Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

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Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

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-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

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Necesito leer tus libros: Capítulo 70.

Capítulo 70.-

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Jorge levantó la cabeza para enfrentarse al joven que le tendía la mano al otro lado de la mesa. Esa misma escena parecía perseguirlo en los últimos tiempos. Lo primero que le llamó la atención era una especie de cámara que llevaba colgada de un arnés en la cabeza. Parecía que enfocaba hacia delante y hacia él mismo. Fue una suerte que Jorge no soltara ningún improperio ni pusiera un gesto hosco, molesto por la interrupción. Quizás fuera debido a que el timbre de voz del joven le fue agradable. O el tono que empleó. No era especialmente educado, pero dadas las circunstancias, era bastante aceptable y en cierta manera dulce. Le había producido sensaciones agradables. Incluso diría que le había llevado a algún momento del pasado del que tenía buen recuerdo. Y al mirarlo, la forma de estar, de tener su cuerpo, relajado, con los hombros echados hacia delante, mostrando cercanía y dulzura, otra vez esa sensación… dulzura… movimientos suaves… con la cabeza ligeramente inclinada hacia el lado derecho, y con una ligera sonrisa puesta en sus labios con naturalidad, habían hecho que, en definitiva, le cayera bien.

Se le notaba nervioso. Eso le llevaba, creía Jorge, a ser a veces un poco seco en algunas de sus frases. Era una mezcla rara. Seco, pero dulce a la vez. Educado, pero con un poco de brusquedad. Su lenguaje corporal indicaba cercanía. Eran los nervios, estaba seguro.

-Te advierto que estoy emitiendo en directo. – añadió el hombre sin dilación. Parecía que era importante para él que las cosas estuvieran claras en todo momento.

-Hola Carletto – saludó Jorge tendiéndole la mano. El joven se la estrechó a la vez que se sentaba enfrente de él sin esperar invitación.

-Perdona que me haya presentado ante ti de esta forma, pero como no contestas a mis invitaciones a acudir a mi canal, no me ha quedado más remedio que ir a la montaña.

-Es la primera noticia que tengo al respecto. – se disculpó Jorge.

-De haberte enterado ¿Hubieras venido?

Jorge sonrió. Pensó en mentir y decir que “Claro, por supuesto”. Era muy fácil quedar bien. Pero decidió ser sincero.

-Posiblemente no. No quiero mentirte.

-No sueles prodigarte en programas de youtubers o de otras plataformas que hablen de libros.

-De hecho vas a ser el primero – sonrió Jorge.

-¿Por qué ese desprecio hacia nosotros? Somos una comunidad importante y con cada vez más seguidores. Tu presencia en nuestros canales amplificaría todavía mucho más la repercusión de tus obras.

-Desprecio ninguno. Desconocimiento, todo. Lo reconozco. Ni yo ni la gente que trabaja conmigo, tenemos ni idea de vuestro mundo. Te advierto que tampoco me prodigo en exceso en medios tradicionales. No es por echar balones fuera, pero creo que tengo que mejorar mucho en ese campo. No es que me apasione el estar todo el día haciendo promociones. Pero me gusta encontrarme de vez en cuando con los lectores. Y personas como tú, tenéis acceso a la opinión de muchos de ellos. Es un tema que le propondré a mi nuevo abogado y mi nuevo agente para que lo estudie. Estoy haciendo muchos cambios. También he de reconocerte, repito, que no conozco mucho tu mundo. Me vas a tener que enseñar y servir de guía.

-Es comentado que ayer grabaste tu participación en Pasapalabra.

-Cierto. Fue hace un par de días. Pero a parte de eso, no creo que me hayas visto demasiado en otros programas, salvo cuando salió “La Casa Monforte”. Y fueron siete entrevistas contadas, no creo que llegaran ni a la decena.

-Alguno puede pensar que eres un prepotente y que piensas que tus novelas se van a vender solas. Sin el apoyo de los medios y del público.

Jorge se quedó pensativo. Al final sonrió pero con un halo de tristeza.

-Me apenaría que alguien pensara así. Es complicado de explicar.

-Inténtalo. Para acallar a esos haters que te persiguen por todo el mundo de internet.

Jorge suspiró resignado.

-Me gusta escribir. Me apasiona. Si pudiera, dedicaría la gran parte de mi tiempo a ello. Por el placer de hacerlo. Sin pensar en publicar. Es cierto que una vez que lo haces, publicar, debes hacer otra serie de “trabajos” que a mi particularmente no me gustan. No es que no me gusten, sino que pienso que me quitan tiempo para mi verdadera afición. Debes hacer promoción, debes dar entrevistas, debes ir a programas de televisión, de radio… en España y luego en Francia, en… en el resto del mundo. Intento minimizar esa parte del trabajo. Tampoco me gustan las reuniones eternas para decidir el diseño del libro, la letra… por eso desde la tercera novela el diseño es el mismo en todas. El mismo tipo de letra, tamaño… Iván haciendo los dibujos…

-Alguien puede entender que no quieres conocer la opinión de tus lectores. Que no quieres interactuar con ellos.

-De momento solo he hablado de publicidad. De entrevistas. Al principio de mi carrera, me costaba esa comunicación con la gente. Básicamente por miedo a escuchar algo que no me… gustara. A escuchar que el libro era una mierda, o que escribía mal. Miedo al fracaso. Me ha costado tiempo acercarme a esas personas. Me arrepiento de no haber sido mas receptivo a esa parte del trabajo que conlleva ser escritor. También creo que el formato que he buscado de esos encuentros, es ahora cuando lo hago de la forma que más me llena. Hay una librería en Goya a la que voy casi todas las semanas. Y otra librería por la zona de Atocha, a la que voy también frecuentemente a pequeños encuentros con lectores. Quiero hablar de mi libro con la gente, pero quiero escucharlos. Quiero… acercarme a ellos, moverme… que me cuenten lo que han sentido al leerlo. Si se sienten identificados con un personaje o con otro.

-Eso ahora con esto de la pandemia es…

-Es complicado. Y no en todos los sitios lo puedes hacer. El esas dos librerías que te he dicho, hemos encontrado la forma de contentar a todos sin molestar.

-La verdad es que no me esperaba que me atendieras. Con todos esos vídeos que hay en internet sobre tus salidas de tono…

-A eso ya he contestado muchas veces. Y muchas otras personas conocidas lo han hecho también. No es algo que solo me haya pasado a mí. Por ser una persona conocida, no se presupone que todos tus días deban de ser buenos, ni estar de buen humor. Todos tenemos amigos con los que estamos charlando, o familia. ¿Debo dejar que un lector entregado me pase un libro para firmar por debajo de la puerta mientras estoy en el baño de un bar? Tú imaginate que vienes aquí, al “Puerto del Norte” a comer con un amigo de Londres que está de paso. Tienes dos horas para estar con él. Y de repente llega alguien y te pone un libro encima del plato de sopa para que se lo firmes. ¿Te enfadarías?

-En muchos de esos vídeos estás solo.

-Me dedico a escribir. Eso se suele hacer solo. Y me gusta hacerlo en locales públicos. Cuando escribes, estás tirando de un hilo que esta en tu mente, para llevar al papel todo lo que en ese momento tu mente va creando. Si ese hilo se rompe con una interrupción, puede que ya no puedas volver a esa historia en el punto en el que estaba. Eso es frustrante.

-Entonces, si te gusta escribir en sitios públicos, quiere decir que te inspiras en la gente que ves.

-Sí. O en imaginarme como puede ser su vida.

-¿Aciertas?

-Ni idea, no se lo he preguntado a nadie. Pero acertar o no, da igual. Solo se trata de inspirarte y sacar una historia. Esa persona que has visto, te ha inspirado un personaje o una situación. Puede que sea lo que me hacía falta para acabar una historia.

-¿Se te ha ocurrido algo cuando me has visto?

Jorge se echó a reír.

-Me vas a perdonar que no te responda a eso. Me lo guardo para mí.

-Si fuera que si, lo pondría en mi currículum. Cambiando de tema, ¿Cómo ves la situación de la literatura actual?

-¿Cómo la ves tú? Es una pregunta para estar hablando horas y horas.

-Si vieras mi programa, sabrías mi opinión. Mis seguidores lo hacen…

-Si viera tu programa y otros treinta o cuarenta compañeros tuyos, no tendría tiempo de escribir. ¿Te llamas Carlos?

-No, me llamo Roberto.

-Encantado Roberto. Me llamo Jorge.

Éste volvió a tenderle la mano para saludarlo. El gesto descolocó al influencer. Pero pareció que le había gustado. Había sido una sutil forma de traspasar al personaje y colocarse a la altura de la persona. Al influencer le pareció que le quería dar un mensaje claro: no soy un personaje, y quiero que lo tengas claro para que me trates en consecuencia.

-Eres muy distinto a la fama que tienes.

-He cambiado mucho últimamente. A parte, la fama que tenemos los personajes públicos está construida a base de momentos muy puntuales, muchas veces sacados de contexto. Volvemos un poco a lo que hemos hablado antes.

-¿Se podría decir que has superado ya la muerte de tu marido?

-Se podría decir. Aunque sobre eso, debería escribir un par de novelas. De las largas. Es un tema complejo.

-¿Tienes novelas cortas?

La pregunta le había salido con un cierto tono jocoso que a Jorge no le pasó desapercibido.

-Define novela corta.

-De menos de cuatrocientas páginas.

-A eso lo llamo relatos cortos. – bromeó Jorge.

El tal Carletto se echó a reír.

-¿Estabas escribiendo cuando te he asaltado?

-Sí.

-¿Algo especial?

-Reflexiones. Pequeños apuntes. Has tenido suerte que no estaba tirando de ese hilo que te citaba.

-¿Como escribes? Quiero decir. Esos apuntes que dices ¿Son parte de una obra mayor? ¿Son reflexiones?

-¿Tú escribes Carletto?

-Sí. Me gusta.

-O sea que te dedicas a hablar de libros y a parte escribes.

-Me apasiona escribir.

-Que me perdonen tus seguidores, porque seguro que ya lo saben, pero me gustaría conocer tus escritores preferidos. Españoles, me refiero.

-Estás entre ellos, si es lo que te preocupa.

-Hombre – Jorge sonrió – me preocupa sí. Pero no es el motivo de mi pregunta.

-Me gusta Ernesto Ducas. Y el tándem que ha hecho con su hijo Arturo. Encuentro grandes diferencias entre Ernesto cuando escribía solo a cuando lo hace con su hijo.

-Su universo ha cambiado – añadió Jorge sonriendo.

-Exacto. Me gusta Elisabet Benavent. Y M.ª Dolores Redondo. Me gusta Javier Marías. Y Alejandro Palomas. Sara Mesa. Me gusta Gómez Jurado. Me gusta Domingo Villar. Lorenzo Silva. Entre otros.

-Lees variado.

-Creo que me gusta lo que está bien escrito. Lo que me llega. No me gusta esa separación que hacen algunos críticos de novela literaria o de masas.

-Y dime Carletto. De mis novelas ¿Cuál es tu preferida?

-No podría quedarme con una sola. Me gusta el universo que has creado. Esos personajes que salen y entran en distintas obras. Me apasiona como aficionado a escribir como eres capaz de tener en la cabeza todo ese universo. Y como eres capaz de hacernos sentir parte de la historia. De reconocernos en tus personajes. Yo creo que no lo consigo, aunque lo intento.

-Quizás porque estás intentando imitarme. O imitar a Juan Gómez Jurado. O a Ernesto y Arturo. Debes crear tu propio lenguaje. Tu propio Universo. Eres joven y tendrás muchos amigos. Vivirás experiencias, conocerás vidas de gentes distintas. Observa y quédate con la esencia. Y luego, cuando te sientes ante el teclado, dales esa impronta a tus personajes.

-Parece que me estás haciendo la entrevista a mí en lugar de hacértela yo a ti.

-Una buena entrevista es un diálogo entre dos personas. Tu preguntas, yo pregunto, los dos respondemos. Si fuera una lista de preguntas a las que responder… eso es aburrido.

-De momento no he logrado hacerte ninguna de las que tenía preparadas. – Carletto le miró con gesto pícaro. – Y las pocas que he hecho, me has dado una larga cambiada.

-¿Por ejemplo?

-Lo que estabas escribiendo, has dicho que eran apuntes, ¿Forma parte de una obra más grande? ¿Como te organizas a la hora de escribir?

-No lo sé. Puede que quede ahí, en el baúl de los recuerdos. O puede que de ahí surja algo grande. A veces, tres frases escritas en el lavabo de un Hipercor, han acabado siendo una novela en las estanterías de la librería. Un relato corto de los que me gustan – Jorge puso cara de broma – de quinientas páginas, puede que esté en la carpeta de “descartados”.

-No me lo puedo creer. ¿Quinientas páginas y lo descartas?

-Todo se trata… de la finalidad por la que te pongas a escribir. Yo no escribo para publicar. Me encanta escribir. Ya tengo unas cuantas novelas en la calle y seguramente dentro de unos meses publique otra… o unos relatos… pero a mí… aunque el noventa y nueve de lo que escriba se quede en mis carpetas, seré feliz porque he podido escribir. Es lo que me gusta. ¿Ya te he respondido? Venga, dime la primera pregunta de esa lista que tenías preparada.

-A lo mejor ya es una bobada.

-Suéltala.

-¿Por qué hay tanta gente que te quiere mal?

Jorge se recostó en el respaldo de la silla. Era una de sus posturas preferidas cuando necesitaba pensar.

-Me gustaría que desarrollaras esa pregunta. ¿A qué te refieres en concreto?

-Hace unos días, se corrió el rumor de que te habían matado en plena calle junto a tu amigo Carmelo del Rio. Un tema de celos, decían. Esta mañana se ha vuelto a repetir la noticia. Esta vez con más difusión. Un vídeo se ha hecho viral. En él se os acusa a Carmelo y a ti de ser unos desalmados. Unos pederastas. Dirigentes de una mafia dedicada al tráfico de personas.

Jorge suspiró cansado de esa película.

-¿Esta vez hemos muerto los dos también?

-Sí, pero en sitios distintos. Tú en Malasaña. Él en Callao. Se dice que tú ibas a comprar droga. Durante muchos años se ha dicho que eras drogadicto. Nunca lo has negado.

-Nunca me han preguntado al respecto. No he tomado drogas a sabiendas nunca. He tomado durante unos años unas vitaminas que al parecer, no eran lo que parecían ser. En cuanto tuve la certeza de que en lugar de ayudarme, me convertían en un pelele, las dejé de tomar. Me costó, no te creas. Se podía decir que he tomado drogas muchos años, pero sin saber que lo eran. Nunca he ido a comprar a ningún sitio ni anfetaminas, ni heroína ni siquiera marihuana. De hecho, no he fumado un porro en mi vida.

-¿Por qué hay gente que te quiere mal?

-Ya tengo unos años. Es muy difícil que en cuarenta años, no me haya equivocado al tratar a algunas personas. Es tiempo suficiente para discrepar de algunas de ellas. Y eso produce enfados. Digamos que en ese tiempo que he tomado esas vitaminas, he estado rodeado de algunas personas poco recomendables. Algunas de ellas han actuado en mi nombre sin yo saberlo. Cuando alguien actúa así, no es para donar cien mil euros a Nuevo Futuro. Es para desarrollar negocios poco claros.

-¿Y tu relación con Carmelo del Rio? Se habla mucho de ella.

-Nos conocemos hace años. Nos queremos mucho. Nos apoyamos.

-Le acompañaste a Francia en el rodaje de una serie.

-Cierto.

-Os alojasteis en la misma habitación.

-Cierto.

-¿Y?

-¿Quieres que le ponga un nombre a esa relación? ¿Una etiqueta?

-Para aclarar los rumores.

-Tanto Carmelo como yo huimos de las etiquetas. ¿Qué diferencia hay entre dos amigos muy íntimos y dos novios?

-¿El sexo?

-Hay novios que no se acuestan. Y hay amigos que si lo hacen. Cada pareja es un mundo. ¿Son menos amigos unos o menos novios los otros?

-No marees la perdiz, Jorge Rios. – le pidió en tono de broma.

-¿No te dedicabas a hablar de libros? – Jorge le devolvió la broma.

El influencer se lo quedó mirando.

-Carmelo y yo nos conocemos hace muchos años. Me conquistó a los diez minutos de conocerlo. Solo que he tardado siete años en darme cuenta. Soy un poco lento para algunas cosas. Menos mal que escribiendo soy más rápido.

-No se que decirte. Una novela en esos siete años.

-Pero es larga.

Carletto se echó a reír.

-Eso es verdad.

-¿La has disfrutado?

-No desvíes la pregunta.

-¿Cual era la pregunta? Vale, perdona. Te voy a contestar. Quiero a Carmelo como no he querido nunca a nadie. Es la persona más importante de mi vida. Ahora, ponle la etiqueta que quieras.
-¿Os vais a casar?

-Sí.

El influencer se quedó sorprendido por la parquedad de la respuesta pero sobre todo, por la rotundidad.

-No me lo esperaba.

Jorge se encogió de hombros.

-Querías respuestas claras, más clara que un sí a secas, sin aditivos y sin matizaciones…

-Veo que vas acompañado…

-Desde hace unos días.

-Tiene que ser agobiante.

Jorge suspiró y se encogió de hombros.

-Toda mi vida lo que me ha gustado es escribir, ya te he explicado antes. El resto de cosas que lo acompañan, no me interesan. Pero no puedo ser un bicho raro aislado del mundo. Debo salir a escribir, observar la vida a mi alrededor. Hablar con unos, con otros, contigo. Como bien dices, hay personas que parecen empeñadas en que pague por los pecados de otros. O quizás por alguno propio también, aunque ahora mismo se me escapa que pecado puede ser. Tengo suerte de que me acompañan personas maravillosas. Que en poco tiempo se han convertido en amigos. No debo decir nada más al respecto.

-Pero…

-Sin ellos ahora mismo no saldría de casa. No me agobia su compañía. Me agobia la causa por la que no puedo venir aquí a escribir sin ellos.

El influencer se quedó callado unos segundos. Parecía dudar en como seguir con la entrevista. Jorge aprovechó y tomó la iniciativa.

-Dime Carletto. Pareces triste desde que te he confirmado que me voy a casar con Carmelo. Dime que estabas enamorado de mí en silencio. Dime que fantaseabas con acercarte y que la flecha del amor nos atravesara a ambos.

-Lo reconozco. Estoy enamorado de ti. Y no se me va a pasar ni sabiendo que tu corazón pertenece a otra persona.

-Creo que hubiéramos hecho una buena pareja. Pero no te pongas triste. Podemos ser amigos, que puede ser muy semejante a ser una pareja. Así enlazamos con nuestra controversia anterior respecto a los amigos y los novios.

-Pero yo soñaba con hacerte el amor cada noche.

-Es una lástima que nuestros tiempos de vida no se hayan cruzado en el momento adecuado. Pero quizás haya sido una suerte que eso haya sucedido. Ahora, sabiendo, puedes abrir los ojos y ver a personas a tu alrededor que estén deseosas que convertirse en tu persona especial.

El influencer hizo amago de levantarse. Jorge puso su mano sobre la de él y le retuvo.

-No te vayas. Acabamos de empezar a charlar. Sería una pena dejarlo así.

-¿Me acompañarías a mi casa?

Jorge se lo quedó mirando. No sabía que responder. Había algo que no acababa de encajar en su mente.

-¿Debo acompañar a Carletto o a Roberto?

-A Roberto.

-Pues vamos. Mis amigos deberán echar antes un vistazo. ¿Te importa?

-Para nada. Si no son escrupulosos con la limpieza.

Jorge se echó a reír.

-Te advierto que si has dejado calzoncillos usados en medio del salón, no los van a recoger para que no los vea.

-Eso es lo que quiero. Que los veas – le picó el influencer antes de dirigirse a su audiencia. – Queridos seguidores, por hoy hemos acabado. Pero os prometo que volveré en nada con una charla en profundidad sobre las obras de Jorge Rios. Jorge, ha sido un placer conocerte.

-Gracias. Lo mismo digo. Y estoy deseando tener esa charla sobre libros.

.

“-¡Abre Evarista! Soy yo. Te traigo una visita sorpresa.

-¡Voy! – gritó la aludida dentro de casa.

-Tranquilos, que todavía tardará un rato. Se estará retocando el peinado.

Pepa sonreía.

-No descansas, mi niño. – no dejaba de mirarlo.

Jorge se encogió de hombros.

-El otro día vi a Dani en la tele y también le noté ojeras. Estos chicos tan guapos, pueden ayudarte. No tienes que hacerlo tú todo.

Pepa señaló a Fernando y Raúl que lo habían acompañado al piso de Evarista.

-Ya me ayudan mucho. No les puedo pedir más.

Fernando le hizo un gesto de no estar de acuerdo. Raúl levantó las cejas como muestra de su disconformidad con esa afirmación.

Por fin, Evarista abrió la puerta. Fue ver a Jorge y poner sus ojos en blanco y taparse la cara de felicidad. Pero ese gesto fue solo momentáneo y lo cambió rápidamente por echarle los brazos para abrazarlo y besarlo.

-Es el destino. Algo me ha hecho ponerme esta mañana a hacer arroz con leche. Te lo prometo. Y luego he pensado: a ver a quien se lo regalo.

-Pues aquí tienes tres personas que se lo van a zampar. Porque me imagino que habrás hecho dos litros mínimo.

-Para hacer menos, no nos ponemos en faena – dijo sonriendo Pepa, apoyando a su amiga.

-Pero pasad. Fernando, te veo muy guapo.

Cambió a Jorge por tenderle las manos al policía que se las cogió sonriendo y se agachó para darla un beso en la mejilla.

-Te presento a mi amigo Raúl. Creo que el otro día no te lo presentamos.

-Hola Evarista.

-Ven, anda, dame un beso, no seas tímido. Si cuidas de mi Jorge, eres de mi familia. Y además eres muy guapo. Y a mí los chicos guapos…

-Menos mal que se lo dices tú, porque a nosotros no nos cree cuando se lo decimos.

-Es porque es tímido. Y no es tan presumido como vosotros. ¿Y esa chica que estaba el otro día? ¿Helga se llamaba?

-Está hoy ocupándose de unos asuntos.

-¿Salvando a otro chico? Me han dicho que últimamente os dedicáis a eso.

-¿Y quién te ha dicho?

-Tu sobrino mayor. Con tono de orgullo, por cierto. – respondió Pepa.

-Pero sentaros en el salón. Pepa, guíalos, mientras voy a la cocina a por el arroz con leche.

-Pues es una casita muy agradable. – dijo Jorge echando un rápido vistazo. – Para ti sola está muy bien.

-La otra ya se me hacía muy grande para limpiar y para todo. – Contestó Evarista desde la cocina – Y estaban las escaleras del portal. Aquellos ocho escalones me costaban la vida con la compra. Aunque Gaby siempre que puede me la trae. Tienes un hermano que es un sol. Y algunas veces los niños lo hacen. Si se enteran sus abuelos que traen la compra a estas viejas putas, como nos llaman…

-Creo que es otro epíteto el que nos dedican. – se rió Pepa.

-No les hagáis ni caso – dijo Jorge.

-Eso es lo que tienes que hacer tú – le recriminó Pepa. – Has estado quince años sin acercarte por no sé que razones de que no se enfadaran con nosotras o con tu hermano. ¿Para qué? ¿Para que al final se enfaden igual?

-¿De quién habláis?

Evarista acababa de entrar en el salón con un bol lleno de arroz con leche.

-De tu amiga Paca y de su marido Pepe Lui.

-A esos ni caso. El caso es que cuando les conocí no eran así.

Evarista iba a volver a la cocina a por los cuencos y las cucharillas, pero Fernando se lo impidió.

-Ya voy yo, no te preocupes. Tú siéntate.

-Que majo. Trae también los bizcochos que he dejado al lado de los cuencos.

-Claro.

-¿Y que les hizo convertirse en las personas que son ahora?

Pepa y Evarista se miraron. Ninguna parecía tener respuesta a esa pregunta.

-No lo sé. Alguna vez lo hemos comentado. Pero… quizás que la tienda iba bien y pensaron que estaban a otro nivel que los demás. O que alguien les fue comiendo la cabeza. Algunos de esos clientes importantes que empezaron a tener. Algunos, a pesar dinero que manejaban, no eran buena gente. Llegaban con sus coches imponentes. Aparcaban justo delante de la tienda, aún en prohibido. Alguno incluso traía chófer.

-Me da en la nariz, que a parte de llenar a tus padres la caja registradora, les llenaron la cabeza de tonterías. No encontramos otra razón.

-¿Los sigue teniendo Gaby de clientes?

-Alguno quedará, imagino. Pero a la mayoría, les fueron quitando. Gaby tiene la tienda a tope. Pero otro tipo de gente. Tiene clientes adinerados, porque sus elaborados tienen prestigio. El chico de reparto ahora lo tiene a jornada completa. Y algunos días tiene que ayudarlo, porque no da a basto. Y tiene dos trabajadores para hacer esas delicatessen. ¿Así se llaman? Pero a esa gente que estaban con tus padres, los fue echando poco a poco.

-¿Y eso?

-Porque no … – Pepa, que había tomado el relevo de su amiga, no encontraba la forma amable de expresarlo. – Esa gente era mala. Eran … de los que te ponían a parir. Decían barbaridades de ti. Pensaban que como tu hermano se había quedado con la tienda, era afín a las ideas de tus padres y que no se hablaría contigo. Y resulta que no era el caso. Y Gaby, fue cortándoles. Es algo que no permite a nadie. Que te falten al respeto. Ni a ti, ni a tus hermanos.

-Ni a Carmelo o Martín. Lo que nos gustó conocerlo el otro día. Es un chico majísimo.

-Pero eso a lo mejor, eran clientes. Y por lo que entiendo, de dinero. Para vender solomillos…

-Tu hermano no es así. Y Elvira tampoco. Y te advierto que en eso, Elvira es más radical. No soporta que hablen mal de ti. Que te insulten. No es que uno diga: Pues no me gustan sus novelas. Ese no es el problema. Por vender solomillos de ternera gallega, no se pliegan a que te falten al respeto. Ni a ti, ni a Nati, ni a Miguel.

-El problema es que le llaman pederasta, degenerado, pervertido, ladrón, que no escribe lo que publica sino que se lo roba a otros… un tipo que se pasea por Madrid para mirar el paquete de los chicos que luego sodomizará.

Fue Raúl el que hizo ese resumen.

-Estamos entre amigos, y no hacen falta circunloquios – sentenció de nuevo el policía. – Estamos cansados de oírlo. Es su táctica, intentar que la gente piense que Jorge es lo peor. Pero son tontos, porque luego, cuando lo conocen, lo convierten en algo más grande. Solo hace falta estar cinco minutos con él para darse cuenta de que es un tipo que merece la pena. Y que a poco que te descuides, se convertirá en alguien importante en tu vida.

Jorge le sonrió y le guiñó un ojo. Raúl se encogió de hombros.

-Tienes razón, Raúl. En todo. – Evarista también le miraba con dulzura.

-Y Gaby, tu hermano, es como Raúl. Radical y directo. Poco a poco se los fue quitando. En cuanto uno de ellos te denostaba o te insultaba, le decía con buenas palabras que era mejor que se buscaran otra carnicería. Elvira con alguno la tuvo más gorda. Como es mujer, pensaron que podían con ella. Alguno luego fue dónde Gaby, pensando que la iba a desautorizar. Pero al revés, era entonces cuando él se ponía más serio.

-¿Y no fueron a mis padres?

-Todos. Pero Gaby no cedió. No hace falta que te digamos que eso le supuso broncas a lo grande con ellos.

-Tu hermano hay pocas cosas en las que es intransigente. Una de ellas eres tú. Eres su hermano y no consiente que nadie te falte al respeto. Porque además te conoce bien y sabe como eres y lo que vales.

-Le empezaron a amenazar con quitarle la tienda. Pero entonces, compró un local más grande y mejor situado. No es nada nuevo para ti, porque le ayudaste a pagarlo.

-Y eso a tus padres les dio miedo. Porque nadie querría su local si Gaby abría otro cerca. Y eso es dinero. Porque tus padres no le perdonan ni un céntimo del alquiler que tiene pactado. Y es más, necesitan ese dinero para seguir presumiendo de triunfadores. A tu madre se le llena la boca cuando queda con las amigas de como trabajaron duro y como se convirtieron en una de las mejores carnicerías de todo Madrid.

-Y lo dice moviendo mucho los brazos para que se la vean bien todas las pulseras que lleva. O juguetea con los collares de perlas.

-Y a veces, tus padres le han subido a tu hermano el alquiler por encima de lo que debían. Ahí mira, Gaby se plegó.

-La amiga Paca es una impresentable. Porque el marido es un paquete. Es como los muñecos del Moreno ese, ese que asentía exagerado. Pues el mueve la cabeza y otras partes de su cuerpo, al son que dicta “la Paca”.

-Pues se les va a joder de todas formas – dijo Jorge rotundo. – Por cierto, Nana, este arroz con leche… creo que al final has hecho poco.

-Hay más en el frigo – dijo la aludida sonriendo.

-Fer, vete por favor a por el otro bol – le pidió Jorge. – Es que os lo habéis zampado todo entre Raúl y tú. Sois lo peor.

-No tienes vergüenza escritor. Si casi no me has dejado probarlo.

-El de Carmelo es bueno. Pero éste… voy. No te pongas nervioso – se burló de Jorge.

-¿Se han enterado mis padres de lo de la tienda nueva?

-Creemos que no. Lo han llevado con mucha discreción. Nadie en el barrio sabe. Ven las obras pero los trabajadores no sueltan prenda.

-Entre otras cosas porque no saben nada – dijo Jorge. – Le busqué una empresa que se dedica a dirigir reformas. Son ellos los que dan la cara. Se reúnen con Gaby y Elvira fuera del barrio.

-De tan listos que se creen, son tontos. Gaby nos contó el otro día que le han mandado un burofax para anunciarle que le suben el alquiler al doble. Fue después de vuestro encuentro familiar en la calle.

-Y Gaby les ha contestado, a través de un abogado, que como han incumplido el contrato, dejan el local en un mes. Y piden la devolución de la fianza íntegra. Y les advierten que se reservan el derecho de reclamar daños y perjuicios por la ruptura unilateral del contrato.

Jorge sonrió. Ya sabía de esas cuestiones, porque el abogado de su hermano era Óliver. Se iba e encargar de todo. Incluido de pedirles una indemnización.

-Irán a mirar con lupa.

-Y se lo encontrarán todo tal y como se lo dejaron a Gaby – explicó Jorge. – Con la misma maquinaria que hace casi veinte años empezaron ellos. La hemos guardado en un guardamuebles. La volverán a colocar en el mismo sitio en el que estaban. La nueva maquinaria la van a retirar toda, aunque no la necesiten para la nueva tienda, que es toda nueva.

-¿Te crees que el otro día que fueron a comer los niños a su casa, les intentaron comer la cabeza? Que si no iba a tener dónde comer, que si la ropa se les caería de vieja, que qué iba a ser de ellos. Que por ellos, lo que fuera, pero que a sus padres, nada de nada. Que sus padres estaban locos. “Se han dejado comer la cabeza por el degenerado de vuestro tío. Vosotros ni os acerquéis, que tiene la mano muy larga”.

-Nos vino a contar Rafita.

-¿De verdad que les dijo a los sobrinos de Jorge que tiene la mano muy larga? – Fernando alucinaba.

Pepa y Evarista asintieron con la cabeza.

-¿Y fue Kevin a la comida?

-No iba a dejar a su hermano solo. Aunque casi… Rafita lo cuenta muy gracioso. Es que además, pone la misma cara de pillo que ponías tú a su edad. Parece que tuvo que apretar la pierna de Kevin para que no saltara. Le debió dejar moratón y todo.

-Dulce no fue. Ya no traga con ellos ni por su hermano. La última vez que estuvo con los abuelos, salió Dani en la tele y le pusieron a parir. La niña no dijo nada. Se levantó y dijo que se había dejado las bragas en el vestuario y que tenía que ir a buscarlas.

Jorge se echó a reír.

-¿Se lo dijo así?

-Eso dice. Y nos lo creemos. Dulce… con lo que quiere a Dani.

-¿Les va a dar tiempo a acabar la obra? – preguntó Pepa.

-Ya está. Están instalando la maquinaria. Falta algunos detalles de la decoración. El resto ya está todo. En dos semanas, harán el traslado. Cerrarán un sábado, para que les de tiempo. Vendremos a ayudarles. Y como ese local tiene una entrada de mercancías por la parte de atrás, no se darán cuenta. Así que tenéis que poneros guapas para la inauguración.

-Habrá que pedir hora en la pelu.

-Y espero que vengáis cogidas de mi brazo – les dijo Jorge sonriendo.

-¿Vas a venir?

-Sí. Fernando me hizo ver después de nuestro encuentro con mis padres el otro día que era incongruente mi forma de actuar con lo que les pedía a algunas personas cercanas. Así que esa tarde de lunes, la de la inauguración, vendré a celebrarlo. Vendrá también Dani, claro, Fernando y Raúl, por supuesto, y todos los amigos que podamos reunir. Quiero que sea una gran inauguración. Es hora de que presuma de mi hermano, de mi cuñada y de mis sobrinos.

-Gaby nos ha comentado que un amigo tuyo que tiene un restaurante les compra a menudo.

-Biel Casal, sí. Se lo recomendó Dani. Mandó al cocinero para que echara un vistazo. Le gustó el género y empezó a comprarles. Cada vez les compra más.

Jorge le hizo un gesto a Fernando, que sacó una tablet de su bandolera.

-A lo mejor, aprovechando la visita, nos podíais ayudar en algo.

-Claro, guapo. Si me lo pides tú, lo que quieras.

Evarista puso su mejor cara de mujer fatal. Pepa, que estaba sentada a su lado, le dio un golpe en el hombro. La otra le hizo un gesto para que la dejara en paz. Jorge y Raúl se sonrieron mirándose cómplices.

-¿Conocéis a esta mujer?

Evarista se puso las gafas que tenía colgadas del cuello y miró la foto que le enseñaba Fernando. Éste pasó otra foto, y luego otra. Evarista le cogió la tablet y movió las fotos a su ritmo. Pepa se acercó a ella para poder ver mejor.

-La Campero.

-Menuda engreída. Su padre la tenía así. – hizo un gesto con el dedo levantado.- Ella no vale nada. Vive a la sombra de su padre. Ese los tiene bien puestos. No es fácil llevarle la contraria. Aunque con nosotras pilló en hueso.

-Pero nos respetó. Y acabamos siendo casi amigos.

-Tanto como amigos…

-¿Cómo se llamaba? ¿Camila? – apuntó Pepa.

-No. Empezaba por “C” pero no era Camila. ¿Carmen? No, tampoco.

-¡¡Carlota!! – dijo triunfante Pepa por haberse acordado.

-Era inseparable de tu “novia” Nadia.

-¿A sí? – dijo Jorge sorprendido.

-No se separaban ni para mear. Llegué a pensar que eran pareja. – apunto Evarista.

-Era la rica y la arribista. La rica, Carlota. La arribista, su amiga Nadia, que le hacía de sirviente, de mensajera para sus ligues.

-¿Y la he conocido yo? – Jorge estaba despistado con ese descubrimiento.

-Posiblemente. Eras muy guapo y tenías tu público. Eras buen estudiante y muchos se acercaban para que les ayudaras.

-¿Y no se metían con él por ser un empollón y gay? Creo haberte oído que eso lo supiste pronto y que nunca lo dudaste ni casi lo ocultaste a nadie, salvo a tus padres.

-Primero, tenían que salvar a sus dos hermanos mayores. Miguel y Gaby, cuidado con ellos. Meterse con sus hermanos pequeños, era algo que no consentían. Y Miguel, tenía la mano muy larga. A la primera, soltaba un sopapo que dejaba sentado al más gallito.

-Y luego, Manolo tomó cartas en el asunto. Se aplicó en enseñar a Jorge a defenderse.

-Como antes había hecho con Miguel y con Gaby.

-Y luego hizo con Nati – dijo Jorge sonriendo.

-A los pocos meses, Jorge no necesitaba que nadie le defendiera. Además lo hacía de una forma muy tranquila. Nada de aspavientos. Les dejaba acercarse y les soltaba unos tortazos de campeonato. Cuando todos se dieron cuenta que Jorge ya no necesitaba a sus hermanos, le dejaron en paz. Porque a parte de las tortas que les daba Jorge, luego iban Miguel y Gaby y les volvían a dar.

-Además, ninguno luego tenía problemas en las manos. No sé que les enseñó o como lo hizo Manolo, pero consiguió que tuvieran las manos duras, resistentes.

-El decía que quería que sus manos fueran puños americanos.

-También lo hizo con sus hijas.

-Así que Jorge era un empollón respetado.

-Luego además, empezaron a pedirle que les escribieras las redacciones. Siempre sacaba las mejores notas. Menudo negocio montaron éste y su hermano Gaby.

-Y yo creo que a sus compañeros, cuando le decíamos que las leyera en voz alta, les gustaban. Y por eso no necesitaron mucho para que el negocio prosperara.

-¿Y lo hacía? ¿Vendían redacciones a sus compañeros de clase?

-Con algunos – dijo Pepa. – Aunque tanto a Evarista como a mí no nos podían engañar. Enseguida distinguíamos tus redacciones. Luego, creo que dejaron de vender trabajos para los del mismo curso. ¿No? – Pepa miró a Jorge que se encogió de hombros sonriendo.

-¿No habréis guardado esas redacciones? – la pregunta la hizo Fernando, poniendo su mejor gesto de esperanza.

-Claro. Las requisábamos. Al menos hiciste treinta redacciones a tus compañeros. Algunos repetían a pesar de que les pillamos. Tú intentabas disimular tu estilo. – la respuesta de Pepa fue contundente.

-Pero a nosotras no nos podías engañar. – añadió Evarista.

-Una vez, casi lo consigue. En tu clase.

-Es cierto. Raúl, majo, abre ese armario que tienes detrás de ti, por favor. Y saca una caja azul. A la derecha. Esa sí.

Raúl hizo lo que le pidió Evarista. Le tendió la caja a la dueña de la casa. Ella la abrió y empezó a buscar en ella. Estaba llena de papeles bien protegidos en fundas de plástico.

-Lo habéis guardado con cuidado – Fernando las miraba sorprendido.

-Son de Jorge. Son de nuestro niño. Somos unas privilegiadas. Hemos ido viendo como se hacía como persona y como escritor. Esta caja es la de las redacciones confiscadas a sus compañeros. Ellos solo las copiaban. Y como podrás ver, mal, porque Jorge no hacía ninguna falta de ortografía. En casa de Manolo, sobre todo escribía allí, hasta que se mudó a esa casa de enfrente de la casa de Pepa, estarán los diccionarios que utilizaba. Todos manoseados hasta la extenuación.

-Y los de sinónimos y antónimos.

-¿Leéis a Jorge? – les preguntó Evarista.

-Los dos – contestó Raúl con presteza.

La mujer buscó un rato. Al final encontró lo que buscaba. Se la enseñó primero a Pepa que sonrió asintiendo.

-Lee a ver si te suena. Es la que os contaba del cambio de estilo y que casi nos despista.

Jorge miraba a sus nanas intrigado. No alcanzaba a imaginarse lo que tramaban. Raúl cogió la funda con una redacción escrita en papel cuadriculado. Había un 0 con rotulador rojo presidiendo el papel.

Raúl empezó a leer. A mitad de la primera cara se detuvo y miró a Evarista. Esta le sonrió.

-Sigue.

Raúl leyó el resto de la redacción sin levantar la vista del papel. Cada línea que leía, su sonrisa se ampliaba. Cuando la acabó de leer, fue a decir algo, pero Evarista le hizo un gesto para que callara. Le pidió el papel y se lo pasó a Fernando. Éste lo puso encima de la tablet que tenía en la mano y empezó a leer. Llegado un momento se paró levantando las cejas. Pero apenas echó un vistazo a las nanas y a Raúl y siguió leyendo. Cuando acabó se recostó en la silla. Tenía su mejor cara de asombro puesta en su rostro.

-¿Cual es el veredicto? – preguntó Evarista, segura de que habían reconocido el texto.

-Es el primer capítulo de “deRosario”. – dijo un asombrado Fernando mientras Raúl asentía con la cabeza.

-Jorge – Raúl lo miraba como si estuviera observando a un extraterrestre.

-Quince años cuando escribió eso. – dijo una orgullosa Pepa.

-Entonces ¿”deRosario” fue la primera novela que escribiste? – era Raúl el que hizo la pregunta que rondaba también a Fernando.

Jorge se sonrió y levantó las cejas. Suspiró antes de contestar.

-En realidad no. Fue la segunda. “Las Gildas” fue la primera que acabé. Aunque no fue la primera que publiqué.

-¿Sabes que esta redacción se la escribiste a Carlota Campero? Viene el nombre en el encabezamiento.

Jorge se encogió de hombros.

-No recuerdo a esa mujer. Posiblemente Gaby la recuerde. Era el encargado de las ventas.

-Gaby hacía de intermediario. Tenían un negocio los dos hermanos de vender redacciones y trabajos. – explicó de nuevo Pepa.

A Raúl le salió una carcajada del alma. Fernando fue el que puso voz a los que pensaban los dos.

-El que es acusado de plagiar continuamente, resulta que surtía de redacciones y trabajos, no solo ya a sus compañeros, sino a la mitad de los estudiantes de Madrid. Y porque estas cayeron en manos de tus nanas. Pero otros profesores las darían por buenas.

-Pero no acabas de entender las implicaciones de todo esto – Raúl le miraba con los ojos muy abiertos. – Si el padre de Carlota seguía los estudios de sus hijos, leería esto. Me imagino que según ibas pasando de curso, los trabajos serían más largos y complejos. A lo mejor alguien te pidió que le escribieras una novela corta para un curso de “yo que sé”. Bonifacio Campero, cuando llegó tu novela a su editorial, ya sabía de ti. Ni Nando ni leches. Él ya te conocía porque habías escrito cosas para sus hijos. A lo mejor lo hiciste también para su hermano. Vete tú a saber si fue él el que te encargó cosas por mediación de otros. A lo mejor fuiste el “negro” de alguno por ahí.

-¿Cómo se llamaba el hermano de Carlota? ¿Sabéis?

Fernando hizo la pregunta.

-Tirso.

Evarista fue la que respondió. Y el resto, se quedó sin palabras.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 53.

Capítulo 53.-

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Jorge ni en sus mejores sueños, hubiera imaginado un recibimiento como le dieron sus amigos del barrio, los vecinos de su niñez, de su juventud. Ya al llegar al restaurante, le esperaba un mar de abrazos y de besos. Sus sobrinos los primeros. Los niños de Pol y Helena. Elvira su cuñada lo abrazó con mucho cariño. Sus nanas volvieron a ejercer de tales. Eran sus valedoras y sus mayores propagandistas. Kevin, el mayor de Gaby, había llevado, no uno de los tomos de cuentos, sino todos. Ya era momento de presumir de lo que les había escrito su tío y les había dibujado su otro tío. Fernando y Carmelo alucinaron al ver lo cuidada que era la edición, las maravillosas ilustraciones de su hermano Miguel y los cuentos en sí, que eran divertidos, entretenidos, llenos de magia y alegría. Flor le recriminó enfadada que no pusiera esos cuentos al alcance de todo el mundo.

-Mis hijas disfrutarían con estos libros no sabes cuanto.

-Te damos un ejemplar, tenemos varios. – le dijo Kevin.

-Kevin, gracias. Pero … son vuestros. Son un… regalo de vuestro tío. Yo lo que quiero es ir a la librería y comprarlo. Y traerlo aquí para que me lo firme el autor y cuando pille a Miguel R. me lo firme también. Recomendárselos a mis amigas para sus hijos. Para mis sobrinos.

Pepa había cogido el archivador en dónde guardaba cuidadosamente organizados todos los relatos, las cartas, las felicitaciones que les había escrito Jorge desde que tenía trece años. No lo quiso abrir, para no quitar el protagonismo a los cuentos de los niños. A estos les hacía mucha ilusión poder enseñarlos y presumir de ellos. El comentario de la policía, les había llenado de orgullo. Se sentían unos privilegiados.

Rafa, el pequeño, se sentó entre las dos nanas. Parecía que había llenado el vacío que les dejó Jorge al hacerse mayor. Todos decían que Rafa era de todos los sobrinos el que más se parecía a Jorge en su forma de ser. Era imaginativo, también le gustaba escribir, aunque no le gustaba enseñar sus historias. Solo se las enseñaba a las nanas, que las leían con la misma atención y ganas que habían leído a Jorge. Además, Rafa tenía la misma edad que Jorge cuando empezó a plasmar en el papel todo lo que su mente imaginativa no dejaba de crear en ningún momento.

Dulce en cambio, enseguida buscó la compañía de Carmelo. Desde el día que Carmelo apareció por sorpresa en casa del escritor y estaban de visita Elvira y Gaby con los niños, la niña quedó hipnotizada por el hechizo del actor. Además empezó a llamarlo Dani. Así podía hablar de él sin que nadie supiera a quien se refería.

El mayor, Kevin, siempre había sido de Jorge. Mantenían eternas conversaciones sobre cualquier tema. Hasta le contaba de sus ligues femeninos. Hablaban frecuentemente por teléfono. En su móvil, por si acaso, Jorge aparecía como Blas Tudor. Pocos sabían que hacía referencia al pseudónimo que estuvo tentado de usar Jorge para publicar. Y menos sus abuelos, que en realidad, era a los que pretendía engañar con ese subterfugio.

Las dos mesas que habían reservado, al final se convirtieron en todas las mesas del restaurante. Los prolegómenos se fueron alargando y los comensales habituales se fueron yendo y dejando su sitio a esos vecinos que querían compartir mesa, mantel, charla y fotos con Jorge Rios. Gaby había acertado al pronosticar que tanto las nanas como Julián y David, los amigos que había saludado cuando acompañaron a Evarista para que descansara de su paseo y se tomara su aperitivo de todos los días, harían de pregoneros. Elvira, su cuñada también contribuyó. Adoraba a su cuñado y, aunque no quería enfrentarse a sus suegros por los niños y porque eran sus caseros en la carnicería, cada vez le costaba más contenerse.

-Le he mandado un mensaje a Martín por si quería acercarse.

Rafa se había acercado a su tío, abandonando momentáneamente a las nanas.

-¿Ah sí? ¿Te apetece verlo?

-Sí. Todos le queremos mucho. Y es el sobrino que te falta aquí – le dijo poniendo cara de pillo.

Jorge abrazó al niño que aprovechó y se colgó de su cuello.

-¿Va a venir?

-Me ha dicho que salgas a buscarlo, que no acierta. Ha venido en metro. Debe estar un poco dormido – otra vez la cara de pillo.

-Gaby ¿Me acompañas?

-Me uno a vosotros. Así tengo disculpa para fumar un cigarrillo.

-¿Cómo te ha dado hoy por ahí? – le preguntó a Carmelo.

-Tengo antojo desde esta mañana. Así tengo disculpa para sablearle a Fernando y castigarle por habérseme adelantado con las nanas.

Salieron los tres con Fernando y algunos de sus compañeros. Jorge llamó a Martín.

-¿No tienes un hotel delante? ¿El 4C Bravo Murillo?

-Pues no. Tengo una churrería.

-No te muevas que vamos. – le gritó Gaby al micrófono del móvil de su hermano.

-Acabó ayer a las mil de rodar. No sé ni como ha contestado a Rafa. – comentó Carmelo.

-Mi hijo pequeño he de decir que… tiene un algo que es muy complicado negarle nada.

-Vaya, pensaba que ese efecto solo lo tenía en mí – opinó Carmelo. Jorge se echó a reír.

-Es el que más se parece a Jorge – Gaby miraba a su hermano sonriendo.

Ya habían llegado a Bravo Murillo. Fue Carla la primera que lo vio. Le saludó levantando el brazo. Martín los vio y se aprestó a cruzar la calle.

-¿Te ha sabido bien el cigarrillo? – preguntó Jorge a Carmelo mientras lo apagaba en el cenicero de una papelera.

-Al menos me he quitado el antojo. Ya sabes que en realidad no me gusta fumar. Pero a veces tengo antojo.

-¿Tan mal ha ido el rodaje?

-Es que… ya verás, Martín debe ir dentro de unos días. Para repetir por enésima vez escenas que rodamos hace un año. Hoy he rodado con Nerea, lo que antes había rodado con Tamara y lo que en el original rodé con Fina. Personajes desdoblados… una locura.

-¿Qué rodaba Martín ayer?

-Esa otra peli que ha empezado ahora. “La vecina del 2º derecha.” Hoy han rodado en exteriores de noche. Es un papel pequeño. Bueno, tampoco tan pequeño. Me ha sonado cuando lo he dicho que tiene tres escenas. No es el protagonista, me refiero. Pero tiene su enjundia y su trama.

Gaby, Carmelo y Jorge esperaban a Martín en el semáforo. Martín corrió cuando se puso verde para saludarlos.

-Estoy medio atontado. Me acabo de levantar de la cama. Casi me voy al Pinar de Chamartín. He salido del vagón por los pelos. Y luego me he equivocado de salida y mira que Rafa me lo ha explicado guay. Gaby, hacía tiempo que no te veía.

Martín abrazó al hermano de Jorge. Luego besó en la mejilla a Carmelo para acabar abrazando y besando a Jorge. Nuevamente su intensidad y cercanía era más que la habitual, sobre todo si había gente delante.

-De Jorge nos podíamos esperar cualquier cosa, pero de ti Gabriel, que te quedes ahí mirando como tu hermano morrea a ese joven… será uno de esos con los que se junta. Un prostituto o como se llamen los maricas que ofrecen su culo por un par de euros

Martín miró sorprendido a la mujer que había dicho tales improperios. Le llamó la atención la cara de asco con la que los miraba. Luego miró alternativamente a Gaby, a Carmelo y a Jorge. Carmelo mantenía el gesto serio. Gaby parecía contrariado y camino del enfado. Y Jorge había elegido un gesto de indiferencia. Tenía claros los consejos que le habían dado los amigos del barrio desde su llegada hacía unas horas. Y el comentario de Fernando. Y estaba en disposición de seguirlos.

-Mamá, papá, os veo estupendos.

-Hipócrita – exclamó su padre. Lo hizo con tanta fuerza que todos pudieron ver como gotas de saliva salían escupidas de su boca.

-No, de verdad lo pienso. Tanto odio os mantiene en forma.

-¿A qué has venido? ¿A ponernos en contra a los vecinos? A lo mejor te llevas una decepción y eres tú el que te vas con el rabo entre las piernas.

-Tranquilos, hasta ahora solo he hablado con los que odiáis. Para mí mejor, porque no he sufrido ninguna decepción. Y si pensáis que a estas alturas, algo de lo que hago o pienso está condicionado por vosotros, siento decepcionaros.

-Te hemos dicho muchas veces Gaby que no nos parece bien que te juntes con este tipo de gentuza y…

-Y yo os he dicho otras tantas, que soy mayor para decidir con quién me veo o con quién no. Y mi hermano pequeño, es una de mis personas queridas. De hecho, la más querida, al alimón con mi mujer y mis hijos. Y eso no va a cambiar por mucho que os empeñéis.

-¿Y te parece bien que copule con ese joven? Mal está que lo haga con ese… deshecho de la sociedad, pero… – era claro que se refería a Carmelo. – … con ese niño… si será menor. Está claro que los invertidos son unos tarados éticos y morales. Por eso prefirió meterse escritor que seguir con un trabajo bueno en el Bilbao. Total, para vender esa bazofia que además sabemos que ni las escribe él…

-Mejor nos vamos a lo nuestro – dijo Jorge mirando a su hermano y a Carmelo.

-Huye, es lo que siempre haces. Eres un cobarde hijo del diablo.

-En realidad soy tu hijo. Para vuestro pesar y para el mío.

-No eres hijo nuestro. Dejaste de serlo el mismo día en que diste la espalda a un modo de vidfa decente. Nosotros no criamos a seres sin moral, sin oficio o beneficio. Un hombre arisco y que se mueve entre ladrones y putos. Que escribes monstruosidades que van contra la ley de Dios para pervertir a la juventud y convertirlos en deshechos de la sociedad y que abandonaste a tus padres cuando te necesitaban. Dejaste de ser nuestro hijo en cuanto decidiste seguir ese camino de mala vida y apartarte de ser una persona de bien. Te lo avisamos: no queríamos en nuestra familia a un degenerado como tú.

-¿Te refieres papá a cuando hicisteis caso a ese amigo envidioso que os dijo que nadaba en el dólar y queríais comprar el piso de al lado al vuestro y reformarlo todo a cuenta de una de esas monstruosidades de novelas que decís? Eso fue si no recuerdo mal, mucho después de que dijerais eso de que había dejado de ser vuestro hijo, por cierto, delante de todo el barrio, en la calle, donde me bajasteis dos maletas con las pocas cosas que quedaban en vuestra casa. Porque mi dinero os recuerdo proviene de mis libros, esas monstruosidades. Y mi dinero, proviene de mi decisión de no seguir vuestras directrices. Pero luego, para pedirme dinero, sí volví a ser vuestro hijo. Y mis libros, no son tan monstruosos si os proporciona la mejor casa del barrio, para pasárselo por la nariz a los amigos y vecinos ¿No? Eso si que es hipócrita. Vuestro discurso sobre la ética y Dios, son patrañas. Lo único que queréis es sacar tajada, ser los más admirados del barrio y os frustra que vuestros hijos de hayan buscado un futuro ellos solos. Sin seguir vuestros designios.

-Eso es mentira.

-Os recuerdo como sucedieron las cosas. Os lo repito, por si antes no lo habéis oído. Tenéis mala memoria para lo que queréis. Y escucháis también lo que os da la gana. Un buen día, en medio de la calle, me pusisteis dos maletas con mis cosas, y me dijisteis que no queráis que volviera a pisar vuestra casa. No queríais viviendo a vuestro lado a un degenerado como yo. “Ya no eres hijo nuestro”. Cambiasteis la cerradura de casa, porque no tuvisteis agallas para pedirme las llaves. Y dijisteis a todos que eso era así, porque no os fiabais de que no fuera a vuestra casa cualquier noche a robaros. Casi os podría repetir uno por uno los insultos y vejaciones que me escupisteis ese día. Recuerdo a Evarista y a Pepa, a Manolo, a David, a Ubaldo a Petra, a Cami, a Ramona, a Rosa, a Pili, a Menchu, a Jacinto… como os miraban con la boca abierta y como os intentaban tranquilizar. Los insultos que dedicasteis a Evarista y a Pepa que ellas no contestaron para no empeorar la situación. Todo fue una patraña, porque hacía meses que no vivía en vuestra casa, pero os apetecía hacer esa obra de teatro. Os pensabais que la gente me iba a dar de lado, pero todos en el barrio sabían desde muchos años antes, como era. Desde ese momento, dejasteis de ocupar ni un segundo de mis pensamientos. Pero claro, resulta que me publican una novela. Y algunos de mis “amigos” os van a contar que me he forrado. Era mentira entonces. Pero vosotros visteis la posibilidad de cumplir vuestro sueño a costa del dinero que ganaba ese degenerado de vuestro hijo Jorge. Para eso, para pedir dinero, yo no era tan despreciable. Y volvía a ser vuestro hijo. Mira que casualidad: Jorge tiene dinero, no el sueldo del banco, sino dinero, y ya vuelvo a ser hijo vuestro. Ya no soy un deshecho de la sociedad.

-Maldigo la hora en que te parí. Ojala hubieras nacido muerto. Eso no se le dice a unos padres. Con lo que hemos hecho por ti, con lo que nos hemos sacrificado… Y de eso, no pagaste nada. Nos dijiste que no. No nos engañan los intentos de tus hermanos de limpiar tu imagen. Nosotros te conocemos muy bien. Eres un engendro del diablo, desagradecido y que solo buscas pervertir a los jóvenes para penetrarlos sin descanso, fornicar a cada momento con niños indefensos. Lo dice todo el mundo. ¡¡Degenerado!!

-Os dije que en ese momento no tenía dinero para hacer eso. Que esperarais. Pero claro, siempre creéis al que habla mal de mí, al que os cuenta mentiras sobre mí. Solo veis los vídeos en que salgo mal. En los que hay gente que me pone a parir. Eso es lo que os gusta, que machaquen a vuestro hijo porque no se plegó a seguir la vida que habíais preparado para mí. Ni un beso recuerdo que me dierais. Ni una palabra de ánimo. Ni a mí ni a ninguno de mis hermanos. No leísteis ni uno solo de las historias que escribía cuando era pequeño. Miento, leísteis algunas. Y la cara de asco que pusisteis cuando llevabais leído apenas un par de líneas, la recuerdo perfectamente. No recuerdo una palabra de ánimo a Gaby con su pintura. Ni a Miguel por sus ilustraciones. Tampoco apoyasteis a Nati con su gusto por el diseño. Todas esas aficiones eran para vosotros indignas. Lo siguen siendo. Pero Nati se gana la vida con la suya, y se la gana bien. Miguel sigue haciendo ilustraciones y dibujando. Ha colaborado en varias publicaciones de novelas gráficas, a parte de seguir con su trabajo. Y Gaby sigue pintando. Y os prometo que es bueno. Lo que no acierto a entender es como de vosotros, pudimos salir cuatro hijos con distintas habilidades artísticas. Ni como fuimos capaces de no tomar la decisión de tirarnos a un acantilado. Es claro que no lo hicimos porque los cuatro nos apoyamos. Y tuvimos la ayuda de otras personas del barrio que sí apreciaron esas habilidades. Y nos dieron el cariño que vosotros fuisteis incapaces.

-Eran malas esas redacciones. No te íbamos a decir que eran buenas.

-No se trataba de eso. Se trataba del como.

-No eran malas. Tenía trece años, parecéis olvidarlo. – intervino Gaby. – Y no eran malas. Ya entonces eran maravillosas. Erais vosotros los únicos que erais incapaces de verlo.

-Decidiste tirar la vida por la borda. Podías haber sido director de sucursal del BBVA. Casarte con una buena mujer…

-¿Con Nadia, por ejemplo?

-¿Por qué no? Es una buena chica que te quería. Cuando nos viene a ver siempre nos lo dice. Que hacéis muy buena pareja pero que ese libertino te ha comido el seso y te tiene bien agarrado de los testículos. Como aquel hijo de puta con el que te casaste.

Gaby fue a decir algo, era claro que estaba enfadado y con cada palabra de sus padres, su enojo iba en aumento. Jorge le hizo un gesto para que se contuviera.

-¿Y qué más os decía Nadia?

-Que te escribía la mitad de las novelas. Cosa que estamos seguros de que es cierto. Tú no eres capaz de escribir nada. Por mucho que esas nanas putas te comieran la oreja para que tú las comieras el coño por debajo de la mesa camilla.

Martín no pudo por menos que bufar enfadado. Jorge lo miró y el joven actor cerró los puños para contenerse.

-Jose Luis, siempre te lo he dicho, Jorge no vale nada. Esa cerdas de Pepa y la otra que he olvidado su nombre, le comieron la cabeza. Era esa chica la que arreglaba lo que ha publicado tu hijo, me niego a llamarlo novela, sería denigrante para las obras de los que sí escriben de verdad. Ella misma lo dice, que son una mierda. Que deberían estar prohibidas.

-¿Y cuando vino Nadia a veros por última vez? No consigo hablar con ella.

-Es que ha cambiado el teléfono. Tiene un acosador que no hace más que incordiarla.

-¿No os daría su nuevo número? – preguntó Jorge con tono despreocupado.

-¿Para qué lo quieres? – preguntó su madre con tono precavido.

-Para que me corrija la siguiente novela. O como decís vosotros, para que me escriba la mitad.

-Ya la llamaremos y se lo diremos. No estamos autorizados a dar su teléfono. Nos lo dio solo a nosotros.

-Pero como me quiere tanto… a lo mejor os lo dio para que me lo transmitierais.

-Al revés, nos dijo que no te lo diéramos por nada del mundo. Que te habías vuelto un desagradecido y mentiroso. Que ibas diciendo cosas de ella, que la llamabas ladrona… con todo lo que había hecho por ti. Renunciar a una vida amorosa por servirte de asistente. Ya se lo avisamos muchas veces, pero ella parecía tan enamorada que hasta que no se ha dado de bruces con la realidad de como eres, no nos creyó.

-Ladrones es lo que se llama a los que roban – Martín no se pudo contener. – Ella ha robado a Jorge, es una ladrona. Con todas las letras. Y una mentirosa, porque no estaba enamorada de Jorge. Es lesbiana.

Todos se quedaron mirándolo sorprendidos.

-Lo he visto con mis ojos. No hablo de oídas. Y conozco muy bien a una de sus últimas novias. Ha estado en casa de mis padres muchas veces, en las barbacoas.

Entonces la conoceremos nosotros – Carmelo intervino por primera vez en la conversación.

Tú seguro la conoces. Trabaja de productora. Jorge seguro que ha estado en alguna barbacoa con ella. Hace tiempo que rompieron. Se echó otra novia después.

-Niñato, no hables así o te tendré que lavar la boca con lejía. No faltes el respeto de quien es mayor que tú y que no conoces.

-Me gustaría ver como lo hace – les respondió Martín con tono sosegado y mirándolo de frente. El padre de Jorge y Gaby hizo un gesto como de lanzarse sobre el joven. Pero Martín le mantuvo la mirada. Gaby estaba preparado para parar a su padre, pero al ver que la postura decidida de Martín había hecho que se arrepintiera de su idea, se relajó. – Y están mal informados, porque la conozco. Deben tener además problemas de oído, porque lo acabo de explicar. Y por último, el respeto no es una cuestión de edad ni de cultura. Es algo que se gana la gente con su forma de proceder en la vida, no es una cuestión de edad. Es algo que se gana respetando a los demás, aunque no sea de su ideología. El respeto se gana con educación y sabiendo escuchar otras opiniones. Se gana respetando las decisiones de los demás, aunque no se esté de acuerdo con ellas. Hay viejos que merecen todo el respeto del mundo y otros que ni que vivan cien años, se lo ganarán. Y al revés, hay niños de diez años que merecen el respeto de todos. Para que te respeten, lo primero y primordial es respetar.

-Solo te rodeas de malas personas. De putos y barriobajeros. Los has creado a tu semejanza. No tiene educación. De su boca solo salen mentiras.

Martín fue a responder de nuevo, pero Jorge le hizo un gesto para que lo dejara estar.

-¿Y qué día vino a veros Nadia?

El matrimonio se miró.

-El jueves. Cenó con nosotros. Trajo unos pasteles.

-¿Y qué más os contó?

-Que se iba de viaje. Estaba tan triste por los desprecios y por las mentiras que ibas diciendo de ella… necesitaba relajarse. – respondió el padre de Jorge.

-Y repensar si merecía la pena seguir ayudándote.

Martín se echó a reír. Jorge le atravesó con la mirada. Martín cesó en su carcajada de golpe.

-Entonces cuando comió el…

-Cenó. Vino a cenar.

-Así luego se subía a su casa.

-Ya no vive ahí. Tiene el piso alquilado. Nosotros vigilamos que los inquilinos no hagan nada malo. Nunca te has preocupado de nadie que no seas tú y los depravados que siempre te han rodeado. Maleantes y siervos del mal. Con tus amigos de verdad…

-¿Enrique por ejemplo? El que os vino a contar que nadaba en dinero a los tres días de publicar mi novela. O Finn y Maribel que os vino a contar otra historia parecida, pero creo que en este caso mi colchón de billetes llegaba al medio millón de euros. Los tres son buenos ejemplos de amigos, buenos amigos, a los que solo les movía motivos altruistas. Es curioso que no citéis nunca a Aiden, a Helena, a Pol, a Carla, a Polo… con ellos me sigo viendo. ¡Ah! Claro. Es que esos no os dicen lo que queréis escuchar. Y todos los que os he citado, salvo Aiden, siguen viviendo cerca del barrio.

La ironía de esas últimas afirmaciones de Jorge no pasaron desapercibidas a nadie, ni siquiera a sus padres.

-Los amigos están para ayudarse … eso tú nunca lo has entendido. Como lo de ayudar a la familia.

Ahora fue Gaby el que tuvo que hacer esfuerzos para contenerse. Se había dado cuenta que su hermano quería sacar toda la información que pudiera sobre Nadia. No quería cortar esa débil línea de conversación.

-Y para timarlos. Para robarles. Para engañarlos. Cuando tú eres siempre el amigo que “ayuda”, pero luego, un día cualquiera, les pides un pequeño favor: que vayan a una presentación de mi libro, del primero, y no van porque es un aburrimiento… era gratis asistir. Eran de las primeras que hice y tenía miedo que no fuera nadie. Necesitaba la compañía de mis amigos. Pero solo fueron Pol y Helena, Aiden, Carla y Felipe. El resto solo parecía que existía para intentar aprovecharse de mí.

-No digas esas cosas. Todos son bellas personas… personas de bien. Y a que has venido al barrio. ¿A ponernos en vergüenza? ¿A ponernos a mal con todos?

-Para eso no necesitáis mi ayuda. Os valéis solos. He venido a ver a las personas que me recuerdan con cariño. Mis verdaderos amigos. Y a mis nanas. A mi hermano, a mi cuñada y a mis sobrinos. Sois tan prepotentes que os creéis el centro del universo. Dejasteis de serlo hace mucho tiempo, por lo menos para mí.

-Esas tienen la culpa de haberte amariconado. “Las nanas”. Tanto beso, tanto meterte en su cama a que le comieras el coño…

-Mamá, no te consiento eso. Es la segunda vez que lo dices. ¡Basta! – Gaby había saltado indignado.

-Tú te callas. O se te acaba la tienda. Y a ver cómo vas a dar de comer a tus hijos, si no sabes hacer la o con un canuto. Valiente inútil hemos criado.

-Pues si uno de sus hijos ha salido un inútil que no sabe hacer la o con un canuto, y otro ha salido maricón y sin oficio o beneficio, ya son dos, así que a lo mejor tenían que hacérselo mirar. Algo de culpa tendrán ustedes. ¿Son de esos padres que lo malo son culpa de los demás y de lo bueno, es que ellos son lo más como padres? A lo mejor es que les regalaron el carnet de padres en la tómbola de San Isidro. Y es extraño, porque un matrimonio con su presencia y su saber estar, su lenguaje cuidado y educado…

El padre de Jorge escupió a los pies de Martín. No hizo amago de lanzarse a darle una torta, porque el joven mantuvo siempre el gesto decidido y la mirada clavada en los ojos de José Luis Ríos. Martín no tenía una apariencia física que pudiera asustar. Pero su mirada, su gesto decidido era mucho más convincente que si hubiera sido más alto y musculado.

-¡Ah Es cierto! Que para los matrimonios es fácil obtener el carnet de padres. – continuó imperturbable – Solo tienen que copular los días adecuados y la cigüeña trae al mundo a una criatura. El noventa de esas criaturas tienen suerte y sus padres son buenos padres, los quieren y los educan con amor. Otros no tienen suerte y sus padres son drogadictos que les untan el chupete en cocaína. Y otros, tienen a padres como ustedes, con el odio, la envidia y la incomprensión siempre por bandera.

Fue la madre la que levantó la mano blandiendo un paraguas que había sacado del bolso y dio un paso adelante para pegar a Martín. El gesto de la mujer les pilló desprevenidos a todos menos a Jorge que levantó el brazo y paró el golpe que iba destinado a Martín. Este ni se inmutó. Solo había en su gesto todo el desprecio del mundo dirigido a la madre de Jorge.

-Mamá, no os voy a consentir que levantéis la mano a nadie. Menos a mi gente querida. La época esa de levantar la mano para soltar un guantazo, terminó hace muchos años, el día que cumplí dieciocho. El día que oficialmente dejé de vivir bajo vuestro techo. De facto, lo hice mucho antes.

-Todos unos maleducados. ¿Y así consientes que nos falte al respeto?

-Yo lo veo como que os ha dicho lo que todos piensan. En todo caso, es atrevido, o mejor dicho, es fiel defensor de las personas que quiere y le quieren. Lo ha dicho con mucho temple y en un tono sosegado y educado, como os gusta a vosotros… para los demás, claro. No ha utilizado palabras groseras y se nota que es un hombre cultivado. Tiene variedad de vocabulario y sabe utilizarlo. No siempre se puede estar de acuerdo con todo el mundo. Pero eso no es razón para insultarlo y menos para pegarle.

-A partir de ahora, considérate huérfano. – le dijo su madre con todo el desprecio que pudo.

-Me considero huérfano desde los trece. Miento. No me considero huérfano. Mis nanas fueron mis madres, y Manolo fue mi padre. En esa ecuación, desde los trece, no tenéis cabida vosotros. Dejasteis de ser destinatarios de mis afectos y mi consideración.

-Puto marica desagradecido. Ojala te mueras. No mereces seguir viviendo.

-Ya está bien – dijo Gaby. – Es mejor que sigáis vuestro camino.

-Tú no eres nadie para decirnos lo que tenemos que hacer. En todo caso será al revés. No te olvides que si te cerramos el grifo…

-Cerradlo. A ver de que vais a vivir vosotros.

-Vámonos Paca. Si nos damos prisa, llegamos a la notaría para desheredar a este indeseable. – miraban a Jorge al decirlo.

-Aprovechad el viaje e incluirme a mí en ese apartado. Y de paso, seguís camino al abogado para que nos eche del local.

Los padres de Jorge y Gaby retomaron su caminar. Solo les dedicaron a todos un gesto de desprecio y de saberse superiores a ellos. Carmelo observaba a Jorge. Estaba preocupado por como reaccionaría después del momento de calentón. Pero el escritor parecía sosegado. Martín de todas formas, en cuanto la pareja se alejó, se abrazó al escritor y lo besó profusamente en la mejilla.

-¿Estás bien tío? Joder, que palo.

-¿Ves como tenía razón, Martín? Tú empeñado en que querías unos abuelos y ya que tus padres no … tenían esa posibilidad, pensaste que Jorge te los diera, y tú a veces refunfuñas… y le echabas en cara que no te los presentara… Pues ya les has conocido. ¿Ves como tenía razón cuando te avisaba de que no merecían la pena?

-Si no lo veo, no lo creo, os lo juro. No parecéis hijos de ellos. ¿Cómo me iba a imaginar esto? No contáis nada.

Elvira hizo su aparición. Les hizo un gesto abriendo los brazos para indicarles que qué pasaba. Su marido le hizo un gesto señalando hacía el lado de la calle por el que se habían ido sus padres. Ella miró y alcanzó a ver a la pareja.

-Pues no ¿Eh? No os voy a dejar que os quiten el apetito. Martín guapo, dame un beso. Tengo a mis hijos esperándote como agua de mayo. Arreando al restaurante. Que estamos todos a medio comer. Y cuñado, se te amontona el trabajo. Tienes no menos de quince libros a dedicar y firmar.

-Eso está chupao – dijo Martín guiñando un ojo.

Carmelo fue el que inició la carcajada que fue seguida por Fernando y todo el grupo.

.

Sonó el timbre que anunciaba un nuevo cliente. Vicente, el frutero, salió del almacén para atenderlo.

-¡Isra! No te esperaba hasta dentro de una hora.

-Es que no he ido al cole.

-¿Y eso?

-Ayer fue mi cumpleaños.

El chico se encogió de hombros.

-¿Otra vez ha pasado?

Vicente se quedó mirando al chico. Era unos centímetros más bajo que la última vez que lo vio, hacía apenas un par de días. El bozo que mostraba, había también desaparecido. Y algunas espinillas que habían empezado a aparecer en su cara.

-¿Qué años tienes entonces?

-Quince. ¡Vaya pregunta que me haces! Quince como siempre.

-Tendremos que estudiar de nuevo la tabla periódica – le dijo Vicente.

-Ya te digo.

-¿Cómo lo llevan tus padres?

-Imagina. Ya están hablando de nuevo de ir a médicos a curanderos a exorcistas.

-Ya se les pasará.

-Dame el pedido de mi madre. Si no, se va a preocupar.

Vicente entró en su almacén y sacó dos bolsas con el pedido. Israel sacó un billete de veinte euros del bolsillo para pagar. El frutero le dio las vueltas. Al dárselas, oculta en la mano, por si entraba alguien, le dio dos monedas de chocolate que sabía que le gustaban pero que a sus padres lo les hacía gracia que comiera. Vicente le guiñó el ojo e Israel sonrió.

-Cuando quieras bajas y leemos un rato. O bajas una de tus redacciones y la leemos juntos.

-Ya te diré. Ahora mis viejos están enfadados. Parece que tengo la culpa.

-Ya se les pasará. Tú, tranquilo.

El chico quitó el papel de las dos monedas de chocolate y se las metió en la boca. Luego cogió las bolsas con el pedido de su madre y salió de la tienda.

En la puerta casi se choca con Pauli, la barrendera del barrio. Ésta, como siempre, le acarició la mejilla y le dio un beso. Cuando el niño salió del local, se quedó mirando a Vicente que se encogió de hombros.

-¿Otra vez? Es más bajo que hace unos días. Y no tiene bigotillo.

-Ayer fue su cumple. Quince otra vez.

-Hoy veo que son todo malas noticias.

-¿Pues?

-No te enfades…

-Si me vas a preguntar por la pija, nada de nada. Ya te dije que se ha echado novio.

-¿Y te sigues quedando con los niños?

-Ellos no tienen la culpa. Yo creo que eso es lo que buscaba, un niñero gratis. Así ella puede salir con su noviete. Un hombre de la jet set ¿Se dice así?

-Pero si había química entre vosotros. Yo lo vi.

-Química de niñero. No no te burles de mí.

Paulina se quedó callada. No sabía que hacer. Era claro que no era el momento adecuado para contarle los últimos cotilleos del barrio que atañían a su amigo.

-Suéltalo, sea lo que sea. Si no, te va a salir una úlcera de estómago. Te conozco Pauli. Tienes esa cara de querer soltar una bomba.

La barrendera suspiró y se decidió a contarle.

-Han visto a Mati por el barrio. Parece que ha vuelto por unos días a casa de sus padres.

Vicente se la quedó mirando fijamente. Lo primero que se la pasó por la cabeza es que era una broma de su amiga. Pero su gesto, no era precisamente de broma. Y como la conocía lo suficiente, sabía que la cosa no acababa ahí.

-Suéltalo, joder. Acaba de una puta vez.

El frutero sin ser consciente de ello, se había apoyado en el mostrador. Las nuevas que le traía su amiga habían conseguido que perdiera su apostura. Su cabeza vagaba por un mar de recuerdos que cuando aparecían, conseguían hasta marearlo.

-No ha venido sola.

-¿Se ha traído a ese cabrón? Como se llamaba…

-Clemente.

-Eso, Clemente. El hijo de puta de Clemente. Ese que era amigo mío. Para robarme la mujer.

-No. No ha venido Clemente, al menos que me hayan contado.

-¿Y entonces?

-Ha venido con un niño de unos cinco años. Dice que es tu hijo y que ahora te toca cuidarlo a ti.

Lo que sucedió en ese momento fue un poco confuso. Sonó el timbre de la puerta, como si entrara alguien. Paulina se dio la vuelta para ver quien era, pero solo pudo ver a unos niños corriendo. Parecía que se habían divertido entreabriendo la puerta para que sonara. Cuando la barrendera volvió su atención sobre su amigo, no lo vio. Empezó a llamarlo. Anduvo los pasos que le separaban del mostrador, y lo vio en el suelo, desmayado. Se llevó las manos a la cabeza antes de agacharse.

-Vicen, Vicen…

Le empezó a dar unos golpes en la cara.

-¡¡Vicen!! ¡¡Despierta!! Madre del amor hermoso, por favor, que despierte. Te prometo que no volveré a cotillear, pero por favor, que despierte.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 52.

Capítulo 52.-

.

Jorge caminaba despacio por una de las calles de su juventud: la c/Berruguete. Cuando llegó al 20, casi se emociona. Ahí vivió unos años, en el 3º C. Su primer piso cuando se independizó.

Estaba cerca de la casa de sus padres. Entonces, su gente estaba toda alrededor. Eran los amigos que perduraron. De la carrera apenas quedó nadie de relevancia y del resto de sus actividades, tampoco. Ni en sus cursos de idiomas, ni en algún taller de escritura que siguió con apenas dieciocho, quedaron amistades perdurables. Los del barrio. Esos eran los que tiraban de él. Los del barrio y los que fueron juntándose a ellos.

Le dieron ganas de llamar al piso, por ver quien vivía. Cruzó la calle y miró el edificio con más perspectiva. Las personas que vivían ahora, habían cerrado la terraza. Todos le decían que tenía que hacerlo, que ganaría casi una habitación más. Pero a él le gustaba salir a la terraza en verano y en invierno. Se fumaba un cigarrito mirando la calle y saludando a los conocidos que anduvieran por ahí.

-¿Jorge?

Una mujer mayor se había parado delante de él. Andaba con una cachava. Iba un poco encorvada, la cabeza alta, bien peinada de permanente. El pelo era casi blanco. Se notaba que gustaba de arreglarse. Ligeramente maquillada, labios pintados de un rosa suave. Labios que enmaraban una gran sonrisa que se transmitía a sus ojos, que en ese momento irradiaban luz. Era claro que en ese momento era una mujer feliz.

Jorge se giró al escuchar su nombre. Enseguida la reconoció. Era Evarista, una de las mejores amigas de su madre durante muchos años. Luego se distanciaron un poco. Posiblemente su distanciamiento tuvo algo que ver con el de Jorge con sus padres. Evarista había sido siempre muy de Jorge. Era su niño. El y Gaby, uno de los hermanos de Jorge, habían sido sus niños. Si al ver su casa, casi se emociona, al ver a esa mujer, no pudo evitar que sus ojos se humedecieran.

Jorge la sonrió. Abrió los brazos para abrazarla pero se acordó del COVID.

-No me jodas, Jorgito, ese bicho de los cojones no me va a impedir que te abrace y te coma a besos. Te has olvidado de esa pobre vieja. Pero yo te lo perdono todo. Eres mi niño y siempre lo seguirás siendo. Y no sabes lo orgullosa que estoy de ti.

La mujer le tendió a Fernando su cachava, como si lo conociera de toda la vida y abrió los brazos para recibir a Jorge. La mujer se echó a llorar. Besaba a Jorge y acariciaba su pelo, su cara, volvía a besarlo, y a abrazarlo para repetir el gesto una y otra vez. El escritor aceptaba gustoso todas esas muestras de cariño y las correspondía cuando la mujer le dejaba.

-Pepa – gritó de repente Evarista mirando a la casa de encima suya – Asómate. Mira quien ha venido.

-Que pesada eres – la aludida se asomó a la ventana y miró hacia su amiga. – ¡¡Jorgito!! – gritó llevándose las manos a la cabeza. Cerró la ventana de un golpe y Jorge pensó que iba a tardar nada en bajar.

Y así fue. No se preocupó ni de vestirse. Bajaba con las zapatillas de estar en casa y la bata. Pero aún vestida de estar en casa, al igual que Evarista, se notaba un gusto por cuidarse. Ella llevaba el pelo teñido de castaño. Tenía el cutis suave, aunque algunas arrugas surcaban su frente y el cuello. Los ojos eran pequeños, pero su mirada era potente, directa. Ya llevaba el llanto puesto y los brazos abiertos.

-Pero que guapo estás, mi niño.

Jorge recibió otra salva de besos y caricias.

-Aquí donde nos ves, fuimos casi sus niñeras. Pasaba más tiempo con nosotras que con su madre. ¿Te sigue gustando el arroz con leche?

-Ufff, me chifla. Carmelo me lo suele preparar. Y eso que a él no le gusta. Pero como el vuestro, ninguno.

-Nunca quisiste decantarte por el de alguna de nosotras.

-Es que eran riquísimos los dos. Y el de Manolo. No me olvido del suyo tampoco.

Las dos mujeres se pusieron serias de repente. Jorge las miró temiéndose lo peor.

-El bicho éste se lo llevó al principio. Lines y Pili están desoladas. Fíjate que ya han pasado muchos meses, pero no lo superan. Ni pudieron estar con él. Ni siquiera han tenido fuerzas para entrar en casa. Vivía ahí, en Francos Rodríguez, al lado de Casa Ramona. Se vino a vivir ahí porque para él solo era más cómodo. La casa de López de Haro era muy grande para una persona. Y ésta no tenía esos escalones en el portal como tenía la otra. Lo mismo hicimos nosotras. Nos vinimos a vivir además cerca de tu antigua casa. Con la esperanza que pasara lo de hoy, que vinieras de paseo a recordar y pudiéramos verte.

-¿Sabéis donde paran? Ya que estoy por aquí, me gustaría acercarme a darlas un abrazo.

-Las llamamos en un momento. Les va a hacer mucha ilusión verte. Te nombran muy a menudo. Mira, ahí viene tu hermano Gaby. El tendrá su número en el móvil.

El hombre que señalaban las dos mujeres se paró de repente al oír su nombre. Fue a saludar a las mujeres con la mano y una sonrisa cuando se dio cuenta que el hombre del que estaban colgadas sus amigas era su hermano. Le señaló con el brazo extendido y con el dedo señalándolo.

-¡Cabrón! ¿Por qué no me has avisado de que venías al barrio?

Cruzó la calle quitándose la mascarilla y el auricular del móvil que llevaba en un oído para saludar a su hermano.

-Si hablamos antes de ayer y no me dijiste nada.

-Ha sido un pronto. Me ha dado por venir a pasear por aquí.

-Claro, tu primera casa, la de soltero. Tienes morriña, cabrón. Ahí escribió sus dos primeras novelas. – le explicó a Fernando al que saludó con un choque de puños.

-¿No nos vas a presentar a este chico tan guapo que te acompaña? – dijo Evarista colocándose el pelo. – ¿No será tu novio?

-No lo es. Es un buen amigo que me cuida. Fernando, esta es Evarista, cuidado con ella que es una devora hombres y la que ocupa mi brazo derecho es Pepa. Las dos mujeres que más quiero en la tierra. Las dos mujeres que nos malcriaron a Gaby y a mí en nuestra niñez. Nuestras nanas.

-Y mucho después. A ver dónde ibas a comer cuando te fuiste de casa de tus padres.

-Un día a casa de cada una. Se repartían los días. – Jorge las pegó a las dos a su cuerpo y las besó el pelo. – No sabes lo bien que cocinan.

-Digo, no sé si tienes planes… – empezó a decir su hermano.

-Ninguno. Tenemos todo el día para nosotros. Carmelo está trabajando y no tenemos compromisos ¿Verdad Fer? – Jorge miraba expectante a su hermano – ¿Qué se te ha ocurrido?

-¿Y si comemos todos donde Ramona? ¿Evarista? ¿Pepa? Llamo a Elvira que se ha quedado en la carnicería y que cuando salga se pase por ahí. Y tus sobrinos estarán encantados de hablarte luego de tu último libro. Me están dando la turrada para ir a hacerte una visita. Se lo han leído los tres. Parece que no tienen bastante con llamarte por teléfono casi todos los días. Y por cierto, la versión que acabaste hace ocho años de “la Casa Monforte” era buena. Pero la que has acabado publicando… joder no tiene nada que ver y es maravillosa. Ya sé que te lo he dicho varias veces. Pero no me resisto a repetirlo.

-Jorge quería saludar a Pili y Lines. Le hemos contado lo de su padre. – le dijo Pepa a Gaby.

-Llamo a Lines. Pili está fuera. Ha ido a ver a su tía Enriqueta. Está pachucha, y como está sola… pero llamo a Lines, sí. Si no tiene nada, seguro que se une.

-Pero Pepa, mejor será que te vistas.

-Ahora mismo. No tardo nada.

-Mientras podíais acompañarme y dar una vuelta al barrio. – propuso Jorge a su hermano.

-¿Quieres pasar a ver a papá y mamá? – le preguntó Gaby.

Los dos hermanos se quedaron mirando.

-¿Ha cambiado algo?

-Miguel les dijo que al final pagaste tú la reforma de la casa. Se lo dijo hace unos meses. No hacían más que despotricar de ti cada vez que veían una noticia tuya en la tele. Vino un fin de semana y no lo soportó y se lo soltó.

-No tenía que habérselo dicho. Seguro que se lo tomarían como una chulería mía. Todo lo mío siempre le dan la vuelta. Era mejor que pensaran que habíais sido vosotros. Y conociéndolos, a la semana, hablarían como si Miguel no les hubiera aclarado la situación. Seguirán diciendo que no quise pagarles la reforma.

-Incluso dicen que la pagaron ellos.

-Eso ya es delirante. ¿Y no les dices nada? ¿Miguel lo sabe?

-¿Para discutir? Están todo el día amenazándome con echarnos del local. Menos mal que de eso, les queda nada. Y todo gracias a ti.

-Pues acelera la mudanza. Si es necesario vengo a ayudaros y me traigo a Carmelo, a Martín a Álvaro y a todo el que pueda reclutar.

-Tranquilo. No hace falta. Pero de todas formas te aviso, porque no estaría mal hacer una inauguración por todo lo alto.

-Con eso ya contaba. De verdad te lo digo, si crees que con nuestra ayuda puedes mudarte antes, me lo dices. Dejemos a los viejos. No quiero amargarme. ¿Quién más va a venir a la comida?

-Helena y Pol ya sabes que viven cerca.

-Diles si quieren acercarse. Suelo quedar con ellos de vez en cuando. Bueno, si lo sabes, a veces se unen tus hijos. ¿Tienen cole? Si se vienen no me importaría. Que hagan pellas por una buena causa.

-Claro. Le digo a Elvira que pase a recogerlos. Les gustará comer con su tío en lugar de hacerlo en el cole. Y que diga en el colegio que luego no vuelven. Así pasan la tarde contigo. Un día podías ir a su cole a dar una charla. Elvira es del APA.

-Claro. Encantado.

-¿Hay que hablar con la editorial?

-No. Con Sergio Romeva. Ha empezado a llevar mi agenda.

-Mejor, mejor. Hablar con ese Dimas… era un suplicio.

-Pues hala. Me subo a vestir. – dijo Pepa – Me acerco a donde Ramona cuando acabe.

-Yo te acompaño a dar una vuelta por el barrio – le dijo Gaby – ¿Nos acompañas Evarista?

-No estoy para andar mucho. Si me acompañáis al bar, os espero allí. Prefiero ir del brazo de los dos hermanos más guapos del barrio que ir apoyada en mi cachava.

-¿Mesa para diez entonces?

-Pide la mesa casi para quince. Y otra mesa de cinco. Para mis amigos. – señaló a los escoltas que se distribuían por la calle a distintas alturas.

-Fernando se sentará con nosotros ¿no?

-¿Te importa? Me gustaría – le dijo Jorge.

-Claro. Un honor y un gusto compartir mesa con Evarista.

Fernando la guiñó el ojo. Ella le dio un golpe en el brazo apartando la mirada coqueta. Jorge y Gaby se echaron a reír.

-¿Donde está el restaurante? Para echarle un vistazo antes. – preguntó el policía.

-En la paralela. La que baja de López de Haro a Bravo Murillo.

Fernando se apartó un momento para dar instrucciones a sus compañeros, a la vez que Gaby hacía las llamadas que tenía pendientes. Jorge aprovechó para que Evarista le pusiera al día de las novedades en su vida. De sus achaques. Y de como se acordaba de él cada día. Y lo orgullosa que se sentía cuando cogía en el bar el suplemento de Lectura de “El Mundo” y en la lista de más vendidos aparecía “La Casa Monforte”.

-Nos la regaló tu hermano. No sabes lo que la disfrutamos tanto Pepa como yo. De verdad. No nos cabía el gozo en el cuerpo. Se lo hemos contado a todo el mundo. Menos a esos que tienes por padres y a cuatro que les siguen la corriente.

Cuando Fernando y Gaby acabaron con sus llamadas, pasearon con calma hasta el restaurante dónde se quedó sentada Evarista con su vinito de todas las mediodías y su racioncita de migas manchegas. Cerca de ella, se quedó Lidia vigilando ya el restaurante.

Jorge saludó ahí a un par de viejos amigos que estaban tomando algo. También parecieron alegrarse de verlo. Al saber que iba a comer allí, prometieron acercarse luego para que les firmara un par de libros.

-¿Saben tus padres que andas por el barrio? – le preguntó uno de ellos.

Jorge se encogió de hombros antes de contestar.

-Me imagino que alguien les habrá avisado. Siguen teniendo sus amigos. Ellos hacen su vida, yo la mía.

-Pues a ver si dejas de estar pendiente de sus absurdos enfados y te dejas ver más por aquí. El resto gustamos de tu compañía – le dijo Pedro, uno de esos vecinos. – Dices que pasas de ellos pero al final actúas como si te importara su opinión. Te dieron la patada, pues ya está. Haz tu vida y disfruta de los que te apreciamos en el barrio. Que somos muchos. Nos has tenido olvidados un montón de años.

Jorge y Gaby empezaron a caminar por sus calles de referencia. Se encontraron con algunos conocidos de Gaby a los que fue presentando a Jorge, si no lo conocían de la infancia. Cuando pasaron por delante de la casa de sus padres, Gaby se paró y se puso serio.

-Debes hacerte a la idea de que papá y mamá no van a cambiar. Pedro y Julián te lo han dicho muy claro. Deja de actuar para no molestarlos . Están pagando tus sobrinos. Elvira y yo que parece que tenemos que escondernos para quedar contigo. Y Evarista y Pepa que cuando preguntan por ti y es casi cada día que las vemos, ponen cara de pena por no verte.

-No quiero que …

-Kevin, Dulce y Rafa, te adoran. Y no te ven lo que deberían por si acaso sus abuelos se enfadan con ellos. Los papás se han vuelto unos amargados. Kevin hace tiempo que no quiere ir a casa de sus abuelos ni bien ni mal. Le dije el otro día a Elvira que no lo obligara a ir. Está a disgusto. Y Dulce hace lo posible por escaquearse. Rafa el pobre es el que aguanta de momento. Pero es como tú, por no molestarlos… se calla y aguanta. Aunque a veces lleva la contraria a la abuela. No soporta que hable mal de ti.

-Siempre he querido que no tuvierais problemas por mí.

-Mira, si mamá y papá lo quieren así, pues que sea. Se van a quedar solos. Evarista desde lo tuyo, rompió relaciones con ellos. Y mira que mamá y ella eran a amigas. Si se cruza en la calle, es capaz de cambiarse de acera para no saludarlos. Antes de entrar en la carnicería, mira a ver si por un casual están. Le gusta pasarse aunque luego le llevo yo la compra. Y tiene mi teléfono, para llamarme y le llevo lo que sea. Hasta a veces le hago la compra en el súper. Pero le gusta ver el mostrador, hablar un rato con Elvira y con otras vecinas. Pepa igual. Si se cruza con mamá o papá, les dice el hola más seco que se puede decir. Y ellos la contestan con una mirada de asco profunda. No da pie a nada más. Las dos tienen muy presente lo que dijeron en aquella discusión delante de medio barrio. Y no se lo perdonan. Lo de ellas, podrían perdonarlo. Lo tuyo, nunca. Lines y Pili, igual. Manolo, su padre, también les puso la cruz. Y Mario y Luisa. Si han echado a todos de su lado. Nati en Estados Unidos. Ni les llama para felicitarles las Navidades o el cumpleaños. Ya lo viste cuando vino antes de la pandemia por Navidades. Hicimos las fiestas sin contar con tus padres. No son de Navidad, pues ya está, celebramos las navidades sin ellos. Y es lo que hay que hacer. Ellos pensaron que no nos juntaríamos porque ellos no querían una reunión familiar. Te puedo asegurar que tu hermana no hizo ni amago de ir a saludarlos. Y Miguel fue a verlos, pero para evitar complicaciones, aunque si viene a Madrid se suele quedar en casa de los viejos, en esa ocasión se quedó en tu casa. Y por lo que luego me contó, estuvo muy a gusto.

Fernando se sorprendió al escuchar eso.

-Ten en cuenta que esas dos mujeres que acabas de conocer, de alguna forma han sido nuestras segundas madres. Y ellas, al revés que la nuestra, nos han apoyado en nuestras aficiones, siempre nos aceptaron como fuimos cada uno. Fueron las primeras que se enteraron de que Jorge era homosexual, y no le hicieron ni un solo reproche, no pusieron cara de sorpresa o de asco. Solo de eterno amor. Estaba yo delante, así que lo sé de primera mano. Le empujaron a seguir escribiendo. Leían todo lo que escribía. Luego lo comentaban.

-No te creas que les gustaba todo – explicó Jorge con cara tierna – Eran críticas, me decían lo que les gustaba y lo que no. Me ayudaron mucho. Casi te diría que fueron empujándome a tener el estilo que al final tengo.

-Y es bobo, porque por si acaso mamá y papá le leen, que dicho entre nosotros y en voz baja para que nadie lo escuche, estoy convencido de que leen todo lo que escribe Jorge, tiene dos personajes de esos de su mundo, que no saca nunca por si acaso los reconocen. Y si el niño de quince, que te cuento un secreto, es él mismo – Jorge miró al cielo apenado porque su hermano hubiera desvelado uno de sus secretos – es un personaje adorable, como la barrendera…

-Luego se la presentas – dijo en broma. – Y puestos a revelar secretos, el frutero… – Jorge se quedó mirando a su hermano que sonreía y levantaba el dedo.

-Soy yo.

-¡No jodas! ¿Entonces te gusta pintar? ¿Lo sigues haciendo?

-Sí. Tengo poco tiempo. Pero suelo buscar todas las semanas unas horas para hacerlo. Me he despistado… – dijo Gaby mirando alternativamente a Jorge y a Fernando.

-Los dos personajes que no saca Jorge en sus libros…

-Eso. Gracias Fer. Tiene dos personajes creados, que luego siempre los elimina de su mundo particular, que son ellas. Evarista y Pepa. Y te lo juro… nunca me dijo que eran ellas, pero… en cuanto leí cinco líneas de su trama, lo supe. Ha cogido su esencia y ha creado dos personajes que son… un amor, como lo son ellas. Y el tío capullo siempre acaba eliminando sus tramas de las novelas.

-En alguna están citadas.

-Las cita el frutero. O Paulina Rubio, la barrendera.

-O sea que Evarista y Pepa eran vuestras madres suplentes. ¿Solo de vosotros dos? ¿De Miguel y Nati no?

-O las primeras, según lo mires. A cualquiera de nosotros nos han dado más besos y abrazos que mamá. Y más a ti, que eras su preferido. Cuidado, en realidad lo hemos sido de los cuatro. Pero es cierto que han tenido más querencia por nosotros dos. Y entre los dos, por Jorge.

-Ya estamos. – se quejó Jorge riéndose – Sí, sí, han sido de los cuatro, pero los tres, incluyo a Manolo también, tenían una cierta predilección por nosotros dos. Pero cuidado, Nati las llama todas las semanas desde Chicago. Y Miguel… te diría que todavía las llama más a menudo desde Londres.

Gaby le hizo un gesto a Fernando señalando a Jorge para indicarle que él era el preferido. Jorge que lo vio, le intentó agarrar el dedo y marcó con los labios el calificativo que pensaba que se adecuaba a su hermano en ese momento: bobo.

-No lo digo por nada, ni por celos o para picarte. Siempre les has ganado por tus historias. Sabes – ahora se dirigía a Fernando – Jorge, a parte de darles a leer todo lo que escribía, lo que te he contado antes, siempre les ha escrito relatos, cartas de amor, las historias que querían leer… y eso a ellas las encantaba. Se las escribía a ellas, solo para ellas. Alguna vez… me estoy acordando un día que comíamos los cuatro hermanos en casa de Manolo, fueron Evarista y Pepa también, y preguntaste a Evarista “Nana, hoy te toca a ti que te escriba una historia a la carta”. Evarista se rascó la barbilla y respondió: “Quiero leer una historia de un niño que sueña con ser astronauta y que una noche, en sueños, lo consigue. Pero luego despierta y… solo ha sido un sueño.” Pues el tío, luego, cuando nos fuimos todos, volvió a casa de Manolo y le pidió poder escribir en su ordenador. Era algo que no había que pedirle, porque él estaba encantado de que lo utilizara. Pasó la tarde escribiendo el relato. Fui luego a buscarlo para volver a casa los dos como si hubiéramos pasado el día juntos en el parque. A nuestros padres no les gustaba que Jorge se pasara la tarde escribiendo, y menos en casa de Manolo o de las nanas. La estaba imprimiendo. Me la dio con los ojos brillantes… eso quería decir que le había gustado. La leí… te lo juro, ahí supe que mi hermano iba a ser escritor. Manolo lo miraba orgulloso también. Era claro que había leído la historia y le había gustado. Jorge no quiso ir a casa hasta pasarse por casa de Evarista y dejarla el relato. Era tarde y no nos quedamos mientras lo leía. Pero Pepa al día siguiente nos contó que la había llamado y se lo había leído por teléfono. Lloraban las dos de orgullo. Trece años tenía entonces. Uno más que mi Rafa. Desde que tenía trece años escribe como … Jorge Rios. Recuerdo … siempre les llevabas a los tres sus relatos en un sobre en el que ponías el nombre del que tocara ese día, el relato dentro, bien impreso en la impresora de Manolo. Y la cara de ilusión que ponían las dos al verlo. A Manolo que le dejaba leerle por encima del hombro mientras escribía, se le caía la baba. Ellas y el pobre Manolo han sido sus primeras fans. Y no me equivoco mucho en afirmar que si no llegan a estar esas tres personas en nuestras vidas, Jorge seguiría trabajando en el Banco Bilbao. Y sería un amargado.

-¿Y esas historias dónde están? ¿Se pueden leer? ¿Han desaparecido?

-Bien organizadas en dos archivadores que tienen ellas en su casa. Manolo los guardaba todos también. Estarán en su casa, fijo. Como también estarán el ordenador y la impresora en la que escribía Jorge. Lo siguen teniendo, estoy convencido. Pepa sé que las lee de vez en cuando. Alguna vez que ha venido a casa y le he pedido que llevara el archivador y hemos leído alguna de aquellas historias, hemos acabado llorando todos. Hasta los niños. El cabrón de mi hermano las escribió con trece, catorce años. Y las habremos leído un ciento de veces. Nos siguen emocionando.

-Esas historias no están en la nube. Imagino – comentó Fernando levantando las cejas incrédulo.

Jorge sonrió encogiéndose de hombros.

-Ni los cuentos que escribe a los niños. – apuntó su hermano.

-¿Escribes cuentos a tus sobrinos? Eso se te ha olvidado contarnos.

Fernando estaba a punto de echarse a reír a carcajadas. Le parecía imposible que a parte de todo lo que tenía escrito en la nube, lo que reconocía y lo que Aitor le había insinuado que tenía y que el escritor nunca citaba, los cuentos de Jorgito, también tuviera cuentos y relatos que escribía a sus nanas y a sus sobrinos carnales.

-Mi hermano Miguel hace las ilustraciones. Es aficionado. Hacemos un buen tándem.

-¿No los has visto? Le mando un mensaje a Kevin para que baje uno de los libros. Vas a alucinar.

-¿Los has imprimido? – Fernando alucinaba.

-Para ellos solos. – se justificó Jorge. – Está todo guardado en ese ordenador viejo que has visto en casa y que alguna vez me has preguntado por qué no lo tiro. La imprenta que me hace las copias para registrar, me hace el trabajo de organizar los cuentos, de ponerlos bonitos y me imprime diez copias bien encuadernadas. Una tengo guardada en la caja fuerte. Y el resto, dos tiene Miguel, una Pepa, otra Evarista, y las vuestras – dijo dirigiéndose a Gaby.

-Te olvidas de Nati que tiene una copia también y de Manolo. Salvo el último que no se lo pude dar y lo tengo yo.

-No has puesto cara de sorpresa cuando he hablado de “la nube”, así que me imagino que sabes y tienes acceso a ella – preguntó Fernando a Gaby.

-¿Algún problema? – Gaby se había asustado.

-Nada. Es que a lo mejor a tu hermano se le ha olvidado comentárnoslo.

Jorge aprovechó y le informó por encima como Nadia parecía que le había robado alguna de sus novelas y las había publicado en otros países con un nombre ficticio. Y que en la investigación de la policía, le habían preguntado varias veces por los que tenían acceso a la nube y pudieron robarlas, y en ninguna lo citó ni a él ni a Elvira y los niños.

-Se debía pensar que no iba a volver a publicar. Javier, el comisario, ya te he hablado alguna vez de él, encontró una novela en Alemania que le llamó la atención por la semejanza con las mías.

-¿Cual es?

-El segundo olvido, como la llamas tú.

-Es que Nadia… Pepa va a tener razón. Ninguno la hacíamos mucho caso… repetía hasta la saciedad que esa mujer nos tenía engañados a todos. Pero parecía tan entregada a ti… dile que te cuente luego. Y no es la única. Elvira ya sabes que nunca la ha tragado. Se fue del barrio con unas ínfulas… que no se correspondían con su… trabajo. Con sus logros, vaya. Parecía una reina. Siempre dejaba entrever que estaba por encima de nosotros. Y que casi te escribía las novelas. Cuidado, eso lo decía a otros, a mí ni se le ocurría. Eso sí, luego la he visto contigo alguna vez… como del agua al vino. Menuda sinsorga. Como cambiaba la tía.

Gaby bajó la vista. Jorge supo que se había acordado de algo que le daba vergüenza. Le hizo un gesto para que contara.

-Y encima es mentirosa. Para darse importancia, nos pasó una versión de “La Casa Monforte”. Ella no sabía que yo podía leer tus cosas. Y todas, no como ella que solo accedía a esa carpeta primera. Era la que Elvira y yo habíamos leído hacía años. Nos decía que ella la había corregido y que te había reescrito un montón de cosas. Nos lo dijo como primicia, porque suponía que no teníamos contacto. No la dijimos nada. Me comentaste que la habías cambiado completamente antes de publicarla. La que nos enseñó con esa chulería y dándose el pego, era la misma que habíamos leído siempre.

-¿Y os dio la novela para leer?

-Sí.

-Que boba. Presumiendo con mi hermano. Pero lo mismo ha podido hacer con otros. Como he podido estar tan ciego con ella.

-Lo raro es que entonces no aparezca la primera versión en una edición pirata. – apuntó Fernando.

-Porque no ha coincidido que lo hayamos descubierto. No se nos ha ocurrido al publicarla. Fernando, recuérdame luego que llame a Óliver. Y convenía comentárselo a Carmen.

-Ella me dio la impresión que no sabía que hablábamos y nos veíamos. Y que fuimos alguna vez a tu casa en el confinamiento. Aquella semana que los niños acamparon en el salón, por ejemplo, con Carmelo cocinando para todos. La ilusión que les hizo conocer al final a Álvaro Cernés, que estuvo también parte de esos días.

-No fue la única acampada. Fueron si no recuerdo mal otras dos semanas.

-Esa fue la más larga, sí.

-¿Carmelo no? – se extrañó Fernando. – ¿No les hizo ilusión conocerlo?

-Pero a Carmelo ya lo conocían – explicó Jorge – Carmelo para ellos es su tío Carmelo. No le dan importancia. Es como pasa con él en Concejo. Es Dani, el de la Hermida. Lo mismo con mis sobrinos.

-No me digas entonces que la carnicería en dónde compráis… con el dibujo del toro, la vaca y los tres terneritos…

Gaby sonrió orgulloso.

-Carmelo le suele hacer un pedido cada semana. Juliana la vecina igual. Gaby tiene un chico que suele hacer los repartos. Él lo lleva. Y el dibujo ese de la vaca y las ternerillas, lo creó Miguel. Y ya verás para la tienda nueva, el letrero que están haciendo. Y la decoración.

-¿Y por qué no …? ¿Por tus padres? O sea que tú eres como Martín. No te llevas con tus padres, pero no haces cosas ni hablas de tu hermano y sobrinos por si se molestan. Le criticas a él que no rompa con ellos y se vaya a vivir con vosotros y tú haces lo mismo.

-No lo había visto de esa forma – reconoció Jorge.

-Eso es lo que comentaba antes de sus sobrinos. Mis hijos quieren a Jorge con locura. Y a Carmelo. Y Martín es su primo a todos los efectos. Pero no les ve casi… esa semana que estuvieron en su casa, en teoría estuvieron en un campamento. Y te juro Fernando, que los tres han guardado el secreto. Y si ven a Carmelo en la tele, no dicen nada de que han estado una semana jugando con él y comiendo lo que cocinaba, hablando, Carmelo contándoles historias de rodajes, montando pequeñas obras de teatro… algunas de ellas las escribían Jorge y Rafa, el peque. Y Martín, claro. Rafa sueña con esos días que escribía con su tío, al alimón. Se lo recuerdas y se le pone una sonrisa en la cara y los ojos le empiezan a brillar. Y te juro que para cualquiera de ellos, presumir ante sus amigos de conocer a Carmelo del Rio… sería lo más. O de conocer a Álvaro Cernés o a Martín Carnicer. O decir con la boca llena: soy sobrino de Jorge Rios. ¿Cómo os quedáis? Y no lo hacen.

A Fernando le empezaron a hablar por su auricular. Se sonrió.

-Recibido – contestó.

-No te he dicho nada, escritor, pero ese del que estáis hablando, el tío Carmelo, está a dos minutos. Viene para darte una sorpresa.

-¡Qué cabrón! – se rió Jorge.

-Mira, ahí llegan.

Fernando señaló con un gesto con la cabeza a tres coches que venían por López de Haro hacia ellos.

-Encima tendré que poner cara de sorpresa. – se quejó Jorge.

-La próxima vez no te digo nada – Fernando puso cara de indignado a la vez que sonreía.

La caravana de Carmelo se paró justo a su lado. Flor fue la que primero se bajó. Dos de sus compañeros la siguieron. Carmelo se bajó después.

-¿Y no sabes llamar? – le abroncó Jorge sonriendo.

-¿Qué parte del concepto de “sorpresa” no has entendido todavía? – se defendió Carmelo besando a Jorge. – Gaby, tienes un hermano que no te merece. ¿Eres consciente de ello?

-Desde que nació. Solo nos ha dado el coñazo desde entonces.

Carmelo se abrazó a Gaby.

-¿Y los niños?

-Ahora vienen. Vamos a comer todos donde Ramona. Vas a conocer por fin a las nanas. No veas como han comido a besos a Jorge cuando se han encontrado con él en la calle. Aunque Fernando se ha adelantado y se ha ligado ya a Evarista.

-Fernando, tú y yo tenemos que hablar muy seriamente. Evarista y Pepa eran para mí.

-En el amor, ya sabes, no hay amigos.

-¿Y a Manolo lo has visto? – preguntó Carmelo a Jorge.

El aludido bufó triste.

-Falleció con esto del covid. Al principio. Luego vendrá su hija.

-Joder, que palo.

-Es culpa mía. No debería haber apartado a …

-No te pongas melancólico, hermano. Eso no lo puedes arreglar. Piensa que Manolo, siempre te ha seguido queriendo y admirando. Concéntrate en corregir eso de aquí en adelante.

Carmelo empezó a mirar a su alrededor. Parecía que quería impregnarse del ambiente del barrio de Jorge.

-Mira, esa de allí es la casa de nuestros padres – le empezó a explicar Gaby. – Allí vivimos desde que Jorge tenía cinco años. Antes vivíamos en José Calvo. – le señaló hacia dónde quedaba esa calle, para que se hiciera una idea – Pero al nacer Jorge y luego Nati, se quedó pequeña. Está cerca de aquí. Tiras por esa calle y enseguida te topas con ella. La casa no existe ya. Y ahí – se giró hacia Berruguete – fue donde vivió Jorge hasta que se juntó con ese Nando. Ahí escribió sus dos primeras novelas. Entonces escribía en casa, no como ahora que lo hace en cualquier sitio.

-Por el tono me da que también tú eras de su club de fans.

-¿Del de Nando? Valiente hijo de puta – a Gaby le había cambiado la cara.

-No nos pongamos serios. Ya tendremos tiempo luego.

-¿Eso quiere decir que ya estás en modo “quiero saber”? – preguntó Gaby. – Ya te ha costado.

-Pues sí, hermano.

-Pues prepárate, porque si Evarista y Pepa cumplen con su labor social, a la hora del café, vas a tener a todos tus conocidos para saludarte. Se va a quedar pequeño el local. Y Elvira ayudará un poco. Sin olvidarnos de Pedro y Julián. Que también son de los que te añoran. Y de los que recomiendan tus libros.

Gaby sacó el móvil.

-Nos esperan ya en el restaurante.

-Pues vamos. Flor ¿Te unes a nosotros en la mesa? Así defiendes a Fernando de los embates ligones de nuestra nana.

-Claro. No quiero que sucumba al amor juvenil y nos deje tirados. No vaya a ser que tenga que hacer doble turno.

-Creía que lo hacías por cariño – se quejó Fernando.

-¿Cariño? Por interés, solo por eso.