Necesito leer tus libros: Capítulo 114.

Capítulo 114.-

De aquella reunión “improvisada” en una mesa del restaurante de Biel Casal con Gustave Meyer de protagonista, éste no salió detenido. Se fue por su propio pie y fue recogido por su chófer y guardaespaldas privado. Pero a partir de ese momento, su vida cambió radicalmente.

Al día siguiente, a la puerta de su hotel de Madrid, le esperaban una maraña de periodistas franceses que le preguntaban por su reunión con altos cargos de la policía francesa y española. Durante la noche, se habían filtrado unos vídeos en las que se veía claramente como el empresario se mostraba muy enfadado ante las preguntas de los policías. Enfadado y esgrimiendo su gran ego y su creencia de que era alguien intocable para esos pobres mortales. El sonido de los vídeos no era muy bueno, pero para eso estaban las especialistas en leer los labios. No ahorraron las palabras mal sonantes y las duras amenazas que profirió el empresario.

Su mujer hizo un comunicado a los pocos días en los que anunciaba que ponía fin a su relación con Gustave Meyer y que empezaban un proceso de divorcio. Aunque todo parecía acordado, manteniendo las buenas formas y la armonía familiar, aunque fuera por los hijos en común, en otro restaurante, esta vez en París, le grabaron al empresario asegurando a sus compañeros de mesa de que su mujer se iba a arrepentir de esa decisión. De nuevo, fue protagonista de los programas de las televisiones francesas. Algunos de sus socios en varios negocios, le retiraron su apoyo. Se comentaba en los círculos empresariales, que ya que el dinero de esos negocios provenía del patrimonio de su mujer, ésta se iba a hacer cargo de los mismos. Parecía que su idea era auditarlos todos y comprobar que sus prácticas eran las adecuadas y que no tenían relación con ningún asunto turbio. No se citaba a Anfiles, pero para el que estaba en el caso, la lectura era clara. Marie no le había ahorrado a Sofie en su conversación telefónica, ningún detalle, por escabroso que fuera.

Era curioso que no se filtraran vídeos del Sr. Meyer jugando a los médicos con algunos jóvenes. Posiblemente fuera porque los que disponían de esos vídeos querían proteger a los adolescentes que salían en ellos, algunos de los cuales dejaban claro en sus gestos la incomodidad, por decirlo suavemente, que les producía la situación. Pero en algunos círculos sí que fueron compartidos. Así como la historia de Eloy, el joven muerto tras un encuentro desafortunado en la calle con Gustave Meyer. Esas historias consiguieron que el equipo de los ex-partidarios ganara miembros, los mismos que abandonaron el bando contrario

Ya se sabe que los animales acorralados son más peligrosos. Algunos de los que le dieron la espalda, sufrieron curiosos accidentes. Intentos de robos en la calle con violencia. Accidentes de coche inexplicables.

Una de las víctimas a las que intentaron agredir en Madrid, fue Marie Bellerose. Pero rápidamente algunos viandantes que por casualidad se dieron cuenta, acudieron en su ayuda. Los agresores tuvieron suerte, porque la policía llegó a tiempo para evitar que acabaran muertos a causa de los golpes de esa gente anónima. Fueron detenidos y puestos a disposición judicial, después de ser curados de sus heridas en el hospital más cercano. La policía fue incapaz de identificar a ninguno de esos buenos samaritanos, porque desaparecieron con la misma rapidez que se prestaron a ayudar a Marie Bellerose. Fue imposible identificarlos ni visionando con atención y con los últimos adelantos en identificación facial las imágenes del suceso. En esas imágenes en cambio, si fue posible identificar a los agresores. La jueza determinó prisión incondicional sin fianza e incomunicada. De sus declaraciones no se pudo avanzar peldaños y acercarse a quién había dado la orden. Aunque uno de ellos, al ver que el dinero acordado no llegaba a sus familiares, cambió la declaración a los pocos días, con la presencia de dos gendarmes que había enviado el comandante Thomá para tomar buena nota de todo lo que declaraban. Hay que decir que Marie Bellerose no sufrió daño alguno.

Gustave Meyer fue llamado a declarar en la comisaría que dirigía el comandante Thomá en París. El revuelo mediático fue considerable, porque además coincidió con la presentación de una denuncia por parte de su mujer en trámites de divorcio, por amenazas y vejaciones. Parecía que no había tomado de buen grado que su mujer le echara de casa. Fue el siguiente paso al inicio del proceso de divorcio y una consecuencia directa de las grabaciones en el restaurante en las que amenazaba a Sofie y que fueron pábulo durante días de los programas de las televisiones francesas. Meyer no podía hacer nada, porque esa casa era de ella. Y en las capitulaciones matrimoniales que firmaron antes de casarse, se dejaba meridianamente claro que lo de ella, seguiría siendo de ella siempre. Y que los hijos, de haberlos, su custodia sería para la madre.

Algunos de esos detalles del contrato que firmaron al principio de su relación, no parecía tenerlos en mente el empresario. Posiblemente porque nunca pensó que ella sería capaz de enfrentarse a él.

Pero si él, al principio de que sus problemas crecieran de nivel, había exhibido un despliegue de abogados impresionante, ella no le fue a la zaga. Él, con el paso de las semanas, empezó a tener que prescindir de algunos de ellos por no poder hacer frente a su minuta. Y porque en algunos casos, a parte del sueldo, no lo veían nada claro. O tenían algunos problemas de conciencia. El equipo legal de Sofie, en cambio, era un equipo compacto y eficiente. Bufetes de abogados acreditados y sin ningún contacto con empresas o personas que fueran dudosas o que hubiera el más mínimo indicio de que participaban en las tramas y “negocios” a los que se había dedicado Gustave Meyer durante su vida a partir de su matrimonio.

Ya se sabe que cuando se ve el árbol caído, todos quieren hacer leña. Y leñadores aparecieron de repente en todas las esquinas. En algunos programas de televisión se lo pasaban muy bien comparando las imágenes del empresario de antes del estallido del escándalo con el después. De los comentarios de sus amigos antes, y de sus ex-amigos después.

La policía tanto española como francesa, no hicieron ningún comentario al respecto. Las coletillas habituales diciendo que estaban investigando y que cuando tuvieran novedades las comunicarían a los medios. La familia de Eloy, su abuela o sus padres, o el entorno de la familia, declinaron en todo momento hacer declaraciones. Elodie, la abuela de Eloy, solo hizo un comentario ante la insistencia de la prensa cuando salía de un evento en el museo del Louvre, en la que comentó que tanto ella como los padres de Eloy, querían privacidad para llorar a su nieto – hijo tan querido para ellos.

La mañana en que los asistentes al curso de Jorge llegaban a España, Jorge desayunaba en la cocina de su casa de Madrid. Carmelo acabó de ducharse y se puso a preparar el desayuno.

-¿Estás bien? – El actor miraba preocupado a su marido. Desde que se había levantado de la cama apenas había pronunciado un par de palabras.

-Hoy llegan.

-No les va a pasar nada. Ya verás. Y tú vas a estar sembrado en el curso.

Jorge no contestó. Volvió al libro que estaba leyendo sobre la isla de la cocina. Fue entonces cuando recibió un mensaje en el móvil. Lo cogió y enarcó las cejas al leerlo.

-Es Carmen. Que pongamos la tele.

Carmelo se acercó a coger el mando y la encendió. Estaba sin sonido, pero era claro lo que anunciaba.

Conocido empresario francés, brutalmente asesinado a orillas del Sena”.

Carmelo subió el sonido.

Fueron desgranando lo que se sabía del caso. En las imágenes que las cámaras tomaban del escenario, Carmelo y Jorge reconocieron a Roberto y a Álvar.

-Se han ahorrado detenerlo. – comentó Carmelo.

-Cierto. Ya habían conseguido las pruebas para ello. Y se han ahorrado meses o años de juicios.

-¿Fuego amigo o enemigo?

Jorge resopló antes de mirar brevemente a Carmelo y volver a poner su vista en el libro.

-La pregunta es más amplia. ¿Fuego amigo o … de cual de sus ahora innumerables enemigos? Ten en cuenta que sus amigos … el amigo Meyer había dado muestras últimamente de que no le temblaría la voz de poner en aprietos a los que le habían dado la espalda. No le temblaría ni la voz ni la mano. Ya sabes el refrán: el que a hierro mata …

Jorge pasó la página del libro. Carmelo puso gesto de resignación. Estaba claro que al escritor, ese tema no le interesaba tratarlo en absoluto.

Jorge Rios.”

-Flor, salimos ya.

-Estamos listos. Una pregunta – se dirigió a Carmelo – ¿Te vas a quedar aquí definitivamente? Por organizarnos. Si es así, levantamos la vigilancia permanente que tenemos en la casa de Cape.

Carmelo miró a Jorge. No estaba seguro de que hacer. Decir en voz alta que esa era su casa, significaba romper con todo lo relacionado con Cape. De alguna manera, aunque últimamente estaba un poco enfadado con sus actitudes, era una forma de traicionarlo. Su ascendente sobre él pesaba todavía en su ánimo.

-Sí – contestó rotundo Jorge. – Se queda aquí. Como lo está haciendo desde hace meses.

Jorge se giró hacia Carmelo, que tenía la mirada perdida y la boca igual de perdida, sin saber que decir. Habló ahora con voz suave, dulce como si acunara a un bebé; se había dado cuenta que se había expresado en tono casi de ordeno y mando. Le fastidiaba a la vez que le asustaba esa indecisión que exhibía en los últimos tiempos Carmelo para tomar decisiones.

-En realidad llevas viviendo aquí desde que vendiste tu casa de Madrid. Alternaremos entre Concejo y esta casa. Serán nuestras casas. Nuestras casas, tuyas y mías. De los dos. No lo hemos dicho con palabras, pero lo hemos dejado claro con nuestra forma de actuar últimamente. Desde París. Luego en el confinamiento. Y después, lo mismo. Tus zapas y tus calzoncillos han colonizado esta casa – Jorge lo miró con gesto travieso. Flor consiguió a duras penas no echarse a reír.

-¿Quieres que luego pasemos a recoger ropa o algo? – insistió Jorge. – La última vez apenas dejamos nada en los armarios. No creo que queden muchas cosas. Siempre es posible que queden más calzoncillos.

-¡Bobo! – Carmelo no tuvo más remedio que sonreír. “Este jodido escritor no me deja disfrutar de la melancolía, será cabrón el tío. Siempre me hace lo mismo.”

-Debería pasarme sí. En realidad casi no queda nada, tienes razón. Calzoncillos puede que algunos. – Carmelo guiñó el ojo a Jorge a la vez que sonreía pícaro – Y zapas. Pero esas se las guardo para Martín cuando se recupere. Se las pondré en su habitación. Y lo mismo los calzoncillos que haya allí.

-¿Todos? Habrá que avisarle que no son de usar y tirar. Si de repente se encuentra con cien …

-¡Para ya, joder! – Carmelo lo miraba sonriendo pero a la vez mostrando que la broma … olía a cansina. Aunque de nuevo, había conseguido su objetivo.

-Pero ahora soy yo el que … no soy capaz de tomar una decisión. – Carmelo volvió a mostrar sus dudas. Necesitaba expresarlas. – Definitiva, quiero decir. Una decisión definitiva. Me da la sensación de traicionar a Cape. De cerrar esa etapa de mi vida. Es como si de alguna manera pusiera en venta esa casa. ¡Adiós Cape, que bueno fue mientras … ¡Qué se yo!! Parezco un bobo perdido y sin ser capaz de poder decidir nada por mí mismo.

-Eso es una bobada y lo sabes, Dani. Es una casa, nada más. Un mausoleo, diría. Fría e impersonal. Cape decidió irse. Fue una decisión suya que ni siquiera consultó contigo. Te acompaño y echamos un vistazo y recogemos lo que quieras. Si quieres quedarte allí, es tuya, recuerda. Cape te la ha cedido. Pero aquí estás siempre y también es tu casa. Nuestra casa. Y creo que aquí estás más a gusto, arropado y abrazado permanentemente por mí. Y lo más importante: te encuentras a gusto. Eres feliz. Te sientes en casa.

El escritor hizo una pausa en su discurso de convencimiento. Le miró con dulzura y le acarició la mejilla.

-Me gustaría que te quedaras. No quiero volver a separarme de ti, salvo por trabajo. Y ésta es nuestra casa, – insistió Jorge – nuestra, y la otra … no es ni la mía en ningún concepto posible, ni la tuya en el sentido emocional.

-Pero es como si apartara a Cape … no sé. Apenas se ha ido y ya … Aquella casa, tienes razón, no es nada mío. Y es… fría. Todo esto está abriendo cosas. Me hace volver a ser un chico inseguro…

-Creo que confundes el tema de la casa con tu aprecio o consideración por Cape. A mi entender, son dos cosas distintas. Que decidas no vivir en esa casa … no tiene nada que ver con tu aprecio por Daniel Gutiérrez Capellán. Nunca has vivido allí en realidad. No has llevado siquiera nada demasiado personal. Las cosas que has ido sacando del almacén son … las has traído aquí o a Concejo. Esa casa no ha dejado de ser un hotel que has utilizado cuando tenías que trabajar en Madrid y te facilitaba la labor.

-Y no te creas, estoy dándole vueltas al comentario ese de la abuela aquella.

Jorge arrugó la frente y miró a Flor. No acababa de entender la relación de esa abuela con … Flor levantó las cejas para indicarle que estaba igual de despistada. Jorge decidió entrar al trapo directamente. Para atajar ese otro conato de preocupaciones en la mente del actor.

-La buscamos si quieres. A lo mejor Javier y Carmen nos pueden ayudar. ¿Quieres que les llame? ¿Nos vamos luego al hospital con la excusa de saber de Eduardo y miramos a ver si está? Pero esa mujer, por mucho que sepa del pasado … no debe influir en tu decisión en este tema. No la pongas como excusa.

-Pero me inquieta …

Jorge se dio cuenta que iba a dar igual lo que le dijera. Era la excusa que se había buscado para intentar sortear esa decisión. De repente Carmelo había perdido uno de sus asideros emocionales. Eso le hacía sentirse vulnerable. Es otra de las cosas que le debía agradecer a Cape.

-A lo mejor estaría bien ir a verla. He escrito el relato. Y creo que voy a escribir otro desde el punto de vista del chico. Puede ser la excusa.

-No sé. Le paré a Cape cuando la fue a preguntar. A lo mejor debería haberle dejado. De todas formas cambió la expresión. Se dio cuenta que había hablado demasiado.

-¿Y dices que se acercó así de repente? ¿Y nos conocía a todos?

-Por concretar el tema de las casas, que os vais por las ramas – insistió Flor. Se quedó mirando a Carmelo para que le diera una respuesta firme.

-Sí, sí. Tiene razón Jorge. En realidad es lo que estoy haciendo casi desde que volvimos de Francia. Antes incluso. Esta es mi verdadera casa en Madrid. Desde que vendí la mía. Nuestras casas serán ésta y la de Concejo. Posiblemente la de Cape la acabe vendiendo. Mientras eso sucede, la nueva empresa de seguridad se encargará de vigilarla. No… no la siento como mía, tienes razón. Lo que pasa es que me cuesta. Siempre he estado más a gusto aquí.

-Gracias. Eso nos facilita mucho la labor. Libera a muchos compañeros que pueden ocuparse de otras labores. ¿Nos vamos? – sentenció Flor. – Podéis seguir hablando en el coche.

-Tienes razón.

Salieron de casa. El silencio se apropió del grupo. Solo lo rompieron para ir saludando a los miembros del equipo de escolta que se fueron encontrando. Flor y Fernando iban pegados a ellos.

-¿Sabemos algo de Hugo? – preguntó en el ascensor Jorge.

-Lo están buscando. – respondió Flor de forma seca.

.

Javier Marcos llegó al bosque una hora después. La noticia del atentado les había pillado en una reunión por un caso nuevo. Carmen Polana se había adelantado y había acudido nada más llegarles la noticia. Ante la magnitud de la operación, no había tenido más remedio que llamarlo. Un helicóptero le dejó allí junto a un equipo de los GEO que se unió a la búsqueda del o los sicarios que habían atentado contra la vida de los jóvenes. Hugo había desaparecido y casualmente había tenido un altercado con uno de los chicos. Algo del pasado. Algo que a alguien se le había escapado.

-Quiero saber quien investigó la vida de Hugo. Lo quiero saber todo. De la vida de él y de quien se encargó de la investigación. Quiero saber si fue un error o fue premeditado. Empiezo a dudar si alguien cercano juega en el equipo contrario. Lo de Alberto ya me dejó mosca cuando sucedió. Y lo de Ghillermo. Y esto engorda la mosca de mi oreja.

-Pongo a Juanma con ello. Pero en lo de Ghillermo, creo que te obsesionas. No es más de lo que es, una enfermedad congénita que no descubrieron sus médicos.

-No sé que decirte. La enfermedad no la puedo negar, está en el informe de la autopsia. Lo que nadie me acierta a explicar es qué hacía allí Ghillermo. Yo nunca hablé en casa de esa operación, entre otras cosas porque fuimos de apoyo, no era nuestra. Esa es la duda. Y yo juraría que él sabía que se iba a encontrar con Alberto. No se extrañó, se alegró.

-Deja de machacarte. Te echas la culpa. En realidad es lo que haces.

Javier decidió dejar de lado el tema de su marido muerto. No era ni el momento ni estaba entre las personas con las que le apeteciera compartirlo.

-Dejo de pensar en ello, porque sé que lo haces tú por mí. – Javier se quedó mirando a Carmen que afirmó ligeramente con la cabeza.

-Hablo con Pati para que ponga en marcha la investigación de Hugo.

-Que le ayude Leyre. Deben investigar a todos los recientes. Si lo que se nos ha escapado con Hugo lo hemos hecho con otros, quiero saberlo.

-Pero Javier, no te …

-No me acelero. No sé si ha disparado él. Quiero pensar que no. Quiero pensar que habrá una razón entendible para su ausencia de su puesto de trabajo. Es más, aunque algunos del pueblo describan a un tipo corriendo por la orilla del río que se parece a él y que viste como vestía esta tarde él y que parecía llevar en la mano lo que a todas luces, por la descripción, parece un rifle y que se alejaba del lugar de la agresión, de verdad, pienso que no ha sido él. Eso es un tema. Yo lo que estoy enfadado es porque alguien con ese bagaje y con esa implicación en el caso, nunca le debería haber designado para el puesto de ocuparse de la seguridad de Jorge. Joder, si se tiraba a su marido. Tenía relación con ellos y no sabemos de que tipo. Y anda que el marido de Jorge a poco que hemos escarbado, menuda joya. Nadie que estuvo relacionado con él es de fiar. Nadie. El día que le tenga que contar a Jorge un 10 % de lo que hemos descubierto, pediré una UVI móvil por si le da un síncope. Y a más, tuvo una terrible discusión con Martín, un casi sobrino del escritor. Fue tal la bronca que el chico no quiso seguir trabajando en el cine. Y el padre, justo en ese momento, deja también su carrera y la cambia por ser figurante. Esos sucesos tienen muchas más implicaciones de las que hasta ahora conocemos. Son decisiones radicales. Todas estas cosas son públicas. Y … joder, que ponemos a vigilar a Jorge a un tipo que está en medio de todo esto… No. No es normal.

-Pues hay un algo que urgía pedirle. – comentó Carmen.

-Sí, el lunes. Volverán a Madrid. El lunes lo vamos a ver a casa. Todos. Nos repartiremos las noticias. Y Kevin al que le tiene cariño por lo del parque, le pedirá la exhumación. O Yeray. Kevin le contará lo de sus “vitaminas”. Y Quiñones que haga de poli malo. Total, ya lo hace de por sí. Otro que me empieza a mosquear. Parece que le tiene verdadero odio a Jorge. Y éste no es tonto. Se da cuenta. Quedan diez minutos para que nos pida no tener que volver a verlo.

-Luis – Javier saludó al guardia civil que acababa de llegar.

-Javier – le hizo un amago de saludo militar. – Acabo de volver del Comarcal.

-¿Novedades?

-Hasta que me fui, bueno, le operaban. Manzano se ocupa. Ya lo conoces, así que no te digo nada de él. Es el mejor. Tengo la impresión de que salvo sorpresa va a salir de la operación. Dicho todo con cautela. Su padre estaba ido. Y su madre tomó las riendas. Ana es fuerte. Dani y Cape fueron, me acaban de contar unos compañeros que los han echado del hospital. La enfermera jefe.

-Por protocolo Covid. Contra eso no podemos hacer nada. De todas formas, esa mujer es de una falta de humanidad difícil de superar. Con lo que llevamos de pandemia, hay mil formas de intentar entender y ayudar a todo el mundo sin comprometer la seguridad de nadie.

-Dani, me han dicho que se subía por las paredes. Ha debido montar un número como en sus buenos tiempos.

-Entonces habrá ya decenas de vídeos al respecto.

-Ni uno. Todos parecían apoyarlo. Todos los que andaban por allí. Ni uno ha grabado la escena.

-Eso le debería decir algo a esa enfermera jefa. – dijo Javier en tono enfadado.

-Carmelo se siente culpable. Lo del chico de Ana es para atacarlos a ellos. Eso parece al menos. Y encima no poder estar apoyándolos, frustra. Los entiendo perfectamente. – Carmen no había evitado mostrar el malestar que le producía la situación que contaba en guardia.

-Lo único es que a lo mejor no está dentro de la trama general. Lo del tema de Martín y de Hugo, puede que sea una venganza o un tema colateral – opinó Luis.

-¿Quieres que sigamos con el plan B? – preguntó Carmen.

-Sí. Orden de búsqueda. No nos centremos solo en lo evidente ni en las corazonadas. Y también de Hugo. Peligroso y armado. No descartamos nada. También orden de búsqueda de Dimas, de su mujer y de su hija Clara. Y del jefe de la editorial, no recuerdo el nombre. Vamos a dejarnos de pamplinas y a buscar respuestas. Quiero una orden de registro de la casa de Dimas y de la editorial. No vamos a ejecutarlas de momento. Buscaremos la coyuntura que más nos convenga. Pero… sin olvidarnos que aunque Hugo se ha puesto en una situación que debe explicar, no centremos todo en que es él. Cualquiera que esté por ahí perdido, o perdida…

-Las huellas nos llevan a que es hombre …

-No descartemos nada. Esta mañana era una mujer. ¿Quién nos dice que no haya venido …?

-Con ella en el coche, no. Tenemos las cámaras de tráfico. Iba sola.

-Que alguien compruebe todos los coches que hay en el pueblo y alrededores. Dile al Capitán Melgosa que utilice uno de sus drones y lo ponga a sacar fotos de matrículas.

-Comisario – el comandante Garrido de la Guardia civil se acercó a Javier y le hizo un saludo militar al que respondió el comisario – De momento no hemos encontrado nada que nos haga pensar que esa mujer tuviera apoyo. Me encargo yo de llamar a Melgosa.

-¿Sabemos quién es?

-Su DNI dice que se llama Beatriz Camarero. 40 años. De Cuenca. Trabaja de comercial de una empresa de perfumería. Fue una suerte que estuviera el agente Luis González en el bar. Aunque todo me huele a tapadera. Estamos comprobándolo todo. Para que dos hechos de esta gravedad sucedan en el mismo pueblo y con solo un día de diferencia … no descartemos que haya relación entre ellos.

-Por cierto, – Javier lo miró de soslayo sonriendo con picardía – quisiera que me prestara al guardia González durante un tiempo.

-No me sobran los guardias. Ya sabe como andamos. – Garrido fingió no estar de acuerdo con su petición.

-Lo sé. Lo sé. Pero confío en él. Y necesito alguien que me de un punto de vista distinto y que conozca esta zona y a la gente. Y se lleva bien con Daniel Morán y con Daniel Gutiérrez. Y por extensión con Jorge Rios.

-A lo mejor me puede hacer usted un favor a cambio.

-Le escucho.

El asistente del comandante le pasó a éste una tablet con una foto en la pantalla.

-Este hombre.

Javier Marcos miró al comandante después de ver a la persona cuya fotografía ocupaba la pantalla de la tablet.

-Está haciendo indagaciones en los pueblos de alrededor. No de continuo. Se aloja a veces en casas rurales.

-Es Otilio Valbuena. Tiene uno de los mejores bufetes de abogados de Madrid. Pero eso seguro que ya lo sabe. Me extraña que se dedique él en persona a…

-Pero lo que me escama es que pregunta sobre Óliver Sanquirián, que trabajó para él. Y tengo entendido que se vio de una forma discreta con él y con Jorge Rios en el bar de Concejo del Prado. Y que ahora el tal Óliver representa a Jorge Rios y lleva también algunos temas de Daniel Gutiérrez. Es todo muy raro. Parecen muy amigos, pero va preguntando por ahí. Y ha empezado a venir de vez en cuando una tal Helena Martínez. Es según me cuentan, la mano derecha de D. Otilio en el bufete. Pero viene a ayudar a Óliver. Y no, no son amantes, Óliver es homosexual.

-Me encargo de eso. No se preocupe Comandante.

-Bien. González es suyo. Aunque ya sabe lo del papeleo.

-Mañana lo tiene resuelto. De todas formas, si se entera de algo más relacionado con alguno de los implicados, si me lo cuenta, se lo agradeceré. Aunque sean…

-Minucias. Seguimos peinando buscando colaboradores de esa mujer a parte de buscar a su hombre. U hombres.

-Se lo agradezco. El equipo de los GEO les echarán una mano. He pedido a sus superiores que mañana envíen algunas de sus unidades de intervención. Mi hombre se le supone peligroso, si es que es el tirador. Y ya de paso, si sus hombres preguntan como quien no quiere la cosa, donde estaban los lugareños, a ver si conseguimos hacer un mapa para saber si falta alguien en él y para poder tener una idea de quién ha podido ver qué.

-Eso va a ser labor de chinos.

-Sí, por eso necesito que su gente, que conoce a los de la zona lo hagan sin levantar demasiado la liebre.

-Daré mañana las instrucciones.

-Así sus guardias se dedican más a eso, y los de intervención a peinar los campos y los bosques. Aunque sin dejar de indagar con la gente que se encuentren sobre lo que hemos comentado.

-Vale. Se lo ha tomado en serio, comisario.

-Mira Rui. Este caso de Jorge Rios se ha complicado mucho. Desde el principio creímos que las respuestas había que buscarlas despacio y lejos, en el pasado. Pero tenemos que acelerar. Hay que buscar atajos. Son muchos tiroteos. Y lo de estos chicos me duele en el alma. A Eduardo lo he tratado un poco y me parece tan buen chaval, que me duele en el alma, repito. Lo mismo puedo decir de Martín al que conocí el otro día en casa de Jorge. Y encima que el principal sospechoso sea alguien al que he designado yo para un puesto al que nunca debería haberse postulado. Hugo nos la ha metido doblada. Sea o no el atacante.

-No está claro, estudiando el terreno – expuso el Comandante. – Kevin y Yeray te dirán cuando acaben. Mira, por ahí viene Yeray.

-El terreno es una patraña, con perdón. Las huellas están amañadas – era Yeray el que hablaba con contundencia mientras se acercaba a ellos. – Hugo se ha cambiado de ropa – levantó la mano en la que traía unos zapatos y una americana que parecían de él. – Los zapatos están limpios. No hay barro. En la escena, el atacante dejó huellas de unos zapatos como estos. Anduvo un rato por una zona embarrada, cerca de la orilla. Debió ser cuando los chicos estaban escondidos en el agua y el tirador estuvo buscándolos. Hay que estudiarlo todo con calma y detalle. Hugo ha andado mucho tiempo descalzo. Enseguida viene Kevin, que ha seguido algunas de las huellas.

-Mandamos a la científica – dijo Javier – Comandante, ¿La suya o la nuestra?

-El agente González le va a costar que sea la suya. Los nuestros están desbordados. Siguen en Vecinilla. Y lo que les queda.

El comisario Marcos se echó a reír.

-Menudo negocio he hecho. ¿Es cierto que Fermín se ha incorporado de su permiso para ayudar? – Javier se puso serio.

-Después de estudiar el escenario del “accidente” de Líam Romero y comprobar la patraña que era, y tener noticia de lo de Vecinilla, no se lo ha pensado.

-Pobre hombre. ¿Y su hijo?

-Luchando. Pero acaba de terminar con una tanda de quimio. Te puedes imaginar.

-A ver si hay suerte. Si podemos hacer algo, nos dices, Rui.

-Mis chicos mayores van algún día a visitarlo. Todos lo agradecen. No debe tener muchas visitas.

-Volviendo a lo nuestro. Llamo a nuestros CSI entonces ¿no? – dijo Carmen.

-Ya le digo – El Comandante se echó a reír. Porque sabía desde el primer momento que el Comisario Marcos quería que fueran los suyos quienes se encargaran de la escena. Siempre le había caído bien el Comisario Marcos. Y le parecía un policía muy competente. Si le podía ayudar en algo, lo haría. Aunque intentaría luego sacar algo a cambio. Le estaba costando mantener la pantomima del tratamiento formal. Pero su colaboración todavía no era pública ni tenía todos los parabienes de la superioridad. Y había mucha gente alrededor que no era de su círculo de confianza. No querían dar pistas a sus enemigos y se frustrara su colaboración. Tácitamente, tampoco habían hablado del tema de Vecinilla más que de pasada. Ese tema habían conseguido mantenerlo en secreto. Se había hecho un comunicado de prensa de que se había descubierto en la zona una gran plantación de cannabis. Por eso el movimiento de unidades del SEPRONA y del GAR. También se había hablado de un grave accidente de coche, pero sin resultados mortales. Tres heridos que habían sido trasladados por helicóptero al hospital Comarcal.

Carmen Polana se puso a ello dando las instrucciones pertinentes. Kevin se acercó desde el otro extremo.

-Hay otro par de huellas. No sabría decir si son de ese momento o de otro. Incluso de un tercero que anda descalzo, o en calcetines al menos. Ese creo que es Hugo. Pero si es Hugo, no ha podido disparar a los chicos, al menos cuando les han alcanzado. Desde dónde estaba, no les tenía a tiro. Y sí al otro individuo.

-Yeray, tenías razón – le reconoció Javier.

-Las de los chicos están claras: llegan andando, uno de ellos corre los últimos metros mientras parece empieza a desnudarse. Ese parece Eduardo. El otro sigue andando despacio. Se para y también se desnuda. Salen por el otro extremo. Están un rato tirados pegados al suelo. Luego parece que uno se levanta y da la impresión de que anda erguido. De nuevo, ese parece Edu. Parece que piensa que el peligro ha pasado, o eso interpreto. Pero el otro no, y lo sigue encorvado, incluso en algún trecho andando a gatas. Cuando llega a la ropa, el segundo salta y parece que lo empuja al suelo. Ahí es cuando uno recibe un impacto de bala, Eduardo. Y seguido Martín recibe dos. Pienso que vio que Eduardo estaba herido e intentó ayudarlo o se quedó paralizado, completamente expuesto.

-Descartaremos. Luis, tu jefe te ha puesto en mis manos durante un tiempo. Mañana empiezas a hablar con todo el mundo de nuevo. Quiero que intentes saber exactamente cuanta gente ha venido por aquí en los últimos días. Y que hicieron. Y más o menos lo que han hecho durante todo el día de hoy. Sus movimientos exactos. Vendrá Mario a ayudarte. Ya lo conoces. Tengo que pensar quién va a coordinar a todos y a recopilar los datos.

-Si me lo permite mi comandante – hablaba el sargento Frutos al mando del puesto de Concejo – me gustaría encargarme de eso.

-Ya me ha quitado otro efectivo, Comisario. – bromeó el comandante.

-Pero yo le he quitado el engorro a sus CSI de procesar toda esta escena. Mira Garrido, vamos a dejarnos de tonterías. Lo arreglamos trabajando juntos. Al alimón. Así no me tienes que prestar nada. Hablamos con tu General.

El Comisario y el Comandante se miraron sonriendo.

-Me parece bien. Eso me pasa por no hacerte caso y no haber aceptado el puesto que me ofrecieron en la UCO. Al albur de los acontecimientos, ese destino hubiera sido más tranquilo que el que tengo. Y con menos … visiones truculentas. ¿Dónde montamos el centro de coordinación? – preguntó el Comandante a su Sargento.

-En el puesto mismo. El agente Ortiz, me ayudará. La mitad del puesto está vacío. Necesitaremos algún ordenador más. Mañana volvemos a sacar las mesas y las sillas apartadas en el almacén. A lo mejor necesitamos alguna más. Y más velocidad de Internet. Y un programa específico. Y seguridad informática.

-Hecho. Ahora mismo lo pido. A ver si sacamos algo en claro de eso.

-Del programa y de la seguridad informática se encarga mi gente – comentó Javier.

-Llamo a José Arnáiz – se ofreció Kevin.

-No, no. Para este tema … Arnáiz ya está liado con otras cosas. Voy a llamar a uno de fuera. Tranquilos, es un fuera de serie y un fuera del sistema.

-Pues será mejor que no se entere Arnáiz. – bromeó Garrido.

-Si no se lo contamos, no se va a enterar. Ya tiene sus negocios a parte.

Garrido enarcó las cejas. Parecía que Arnáiz había crecido demasiado y Javier pensaba que no podía atenderlos con la dedicación que precisaba el caso.

-Carmen, pide al juez cuando venga ahora, una orden para situar a todos los teléfonos de la zona. Diez kilómetros a la redonda con epicentro aquí. Y la localización durante todo el día.

-No sé si le va a hacer gracia.

-Confío en tu capacidad de persuasión.

-Conozco al juez – dijo el comandante – yo le echo una mano con él.

-Gracias Comandante. Yeray y Kevin, iros al hospital a hablar con los padres de Martín. Hablad con ellos por separado. Si está Jorge le invitáis a unirse. Carmen si te vas con Eduardo al comarcal, cuando se vaya el juez, te lo agradeceré. Comandante, he pedido a sus jefes que me dejen unidades para tener vigilados a los chicos. Están bajo su mando.

-Y tú te vuelves en el helicóptero a Madrid y te metes en la cama. No te tienes en pie. – le recriminó Carmen.

-Eso es lo que voy a hacer. Tengo que pensar. Y para ello debo dormir. Mañana llegaré tarde.

Jorge Rios.”

-¿En qué piensas?

-Pienso en lo que no nos contaron el otro día los polis. Lo que nos perdimos al irnos tú con Eduardo y yo con Martín. Estaba imaginándome la escena de Javier llegando a Concejo en un helicóptero.

-Dijo Carmen que lo había mandado a descansar.

-Se metió por medio el caso ese que se ha traído Garrido desde Somo. Estaban reunidos todos en la Unidad, guardias y policías, incluido ese chico nuevo, Nico. Allí se enteraron todos a la vez. Carmen se vino, Garrido y los suyos también. Javier se quedó en la Unidad leyendo el caso nuevo de Somo y algunas averiguaciones que habían hecho en la reunión. Pero Carmen al ver la gravedad del asunto lo llamó. Y fue. En coche. Pero a mí me ha gustado lo del helicóptero. Como me echas en cara lo de mi dramatismo galopante … ¡Toma dramatismo!

-Va a ser divertido leer tu investigación paralela. Sabes que a Javier no le gustan esas exhibiciones. Lo de los helicópteros para trasladarse y esas cosas.

-Ya verás cuando te pase el asesinato de Elías García, el de la editorial.

-¿Pero lo has matado? Joder, no pensaba que le tenías tanta manía.

Carmelo volvió al gesto serio.

-No me has contado con detalle lo que os dijo Laín en el hospital.

-Lo que oíste el otro día. Poco más. Me sacó de quicio. Me defraudó. Me quedé con la sensación de que nos tomó una vez más el pelo. Todos sacamos esa impresión. Sabes más tú sobre Martín y ese asunto que lo que contó Laín. Yo mismo sabía más. Pensaba que se iba a abrir. Quizás hubiera sido mejor si no llego a estar yo. Me repatea su actitud. Y me repatea estar diciendo lo mismo todos los días. No hay más. Paula y Laín no juegan en nuestro equipo. Al menos a tiempo completo. Paula es una completa decepción. Me jode haberme dejado tomar el pelo por ella todos estos años.

Estuvo a punto de contarle que le había reconocido que se había acercado a él con el fin de tenerle controlado. Pero se lo guardó. No le apetecía… quizás… le costaba reconocer una nueva traición entre sus amigos. Ni lo que había visto junto a Yeray y Kevin en los jardines del hospital.

-Tiene miedo de hacerte daño. ¿Eso crees?

-Tiene miedo de otra cosa. A parte de un poco lo hace por mí, o eso quiero pensar. Pero cada vez ese pensamiento se diluye más. No. Ni él ni Paula, te repito, juegan en nuestro campo. Paula me ha engañado. – al final volvió a cambiar de opinión y empezó a contarle; no tenía un argumento contundente para no hacerlo. – Paula se acercó a mí para tenerme vigilado. Salí de la sala en la que Yeray y Kevin hablaban con Laín. Creí que podría convencerla de que me contara. Pero no. En cambio, me lo reconoció. Se lo solté a bocajarro y no supo negarlo. La pillé desprevenida. Se hizo mi amiga para saber cosas de mí y poder utilizarlas en mi contra luego, con sus amigos. O con los que sea. Fíjate lo que te digo: me da que Laín y ella no tienen… no sirven a los mismos dueños.

Carmelo de repente estaba desbordado. No acababa de asimilar lo que Jorge le estaba contando. No le entraba en la cabeza esa posibilidad. De todas las personas que habían traicionado a Jorge, estos eran los que conocía él más. Los consideraba sus amigos también. No eran personas que le hubiera presentado Jorge. Y Laín, en su momento parecía haberle defendido y ayudado. O esa idea tenía él. Pero Carmelo no tenía sus propios “Episodios Nacionales” como los tenía el escritor, para comprobar en una fuente fiable si su percepción era la correcta o no. Y su mente, era claro, que no era fiable. Solo eran verosímiles las sensaciones y recuerdos de la época que vino después de presentarse delante de Jorge y que esa relación de amistad que nació ahí, le apartara de su deriva autodestructiva.

-Me cabreé tanto que fui a buscar a Yeray y Kevin para que dejaran de hacer el tonto escuchando las vaguedades de ese gilipollas. Los pobres me hicieron caso. A lo mejor me pasé, pero después de escuchar a Paula reconocerme … me puse … otra vez haciendo el bobo. Toda mi vida haciendo el gilipollas, entre gente que me la ha dado con queso. Cuatro putos amigos, cuatro me quedaban. Cuatro personas con las que me relacionaba. Y todos, todos me han salido rana. Martín y Quirce los únicos.

-Y porque les hiciste a tu semejanza.

-No creo que haya tenido tanta influencia con ellos.

-¿No te estarás dejando llevar por tu espíritu novelesco? Últimamente te noto muy novelero. Puede que todo sea por ese tema de Hugo y Martín. – Carmelo se resistía a creer lo que le contaba Jorge.

-Tiene que haber otra razón. A lo mejor deberías acercarte a hablar con él. De todas formas, esta tarde he quedado con Quirce. Me lo pidió el otro día. Aunque ya lo va posponiendo varias veces.

Sonó el teléfono del escritor.

-Lo ha vuelto a posponer. No he dicho nada de Quirce esta tarde.

-¿Pues sabes lo que te digo? Nos quedamos en casa y nos ponemos una película.

Jorge levantó las cejas.

-¿No quieres mejor que nos acerquemos al Comarcal para ver como anda Eduardo?

-Mañana. Hoy me apetece agarrarme a tu brazo y apoyar mi cabeza en tu hombro tirados en la alfombra. Se va a estropear la pantalla de no usarla.

-Pues nada. Elige la película. Yo me encargo del whisky y de los cojines.

-Nada de whisky. Te voy a preparar unos gin-tonics alucinantes. El otro día compré unas copazas … ya verás. De cristal de pitiminí, como te gustan a ti.

-Pues hala. Me voy a cambiar de ropa y ponerme cómodo.

-Que leches cambiarte de ropa. Te desnudas y listo. Es lo que voy a hacer yo.

-¿No íbamos a ver una peli?

Carmelo sonrió picarón.

-Y eso es lo que vamos a hacer, ver una peli. O echar una siesta, como prefieras.

Jorge soltó una carcajada.

-Rubio de los cojones … no hago vida contigo ¿eh?

-Pero si estás encantado …

-¡Ay, Señor, Señor! ¡Qué hice en otra vida para merecer semejante castigo en ésta? Por favor, aparta este cáliz …

-¿No quieres el gin-tonic?

Carmelo que traía las copas con la bebida, hizo un gesto para apartar una de ellas.

-Oye, oye. Con el gin-tonic no se juega. Esa copa a mi vera.

-Todavía estás vestido – Carmelo empleó su mejor tonito provocativo.

Jorge en un momento, se quitó la ropa.

-¿Contento? No te preocupes, ya te quito yo los calzoncillos que tienes las manos ocupadas. ¡Y ni se te ocurra derramar una gota del gin! ¡Huy! ¿Qué es esto que ha saltado con vida propia al quitarte los calzoncillos? ¿Has visto como me mira? Creo que lo voy a saludar. Y ojito con derramar una sola gota de las copas.

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Necesito leer tus libros: Capítulo 105.

Capítulo 105.- 

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Parecía que iba a ser una de esas noches en las que Jorge podría dormir bien, pero no fue así. A las cinco de la mañana se despertó sobresaltado. Su suegra Juana se le había aparecido en sus sueños.

Miró a su lado y comprobó que Carmelo seguía durmiendo. Hasta hacía un rato, lo había sentido abrazado a él. Pero su rubito, parecía tener un sueño inquieto desde hacía un rato y se había ido al otro lado de la cama que compartían. Ahora parecía un niño pequeño, con toda las sábanas revueltas y con medio cuerpo destapado.

Se levantó y dio la vuelta a la cama. Lo tapó y le acarició suavemente la cara. Carmelo sonrió en sueños. Empezaron a salir unos sonidos guturales de su garganta. Parecía que le estaba diciendo algo. Jorge se arrodilló a su lado y le dio muchos besos en la mejilla. Luego, le empezó a susurrar al oído que lo amaba con toda su alma. Y que a partir de ese momento, iba a tener dulces sueños. Que pensara en que los dos iban a pasear hasta el estanque de los encuentros y se iban a tirar a tomar el sol con los pies acariciando el agua.

-Y te besaré hasta que tus morros estén irritados.

Carmelo suspiró en sueños y puso una sonrisa en sus labios. Y volvió a un sueño tranquilo. Jorge aprovechó y se puso una chaqueta gorda de punto que solía utilizar a veces en casa. Se puso las deportivas que le había cedido Carmelo para estar en casa y después de coger su portátil se fue a la terraza. Buscó su silla y su mesa preferidas y se sentó a leer algunos de sus episodios nacionales.

Buscó a Juana. Quizás que su suegra se hubiera aparecido en sus sueños, quería decir algo. O no. Intentaría de todas formas buscar en su memoria escrita algún episodio que le pudiera ayudar.

Al final encontró algunos relatos que hablaban de ella. Y se quedó con uno en el que contaba el día en que Juana conoció a Carmelo. Posiblemente no le ayudaran a discernir el por qué de su aparición estelar en su ensoñación, pero ese recuerdo le resultó grato.

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Episodio 2179: Donde Jorge no tiene más remedio que presentar a Carmelo a su suegra:

A Juana le gustaba mucho Carmelo. Desde que se lo presentó su yerno.

Carmelo era un hombre joven, atractivo, actor. Actor de los buenos y de los famosos. No le gustó por eso. Su sonrisa fue lo que la conquistó.

Todo empezó con una broma. Jorge había ido a casa a merendar y ver una película con ella. La mujer había escogido “El amanecer del compromiso”. Era una película inglesa pero su protagonista era un actor español, joven.

Jorge cuando vio la elección de su suegra se resignó. Conocía a Carmelo desde hacía ya un tiempo y había ido con él al estreno de esa película. Antes de eso, la había visto en un pase privado. Incluso había participado en algún coloquio sobre ella. Sería la cuarta o quinta vez que la veía. Pero lo importante era que su suegra estuviera feliz. Intentaría no dejar traslucir en sus gestos que sabía quién era el malo.

La gente suele hacer bromas sobre los suegros. Son lo peor. Sobre todo las suegras. Meticonas, mandonas, y otros epítetos parecidos pero todos negativos. Juana había sido todo lo contrario para Jorge. Él no tenía padres, al menos que ejercieran como tales, su relación se había roto hacía muchos años, así que ella ocupó el lugar de su madre. Lo protegió, lo defendió incluso cuando su hijo no se portó bien con Jorge, se puso del lado de su yerno criticando a su hijo. Y cuando Nando murió, se convirtió en el apoyo de su viudo.

Esa tarde vieron la película. Al final, con los comentarios de Juana, la película le ofreció una serie de matices que no había captado viéndola con otras personas. Y luego, cuando acabó, no dejó de hablar bien de Carmelo.

-Es un actorazo. Qué papel hace en esta película. Y tiene pinta de ser buena gente.

-Pero si el personaje es malo de narices.

-Sí, lo que quieras. Pero no sé por qué, a mí me da que es un chico muy bueno.

-Todos hablan pestes de él. ¿No lees la prensa rosa?

-Claro que la leo. Pero no me creo nada. Ese chico es un ángel.

-Ya se lo diré cuando lo vea.

A Jorge se le había escapado. No solía presumir de sus amistades públicas. Ni con su suegra.

-¿Lo conoces y no me has dicho nada en toda la tarde?

-Bueno, conocer… pues lo he saludado algún día – intentó tirar balones fuera. – Como a otros muchos. Una fiesta, una recepción… ya sabes.

-Mientes muy mal, Jorge Rios. A parte, esos saraos no te gustan nada.

-No me gustan, pero a veces tengo que ir.

-Llámalo e invítalo a un trozo de bizcocho.

-Estará ocupado. A lo mejor está fuera, grabando en Méjico. O en Australia.

-Llámalo. – Juana se puso de pie con los brazos en jarras y mirándolo muy seria. Así que sacó el teléfono y llamó.

-Hombre, escritor. No me esperaba que llamaras. ¿No tenías sesión de cine con tu suegra?

-Estoy en su casa precisamente. Y quiere conocerte. Acabamos de ver “El amanecer del compromiso”. Y le ha encantado.

-¿Quiere conocerme ahora?

-Claro. Hay bizcocho. Le ha encantado tu papel. Dice que eres un chico muy majo y agradable.

-¿Es la conclusión que ha sacado después de verme en esa película? Tendré que darle las gracias. Que después de verme en ese personaje piense que soy guay … Y te he entendido algo de que hay uno de los famosos bizcochos de tu suegra. Me muero por probar alguno. Dame un cuarto de hora. ¿Quieres que lleve algo?

-Pues si paras en el “Trastero” y coges unos chocolates para acompañar, estaría bien.

-Hecho.

-¿Así que le has hablado de mis bizcochos a Carmelo del Rio? ¿Y le habías dicho que venías a ver una peli conmigo? ¿Y a mí no me has hablado de él? ¿Y no erais amigos, solo os saludabais en algún sarao? Jorge, me has defraudado. Porque tengo que cambiarme y arreglarme, que si no te ponía las pilas.

-Pero si así estás bien.

-Parece mentira que seas gay y no entiendas estas cosas. Ya veo que son solo clichés. Tu marido era igual de zarrapastroso. Y él tenía doble delito, porque era hijo mío.

Juana se fue corriendo a su habitación para cambiarse de blusa y de falda, y para darse un ligero maquillaje. Y para peinarse. Y ponerse unos zapatos. Y unas medias. Y abrió el joyero para escoger un collar y unos pendientes.

-Recoge un poco el salón, por favor – le gritó desde el baño.

No fue un cuarto de hora, pero no fueron más de treinta minutos lo que tardó en llegar. Carmelo llamó a la puerta. Y ella salió escopetada adelantándose a Jorge que iba a abrir. Pero era evidente que ese privilegio, no se lo había ganado. Ella recibiría al actor.

Y abrió la puerta. Y ahí estaba Carmelo con la bolsa con los chocolates. En cuanto vio a Juana sonrió. No era una sonrisa de photocall, ni de sesión fotográfica para ICON. Era la sonrisa de un chico de veintitantos años, con unos ojos muy expresivos, que mostraban todo el cariño que su amigo Jorge le había transmitido de la mujer que tenía delante. Y ahí ella cayó rendida. Y ahí ella, empezó una campaña incansable para que Carmelo y Jorge acabaran juntos. Ni siquiera la aparición de Cape un tiempo después, la desanimó.

Carmelo lo pasaba bien con ella. Así que, con o sin Jorge, a veces iba a verla. Y alguna vez incluso la había invitado a alguna cafetería a merendar. “Me han dicho que hacen un bizcocho de manzana estupendo. O a su vieja casa, antes de que se retirara al pueblo durante un par de años y la vendiera. Ahí era él el que hacía algún postre para agasajarla.

Y Juana seguía con su campaña. No cejaría hasta que Jorge se juntara con Carmelo.

-Acabaréis juntos – le decía incansable a su yerno.

Jorge Rios.

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La excursión a la finca de Dídac y Néstor en Milagros, a unos kilómetros de Aranda de Duero en la provincia de Burgos, fue muy agradable. Paula y Laín no conocían a la pareja anfitriona, en todo caso de referencia, pero enseguida se sintieron cómodos en la reunión. Carmelo y Dídac se fundieron en un abrazo muy cariñoso al verse. Habían compartido algunos trabajos juntos y su química y cercanía crecía cada vez que se veían. Y con Néstor, el marido de Dídac, lo mismo. Los chicos de la pareja, Oriol y Pol enseguida se hicieron amigos de Martín.

Jorge se hizo esperar. Carmelo iba siguiendo por mensajes tanto de Jorge como de Carmen y Javier el asunto de Vecinilla. Si hubiera sabido que la cosa se iba a complicar tanto, hubiera acompañado a Jorge. Al menos, pensaba, Fernando, Raúl y Nano lo conocían lo suficiente y tenían confianza con él para mandarlo al coche a desconectar. Ver y consolar a todos esos chicos le tenía que haber afectado seguro.

Mientras le esperaban, Néstor había organizado una visita a una bodega de la Ribera del Duero, “La Milagrosa”. Estefanía, la mujer que les guió en la visita, les hizo pasar un rato muy agradable. A parte de las catas de vino que hicieron y las botellas con las que les obsequió.

-Vamos a acabar piripis – exclamó una divertida Paula.

-Pues no hace falta que te bebas el vino – le dijo su marido. – Los catadores profesionales no lo hacen.

-Seguro lo voy a escupir. Con lo bueno que está.

Jorge llegó tarde, pero en plena forma. Nano le hizo un gesto a Carmelo para decirle que había venido durmiendo. Y por la cara de Fernando, la siesta había sido de los dos. Néstor salió a recibirlo a la puerta, cuando vio que la caravana de coches llegaba. Se abrazaron cariñosamente. Hacía tiempo que no se veían ni hablaban. Los chicos se acercaron corriendo a saludarlo. Carmelo se sonrió al ver la cercanía que tenían los dos con él. No se extrañaba, pero no le dejaba de sorprender. Carmen, en el último mensaje que le había mandado sobre Vecinilla, le había dicho que podía sentirse orgulloso de Jorge. “No sé lo que hubiéramos hecho sin él. Ha estado soberbio.”

Pasearon todos hasta el pueblo. Tomaron unos vinos alternando entre los bares. Eran buenos bares, estaban a pie de autovía y tenían mucha clientela de paso.

-No comáis mucho, que Pol y Oriol nos han hecho la cena. – Dijo Néstor con tono de orgullo, al ver que Jorge se proponía pedir cosas de picar. Casi no había comido, y tenía hambre.

-Especial por vuestra visita. – apuntó Pol.

-No sabes como cocinan – añadió Dídac.

-Yo sí lo sé – apuntó Jorge sonriendo satisfecho.

-Te estás acostumbrando muy mal, escritor. Ya no coges una sartén ni aunque te estén amenazando con hacer estallar una bomba nuclear. Hasta Oriol y Pol cocinan para ti.

-Habiendo maestros como vosotros, no hay necesidad.

-Pero si cocinas bien – le dijo Dídac.

-Querido, tu amigo el actor, cocina mucho mejor. Y que narices, así se siente importante que tiene la excusa de cuidar de mi salud y de mi bienestar. Y tus hijos, lo sabes mejor que yo. Néstor también cocina bien. ¿A que hace meses que no te haces ni siquiera una tortilla?

Néstor no dijo nada, pero se echó a reír.

-No me engañas, querido. Te has vuelto un vago. – Carmelo obvió que Néstor de alguna forma, le daba la razón a Jorge.

-¡Qué gran pareja hacéis! – exclamó Paula con cara de sorpresa. Ese descubrimiento parecía hacerle gracia. Martín se desesperó y se giró para poner su mejor gesto de incomprensión.

-Pues no sé por qué lo dices – dijo Cape en tono inocente. Aunque diera la impresión de que lo había dicho para seguir la broma, Dídac y Néstor tuvieron que contenerse para no soltar una carcajada: se habían dado cuenta que de verdad, lo decía extrañado. Carmelo intercambió una breve mirada con Jorge que puso cara de circunstancias. Martín no pudo más y se levantó en dirección al baño para poder rezongar a gusto sin estar a la vista del resto.

En el camino de vuelta a la finca, Dídac y Jorge se retrasaron para hablar de Sergio en privado.

-¿Qué plan tenéis? – preguntó Dídac, sin dar opción a Jorge a empezar con temas ligeros.

-Mi idea es grabar un concierto callejero de Sergio. Puede que Romeva, conozca a alguien que tenga acceso a ese Ludwin. ¿Escuchaste ese concierto que te mandé?

-Sí, a Sergio ya lo conocía de antes. No me lo habían presentado, pero me habían hablado de él. Con Nuño estuvo bien, pero le he escuchado muchas interpretaciones mejores. Una de esas que grabó alguien, unos días antes, en la calle, sin ir más lejos.

-Lo de Nuño más que nada porque es un intérprete reconocido.

-Eso a Ludwin le da igual, te lo aseguro. Es más, puede que sea contraproducente. No es muy amigo de las estrellonas. Hasta ahora has conocido al Nuño dulce. Cuando conozcas al divino Nuño, no te creas. Y entenderás mi afirmación anterior de que al maestro Ludwin no le gusten las divas.

-¿Tanto cambia?

-Solo te diré, que en el vídeo del restaurante que me enviaste, su actitud, casi nadie ha visto esa faceta de él. Amable, sonriente, complaciente. Es más, si lo contara en algunos círculos, pensarían que me había dado un aire o que les estaba tomando el pelo directamente. No me refiero a que lo estuviera contigo o con Javier. O Carmelo y Biel. Vosotros sois sus iguales. Sois estrellas. Pero ese Fernando y ¡Sergio! No son de su clase. Y si no, al tiempo. ¿A qué no se han visto de nuevo? Al menos en el mundo de la música, todos le consideran el mejor violinista de su generación, pero un tipo inaguantable. Te diré que nos supera a Dani y a mí juntos, en nuestros peores momentos. En chulería, me refiero. Y añade a Biel. Los tres juntos, en nuestros mejores momentos, no le llegamos a la altura de su alpargata.

-Me cuesta creerlo.

-Pues vete creyendo. Y por mucho que pienses que la magia de Jorge Rios es capaz de mitigar esa chulería, desde ahora te digo que no. Contigo será educado siempre, porque eres una estrella. Y porque para que negarlo, tus historias le han ayudado en su vida. Eso tampoco es fácil que lo reconozca. Pero conmigo sabe, que si se pone en plan diva, se queda solo a la voz de ya. Y sabe que soy capaz de sacarle las mierdas sin dudar.

-¿Y como hacemos con Sergio? Esto que me cuentas me deja … trastoca mis planes, ya de por si complicados de cumplir.

-Si su tocayo dice que se encarga de su carrera, a lo mejor no hace falta más. Sergio Romeva es un tipo muy eficiente y muy bien relacionado. En todos los ámbitos de la cultura. Es inteligente y sabe que el mundo del cine, no es nada sin los escritores, sin los músicos, sin los pintores … Tiene contactos en todos esos ámbitos y en alguno más, aunque no presuma de ello. De todas formas, estoy esperando que Ludwin me diga que puede recibirme, y voy a ir a verlo.

-¿Vas a hacer eso?

-Primero, me lo has pedido tú. Eso me basta. Solo con escuchar como Oriol cuenta a Néstor todo feliz, que le has llamado para hablar, me siento en deuda y agradecido. O cuando al cabo de unos días, Pol viene contando una historia parecida. Y segundo, ese Sergio Plaza es muy bueno. De los mejores intérpretes que he escuchado en años. Merece tener la oportunidad de intentar consolidar una carrera. Y es un crío de puta madre. Las veces que nos hemos visto, me ha causado buena impresión. Y en tercer lugar, ese hijo de puta de Mendés, hay que acabar con él. Lo que estoy sabiendo estos días, supera con creces la peor de las ideas que tenía respecto a él. Antes me parecía un cabrón. Ahora, no sé ya ni como calificarlo. Mis padres le apoyan aportando fondos para alguna Fundación con la que tiene relación. Ya les he dicho lo que hay y que mejor harán en desligarse de él.

-¿Te harán caso?

-Se han mostrado remisos. Tengo que investigar.

-Tendrán algún secreto y él lo ha descubierto.

-Me imagino que el secreto que les puede echar en cara sea mío.

-Si lo descubres y es así, ten paciencia. No te lances.

-Ya me conoces. Depende de lo que sea … y como me pille.

-Puede que sea de alguno de tus hermanos.

Dídac se quedó pensativo.

-No diría que no. Pero me inclino a pensar que es mío.

-Pues no te lances. Me cuentas y me lo dejas a mí. Ya me he enfangado muchas veces, una más no importa. No quiero que te salpique. Ya estoy acostumbrado a que hablen mal de mí.

-Que soy Dídac Fabrat, el niño malote de la farándula. Anda que …

-Pero te has reformado. Tienes marido, un directivo de banca reputado y considerado, y tienes dos hijos.

-Legalmente no lo son. Soy muy joven para ser su padre.

-¿Como te llaman?

Dídac se sonrió. Levantó las manos a modo de rendición.

Jorge entrelazó su brazo con el de Dídac. Éste apoyó su cabeza en la del escritor. Así siguieron caminando despacio, cada vez a más distancia del resto.

-Javier necesita más testimonios …

-Estoy convenciendo a unos cuantos. Les he tratado alguna vez. Ahora, sabiendo lo que sé, les he abordado de otra forma. Carmen ya sabe de un par de ellos. Sergio me ayuda en eso. Conoce a alguno. Yo había entendido cuando me contaban, que eran tocamientos, sobeteos … me parece mal, pero bueno. Por eso no le tragaba. Yo me he tirado a todo lo que tenía polla. Pero no he tocado nada, sin que me dijeran “sí”. Y no he hecho valer ni mi posición ni mi fama. Lo de este tipo es aberrante. No se trata de un tipo que le guste el sexo. Le gusta humillar, controlar. De gustarte el sexo, a lo que ese tipo es en realidad, va un abismo. Ese tipo debe acabar en la cárcel. Y debería vivir cien años más para que su castigo fuera suficiente. Merecería que organizáramos una lapidación pública en las que sus víctimas le apedrearan hasta que fuera una masa informe llena de sangre y vísceras. ¿Y eso de Vecinilla? Dani no ha dejado de mirar el móvil hasta que le han dicho que venías hacia aquí.

-Si no te importa, déjame un par de días para que asiente lo que he vivido hace unas horas.

-Me temo lo peor solo con verte la niebla que se te ha puesto en la mirada.

-Pues de lo peor que te imagines, sube cien peldaños más. A lo mejor un día que estés en Madrid … te pido un concierto privado. No es para mí, te advierto. Aunque espero disfrutarlo también.

-¿Con Sergio?

-Sí. Pero no es para eso de …

-Ya me dirás. Y si quieres que toque con él en la calle, lo hago. Soy menos mediático que Nuño, pero puedo servir.

-¿Lo harías?

-No te repito mis razones, te las acabo de decir.

Jorge se paró y le agarró la cara y le dio un pico. Dídac sonrió y se lo devolvió.

-Cuando tenga convencidos a esas víctimas de Mendés y del otro hijo de puta del conservatorio, se lo paso a Javier o a Carmen. Cambiando de tema. ¿Cuándo se va ese? – Dídac señaló con un gesto a Cape, que acababa de rodear la cintura de Carmelo con el brazo. Estaba marcando territorio. – Me parece tan patético como lleva todo el rato intentando parecer una pareja …

-En un par de días, creo.

-¿Se lo ha dicho a Dani?

-Creo que no. Si no han hablado mientras estaba en Vecinilla, no. Dani se lo huele, porque lo conoce. A parte, se lo han dicho los escoltas. Cape les ha comunicado que dentro de unos días no necesitará sus servicios. Así que lo sabe, pero decir, creo que no. Y si le va a decir lo mismo que a mí cuando hablamos antes de ayer, mejor que se abstenga.

Dídac se paró y se quedó mirando a Jorge.

-Es que se ha montado una película que no tiene nada que ver con lo que ha pasado. La repite y la repite, creo que con la intención de que se haga realidad. Me dijo, que ahora puedo lanzarme a los brazos de Dani. Y que él nunca había follado con Dani cuando eran pequeños.

-¿En serio? ¿Te dio permiso? Una cosa te digo, de eso tienes la culpa. Siempre has fingido que no te habías enterado de que solo eran “hermanos”. Y lo de que no follaron, que me lo diga a mí. No te jode.

-¿Y qué iba a hacer si él iba diciendo que era su pareja? Y Carmelo no afirmaba, pero tampoco lo negaba. Y se ha plegado a sus “cosas” estos años. E insistía cuando volvía a Madrid en que Dani fuera a su casa a estar. Dani no se iba de nuestra casa por deferencia a él. Se iba porque el otro le llamaba. No me decía nada. Pero lo vi en su teléfono.

-¿Le miras el teléfono?

-Si sabes que desde hace muchos años compartimos todo. Él tiene llaves de mi casa, de mi almacén, yo tengo llaves de las suyas … hasta guardo todavía un juego de su casa de Madrid, la que vendió. Y de sus coches. Sé sus contraseñas de sus bancos, él sabe de las mías … tiene poder en todos mis asuntos, yo lo tengo en los suyos, incluso para decidir sobre nuestra salud. No es de ahora, es de hace cinco o seis años. Y todo salió de él. Hace unos días, Carmelo insistió en que le acompañara a casa de Cape. La verdad es que no me apetecía. Insistió tanto que al final le hice caso. Eso es un mausoleo … es lo más alejado a un hogar que he visto. Mucho dinero se gastó, pero no tiene alma, no … no le ha dado su impronta, si es que tiene de eso. He visto hoteles más acogedores que esa mansión. Ellos se fueron a su habitación y yo a una de las muchas que hay. Dani se levantó en mitad de la noche a buscarme. Yo estaba por ahí, investigando, no conseguía dormir. Cada vez que me metía en la cama me entraban como escalofríos, te lo juro. El caso es que cuando me asomé a otra de esas habitaciones de invitados, me topé con Dani. Lo vi tan mal, tan perdido, tan … zombi, yo creo que ni llegó a despertarse del todo. Parecía un pelele … llamé a los escoltas y les dije que nos íbamos. No le dejé ni vestirse. Luego me llamó el otro cuando se dio cuenta de que no estábamos. Que si le disculpara, que las cosas son complicadas … vete a cagar, joder.

-Veo que tomas las riendas. Menos mal que ya no intentas parecer un fantasma.

-Creo que me he pasado también con eso. Por cierto, tienes que enterarte si hay alguna forma de analizar todas las pastillas que me daban sin destruirlas. Martín me dijo el otro día que a lo mejor todas no son lo mismo. Se refería a que algunas pudieran ser algo más … expeditivo. Y si lo dice Martín, existe la posibilidad que lo haya escuchado a alguien.

-¿Cuántos botes tienes?

-Unos veinte en casa. En el almacén otros tantos o alguno más.

-Si añadimos los que has perdido y los que te ha tirado Dani … has pasado más tiempo sin pastillas que con ellas.

-Tomé mientras estudiaba el efecto que me producían. Cuando lo tenía controlado, las dejé. De vez en cuando tomaba, para que en los análisis saliera. Pero me daba excusas para no atender a nadie salvo los que quería. Y para enterarme de lo que se decía de mí.

-Como se enteren … Tranquilo que no se lo voy a contar a nadie. Lo investigo. Por cierto, el otro día comimos los cuatro en casa de Gaby. Fuimos a ver la tienda nueva. En nada inauguramos ¿No?

-¿Te gustó? Me escribió Gaby para decirme que habíais estado. Luego no he podido hablar con él. No coincidimos.

-Me encanta. Y la decoración que ha hecho tu hermano Miguel, maravillosa. Ultimamos algunos detalles para el día D. Le he pedido a Sergio que venga a tocar conmigo. Esta semana quedaremos para ensayar.

-Que buena idea has tenido. No se me había ocurrido. Fíjate que le dije que tocara en la presentación de los cuentos que algún día publicaré. Si me decido al final en que editorial hacerlo.

-Me apunto yo también.

-Bien. Que en la de “La Casa Monforte” estabas fuera. Mira Cape, besando a Dani.

-Mejor que se vaya. No le ha hecho bien a Dani. Menos mal que tú poco a poco le has ido comiendo el terreno. Sí, no me mires así. A los demás les puedes engañar, a mí no. Tus drogas son historia hace muchos meses. Muchos. Me lo has reconocido antes, pero para mí estaba claro hace siglos. Y desde que Cape apareció y apartó a Dani de todos sus amigos, tú te has dedicado poco a poco a volver a integrarlo. Y a romper el yugo que había puesto en el cuello de Dani. Y a hacer que se disipara ese aire melancólico permanente en el que se hundió.

-Le estaba anulando completamente. – la mirada de Jorge se hizo triste.

-Pero ya tenemos al Dani de siempre de vuelta.

-Todavía no.

-Papá, nos adelantamos para ir preparando la comida. Martín nos va a ayudar.

-Vale. ¿Lleváis llaves?

-Sí. ¿Las llevas tú?

Dídac se palpó los bolsillos y se echó a reír.

-Capullo, llevas las mías. De todas formas Néstor lleva. Ha cerrado él. No me has pillado.

Dídac se paró de repente, para dar tiempo a que los chicos se alejaran.

-Claro que es el de antes. Solo que ahora muestra todo lo que te ama sin tapujos. Y si es por alguna reacción a todo lo que estáis viviendo, ni el más valiente no se sentiría vulnerable.

-Se está volviendo muy celoso. Como si tuviera miedo de perderme. Como si … no quiero que dependa de mí. No quiero que esté pendiente de si alguien me mira temiendo que me vaya con él para siempre. No sé como hacerle entender que es mi vida. No el amor de mi vida. Mi vida.

-Has estado ocho años manteniendo la distancia. Ahora has acelerado el proceso de acercamiento … hasta acabar siendo una pareja de hecho, aunque ni Cape ni vuestros amigos parecen haberse dado cuenta. ¿Y de verdad son los padres de Martín? ¿El chaval os conoce perfectamente y sus padres no?

Jorge se quedó pensativo.

-Ya veremos como acabamos con sus padres. Pensaré en lo que me has dicho sobre la forma que he tenido de marcar los tiempos con Dani.

-Os queréis con locura desde el día que se te presentó en la Dinamo.

-¿Estabas?

-¡Sí!

Dídac se paró y se quedó mirando a Jorge con cara de sorpresa.

-Joder. No me acuerdo.

-No te jode, porque desde que ese rubito, como le llamas, se plantó delante de ti, no nos hiciste caso a ninguno. Me tuve que enfadar para que me lo presentaras.

-¿Te lo presenté yo? ¿Ese día?

-Vamos a dejarlo, vamos a dejarlo … – Dídac estaba a punto de echarse a reír.

-¡Qué! ¿Ya habéis arreglado el mundo? – dijo Paula en tono simpático. Se había parado para esperarlos.

-No. Pero hemos hecho planes para hacer algo juntos. Un poema sinfónico a medias. Jorge el texto, yo la música.

-Pero si no sabes escribir poesía – Paula se echó a reír.

-Querida ¿No has tenido la suerte de que te enseñe sus poesías? – Dídac había puesto su mejor cara de sorpresa. – Lo siento por ti. Te has perdido algo maravilloso. Es uno de los secretos de Jorge. Le insisto para que publique un recopilatorio de poesía, pero no hay forma de convencerlo.

Dani se quedó mirando a Jorge con cara de guasa. Los dos se echaron a reír.

-No, Paula, no le mires así. Ahora tendrás que esperar a que la obra de Dídac y Jorge esté acabada – se burló Carmelo.

-Me estáis tomando el pelo.

-Pues sí. Pero te va a quedar la duda de si te lo toman en que no han acabado la obra, o que en realidad, van a empezar los ensayos con orquesta y coro. La ONE ¿No?

-La orquesta de la BBC – se apresuró a corregir Dídac. – Estrenaremos en el Royal Albert Hall.

-¿Pero es … no es una tomadura de pelo?

-¡Claro! – dijo Jorge en tono circunspecto.

.

A la mañana siguiente, Jorge y Carmelo desayunaron solos en la Hermida 2. Se acercó Martín también, que se había despistado de sus padres, que habían ido a dar un paseo mañanero y después fueron a la cantina de Gerardo a tomar su famoso chocolate.

-Lo de ayer estuvo guay. Molan Néstor y Dídac. Y Oriol y Pol. Vamos a quedar algún día para salir los tres.

-Me gusta eso – dijo Carmelo.

-Suelo hablar de vez en cuando con los dos. Antes quedábamos de vez en cuando. La pandemia lo ha trastocado todo. – explicó Jorge.

-Se les nota que les caes bien.

-Pero que madrugadores.

Cape bajaba por las escaleras estirándose.

-Yo me hubiera quedado un par de horas más en la cama. – añadió ante la falta de respuestas.

-Pues querido, me he levantado precisamente para dejarte dormir tranquilo. Anoche estabas cansado. – le dijo Carmelo mientras Cape le besaba en los labios. Jorge los miraba sonriendo. Martín fingió una tos para aguantarse la risa.

-¿Planes para esta mañana?

-Sobre las doce creo, hemos quedado todos aquí para hablar. Hasta entonces, fiesta.

-Si me pones un café, querido, y un par de tostadas, me voy a dormir de nuevo. ¿Y tú Jorge? ¿No escribes hoy?

-Sí. Me voy a acercar al bar a ocupar la mesa de Dani para escribir.

-Están mis viejos allí. – Carmelo se rió al ver la cara de pillo que había puesto Martín.

-Vale. Pues dejaré lo de escribir para otro momento y me iré al estanque de los encuentros para leer.

-Me apunto. – dijo Martín.

-Y yo – dijo Dani.

-¡Bah! ¡Quédate conmigo, Dani! – Cape era claro que quería aprovechar sus últimas horas antes de esfumarse.

-Querido, te va a tocar dormir solo. Me apetece el plan de Jorge y Martín. ¿Dos tostadas has dicho?

La reunión se retrasó. Los planes de todas las partes se alargaron más de lo previsto. Laín y Paula se encontraron con Luis, el guardia civil, que les invitó a un café. Gerardo se encargó además de presentarles a algunas de las personas que andaban por allí y que eran muy amigos de los Danis. Paula alucinaba con que toda esa gente tratara con Dani. Su marido la miraba como si fuera extraterrestre. No entendía como podía haber sacado esas conclusiones de Dani. Poco menos pensaba que era un asocial.

Al cabo de un rato se acercó al bar el capitán Melgosa. Se iba a acercar a la Hermida para contarles las novedades sobre el intento de atentar contra la vida de Carmelo y Jorge.

-Con todos los cadáveres que va dejando Jorge por el camino, era de esperar.

La sentencia una vez más de Paula dejó a todos sin palabras. Melgosa levantó las cejas y bajó la mirada. Se relamía solo de pensar en contar a Javier y al comandante lo que estaba viviendo junto a los amigos de Jorge.

-Paula cariño. ¿Te has dado cuenta de que acabas de decir que en tu mundo, es natural arreglar las diferencias contratando a un matón para matar al vecino?

-No, no, no he querido decir eso … estos señores me han entendido.

-Eso espero. Son oficiales de la Guardia Civil, por si no has caído en la cuenta. Que vistan de paisano, no les quita su condición.

Carmelo estuvo cabizbajo en su excursión al estanque de los encuentros. Esta vez les llevó a otro rincón un poco más alejado y entremetido en el bosque que ese sí, nadie visitaba. También había un remanso, pero apenas te podías mojar los pies en él de lo poco profundo que era. Esa zona en invierno a veces estaba inundada.

-Esto mola – dijo Martín. – Joder, si hay cobertura, te juro que me vengo aquí a clasificarte los relatos, tío.

-No me habías traído a esta parte nunca.

Jorge, por la cara que tenía, estaba completamente de acuerdo con las apreciaciones dichas por su sobrino.

-Hasta aquí, no he traído nunca a nadie. Y espero que sepáis guardar el secreto. Este rincón es para estar solos. En paz con el mundo.

Cuando volvieron, Jorge se subió a la terraza. Al poco se le unió Carmelo. No les apetecía de momento enfrentarse al resto.

Eduardo y Felipe llegaron después y entraron en la casa. Se sentaron en el salón de la Hermida. Hugo les había dejado pasar para que no esperaran en la calle.

Cape bajó al poco. Había escuchado entrar a sus amigos y se había ido a duchar.

Martín, cuando habían vuelto del estanque, se había escabullido para que sus padres no se enteraran de que había estado con ellos.

-Ni habrás desayunado – le reprochó su madre al verlo bajar secándose. – Y mira de ponerte algo. ¿Crees que es normal pasearte en calzoncillos por casa ajena?

-No veo a nadie aquí a parte de vosotros.

-Vístete anda, que llegamos tarde.

-Sí, papá.

Melgosa y Luis estaban charlando con Hugo y Fernando.

-Deberías descansar un poco, Fer – le dijo el capitán.

-No te preocupes. Luego Nano me cubre un par de horas y me echo a dormir.

-No os quedéis ahí, hombre. Pasad. – Cape fue a buscarlos a la calle. – Mira, por ahí viene Óliver.

-Seré el último, como si lo viera – Óliver venía corriendo.

Cuando todos estuvieron asentados, Melgosa y Luis tomaron la palabra.

-Quisiéramos contaros un poco las novedades de lo que pasó ayer.

-Esperad a que bajen Jorge y Carmelo. – dijo Cape.

-Ellos ya lo saben. La comisaria Polana está hablando con ellos por teléfono – les explicó Melgosa.

Contaron a grandes rasgos las novedades respecto a la mujer que había aparecido el día anterior y de cómo fue su detención. Todos respiraron en la Hermida 2 al saber que todo había ido bien.

-Martín, por favor, sube a la terraza a buscar a estos. – le pidió Cape un poco molesto.

Carmelo, Jorge y Martín aún tardaron un rato en bajar de la terraza. Llegaron justo para escuchar las novedades que les estaba contando Óliver. Melgosa y Luis se despidieron entonces de ellos y les dejaron con sus asuntos. Estaban en la reunión Laín, Paula y Martín. Cape, Carmelo y Jorge. Felipe y Eduardo. Óliver. Hugo y Fernando, los escoltas.

-Creo que tenemos que comentar algunos temas importantes – propuso Carmelo, que miraba de reojo a Jorge mientras hablaba. Jorge se había inmerso en sus cavilaciones. Viajando al pasado nuevamente e intentando recordar de nuevo a Hugo en aquellos tiempos, cuando era actor y había trabajado con Carmelo. Las palabras que le había dedicado Martín en la terraza el día anterior, le habían llamado la atención. Y también la contestación de Carmelo. Era claro que él si se acordaba de eso. ¿Qué le pasaría a Martín con Hugo? No habían tenido ocasión de comentarlo ni cuando volvieron de casa de Dídac y Néstor.

Además, mientras bajaban de la terraza, ahora estaba en el salón de la planta baja, Carmen le había mandado una foto de esa mujer. Nada más verla, supo que la conocía del pasado. Y la primera relación que se le apareció, fue la de Nando. Estaba relacionada con él. No la recordaba junto a Nando, no era una de sus socias en sus negocios, ni una de sus amigas. Algún hecho presenció en la que estaba ella implicada. No recordaba que se la hubiera presentado. La recordaba de otra cosa. Una bombilla se iluminó de pronto en su cabeza. Esa mujer se presentó en una lectura organizada por la librería Espolón de Burgos. Era sobre “Tirso”, precisamente. Pero él ya la conocía cuando sucedió eso. Ahora debía recordar lo que pasó en ese encuentro con lectores. Y ver de forzar la memoria para recordar cuando la vio por primera vez.

-“Tirso” es el epicentro – dijo en voz alta sin ser consciente de ello.

-Creo que deberíamos dejaros hablar de todo esto – comentó Felipe – Edu ¿Nos vamos?

Carmelo miró a Jorge. Éste entendió.

-Quedaros si queréis. Sois como de la familia de Dani y Cape. Y si sois familia de ellos, sois mi familia.

Eduardo volvió a sentarse. Estaba intrigado. Y además, no quería dejar pasar la oportunidad de estar cerca de Martín. Felipe se resignó y también se sentó. Carmelo volvió a mirar a Jorge y le hizo un pequeño gesto señalando a los escoltas. Éste hizo un pequeño gesto afirmando con la cabeza.

-Hugo, si no te importa… – dijo Carmelo.

Pero Hugo no hizo ningún movimiento.

-Hugo, por favor, sal al balcón a fumar y mirar la calle. – fue esta vez Jorge el que insistió.

-No hay balcón.

-Lo hay en el piso de arriba. Una terraza enorme, con unas vistas a gran parte de la comarca – contestó cortante Carmelo.

Jorge bajó la cabeza. En el tema de Hugo, se le escapaba casi todo. Ni a Carmelo ni a Martín le caía bien. Tenían cuentas pendientes del pasado. Cuentas que por su relación con ambos, él debería conocer. Pero no recordaba nada. Le empezaba a parecer que el comentario de Martín era más serio de lo que le había parecido. Por mucho que intentaba recordar, no conseguía centrar a Hugo en su pasado. Había dejado entrever que sí, que lo había reconocido, pero eso no era verdad. Y menos lo que pudiera suceder entre Hugo y Martín. Tenía que recuperar todos los trabajos que había hecho su sobrino postizo cuando era niño, antes de decidir dejar de actuar. Tenía que centrar también ese hecho con la decisión de su padre de dar un paso atrás y dedicarse a papeles pequeños, casi sin texto, de figurante de lujo, pero figurante al fin y al cabo. O quizás tuviera que ver con esas miradas que había captado entre Alberto, Gerardo y Hugo. O eran cosas separadas, y lo de Alberto y Gerardo tenía que ver con el comentario de Óliver cuando hablaron en profundidad. No se había acordado de comentarlo con Carmelo. Y el Alberto ese era del que le había hablado Helga cuando le explicaba como murió Ghillermo, el marido de Javier. Óliver, al menos en lo que hacía referencia a Alberto, estaba acertado. Y si Hugo y Gerardo parecían haberse reconocido…

Al final Hugo hizo un gesto a su compañero y salieron de la habitación. Pero no lo hizo de buen grado. Laín pareció suspirar de alivio. Y Martín no dejó de seguirlo con la mirada mientras salía.

A Jorge le fastidió un poco que Fernando tuviera que salir también de la habitación. Confiaba en ese hombre. Muchas veces, luego, comentando lo que Jorge había hablado con otras personas, le había hecho ver algún detalle que a él se le había escapado. O había interpretado de otra forma esas palabras o hechos. Tenía muy presentes los comentarios que le hicieron Helga y él de su encuentro con la gente de su barrio.

Cuando Hugo cerró la puerta, Martín preguntó a su padre:

-¿Es ese Hugo? Ha cambiado mucho. Aunque sigue siendo igual de chulo el cabrón.

Su padre asintió despacio con la cabeza.

-No me jodas Jorge – se giró para mirar al escritor. Ese exabrupto había despistado al escritor. Hubo un momento en que Martín se puso de tal forma que no le viera nadie más que él y Carmelo y les guiñó el ojo.

Jorge levantó las cejas completamente despistado.

-No sé a que te refieres – contestó de forma anodina.

-¿No lo sabes? ¡¡No te acuerdas de verdad!!

-Martín, cierra la boca. – le ordenó su padre con un tono muy duro.

-Papá. No. No cierro la boca. Es un hijo de puta. Yo era un niño pero sé lo que vi y sé lo que escuché. Y Jorge siempre fue bueno conmigo. Lo sabes. Papá, hay cosas que están bien y hay cosas que no lo están, se mire como se mire. Siempre me lo has dicho.

Todos los que conocían a Martín estaban asombrados. Nunca le habían visto así. Sus padres lo miraban como si fuera un extraño. Paula pensó en que algo se le escapaba. A ver si su hijo sabía muchas más cosas de las que pensaba. Incluso a lo mejor sabía más que ella misma. Y esas salidas de tono, ese no temer enfrentarse con ellos… empezaba a convertirse en una costumbre. Miró a su marido que miraba a su hijo fijamente. Pero no lo hacía sorprendido o alterado. Lo miraba asombrado. Pero no porque supiera. Sino porque hubiera saltado así. Para Paula era claro que padre e hijo compartían secretos.

-Y Jorge es nuestro amigo. Y Carmelo – sentenció Martín. – Para mí, Jorge es mi tío, aunque no sea familia carnal. Lo he sentido así desde que lo conocí. Aunque eso les joda a algunos.

Jorge enarcó las cejas y miró a Carmelo. Esa pulla la había lanzado a sus padres, no había otra posibilidad. Y se contradecía con lo que le había dicho al respecto hacía unos días. Quizás estaba rompiendo las últimas barreras para sincerarse del todo con ellos.

Todos miraban a Laín. Parecía que era claro que le tocaba hablar. Pero éste no se decidía. No se había imaginado la reunión así. Quería algo mas tranquilo y que las cosas fueran surgiendo. Pero Hugo volvía a ser arrogante. Como siempre. Y esa reticencia a salir había alterado a Martín. Una vez tuvo que pararle los pies cuando Martín tenía diez años y fue a darle un sopapo porque decía que le había robado una escena en la película que participaban ambos. Martín era un actor innato como su padre, como Carmelo. Su papel era nada, poco más que un ejercicio de figuración. Pero solo aparecer en pantalla, el chico opacaba al resto de los actores. Y eso Hugo, en plena ola de su éxito, no lo soportó. Vio la escena en el combo y le dio un ataque. Además el director, a cuenta de eso, le dio más protagonismo al personaje de Martín. Les dijo a los guionistas que le incluyeran en más escenas, y que le escribieran una pequeña subtrama. Estos lo hicieron con gusto, porque habían visto el resultado del niño en pantalla. Reunieron en él otros personajes intrascendentes de la trama. Pero con esos pocos le dio más peso en la historia. Que no hubiera sido nada relevante si no hubiera sido por la impronta que le daba el joven actor. Y por nada del mundo Hugo quería que ese niñato volviera a aparecer en una escena con él. Intentó por todos los medios que el director eliminara esa secuencia o la rodaran de nuevo. Pero eso no sucedió y Hugo se encontró con Martín y levantó la mano para soltarle un sopapo. La mano de Laín interceptó la trayectoria del brazo de Hugo y evitó el tortazo. Aunque siempre creyó que había tenido algo que ver que el niño le pillara teniendo sexo con Nando, el marido de su amigo Jorge Rios.

-Pues lo cuento yo. Mira, Jorge. Hace…

-Ya lo cuento yo, Martín. Estás alterado. No vas a ser ecuánime.

-¿Ecuánime con ese tío? Papá. No pensé escuchar eso de ti. Pero ¿De qué hostias de ecuanimidad me hablas?

-Déjale a tu padre – le reconvino Paula, haciendo esfuerzos por no saltar y ponerle en su sitio. No soportaba esa costumbre que había cogido en los últimos tiempos de faltarles al respeto. – Sabes que tu padre no le tiene ninguna simpatía. No te puedes hacer una idea del asco que le tiene. Déjale que lo cuente él.

-Como lo cuente como contáis los dos muchas cosas, aviados vamos.

-¡¡Martín!! Estás empezando a acabar con mi paciencia. – el tono de Paula no auguraba nada bueno.

Fue a contestar, pero una mirada de Jorge contuvo a su sobrino.

Paula se había enfadado. No pensó nunca que Martín tomara partido por alguien en contra de sus padres con extraños. Y lo había hecho por Jorge. Otra vez. Y ahora lo había hecho en público. Porque se refería a él. Paula no se atrevía a mirar a su amigo el escritor porque sentía su mirada fría fija en ella. Era una mirada que ella no conocía. Su marido tenía razón. No había valorado a Jorge como debía. No era el idiota sumido en sus mundos de Yupi. Ahora empezaba a creerse la historia que le contó su amigo Mendés respecto a una charla que había tenido con el escritor. Tendría que pensar una estrategia para volver a acercarse a Jorge que no fuera a base de denigrar la actuación de su hijo. Era claro que los dos hacían un tándem indestructible. Lo de Martín, a estas alturas, le daba igual. Ya tenía edad de volar solo. Que volara. Y si se estrellaba que le acogieran sus nuevos amigos. Él los había elegido. Ella no tenía un sentido maternal muy desarrollado. Ya era mayor de edad. Ya había vencido el acuerdo que al respecto, firmaron Laín y ella cuando tuvieron a sus hijos.

Carmelo se había puesto rígido. Y Cape también. Ahí había algo que a ellos también se les había escapado hasta ese momento. Que Nando traicionaba a Jorge desde antes de casarse, era algo sabido por todos los que los frecuentaban a ambos o a uno de ellos. Y el afán de Jorge por no enterarse. Pero ese affaire al que se refería Martín no lo conocían, salvo por escuchar algún rumor, al que no hicieron mucho caso. Y les extrañaba, por la edad de Hugo en aquel tiempo. No estaba en el target que le solían gustar los hombres al marido de Jorge.

-Martín, hay cosas que un niño entiende de una forma que luego, cuando eres adulto, las ves de otra distinta. O al menos matizadas. Un niño no sabe interpretar algunas cosas.

Su padre intentaba contemporizar con su hijo y tranquilizarlo para que le dejara hablar a su manera. Se lo quedó mirando fijamente.

-Vale, lo entiendo. Sobro aquí. Pues a lo mejor sobro en el resto de tu vida. En la de mamá ya me dejó claro el otro día que era así. Tranquilos. A partir de ahora, a todos los efectos, dejo de existir para vosotros. O mejor dicho, vosotros dejáis de existir para mí. Creo que yo ya era un fantasma en vuestra vida, aunque no me había dado cuenta hasta hace poco.

Martín se levantó muy alterado y salió de la habitación por otra puerta distinta a la que había utilizado Hugo y su compañero. Carmelo hizo un gesto a Eduardo y éste lo entendió a la primera, sobre todo porque hubiera salido detrás de Martín de todas formas. Pero así era mejor, tenía una excusa. Jorge también se había levantado con intención de seguir al chico, pero al ver que Eduardo salía tras él se volvió a sentar esperando las explicaciones de Laín.

-Perdonad a Martín. La verdad ha sido un shock encontrar a Hugo aquí y encima como el jefe de tus escoltas. Sabía que se había metido policía después de que el acuerdo con Ordoño terminara. Pero no sabía que era tu escolta.

-¿El acuerdo con Ordoño? – preguntó extrañado Carmelo.

-Creía que lo sabíais todos. No fue una historia de amor. Lo vendieron así, pero no. Fue un acuerdo. El carácter de Hugo se convirtió en algo desbocado. Era ya un problema. Tú también eras inaguantable por aquel entonces. Todos te lo permitían porque luego sacabas tus escenas a la primera y levantabas tú solo las películas en las que trabajabas. Te implicabas en las promociones como nadie. Y además, en general cuando montabas un número, solías tener razón. Tenías carácter pero solo decías lo que pensabas y sobre todo cuando creías que era una situación injusta o a alguien no se le reconocía su trabajo. Y si un actor era patético y había quitado el papel a otro actor que lo hacía mejor, lo decías. Eso te ha granjeado muchos odios, pero claro, también adhesiones. Tienes un grupo de colegas que se parten la cara si escuchan hablar mal de ti.

-Y otros que jalean los bulos en los que últimamente nos matan a Jorge y a mí y que proclaman a los cuatro vientos sus deseos de que me maten y mi cadáver esté durante horas al sol, a la vista de todos.

-Eres una estrella con carácter, querido – le dijo Cape. – Eso tiene sus peajes.

-Pero Hugo solo tenía la parte de insoportable. – retomó la exposición Laín – Y se quedó solo.

-Hicimos buen tándem en “El ocaso de la inocencia”. Al principio fue bien. Era muy buen actor. Pero no sé que pasó, no recuerdo muy bien. Es aquella época en la que tengo tantas lagunas. El caso es que de repente se hizo insoportable. Yo también lo era. Pero a él se le empezó a olvidar el papel, había que repetir mucho. Ni con tele-pronter o leyéndole sus diálogos por un pinganillo se conseguía que Hugo dijera bien sus frases. Las jornadas de rodaje se alargaban hasta horas escandalosas. Esperando a que Hugo encontrara la inspiración o se le pasara la borrachera o los efectos de lo que se metiera en vena. Al final me impuse y le dije al productor que si él quería repetir, estupendo. Yo hacía mis escenas pero los contraplanos debía hacerlos un doble. No estaba dispuesto a pasarme el día contemplando como se equivocaba una y otra vez o como debía volver a su caravana a vomitar o a meterse lo que fuera. Los planes de rodaje se alargaban. La última temporada rodé una película entre medias. Me dio tiempo. Hacía mis escenas, y me iba a rodar la película. No nos dirigíamos la palabra y casi nunca coincidimos en el set. Aún así, la tercera temporada fue la de más share. Quizás por el morbo de nuestra relación, que empezó a ser vox populi, empujara a todos a ver con detalle cada escena, para determinar el grado del odio que decían nos teníamos. Me dieron muchos premios, lo cual enfureció a Hugo. También me creó una fama de insufrible que me dura hasta hoy. Muchos no me perdonaron que no apoyara a Hugo. Se pensaron que se me había subido el ego a la cabeza. Y más habiendo sido amigos y amantes. Aún hoy, hay personas que me lo recuerdan. Para ellos debería haber apoyado a mi compañero y ayudarle con sus problemas. Es gracioso que yo debiera hacer eso, siendo todavía un niño casi, y ni sus padres, ni su representante, ni los productores de la serie, dieran un paso en ese sentido. Ellos eran adultos y eran responsables de él. Y de ellos, nadie ha hablado. Y habría mucho que decir de sus padres. Que los míos eran lo peor, lo tengo asumido. Y gran parte de la profesión. Pero de los padres de Hugo no se dice nada, y le han dejado sin un duro, y ganó una millonada en aquella época. En esa serie teníamos el mismo caché. Por no hablar de su representante. Mucho tuvo que ver con sus adicciones. Hasta le compraba la droga. En mi época mala, ni se me hubiera ocurrido pedirle a Sergio que me fuera a buscar un poco de costo o una dosis de lo que fuera; de la primera torta me habría quitado el mono.

-Luego hizo esa película a la que nos referíamos antes, “Olvido”. – explico Laín – Fue un pelotazo. Y Martín acaparó algunas nominaciones a mejor joven promesa o actor secundario. Eso, claro, provocó que Hugo estallara en cólera. Como ya la situación de Hugo era casi insostenible y era claro que corría el riesgo de acabar siendo el más guapo de los juguetes rotos, a alguien se le ocurrió ese “noviazgo” con Ordoño. Se casaron y se inventaron eso de que Ordoño le había pedido que se retirara de la actuación, al estilo de las mujeres artistas que se casaban en los años cincuenta y sesenta. Aprovecharon para meterlo en una clínica en Suiza para recuperarse de sus adicciones y de lo que fuera que le había llevado a esa situación. De todas formas fue un proceso muy oscuro. Pocos saben que lo de su matrimonio fue todo un ardid. Creo que con suerte, ese Ordoño y Hugo ni se conocen. Nadie sabe quién pagó el tratamiento ni quién lo salvó en realidad. Desde luego, como bien has dicho, sus padres no lo hicieron. De hecho, siguen sacando tajada de Hugo y de los millones de fans que tiene por el mundo que no le olvidan. Me extraña que si Hugo lo sabe, lo deje estar. Hacen hasta tournés por su casa. Cobrando. Su página web, todo falso… mejor me callo. ¡¡Hasta venden calzoncillos usados de Hugo!! ¡¡Los subastan!!

-Esa parte es una absoluta novedad. Nunca pensé que eso del matrimonio fuera todo fingido. No me extrañaba su diferencia de edad, porque a Hugo no le importaba la edad que tuvieran sus amantes – reconoció Carmelo. – Lo que estaba claro es que estaba a punto de romperse. Yo estuve cerca también. Tuve mucha suerte. Hasta que encontré una razón para apartarme de toda esa vida de drogas y fiestas.

Carmelo se quedó mirando a Jorge que le sonrió aunque no sabía por qué lo miraba con esa intensidad.

-Y después de toda esta experiencia, Martín decidió no hacer más cine. Alguna vez me acompañaba a algún rodaje y lo convencí para salir conmigo de figurante. Y Rodrigo alguna vez lo convenció para hacer un par de frases. Hasta “La Serpiente de la muerte” en la que Rodrigo y yo le preparamos una trampa y no supo decir que no.

-¿Pero que pasó para que Martín lo dejara de repente? – Jorge hizo la pregunta con toda la candidez del mundo. Carmelo se sonrió. No había escuchado lo que no le había interesado de lo que había dicho Martín. Aunque se dio cuenta a tiempo, que esa “candidez” era fingida. Algo le había sonado a mentira flagrante. Era su forma de decirlo, sin que lo pareciera.

-Mira, tienes algo con los niños que hace que te adoren. Pasó con Jorgito. Y pasó también con Martín. – Era Carmelo el que hablaba. – Por entonces todavía no nos conocíamos. Yo conocía a Laín y a Martín, y tú lo mismo, porque empezaste a dar clases en la Universidad y Paula y tú os hicisteis amigos. Y Martín como Quirce, su hermano, te adoran. Les ganaste para tu causa a los cinco minutos, como hiciste conmigo. Como hiciste hace dos noches con el niño de Felipe. Y te prometo que o te conoce de hace tiempo, o no te da un beso ni aunque se lo pida de rodillas Eduardo, que es el que más ascendiente tiene sobre él. Y te dio besos, se abrazó a ti y se durmió sobre tu hombro.

Jorge lo miró con cara de sorna.

-Serás tú el que me ganaste. Fuiste tú el que te acercaste. Malditas las ganas que tenía de ponerme a hablar con un crio petulante y actor, que volvía locos a todos y a todas. Un tonto rubio, que entonces ibas de rubio. Entonces y ahora, que digo. Y no hay comparación porque de niño cuando te conocí, tenías lo que yo de monje tibetano.

-Te compro lo de que no era un niño. El resto, no. Porque en aquella fiesta de año nuevo, estabas desesperado y más perdido que una aguja en un pajar.

-Bueno, porque mi marido, que me llevó obligado a la fiesta, me volvió a dejar solo para irse a follar con su ligue de la semana.

-O sea que lo sabías – dijo Paula.

-Saber, saber, pues no. Quiero decir que no sabía nombres, detalles. Estaba cómodo con sus faltas de fidelidad. Que follara todo lo que quisiera. Así no tenía que hacerlo yo. El sexo con él, al poco de casarnos, dejó de interesarme. Era un suplicio. Fue la única vez que me ha pasado. Antes de él mi vida sexual fue muy activa. A lo mejor, ahora que lo pienso, si tengo algo de monje tibetano – bromeó Jorge. – En realidad perdí todo el interés por el sexo cuando me casé con él.

-El caso es que te hice pasar una gran noche. Y eso que no quisiste ir a mi casa a follar.

-Porque eras un ligón impenitente. ¡Si salías a dos amantes al día! Pensé: voy a su casa, nos enrollamos, y mañana ni se acuerda de mi nombre. Yo me pillo por él, porque sabía que me iba a pillar, y luego las paso canutas. Por un lado, cornudo público, y por otro, desdichado en amor. Porque luego no me hubieras dicho ni buenos días. Como hacías con todos los que follabas.

-Por ti lo hubiera dejado todo.

-Eso se lo dices a todos para engatusarlos.

-Que bonito es el amor – exclamó Cape riéndose con ganas.

-¿Os han dicho alguna vez que haríais una buena pareja? – dijo Felipe muy serio.

-Sí, nos lo han dicho – dijeron a coro Jorge y Carmelo con gesto de hartazgo y mirando a Felipe con enfado.

Y ahí fue cuando todos se echaron a reír con ganas.

-Una pena que Martín no esté. Él lo dice siempre – reconoció Paula.

Estuvieron todos hablando y riendo un rato. Después de tanta tensión, pasar un rato distendido y bromeando unos con otros les sentó bien. Pero el tiempo pasaba. Y había cosas que arreglar.

Jorge sacó el teléfono. No dejaba de vibrar. Fernando entró de nuevo en la estancia y se lo quedó mirando. Jorge asintió con la cabeza. Se levantó y se acercó a Carmelo. Le dijo algo al oído. Éste asintió y le hizo un gesto de que no se preocupara. Jorge sin decir nada a nadie se encaminó hacia donde estaba Fernando. Los dos salieron de la sala.

-Tenemos el tiempo justo de llegar al aeropuerto.

-Vamos a toda leche. No quiero que se vaya sin despedirme.

-Siento ser aguafiestas – Óliver tomó la palabra por primera vez en esa reunión. – Hay que seguir con los asuntos que nos han traído aquí. Creo que algunos de vosotros tenéis cosas que contar. Ahí fuera ocurren cosas graves que ponen en peligro la vida de nuestros amigos, por no decir las nuestras propias. Creo que ninguno estamos a salvo. Así que mejor será que conozcamos todos algunos detalles que algunos sabéis. Así quizás podamos conocer que terreno pisamos y evitar resbalar y desnucarnos.

Pararon las bromas. Carmelo miró al matrimonio amigo. También miró a Felipe. Algo en el gesto que puso el granjero le llamó la atención. Pero no supo interpretarlo. Porque además, rápidamente se fijó en los padres de Martín. Paula estaba mandando mensajes que parecían importantes. Y lo que más llamó la atención, es que el teléfono que utilizaba no era el que hasta ese momento le había visto. También le llamó la atención que se había sentado donde nadie pudiera ver la pantalla de su móvil. Laín había puesto su mejor gesto de fastidio. Y no era por la actitud de su mujer. Era porque no le gustaba el planteamiento que había hecho el abogado. Lo miraba con asco. Eso no fue capaz de entenderlo porque lo acababa de conocer. Era claro que Laín y Paula, no estaban por la labor. Una vez más, Martín tenía razón.

.

De nuevo Marie, la madre de Álvar, había hecho de cicerone de las abuelas, como lo hizo de Lys. Ésta también se había unido a la visita que les había organizado Marie al Museo del Romanticismo. Carolina Miguel, la nueva directora del museo, había salido a saludarlas. Era amiga de Marie desde hacía muchos años. Ella les presentó a una voluntaria, Visitación, que iba a hacerles de guía.

-Ella es la que mejor conoce el Museo – les advirtió. – Y habla francés. No tendrás que hacer de traductora – le tocó cómplice en brazo.

-Viví muchos años en Montpellier. – les explicó Visitación con una sonrisa.

No solo explicaba los objetos que estaban expuestos en las distintas salas, sino que contaba historias que los ponían en contexto. Historias entretenidas, algunas incluso divertidas. Era claro que esa mujer disfrutaba con la época que recrea el Museo, con su pintura, con sus muebles… y se había interesado en profundizar. Además, se conocía la historia del Museo y todas sus vicisitudes. Muchas de ellas no se podían encontrar en las páginas oficiales. Su labor de guía para grupos escogidos por la Directora no le proporcionaban ingresos económicos. Pero sí, una satisfacción personal si al final de la visita, notaba que esas personas que se habían acercado al Museo, habían disfrutado con la visita.

En el recorrido estaba incluido un paseo por los jardines. Estuvieron sentadas en un rincón disfrutando de la mañana. A esa pequeña reunión se les unió la Directora. Fue el momento en que la guía hizo una propuesta.

-Si volvéis en otra ocasión, preparándolo con tiempo, os puedo preparar una visita especial en las que podréis ver algunos objetos que por causas diversas, no están expuestos.

Visitación parecía haber quedado contenta con la respuesta de Marie y sus invitadas. No solía hacer esa propuesta muy a menudo. Carolina, la directora pareció conforme con ella.

A la salida, en la c/ San Mateo, les recogió Álvar, que en un monovolumen sin distintivos de la Guardia Civil, con un coche de escolta, las trasladó a todas a “Las cortinas del Cielo”, un restaurante en las cercanías de Concejo y que tenía las mejores vistas de la provincia de Madrid. Álvar había reservado su terraza, de la que iban a poder disfrutar en exclusividad. Era un honor de los que pocos podían presumir.

-Pero esto es maravilloso – dijo Elodie llevándose la mano a la boca. – ¿Y vamos a comer aquí? Gracias Marie.

Candice, la Jefa de sala, se encargó personalmente de acomodarlas. Álvar al entrar, le dio el libro que en su anterior visita le había dado para que Jorge se lo firmara.

-No ha podido ser, lo siento.

Candice lo miró con pena. Pero vio un marcapáginas que no debía estar y abrió el libro por esa página. Allí encontró la dedicatoria que le había escrito Jorge.

-Pero que mal hombre eres. Te odio – aunque su cara mostraba otros sentimientos.

-Se lo tienes que agradecer a mi compañero Raúl. Se lo di a él, porque no lograba coincidir con Jorge. Él se encargó.

-Pues dile a Raúl que se venga un día a comer. Le trataré como a un VIP.

-Y si viene con Jorge, todavía mejor ¿no?

Se echaron a reír los dos.

En “Las cortinas del cielo” no solo podían presumir de sus vistas incomparables, sino que también tenían una de las mejores cocinas de Madrid. No tenían estrellas Michelín pero no le hacían falta. Era raro el día que no ponían el cartel de completo. Álvar había pedido un menú largo, para que sus invitadas pudieran probar muchas de las especialidades de la casa.

Parecía que todo lo que les llevaron a la mesa, fue del gusto de las “abuelas”, como ellas mismas se denominaban.

-¿Y este restaurante también es de algún amigo vuestro? Si es así, menudos amigos tenéis – comentó Lys cuando el camarero les anunció que los platos que les llevaba eran los últimos. – El otro día llevé a mi marido y mis cuñados a “El Puerto del Norte” y quedaron encantados. Rico el encargado se acordaba de mí y nos trató como si fuéramos ministros.

-Lástima que no te pudimos presentar a Biel – comentó Marie – Es muy amigo de Carmelo del Rio. Un gran actor también.

La comida siguió ocupando la conversación mientras tomaban la selección de postres que les llevaron. Elodie se levantó y se fue hasta la barandilla para disfrutar en soledad del paisaje maravilloso, con la sierra de Madrid de fondo. Al cabo de unos minutos volvió a la mesa y ocupó de nuevo su sitio. Fue el momento que eligió Marie para poner sobre la mesa los temas que interesaban a Álvar.

-Cariño – dijo a su hijo – creo que ya es hora de tratar las cuestiones que os preocupan en la policía.

Léa cogió la mano de su amiga Elodie. Sabía que todo ese tema le dolía en el alma.

-No se si seré capaz.

Álvar levantó las cejas. Era una de las posibilidades que había barajado, que de ese encuentro no saliera nada. Marguerite, la madre del embajador, no había querido unirse a la excursión para que no se sintieran coartadas. Se lo había confesado Lys.

-Es madre de su hijo, pero no acaba de comulgar con muchas de sus actuaciones. – había explicado a Marie. – Más bien no entiende lo que le mueve a hacer según que cosas. Parece que está muy centrado en triunfar.

Álvar vio a dos de sus compañeros que entraban en la terraza. Respiró profundo a modo de expresión de alivio. Jorge apareció poco después caminando con tranquilidad. Su rostro transmitía paz y sonreía ligeramente. Fue Lys la que lo vio la primera y sonrió. Le hizo un gesto a Elodie para que mirara a la puerta. Ésta de nuevo, volvió a tapar su boca con la mano, para mostrar su sorpresa. Fue a levantarse pero Jorge se lo impidió con un gesto. Se puso a su lado y se inclinó para darla un beso en la mejilla a la vez que la cogía las manos con las suyas.

-Te está sentando estupendo el viaje a España. Creo que debes valorar el venir más a menudo o incluso trasladarte permanentemente a Madrid. Así tendría más oportunidades de pasar ratos contigo.

-Que zalamero eres. Si no hablo ni palabra de español.

-Seguro que te apañarías en un par de días. Álvar te da un par de clases aceleradas y lo demás, tú y tu intuición.

Entre Maríe y Lys le explicaron que Elodie se sentía mal al volver a tratar el tema de su nieto Eloy.

-Hoy puedes decirnos todo lo que piensas. No hay nadie aquí que te cuarte. El otro día en la comida del Intercontinental, te noté … que no fuiste sincera del todo. Como el resto de tus amigos – Jorge miró a Lys que se encogió ligeramente de hombros. – No está Damien ni está Marguerite.

-Pero sería traicionar a mi amiga.

-No creo que Marguerite esté de acuerdo con muchas cosas. – le dijo Léa.

-Hemos oído que vas a hacer otro curso dentro de unos meses. – Marie había tomado la palabra. Intentaba romper el hielo.

-Sí. Así que si conocéis a algunos jóvenes de confianza y que necesiten de una mano a la hora de contar sobre un papel o de viva voz sus experiencias, seguro que encontráis la manera de que Damien se salte la lista que dice tener.

-La tiene – Lys sonrió con amargura.

-¿Ya les ha sacado sus comisiones?

-Me han contado que las ha doblado. Por el éxito de la primera convocatoria.

-Un éxito que todavía no se ha producido. Todavía no he dicho el primer “Bonjour” a la primera tanda.

-Es un éxito desde el momento que todos esos chicos tienen un motivo para ilusionarse. Para seguir adelante.

-En la comida nos contaste – Jorge decidió afrontar el tema sin más dilación – que Eloy murió en un accidente poco claro. Le he estado dando vueltas, y para que esa organización de repente se ponga en movimiento para organizar la muerte del chico, debió pasar algo.

Elodie miró a su amiga Léa que de repente había puesto cara de sorprendida. Álvar miró resignado a Jorge. Ya tenían la primera respuesta.

-Creo que de verdad cogiste cariño a ese joven, Elodie. Estamos todos en el empeño de buscar a esas personas que le hicieron mal. – esta vez fue Álvar quien tomó el relevo del escritor.

-Fue en la calle. Llegó a casa muy nervioso. Sudaba a mares y su mirada era … no sé ni definirla. Estaba perdida, no le era posible enfocarla en algo de lo que tenía alrededor. Parecía perdida en algún recuerdo o en ese encuentro, en esa persona que había visto por casualidad.

-¿Entonces fue una persona?

-No sacamos nada de él. Así que mi hijo, al cabo de unos días de intentarlo, y viendo que seguía aterrado, que no era capaz casi ni de salir de casa, contrató a un detective que fue preguntando por la zona dónde sabíamos que había estado. Viendo cámaras como la policía. Acababa de dejar a sus primos, como él les llamaba, al hijo de Lys y al de Camile. Volvía a casa. Y al cruzar por un paso de cebra, un tipo le llamó desde un coche. Dejó el coche en medio, en realidad llevaba chófer, y fue en su busca. Eloy echó a correr. El tipo tuvo la intención de seguirlo, pero se dio cuenta de que estaba llamando demasiado la atención. Volvió al coche y sin más desapareció.

-¿Se le ve la cara en las imágenes de esa cámara?

Elodie asintió con la cabeza, despacio.

-¿Lo conoces?

Elodie se echó a llorar. Era incapaz de decir palabra, aunque Jorge la había recostado sobre su hombro, para apoyarla en su desazón. Léa entonces tomó la palabra.

-Todo esto, llevó mucho tiempo. Cuando el detective que contrató Jacques, encontró esas imágenes, Eloy ya había muerto. El hombre que salió del coche y asustó a Eloy era Gustave Meyer. Es socio de Jacques en algunos negocios. No se tratan con familiaridad, pero …

-Los negocios son los negocios – Marie fue la que intervino. Su rostro se había vuelto hierático. Álvar miró a su madre. Su visaje también cambió.

-¿No será socio tuyo, mamá?

Marie negó con la cabeza. Ante la persistencia de la mirada de su hijo, no le quedó más remedio que explicarse.

-Estamos negociando. Hace unos meses me propuso un negocio y …

-¿Cuándo fue esa propuesta?

La pregunta la había hecho Jorge.

-Dos meses. Una cosa así. Algo más, tres o cuatro. ¿En febrero?

Jorge entonces miró a Léa. Elodie había intensificado su llanto. Léa de repente había abierto mucho los ojos. Su mente parecía estar en ebullición.

-Este encuentro de Eloy con ese tipo, fue a mediados de enero.

-El 21. – atinó a decir Elodie arreciando en su llanto.

-Eloy murió el 17 de marzo.

Álvar se recostó en la silla sin apartar la mirada de su madre. Su gesto se había endurecido.

-¿Has firmado algo mamá? No puede ser casualidad. ¿Habías tratado antes con él?

-No. No y no. No he firmado nada, no lo conocía y no puede ser casualidad. Es un tipo que no me ha gustado nunca. Pero esta propuesta que me hizo venía a arreglar un desastre en uno de mis negocios, por la pandemia, ya sabes. Y le escuché.

-Pensabas asociarte con él, mamá. Te lo veo en la cara.

Álvar se arrepintió enseguida del tono que había empleado. Era más propio de un inquisidor que de un hijo que adoraba a su madre y con la que tenía grandes dosis de complicidad, como con su padre. Se levantó a besarla y a abrazarla. Sabía que debajo de esa capa de mujer de negocios, había una persona mucho más sensible. Y que no hacía falta explicarla lo que había pretendido ese tipo al proponerle un negocio.

-Así el amigo Gustave, a parte de tener atado a su socio Jacques, el padre adoptivo del chico, también tenía atado a la madre de un policía que está en la unidad que investiga esa trama.

Léa había puesto en voz alta el resumen de la situación en la que todos estaban pendientes. Las miradas volvieron a Marie.

-Tenía que haber firmado en Lyon, en el último viaje. Pero no sé por qué, puse una excusa y no lo hice. Es el negocio del siglo, pero algo me …

-¿Qué le dijiste? ¿Qué excusa le pusiste?

-Que tu padre estaba enfermo y que debía ir a acompañarlo. No mentía, en parte.

-Por eso volviste y lo acompañaste al médico. Iba a ir yo con él. Pensaste que te había puesto alguien a seguirte. Quisiste asegurarte que en los informes que recibiera, constara que habías acompañado de verdad a papá al hospital.

-Es su forma de hacer negocios – Lys intervino por primera vez en varios minutos – He de decir que mi marido y mi cuñado también tienen negocios con ese tipo. François y Ernest tienen una entrevista con él cuando volvamos a Francia.

-¿El amigo Gustave Meyer está casado? ¿Familia?

-Por supuesto. – Lys volvió a tomar las riendas de la conversación. – Su mujer es la del dinero. Sin ella sus negocios no existirían. Fue un pelotazo. No, perdón, braguetazo. Mantuvo cercanía con Sofie hasta que tuvo a sus dos hijos. Luego, la aparcó. Ahora, hacen casi vidas separadas. Ya tiene lo que quería: una mujer rica y dos hijos para atarla a él.

Se hizo un silencio casi opresivo en la mesa. Todos parecían estar dándole vueltas a lo que había escuchado. Elodie había cambiado hacía un rato el hombro de Jorge por el de su amiga. Jorge se había cruzado de brazos apoyándolos en la mesa. Recorría con la vista a todos los asistentes a la reunión.

-Me imagino que la propuesta de Damien del curso, sería sobre las mismas fechas. Y que Eloy se habría apuntado.

Lys buscó con la mirada a Elodie. Ésta arreció en su llanto a la vez que afirmaba con la cabeza.

Álvar suspiró con pesar antes de hablar. Abrió las manos, a modo de disculpa. Pero lanzó la pregunta:

-¿Cuál es la relación del embajador con ese Gustave Meyer?

Las tres mujeres francesas se miraron. En esa conversación silenciosa, fue a Lys a la que le tocó hablar.

-Sofie, la mujer de Meyer es la tía carnal de Damien.

-Eh voilà! – exclamó Jorge mostrando su enfado. – Acabamos de cerrar el círculo.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 84.

Capítulo 84.-

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Cuando Carmelo abrió la puerta de casa con su llave, le dio un codazo a Jorge. Martín portaba una bandeja con varias tazas y con lo que parecía un plato con porciones de una tarta de queso que había hecho Juliana el día anterior. Lo llevaba al salón, donde estaban sentados Carmen y Javier. Estaba haciendo de perfecto anfitrión.

-He preparado chocolate – les dijo al verlos. – ¿Os apetece? Les voy a sacar también a los escoltas para que se les endulce el mal trago.

-Yo me apunto – dijo Jorge con una sonrisa.

-Y yo.

-Vale. Ahora vuelvo. Os traigo una taza.

-¡Oye! ¡Está bueno! – reconoció Carmen en voz alta.

-¡Gracias! – contestó un jubiloso Martín desde la cocina.

-¿Se está entrenando para cuando se venga a vivir con vosotros? – Jorge fue el destinatario de la pregunta porque Carmelo fue tras Martín a la cocina.

-Crucemos los dedos – Jorge guiñó un ojo a la vez que hizo lo que decía.

-¿Qué tal el rodaje? – Carmelo había ido tras Martín para preguntarle por el rodaje. Cuando Carmelo había llegado a hacer sus escenas Martín acababa de irse.

Éste hizo un gesto de desesperación mientras llenaba las tazas que iba a sacar a los escoltas que le faltaban.

-Si no ha valido para nada. Han intentado rodar la escena del balcón de nuevo, con Berta en lugar de Maribel, que tuvo que dejar la película. Quieren hacer como una cosa rara, desdoblando el personaje en dos, para no tener que repetir todo. Pero a mi no me cuadra para nada. Creo que no lo han solucionado bien. Quiero decir, el argumento queda cojo. Cojo no, es incomprensible. Yo a estas alturas no sé de que va la peli. Te lo juro. Ellos sabrán. Corrijo, no lo saben. Han estado discutiendo el director y el productor y los guionistas. Pero mientras tanto, ya me han dicho que posiblemente la semana que viene haya que volver. Otras dos mierdas de escenas. ¿Y tú? No te he podido esperar, había quedado para al sesión de ICON. Querían que me quedara más, pero les he dicho que nanay. Lo de ICON estaba concertado hacía semanas y ellos lo sabían. Así que por las moscas, me las he pirado a todo correr. Y mañana tengo rodaje en la otra película. Todo el día. ¿Ves? Estos …  concentran todas las escenas en unos pocos días. Así se puede trabajar. Porque si eres un pobre actor secundario y para diez minutos que vas a salir en pantalla debes ir cuatro meses a rodar, ni que fuera una peli de Malick. ¿Y tú?

-Na. Igual. Una mierda. Menos mal que no tengo supuestamente escenas con Berta. Pero creo que tendré que ir a Londres la semana que viene. Otra vez a teñirme para dos escenas de nada. Que pasa como en esta peli. Que … están intentado arreglar algo que … no sé si tiene arreglo. Me pasa como a ti, no tengo ni idea de quién es mi personaje a estas alturas. No sé si tengo que poner cara de congoja, de sufrimiento, no sé si me han matado o fue todo un sueño

-Si ya no tienen ninguno pasta. Me apostaría a que la nuestra, ni se estrena en salas. – opinó Martín.

-Yo ya más no me puedo rebajar el sueldo.

-Ya me he enterado que cobras según convenio. Pero luego al menos cobrarás beneficios.

-¿Beneficios?

Martín se echó a reír.

-Eso es una quimera, es cierto. A lo mejor se convierte en la frikada del año y la peña se hace pis por verla. No sería el primer caso.

-Fíjate lo que te digo, si es así y da beneficios, los comparto contigo.

-Vale. ¿Es un trato? – Martín le tendió la mano para sellarlo con un apretón.

-Es un trato. Pero no sueñes

-Si nos quitamos de soñar, yo que no le doy a la priva, ¿qué nos queda?

Carmelo le dio una palmada cómplice en el hombro.

-Por el olor me has copiado la receta del chocolate.

Carmelo se inclinó sobre el cazo en donde Martín estaba haciendo más chocolate. Lo olió y cerró los ojos satisfecho.

-Sip. Como decías tú, chocolate de media tarde. No para mojar. Para beber. Y es ligero. Creo que me ha quedado bien. Te advierto que es la segunda vez que lo hago. En el hostal lo hice el otro día que me llevé a un ligue. Le gustó. A él le eché un poco de coñac. – Martín guiñó el ojo a la vez que ponía cara de pillo.

-Eso del ligue no nos has contado.

-Na. Fue hace días. Creo que a Jorge se lo dije en Concejo. Fue un ñaca-ñaca sin más. El tío estaba bueno, pero era gilipollas. Cuando se fue, le dije adiós con la manita.

-¿Vais a venir o tenemos que ir a la cocina el resto? – les gritó Jorge desde el salón. – Qué estos señores quieren iniciar su interrogatorio.

-Ahora vamos, pesao. – le contestó Martín.

Carmelo le llevó la taza a Jorge y se sentó a su lado en el sofá. Martín se sentó en el suelo, a los pies de Jorge.

-¿Y qué ha pasado? – preguntó el escritor a los policías. Ya estaban todos, ya era hora de afrontar lo que había pasado en el Intercontinental.

-Pues un mensaje que han interceptado los servicios de inteligencia de la Gendarmería francesa. Daban el lugar, el restaurante del Hotel Intercontinental, y tanto los nombres vuestros como los de los amigos del embajador. Ahora está Álvar hablando con ellos en la embajada. – explicó Carmen. – Queremos determinar la línea temporal: cuando concertaron la comida, cuando llegaron esos amigos del embajador y su madre, si todo fue antes o después de quedar contigo ¿Cómo lo recuerdas tú?

-Pues si no me equivoco, fue en aquella recepción en la embajada cuando surgió la posibilidad de comer juntos. Marguerite, la madre de Damien, quería charlar tranquila conmigo. Y esa era la idea. Allí charlamos unos minutos pero estaba lleno de gente queriendo saludarla. Acababa de llegar de París. Ella pues quería tener la posibilidad luego de presumir con las amigas de haber comido conmigo. Luego, por mensaje, Damien me fue cambiando el plan incorporando cada vez a un amigo más. Primero creo que fueron las amigas de Marguerite, que querían conocerme. Sobre todo Elodie, según creo recordar y en parte confirmado por la circunstancia que era la que tenía una historia que contarme. Si no me equivoco llegó hace un par de días en tren con su otra amiga que ahora se me escapa el nombre.

-Léa – apuntó Carmelo.

-Eso. Y luego, pues me mandó un mensaje hace unos días en el que me anunciaba a los matrimonios. Que fue cuando yo a mi vez le dije que se apuntaba Carmelo.

-Necesitaba apoyo – Carmelo le sacó la lengua ante el gesto de indignación que puso Jorge ante el comentario. Aunque luego se acordó de que cuando lo planteó, algo de eso había, una noche de esas, sentado en su butaca con Carmelo sentado encima de él y charlando sobre mil cosas. Una noche en la que a Jorge le embargaba el cansancio y la comida esa le había dejado de apetecer.

-Mi rubito quiere darse importancia – bromeó Jorge. – En realidad la charla con Marguerite me apetecía. Damien me ha hablado mucho de su madre y de lo mucho que le gustan mis novelas. Que la comida empezara a crecer en número de asistentes y todos desconocidos para mí, dejó de ser algo tan agradable. Empezaba a tener la sensación de que no era una simple comida de amigos para charlar de temas intrascendentes, de libros, los míos y los de otros de música, del advenimiento del fin del mundo como así resultó al final. Por eso, cuando Carmelo se ofreció a acompañarme, no lo dudé y envié un mensaje al embajador.

-¿Habéis detectado algo sospechoso? – preguntó Carmelo.

-Nada. Ningún movimiento. Por cierto, tu influencer está bien. Lo único que ha pasado es que ha ligado. Le ha sentado tan bien conocerte que … parece que ha decidido recuperar su vida.

-Lo que hace el dormir un par de noches – dijo en broma Jorge. Le fastidiaba que en eso Carletto no le hubiera hecho caso. Estaba seguro que era con Danilo con el que se había visto. Y eso les ponía en peligro a los dos. Pero no podía comentarlo delante de Carmelo. Seguía sin saber nada de su excursión después de la discoteca. Y pretendía que eso siguiera siendo así. Martín le miraba cómplice. Cuando la mirada de Jorge se cruzó con la suya, Martín le guiñó el ojo. Jorge se sonrió. Definitivamente, había minusvalorado a Martín.

-Ya te digo – comentó Martín sonriendo.

-Oye sobrino. ¿Algo que tengas que contar a tu tío? ¿También has ligado?

-Me ha llamado el futbolista de la otra noche.

-¡Anda!

-Hemos quedado la semana que viene, el martes. No tiene entrenamiento. Me ha pedido que vaya a su casa. Es más discreto. Porque lo del hostal, está descartado.

Jorge le dio un par de golpes con el pie en la rabadilla.

-Estate quieto. Hemos quedado a hablar de tus libros – explicó todo digno.

Javier se echó a reír.

-Me apunto esa excusa. Cuando ligue la daré como tapadera.

-Oiga usted. Que es cierto – Martín puso cara de indignación. Aunque no resultó muy creíble.

-Entonces todo ha sido para nada – comentó Carmelo a Javier, volviendo al tema.

-Que no hayamos detectado nada, no significa que la amenaza no fuera cierta o estuviera en proceso de llevarse a cabo. El despliegue de fuerzas puede haberlos disuadido. Ese era uno de los motivos para hacerla. Seguimos de todas formas preguntando a los vecinos y por los alrededores. Y comprobando las cámaras de tráfico y de los establecimientos de la zona. Seguiremos investigando. Pero tampoco podíamos desechar ese aviso. Era un sitio público, muy concurrido, y digamos que ni vuestros acompañantes ni el resto de los clientes que abarrotaban el restaurante pasan desapercibidos. Ni vosotros, claro. Y eso que hoy no habéis firmado autógrafos.

-Pues mira, no me había percatado – dijo Carmelo mirando a Jorge, que tampoco se había dado cuenta de ese detalle.

-Las personas con las que estabais comiendo, son importantes. Muy importantes. La Gendarmería tiene mucho interés en que no les pase nada. – apuntó Carmen. – Ya estábamos preparando un protocolo para proteger a esos chicos en su estancia en Madrid para asistir a tus cursos.

-Si estaban preocupados por los chicos, no te quiero ni contar por los padres. Y después de esto, mientras estén en España, al menos dos días más, irán protegidos siempre.

-Me han parecido gente de alta cuna, es cierto. El vocabulario que utilizaban, sus ademanes, eran de gente culta y de posibles. Resumiendo, buenos colegios. Pero ¿Tan importantes son para que la Gendarmería os de la vara para que los vigiléis? ¿Qué peligros les pueden asolar en España que en Francia no? ¿Quiénes son? ¿Por qué alguien quiere atentar contra ellos o sus hijos?

-¿Te has fijado en la filigrana de las camisas de ellos? – le preguntó Jorge a Carmelo.

-Sí. Y me había apuntado mentalmente preguntarte. Me suena mucho pero no las he situado. Y me ha dado palo preguntarles. De todas formas, luego como se ha precipitado todo  A lo mejor se suponía que debía saberlo. Por la cara que pones, te conozco, es que sí debería saberlo. Menos mal que no he abierto la boca.

-Las has llevado encima. Has vestido camisas con esas filigranas. Has comido en platos con ellas. Tus pañuelos los llevaban.

Carmelo se quedó mirando a Jorge con la boca abierta. Estaba completamente despistado. De repente se acordó.

-¡Anda! Joder. “Puis. L’aube est venue”, el escudo de la casa de Orleans. ¡Menos mal que no he abierto la boca! Hubiera hecho el ridículo. ¡Cómo no me he dado cuenta! Estuve dos meses con ese escudo en cada prenda que llevaba puesta, en la vajilla que se utilizaba en el palacio donde se suponía que vivía.

-Hiciste de rey francés. Sin trono, eso sí. Rey sin reino.

-Hice a lo mejor de padre de uno de nuestros compañeros de mesa.

-A tanto no llego. No me tengo estudiado el árbol genealógico de la casa real francesa. Y tampoco sabemos el lugar que ocupan en él nuestros compañeros de mesa. No recuerdo haber oído, cuando nos presentaban, que eran familia entre ellos. A lo mejor hiciste de uno de ellos en su juventud. O de su padre o tío.

-¿Nos lo vais a contar o tenemos que emplear el tercer grado?

Jorge les explicó que los dos matrimonios pertenecían a la Casa de Orleans, la Casa Real Francesa. La filigrana de la que hablaban era su enseña, su escudo. La llevaban bordada en sus camisas los dos hombres amigos del embajador.

-Esa familia no reina, es evidente, pero tiene un poder enorme. A parte de su influencia en muchos estratos de la sociedad francesa, poseen uno de los fondos de inversión más poderosos del mundo. Por eso el interés de la Gendarmería en que no les pase nada. Ahora es evidente.

-Se rifarán el primer puesto con el Fondo de Inversión de Mark Lemon – comentó Carmelo.

-El amigo Mark. Ha ido a Estados Unidos unos días a hacer negocios. – Javier lo dijo en tono de chunga. Solo Carmelo y Carmen entendieron la broma.

-Ha ido a estar con su novia, Olga – dijo sonriendo Carmen.

-¡Ah! – A Jorge le sorprendió la noticia. Martín hizo un gesto con los hombros para indicar que no sabía quien era el uno ni la otra. Pero pensó que no era el momento de preguntar.

-¿Y cómo es que sabéis todo eso de la casa real francesa? – preguntó una sorprendida Carmen.

-Para preparar el papel me dieron un montón de información. – explicó Carmelo. – La compartí con Jorge. Y profundizamos en algunas cuestiones que nos parecían relevantes o que sencillamente nos daban curiosidad.

-¿Y de qué iba la reunión?

-Son todos fans – dijo Jorge. – Querían conocernos. Y decirnos lo bien que escribo y el magnífico actor que es Carmelo. Ya sabes, un poco de jabón para el ego. Los artistas no somos nadie sin esos masajes.

Javier y Carmen se los quedaron mirando fijamente.

-Es cierto. Son fans de Jorge – afirmó Carmelo sonriendo. – Y míos. Marguerite me ha confiado antes de que llegara Jorge, que si fuera más joven, me tiraba fichas.

-¿Y? – reiteró la pregunta Javier.

-Pues resumiendo. – Jorge se puso serio a la vez que levantaba las cejas para indicar la resignación que le embargaba – Lo mismo que el otro día en la librería de la calle Goya, pero esta vez con los padres.

-¿Más chicos de esa red? – preguntó una sorprendida Carmen sin intentar disimular que sabían lo que había pasado en la charla de Jorge.

-Compras. Señora que se acerca a ellos y les ofrece comprar un niño. Una cantidad indecente de dinero a cambio, claro. Y niños atormentados. Pero como esas parejas estaban desesperadas, era ya la última bala, aceptaron. Y parece ser que al menos en estos casos, se desarrolló un autentico sentido paterno-filial. La abuela del chico fallecido en accidente, estaba compungida mientras lo contaba. Y los otros se mostraban solidarios y preocupados por la suerte de sus hijos.

Fue Carmelo el que les hizo un resumen de lo hablado en la mesa. Javier y Carmen le escucharon con atención.

-Voy a llamar a Thomá. – dijo Carmen levantándose del sofá y yendo a sentarse un poco apartada, en una de las butacas del rincón de Jorge y Carmelo. – ¿Eloy me has dicho que se llama el chico fallecido?

-Lo único es que no sé el apellido – Carmelo miró a Jorge.

-Si lo han dicho, no me he quedado con él. Lo siento. – aseveró éste.

-¿Y de verdad os han comentado lo de los órganos? ¿Qué el faltaba un pulmón y un riñón?

-Pensaba haber preguntado a la abuela más detalles. No me ha parecido bien interrumpirla. Luego todo se ha precipitado. Coméntale a Álvar si está con ellos.

-De todas formas, es un poco loco … no me viene el concepto adecuado … pero …

-Desfachatez. Ese es el concepto que buscas – le apuntó Jorge – Una organización que te ofrece chicos para comprar y te los vende hechos una mierda. Y te dice: pero eso da igual. Suelta cinco millones de nada por ellos. Y luego, espera un año por si nos apetece que nos pagues otros cinco, o si no, lo hacemos público. A lo mejor esperaron un año para extorsionarlos por si se morían antes.

Javier se sonrió y asintió con la cabeza.

-Lo peor no es eso que contáis. Los órganos, los trasplantes, las anemias, roturas de huesos mal curadas … desnutrición … Y lo sabéis – empezó a hablar Martín. – Lo peor es el coco.

Martín se señaló la cabeza con un dedo. A Jorge le llamó la atención ese gesto. Era el mismo exactamente que el chico de la barandilla y el mismo de Saúl. Y también se lo había visto a Carletto. No era la forma habitual de indicar que estás loco o “pallá”. Simulaba casi una pistola a punto de ser disparada en la sien. Faltaba el gesto del dedo gordo simulando apretar el gatillo.

-Eso, no se arregla. Para nada. Vi a ese chico de la charla. – siguió explicando Martín – Fue … sentí como si de repente tuviera que sostener sin ayuda una enorme roca de una tonelada de peso, sobre mis hombros. Eso fue lo que me dejó grogui. No me lo pude quitar de … del ánimo. No es que le diera vueltas al coco, pero me sentía como si de verdad fuera por la calle con ese peso. Y en el restaurante igual. Y luego en la ducha, en casa, fue como si … de repente se me hubieran acabado las fuerzas y me … me quedé ahí, aplastado. Esa roca me había vencido y me había aplastado contra el suelo. Literal. Me apoyé en la pared y me resbalé por ella hasta llegar al suelo y quedarme completamente dormido. Me quedé sin fuerzas.

Jorge y Carmelo se miraron. Éste levantó las cejas. Parecía preocupado.

-Tienes que tener cuidado, hermano. Te pasó en casa y estábamos nosotros. Pero ¿Y si te pasa en ese hostal de mala muerte y solo? Te quedas a merced de cualquiera.

Martín se quedó mirando a Carmelo.

-No creo que me encuentre con chicos así. Todos los días quiero decir. Eso de ayer no me había pasado nunca.

Jorge carraspeó.

-Vale, tío, el otro día en la cena. – reconoció Martín, – Pero no fue lo mismo. Luego estuve con Raúl y Arturo en la Hermida 3. Y guay. De todas formas, tranquis. Cuando volvamos de Concejo con lo de mis viejos, me traslado a vuestra casa, como quedamos – se quedó mirando a Jorge.

-Flor me ha dicho que ya te han preparado tu habitación en la otra casa. Pero tienes la tuya de siempre en la nuestra a tu disposición. Carmelo te ha pasado algo más de ropa y te la ha colgado en tu armario.

-Vale. – Martín parecía contento con las noticias. Eso tranquilizó a Jorge que supo que no iba a necesitar convencerlo de nuevo. – Y la semana que viene te registro dos largas de esa carpeta. Ya he llamado a Amancio. Y a tu imprenta.

-La madre que te parió. Te quedas con todo lo que ves. – Carmelo lo miraba asombrado.

-Lo que se refiera a la gente importante, sí.

-Están investigando la muerte de ese chico. – dijo Carmen volviendo a sentarse al lado de Javier. – Como os comentó la abuela, no les cuadra nada. Y confirma lo de los órganos. Eso …

-Eso nos amplía la gama de productos o servicios que ofrece esa red. Pero eso requiere de una infraestructura. Y además, de profesionales contrastados. – razonó Javier. – Porque es de suponer que si venden pulmones, riñones … venderán hígados y corazones.

-Eso supone muchos chicos muertos por la causa. – resumió Jorge.

-Y Thomá ha ampliado su petición de protección a esa mujer, la abuela de ese chico y a la otra amiga de la madre del embajador. – apuntó Carmen.

El comisario se quedó en silencio. Pero ninguno quiso comentar nada. El gesto de su rostro indicaba que estaba pensando decir algo. Carmen sabía que no estaba pensando lo que decir, sino como decirlo.

-¿Desde cuando conocéis al embajador?

Javier lanzó la pregunta sin un destinatario claro. Aunque enseguida fijó la vista en Jorge. Carmelo se adelantó y contestó él a la pregunta.

-Lo conocí yo primero. En París. Hace años. Sería poco después que empezáramos a tratarnos Jorge y yo.

-¿Por esa película que has dicho antes? – fue Carmen la que preguntó esa precisión. Sabía que tanto en Jorge como en Carmelo, su medida del tiempo era un poco indeterminada. Solían equivocarse bastante a la hora de situar sus recuerdos en el pasado. Con una referencia externa, podría buscar el dato y centrarlo.

-No, no. “Puis. L’aube est venue” fue en el 2017. Lo conocí en el 2014 ó 2015. Rodando “La famille brisée”.

-¿Y como fue?

-En una fiesta. Se me acercó. No recuerdo ninguna cosa especial.

-Ya conocías a Jorge.

-Sí. Eso… creo que fue en nochevieja del 2012.

-¿No fue en la de 2013?

-Pues la verdad, ahora que lo dices … no estoy seguro.

-¿Te preguntó por Jorge?

Carmelo se quedó pensando.

-Ese día no. Nos volvimos a encontrar en la fiesta fin de rodaje de la película. Ahí sí, me preguntó por él. Y se lo presenté.

-¿Estabas en esa fiesta? – esta vez, Javier dirigió la pregunta a Jorge.

-Sí. Estaba. Pasé un par de semanas en París. Estaba de promoción y tenía varios compromisos en televisiones y algunas firmas de libros. A algunas me acompañó Carmelo. Yo fui a los últimos días de rodaje y a algunas de las fiestas.

-O sea que en el rodaje de “la serie”, no fue la primera vez que conviviste con Carmelo.

-No. En “la serie”, fue la primera vez que pasamos seis meses conviviendo. Antes Carmelo me acompañó en una gira que hice por América. Él rodó en Estados Unidos una publicidad de Calvin Klein, mientras yo hacía promoción allí de una reedición de un par de mis novelas. Luego me acompañó por una pequeña tournée por varios países, Méjico, Colombia, Chile, Argentina. En alguno de esos países Carmelo no había estado y aprovechamos para hacer turismo de la mano de algunos amigos. Y algunos viajes de promoción más cortos, nos hemos hecho compañía. Tanto de él como míos.

-¿Por qué eso no lo tiene nadie presente?

Carmelo se sonrió. Fue él el que contestó.

-Esos viajes son para lo que son. Quiero decir, el tiempo está muy medido y controlado y las apariciones públicas están muy preparadas. Y porque en esos países, a Jorge no le hace sombra nadie. Yo era uno más de su séquito. Su fama no tiene parangón posible.

-Carmelo quiere decir que fue en modo camuflaje. Ha sonado como si fuera disfrazado, no era así. No hizo nada para tener protagonismo, a eso me refería. En el hotel, me daba masajes y me servía de almohada para que me relajara. Aquellas firmas fueron multitudinarias. Si algunos comentan la firma que tuve en la Feria del Libro del 19, casi seis horas firmando, pero la de Medellín y la que se pudo celebrar en Buenos Aires … fue algo espectacular. Allí no me podía detener a hablar con nadie. Era casi coger el libro, rubricar, y una foto. Tuve que subirme a un escenario para decir unas palabras a los que no pude firmar. Para que se quedaran contentos. Era imposible atender a todos. Me dolía todo el cuerpo y apenas me mantenía de pie. No podía mover la muñeca ni abrir los dedos del todo. Me fui apoyado en el brazo de Carmelo. Pero apoyado de verdad. Me tambaleaba como un borracho. Estuvo una hora dándome masaje en la habitación del hotel, y dándome de beber como si fuera un niño. No podía mantener el vaso en la mano. Sujetarlo, vaya.

-Pero si es que a veces me sacas de quicio, escritor. Nadie me miraba en sus actos. – explicó de forma vehemente a Carmen y Javier – No es que fuera con gorras y gafas de sol, o me pusiera pelucas o me escondiera. En algunas firmas me senté a su lado. Todos iban a verlo a él. En Argentina hubo un problema en un centro comercial por aglomeración de personas que fueron a la firma. Se tuvo que suspender. La policía era incapaz de controlar ese maremágnum de gente. Luego, al día siguiente, Jorge fue a ver a los heridos en el hospital. Estuve a su lado todo el tiempo. Nadie me pidió un solo autógrafo, ni una foto. Y en la prensa, sí hacían referencia a mí pero te lo juro, y guardo algunos periódicos para demostrarlo: era como si hablaran de su perro.

-La gente a veces se entera de lo que quiere. El otro día en Espejo Público Carmelo dijo claramente que no se había casado nunca, ni con Cape ni con nadie. El noventa de la gente, no se ha dado por enterado. Entre ellos, Cape. Los comentaristas de las teles y las radios, siguen echándome en cara que estoy rompiendo el matrimonio de Carmelo y Cape. En esos actos de los que habla Carmelo, todos los asistentes iban obsesionados con que les firmara un libro. No veían nada más.

Volviendo al embajador … Entonces Carmelo, ¿se lo presentaste?

-Sí. Entonces era embajador en Ucrania. Estaba en París por unas reuniones de los embajadores de la zona en su Ministerio de Asuntos Exteriores. Eso me contó al menos.

-Me imagino que el embajador era un fan de tus libros – dijo Carmen.

-Pues sí. Y a partir de ese día, fuimos intercambiando mensajes y nos encontramos varias veces. Cuando vino destinado a Madrid, enseguida me llamó y le enseñé algunos sitios no solo de Madrid. Fui con él a Sevilla, a Málaga, Valencia, Bilbao, León, Burgos …

Jorge hizo amago de preguntar a qué venía ese interés por el embajador, pero no se atrevió a hacerlo por si Javier o Carmen hablaban de su excursión por los pasillos de servicio de la embajada para salvar a Galder.

-De repente, vuestro amigo aparece en todos los fregados. – parecía que Carmen había interpretado las intenciones de Jorge y le contestaba a la pregunta no dicha en voz alta. Jorge levantó las cejas y miró a Carmen fijamente. Ella siguió explicando:

-Ese affaire de la embajada con esas llamadas del amigo Mendés. No hemos logrado determinar con quién habló. Nadie parece conocerlo allí. Algunas cosas que ocurrieron en la recepción de hace unas semanas y que no ha acabado de aclarar su servicio de seguridad. Resulta que fomenta un curso en Madrid, que solo puedes dar tú en la Universidad Jordán para alumnos franceses. Un curso elitista, caro de cojones. Sus amigos del alma, compran niños de la trama que nos interesa. Casualmente organiza una comida para que los conozcas. Y de nuevo, casualmente, la inteligencia de la Gendarmería avisa de un peligro inminente para esos dos matrimonios y la abuela de ese Eloy y para vosotros.

Javier hizo una mueca para indicar que era todo muy raro.

-Nunca he pensado nada raro de él. Es cierto que me buscó él en aquella fiesta de París y que luego ha sido él el que digamos ha insistido en mantener el contacto. En esa época no hacía nada por … no era demasiado sociable. Con Carmelo, Martín y Quirce, mi hermano y sus niños, Jorgito, pocos más … me bastaba. Pero tampoco … me ha sacado temas escabrosos. No sé.

-Mi madre tampoco te los ha sacado – dijo Martín. Jorge se incorporó para observarlo, pero Martín procuró que no le pudiera ver la cara. Y aunque esperó que añadiera algo más, eso no ocurrió. Aunque el comentario había sido lanzado con toda la intención. En ese momento, fue cuando Jorge de verdad, empezó a pensar que a lo mejor, debía revisar en su cabeza todos sus encuentros con el embajador. Le preocupaba esa analogía que había hecho Martín sobre su madre y el embajador.

-Ha habido un detalle … ¿Te has fijado en como miraban a veces las mujeres a Damien? – apuntó Carmelo.

-Sí, es cierto. Ellas me parece a mí que no estaban de acuerdo con algo. He pensado que había algún tema que ellos por ser amigos del Lycée no lo tenían en cuenta.

-Y si ha sido ha sido cuando, al confesar el precio del curso, han dicho eso de “gastos, trámites y algo más”. ¿Y si el embajador ha cobrado por las gestiones?

-¿Una mordida? – Carmen había enarcado las cejas. No se esperaba esa posibilidad.

La primera intención de Jorge había sido la de contradecir las afirmaciones de Carmelo. Pero hubo de reconocer que era posible que estuviera en lo cierto. Esos gestos de enfado, porque era eso, se produjeron en el momento de los dineros. Y si esas mujeres que nadaban en la abundancia, parecían enfadadas, esos gastos de tramitación y demás, debían haber sido cuantiosos.

-No tiene por qué ser nada, JorgeJavier intentaba quitarle importancia a sus preguntas, se había percatado del cambio en la actitud del escritor. – Pero comprenderás que todos los que se os acercan en estos momentos o lo hicieron en el pasado venciendo tu falta de sociabilidad … no podemos dejar de preguntar.

-Ya, sí, no sé … me ha sorprendido, nada más. – Jorge se removió inquieto en su asiento.

-¿Algo más nos quieres contar? – le preguntó Carmen a Jorge.

-¿Algo que quieras preguntar en especial? Como estáis tan preguntones …

-¿La exhibición de la disco?

-¿La exhibición de hoy del Intercontinental? ¿Con quién compartíamos local sin saberlo, al que queríais decir: ¡vamos a por todas!?

Javier se echó a reír.

-¿No te han convencido nuestras razones?

-¿Las razones para sacarnos de allí? No lo sé. No puedo opinar. La forma en lo que lo habéis hecho … ha sido un show. Eso solo se hace cuando quieres mandar un mensaje claro. Lo único que me falla es el o los espectadores a los que iba dirigido. Solo sabéis vosotros si eran ciertas o si os lo habéis inventado lo de los peligros inminentes, porque además queríais por alguna causa, tener excusa para hablar con el embajador y sus invitados. O quizás queríais por alguna razón, interrumpir la reunión. Habéis comentado que está Álvar con ellos. Es curioso que os hayáis venido a vernos a nosotros y le dejéis a él al embajador y a influyentes miembros de la nobleza francesa a parte de manejar un suculento fondo de inversión de miles de euros de capital.

-¿Miles?

-Perdón, miles de millones.

-La madre que te parió …

-No me llevo muy bien con ella – respondió Jorge.

-Tío, no te llevas nada. Y eso que insistía de pequeño en tener una abuela. Pero no me diste placer. – se quejó Martín.

Carmelo se echó a reír.

-Esto sí que es un giro de guion. – Carmelo miraba a Jorge y a Carmen alternativamente. Decidió centrarse en la última afirmación de Martín, ya que parecía que todos querían rebajar la seriedad de la conversación – ¿Te tengo que recordar tu encuentro con ellos el otro día? – Carmelo le miraba sorprendido. Ese “olvido” era muy propio de Jorge, pero no se lo esperaba de Martín. Aunque en seguida apareció en su mente la posibilidad de que Martín lo hubiera hecho a posta con la misma intención que tenía él ahora, rebajar la seriedad de la entrevista. – ¿Te tengo que recordar todo lo que te llamaron en cinco minutos?

-Na, deja. Yo que quería seguir haciéndome la víctima …Martín puso su mejor gesto de broma. – He de reconocer que tus viejos tienen un buen repertorio de insultos, tío.

-Que todo esto de mi madre no te despiste Javier. – le recordó Jorge. No parecía conforme con el cambio de conversación propiciado por Carmelo y Martín.

-Que no te despistes Jorge, que yo he preguntado antes. Hasta donde nos cuentan de ti, lo de las discotecas, para observar a la gente que habita la noche, vale. Llevando a un grupo de amigos, el que menos con cinco millones de seguidores en redes, Álvaro que debe tener del orden de cuarenta millones, Mario, parecido, Ester, otros cuarenta…

-Ester tiene más. Casi cincuenta – aclaró Carmelo.

-Yo el contra punto. Cien mil. – confesó Martín. -¡Qué vergüenza! Bajo mucho la media.

-Pero el resto de tus fans están en las redes de Carmelo, tu hermano mayor – bromeó Jorge. – Y a través de sus redes te siguen a ti.

-Tampoco las haces ni caso – le reprendió Carmelo.

-Eso es cierto. Cuando sea más cotizado, buscaré alguien que se encargue. A mí me da pereza.

-Eso lo ponemos en marcha ahora mismo – le dijo Jorge.

-¿Tú?

-No. Pero voy a poner a alguien con las mías, se puede encargar de las tuyas. Si me dejas.

-¡Ah! ¡Guay! Pero te advierto que no tengo un chavo …

-Me ofendes sobrino …

-Que conste que me he dado cuenta Jorge que no me has contestado – se rió Javier. – Que Carmelo y tú no necesitáis verbalizar para comunicaros, estábamos informados. Veo que hay que extender eso a Martín. Menudo cómplice te has echado. Hasta vestís igual. ¿Quién ha copiado a quién?

Jorge se echó a reír.

-He de confesar que yo a él. Él se ha vestido antes.

-Aunque a mí me sienta mejor la camiseta – bromeó Martín. – Son de “La Casa Monforte”. Las estrenaron Álvaro y mi tío en Pasapalabra.

-Si quieres te llevo la cuenta de las veces que no me has contestado tú. O tu equipo. – Jorge volvió al tema que les ocupaba – Y por lo que llevo visto, tú con Carmen tampoco es que necesitéis deciros nada de palabra. Ni siquiera miraros. Sabéis perfectamente lo que piensa el otro. Y seguro que con Olga os pasa lo mismo. Y me da que con Matías, al que solo conozco de saludarlo el día que presentaste a Sergio a todos, por mucho que habléis de que su carácter de que se lleva fatal contigo, Javier, todo pura comedia, y seréis los cuatro mosqueteros. Uno para todos, y todos para uno. Y sin abrir la boca, que entran moscas y para qué, si con sentirnos, ya sabemos lo que hay.

Carmen se lo estaba pasando en grande. Se había descalzado y había doblado las piernas a lo indio.

-Esto se está convirtiendo en una competición de zascas – bromeó divertida. – Me gusta.

-Zascas… – tomó la palabra Carmelo, que sonreía – lo único que estamos haciendo, entiendo, es corroborar lo que todos ya sabíamos. Que nos queremos. Que vosotros dos tenéis un pasado juntos, que lleváis muchos años en los que no solo trabajáis sino que sois fundamentales en la vida privada del otro. Solo hace falta veros como os miráis. Que Martín cuando llama tío a Jorge, lo dice porque es la forma que encontró de pequeño para comunicar a todo el mundo que Jorge era fundamental en su vida. Que lo quería. Y eso parece que solo lo indicas con una figura que haga referencia a la familia. Martín y yo … nuestro parecido físico que no os despiste: nos queremos como si de verdad fuéramos hermanos. Tenemos Jorge y yo una discrepancia para el reparto de “Tirso”. Jorge quiere que Martín haga de Tirso joven y yo me encargue del personaje en la segunda parte de la novela. Eso lo hace porque a parte de que los dos tenemos facilidad para el lenguaje corporal y no sería problema crear una forma de moverse al personaje común para las dos etapas, es que ya eso … lo hacemos en nuestra vida particular. Tenemos gestos parecidos, muecas exactas …

-Y a veces hasta vuestra voz suena igual. – apuntó Jorge.

-Eso ya sabes que los afectados somos los únicos que no podemos opinar. Yo cuando hablo, no me escucho de la misma forma que lo hacéis los demás. Nos pasa a todos. Por eso nos sorprendemos cuando escuchamos grabada nuestra voz.

-¿Y por qué quieres que el papel … dividirlo en dos? – le preguntó Javier.

-Porque es un personaje duro. Y creo que la parte de Tirso joven, podría afectar a Carmelo. Y creo que Martín será capaz de … poner distancia entre personaje y actor. Y porque el físico de cada uno daría más credibilidad al personaje. Martín es un poco más bajo y no es tan ancho de espaldas como Carmelo. Da mejor el pego de ser un adolescente. Y al tener esas diferencias físicas, y tener en cambio esos rasgos faciales tan parecidos, mostraría la evolución del personaje en el tiempo.

-Y en caso de no hacer de Tirso joven … – preguntó Carmen.

-Martín se ocuparía de Hernando.

-¡Joder! Un mamón con pintas. ¿Y tú que opinas? – le preguntó Carmen a Martín.

-Me gusta cualquiera de las dos opciones. Y tampoco me importaría Juan. Alguna vez lo habéis barajado. Porque para Hernando a Jorge le gustaba Álvaro.

-Pero si haces de Tirso joven tendrás como … aparecerás antes en los créditos. Tendrás mucho más protagonismo. Puede ser un papel importante en tu carrera.

Martín se encogió de hombros.

-Eso me da igual, Carmen. Trabajar en Tirso, con Carmelo de compañero de reparto y otros amigos como Mario, o Jose, Miguel, Mariola, Ester… Álvaro, con mi padrino dirigiendo … y haciendo la primera adaptación de una de las novelas de mi tío Jorge … lo demás me da igual.

-Y Jorge y yo – Carmelo quería acabar su exposición – creo que desde el principio que nos conocimos, la gente cuando nos veía se daba cuenta que había algo, que nos queríamos. Esa famosa frase de “Que buena pareja hacéis, deberíais ser novios” lleva muchos años persiguiéndonos. Casi desde el día siguiente de conocernos.

-Lo sabemos casi todo el uno del otro. Somos nuestra memoria. Él la mía y yo la suya.

-¿Quieres más chocolate, Carmen? – Martín hizo amago de levantarse del suelo para atender a la comisaria.

-¿Hay? Es que me ha encantado. No sé que le has echado … pero si lo tienes hecho. No quiero molesta r…

-Es secreto. Si te lo cuento, Carmelo me mata. Tranqui, tengo una jarra entera. Solo es rellenarte la taza. ¿Javier?

-Pues ya que lo dices, no me importaría repetir, no. Y voy a aprovechar y coger otro trozo de esta tarta de queso. Felicita a la vecina. Está riquísima.

Jorge le tendió su taza para que le trajera más. Martín se levantó de un salto y fue a rellenarlas. No tardó porque tenía la jarra isoterma llena, no había mentido al decirle a Carmen.

-Cuéntanos por qué quisiste decir: ¡Aquí estamos nosotros, rodeados de amigos! Sabes que la foto tuya mirando al público con Carmelo rodeándote con sus brazos por detrás, con una copa que compartíais, se hizo viral en minutos. Vídeo, quiero decir. No era foto, era vídeo.

-Martín anda, acerca unas servilletas.

-Perdón se me han olvidado – dijo volviendo a la cocina y trayendo un montón de servilleta de papel. Le tendió una a Javier que acababa de comerse con los dedos una porción de la tarta.

-Era muy tierna esa secuencia. – dijo Carmen sonriendo. – Bailabais abrazados y bebiendo del mismo vaso. Y os mirabais de una forma …

-Ni nos dimos cuenta – soltó Jorge con su mejor cara de inocente. Javier no tardó en soltar una carcajada. Jorge no tuvo más remedio que sonreír y relajarse y reconocer con un gesto que eran conscientes en todo momento de la repercusión que iba a tener ese gesto de ellos.

-Nos levantamos todos los días con bulos sobre si estamos muertos. En esa discoteca llegó a mis oídos que se reúnen a veces “buenos amigos míos”. Están esas amenazas que enviaron a Carmelo al rodaje. “No os caséis”. Os juro que no soy muy proclive al matrimonio. Pero solo por eso, tengo claro que nos casaremos. Si Carmelo me acepta claro – bromeó Jorge. Carmelo le respondió dándole con un cojín que tenía al lado. – Volvíamos de casa de un amigo y … se me ocurrió. A la Dinamo iba mucho Carmelo. Así que al llegar, después de velar el sueño de Carmelo durante un par de horas, que estaba matao por el rodaje, lo preparé todo. Tuvimos suerte que tenemos amigos que rompen sus compromisos si les llamamos y nos fuimos todos para allí.

-Pediste hasta vestuario.

-Fernando me hizo ver que ellos iban a desentonar. Y ellos eran parte fundamental de la performance. Y los coches … fue el toque. Fernando y el resto de vuestros compañeros se encargaron de pasar las luces a los coches de alquiler. Iban incluidos conductores, así que solo teníamos que encargarnos de hacer nuestro papel y que se nos viera.

-Fue guay, porque en cuanto llegamos y los porteros abrieron las puertas de los coches y apareció mi tío y detrás se bajó Carmelo, la gente de la discoteca se puso hasta nerviosa. ¿No os disteis cuenta? Y cuando al final se bajó Álvaro a la vez que Mario lo hacía del coche de detrás y Ester del de delante … los gritos de la peña … las carreras de los porteros y los de seguridad de la disco … Uno, que parecía medio el encargado de puerta habló por su interfono. Salió más personal para hacernos pasillo. Tardamos en entrar.

-Os regodeasteis al salir de los coches. – se jactó Carmen – Sabes como provocar expectación – dijo dirigiéndose a Carmelo.

-Esto sí que es un giro de guion. – Carmelo miraba a Jorge y a Carmen alternativamente. Decidió centrarse en la última afirmación de Martín, ya que parecía que todos querían rebajar la seriedad de la conversación – ¿Te tengo que recordar tu encuentro con ellos el otro día? – Carmelo le miraba sorprendido. Ese “olvido” era muy propio de Jorge, pero no se lo esperaba de Martín. Aunque en seguida apareció en su mente la posibilidad de que Martín lo hubiera hecho a posta con la misma intención que tenía él ahora, rebajar la seriedad de la entrevista. – ¿Te tengo que recordar todo lo que te llamaron en cinco minutos?

-Na, deja. Yo que quería seguir haciéndome la víctima …Martín puso su mejor gesto de broma. – He de reconocer que tus viejos tienen un buen repertorio de insultos, tío.

-Que todo esto de mi madre no te despiste Javier. – le recordó Jorge. No parecía conforme con el cambio de conversación propiciado por Carmelo y Martín.

-Como yo – dijo Martín. – También empecé a los nueve.

-Lo que pasa es que te dio el siroco y lo dejaste. Y me jodió, porque ibas a hacer un papel conmigo y al final el actor que lo hizo … no hubo química.

Sus viejos eran remisos a que trabajara contigo. Le dabas repelús. Se lo oí comentar a alguien. El chaval estaba acoquinado.

-Pues ahí se acabó su carrera de actor. Que le de las gracias a sus padres.

Martín se encogió de hombros.

-Eso fue lo único por lo que luego me arrepentí: por no hacer esa peli contigo. Por lo demás, tú sabes lo que pasó. Cero ganas de hacer cine. Y mira que mi viejo me ha dado la brasa. Lo quiero mogollón, pero no. Sigue Carmelo.

-Dimos tiempo a los que estaban en la cola para entrar, primero para que supieran quienes éramos. Y después para que nos grabaran con sus teléfonos. Era improbable que entre todos los que íbamos, ninguno fuera el ídolo de alguno de los que estaban esperando a entrar. Cada una de esas personas grabó a uno de nosotros y lo subió a sus redes.

-Pero es que los de la disco – retomó Martín – cuando entramos, estaban echando de los reservados principales a los que estaban para dárnoslos a nosotros. Alucina. Y había gente de la tele y futbolistas.

-O sea que os consideran VIP de primera. – comentó Carmen.

Jorge hizo una mueca.

-No sé si de primera. Pero alguno de los socios es amigo. Y parte del personal nos tiene aprecio.

-Eso es lo que no entiendo – dijo Javier casi en tono enfadado. – Resulta que cuanto más sabemos de ti, Jorge, o de ti, Carmelo, aparecen amigos o “colegas” hasta de debajo de las piedras. Hasta protectores misteriosos. Y en cambio, seguís con esa fama de violentos, de malencarados, de agrios … la gente os ve entrando en los sitios y os aplaude. Como el otro día en Barquillo, en la puerta de ese hotel. O en la disco.

-Martín lo resumió muy bien en la charla del otro día. – explicó Jorge.

Martín les hizo un resumen de lo que había dicho en la charla.

-Pero eso da alas a los que prefieren ponerlos a parir. Hay mucha peña que les tiene envidia porque son buenos. Y por mucho que lo intenten no pueden brillar en pantalla como Carmelo ni pueden escribir algo que pueda ser considerado un relato medianamente pasable. Y Jorge es capaz de escribirte 40 en un día poco productivo.

Llamaron a la puerta.

-Voy – dijo Martín levantándose.

-¿Esperamos a alguien? – preguntó Jorge a Carmelo, que hizo un gesto negando.

-Anda, si estáis aquí.

Era Kevin. Su expresión de sorpresa había sido a causa de encontrar allí a Carmen y Javier. Jorge se levantó a abrazarlo.

-¿Pasa algo? – dijo Carmen mirando el teléfono.

-Os iba a escribir ahora. Pensaba que estabais en la embajada. Álvaro.

Jorge, Carmelo y Martín se pusieron en tensión.

-¿Nuestro Álvaro?

-Sí. Le han agredido en su casa. Menos mal que la patrulla de la ciudadana que se pasaba cada media hora ha llegado a tiempo.

-¿Está bien?

-Está vivo. Han intentado marcarle la cara, pero parece que sus clases de defensa para algún papel le han servido para evitar que lo consiguieran. Pero la casa … venía por si queríais acompañarme. Está muy afectado.

-Vamos sí – dijo Jorge. – Vosotros quedaros aquí. – les dijo a Martín y Carmelo. – Tienes que preparar el viaje a Concejo. Me quedaría más tranquilo si te quedas a dormir aquí hoy – le dijo a Martín. – Mañana haces el paripé con tus padres … te quedas de amo y señor de la casa. Puedes traerte a tu ligue futbolista.

-Sí, guay. Me quedo aquí hoy. Tranqui. Pero lo de Concejo es pasado. ¿No Carmelo?

El aludido afirmó con la cabeza.

-Pero vamos, si quieres nos vamos tú y yo a no hacer nada. Escritor, a no hacer nada. Escúchame bien: no hacer nada.

-Bueno, me dejarás escribir un poco.

-Según te portes. Pero nada de ir a ver a no sé quien ni hacer pesquisas ni preguntas ni nada. Pasear, dormir y comer.

-No me parece mal plan.

-Yo me quedo aquí – dijo Martín sin que nadie le preguntara.

Jorge intuyó que le había dado una idea a Martín y que iba a seguirla.

-Venga, nosotros te acompañamos – dijo Carmen. – Voy a ampliar la vigilancia al resto de vuestros amigos.

-¿Él está bien? – preguntó Martín.

Kevin hizo un gesto con la cara que si pretendía ser tranquilizador, no lo consiguió.

Roberto pidió unos emparedados para que Carter recuperara un poco las fuerzas al acabar su declaración. Roberto había sido muy comedido en las preguntas. Ese hombre altanero y prepotente que había aparecido en el Yard con una hora de retraso y creyéndose el Rey del mundo, se había desmoronado poco a poco al ser consciente de que el mundo en general, y la policía española, y por ende, al británica, conocía de sobra la manipulación a la que había sido sometido por su profesor de violín.

Hacía meses que sabía que la historia que vivió mientras Mendés fue su “maestro” no era como él creía que había sido. Las noticias de los vídeos le abrieron a escuchar los testimonios de otros afectados con menos suerte que él y a los comentarios que abundaban en el mundo de la música. Escuchaba y callaba. Aunque hasta ese momento, ni siquiera había querido escuchar. Algún programador, al ver su currículum le había dejado caer alguna indirecta que Carter había obviado. Esas indirectas no cayeron en saco roto, sino que permanecieron en el ánimo del músico esperando el big bang perfecto que hiciera estallar todo por los aires. Eso fue cuando recibió en su móvil un enlace desde un número privado. Y ese enlace le llevó a una nube en la que pudo ver uno de sus “momentos de amor” con el “maestro”. Al alcance de cualquiera que tuviera dinero para pagarlo. Por eso había retirado ese curso de su currículum. Aunque ya todos en el mundillo musical sabían. Antes de eso, lo había ido pregonando con orgullo: “Maestro del violín extraordinario”, lo calificaba Mendés en el certificado que le entregó al final.

No habían cortado su trato, aunque ahora era …  era a distancia. La pandemia ayudó mucho. Le propuso asistir a alguna “reunión” de la “Logia” en Londres. Eso fue antes de que encontrara ese vídeo. Luego llegaron otros. Algunos los tuvo que comprar para poder verlos.

Y aunque en un principio esa invitación había pensado en aceptarla, en el último momento se arrepintió. Pretextó una enfermedad para no ir. En la siguiente invitación que recibió había un comentario añadido al final, casi en letra pequeña que venía a decir que sería bueno que “asistiera con la mente abierta para mejorar su carrera musical que no acababa de despuntar”.

Eso hirió su amor propio. Aunque no dejaba de ser una verdad absoluta. Y tampoco le hizo cambiar de opinión. Rompió el tarjetón de la invitación y lo tiró a la papelera. Aunque tuvo un arranque y recogió los trozos y los guardó en un cajón de su escritorio, que se podía cerrar con llave.

Luego llegaron los vídeos. Los otros vídeos. Los vídeos en las fiestas de esa “logia masónica”, como lo llamaba eufemísticamente el profesor Mendés. En ellos, salían algunos compañeros a los que se vejaba y se humillaba. Y él participaba. Toda su preocupación se centró en conseguir que su familia no se enterara.

Carter masticaba despacio sus emparedados. Roberto le dejó solo con sus pensamientos. Dídac le anunció en un mensaje que estaba subiendo en el ascensor. Fue a su encuentro. A parte de que le apeteciera abrazar al músico y actor, le intrigaba el anuncio que le había hecho de que iba acompañado de una sorpresa en forma de amigo.

Llegó a tiempo de verlos salir del ascensor. Roberto abrió los brazos sorprendido. La sorpresa era Mark Lemon, la pareja de Olga. Se abrazó a él con alegría.

-¿No estabas en USA?

-Pero Olga no me hace ni caso. Así que me he vuelto.

-Mentiroso …  – bromeó Dídac que también se abrazó a Roberto. – ¿Y Carter?

-Ahí está.

Roberto señaló la estancia en la que permanecía. Se le veía a través de las cristaleras. Los miraba sorprendido. Seguramente, pensó Roberto, no esperaba que él tuviera tanta cercanía con Dídac. O a lo mejor había reconocido a Mark Lemon, que a la sazón, era el responsable del mayor Fondo de Inversión del mundo, a parte de venir de una mezcla de linajes de dos de las familias más importantes del Reino Unido y de Alemania.

-¿Y si te acercas a hablar un rato con él? Está derrotado – Roberto miraba a Dídac. Sabía que esas cosas no le gustaban y que normalmente era demasiado brusco para ser buena opción en esas circunstancias. Pero a la forma de ser de Carter, a lo mejor le venía bien un poco de “falta de delicadeza”.

-Dadme quince minutos. Luego os acercáis.

Le tendió a Roberto su bandolera y caminó decidido hacia allí. Carter cuando Dídac entró en la sala, sí se levantó para recibirlo, no como había hecho con Roberto. Al principio se dieron la mano, pero Dídac se sintió impelido a abrazarlo. Sería el primer abrazo que le daba a ese joven. No eran tan amigos. De hecho, pocas personas podían presumir de ser merecedoras de un abrazo de Dídac.

-¿Estás bien? – Mark miraba con preocupación a Roberto.

-Sí, no te preocupes. Ya estoy bien de lo mío. Hombre, tengo mis momentos, pero ya son anecdóticos. Llevo escuchando dos horas a ese músico … que hasta hace unos meses se creía el rey del mundo y que ha ido descubriendo poco a poco que le han engañado como a un campeón. Le han engañado, han vendido su intimidad, le ha timado, todo el que tenga dinero para pagar, sabe que tiene una marca de nacimiento en el culo. Y ha descubierto que todas las decenas de miles de libras que se ha gastado en su formación con ese Mendés, han sido trituradas por una destructora de papel: no le han servido de nada. No es mejor músico que antes, ni le ha abierto puertas.

-Yo creía que a los que daba el certificado, los programadores …

-Pues no. Todos creíamos eso. A los que Mendés pone la cruz, no se atreven a contratarlos. Pero a los que les da el certificado, tampoco les contratan. O dos de cada cien.

-¿Qué tal toca? ¿Es como ese Sergio? Olga me puso alguno de los vídeos, y es una pasada.

-Carter es bueno. Pero nada que ver con Sergio. Luego te mando un par de enlaces para que lo escuches. Sergio es … excepcional. No se puede comparar con él a nadie. Está al nivel de Nuño Bueno. Yo diría que alguna obra … el concierto de Brahms, por ejemplo … Vivaldi en general … me gusta mucho más tocado por Sergio que por Nuño.

-Vamos, ya ha pasado el cuarto de hora – dijo Mark empujando a Roberto hacia la sala.

Pero Dídac y Carter se habían adelantado e iban a su encuentro.

-Podemos tomar un té ahí al lado.

-Carter, quiero presentarte a Mark Lemon. Me parece que no te es desconocido. No dejas de mirarlo.

-Encantado Carter – Mark le tendió el puño para saludarlo.

-Mi padre habla mucho de usted, Mr. Lemon.

-¿Quién es tu padre?

-Julius Edwards. El presidente de RTP Inc.

-Hombre. No sabía. Dentro de unos días tenemos prevista una reunión. Dale recuerdos, si lo consideras. Y no le voy a hacer comentario de que te he visto, tranquilo.

-Le diré que me lo han presentado. Y que le manda recuerdos.

-Dale también recuerdos a tu madre.

-Si no les importa, les dejo. Tengo mucho que meditar.

-Vente a tomar un té con nosotros – reiteró Dídac.

-No, de verdad. En otra ocasión. Muchas gracias Roberto. Y perdona si te he ofendido en algún momento.

-Tienes mi teléfono. Llámame si necesitas algo o te encuentras mal.

-Nosotros hemos quedado para la semana que viene. Ensaya.

Carter no dijo nada más. Se dio la vuelta y caminó hacia los ascensores.

-Creo que si tenéis contacto con Jorge … según he oído es bueno con estos chicos …

-Lo es – respondió Dídac – pero no puede … se va a volver loco.

-¿No iban a crear una Fundación? – comentó Mark.

-No les da el tiempo.

-Deben buscar a alguien que se haga cargo. Y tú no me vales, Dídac. Estás igual o más liado que ellos. ¿Y Néstor?

-Es una idea. Luego le llamo desde el hotel. Hablo con Jorge y Dani. Habría que buscar a otra persona, en caso de que Néstor quiera. Dani o Jorge seguro que tienen a alguien en mente. Uno de esos chicos, por ejemplo. O tú Mark.

-No sé si podría comprometerme. En aportar fondos, que cuenten con ello. Hombre, a lo mejor con Néstor … entre los dos podríamos organizarnos. Ya pienso en ello.

-O uno de los padres que compró a alguno de esos chicos.

Mark no pudo disimular un gesto de indignación.

-Es una pena, pero … los que lo han hecho por salvar a uno de los chicos … verdaderamente los han salvado. Y les ha costado un dinero. Y problemas. Muchos problemas.

-Tienes razón. Pero no puedo evitarlo. Cada vez que Olga me cuenta, me pongo de los nervios.

-Estaba pensando que ya, por la hora que es, podemos tomar un cóctel y si no tenéis otros compromisos, os invito a cenar con mis abuelos y mi tía Beatrice. Seguro Mark que hace tiempo que no los ves.

-Pues si no molestamos, por mí estupendo. Tus abuelos me caen genial. ¿Donde nos invitas?

-Al The Arts Club. Hemos quedado en poco más de una hora.

-Dejad que haga una llamada y me uno. Tengo ganas de conocer a tus abuelos. – dijo Dídac.

-¿Sabes que te van a pedir que toques el piano? Hay un piano. Lo siento, he presumido de ti y te siguen.

-Pues toco el piano. Y les tocaré en primicia un trozo de mi nueva obra. A medias con Jorge. Pero guardad el secreto.

-Vamos. Que necesito olvidar por un rato todo lo que he escuchado esta tarde. Por lo menos me has proporcionado algo en lo que ocupar la mente. ¿Qué estáis tramando Jorge y tú?

-Esperemos que Carter se serene. – Dídac pareció de repente sumido en una nube de preocupación. No había escuchado a Roberto.

-Llamo a Olga a ver si se le ocurre qué hacer.

-Y yo llamo a Carmen. No tengo confianza con Jorge para llamarlo y decirle – dijo Roberto.

-Me ocupo yo del escritor – propuso Dídac. – Le pediré perdón por meterle en danza.

-Vamos entonces.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 83.

Capítulo 83.-

.

Le despertó una llamada de Carmelo. La historia del día anterior se repetía: se había vuelto a quedar dormido sin darse cuenta. Y esta vez, sí era el día de la comida con el embajador.

-¿Estás bien?

Jorge tenía la boca pastosa. Empezó a moverla para generar un poco de saliva y poder hablar.

-Me he quedado dormido. Otra vez. Seré bobo … el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

-Pues apresura. Mira la hora.

Jorge apartó el móvil de su oreja e hizo lo que le decía Carmelo.

-Te dejo. Tengo que ducharme y vestirme.

-Abrevia. Hay atasco.

Jorge se fue corriendo al baño y se lavó la cara con energía. Dejó la ducha para la tarde y se fue al ropero. Eligió la ropa sin pensar mucho. De repente vio en la mesa que había delante, las camisetas de “La Casa Monforte”. Tuvo un impulso y se puso una de ellas, la misma que había escogido Martín al irse. Se puso un chaleco de color negro y luego una americana de color claro, uno de esos colores indefinible. Pantalones negros y zapatos castellanos sin borlas, negros también.

Miró en el joyero. Había un collar de oro, parecido al que se había puesto Martín. Decidió ponérselo. Y cogió un pendiente a juego. Hasta el día de la embajada, hacía tiempo que no llevaba pendientes. Pero hoy le apetecía repetir. Era un aro pequeño con una pequeña especie de borla a juego con el collar.

Llamaron a la puerta. Jorge corrió hacia allí.

-Llegamos tarde – le dijo Flor.

-Ya estoy. Me echo colonia y nos vamos. Pasa mientras. ¿Sabemos algo de Fernando y Nuño?

-Todo bien, parece. Nuño ha dormido en casa de Fernando, como vaticinaste. Y esta mañana, no hace demasiado, o sea que no han madrugado mucho, Fernando ha acompañado a Nuño a la Residencia. A Fernando le hemos dado el día libre. Entre el tute que le damos entre todos y me imagino que hoy no ha dormido demasiado, me han dicho mis compañeros que esta mañana parecía contento, pero a la vez parecía un espectro.

-Pobre hombre. Encima nos tendrá que aguantar las bromas.

-No. Te aseguro que ninguno vamos a bromear. Nuño parecía feliz esta mañana. Y eso, para todos los que lo conocemos, es importante. Y Fernando, es un compañero al que queremos todos mucho. Se desvive por todos. Suele ser muy reservado con su vida privada, con sus ligues, con su pasado sobre todo. Te puedo asegurar que ninguno le vamos a tomar el pelo.

-A mí la verdad es que me cae genial. Pero he de reconocer, que no sería yo si no le pico en algún momento ¿Nos vamos?

Salieron los dos de casa. Jorge  saludó a Lidia y Carla, que estaban en el descansillo.

-Están bien esas camisetas. – le dijo Flor en el ascensor.

-Estoy esperando que me manden para vosotros.

-Ya me ha dicho Fernando que les disteis cuando fuisteis a grabar Pasapalabra.

-Tengo pedidas para todos los equipos. Lo que pasa es que la verdad es que han quedado bonitas y me da que Bernabé no tenía previsto hacer muchas. Era una cosa así para que Álvaro y yo las luciéramos en Pasapalabra, como publicidad. Pero a Álvaro se le ocurrió dar al público, al equipo del programa y a vosotros. Martín ha pedido también y varios amigos. Y no hacemos más que pedirle más. Y de todos los modelos. Todos vais a tener un juego completo, con chaquetas y sudaderas incluidas.

Al final hubo suerte y no tardaron en llegar al Intercontinental. Aunque Jorge fue el último en incorporarse. Carmelo charlaba tranquilamente con el embajador y sus invitados. Su madre había agarrado del brazo a Carmelo y lo miraba embelesada. Fue ella la que vio a Jorge la primera y llamó la atención de su hijo y del actor. El embajador fue a su encuentro y le dio un abrazo.

-Siento mucho todo eso de los bulos sobre que estáis muertos. Nos estaba contando Carmelo que te había afectado hoy mucho.

Jorge levantó las cejas. No tardó en darse cuenta que era la excusa que había puesto para justificar su tardanza y el haberse quedado dormido a media mañana. Se apuntó mentalmente preguntarle que bulo había tocado, si es que había habido alguno.

-Hay días y días. Y estoy pendiente de un amigo que no contesta al teléfono. Y había recibido amenazas… – Jorge decidió darle un toque dramático más. Carmelo le hizo un gesto para que no se pasara de rosca al respecto. Jorge se encogió de hombros como si fuera un niño pillado en falta por su padre.

-¿Lo conocemos? – le preguntó el embajador.

-No creo. Es un influencer que me entrevistó el otro día.

-¡Ah! Mi hija me dijo. Suele verlo. Le gusta. Me lo comentó porque te vio y sabe de mi querencia por ti.

-Anda, mira. No sabía. Pero no se trata de él. Es un compañero suyo. – No quería poner a Carletto en un aprieto. Si el embajador se lo comentaba a su hija, ésta podía hacer algún comentario en sus cuentas y hacer que se difundiera la noticia. Y eso no sería bueno para nadie.

-Se ha aficionado a leer en español. Se guía mucho por la opinión de ese influencer. ¿Carletto se llama?

Jorge después de ese primer impacto, tomó las riendas de la situación con la intención de llevar la conversación hacia otros derroteros más festivos, como se suponía que debía ser esa reunión. Se acercó a la madre del embajador y la abrazó y besó con cariño. Ella cambió encantada el brazo del actor por el del escritor.

-Hoy soy la envidia de todas las mujeres y hombres de medio mundo.

No conocían al resto de las personas que habían invitado el embajador y su madre. Eran dos matrimonios amigos de Damien. Según entendió Jorge, eran antiguos compañeros de colegio en París. Ernest y Camile y François y Lys. Los dos matrimonios parecían moverse en círculos elitistas, por la forma de comportarse y de vestir. Y por otro lado, asistían también dos mujeres de la edad de Marguerite, la madre del embajador: Elodie y Léa. Parecían muy cercanas a ella. Y parecían las dos muy entregadas tanto a Carmelo como a Jorge. En realidad, todos parecían encantados de reunirse con ellos. A Jorge le dio la sensación de que el objeto de la reunión eran ellos. Conocerlos. Se sonrió al pensar que parecía una asamblea de un club de fans. Él, que supiera, no tenía ninguno; Carmelo en cambio, sabía que tenía unos cuantos y alguno de ellos muy activo. No se arrugaban si tenían que defenderlo de los ataques de esos que disfrutaban criticándolos o peor, que se dedicaban a amenazarlos con todos los males posibles, incluso la muerte. Habían llegado a manifestarse delante de la televisión Integral, mientras se emitía su programa estrella de las tardes, en el que con mucha frecuencia, solían reunirse algunos comentaristas poco proclives tanto a Jorge como a Carmelo, como el amigo Poveda. Ésa reunión podía ser el germen de uno que fuera de los dos, aunque tuviera su sede en París. Tendría que hablarlo con Sergio, a ver que le parecía.

Una vez que estaban todos, un camarero les guió hacia su mesa. Carmelo y Jorge se sentaron uno al lado del otro. En otras circunstancias se hubieran separado para poder hablar con más cercanía con esas personas que parecían admirarlos. Pero algo en el ambiente les hizo ponerse al lado para darse apoyo. La madre del embajador, Marguerite, se sentó al otro lado de Jorge. Damien se sentó enfrente de Jorge y Carmelo. Y al lado de éste se sentó Elodie, seguida de Léa, las dos amigas de la madre del embajador.

-Tengo que confesarte una cosa – le dijo Damien nada más sentarse a la mesa. Le pareció a Jorge que su amigo iba con un guion preparado y no quería perder el tiempo. – No es el mejor día, según nos ha contado antes Carmelo. Espero que no te molestes.

Jorge levantó las cejas expectante. Se declaró derrotado en su intención de que la reunión fuera festiva. Sus hombros levemente caídos eran buena prueba de ello. Su amigo Damien, parecía decidido a tratar temas escabrosos. Tenía que habérselo imaginado al ver el gesto y el lenguaje corporal que tenía. Y esas miradas furtivas que lanzaba a sus amigos de vez en cuando. Ellos a su vez, sobre todo las mujeres, parecía que había algo en el ambiente ellas, pensó Jorge, al fin y al cabo, no eran antiguas compañeras de liceo de Damien, lo eran sus esposos. Las mujeres tenían algo en contra del embajador que sus maridos, quizás por la vieja amistad o camaradería, decidieron pasar de largo o al menos no darle importancia. Aunque sería difícil que compartieran esa discrepancia con ellos. Al fin y al cabo eran unos desconocidos. Famosos, pero no eran de su círculo.

-No te preocupes, que mi hijo te aprecia. No es nada malo – le tranquilizó la madre de Damien, que se había fijado a su vez en los gestos de Jorge.

-Tu dirás. No sé por qué me tendría que enfadar contigo. – Jorge decidió no cejar en su intento de que la reunión fuera simplemente una reunión de amigos. – Aunque si hay que enfadarse, me enfado. Eso sí, para las hostias, Carmelo. Es más alto y tiene más práctica.

-Será bobo el tío – Carmelo le dio un ligero golpe en el brazo.

Vano intento. El embajador obvió la broma de Jorge, lo que desconcertó a éste. Miró a Carmelo que levantó las cejas y se encogió ligeramente de hombros. También había cambiado tanto el gesto como su forma de estar. Se aprestaron ambos a poner su mejor expresión de seriedad, con pompa y circunstancia, si era menester. Se estaba empezando a inquietar. Iban dispuestos a pasar un rato agradable, con conversaciones intrascendentes. Parecía que eso no iba a ser así. La verdad, eso a Jorge le molestaba.

-Vas a dar un curso en la Universidad Jordán sobre Escritura Creativa.

-Sí. ¿Quieres apuntarte? – le preguntó Jorge con un tono un poco de broma. Se arrepintió al momento. Volvió de nuevo a su ademán circunspecto.

-No. Es otra cosa.

Le explicó que en realidad las dos parejas de amigos que estaban con ellos eran los padres de dos de los apuntados para el curso.

-Tenían muchas ganas. Era su sueño. – apuntó Lys, la madre de uno de ellos. Lo dijo mirando a Jorge directamente, aunque antes y después miró a su marido con un gesto de reproche.

-Me vas a perdonar Damien, pero no acabo de entender lo que me dices. Es un curso en una Universidad Española. Pero me parece que vuestros hijos – se dirigió ahora a los dos matrimonios – no dominan el castellano, mucho menos habrán estudiado a nuestros dramaturgos, a nuestros novelistas o a nuestros poetas. ¿Cómo lo van a hacer? ¿Va a haber traducción simultánea y no me he enterado? No me han dicho nada al respecto.

Damien se sonrió.

-Me dirigí a la Universidad y les solicité que organizaran un curso, contigo de profesor. – hizo una pausa dramática que consiguió acaparar la atención del escritor – En francés, claro. Y la Universidad aceptó, porque les aseguré además que tú hablas el francés como un nativo. El decano tenía alguna duda de que fueras capaz de dar un curso así completamente en francés. Me vino a decir que una cosa era hacer un par de declaraciones que estaban preparadas antes y otra hablar dos horas seguidas en francés para nativos.

Casi se indignó más Carmelo que Jorge. Le parecía imposible que ese decano pudiera pensar que Jorge llevaba algo preparado cuando hacía alguna declaración. Y además, las decenas de entrevistas que daba cada vez que iba a Francia de promoción, los programas que visitaba en directo, sin red… Jorge le apretó la mano para que lo dejara correr.

-Les debíamos un premio – comentó Ernest. – No ha sido fácil su vida. Sabíamos que Damien tiene amistad contigo y en los años que lleva en Madrid se ha creado buenas relaciones en el mundo universitario.

-Bueno, me pilla de sorpresa. – reconoció Jorge.

-Sé que todavía no le has dicho al decano que sí en firme.

-Pero él sabe de sobra que los voy a dar. Me conoce. Si digo que no, lo digo en el primer momento. Pero tampoco me atrevo a decir un sí rotundo. Hasta ahora no he tenido la cabeza muy centrada y la verdad, con todos estos nuevos acontecimientos que nos encontramos cada día, tampoco… no me gustaría que … vamos no me gustaría que si no puedo darlos por alguna circunstancia sobrevenida, alguien se le rompan las ilusiones y además le cause un quebranto económico.

-Sabemos que eres capaz de dar ese curso. Te he ido a escuchar alguna vez tus lecturas o charlas para lectores o fans. Y personas de mi confianza también lo han hecho. Y eres un tipo que sabe hacerse escuchar. Y que provocas el debate y que las personas te cuenten sus …

-La madre que te parió. Ayer … no, antes de ayer, no sé en que día vivo ese joven que estaba al lado de uno que iba trajeado y que luego me pidió que le firmara la camisa, a parte de un libro. Es la segunda vez que firmo una camisa en unos días, por cierto. Antes nunca. Su compañero, al menos el que estaba sentado a su lado, me sonaba y cuando se acercó a que le firmara me pareció que tenía acento francés. Me extrañó porque el libro era en español. Ese hombre trabaja para ti en la embajada. ¡Me has enviado espías!

Damien sonrió.

-No se te escapa una. Ha estado contándome desde que llegó de vuelta a la embajada, todo excitado, como fue la charla. Y como tanto tú como tu sobrino conseguisteis que para esas personas fuera un encuentro inolvidable. Te va a escribir algo y te lo va a mandar a ese correo que el secretario del Decano creó para la ocasión. A lo mejor lo hace en francés.

-Damien, creo que ya que te has puesto a ser sincero – intervino Carmelo – es mejor que no te pares. Esa decisión del Decano de organizar ese curso con dos turnos, al parecer uno en francés y otro en castellano, ha originado un movimiento entre parte del profesorado de la Universidad en contra de Jorge. Tengo claro que nuestros nuevos amigos – señaló a los dos matrimonios – deben ser personas con un estatus envidiable. Primero para conseguir que tú hagas esas gestiones y muevas a una Universidad importante a organizar ese curso apartando a los profesores que lo daban hasta ahora. Aunque el curso en su nuevo planteamiento, no tenga nada que ver con el que había otros años. Y después para que de repente, un montón de profesores se muestren interesados en dar un curso que no parece que sea prestigioso ni que sea un maná que les vaya a solucionar la vida económicamente. Les supondría un ingreso extra, pero nada escandaloso. Pero me imagino que las influencias que podrían conseguir al tratar con los alumnos apuntados, merecen la pena, hasta para hacer un curso acelerado de francés. Porque para su desgracia, ninguno de esos profesores que se postulan ahora, hablan francés.

-El curso hasta donde yo sé no es barato. – comentó Jorge.

-Nada barato. Pero hay lista de espera. – afirmó rotundo Damien – Y está claro que el curso se celebra si lo das tú, Jorge. Si no lo das tú, la Universidad deberá devolver el dinero más un 10% de penalización. El resto de profesores de la Universidad Jordán, se pueden poner como quieran.

Jorge levantó las cejas. Fue a decir algo, pero se contuvo porque les estaban sirviendo los entrantes. Cuando los camareros se retiraron, Jorge retomó la conversación.

-No entiendo por qué me lo estás contando tú ahora. No es por menospreciarte, ni mucho menos, pero a la altura que estamos, esto me lo debería estar diciendo el decano, con el que he estado hace unos días. Al menos avisarme de que tengo que dar un curso en francés, que no es por el idioma. Es porque no puedo plantear el curso de la misma forma. Veinticinco franceses no tienen las mismas referencias culturales que veinticinco españoles.

-Eso no creo que sea ningún problema para ti.

-Sabiéndolo no. Pero imagina que me presento en el aula. Empiezo un speech en español. Y empiezo a hablar de Lope de Vega. De Calderón, de Larra, de Cela. Después de un cuarto de hora me doy cuenta que no me entiende nadie y que Lope de Vega para ellos es como si les hablara de “la zarzamora” de Lola Flores. Pregunto. ¿De dónde sois? ¡Franceses! Mira que bien. Y vale, cambio al francés. Ningún problema. Si han pagado dos mil euros por el curso… pero debo hablar de Victor Hugo, no de Lope de Vega. Debo tener citas preparadas de él, o de Émile Zola, o de Flaubert, o de Molière. Y no las tengo. Y no queda bien que me ponga a buscar en el móvil un fragmento de “Le Malade Imaginaire”. Contar la anécdota del camisón amarillo de Molière queda ya muy visto.

-¿Dos Mil? – exclamó sorprendida Léa, una de las amigas de Marguerite. Miró por turnos a todos los sentados a la mesa.

Jorge y Carmelo se miraron sorprendidos.

-¿Cuanto cuesta el curso, por curiosidad? – Carmelo fue el que hizo la pregunta en voz alta.

-Seis mil euros. Más gastos de matrícula, de seguro de tramitación – era Camile la que había respondido en un tono glacial. A Jorge y a Carmelo no se les escapó una mirada que lanzó a Damien.

Jorge y Carmelo se miraron sorprendidos. Pero a la vez, por los gestos de los padres, supieron que esa cifra no era del todo correcta. Aunque nadie abrió la boca. Tuvieron claro los dos que el coste final era muy superior.

-El que ha pagado esa cantidad, espero que sea consciente de que no va a salir del curso con una novela publicada y súper ventas. – Jorge no pudo disimular su indignación.

-No Jorge. Van a aprender la forma que tienes de ver el arte de escribir. Van a intentar entender de dónde salen esos personajes que nos hacen tanto bien – le explicó Ernest. – Cómo eres capaz de inventarlos y sobre todo, de hacerlos cercanos. De que lleguen a la gente, que calen en ellos.

-Seis mil euros mas la estancia durante tres meses en Madrid … más otros gastos indeterminados – siguió razonando Jorge en voz alta. – Perdonad, pero me parece una barbaridad.

A Jorge no le entraba en la cabeza. Se le habían quitado hasta las ganas de comer. Carmelo le tocó con la mano la pierna. Jorge suspiró al sentirlo y respiró hondo.

-Ahora si os parece, quisiera que me contarais de verdad la razón de todo esto. Intuyo que todo partió de vosotros – y señaló a los dos matrimonios. – Es un premio el que les dais a vuestros hijos cuando menos cuantioso. Debe de haber una razón de peso.

Carmelo le sirvió en su plato algunos entrantes de los que les habían puesto en el centro de la mesa. Jorge entendió el mensaje y se relajo. Cogió su tenedor y los fue probando.

-Están riquísimos – dijo sonriendo.

-El otro día, cuando nos vimos en la embajada – empezó a hablar la madre de Damien – te conté que el hijo de una amiga le había supuesto …

-La amiga era yo – interrumpió Elodie. – Déjame Marguerite que lo cuente yo.

La aludida afirmó con la cabeza y sonrió.

-Mi nieto Eloy, murió hace unas semanas en un accidente de coche. Lo quería como… lo quería de verdad. No era mi nieto biológico. Era adoptado. Pero eso me daba igual, como a sus padres. Lo buscaron durante años. Buscaron tener un hijo. Lo intentaron todo. Pero… nada salió bien. Mi hijo estaba desesperado. Frustrado. Toda la vida amasando una fortuna para que luego, en lo más básico, la vida le diera un bofetón.

-En una fiesta en casa de unos amigos se les acercó una mujer. A mi hijo y a mi nuera. Estaban los dos. Esa mujer no era una desconocida, según me contó mi hijo, pero tampoco era de su círculo de amistades. Era una persona que se solían encontrar en algunas reuniones o eventos. Tenía un acento raro, entre español y del norte, ruso, pensaron. Español sabía, porque les habló en algún momento en castellano. Y ruso… mi hijo creyó que hablaba por teléfono en ese idioma. Aunque podía haber sido otra lengua de la zona, ucraniano, checo… ya sabéis. El caso es que les propuso una adopción fuera de los cauces oficiales.

A Jorge se le hundieron un poco los hombros. Miró desanimado a Carmelo que también estaba afectado por la deriva que iba tomando la conversación. Intuían los dos el resto del argumento de esa novela. Esta vez Carmelo no ocultó la mano debajo de la mesa y agarró la de Jorge. Éste se la empezó a acariciar con su dedo pulgar. En un momento dado, se la llevó a la boca y le dio un beso.

-Mis hijos lo debatieron largamente. Sabían que iba a ser un chico problemático. Sería ya de una edad, no iba a ser un bebé. La mujer no les ocultó que esos niños había sufrido y que necesitaban mucho cariño. Ella se comprometía a arreglar todos los papeles. A que a partir del momento de la adopción, el niño se convirtiera ante la ley en hijo legítimo a todos los efectos. Sin necesidad de ese estudio de capacitación y saltando las normas de la edad… ya sabéis que pasada una edad no se puede adoptar. Mi hijo ya la sobrepasaba, aunque mi nuera no, pero por poco.

-Al final se decidieron. Pudo más su deseo de ser padres, de poder cuidar a un joven… que la prudencia.

-Parte de las gestiones las llevó un bufete de Madrid. Otra parte, uno de París. Cada uno presentó luego una minuta desorbitada. Casi quinientos mil euros cada bufete. A parte, a esa señora había que darla dos millones de euros, en metálico.

-Llegó el chico. Estaba muy delgado. Casi demacrado. Mi nuera lo abrazó nada más verlo. Y el chico… se abandonó en sus brazos. Mi hijo hizo lo mismo. Le abrazó fuerte. Los tres conectaron inmediatamente. Supieron que no debían preguntar, porque supieron que ese chico lo había pasado muy mal. Al cabo de unos días, le llevaron a un hospital para hacerle un reconocimiento médico. Los doctores dudaban de por dónde empezar a recomponer todo lo que tenía mal. El golpe más duro fue saber que solo tenía un riñón y un pulmón. Los médicos estaban seguros de que se los habían extraído para venderlos en el mercado negro. Seguramente algún jeque árabe o un millonario ruso lo llevaría en su cuerpo.

El cuerpo fue sanando. Sus niveles de anemia y otras enfermedades fueron corrigiéndose. Pero lo que no lograban corregir era … – la mujer se señaló la cabeza con el dedo. – Los terrores nocturnos, la ansiedad…

-¿Qué edad tenía el chico cuando lo adoptaron? – preguntó Carmelo con la voz más dulce que pudo poner.

-Quince. Aunque en las pruebas médicas determinaron, por los huesos, que no tendría más de trece. Lo que pasa es que estaba muy desarrollado. Acabó siendo casi tan alto como tú, Carmelo. Muy delgado, eso sí. Me recordaba a esa película que hiciste en Francia hace unos años y que estabas la mitad de como estás ahora.

-¿Y su nombre? Creo que se me ha escapado cuando lo has dicho – preguntó Jorge también intentado ser muy delicado.

-Eloy.

La mujer se emocionó al decir su nombre. Marguerite sacó un pañuelo de su bolso y se lo pasó. Elodie se lo agradeció con un gesto.

-¿Era francés? ¿Español? Ruso, como esa señora que abordó a tu hijo y tu nuera…

La mujer se encogió de hombros.

-No lo sabemos. Francés o español. Hablaba los dos idiomas sin acento. Aunque yo creo, sin nada que lo sustente, que era español de nacimiento.

-Y ¿Se lo ofrecieron en una fiesta en París?

-En Saint Tropez.

-Fui yo el que le aconsejó a Elodie que le diera un libro de Jorge para que lo leyera – Camile retomó el relato – Tanto Ernest como yo somos lectores empedernidos de tus obras. Ahora estamos esperando a volver a Francia para comprar la última novela. No te perdonamos que nos hayas tenido siete años esperando – su reproche fue hecho con una sonrisa. Jorge hizo un gesto con la cara para disculparse. – Hablábamos mucho Ernest y yo de tus novelas. De tus personajes. Creo que te dijimos – ahora se estaba dirigiendo a Elodie – que le dieras “La angustia del olvido”. Con ese libro empezamos a ver la luz con Philippe. Nuestro casos, sé de sobra que eres muy perspicaz, que lo sois los dos – miró también a Carmelo – ya os habréis dado cuenta que son un calco del de Eloy, el nieto de Elodie.

-Y funcionó. Luego leyó “Todo ocurrió en Madrid” y “Tirso”.

-Y por fin “deLuis”. Y la cosa empezó a mejorar.

-En realidad fuimos todos leyendo a la vez que ellos. Para buscar lo que les hacía reaccionar y poder… ayudarlos. Todos los habíamos leído antes… pero cada detalle era importante.

-Pero la muerte de Eloy nos ha… impactado. Y nos ha metido el miedo en el cuerpo. – comentó Lys. – por eso el curso. Por eso la decisión de que vengan a Madrid a …

-Escucharte. – zanjó Damien la frase. – Ayer fue claro para Didier mi secretario, y así me lo expresó con vehemencia, que … esos chicos te buscan. Y tú sabes entenderlos. Te buscan porque te han leído y han encontrado consuelo en tus libros. Me habló de un chico que se subía a la barandilla de la terraza de su casa, un piso alto, y miraba al vacío. Y de esa chica que teníais Martín y tú sentada justo en frente como contó que leyendo “deLuis”, supo entenderse y quitarse de la cabeza la idea de … quitarse la vida.

Jorge suspiró un poco sobrepasado. No sabía que contar ni como contestar a la expectación que ahora había en la mesa esperando lo que tuviera que decir. Miró a Carmelo que parecía tan indeciso como él.

-Ya sé que es duro, pero ¿Cómo murió tu nieto, Elodie? – preguntó Jorge con apenas un hilo de voz.

-Un accidente de coche incomprensible. La Gendarmería no lo acaba de dar por cerrado. No les cuadra.

-Hemos pedido a la Gendarmería que pida apoyo a la Policía Española para que nuestros hijos estén seguros en Madrid. – informó Ernest. – Creo que se va a encargar un amigo vuestro, Javier Marcos y su Unidad.

-A lo mejor sería buena idea que vuestros hijos no vinieran a ese curso – sugirió Carmelo.

-Eso no es una opción. Si esos que nos vendieron a nuestros hijos ahora se arrepienten y quieren hacerles daño, han pinchado en hueso. Si pudimos pagar por adoptarlos la millonada que pagamos, porque luego al cabo de un año tuvieron la desfachatez de volver a pedirnos dinero…

-¿A las tres familias?

-Y a una cuarta que no es de nuestro círculo, pero con la que hemos tomado contacto. Y estamos seguros que habrá más. Estamos buscando.

Carmelo le hizo un gesto a Jorge. Éste levantó la cabeza y vio como sus escoltas se habían levantado todos a la vez y rodeaban su mesa. Algunos de ellos habían hecho visibles sus armas de repetición y habían sacado sus acreditaciones que ahora colgaban de su cuello. Flor se acercaba a ellos de forma decidida y con gesto preocupado.

-Lo siento, debemos interrumpir la reunión. Jorge, Carmelo, debemos irnos. Hay una alerta… luego os explico. Señores, – ahora se dirigía a embajador y sus invitados hablándoles en francés – mi compañero Álvar a indicación de nuestro comisario jefe, Javier Marcos, está llegando para hacerse cargo de su seguridad. Álvar es la persona que se encarga de las relaciones con los cuerpos policiales franceses. Es de la máxima confianza de Javier y Carmen. Les rogaríamos todos que siguieran sus instrucciones sin demora. El comandante Thomá de la Gendarmería está al tanto. Según me han comunicado, creo que alguno de ustedes ya lo conoce.

Carmelo y Jorge se miraron. No lo dudaron. Dejaron la servilleta sobre la mesa y se levantaron. Hicieron un gesto de despedida con la mano y emprendieron el camino de la salida con sus escoltas rodeándolos por completo. El resto de comensales estaban pendientes de ellos. Se había hecho un silencio sepulcral en el comedor. En el momento de la salida a la calle, todos sus escoltas llevaban armas cortas de repetición y llevaban sus acreditaciones colgadas del cuello. Parte de ellos se habían puesto un pasamontañas que tapaba sus caras. Fuera, en la calle, se habían desplegado varias unidades de intervención de la policía. Algunos de ellos entraban en el restaurante para hacerse cargo de la seguridad del embajador y sus invitados, mientras otro grupo de ellos hacía un segundo cordón alrededor suyo. Un policía de paisano parecía capitanearlos a todos. Hizo un gesto de saludo a Carmelo.

-¿Qué pasa Álvar? – preguntó Carmelo.

-La Gendarmería ha interceptado un mensaje en el que se encargaba el asesinato vuestro y de vuestros amigos. Hemos ido a buscar a Martín por si acaso. Y una patrulla de la ciudadana está pendiente de Álvaro, de Mariola y de Ester.

-No me jodas.

-Es por precaución. Javier prefiere pasarse de frenada que quedarse corto. Creo que Martín  acaba de terminar una sesión de fotos y se dirige a vuestra casa en el coche de los compañeros de uniforme.

Se montaron en los coches. Cuando ya estuvieron los dos en el interior, los escoltas se subieron a los suyos y salieron de estampida. Iban precedidos de dos furgonetas de Intervención y seguidos por otras dos. Cuando llegaron a su casa, vieron que la calle estaba cortada y que varias furgonetas tapaban completamente la puerta de su portal. Hacían una especie de barricada improvisada.

-Martín ya está en casa. Como os ha adelantado Álvar, ha preferido volver aquí por ver si estabais bien. Y menos mal, porque el hostal donde está … han ido dos compañeros a echar un vistazo … – Flor hizo un gesto para significar la impresión nada satisfactoria que le habían trasladado sus compañeros.

-Cuando acabemos con el paripé con sus padres de Concejo, le digo que se mude a casa como quedamos.

-Ya hemos preparado su habitación y reorganizado los espacios. Fernando me comentó y lo hemos puesto en marcha.

-Gracias Flor –  Jorge le sonrió.

Jorge y Carmelo no salieron del coche hasta que les indicó ella. Caminaron a paso rápido rodeados de nuevo por sus escoltas. Una vez en el portal, todos parecieron relajarse un poco.

-Javier os espera en casa. – les anunció la jefa de sus escoltas.

Para el inspector Roberto Martínez, ese viaje a Londres fue su reencuentro con sus contactos en Scotland Yard, su reencuentro efectivo con su trabajo.

En el año que había estado de baja, había pasado alguna temporada en la finca de sus abuelos maternos en Oxford. Era un sitio que desde niño le gustaba y le relajaba. A parte, sus abuelos, a pesar de llevar sobre sus hombros el peso de una familia con siglos de antigüedad, siempre relacionados con los círculos de poder del Reino Unido, siempre le habían mostrado su cariño y apoyo, aunque él hubiera decidido seguir otro camino en la vida. Cuando tuvo el accidente de tráfico en el que murió su padre, fueron un soporte importante para él. Y en el largo tiempo de recuperación, habían seguido siéndolo. El abuelo Arthur y la abuela Arabella.

El matrimonio era una excepción en el círculo en los que se movía la familia. Les daba igual que los amigos de sus hijos y nietos no estuvieran entre lo más alto de la sociedad mundial. Que las profesiones que habían elegido, no fueran todo lo glamurosas que se suponía que debían ser. Habían apoyado a Roberto en su decisión de hacerse policía en España. Y nunca habían interferido en su carrera. Cuando les anunció su decisión, ellos le preguntaron si había valorado hacer su carrera en Inglaterra. Pero él tenía claro que quería trabajar en España y vivir en España, lejos de la influencia de su familia. Él quería conseguir dirigir su vida y llegar a dónde sus capacidades le llevaran. Aunque tenía una asignación económica de sus abuelos todos los meses, él vivía de acuerdo con su sueldo. Alguna vez se daba un capricho con ese dinero, pero nada más. Y alguna vez lo había utilizado para ayudar a amigos que pasaban por una mala racha.

Javier, Olga y Carmen habían respetado escrupulosamente sus ritmos en su recuperación. Matías y su novio Elio, se habían acercado muchos días a su casa a pasar un rato o lo habían empujado a dar un paseo, cosa que al principio, le costaba. Las primeras semanas después de que le dieran el alta en el hospital, no soportaba la idea de salir a la calle. Y más cuando se enteró de que su novia le había dejado. Entre sus objetivos en la vida, no estaba el cuidar a un enfermo de depresión.

La recuperación física llegó antes que la psicológica. Conducir el coche en el que tuvo el accidente y que tuvo como consecuencia principal que su padre falleciera, no había sido algo fácil de sobrellevar para él. Había estado distanciado muchos años de su progenitor. En los meses anteriores al accidente, su padre había dado el paso de acercarse a él para retomar el contacto. En ese proceso estaban cuando sucedió el fatal accidente. A parte de ese reencuentro frustrado, a Roberto le apareció el síndrome del superviviente: “¿¿Fui yo el culpable??”. Culpable de su muerte, culpable de su enfado, de que discutieran hasta perder el contacto completamente … de no haber sido él el que se acercara a él algunos años antes … su renuencia a perdonarle la actitud que había tenido con él y con su madre … de la que se divorció en la época de su disputa.

Antes de ese viaje a Londres, llevaba unas semanas poniéndose al día de los casos vivos en la Unidad. Javier se había acercado varias veces a su casa para charlar y mantenerlo al tanto de todo. Pasaban horas hablando. En una de esas visitas, Roberto le dijo que quería pasarse por la Unidad y ver papeles.

-Y si te parece adecuado, te puedo ayudar con algunas cosas desde casa. Me dices y así voy cogiendo ritmo. No te prometo que sea el más rápido haciendo las cosas, pero me servirá para tomar contacto y coger ritmo.

-¿Estás seguro? No hay prisa.

-Creo que me vendrá bien. Y así suplo la falta de mis abuelos que se fueron ayer de vuelta a Inglaterra. Y si te parece, voy a llamar a mis amigos del Yard. Para retomar el contacto.

La posibilidad de entrevistar a uno de los antiguos alumnos de Mendés en las instalaciones de Scotland Yard supuso la excusa perfecta para empezar a tomar la iniciativa y acelerar el proceso. Aprovecharía el viaje para cenar con sus abuelos y sus tía Beatrice en un selecto club de Londres, en The Arts Club.

Carter Edwards llegó a la sede de la policía londinense cerca de las 16,00 h. Roberto estaba en ese momento hablando con la Jefa de Scotland Yard, Cressida Dick. No pensaba verla en ese viaje, la agenda de la Comisaria jefa era complicada esos días, pero ella, al saber que estaba, había bajado a saludarlo un momento. Se había interesado a menudo por su estado de salud. Ahora parecía que quería comprobarlo en persona.

-Creo que ese es tu hombre – sonrió la comisaria señalando a un joven que se dirigía hacia el mostrador de recepción. Sus ademanes eran distantes, rotundos, marcando distancias con los funcionarios con los que hablaba.

-Solo ha llegado una hora tarde. Pero era de esperar. Ya me avisó Dídac Fabrat. Ha sido él el que nos ha conseguido el contacto.

-¿Conoces a Dídac? Tuve la oportunidad de escucharlo una vez en directo y me pareció un artista estupendo. Mi mujer salió entusiasmada. Tuvimos la suerte de que nos saludara en un pequeño ágape que se organizó después del acto.

-Es amigo de Jorge Rios. Dídac se ha implicado en el caso a petición suya.

-A lo mejor me puedes hacer el favor de darle un libro al escritor para que me lo firme. Eso es lo único bueno que parece tener vuestro caso.

-Claro. Házmelo llegar. Estará encantado de firmártelo. Todos dicen en la Unidad que es un tipo estupendo. Yo todavía no he tenido la suerte de tratar habitualmente con él. Carmen y Javier hablan muy bien de él.

-Por cierto, da recuerdos a Javier y a Carmen. A ver si saco un rato y les llamo para cambiar impresiones.

Un policía de uniforme se acercó a Roberto para anunciarle que había llegado la visita que esperaba. Roberto se encaminó hacia la sala en donde habían acomodado al músico.

El joven no se levantó cuando Roberto  entró en la sala. Roberto fue a sonreír, pero el gesto serio incluso agresivo del músico le hizo aparcar ese gesto de cercanía.

-¿En su país no es costumbre no hacer esperar a las visitas?

Roberto levantó las cejas sorprendido.

-Son las 15,45 h. Si no me equivoco, y tengo en el teléfono el correo de D. Dídac anunciándome la hora del encuentro, hemos quedado a las 14,30 h. Usted ha llegado a esta comisaría – Roberto miró el móvil una vez más – a las 15,35 h.

-Ustedes los españoles tienen fama de impuntuales. No quiero perder mi valioso tiempo.

-Es mejor que lo perdamos los demás ¿No?

-Creo que esta entrevista ha acabado.

El joven se levantó y cogió la bandolera que había dejado en otra silla. Roberto esta vez sí sonrió y lo miró directamente a los ojos. Cogió el teléfono y llamó a Dídac, sin apartar la mirada de él.

– ¿Ya has acabado de hablar con Carter? – fue el saludo de Dídac al contestar la llamada.

-De hecho acaba de llegar y parece que ya se va, porque está un poco enfadado porque no le estaba esperando en la puerta. Su tiempo es muy valioso.

-Dile que me espere. Que ahora voy. Vamos. Me va a oír. Y que no te engañe, habla perfectamente el español. Estoy con un amigo tuyo. Quiere saludarte.

La cara de Carter Edwards se había puesto roja de la rabia.

-¿Y quién es?

-Sorpresa.

Roberto se quedó mirando al músico, que había escuchado toda la conversación.

-Parece que no te conviene que Dídac se enfade contigo – le dijo en tono melifluo. La ironía era clara, pero el antiguo alumno de Mendés no estaba para esas sutilezas.

Roberto se sentó en frente de Carter, que había vuelto a ocupar la misma silla del principio. Salvo la conversación con Dídac, Roberto siempre se había dirigido a Carter en inglés. Ahora, Roberto decidió seguir hablando en español, haciendo caso del comentario de Dídac.

-No creo que sea agradable venir aquí a encontrarte con un inspector de policía español y hablar de tu antiguo profesor de violín. Tu maestro. Si no me equivoco, has quitado de tu currículum la mención a los dos años de clases con ese profesor. En estos años, desde que acabaste su curso, te has dado cuenta de muchas cosas. De sus engaños, de que el amor que decía sentir por ti era… mentira. Que no te consideraba como un ser especial, sino como un hombre, uno más, con el que “jugar”. – Hizo el gesto con los dedos para marcar el sentido figurado de la palabra “jugar”. – Él te convenció de que eras único en su vida. Su gran amor. Y al despedirte te dijo que … “si la vida fuera de otra forma, tú y yo estaríamos juntos para el resto de nuestros días, tú, yo y la música. Pero no es posible y ahora nos tenemos que despedir. Pero tu lugar en mi corazón no lo ocupará nadie más el resto de mi vida. No sé como podré sobrellevar tu ausencia. Al menos me solazaré cada vez que te escuche tocar en la radio o en la televisión.”

-Lo nuestro fue algo verdadero. No tengo nada que reprocharle.

-¿Estás seguro? Esas palabras que te he citado, no te las dijo a ti. Al menos … no solo a ti. Nos las ha trasladado Vladimir Rostova, otro alumno de buena familia y con mucho dinero. El que ocupó tu puesto dos años después de irte. Aunque te podemos poner otra grabación que hizo Paul Bemel, un violinista francés con el que coincidiste en Madrid uno de los años. Tú eras el de los jueves y sábados, él era el de los martes y los viernes.

Roberto sacó una tablet buscó en ella y encontró enseguida el vídeo que buscaba. Puso la tablet en su soporte y lo giró para que viera las imágenes.

El músico no esperó para girar la tablet para evitar ver el vídeo. Su gesto empeoraba por momentos. La rabia, el odio … lo gracioso es que parecía que Roberto tuviera la culpa de todo.

-No hace falta decirte lo que cuesta comprar este vídeo. Con quinientas libras de nada. ¿Cobraste algo por él?

-¿Quién se ha creído que soy? Yo no necesito venderme. Mi familia … es … rica. Mucho más rica que lo que … usted no puede hacerse una idea …

-Y tú, como persona individual ¿Qué eres? ¿Quién eres?

La rabia volvió a predominar en la forma de estar del músico. De nuevo, Roberto era el objetivo de ella. Éste le mantenía la mirada, pero procuraba tener un gesto lo más aséptico posible, dándole eso sí, un matiz de cercanía y comprensión.

-¿Por qué no me cuentas como te hizo creer que eras el mejor de sus alumnos, el único que era digno de ser su amante y de entrar en esa “logia” que formaban los más poderosos, los mejores músicos de la Tierra, y en la que el resto ocupaban el puesto de sirvientes, de juguetes que solo servían para dar placer a los “Maestros”?

Carter  se hundió en la silla en la que estaba sentado. Ahora ya no miraba con odio a Roberto. Pero la rabia, la furia, seguía en él. Había cerrado los puños con fuerza. Roberto temió que se hiciera sangre con las uñas. Alargó sus brazos y le cogió las manos con las suyas. Carter lo miró sorprendido. Poco a poco le obligó a abrir los puños y a relajar las manos.

-No tienes que avergonzarte. Todos estamos de tu parte. Queremos ayudarte y a la vez que tú nos ayudes a parar a ese Mendés y a sus amigos. Vamos a tardar todavía un tiempo, pero con tu declaración y con la de otros músicos que han pasado por sus manos, podremos hacerlo. Meterlo en la cárcel y evitar que quince o veinte músicos jóvenes que empezarán a estudiar con él en septiembre, pasen por lo mismo. Tú, a pesar de todo lo que has ido descubriendo después de acabar con él, has tenido suerte. Parte de tus compañeros han acabado mal. Otros no logramos encontrarlos… algunos han tenido que cambiarse el nombre… sus familias los han repudiado…

-Alguno sé que se quitó la vida.

-Luego te agradecería que me dijeras sus nombres y las circunstancias. Pero antes, quisiera que me contaras tu historia. Con calma.

Roberto se levantó un momento y cogió dos botellas de agua que había en un pequeño frigorífico en una esquina. Le tendió una a Carter que sin ningún gesto de agradecimiento, cogió y pegó un buen trago. Roberto hizo lo mismo y se dispuso a escuchar.

-En cuanto entré por la puerta de su estudio, me empezó a comer la oreja.

Roberto se sonrió. Sin darse cuenta, Carter había vuelto al inglés. Imaginaba que le daba seguridad. Aunque su español era casi perfecto. O quizás quería poner distancia de los hechos que iba a relatar, vividos indudablemente en español.

La entrevista duró casi dos horas. Aunque Roberto se había preparado muy bien el encuentro y Tere le había pasado muchos de los vídeos que habían encontrado, algunas de las declaraciones del joven músico le conmovieron. Aunque se abstuvo de demostrarlo. Mendés, en opinión de Roberto, era un gran manipulador. Y un gran psicólogo. Iba a ser difícil pillarlo. Mientras escuchaba a Carter, Roberto fue quedándose con algunos nombres de personas de renombre y con poder. Seguro que con ellos, había hecho el profesor el mismo trabajo que con sus alumnos. Habría que desmontarlos uno a uno. Romper esos vínculos. Iba a costar. Esperaba poder hacerlo antes de que alguna otras de sus víctimas acabaran muertas. Por su propia mano, o por la mano de los matones que cada vez era más evidente, tenía en nómina esa “Logia” de los “Excelentes de la Música y el Arte”.

Jorge Rios”.