Necesito leer tus libros: Capítulo 118.

Capítulo 118.-

.

Para sorpresa de Fernando, no le hicieron esperar en la residencia de Nuño. Dijo su nombre, la encargada de la recepción miró en el ordenador y le indicó con el brazo la dirección del jardín.

-Creo que ya conoce el camino – le dijo sonriendo. – Está donde siempre. Nuño es de costumbres fijas.

No acababa de estar seguro de como afrontar este pedido de Jorge. No había sabido como decirle que lo que le pedía … no era de su agrado. No había vuelto a tener noticias de Nuño desde aquel día que pasaron la noche juntos. En su casa. Y ahí estaba, haciendo frente a una situación que le incomodaba sobremanera.

Todos habían tomado la decisión de parar durante un par de días. Fernando, el primero de esos días , lo había pasado durmiendo en casa. No se había levantado ni para comer. Sobre las siete de la tarde, se duchó y salió a la calle para buscar algo de merendar. Se decidió por un McDonald’s. Le apetecía una buena hamburguesa con muchas patatas. Posiblemente le hubiera apetecido otra cosa, pero la hamburguesería tenía la ventaja de que estaba a dos pasos de su casa. Y para otras posibilidades, le hubiera gustado contar con la compañía de alguien. No le apetecía molestar a nadie. Él estaba agotado, pero el resto no estaba mucho mejor que él. Y desde hacía ya unos meses, sus relaciones se circunscribían al ámbito de su trabajo.

Después de comer, se le ocurrió ir al Pianola’s. Cogió el metro hasta Ibiza. Casi se pasa de estación, porque estaba distraído. No podía apartar de la mente esa primera estampa del primer chico que encontraron empalado en la finca de Vecinilla. Aunque en realidad, el que le seguía obsesionando era el chico de León, David, el que se fue de Madrid huyendo y al que secuestraron en su refugio para tirarlo a la basura en esa misma finca. Luego, cuando todo se tranquilizó un poco, estuvo charlando un rato con él. Acabó abrazándolo y consolándolo mientras lloraba. No hacía más que pedirle perdón por no haberle contado sus miedos. Fernando se lo había recriminado por un impulso. Se arrepintió de ello al instante, pero le había dolido tanto saber que no había confiado en ellos … que le salió solo. Lo compensó estando con él hasta que se lo llevó la ambulancia. Su reacción primera no fue si no una consecuencia del sentimiento de culpa que crecía en su interior. Por no haber sabido leer en él lo que necesitaba.

Al llegar al bar, estuvo tentado de darse la vuelta. Se le habían quitado las ganas de entrar. Se fumó un cigarrillo en la puerta. Y al final se decidió. Se pidió un ron con Coca-Cola. Ni Jimena ni Levy estaban trabajando a esa hora. Mejor, así no tenía que justificarse ni que mantener conversaciones obligadas que no le apetecían. El bar estaba tranquilo. Se sentó en una mesa y empezó a disfrutar de la música. Un hombre se acercó a ligar con él, pero se lo quitó de encima enseguida.

-Lo siento, hoy no soy buena compañía.

De nuevo, su mente volvió a la finca de Vecinilla. Todos esos chicos. No quería ni pensar qué hubiera pasado con ellos si no se llega a empeñar Aitor en acercarse a ese predio. Ahí pudo ver de nuevo en acción a Jorge. Y comprobar una vez más lo que repetía a todos los que le preguntaban: Jorge era especial con esos chicos en persona. Irradiaba seguridad, amor, cercanía … su cara, que expresaba un amor incondicional, su lenguaje corporal, que ya antes de que abriera los brazos y rodeara a esos chicos con ellos, hacía sentirse a todos los que le observaban, abrazados y queridos y cuidados. Y para acabar, esas palabras susurradas al oído que conseguían que el destinatario se sintiera único en el mundo. Rara era la persona que ante esos susurros, no se emocionaba y acababa llorando a moco tendido en sus brazos.

Todas esas dotes que mostraba el escritor, las había empleado para pedirle que fuera a buscar a Nuño, para convencerlo para que saliera de nuevo de la residencia. Y a que tocara. No había vuelto a hablar con él desde aquella primera vez que Nuño atendió la invitación del escritor y cenaron todos juntos en el restaurante de Biel. El mismo día que tocó de nuevo el violín con Sergio. Y por fin, como colofón de la noche, Nuño y él se fueron a su casa y pasaron la noche juntos.

Fue una velada memorable. Fernando recordaba pocas noches como esa. Fue un sexo, a ratos pausado, a ratos efervescente. Con muchas caricias, con muchos besos. Nadie le había besado como Nuño. Nadie le había tocado como él. Parecía intuir los puntos en los que Fernando disfrutaba más. Y supo enseñarle sin decir con palabras, lo que a él le hacía sentir mayor placer.

Pero solo fue eso, una noche de sexo. De amor, de … llámalo X. Alguna vez había tenido la tentación de llamarlo aunque fuera para charlar. Pero al final se había arrepentido. Él seguía teniendo una pica de amor clavada en el corazón desde los dieciocho. Un amor imposible. No lograba liberarse.

De todas formas, Nuño no era una posibilidad realista. El día que recuperara la salud, volvería a su carrera de músico. Recorrería el mundo tocando el violín y emocionando a todos sus escuchantes. Él no tenía sitio en su vida. Tendría que dejarlo todo, seguirlo por el mundo y convertirse en un mantenido; y su profesión le gustaba demasiado. No sabría como enfocar su vida si dejaba de ser policía. No era un trabajo, era una vocación. Una vocación además, en la que había tenido que superar graves contratiempos.

Sin darse cuenta, usó la misma estrategia de Jorge para acercarse a Nuño. Caminó despacio, lo hizo de tal forma que el violinista lo viera enseguida, que no se sorprendiera. Estaba leyendo. Como no, una novela de Jorge. Pero se dio cuenta de que no era “La casa Monforte”. Eso, pensó, quería decir que ya la había acabado. Cuando estaba a pocos metros vio que leía “Las gildas”. Parecía que desde que el escritor comentó a alguien que le daba pena que nadie le hablara de esa novela, todos se habían puesto a releerla.

Nuño sonrió. A Fernando le dio la impresión de que había descubierto antes su presencia, pero no había querido dejar de leer hasta acabar el capítulo. Su sonrisa no era tampoco grandiosa. A Fernando le pareció de compromiso. Se levantó y cuando Fernando estuvo a su lado le dio un beso en la mejilla. Eso fue un signo de cómo quería llevar su relación con Fernando. Y éste cogió la indirecta al vuelo. Una vez más se arrepintió de haberse dejado convencer por Jorge.

-Me han dicho que sois héroes.

-En todo caso lo son otras personas. Yo solo acompañaba.

Nuño hizo una mueca de fastidio. A Fernando le había salido un tono un poco cortante. No había sido su intención. Empezó a pensar que a lo mejor se debía tomar unos días libres e irse a su tierra, a Castilla La Mancha. A perderse en alguna casa rural.

-Perdona, estoy un poco cansado. Estás releyendo “Las Gildas”.

-Sí. Para darle gusto a Jorge. Es deliciosa.

-Lo que pasa es que no tiene malos malos, ni buenos buenos … la gente normal es la que se pasea por sus páginas.

-Lo has expresado muy bien. ¿Y que te trae por aquí?

-Ya sabes, un pedido del escritor.

-Me da pena que sea por algo de Jorge. Me hubiera gustado que hubieras venido solo por verme.

-Y a mí. Te lo prometo.

Fernando buscaba una escusa plausible, pero no encontró ninguna. Se quedó callado, con los hombros levantados.

-Cuéntame de esos chicos.

Nuño le hizo un gesto para que se sentara en el banco. Fernando le empezó a contar de ellos. De como los encontraron y de como los sacaron de esos agujeros.

-¿Todos son músicos?

-Y todos de cuerda. Chavales de unos veinte años aunque algunos no parecían tener más de diez. Los habían anulado completamente. Eran un despojo humano, necesitados de cariño, de apoyo, de respeto. Muchos de ellos veían la muerte como una salida, como un deseo para dejar de sufrir.

Nuño se indignó.

-Habrá que hacer algo con ese Mendés.

El tono empleado por Nuño fue cortante. Fernando se quedó mirándolo. Nunca le había escuchado hablar así. En esas pocas palabras, se había notado odio, asco, y hasta un cierto matiz autoritario. Le había dado la impresión de que le recriminaba a él y al resto de sus compañeros que ese “maestro” del violín siguiera haciendo la vida difícil a los alumnos que acababan en sus manos.

-En ello está Javier. Pero recuerda que nosotros de ese Mendés y de sus amigos, nos hemos enterado hace unas semanas y de casualidad. Por Sergio, de hecho. Todos sus compañeros, saben. Todo el mundo de la música clásica, sabe. No han dicho nada. Ninguno se ha acercado a nosotros para denunciar. O avisar. De los chicos que encontramos, hay de al menos tres años, tres promociones. Si los que saben no abren la boca, nosotros poco podemos hacer. Si los otros profesores, callan, si los familiares, los que sufren sus chantajes …

-Puede que algunos hayan ido a denunciar y se han encontrado con un grupo de personas que les esperaban a la salida de la comisaría a la que habían acudido para darles una paliza. O acabaron en los calabozos con diez gramos de cocaína en algún bolsillo trasero del pantalón o en su mochila.

-Tú lo sabes. Otros muchos también. Algunos conocéis a Javier. A Olga, que es una melómana convencida, con conocidos en el entorno de la música clásica. No creo que nadie tenga dudas de que Javier, Olga, Carmen, Matías, Garrido, se iban a ocupar. Y que con ellos, la posibilidad de que los denunciantes acabaran en los calabozos, era nula.

Fernando había ido endureciendo su tono al hablar. No le había sentado bien que Nuño pusiera en duda a sus compañeros. Que esa trama de los músicos tenían protectores, lo sabían. Pero eran los pocos. El resto de la Policía y Guardia Civil estaban para defender a esos músicos y a cualquier víctima. Que esas manzanas podridas sirvieran para generalizar, no lo entendía. Y menos en boca de Nuño, que presumía y llamaba hermano a Javier. Y que a más, era hijo de un reputado juez, con el que Javier tenía una buena sintonía en el trabajo y también en lo personal.

-¿Qué quieres que haga?

-Ya te habrá llamado Jorge, ya lo sabes. Todos te conocen. Todos esos chicos, me refiero. Eres una especie de ídolo para ellos. El mejor violinista de la época. Una inspiración para sus carreras. No creían a Jorge cuando les contaba en ese agujero inmundo donde los encontramos, que te conocía y que te había oído tocar el violín con Sergio. Sergio es uno de ellos. Podía haber sido el siguiente en acabar en ese agujero. Esto no lo sabe nadie, pero unos amigos del escritor desbarataron los planes que tenían de secuestrarlo, o de matarlo directamente. Como la Guardia Civil y nosotros montamos un operativo para desbaratar los planes de alguien para matar a Jorge y a todos los compañeros que vamos junto a él. La cosa podía haber acabado mal.

-¿De eso de Jorge …?

-No sabemos quien lo organizó. De momento. Es una posibilidad.

Nuño no dijo nada. Al menos relajó un poco su cuerpo, que hasta entonces había estado tenso. Se le notaba enfadado. Aunque al policía se le escapaba el motivo. Llegó a pensar que era por él, por no haberlo llamado desde su noche de amor. Pero tampoco había sucedido al revés. Y si Nuño era un cazador, un hombre orgulloso, él también tenía un punto de ello.

-¿Va a ir Sergio?

Fernando miró su reloj.

-Llegará en veinte minutos. Javier está con él. Es importante para Sergio. Estar con sus compañeros. Con un par de ellos, había tenido trato. Con otros, lo habían tenido algunos amigos suyos. Te hablaría Jorge de ellos. Le ha insistido a Javier de que fuéramos todos. Javier ya te he dicho que también va. Sergio quiere presentárselo a sus colegas. Para que vean que un buen policía vela por ellos.

-¿El ruso y el coreano?

Fernando asintió con la cabeza.

-Vamos. No estoy seguro de que no sea mala idea ir, pero no puedo pasar de ello. Ya tengo demasiados cargos en la conciencia.

Helga y Raúl los esperaban a las puertas de la Residencia. En esa comitiva improvisada también iban Carla, Flip, Mario, Jermy y Lucy. Nuño apenas los saludó con un ligero gesto de la cabeza. Fernando iba pensando en como en general, la gente tenía siempre dos caras. Esa cara de diva de Nuño, de persona creída seguramente debido a su maestría con el violín, no se la había notado en las veces que había acompañado a Jorge. De todas formas también había que considerar que esa forma más dulce de comportarse pudiera deberse precisamente a la presencia del escritor. Lo que le preocupaba ahora a Fernando es que no fuera una reacción a la forma de ser de Jorge, sino una estrategia para engatusarlo.

Al llegar al hospital, Nuño se bajó del coche y se fue directo a la puerta, sin esperar a nadie. Durante el trayecto no había abierto la boca. Fernando se bajó corriendo y fue a dar la vuelta al vehículo. Pero Helga le detuvo. Les hizo una seña a sus compañeros que corrieron detrás del músico.

-¿Y éste es el famoso doble de Javier? De cara y de cuerpo, puede. De maneras y de educación, a kilómetros.

-Si ya le viste la otra vez …

-Ya, pero estaba Jorge. A lo mejor es un clasista. Vamos, te invito a una limonada en ese bar de ahí. Te va a dar un ataque de ansiedad si sigues a su lado cinco minutos más.

-A lo mejor debería ir …

-Que le den. Ya se ocupa Flip. Ya sabe dónde están los niños.

Helga le empujó ligeramente hacia donde le había indicado. Fernando no estaba convencido, pero se dejó llevar. Su misión estaba cumplida.

-Luego subes y saludas a David. Es importante para él saber que le has perdonado por no confiar en nosotros y contarnos sus miedos – le dijo Raúl para convencerlo antes de salir corriendo siguiendo la estela ya lejana de Nuño y el resto de sus compañeros.

Un coche se detuvo a su lado. Los dos policías lo miraron porque les resultó conocido. De él se bajó Javier. Se quedó mirando a Fernando. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

-Perdónanos a todos por haberte metido en una situación incómoda. Por tu cara me imagino que has conocido al otro Nuño.

-Sí – contestó Fernando de forma seca.

-Me lo llevo al bar a tomar una limonada. – dijo Helga. – El resto del equipo siguen a Nuño, tranquilo. Van Raúl y Flip al mando.

Sergio bajó entonces del coche. Y Aritz que conducía.

-Dídac quiere verme mañana. – el músico se estaba guardando el teléfono en el bolsillo. – Estará unos días en Madrid. Fer, Helga, parecéis enfadados.

Sergio los abrazó por turnos.

-Será el cansancio, no te preocupes. ¿Estás nervioso? – le preguntó Helga.

-Más que en la final del concurso de Moscú, os lo juro. ¿No vais a subir?

Fernando y Helga no supieron que decir.

-Van a tomar una limonada en el bar. Han sido días muy intensos. – les excusó Javier.

-Fer, para ellos será importante verte. Sé que abrazaste a alguno de ellos, les consolaste. Y quiero agradecerte tu entrega y tu forma de abrazarlos. No dejo de pensar que podía haber acabado como ellos. Me hubiera gustado que de haber sido así, tú hubieras sido el que hubiera consolado. Luego me gustaría que te pasaras. Por ellos. A los demás que les den. Incluido a mí.

-Que dices a ti. Eres mi violinista preferido – bromeó Fernando. – Y te juro que si hubiera sido así, te hubiera abrazado fuerte.

-Si hasta conocerme no habías escuchado un concierto de clásica.

Javier no pudo por menos que echarse a reír. La cara con que había dicho eso Sergio, invitaba a ello.

-Venga, vamos. Que se les va a calentar la limonada.

-Si no os importa, yo me uno a vosotros – dijo Aritz a sus compañeros. – ¿Vais a ese bar de la esquina? ¿Al “Árbol”?

-No aparques en la acera como Carmen. – le advirtió Javier.

-Ni se me ocurriría.

Javier guiñó el ojo a Helga y Fernando y empujó a Sergio hacia la puerta.

-Me da que Fer ha conocido a “Nuño el divino” – dijo Sergio con pena cuando éste ya no les podía oír.

-¿Nuño el divino? – Javier estaba sorprendido, nunca había oído esa expresión.

-El Nuño que yo he conocido antes del otro día en el restaurante, era un chulo y un creído. Su saludo cuando me presentaron a él después de ganar el concurso de Moscú, fue un gruñido y darme la espalda. De hecho, ni se acuerda de ese hecho. Solo que gané el concurso. Y apostaría a que lo buscó cuando le llamaste para que me dejara el violín.

Javier hizo un gesto de resignación.

-No sé si ha sido buena idea traerlo.

-Voy a escribir a Jorge para que venga si puede. No quisiera que mis compañeros conozcan solo a ese Nuño que conocí yo en Moscú. Al menos que Jorge les abrace luego para … compensar. O para que se dulcifique un poco el encuentro. Necesitan cercanía, cariño, sentirse … sentir que son importantes para alguien.

-Creo que yo también tengo un poco de ascendiente con Nuño – dijo Javier. – Mira, si ha bajado hasta el director del hospital a saludarlo. – fue lo primero que vio cuando las puertas del ascensor empezaron a abrirse en la planta en donde estaban ingresados los chicos.

-Estará contento entonces – contestó Sergio dándose la vuelta despacio para que el “maestro” no le viera el gesto de desprecio que había aparecido en su rostro.

Nuño estaba en medio de un grupo de personas todas con bata. Javier sonrió a uno de ellos, que le devolvió el saludo y se acercó al policía con paso decidido.

-Javier. Que alegría verte. Te juro que al ver a Nuño Bueno, he tenido que pellizcarme para no pensar que eras tú.

-Óscar, ten cuidado, que yo soy más guapo – bromeó Javier.

-Eso no te lo crees ni tú, hermano – le dijo Nuño que le había oído y que lo miraba divertido y bromista. De nuevo un cambio radical de visaje el gestado en el músico.

Javier y Nuño se acercaron y se abrazaron. Su cercanía era la de siempre. Sergio sonreía a un par de pasos de ellos.

-Si quieren, pueden pasar. Los chicos están expectantes.

Cruz, la enfermera responsable de cuidar a los niños había salido de la sala dónde les habían alojado a todos. Nuño se dirigió hacia allí con paso decidido. Volvía a ser el “divino Nuño”. Javier le hizo un gesto a Sergio, pero éste le indicó que fuera con Nuño, que él se esperaba un rato. El comisario se quedó parado observándolo.

-Vete, no seas pesao. Necesito unos momentos.

Javier dudó, pero al final se dio la vuelta para entrar en la sala, en donde ya estaban Carmen y JL.

Sergio se quedó parado un rato solo en medio del pasillo. Estas cosas eran las que le hacían dudar a veces de seguir en la música. Él no entendía al divismo. Por muy bueno que fueras. Se arrepentía de haber incitado a todos a esa reunión. De haber metido en danza a Fernando y a diez policías más para que Nuño fuera a tocar a esos chicos. De haber convencido a Carmen y a ese Guardia Civil a que fueran para que los chicos los vieran de nuevo.

Estaba pensando en refugiarse en alguna sala de espera, cuando percibió a Irene en uno de los lados, una de las escoltas que solía ir con Jorge. Y también vio a Luisete. Los dos le hicieron un pequeño gesto de reconocimiento. Entonces Sergio sintió una mano en la espalda y un aroma inconfundible a Paco Rabanne. Se giró y sin dudar se abrazó a esa persona.

-Me he equivocado, Jorge.

-En todo caso, lo he hecho yo. Dame un beso, anda.

Sergio no le dio uno, sino unos cuantos seguidos.

-Al que están esperando, es a ti, cariño. Igor y los demás.

-Javier puede hablar ruso como tú con Igor.

-Pero no puede tocar el violín. Ni incitarles a que ellos lo toquen también. Es importante que lo hagan. Corren el riesgo de que las experiencias que han vivido las asocien con la música y no quieran volver a tocar.

-Para eso está Nuño.

-Él no es uno de ellos. Tú sí. Ellos confían en ti. Nuño es un gran violinista, solo eso. Ahora, hay que tocar la tecla de la complicidad, de la amistad, del apoyo. Del cariño. Eso solo se lo puedes dar tú.

-Mira, ahí tienes al maestro, tocando para ellos.

El sarcasmo que puso en sus palabras, no le pasó desapercibido a Jorge. Era curioso como cambiaban las cosas en un momento. Jorge tuvo la certeza de que el día del restaurante, Sergio pensó que Nuño podía llegar a convertirse en su amigo. Hoy se había dado cuenta de que eso no era así. Le había ignorado en el pasillo. No le había dedicado ni un gesto con la cabeza o con la mano. Solo había atendido a los directivos del hospital y a Javier. Por la ventana se veía a Nuño tocando el violín. Todos parecían embelesados. Eso no se le podía negar, su maestría al tocar.

-Quizás un día te pida que le devuelvas el violín a Nuño. Ya no me gusta tenerlo. – Jorge se giró para mirar a Sergio. Parecía furioso de repente. – ¿Has visto a Fer?

Jorge rodeó la cintura de Sergio con su brazo y le atrajo hacia él de forma cómplice. Pero Sergio no estaba en disposición de apreciar esos gestos, mucho menos de abandonarse a ellos.

-No. Pero Helga me ha escrito. Y lo del violín … yo me aprovecharía. Nuño no lo va a necesitar. No creo que retome su carrera en mucho tiempo. No está preparado. Lo del otro día fue un espejismo. Y si la retoma a pesar de todo, me imagino que ya te lo reclamará él. De todas formas, ya has visto que tiene más violines a su disposición.

Jorge no dejaba de pensar mientras miraba a ese Nuño desconocido hasta su conversación con Dídac de hacía unos pocos días. Le jodía que tuviera razón.

-Aún así. – contestó Sergio, señalando el violín.

-Ya hablaremos de eso. Ahora creo que debes entrar, cuando Nuño acabe lo que sea que esté tocando …

-Creo que toca la Primavera de Vivaldi. Todavía le quedan cinco minutos.

-¿Y que tal lo hace?

-Perfecto. – Sergio sonrió con picardía. – Aunque no es una de las obras que mejor le van.

-No necesitas ni escucharlo.

.

.

Sergio se encogió de hombros. Cogió del brazo a Jorge y apoyó ahí su cabeza. Así estuvieron hasta que Nuño acabó de tocar. Todos en la sala parecían contentos con su interpretación. Los directivos del hospital se afanaban en felicitar a Nuño con efusividad. Los jóvenes músicos lo miraba extasiados. Pero ninguno se levantó para felicitarle.

Jorge miraba la escena con pena. No era lo que él había imaginado. Respiró profundo y se quedó mirando al suelo un rato. Al final se decidió.

-Creo que debemos entrar y saludar a esos chicos. Necesitan tu abrazo, Sergio.

-No sé.

-Venga. Entremos.

Alan se adelantó y les abrió la puerta. Le cogió el violín a Sergio y le sonrió. Esa sonrisa del policía le animó. Cuando los chicos miraron la puerta y vieron a Sergio, su cara cambió. Igor se levantó de un salto y fue hacia él. Sergio tuvo apenas tiempo para abrazarlo y sujetarlo antes de que sus piernas le fallaran. Le mantuvo en alto, abrazado. El chico lloraba. Sergio le besaba. Yura se acercó a ellos. Hasta ese momento, había estado sentado en el suelo en una esquina. Los tres formaron una piña.

Jorge miraba la escena desde la puerta. Pero apenas tuvo tiempo de disfrutarla porque Caro lo vio y pegó un grito que llamó la atención de todos. Él y Emilio fueron los primeros en intentar levantarse para acercarse a él. Jorge corrió hacia ellos para evitarlo. No estaban todavía muy fuertes, por lo que había visto en Igor. Se agachó y abrazó a la pareja. Les besó profusamente y les acarició el rostro.

-Que bien os veo.

-Olemos hasta bien – bromeó Emilio.

-¡Urano! – exclamó Jorge al ver al joven. Dejó a la pareja y fue a buscar al chico que tanto le había costado conquistar. Él no había hecho amago de levantarse. Vio a su lado un andador. Se arrodilló enfrente de él. Puso las manos en sus mejillas y le miró un rato a los ojos. El chico se echó a llorar. Levantó los brazos y abrazó al escritor. Éste le apretó contra su cuerpo. No le dejó de murmurar cosas al oído que nadie pudo escuchar. Eran cosas para Urano, solo para él. Palabras únicas para un joven único. Al cabo de un rato Urano se separó.

-Quiero presentarte al resto de los compañeros.

Su voz seguía siendo grave y aguardentosa. Pero como le había pasado con Saúl en su tercer encuentro, al menos empezaba a tener algo de vida. No era monocorde.

-Claro.

-Mira, este es Guido. Y a su lado está Yuma. Junio y Carles. Y Poti.

Jorge fue uno a uno saludándolos. Les miraba a los ojos, les acariciaba el rostro. Les besaba y acababa abrazándolos fuerte. Poti, después de saludar a Jorge, cogió sus muletas y se acercó a Carmen. Ésta le recibió con un beso y abrazándolo. Ya habían estado hablando antes de llegar Nuño. Pero ahora parecía necesitar de nuevo sentir a su salvadora.

-Mira, te quiero presentar a mi mejor amigo. – Carmen lo miraba sonriendo – Se llama Javier.

-Hola Javier. Te pareces a Nuño Bueno. Pero en guapo.

-Que no te oiga, que luego se enfada conmigo.

-No creo. Eres poli. Llevas pistola.

Sergio fue a buscar a Jorge para presentarle a Yura y Jun. Los dos le abrazaron agradecidos. Estuvieron unos pocos minutos hablando. Jorge miraba por el rabillo del ojo a un chico que parecía estar un poco apartado de los demás. Se disculpó y fue hacia él.

-Hola David. Tenía ganas de conocerte en persona.

-¿Te acuerdas que hablamos por teléfono? – había un matiz de sorpresa en su voz, y también de ilusión.

-Claro.

-¿Y Fernando?

-Ahora viene. Ha tenido unos días muy intensos y está un poco cansado. Ha tenido que parar unos minutos para coger resuello.

-Quiero pedirle perdón.

-Él ya te ha perdonado.

-No confié y encima me salva la vida. Y se jugó la suya, según me han contado.

-Mira, ahí está. Parece que te ha oído.

Jorge le hizo un gesto para llamar su atención. Fernando sonrió al ver al escritor junto a David y fue en su busca.

-¡David! Estás estupendo.

Fernando se arrodilló para abrazar al joven.

-¿Ha venido tu amigo de León? – preguntó Jorge al joven músico.

-Sí, pero no le parecía bien quedarse. Está fuera. Es un poco vergonzoso. Pensaba que iba a ser un estorbo.

-Voy a buscarlo – dijo Helga que estaba atenta.

No tardó en volver junto a un joven rellenito, con las mejillas sonrosadas, seguramente por el calor que hacía en el hospital unido a los nervios por entrar en la sala y estar cerca de Jorge y Nuño Bueno. Su nombre Quico. David y él se abrazaron. Los ojos de Quico tardaron apenas unos segundos en humedecerse. Jorge le acariciaba la espalda para consolarlo. Al final se incorporó y sin decir palabra, abrazó al escritor. Luego siguió con Fernando, que no pudo contener la emoción. Para todos era claro que su amor por David era profundo y verdadero. Y esos abrazos era su forma de agradecerles que lo hubieran salvado de una muerte segura.

-Pero una cosa – dijo Jorge en voz alta. – Tanto músico en esta sala ¿Y no escucho ninguna cuerda rasgada ni punteada? ¿O es que me he quedado sordo?

Ninguno pareció hacer intención de hacer nada al respecto. Se miraban unos a otros sin saber que hacer.

-Se me está ocurriendo que a lo mejor estáis confundiendo dos cosas distintas. Una, esos animales que os han privado de vuestra libertad y de parte de vuestra vida. Pero en vuestras manos está el recuperar el resto de ella. Y que sea mejor todavía de lo que era antes de todo esto. Y en vuestra vida, ocupa un lugar importante la música. La música no tiene la culpa de nada. Es más, la música os ayudará.

Jorge se detuvo y miró a Sergio. Alan le acercó el violín. Sergio sonrió. Sacó el instrumento de su funda y se lo puso en el cuello.

-Un momento. Perdón por el retraso.

Dídac acababa de aparecer en la sala. La primera mirada cómplice se la dedicó a Jorge que le guiñó el ojo. Algunos de los chicos se llevaron la mano a la boca que habían abierto sin poder evitarlo. Era claro que conocían su prestigio como músico y compositor. Sergio se acercó a saludarlo.

-Me gustaría que me presentaras a estos colegas – dijo sonriendo el recién llegado.

-Claro.

Sergio se puso a ello. Dídac estuvo hablando unos minutos con cada uno de ellos. Cuando acabó, se acercó a saludar a Javier y a Carmen.

-A lo mejor en unos días tengo algo para vosotros. – les dijo en tono serio.

-Esperamos con ansia tus noticias. – le dijo Carmen.

-Cuando he llegado he oído algo de que os ibais a poner a tocar. – Dídac se había girado hacia los músicos – ¿Me dejáis que me una?

-Claro. – exclamó Sergio en tono alegre.

Parlamentaron los dos unos segundos. Dídac asintió con la cabeza.

-Empieza tú – le indicó a Sergio.

-Me gustaría que me siguierais. Todos. – Sergio les fue señalando con el arco.

Sergio miró también a Yura y Jun. Los dos cogieron sus violines y se dispusieron a seguir a su amigo.

-Hagamos una improvisación. A ver donde nos lleva.

Y Sergio empezó a tocar.

.

.

Jun fue el primero en seguirlo. Yura no tardó. Dídac se unió a ellos. Aquello empezó a sonar verdaderamente bien. Era una canción festiva, alegre. Poco a poco el resto de chicos se fueron uniendo. Igor, que tenía la mano y el brazo brazo escayolados empezó a seguir el ritmo golpeando con su mano buena, primero, y luego con la escayola, la silla que tenía al lado, como si fuera un cajón. Caro cogió su violín. Y Emilio su chelo. Poti y Junio lo mismo. Y sin ser nada preparado y mucho menos ensayado, la sala se convirtió enseguida en un sitio alegre. Carmen empezó a seguir el ritmo con sus palmas. Los directivos del hospital la imitaron.

Jorge miraba la escena emocionado. Alan le miró. Jorge asintió. Sin que nadie se diera cuenta, Jorge salió de la sala y fue hacia los ascensores. Mientras lo esperaba, miró hacia la sala. Desde allí se oía el sonido de la música. Algunos pacientes que paseaban por los pasillos, se quedaban mirando. Unos, seguían el ritmo con los pies. Otros, se unieron a los espectadores de dentro y empezaron a dar palmas.

-¿Cuándo se ha ido Nuño? – preguntó Jorge a Alan.

-En cuanto Sergio ha cogido el violín. Se ha cruzado con Dídac, pero ni se ha parado a saludarlo. Me da la impresión de que ni lo ha visto. No se ha despedido ni de Javier.

Jorge suspiró resignado. Sus planes para Sergio se habían ido al traste. No creía que Nuño volviera a estar dispuesto a salir y tocar con Sergio en la calle. Ni en la calle ni en ningún sitio. Y empezaba a dudar de que ni siquiera le recibiera en la Residencia.

-Hola cariño.

-Otra noche de amor perdida. No viniste.

Jorge se sonrió.

-Pero estaba contigo en espíritu.

-Una mierda. Estabas con ese jodido actor rubio de los cojones. Los de pelo castaño, no nos mira nadie, joder.

-Yo te miro.

-Pero te follas ese actor rubio teñido.

-Pero sabes que te quiero. ¿Me has llamado solo para hablar conmigo?

-No.

-Vaya. Intuyo que me vas a contar cosas desagradables.

-No es culpa mía. Es por la gente de la que te rodeas. Lo mejorcito de cada casa. Y Carmen me quería convencer de que me metiera en un quirófano y saliera con todo el cuerpo escayolado durante meses. No paráis de meteros en follones.

-Tienes dos ayudantes. Así que a lo mejor, por partes, te puedes ir arreglando poco a poco. No me gusta verte sufrir, Aitor. Te quiero demasiado.

-Ya veremos. – Aitor no podía negarle casi nada a Jorge. Y el tono en el que le había dicho que lo quería … – Álvaro.

Jorge se puso tenso.

-No le pasa nada, tranquilo. Dos polis le siguen a distancia. Se los ha puesto Carmen. Pero han intentado hackearle sus redes sociales. Ha sido un intento serio. Varios intentos, para ser exactos. Y de distintos tipos.

-¿Sabes quien?

-Sí. Pero se le van a quitar las ganas de meterse con tu amigo. Le he destrozado todos sus dispositivos. Le he hackeado a él.

-Me interesa saber quién es.

-De la empresa de Arnáiz.

-Mira que bien. ¿Se le puede detener?

-Si quieres, sí. Le he pillado todo su disco duro. Hay para empapelarlo para muchos años.

-¿Sin peligro para ti?

-Tranquilo. Tenía trampas. Una casi me pilla, pero no ha sido el caso.

-Que prefieres ¿Policía o mis amigos?

Aitor se lo pensó.

-Repartamos. Éste a la policía. Se lo dices a Carmen. Cuando hayas hablado con ella, me mandas un mensaje y le mando a su buzón anónimo las pruebas y lo que había en el disco. No les costará probar gran parte de ello.

-Y en ese reparto ¿Qué les toca a “mis amigos”?

-Willy. Y su representante. Van a ir a por Rodrigo Encinar y por Gonzalo Semtí. Dentro de un par de días.

-Mándame la dirección. ¿Cuantos matones llevan?

-Los dos que fueron a por Álvaro. Les soltaron el otro día. Necesitan pasta. Pero no te fíes. Creo que llevarán más. Tienen miedo desde que tu “amigo” les hizo una visita al salir de la cárcel.

-Me ocupo.

-No me gusta que te metas en esos … líos.

-Llega un momento en que no puedo dejarlo pasar, cariño. Esos tipos quieren verme muerto, a parte de sus negocios con esos pobres desgraciados.

-He conseguido la lista. Tienen pillados a más de cuarenta actores. Muchos, después de dar un pelotazo, no han vuelto a trabajar. De que eso ocurriera, también se encargaron ellos. Son unos cabrones.

-Mándame la lista.

-¿Qué vas a hacer?

-Esa parte la va a hacer la policía. Hay que desarticular también a la agencia que proporciona esos encuentros.

-Te acabo de mandar la dirección. En un rato, te mando la lista.

-Gracias amor.

-No me gusta que te pongas en peligro.

-Si me cuidas, voy tranquilo.

-Eso siempre.

-Te quiero Aitor.

-Un beso en los morros, escritor.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 65.

Capítulo 65.-

.

La reunión se fue dispersando. La primera en abandonarla fue Olga. Se la notaba ya muy cansada y Carmen la mandó a la cama. Olga se resistía al principio. Estaba preocupada por Carmelo, que sin quererlo ni beberlo se había enterado de ciertos hechos de su pasado de los que no era consciente. Hechos no precisamente agradables. Y ninguno había tenido tiempo de cogerle la mano y explicarle detenidamente las cosas. Y por supuesto, estaba preocupada por Javier. No había duda de que Sergio había sido determinante a la hora de propiciar que Javier volviera a su ser, al menos en gran medida. Si lo de Sergio se torcía, si el viaje de Jorge y Carmen acababa en desastre, las consecuencias podrían trasladarse a su amigo.

Sergio Romeva les abandonó haciendo caso de la última de las decenas de llamadas que no había respondido en el tiempo de reunión. Para Jorge y Carmelo había sido toda una sorpresa esa dedicación exclusiva. Y más, ofreciéndose a representar a su tocayo el violinista, cuando hacía varios meses que no cogía más clientes en su agencia.

Carmen y Jorge decidieron ponerse en camino. Habían quedado ya con Sergio. Había contestado a los mensajes de Jorge. Eso era buena señal. Ahora decidirían en el viaje que estrategia seguían al llegar allí.

Quedaba Carmelo.

Jorge se quedó un poco preocupado. Se había dado cuenta tarde de lo que podrían suponer parte de las revelaciones que se habían hecho en la reunión. Hubiera querido llevárselo con él a Salamanca, para tenerlo controlado, para hablar con él y comprobar como se encontraba. Pero después de lo pasado esa mañana, no se atrevió a volverle a proponer irse con ellos. Y tampoco a Carmelo se le ocurrió la idea. Solo les despidió de forma lacónica con un beso, pero con la cabeza en otra parte.

Se quedó solo en la mesa. Estuvo más de media hora sin hacer nada. Su teléfono tampoco dejaba de anunciar llamadas y mensajes, pero ni miró de quién eran. Su cabeza estaba en ese rodaje en el que, como contaban Sergio y Olga, él apareció un buen día con la cara hecha un cromo y con el cuerpo lleno de moratones. Y el ano desgarrado, se les había olvidado decir.

Lo sabía. Sabía que todo era cierto, porque en algún momento alguien se lo había contado. Pero no lo recordaba. Sabía que película era porque había estado dos años recibiendo premios por ella. Incluso había ido a algunos coloquios sobre el tema. Antes de eso, la había tenido que ver, porque no tenía en la cabeza la trama ni las implicaciones de su personaje. Ahora que sabía el proceso, reconocía que Jorge había estado acertado. Lo único que le llenaba de orgullo, era saber que sin conocerlo apenas, Jorge se había implicado en defenderlo. No había querido nunca participar en un guion de cine. Ni siquiera trabajar con otro escritor. Alguna vez Ernesto Ducas le había propuesto escribir algo juntos. Nunca había entrado al trapo. Pero en esa ocasión, lo hizo, para defenderlo y protegerlo.

Lo escuchado en la reunión, además, suponía que Jorge y él se conocían de antes de que oficialmente él fuera a su encuentro en esa fiesta de año nuevo en la discoteca Dinamo, varios años más tarde. Por la cara que ponía Jorge al escuchar la historia, supo que él tampoco recordaba del todo los hechos que relataban. Cuando su representante había contado que el cambio del argumento de esa película, había sido debido en gran parte a él, Jorge había levantado las cejas y se había empezado a morder el labio inferior. Esos eran sus gestos típicos que indicaban que lo que estaba escuchando era ajeno a sus recuerdos y que no le gustaba recordarlos. Le incomodaban. Le habían alterado. En teoría, los cambios de argumento se debieron a Fernando Cabrales, uno de los mejores guionistas del país, que tampoco gustaba demasiado de los créditos ni de los focos. Pero que él supiera, Jorge y Fernando no se conocían. Al menos, cada uno por su lado, eso le decían. Así quedó patente en su comportamiento en su cena en el “Only You” con Álvaro y aquel tipo que le pagaba por salir. Y hacían votos los dos, los volvieron a hacer en la despedida aquella noche, por quedar un día y charlar de lo que de verdad les apasionaba a los dos: escribir, contar historias. Pero esa cita era imposible de concretar. Y después de aquella noche, nada había cambiado respecto a esos planes.

¿Y si aquello, si en esos hechos, Jorge tuvo más participación? A lo mejor era su ángel de la guarda. A lo mejor le libró de ese mal nacido que le zurró hasta casi matarlo. A lo mejor, esa sensación que había tenido nada más conocerlo, de que a su lado estaba seguro, que nada le podía ocurrir, no era una expresión de amor, sino un recuerdo marcado en su alma, aunque no pudiera verlo en su cabeza. Una vez había escuchado a Ovidio Calatrava decir que Carmelo era un superviviente. Que tenía que haber muerto de niño y ahí estaba, hecho un Dios sobre la tierra, trabajando incansable y triunfando. ¿Se refería a eso? El siempre lo había tomado como una referencia a sus problemas con las drogas y con sus padres que lo vendieron al mejor postor y que lo sobrexplotaron haciendo que trabajara día sí y día también. Y llevándose el dinero ellos. Que cuando Carmelo se emancipó y los denunció, apenas encontraron unos pocos miles de euros de los millones que había ganado hasta entonces.

No fue problema, porque los volvió a ganar en un corto período de tiempo, y trabajando menos que cuando estaba a su cargo. Menos, pero sin perder intensidad y profesionalidad. Ni dedicación. Esa época coincidió con el cambio en la gestión de su carrera. Toni lo dejó y se ocupó directamente Sergio. Él procuró que no le faltara nada y que estuviera a gusto. No solo dio otro aire a su carrera profesional, eliminando proyectos que no aportaban nada a su carrera y que estaban mal pagados. Hasta ese momento, Toni aceptaba todo lo que llegaba. También se preocupó por la deriva que había tomado su vida, lleno de drogas y excesos. Puso coto a sus desmanes. Luego, apareció Jorge. Y aunque al principio siguió consumiendo, pronto se dio cuenta que no lo necesitaba. Hablar con él, llamarlo, verlo, fue su terapia a base de metadona. Y la metadona era el mismo Jorge.

Llamó al camarero y le pidió un coñac. Le pegaba como postre al chocolate que había tomado para desayunar. Le apetecía tomarse un pelotazo. Hacía tiempo que no bebía solo de esa forma. Pero también hacía tiempo que no recibía esas noticias tan… dolorosas. Ahora entendía esa manía que tenía Cape de ocultarle cosas del pasado que estaba seguro que había descubierto. Y también que Jorge no le contara todo. No se lo había dicho, pero se había dado cuenta de ello. Y alguno de los escoltas se le había escapado alguna expresión como “Como engañaba el escritor”. “No me extraña que fulanito dijera que no convenía meterse con él en una pelea”.

Siempre le había llamado la atención el cuerpo de su amor. Debería ser el típico de un tipo de cuarenta años que no hacía deporte, salvo caminar y algo de bicicleta estática en casa. Muy ocasionalmente. Alguna vez le había visto hacer algo de pesas. Pero eso no cuadraba con el cuerpo ligeramente bien delineado y con una cierta musculatura. Y estaba ágil. Y era fuerte. Cogía pesos sin parecer fatigado. A veces le recordaba a él mismo cuando para un papel había tenido que entrenar y sacar musculatura, y luego había relajado el entrenamiento. Quedaban las formas aunque se perdía ese músculo marcado y a veces hasta exagerado.

Lo del cuerpo de Jorge nunca lo había comentado con nadie. Ni al interesado. Le daba igual el cuerpo que tuviera. Lo deseaba cuando no lo había visto desnudo ni esperaba verlo. Lo deseó igual cuando lo vio por primera vez. Y lo volvió a desear cuando por fin hicieron el amor. Lo deseaba permanentemente. No era al físico. Era algo… total. Deseaba a Jorge en toda su extensión. Su cuerpo, su sexo, su mente, su compañía, su charla… su cariño, su amor. No lo había visto de esa forma, pero ahora… quizás Jorge era su nueva droga. La que le permitía seguir viviendo. La que le permitía ser lo que era.

No se dio cuenta, pero se había bebido el coñac. No recordaba ni como sabía. Volvió a pedir uno. Éste lo olió con calma y sintió su aroma. Era 1886, su brandy preferido. Hacía tiempo que no lo bebía. Le estaba entonando.

Después del tercero, decidió irse a dar un paseo. Iba a imitar a su marido pero sin parar a escribir. Él no escribía. Solo lo hizo en una especia de diario común con Cape sobre las cosas que les pasaban en su reencuentro. Cape lo dejó un buen día, después de una reunión con su padre, antes de desaparecer éste para siempre. No le enseñó nunca ese último capítulo. Y no volvieron a hablar del diario. Él escribió un par de capítulos más, pero luego lo dejó. ¿Para qué? No tenía objeto. Aunque ahora se arrepentía. Se lo tenía que haber enseñado a Jorge. Le hubiera gustado. Él creía que en algunos capítulos, su estilo se parecía al del escritor. Tampoco era de extrañar. Lo había leído con tanta pasión desde siempre… y con tanto respeto… A veces… Jorge se reía de él cuando le contaba que no había entrado en su otra carpeta porque pensaba que no quería que leyera eso. Le gustaba ver la cara de dulzura que ponía cuando le decía:

-Dani, querido, si no dejo que tu leas todo, no podría dejar que nadie lo hiciera. Eres parte de mí, ¿Como no te voy a dejar leer todo lo que escribo?

Ahora, en medio de una calle, que no tenía ni idea de cual era, porque había empezando a andar sin mirar por donde, le entró unas ganas de sonreír… solo pensar en esa forma de recriminarle que no hubiera leído más que las novelas y relatos que había apartado para Nadia. La primera vez que entró en la otra carpeta… alucinó con todo lo que había para leer. Aquello era… ahora se explicaba que Jorge no parara de escribir. Allí había… empezó a abrir documentos, a leer un poco, algunos tenían un pequeño resumen al principio… empezó a abrir relatos y relatos… miraba las páginas según se iban cargando en el programa… y lo que más le sorprendía es que ¡¡Podía escribir en ellos!! Podía sugerir cambios que quedaban registrados… hasta ese momento no se había atrevido a hacerlo. Pero… ¿Y si empezaba? A lo mejor… era un sueño que a veces tenía, escribir una novela a medias con Jorge. En el caso de Ernesto, lo hacía con su hijo. ¿Por qué no Jorge lo podía hacer con su marido?

Su marido… ya hablaba o pensaba en él como si estuvieran casados. No lo estaban… pero ya sí, ahora sí, creía que poco iba a cambiar el día que lo hicieran. Para él… a todos los efectos, era su esposo.

Vio un bar que le recordaba algo. Decidió entrar y tomarse una cerveza. Tenía sed. El brandy. Tenía que ser eso. Le había dado sed.

Para su sorpresa en toda la mañana no se le había acercado nadie. Parecía que era el día en que no se cruzaba con nadie que lo pudiera reconocer. Todos sus fans debían haberse ido de Madrid. En el bar tampoco notó esas miradas de decir “Mira ese es el actor ese tan famoso”. La camarera le puso la pinta que le pidió y unos cacahuetes para acompañar. Comió tres de ellos, pero los notó un poco revenidos. Iba a decirle algo a la camarera pero un hombre de su edad, se había sentado a su lado. Y notó que… quería ligar. Eso lo notaba siempre. Un cazador reconoce a otro cazador. Le gustó ese nuevo papel en su vida. Pasar a ser cazado en lugar de ser el cazador.

El tipo… seguía el manual. Un comentario sin importancia, sobre la camarera, sobre la cerveza, sobre el Madrid o sobre el Atlético. Probando lo que hacía reaccionar a la presa.

A Carmelo le apeteció hacerse el gracioso. Puso su mejor acento de París y se hizo pasar por francés. El hombre se llamaba Carlos y era de Valladolid, aunque llevaba ya unos años viviendo en Madrid. Seguramente sería tan verdad como que Carmelo fuera parisino, del distrito XVI. Se fueron invitando a cervezas manteniendo viva la conversación. En uno de estos brindis que empezaban a hacer con cualquier excusa, el tipo le rozó la mano. Carmelo se la retuvo y le miró fijamente a los ojos.

-Si vives cerca, nos vamos a tu casa. Me gustaría…

-Podemos ir a un hotel discreto que está cerca. – propuso él.

Carmelo acercó su boca a la de él y lo besó.

-Te sigo.

El tal Carlos pagó la cuenta de los dos y salió del bar. Carmelo lo siguió de cerca.

El hotelito estaba a dos calles. Ya lo conocía Carmelo. Lo había utilizado antes, en su época de follador impenitente. Con suerte, conocería al recepcionista. Y así fue. Le hizo un gesto y no les pidió documentación. Él dijo el nombre que se había inventado, y el empleado, le contestó en francés, al notar su acento. Hablaron un rato en esa lengua. Carlos no sabía francés, así que no se enteró de nada. Carmelo le preguntó por la familia y le pidió que no dijera quien era.

-¡Estoy en misión secreta! – y le guiñó el ojo.

Carlos, como buen anfitrión, pagó la habitación. En el ascensor empezaron a besarse con pasión. Carmelo le medio desnudó ya ahí. Cuando entraron en su cuarto, la cosa se aceleró todavía más.

Flor y Helga entraron a la carrera en el hall del hotel cuando el ascensor se cerraba.

-Denos las llaves de las dos habitaciones contiguas a la que le ha dado a esos.

El recepcionista se indignó ante la petición, pensando que eran periodistas en busca de algo que contar de Carmelo. Pero Flor le puso su documentación en las narices.

-De esto ni mú a nadie. Conoces a Carmelo.

-¿Y quién va a pagar…?

El recepcionista se quedó con la pregunta en la boca. Las dos mujeres y Nano, Ross, y Carla se metieron en el ascensor. Tomás y Flip se quedaron en el hall.

La aventura sexual no duró más de hora y media. Por los ruidos, parecía que había sido una sesión de sexo duro. Carlos salió corriendo. Parecía que se había acordado que tenía una cita profesional hacía una hora. Al ver que Carmelo no salía, Flor abrió la puerta con su llave maestra. Siempre la llevaba. Abría todas las puertas de los hoteles. Carmelo estaba desnudo, tirado en la cama. Entre los dos se habían bebido todo el mini bar. O lo había hecho Carmelo solo, por su estado…

Entre Flor y Helga se lo llevaron al baño. Helga le metió los dedos para hacerle vomitar. Flor le mantenía la cabeza bien sujeta sobre la taza del váter. Helga, cogió la cebolla de la ducha y al comprobar que el tubo flexible llegaba a la taza, le empezó a mojar la cabeza a Carmelo.

-¿Estás tonto o qué te pasa? No me jodas Carmelo. – le reprendió Flor.

Carmelo se echó a llorar. Helga cerró el agua y acercó una toalla a Flor que empezó a secar la cabeza del actor. Carmelo se abrazó a Flor y apoyó su cabeza en su pecho. Ésta lo atrajo hacia ella, se sentó en el suelo y lo abrazó.

-No recuerdo nada de todo eso, Flor. Soy un alfeñique que debe poner cara de … tonto cuando me cuentan esas cosas… no puedo vivir así. No recuerdo esa paliza ni recuerdo… lo que hice en esa película. ¿Qué me pasa? ¿Jorge me salvó cuando era pequeño? ¿El se acuerda o le pasa como a mí? ¿Cómo vamos a construir nada si no sabemos lo que hicimos? ¿Y si le traté mal? Trataba mal a todos. ¿Y si le insulté o le pegué? ¿Y si no lo recuerda ahora pero un día sí y me deja de querer? Me moriría si lo hace. ¿Cómo puedo estar seguro de que no lo traté mal? ¿Y si lo pegué Flor? ¿Y si le rompí la nariz o las piernas? ¿Y si me deja por ello, Flor?

Flor le acariciaba la cabeza. Carmelo se hizo un ovillo y se acurrucó en posición fetal contra su pecho. Temblaba ligeramente. Helga acercó una toalla de las grandes para taparlo. No hacía demasiado calor en el baño y estaba desnudo y mojado. Flor le fue frotando un poco el cuerpo con la toalla para que entrara en reacción.

Carmelo no se recuperó hasta pasada otra media hora. Fue entonces cuando, con voz aguardentosa, levantó la cabeza y le dio las gracias a Flor.

-Menuda melopea tienes, Carmelo.

-Joder. Hacía siglos… no sé que me ha pasado.

Flor le fue a explicar, pero pensó que mejor, en todo caso, lo haría al día siguiente. No era la primera vez que estas experiencias que tenía que ver con el pasado, las olvidaba al dormir como es debido. Jorge y Olga sabría como afrontarlo.

-¿Por qué no te duchas con agua bien caliente? Mientras, voy a la máquina y te traigo un café americano.

-Sí, será lo mejor.

-Y nos vamos a casa.

Carmelo asintió con la cabeza.

-Tienes que ponerte con la merienda de Jorge para los de pasapalabra. Habías quedado en llamar a la gente.

Flor había visto desde el principio las marcas que tenía Carmelo en los nudillos. Ahora debía investigar a qué le había pegado. A su pareja de esa tarde de sexo, no. Se había cruzado con ella en el pasillo cuando se iba. Parecía satisfecho del polvo. Y si llega a saber con quién había follado… Esas marcas además eran de haber golpeado algo duro.

-No mires más – le dijo Helga que se había fijado en lo que estaba mirando Flor. – El cabecero de la cama. Ya he llamado a la empresa de siempre. Traen uno ahora. Les he mandado una foto. De todas formas, ya saben. No es la primera vez. Aquí paraba mucho el antiguo Carmelo. Por eso conocía al recepcionista.

Carmelo parecía renacido al salir de la ducha. Su ropa no había sufrido daños, así que no hubo que ir a por la de repuesto que llevaban siempre en el coche. Flor al final había sacado dos cafés que Carmelo se bebió casi de un trago. Luego, Helga le pasó una botella de agua que también se bebió de corrido.

-¿Nos vamos?

-¿Eso lo he hecho yo?

-Sí. Se te olvidó apagar la cámara.

-¿Me habéis visto follar?

-Ya sabes lo que me pone verte en acción – bromeó Flor. – No es la primera vez, querido.

-Cabrona que eres, la madre que te parió – exclamó Carmelo sonriendo.

-La he apagado yo. Tranquilo. Y antes había cortado la comunicación. Solo lo veíamos nosotros. Más que nada por si había que entrar a todo correr. No me vuelvas a hacer esto, Dani. Quedamos que si querías ligar, antes nos hacías una señal y hacíamos una investigación rápida. Has tenido suerte que el tal Carlos es un joven casado, con tres hijos y que mira por donde, parece que le gustan más los hombres que su mujer.

-Si tiene tres hijos… algo hará con ella.

-Anda, anda, que con todo el mundo que tienes… ¿No hay hombres con diez hijos y que son gays reprimidos?

-A veces no sabemos… no lo calificaría de reprimidos.

-Tienes razón. Ha sonado a recriminación. Lo retiro. Cada uno vive como puede o como sabe. Y no conocemos si la mujer sabe de sus… en todo caso, si no es así, la está engañando.

-Que quieres que te diga… puede que sus padres, su familia… su educación… – explicó Carmelo.

-Te vuelvo a dar la razón. Veo que has recuperado tu mente preclara.

De repente Carmelo bajó la cabeza.

-¿Sabe Jorge…?

-Te ha llamado veinte veces. Al final he cogido yo la llamada. Sabe que te has emborrachado. Nada más. Todavía están en Salamanca.

Carmelo cogió su móvil. Pensaba que Flor exageraba pero no. Se había quedado corta. Eran treinta las llamadas de Jorge sin responder. Y otros tantos mensajes.

C:“Perdóname. Ya estoy. No sé lo que me ha pasado.”

C:“Perdóname.”

J:“Solo quería decirte lo mucho que te quiero. Te lo digo ahora. Te quiero. Eres mi vida, rubito. No lo olvides nunca.”

Carmelo se echó a llorar. Flor se asustó y le cogió el teléfono. Al ver el mensaje de Jorge movió la cabeza mientras sonreía.

-Que empalagosos sois, la madre que os parió. Dais asco.

-Puta envidia – contesto Carmelo secándose con los dedos las lágrimas.

-Vamos a casa anda. Todavía tardarán en volver y así puedes echarte una cabezada. Y luego ponerte con la merienda.

-¿Sabemos algo de Nadia?

Jorge había llamado a Aitor.

-Yo también estoy encantado de hablar contigo, mi amor. Aunque no me hagas ni caso. Un día más sin que te hayas acercado para follar conmigo.

-Sabes que te quiero – Jorge sonrió. No había forma de que Aitor no dijera nada al respecto cada vez que lo llamaba. Y casi mejor, porque si no lo hacía, significaba que estaba enfadado con él. Eso era mucho peor.

-Nada. No conecta sus dispositivos el tiempo suficiente para darme aviso. Ese teléfono que me diste, también lo tiene apagado. Pero voy a mirar el día que fue a ver a tus padres. A lo mejor de ahí saco algo.

-Me ha puesto entre sus llamadas no deseadas.

-Eso se puede hacer sin conectarse.

-Pensaba que…

-Tranquilo, estoy pendiente.

-¿De la cena de…?

-Sin novedades. Estoy intentando algo, pero va a ser largo. A ver si puedo al menos encontrar a parte de los asistentes. Resulta que normalmente si están conectados a la red. Pero ese día no. No es que se blindaran así. En realidad era raro, porque su empresa de seguridad no tiene allí una central, digamos. Todo lo controlan desde su sede central. Y a ese restaurante no llega la fibra ni un cableado aunque sea de cobre medianamente decente.

-¿Suelen hacerlo?

-No. Fue una intrusión en el sistema. En algún momento se dieron cuenta y apagaron la transmisión. El sistema sigue grabando. Espero acabar encontrando el camino para tener esas imágenes.

-¿Sabes quién la hizo?

-Sí, pero como no puedo probarlo, de momento, no digo nada. – Jorge fue a pedirle que aún así le dijera, pero Aitor le cortó – Rubén sigue igual, por cierto. Te tengo que dejar. He ligado y toca follar. Ya que no puedo contigo, me he buscado sustituto.

Jorge se quedó con el teléfono en la mano. No le había dejado ni despedirse.

-Que capullo. No quiere que le pregunte.

Jorge Rios.”