Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

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Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

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-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

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Necesito leer tus libros: Capítulo 119.

Capítulo 119.-

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Olga se había tirado escaleras abajo, dando una voltereta. Se incorporó y disparó a su vez a Enrique. Ventura había intentado zafarse del abrazo de la muerte del atacante, sin conseguirlo del todo. Lo único que consiguió es apartarse ligeramente y dejar un blanco mayor. O eso pensó él. Olga disparó medio cargador sobre Enrique que había girado la pistola de nuevo para apuntar a la cabeza de Ventura, con la intención de matarlo. Pero el movimiento de Olga le sorprendió y ese momento de duda entre volver a disparar sobre Olga y acabar lo que había empezado o acabar con la vida del ayudante de la comisaria, hizo que solo tuviera consciencia de sentir las balas entrando en su cuerpo y a la vez, que la vida lo abandonaba.

Olga se incorporó y bajó los tres escalones que le separaban de ellos. Ventura estaba completamente desorientado. Los disparos de Enrique le habían dejado sordo, haciendo que sintiera un ligero vértigo. El brazo del tipo seguía sujetándolo por el cuello mientras su cuerpo se deslizaba a cámara lenta por la pared en la que estaba apoyado, arrastrando a Ventura, hasta quedar grotescamente sentado en el rellano. Olga lo cogió por la pechera y tiró de él para levantarlo. Le dio un codazo para hacerlo reaccionar a la vez que daba una patada en la parte baja de la otra pared. Una nueva abertura se descubrió y se lanzaron los dos a través de ella. Olga de nuevo, se levantó con rapidez para volver a dar un golpe en el mismo punto en la base de la puerta, y ésta volvió a cerrarse. Fue justo en ese momento cuando sintió que una gran llamarada subía por la escalera y lo convertía todo en un infierno.

-Aparta de esa pared, te vas a abrasar.

Olga se inclinó hacia delante, apoyando las manos sobre sus rodillas. Intentaba coger un poco de aire y quitarse la tensión del momento. Miraba de reojo a su compañero que luchaba por incorporarse del suelo.

-¿No iban a cortar el gas? – Ventura hablaba con dificultad. Se estaba masajeando el cuello. Parecía que el abrazo de Enrique había sido más fuerte en los últimos momentos y que casi había conseguido estrangularlo.

-E iban a buscar planos. Porque aquí no hay túneles ni refugios. Valientes inútiles hijos de puta. Esto podía haber sido un desastre. Espero que los de arriba hayan tenido tiempo de salir del edificio. Me van a oír esos mendrugos secos.

Olga parecía haber recuperado el resuello. Cambió el cargador de su arma por uno de repuesto y se giró para ver la estancia en la que se habían refugiado. Apenas había una ligera claridad que la comisaria no supo precisar de dónde venía. Solo daba para ver la silueta de los muebles que había en ese cuarto.

-¿Estás bien? – la comisaria se dio cuenta que Ventura a penas era capaz de moverse, una vez que había conseguido recuperar la verticalidad de su cuerpo.

-¿Y tú? Joder otro cualquiera se hubiera roto la rodilla o la crisma. Estás loca, comisaria. Mira, ahí hay un interruptor de la luz.

-Ni se te ocurra. No vaya a ser que sea una instalación vieja, salte alguna chispa y acabemos como el resto de la casa, achicharrados. Después del empacho de gas de fuera, no nos podemos fiar de nuestro olfato. Saca tu linterna. Y contesta, joder. Te he hecho una pregunta. No te puedo ver la cara para saber tu estado.

-Sí, joder. Estoy bien. Y no me he cagado encima, cosa que ha habido un momento en que …

-Lo que me hacía falta, tener que cambiarte los pañales.

Olga tiró de él para acercarlo a ella y lo abrazó fuerte.

-No me vuelvas a hacer esto, joder. Casi me vuelvo loca ahí fuera. Si te llega a pasar algo … te lo juro, me hubiera …

-Se que todo lo has organizado para que me vaya contigo a España.

-¡Serás miserable!

Ventura vio con ayuda de la luz de su linterna que Olga, a pesar del tono que estaba empleando al hablar, sonreía aliviada.

-Me has salvado la vida.

-Es para que me quites el engorro de pedir en los restaurantes. Es algo que me cuesta mucho. Y tú lo haces de maravilla. No tienes vergüenza ni pudor. Pides a lo grande. A mí me da apuro, lo reconozco.

-Ya sabía yo que no era porque me hubieras cogido algo de cariño.

-Encima que mi novio piensa que nos lo montamos cada día. Si encima voy diciendo que te he cogido cariño, me costaría el divorcio antes de casarnos.

-Entonces su servicio de información es muy deficiente.

-Ya lo comprobaste con esa del hotel el otro día. Esa vieja amiga de los dos. ¿Estás bien de verdad? – Olga no acababa de estar convencida. Había cambiado el tono de broma por una cadencia dulce y preocupada de verdad.

-Que sí, pesada. Me voy a sentar un rato, eso sí. Tengo colocón de fuera con el gas. Y el tipo ese casi … joder casi me parte el cuello. Siéntate tú también.

Olga le hizo caso. Sentía la cabeza un poco ida.

-Tú tampoco me has dicho como estás.

-Me dolerá todo el cuerpo una semana. Puede que me tengas que ayudar a bajar y subir al coche unos días. Pero estoy bien. Al menos no tengo agujeros en el cuerpo.

-Tienes buena puntería.

-Ya te lo he dicho muchas veces, pero no me crees.

-Lo oigo tan a menudo, parece un mantra obligatorio en todos los agentes especiales – se excusó Ventura. – Venga, echemos un vistazo a ese sitio.

-Esperemos cinco minutos sentados. Me está viniendo bien esta parada. Empieza a dolerme todo el cuerpo. – Olga miró en dirección a Ventura. Se estaba acostumbrando a la luz y ahora notaba mejor sus reacciones. Ayudaba también el reflejo de la linterna, que Ventura había dejado apoyada en la silla mirando al techo. Le empezaba a notar agobiado.

-Viene un calorazo de esa pared …

-Al menos ha resistido. No era algo en lo que confiara al cien. Da la sensación de que el fuego va disminuyendo de potencia. Quizás ya han cerrado los conductos.

-¿Como sabías como se abrían las puertas?

-Cuando se ha abierto por la que ha salido ese, me ha parecido ver como su pierna retrocedía, como si le hubiera dado una patada a algo. No hacía más que mirar la otra pared. Alternaba mirarme a mí, y el tabique. Eran pequeños momentos. Iba estudiando las partes de la pared. Cuando ha llegado abajo, lo ha dejado. Me he imaginado que había encontrado lo que quería.

Ventura apuntó su linterna hacia el cuarto. Parecía una especie de oficina. Podría ser una de cualquier comisaría. Una pizarra para hacer un resumen del caso, con muchas fotos. Estaban todos los jóvenes de Anfiles que Arlen había acogido a su alrededor. Ethan aparecía en un lugar destacado. También estaban fotos de ellos dos en la reunión de los viernes en la casa de Arlen. Esas fotos las tenía que haber sacado Enrique.

-Esto parece su centro de operaciones – Ventura se levantó con cuidado. Su equilibrio no parecía estar todavía en su mejor momento.

-No pasa nada si te sientas de nuevo.

-Empieza a hacer mucho calor. Me estoy agobiando. Necesito ocupar la cabeza en algo. Si no, a lo mejor … me da un ataque de ansiedad.

Olga lo miró sorprendida. A ella no le parecía que el calor fuera tan exagerado. Le parecía en cambio que fuera de su refugio, el fuego había perdido algo de intensidad. Pero era verdad, su compañero empezaba a sudar. Y a pesar de la poca luz, vislumbraba que su cara se estaba quedando blanca.

-Mira, ahí hay unos ordenadores. Lástima que no podamos echar un vistazo. – dijo Olga para que Ventura tuviera algo en que pensar.

-Llevabas botas altas ¿No?

-Si.

Ventura sacó otra vez la navaja y desmontó rápidamente una de las torres. Extrajo el disco duro y se lo tendió a Olga que se lo metió en una de las botas. Volvió a montar el ordenador e hizo lo mismo con el otro.

Una vez que acabó con ese trabajo, Ventura se irguió y observó la estancia. Sacó su móvil y empezó a sacar fotos. Olga se dio cuenta que mientras hacía eso, Ventura empezaba a respirar entrecortado. Se estaba agobiando por la oscuridad y por estar en un sitio tan cerrado. Y el calor no ayudaba. Además, el ambiente estaba enrarecido.

-Busquemos otra salida. Vamos a caer los dos redondos si no lo hacemos. ¿Donde crees que podría pillar lo que antes era ese granero que vimos en las fotos aéreas?

-No sé … estoy …

-¡¡Concéntrate, joder!! Te orientas muy bien, me lo has demostrado muchas veces. Piensa solo en eso.

Ventura le hizo caso. Olga lo miraba expectante y a la vez preocupada. Aunque parecía concentrado en situarse veía como las manchas de sudor en su camisa crecían a gran velocidad.

-Por allí – dijo al cabo de un rato.

Olga le cogió de la mano como si fuera un niño pequeño y tiró hacia la pared que había señalado. Había una especie de estantería llena de papeles y detrás había una puerta que permanecía oculta. Olga la tocó ligeramente por comprobar que no hubiera fuego al otro lado. Pareció satisfecha y giró la manilla. Estaba cerrada con llave. Hurgó en su chaqueta y sacó sus ganzúas. Trabajó un par de minutos en la cerradura y la abrió. Al otro lado de la puerta, había un largo túnel que se alejaba de la casa en los dos sentidos. Olga se quedó mirando a Ventura que hizo una seña con la cabeza hacia su derecha.

Al traspasar la puerta, se encendieron las luces que había en los laterales. Ese túnel parecía que había sido adecentado hacía poco. Se le ocurrió pensar en que deberían investigar al resto de inquilinos de las casas de alrededor. Y de paso, hacer lo mismo con los dueños.

-¿Estás mejor? – le preguntó Olga a Ventura.

-Me estaba agobiando un poco. La oscuridad no me ha gustado nunca. Menos en sitios cerrados. Me ayuda que me hayas cogido de la mano.

-¡Que bobo! – pero Olga no se la soltó – Ya estamos cerca de la salida.

-No te oculto que tengo ganas de respirar aire puro. Siento como si ese gas se me hubiera quedado en los pulmones.

-Tienes un corte en el pómulo – Olga se detuvo unos instantes y le tocó con cuidado. Se quedó tranquila al comprobar que no sangraba apenas. La herida había coagulado bien.

-Esto va a empeorar mi belleza. – bromeó Ventura.

-Que bobo eres. Apenas se va a notar. Y si te quedara marca, te daría un toque interesante.

-Si, la hostia de interesante. Un toque interesante para el hombre menos interesante de la tierra.

-No hagas que me entren ganas de darte dos hostias, querido. Deja de decir sandeces.

Llegaron al final del pasillo, donde empezaba una escalera de subida. Olga le hizo un gesto a Ventura para que estuviera preparado. Éste volvió a empuñar su arma mientras Olga volvía a usar sus ganzúas para abrir la puerta.

Quedaron cegados al ver la luz del sol. Parecía que el día había despejado por completo mientras habían descendido a los infiernos. Cuando pudieron acostumbrarse al cambio de luz, vieron una gran actividad en lo que había sido la casa de Rosa María. Estaban a unos doscientos metros de ella. Respiraron tranquilos y guardaron sus armas. Ventura respiró profundo varias veces, como si necesitara limpiar sus pulmones. Como si, con esas respiraciones profundas echara de su cuerpo todo vestigio de lo que acababa de vivir. Se estiró luego como si acabara de levantarse de un sueño largo y reparador. Olga comprobó aliviada como con cada respiración iba recuperando un poco el color de su rostro. Parecía que había dejado de sudar.

Los bomberos estaban apagando los últimos rescoldos del fuego que había destruido casi por completo la casa. Algunos de los miembros del equipo de asalto que habían entrado para apoyar a Olga y Ventura, parecían haber sufrido algunas quemaduras. Fue Charles, el policía que les había mostrado el camino para encontrar a “Isabel” el que los vio y llamó la atención del resto. Varios sanitarios se acercaron corriendo a ellos. Olga y Ventura no eran del todo conscientes del lamentable aspecto que tenían. Olga cojeaba ligeramente y a la luz del día, Ventura tenía algunos cortes más que el que había visto la comisaria. A parte, tenían las palmas de las manos ligeramente despellejadas al parar con ellas el impacto de su cuerpo cuando Olga lo lanzó contra el suelo áspero de cemento de la estancia en la que se resguardaron. Iban sucios y desaliñados. El pelo largo de Olga, que siempre se recogía en un moño, estaba medio suelto, escapándose algunos mechones de las horquillas, cada uno en una dirección. Peter Holland llegó corriendo desde el otro lado de la casa. Fue hacia ellos para abrazarlos. Habían pensado que estaban malheridos o incluso muertos. Su alegría era sincera, así como el alivio que había sentido al oír los gritos de Charles. Éste les saludó efusivamente estrechándoles la mano. Lo acababan de conocer pero a los dos les pareció que su afecto y la alegría que le había producido verlos, era sincera.

Los únicos que permanecían imperturbables, eran sus compañeros en aquel vuelo a Nueva York. Olga se acercó al más gallito de los tres, el que había negado con rotundidad la posibilidad de que hubiera túneles o refugios subterráneos y que había despreciado las noticias que empezaban a aportar algunos policías que estaban hablando con los vecinos, sobre que esa posibilidad fuera cierta. Sin mediar palabra le dio un puñetazo en la cara.

-Esto es por hacer mal tu trabajo. Por creerte más listo y pensar que los demás somos tontos. Tu mal desempeño buscando esos mapas y esa información, podía haber costado que todos estos compañeros tuyos del CSI hubieran muerto hoy. Todo por burlarte de Ventura, que dormido, vale cien veces más que tú en plena forma. Si estuvieras en mi Unidad, éste hubiera sido tú último día de trabajo. Puedo perdonar los errores, hasta uno que lleve al desastre que podría haber sucedido hoy aquí. No perdono la soberbia y la chulería sin que haya nada de sustancia detrás. No perdono no hacer bien tu trabajo, porque querías ningunear a un compañero en el que ves todas las virtudes que tú no tienes.

No le sentó bien, ni el puñetazo ni las palabras de Olga. En cuanto ésta se dio la vuelta se abalanzó sobre ella. Pero Olga sintió el movimiento se giró sobre su pierna derecha levantando la izquierda y le dio una patada a la altura del hombro. El agente acabó en el suelo en medio de un charco de barro. Olga se acercó y sin dudar, le dio una patada con la puntera de sus botas en el estómago. Fue a repetir, pero Ventura le puso la mano sobre el hombro con suavidad. Olga lo miró y se relajó.

-Acompáñenme, por favor – les dijo una sanitaria. – Les curamos en un momento esas heridas.

Peter Holland se había mantenido al margen. Había visto todo lo sucedido. Cuando Olga y Ventura se fueron camino de la ambulancia, se acercó a hablar con esos tres.

-Volved a Washintong de inmediato. Mañana os quiero ver en mi despacho a primera hora.

El jefe del equipo de asalto apareció con los planos que la policía de Winston les acababa de conseguir del Ayuntamiento. Se reunió con sus hombres y se distribuyeron. Dos de ellos entraron por la puerta por la que habían salido Ventura y Olga. Otros dos fueron buscando otra entrada que parecía estar en otra edificación vecina. Otros dos fueron al otro extremo.

-Qué pena que eso no lo hayan hecho antes – comentó Ventura.

-Tengo hambre.

Ventura levantó las cejas al mirar a Olga.

-¿Ya?

Ésta se encogió de hombros.

-Disparar me da hambre.

-No quiero ni pensar lo que te comerás cuando vayas a hacer prácticas de tiro. O cuando te presentes a esas competiciones que a veces organizáis. Si hoy apenas has disparado un par de tiros. Cuando vacíes diez cargadores …

-Pero cuando compito o hago prácticas, tengo que disimular. Si no se meten conmigo. Aquí estoy en mi salsa. Puedo comer a gusto lo que más me apetezca. Porque además, te puedo echar la culpa a ti, que eres mala influencia.

-Encima, no te jode. ¿Cuando compites después te vas a comer un pescadito?

-Eso no. Nunca. Ni mi hijo me ha convencido. Pescado, yuyu.

-¿No le dabas de comer pescado de pequeño a tu hijo?

-Sí. Y bastante. He de decirte que no me gusta, pero lo cocino muy bien. Igual que las verduras. Se lo preparaba a él. Cuando hago alguna cena para amigos en casa, suelo prepararlo: Merluza rellena, Dorada a la sal, Caldereta de pescado … Para mí me hago otra cosa. Me lo dice Galder. Él si que cocina bien. Por eso su opinión vale más.

-Estás orgullosa.

-De eso sí. De otras cosas de él no tanto. Cambiemos de tema.

-¿Donde quieres cenar? – Ventura se apresuró a hacer caso a la comisaria. Se había sentido incómodo al ver la reacción de Olga. Incómodo por ella. Por sacar un tema que no parecía gustarle.

-Preguntemos a Charles o a sus compañeros. Seguro que conocen sitios buenos.

-No tengo muchas ganas de conducir. Procuremos que sean cerca. O al menos, cerca del hotel.

-Podemos coger un taxi. O a malas, volvemos al restaurante dónde hemos comido. Estaba todo muy rico y podemos acercarnos dando un paseo.

-¿Podrían callarse un rato? – la sanitaria les miraba divertida – Es muy difícil curarles las heridas de la cara. Será solo un momento. Luego pueden seguir con su cháchara reparadora.

-A callar. – dijo Olga encogiéndose de hombros. – Perdón,- dijo a continuación poniendo su mejor cara de niña buena.

Ventura se sonrió: le encantaba esos gestos de su compañera.

.

Al final la cosa se alargó más de lo esperado. El equipo de asalto descubrió un intrincado laberinto subterráneo lleno de pasillos y habitaciones, que en su momento, habían sido refugios antinucleares. O eso pretendían ser, porque todos tenían claro que no hubieran servido para ese fin. Olga y Ventura, una vez curados y pese a las protestas de Holland, los recorrieron todos. Cuando llegaron a la sala en la que se habían refugiado, ya estaba la científica recogiendo pruebas y varios agentes empezaban a estudiar los documentos que había. Eso le fastidió a Olga que no pudo echarlos un vistazo. Ahora dependería de que el FBI quisiera compartir lo que descubrieran. Confiaba en que muchos de esos documentos estuvieran en los discos duros que sentía en sus piernas, bien sujetos por la caña de sus botas.

Eso sí, Ventura y ella tuvieron claro que las habitaciones que utilizaba Rosa María con asiduidad, eran las dos que estaban en ese pequeño rellano: de la que había salido Enrique y la que habían utilizado para refugiarse. La primera estaba casi completamente calcinada. Parecía que había contenido algunos documentos también. Había muchas pantallas de televisión, lo cual parecía indicar que estaban en el centro de control de toda la finca. Pero sería una labor larga recuperar su contenido. Habría que buscar también si las imágenes se subían a alguna nube.

Otro de los viejos refugios, parecía destinado a albergar a Ethan en el cautiverio que le había preparado Rosa María. Había una taza de váter. Un camastro y una mesa. Y varias jeringuillas listas para ser utilizadas. Olga estaba segura que serían drogas para controlar al chico.

Charles y la pareja de policías que habían descubierto el intento de secuestro de Rosa María, no les habían dejado en ningún momento. La mujer se dio cuenta de los rastros de sudor en la camisa de Ventura y le acercó de su coche una sudadera que llevaba siempre, por si acaso. Al final, Olga les preguntó un sitio en el que cenar lo que ellos les gustaba: carnes, hamburguesas, patatas fritas.

-Os invitamos – les dijo.

Los tres aceptaron la invitación. Se fueron a cambiar en un momento, mientras Olga hablaba con Peter Holland. Su conversación fue muy seria e intensa. Olga en muchos momentos le miró con dureza. A Ventura le pareció que había aprovechado para poner sobre la mesa todas las dudas que había tenido en los últimos días sobre las verdaderas intenciones del Jefe de Operaciones.

Cuando Charles volvió, trajo una camisa limpia y una chaqueta de punto, para que Ventura se cambiara. Éste le estrechó la mano efusivamente para mostrarle su agradecimiento.

Y allí fueron a cenar, al mismo sitio donde habían comido. Los tres fueron claros al afirmar que era un buen restaurante y estaba a un par de manzanas. La jefa de sala los reconoció y les llevó a la misma mesa de la comida.

-No hace falta que les recuerde lo que les he dicho esta mañana – sonrió a Olga y Ventura.

-No. Muchas gracias.

-Os advierto que después de lo que hemos vivido, yo tengo un hambre que me comería una vaca entera.

-O sea que para nosotros pido como siempre. – Ventura miraba a la comisaria con un cierto visaje de ironía.

Olga le sonrió pesarosa. Ventura entonces pidió para ellos la mitad de otras veces. Y aún así, a sus compañeros de mesa les resultó excesivo. Ventura miró a Olga cómplice. Ésta se echó a reír.

-No os asustéis si luego pedimos una segunda ronda. Después de lo que hemos vivido, necesitamos recuperar y relajarnos. La comida es uno de nuestros métodos.

-¿Y donde lo echáis? No tenéis una gota de grasa. Tenéis unos cuerpos envidiables. Yo pensaba que lo conseguíais gracias a comer verduras y ensaladas.

-Genética, imagino – contestó Olga.

-¿Olga comer ensaladas? – se burló Ventura. Recibió un manotazo de su compañera como castigo por la broma.

La conversación fluyó agradable durante toda la comida. Los policías de Winston fueron contando, a petición de Ventura como llegaron a la policía y sus experiencias al respecto. Ventura y Olga también contaron a grandes rasgos su historia. Se centraron todos en las anécdotas divertidas. Ya habían tenido bastantes tragedias durante esa jornada.

Ventura, haciendo verdad su premonición, pidió un par de hamburguesas más para Olga y él. Y pidió más patatas. Les ofreció a sus compañeros de mesa la posibilidad de unirse, pero declinaron.

-Estamos a tope. No me cabe una patata más. De todas formas, si yo hubiera estado en vuestro lugar hoy, a lo mejor me comía cinco más. Estoy intentado imaginarme ahí abajo y … creo que no hubiera sido capaz de … salir airoso. Me hubiera derrumbado. Si un día tengo la desgracia de tener que disparar y mato a alguien … O que me cojan de rehén con una pistola en mi sien … ¿Habéis vivido situaciones así antes?

-Yo no – se apresuró a decir Ventura.

Olga hizo un gesto de pena.

-Yo por desgracias sí. Unas cuantas.

-¿No es la primera vez que matas a alguien?

Había sido Patricia la que le hizo la pregunta. Estaba sorprendida. Sabía que ser Comisaria en la policía Española, era un puesto de responsabilidad. Se la imaginaba en un despacho, dirigiendo a sus subordinados.

-Por desgracia no. Ya he estado varias veces en esa circunstancia. Es algo a lo que no te acostumbras, pero aprendes a sobrellevarlo. Además, siempre que me he visto obligada a disparar con intención de herir, han sido situaciones extremas en las que el resto de opciones no … vamos que no había más salidas.

-Disparas muy bien. – el tono de Charles al hacer esa afirmación denotaba claramente admiración.

-¿Cómo lo sabes? ¿Lo habéis visto?

-El cámara que os seguía, antes de subir de nuevo las escaleras, siguiendo las órdenes de los jefes, cuando ha empezado el jaleo con ese tipo, dejó la cámara en el suelo, transmitiendo. Lo vimos todo.

Olga y Ventura se miraron sorprendidos.

-¡Vaya! No nos lo han comentado – Ventura fue el que puso voz a los pensamientos de ambos.

-Todos estaban muy preocupados. Nadie sabía que hacer. El jefe Holland estaba muy enfadado porque todos notábamos el olor a gas que iba aumentando. Y tú habías dado la orden de cerrar las conducciones mucho antes de bajar por esa escalera. Echó una bronca monumental a esos agentes con los que luego discutiste, Olga. Se lo encargó a ellos. Entonces fue el Jefe de la Unidad de asalto quien nos pidió a nosotros que buscáramos esas llaves o que si fuera necesario, pidiéramos a la compañía de gas que cortara el suministros a toda la manzana. Y que lo hiciéramos con urgencia.

-Fuimos nosotros – dijo Patricia. – David se puso en contacto con la compañía mientras yo fui a buscar la llave con dos de los agentes de asalto. Al final la encontramos, siguiendo los consejos de un vecino que había salido al jardín a ver el espectáculo.

-Pero el mal ya estaba hecho. Fue solo un par de minutos antes de que todo se convirtiera en una enorme hoguera. Yo me quedé paralizada. Los dos del FBI que venían conmigo, lo mismo. Vimos salir en tropel a todos justo antes de la llamarada. Escuchamos una explosión en el subsuelo que hizo que hasta los edificios cercanos temblaran.

-Fíjate, yo eso no lo sentí – dijo Ventura sorprendido.

-Yo no fui consciente tampoco. Quizás porque intuía que iba a pasar y solo me centré en buscar una salida y que no te pasara nada.

-Yo en tu lugar, me hubiera cagado encima – David miraba con admiración a Ventura. – Y mantuviste la calma. Mirabas a Olga con determinación. Parecía que le estabas dando permiso para que hiciera lo que considerara.

-Poco podía hacer – Ventura no estaba cómodo recordando ese momento, pero se lo debía a esos policías que sin conocerlos, les habían ayudado. – Me tenía bien agarrado. Casi me deja sin respiración. Casi me mata por estrangulamiento.

-Yo creo que al final lo hiciste. Me dejaste más claro el blanco – Olga lo miraba sorprendida.

-Creo que te equivocas, Olga – le dijo Charles. – No se movió. Cuando te disparó ese tipo, apretó más el cuello de Ventura. Y tú encontraste el hueco por el que colar la bala cuando te incorporaste. Fue un disparo increíble. Para los siguientes, entonces sí, el blanco era mayor. Para el primero no. Hasta el jefe del equipo de asalto se llevó la mano a la boca antes de jurar que nunca había visto un disparo como el tuyo.

-Y ni te paraste a contemplar tu éxito. Una vez que disparaste los seis tiros, miraste al fondo durante apenas un instante, y agarraste a Ventura de la americana y lo levantaste. Te lo juro, dio la impresión que tenías una fuerza increíble. A Ventura se le notaba que le costaba respirar. Diste dos patadas a la pared hasta que por arte de magia, apareció ese pasadizo o lo que fuera en el que os resguardasteis. Y lo volviste a cerrar apenas unos segundos antes de que esa lengua de fuego subiera. Ahí ya echamos todos a correr y la cámara me imagino que se achicharraría.

-Salimos todos en tropel. Mr. Holland pegó un grito horrorizado.

-Creo que fue el de los SWAT.

-Da igual. A lo mejor fueron los dos a la vez.

-Pero el Jefe de los SWAT te juro que perdió unos instantes para asesinar con la mirada a esos tres imbéciles. Es que todavía, mientras veían lo que ocurría, murmuraban entre ellos y se echaban a reír. Les oí algo de cagarse … de que no olía a gas sino a la mierda de Venturita.

-Pues si que te tienen manía esos. ¿Qué les has hecho? – Olga le miraba con gesto de chufla. Ventura tuvo un primer arranque de contestar de forma cortante, pero al verla la cara se echó a reír.

-Lo único que he hecho, es mi trabajo. Escuchando, mirando, y oliendo. He seguido mi instinto por encima de los protocolos establecidos. Y … sabes, en realidad, las veces que he trabajado en casos a los que esos tres no sabían encontrarle un sentido ni un camino para llegar a la verdad, lo que les jodía es que conseguía que los testigos, los familiares de las víctimas, incluso los cercanos a los que al final descubrimos que fueron los culpables, me contaran cosas que a ellos no lo hicieron.

-Con esos aires que se dan ¿Quién les va a contar? – Patricia abría mucho los brazos, mostrando su incomprensión. – Ni los amigos, sus amigos, les contarían nada.

-¿Quién les ha dado tantas alas?

-Holland está claro que hasta hoy, los protegía. Les daba los mejores casos. – Ventura fue rotundo en su apreciación.

-Algunos casos resolverían – contemporizó Olga.

-Si estudiamos uno por uno, en casi todos te diría que llegó otro agente que les salvó del desastre. Otro que supo volver sobre lo ya andado y mirar bifurcaciones del camino que estos tres inútiles habían descartado. O alguno del CSI que les abrió la mente.

-Un observador externo quizás pudiera sacar la conclusión de que son buenos coordinadores que saben sacar lo mejor de sus colaboradores.

-Lo único que … – Ventura se sonrió por lo que iba a decir – tú y tus compañeros, tenéis fama de ser muy buenos coordinadores. Pero en vuestros informes, sale hasta el becario que cogió una llamada de alguien que quería contar algo. Todos los miembros de vuestro equipo, a todos ellos les reconocéis su mérito. Incluso, por estas semanas que te he conocido más intensamente, te diría que os quitáis méritos vosotros. Porque no creo que vuestros subordinados tengan vuestra raza, vuestro talento y vuestras intuiciones. En el caso de estos, solo salen sus nombres. Se apropian de todo lo que han hecho los demás.

-Ya estamos. Nosotros solo tenemos …

-Mira, Olga. – Ventura se giró para mirarla directamente. – Cuando hemos entrado en esa habitación, en donde estaba el cadáver de esa mujer, a los cinco minutos, sabías todo lo que a mí me ha costado media hora. Y mucho más que, con todo lo que ha pasado luego, te has guardado para ti. Te lo he notado. Te has plantado ahí en medio y has ido radiografiando todo. No has necesitado ni agacharte para ver el cuerpo de cerca. Hasta te diría que sabes quien la ha matado. Lo sabes, con nombre y apellidos. Y lo más importante: sabes la razón. Y sabes que en realidad, no ha sido una muerte de encargo. Ha sido solo una consecuencia de lo que ha hecho antes esa Rosa María. Un amigo de alguno de sus objetivos anteriores. O de los presentes.

-¿Pero como se llamaba en realidad? Al menos os hemos oído tres nombres distintos para referiros a ella.

-Eso. Que a mí también me despistas con eso.

Todos se quedaron mirando a Olga que se dispuso a dar las explicaciones que sus compañeros de mesa la requerían.

-A ver. Isabel es el nombre que dio para su último trabajo. Rosa María, es el nombre por la que la conocían en Concejo del Prado, un pueblo de Madrid al que se fue a vivir para estar cerca de Carmelo del Rio, el actor, que era su objetivo. Espiarlo y llegado el momento, matarlo. A él y a Jorge Rios, el escritor. Y Evelyn es el nombre que figura en su documentación oficial en Inglaterra. Evelyn Smith.

-¿Sin “h”? – bromeó Ventura.

Olga se sonrió.

-Con “h”.

-¿Y su nombre verdadero?

-Que quede entre nosotros: Rosa María Losantos Hermida. Natural de Málaga. Tenía 41 años. Su afición al asesinato le viene de familia. Su padre la enseñó. Él mismo era asesino a sueldo. También la enseñó a hablar tres idiomas como si fuera nativa. Y otras muchas habilidades que los que hemos tenido contacto con ella tenemos muy presentes.

-No se lo has dicho a Holland. – Ventura la miraba sorprendido.

-Él lo sabe antes que nosotros. Y se lo ha guardado. No he querido insultarlo diciéndole cosas que ya conoce de sobra.

-¿Y ese cariño que te ha dicho Enrique que te tenía Rosa María?

-Maté a su padre. Carmen y yo. Me atribuí el disparo, o me lo atribuyeron, pero no sabemos quien de las dos lo hizo. El fatal, me refiero. Intentó matar a Javier para vengarse de su padre. Javier apenas tenía dieciséis.

-Joder. – Ventura no pudo disimular el impacto de la noticia.

-Esto no lo sabe Javier, Ventura.

-No creo que tenga oportunidad de contárselo. Ni siquiera nos conocemos.

Ventura puso su mejor cara de cínico bromista. Olga se encogió de hombros.

-Tú sabes que si vas a tener, no una, sino una cada día. Oportunidades de contárselo, me refiero. Cuando te vuelvas conmigo a España.

-¡¡Una mierda!! – la cara de Ventura era la viva expresión de lo bien que se lo pasaba con sus piques con Olga.

-Tiene que ser una gozada trabajar con vosotros – dijo Patricia pensativa.

-No es ninguna bicoca. El trabajo es duro. Muchas horas. Intentamos compensarlo con un buen ambiente. Con libertad para que nuestros colaboradores se organicen. Los casos que llevamos son duros. Vemos cosas … atrocidades … cada día. Ese joven, Enrique. Nos ha intentado matar hoy. Pero no puedo dejar de pensar en que … tuve en mis brazos a chicos que vivieron lo mismo que él. Él fue una víctima antes de convertirse en lo que habéis visto. Y cada vez que recuerdo como estaban todos ellos cuando la persona que los salvaba me los traía para que los protegiera, me entran unas ganas de llorar que a penas puedo contener. Estos días mis compañeros en España han salvado a unos chicos a los que trataban como a animales. Desnudos, sucios, muchos con enfermedades y lesiones causadas por los maltratos, por los golpes. Oliendo a orines y a mierda. Y llevaban meses no conociendo otros olores. Alimentándose a base de comida de perro. Y tienes que convencerlos de que somos los buenos, que vamos a salvarlos. Los tienes que abrazar y besar, a pesar de que por el olor que emanan, tienes ganas de vomitar.

-¡Joder! – fue Patricia la que puso voz a lo que pensaba ella y sus dos compañeros.

-Mala cosa no será cuando todos quieren trabajar a vuestro lado – dijo Ventura muy serio.

-No todos. He ido a buscar a algunos que nos interesaban, y me han dicho que no. No todos buscamos lo mismo al dedicarnos a esta profesión. Muchos prefieren un puesto cómodo, con unos horarios fijos y sin complicaciones.

-Ayudar a los demás, proteger a los débiles – dijo David con gesto convencido.

-Lamentablemente no todos piensan como vosotros – terció Ventura – Lo he visto en muchos compañeros.

-Esos no son policías de verdad.

-Pero actúan como tales – contestó Patricia a su compañero Charles. – A ver cuantos compañeros nuestros se hubieran preocupado de ayudar a un agente del FBI que le aborda por la calle y les muestra una foto. Y más a diez minutos de que salieras de turno.

-¿Salías de turno? Pues ya le has echado horas entonces. Y tu ayuda ha sido fundamental. No hubiéramos llegado al incidente del intento de secuestro.

-Ahora debemos encontrar a Ethan – dijo Olga.

-¿Queréis que pidamos a nuestros compañeros que estén atentos?

-¿Lo haríais? – Ventura se había adelantado a Olga.

-¡¡ Claro !!

-Mañana lo ponemos en marcha.

-¿Algo más para comer?

La camarera miraba a Olga sonriendo de forma irónica. Olga le devolvió la sonrisa.

-Pasemos al dulce, que esta mañana nos han interrumpido y no hemos podido disfrutarlo.

-¿Surtido de postres?

Olga afirmó con la cabeza sonriendo.

La conversación volvió a distenderse y apartarse del tema laboral. Las risas volvieron a llenar la mesa. Llegó el café y una copita. Salvo Charles.

-Yo os llevo a todos a casa. Bebed tranquilos.

De nuevo, cuando esta vez fue Olga a pagar y se levantó buscando a la jefa de sala, ésta le dijo que “el Sr. Carceler se ha ocupado”.

-Al menos deje que me ocupe de la propina.

-Se ha ocupado también. Me ha pedido que busque el momento para transmitirla su agradecimiento por cuidar de su hijo.

-Dígale, si tiene oportunidad, que no he podido hacer otra cosa, porque tiene un hijo maravilloso y no podemos permitirnos perderlo.

La mujer pareció gustarle la respuesta y sonrió asintiendo ligeramente con la cabeza.

.

-¿Has podido pagar?

Estaban en la habitación de Olga. Se habían sentado en las butacas que había en una esquina, con una mesa pequeña entre ellas. Habían pedido al servicio de habitaciones que les subiera unos combinados de Coca-Cola con Ron.

-¿Has podido pagar? – Ventura repitió la pregunta. Olga parecía perdida en sus pensamientos.

-¿Eh? – se lo quedó mirando con si acabara de salir de un trance. – No. No. Lo mismo que a la mañana.

-Mi padre sigue en plena forma. Informado de todo.

-Parece que sí. Se preocupa por ti.

-No te rías de mí. Se preocupa de sus negocios. Los oficiales y los de su segunda ocupación. Su hobby, como decía. Dice.

-¿Que pasó entre vosotros para que discutierais?

-No merece la pena perder el tiempo en ese tema.

-Ventura, por favor. ¿Como te llama tu madre cuando quiere mostrarte su cariño?

-¿Cabrón?

-Anda, anda. Te lo pregunto en serio.

Ventura suspiró resignado antes de contestar.

-Turi. Como me llamó Guille. Se lo copió a ella.

-No te gusta.

-Lo asocio a ella. Ella me gusta que me llame así. Pero solo ella. Es como una forma de … sentirla más cerca. Gracias por no haberme llamado así.

-No me diste permiso cuando lo hice. Por nada del mundo quiero molestarte. Al revés. Me gustaría poder conseguir que te sientas mejor. Que te quieras un poco más. Que te relajes.

-Ya lo haces. Desde el primer día. Me tendiste la mano y no me has soltado nunca. Me respetas. Respetas mis opiniones. Me escuchas. Esas dos cosas son importantes.

-Hay más gente que te respeta.

-No creas. Me toleran.

-¿Saben quien es tu padre?

-Holland, sí, imagino. Mi padre tuvo que hablar con él para pedirle el favor. El resto no creo. Mi padre nunca ha presumido de tener las empresas que tiene, ni de ser rico y tener acceso a los Presidentes de la mitad de los países del mundo. Viven en una casa en el centro de Madrid, en buen barrio, casa grande, pero nada comparado a la que disfrutan otros mucho menos adinerados. No tienen grandes coches, ni van rodeados de sirvientes o escoltas. Todo es mucho más sutil. Lo sabes porque los conoces. Y desde luego, su hobby lo conocen cuatro personas contadas.

-No, ya te lo dije. Javier y Carmen sí. Aunque ninguno habla de ello. Carmen no tenía ni idea de que los conociera. Ya te lo dije. Por mucho que me tiendas trampas, no va a cambiar mi versión.

Olga se calló unos instantes. Lo observaba con detenimiento. Notaba como la cabeza de Ventura no descansaba. Cualquier otro día, con la mitad de las vivencias que habían tenido ese día, Ventura se habría quedado dormido en su cama. No había ni rastro de que necesitara irse a dormir.

-¿Por qué no me lo cuentas?

Olga hizo la pregunta en un tono dulce y tranquilo. Ventura la miró un momento. Se encogió de hombros. Pero no se animó a hablar. Al menos en ese instante. Olga notaba como había una lucha dentro de él. Parecía debatirse entre hablar o callar. Al final Ventura se incorporó un poco en la butaca. Parecía que había ganado la opción de hablar.

-Me secuestraron. Con doce años. Como todo en nuestra familia, no se enteró nadie. Solo lo supieron mis dos hermanos, y porque estaban cuando ocurrió. Si no, seguro que mis padres se lo hubieran ocultado. Me drogaron y me amordazaron, a parte de ponerme una capucha en la cabeza y atarla con una cuerda. Me tiraron como un saco de patatas en el suelo de una furgoneta.

Ventura se calló un momento. Cogió su copa y la pegó un buen trago. Sus ojos brillaban debido a las lágrimas que los inundaban.

Olga contuvo la respiración. Por nada del mundo se esperaba esa revelación. Pocas veces en su vida profesional no había sabido como actuar. Esa era una de ellas. No se había preparado para esa historia.

-En cuanto llegamos al destino, me desnudaron por completo. Me ataron las manos y me metieron en un cuarto. Me quitaron la capucha, la mordaza y me dejaron allí. Me daban de comer a través de una abertura en la puerta. Todo estaba a oscuras. Hacía mucho calor. Tenía un orinal para hacer mis necesidades. Y una botella de agua para beber. Yo creo que ese agua tenía algo de droga. Siempre me sentía abatido. Sufría alucinaciones. Sudaba mucho.

Volvió a beber de su copa. Esta vez no se lo pensó y siguió hablando.

-Hasta ese día, mi padre era Dios. Allí, en ese cuartucho, no dejaba de preguntarme dónde estaba que no venía a buscarme. Sabía a lo que se dedicaba. Nunca nos lo ocultó. Es más, nos enseñaba a mis hermanos y a mí cosas de su afición. Con siete años, me enseñó a disparar. Muchos tipos de armas. En lugar del veo veo, jugábamos a ser capaz de recordar el máximo número de objetos de cualquier habitación, lugar. Con diez, me enseñó a desmontar una bomba. Es alucinante. Diez años y sabía hacerlo. Pero ahora, cuando lo necesitaba, no estaba. Llegué a pensar que mi padre no me quería. Que había hecho algo mal y estaba enfadado y por eso no iba a buscarme.

No sé los días que estuve en ese cuarto. Nadie me habló en ese tiempo. Solo el ruido de la cancela cuando se abría para meter el plato de una especie de pasta que era mi comida todos los días. Al menos era rica de sabor. Sin poder limpiarme el culo si cagaba. Buscando el orinal por el olor de mis meadas. Eso no me lo cambiaban cada día. Me acostumbré al olor de mi propia caca. Tenía doce años.

Un día, escuché un ruido ensordecedor. Venía de la parte de arriba. Sabía que habían sido explosivos. Luego escuché disparos y golpes en la parte de arriba. Perdón por la reiteración. El caso – Ventura parecía que tenía prisa por acabar – es que de repente la puerta se abrió por completo. La luz de una linterna potente me deslumbró. Entonces pensé que estaba desnudo. Sentí vergüenza. Esos días de no tener nada que hacer, pensé más en mi cuerpo y fui consciente de que estaba cambiando. Ya me entiendes. Un hombre se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Me abrazó. Pensé que yo olería mal. Me dio todavía más vergüenza. Pero ese hombre me abrazó y me comió a besos. Te lo juro, solo escuchar su voz en mis oídos me hizo … olvidarme de los días pasados, de mi culo sucio, de mi olor nauseabundo … me puso sobre su hombro y me sacó de ese cuarto. “cierra los ojos para que la luz no te haga daño”, me dijo. Y los cerré. Nos metimos en un coche que salió de allí a toda velocidad. De nuevo me había abrazado y me acariciaba la cabeza. Y no dejaba de hablarme al oído. De decirme lo valiente que era, lo orgulloso que estaba de mí. No sabía quien era, pero saber que él estaba orgulloso de mí, me hizo sentirme bien. Te lo juro.

Ahora el llanto era menos callado. Olga tuvo la tentación de abrazarlo, pero pensó que no era el momento. Ventura estaba reviviendo el abrazo de ese hombre. Y eso le producía, a pesar de las lágrimas, un sentimiento de bienestar que era palpable en su rostro.

-Me llevó a casa. Mi madre corrió al coche a cogerme en brazos. Mis hermanos corrieron también y se abrazaron a nosotros. Mi padre lo fue a hacer, pero le miré con todo el odio del que fui capaz. Él era dios y no había ido a salvarme. Lo había hecho un puto desconocido. No he podido perdonarlo. Nunca. Ni lo haré. Ahora lamento hasta haber quedado con él el viernes. No sé si cancelarlo.

Entonces fue cuando Olga se levantó de su butaca, se acercó a la suya, se puso de rodillas delante de él y lo obligó a abrazarse a ella. El llanto de Ventura se hizo incontrolable. Todo su cuerpo temblaba al ritmo del lloro. Olga le acariciaba la cabeza y le besaba la mejilla continuamente.

Así estuvieron un buen rato. Hasta que cuando Olga rompió ese abrazo y fue al baño, al volver, se encontró a Ventura sobre su cama, completamente dormido. Se sonrió, le quitó los zapatos y le arropó.

.

-Lo vi con mis ojos, Dani. No fuiste ni al entierro. Era tu amigo.

Dani no sabía que decir. Apenas podía recordar nada de esos días. No trabajaban, eso lo tenía claro. Iban de fiesta en fiesta, siempre medio borrachos, siempre con su cajita con los útiles para meterse una dosis si la necesitaban. Bien surtidos de preservativos, para no perder una oportunidad de disfrutar de un buen polvo. ¿Los disfrutaba de verdad? Siempre acababan necesitando la droga y el sexo. Regado con bebidas espirituosas de alta gama. Tiene la impresión de que esos días estuvo con ellos, que apenas se separaron. Pero luego les abandonó y fue a ver a alguien. No centraba los recuerdos. A lo mejor tendría que darle la razón a Quiñones.

-Lo siento, de verdad. No lo recuerdo. Estaría en alguna habitación de hotel drogado.

-O follando con cualquiera.

-Oye, que tú también lo hacías.

-Porque no me querías, Dani. Si me hubieras querido … yo no necesitaba a nadie más que a ti.

-Sabes que en aquellos días, no …

-Ese puto Jorge de los cojones.

Sergio se alarmó. El tono de asco y odio que Quim había imprimido a sus palabras, no se lo había escuchado nunca en esos años.

-No seas injusto, Quim. Jorge es …

-Pasó de mi culo, joder. No me quiso tampoco él. Me hablaba y me … contaba idioteces, historias de no sé quien o … me importaban una mierda ¿Me entiendes? Yo quería follármelo. Quería que todos vieran que yo triunfaba donde los demás … y el puto de él acaba con este traidor – señaló a Dani con la cabeza en tono despectivo – y enamorados como dos gilipollas. Dani, el Dios del sexo sin compromiso y diciendo bye bye con la mano, por la mañana a sus presas sexuales, amancebado con ese cabrón de cagatintas.

-Tú querías a Remus. ¿No te acuerdas? ¿O le engañaste? – Sergio le había tendido la mano que Quim, un poco renuente al principio, se la había acabado cogiendo.

-Sí, lo quería.

Entonces, Quim volvió a sumirse en uno de esos estados ausentes. Daba la impresión de que en ese tiempo, volvía al pasado y revivía los momentos de los que habían estado hablando.

Dani aprovechó y se levantó sin disimular su incomodidad y enfado y se fue al servicio. Se encerró en un reservado pegando un portazo y se sentó sobre la taza. Levantó las piernas y apoyó los pies en la puerta. Si en ese momento hubiera llevado encima sus útiles de antaño, ahora se estaría preparando un pico para meterse. Casi nunca sentía ganas de volver a aquellos días. Pero Quim le estaba haciendo sentir como una mierda. Como un tipo interesado y cabrón, solo preocupado por él. No presumía de haber sido siempre un chico preocupado y sensible con los que le rodeaban. Posiblemente hasta que Jorge se quedó permanentemente en su vida el día que fue a buscarlo a aquella cafetería, eso no hubiera sucedido. Sus relaciones de amistad se basaban en la juerga, las discotecas, el alcohol y las drogas. Sin olvidarse del sexo sin compromiso y con preservativo. Eso es el único detalle que le hacía parecer un amante cuidadoso con la pareja. En realidad, lo hacía por egoísmo. Por no tener un hijo con la primera mujer que quisiera cazarlo, que hubo varias que lo intentaron, o coger cualquier enfermedad de transmisión sexual.

Así estuvo casi veinte minutos. De vez en cuando sentía el impulso irrefrenable de dar patadas a la puerta. Entonces sintió que alguien tocaba ligeramente en ella, después de uno de sus impulsos pateadores.

-¿Estás bien Dani?

Era Flor, su ángel de la guarda.

-Sí, tranquila. He copiado a mi escritor y sus momentos de … perdona si te he asustado. Perdona por las patadas.

-Sal anda. Refréscate la cara. Tu representante empieza a preocuparse.

-Dame cinco minutos.

Dani ni se movió. Cerró los ojos e intentó pensar en su droga sustitutiva: Jorge. Ahora, Jorge lo miraba con esa sonrisa que tanto bien le hacía. Era capaz incluso de sentir su mano acariciándole la mejilla. Sus labios acercándose para besar los suyos. “Te quiero, rubito, con todo mi alma”.

-¡¡Dani!! – Flor insistía. Carmelo miró el teléfono. Sus cinco minutos se habían vuelto a convertir en otros veinte. Se incorporó y levantó la tapa de la taza. Necesitaba orinar. Durante un segundo se le pasó por la cabeza hacer como a veces hacían él y sus amigos cuando estaban puestos: mear las paredes, para dejar el rastro de los dioses del cine. Los orines de unos semi-dioses. Debería contarle todas esas cabronadas que hizo en su pasado para que Jorge cambiara su opinión sobre él y viera el hijo de puta que era la persona de la que se había enamorado. O quizás ya lo sabía y se lo perdonaba todo, porque lo quería de verdad. Carmelo era consciente de que solo había habido dos personas que le habían querido de verdad y se lo habían demostrado: Jorge y … Olga.

Procuró apuntar bien a la taza. “Siempre puedo poner la excusa de mi altura: es más difícil hacer puntería.” Accionó la cisterna, se colocó un poco la ropa y abrió la puerta. La cara de Flor era de preocupación. Tenía el teléfono en la mano dispuesta a llamar a alguien.

-No hace falta que el escritor se entere de esto – Carmelo la sonreía como un niño pequeño que había sido pillado en una trastada.

Flor movía la cabeza negando a la vez que sonreía.

-Refréscate un poco anda. Tienes legañas por las lágrimas y los labios los tienes irritados de mordértelos. Y no me tientes que llamo a Jorge en un momento. No me des estos sustos.

-Tenemos que cuidar un poco al escritor – le advirtió Carmelo.

-Pues empieza por cuidarte tú. Y por cuidar a los tuyos para que no tenga que ocuparse él. Sal ahí y reconquista a tu viejo amigo.

El tono empleado por la policía había sido una mezcla de dureza y dulzura. Eso precisamente solía desarmar a Carmelo. No dijo nada, abrió el grifo del lavabo más próximo y se refrescó la cara con decisión. Flor le tendió entonces una toalla para que se secara.

Carmelo se decidió y salió del baño. Ricardo y Bela lo esperaban en la puerta para acompañarlo de nuevo a la mesa. Se dio cuenta que Quim había vuelto de su viaje a ninguna parte. Parecía charlar distendidamente con Sergio que se reía de alguna ocurrencia de su antiguo amigo.

-¿Has acertado con la meada o has dejado tu firma en las paredes, como antaño?

Carmelo no pudo por menos que echarse a reír.

-He tenido la tentación. – dijo sentándose – Pero me he contenido.

-Menos mal – dijo Sergio aliviado. – He pensado que podíamos comer con Quim aquí, en la residencia.

-Me parece una buena idea. Tengo hambre. ¿Qué tal se come?

-Bien. No me quejo. Aunque no suelo tener mucho apetito.

-Eso va a cambiar. O te hago el avioncito. Nunca has sido de mucho comer.

-Joder. Parece que te acuerdas de lo que quieres.

-Recuerdo cuando te hice el avioncito.

-Que vergüenza. Eso fue en un restaurante bueno. Remus y tú. Los dos. Casi nos echan.

-A eso ayudó que Ro se quedó dormido de repente sobre el plato de pescado.

-Casi prefiero no enterarme de estas historias – se quejó su representante.

-Tuviste suerte que no nos tuvieras que ir a buscar a comisaría. El encargado quería llamar. Creo que fue … ¡Ovidio Calatrava! … sí … fue él el que intercedió y debió darle una buena propina al encargado para que olvidara el tema.

-Y luego dices que Ovidio te odia.

-Eso lo suele decir Jorge.

-Ya serás tú quien lo dice. Venga, dejemos el tema. Vamos a comer.

-Perdona por lo de antes. – Quim se acercó a Carmelo y le besó en la mejilla.

-Era un hijo de puta, es cierto. Drogata, borracho y un puto cabrón de mierda. Por mucho que no lo recuerde, no deja de ser verdad.

-Pero todos te queríamos.

Carmelo asintió con la cabeza, aunque un pensamiento se abrió en su cabeza: “Salvo los que me odiaban”.

.

El viaje de vuelta a Madrid fue igual de silencioso que el viaje de ida. Ahora ya, las piernas de Carmelo estaban quietas. Y en este caso, ya no disimulaba haciendo ver que iba pendiente del paisaje.

-Dime en que piensas – Sergio no dejaba de mirar a su representado.

-Cuando me vienen recuerdos de mi época de … locuras … me doy asco. Jorge no me cree cuando le digo que era un hijo de la gran puta.

Sergio se sonrió. Negaba ligeramente con la cabeza. Jorge sabía perfectamente como era entonces Carmelo. Otra cosa es que tuviera una estrategia para conseguir que Carmelo no se volviera a sumir en aquella deriva.

-Yo en cambio, me siento orgulloso de ti. – dijo Sergio con una sonrisa.

-No me jodas. No me tomes el pelo.

-Sí. Me siento orgulloso porque recuerdo perfectamente aquellos días. Echo la vista atrás y te veo. Y te miro ahora, y me digo: lo consiguió.

-Seguramente es culpa tuya.

-Lo hice con muchos de tus amigos. Solo tuve éxito contigo.

-Al menos, salvaste la vida al resto. Salvo a Ro.

-Quim …

Sergio cerró los ojos y suspiró. No pudo evitar echarse a llorar. Carmelo lo miraba impotente. No sabía como actuar. Los papeles estaban cambiados. Sergio siempre le había consolado a él. No sabía como hacerlo al revés.

-Se volvió loco. Cuando se asomó a la ventana y vio a Ro estrellado en ese coche debajo de su casa …

De nuevo el llanto invadió a Sergio. Tras varios amagos, Carmelo se acercó a su agente y lo abrazó. Los primeros minutos, el actor se sintió incómodo. Poco a poco fue relajando su cuerpo y el abrazo se convirtió en natural y acogedor.

-Se acababa de meter una dosis. Pero su cabeza … bajó corriendo hasta la calle. Intentó bajar a Ro del techo del coche. La policía tuvo que emplearse a fondo para controlarlo. No tardé en llegar, todo sucedió cerca de la oficina. Cuando llegó el juez y ordenó levantar el cadáver, Quim intentó verlo. Los sanitarios se lo impidieron. Imagina como estaba su cara … machacada. Remus salió en ese momento. Su viaje alucinógeno había sido antes que el de Quim. No se había enterado de nada. No acababa de entender lo que pasaba. Quim … se enfadó con él. Casi lo mata. De repente … Quim se desplomó en mitad de la calle. Así hasta ahora.

-¿Y en este estado fue al entierro?

-No me atreví a impedírselo. No dijo nada. Solo se quedó delante del ataúd. Lo miraba sin casi pestañear. Pocos días después, lo ingresé en esa residencia. Todos me habíais dado poder para actuar en vuestro nombre en caso de … poneros mal.

-¿Y desde entonces lo pagas todo?

-Eso es lo de menos.

-Cóbrame más y así te ayudo. O pásame parte de la factura. O toda.

-No, Dani. Era mi responsabilidad. Yo era el responsable vuestro.

-¿Y su familia?

-¿Y la tuya? ¿Y la de Hugo? La de Remus algo mejor pero … manteniendo las distancias.

-Esos hijos de puta de Anfiles saben a quien tientan …

-Ese hijo de puta de Toni, sabía a quien tentar. Y yo mirando. Eso también es mi responsabilidad. Mi culpa.

-Deja eso de … deja de decir eso, joder. No te lo pusimos fácil. Nada fácil. Y sigues cuidando a Quim. Le pagas la residencia. Te ocupas de sus cosas. Me he dado cuenta cuando hablabas con esa doctora. Te has ocupado de mí. Y encima no me cobras lo que me cobrarían otros …

-Tenía que haber sido más radical. Tenía que haberme ocupado de Toni mucho antes y apartarlo de vuestro lado. Maldita la hora en que me asocié con él. Él os llevó a ese infierno. Y yo mirando.

-Dale con el “y yo mirando”. ¿Y Remus? ¿Te ocupaste de Hugo también?

-No. No me ocupé. Ellos estaban más metidos en Anfiles que Quim y Ro. Se ocuparon otros. Estuve informado, eso sí. De hecho, sigo siendo representante de ambos. – Sergio se calló unos segundos. Parecía necesitar ordenar sus recuerdos. – Reconozco que fui un cobarde. Luego … lo pagué, porque el hijo de puta de Toni metió a mi hermano en ese …

Carmelo se llevó las manos a la cabeza. No se había acordado nunca del hermano pequeño de Sergio. Llevaba años sin preguntarle. Lo había borrado por completo de su cabeza.

-No te martirices por haber olvidado a Fidel. Es tu defensa. No sé si es buena idea que todas estas cosas salgan y las vuelvas a tener presente.

-Como no me voy a martirizar. Soy lo peor. Tú siempre pendiente de mí. Sacándome de todos los marrones habidos y por haber. Y ahora … ¿Y como sacaste a Fidel de Anfiles?

-No te preocupes de eso. Lo saqué y punto.

-¿Y está bien?

-Sí, vive en Estados Unidos. Se cambió el apellido. Fue como si hubiera renacido.

-¿Jorge sabe de todas estas historias?

Sergio suspiró. Iba a decirle que no le dijera nada al escritor, pero sabía que eso sería contraproducente. Jorge lo iba a notar en cuanto se lo echara a la cara.

-Jorge sabe, tranquilo.

-No me digas que ha ido a ver a Quim.

Sergio sonrió triste.

-No. No ha ido. No le he dejado.

-Creo que te equivocas.

-Ya has visto como Quim lo odia.

-Te equivocas. Y lo sabes. Llévalo a verlo.

-Ya tiene bastante …

-Quim era mi amigo. He estado años en que lo he ignorado. Yo podía haber sido Quim. O Ro.

-No es buena idea.

-Dime por qué.

-Ese día que desapareciste, el día de lo de Ro, te fuiste de su lado por ir a buscar a Jorge a esa cafetería. ¿Te acuerdas de la matraca que me diste para que me enterara de por dónde paraba? Ese fue vuestro verdadero inicio de … vuestra relación.

-¿Y Quim sabe que …?

Sergio afirmó con la cabeza.

-Pero Jorge no hizo nada mal. No tiene ninguna culpa.

-Eso da igual. Tú lo sabes. Necesitaba un culpable. Tú … siempre te ha amado, ya le has oído. Jorge, tu pareja, es la persona que mejor encarna a un enemigo completo.

La caravana de Carmelo llegó a la oficina de Sergio. Éste besó en la mejilla a Carmelo y salió del coche.

-¿Quieres subir y tomamos algo? O si prefieres …

-No, otro día. Ya te he jodido el día …

-¡Qué dices! Es el día que mejor he visto a Quim.

-A lo mejor le llamo y hablo con él un rato. ¿Qué te parece?

-Puede que sea mejor que lo dejes para mañana. Lo que sientas que debas hacer. Has cogido algo de ese sexto sentido que tiene Jorge.

-Por eso debería contarle. Él sabrá que hacer.

Sergio se encogió de hombros. Estaba superado. Entonces Carmelo vio que de nuevo estaba siendo egoísta. Le hizo un gesto a Flor que lo miraba expectante. Ésta dio la orden a sus compañeros de bajarse de los coches. Carmelo hizo lo mismo.

-Acepto tu invitación, he cambiado de opinión. Vamos a hacer uso de esos sillones que tienes en tu despacho y de ese whisky que solo sacas para los VIP.

-Si casi te has bebido esa botella tú.

-¡Mentira! ¡Y gorda! Por una vez que tomamos un whisky pequeñito.

-Anda, tira para arriba. A ver que desastres han ocurrido en mi ausencia.

-Llevas todo el día con tu actor más problemático. Así que tienes un noventa y nueve de que no haya pasado nada grave.

-En eso tienes razón. De repente se me ha quitado un peso de encima.

-Que bobo eres. No sé si es hora de cambiar de representante.

-Goyo Badía estará encantado de recibirte en su agencia. O Felisa, la ex de Álvaro. La que no tramitó el contrato de “Tirso” para esperar a que renegociara su contrato para sacar más tajada.

-Qué cabrón. Y que hijos de puta ellos, Felisa y el Goyito.

-Por lo que hace referencia a mí, donde las dan, las toman.

-Joder. Desde que representas a Jorge, se te han pegado sus dichos populares.

-Pues espera que no se me pegue su dramatismo.

-¡¡Dios!! ¡¡Aleja de mí este cáliz!!

-Mejor … contigo contagiado ya es bastante.

-¿No te ha gustado?

-No ha estado mal. Pero sin exagerar.

-¿Queréis entrar de una puta vez en el portal? Os daría un par de galletas ahora mismo.

-Vale, Flor. No es para ponerse así. Ha sido un día duro.

-¿Ves? Eso si es dramatismo. – dijo Sergio señalando a la policía.

Sergio echó a correr hacia el portal para quitarse del alcance de Flor que lo miraba con gesto adusto y feroz.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 98.

Capítulo 98.-

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La historia se repetía. Al igual que la última noche que pasó en la casa de Cape con Carmelo durmiendo con éste, Jorge esa madrugada se había desvelado. Y al igual que hizo en esa otra ocasión, salió de exploración por las partes de la casa que no había visitado. Decidió subir al otro piso y probar las otras habitaciones de invitados. Esta vez no descubrió olvidadas en los cajones, ninguna pieza de ropa interior ni de mujer ni de hombre. Pero a cambio, se encontró con que las escaleras seguían subiendo, hasta otra planta que no tenía presente. Y allí, ante su asombro se encontró en ese ya sí último piso de la casa, una terraza enorme que al parecer Carmelo no la hacía ni caso. No la usaba para nada, ni siquiera la había citado. La parte cubierta de esa planta, la constituían, a parte de la escalera que daba acceso, un pequeño gimnasio con diversos aparatos. No les había oído a ninguno, que él recordara, que la usaran ni siquiera de vez en cuando. Carmelo al menos solía preferir salir a correr por el campo y luego nadar en el remanso del río. De nuevo se le había olvidado como llamaban a ese sitio. Nunca lograba retener el nombre.

Abrió la puerta que daba a la terraza y salió a la misma. Tenía una vista impresionante de toda la zona. El río justo en frente, a bastante distancia. Lo que parecía ese remanso famoso por ser el lugar de reencuentro de Cape y Carmelo. Por la parte de la izquierda, la carretera que llevaba a otro pueblo cercano que se vislumbraba a lo lejos. Veía cientos de vacas pastando apaciblemente por la parte derecha. Una mujer que parecía joven las guiaba ayudada de un perro. Casi no se veía pero creía que en esa parte estaba la granja de Felipe y Ana.

Venía un buen día. El sol parecía subir poco a poco desde las profundidades del horizonte. Daba la sensación de que llegaba con fuerza. Todavía no ganaba la partida al frescor de la mañana, pero Jorge estaba seguro que saldría triunfador. Cerró los ojos y respiró profundo. Ese aire que se sentía distinto al de la capital… esa paz… los rumores cercanos, pero a la vez presentes, de los pájaros cantando, saludando al día, del río en su apacible caminar hacia otros destinos …

Volvió a abrir los ojos y fue paseando de nuevo la mirada por el paisaje que abarcaba la vista desde esa atalaya. Un hombre caminaba por en medio del campo en dirección al pueblo. Por su apostura, Jorge intuyó que era ese Alberto que había regresado del horror la noche anterior. Recordaba a Carmelo contándole que fue con el primero que compartió el remanso. Jorge se maldijo porque seguía sin recordar el nombre que le daban. “Con la de veces que me lo ha repetido Carmelo” “Puta cabeza la mía”.

Miró por la terraza buscando algo donde sentarse. En una esquina vio una silla vieja, y con una pinta de endeble que no podía con ella. Pero Jorge fue a cogerla decidido. Al lado vio otra silla, igual de ajada, pero que parecía más fuerte. Hizo presión en las dos y se decantó por la segunda, más que nada porque la primera crujió con estridencia al presionar con un poco de fuerza. No quería acabar despatarrado en el suelo. La trasladó y se puso cerca de la barandilla. No necesitaba asomarse porque la misma era de cristal transparente, salvo el apoyabrazos de arriba. “Si yo viviera aquí de seguido, la usaría todos los días”, se dijo Jorge.

Siempre había sido un urbanita. No le solía gustar el campo. Cuando prestaba atención a las conversaciones de la gente que estaba sentada a su lado en cualquier bar, siempre le llamaba la atención que muchos parecían añorar los paseos por el campo, la tranquilidad de los pueblos … “Joder, pues lárgate a vivir allí, no te jode”. “¡Ah! ¿Que no es tan fácil vivir en los pueblos?” “Solo los quieres para ir los fines de semana y dejar todo lleno de basuras”.

Le daban ganas de levantarse, acercarse a su mesa y decírselo.

Pero claro, no tenéis el súper al lado de casa, ni Zara. Y eso es un problemón. El campo de visita, dominguero de los cojones. Y tener relación con los vecinos de una forma que en la ciudad no tienes. ¿Lo soportarías? ¿Saldríais con bien del escrutinio diario de tus convecinos?

Abrió su portátil y se lo puso encima de las piernas. Lo encendió y esperó a que se iniciara correctamente. Le apetecía escribir aunque la postura le parecía incómoda. La silla en sí era incómoda. Además tenía un muelle que se le estaba clavando en el culo.

Escuchó un ruido a sus espaldas, pero no le dio tiempo a darse la vuelta. Carmelo le estaba poniendo una mesa delante de él para que apoyara el portátil. Jorge buscó su rostro y le sonrió agradecido. Solo fue un instante porque rápidamente cambió el gesto y se aprestó a abroncarlo.

-Me parece idiota bajo todo punto de vista, tener una terraza como ésta, que se podrían dar banquetes aquí y no tener un puto mueble. ¿Es que estás tonto Daniel? No me jodas. Es maravillosa esta terraza. Mira por ahí, creo que era tu amigo Alberto que volvía de ese remanso de los cojones y que nunca me acuerdo como se llama. Y encima, lo peor de todo, con el tiempo que he pasado aquí estos últimos días, no me había percatado de su existencia. ¿Por qué me has ocultado este oasis maravilloso? ¿Esta atalaya en la que poder observar el mundo sin que se note? La próxima novela la voy a escribir aquí y la ambientaré en un pueblecito maravilloso y lleno de gente con cosas que ocultar.

Carmelo sonrió y se agachó para darle un beso en los labios.

-Buenos días Jorge. Veo que te ha sentado bien el aire del campo. Ese remanso lo llaman en el pueblo “El Estanque de los encuentros”, aunque algunos empezaron a llamarlo, “El Remanso de Dani.” Pero éste último era de coña. Que conste que me he dado cuenta que esta misma conversación la hemos tenido no menos de diez veces. Me parece que en la vida te vas a acordar del nombre del remanso de los cojones. Salvo el otro día en que te salió a la primera cuando intentabas doblegar mi intención de lamerme las heridas y permanecer tirado en la alfombra lamiéndome las heridas.

-En esa frase he oído mucho el verbo lamer. Y también la palabra “heridas”.

Jorge hizo un ruido raro como de aguantarse la risa, pero al final soltó la carcajada.

-No te cortas, si vas en pelotas.

-Como si fuera la primera vez que me ves desnudo, escritor. Eres la persona en el mundo que más veces me ha visto desnudo. El otro día , te vuelvo a recordar, me pediste que me desnudara para verme andar en pelotas.

-Sé a ciencia cierta que eso de que soy la persona que más veces te ha visto desnuda no es cierto. No tienes en cuenta a esos fans que se repiten en bucle las escenas de tus películas en las que sales sin ropa, querido.

Carmelo sonrió, cogió la mano de Jorge y se la puso sobre sus genitales.

-Pero ellos no pueden tocar mi paquete.

Jorge empezó a juguetear con la mano que Carmelo le mantenía sobre su pene. Soltó una breve carcajada y le apartó la mano de un golpe.

-Que me excitas, escritor. Te recuerdo que Cape está a pocos metros y puede venir en cualquier momento. Me echará en falta. Y no está bien que le demos envidia.

-¿Ese que dicen por ahí que es tu marido?

-Ese – Carmelo sonreía divertido. Se agachó y beso a Jorge en los labios.

-Pues me estaba gustando lo que estaba tocando. Me disponía a probarlo. Ya sabes, como los niños que todo se lo llevan a la boca. Para conjugar ese verbo que tanto te gusta: lamer.

-¡Qué cabrón! Ahora me sentiré … desgraciado. De todas formas, sigo diciendo que, a pesar de todo, eres la persona que más veces me ha visto desnudo.

-Eso es fácil, querido. En París no te ponías un calzoncillo salvo para salir de casa. Me acostumbré a la vista. Y durante el confinamiento lo mismo. Pero que sepas, que al final un día no me voy a poder contener y me voy a lanzar a tu cuerpo, como casi pasa hace un momento. A practicar el verbo ese que has repetido en una misma frase dos veces. ¡En una misma frase!

-Pues aquí está, querido. Mi propuesta de nuestra presentación sigue en pie. Y cuantas veces decidas aceptarla, me harás el hombre más feliz de todo el Universo.

-Sí, sí, mucho dices eso, pero hace un momento me has apartado la mano. No sé que de ese que duerme abajo y nos puede pillar. Me has dejado con la miel en los labios.

-Y por cierto, quiero hacerte ver que tú me echas en cara estas cosas, salir desnudo a la terraza cuando hace un frío que pela, repetir una palabra dos veces en una misma frase … y yo no he hecho sangre de que de nuevo, no sepas como se llama el remanso. ¿A qué ya se te ha olvidado de nuevo?

-Como si eso no hubiera pasado ya un montón de veces. Somos dos amantes … intensos y que le dedicamos un tiempo importante al hecho de … amarnos. Sobre el resto de cosas que has dicho, se me han olvidado.

-¡Calla! Así la próxima seguirá siendo la primera. Y la siguiente y la siguiente … me pone caliente pensar que todas son nuestra primera vez. Ese momento en que me insinúo y tú, tras mostrarte renuente, acabas cediendo y cayendo en mis brazos.

Carmelo lo miraba sonriendo. Decidió provocar más al escritor y se sentó sobre sus piernas, de medio lado, abrazando su cuello. Jorge sonrió negando con la cabeza, como si se tuviera que resignar a las excentricidades del actor, y no estuviera él mismo encantado. Sujetó con una de sus manos las piernas para que no se escurriera y le dio un beso.

-O tú en los míos – se rió Jorge. – Esta silla no es tan cómoda como nuestras butacas.

-En eso te doy la razón. No me sueltes que nos vamos al suelo, que me resbalo.

-Te tengo bien agarrado. Eres mío.

-¿Qué se te ha ocurrido para lanzarte a escribir como un poseso? Esta película de todas formas me suena. En casa de Cape, como te dejé solo durmiendo, te desvelaste y fuiste a buscar ropa interior por la parte de la casa que no habías visitado. Hoy has hecho lo mismo, pero hoy tienes el ordenador.

Aprovechó la cercanía de sus bocas para volver a besarle los labios.

-Eres un mamón. Sabes que tus besos me dan la vida y te aprovechas. Tienes razón, me he despertado, he ido al servicio, y ya no me he podido dormir. Mi alma de explorador ha tomado el control. Hoy hay otra diferencia: tú estás despejado, no como ese día que apenas despertaste. Hoy puedo acariciarte y morderte los pezones sin tener la sensación de que me estoy aprovechando de tu estado de consciencia.

-Piensa que para millones de personas ahora mismo, eres lo peor. Estás en un lugar en el que querrían estar ellos.

-Y ellas.

-Y ellas.

-Pues que se jodan. Estoy yo. Y te tengo solo para mí.

-Dime lo que vas a escribir, anda.

Jorge le contó sus pensamientos al salir a la terraza y contemplar las vistas.

-Oye, entra y ponte algo encima. Te vas a enfriar. – reconvino Jorge. – La mañana está fresca y el sol todavía no ha cogido fuerza.

Carmelo le hizo caso, más que nada porque notaba que se estaba quedando frío. Se levantó no sin antes volver a besar a Jorge. Este se acomodó y empezó a escribir de nuevo. Pero Carmelo no tardó en volver a la terraza. Venía ya vestido con un chándal grueso y una chaqueta de lana encima. También se había calzado unas deportivas Converse. Traía dos sillas agarradas con su mano derecha y otra chaqueta para Jorge.

-Póntela, que al final te vas a quedar tú helado. Y espera que voy a por unas zapatillas. Mucho decir de mí, pero estás descalzo.

No tardó nada en volver. Traía unas Nike sin cordones. Se las dejó al lado de los pies. Jorge los metió en ellas.

-Hacía tiempo que no te las veía.

-Las dejé aquí. Como tengo acuerdo con Converse, siempre uso las suyas. Ahora te las dejaré en tu armario. Para que las uses cuando estemos aquí.

-Me gusta vestir de ti.

-Que bobo eres. Tienes mi vestuario a tu disposición. Cuéntame eso que ibas a escribir.

Jorge había cambiado la vieja silla que había encontrado en un rincón por la que le había acercado Carmelo. Éste se había sentado en la otra silla, pero había puesto sus pies en el regazo de Jorge. Este sonrió y le quitó una de las deportivas que llevaba y le empezó a dar un masaje en el pie.

-Es que ese pensamiento, que ya de por si merece un relato costumbrista, me ha llevado a recordar dos cosas: una conversación que escuché por casualidad, aunque a mí luego, pensando, me dio por tener la certeza de que lo habían hecho a posta, para que la escuchara, y algo que vi, pero no sé situar el momento en concreto. Tengo la sensación de haber estado ya antes en esta terraza. Y me pasó anoche lo mismo con algunas de las personas que me presentasteis. Teófilo por ejemplo. O Felipe. Ese Jose Mari, el de la tienda de prensa y librería y … casi bazar. No sé si fue con Nando vivo todavía o fue luego, en estos años. Y me pasó también con Óliver el otro día, justo antes de que llegaras. Creo que te lo comenté después. – Carmelo afirmó con la cabeza.

-Óliver en todo caso sería un niño.

Jorge le hizo un gesto de asentimiento.

-¿Me has contado algo de “le petit elfe”? – preguntó Jorge.

Carmelo arrugó en entrecejo.

-Mais no, me cheri. Ya me lo preguntaste.

-Pues le llamaba así uno de sus tíos.

-Si hubiera sido así, si te los hubieras encontrado en estos años, me lo hubieras contado. O ellos me hubieran hablado de ti. Y sobre todo Jose Mari hubiera dicho algo. Me hubiera pedido que te saludara o te trajera a firmar libros en su tienda. O Felipe hubiera dicho algo. Eduardo te idolatra. Óliver la verdad, siempre hemos hablado de tus libros. Y ahora que lo pienso, alguna vez me decía todo ilusionado que le parecía conocerte. Pero eso nos pasa a los que somos personajes públicos, las personas por saber de nosotros, por leer de nosotros en cualquier sitio, al final parece que se creen que nos conocen. Todos los días me encuentro por la calle a personas que me saludan como si me conocieran. Y algunas luego se giran para mirarme de nuevo, al darse cuenta que no soy uno de sus amigos, sino que soy un actor al que ven en la tele o en el cine.

-Pero nunca pensaste en traerme para que le conociera, para darle una sorpresa … a Eduardo me refiero, o para que viniera a firmar en la librería de José Mari.

Carmelo se quedó pensativo.

-Tienes razón. Y no encuentro una explicación. Te he presentado en estos años un ciento de personas que ni recuerdo su nombre para que les firmaras, y no te he pedido que te acercaras un día a tomar un chocolate y le conocieras. Y lo mismo con José Mari, que también te lee con atención, aunque su timidez le impidiera anoche cuando se acercó, decirte nada. No tengo una razón para tampoco haberte traído nunca en los dos años que estuve de parón en el trabajo. Iba a Madrid si quería estar contigo.

-Yo podía haberme auto-invitado, y tampoco lo hice. Ni se me pasó por la cabeza. A lo mejor es que prefería tenerte en mi terreno, en casa.

-¿Y no lo hablaríamos? Tú nunca has sido muy proclive a los pueblos. A lo mejor fue por eso.

-Una cosa es ir a vivir a uno permanentemente y otra es ir a hacer una visita y firmar un par de libros a unos fans. Yo soy de los domingueros. Aunque he de decir que estoy cambiando mi opinión al respecto. Creo que sí me vendría a vivir aquí. A esta casa. Y contigo, claro.

-Así tenemos dos casas permanentes. – afirmó Carmelo contento.

-Estoy desconcertado. – Jorge volvió a su tema – Todas estas sensaciones … y que tú no me invitaras a venir en esos dos años … no había caído.

-Y de verdad que no lo …

-No, no. Pesado. No hemos hablado de ello. Recuerdo todo lo que hemos hablado.

-Imposible.

-Lo importante. Y mucho de lo banal.

-Si tienes fama de …

-Eran conversaciones contigo, querido. Eso siempre ha sido otro nivel. Desde que te conocí. Recuerdo todo lo tuyo. Cada papel, cada cita, cada entrevista … tus dudas al aceptar un papel. Cada vez que leímos juntos un guion. Cuando te he ayudado dándote las réplicas. Otra cosa es que me apetezca tener de nuevo ciertas conversaciones y me haga el tonto.

-¿Y de que iba esa conversación que no era conmigo porque la has olvidado? – preguntó Carmelo en tono sarcástico.

-Pues por eso me he puesto a escribir. Porque mientras abría el portátil y lo encendía, se me ha escapado. Se me ha olvidado. Y a veces si me pongo a escribir sobre la situación, me vuelvo a acordar. Esto es una mierda, joder. Esas putas drogas …

-Me tenías que haber hecho caso mucho antes – se quejó Carmelo. – Al menos me queda el consuelo que lo que tenías que recordar, que es lo que hablabas conmigo, lo has conseguido.

-Ya. Pero … ¿Y lo tranquilo que vivía antes?

-¿Otra vez con eso? Hablamos ayer del tema si recuerdas. Claro que lo recuerdas. Pero necesitas que te vuelva a decir … – Carmelo negó con la cabeza mientras sonreía y miraba a Jorge con ojos cargados de azúcar moreno – Creo que ahora eres más feliz. Te relacionas con más personas. Estás más activo, lo que hace que también tengas más ideas para tus historias, aunque la verdad, no sé como las vas a acabar publicando todas. ¿Sabes escritor que conversaciones parecidas a ésta las hemos tenido … a cientos? No solo las de ayer. Creo que detrás de tu charla con Javier y de nuevo, detrás de tu charla con Cape. Me niego a seguir con ella. Parece que necesitas que te diga: estás mejor ahora, Jorge. Pues me niego. Porque ya lo sabes tú. Pero quieres hacerte … la víctima o yo que sé.

Jorge le pellizcó el pie que estaba masajeando.

-¡Ahú! Me has hecho daño.

-Si no has movido el pie.

-Para que sigas con el masaje.

Jorge se sonrió y levantó el pie de Carmelo para darle un beso.

-Cambio.

Carmelo se calzó ese pie y se descalzó el otro. Jorge lo miró sonriendo y negando con la cabeza.

-Mira que te gusta, y nunca me lo reconoces.

-¿Para qué? Si ya lo sabes. ¿Y de qué iba esa conversación que has recordado y te has olvidado?

-¡Qué no me acuerdo, coño! Un apunte sobre lo de que soy más feliz: lo soy pero porque cada vez paso más tiempo contigo. Y me da igual que te pongas en plan diva por ello.

Carmelo le dio un pequeño empujón con el pie en plan de broma. Y le hizo un gesto con la cara para que le contestara a la pregunta.

-¡Joder! ¡Qué pesado eres cuando te lo propones! Pues de … es que no lo sé. Se me ha ocurrido pensando en el campo, en esta terraza. Una terraza para fiestas. ¿O no? Me la imagino con unos sofás de esos de exteriores. Y algunas mesas de apoyo. Y un pequeño grupo de cuerda, músicos, tocando en aquella esquina – señaló el recodo que hacía la parte construida de esa planta y el principio de la barandilla por la parte que daba a la granja de Felipe. – Y unas pantallas corta-aires en aquel lado. Camareros pasando la comida y la bebida sin descanso. Todos guapos. Con poca ropa, como los músicos.

-La verdad es que sí, es grande. Casi es tres cuartas partes de la casa. Y en esa otra cuarta parte, en la cubierta, había cuando la compré como una especie de cocina con almacén y lo que parecía que había sido una pequeña barra. A parte de la escalera, claro. Y un pequeño montacargas, que sigue estando.

-Estaba preparado para una fiesta como la que he imaginado. Fíjate, te digo más: el grupo de cuerda tocaba a Telemann. Te diría que los cuartetos de París. El primero.

.

.

-A mí me está pareciendo más un recuerdo. – Carmelo lo miraba con el ceño fruncido. El relato de Jorge le estaba cuando menos sorprendiendo. Incomodando, incluso.

-No sé decirte. Y por más que le de vueltas, sé que no voy a llegar a ninguna conclusión. Entonces estas casas, cuando las construyeron estaban alejadas del pueblo. Quiero decir, el pueblo ha crecido desde entonces.

-Ya sabes que los padres de Cape nos traían aquí a pasar el verano. Por eso yo no me decidía a comprar nada hasta que el de la inmobiliaria me enseñó esta casa. En mi subconsciente la estaba buscando. Y por eso Cape vagó durante más de un año por todas las carreteras buscando este pueblo. No recuerdo como era entonces. De todas formas, la finca de Felipe creo que ya estaba, y está al lado de esta. Miento, hay una franja de terreno que las separa y que ahora mismo no recuerdo de quien es. Después de que pasara lo del intento de matarnos y todo lo que sucedió alrededor, compré el resto de las casas y todo el terreno. Ya es bastante. Pero la Hermida 1 enseguida la dediqué a que vivieran los escoltas. Y la 3, para los invitados. Corrijo: la Hermida 3 me la cedió el hombre que vivía en ella por encargarme de ser albacea de su testamento. Otro Daniel que aquel asesino se encargó de matar.

-El hombre que se llevaba fatal contigo, pero que luego …

-Exacto. Y luego sí, compré la Hermida 1.

-Eso quiere decir que aquí tenéis buenos recuerdos. Si vuestra … vuestro instinto os trajo a ambos hasta aquí por distintos caminos …

-Lo hablé con un psicólogo francés una vez. En uno … en el rodaje anterior al de ”Puis, l’enfer”. Hizo de asesor.

-“Le Mesonge”. – apuntó Jorge.

Carmelo sonrió contento de que se acordara. Empezaba a parecerle que Jorge no había exagerado en lo referente a acordarse de sus cosas.

-Me explicó que no necesariamente. Que podría ser al revés. Que aquí viviéramos algo terrible y necesite una explicación, o necesite afrontarlo. Y que sin saberlo, hayamos llegado hasta aquí para descubrir y afrontar esos problemas. Yo de momento estoy muy a gusto. De hecho no tengo otra casa, ya lo sabes. La he convertido en mi residencia oficial. Antes de venir, vendí la mía. Que te voy a contar si viniste conmigo a la notaría a firmar. Y trataste varias veces con esos gilipollas que la compraron. Te lo juro, no les aguantaba. Y sigo sin hacerlo. Me encontré con ellos un día en un restaurante. Siguen siendo igual de idiotas. Me dieron recuerdos para la otra parte de la parejita feliz.

Jorge se echó a reír imaginándose la cara que les puso Carmelo.

-Sigues teniendo casa en Madrid, la nuestra.

– Sí, es cierto. Es mi casa. Lo sé y lo siento así. Es nuestra casa. A eso me refería. Como ésta es nuestra casa también.

-O puede ser que sea una mezcla de las dos cosas: Buenos recuerdos y malas experiencias. – Jorge volvió al tema que le interesaba – Os he oído contar a ambos algunos recuerdos de vosotros jugando, bañándoos en el río, y esa expresión que dijo uno de los hermanos cuando Cape te lo presentó que se te quedó mirando y te llamó …

-”Peque”. Pero igual que le salió sin pensar, no recordó nada más. Yo pensé que me iba a llamar así siempre, pero al revés, nunca lo ha vuelto a usar. Y si le preguntas se hace el despistado, como si no lo hubiera dicho nunca.

-Eso es raro. O no quiso recordar. O alguien le ordenó que se callara.

-¿Por qué dices eso?

Jorge no contestó. Seguía masajeando el pie de Carmelo pero su mirada se había perdido en el algún lugar de las amplias vistas que contemplaban desde aquí.

-No lo sé amor.

Jorge se repente estaba inmerso en sus pensamientos. Estaba luchando para que un recuerdo determinado se abriera paso en su mente. Algo que tenía la sensación de tener en la punta de la neurona, pero que no lograba sacar.

-¿Estas casas tienen sótanos? – preguntó de repente.

-Que yo sepa no. La empresa constructora que hizo la reforma no me dijo que encontrara ningún indicio de nada. Pensé en hacer un sótano, pero al final, la casa ya era bastante grande. Había decidido ampliar el anexo que tenía, e hice como una casa de invitados. El granero se convirtió en mi taller de pintura a la que por cierto, no le dedico nada de tiempo últimamente.

-Desde que apareció Cape – le dijo en tono de reproche.

-No tiene nada que ver …

-Ya lo sé. No se lo echaba en cara. Era un comentario. Coincidió. Sigue explicándome lo de la casa.

-La casa normal son tres plantas más esta terraza. Hay cuatro grandes dormitorios. Más esos espacios en la planta primera y en la segunda que se han convertido en tus preferidos en cuanto los viste.

-Claro, los copiaste de nuestro rincón de lectura en nuestra casa de Madrid. Me veo ahí sentado en una de las butacas, con la mesa llena de libros y contigo sentado en el suelo. Como ya estuvimos el otro día, recuerda.

-Sí. Es que allí me siento de verdad a gusto, en casa, sentado en el suelo a tus pies, apoyando la cabeza en tus piernas mientras lees o escribes. Y yo igual. O cuando bajas la pantalla y vemos una peli, yo sentado entre tus piernas, agarrando una con mis brazos. O sentado encima tuyo, rodeándote el cuello con mis brazos y apoyando la cabeza en tu hombro. Esa es la postura que más me gusta.

-¿Pensabas en mí cuando encargaste la casa de invitados?

Carmelo se rió con ganas.

-No querido. Pensé en ti al comprar la cama grande. No eres mi invitado. Eres el dueño de la casa. Así lo he imaginado siempre.

Jorge se sonrió y bajó la mirada como si le diera vergüenza.

-¿Y Cape? – preguntó azorado.

-¡Qué pesao! ¡Cómo te gusta picarme con eso! ¿Qué te dijo ayer? ¿No te dijo que me cuidaras? Nunca ha habido nada sentimental entre nosotros. Lo sabes mejor que nadie, pero te lo repito. Lo supimos la vez que follamos. Sabíamos que lo hicimos en su momento. Aunque ayer no te lo reconociera. Repetimos al encontrarnos. Pero supimos los dos que no era esa nuestra relación. Nos ha venido bien que la gente pensara lo contrario. La gente piensa lo que quiere. Como lo tuyo con Rubén. En nuestro caso, eso nos justificaba nuestra sequía de conquistas. Cape porque había perdido el deseo sexual. Yo, porque te estaba esperando a ti.

-¿De verdad?

-Mis aventuras sexuales en este tiempo han sido anecdóticas.

-Pero de alguno te habrás pillado. Quiero decir …

-Nunca. Alberto, por ejemplo, el que conociste ayer; me caía bien. Pero … me caía bien. Nada más. Por eso es de los pocos con los que he repetido. Bien sabes que mi política era un polvo y hasta otra. Habrá habido media docena de excepciones, con las que he estado no más de cinco noches. Y algún otro. Mi corazón estaba ocupado. Por ti. No dejaba sitio para nadie más.

-Me causa rubor … no es el concepto … bueno, el caso es que me siento mal por haberte apartado de ese mundo …

-No, por favor. Me has dado algo mejor. Por primera vez en mi vida, me sentí querido de verdad. A pesar de tu aparente distancia, a pesar de tu aparente parquedad al expresar tus sentimientos, tu cariño, tu amor. Pero sabes, me mirabas … y yo ya era feliz. Contestabas a mis llamadas, y al escuchar como me llamabas “Carmelo”, yo ya era feliz. En París, los meses que estuvimos … tenerte todos los días a mi lado, dormir en la misma cama, aunque no hiciéramos nada, mas que besarnos por la mañana y por la noche … era feliz. Colgarme de tu brazo … repasar el papel contigo haciendo el resto de personajes, componiéndolo, buscando su forma de hablar, de moverse en la segunda temporada, haciéndolo evolucionar después de lo ocurrido en la primera … todo lo hicimos juntos. Y te lo juro, ha sido el … la mejor época de mi vida.

-Será al revés, capullo, que eres más alto. Yo me colgaba del tuyo.

-Pues eso. Tú colgado de mi brazo, era feliz. Y como me mirabas cuando venías al rodaje y veías mis escenas. Como alguna vez me hiciste una sugerencia, como si la dejaras caer, temeroso de que me enfadara. Y me hacías pensar y … acababa diciendo: “Voy a probar”. Y me iba al director y le decía que si podíamos hacer otra toma, que se me había ocurrido un matiz que luego daría sentido … bueno, lo que me habías sugerido tú. Y él aceptaba, y lo hacíamos y … me salía bien. Y el director me felicitaba y los compañeros igual, y tú me mirabas orgulloso con tu mano izquierda puesta sobre el pecho, a la altura del corazón, como para decirme que me tenías ahí dentro.

-¡Ah! ¡Estáis aquí!

Cape había aparecido. Traía una bandeja con tres cafés.

-A ver si convences a Dani de que prepare esta terraza en condiciones – se quejó Cape sonriendo. – Tú eres el único que lo puede conseguir.

-¿No recuerdas nada sobre esta terraza? – le preguntó a bocajarro Jorge.

Cape puso la bandeja sobre la mesa. Carmelo le ayudó a hacer sitio apartando el portátil de Jorge y dejándolo sobre la silla vieja en la que estaba sentado cuando Carmelo había subido. Cape besó a Jorge en la mejilla y a Carmelo en los labios.

-Solo te diré que me parece que es la tercera vez que subo aquí.

-O sea que en vuestro subconsciente tenéis malos recuerdos.

Carmelo le echó dos azucarillos al café de Jorge y una gota de leche y se lo acercó. Jorge le sonrió para agradecerle. Cape había ido a por otra silla y se sentó al lado de Jorge, dejando a éste entre los dos.

Ninguno supo responder. Se miraron pero no encontraron nada que decir.

-Algo de esta terraza le ha hecho vislumbrar un recuerdo pero se le ha escapado. A lo mejor le he despistado cuando he subido. – explicó Carmelo a Cape. – Me ha preguntado por los sótanos.

-Preferimos si hace bueno comer abajo. Bajo los árboles. Por eso Carmelo hizo construir esos tres cenadores en distintas ubicaciones. Uno de ellos es movible. Aunque cuesta. Y de sótanos no sabemos nada. No recuerdo. Vi los planos originales de cuando se construyeron, y no había nada de sótanos.

-Serán tonterías mías. – Jorge intentaba quitarle importancia a su obsesión momentánea. Empezaba a notar en sus amigos que le estaban dado importancia al tema. Hizo un gesto como alejando esos malos recuerdos y bebió de la taza de café. Hizo un gesto de que estaba a su gusto. Carmelo y Cape se miraban perdidos. Parecía que ahora eran ellos los que tenían alguna sensación de que algo de lo expresado por Jorge podía tener algún viso de ser cierto.

-Bueno, tendré que dejar para luego escribir ese relato sobre los domingueros. Mirad la hora que es. – Jorge miraba el móvil – Hay que vestirse. Tenemos invitados.

Cape y Carmelo parecieron salir de un trance. Cape miró su reloj y Carmelo su móvil.

-¿Te has dado cuenta de que Carmelo ha dejado de llevar reloj como tú? – bromeó Cape.

-Y va descalzo en casa. Como yo.

-No, no. Escritor. Yo siempre he ido descalzo. Es más, voy desnudo. Eres tú el que me ha copiado a mí en eso. Aunque no en lo de ir en pelotas.

-No hace falta que esperéis a casaros a mi vuelta. – se rió Cape.

-¿Casarnos?

Jorge puso cara de susto.

-¿Quieres casarte? – le preguntó a Carmelo con el mismo gesto.

Carmelo se echó a reír. La cara de Jorge era un poema. Se acercó a él y lo besó en los labios. Y sin más, cogió la bandeja con los restos del desayuno y se dirigió hacia las escaleras.

-¿Quieres que vaya contigo?

Nano se quedó mirando a Jorge después de hacer la pregunta. Éste hizo un gesto de duda. No sabía qué responder. Lo estuvo meditando un rato y al final tomó una decisión:

-No. Creo que debo tener esta conversación a solas. Pero te agradeceré si me acompañas hasta el banco dónde está sentado.

-No nos ha visto. Estás a tiempo de darte la vuelta. Podemos ir a comer a algún sitio en el puerto pesquero. Te invitamos.

-Me gusta la propuesta. Pero creo que debo hacer frente a esta conversación. Pero sabes, dame una hora. Me haces una seña, y acepto vuestra invitación. Luego nos volvemos a Madrid.

Nano salió del coche y le abrió la puerta a Jorge. Éste se bajó y el resto de compañeros de Nano lo mismo. Dos de ellos se escabulleron de inmediato para buscar unas posiciones que les permitiera estar pendiente de todo lo que pasara en los alrededores sin ser vistos. Nano empezó a andar al lado de Jorge y otros dos compañeros les seguían dos pasos por detrás. Cuando estaban a unos metros del banco donde Sergio Romeva estaba sentado, Nano le tendió el puño que Jorge chocó con una sonrisa. Se adelantó y se apoyó en la barandilla del paseo marítimo del Sardinero, en Santander, con el Palacio de la Magdalena a sus espaldas.

Jorge se puso al lado del banco en dónde estaba sentado Sergio. Al llamarlo a la agencia, después de haber intentado comunicar con él en el móvil varias veces, le habían dicho que se había tomado unos días de descanso. Jorge sabía lo que eso significaba. Lo llevaba haciendo muchos años. Dejaba el móvil en su casa, y cogía un tren a Santander. Llevaba un buen surtido de libros en la maleta y a ello se dedicaba, sentado en un banco mirando al mar. O en alguna cafetería tranquila.

Sergio acabó el párrafo que estaba leyendo y levantó la vista.

-¿Sabes que eres el único que puede encontrarme cuando me quiero perder?

Jorge sonrió asintiendo con la cabeza.

-Me da que si te has decidido a perder un día con todos tus escoltas para venir a verme, es que algo del pasado ha aparecido en tu cabeza y necesitas acceder a esa parte de tu archivo secreto.

-Sí.

Sergio dejó el libro sobre el banco e invitó al escritor a sentarse con él. Jorge le hizo caso.

-Hace unos días, antes de todo lo de Martín, encontré en la Hermida 2, la terraza.

Sergio aspiró todo el aire que pudo y lo fue expeliendo despacio. No le apetecía la conversación que se avecinaba. No quería adelantarse a los acontecimientos. Antes de hablar, quería saber por dónde había ido la cabeza de Jorge.

-¿Y?

-Hacían fiestas allí. De Anfiles.

-Sí.

-¿Cómo no disuadiste a Dani de comprar esa casa? ¿Y si recuerda?

-No me consultó la compra. No me enteré hasta que estaba hecho. De todas formas, no lo ha recordado. Tiene recuerdos parciales de sus veranos. Recuerdos felices. Los que le dejaron en la terapia a la que le sometieron. Jugando con Cape y sus hermanos. Yendo al río. A ese “estanque de los encuentros” que ahora tanto visitáis los dos.

-La pena es que también lo visitó Martín.

-Ya. Se recuperará, ya lo verás. Es un superviviente.

-Sé que lo va a hacer. Tengo ese pálpito que es casi una certeza.

Parecía que a Jorge le recorrió en ese momento un escalofrío. Le sirvió de catarsis para apartar el tema de Martín y volver a lo que le había llevado a recorrer unos cientos de kilómetros para ver a Sergio Romeva.

-Pero en esa casa … no entiendo como los padres de Cape llevaron allí a los niños.

-No lo sabían. Son tres casas. Ellos se alojaban en la 1 siempre. En la 2 iba ese desgraciado de director de cine, sádico y desgraciado a partes iguales. Manolo no estaba. Tuvo que volver a Madrid por temas de la empresa de Cape. Los niños no conocían a esos hombres. Ni Cape ni Dani habían coincidido con ellos nunca.

-Pero esos tipos sí conocían a Dani.

Sergio afirmaba con la cabeza. Tenía un gesto de pena insuperable. No le gustaba volver a ese momento del pasado. Le producía tanto dolor que nunca había querido ir a reunirse con Carmelo en Concejo.

Jorge miraba con atención a Sergio. Dudaba sobre el comentario que pretendía hacer, pero creyó que era necesario para centrar la situación.

-Allí fui también a sacar a Fidel.

Sergio se lo quedó mirando.

-¿Cuándo te has acordado?

-Esta noche. He pegado tal salto en la cama que hasta he despertado a Dani. Casi se me suben los gemelos de las piernas. Menos mal que Dani se ha quedado en ese estado medio zombi. Le he acariciado la cara, le he dado un beso y se ha vuelto a dormir. He aprovechado a darme un masaje en las pantorrillas para poner en su sitio los músculos. Y después, he tenido que salir a mi terraza. Y me he fumado medio paquete de tabaco. Es la primera vez que recuerdo con detalle como se desarrolló todo.

-¿No le habrás contado?

-No. Aunque empiezo a tener demasiados secretos con él. No me gusta.

-Siempre los has tenido, Jorge. Desde que no tomabas las vitaminas salvo esporádicamente, hasta que eras consciente de muchas más cosas de las que pasaban a tu alrededor de lo que reconocías. Pasando por todo lo relacionado con Caín Varta, tu pseudónimo para publicar tranquilamente sin la mirada inquisidora de tu editorial ni de la crítica ni del mundo en general.

-Ahora es distinto.

-Dani lo pasó mal entonces. Era una bomba. Estaba además Toni que le animaba a consumir, a ir a esas fiestas, a … – Sergio cerró los puños de la furia que empezó a sentir. – El hijo de puta de él tenía tantas ganas de ganar dinero … Ya te acordarás de Ro Escribano. Y de Quim Córdoba. Con esos no llegamos a tiempo. Los perdimos. Con Dani era cuestión de tiempo que hiciera una locura. Y era muy niño todavía. Manolo, el padre de Cape tomó esa decisión. La de la terapia del olvido. Para los dos. Era además la forma de salvarlos. En sus últimas apariciones en esas fiestas, Dani vio muchas cosas que no … que luego los protagonistas querían eliminar de la memoria de todos. Lo hicieron expeditivamente. Manolo negoció con un representante de ellos y propuso lo de la terapia del olvido, algo experimental que le ofreció alguien del FBI.

-Pero Cape como siempre, puso los cojones encima de la mesa.

-Pero ya estaba a medias el tratamiento.

-Recuerda más de lo que dice.

-Como tú – Sergio miró sonriendo a Jorge.

-De todas formas, con Dani no podrían haberse ocupado como lo hicieron con otros. El era una estrella.

-Y te ocupaste activamente en que la película que estaba rodando cuando sucedió fuera su mejor interpretación. Aceleraste su estreno. Conseguiste que fuera a Cannes y que ganara, premio a la película y al mejor actor. Siempre Carmelo en todas las fotos. Un millar de entrevistas, sin exagerar. Un mes entero, saliendo todos los días en la prensa, en las televisiones, recogiendo premios en pueblos remotos, en decenas de festivales por todo el mundo. Y fue a recoger todos.

-De eso te encargaste tú, querido. Y esa costumbre de recoger todos los premios, aunque sean en un pueblo perdido de los Alpes, la sigue teniendo ahora.

-Lo organizamos entre los dos. No fue solo mérito mío. De hecho, dentro de unos días debe ir a Porriño, una asociación cultural le hace un homenaje.

-Porriño es grande comparado con otros sitios a los que ha ido – Jorge sonreía irónico.

Sergio se echó a reír.

-Es cierto. Inauguró el Festival de Ascaso, un pueblo de siete habitantes. Esa costumbre se la inculcaste tú en aquellos días.

-En todo caso, te repito, fuimos los dos. Te recuerdo que yo no trataba con él. Eras tú el que le decía: “No hay sitio suficientemente pequeño al que no debas ir para agradecer el cariño de la gente”.

Sergio afirmó despacio con la cabeza. A veces seguía repitiendo esa cantinela, no solo a Carmelo sino al resto de sus representados.

-No has vuelto a ver a Fernando Cabrales, el que firmó los cambios de guion de esa película.

-El otro día, con lo de Álvaro. Pero fingimos muy bien no conocernos. En eso quedamos en aquel entonces. Carmelo no sospechó.

-Hicisteis un trabajo estupendo en ese guion.

Jorge asintió con la cabeza. Pero tenía presente su encuentro con Nati Guevara y su forma de ver aquellos sucedidos. Y tenía presente que por mor de su querido marido Nando, él era el principal “accionista” de ese film. No se sentía orgulloso, no. Dudaba de las razones por las que lo había hecho. Al final ganó dinero con ella. Pero el coste emocional y personal de todo aquel asunto, no dejaría de atormentarlo toda la vida. Lo que decía Sergio, tenía razón. Fomentar el prestigio, la fama de Carmelo, fue una forma de protegerlo. Pero una vez había escuchado a Nati Guevara, dudaba de que, obligar a ese chaval, porque es lo que era, a trabajar en aquellas condiciones, fuera algo bueno para él.

-Fue la forma de salvarlo, Jorge. No te creas que porque tenías puestos muchos millones en esa película, tus movimientos fueran interesados. Si Dani no hubiera triunfado y fuera el comentario de todo el mundo, no creo que ahora estuviera vivo. Fue un poco cruel si quieres. Pero necesario.

-¿Sabes como me he acordado? – Jorge decidió que necesitaba un cambio de tema. – De lo de Fidel.

Sergio se lo quedó mirando expectante. Aceptó sin lucha el giro en la conversación.

-Bajando las escaleras con Fidel sobre mi hombro. Los tres pisos. Y dos matones, los guardaespaldas de ese imbécil de José Luis Carabella, siguiéndome. Tuve que dejar a Fidel en una butaca y volver a enfrentarme a ellos. Se me apareció ese recuerdo mientras dormía. Pensando en esa jodida terraza de la Hermida. El run run en mi cabeza surgió cuando las bajé por primera vez la mañana del descubrimiento. No vi la misma butaca, pero la que vi, estaba exactamente en en mismo sitio.

-Si no recuerdo mal y si mis chivatos no mentían, les rompiste las piernas.

-Se tropezaron. Una lástima – Jorge se sonrió como si fuera un niño pillado en una rechifla.

Volvió el silencio momentáneo a su encuentro. Sergio decidió que fuera Jorge el que siguiera llevando la conversación hacia los temas que le preocupaban.

-La terapia del olvido se hizo allí. En los sótanos.

Sergio cerró los ojos. Era lo que temía. Que Jorge recordara algo de ese suceso. Tenía que ser cauto a la hora de contarle. Eran temas peligrosos. Y dolorosos.

-Eso tengo entendido.

-¿Y si los encuentran? Los sótanos, me refiero.

-Los sellaron con cemento. Eso me comentó Manolo.

-Manolo ha mentido mucho. Y se dio a la fuga. Es como su hijo.

-El día que quieras, me dices y te digo dónde está. Si quieres hablar con él, vaya. Y siento discrepar: Manolo no tiene nada que ver con Cape. En nada. Cape le ha destrozado la vida. Lo que Manolo le tuvo que aguantar a Cape solo lo sabe él. Desprecios, broncas … tanto a él como a su madre. Eso lo aguantó porque era su hijo y deseaba por todos los medios que desarrollara su talento. Pero el coste que pagó … todo para que al final, el mismo que creó toda esa maraña de empresas se las cargara poco a poco. Y ha hecho de sus hermanos dos … – Sergio dudaba sobre el epíteto a utilizar.

-Les ha anulado, es cierto. Creo que nunca serán lo que hubieran querido. Es que no saben quienes son ellos, salvo los hermanos de Cape. Yo creo que eso les acabará frustrando. No tienen ni parejas, ni vida a parte de la que les ha obligado a seguir …

-A no ser que alguien les haga llegar la segunda de tus novelas secretas. Puede que eso les haga reaccionar.

-¿”La reencarnación de Alfonsito”?

-Esa.

-Dile a Máximo que se la envíe. Como un regalo promocional o alguna tontería de esas. No creo que sirva de nada, pero por intentarlo …

-Ya lo haré yo mismo. Máximo lleva unas semanas con un disgusto …

-¿Por?

Sergio sonrió con ironía antes de contestar a la pregunta.

-Compró para publicar en España una de tus novelas rusas.

-¡No jodas!

-Óliver se enteró y le llamó. Le amenazó con demandarlo y hundirlo. Cuando me lo contó, le dije que lo dejara correr. Ya se los había puesto de corbata. Ya tenía suficiente castigo. Bueno, castigo, al fin y al cabo fue engañado.

-Pues sabiendo lo poco que le gustan mis novelas oficiales, le daría un ataque de ansiedad.

-Ha despedido a la mitad de su personal. Pagó una buena cantidad por ella. Y aunque su segundo se dio cuenta a tiempo de parar la imprenta, eso le supuso un gasto, claro. Intenta recuperarlo, pero vete a buscar al supuesto autor de esa novela. O a su intermediario. Y sobre todo, ponte a buscar el dinero que pagó.

-Mándale otra novela. Y hacemos algo de publicidad de las anteriores. Sugiérele que prepare una reedición especial de la primera, por ejemplo. Me encargo que Carletto y sus amigos hablen de ella.

-Déjamelo a mí. Es preferible que nadie se entere que publicas con otro nombre. Es mejor que sigas con la táctica acordada, no hablar nunca de ese autor o de esas novelas. No participar, ni como espectador, en nada que tenga que ver con Caín Varta y sus novelas.

-Alguno lo ha descubierto. Me han dado a firmar alguna vez alguno de mis libros apócrifos.

-Tú estilo está. Lo único que no está es tu mundo especial. Pero no tientes a la suerte. No lleva tu nombre en la portada, pero se venden muy bien. Y en todo caso, también has firmado libros de Arturo Pérez Reverte. O de Juan Gómez – Jurado.

Jorge se quedó callado. Sergio supo al mirarlo que no iba a entrar al pie que le había dado para relajar la conversación.

-Concejo no fue una buena decisión.

-No lo fue. – la respuesta de Sergio fue dicha en medio de un suspiro de resignación – Concejo es el origen de todo. Pero ahora solo queda que sonriáis y disfrutéis. Si Dani sigue en la inopia, lo hará.

-Tengo la sensación de que con muchos traté hace años. Así que me toca actuar. Con lo mal que se me da.

-Posiblemente trataste con muchos. Pero piensa que algunos son víctimas. Otros no. Y con lo de actuar, llevas haciéndolo desde que te casaste con Nando. Eres mejor actor que Dani.

-Ahora solo tendré que descubrir quien está en mi bando y quién en el contrario. Y abre otras muchas posibilidades para lo de Martín y Eduardo.

-El tiempo dirá. Deja eso a Javier y los suyos.

Jorge vio que Nano le hizo una seña.

-Te dejo Sergio. Tenemos que volver a Madrid. Espero que no te haya jodido demasiado tus días de relax.

-No te preocupes por los sótanos. Están sellados. Y si Dani y el otro no han recordado, no hagas nada porque lo hagan.

-No debí preguntarles sobre el tema.

-Conozco a Dani. No volverá a ello si no se lo recuerdas. Cape ya es historia.

Jorge se levantó del banco. Tendió el puño a Sergio que lo chocó con el suyo.

-Te dejo seguir leyendo.

Jorge fue al encuentro de Nano que ya se acercaba a él. Pero de repente, se acordó de otro tema.

-Cuando te reincorpores, me llamas un día y hablamos de Fausto Lazona. Produjo algunas películas de Dani.

-Un tipo complicado.

-Es el padre de Rubén, el chico que …

-Ya sé quien es.

Jorge se quedó mirando a su amigo. Éste suspiró resignado.

-Hablamos cuando vuelva. Estás corriendo mucho en lo que respecta a recuperar tu memoria.

-No me queda más remedio.

Jorge se dio media vuelta y retomó el camino para encontrarse con Nano.

-Ya hemos reservado mesa. – le dijo éste mirándolo preocupado. Jorge no tenía buen aspecto.

-Pues vamos a comer. En el viaje de vuelta me voy a echar una siesta de campeonato.

-Me parece bien. Lo vas necesitando. No te ha sentado muy bien esa entrevista.

-Vamos. Tengo hambre.

-¿Un cigarrillo?

-No. Ahora no. Después de comer, nos fumamos uno juntos.

-Hecho.

Pero en el camino hacia el restaurante, una certeza se apropió de su ánimo: esos sótanos, no se sellaron. Lo único que hicieron, fue esconder su acceso. Tenía que ocuparse de que Carmelo no lo descubriera. Para eso, debía descubrirlo él antes. Pero no sabía como hacerlo. Y otra idea se fue abriendo camino en su mente: No le iba a gustar algunas de las revelaciones que Sergio le iba a hacer de “Fausto”.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 67.

Capítulo 67 .- 

.

Cuando Jorge abrió los ojos esa mañana, hubo un momento en que se sintió desorientado. Esa sensación solo la había tenido antes de la pandemia, cuando en los viajes de promoción de sus libros, visitaba cada día una o dos ciudades y muchas mañanas, al despertarse en una nueva habitación de hotel, no se acordaba ni siquiera de en qué ciudad estaba.

Alargó el brazo para abrazar a Carmelo pero no lo encontró. Se incorporó asustado. Encendió la lámpara que tenía en su lado. En la cama, estaba todavía la silueta de su rubito. Se agachó para oler la almohada y pudo distinguir todavía el perfume que solía utilizar Carmelo en comunión con el olor de su piel que le daba un aroma único y que Jorge era capaz de reconocer en cualquier circunstancia.

Poco a poco fue aclarando su cabeza. Sentir de alguna manera a Carmelo estaba haciendo que se centrara. Lo único bueno que había tenido ese despertar era la seguridad de que esa noche había tenido un sueño profundo, largo y reparador. Se sonrió pensando que estaba tan poco acostumbrado a esos sueños tan… totales, que tenía la sensación de haber perdido la memoria. Haberla perdido una vez más.

Volvió a tumbarse con la vista fija en el techo. Alargó la mano hacia la parte de Carmelo acariciando las sábanas de esa zona de la cama. Ya no estaban calientes, ya solo podía distinguir ese suave aroma a él, pero era suficiente para tener la sensación de sentirlo a su lado.

El viaje de vuelta desde Salamanca había sido tranquilo. Apenas había hablado con nadie de los que le habían llamado durante todo el día. Con Javier al llegar a Salamanca. El resto de llamadas que tuvo no las respondió. Fernando se había encargado del teléfono una vez más. Tres temas se alternaron en su cabeza: Carmelo, ese chico, Nabar y su encuentro con Javier, y su reciente charla con la madre de Sergio, su antigua amiga “la Guevara”.

Sobre la última de las cuestiones, debería todavía meditar con tranquilidad. La entrevista había sido tan distinta a todas las posibilidades que se había imaginado que… era pronto para sacar conclusiones. Además, todo lo sucedido echaba por tierra sus ideas preconcebidas. Parte de ellas, al menos. Ideas basadas en teoría en su experiencia. O lo que él pensaba que era su experiencia. Pero ésta parecía estar viciada. O quizás él se había obsesionado con una forma de ver las cosas y la había convertido en verdad absoluta. Sin prestar atención a otras posibles interpretaciones. Ese era otro de los temas que debía revisar. Para todo ello necesitaría unos días. Cuando se sintiera preparado, escribiría sobre ello. Otro de sus Episodios Nacionales. Esa siempre había sido su forma de centrar un poco la cabeza. Mientras pensaba sin un teclado delante, sin un bolígrafo en la mano y una de sus molesquines, los argumentos, las conclusiones no se tornaban definitivas. Además, muchas veces en esos casos, tenía una idea al sentarse y empezar a escribir, y el resultado era completamente distinto. En algunas ocasiones era incluso absolutamente opuesto. Su forma de razonar cuando escribía era distinta a la que tenía sin esa actividad de por medio.

Pero lo que más le urgía a Jorge esa tarde anterior, era el tema de Carmelo.

Habían intentado, al acabar la entrevista con Nati Guevara, llamar a Flor para enterarse exactamente del estado de su rubito. Pero no le cogió el teléfono. En cambio, fue Helga la que le llamó al cabo de unos minutos.

-Está bien. Ha bebido mucho. Flor está cuidando de él. Vamos a casa.

No preguntó más. No quería poner a Helga en un compromiso. Solo la dijo que tardaría en llegar algo más de dos horas.

-Fernando, con tranquilidad. No tenemos prisa.

Éste le miró preocupado.

-Nada, no te preocupes. No pasa nada. Solo que no he estado atento a lo importante. Ahora hay que dar tiempo a que todo se ponga en su sitio y se asiente. Y si ves un sitio agradable para tomar un refresco, os invito.

Al final en el viaje, después de una parada para tomar el refresco prometido en el pueblo en el que estaba Javier con ese chico, acabó quedándose dormido. Fernando le despertó cuando apenas quedaban diez minutos para llegar a casa.

-Así te da tiempo a quitarte la cara de somnolencia. – bromeó con él.

-¿Cuando sales de turno?

-En cuanto lleguemos. Está Alan ya esperándote con otro equipo.

-A lo mejor podías hacerme un favor. Ya sé que es abusar de tu confianza.

-Dime.

-¿Te irías a echar un vistazo a Rubén al hospital? Y de paso a preguntar un poco por allí. Sin que sea nada oficial. Ya que vamos sabiendo cosas de él…

Nada más acabar de hacer la propuesta, Jorge se arrepintió. Aunque Fernando se había convertido en poco tiempo en una persona muy cercana, no tenía derecho a ponerle en ese compromiso de indagar para él, sin que mediara instrucciones de sus jefes. Fue a decirle que olvidara lo que le había pedido, pero el policía no le dio opción.

-Claro. Como mañana volveré a estar a tu lado, te cuento. Tranquilo. Hablamos de lo que pongo en el informe.

-Gracias por todo – le dijo al llegar a su casa.

Se despidió de él con un beso en la mejilla. Y del resto de sus compañeros. También saludó a Alan y los que iban a estar de guardia esa noche. Flor y Helga le esperaban en el portal.

-Ya está mejor – le dijo Flor después de saludarse. – Creo que de parte de lo que ha pasado hoy no se acuerda. Ha dormido un par de horas sentado en tu butaca. Creo que necesitaba sentirte cerca de alguna manera.

-Gracias por cuidarlo. Se lo dices al resto.

-Tranquilo, todos lo sabemos.

.

-Dormilón. ¿No piensas levantarte en toda la mañana? Que sepas que llega una invasión de amigos para empezar a preparar lo de Pasapalabra.

Carmelo estaba en la puerta de la habitación. Para su sorpresa, no estaba desnudo, ni siquiera en calzoncillos; vestía uno de sus chándal viejos. Tanto las mangas como los pantalones le quedaban un poco cortos. Le hizo un gesto y Carmelo se acercó a la cama. Se inclinó sobre él y lo besó.

-Venga, levanta. Te he preparado el desayuno.

Carmelo tiró de él. Jorge pensó en resistirse y obligarlo a tumbarse un rato a su lado, pero tuvo la sensación de que la mañana había avanzado demasiado. Por la luz que entraba a través de la puerta, debían ser más de las diez de la mañana. Así que se dejó ayudar para levantarse y con el impulso se abrazó a su rubito.

-Perdona, es que me he mareado un poco – bromeó al abrazarse a él. – Ver a mi lado a un tipo tan guapo como tú, me ha hecho perder la cabeza.

Carmelo lo besó en los labios sonriendo.

-En cambio, yo no he sido capaz de ver en esta habitación a nadie tan atractivo como tú, escritor. Ponte una chaqueta, no quiero que te quedes frío.

Enseguida se unieron a su desayuno algunos de los ayudantes de Carmelo para preparar la merienda al equipo de Pasapalabra. Mariola fue la primera, que vino con su nieta Asia. Era igual a su abuela. Alegre, inquieta, preguntona. Carmelo se la subió enseguida a los hombros. Luego llegaron Ester, Omar, Arón, Joaquín, Anna, Arturo, el hijo de Ernesto, Gemma, Paloma…

-Menudo casting tenemos en esta película – bromeó Jorge. – Arturo os puede servir de guionista.

-¿Tú que vas a hacer? – le preguntó Carmelo.

-Pues me voy a ir a Concejo. Quiero… echar un vistazo a los teléfonos. Y releer algunos relatos antiguos.

-¿Vas a hacer un recopilatorio? – le preguntó Arturo.

-No. – contestó sonriendo – Me sirven para hacer memoria.

-¿Te vas solo? – volvió a interesarse Arturo.

-Pues sí. Me temo que vaya a ser aburrido.

-¿Y si le dices a Martín que te acompañe? Si vas a repasar tus relatos, él lo ha leído casi todo. Te puede ayudar. Y de paso, le das un par de mis deportivas y zapatos. Las Adidas y las J’Hayber. – le propuso Carmelo. – No las puedo usar por mi acuerdo con Converse. Y le vendrán bien.

Recordó Jorge un comentario que le hizo Carmelo al respecto de la ropa que le vio cuando subió a su cuarto en el hostal. Fue casi lo que le decidió a marcar el teléfono de su “sobrino”.

-Joder, que guay. Me acabo de levantar, tío. Ayer nos dieron las mil leyendo el papel de mi nueva peli.

-¿Otra? ¿Ya empiezas otra? ¿Qué tal ha ido?

-Sí, es otra. Es lo que tiene no hacer protagonistas. Guay. Buen ambiente. Mi papel mola. No es muy importante, pero mola. Estoy teniendo suerte.

-¿Me ayudas en unas cosas? Te paso a buscar y nos vamos a Concejo. Tú y yo. Pasamos el día juntos.

-Vale.

Cuando Jorge lo pasó a recoger por su hostal, intentó evitar mirar el edificio. Fernando, que de nuevo estaba junto a él, sonrió. Ya empezaba a conocer sus caras.

-Tranquilo. Se las apañará. No es una tragedia. Martín tiene más recursos de lo que parece.

-No me jodas, Fer. ¿Has visto ese cartel? Es lo más cutre desde la posguerra.

Jorge salió del coche cuando vio a Martín salir del portal. Quería abrazarlo. Su “sobrino” parecía estar de acuerdo con ello, porque fue un abrazo apretado. De nuevo le sorprendió a Jorge su efusividad. Y cuando se sentaron en el coche, se recostó en Jorge. Eso de nuevo le sorprendió porque iban Fernando en el asiento del copiloto y Nano conduciendo. Aunque para sí, pensó que a Martín, Fernando le caía bien, y casi lo consideraba como alguien cercano. Si no, esos gestos los solía evitar. “También es posible que ande tan necesitado de cariño que le de igual todo”. Ese último pensamiento no le dejó tranquilo. Recordó como lo abrazó en el encuentro con sus padres. Y como le dio un montón de besos para animarlo. Y estaba en plena calle rodeado de escoltas y de gente que pasaba por allí.

El escritor iba con la idea de salir a la calle y sentarse en uno de los cenadores para hacer el trabajo que había pensado. Pero el tiempo en Concejo no parecía estar de acuerdo con sus deseos. Estaba nublado y el viento soplaba con alegría. Desde la Hermida se podían ver algunos molinos y sus aspas giraban con ganas. Así que desplegó todos los móviles sobre la isla de la cocina.

De repente el trabajo que se había impuesto para ese día le pareció agobiante. No se veía con fuerzas ni ganas de hacerlo.

-¿Te puedo echar una mano? – se ofreció Fernando que lo miraba desde la puerta sonriendo.

-Sí, mira. Entra y me ayudas a mirar fotos del pasado. ¿No te dirán nada tus jefes?

-Tranquilo.

-¿Y yo que quieres que haga? – preguntó Martín.

-Eres el único que ha leído casi todo lo que hay en la nube. Necesito que me busques “Episodios Nacionales” que hablen de Toni, el que fue representante de Carmelo. De Nati Guevara. De Sergio Romeva. Y de tus padres. ¿Eso será un problema?

-Para nada – dijo en tono decidido.

-Y por un casual, haz memoria por si recuerdas si en alguno de ellos, hablo de un joven que se acerca a sacarse fotos conmigo. O con Carmelo.

-Pero eso…

Fernando le tendió su móvil con una foto del chico al que se refería Jorge.

-¿Te suena de algo? – le preguntó su tío.

Martín se lo quedó mirando. Parecía estar haciendo memoria.

-No sé decirte – dijo al cabo de un rato.

Jorge se quedó con la mosca detrás de la oreja. No había negado esa posibilidad. Así que, conociéndolo, pensaba que a lo mejor, es que le sonaba de algo. Había dos posibilidades: una, que no centrara sus recuerdos y la segunda, que sí lo hubiera hecho, pero que lo que tenía guardado en su memoria sabía que no le iba a gustar.

-Hay al menos diez teléfonos entre los tuyos y los de Carmelo. – dijo Fernando sorprendido.

-Ya me he dado cuenta. El otro día con Carmelo no me parecieron tantos. ¿Qué me querías decir con la pregunta? – se había dado cuenta que Fernando le quería proponer algo.

-¿Y si subimos todo a la nube? – propuso Fernando. – Es mas fácil luego verlo todo de un golpe y buscar.

-Pero eso tardará… y espera, le dije a Carmelo que subiera…

-No hay carpeta, así que no lo ha hecho. – le dijo Martín. – No hay fotos en la nube. Solo está la carpeta que ha creado Aitor. La secreta. Y las que voy creando yo al leer tus descartes. Te puse tres relatos en una carpeta para que los leyeras.

-Pero eso fue el otro día…

-Ayer no había fotos en la nube. Estuve leyendo.

-Me da pereza… – se quejó Jorge.

-Si no te importa, te lo subo yo. Y te lo voy clasificando por fechas. – se ofreció Fernando. – Ya verás como no tardamos tanto. Y eso luego nos va a facilitar la labor.

-Lo que veas. No me parece mala idea. Pero a mí me costaría ponerme a ello.

-Pero como lo voy a hacer yo, tú tranquilo.

-Mientras, lee ese relato que te he enviado. – le dijo Martín, que no había perdido el tiempo. – Es de la Guevara. Y te recuerdo que tienes tres relatos… no me has hecho ni caso antes.

-Que sí. Uno ya lo he leído. El de la Feria del Libro.

-Ahora que lo dices, a lo mejor ese chico que decíais antes, sale en ese relato.

-¿El que está con Pólux y Gaspar al final?

Martín afirmó con la cabeza sin mirar a Jorge. Este valoró esa posibilidad. No se le había ocurrido.

Empezó a leer el relato de la Guevara mientras sus dos ayudantes trabajaban frenéticos en los encargos que les competían. No difería mucho de la idea que tenía antes de como eran las cosas en aquellos días. Hacía referencia al momento en que Carmelo sufrió ese ataque brutal y hubo que cambiar completamente el argumento de la película.

-Mira también si ves algún relato en el que hable de una película en la que cambiamos el guion. Y de paso, después de nuestra visita al barrio, de Nadia, de mis padres, de mis hermanos, de Nando…

-¿La película te refieres a la de la paliza a Carmelo?

Jorge se lo quedó mirando.

-¿Qué sabes de eso? No te recuerdo en aquella época.

Martín no miró a Jorge. Seguía atento a su tablet.

-Nada. Pero oí cosas. A parte, el relato que te he pasado, habla de ello.

-Martín por favor. ¿Que oíste?

Pero el joven seguía a lo suyo. Parecía que ni hubiera escuchado a Jorge. Pero éste sabía que sí lo había hecho. Estaba pensando en que contarle. El escritor se resignó y siguió leyendo.

-Mi padre dice que fuiste un insensato y un insensible. “Solo pensó en él y el hijo de puta de su marido”.

Fernando levantó la cabeza para mirar alternativamente a Jorge y a Martín.

Jorge no dijo nada. Esperó.

-Decía que debiste dejar las cosas como estaban. Haber dejado que sustituyeran a Dani.

La cabeza de Jorge empezó a trabajar a toda velocidad. No recordaba ningún reproche de Laín. En aquella época no tenían una gran relación, pero se conocían al menos de vista. ¿De qué? ¿En que ambiente coincidirían? Por entonces, Jorge apenas trataba a la gente del cine. Ahora ese tema le llamaba la atención. No lo había tenido presente nunca hasta ese momento. Él siempre había tenido la idea de que conoció a Laín el día que acudió a su casa por primera vez para una de aquellas barbacoas en su jardín tan famosas entre la gente que tenía algo que decir en el cine o la televisión. Paula se lo había presentado cuando llegó. No hizo ninguna referencia a que ya hubieran tenido contacto antes. Ahora se daba cuenta de que eso no era así. Pero él tenía excusa para no hacer mención a ese conocimiento previo, porque no lo recordaba. Laín ¿Qué excusa tendría?

-Dice que casi lo jodes todo.

-Ese todo ¿A qué se refiere? – se atrevió a preguntar Jorge. Por mucho que lo intentaba, no acertaba a saber de qué estaba hablando Martín.

-Algo de lo suyo. Te pone como el culpable de que tuviera que dejar su carrera de actor. Mi madre discute mucho con él de eso. Sobre cuando dejó de actuar en primera fila. Creo que a mi madre no le gustó eso. Quería que triunfara. Por lo de ser importante y famoso. Y ella a su lado. Parece que su sueño es posar junto a mi padre en un photo call, con toda la peña gritando su nombre y un montón de señoras pidiendo a mi padre que sea el padre de sus hijos. Y mi madre, agarrando bien fuerte el brazo de mi padre, para decir al mundo que ese actor conocido por todos era su marido. “Su” marido.

A Jorge no se le alcanzaba a pensar en qué fue lo que hizo para propiciar que Laín dejara de trabajar. Ahora se le habían aparecido algunas imágenes de haberse cruzado en algún momento en aquellos días de lo de Carmelo. Pero de momento, no había recordado ni una conversación, ni siquiera un saludo. Se conocerían en todo caso de vista. Ni tenían amigos en común, ni nada… que los relacionara. Él por entonces, apenas conocía a nadie del mundo del cine. Volvía a reiterar esa idea. Eso llegó cuando Carmelo se acercó a él años después. En todo caso, los cineastas o actores que conoció, lo hizo en las barbacoas que organizaba el matrimonio en su jardín, y por lo que recordaba, para eso todavía faltaban unos meses. O años. Años.

-Te mando otro relato Jorge. Hay un problema.

-¿Cual?

-Los Episodios Nacionales, como los llamas, están en la carpeta de descartados. El noventa.

-¿A sí? – Jorge se mostró completamente sorprendido. No atinaba a dar con una razón para que eso fuera así.

-Tienes cerca de mil cuatrocientos relatos aquí. Perdona, mil seiscientos … por ahí. Acabo de ver una carpeta dentro de esa carpeta que tiene otros cuatrocientos. Y veo en esta dos carpetas más. Rectifico. No me atrevo a darte una cifra de lo que tienes aquí guardado. Me atrevería a decir que tienes más de dos mil relatos. Y por el tamaño de algunos, son novelas de la extensión al menos de “deRosario”.

Fernando levantó la cabeza sorprendido.

-¿Dos mil relatos descartados? “deRosario” tiene casi mil páginas, Jorge.

-Más de dos mil. Dos mil con esa primera carpeta. A lo poco, dos mil quinientos. – apuntó Martín con cara ambigua. Parecía contento de su descubrimiento, porque así tenía más cosas que leer de su tío, pero por otro, le parecía una barbaridad que esa fuera la carpeta de descartados.- La mayor parte son relatos pequeños, de diez o quince páginas. Pero un diez por cierto, serán de a partir de doscientas.

-Pero Jorge… eso es una barbaridad. Alucino contigo. ¿Descartados? No me lo puedo creer. – Fernando lo miraba con la boca abierta.

Jorge se encogió de hombros. Copió la mejor cara de niño bueno que solía poner Carmelo. No era consciente de todo eso. Mucho menos era capaz de explicarlo.

-Tío, entre tú y yo, estos relatos no los tienes registrados.

-Habrá que hacer algo. – opinó Fernando – No te puedes arriesgar a que luego aparezcan por ahí, como las otras novelas. Y con todas esas movidas de tu amigo Poveda dando la lata en las teles… seguro que Nadia y sus colegas buscarán la forma de volver a acceder a tu nube. No descartes que roben a quien sepan que tiene acceso. O que intenten algo.

-Pero ¿Cuándo? Si no me da la vida ahora… y os advierto que tampoco me apetece dedicarme a ello.

-Si me dejas, me puedo encargar. Cuando era más pequeño alguna vez te acompañé. Y con ese del registro me he encontrado un par de veces. Se acuerda de mí. Me suele preguntar por ti. Me contó que no fuiste por “La Casa Monforte”, la versión que publicaste. Que fue Aitor.

-¿Lo harías? ¿Te encargarías?

-Claro. A no ser que quieras que Aitor…

-Nada de Aitor. Si se lo pido lo hará. Pero… vive lejos y está ocupado en otras cosas. Si te comprometes, quiero que lo hagas tú. Pero eso es un trabajo. Así que te tengo que pagar de alguna forma. Te pongo una condición: que te mudes con nosotros.

-No quiero estar en medio…

Fernando hizo un gesto para indicar que tenía algo que decir.

-Sin querer meterme en dónde no me llaman… – pareció dudar antes de seguir exponiendo su propuesta.

-Pues ahora te llamo yo. Di lo que pienses – Jorge le hizo un gesto para apoyar sus palabras. Fernando se dirigió entonces a Martín.

-Te puedes quedar en el piso de al lado. Tiene puerta de comunicación – le explicó Fernando. – ¿Quieres intimidad? Te quedas en el otro piso. ¿No hay problemas de interrumpir algo o te apetece compañía? Te pasas al piso de tu tío.

-Pero os lo dejé a vosotros… – se quejó Jorge.

-Hay cuatro habitaciones. En dos de ellas hay tres camas. En las demás, dos. Pasamos una de una habitación a otra y le dejamos la cama más grande a Martín. Esa habitación está bien. Y tiene el salón y la cocina y el cuarto de estar. Si quieres, dejamos el salón para Martín y nosotros utilizamos el cuarto de estar. La cocina… pues bueno. Tampoco la solemos utilizar. Salvo para el desayuno.

Jorge miró a su sobrino. Éste no se decidía. Seguía sin mirar a Jorge. Al final dijo su sentencia.

-Vale. Y me encargo de registrarte todo esto. Prepararé unos recopilatorios. Y los iré llevando. Aprovecharé para corregirte algunas cosas. Ortografía y demás.

Fernando soltó una carcajada.

-En realidad has estado educando a tu futuro secretario. Ahora lo estoy viendo claro – bromeó el policía.

-Menos mal que alguien se ha dado cuenta – dijo Martín gesticulando exageradamente mientras sonreía con su gesto de pilluelo.

-Iros a cagar los dos. – Jorge los miraba a punto de reírse pero poniendo su mejor cara de indignación.

-Sobrino, no creas que se me ha olvidado que estabas contándome con mucho cuidado unos temas que me interesan.

-Ya está.

-Ahora cuéntame lo que te has guardado. Por favor.

-Lo único que no te he dicho, es algo de Tirso.

-¿La novela?

-No. Tirso, Tirso.

-¿Lo conocías? – le preguntó Jorge, con miedo a que la contestación fuera afirmativa.

El silencio volvió a ser la respuesta inmediata de Martín. Jorge espero paciente. Fernando los miraba de reojo sin dejar de organizar las fotos de Carmelo y de Jorge.

-Menudo montón de fotos. Y por las fechas, faltan algunos teléfonos. Hay períodos de vacío – anunció Fernando.

-Claro. Las cámaras.

Jorge subió decidido las escaleras camino de su cuarto. Fue abriendo cajones hasta que encontró lo que buscaba: una cámara digital.

-La utilizaba a veces Carmelo. – explicó a Fernando tendiéndosela – Tiene que haber otra, pero esa a lo mejor está en casa de Cape. Era una cámara profesional. No la he visto ni aquí ni en la casa de Madrid.

-Y aquella que fallaba. – comentó Martín.

Jorge afirmó con la cabeza. No se acordaba de ella.

-De todas formas, sigue habiendo períodos sin fotos. Es raro – dijo Fernando.

Jorge se decidió y llamó a Carmelo.

-Escritor. No puedes estar sin mi, ya lo veo. ¿Me echas de menos?

-Pues apenas la verdad. – dijo en tono de broma – Rubito, a ver. Me dice Fernando que está haciendo lo que tú dijiste que ibas a hacer, subir las fotos a la nube y me dice que hay fechas sin ninguna. Tiene ahora la cámara digital aquella compacta que utilizabas. Pero falta al menos la profesional.

-Tienes un par de teléfonos más en el salón, en el último cajón del sifonier que hay debajo de la tele. En el último cajón. Son los más recientes. La cámara profesional está en la casa de Cape. Y aquella cámara que era un desastre, está también en ese cajón que te he dicho.

Jorge se había ido a donde le decía Carmelo, abrió el cajón.

-Aquí hay… coño, si uno es mío.

-Se estropeó. No sé si podréis sacar algo de él.

-Fernando seguro que sabe hacer algo.

-Te dejo. Que estamos liados. Además como no me echas de menos… – se quejó Carmelo.

-Te quiero. – se despidió Jorge.

Estaban descargadas las baterías, así que Fernando las puso a cargar.

-Si quieres llamo a Bruno que está de guardia en la casa de Cape. Que entre y coja la cámara. A lo mejor la puede acercar alguien.

-No quiero molestar más.

-Déjalo de mi cuenta, si es por eso. No está Cape. No interrumpimos nada ni molestamos.

-Como veas.

-Sí, conozco a Tirso. – afirmó de repente Martín.

Esa respuesta golpeó a Jorge como un puñetazo en la mandíbula. No pudo disimular su estupefacción. Fernando de nuevo, volvía a mirarlos alternativamente. La afirmación de Martín también le había sorprendido. No quería perderse ninguna reacción, aunque Martín permanecía imperturbable, trabajando con los relatos de Jorge.

-Te acabo de enviar otro relato, tío.

-Y yo. ¿Conozco a Tirso? – se atrevió a preguntar Jorge. Pensó que debería esperar un rato, pero no fue así.

-Claro. Aunque hace muchos años que no os veis.

-¿Tú si lo ves?

-Sí. Quedamos. Pero de eso, no os puedo hablar. Solo debes saber tío, que él está pendiente de ti. Y que te cuida.

La cara de Jorge era un poema. No sabía a donde mirar.

.

-Se lo dije claramente. Que no quería verlo de nuevo por aquí.

Jorge lo miraba sin saber que decir. Toni había sido el socio de Sergio desde el principio. Le sorprendía esa ruptura tan radical con él.

-Y tú más que nadie deberías comprender por qué lo he hecho.

-Entiendo que lo de tu hermano Fidel… a lo mejor tiene algo que decir. Sus razones… o puede que nos han engañado respecto a quién propició…

-No hay razones. No me valen. Meter en ese mundo a mi hermano. No. Y lo de Dani, no me jodas. Y eso solo es lo que hemos descubierto. A saber… a saber lo que no… si ha hecho algo, es capaz de cualquier cosa. ¡¡Joder!! No lo podemos consentir, Jorge. Sea Toni o sea el Papa. Y te prometo que quien me lo ha dicho, sabe de que habla. Y por nada del mundo me mentiría. No Jorge, no. Toni es una enfermedad que he decidido erradicar de raíz. No quiero volver a verlo en mi vida. Y si me entero que se acerca a Dani o a Fidel, te juro que … le hundo.

-¿Y si habla con la prensa? Puede destrozar a muchos. A Dani, a Fidel, a Biel, a Connor…

-No hará nada de eso.

-Yo no estaría tan seguro. Me preocupa ese tema. Que no es de fiar, en los últimos tiempos cada vez era más evidente. Lo raro es que no lo supiéramos antes.

-Si hace eso, va a la cárcel. A parte de eso, me estaba robando. A lo grande. Por eso le he pillado. Por eso me he enterado de lo de Fidel. Por eso te pedí que fueras a rescatarlo. Te estaré eternamente agradecido Jorge.

-No fastidies. Eres mi amigo. Y tu hermano… es como si fuera mío también. Yo no confiaría, perdona que insista, en que se atenga al acuerdo. Y más si no le has puesto más dinero.

-También iría a la cárcel su Henar, su mujer. En realidad fue la que me robó. Hacen buen tándem.

-Henar era tu amiga de la Uni. Y te llevaba la administración de la agencia.

-Yo les presenté. Y soy padrino de su hijo.

-Se ha quedado sin padrino.

-Ya veremos. No voy a renunciar a él. Como tú no renunciarías a Jorgito. Por cierto, busca un agente. No confíes en Dimas.

-Tendría que enfrentarme a Nando.

-Puedo encargarme yo. Sabes que puedes pedirme lo que quieras.

-Te lo agradezco. Puede que te pida algo. De todas formas, si estás un poco al loro de lo que pase a mi alrededor…

-Por descontado. Lo hago ya. Y si un día quieres que lleve todos tus asuntos me dices. Da igual que no lleve a escritores.

-Gracias – Jorge le dio un golpe en el hombro.

-A Nando no le entiendo por cierto. – Sergio volvió al tema de Nando y Dimas – Lo de Dani me ha descolocado. No esperaba ese gesto. Y menos que te lo pidiera a ti.

-No fue él porque estaba acojonado. Y no le quedó otra porque le llamó Tirso. De todas formas, algo se me escapa de todo este asunto. Nando parece distinto últimamente.

-¿Y desde cuando tú te has significado en esas acciones? Me han contado que casi matas al que estaba pegando a Dani. A puñetazos. Y ni siquiera se te hincharon las manos. Con Fidel, todos se apartaron a tu paso.

Jorge se encogió de hombros. Lo de Fidel no había sido tan sencillo como las fuentes de Sergio le habían dicho. De eso también se encargó Jorge cuando dejaba la finca. Tuvo que emplearse a fondo. Y Nacho también. Ese día parecían estar preparados. Nacho luego, en el coche mientras llevaban a Fidel a la consulta del doctor Manzano, para que se ocupara de cuidarlo, dijo claramente que le había parecido una trampa.

Parece que te estaban esperando, escritor.”

Por eso te he llamado”.

-De todas formas, deberías investigar por qué Toni llevó a ese tipo a esa fiesta, la de Dani. Tirso lo tenía vetado. Y el anfitrión sabía lo que le Iba a pasar cuando volviera de Oporto. Lo mismo ahora, cuando vuelva de París. Siempre buscan cuando Tirso está de viaje. El tipo que estaba con Fidel, tenía una cruz encima. Y – Jorge dudó si decirle, pero creía que debía avisarle – mira tus fuentes, las que te avisaron de esa situación delicada de Fidel. Estaban esperándome. Si no llega a ser por Nacho y dos de sus “amigos”, hubiéramos salido malparados.

Sergio no respondió. Jorge estuvo pendiente de su contestación. Al final entendió.

-Esa es una de las contrapartidas que le has dado a Toni. No investigar ese asunto. Porque tuvo la culpa en los dos casos. Y tuvo la culpa de todo lo que sus padres le hicieron a Dani.

-Y de llevarlo a esas fiestas. Los padres cobraron desde el primer momento por ello. Libre de impuestos, como se suele decir. Y te aseguro que fue un pastizal. Así tiene Toni el nivel de vida que tiene.

Sergio parecía apesadumbrado. Le remordía la conciencia.

-No me enorgullezco. Pero si no, Dani hubiera acabado muerto en cualquier momento. Y quiero a ese chico. Y por supuesto, quiero a mi hermano. Tenía que acceder a algo para asegurarme de que no les iba a pasar nada a ninguno de ellos.

-No lo utilices. Pero te conviene saberlo. Te conviene saber todos los negocios en los que está metido. Y te conviene saber la gente en la que puedes confiar y en la que no.

-Algunos de los negocios de Toni son con Nando.

-Entonces a mí también me interesa que tú investigues.

-Deberías cuidar a Dani.

-Lo cuidará la policía. Ese comisario Marcos, también aprecia al chico. Hay muchos pendientes de mis movimientos. Mi marido lo ha hecho tan bien en los negocios que ha emprendido, que sus socios no le quitan el ojo de encima. Y de paso, no me lo quitan a mí, porque, aunque todos saben que Nando iba por libre, él les ha dicho a todos que yo era el ideólogo. Es claro que la pasta la he puesto yo. Como siempre. Que el dinero lo perderé yo. Saben, pero por si acaso es verdad lo que dice Nando, no me quitan ojo de encima. Y por si tienen que cobrarse las deudas.

-Deberías hacer con él lo que yo he hecho con Toni.

-Es una idea. Pensaré en ello. Pero me da pereza. Para otras cosas me sirve de pantalla.

-¿Y tu suegra?

-Esa es más falsa que falsa. Ya le llegará su hora.

-Parece que te aprecia.

Jorge miró con gesto adusto a Sergio. Éste levantó las manos a modo de muda disculpa.

-Por cierto. ¿Fidel? – preguntó el escritor.

-Hablé con él el otro día. Quedamos de acuerdo en que lo mejor para él era desaparecer. Se va a ir a vivir a Estados Unidos. Le estoy buscando acomodo en San Francisco o en Los Ángeles. . Va a estudiar allí y luego quiero que abra una sucursal de la agencia. Eso dentro de unos años, cuando haya acabado sus estudios. Se encargará cuando se establezca en hacer contactos en el mundo del cine y del teatro. Esperemos que algún día Dani y otros de mis representados, puedan beneficiarse y convertirse en el nuevo Antonio Banderas.

-¿No es muy joven para eso?

-Es lanzado. No se rinde. Y tiene encanto personal. Le he dado una actividad de confianza. Espero que eso haga que olvide lo que le han hecho. Es un puesto de confianza. Creo que es lo que necesita, sentirse útil.

-Ojalá le haya servido de lección.

-Te invito a comer. Celebremos al menos que salvaste a Dani y a Fidel de una muerte casi segura y de habernos quitado de encima al cabrón de Toni.

-Me parece buena idea. Tengo hambre.

-Eso si que es una novedad. Entonces es un tercer motivo de celebración. A veces pienso que te alimentas del aire.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 63.

Capítulo 63.-

.

-De todas formas, vamos a empezar a prepararlo todo.

Carmelo y Jorge estaban en la cama. Había sido una noche de descanso, pero también de amor y pasión. Al despertar ambos, a ninguno le había apetecido dejar de tocar la piel del otro. Jorge había recostado su cabeza sobre el pecho de Carmelo. Éste le acariciaba suavemente con la yema de sus dedos. Jorge levantó un momento la cabeza y buscó los labios de Carmelo. Le besó suavemente.

-Escucho a tus neuronas rular, escritor. Y me temo que no es que estés maquinando tu próxima novela. Y tampoco estás pensando en lo que te he anunciado sobre la merienda como agasajo al equipo de Pasapalabra. Estoy seguro que ni me has escuchado.

-A lo mejor te necesito. – Jorge salió de su abstracción de repente. Carmelo se reafirmó en su convencimiento de que el escritor no le estaba prestando demasiada atención.

-Dime. – se ofreció poniendo una sonrisa tierna.

-¿Te vienes conmigo de viaje?

-¿Cuando?

-Ahora.

Jorge le contó por encima las novedades del caso de Sergio. Y la preocupación que les había entrado a Carmen y Javier sobre su estado. Sobre la posibilidad de que sus padres le intentaran anular mental y emocionalmente.

-Eso no hacen los padres normales. Son cuatro casos los que son así de manipuladores y castrantes. Ya superamos esa media ampliamente en nuestro entorno. Un caso más sería… sería como si tuviéramos imanes que atrajeran a padres de ese tipo. Y además, si solo lleva un par de días allí.

-Ya. Pero ayer en la misma mesa, Javier y Carmen estuvieron con dos cuyos padres tomaron la misma decisión al ver los vídeos que les enviaron de sus retoños teniendo sexo con hombres. Ni quisieron escuchar sus explicaciones. En el caso de Yura, ni siquiera le preguntaron si era homosexual. Lo dieron por hecho. En el caso de Jun, no lo es. Pero les dio igual. Según ellos, había humillado a su familia. Encima que todo lo había hecho buscando el triunfo que le reclamaban sus progenitores. Tenemos a tus padres. Tenemos los míos. Está claro que para que Mendés u otros parecidos decidan elegir a ciertos chicos, quiere decir, con toda probabilidad, que los ha investigado antes, a parte de que sean de su gusto físicamente. A parte de otras consideraciones en el caso de Sergio que no podemos demostrar, pero que Carmen y Javier parecían dispuestos a tomar en consideración. La decisión del padre de preferir a Mendés en lugar del profesor austriaco… es cuando menos sorprendente.

-No entiendo como ese Mendés puede echar por tierra a músicos prometedores. Lo entendería si cogiera a músicos sin futuro, mediocres y que los convenciera de que no tiene nada que hacer en la música, salvo agasajar a los maestros y que estén felices para satisfacer el ansia de arte que tiene el mundo.

-¿El mundo tiene hambre de arte? – Jorge imprimió a sus palabras toda la ironía de la que fue capaz.

-Es una forma de hablar. Si somos estrictos a lo mejor no entraríamos ni tu ni yo.

-Tus películas no son del estilo de Bergman, ni Truffault, ni mis novelas van firmadas por Victor Hugo o por Lope de Vega. Pero creo que no desmerecemos mucho. Al menos tú que eres multipremiado. Goyas, Césares, Mejor actor europeo, mejor actor en Cannes, en Venecia, en Valladolid… y tus interpretaciones siempre son apabullantes. Y un puñado de ellas, magistrales. Y puñado grande a fuer de ser sincero.

-Eso para los puristas no tiene importancia.

-También has hecho teatro.

-Pero no a Valle Inclán o a Lope.

-Has hecho dos Shakespeare.

Carmelo se encogió de hombros. Era su forma de decir que para algunos, no había dado la talla en sus interpretaciones. Aunque siendo sinceros, él tampoco estaba satisfecho con su trabajo en esas obras.

-Entonces yo que no he ganado nada…

-Tienes el favor del público. Te parecerá poco. No es que seas un vendedor de best sellers. Solo al menos. La repercusión que tienen tus personajes en tus lectores es… no te lo digo porque seas el amor de mi vida, pero, no creo que nadie pueda presumir de llegar a ese nivel de… identificación. Quizás Arturo y Ernesto. Y a parte, tienes la admiración de esos jóvenes. “Los chicos de Jorge”. Eso vale más que cualquier reconocimiento. Tus libros los ondean como sus banderas de vida y redención. Banderas de esperanza.

-Ahí has estado bien – Jorge volvió a besar a Carmelo. – Y si el Mendés ese lo hiciera con malos músicos ¿Estaría justificado?

-Nunca está justificado. Quiero decir, que para su prestigio como profesor, sacar a un Sergio adelante y que en su biografía diga que ha estudiado con él, le daría más crédito. Y podría plantearse hasta cobrar más. Pero en cambio, para un gran músico que cae en sus manos, lo destroza.

-Es una forma de verlo, sí. Pero en este mundo de… orgullos desmedidos, de poder… la razón del común de los mortales no parece a veces… razón. Y la sin razón, se convierte en razón. Para ellos, quiero decir.

-¿Serías capaz de repetir eso que has dicho? – Carmelo imprimió a su pregunta todo el sarcasmo del que fue capaz.

-Ni por asomo. Confío en ti para que me lo recuerdes luego y lo escriba.

-No estaba atento. – siguió con la broma. – No me pellizques, cabrón.

-¿No me haces ni caso?

-Como tú antes. Has pasado de mi culo. No te has enterado de nada de mis planes para la merienda de Pasapalabra. Y eso que yo no fui. Que lo hago para que tú y tus “amiguitos” quedéis bien.

-No vas a Pasapalabra porque no quieres. Y de todas formas, todos saben que la merienda la vas a preparar tú. Y perdona, mis “amiguitos” que me presentaste tú, porque antes de ser míos, fueron tuyos. Y lo siguen siendo. Ya veríamos en caso de que nos separáramos, de todos ellos, los que seguirían en contacto conmigo.

-Ya vas con tu “amiguito” Álvaro a Pasapalabra. Álvaro ha pasado de ser mi amigo a ser conocido por ser el amigo del escritor.

-Celoso. ¡Estás celoso!

-A mucha honra. Y ahora dime por qué quieres que te acompañe en ese viaje.

Jorge alargó el brazo y cogió su teléfono de la mesilla. Buscó algo y le tendió el móvil a Carmelo. Éste lo cogió y nada más ver la pantalla, levantó las cejas sorprendido al ver quién era la persona de la foto.

-Nati Guevara. Ni sé la de tiempo que no sé de ella. Ni falta que hace, por otra parte. ¡¡Joderrr!! Y yo que pensaba que me había librado de ella para siempre.

-Es la madre de Sergio.

-No me lo puedo creer. Hay que reconsiderar lo de que seamos imanes para … indeseables como esa. No me lo puedo creer. Esto no puede ser cierto. No nos puede estar pasando. ¿Esta cabrona la madre de Sergio el de Javier? Increíble.

Carmelo le devolvió el móvil a Jorge. Se tumbó de nuevo en la cama mirando al techo. De vez en cuando resoplaba. Jorge estaba de medio lado, observando a su novio. Ver la foto de esa mujer, le había afectado. No era para menos. Esa mujer era… dejaba huella en todos los que habían tenido la desgracia de tratar con ella.

-A lo mejor no te apetece enfrentarte a ella.

-No la tenía miedo cuando era un adolescente. Menos ahora. Eso no quiere decir que me esté muriendo de ganas de echármela a la cara.

-Te negaste a trabajar con ella una vez.

-Cierto. Si puedo elegir, prefiero trabajar con buena gente. Ella no lo es.

-¿Y?

Carmelo apartó la ropa de cama y se levantó de un salto.

-Vamos. ¿No decías que nos íbamos de viaje?

Carmelo salió enfadado de la habitación camino del baño. Jorge empezaba a arrepentirse de habérselo pedido. Descubrir esa noche quién era la madre, le había roto los esquemas a él también. Carmelo se había negado a trabajar con ella, justo antes de que Nati decidiera retirarse del cine para cuidar de su familia. Pero él también había tenido con ella sus más y sus menos. Habían llegado a discutir de forma muy intensa. Alguna vez el tema de la discusión, si no recordaba mal, había sido Carmelo. Mucho antes incluso de que ellos se conocieran. Ella le demostró todo lo que lo despreciaba y él, a cambio le enseñó lo ruin y despreciable que era, a parte de ser una inculta supina, aunque se las daba de ser una entendida en cualquier materia de la que se hablara delante de ella.

Carmelo volvió sobre sus pasos. Se apoyó en el marco de la puerta.

-Creo que te equivocas en que vayamos lo dos. Si conseguimos que Sergio venga, va a perder a sus padres para siempre. Su marido era un calzonazos. No podemos ponerlo en esa tesitura. Esa mujer nos odia a los dos. Nos desprecia, más bien.

Jorge asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo con la última parte de las aseveraciones de Carmelo. No lo estaba tanto con que su marido fuera un calzonazos.

-Debemos jugar la baza de que la conocemos. Y que no nos puede engañar.

-Eso lo dudo. Era una refinada manipuladora y mentirosa recalcitrante. De muchas de sus mentiras y manipulaciones me di cuenta mucho después.

-Y buena actriz.

-Eso es cierto. De hecho, estaba actuando permanentemente. Enlazaba un papel con otro. Y hay que reconocerla que era trabajadora. Y también hay que poner en valor que conseguía que todos los rodajes en los que estaba, se convirtieran en un sitio insufrible del que todos salían despavoridos en cuanto tenían ocasión.

-Pero era buena actriz.

-Sí, joder, lo era. – Carmelo no podía disimular su enfado – Lo uno no quita lo otro. Es más, estaría por asegurar que estaba entre las tres mejores actrices de su época. Y … reconozco que en pantalla, con pocas actrices o actores he tenido la complicidad y facilidad para entendernos como con ella. Daba igual que hubiéramos discutido a lo grande antes de la claqueta. Una vez la escena en marcha, todo funcionaba como un engranaje perfecto. Hablaban nuestros personajes. Sentían ellos. Pero… no hay quien la aguante.

-Nadie quería enfrentarse a ella, pero tú la rechazaste. Con dieciséis años. Y ganaste el pulso. Los productores se decantaron por ti.

Carmelo se encogió de hombros.

-Fue la primera cosa de la que se ocupó Sergio en lugar de Toni. ¿No?

-Otra vez Toni. Que manía te ha entrado con él. Si me lo cruzo por la calle, ni lo reconocería.

-No te enfades. Era un comentario.

-Creo que es mejor que no vaya.

-¿Y si te lo pido de rodillas?

Carmelo hizo un gesto con la mano de desesperación.

-Es imposible discutir contigo. Te la suda lo que opine. ¿Quieres que vaya? Pues voy. Luego no te quejes del resultado. Va a ser un puto desastre. Y tú lo sabes. Pero nada, insistes. Pues me voy a duchar. No se puede razonar contigo. Te importa una mierda lo que piense.

Jorge suspiró. Se levantó de la cama con intención de seguir a Carmelo al baño y decirle que no hacía falta que fuera. Pero se lo pensó mejor, volvió sobre sus pasos para coger el móvil que se había quedado sobre la cama y se fue a la cocina. Marcó un teléfono.

-Eres la primera persona que me llama hoy con la que me apetece charlar un rato.

-Madre mía. Y te puedo asegurar que es la mejor respuesta a mis llamadas en muchos días. ¿Cómo estás?

-No me quejo. Hoy no hay grandes problemas entre mis clientes, la cosa empieza a moverse para todos, no solo para unos pocos agraciados… ya hemos acabado de poner al día tu agenda, y todo el mundo sabe ya que salvo para cuestiones meramente promocionales en los que se sigue encargando tu editorial, todo lo tuyo depende de nosotros. Por cierto, y esto es lo último, ya hemos convocado tu charla para lectores jóvenes. Tu amiga la librera ha puesto todas sus redes a tope. Y nosotros las nuestras, incluidas las de Carmelo. ¡Ah! Y antes de que se me olvide: ayer hablé con Fidel y te manda recuerdos. Me dice que te diga que cualquier día de estos te llama para charlar. Te echa de menos.

-¡Joder! Que alegría me das. Fíjate, el otro día pensé en él. Pero no he encontrado el momento de llamarlo.

-Si un día te pilla bien, te pediría que lo hicieras. A lo mejor él no se atreve. Sigue tus novedades. Estaba un poco preocupado.

-Tranquilo. Le llamo. No te preocupes. ¿Está bien?

-Sí. Está todavía aclimatándose. Ya sabes que ha cambiado de casa y ha acabado los cursos a los que se apuntó. Ahora le toca hacer contactos. Ya ha abierto nuestra sucursal el Los Ángeles. Estoy orgulloso de él. Ya tiene propuestas para alguno de mis clientes.

-Aquella película que hizo Carmelo antes del confinamiento…

-Sí. Se encargó él. Pero bueno, Carmelo ya sabes que se vende solo.

-¡Oye! Porque sea tu hermano, no le quites mérito.

-Tienes razón. Lo hizo bien, y eso sin tener oficina abierta todavía como tal.

-Me gusta eso de que te encargues de mis cosas. Siempre lo has hecho, aunque ahora sea un poco más oficial. Al menos ahora sé que estaréis pendientes de todo. No sabes la tranquilidad que me da eso.

-Por cierto, tu abogado, bien. Me gusta. Está al loro, es trabajador, y es competente. Has hecho buen fichaje. Y es otro lector fiel. Creo que entre los dos, poco a poco vamos a desentrañar esa maraña de asuntos que tienes enquistados. Esto lo tenías que haber hecho hace ocho años, cuando te lo dije.

-Tienes razón. Pero en aquella época todavía vivía Nando y no me apetecía… enfrentarme.

-Ahora dime, que me imagino que tendrás algo que contarme.

-Pues sí. Y me temo que no te va a gustar.

-¿Ha pasado algo? ¿Carmelo…?

-Carmelo está bien. Está jurando en hebreo mientras se ducha, pero es por mi culpa. Le he pedido que me acompañe a ver a una vieja amiga. Y no me ha sabido decir que no. Y está echando pestes.

-Me temo que esa vieja amiga, también lo es mía. Te conozco escritor. Y no te refieres a tu amiga la librera, que no se ha mostrado muy ilusionada porque ahora tenga que tratar conmigo de vez en cuando.

-Aquella firma de libros, seguro que la tiene grabada a fuego y sangre.

-Sobre todo porque al año siguiente la Organización la vetó en la Feria. Y porque calculó tan mal que no vendió ni la mitad de lo que pensaba vender con la encerrona que te hizo.

-Se le nubló la vista. Pensó que lo que había vendido el día anterior, sin estar previsto… pensó que si lo anunciaba iba a vender libros a cientos.

-Pero al anunciarlo, la gente estaba prevenida y se llevó el libro de casa.

-Exacto. Aún así vendió muchos libros.

-Y si no es tu librera, ¿Quién es nuestra vieja amiga?

-Nati Guevara.

Jorge pudo escuchar claramente un suspiro de contrariedad y un par de imprecaciones. Sergio Romeva parecía dudar sobre lo que decir o hacer.

-Un segundo, Jorge. Dame un segundo.

Éste pudo escuchar como Sergio se levantaba de la silla de su despacho y avisaba a su secretario de que no estaba para nadie en la siguiente media hora. Y recalcó que nadie era nadie. Aun tardó un rato en volver a coger el teléfono. Jorge estuvo seguro que se estaba tomando unos segundos para pensar en como afrontar el tema.

-¿Estás en Madrid? – preguntó Sergio al volver a coger el teléfono.

-Sí.

-En “El Trastero” en media hora. Aunque esté mojado, tráete a Carmelo. Es hora de que se entere de algunas cosas. Prefiero que lo sepa por nosotros, que no por cualquiera que se acerque un buen día y le susurre al oído. Si esa mujer está rondando, cualquier cosa es posible. Llamo para que nos pongan una mesa discreta.

Jorge no perdió tiempo. Fue al baño. Carmelo estaba todavía en la ducha.

-Vístete, anda.

Jorge abrió la mampara de la ducha y cerró el grifo. Como esperaba, Carmelo estaba solo dejando correr el agua por su cuerpo.

-¿Me puedes explicar que pasa ahora? – Carmelo seguía enfadado. Su tono no engañaba a nadie.

-Dani, por favor. Hazme caso.

Jorge se acercó a él y le dio un beso en los labios.

-Te quiero, ¿Lo sabes? Eres mi vida, Dani: vístete y nos vamos. He quedado con Sergio Romeva en “El Trastero”. Quiere que vayas tú.

Carmelo salió de la ducha y empezó a secarse. Tenía ganas de discutir y negarse a plegarse a las peticiones de su novio, pero no le salía. Y quería despotricar y enfadarse por todo, pero… ese “Te quiero ¿Lo sabes? Eres mi vida Dani”, lo había desactivado todo. Nadie le llamaba Dani como Jorge. A lo mejor era por las pocas veces que utilizaba su nombre real. O el tono con que le decía esas cosas y todo en general.

Cuando Carmelo entró de nuevo en la habitación, Jorge ya estaba completamente vestido. Volvió a besarlo en los labios y a darle una palmada en su culo desnudo. Mientras el actor se vestía, Jorge avisó a sus escoltas de su inminente excursión.

-Luego a lo mejor nos vamos a Salamanca.

-¿Los dos? – preguntó Flor.

Jorge hizo una mueca para mostrar sus dudas.

-Está todo en el aire.

-¿Qué ha pasado desde anoche? Ibas a ir tú solo. Carmen viene para unirse a ti.

Por la cara que puso Jorge, Flor supo que no le había avisado.

-Llámala, si me haces el favor, y la dices que se una a nosotros en “El Trastero”. Y no estaría mal que llamaras a Olga y tantearas la posibilidad que se una a nosotros en videoconferencia. Es una hora intempestiva allí, pero…

Carmelo apareció detrás de Jorge ya preparado. No tenía gesto amigable. Jorge volvió a besarlo y a acariciarle la cara con sus manos.

-Gracias Dani.

El aludido no pudo decir nada. Jorge sabía las armas que utilizaba contra su enfado. Jorge cogió sus cosas, sus llaves, su teléfono y agarró de la mano a Carmelo. Entrelazó sus dedos y le sonrió.

-Eres un cabrón – dijo medio sonriendo el actor. – No puedo contigo.

-Porque me quieres. Y no sabes la vida que me da eso.

El viaje en coche apenas duró diez minutos. Sergio ya estaba en el bar. Los camareros les indicaron con un gesto la mesa en la que estaba esperándolos. Estaba apartada y un biombo les ocultaba de la vista del resto de clientes.

-Me he tomado la libertad de pedir unos chocolates y unas porras.

-Como nos conoces – dijo Carmelo abrazando a su representante. – Ya nos dirás a qué viene tanto misterio.

Jorge sacó un dispositivo de anti-escuchas y lo puso en medio de la mesa. Todavía recordaba los consejos de Javier la noche anterior.

-Vienes preparado.

-Si no quieres hablar por teléfono, a mi modo de ver quiere decir algo.

-Esas cosas del pasado, sabéis que son complicadas. No me apetece que nadie conozca esos detalles. ¿Me dices como ha aparecido la Guevara en vuestras vidas? ¿Ahora precisamente?

-Esa que viene por ahí es Carmen Polana ¿No? No será casualidad me imagino. – dijo Carmelo mirando resignado a Jorge.

-Culpa mía. – Jorge levantó el dedo, como si estuviera en una clase de primaria.

Carmen saludó a Sergio con dos besos. Ya habían tenido la ocasión de conocerse hacía unos años y habían coincidido en numerosas ocasiones. Lo mismo hizo con Carmelo y con Jorge.

-Tal y como has pedido a Flor, Olga nos llama en un rato. Está buscando sitio adecuado. Mira, ya lo ha encontrado.

Carmen puso la tablet sobre un soporte y la colocó en un lado de la mesa.

-Buenos días a todos. – saludó.

-Que bien te sienta madrugar, querida – le saludó su amiga.

-Trasnochar, querrás decir. ¿Qué ha pasado?

Sergio y Carmen miraron a Jorge. Carmelo se había cruzado de brazos y miraba a ninguna parte.

-Muy sencillo: Nati Guevara ha entrado por la puerta grande en nuestras vidas. Y no nos habíamos enterado. – resumió Jorge.

Carmen y Olga intercambiaron miradas a través de las cámaras.

-¿Y de qué forma ha aparecido?

-Es la madre de Sergio, el novio de Javier.

Carmen resopló y se recostó en la silla. Olga parecía enfadada.

-No me puedo creer que esa tipa … ¿La madre de Sergio? Joder. Iros a sacarlo de allí, joder. Si sabe que está con Javier… le estará lavando la cabeza. Se las tuvo tiesas con JoseMari, su padre.

-Y contigo – le recordó Carmen a Olga.

-Eso íbamos a hacer. Pero… no me decido por una estrategia. – empezó a explicarse Jorge – La idea era ir y convencer a Sergio de dar una sorpresa a Javier por su aniversario en la consecución de su ascenso a comisario. Pero… yo tuve un encontronazo fuerte con su madre. Y…

-Yo la veté en un rodaje. – Carmelo habló en tono rotundo.

Sergio afirmó con la cabeza.

-Pero hoy todos en esta mesa, conocemos una parte de Nati. Conocemos una parte de esos encontronazos. Pero ninguno sabe… toda la historia.

-Por cierto Sergio. Antes de que se me olvide. ¿No conocerás a algún representante que se dedique a llevar a músicos de clásica? Tu tocayo es… un gran violinista que ha caído en las garras de Mendés… un tipo despreciable que…

Ahora fue Sergio Romeva el que resopló y se recostó sobre el respaldo de la silla. Jorge se calló porque era evidente que su amigo no necesitaba más explicaciones.

-Esto no puede estar pasando. No me fastidies. ¿Su propio hijo? Tenía tres hijos ¿No? ¿Con Mendés? ¿Lo ha enviado a estudiar con ese? La historia se repite de nuevo. Con distintos actores. No puede ser. Mendés es lo peor. Ese pobre chaval… si es el que ha elegido de su hornada para…

Lo es – Jorge le interrumpió en tono rotundo. No quería que de primeras, dijera más de lo necesario. El representante volvió a maldecir entre murmullos.

-Una chica, la mayor, que trabaja en los negocios de su padre, y dos chicos. Sergio es el pequeño. Su hermano creo que está en Estados Unidos estudiando. – explicó Carmen. – La zorra de ella usa el apellido de su marido. Por eso no me ha dado el cante. Es que Sergio se parece a su madre, ahora lo veo. Tiene gestos de ella. No se me ocurrió pedir fotos de los padres. Y ni Patricia ni Teresa saben nada de la Guevara. No les llamó la atención. Para ellas es Nati Plaza, de profesión, sus labores.

-Me encargo de que el FBI le eche un vistazo al chico que está aquí, no vaya a ser que haya sorpresas. – dijo Olga. – ¿Su nombre?

-Espera que lo miro… no lo recuerdo – dijo Carmen repasando el informe que le habían hecho Teresa y Patricia – Guillermo. Guillermo Plaza.

-Pero todo esto… ¿No se os está yendo el argumento? – le dijo Carmelo mirándolos uno por uno. – ¿De que va todo esto? Era una tipa que le gustaba joder a sus compañeros en los rodajes. No es para tanto. Como si fuera la última o la única. No creo que ponga a su hijo abierto de piernas para que unos cerdos babosos le metan la picha en el culo mientras él ladra como un perro y rasga las cuerdas de su instrumento con el arco tocando una sonata de Vivaldi.

-Va de poder. Es lo que siempre ha querido Nati Guevara. Lo podía haber tenido todo en el mundo de la actuación, porque era buena. Pero eso no le bastaba. Quería que todos bailaran a su alrededor. Quería ser la reina en todos los saraos. Y todo lo que hacía era… para conseguir eso. Los rodajes en los que participaba, eran un infierno. Desde el primer día hasta el último. Hubo muchos técnicos, actores, guionistas… que si sabían que estaba ella en el reparto, se negaban a trabajar, no aceptaban el trabajo. Y aquellos años no es como ahora, que con las plataformas hay trabajo para casi todos. Suponía para muchos técnicos estar unos meses parados. Daba igual. A muchos no les compensaba tener que ir a terapia después de salir del rodaje cada día o medicarse para poder conciliar el sueño o acabar teniendo problemas familiares por su humor al salir del rodaje. Tú trabajaste con ella en una película antes de tu “olvido”. En la última parte Olga te cuidó. No lo recuerdas pero como me has contado, sentiste a Olga cuando te reencontraste con ella. Olga tuvo que emplearse a fondo para protegerte de esa alimaña. Se alió con tus padres. Ella quería que te despidieran. Tus padres no perdían nada, porque cobrarías igual. Y el dinero se lo quedaban ellos, por aquel entonces. Fue… digamos… que la versión oficial para el mundo de fuera del rodaje, era que te metiste en una pelea que no podías ganar y saliste… con el cuerpo muy, muy magullado. Nos inventamos algo de que habías acudido en defensa de unos jóvenes extranjeros que estaban siendo acosados por unos nazis. Aunque esa versión pasó desapercibida y lo que todos los ajenos a la situación pensaban es que en uno de tus arranques de mal genio, la habías pagado con gente que peleaba mejor que tú. En realidad, todos los del mundillo, sabían lo que te había pasado. Pero a nadie interesaba darse por enterado. Como no había nada en la trama de la película que rodabas que justificara ese estado de tu personaje, tuvieron que cambiar todo el argumento para… que pudieras salir en tu estado en pantalla. Eso convirtió la película en otra completamente distinta. Pero tanto los guionistas como el director, acertaron en los cambios. Hicieron un nuevo argumento creíble e interesante. Y lo más importante para los productores: sin tener que desestimar lo rodado hasta ese momento. O al menos, gran parte de ello. Consiguieron, repito, un argumento estupendo. Casi más interesante que el original. Algo tuviste tú que ver Jorge, aunque no quisiste salir en los créditos. Ni siquiera cobraste. De ahí viene en parte tu fama de que cuidarías a esos chicos hasta las últimas circunstancias. No eras guionista, no habías querido trabajar al alimón con nadie hasta ese momento, pero por defender a Dani, te implicaste.

-Y no solo echándote a la espalda cambiar el guion, sino discutiendo con quien pudiera poner en duda que Dani podía seguir con la película. – apuntó Olga.

-Es que no había forma de disimularlo. Las heridas con maquillaje… pero tenías la cara que parecía un globo de lo hinchada que estaba – Sergio había retomado el relato. – Y el pecho. Estabas morado completamente. Hinchado. Tu aspecto era verdaderamente deplorable. De resultas de ese cambio en el argumento, el papel de Nati se vio reducido. De eso te encargaste tú – le dijo a Jorge. – E inició un acoso y derribo de Carmelo del Rio. El resto de actores se plegaron a los cambios, porque no querían que encima que te habían molido a palos, perdieras el papel. Y claro, si eso implicaba joder a la Guevara, pues miel sobre hojuelas. Ellos sabían además que tu personaje era tres cuartas partes de la película. Y como siempre, habías estado muy acertado en tu interpretación. Y luego, a pesar de tu estado lamentable, fue apoteósico. Uno de los pocos actores nominados a mejor interpretación masculina en los César, que no trabajaban en una película en francés. Pero el productor de tus primeras películas en Francia siempre ha querido participar en las siguientes tuyas. Y lo sigue haciendo, de hecho.

-Quisiera hacer una precisión: el que la Guevara perdiera parte de su protagonismo, no fue algo hecho a posta. Pero Cabrales y yo no vimos otra manera. Otros personajes también lo perdieron. Uno, hasta desapareció por completo. Había que explicar muchas cosas y el productor no quería irse a una película de dos horas y mucho. Aún así, por mucho que no me cayera bien esa mujer, tenía su público. Y tampoco podemos negar que con Carmelo, aunque no se soportaran, tenía química en pantalla. Es raro, pero era así.

-¿Cabrales? ¿Fernando Cabrales trabajó contigo en ese guion? Yo creía que no lo conocías hasta que os presenté el otro día.

-No lo recordaba – Jorge intentó mitigar la mentira que hasta ahora había mantenido en ese tema. Fue algo que acordaron los dos para no tener que hablar de ese tema en su momento. Para proteger a Carmelo.

-Había un rumor en el set – Olga decidió tomar el relevo para desviar al atención – Que en realidad la fiesta en la que te jodieron vivo en todos los sentidos, había sido provocada por Nati. Quería que tu papel se lo dieran a otro actor. Se aprovechó de que Tirso estaba en Portugal, para meter en esa fiesta a un tipo que aquel tenía vetado por ser una bestia parda y que además tenía una querencia desmedida por ti. Y acabaste con esa bestia que …

-¿Qué actor? – preguntó Carmelo.

-Da igual…

-Quiero saberlo, Sergio.

-Biel Casal – contestó Olga – Nati y la madre de Biel eran… colegas.

-Aliadas, joder. Aliadas para joder a todo el mundo. La madre de Biel por estar frustrada por no haber sido la gran actriz que hubiera querido, y la tal Nati, que nada era suficiente para satisfacer su ego. – atajó Carmen verdaderamente enfadada. Seguía dándole vueltas a como se le podía haber escapado ese detalle tan importante: que Nati Guevara fuera la madre de Sergio.

-Biel tardó años en lograr desligarse de su madre. – empezó a explicar Sergio – Es como Nati, una gran manipuladora. Controlaba de Biel todo lo que comía, lo que bebía, le obligaba a hormonarse para tener más músculo, para lucir bien en pantalla; obligaba a los productores a sacarlo desnudo o al menos enseñar el pecho en cada capítulo de serie o en cada película… actuaba como su representante. Pero es el tipo de representante que metería en la cárcel por maltratar y vender el cuerpo de su cliente. Y más siendo menor de edad. Lo que le ha llegado a obligar a hacer… ni se te ocurra decirle nada a Biel. Le saca de quicio recordar esas cosas.

-Pues dirás lo que quieras. Yo a los dieciocho, no es que le hubiera mandado un burofax. Hubiera pedido orden de alejamiento. Y Biel, sigue hablando con ella. Y no sé ahora, que Jaime le… sirve de parapeto. Pero por no llevarla la contraria, a veces se pliega a sus… idioteces.

-Lo que se dice, una madre que mira por la salud de su hijo por encima de todo – se jactó Jorge. – Pero es su madre. Y… para él… si lo miras de otra forma, solo tiene esa familia. Su hermano es…

-Un aprovechado que vive de Biel. ¡Que vive de él, Jorge! No pongas esa cara. Ahora empieza a tener un poco de … carácter y le corta en algunos temas. Pero… por cada uno que le corta… anda que no le cuesta pasta todos los meses.

-A los 18, el mismo día que los cumplió, – Sergio empezó a explicar parte de lo que había dicho Carmelo, porque el resto no sabían de que hablaba – Biel le envió a su madre un burofax anunciándola la ruptura de su relación contractual. Lo estuvo preparando con un colega, con Andrés, su actual representante. En un principio vino a mí, pero siendo tu representante, no quise hacerlo. No quería que si algo salía mal, acabaras pagando tú de alguna forma.

-Aún así, sigue metiendo mano en la carrera de Biel, cuando tiene ocasión. Discutieron la última vez hace dos meses a lo grande. Biel le ha prohibido hablar de él en ninguna circunstancia. – precisó Carmelo.

-Esa es la amiga del alma de Nati Guevara. – resumió Sergio. – A ver. Contadme lo del hijo de la ínclita Nati.

Jorge se encargó de hacerle un resumen de lo que sabían hasta el momento. Sergio parecía conocer al menos de oídas a parte de los actores de esa trama.

-Ahora que pienso, a lo mejor nos podías ayudar a que Sergio recupere su carrera. A parte de ayudarnos a buscar representante.

Fue Carmen la encargada de contarle lo que le habían dicho los antecesores de Sergio en las clases especiales de Mendés al pedirles Javier algún consejo.

-Bueno. A ver. Lo del representante, si queréis nos encargamos nosotros. Bastian, uno de mis colaboradores, trabajó antes en ese campo. No ha perdido contactos. Llevamos a un par de músicos que son amigos suyos de aquella época. Ludwin, el profesor ese… puede que conozca a alguien que tiene acceso a él. Si lo consideró para darle clases es que ese joven es un gran músico. Sería interesante grabarlo con una cierta calidad. Aunque sea en la calle. Si sabemos cuando va a tocar, se puede preparar. Para que el maestro Ludwin pueda comprobar que sus habilidades siguen intactas. Una vez que eso suceda, intentaré que alguien que tiene una cierta influencia sobre él, le comente. Es orgulloso, pero… al menos se puede intentar.

-Chistian se puede encargar de grabarlo. Va a hacer Tirso. Es el mejor técnico de sonido. Y trabajó un tiempo haciendo las transmisiones de Radio Clásica desde el Monumental y el Auditorio Nacional. Me encargo de llamarlo, si queréis.

-Habría que convencerlo para que lleve el violín de Nuño. – dijo Olga – Su sonoridad es incomparable a otros violines.

-De eso me encargo yo. Y si es necesario, me comprometo a convencer a Nuño a que se acerque al Real y lo escuche. – afirmó Jorge en tono seguro.

-Si consigues que vaya, te invito a cenar dónde quieras – le dijo Olga. – Y si consigues que se una y toquen los dos juntos, me comprometo a que recuperes tu abono de la temporada de ópera.

-¿Os referís a Nuño Bueno? – preguntó Sergio; Jorge y Carmen asintieron con la cabeza. – Pues sería un puntazo. Pero me han dicho que está enfermo. No sé como lo vas a conseguir, Jorge.

-Si ha conseguido que yo esté hoy aquí sentado, y todavía no he mordido a nadie, puede conseguir cualquier cosa de cualquiera – Carmelo tenía una mueca de reproche, revestida de un halo de amor.

-Pero hay una diferencia, Dani: tú amas a Jorge con todo tu ser. Y Nuño… es un desconocido.

-Le lee, Olga. Vas a perder la apuesta. Tú no le has visto con “sus chicos”. Esos sí son difíciles.

-Si puede contigo, los demás son pan comido – bromeó Sergio. Carmelo le sacó la lengua.

-Ya te diré dónde cenamos. ¿Cuando se acaba tu curso en Estados Unidos? – dijo Jorge muy seguro de si mismo. – Me iré a comprar ropa adecuada para ir de nuevo a la ópera.

-Parad un momento. Que es guay lo de Nuño, lo de Jorge que nos tiene cogida la medida a todos… vale, al menos a mí, no me mires con esa cara, Carmen. Te diré que crees que no es así en tu caso, no quiero sacarte de tu error. Ya te darás cuenta cualquier día. Mira Sergio como asiente con la cabeza. Se os olvida algo. Hay que conseguir que Sergio vuelva a Madrid. Y para eso, tenemos que ir a Salamanca a convencer a sus padres. – dijo Carmelo.

-Yo evitaría el enfrentamiento directo con esa mujer. – opinó Sergio. – Es una mala víbora. Y Sergio es mayor de edad.

-Jorge, nos vamos a Salamanca – dijo Carmen resuelta. – Ya te digo un bar en el que puedes quedar con él. Escríbele. Dile que lo necesitas. Que es urgente. Javier ha vuelto a caer en…

-Su pasear perdido por las calles de Madrid. – añadió Jorge sacando el teléfono.

-A ver quién es más manipulador – se rió Olga.

-Yo, por supuesto. – respondió Jorge resuelto. – Y ella lo sabe.

-Sabes que se va a enterar de que Sergio queda con vosotros – avisó Olga.

-Con eso cuento. Yo me encargo de ella, tranquilos. Carmelo, te libero de venir conmigo a Salamanca.

Comment ça va, mon ami?

Era el embajador.

-Très bien. E vous?

-Todavía un poco impresionado por lo del otro día.

-Eso es…

-No me refiero a lo de… a lo que le hicieron a ese chico. Me refería a ti. Como te enfrentaste a esos delincuentes. Y como te pusiste al chico sobre el hombro y te lo llevaste. Alucinante. El tipo era algo pesado. No es que estuviera gordo, pero tampoco era un saco de huesos.

-La adrenalina hace milagros. Todavía tengo agujetas, – mintió Jorge – es señal de que fue algo del momento.

-¿Tienes novedades? – preguntó Damien.

-No. Esperaba que las tuvieras tú. Te recuerdo que me has llamado.

-Es que ya me pongo nervioso solo de recordarte en esa… misión.

-Anda, anda. Me voy a creer 007 – bromeó Jorge

-El joven al que encargué esas pesquisas, me dice que esas personas en realidad están entre los invitados fijos desde mucho antes que yo llegara a este destino. No se trataba de una cosa del agregado cultural ni del comercial, que también dudé de él. Se les manda invitaciones para casi todos los eventos. Y también se envía invitación a la policía. Por eso entró el joven como tal.

Jorge levantó las cejas.

-O sea que esos tipos van siempre invitados.

-No siempre. Depende del número y de otros compromisos. No siempre se invita a toda la lista.

-¿Me podrías conseguir en cuales otras circunstancias…? Perdón, estoy de viaje y … a veces se me van las ideas… ¿Cuáles son las últimas fiestas que se les ha invitado? Y que hayan asistido.

-Me creo que hace años que no venían.

-¿Te crees o estás seguro?

-Le preguntaré de nuevo a mi encargado de las pesquisas.

-Bueno. No te olvides. Es importante para mí. Y si ese joven que fue como policía, también ha ido más veces.

-Necesitaré tiempo.

-Una cosa, Damien. Antes de que se me olvide. Perdona que sea tan brusco. ¿Conoces a un tal profesor Mendés? Es un maestro de violín. Tú que te mueves mucho por esos ambientes.

-Pues ahora no recuerdo. ¿Es profesor dices?

-Sí, una especie de maestro que da clases a violinistas que destaquen. Cobra una pasta por clase.

-¿Medés, dices que se llama?

-Mendés. Con “n”.

-Que yo recuerde no, la verdad.

-¿No ha trabajado nunca para vosotros? En algún evento o algo. A lo mejor os ha llevado algún cuarteto de cuerda para amenizar alguna velada…

-Que yo sepa no. Si necesitamos música clásica, cursamos una petición a Radio Francia. Ellos se ocupan. Y normalmente si hay actuaciones, suelen ir en consonancia con alguna promoción de la cultura francesa. Ya sabes. Para mi desgracia, se suele promocionar más la música joven. Grupos de rock y cosas así.

-De todas formas si te enteras de algo, te agradecería que me dijeras.

-Recuerda que tenemos la comida con mi madre y unos amigos dentro de nada.

-No te preocupes. Mi agencia lo tiene bien apuntado. Te dejo, que vamos a entrar en un túnel.

Jorge Rios.”