta. Quedan diez minutos para que nos pida no tener que volver a verlo.

-Luis – Javier saludó al guardia civil que acababa de llegar.

-Javier – le hizo un amago de saludo militar. – Acabo de volver del Comarcal.

-¿Novedades?

-Hasta que me fui, bueno, le operaban. Manzano se ocupa. Ya lo conoces, así que no te digo nada de él. Es el mejor. Tengo la impresión de que salvo sorpresa va a salir de la operación. Dicho todo con cautela. Su padre estaba ido. Y su madre tomó las riendas. Ana es fuerte. Dani y Cape fueron, me acaban de contar unos compañeros que los han echado del hospital. La enfermera jefe.

-Por protocolo Covid. Contra eso no podemos hacer nada. De todas formas, esa mujer es de una falta de humanidad difícil de superar. Con lo que llevamos de pandemia, hay mil formas de intentar entender y ayudar a todo el mundo sin comprometer la seguridad de nadie.

-Dani, me han dicho que se subía por las paredes. Ha debido montar un número como en sus buenos tiempos.

-Entonces habrá ya decenas de vídeos al respecto.

-Ni uno. Todos parecían apoyarlo. Todos los que andaban por allí. Ni uno ha grabado la escena.

-Eso le debería decir algo a esa enfermera jefa. – dijo Javier en tono enfadado.

-Carmelo se siente culpable. Lo del chico de Ana es para atacarlos a ellos. Eso parece al menos. Y encima no poder estar apoyándolos, frustra. Los entiendo perfectamente. – Carmen no había evitado mostrar el malestar que le producía la situación que contaba en guardia.

-Lo único es que a lo mejor no está dentro de la trama general. Lo del tema de Martín y de Hugo, puede que sea una venganza o un tema colateral – opinó Luis.

-¿Quieres que sigamos con el plan B? – preguntó Carmen.

-Sí. Orden de búsqueda. No nos centremos solo en lo evidente ni en las corazonadas. Y también de Hugo. Peligroso y armado. No descartamos nada. También orden de búsqueda de Dimas, de su mujer y de su hija Clara. Y del jefe de la editorial, no recuerdo el nombre. Vamos a dejarnos de pamplinas y a buscar respuestas. Quiero una orden de registro de la casa de Dimas y de la editorial. No vamos a ejecutarlas de momento. Buscaremos la coyuntura que más nos convenga. Pero… sin olvidarnos que aunque Hugo se ha puesto en una situación que debe explicar, no centremos todo en que es él. Cualquiera que esté por ahí perdido, o perdida…

-Las huellas nos llevan a que es hombre …

-No descartemos nada. Esta mañana era una mujer. ¿Quién nos dice que no haya venido …?

-Con ella en el coche, no. Tenemos las cámaras de tráfico. Iba sola.

-Que alguien compruebe todos los coches que hay en el pueblo y alrededores. Dile al Capitán Melgosa que utilice uno de sus drones y lo ponga a sacar fotos de matrículas.

-Comisario – el comandante Garrido de la Guardia civil se acercó a Javier y le hizo un saludo militar al que respondió el comisario – De momento no hemos encontrado nada que nos haga pensar que esa mujer tuviera apoyo. Me encargo yo de llamar a Melgosa.

-¿Sabemos quién es?

-Su DNI dice que se llama Beatriz Camarero. 40 años. De Cuenca. Trabaja de comercial de una empresa de perfumería. Fue una suerte que estuviera el agente Luis González en el bar. Aunque todo me huele a tapadera. Estamos comprobándolo todo. Para que dos hechos de esta gravedad sucedan en el mismo pueblo y con solo un día de diferencia … no descartemos que haya relación entre ellos.

-Por cierto, – Javier lo miró de soslayo sonriendo con picardía – quisiera que me prestara al guardia González durante un tiempo.

-No me sobran los guardias. Ya sabe como andamos. – Garrido fingió no estar de acuerdo con su petición.

-Lo sé. Lo sé. Pero confío en él. Y necesito alguien que me de un punto de vista distinto y que conozca esta zona y a la gente. Y se lleva bien con Daniel Morán y con Daniel Gutiérrez. Y por extensión con Jorge Rios.

-A lo mejor me puede hacer usted un favor a cambio.

-Le escucho.

El asistente del comandante le pasó a éste una tablet con una foto en la pantalla.

-Este hombre.

Javier Marcos miró al comandante después de ver a la persona cuya fotografía ocupaba la pantalla de la tablet.

-Está haciendo indagaciones en los pueblos de alrededor. No de continuo. Se aloja a veces en casas rurales.

-Es Otilio Valbuena. Tiene uno de los mejores bufetes de abogados de Madrid. Pero eso seguro que ya lo sabe. Me extraña que se dedique él en persona a…

-Pero lo que me escama es que pregunta sobre Óliver Sanquirián, que trabajó para él. Y tengo entendido que se vio de una forma discreta con él y con Jorge Rios en el bar de Concejo del Prado. Y que ahora el tal Óliver representa a Jorge Rios y lleva también algunos temas de Daniel Gutiérrez. Es todo muy raro. Parecen muy amigos, pero va preguntando por ahí. Y ha empezado a venir de vez en cuando una tal Helena Martínez. Es según me cuentan, la mano derecha de D. Otilio en el bufete. Pero viene a ayudar a Óliver. Y no, no son amantes, Óliver es homosexual.

-Me encargo de eso. No se preocupe Comandante.

-Bien. González es suyo. Aunque ya sabe lo del papeleo.

-Mañana lo tiene resuelto. De todas formas, si se entera de algo más relacionado con alguno de los implicados, si me lo cuenta, se lo agradeceré. Aunque sean…

-Minucias. Seguimos peinando buscando colaboradores de esa mujer a parte de buscar a su hombre. U hombres.

-Se lo agradezco. El equipo de los GEO les echarán una mano. He pedido a sus superiores que mañana envíen algunas de sus unidades de intervención. Mi hombre se le supone peligroso, si es que es el tirador. Y ya de paso, si sus hombres preguntan como quien no quiere la cosa, donde estaban los lugareños, a ver si conseguimos hacer un mapa para saber si falta alguien en él y para poder tener una idea de quién ha podido ver qué.

-Eso va a ser labor de chinos.

-Sí, por eso necesito que su gente, que conoce a los de la zona lo hagan sin levantar demasiado la liebre.

-Daré mañana las instrucciones.

-Así sus guardias se dedican más a eso, y los de intervención a peinar los campos y los bosques. Aunque sin dejar de indagar con la gente que se encuentren sobre lo que hemos comentado.

-Vale. Se lo ha tomado en serio, comisario.

-Mira Rui. Este caso de Jorge Rios se ha complicado mucho. Desde el principio creímos que las respuestas había que buscarlas despacio y lejos, en el pasado. Pero tenemos que acelerar. Hay que buscar atajos. Son muchos tiroteos. Y lo de estos chicos me duele en el alma. A Eduardo lo he tratado un poco y me parece tan buen chaval, que me duele en el alma, repito. Lo mismo puedo decir de Martín al que conocí el otro día en casa de Jorge. Y encima que el principal sospechoso sea alguien al que he designado yo para un puesto al que nunca debería haberse postulado. Hugo nos la ha metido doblada. Sea o no el atacante.

-No está claro, estudiando el terreno – expuso el Comandante. – Kevin y Yeray te dirán cuando acaben. Mira, por ahí viene Yeray.

-El terreno es una patraña, con perdón. Las huellas están amañadas – era Yeray el que hablaba con contundencia mientras se acercaba a ellos. – Hugo se ha cambiado de ropa – levantó la mano en la que traía unos zapatos y una americana que parecían de él. – Los zapatos están limpios. No hay barro. En la escena, el atacante dejó huellas de unos zapatos como estos. Anduvo un rato por una zona embarrada, cerca de la orilla. Debió ser cuando los chicos estaban escondidos en el agua y el tirador estuvo buscándolos. Hay que estudiarlo todo con calma y detalle. Hugo ha andado mucho tiempo descalzo. Enseguida viene Kevin, que ha seguido algunas de las huellas.

-Mandamos a la científica – dijo Javier – Comandante, ¿La suya o la nuestra?

-El agente González le va a costar que sea la suya. Los nuestros están desbordados. Siguen en Vecinilla. Y lo que les queda.

El comisario Marcos se echó a reír.

-Menudo negocio he hecho. ¿Es cierto que Fermín se ha incorporado de su permiso para ayudar? – Javier se puso serio.

-Después de estudiar el escenario del “accidente” de Líam Romero y comprobar la patraña que era, y tener noticia de lo de Vecinilla, no se lo ha pensado.

-Pobre hombre. ¿Y su hijo?

-Luchando. Pero acaba de terminar con una tanda de quimio. Te puedes imaginar.

-A ver si hay suerte. Si podemos hacer algo, nos dices, Rui.

-Mis chicos mayores van algún día a visitarlo. Todos lo agradecen. No debe tener muchas visitas.

-Volviendo a lo nuestro. Llamo a nuestros CSI entonces ¿no? – dijo Carmen.

-Ya le digo – El Comandante se echó a reír. Porque sabía desde el primer momento que el Comisario Marcos quería que fueran los suyos quienes se encargaran de la escena. Siempre le había caído bien el Comisario Marcos. Y le parecía un policía muy competente. Si le podía ayudar en algo, lo haría. Aunque intentaría luego sacar algo a cambio. Le estaba costando mantener la pantomima del tratamiento formal. Pero su colaboración todavía no era pública ni tenía todos los parabienes de la superioridad. Y había mucha gente alrededor que no era de su círculo de confianza. No querían dar pistas a sus enemigos y se frustrara su colaboración. Tácitamente, tampoco habían hablado del tema de Vecinilla más que de pasada. Ese tema habían conseguido mantenerlo en secreto. Se había hecho un comunicado de prensa de que se había descubierto en la zona una gran plantación de cannabis. Por eso el movimiento de unidades del SEPRONA y del GAR. También se había hablado de un grave accidente de coche, pero sin resultados mortales. Tres heridos que habían sido trasladados por helicóptero al hospital Comarcal.

Carmen Polana se puso a ello dando las instrucciones pertinentes. Kevin se acercó desde el otro extremo.

-Hay otro par de huellas. No sabría decir si son de ese momento o de otro. Incluso de un tercero que anda descalzo, o en calcetines al menos. Ese creo que es Hugo. Pero si es Hugo, no ha podido disparar a los chicos, al menos cuando les han alcanzado. Desde dónde estaba, no les tenía a tiro. Y sí al otro individuo.

-Yeray, tenías razón – le reconoció Javier.

-Las de los chicos están claras: llegan andando, uno de ellos corre los últimos metros mientras parece empieza a desnudarse. Ese parece Eduardo. El otro sigue andando despacio. Se para y también se desnuda. Salen por el otro extremo. Están un rato tirados pegados al suelo. Luego parece que uno se levanta y da la impresión de que anda erguido. De nuevo, ese parece Edu. Parece que piensa que el peligro ha pasado, o eso interpreto. Pero el otro no, y lo sigue encorvado, incluso en algún trecho andando a gatas. Cuando llega a la ropa, el segundo salta y parece que lo empuja al suelo. Ahí es cuando uno recibe un impacto de bala, Eduardo. Y seguido Martín recibe dos. Pienso que vio que Eduardo estaba herido e intentó ayudarlo o se quedó paralizado, completamente expuesto.

-Descartaremos. Luis, tu jefe te ha puesto en mis manos durante un tiempo. Mañana empiezas a hablar con todo el mundo de nuevo. Quiero que intentes saber exactamente cuanta gente ha venido por aquí en los últimos días. Y que hicieron. Y más o menos lo que han hecho durante todo el día de hoy. Sus movimientos exactos. Vendrá Mario a ayudarte. Ya lo conoces. Tengo que pensar quién va a coordinar a todos y a recopilar los datos.

-Si me lo permite mi comandante – hablaba el sargento Frutos al mando del puesto de Concejo – me gustaría encargarme de eso.

-Ya me ha quitado otro efectivo, Comisario. – bromeó el comandante.

-Pero yo le he quitado el engorro a sus CSI de procesar toda esta escena. Mira Garrido, vamos a dejarnos de tonterías. Lo arreglamos trabajando juntos. Al alimón. Así no me tienes que prestar nada. Hablamos con tu General.

El Comisario y el Comandante se miraron sonriendo.

-Me parece bien. Eso me pasa por no hacerte caso y no haber aceptado el puesto que me ofrecieron en la UCO. Al albur de los acontecimientos, ese destino hubiera sido más tranquilo que el que tengo. Y con menos … visiones truculentas. ¿Dónde montamos el centro de coordinación? – preguntó el Comandante a su Sargento.

-En el puesto mismo. El agente Ortiz, me ayudará. La mitad del puesto está vacío. Necesitaremos algún ordenador más. Mañana volvemos a sacar las mesas y las sillas apartadas en el almacén. A lo mejor necesitamos alguna más. Y más velocidad de Internet. Y un programa específico. Y seguridad informática.

-Hecho. Ahora mismo lo pido. A ver si sacamos algo en claro de eso.

-Del programa y de la seguridad informática se encarga mi gente – comentó Javier.

-Llamo a José Arnáiz – se ofreció Kevin.

-No, no. Para este tema … Arnáiz ya está liado con otras cosas. Voy a llamar a uno de fuera. Tranquilos, es un fuera de serie y un fuera del sistema.

-Pues será mejor que no se entere Arnáiz. – bromeó Garrido.

-Si no se lo contamos, no se va a enterar. Ya tiene sus negocios a parte.

Garrido enarcó las cejas. Parecía que Arnáiz había crecido demasiado y Javier pensaba que no podía atenderlos con la dedicación que precisaba el caso.

-Carmen, pide al juez cuando venga ahora, una orden para situar a todos los teléfonos de la zona. Diez kilómetros a la redonda con epicentro aquí. Y la localización durante todo el día.

-No sé si le va a hacer gracia.

-Confío en tu capacidad de persuasión.

-Conozco al juez – dijo el comandante – yo le echo una mano con él.

-Gracias Comandante. Yeray y Kevin, iros al hospital a hablar con los padres de Martín. Hablad con ellos por separado. Si está Jorge le invitáis a unirse. Carmen si te vas con Eduardo al comarcal, cuando se vaya el juez, te lo agradeceré. Comandante, he pedido a sus jefes que me dejen unidades para tener vigilados a los chicos. Están bajo su mando.

-Y tú te vuelves en el helicóptero a Madrid y te metes en la cama. No te tienes en pie. – le recriminó Carmen.

-Eso es lo que voy a hacer. Tengo que pensar. Y para ello debo dormir. Mañana llegaré tarde.

Jorge Rios.”

-¿En qué piensas?

-Pienso en lo que no nos contaron el otro día los polis. Lo que nos perdimos al irnos tú con Eduardo y yo con Martín. Estaba imaginándome la escena de Javier llegando a Concejo en un helicóptero.

-Dijo Carmen que lo había mandado a descansar.

-Se metió por medio el caso ese que se ha traído Garrido desde Somo. Estaban reunidos todos en la Unidad, guardias y policías, incluido ese chico nuevo, Nico. Allí se enteraron todos a la vez. Carmen se vino, Garrido y los suyos también. Javier se quedó en la Unidad leyendo el caso nuevo de Somo y algunas averiguaciones que habían hecho en la reunión. Pero Carmen al ver la gravedad del asunto lo llamó. Y fue. En coche. Pero a mí me ha gustado lo del helicóptero. Como me echas en cara lo de mi dramatismo galopante … ¡Toma dramatismo!

-Va a ser divertido leer tu investigación paralela. Sabes que a Javier no le gustan esas exhibiciones. Lo de los helicópteros para trasladarse y esas cosas.

-Ya verás cuando te pase el asesinato de Elías García, el de la editorial.

-¿Pero lo has matado? Joder, no pensaba que le tenías tanta manía.

Carmelo volvió al gesto serio.

-No me has contado con detalle lo que os dijo Laín en el hospital.

-Lo que oíste el otro día. Poco más. Me sacó de quicio. Me defraudó. Me quedé con la sensación de que nos tomó una vez más el pelo. Todos sacamos esa impresión. Sabes más tú sobre Martín y ese asunto que lo que contó Laín. Yo mismo sabía más. Pensaba que se iba a abrir. Quizás hubiera sido mejor si no llego a estar yo. Me repatea su actitud. Y me repatea estar diciendo lo mismo todos los días. No hay más. Paula y Laín no juegan en nuestro equipo. Al menos a tiempo completo. Paula es una completa decepción. Me jode haberme dejado tomar el pelo por ella todos estos años.

Estuvo a punto de contarle que le había reconocido que se había acercado a él con el fin de tenerle controlado. Pero se lo guardó. No le apetecía… quizás… le costaba reconocer una nueva traición entre sus amigos. Ni lo que había visto junto a Yeray y Kevin en los jardines del hospital.

-Tiene miedo de hacerte daño. ¿Eso crees?

-Tiene miedo de otra cosa. A parte de un poco lo hace por mí, o eso quiero pensar. Pero cada vez ese pensamiento se diluye más. No. Ni él ni Paula, te repito, juegan en nuestro campo. Paula me ha engañado. – al final volvió a cambiar de opinión y empezó a contarle; no tenía un argumento contundente para no hacerlo. – Paula se acercó a mí para tenerme vigilado. Salí de la sala en la que Yeray y Kevin hablaban con Laín. Creí que podría convencerla de que me contara. Pero no. En cambio, me lo reconoció. Se lo solté a bocajarro y no supo negarlo. La pillé desprevenida. Se hizo mi amiga para saber cosas de mí y poder utilizarlas en mi contra luego, con sus amigos. O con los que sea. Fíjate lo que te digo: me da que Laín y ella no tienen… no sirven a los mismos dueños.

Carmelo de repente estaba desbordado. No acababa de asimilar lo que Jorge le estaba contando. No le entraba en la cabeza esa posibilidad. De todas las personas que habían traicionado a Jorge, estos eran los que conocía él más. Los consideraba sus amigos también. No eran personas que le hubiera presentado Jorge. Y Laín, en su momento parecía haberle defendido y ayudado. O esa idea tenía él. Pero Carmelo no tenía sus propios “Episodios Nacionales” como los tenía el escritor, para comprobar en una fuente fiable si su percepción era la correcta o no. Y su mente, era claro, que no era fiable. Solo eran verosímiles las sensaciones y recuerdos de la época que vino después de presentarse delante de Jorge y que esa relación de amistad que nació ahí, le apartara de su deriva autodestructiva.

-Me cabreé tanto que fui a buscar a Yeray y Kevin para que dejaran de hacer el tonto escuchando las vaguedades de ese gilipollas. Los pobres me hicieron caso. A lo mejor me pasé, pero después de escuchar a Paula reconocerme … me puse … otra vez haciendo el bobo. Toda mi vida haciendo el gilipollas, entre gente que me la ha dado con queso. Cuatro putos amigos, cuatro me quedaban. Cuatro personas con las que me relacionaba. Y todos, todos me han salido rana. Martín y Quirce los únicos.

-Y porque les hiciste a tu semejanza.

-No creo que haya tenido tanta influencia con ellos.

-¿No te estarás dejando llevar por tu espíritu novelesco? Últimamente te noto muy novelero. Puede que todo sea por ese tema de Hugo y Martín. – Carmelo se resistía a creer lo que le contaba Jorge.

-Tiene que haber otra razón. A lo mejor deberías acercarte a hablar con él. De todas formas, esta tarde he quedado con Quirce. Me lo pidió el otro día. Aunque ya lo va posponiendo varias veces.

Sonó el teléfono del escritor.

-Lo ha vuelto a posponer. No he dicho nada de Quirce esta tarde.

-¿Pues sabes lo que te digo? Nos quedamos en casa y nos ponemos una película.

Jorge levantó las cejas.

-¿No quieres mejor que nos acerquemos al Comarcal para ver como anda Eduardo?

-Mañana. Hoy me apetece agarrarme a tu brazo y apoyar mi cabeza en tu hombro tirados en la alfombra. Se va a estropear la pantalla de no usarla.

-Pues nada. Elige la película. Yo me encargo del whisky y de los cojines.

-Nada de whisky. Te voy a preparar unos gin-tonics alucinantes. El otro día compré unas copazas … ya verás. De cristal de pitiminí, como te gustan a ti.

-Pues hala. Me voy a cambiar de ropa y ponerme cómodo.

-Que leches cambiarte de ropa. Te desnudas y listo. Es lo que voy a hacer yo.

-¿No íbamos a ver una peli?

Carmelo sonrió picarón.

-Y eso es lo que vamos a hacer, ver una peli. O echar una siesta, como prefieras.

Jorge soltó una carcajada.

-Rubio de los cojones … no hago vida contigo ¿eh?

-Pero si estás encantado …

-¡Ay, Señor, Señor! ¡Qué hice en otra vida para merecer semejante castigo en ésta? Por favor, aparta este cáliz …

-¿No quieres el gin-tonic?

Carmelo que traía las copas con la bebida, hizo un gesto para apartar una de ellas.

-Oye, oye. Con el gin-tonic no se juega. Esa copa a mi vera.

-Todavía estás vestido – Carmelo empleó su mejor tonito provocativo.

Jorge en un momento, se quitó la ropa.

-¿Contento? No te preocupes, ya te quito yo los calzoncillos que tienes las manos ocupadas. ¡Y ni se te ocurra derramar una gota del gin! ¡Huy! ¿Qué es esto que ha saltado con vida propia al quitarte los calzoncillos? ¿Has visto como me mira? Creo que lo voy a saludar. Y ojito con derramar una sola gota de las copas.

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Necesito leer tus libros: Capítulo 111.

Capítulo 111.- 

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Marie Bellerose esperaba paciente en el coche. Para ese día, había recurrido a la empresa “Elías, coches con conductor”. Se la había recomendado su hijo Álvar a instancias de Jorge.

-Te facilitará mucho las cosas, mamá. Y es un plus de seguridad. Son de confianza.

-Creo que exageras.

-No mamá. Te has puesto en la mira de esa gente. Es por mi culpa.

-En todo caso, será porque soy tu madre. No te pongas en ese plan de … no tienes la culpa de nada.

Marie se acercó a su hijo para acariciarle la cara.

-Mide tus fuerzas. No ganas nada forzando demasiado si luego tienes que volver a guardar reposo un tiempo.

-No te preocupes. Además, Javier es el primero que si me ve cansado, me manda irme.

-¿Cómo está Roberto por cierto? Caísteis los dos casi a la vez.

-Bien. Yo creo que está más débil que yo. Aunque con adrenalina de por medio, tira lo que haga falta.

-Ya. Pero eso, recuerda que luego, tiene el “pero” del después. Cuando la adrenalina desaparece.

-No te preocupes. No tengo ninguna gana de hacerme el héroe. Ni el fuerte. No tengo que reivindicarme. Todos confían en mí, me ayudan y me consideran.

-Eso ya lo sé, Álvar, cariño.

-Tú ahora, céntrate en ese Meyer.

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Ya puedes entrar el restaurante”

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Marie Bellerose acarició el móvil al ver el mensaje. Lo guardó en su bolso, lo cerró y salió del coche. Se dirigió a la entrada de “El Puerto del Norte”.

Marie iba a utilizar la misma estrategia que Gustave Meyer había empleado con ella: hacerse la tonta. Hacerse la encontradiza. Después de tiempo dándole largas, llegaba el momento de acabar con esa historia.

Entró en el restaurante. Rico no estaba en su puesto de recepcionista. Esperó paciente a que llegara. Se entretuvo mirando a las mesas que tenía cerca. Varias estaban ocupadas. En un par de ellas reconoció a algunos amigos con los que intercambió gestos de complicidad. Parecía reuniones de trabajo, así que no se acercó.

-¡Marie!

Se giró al reconocer la voz.

-¡Bruno! ¡Qué sorpresa! No había oído nada de que ibas a venir a España. – Marie había hablado en francés. Mostró alegría y sorpresa por ver a su amigo.

-Es un viaje privado. Me he cogido unos días en el Ministerio.

-¿Y te ha dejado el Presidente? – bromeo ella.

-Es lo que tiene trabajar y despachar con él todos los días desde hace ya cinco años. Llega un momento en que descansar unos días de vernos o hablar, nos viene bien a todos.

-Señor Ministro – Rico había aparecido como por ensalmo – le están esperando sus compañeros de mesa. Si me acompaña …

-Vete, vete, no te preocupes. Si estás más días llámame y damos un paseo por el Retiro.

-Me gusta ese plan. Por cierto, ¿Pelayo?

-Gracias a Dios parece que ha quedado todo en una falsa alarma. De todas formas esta semana volveremos al hospital para las últimas pruebas.

-Dale recuerdos. Y si está bien, que se una a nosotros en el paseo por el Retiro.

-Se lo digo. Le gustará la idea.

Bruno Le Maine, ministro del gobierno de Francia, siguió a Rico hasta su mesa, en un comedor privado al fondo de la sala.

-Que callado te lo tenías Marie Bellarose.

Gustave Meyer había tomado el relevo del Ministro. Él no venía de la calle. Y su gesto no parecía muy amigable. Marie le respondió con un gesto de contrariedad.

-¿Perdona?

-Que conocías al Ministro.

Marie lo miró impertérrita.

-No acostumbro a hablar de mis amigos.

-Luego me paso por tu mesa. Necesito una respuesta a mis propuestas de hacer negocios juntos.

-No es el momento, Gustave. Tengo un compromiso familiar y …

-¿Con tu marido enfermo?

El sarcasmo era patente en el tono que había empleado el empresario.

-Sra. Bellerose, ya estoy con usted.

Rico estaba a su lado y la miraba sonriente. Había empleado el español para comunicarse con la madre de Álvar, aunque ahora ella y su amigo empleaban el francés.

-Perdóneme pero se me han juntado muchas cosas. Hoy coinciden muchas personas que quieren guardar discreción. Si me acompaña, la guío a su mesa. Su familia la espera al completo.

-Gustave, hablamos en otro momento – Marie tendió la mano al Sr. Meyer.

-Antes de lo que crees.

El tono no había sido precisamente amigable.

.

La comida del grupo de Marie había sido agradable. Desde antes de la pandemia no se habían juntado. Estaban tan a gusto, que prácticamente eran los últimos que quedaban en el restaurante. Rico les había repetido varias veces que no había prisa, que podían quedarse el tiempo que quisieran. Bruno Le Maine había pasado un momento para despedirse de ella. Habían quedado en llamarse en un par de días para llevar a cabo el plan que le había propuesto.

-Si quieres otro plan, me dices. Me estoy convirtiendo en una gran anfitriona para nuestros compatriotas de paso por Madrid.

-Algo me han contado. No te niego que lo del Museo del Romanticismo me tienta. Me comentó François que habías llevado a Elodie Dupré y Léa Paloc. Y por cierto ¿alguna posibilidad de conocer a Jorge Rios?

-No por Dios, que conociéndoos a los dos, no habrá forma de sacaros de hablar de libros.

-Que exagerada eres.

-Lo miro. Si está en Madrid, seguro que tiene un rato para charlar contigo.

-No te interrumpo más.

Cuando Bruno le Maine se alejó de su mesa, le rodearon su secretario y los que parecían ser sus escoltas. Marie pensó que el resto de la tarde la tendría ocupada con algún acto menos privado.

La madre de Álvar volvió a incorporarse a la mesa. Pero no aguantó mucho tiempo tranquila. De nuevo, alguien se acercó con intención de hablar con ella.

-Creo que tenemos una conversación pendiente – el tono de Gustave Meyer de nuevo, volvía a ser agresivo.

-Claro. Siéntate con nosotros. Te presento a mi familia: Álvar, mi hijo. Javier Marcos, Comisario Jefe de la Unidad de Investigación de la Policía Nacional de España. Carmen Polana, Comisaria Jefa de la misma Unidad y subjefa de la misma. El comandante Thomá, de la Gendarmería francesa. Roberto Abbey, inspector de policía. Creo que has tratado con su abuelo Fredic en algún negocio.

El empresario volvió a levantarse y miraba con asco a Marie.

-Te he dicho al menos dos veces que no era el momento. Has insistido. Ahora no hay marcha atrás.

Varios policías aparecieron detrás de él, impidiéndole alejarse de la mesa.

-Tenemos mucho de que hablar, Monsieur Meyer – el comandante Thomá había tomado la iniciativa.

-Por cierto – a Marie le pareció un buen momento para dejar las cosas claras – Lamento tener que rechazar tu propuesta para trabajar juntos. Ya le he llamado a Sofie para comentarle mi decisión. Quería que tu mujer supiera mis razones de primera mano.

-Eres una hija de puta. Me las vas a pagar. Te lo juro.

Nadie dijo nada. Marie sonrió muy segura de sí misma.

-Mejor harás de preocuparte porque tú no tengas algún percance irreparable. Creo que hay peleas para encargarse de ti.

Marie Bellerose se levantó de su silla, besó a su hijo y a Roberto, y sin decir nada más, se encaminó hacia la puerta del restaurante.

Jorge Rios.”

.

Jorge Rios volvió a Madrid con sus escoltas. Se extrañó de que Hugo no fuera con ellos. Le preguntó a Fernando, que había tomado de nuevo el mando de su equipo.

-Ha tenido que ir a declarar.

Jorge supo que el policía le estaba mintiendo. Pero no quiso indagar.

-Vamos al Gómez Ulla. Si pudierais volar, os lo agradecería – les pidió. Éstos le hicieron caso y pusieron las sirenas.

Cuando llegó al hospital, se encontró con sus amigos. Había llegado Quirce, el hermano mayor de Martín. En cuanto lo vio, corrió a su encuentro y se lanzó en sus brazos. Jorge lo recibió con una montaña de besos en las mejillas. Lo abrazó fuerte y le dijo palabras de cariño al oído. Mientras lo abrazaba, vio que un poco apartada estaba sentada Rosalía, la novia de Quirce, que no se atrevía a acercarse. Le hizo un gesto para que se uniera al grupo.

-Laín, Paula, ésta es Rosalía, una amiga de Quirce y de Martín.

Sus padres la saludaron sin dar demasiada importancia a su presencia. Quirce miró a Jorge con agradecimiento. Él no habría sabido como hacerlo.

-Martín es fuerte, lo sabéis mejor que nadie. Aquí estamos para darle energía.

Vieron unos carteles que indicaban que estaban prohibidos los acompañantes por lo del Covid. Pero ninguno pensó que se refirieran a ellos. Y nadie les vino a decir que debían irse del hospital. Quizás ayudó que aparecieran por allí Kevin y Yeray, con sus acreditaciones bien visibles, colgadas del cuello. Y de que desde que llegó el helicóptero, una dotación de la IUP, se hubiera desplegado para encargarse de la seguridad de Martín.

Kevin y Yeray se acercaron a Jorge en cuanto lo vieron. Jorge los abrazó sin pensarlo. Los dos se mostraron más cariñosos de que costumbre. Jorge supo que estaban al cabo de la calle de lo sucedido en la finca de Vecinilla.

-Necesitamos hablar con vosotros.

-¿Qué tal está Javier? – preguntó de repente Jorge. En realidad quería haber preguntado por Sergio. Al salir de los sótanos, mientras fumaban un cigarrillo, le había mandado un mensaje a Javier para que llamara a Sergio. Debía haber sido un shock su conversación con Igor. O quizás era sencillamente que quería preocuparse por alguien que no estaba entre la vida y la muerte.

-Trabajando mucho. Es su refugio. Y Sergio bien. Javier le ha llamado al recibir tu mensaje. No le ha contestado pero luego le ha llamado él. Le ha tenido que decir lo de sus cuidadores. Cuando tengas un momento, si pudieras hablar con ellos por comprobar que no ha habido ningún movimiento extraño en su entorno. Han estado hablando bastante rato. Carmen ha ido a Concejo. Nos imaginamos que Javier irá en un rato. Estábamos reunidos por un caso sobrevenido. Luego te contamos.

-Si, perdón, queréis hablar con nosotros. Creo que Laín, el padre de Martín tiene algo que contar. Del pasado. No sé si os va a gustar o si es relevante al caso.

-¿Por lo de Hugo?

-Bueno. Estoy confundido De repente desaparece … sus compañeros me … ocultan cosas …

-No te preocupes. Si hay algo, lo descubriremos. Y te prometo que nos dará igual que sea un compañero. Si Javier no soporta algo es la traición de un policía. Jorge, ¿Por qué no te sientas un rato en la sala de espera? Si quieres Yeray se encarga de las preguntas y yo te acompaño a la terraza. Nos fumamos un cigarrillo a medias y tomamos el aire. Te noto muy cansado. Llevas un día de perros. Primero, lo de Vecinilla. Luego lo de Martín. Por no hablar de ver tu caravana destrozada en la carretera.

-Y ahora otra vez actuando. Para no dejar de traslucir a mis “amigos” el pesar autentico que me traspasa ahora mismo.

-Vamos a algún sitio a fumar y a tomar un café – le insistió Kevin.

-Yo me ocupo de las preguntas, Jorge – apoyó Yeray a su compañero.

Jorge negó con la cabeza a la vez que sonreía para agradecerles. Les indicó que le siguieran. Se acercó a la familia de Martín. Les presentó y le pidió a Laín que tuvieran una reunión en otra sala.

-Necesitan hacernos unas preguntas.

-Y creo que ya es momento de dar las respuestas – le dijo su mujer, en un tono cortante, aunque a Jorge le sonó a falso. Se le pasó por la cabeza que era un mensaje en clave. Aunque no alcanzaba a descubrir cual era.

Laín y ella se miraron durante un rato. Al final Laín bajó la cabeza y asintió despacio.

-Vamos.

Cuando iban a salir de la sala de espera, Quirce se acercó a Jorge y le susurró algo al oído. Éste asintió y le dio un beso en la mejilla, antes de seguir a Laín y los policías a una sala que el hospital les había cedido para hablar con discreción. Yeray esperó a que todos estuvieran dentro para cerrar la puerta. Sacó un aparato de su bolsillo y lo encendió.

-Así estamos seguros de que no nos molesta nadie ni nos escucha.

Para Jorge fue una sorpresa que Laín se limitara a contar lo que todos habían presenciado en el salón de la Hermida 2. Jorge le miraba animándolo a seguir, a contar, a responder a las decenas de preguntas que le hacían Yeray y Kevin alternándose en la labor, buscando la forma en que Laín saliera de su mutismo. Jorge captó sus miradas de decepción, de impotencia. Era el mismo sentimiento que albergaba él. Pensaba que Laín se iba a abrir… su hijo querido estaba luchando por su vida… y egoístamente pensó que al fin, iba a tener las respuestas que le hurtó su mujer unos días antes.

Jorge salió de la sala pretextando tener que ir al servicio urgentemente. Buscó a Paula, su compañera en la Universidad. Se sentó a su lado.

-¿Qué pasa? – le preguntó cogiéndola de las manos. – Pensaba que erais amigos nuestros. Martín está ahí, herido gravemente. Parece que Laín no quiere coger al que lo ha hecho. Vuelve a callar.

-¿Por qué piensas que sabe quién lo ha mandado asesinar?

-¿No es así? ¿No conoce parte de las cosas que no recordamos? ¿No has pensado que ahí, en ese pasado, están las respuestas?

-Tú nunca has querido saber, Jorge. Si hubieras querido, eras la persona que mejor estaba situada para enterarte de todo.

-Vale. Estoy de acuerdo. Me merezco lo que me pasa. Me lo he buscado. Pero ¿Dani? ¿También se lo merece? ¿Se lo merece Martín? Y ese chico del pueblo, Eduardo ¿Se lo merece él?

-Laín lo ha hecho todo para protegerlo. Y lo seguirá haciendo.

-Así no lo protegéis, Paula.

-Él piensa que sí.

-A lo mejor debes contar tú lo que sabes.

-Yo no sé casi nada. Laín también quiso protegerme.

A Jorge de repente, el empezaron a resonar unas palabras que había dicho Paula hacía escasos minutos “Tú eras el mejor colocado para saber”.

-Dime que no te acercaste a mí en la Universidad ni me invitaste a tu casa para tenerme controlado. Para conocer de primera mano de lo que me enteraba. De lo que sabía. De si mi idiotez manifiesta era real o fingida.

A Jorge se le había venido un impulso irrefrenable por poner en voz alta las dudas que desde hacía algunos días le corroían, corroboradas por comentarios sueltos de Martín y ese otro de Paula. Miraba ansioso a la madre de Martín esperando la respuesta. Aunque con el gesto de su amiga, no necesitó que la palabra confirmara lo que estaba viendo en ella.

Jorge se levantó como si de repente se hubiera dado cuenta que estaba sentado encima de un volcán en erupción. Abría mucho la boca mirando a Paula.

-Pero solo fue al principio. Luego… nos conquistaste, te hiciste imprescindible de los niños… uno más de la familia. Te lo juro.

Jorge ya no era capaz de razonar con equidad. La oscuridad se había cernido sobre su espíritu, abatiendo su ánimo.

-Te lo juro. Solo fue al principio. Te queremos de verdad Jorge.

Quirce miraba a su madre con rencor. Había escuchado toda la conversación. Agarró a su novia del brazo y se encaminaron hacia los ascensores. No querían seguir allí. No se despidió.

Jorge tampoco lo hizo. Volvió a la sala en donde Yeray y Kevin seguían en el empeño de socavar la resistencia de Laín a abrirse.

-Chicos, dejadlo. Es inútil. Laín y su familia se piensan que son más listos que todos vosotros juntos. Se piensan que los demás somos idiotas que tenemos lo que nos merecemos. Saben en que liga se juega esta partida y han tomado partido. Y no es por nuestro equipo.

Laín miraba fijamente a Jorge. Éste le mantuvo la mirada. Esa lucha no hizo que ninguno cediera un ápice en su decisión.

-Vamos, chicos. Os invito a un refresco. Tengo pendiente agradeceros haberme salvado la vida. Además, presiento que lo tendréis que hacer más veces.

Kevin y Yeray se miraron. Se levantaron sin decir nada. Lo normal es que hubieran dejado la puerta abierta para que Laín si cambiaba de actitud, se pusiera en contacto con ellos. Pero decidieron seguir la estrategia marcada por Jorge. Así que no abrieron la boca. Solo miraron a Laín con lástima. Y salieron siguiendo a Jorge. Tampoco se despidieron de él.

.

Yeray se paró en la máquina de café, mientras Jorge y Kevin salían a la calle. Kevin le dio un codazo cómplice al escritor y le guió hasta el jardín. Se sentaron en un banco bajo unas enredaderas cerca de la puerta del hospital. Jorge respiró con ansia como si hubiera estado hasta entonces aguantando la respiración en el hospital.

-Aquí venía cuando salía de ver a Yeray. No se lo digas.

-Necesitabas coger fuerzas ¿verdad?

-La cabeza se me nublaba cuando … no era nada preocupante … pero … ¿Y si no nos ponemos los chalecos? Me han dicho que Carmen se ha quedado muy pensativa al ver los coches. Como tú.

-Creo que los dos hemos pensado en … Fer, en Nano, en Flor, en Raúl, en Carla, en Helga …

-No hubo ningún momento en que eso hubiera podido producirse.

-Sí que dije de ir. Lo estuve pensando. Pero Fernando me disuadió.

-No le des vueltas a eso. Sea por lo que sea no fuiste ni ibas a ir. No hubo ningún peligro de que nuestros compañeros ni tú cayerais heridos.

-Pero es apabullante ver … como quedaron los coches. Para una mente imaginativa como la mía, es imposible sustraerse a cambiar la historia y pensar cual hubiera sido el resultado si a Fernando o a Romanes o a quien fuera no se le ocurre esa caravana teledirigida. Si ves a tus compañeros preparando los coches siguiendo las instrucciones de los gamers … la que armaron en poco tiempo. Y luego vaciar los maleteros de nuestras bolsas “Por si acaso”. Y luego … lo que vivimos allí el segundo día. Por cierto, no sé donde tienen a los chicos del primer día.

-A la pareja la tienen en la UCI. A ese Humberto y al otro no me acuerdo como se llama. De todas formas Garrido ha dado instrucciones de que luego no junten a esa pareja con el resto. Parece que no les tienen mucha simpatía.

-No jugaban en la misma liga.

-A Jorge le dio pena haber tenido razón. Había discutido mucho con Fernando por esos chicos. Esa pareja no dejaba de ser … cómplices de Mendés y compañía. Y se consideraban como seres superiores al resto de esos músicos. David, el chico de León y el otro, Romel, el escurridizo, no son de la misma pasta.

-Esperemos de todas formas que todos se recuperen.

-Claro, claro. Lo uno no quita lo otro.

-Oye ¿No es esa Paula?

Kevin señaló con la cabeza a una mujer que salía hablando por el móvil. Jorge se la quedó mirando. No podía ser. Esa mujer parecía feliz. Sonreía mientras hablaba. Gesticulaba mucho. Parecía otra persona. No ya a la que acababa de dejar en el interior del hospital, sino a la amiga que conocía y trataba desde hacía años.

-Mira, Yeray se ha dado cuenta. Se ha quedado parado en el hall.

Jorge fue a levantarse. Necesitaba andar, moverse. Para pensar, para quitarse de la cabeza las cosas que se le empezaban a ocurrir. Pero Kevin le agarró del brazo y le mantuvo sentado.

-Aguanta. Veamos lo que pasa. Si empiezas a andar como un poseso, te va a ver y se estropea el espionaje. Volverá a su personaje.

Jorge se lo quedó mirando. ¿Había dicho personaje? La acababa de conocer. ¿Tan evidente era? ¿Y él no se había enterado en todos los años que la conocía?

Paula en un momento determinado, detuvo la conversación para leer algún mensaje que parecía que acababa de recibir. Al leerlos, su cara se crispó en un gesto de fastidio. Volvió a retomar la conversación que mantenía pero ya no sonreía. Parecía contrariada. Por los gestos, Kevin y Jorge interpretaron que decía a su interlocutor que le volvería a llamar en un rato. Colgó esa llamada, y tras cambiar de teléfono y buscar en él, llamó a otra persona. Esta vez hablaba en tono serio y cortante. Parecía estar dando órdenes a la persona con la que hablaba. Órdenes tajantes. Al colgar, era evidente que estaba enfadada. Pulsó varias veces la pantalla para dar por acabada la conversación. Miró al cielo enfadada. Se guardó ese móvil en el bolso, y retomó el primero que había usado. Iba a marcar, pero se lo pensó mejor y volvió a hurgar en el bolso.

-Está guardando bien el otro móvil – le susurró Kevin a Jorge. Éste asintió con la cabeza. Esa impresión había sacado él también.

Paula retomó su idea y volvió a usar su móvil de siempre. Otra vez su cara se convirtió en el de una persona feliz por hablar con alguien querido.

Jorge recibió un mensaje. Sacó el móvil para leerlo.

Quirce: Parece que la operación ha ido bien. Los médicos son optimistas. Lo tendrán unos días en la UCI, sedado”.

Quirce: Te he deslizado la llave del hostal de Martín en el bolsillo de tu chaqueta. Por favor, pásate y coge el portátil y las tablets. Y echa un vistazo a sus cosas. No te he dicho nada. Borra el mensaje.”

Jorge metió la mano en el bolsillo. Pero allí no había nada. Se cambió el teléfono de mano y buscó en el otro. Efectivamente tenía un manojo de llaves. Las apretó con la mano. Como si de esa forma sintiera a Martín. Kevin se lo quedó mirando curioso. Jorge no dijo nada, le pasó su móvil para que leyera. Kevin levantó las cejas mirando al escritor. Este le mostró las llaves del hostal de Martín.

-Pues habrá que pasarse – dijo Kevin decidido. – Mira, tu amiga está haciendo ejercicios de relajación. Es una actriz de método. Ni a Carmelo se lo he visto hacer.

Jorge le dio un golpe de broma en el brazo, imitando los que le daba Yeray.

Cuando Paula entró de vuelta al hospital, era de nuevo la madre doliente que Jorge y los policías habían visto a las puertas del quirófano dónde operaban a Martín. Yeray no tardó nada en llegar con los cafés.

-Ya sé quien va a ganar el Goya este año. – les dijo tendiéndoles sus cafés.

-¿La has podido oír?

-No. Estaba lejos. Me he quedado solo con una frase, y porque la ha dicho tan despacio, que era fácil leerle los labios. “Me prometiste que iba a morir y no lo está”.

-Eso será para mí. – dijo Jorge.

-Me ha dado la impresión de que no.

-Nano. ¿Y Fer?

Jorge se había dado cuenta de que hacía un rato que no veía a su escolta. Nano le sonrió y le hizo un claro gesto de que estaba durmiendo en el coche.

-Lo de estos días le ha debido de romper – dijo Jorge.

-Hemos visto algunas imágenes cuando estabais en el fregao. Ha tenido que ser algo espantoso – comentó Yeray.

-Tardaré en olvidar un día como ese. Eso me ha recordado que debería ir a ver a los chicos.

-Eso mejor lo dejamos para mañana. Hoy, tenemos que ir a casa de Martín.

Kevin le contó a su compañero lo de los mensajes de Quirce.

-Vaya, Martín ayuda a su tío aún estando en coma. – dijo Yeray mirando con cariño al escritor. Éste sonrió a la vez que sus ojos se inundaban de lágrimas.

-Con nosotros no tienes que hacerte el duro, escritor – le abroncó amigablemente Kevin. – Desde que hemos llegado tienes ganas de jurar en hebreo, de llorar. No están tus “amigos” a la vista, así que no tienes por qué disimular lo que quieres a Martín.

Fernando llegó corriendo.

-Kevin, Yeray, os están esperando en Concejo.

Los dos sacaron el teléfono al alimón. Yeray se maldijo porque no se había acordado de volver a encender el móvil. Lo había apagado para no llamar la atención mientras observaba a Paula. Y el de Kevin se había quedado sin batería.

-Iros. Me voy con Fer y Nano al hostal de Martín. Ahora te cuento Fer.

-Mejor le cuento yo, y tú te echas un sueño – le propuso Nano.

-No sé si voy a poder.

-¿Nos vamos entonces?

Kevin miraba a Jorge para que éste le asegurara que no les necesitaba.

-Claro. Tenéis que estudiar la escena. Sois los mejores para eso. Y así sabréis que Hugo no ha disparado a Eduardo y Martín.

-¿Y eso?

Jorge sonrió. Iba a explicarles algo que se le había venido a la cabeza de repente, pero optó por una explicación que les convencería igualmente y que era más corta.

-Intuición.

Todos los policías que lo escucharon se echaron a reír.

-Anda que no has aprendido tú del jefe.

.

-Roger.

-¿Estás bien? Parece que estás ocupado sorteando bombas y cuidando a tus chicos. Gracias, por cierto.

-Creo que en lugar de buscar argumentos para una nueva novela, me voy a sentar a escribir mi vida.

-Si dices que es tu vida, nadie te va a creer.

-Eso generaría controversia y vendería todavía más.

-¿Te puedo ayudar?

-Martín.

-Eso te iba a preguntar.

-Parece que sale de esta.

-¿Pero?

-Quisiera que le echaras un vistazo.

-Ya está la policía.

-Alguien infiltrado en el hospital.

-Lo organizo.

-Te lo agradecería.

-¿Un pálpito?

-Digamos que tengo un comezón por todo el cuerpo que espero que si me lo cuidas, se me quite. Y quiero estar preparado para sacarlo cuando … convenga.

-Cuenta con ello.

-¿Algún movimiento con el violinista?

-Vigilancia. Lo seguían. Mis chicos se encargaron.

-¿Fueron contundentes?

-Lo necesario.

-¿Alguien conocido?

-Contratados. Supuestos detectives privados.

-¿Alguna amenaza más peligrosa?

-Iban armados. Bien armados.

-Entiendo.

Jorge supo que Roger le había querido decir que estaba preparando el terreno para agredirlo o secuestrarlo.

-No sé como agradecerte.

-Tú cuida a esos chicos. Eso me vale.

-Lo haré.

-Saúl te manda recuerdos. Está a mi lado.

-Dale un beso de mi parte. Dile que mañana me llame.

-Dice que sí con la cabeza.

-Antes de que se me olvide. ¿Estás seguro de lo que me dijiste en el mensaje?

-Confirmado. El poli no ha sido.

-No logro acordarme de él. En el pasado.

-Pregunta a Sergio. O a Smittie. Ellos saben.

-Tengo un poco de miedo.

-Saber de ese chico, no te va a suponer nada que te agobie.

-Buscaré un momento para que los dos se sinceren.

-Harás bien.

-Te dejo. Voy a subir a recoger las cosas de Martín a su alojamiento.

-No te lleves todo. Que todos piensen que sigue siendo su casa. Déjale pagado un par de meses de alquiler.

-Piensas que van a ir a registrarla.

-Si hoy lo haces bien, no les saldrá la jugada.

-Si necesito guía, te llamo de nuevo.

-Eres Jorge Rios. No vas a necesitar mi ayuda. Ojos abiertos, y tu mente más abierta todavía. Siente.

-Gracias Roger.

Jorge Rios.