Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

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Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

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-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

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Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

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Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

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Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

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Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

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Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

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Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

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Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 115.

Capítulo 115.-

.

No había discutido con Sergio Romeva pero casi. Jorge había acabado cediendo y aceptando acercarse a la editorial Campero para hablar del tema de su viaje promocional a París, Edimburgo y Londres. El tema principal, a parte de hacer la presentación en esas ciudades de “La Casa Monforte”, era la gran campaña publicitaria que estaba preparando Movistar en París sobre la primera serie que se iba a hacer de las novelas de Jorge Rios. “Tirso” se iba a convertir en una serie importante en el catálogo de Movistar. Ya había llegado a un acuerdo con Netflix para que unos meses después de su estreno en la plataforma española, se viera en todo el mundo. Tenían mucha confianza en que iba a funcionar bien.

Jorge quería desligarse completamente de esos problemas, sobre todo después de la encerrona que le preparó su editora en “El Cortejo”. Una vez asumido que Sergio Romeva y Óliver Sanquirián se ocupaban de todo lo que hacía referencia a la defensa de sus derechos y lo que atañía a sus relaciones con la editorial que le publicaba, quería centrarse en otros temas que le parecían más importantes: Los “chicos de Jorge”, por ejemplo; o empezar a desenredar la madeja de todo ese caso que les rodeaba; sin olvidarse de poner coto a esos intentos de atentar contra Carmelo y contra él buscando a los culpables y a los instigadores. Y sobre todo, quería dejar claro a la Editorial Campero que sus tejemanejes hasta ese momento se habían acabado.

Cada vez estaba más convencido de que sus escoltas habían evitado algunos intentos más de atentar contra ellos de los que él era consciente. De algunos había sido testigo directo aunque no lo habían comentado. Lo tuvo claro el día en que se encontró con Adela, la mujer de Mendés y Claudia, la del programador José Ignacio Represa, en aquel concierto que Dídac organizó delante del Teatro Real. Sergio y él, con otros amigos músicos víctimas de Mendés, fueron los protagonistas. Al final, cuando todos se juntaron para cambiar impresiones, observó los movimientos que hizo la policía en los alrededores. Nacho, el de Roger, también estaba pendiente y marcó a uno de los agresores. Nacho no se hubiera implicado si él no hubiera sido el objetivo. Quizás las palabras que tuvo con Mendés durante el concierto fuera el desencadenante. O hubiera sucedido de todas formas.

Esa reunión, definitivamente, no le apetecía. Pero iban a ir los representantes de Movistar. Y sería un feo que tanto él como Carmelo no acudieran. Esa fue la única razón por lo que tras un largo cambio de impresiones con Sergio Romeva, había aceptado ir.

-¿Por qué no te apetece?

Carmelo lo miraba preocupado mientras tomaban un café en la cocina.

-No quiero verle la jeta a esa Esther.

-Yo pensaba que era Elías el que te preocupaba.

-Ese también – aunque a Carmelo el tono en que Jorge lo dijo le resultó … distinto a otras veces a las que habían hablado de él.

-Me parece que hay algo que se te ha olvidado contarme.

Jorge le contó su entrevista con Esther en “El Cortejo”. Aunque obvió el tema del tal Elías.

-Fue a buscarme.

-Si llevabas días sin ir allí a escribir. Semanas incluso.

-Alguien le avisaría.

-¿De verdad te han ofrecido alguna vez cuatro millones de adelanto? Es mucho dinero.

-No. Me ofrecieron varias veces un contrato por cuatro novelas o cinco, vaya. Con adelantos de cien mil euros por cada una. La última vez que me lo ofrecieron creo que aumentaron a trescientos mil. Pero pagaderos al publicar la novela anterior. No todo a la vez. Y eso fue antes de morir Nando.

-Ya eras un súper ventas.

-Sí.

-Nunca firmaste nada.

-No. Y para mi sorpresa, en la última propuesta, Nando no insistió demasiado. De hecho, no insistió en absoluto.

-¿Estaría ya enfermo?

Jorge casi se echa a reír. Pudo contenerse a tiempo.

-A mí al menos no me lo dijo.

Cada vez le era más difícil ceñirse a la versión oficial de los asuntos del pasado que le atañían. Aunque cualquier otra versión solo estaba en su mente, en su imaginación. Y dado el éxito que había tenido con otras intuiciones o percepciones, sobre todo con mucha de la gente que le había rodeado esos años, no era algo que pudiera asegurar que fuera una verdad comprobable, aunque en su cabeza iba ganando terreno a marchas forzadas.

-O sea que esa Esther es otra de las personas que … no nos quiere bien.

-Ve peligrar su estatus. No creo que sea otra cosa. Cree que … eres una mala influencia sobre mí.

-¿Porque te dejo pensar?

Jorge sonrió.

-Más bien porque me llevas por el camino del mal. Y ahora, Sergio Romeva y Óliver me van a arruinar con sus minutas.

-Si supieran lo que te cobra Sergio … – Carmelo no pudo evitar soltar una carcajada que Jorge acompañó poniendo un gesto de socarronería suprema.

-Pero eso es secreto. Que no se te escape.

-Tampoco … siempre he comentado que Sergio … cualquier otro representante me cobraría mucho más que él. En su agencia posiblemente seamos casos únicos.

-En su agencia y en el resto.

-¿Pero estáis así todavía? ¿Qué os pasa últimamente? Tenemos que entrar a buscaros todos los días.

Flor los miraba como si fuera su institutriz y ellos unos niños rebeldes que intentan hacer novillos a cada momento.

-¿Y si finjo ponerme enfermo? – insinuó Jorge.

Flor lo miró con gesto hosco.

-Me acaba de llamar Sergio Romeva – Flor amenazaba a Jorge con el dedo.

-¿Pero en qué equipo juegas? Creía que en el nuestro. ¿Y te llama hasta nuestro representante?

-Juego en el vuestro, eso no lo dudéis. Por eso, ya es hora de que os pongáis en marcha. ¡¡Vamos!!

Al decir eso, miró fijamente a Carmelo que aunque a regañadientes, se puso en marcha.

-Como se nota a quién de los dos tienes cogida la medida.

-Son ya unos años – se explicó Flor sonriendo.

-No puedo negarla nada – se justificó Carmelo.

-Resignación cristiana – Jorge miró al cielo.

-Jorge dramático 1 – resto del mundo 0.

-Lo que hay que aguantar – Jorge se levantó sonriendo y fue a coger su chaqueta. – Ni dios todo poderoso y todos los dioses del Olimpo pueden contra mis amigos. Espero que con mis enemigos tengan más suerte.

-¿Le has entendido? – Carmelo miraba a Flor con gesto socarrón.

-No. Seguro que ha dicho algo muy sesudo.

-Y dramático.

Flor y Carmelo se echaron a reír a la vez que Jorge salía de casa con gesto de fingida ofensa. Aunque él, de haber hablado, hubiera citado la resignación cristiana de nuevo. Y a lo mejor, habría vuelto a mencionar a los Dioses del Olimpo.

.

La reunión fue un poco tensa desde el principio. Elías García se sentó al lado de Esther, la editora de Jorge. Éste no disimuló desde el principio que la presencia de ese hombre no le gustaba. Era lo que se esperaba de él, por sus encuentros anteriores. Esther estaba claro que quería marcar territorio. Su intento de encerrona a Jorge en “El Cortejo” no le había salido como esperaba. Creía que empleando un tono duro con el escritor, y luego ofreciendo un contrato suculento y desde su punto de vista, irrechazable, éste se plegaría a escucharla y hacerla caso. Y por supuesto, apartándolo de sus nuevas influencias.

En esa reunión iba a tener no solo que aguantar la presencia de Carmelo, sino la de Sergio Romeva y dos miembros del equipo que llevaban el día a día de los asuntos de Jorge y Carmelo, además de la de Óliver Sanquirián. Los últimos días se habían intensificado las peticiones de información sobre el estado de cuentas de la ventas de Jorge y el pago de sus derechos de autor. Y la editorial no parecía estar por la labor de poner eso en claro. Tampoco el asunto de los cobros de las colaboraciones de Jorge con “El País” y algunas conferencias que habían comprobado que los organizadores pagaron un caché a la editorial. Extrapolando esos datos a todas las que había hecho, y eso que Jorge no tenía apuntadas todas, era una cantidad importante de dinero. Así como lo de “El País”. Por otra parte, en las negociaciones de nuevas ediciones de sus novelas, la editorial había intentado bajarle las comisiones a Jorge. Parecía que para ellos era importante compensar esos ingresos que ahora no tenían.

-Piensa una cosa Esther. Vuestros gastos también han bajado. Ya no os tenéis que ocupar de la agenda de Jorge. Ni os tenéis que preocupar de acompañarlo. Eso eran unos gastos enormes según nos habéis indicado en alguna de vuestras comunicaciones. Solo debéis de comprobar que las librerías tienen ejemplares de sus novelas. Pero eso se supone que va en vuestro interés. ¿Queréis pagar menos a Jorge? Sin problema. No hay más reimpresiones. No hay más ediciones. Y las futuras novelas, hay muchas editoriales esperando a publicarlas.

-Las ventas de “Tirso” con el anuncio oficial de la serie se pueden multiplicar por tres. – apuntó Óliver.

-Ediciones especiales con fotos de la serie. – propuso uno de los representantes de Movistar.

-Y otras ediciones que estamos pensando con ilustraciones y con fotos de algunos lectores entregados que se acercan a Jorge y se sacan fotos con él y le cuentan sus historias. – Acabó diciendo Sergio.

-Y os lo daremos mascadito. Solo lo tenéis que maquetar. Para que no tengáis gastos extra.

Al final Elías empezó a explicar los planes para el viaje. Sería tres días en París, con el acto central de la firma y presentación de la serie “Tirso”. La organización de ese acto central se iba a encargar Movistar directamente. Sus representantes pasaron a explicar los planes. Ellos querían que el director de la editorial asistiera a la firma, pero ni Narcís Terragó ni Esther parecían querer asistir.

-Irá Elías en nuestra representación. – dijo en tono firme la editora.

-No. – respondió Jorge en tono rotundo.

-Eso no es de tu incumbencia. – Esther no ocultó el odio que empezaba a amasar en contra del escritor.

-No va a ir con nosotros en ese viaje. – Jorge volvió a ser rotundo.

-Te vas a arrepentir, Jorge. Eres un mierda que no tiene ni puta idea de nada. Te han sacado las castañas del fuego hasta ahora. No vales ni para atarte los cordones de tus zapatos solo. Me voy a reír cuando te caigas con todo el equipo. Y yo voy a colaborar en ello. Te lo juro. Cuando acabe contigo no vas a tener dónde caerte muerto.

-Por eso uso zapatos sin cordones, Elías. – le contestó en tono reposado, lo cual provocó en éste un ataque de ira, tirando una pila de libros que había en una mesa auxiliar y el servicio de café que estaba en otra mesa. Esther se puso colorada. Era un ridículo espantoso, además delante de los miembros de la agencia de representantes de Carmelo y de los directivos de Movistar+.

-Perdonen ustedes. Están siendo unos días un poco difíciles en la editorial.

Esther ya no sabía que cara poner. Cada encuentro con Jorge acababa en desastre. Y cada vez era más consciente de que el estatus que tenían con él era irrecuperable. Aunque se negaba a asumirlo.

A la editora eso sí, se le escapó una mirada de odio hacia el escritor. Fue solo un segundo, pero Tanto Carmelo como Óliver lo captaron. Jorge no se enteró porque estaba escuchando a los representantes de Movistar+. Estaban dejándole claro que la serie sobre “Tirso” querían que fuera la primera. Pero que estaban interesados en llevar a la pequeña pantalla toda su obra. Una novela detrás de otra. Jorge les estaba comentando la idea que tenía él de cómo debían llevarse a la pantalla. Y les dejó sorprendidos cuando para varias de ellas, tenía hasta elegido el reparto.

Después de la reunión, Jorge se iba a una firma de libros que tenía en una librería pequeña de unos amigos, la “Aladino”. Aprovecharía para preparar con ellos la performance que iban a ejecutar con Mendés. Y Carmelo se iba a grabar una escena de la película que estaba rodando. Era algo que no estaba previsto en un inicio y de lo que le avisaron la noche anterior. Su plan de rodaje no se reanudaba hasta el lunes siguiente. Pero Biel Casal, con el que debía hacer la escena, debía partir a otro rodaje en Argentina esa misma noche. Al final su viaje no se había retrasado ni anulado, como se rumoreaba, sino que al revés, se había adelantado.

-Martín tenía razón el otro día cuando decía que lo de esta película era un sin sentido. – le comentó a Jorge. – Hoy esto, que no valdrá para nada. Ninguno sabemos ya de que va la historia.

-Si te dejas llevar, corres el riesgo de que luego tu interpretación sea un desastre – le avisó Jorge. – Intenta que te den el guion completo de nuevo. No esas separatas parciales.

-Ni me apetece leerlo.

-De eso ya me encargo yo, no te preocupes – propuso Jorge. – Dile a Sergio que se encargue de pedirlo. ¿Y qué va a pasar con lo que le quedaba de grabar a Martín?

-Pero si en realidad estaba repitiendo escenas. No creo que a estas alturas le sustituyan. Si además no tienen dinero.

-El otro día oí un rumor cuando invitamos a los de Pasapalabra. Se me olvidó comentarte. Paco Remedios estaba negociando comprar la película.

Carmelo resopló.

-¿A quién se lo oíste?

-Por la pinta era el representante o algo parecido de uno de los que fue ese día al concurso. No me sonaba de nada.

-Sería el colmo. No sé si postularme para comprarla…

-Yo no lo haría. Guarda tus energías para “Tirso”. Es un rodaje complicado y tu primera aventura como productor. Has buscado a los mejores actores. Eso es un dinero. Y al mejor director. Eso es más dinero. Y vestuario, y producción … efectos especiales … no va a ser una serie barata.

-Y tengo que pagarte a ti.

Jorge se echó a reír.

-Y yo soy la partida más cara de todas – siguió bromeando. – No puedo vender ahora por dos perras gordas si me he negado a ello durante años.

-Pero parte te puedo pagar en carne – dijo Carmelo en tono sugerente al oído del escritor. – Y siempre puedes ser productor de la serie.

-Porque estamos aquí en medio. Y porque Esther nos mira con ese gesto adusto y de odio supino y eso me enfría la libido. Si no, te empezaba a decir guarradas al oído… y me cobraba ahora mismo el primer recibo.

-Que cabrón eres. A mi es al revés. Esta situación me pone. Me alegra que te hayas dado cuenta de la cara con la que te mira esa.

-El vídeo que me enseñó Roger de la reunión en la discoteca, me dejó claro que no era de fiar. No sé hasta que punto no lo es. Ya iremos viendo. Puede que juegue a varias bandas y tenga que nadar y guardar la ropa. Si está donde está, es que sabe fajarse bien en la lucha en el barro del día a día.

-Va a perder mucho dinero al no llevar tu agenda y hacer chanchullos con tus charlas. Eso es algo que les quedaba a ellos limpio. Ella pensaba que solo iba a perder lo que hicieras en la librería de tu amiga Esme. Y en esas librería pequeñas como la de hoy, que te acercas a firmar a esos cuatro clientes fijos con los que quedan. Y estoy seguro de que hay más cosas que se han aprovechado de ejercer también como tus agentes. Deberías revisar todos los contratos con editoriales extranjeras.

-Óliver se está ocupando ya de ello.

-Lo único bueno que tiene esa Esme, es que por las charlas esas, los únicos que ganan son los lectores y tus fieles seguidores.

-Mira que te cae mal Esme. Cada vez que dices su nombre te sale un tono… – Jorge intentaba provocarlo. Nunca había querido confesar las razones.

-No es el momento – dijo en voz baja. – Me tengo que ir. Sergio ya me está haciendo gestos. ¿Qué vas a hacer al final?

-Antes he mandado mensajes a Saúl y a Carletto. Están liados esta tarde. Helena y Pol, se les ha puesto malito uno de los niños. Así que he quedado con Álvaro después de ese rato de firma de libros. Creo que me ha citado cerca de su casa. La vieja que es la nueva. A lo mejor hasta me la enseña.

-A ver que te cuenta.

-Espero que al menos lo que le contó a Javier. Venga, despídete. Ya que Esther piensa que tienes la culpa de mi nueva forma de comportarme, haz de incitador. Me voy contigo.

-Señores, nos vamos. Tenemos unos compromisos – dijo en voz alta a la vez que se ponía de pie y empezaba a estrechar las manos de los asistentes.

.

Jorge se sorprendió de que Álvaro le invitara a su casa. La antigua. La que al parecer le avergonzaba y que cambió por la que ahora le ahogaba la vida. Le había enviado un mensaje para cambiar el lugar.

Jorge al bajarse del coche, miró los portales.

-Es esa – le dijo Alan, su jefe de escoltas ese día. Flor se había ido con Carmelo.

-Pues no está tan mal. Al revés, me parece un buen barrio.

-Tiene encanto, al menos a mí me lo parece. Hemos investigado y además es suya. Y pagada. Han estado viviendo unos amigos de Toledo que estaban estudiando hasta hace un par de meses. Es un vecindario tranquilo y que además le tiene aprecio. Se han pasado antes un par de compañeros para echar un vistazo. Han preguntado. Todos le aprecian.

-Será pequeña la casa.

-Son cien metros. No la llamaría pequeña.

-Pues no lo entiendo. Para un chico joven sin familia es una casa potente. Y está en una zona cómoda y agradable. No entiendo por qué tuvo que meterse en esos … líos.

-Jorge, parece mentira que lleves toda la vida casi relacionándote con los egos del arte. Los músicos, los cineastas, los actores … aparentar es parte del éxito. Eso lo enseñan en algunas academias de arte dramático. Si vieras algunos de los amigos de Carmelo … esos que tú no quieres ni ver … menudas divas.

-Por eso no quiero ni verlos. Él … es su mundo, no le queda más remedio. A mí dame la gente guay, que le gusta lo que hace y no se da aires. Las divas, que las aguante el sereno. Y esas academias de las que hablas, son las que van buscando el éxito por el éxito. Y les da igual un reality que un dramón vendido en Sálvame.

-Como la mayor parte de la gente cuando se mete a artista. Ahora al menos. Si les escuchas … muchos, hasta los que van a esos concursos como “La Voz” dicen cuando les preguntan: Famoso, quiero ser famoso.

-Vamos anda. Hasta el arte está perdiendo su esencia.

-Eso ha sonado a viejuno. Y no me vengas con tonterías que no eres tan viejo. Y menos de espíritu.

-Pues hay días que no te creas, me siento como un anciano. – dijo sonriendo y guiñando un ojo.

-Anda, que no harías felices a unos cuantos si pusieras tus ojos libidinosos sobre ellos.

-Eso me lo vas a tener que explicar con detalle … – Jorge lo miraba con gesto libidinoso.

-Ya han subido Merche y Fonso a echar un vistazo. – explicó Alan sonriendo y cambiando de tema.

Jorge también se sonrió y aceptó el giro en la conversación propuesto por el policía. Su compañera Naira abrió la puerta del portal y entró la primera. Alan y Jorge entraron a la vez. Cogieron el ascensor para subir al piso de Álvaro. Merche avisó de que estaba todo controlado. Al llegar a la planta, Álvaro le estaba esperando en la puerta. Le extrañó el vestuario. Calcetines de deporte, una camiseta larga de tirantes y se imaginaba que llevaría calzoncillos debajo de la camiseta.

-Si me recibes así, me haces sentir en casa.

-Es tu casa a partir de ahora. Me pasé medio confinamiento en la vuestra. Y no haces más que echarme una mano. No te he correspondido como te mereces. No te había invitado nunca a mi otra casa en estos años. Debo corregirme.

Jorge lo abrazó y lo besó en las mejillas. Le agarró la cara con las manos y se lo quedó mirando a los ojos.

-Sabes que te quiero. Te queremos. Y actuamos en consecuencia. Y tampoco tenemos tanto mérito. Lo único que hemos hecho es acompañarte.

-Y pagar mi deuda.

-Una parte. La otra no nos has dejado. Pero ese dinero, no nos lo hemos quitado de comer. Gracias a Dios nos ganamos bien la vida hasta ahora. Y sabes que además, ese mérito lo tienes que repartir entre doce amigos. No hemos sido solo nosotros.

-Vosotros tuvisteis la iniciativa. Si no os lanzáis, ahora estaría igual. Ya verás ahora que Carmelo se mete a productor. A lo mejor tiene que pedir un crédito – bromeó Álvaro.

-Na. Ya le he puesto restricciones en el gasto. He rebajado a la mitad el número de calzoncillos que se compra. Eso es un buen ahorro.

Álvaro se rió con ganas.

-¿Te apetece algo? He estado preparando un pastel de pescado y unas tostas. Y tengo cerveza o limonada. Y luego si te apetece comer conmigo en casa, tengo un solomillo para hacer en la plancha y unas verduras.

-Vale. Yo venía con intención de invitarte a comer en algún sitio después que me enseñaras la casa. Pero este plan me parece estupendo.

-No me apetece dejarme ver mucho.

-Enséñame la casa anda.

-Te advierto que no está a mi gusto. Tengo que traer algo de lo del otro piso. A lo mejor podías dejarme un hueco en tu almacén. Para guardar lo que no consiga vender de la otra casa.

-Claro. Lo que quieras. Hay bastante sitio. Luego te mando la dirección y te doy una copia de la llave. Si necesitas ayuda, nos dices. Pero esta casa está muy bien. Y los muebles. Me gustan.

-¿Te gusta?

-Pues sí. Y parece muy cómoda. Tienes una cocina hermosa …

-Ahí cambiaré los electrodomésticos por los de la otra casa. Tengo que tomar medidas. A lo mejor tengo que hacer una pequeña reforma para adaptarlo.

-Te ayudo si quieres.

-Na, hoy no. Otro día quedamos y lo hacemos. Hoy me apetece estar de tranqui contigo. Y contarte algunas cosas que me corroen.

Jorge estuvo tentado de abrazar de nuevo a Álvaro. Pero tuvo la impresión que en ese momento, no sería bienvenido. O que iba a cortar la idea que se había hecho Álvaro de la reunión.

-¿Éste es tu dormitorio? – dijo asomándose a una habitación que era evidente que la había utilizado esa noche.

-Que vergüenza. No la mires, que no la he recogido.

-Que bobo. Es bueno no hacer la cama por la mañana. Así se orean las sábanas o el edredón. Me lo has visto hacer en casa. Y mira que no has entrado incluso a despertarme alguna vez y estaba todo por medio.

-En realidad es la habitación de invitados. La otra tiene la cama rota. Tengo que cambiarla por la de mi otra casa. Mis amigos no me avisaron. ¡Bah! Tampoco me avisaron de que se había estropeado la lavadora y el horno. Y eso que no debían de hacer mucho uso de él.

Jorge puso cara de no entender. No quería que Álvaro supiera que sus escoltas habían preguntado por el vecindario por él y sus amigos.

-Han vivido aquí unos amigos de Toledo.

-Que guay ¿No?

-Bueno, no han pagado nada. Y ni siquiera han cambiado las cosas que han roto.

-¿Se lo has dicho?

-¿Para qué? Encima se pondrán chulitos. O me dirán que bien me puedo hacer cargo de eso.

-¿Chulitos?

-Es culpa mía. Se me ha ido la boca diciendo que nadaba en la abundancia. Y como tenía pasta …

supuestamente …

Álvaro hizo un gesto de resignación con la cabeza.

-Pues todo a las espaldas del amigo pudiente y famoso. – acabó la frase en tono compungido.

-Al menos te habrán invitado a algo de vez en cuando. – sugirió Jorge.

-Les he llamado varias veces para salir juntos y siempre me han dicho que no podían. Salvo una vez, que aprovecharon para pedir que les cambiara la tele. Habían visto una de cinco mil euros, lo último de lo último.

-Creo que no se la has comprado. La tele que he visto antes no es de las últimas.

-No. Les dije que si querían cambiar la tele que la pagaran ellos. Encima que no pagaban alquiler. Ni la comunidad de vecinos.

-El salón no está mal.

-Los sofás están destrozados. Y parece que se les ha caído un guisado o algo con mucha grasa y ni lo limpiaron. Dieron la vuelta a los cojines.

-¿De qué los conocías?

-De Toledo. Eran amigos del barrio. De toda la vida. Eso es lo que me pudre.

-¿Y no te pidieron que les sacaras de fiesta con tus amigos famosos? Eso suele ser un clásico.

-Y lo hice al principio. Pero todo era para conocer a famosos y para que les pagara yo las copas. Al cuarto día les dije: vamos a hacer bote. Y se enfadaron. Puede que no supiera hacerlo, o proponerlo. Es que me sentía incómodo. Pero por eso no me gusta que me paguéis las cosas. No quiero para los demás lo que no quiero para mí.

-Pero es distinto. Siempre nos has invitado. Otras veces yo a ti. O Carmelo. Es lo que hacen los amigos.

Álvaro se sentó en el salón. Jorge lo hizo a su lado. Le dio la sensación de que estaba triste.

-No sé estar con los amigos. Me he equivocado en todo.

Jorge se recostó en el sofá. Aunque quería decirle algo para contradecir su afirmación, no se le ocurría la forma de hacerlo. Al final optó por esperar a que siguiera hablando.

-Me di cuenta el otro día, en el hall de la Unidad de Investigación. La mirada de asco que me lanzó Willy. Me dio hasta miedo. El comisario ese me dijo si quería que me acompañara alguien. Pero no. Me merezco lo que me pase por bobo. No tengo el nivel para llevar escolta.

-¿Yo sí tengo ese nivel?

-Tú eres una súper estrella de la literatura.

-Pero no la llevo por eso. La llevo por ser un bobo que se ha dejado manipular durante años. Por ser ciego y sordo y que haya alguien que tenga miedo de que no haya sido tan ciego o tan sordo.

-Yo tengo amigos que me mandan a matones para que me rajen la cara para impedirme trabajar.

-Y que vuelvas al negocio de las citas de acompañante o para que te acuestes a quien pague lo que pidan.

-¿Es tan evidente?

Jorge le intentó convencer durante más de una hora, de que no era una cuestión de ser evidente.

-Era su plan desde el principio. ¿Es eso lo que me quieres decir? – Álvaro estaba compungido. Le dolía escuchar las verdades aunque fueran dichas con mucha delicadeza y dulzura.

-No eras el único – le contestó Jorge. – Todo esto lo descubrió Javier por la declaración de Rodrigo Encinar.

-Ya. Y Gonzalo Semtí. No le conoces. También ha ido a hablar con la policía. Me llamó y lo convencí. Aunque Willy y su representante piensan que he sido yo el que les ha contado a la policía.

-¿Lo has hecho?

Álvaro se sonrió.

-Claro. Pero después. El Javier ese me aguantó más de dos horas medio lloriqueando. Menuda paciencia tuvo conmigo.

En esa entrevista en el bar “La Esquina”, Javier no había querido contarle a Álvaro todos los detalles. Lo dejó al criterio de Jorge. Ahora, éste le fue contando de otros actores quizás menos conocidos y que no eran de su círculo que cayeron también en sus redes. Y no tenían cerrado ese capítulo. Se hablaba de otros dos actores con cierta repercusión mediática. Pero hasta el momento, no habían descubierto sus identidades. O si era un bulo.

-Sigue la misma estrategia con todos. Está pensada y es a largo plazo. En cuanto hay una serie nueva o una película en la que despuntan nuevos talentos se acerca a ellos. Se hace su amigo. Les saca por ahí, les presenta a gente a la que luego no vuelven a ver, claro, porque Willy no tiene tantas relaciones cercanas. Yo lo conozco y si me encontraba por ahí, le saludaba. Pero no lo invitaba a mis reuniones en casa en el confinamiento. Y él me presentaba a sus acompañantes, ante los que fingía ser cercano a mí. Acompañantes que no recuerdo y con los que posiblemente me he cruzado en algún acto y ni he reconocido. Lo mismo les pasa a los demás.

-Esos acompañantes dirán que eres un chulo que no les saludas.

-O el mismo Willy cuando le comenten.

-Joder, y a mí me invitaste hasta a quedarme en tu casa en el confinamiento.

-Y no te quedaste todo el tiempo porque no quisiste.

-Era un abuso por mi parte.

Jorge le dio un golpe en el brazo. Intuía que se iba de casa para atender a sus citas. Tanto Carmelo como él pensaban que estaba en eso antes de la pandemia. No dijo nada al respecto. Álvaro se echó a reír.

Al final, Jorge decidió explicarle con detalle cual era la forma que tenían de actuar en esa trama. Le fue contando como primero se hacía colega de ellos. Luego le iba metiendo en su grupo de amigos, con los que quedaba con otros actores menos allegados pero muy conocidos. Les invitaba a todo. Le enseñaba las fiestas más guays … luego de repente les hacía pagar.

Álvaro se había quedado callado y con la mirada perdida. Estaba repasando su vida e identificando cada fase que desgranaba Jorge del plan de ese Willy.

-Llegaba el momento de una conversación muy seria. En esa charla, les plantea que si quieren triunfar deben poner un poco de su parte. Arriesgar. Deben dar el pego de estrellas. Buena casa, ropa cara, de diseño. De marca. “Yo te acompaño y te indico lo que debes comprar”. “Te van a hacer precio especial por venir conmigo”. Ir a los mejores sitios a comer, “Conozco al jefe de sala”. dejarse ver en las fiestas más importantes, aunque deban pagar para ir. “Es una inversión”. Y él cobraba a parte comisión por todo esto. Luego las tiendas, los restaurantes, le pagaban por ello.

-Los pobres bobos nos lo creemos.

-Porque os recuerda además a todo lo que os ha invitado. Todos los amigos a los que os ha presentado. Amigos que ya no se acuerdan de vosotros. Directores de casting que no os prestaron la más mínima atención. A algunos les hace cambiar de representante para poner a otro más … propicio.

-A ser posible el que tiene el mismo, Goyo Badía. – dijo Álvaro.

-Su socio en el negocio.

-Eso también lo intentó conmigo. Pero ahí no entré al trapo. Total, mira, ahora me ha dicho mi representante que es mejor que me busque otro. Me echa. ¿Tú te crees?

Esa confesión le pilló a Jorge desprevenido. No se lo esperaba. Se quedó pensativo unos segundos.

-No le habrá gustado tus movimientos. Tu agencia no es de la cuerda de ellos.

-¿Y dónde voy? Se ha corrido la voz. Nadie me va a querer. Eso me ha dicho ella, al menos.

Jorge le dio un beso.

-Voy a hacer una llamada a la cocina. Ahora vuelvo.

Álvaro se recostó en el sofá. Parecía a punto de romperse. Jorge le miraba mientras hablaba por teléfono. Sus peores presagios se iban haciendo realidad. Estuvo casi un cuarto de hora hablando. Cuando colgó se quedó mirando a Álvaro. Iban a tener que apoyarle todos mucho. Se estaba derrumbando.

-Ya está arreglado – dijo volviendo al salón y sentándose al lado de Álvaro. – Ya tienes nuevo representante, si aceptas claro.

Álvaro se incorporó. Tenía los ojos hinchados. Mientras Jorge había estado hablando, él había aprovechado su soledad momentánea para echarse a llorar.

-Debo ser sincero con él o ella. Y contigo. No … quiero que …

Jorge se lo quedó mirando expectante.

-A parte de trabajar como acompañante … también me he prostituido. Me … he acostado con algunos. Por dinero. Mi agente se ha enterado y por eso me ha echado. No … yo le he dicho que no … iba a volver a pasar. Que eso era una etapa de mi vida … que tengo trabajo en Tirso … y … me ha dicho que ni Carmelo del Rio iba a mantener su oferta para ese papel en la serie cuando se enterara de … ni tú me ibas a seguir apoyando. Que mancho vuestra imagen pública. Me ha contado que en solo dos días, le ha llegado la noticia por varios sitios. Que se va corriendo la voz. Los amigos de Willy van haciendo su venganza.

Jorge le acarició la cara con dulzura.

-Tu antigua representante se equivoca. Tanto Carmelo como yo vamos a seguir a tu lado. Siempre. Y la mayor parte de tus amigos de verdad. Esta es una oportunidad para que veas quien lo es, y quién te quería por el interés o la fama o los millones de seguidores de tus redes.

-Mariola me llama todos los días. Luego voy a quedar con ella. Vamos a ir de compras.

-¿Ves? Y Ester estará a tu lado. Y Miguel, Biel, Arón partiría piernas por defenderte, de hecho lo hizo el otro día.

-Jo, ya me he enterado. Fui corriendo a acompañarle a urgencias.

-No quiero ni pensar por lo que has pasado acostándote con esos hombres. – le susurró Jorge sin dejar de acariciar su rostro.

-Si al menos hubiera sido contigo …

Se echó a llorar. Jorge lo atrajo a su hombro y le dejó ahí, llorando. De vez en cuando le daba un beso. No dejaba de acariciar su cabeza.

-¿Qué voy a hacer? – dijo entre sollozos.

-Levantar la cabeza. Y tirar hacia delante. Te han puesto en una situación límite y … has hecho lo que has podido. No valoraste bien tus opciones por la vergüenza o porque estabas sobrepasado. Pero ya has recuperado el control. Ya sabes quienes son tus amigos de verdad y te apoyas en ellos y ellos te apoyan a ti. Eso es lo que debes decir aunque yo tampoco daría muchas explicaciones. Pero todo en esa línea. Luego lo repasamos para que lo tengas interiorizado.

-Me gustaría hacer el amor contigo.

Álvaro levantó la cabeza y miró con sus ojos todavía acuosos a Jorge.

-Quiero probar de verdad como se ama a un hombre al que quiero.

Jorge sonrió. Le besó en los labios. Se lo quedó mirando.

-Y a mí … estaría encantado de amarte, Álvaro. De acariciarte ese cuerpo tan maravilloso. Me encantaría pasar una tarde entera jugando con nuestras lenguas en un beso eterno. Y tenerte dentro de mi y luego si acaso, entrar en ti y amarte. Pero sabes, me quedaría con la sensación de haberme aprovechado de ti. No te gustan los hombres. A mí sí. Sería un acto … no creo que luego te sintieras bien. Ni yo, aunque fuera un momento maravilloso de amor y placer para mí. De verdad que podría escribir una escena en la que fuéramos amantes.

Álvaro acercó su boca a la de Jorge y le besó apasionadamente. Jorge le dejó hacer unos segundos, pero luego le apartó con dulzura.

-No te gusto de esa forma Álvaro. Ahora estás … confuso. Estás agradecido. Pero no son razones para acostarte conmigo. Te gustan las mujeres.

-Eso no es cierto del todo.

-Principalmente al menos. No te has acostado con ningún hombre antes de todo esto. Y podías haberlo hecho. Con cientos.

-A lo mejor es que no ha surgido … puede que me haya sentido … que no me haya atrevido.

-Puede. Pero yo voy a estar aquí siempre. Junto a ti. Disfrutando de tu compañía. Y por qué no, disfrutando de verte pasear en calzoncillos. O desnudo. Me gusta la belleza y tú eres bello.

-No me rechaces, por favor.

-No, no, mi amor. No. No te rechazo. De verdad que te quiero y de verdad que estaría encantado de hacer el amor contigo. Pero si lo hiciera hoy, sería aprovecharme de ti.

-¿No confías en mí?

Jorge sonrió.

-Cariño, claro que confío. Para que lo compruebes, déjame tu teléfono. O tu tablet.

Álvaro se levantó de un salto y fue a la mesa del salón. Cogió los dos dispositivos que le había pedido Jorge. Éste cogió su teléfono y escribió unos códigos y los mandó por mensaje. El teléfono sonó. Número oculto.

-Dime escritor.

-Haz seguro este móvil. Crea una cuenta y dale acceso a la nube.

-Tu amigo está cañón.

Jorge se echó a reír.

-Para ti todos lo están.

-Éste lo está – dijo rotundo Aitor. – Dame diez minutos. Que no utilice ningún dispositivo de la casa.

No se despidió.

Álvaro le miraba sin entender.

-Voy a blindar tus dispositivos. A partir de ahora, no va a ser posible que te los pirateen. Y te voy a dar acceso a mi nube. En ella encontrarás todas mis novelas inéditas. Y todos mis relatos.

Álvaro lo miró con sorpresa.

-Pero … eso …

-Primero, para que compruebes que eres alguien al que tengo mucho cariño. Segundo, para que compruebes que sigo confiando en ti. Tercero, para que seas consciente de que eres parte de mi familia. Aunque hoy no te voy a hacer el amor. Dentro de unos días te encontrarás un relato en el que tú y yo hacemos el amor. Puede que un día ese relato se haga realidad. Si de verdad lo sigues deseando y si de verdad, te gustan un poco los hombres. No te quedes con la sensación de que te rechazo. Al revés. Hacer el amor contigo ahora, hoy, sería el camino fácil. Pero esto es una promesa. Si dentro de un tiempo sigues pensando igual, estaré encantado de hacer el amor contigo. De estar amándote toda una semana entera, sin levantarnos de la cama. Y no pienses que sería una traición a Carmelo. Sabes como somos y nuestros acuerdos al respecto.

-Con alguno de esos hombres me excité de verdad.

-Eso … puede ser por muchas cosas. Hay partes del cuerpo que reaccionan ante determinados estímulos. Solo hay que encontrar tus puntos débiles. Tus puntos sensibles.

-¿El punto G?

-Hay muchos puntos G. Puede que tengas los pezones sensibles. O la cara interna de los muslos. Puede que te ponga a cien que te muerdan el cuello, o hacerlo tú a tus parejas. El perineo puede ser un punto … G. O los pies. O que te acaricien el culo.

-O que me lo coman.

Jorge se encogió de hombros.

Aitor volvió a llamar.

-Ya está. Tenía un intruso en el móvil. Está eliminado. Te he mandado un mensaje con el camino a la nube. Te dejo que se lo instales tú.

Aitor volvió a colgar.

Jorge pulsó el enlace contenido en el mensaje. Y se instaló una APP nueva. Su símbolo era una J y una R entrecruzadas. Le pasó el teléfono a Álvaro.

-Pincha en esa APP.

Álvaro le miró con curiosidad.

-Pincha ahí. – le reiteró. Parecía que Álvaro era remiso. Al final lo hizo.

-Ese es tu nombre de usuario. Pon la contraseña que quieras. Que no sea la misma que tienes en los demás sitios.

-Dímela tú.

“RecuerdaqueJorgetequiere77” – le dijo Jorge sin pensar. – la primera “R” y la “J” de Jorge con mayúsculas.

Cuando Álvaro acabó de configurar su cuenta, y entró en la nube, abrió mucho los ojos. Empezó a pinchar las carpetas. La primera la que se llamaba “Novelas inéditas”.

-Joder. Son un montón de ellas.

Salió de ahí y fue a la que ponía “cuentos infantiles”.

-¡¡¡Seis volúmenes de cuentos!!! Yo pensaba que solo era uno.

Jorge no dijo nada. Solo sonreía. Le gustaba lo que veía. La cara de Álvaro había cambiado radical. Ya no había sombra de lágrimas. Y sus ojos habían recuperado el brillo.

-Gracias, gracias.

Álvaro se lanzó a abrazar a Jorge. Le dio un beso en los labios. Un suave pico que gustó a Jorge.

-Voy a leerlo todo.

-Con calma. Hay mucho que leer.

-Joder. Si tienes una carpeta con versiones desechadas de tus novelas.

-Ahí puedes leer por ejemplo la versión de “La Casa Monforte” antes de la definitiva. Y lo mismo en otras novelas.

-¿De “Tirso” también?

-No. De Tirso no. Pero puedes ver otras historias colaterales. Por ejemplo, si acabas por hacer el papel de Juan, o el de Hernando, tienes muchas más historias que no están en los libros. Para que puedas conocer mejor a esos personajes. ¿Cual de los dos personajes te gustaría más?

-¿Cual me recomendarías?

-Siempre pensé que serías un buen Juan.

-Pues entonces seré Juan, si al final me lo ofrecéis formalmente.

-Yo no tengo que ofrecértelo. Pero quien lo debe hacer, lo hará. A través de tu nuevo representante: Sergio.

-¿Sergio? Pero si todos dicen que hace tiempo que no coge a nadie más.

-Pero a ti te acepta encantado. Y no te preocupes, sabe todo lo que tiene que saber. Te defenderá de esos ataques y te guiará en lo que debes hacer. Mañana tienes una entrevista con él. A las diez.

-Ahí estaré. Pero no sé si tengo ropa …

-No tienes que vestirte especial. Olvídate de los consejos de Willy.

Jorge se levantó y fue a la habitación de su amigo. Álvaro le seguía. Abrió los armarios y le señaló toda la ropa que había en ellos. Le señaló las dos maletas abiertas y llenas de ropa a la espera de ser colgada.

-Debes tener un puñado de ropa adecuada para actos sociales, para presentaciones. Sergio te irá diciendo. Te buscará marcas que te dejen su ropa para determinados actos. Puedes convertirte en su imagen. No necesitas empeñarte para comprar lo último de Cibeles o de la pasarela de Londres o NY.

Álvaro recibió un mensaje. Lo leyó.

-Es mi antigua representante. Me dice que quiere hablar conmigo que a lo mejor se ha precipitado.

-Sergio la ha llamado para pedirle tu documentación. Y para que liquide con él. Mañana de todas formas te acompañará Óliver, mi abogado. Sergio y él ya se conocen. Te ayudará en la transición y se encargará de finiquitar tu relación con tu antigua agencia. En tus manos está si quieres ir con él o delegas. Si vas con él darás la impresión de que no te vas enfadado y no te cerrarás puertas. Tampoco hay que olvidar que ellos te han cuidado bien.

Álvaro hizo un movimiento con la cabeza que a Jorge le pareció de duda.

-Ya me lo contarás cuando estés preparado. Te recuerdo que no debes tener reparo en contarnos. Somos tus amigos. Y ten presente que tu representante, cuando te ha echado, se imaginaba que nadie querría coger tu cuenta. Al llamarla Sergio, se ha dado cuenta de varias cosas: que alguien ha querido cogerte en su agencia; al ser Sergio, sabe que tanto Dani como yo vamos a seguir apoyándote y que tu papel de Tirso, sea cual sea, Juan o Hernando, va a salir adelante. Y la siguiente novela mía que posiblemente se lleve a la pantalla, vas a ser el protagonista.

-Dime que te refieres a Juan, el de “deJuan”.

Jorge sonrió.

-¡La hostia! Alucino con ese personaje. Sería la hostia si me lo dejas hacer.

-Falta mucho para eso. Tienes un par de pelis, me han dicho, otra obra de teatro …

-Otra campaña de publicidad, ésta para Noruega y Suecia. De las buenas.

-No entiendo a tu representante. Nada de eso se ha caído a pesar de los rumores.

Álvaro se encogió de hombros. No quiso ahondar en el asunto, pero casi, Felisa su representante, le había venido a decir que aunque no le echaran de esos proyectos, ella no quería a nadie como él entre sus representados. Álvaro tenía marcado en la cabeza el gesto de asco que había puesto al decir esas palabras. Daba asco a Felisa. Tampoco le había contado a Jorge que le había dicho que todo era culpa de Jorge. Y ahí había empezado a calificarlo con los peores insultos que se puedan decir de alguien.

-No merezco esa confianza. No he sabido estar a la altura. No he sabido hacer las cosas, ni siquiera he sabido relacionarme con mis amigos. Ni distinguir los amigos de los aprovechados. Soy un paria.

-Todos nos sentimos sobrepasado a veces. El mundo éste en el que vivimos no es fácil. Todos parece que lo desean. Llegar a ser famoso. Ir a fiestas guays, como la de la Dinamo del otro día. Pero … la gente no sabe lo que hay detrás de todo. Las zancadillas. Las trampas. Tú has pecado de ingenuidad y de orgullo por no dejarte ayudar. Por meterte en cosas a las que no alcanzabas y que tampoco necesitabas.

-Me he dejado engañar.

-¿Estás bien?

-Ahora sí. O al menos mejor.

-¿Me quieres contar lo de esos hombres con los que te acostaste?

-Mejor otro día. Ya te he aburrido bastante. Es tarde. ¿Te apetece que comamos?

-Venga.

-Se me ha olvidado comprar el pan.

-Me ocupo. Bajo ahora mismo.

-Hay una panadería a la vuelta de la esquina, a la derecha según sales del portal.

-¿Tiene dulces? Así subo el postre también.

-No se me había ocurrido. Mira a ver si queda algo. Si no, puedo preparar esa macedonia que te suele gustar. Tengo fruta. Me enseñó Carmelo a hacerla.

Jorge fue hacia la puerta. De repente se acordó de algo y volvió. Sin más besó a Álvaro en los labios y volvió a enfilar la puerta de salida. Álvaro se lo quedó mirando sorprendido. Y contento. Era un hombre completamente distinto del que había recibido a Jorge esa misma mañana.

.

-¡Evarista! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás cariño?

Jorge se había levantado de la mesa en la que estaba comiendo en “El Puerto del Norte” y había salido a la calle para no molestar a las mesas de alrededor.

-¿Y tú cariño? Hace días que no te pasas por aquí.

-Luego me acerco un rato.

-Pues te cuento entonces. ¿Quieres algo especial para picar?

-El bizcocho mágico. No lo he comido hace siglos.

-Nada. Pepa y yo nos ponemos a ello. Te esperamos en mi casa.

-Dame un par de horas.

Jorge se quedó pensativo. Parecía que lo que quería contarle sus nanas era importante. Suspiró desesperado. Ahora pasaría el tiempo que tardara en ir a verla, pensando en si había pasado algo grave a su familia. Echó un vistazo a los mensajes, por si se le había pasado algo.

Carmelo le sorprendió rodeándolo por detrás con sus brazos y apretándolo contra su cuerpo. Jorge sonrió y giró el cuello para dejar libre el camino al beso de su rubito.

-¿Qué haces en la calle?

-Me han llamado las nanas, y como hablan alto, he salido para no molestar.

-Y para que no se enterara todo el restaurante de lo que hablabas.

-También por eso – se sonrió el escritor – El caso es que, no directamente, me han invitado a que vaya a verlas. Parece que tienen algo que contarme.

-Y le estás dando vueltas a lo que pueda ser.

Jorge asintió con la cabeza.

-Entremos. Tengo hambre. Y tengo que volver al trabajo en un rato.

-Pero luego hemos quedado a las ocho. Esa fiesta en el Ateneo con photocall.

-Y ahí estaré. Date un toque de maquillaje para las fotos, no te olvides.

Carmelo consiguió con su cháchara que se olvidara del misterio que le asolaba ahora: el motivo de la urgencia en verlo de sus nanas. Nada más acabar de comer, Carmelo se fue. Jorge se quedó saboreando su segundo café. Aunque en realidad lo que saboreaba, era unos trocitos de tarta de queso que le habían traído para “pasar” el café.

Le hizo un gesto a Alan para ponerse en marcha. Llamó a Evarista para anunciar que iba de camino.

-Ya está frío tu pedido. Listo para que lo disfrutes.

-Pero cuanto os quiero, madre mía.

El recibimiento fue como siempre, lleno de abrazos y de besos. Jorge presentó a Alan a sus nanas. Evarista rápidamente le tiró fichas. Alan aceptó el juego con simpatía y cercanía. Otro que fue conquistado por esas mujeres.

Jorge y Alan se encargaron de llevar las cosas para que las nanas no se cansaran. Ya era bastante con que se hubieran puesto a cocinar. Alan descubrió ese pastel de tres texturas que no había comido nunca.

-Voy a tener que salir a correr cuando acabe de trabajar – suspiró mientras se servía otro trozo de pastel.

-Está hecho con amor, esto no engorda – explicó Jorge feliz imitando a su acompañante. – ¿Y qué queríais contarme?

Las dos mujeres se miraron. Parecía que se habían arrepentido de su impulso de llamar al escritor. Evarista hizo un gesto a Pepa que fue la que se acabó decidiendo.

-Creemos que tus padres se huelen algo de lo de la nueva tienda.

-Poco pueden hacer al respecto, aunque eso fuera así.

-Están muy enfadados por ese burofax o como se diga que les mandó ese abogado. Habían hablado con los niños, del tema de la subida del alquiler tan desorbitada, como castigo a su postura cuando se encontraron contigo. Les intentaban convencer de que eso era mejor que echarles del local.

-Ellos jugaron sus cartas, nosotros las nuestras. Pueden volver a alquilar el local. Y que cobren lo que quieran al nuevo inquilino.

-Lo han empezado a mover con la inmobiliaria esa de Ponce. Ya sabes ese que es amigo de tus padres de toda la vida. Pero se ha corrido el rumor de esa gran carnicería que se va a abrir en el barrio. Y nadie quiere arriesgarse hasta que se vea de que va.

-Les queda apenas unos días para que todos se enteren.

-¿Y qué crees que va a pasar entonces?

-Pueden alquilar el local para otro tipo de negocio, no para carnicería.

Jorge se las quedó mirando. Había algo que no se atrevían a decir.

-Decidme. No os cortéis.

-Nos han contado que esa Nadia de los cojones, les ha puesto en contacto con alguien para … boicotear la inauguración. Y para convencer a Gaby de aceptar las nuevas condiciones.

Jorge se quedó callado. Intuía que había más. Pero no se decidían a contar.

-Os escucho.

-Unos supuestos representantes de un matadero de Ávila quieren introducirse en Madrid y han quedado en unos días para hablar del tema, al cerrar la carnicería. En la misma tienda. A las ocho y media. Y le van a “convencer” de la conveniencia de que se avenga a razones.

-Pepa, por favor, no andes con eufemismos. Dilo claramente.

-Van a destrozar la tienda con Gaby delante. Y le van a dejar malherido. Como aviso.

-Quieren además que les de su usuario y contraseña para acceder a tu nube y poder robarte tus novelas. Y que no lo diga. Le amenazarán con pegar a los niños.

-Creemos que van a agredir a Kevin en el momento de la reunión para que llame a su padre y le cuente.

-Kevin sabrá defenderse.

-Depende de quién le ataque y cuantos.

-¿Y esto decís que lo han organizado mis padres y Nadia?

-Nadia ha estado estos días por aquí. Se ha visto con tus padres en casa.

-Varias veces.

-¿Y sabe dónde encontrar matones de esa clase?

-Su amiga parece que sí.

-¿Carlota Campero?

Evarista asintió con la cabeza.

-Porque Trini, la vecina de tus padres les escuchó hablar.

-Pero Trini es muy amiga de mis padres.

-Todo tiene un límite, hasta para los más acérrimos seguidores. Ha venido esta mañana a contarnos. Se ha ido unos días al pueblo. Luego, nosotras hemos indagado. Preguntando aquí y allí.

-Ya sabes, dos viejas cotillas.

-Esos matones parece que también te quieren pillar a ti.

Jorge se recostó en su silla. Se sonrió. Alan también sonreía.

-Me vais a perdonar, pero voy a tomar un poco más de este pastel mágico – dijo Alan rompiendo el momento de silencio.

-Sírveme un poco Alan. Evarista, Pepa, voy a llamar a un coche para que os lleve de vacaciones.

-Pero…

-Tranquilas. Una maleta con un poco de ropa. Evarista, tu prima Herminia, os ha invitado a hacerla una visita a Francia.

-¿Y qué pintamos …?

-No vais a ir a Francia. Es lo que vais a decir a esa amiga vuestra que sabéis que se va a encargar de que en un par de horas, lo sepa todo el barrio.

-¿Y cuando nos vamos?

-¿Ahora mismo?

La cara de susto que pusieron las nanas era para haberla grabado.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 103.

Capítulo 103.-

.

Olga dejó la bolsa de viaje al lado de la puerta de la habitación del hotel. Había sido una jornada agotadora. Había adelantado algunas clases en el curso de Quantico para tener esos días libres y poder dedicarse sin distracciones a Arlen y su reunión de los viernes. Al acabar sus asignaturas y tras un rato de charla con los alumnos, Ventura lo esperaba con un coche para iniciar viaje. Habían decidido quedarse en un hotel cercano a la finca y así poder dedicarse a dar una vuelta tranquilos por los alrededores desde muy temprano.

Tenía la intención de meterse en la ducha antes de salir a cenar algo. Pero la visión de la cama la hizo cambiar de idea y pensó mejor en acostarse aunque fueran unos minutos. Se quitó las botas y cuando iba a tumbarse recibió un mensaje de Carmen.

“¿Videoconferencia?”

A la vez sintió que tocaban muy suave en la puerta. Se levantó resoplando y fue a abrir. Al ver que era Ventura, dejó la puerta abierta como muda invitación a entrar y fue a sacar su tablet y conectarla al televisor de la habitación.

-Carmen quiere hablar – dijo con apenas un hilo de voz.

-Deja, ya lo preparo yo. Túmbate un rato. Me tenías que haber hecho caso y dormir durante el viaje. Eso de dedicar las noches a videoconferencias con tus amigos para ponerte al día de todo, te va a pasar factura.

-Tú también estás cansado. No podía dejarte conducir sin darte apoyo. Yo tengo conferencias telemáticas y tú investigas para mí.

Olga le hizo caso y se tiró sobre la cama. Tal como cayó, así se quedó.

-¿Y si la dices que mejor mañana?

-Creo que es importante. Solo espero que no sea largo. – Olga arrastraba las palabras dejando claro que estaba muy cerca del reino de los sueños.

-Te lo preparo y os dejo solas.

-No. Te quedas. Eres parte del caso, Ventura. No hay secretos.

-Me halagas. Pero eso … soy del FBI.

-Por poco tiempo – dijo Olga arrastrando las palabras y sin moverse de la posición en la que estaba tumbada.

-Ni agotada cejas en tu campaña – Ventura la miraba con gesto divertido.

-Solo tú no sabes que te vas a venir con nosotros. Lo estás deseando. Y cállate un rato, anda, cinco minutos para una cabezada …

Ventura negó con la cabeza, pero no añadió ningún comentario. Sonrió al escuchar que la respiración de Olga se había convertido en la de una persona dormida. Preparó el sistema de comunicaciones e hizo la llamada.

-Olga, debes levantarte.

La comisaria se incorporó de un salto. Justo se puso delante de la cámara cuando Carmen apareció en la pantalla. Ventura se fue a quitar pero Olga lo retuvo.

-Encantado de conocerte, Ventura. Siento decirte que te pareces a mucho a tu madre.

-No lo sientas. Es la verdad y me siento orgulloso de ello. Encantado de conocerte.

-Lo mismo digo. Espero tenerte con nosotros en breve.

-No empieces por favor. Ya tengo bastante con la campaña de Olga al respecto. Quisiera escuchar otras opiniones.

-Llamo a Patricia si quieres. Patricia Martín.

-La recuerdo sí. ¿Veis? Por eso no quiero volver. Esa seguro que no está contenta con la posibilidad de que me una a vosotros.

-Patricia ya no está con Termas. Hace mucho de eso. Ahora está soltera.

-¿A no? Pues ya le costó recuperar la cordura que siempre había exhibido hasta que se juntó con ese.

-Pero te sigue odiando – se rió Carmen.

-Dinos Carmen. Íbamos a ir a cenar algo y a dormir. Llevamos unos días agotadores. Acabamos de llegar a Carolina del Norte para ver mañana a Arlen de nuevo. Y me temo, que si las intuiciones de Ventura se hacen realidad, va a ser un día intenso.

-¿Tienes intuiciones Ventura? ¿Ves como tienes que venirte con nosotros? Somos la Unidad de las intuiciones. Algunos nos insultan así.

El agente del FBI levantó las cejas resignado. Pero no contestó a Carmen.

-Su reunión de los viernes. Su velada musical. – explicó Ventura, con la intención clara de apartar la conversación de él.

-Son unos kilómetros. – Carmen se había vuelto a poner seria.

-Por eso necesitamos dormir. Acabamos de llegar de viaje.

-Al grano entonces. Han intentado de nuevo atentar contra Jorge y Carmelo. En Concejo. Una sicaria.

Olga se despejó en un momento.

-¿No será de nuevo nuestra amiga del MI5? – Carmen negó con la cabeza como muda respuesta a la pregunta de su amiga – Cuenta. Has dicho Jorge y Carmelo. No has incluido a Cape que estaba también, si no se ha dado a la fuga antes de tiempo.

-Ha sido poco después de incorporarse a la reunión Laín y Paula. Una mujer con un ciento de comentarios en nuestros informes, ninguno probado, que la nombran asesina a sueldo mejor pagada en España. Con ciertas relaciones con Nando. Y con otros muchos, incluido Valbuena. Para ser exactos, algunos de sus clientes. No he incluido a Cape no. Pienso que de verdad, los objetivos eran ellos dos. Cape si te soy sincera, o ha hecho un pacto con los malos, que no sería descartable, conociéndolo, o no les interesa ya, por irrelevante y cobarde.

Carmen empezó un relato pormenorizado de como se sucedieron los acontecimientos. Olga y Ventura escuchaban con atención sus explicaciones. Carmen incluyó en ellas el sucedido que había protagonizado Máximo, el conductor ocasional de Carmelo para llevar a las visitas y ocasional colaborador como informador de la Policía.

-¿Y por qué Máximo no nos ha informado antes? Ese hombre nunca me ha gustado. No confío en él.

-Buena pregunta. Quizás porque hubiera tenido que depositar como prueba el dinero que pagó esa tipa por su información.

-¿Y a quién se lo ha contado al final? Me imagino que a ti no. Y a Flor menos todavía.

-A Alberto.

-¿A Alberto? – Olga tenía los ojos muy abiertos. – ¿Nuestro Alberto?

-Ha vuelto a Concejo. Anoche. Fue la estrella de la “fiesta” de recibimiento oficial de Jorge en Concejo. Le robó el protagonismo. La reunión estaba concebida como la presentación de Jorge en la sociedad de Concejo. Aunque se la pasó de charla en charla. Y como colofón cuando ya parecía que sus escapadas se habían terminado, apareció Alberto que centró todas las atenciones a partir de que entró en el bar. Y Gerardo el pobre, a lágrima viva.

-Eso casi le alegraría al escritor. Así le quitó las miradas de la gente. ¿Se puede saber con quién charló Jorge?

-Con Javier y con Cape. Charlas largas e intensas. Me dicen que al final de la velada, tenía la boca como un estropajo de tanto darle a la hebra. Éste le anunció oficialmente su intención de echar patas y no dejar de correr hasta que llegue al fin del mundo.

-¿Javier no se cruzó con Alberto?

-No. Debió ser por minutos. Aritz se lo llevó justo antes.

-Jorge estará que fuma en pipa con lo de el “otro” Daniel.

-Lleva tiempo enfadado con Cape. Lo ha disimulado, pero hace unas semanas, un día que Dani le insistió para que fuera con él a la casa de Cape a dormir en una de sus vueltas a casa, porque le pareció a Jorge que no le apetecía estar a solas con él, Dani se levantó por la noche y fue a buscarlo medio zombi. Fíjate como lo vería de perdido y desesperado que llamó a los escoltas y se lo llevó de allí al instante. No le dejó ni vestirse. Le puso un anorak viejo por encima y se lo llevó de allí. Y Dani se dejó hacer.

-Cape nunca ha sido una buena influencia en Dani. Lo ha querido siempre acaparar. Apartarlo de todos. Cuando Dani ya se había trasladado casi permanentemente a la casa de Jorge, esa insistencia en llamarlo para que fuera a casa cuando él volvía … era para marcar territorio. Un intento de volver a controlarlo y apartarlo de Jorge.

-Pero con Jorge ha pillado en hueso.

-Jorge es mucho Jorge. Desde la reaparición estelar de Cape hace tres años, fue poco a poco rompiendo los amarres con los que Cape tenía sujeto a Dani. Cape llegó y lo apartó de todo. Hasta se inventó eso de que estaban casados. ¿Están bien por cierto? Después de la aparición de esa tipa.

-He hablado con él hace un rato. Yo creo que está inmunizado. No le gusta salir así de los sitios, pero es más por un tema de orgullo. Y ha descubierto la terraza de la Hermida 2.

-¿Y?

-Una pequeña lucecita se ha encendido en su cabeza. Va a ir a buscar a Sergio Romeva a su escondite de retiro. Me lo acaban de anunciar los escoltas. Para dentro de unos días. Está en Santander.

-Espero que no insista con Dani respecto a … – Olga movió la cabeza mostrando el fastidio que le producía ese pueblo. – Ir a vivir a Concejo no fue la mejor decisión que ha tomado Dani. Por eso Jorge ha tardado tres años en pisar ese pueblo.

-Tú tampoco eres de acercarte allí. Siempre me lo has dejado a mí.

-No siempre.

-Lo evitas.

-No hace falta que te haga un mapa de por qué. ¿Jorge ha preguntado a Dani sobre la terraza y su lucecita?

-Le ha preguntado, sí. A él y a Cape, que siempre va detrás de Dani marcando territorio. Pero tanto Cape como Dani no han dicho nada.

-Dani porque no recuerda. El otro porque es un cabrón.

-Jorge no ha visto siquiera a la asesina. Si no, a lo mejor se le hubiera encendido otra lucecita. Si tenía algo que ver con Nando …

-Mejor para la sicaria. Si llega a toparse con él, a lo mejor estarías ahora en Concejo esperando al Juez para el levantamiento del cadáver de la tipa esa.

-Iba bien armada. Contra eso …

-Jorge dispara mejor que yo. Y está rodeado de compañeros que llevan al menos una pistola.

-Eso no me has contado nunca.

-No entremos en detalles. Hazme caso.

Carmen se quedó mirando la cámara, callada. Parecía estar esperando alguna aclaración.

-Tú un día, tiéntale, a él y a Dani, para ir a la sala de tiro. Apostad. Y si quieres ponerle más aliciente a la apuesta, incluye una competición sobre desmontar y volver a montar la pistola. Dani sabes que es bueno, tanto disparando como con las armas. Lo has comprobado sobre el terreno y le has escuchado a Eloy. Jorge es infinitamente mejor.

-Esto no va a quedar así, y tú lo sabes.

-¿Los tipos que atentaron contra Jorge en aquella Notaría? – preguntó Ventura para cambiar de tema.

-Se van a quedar el marrón. No parecen propensos a hablar.

-¿Dices entonces que los de la Notaría …? – preguntó Olga.

-Hay que buscar el dinero. Ponérselo difícil para que disfruten lo que han cobrado. – opinó Ventura. – Es una forma de que tengan más ganas de hablar. Murió uno de ellos ¿No?

-Sí. Lo abatieron los del equipo del capitán Melgosa que estaban de apoyo camuflado en la zona. Es uno de los que estaban en esa fiesta privada con Galder. El que se enfrentó a Jorge. – Carmen hizo una pausa para que Olga asimilara la información; decidió entonces hacer una propuesta a Ventura para cambiar de tema – Podías echar una mano con el tema del dinero.

-Si me das acceso al sistema, y puedo ver los detalles, lo intentaré.

-Antes de eso, si no tienes inconveniente, un amigo hacker se ocupará de hacerte seguro tus dispositivos.

-¿Qué hacker?

-El mejor.

-Si no es “Black3491” o “Blue456” os ha engañado: no es el mejor.

-Tranquilo, es “Blue456” – le dijo Olga sonriendo.

Ventura se la quedó mirando con extrañeza. Hubiera apostado a que era el otro hacker el que conocían Carmen y Olga.

-Javier y Jorge. Sus dos amigos del alma. Es largo de explicar. Blue moriría por ellos. Literal.

-Como no, Jorge por medio siendo el amigo del alma de alguien y salvándole la vida, apostaría. – lo dijo casi como un pensamiento que se le había escapado. Olga pudo escucharlo, aunque prefirió no hacer ninguna observación.

-Cuando “el guarda” dé el visto bueno, te mando el acceso. – Carmen era ajena al comentario de Ventura.

-Ok.

-¿Y la tipa aquella? La del parque. Se me ha olvidado preguntarte. – Olga a pesar de que hacía ya un rato tenía ganas de acabar la conversación e irse a cenar algo antes de meterse en la cama, no pudo evitar interesarse por ese tema que hacía días que la preocupaba.

-Nada. No hemos encontrado ni rastro. Sigue su curso la investigación. Se encarga Quiñones. También se encargó de los de la Notaría.

-¿Eduardo Quiñones?

-Sí.

-¿Trabaja con vosotros? – el tono de extrañeza con unas ciertas notas de asco, no pasó desapercibido para las dos comisarias.

Carmen y Olga se miraron a través de la pantalla. Luego ésta, se giró para observar directamente a Ventura.

-¿Lo conoces?

-Mejor me callo. – Ventura se echó atrás.

-Por favor.

-No, porque solo sé cosas de oídas. Y no quiero que … no me gusta hablar sin pruebas.

-Oídas que lo destrozan.

-Pues sí, claro. Lo ponen a los pies de los caballos. Pero si ha pasado vuestros filtros, no hay nada más que decir.

La cara de Carmen se convirtió en un poema. Aunque una vez más, como siempre que aparecía el tema de Quiñones, decidió aparcarlo.

-¿Por qué de repente todo el mundo piensa que puede matar a Jorge? Ha estado años sin que nadie atentara contra él. – preguntó Ventura.

-Puede ser por lo de Tirso, la serie.

-Todo parece que se ha empezado a animar cuando le habéis puesto escolta. ¿Os habéis fijado?

-Desarrolla esa idea. – le pidió Carmen.

-Todo el que quiera saber, conocía que Jorge estaba protegido.

Olga le hizo un gesto para que continuara.

-Lo estaba por tipos duros, llamémosles mercenarios. Tipos muy eficaces. Sin escrúpulos, pero con unas fidelidades muy arraigadas. Van a muerte. Y todo el mundo sabía que puede que el que intente algo contra Jorge, salga con bien en un primer momento, pero luego tendrán que mirar a su espalda el resto de su vida. Ellos no van al juzgado. No necesitan seguir protocolos ni atenerse a los procedimientos judiciales. No buscan pruebas. Solo necesitan saber. Van a los callejones a dejar los cuerpos de los que han osado desafiarlos. Y chocar con Jorge, aunque sea fortuitamente, para ellos, es desafiarlos. Jorge es una de sus fidelidades inquebrantables. Y os diría más: va más allá del sueldo que cobran por sus servicios.

-Tu argumento va en el sentido que esos que quieren mal a Jorge, piensan que ahora, Jorge es más vulnerable – acabó Carmen el razonamiento.

-La policía, al menos vosotros, no vais a ir a buscarlos para matarlos. Seguiréis los cauces de la ley. Aunque los detuvierais, mientras entran y salen de la cárcel, se prueba o no se prueba, se pierden evidencias, testigos que desaparecen … pueden ocurrir muchas cosas. Y siempre tendrán su pago en sus cuentas corrientes en las Caimán. Sus familias podrán vivir sin problemas. Los otros, no. Los otros sí van a ir a buscarlos. Antes o después, pero irán. Tienen dos opciones: mirar continuamente a sus espaldas, con miedo, a la espera de una bala certera, o directamente cortarse las venas en una bañera llena de agua tibia. Y respecto al dinero, un día la mujer, la madre o quien sea, irá a sacar dinero, y en lugar de encontrarse un saldo de seis cifras, comprobarán estupefactos que no tienen ni un euro.

Olga suspiró. Miró a Carmen antes de hablar. Ésta asintió con la cabeza.

-Jorge nunca ha dejado de tener esa otra protección.

Ahora era Ventura al que le llegó la hora de mostrar sorpresa.

-¿Lo tenéis comprobado?

-Digamos, que … es intuición. No es fácil detectarlos, tú lo has expresado muy bien. Pero están. El día del parque lo tenemos casi comprobado. Hubo un tipo que disparó a Hugo para que protegiera a Jorge tirándolo al suelo. Su línea de disparo hacia la asesina, la tenía ocupada por nuestros compañeros que la abordaron. No podía alcanzarla a ella sin herir a Kevin o Yeray. Al disparar a Hugo, éste actuó y se tiró encima de Jorge, protegiéndolo con su cuerpo. La tipa disparó unas cuentas veces en ese momento a Jorge. E hirió a Yeray. Cuando éste y Kevin cayeron por los disparos, el “protector” hirió a la sicaria. No hace falta decir que la mujer desapareció sin dejar rastro. Y por supuesto, el tirador hizo lo mismo.

-Sus protectores son los mismos que le asistían en sus excursiones.

Ninguna de las dos comisarias dijeron nada sobre lo que acababa de decir Ventura.

-Al menos esos de la Notaría, han tenido suerte, no se ha ocupado Quiñones. – sentenció Ventura.

Carmen se echó a reír.

-Sí, se ha ocupado. En un principio lo iban a hacer el capitán Melgosa y Romanes, de la Guardia Civil. Pero al final, lo dejaron en manos de la Unidad.

-A petición de Quiñones, seguro. – Ventura no pudo ocultar un tono de hastío – Romanes es un buen tipo. Al otro no lo conozco.

-¿Por qué has dicho que han tenido suerte de que no se ocupara Quiñones? – Carmen estaba intrigada por ese comentario.

-Dejemos el tema en que sin Quiñones por medio, llegarían todas las evidencias al juez y no habrá ningún error de protocolo que deje libres a los malhechores. Y eso, aunque a esos sicarios ahora no se lo parezca, es una suerte para ellos. Porque el que ha atentado contra Jorge y haya quedado libre, acabará muerto. Al tiempo.

-Perdonad, Ventura, Carmen, pero necesito cenar algo y meterme en la cama. Lo siento de verdad.

-Ya me contaréis. Y Ventura, me apetece escuchar esas “oídas”.

-Tú nos tienes que contar mañana la excursión del hacker. Al fin lo vas a conocer en persona. – recordó Olga a Carmen.

-Me apetece sí. No he visto ni una foto de él. No tengo ni idea de como es.

-No te la hagas, seguro que te sorprende.

-Vete a comer una hamburguesa. Que descanséis.

Ventura apagó el equipo y los inhibidores.

-¿Lo desmonto?

-Déjalo. Pienso llamarla mañana por la tarde.

-Será de madrugada en …

-Que se fastidie. Pon ese cacharro que tienes para evitar visitas y vamos a cenar. Tengo un hambre …

-Habrá que pedir triple entonces.

-Que exagerado eres. ¿No tendrás ascendientes andaluces? ¿Abuelos? ¿Tatarabuelos?

-Que yo sepa no. Por cierto, ¿De qué conoce Carmen a mi madre?

-Ni idea. Pregúntala cuando vuelvas conmigo a España.

-Que pesada, no pierdes ocasión … que no insistas que no voy a volver …

-Claro que lo vas a hacer. Y lo sabes.

-No sé como … te aguanto, la verdad.

.

Olga y Ventura se quedaron sorprendidos del cambio que había experimentado la finca de Arlen desde el día de su primera visita. No eran cambios de aspecto, sino de vida. Había muchas personas de un lugar para otro. Les llegaba además desde la casa, un aroma inconfundible a barbacoa. Ese hangar que Olga pensó que albergaba un taller de cerámica era un bullicio de personas entrando y saliendo y se podían escuchar muchos sonidos que alimentaban esa idea de la comisaria. Se podía percibir el ruido de los tornos al girar, de martillos golpeando metales, otros martillos golpeando cinceles para moldear la piedra y crear esculturas …

La comisaria, nada más bajarse del coche, fue caminando decidida hacia allí. Visto por dentro parecía todavía más amplio que la impresión que daba desde fuera. No solo era cerámica, sino escultura, pintura, había dos hornos funcionando, uno para la cerámica y otro para el hierro. Un montón de personas trabajaban dentro en sus manifestaciones artísticas. Todos concentrados y parecían felices.

-¿Y todo esto solo pasa los viernes?

Ventura miraba con asombro el interior del hangar. Se decidió y entró en él. Olga, tras dudar unos segundos, le siguió un par de pasos por detrás. Todas las personas con las que se cruzaban, los saludaban como si fueran participes de toda esa actividad.

-Debéis ser Olga y Ventura. Soy Ethan. Tirso nos ha hablado de vosotros. Bienvenidos a los Viernes de Tirso.

El que les había abordado era poco más que un adolescente. Pelirrojo, con la cara llena de pecas. Dos hoyuelos en las mejillas realzaban su sonrisa enmarcada en unos labios carnosos y jugosos. Toda su cara irradiaba alegría. Los policías le saludaron chocando sus puños.

-Enseguida vuelvo con vosotros y os enseño todo esto. Tengo que encargarme de unos pequeños detalles de la comida. Estáis en vuestra casa.

Ventura lo siguió con la mirada. Parecía gratamente sorprendido por el chico.

-Vamos a ver como trabajan el barro esos. Te has quedado hipnotizado con ese joven.

-Me gustaría tener su alegría – fue solo un murmullo. Pero Olga lo pudo escuchar perfectamente. Le dio un ligero golpe en el brazo para que volviera a prestar atención al resto de personas que pululaban por el granero y dejara de pensar en lo que fuera que le llevaba siempre a volver a su gesto adusto y serio, aunque añorara la alegría que desbordaba el joven Ethan.

-Me llamo Isabel – una mujer que parecía ser la abuela de la mayor parte de las personas que veían, se acercó a saludarles. Era con diferencia la de más edad.

-Olga y Ventura – dijo éste a modo de innecesaria presentación. Parecía que todos sabían sus nombres y su profesión.

-Ethan me ha pedido que os haga de guía.

-Parece que el benjamín de todos tiene galones – comentó Ventura. – Y le pasa el testigo a la que parece tener más edad de todos los reunidos aquí hoy.

-Es imposible seguir su ritmo. Es hiperactivo. Él es el benjamín y yo la más vieja. Tienes buen ojo, Ventura.

-¿Y qué es todo esto? Nos esperábamos algo más … íntimo.

-Tirso quiere ayudar a todos los que de alguna forma hemos sido víctimas. Los viernes es el día que nos junta a todos para que nos sintamos acompañados y organiza una comida campestre con música y a veces hasta malabares circenses. Hoy es un día especial, de todas formas. Lo es por vosotros. Quería mostraros parte de lo que hace con su tiempo y su dinero. Y presentaros a algunos de los que están por aquí trabajando en sus hobbys.

-Esto es una vuelta de tuerca entonces a las reuniones de alcohólicos anónimos, por ejemplo.

-Es una forma de verlo.

-Perdona por la pregunta, no te ofendas por favor – Ventura no solo la pedía perdón de palabra, sino también con su gesto contrito – ¿Eres también una víctima o eres digamos una voluntaria? ¿Y ese joven Ethan?

-Por Ethan no puedo hablar. Mejor que os lo diga él si quiere. Yo soy víctima, sí. Y voluntaria. Soy un ejemplo más de mujer maltratada por su marido. Tengo mis días malos, pero en general, lo tengo superado. Veinte años lo aguanté. Pero a los cuarenta y cinco, una amiga me dio una torta y me despertó. Ahora tengo sesenta y tres. Los primeros meses … – Isabel hizo un gesto como indicando que había sido muy optimista al contar el tiempo – años, mejor dicho, los viví con un vacío … es la contradicción de la vida. Una de ellas. Esa persona que me anuló, que me maltrataba física y mentalmente, a esa persona la echaba de menos. Y a la vez, vivía con miedo de encontrármela. No aceptó de buen grado mi despertar y mi decisión de apartarme de él.

-¿Tienes hijos Isabel?

-Sí. Un chico y una chica. Ya son mayores, los tuve muy joven. Hace muchos años que casi no tengo contacto con ellos. Se fueron de casa en cuanto pudieron, sin mirar atrás. Y cuando me separé de mi marido, no consideraron que era una razón para acercarse a mí o para preocuparse por mi situación. Ahora tengo a todos estos que suplen un poco esa falta en mi vida. Intento no cometer los mismos errores que tuve al criar a mis hijos. Preocuparme por ellos, servirles de paño de lágrimas, respetarlos en sus decisiones, aunque no las comparta y apoyarlos a pesar de esa discrepancia.

-Es una pena que estas instalaciones solo se usen un día a la semana.

-En realidad se usan cuatro días y los viernes de fiesta, que se usan medio día. Los otros dos, Tirso los dedica a meditar en soledad. Los viernes, como os he dicho antes, nos juntamos todos. El resto de los días de actividad, puede que unos vengan y otros no. Depende de sus otras ocupaciones.

-Nosotros entonces, le vinimos a ver uno de esos días.

-Sí. Pero le sentó bien vuestra visita. Me llamó para contarme en cuanto os fuisteis. Os debe la vida, y os está muy agradecido. No os lo dijo, pero es así. Al principio tuvo miedo. Miedo de recordar, miedo de defraudaros, de que pensarais que vuestros desvelos no merecieron la pena.

Ventura fue a protestar, pero un gesto de Olga lo evitó.

-Comprobó que seguís siendo dos personas entregadas a cuidar de personas como nosotros. No todos los policías lo son. Ni los médicos. Ni los sanitarios en general. Muchos al ir a la policía en su momento, no encontramos el apoyo que necesitábamos.

-¿Toda esta gente es de aquí?

-Muchos son españoles. Yo no, soy de Minesotta. Ethan también es estadounidense, aunque habla muy bien el español. Se lo ha enseñado Tirso.

Ethan entró en el granero medio corriendo. Se subió a un pequeño púlpito que había cerca de la puerta.

-Amigos, el almuerzo está servido. – gritó a la concurrencia.

Todos empezaron a aplaudirle y a vitorearle. Él les hizo un además con la mano como indicándoles que no le tomaran el pelo. Cuando se bajó de la tarima fue al encuentro de Olga y Ventura.

-Tirso os espera. Me ha pedido que os pidiera perdón en su nombre, por no haberos atendido antes. Estaba ocupado con el almuerzo. Isabel, ya me encargo yo. Creo que tienes que ocuparte de unas cosas.

La mujer miró al joven. Olga creyó distinguir un cierto rictus de contrariedad, que dominó rápidamente. Volvió el gesto sereno y una ligera sonrisa.

Me ha encantado conoceros. Luego espero veros.

De nuevo, Ventura se quedó prendado de la actitud de Ethan. Y esta vez no pudo contenerse y se lo comentó.

-Me da envidia esa alegría que tienes siempre. De verdad.

-Gracias. Me sirve para superar los días o momentos de abatimiento. Intento ir siempre con la sonrisa por delante. Por mí y por los demás. Es una forma de conseguir que mi ánimo interior se contagie.

Olga les miraba fijamente. Ethan se dio cuenta y le enfrentó la mirada. Olga no pudo contenerse y alargó la mano para acariciarle la cara. Él tuvo un impulso y abrazó a la comisaria.

-Tirso tiene razón. Eres buena, Olga.

-Si un día vienes a España, te presentaré a unos amigos con los que seguro haces buenas migas.

-Tengo pensado ir. Cuando tenga dinero. Me gusta España. Tirso habla mucho de allí. Por eso estoy aprendiendo español.

-Ya os he dicho antes que lo habla muy bien. Hasta lee libros en español. – era Isabel que se había decidido a participar en ese momento íntimo que había protagonizado el benjamín.

Aunque había amagado con irse, la mujer parecía haber vuelto sobre sus pasos.

-Como si lo viera, de Jorge Rios.

-¿Cómo lo sabes? – el gesto alegre y sonriente de Ethan se convirtió de repente en uno de sorpresa.

-Todos lo leemos. Ya es una broma entre nosotros.

-Me encantaría conocerlo

-Esto también está en la mano de Olga – dijo Ventura – Así que si vas a España, uno de los amigos que te puede presentar es Jorge Rios.

-¿De verdad?

-Sí, de verdad. Vamos, que veo a Tirso que nos mira preocupado.

-Estará pensando que te estamos aplicando el tercer grado.

Esta vez sí, Isabel se fue en sentido contrario al que seguían Ethan y los dos policías. Se encaminaron hacia uno de los laterales de la casa. En la galería lateral había una mesa preparada para quince comensales. Tirso los esperaba allí y los abrazó.

-Me alegra que hayáis podido venir.

-Nos tenías que haber avisado de toda esta actividad. Hemos pensado al llegar que nos habíamos equivocado de finca. – había sido Ventura el que había hecho la broma.

-Mira Ethan, este hombre, cuando los dos éramos más jóvenes que tú, tocamos el piano durante todo un verano.

-¿Tocas el piano? – le preguntó Ethan con gesto ilusionado – A mí me gustaría, pero soy un negado.

-Bueno, tocar, si, lo toco, pero vamos, para …

-No le hagáis caso. Hace unos días tocó con otro viejo amigo, en un escenario, y lo hizo de miedo.

-Yo te doy parte de mi alegría y tú me das tu facilidad para hacer música.

-Por mí encantado. Te doy toda mi música por una décima parte de tu contento.

-Ni se te ocurra. Toda no. Yo quiero disfrutarla. Y no me habías dicho que tocaste con Tirso.

-A lo mejor porque no me acordaba.

-Pues no eres tan mayor para eso.

-Ya veo que todos estáis unidos en mi contra. – se quejó Ventura fingiendo resignación.

-Yo te defiendo – se apresuró a decir Ethan.

-Venga, sentémonos. Y comamos.

.

Jorge se quedó mirando a su sobrino Kevin fijamente.

-Te doy el doble de lo que necesitas. Pero si me cuentas de verdad para que lo quieres. No tiene un pase que me digas que lo quieres para unas zapas nuevas, porque las va a ver tu madre. Y te va a preguntar de donde has sacado el dinero. Y cualquier excusa que te inventes, va a ser peor que decir que te he dado el dinero yo.

Kevin bajó la vista y miró enfurruñado a su tío.

-Pero tío, no le tienes que contar nada a mis padres. No pueden saber que me has dado dinero a parte de la propina.

-¿Por qué? Tranquilo, que no se lo voy a decir. Pero ¿Por qué es una tragedia que se enteren que le regalo algo a uno de mis sobrinos?

-No les gusta que te pidamos dinero. Dicen que nos tenemos que acostumbrar a vivir con lo que tenemos.

Jorge levantó las cejas sorprendido.

-Tampoco te doy tanto. Con eso te da para una hamburguesa con tu novieta y unas pipas.

De repente a Jorge se le ocurrió una pregunta.

-Dime la verdad anda. ¿Os siguen dando propina?

Jorge solo con ver la cara de Kevin supo la respuesta.

-¿Tienen problemas? Les podría ayudar …

-Mamá me mata si se entera …

-Pues sí que se te ha contagiado mi dramatismo – bromeó Jorge.

-No te burles, tío.

-¿Quieres otra hamburguesa?

-Pues no te diría que no.

-Vete a pedir anda. Y pídeme a mí otra también. Pero ahora esa que tiene salsa barbacoa.

-Vale.

-Mientras te hago una transferencia …

-No, tío. Prefiero que me lo des en dinero. La transferencia se pueden enterar los papás.

-¿En tu cuenta secreta?

-Nunca ha sido tan secreta.

Jorge no le gustó enterarse de eso. Fue a preguntar, pero no le apetecía entrar en esas investigaciones. Quería disfrutar de Kevin hablando de otras cosas.

-¿Para que es?

-La cuota del curso de teatro. – Kevin bajó la vista.

-Pero eso …

-Devolvieron el recibo. Tres meses seguidos.

-Vamos a hacer una cosa. Vete a secretaría del cole …

-Mejor me vas dando el dinero y voy y lo pago en secretaría. Si no ven los recibos devueltos puede que se mosqueen.

Jorge se rindió. Sonrió y puso su mejor cara de cariño hacia su sobrino. Le abrió los brazos y éste, sin dudarlo, aceptó en abrazo de su tío. Aprovechó para besarlo en la mejilla varias veces.

-Rascas, tío.

Jorge lo apartó fingiendo enfado.

-¡Oye! Que no me ha dado tiempo a afeitarme … por venir a verte a todo correr. Llegué de viaje a las siete de la mañana, que lo sepas.

-¿La hamburguesa de beicon y salsa barbacoa?

-Y patatas fritas.

Kevin se levantó pero no había dado dos pasos cuando volvió.

-Ahora no le des al coco ni te preocupes.

-Que no. Vete anda, y pide.

Decidió hacerle caso a su sobrino y no darle al coco. Además, ya tenía bastantes cosas de las que preocuparse. Y con todos los gastos de la nueva tienda, era normal que su hermano y su cuñada estuvieran un poco apretados. Y lo de pedir ayuda, no era el fuerte de Gaby. Al menos a partir de un punto.

Jorge Rios”.

.

Las once personas que Tirso buscó para acompañar a Olga y Ventura en la comida, eran todos compañeros de viaje de Tirso en Anfiles. Habían tenido suerte y habían podido salir de Anfiles sin demasiados problemas. De todos ellos se encargó el Tirso auténtico de encontrarles una salida cuando dejaron de ser interesantes para la organización. Todos tenía cientos de historias que contar de sus experiencias en esa organización. En un momento determinado, Olga les pidió permiso para grabar sus testimonios.

-Pueden ayudarnos luego a comprender y apoyar a otros compañeros vuestros. Y quizás a detener y llevar a la cárcel a algunos de vuestros verdugos.

Se miraron todos. Y al final de común acuerdo, Tirso asintió con la cabeza.

Los relatos de esas diez personas no diferían en lo sustancial de otros tantos que Olga había escuchado. Todos tenían sus matices y a cada uno de esos hombres, les había repercutido de una forma distinta. Ventura no estaba tan acostumbrado como Olga a escuchar esas vivencias. Se le notaba compungido en muchos momentos, y en otros directamente sobrepasado. Ethan que se había sentado a su lado, estaba pendiente y procuraba romper ese sentimiento de congoja con alguna broma.

-Olga conoce a Jorge Rios – exclamó de repente Ethan. – Me lo ha dicho antes.

Ese comentario originó en la mesa una algarabía inusitada. Todos querían comentar a la vez alguna novela de Jorge, o sus experiencias al leerlas. Sobre todo, querían que Olga les contara cosas del escritor.

-Olga por favor, consigue un saludo de Jorge para los proscritos de Carolina del Norte.

-De haberlo sabido …

-Llámalo, anda. Dos minutos y que nos mande un saludo. Preparo en un momento la pantalla ¿Te parece Tirso?

La ilusión que transmitía Ethan hacía muy difícil para Olga quitarse ese marrón de encima. Tenía que llamar a Jorge y que éste estuviera en disposición y en un sitio adecuado para hablar con ellos. Y era además, ponerle en un compromiso. Todo lo que estaba viviendo en esas horas, eran situaciones que dejaban a uno con pocas ganas de ser agradable con nadie. Y según las noticias que le iban transmitiendo, solo con asumir el estado en que quedaron los coches de la comitiva señuelo después de deflagrar la bomba, tenía motivos para hundirse en la melancolía para semanas.

-Llama a alguno de los que estén con él de guardia. – le susurró Ventura – para tantear en que situación está.

Olga se disculpó y se levantó de la mesa. Se alejó e hizo algunas llamadas. Cuando volvió le tendió su teléfono a Ventura.

-¿Lo preparas? Esperemos que todo vaya bien.

Ventura sonrió.

-Claro.

-Vamos a intentarlo, pero no es seguro que lo consigamos. Está en un sitio con mala cobertura.

Mientras Ventura y Tirso preparaban el equipo para que todos pudieran ver y escuchar a Jorge, el resto de las personas que habían compartido mesa con algunos otros compañeros que habían comido en otras, asaetaron a Olga a preguntas sobre Jorge. Todos estaban deseosos de conocer detalles del escritor y también saber si algunos de esos personajes que salían en sus novelas eran reales. El frutero y el niño de quince años, parecían los preferidos. Y la barrendera con pintas de Paulina Rubio.

Olga respondió a todo como pudo. Tuvo que hacer memoria sobre algunas de sus conversaciones con Carmen sobre comentarios que le hacían los escoltas sobre los encuentros con las personas cercanas del barrio, con los que tuvieron ocasión de hablar ellos mismos. Cada uno de los que estaban allí, tenían una novela preferida. “Tirso” era citada por muchos, pero “la angustia del olvido” y “deLuis” también eran citadas a menudo.

-Diles por favor que yo no soy el “Tirso” de la novela. No me creen – dijo Arlen fingiendo desesperación.

-¿No lo eres? Pero bueno, me has tenido engañada – bromeó Olga. Se puso seria y les aseguró poniendo toda su capacidad de persuasión, que el Tirso de la novela, no era el Tirso que era su anfitrión ese día y que se dedicaba a apoyarles.

-Algunos ya lo sabéis – les dijo mirando fijamente a tres de ellos.

Esos tres bajaron la cabeza, pero no abrieron la boca. No querían indicar al resto que ellos si habían conocido al “Tirso” de la novela. Olga fue a citar a Germán, pero se lo pensó mejor y ya que ninguno lo había sacado en la conversación, pensó que habría alguna razón que se le escapaba para que eso hubiera sucedido así. Intuía que de los más jóvenes, se había encargado ese último y no Tirso.

Tuvo un flash y se le puso un velo de preocupación en la cara. Todos parecían muy partidarios de la causa. Pero … de repente le apareció en su mente la idea de que alguno de ellos fuera un infiltrado. Quizás entre todos los que estaban ese día allí, casi treinta personas calculaba, uno de ellos o varios, eran de esos que al salir de Anfiles se habían convertido en sus mercenarios. Uno de esos que se pasaron al lado de los verdugos.

Del equipo de vídeo salieron unos ruidos que anunciaban que estaban haciendo pruebas de conexión. Vio fugazmente en la pantalla a Iker y a Fernando. Como una sombra, vio también a Aitor, con la cara tapada con un pasamontañas como los que utilizaba los beltzas de la Ertzantza. Aitor miraba a la cámara y debía tener una pantalla en la que la vio, porque le lanzó un beso con la mano. Ella se lo devolvió rápidamente. Le pareció que Aitor lo había visto, porque vio su sonrisa asomando por el hueco de la boca del pasamontañas. Carmen andaba por allí con JL. Hablaban muy serios. Vislumbró en la ropa de Carmen restos de vómito. Eso la hizo saber que los descubrimientos que habían hecho eran de los que eran difíciles de soportar. Eso colocaba a Jorge en el centro de toda la operación, a parte de ocuparse de Aitor, que también notó Olga, que estaba sufriendo multitud de dolores, como siempre. Estuvo segura de que no iban a disfrutar al mejor Jorge. O a lo mejor sí. A lo mejor eso le espoleaba a acercarse más a sus oyentes.

-Ya estamos. – gritó Ethan eufórico.

Olga atendió a un gesto de Ventura para que se acercara.

-Es mejor que hagas tú las presentaciones. Parece que Jorge estaba a punto de irse. Dani está con el resto de invitados haciendo una visita a unos amigos. No sé si he entendido que en Milagros, un pueblo …

– … de Burgos. Una casa que tienen Dídac y Néstor en ese pueblo. La conozco.

-Debe de estar agotado. Tus chicos parecen sobrepasados por lo que han vivido.

-Ya he visto la cara de Carmen. Los demás estarán parecido. Me hago cargo.

De repente Jorge apareció por un lateral y se puso frente a la cámara.

-Olga, cariño. – saludó a la comisaria a la vez que la sonrió.

-Jorge, perdona que te asaltemos de esta forma, pero estoy aquí en Carolina del Norte con unos amigos que nos han invitado a comer a Ventura y a mí. Y …

-Me tienes que presentar a ese Ventura. No me has hablado de él. ¿Es el que está a tu lado?

-Es guapo ¿Verdad? – la cara de Olga reflejaba el tono alegre que quería darle a la videoconferencia.

Jorge se echó a reír.

-Lo es sí. Y todos …

Pero Jorge no apartó la mirada de Ventura. Esto incomodó al agente del FBI que pensó que lo estaba radiografiando físicamente.

-Estoy aquí, y os estoy oyendo – bromeó también Ventura, sobreponiéndose a esa idea que había aparecido en su mente.

-Iba a decir que como todos los que te acompañan. Hoy me das envidia Olga. Buenas tardes a todos.

Olga se apartó un poco del primer plano y así la cámara tenía una visión del grupo al completo. Ahora alrededor de la mesa estaban casi todos los que ese día estaban en la reunión de los viernes en casa de Tirso.

Se pusieron a aplaudir con ganas. Muchos se levantaron de las sillas emocionados.

A Olga le extrañó que como fondo tras la imagen de Jorge, ahora se venían a tres miembros de los GAR con la cara cubierta y pertrechados con todo su equipamiento. JL parecía no tenerlas todas consigo y quería asegurarse de que a Jorge no le pasara nada. Y seguramente también quería conseguir que no saliera en la transmisión nada de lo que había pasado allí. Había notado a los escoltas habituales de Jorge bastante cansados. Fernando y Raúl por ejemplo. Y a Nano y Carola también. Debía haber sido una experiencia agotadora. Quizás JL había querido dejarles respirar un poco para que se recuperaran. Si tenían que emprender viaje a Milagros, deberían descansar un rato.

-Oye, Olga, antes de que se me olvide, por favor, saca una foto de todos así en grupo. Me gustaría incluirlos en alguna de las ediciones especiales que estoy preparando de mis libros.

-Claro, ahora la saco y te la mando.

-A ver contadme. ¿Habéis leído ya “La Casa Monforte”?

-Yo me la leí en dos días. Te lo juro. No podía dejar el libro. Es acojonante.

Aunque Ethan había hablado en inglés “acojonante” lo había dicho en perfecto castellano. Eso hizo reír a Jorge.

-¿Cómo te llamas? Pareces el peque de todos.

-Soy Ethan. Y que sepas que soy el mayor fan.

-¿Nos conocemos Ethan?

-Qué mas quisiera. Te juro que estoy ahorrando para tener dinero e ir a España, más ahora que Olga me ha dicho que me va a llevar a verte.

-Entonces eres de allí.

-Sí.

-Pues lamento haberme equivocado y no conocerte. Me hubiera gustado que hubiera sido así. Esperaré ansioso a que vengas a España entonces.

-Voy a quitarme hasta de comer para ahorrar más deprisa.

-Eso no. Tú tranquilo que tenemos toda la vida para charlar y abrazarnos. Porque espero que cuando nos veamos me abraces.

-¡¡Claro!! Joder, que ilusión.

-Venga, por turnos, decidme quién … pero a ti sí que te conozco.

El gesto de Jorge se había vuelto serio. Olga negaba con la cabeza. No era de sorpresa, porque esas cosas ya no le sorprendían del escritor. Estaba señalando a Arlen.

-¿Cómo te acuerdas si era un crío?

A Jorge se le iluminó la vista. De repente unas cuantas piezas encajaron en su cabeza.

-Tirso. – dijo lentamente. Tuvo el impulso de decir su nombre verdadero pero se contuvo a tiempo. Quizás una pequeña mueca que vio en Ventura le hizo tener cuidado. Se apuntó mentalmente en llamar a Javier para recriminarle que le hubiera ocultado que Olga había encontrado al hermano, al menos sobre el papel, de Carlota Campero.

Jorge empezó a mirar a todos. Solo podía ver bien a los que habían compartido mesa con Olga y Ventura, que eran los que estaban en primera fila. Según les miraba les sonreía.

-No me lo puedo creer. Lo habéis logrado. Me hace muy feliz veros reunidos, aunque sea a miles de kilómetros.

-Sácanos de dudas, escritor – Ethan de nuevo había tomado la palabra – Algunos pensamos que Tirso, nuestro Tirso, es el de tu libro. Él dice que no.

-Pero bueno. ¿No me creéis cuando os digo que no tengo nada que ver con el Tirso de la novela? ¡Que decepción! – Tirso no perdió la ocasión de bromear con sus amigos. – Y vais y le preguntáis a una persona que acabáis de conocer. Y a más, después de que Olga os lo haya asegurado hace un rato. No os vuelvo a invitar a comer. Nada. El próximo viernes pagas tú, Ethan.

-Pues comeremos alfalfa recién segada – el benjamín soltó una carcajada.

Jorge relajó su mirada y sonrió.

-Pues os ha dicho la verdad. Tirso, el de la novela, solo es un personaje.

-Eso no me lo creo.

-Pues créetelo. El Tirso de la novela reúne a muchas personas. Y ninguna de ellas es vuestro amigo.

-Mi novela preferida es “La angustia del olvido” – dijo uno de los que estaban en primera fila.

-La mía es “deLuis”.

-La mía también. Y ahora “La casa Monforte”. Es un chute de esperanza y alegría.

-Y el malo de “deLuis” ¿Va a tener una novela? – preguntó otro.

-¿Cómo te llamas? Decidme por favor vuestros nombres de pila. Para saber quienes sois.

-Enrique – dijo el último que había hablado.

-Pues Enrique, te anuncio que aunque tendrás que esperar un poco, esa novela llegará.

-Hazle pasarlas putas – dijo otro. – Perdón, me llamo Julio.

-Yo creo que a Sergio el de “deLuis” le tienes que dar pal-pelo.

-¡Olga! No me has dicho nunca cual es tu novela preferida de las mías.

La comisaria masculló a la vez que negaba con la cabeza.

-Nunca me decido por ninguna. Me gustan todas.

-Alguna te gustará más. Aunque sea por un detalle pequeño.

-Pues te voy a empezar diciendo la novela preferida de mi hijo, que esa la tengo clara: “deRosario”. Creo que la habrá leído cinco o seis veces. Y habla con pasión de ella. Se sabe de memoria párrafos enteros.

-Pues es larga – dijo alguien al fondo en tono jocoso.

-¿Cuál no? – Julio siguió con la broma. – Pero a mí me resultan cortas, porque no quiero que acaben. Me gustaría que todas tus novelas no tuvieran final. Que cada vez que cierro el libro, cuando lo abra de nuevo, aparezcan doscientas páginas más. Y así siempre.

-Si lo miras bien, todas sus novelas en realidad son una. – apuntó Enrique.

-Pues también tienes razón. El mundo de Jorge que va de novela en novela, sus protagonistas, son en realidad los de su novela única, que tiene capítulos que son en realidad cada una de las novelas en sí.

-Me gusta esa forma de verlo, Ventura. – le dijo Jorge.

-Es que es cierto – dijo Ethan chocando el puño con Ventura. – No me había dado cuenta.

-Olga no me has dicho al final cual es tu preferida.

-Si me tuviera que decantar por una, sería “Todo ocurrió en Madrid”. Y “Las Gildas”, tu novela olvidada.

-Yo también me apunto a “Las Gildas”, dijo Ventura.

-Me gusta que la citéis. Casi nadie la cita cuando pregunto.

En ese momento Fernando se puso a su lado.

-Olga te veo bien – saludó a la comisaria. – Siento ser aguafiestas, pero os tengo que interrumpir. Nos tenemos que ir.

-Nada no te preocupes. Y gracias por el piropo. No te lo devuelvo, porque te noto hecho una piltrafa.

-Lo está – se rio Jorge. – Que a ver, a todos vosotros, que nos vemos cualquier otro día. ¿Cuándo os juntáis?

-Los viernes. Hacemos comida.

-Pues un viernes, volvemos a montar este tinglado y comentamos cosas. ¿Os parece?

-Ok, escritor – dijo Ethan emocionado.

-Muchas gracias por leerme y por vuestro apoyo – les dijo Jorge.

Fue el momento en que todos volvieron a aplaudir y a levantarse. Olga se unió con su famoso chiflido, que casi deja sordo a Ventura que estaba a su lado. Jorge les saludó con la mano a modo de despedida y la comunicación se cortó.

Jorge cambió el gesto radicalmente cuando supo con certeza que ya no le podían ver.

-Escribe a Olga, Fernando, y pregúntala por la mujer que estaba en un lado, apartada de todos. La que no ha participado.

-¿Por?

-No sé. Algo me ronda la cabeza. Si puede preguntar e indagar, mejor que mejor.

-¿Y al chavalín? ¿Lo conocías o te has equivocado de verdad?

-Ya hablaremos de ello, Fer. Vámonos que tengo ganas de dormir. Y tú a mi lado.

Fernando fue a protestar pero Nano le hizo un gesto rotundo para hacerle ver que se ocupaba él de todo.

-Vamos.

.

Éste segundo día, Olga de nuevo volvía a estar agotada. Ventura no estaba mucho mejor. Eso consolaba a Olga de alguna forma. En cuanto se bajaron del coche, Olga le cogió del brazo y apoyó la cabeza en el hombro del agente del FBI.

-¿Cenamos donde ayer?

-Sí, no nos compliquemos. Se comía bien y está casi puerta con puerta con el hotel. Pero pide más patatas, que son raciones pequeñas.

-¿Pequeñas? – Ventura no pudo evitar el tono de chufla. Se hubiera echado a reír si hubiera tenido fuerzas.

-Creo que mañana nos lo debemos tomar con calma. Y ni se te ocurra mirar el móvil. No sé si confiscártelo …

-Te va a dar igual. Si quieren decirme algo, ya buscarán el tuyo.

-Ya lo he apagado. ¿Tienes hambre?

-Mucha – contestó Olga – Y tú debes tenerla. Si entre escuchar a unos y a otros, luego tú preparando la videoconferencia con Jorge, no hemos comido nada. Y eso que todo estaba muy rico. No he podido comer ni una de esas mazorcas de maíz.

-Tienen en el restaurante. ¿Te pido una?

-O dos.

-¡¡Olga!!

-Si no ceno, no puedo dormir.

-A veces pareces una niña pequeña.

-Cuando estoy cansada, lo soy. Siento mostrarte mis debilidades. A lo mejor mis enemigos tienen razón y soy débil.

-No digas bobadas anda. Te lo perdono porque no sabes a estas alturas dónde tienes la mano derecha.

De nuevo, Ventura pidió comida como para cinco personas. Y aún así, estaba seguro que Olga acabaría por comerse parte de su última hamburguesa. Y sus patatas. Había una cosa en la que Olga tenía razón: apenas habían probado bocado. Y luego, con la euforia que había provocado la videoconferencia con Jorge, la merienda la vieron pasar por delante de ellos.

Apenas comentaron nada en la comida. Solo vaguedades sobre lo que habían vivido ese día. Después de que Jorge cortara la comunicación, la charla se había animado. Tirso hizo una especie de queimada con un toque especial que Olga no acabó de pillar. Le preguntó a Arlen, pero éste sonrió y no contestó. Eso animó a todos a sincerarse todavía un poco más.

Los dos se dedicaron prácticamente a escuchar. Ethan hizo de moderador de la charla. Era un joven increíble. Y como siendo el más joven con diferencia, el resto le mostraban respeto y sobre todo, un cariño inmenso. A Olga le hizo gracia que pese a ello, el joven siempre parecía buscar la compañía de Ventura. De alguna forma esos dos habían conectado.

-¿Te ha contado Ethan algún secreto de su vida?

Ventura masticaba despacio la primera de las hamburguesas que se había pedido.

-No. He pensado en preguntarle, pero al final me he arrepentido. Parecía tan feliz … te lo juro, me da una envidia … Ojalá fuera como él.

-Puede que sea el que más sufra de todos. No te engañes. Y mira, tú sientes fascinación por él, por la alegría que transmite, pero él parecía estar muy a gusto a tu lado. Será que le atraen las personas enfurruñadas.

-¡Hoy no he estado enfurruñado! – el tono de queja era manifiesto en sus palabras.

-Has estado menos, pero lo has estado. Y te repito: ten presente que Ethan …

-Estoy seguro de que es así, Olga. Sufre mucho. Pero se mantiene a flote con esa actitud que …

De repente a Olga se le ocurrió una cosa, que la desanimó. Intentó apartarla de su cabeza y sobre todo de su cara. Pero Ventura había visto esa nube que opacaba los ojos de la policía.

-Ya. Piensas en Humberto, el personaje de “Calla y corre, amor”. Siempre alegre hasta que un día sus compañeros de piso se lo encuentran muerto en la bañera con las venas rebanadas.

-Jorge lo ha conocido.

-Si es estadounidense, es improbable que lo haya … solo ha venido aquí de promoción.

-No sabemos nada de él. Ni de Isabel. Ya te he enseñado el mensaje de Fernando. Jorge le ha pedido que lo mandara antes de quedarse dormido nada más sentarse en el coche.

-Creo que los que estamos en este caso, el día menos pensado vamos a morir, no por los disparos de los malos, sino porque nos vamos a quedar dormidos al volante. Creo que no podemos … podéis seguir con este ritmo. Lo mío al fin y al cabo es temporal.

Ventura esperaba que Olga volviera al ataque para convencerlo de que se uniera a ellos. Pero no lo hizo. Siguió comiendo su segunda hamburguesa y picando patatas de vez en cuando. Un camarero les acercó una ensalada como invitación de la casa.

-Les ha debido parecer que nos íbamos a quedar con hambre. – bromeó Olga.

-O que necesitábamos algo libre de grasa. – Ventura se echó a reír.

Comieron durante un rato en silencio.

-Ha debido ser algo terrible la operación de hoy. Todos parecían abrumados y superados.

-Pues imagina las fotos del otro día. Habrá sido más de lo mismo. Pero con tres días de diferencia. Tres días en los que nadie les habrá dado de comer, ni de nada.

-¿Te han contado algo?

-He visto algún mensaje. No he querido leerlos en profundidad. Ya he tenido bastante con las historias de los chicos de hoy.

-Alguno tiene secuelas importantes.

-Los que he visto hasta ahora, en general tiene problemas para dormir. Casi todos. Problemas de ansiedad, la mayoría. Depresión. Odio por su cuerpo, algunos. Indiferencia al sexo, bastantes.

-Entonces como los que hemos visto hoy.

-Y como Arlen.

-Y Ethan. Me he fijado que tiene ojeras.

-¿Ves? Candidato a ser un Humberto cualquiera.

-No jodas. Me rompería los esquemas que acabara así.

-Bueno. Procuraremos darle apoyo.

-Tengo su teléfono.

-No te impliques demasiado con él. Te ha caído bien, vale. Pero … no quiero que lo pases mal si a él le ocurre algo.

-A lo mejor si le presionamos para que nos cuente … es contraproducente.

Olga movía la cabeza.

-Si no se libera, si no confía en alguien y cuenta lo que le ha pasado, nunca volverá a estar bien. Cualquier detalle puede volverlo a llevar a esa pesadilla que intenta olvidar. Y eso puede llevarle, por la desesperación, a tomar algunas malas decisiones.

-¿Ves por que no quiero volver?

-Solo te diré una cosa, Ventura: te quiero a mi lado. Te necesito. Creo que nos puedes ayudar mucho. Eres como nosotros.

-No soy tan fuerte como vosotros.

-Si siendo un crio has ayudado a Arlen y a Guillermo, que sepa, siendo adulto, aunque joven todavía, y guapo …

-¡Vete a la mierda! – Ventura se echó a reír. – Lo de guapo te lo podías haber ahorrado.

-Te lo ha dicho Jorge.

-No creo que Jorge tenga la acreditación de tener la opinión definitiva sobre la belleza de los hombres.

-No la tiene, pero su opinión es como otra cualquiera, igual de válida al menos.

-Te recuerdo que tiene pareja.

-Y, como has demostrado antes con Carmen saber tanto sobre él, sabrás que tienen una relación abierta.

-Remedio le queda. Dani es … muy sexual.

-¿Por qué sabes tanto de ellos? ¿Los conoces?

-Si la opinión de Jorge es tan … acreditada, si te has dado cuenta no me ha reconocido.

-Jorge tiene un máster en disimular sapiencias.

Olga mordisqueaba despacio una patata frita mientras miraba expectante a Ventura.

-Sé lo que se dice por ahí.

-Mentira. Prueba otra vez.

El gesto de Olga mostraba expectativa y un poco de socarronería.

-¿No estabas cansada?

Ventura habló dedicando solo una mirada fugaz a su compañera. No se atrevió a fijar sus ojos en los de ella.

-Investigué.

Casi fue como si se le escapara. No lo pudo evitar.

-Desarrolla por favor.

-Todos hablaban mal de él. En realidad de ellos, de Jorge y Dani. En la comisaría de Termas. Éste acababa de ser nombrado comisario entonces sustituyendo a Castro. Castro era un gran hijo de puta. Un tipo que denigró todo lo que pudo el uniforme de la Policía Nacional. Y aún así, cuando se jubiló, le dieron honores, condecoraciones y una cena de despedida multitudinaria que no se sabe como la pagó, por cierto. Antes de jubilarse, se ocupó de designar a su sucesor, de su misma cuerda.

-Después ha tenido algunos problemas judiciales. Fueron saliendo a la luz algunos casos en los que su actuación no fue … la mejor.

-Eso será porque os habéis ocupado vosotros.

-No solo nosotros. Están a punto de quitarle algunos honores.

-Es mal enemigo.

-Ya lo sabemos. Procuraremos que no pueda consumar sus deseos de matarnos. Se están acelerando ahora. Sobre todo con Javier.

-Pensarán que así podrán poner en su lugar a alguien de su cuerda.

-¿Quién crees que se postula?

-¿Úbeda?

Olga se quedó pensativa.

-No se me había ocurrido.

-Es uno de sus tapados.

Ventura fue a coger su última hamburguesa. Cometió un error al mirar a Olga justo en el momento en que le iba a pegar el primer mordisco.

-No me lo puedo creer. ¿Todavía tienes hambre?

El agente del FBI volvió a dejar la hamburguesa en el plato y llamó al camarero para que les trajera más patatas y dos hamburguesas.

-¡Qué exagerado! – dijo Olga con la boca llena de la hamburguesa que le había cedido Ventura. Éste solo la miró sin decir nada. Empezó a picotear de la ensalada. Eso era lo único que no le iba a quitar la comisaria.

-¿Por qué no me cuentas lo que descubriste en tus investigaciones?

Olga le sonrió de nuevo con la boca llena.

-Ya sabes la mayor parte de las cosas.

-Me gustaría oírtelo contar a ti. Tu forma de verlo.

-Tú sabrás. Puede ser largo.

-Te escucho.

.

Tardaron casi una hora en salir del restaurante. Como no podía ser de otra forma, a Olga se le antojó probar el surtido de postres para acompañar a lo que Ventura estaba contando.

-Me he dejado antes la tablet en tu habitación – comentó Ventura.

-Pasa y la coges. Espero que no se te ocurra ponerte a mirar nada.

-Así te recojo …

-Ni se te ocurra. Mañana lo hacemos. Y mañana sin prisas.

Entraron en la habitación. Olga fue casi directamente al baño mientras Ventura buscaba su tablet. Cuando la comisaria salió del aseo, se encontró a Ventura tumbado de medio lado en la cama. Se acercó asustada. Pero enseguida se dio cuenta de que se había quedado dormido. Le quitó los zapatos y abrió la cama. Lo acomodó en ella y lo tapó. Sintió el impulso de besarlo en la mejilla.

-Que bobo eres. Aguantar hasta este extremo. Vas a tener razón, corremos más peligro en la carretera volviendo a casa a descansar que por acción de nuestros enemigos.

Le acarició suavemente la cara para quitarle la señal del pintalabios que le había dejado al besarlo. Luego volvió a entrar al baño para desmaquillarse.

.

Una mañana como otra cualquiera. conducía su coche camino de su trabajo. Acababa de tomar café en uno de sus bares preferidos. Bromas con las camareras, risas, un chute de energía para afrontar un nuevo día.

Hacía ya meses que cada día constituía un suplicio para él. El ánimo brillaba por su ausencia. La vida pasaba sin alicientes. Los recuerdos tristes, anidados en su corazón parecían dominar su vida. Su recuerdo … la separación … “es por vuestro bien, juntos corréis peligro”. “Os pueden matar”.

-¿Qué más me da que me maten, si ya estoy muerto?

Lo murmuró entre dientes, con la mandíbula apretada. Muchos días acababa con dolor en ellas. Siempre estaba apretando los dientes, los labios.

Esperaba para cruzar una intersección. De frente venía un camión de reparto. Tenía prisa. Le hubiera dado tiempo a pasar, pero … no confiaba en su capacidad de reacción. Y el camión venía verdaderamente deprisa. Cuando lo tenía a unos pocos metros, se fijó que venía contra él. Miró la cabina y vio al hombre que conducía hablando por su móvil. No miraba la calle aunque cada vez parecía acelerar más. Iba contra él. Otro coche estaba parado detrás de él y empezó a tocar el claxon. Parecía asustado. No hizo amago de moverse. Pensó por un momento en la posibilidad de que ese camión se estampara contra él. Morir aplastado y rodeado de botellas de Coca-Cola. Poner fin a ese deambular por la vida arrastrando los pies, que muchos días apenas podían mantenerlo erguido. Alguna vez pensó que las personas con las que se cruzaba, pensarían que estaría borracho. Sí, era un buen final. Su amor no se enteraría de la desgracia. “Por vuestra seguridad, no podéis mantener el contacto”. Y así lo hicieron. Pero la vida, sin la persona que amas ¿Tiene algún sentido? “Podréis rehacer vuestra vida”. ¿Qué vida?

El coche de atrás, y el de más atrás arreciaban en tocar el claxon. Miró un segundo por el espejo y vio la cara aterrada de la mujer al volante. El camión apenas estaba a unos metros. Casi podía sentir ya el choque. Soltó el embrague lentamente y pisó el acelerador. Giró el volante a la derecha para apartarse. Lo mismo hicieron los dos coches que esperaban detrás de él. El conductor del camión de reparto debió ver algo o escuchar algo que no fuera lo que le decían por el teléfono. Lo vio abrir mucho los ojos y pegar un frenazo. Eladio aceleró: ya que había decidido no morir en ese momento, no le apetecía tener que asistir al accidente del camión, ni que las cajas de Coca-cola le estropearan el coche. Siguió calle adelante, aunque no era por la que debía ir. Escuchó un estruendo detrás de él al volcar el vehículo de reparto. Luego leyó en un periódico digital que se había estrellado contra unos coches aparcados. Miró por el espejo y vio como le seguían los mismos dos coches, que también habían decidido seguir un camino que no querían. La conductora del primero suspiraba aliviada adornando el suspiro con una ligera sonrisa. Seguramente había pensado que había salvado el pellejo de Eladio y el suyo propio por su persistencia en el claxon.

-Si tu supieras amiga …

Pero ella no tenía la culpa. Porque a ella también le hubiera tocado. Y no era justo que esa desconocida, pagara por que él, Eladio Pérez, un día, tuviera que separarse de su amor. Pero otro día, quizás, un día sin que nadie sufriera las consecuencias, se quedaría parado esperando la colisión. Y el sinsentido de su vida, llegaría a su fin.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 92.

Capítulo 92.-

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Aritz no estaba convencido de dejar a Javier solo en la Unidad. Solo no iba a estar, había tres inspectores de guardia, a parte de otros miembros del equipo que se estaban encargando de las investigaciones del asalto a la casa de Álvaro Cernés. Pero lo conocía bien y sabía que a veces, que estuviera cerca una de sus personas de su círculo íntimo, le venía bien. Olga estaba lejos, Matías se había vuelto a marchar a Murcia para cerrar el caso que le había ocupado los últimos días, Carmen se había ido a la cama obligada por Javier … seguro que Carmen no sabía que Javier pretendía quedarse toda la noche perfilando el caso de Álvaro.

En eso iba pensando mientras conducía camino de la casa de ese Rubén. El GPS le anunció que había llegado a la dirección que le había dado Javier. No era mala calle y la casa tampoco parecía de gente humilde, más bien de clase media-alta. Si ese joven estaba perdido en sus noches de juerga y su tía decía que había dejado prácticamente su trabajo como diseñador, no le acababa de cuadrar. Su nivel económico no debía ser malo. Dio una vuelta a la manzana para encontrar sitio para aparcar. No tuvo suerte. Al final hizo lo que le había visto hacer a Carmen muchas veces: lo subió en la acera, en una calle perpendicular, puso los rotativos sobre el salpicadero y el cartel de policía.

En el momento en que iba a salir del coche, escuchó un toque de sirena en la calzada, justo detrás de él. Se giró para ver quien era: era una patrulla de la Local. Se abrió la ventanilla del copiloto y una cara sonriente le saludó. Aritz la reconoció enseguida.

-Susana, anda que … tener que encontrarnos aquí hoy …

El conductor del coche de la Local giró para aparcar al lado del coche de Aritz. Susana se bajó y se saludó con Aritz con dos besos.

-Esta es la calle donde vive el chico ese de la agresión de hace unas semanas. Me da que no estás en esta zona por casualidad ¿No?

Aritz sonrió.

-He venido a echar un vistazo a su casa. Ese joven es un misterio. ¿Ha pasado algo?

-Damos algunas vueltas de vez en cuando. Carmen lo pidió a nuestro jefe. Lo hacemos nosotros, los compañeros de Proximidad … Antes ha llamado un vecino que estaba asustado porque había dos personas rondando el portal de ese joven. Dos o tres. Según este vecino, los ha visto desde primera hora de la mañana. En un coche, parados hablando al lado de un árbol echando un cigarrillo … tomando un café en aquella terraza … siempre mirando hacia el edificio. Ha dicho que en una ocasión, con el pretexto de ayudar a una señora con la compra, han entrado en el portal. Aunque han vuelto a salir enseguida.

Aritz puso cara de extrañeza.

-Ya veo que no vienes por eso.

-Venía a echar un vistazo a su casa con tranquilidad. Hay demasiadas cosas que no cuadran y Javier quiere ya algunas respuestas. ¿Habéis visto algo?

-Cuando hemos llegado la primera vez, un coche ha salido nada más llegar nosotros. No es nada raro, quiero decir, un vecino que ha cogido el coche para ir a trabajar, por ejemplo, justo cuando hemos aparecido. Hemos preguntado por la matrícula y no había nada raro relacionado con ese coche.

-Pero … te has quedado con la mosca detrás de la oreja.

-Nos hemos ido, pero al poco hemos vuelto, esta vez con los distintivos apagados. Hemos aparcado y hemos dado un paseo con calma. El coche volvía a estar justo en el mismo sitio del que había salido. No hemos visto a sus ocupantes. El dueño del coche, no vive por esta zona. ¿Sabes de estas veces que no ves a nadie ni nada raro … pero tienes una sensación extraña?

El compañero de Susana se había bajado también del coche. Aritz chocó puño con él.

-Es que lo que dice Susan, lo hemos sentido los dos. – abundó Antonio. – Hemos ido al bar ese dónde les habían visto y nos hemos puesto en la terraza a tomar un refresco. El dueño se había fijado también en esos tipos. No son de los habituales. Parecían pendientes de algún portal de la zona.

-Ha sido una pena que no se ha dado cuenta si han venido en coche. – abundó Susana.

Aritz que estaba acostumbrado a hacer caso a esas sensaciones de ir tanto tiempo junto a Javier, instintivamente se apartó la cazadora para tener su arma más accesible.

-He dicho a la Central que estabas por aquí y que hemos parado para apoyarte. Mandan otro coche que se queda pendiente. Nos sirve de apoyo si quieres que entremos.

-¿Y exactamente que ha dicho ese vecino?

-Que llevaban toda la tarde rondando por la zona. Y que parecía estar observando el portal e incluso miraba la fachada. La casa de ese Rubén da a esta parte. Y el coche en cuestión, está aparcado ahí. – Antonio señaló un Hyundai Tucson de color blanco.

-El vecino se piensa que están estudiando el edificio para entrar a robar a las casas. – apuntó Susana.

Aritz sacó el móvil y llamó a Javier. Le explicó la situación.

-Son Susana y Anto, no son dos recién llegados. Son de confianza.

-Dales recuerdos a los dos. ¿Qué vais a hacer?

-Sería conveniente que alguien eche un vistazo a las cámaras de los alrededores. Viene otra patrulla de la local para cubrirnos las espaldas. Pensaba subir a ver que encontramos.

-Me encargo. Te mando a Tere y a Elías. Al menor atisbo de problemas, pulsa el botón de emergencia. Alerto a la UIP y a los GEO de Jose. Está de guardia él.

-Esperemos que no haga falta. Lo más probable es que no sea nada.

-Tened cuidado. Ya sabes lo que pienso de esos pálpitos de los policías competentes y experimentados. Susan y Anto lo son.

-¿Vamos? – les dijo cuando colgó.

-Mira, ya están los compañeros.

Otro coche de la Local se había situado en la esquina contraria a la que estaban ellos. Hicieron una señal con los faros pero no salieron del coche. Apagaron también los distintivos y se quedaron a la expectativa.

Aritz se palpó los bolsillos en busca de las llaves de la casa de Rubén. Cerró el coche antes de encaminarse los tres hacia el portal.

-Esa cerradura es muy fácil de abrir – comentó Antonio.

Aritz afirmó con la cabeza. Introdujo la llave correspondiente y la puerta se abrió sin problemas. Los tres policías se habían puesto guantes de látex. Aún así, tuvieron cuidado de no tocar demasiado la puerta.

-Puede que todo sea … una tontería.

-Mejor si lo es. Pero si no lo es, no nos pillarán en bragas.

Era un portal amplio y largo. Los ascensores estaban al fondo. Las escaleras estaban justo antes de aquellos pero en frente. La escalera era independiente, no caracoleaba alrededor de los ascensores. Aritz encabezaba la comitiva. Andaba despacio, intentando no hacer ruido. Sus dos compañeros hacían lo mismo. Los tres llevaban su mano dominante sobre el arma.

-¿Tienes la misma sensación que nosotros? – preguntó Susana.

Aritz afirmó con la cabeza. Señaló las escaleras. Le había parecido percibir el rumor de una prenda de ropa al rozarse con la pared.

Empezaron a subir lentamente. Aritz iba primero, luego Susana y para cerrar, iba Antonio. Subían separados por dos metros y pegados a la pared. Antonio había desenfundado su arma.

Cuando llegaron al segundo piso, Aritz se detuvo. Les indicó que se mantuvieran en silencio y que escucharan. Enseguida los tres percibieron lo que les parecieron los pasos de dos personas y de nuevo, el ruido de un impermeable al deslizarse su dueño pegado a la pared. Aritz no se lo pensó, sacó el móvil y pulsó el botón de peligro. Ahora, Tere y Elías sabrían lo que había y Javier estaría alerta. Y llegarían unidades de apoyo de la Ciudadana y de Intervención.

Otros policías hubieran esperado a que llegara esa ayuda, pero ni Aritz ni los agentes de la Policía Local eran de esos. Los tres parecían sentir el mismo pálpito que les hacía tener la certeza de que había prisa por encontrar a esos asaltantes.

A mitad del tramo de escaleras entre el segundo y el tercero, Susana le puso a Aritz la mano en la espalda para que se parara y volviera a escuchar. Alguien estaba llamando al timbre de una casa. La mujer entendió lo que pretendían.

-¡¡¡¡Policía!!!! ¡¡¡¡Policía Local y Nacional!!!! Que nadie abra las puertas de casa. Repito, que nadie abra las puertas de casa. ¡Apártense de la puerta! ¡Repito: apártense de la puerta! Les habla la Policía.

Aritz aceleró el ritmo de subida, sin descuidar la seguridad.

-¡¡¡Policía!!!

-¡¡¡¡Les habla la Policía!!!! ¡¡Por favor, que nadie abra las puertas de casa!!!

-¡¡¡¡Policía!!!! ¡¡Apártense de la puerta!!

Antonio había llamado a sus compañeros por su sistema de comunicación para que se pusieran delante del portal con las luces encendidas. Enseguida vieron el reflejo de los rotatorios que se colaba por el cristal de la puerta del portal. Cualquiera de lo vecinos que se asomara a la ventana, vería el coche. Y al menos, en los pisos bajos, el reflejo de los rotativos anunciarían su presencia. Pudieron escuchar también a otras patrullas acercándose.

-¡¡¡Les habla la Policía!!! ¡¡¡Qué nadie abra las puertas!!! ¡¡Apártense de la puerta!!

Pudieron escuchar un puño golpeando con rudeza una puerta. Aritz echó a correr escaleras arriba. Susana y Antonio le seguían, ahora ya los tres con sus armas empuñadas. Pudieron escuchar a otros compañeros entrando en el portal. El teléfono de Aritz sonó en silencio.

-¿Dónde?

-Tercero y subiendo. Te dejo las llaves de la casa de Rubén. 3ºF. Seguimos subiendo. Hay alguien. Están intentando que los vecinos les abran la puerta.

-¡¡¡Policía!!! ¡¡¡Deténgase!!! ¡¡¡No tienen salida!!!! – gritó Susana.

-¡¡¡Policía!!!! – gritó su compañero.

Se escuchó un disparo. Ninguno de los tres se paró ni se cubrió. Sabían que los que fueran estaban intentando entrar en una casa para tener rehenes. Era su única escapatoria.

Se escuchó otro disparo.

-Sexto piso. – gritó Antonio. Había visto el reflejo del choque de la bala contra la cerradura.

-¡¡Alto!!

-¡Suben los GEO! – le indicó Teresa a Aritz por el móvil.

Pero Aritz no se detuvo. Los tres escuchaban claramente como esos hombres cargaban con el cuerpo contra la puerta. Los tres echaron a correr escaleras arriba. Estaban en el último tramo de escaleras y uno de los hombres se giró y disparó contra ellos. Uno, dos, tres, cuatro disparos. Aritz se resbaló al pisar algo de líquido que se había vertido en un escalón y estuvo a punto de caer. A pocos centímetros de su cabeza, en la pared, se estrelló una de las balas que había disparado ese hombre. Susana no se lo pensó y disparó ella a su vez. El otro hombre hizo el gesto de girarse con un arma en la mano, pero uno de los disparos de la mujer le dio. Antonio disparó a su vez y dio al otro hombre. Aritz se incorporó y anduvo con el arma empuñada con las dos manos, con el cuerpo en tensión y agachado.

-¡¡¡Arma!!! – gritó Antonio.

Aritz también había escuchado el ruido al amartillar una automática, se giró hacia el sonido y disparó. Fueron los tres hechos casi en el momento: el aviso de Antonio y Aritz girando y disparando. Escucharon un gemido. Aritz siguió hacia arriba con Susana pisándole los talones. Antonio se quedó en el descansillo del sexto para indicarles a los compañeros que ya estaban allí. Los GEO se ocuparon de desarmar a los dos individuos y de registrarlos en profundidad. Aritz alcanzó al tercero que yacía en un pequeño rellano que había entre pisos. Apartó la pistola que todavía tenía a mano y le registró someramente. Le sacó otra pistola que llevaba en una pierna y una navaja de dimensiones interesantes que llevaba en la espalda.

-Quítale los zapatos y ten cuidado, no vaya a tener sorpresas. – le indicó Aritz a Susana.

-Las tiene.

Susana le mostró el zapato que tenía una especie de pincho en la puntera y en el tacón.

-¿Estáis bien?

Jose Oliver, el jefe de los GEO acababa de llegar a su altura con dos de sus agentes.

-Clara, Miri ¿Os ocupáis de éste?

-Desde luego, jefe.

-¿Estáis bien? No me habéis contestado.

Aritz estaba sentado unos escalones más arriba. Estaba frotándose la rodilla de la pierna con la que había parado el golpe al resbalarse. Hasta ese momento no había notado el dolor.

-Se ha resbalado – le explicó Susana a Jose.

-Menos mal que aquí nuestra amiga, estaba al loro y se ha cargado a uno de los de abajo. Y Anto al otro. Si no, no lo cuento. – el policía miraba agradecido a Susan y Anto que hicieron un gesto para quitarle importancia.

Aritz se apartó para dejar pasar al resto del equipo de los GEO que iba a recorrer todo el edificio para asegurarse de que todo estaba bien en cada vivienda.

-¡Policía! ¡Abran la puerta!. Queremos comprobar que todo está bien.

Varios agentes de la Unidad de Proximidad subían detrás para tomar declaración a cada vecino y revisar que todo estuviera en orden.

Tere llegó dónde Aritz y lo primero que hizo fue abrazarlo. Aritz le agradeció el gesto besándola en la mejilla.

-Cuando he escuchado los disparos se me han puesto de corbata – dijo Tere. – Casi pierdo las llaves de la casa de Rubén.

-¿Han entrado?

-No. Casi. Estaba la “llave maestra” en la cerradura. Les habéis pillado justo a tiempo.

-De todas formas el piso huele todavía a pota de borracho que echa para atrás. – apuntó Elías que le tendió el puño a Aritz para saludarlo.

-Habrá que echar un vistazo – dijo Aritz.

-Nos encargamos Elías y yo – le dijo Tere – Tú te vas a que te miren esa rodilla. Menos mal que haces caso a Javier y llevas el chaleco. ¿Ya les has dicho que se vengan con nosotros? No se pierden ningún fregao de los nuestros.

Tere se refería a los agentes de la Local. Susana se abrazó a Tere y lo mismo hizo Antonio. Al igual que Aritz, se conocían de hacía tiempo.

-Éste es Elías, uno de los dóberman famosos de Pati. – presentó Tere.

-Tenía ganas de ponerte cara – le dijo Antonio.

-Y yo a ti. Hemos hablado tantas veces …

-Anda, dejad las relaciones sociales y quitaros de en medio – les recriminó sonriendo José Oliver – Javier me deja de jefe supremo. Tiene lío en la Unidad. Así que a la puta calle.

-Jefe, no contestan en este piso. El de los disparos. Han atravesado la puerta.

-Seguid intentando. Dile a Juan que suba la cámara. Cabe por ese agujero. Comprobemos que todo está bien.

-Bajamos en ascensor – propuso Susana – abajo te espera una ambulancia. Me lo acaban de anunciar.

-No hace falta.

-Que te la miren y te pongan al menos algo de hielo – le reconvino Teresa – Yo me encargo de echar un vistazo a la casa de Rubén. Si es necesario llamo a Jorge para que venga a ayudar. Él la conoce mejor.

-Alguien tendrá que ir con estos al hospital.

-Quiñones se encarga. Javier no suelta el teléfono. Llámale cuando estés abajo.

-Mira, el jefe. – dijo Aritz mostrándoles la pantalla de su móvil donde aparecía su nombre. – Javitxu, ondo nago, ez kezkatu. Eskaileretan zerbaiten gainean irristatu eta belauna jo nuen. (Javitxu, estoy bien, no te preocupes. Me resbalé con algo en las escaleras y me golpeé la rodilla.)

-Ziur? Zoaz ospitalera zu begiratzera. Erregutzen dizut, mesedez. (¿Seguro? Vete al hospital que te miren. Te lo pido, por favor.)

-Handik deituko dizut, ez kezkatu. eta ez duzu joan beharrik, ezagutzen zaitut. (Te llamo desde allí, no te preocupes. Y no hace falta que vayas, que te conozco.)

-Ikusiko dugu horretaz. uzten zaitut. Tere Rubénen etxea zaintzen du. (Eso ya lo veremos. Te dejo. Tere se ocupa de la casa de Rubén.)

-Juan, mira esa es la puerta. No contestan. No vaya a ser que los disparos le hayan dado. – dijo Jose Oliver al compañero que se acababa de incorporar.

-Meto la cámara y lo miramos en un momento.

Javier nada más colgar a Aritz, llamó a la unidad que estaba de guardia en el hospital cuidando de Rubén.

-Atentos. Que nadie entre a verlo sin identificarse. Han intentado asaltar su casa hace unos segundos. Tres personas. Han caído heridas.

-Estamos en alerta. Tranquilo. Hay personal nuevo.

-Pues uno que se dedique a sacarles fotos. A todos. Y nos las mandáis. ¿Casualmente hoy llega personal nuevo? Que no entre nadie. Os mando refuerzos.

Javier empezó a escribir instrucciones en su móvil. Una unidad de Intervención se dirigía ya hacia el hospital.

-Javier, ha llegado Rodrigo Encinar. ¿Quieres que les diga a Ramón y Pedro? – Patricia había entrado como una exhalación en su despacho. Se lo quedó mirando con muda pregunta.

-Si, por favor. De todas formas voy a saludarlo. Luego me uno a ellos. Y no te preocupes, Aritz y Susana y Anto están bien. Aritz se ha resbalado y se ha hecho daño en la rodilla. Pero el tropiezo le ha salvado la vida. Me dice Jose que al caer, una de los disparos de esos ha dado en la pared a su altura.

-¡Joder!

-Él no parece consciente de ese detalle. Jose porque estaba un par de pisos abajo y lo ha vislumbrado.

-Sube en el ascensor – le contestó Patricia a su muda pregunta sobre la visita que esperaban.

Javier salió de su despacho y fue con paso decidido hacía allí.

Cuando se abrió el ascensor, enseguida reconoció al actor. Era cierto lo que le había dicho Jorge: había trabajado mucho con Carmelo. Se encaminó decidido a su encuentro. Él también pareció reconocerlo porque sonrió.

-Te vi una vez con Carmelo. Luego me dijo que eras el jefe de la Unidad.

-Encantado Rodrigo. Mira – Pedro y Ramón se había acercado a ellos – te presento a mis compañeros. Ellos van a charlar contigo. Luego me uno a vosotros. Ha surgido un problema y tengo que ocuparme.

-¿Grave? ¿Es sobre Álvaro?

-No, tranquilo. Álvaro está bien en su casa antigua. Están dos compañeros nuestros con él. No le van a dejar en toda la noche. Y se van a ocupar de que mañana acabe su publicidad sin ningún contratiempo.

Rodrigo pareció relajarse. Al escuchar a Javier, se había asustado. Y por el gesto serio del personal que estaba trabajando y su actividad frenética, parecía que el problema era grave.

-Tranquilo, Rodrigo. Los policías somos muy intensos. No ha habido muertos y hemos frustrado a los malos. ¿Qué tal el viaje?

-Como ahora los aviones van medio vacíos, al menos puedes estirar las piernas. Bien. Sin problemas. ¿Álvaro me aseguras que está bien? No me he atrevido a llamarlo por no meter la pata. Estoy muy sensible con todo esto. Menos mal que me he enterado al acabar la función.

-Mejor no le llames hasta mañana. No quiero que nadie se entere de que estás aquí.

-Nadie lo sabe. El viaje ya estaba programado así. Algún compañero tenía que rodar por la mañana a primera hora. Y yo tengo reunión para hablar de mi papel en Tirso. Me llamó el otro día Carmelo. La reunión no es con él, es con Rodrigo el director, la directora de producción y mi representante.

-Me alegro que estés en ese proyecto. Pasa por aquí.

Javier estaba guiando al actor hacia su despacho. Pero Ramón le detuvo.

-Usamos mejor la sala pequeña de reuniones – propuso Pedro. – Tú vas a necesitar tu despacho. Y no pasa nada si te echas una cabezada en el sofá. Nosotros nos ocupamos.

-Te dejo entonces con mis compañeros – dijo Javier.

-Sin problema.

Javier observó a sus compañeros llegar a la sala de reuniones e ir bajando todas las persianas. Ramón cerró entonces la puerta no sin antes guiñarle el ojo al comisario. Le sacó de sus meditaciones la enésima llamada de la noche:

-Javier, tenemos malas noticias – era Jose Oliver – en el piso que no contestaba, hemos metido la cámara. Hemos visto el cuerpo de un hombre. Hemos abierto la puerta pero no se ha podido hacer nada. El disparo le ha atravesado el cerebro.

-Joder. Vale. ¿Quieres que vaya?

-Tranquilo, me ocupo de todo. Acaba de llegar Raúl.

-Que se ocupe de la familia de ese hombre.

Javier se sentó un momento en su despacho. Esa última noticia le había tocado el alma. No había preguntado por como era la víctima. Debería interesarse por ella. Volvió a sonar su móvil.

-Dime Fernando. ¿No librabas hoy?

-He recibido un mensaje de SOS. Creo que es de uno de los músicos de Burgos.

-¡No me jodas!

-Acabo de recibir otro, espera que lo lea… “Por favor, ayuda”.

-Mándame el número. Le digo a Bruno que lo localice.

-Ya está. He llamado a Aitor. Está en una finca de Vecinilla, un pueblo cercano a Concejo.

-Vete para allá. No vayas solo. Mándame de todas formas la ubicación para tenerte controlado.

-He llamado a Raúl. Helga está en la casa de Jorge de Madrid … va a sustituir a Efrén.

-Raúl no va a poder ser. Ha habido una desgracia y se va a ocupar de la familia de una víctima.

-¿Tiene que ver con Aritz? Algo me ha llegado.

-Sí, lo tiene que ver todo.

-¿Aritz está bien?

-Está magullado. Pero está vivo. El resbalón le costará la rodilla fastidiada unos días pero le ha salvado la vida. Le ha librado de un disparo en la cabeza. No se lo digas ¿eh?

-¡Joder! Tranqui. No tenemos mucha confianza.

-Hablo con el Comandante Garrido para que os mande apoyo. Le doy tu teléfono.

-No hace falta. Ya nos conocemos. A lo mejor es una broma

-O a lo mejor es una trampa. Tenlo presente.

-No lo había pensado.

-Me vas contando. Llama tu a Helga. Tengo la noche muy agitada.

Iba a colgar, pero no pudo evitar una última recomendación:

-Así que al loro esta noche. No quiero más sustos. ¡¡Espera!! Me acaba de mandar Jorge una foto.

Javier se quitó el teléfono de la oreja. Pinchó el mensaje para verla mejor. Abrió mucho los ojos.

-No hagas nada de momento – le dijo a Fernando. – Espera que te llame. Bueno sí, mándame la ubicación de ese móvil.

Tere entró con cautela en la casa de Rubén. Su compañero Elías había definido con acierto el olor que se sentía al entrar. Parecía mentira que un vómito de borracho de hacía ya semanas, pudiera seguir oliendo así. Quizás la falta de ventilación había ayudado. O que la pota fuera más reciente, en cuyo caso, habría que buscar a quién correspondía.

Encendió las luces de la casa. No parecía especialmente desordenada, aunque tampoco parecía lo contrario. Echó un vistazo general y vio en la cocina, sobre la mesa, un pescado que pudiera ser el origen del olor nauseabundo que había en el piso. Lo habría sacado del congelador para que se descongelara. Y ahí se quedó. Eso no cuadraría con las últimas teorías que tenían al respecto de la agresión de Rubén, porque supondría un indicio de que esperaba volver a la casa. A no ser que alguien más tuviera llaves y que a veces se alojara allí. El pescado pudriéndose, de todas formas, no explicaba por si solo el olor de la casa. En una esquina vio un charco de vómito. Y no le pareció que fuera de hacía dos meses. Con suerte de hacía un par de días. Se alejó de ese rincón: no soportaría olerlo de cerca.

La inspectora escuchó un suave toque con los nudillos en la puerta. Fue decidida a abrir. Era Elías que se había entretenido un momento con una petición de Patricia. Nada más entrar, se llevó la mano a la nariz y la boca a la vez que le daba una arcada.

-Si no te importa, abro un momento una ventana. Este olor me repatea. No puedo con él.

-Abre un par de ellas para que haya corriente. No creo que yo aguante mucho sin empezar a tener arcadas. No me gustaría acabar la noche limpiando mi propio vómito.

Elías se encargó de las ventanas mientras Tere seguía parada en medio del salón. Miraba desde esa posición toda la casa. Quería hacerse una idea. Esa manera de proceder se la había copiado a Javier. No sentía las mismas cosas que él, pero era una forma de grabarse en la cabeza como encontró el escenario. Y también le servía para imaginarse las últimas horas de las persona que vivían en el sitio que tocara.

Esa casa le generaba ideas contradictorias. No era lo que se esperaba de alguien que sale de casa pensando en volver en unas horas, ni tampoco de la opción contraria. No habían determinado todavía a qué hora había salido Rubén de casa el día de la agresión. Las cámaras de los alrededores no estaban bien situadas para seguir el rastro de cualquiera que viviera en ese edificio. Chascó la lengua molesta, porque no se quitaba la idea de que había dos personas involucradas. Jorge no había dicho nada de que pudiera vivir nadie con Rubén. ¿No coincidiría o había decidido guardarse esa información? Había que pensar que si había acompañado a Rubén en estado de completa embriaguez su atención estaría centrada en ello. No debía haber sido fácil, ni aún teniendo la fuerza que todos decían que tenía, y que a Tere le parecía una exageración, manejar a Rubén, desnudarlo, bañarlo y meterlo en la cama. Y más si iba vomitando por las esquinas. A todos los efectos, cualquier persona era un peso muerto en esas circunstancias.

Elías miraba a su compañera con paciencia. Después de abrir las ventanas se había sentado en una silla con ruedas que había frente al escritorio en el que estaba instalado un ordenador. Parecía el rincón de trabajo del dueño de la casa. Abrió algunos cajones y vio que estaban casi todos llenos de papeles. No los tocó. Sabía que a Tere le gustaba revisarlos a ella misma con tranquilidad.

-Deberías empezar por estos cajones, Tere. – cuando habló Elías acababa de cerrar el último de ellos.

-Echa un vistazo a las habitaciones. Intenta sacar fotos de todo. Con detalle. No dejes ningún ángulo sin sacar. Me da que nos vamos a tener que ir enseguida. La noche está movidita. No dejan de llegar mensajes anunciando movidas.

Tere ocupó el lugar de Elías en la silla y empezó a abrir los cajones. Arrugó la frente al sacar el primer montón de documentos. Cuando Elías le había dicho que los cajones estaban llenos de papeles, pensó en que estarían relacionados con el supuesto trabajo de Rubén como diseñador gráfico. De repente se le ocurrió una cosa.

-¿Has visto por algún lado un ordenador potente con una impresora profesional, un plóter o una de esas tabletas para dibujar? Un panel como los que tenemos en la Unidad para ir poniendo toda la información de los casos … algo que sea característico de un rincón para trabajar. Algo profesional.

Elías asomó la cabeza por la puerta del cuarto que estaba fotografiando.

-No lo hay. A no ser que esté en un cuarto secreto. Eso debería ocupar bastante. En uno de los dormitorios hay una tablet, pero tamaño normal. Ahora la enciendo por ver que software tiene instalado. Enciende el ordenador de la mesa y miramos lo mismo.

Tere negaba con la cabeza.

-Si encuentras llaves de otro sitio, casa, almacén, trastero, cógelas.

-Miro en los cajones. En esos no había nada – Elías señaló los que estaba mirando Tere. – Mira en esos cubiletes de encima de la mesa, que no he mirado yo.

Tere se medio incorporó y los miró, incluso alguno que tenía un montón de cosas los volcó al lado del ordenador, pero no vio nada parecido. En uno de ellos vio un pendrive de Coca-Cola. Sacó una bolsa de pruebas y lo metió en ella.

-Si encuentras pendrives, los metes en bolsas y nos los llevamos.

-Esta tablet no tiene software de diseño gráfico. Ni programas de dibujo, a parte del Paint.

-El ordenador tarda en iniciarse. Mete la tablet y nos la llevamos. ¿Tenía contraseña?

-Sí. “Dilan”.

-Eso parece un homenaje más que una contraseña.

-Eso he pensado yo – dijo sonriendo Elías. – No tenemos muchas bolsas de pruebas.

-Dile al comisario Oliver. Seguro que llevan en su equipo.

-Sería mejor que nos lo lleváramos todo. El ordenador incluido.

-Pídele un par de cajas. Hay muchos papeles. Parecen contratos. Firmados por Gabriel Ríos.

-¿El hermano de Jorge?

-Coño, seré boba. Tanto llamarlo Gaby … que boba.

-¿Contratos de qué? – Elías se había acercado a ella.

-De relatos de Jorge. No los cobraban mal. Para no ser un profesional. Es de mucho antes de que publicara su primera novela. Sería poco más que un adolescente.

-Mira la última cláusula de ese contrato . Los cobra bien porque se supone que los van a publicar. Al menos da ese permiso. Esos que tienes ahí, son para trabajos de clase. Esos son baratillos.

-Me pregunto si antes de vender estos relatos o novelas, he visto al menos dos, Jorge las registraría.

-Eso, pregunta a Jorge.

-De momento Javier no quiere que comentemos al escritor nada de esto ni de lo que ha descubierto Olga en Estados Unidos. Mira, el libro de los relatos de Jorge del que nos ha hablado Olga. Hay un post-it que dice “relatos de Jorge Rios”. Tenemos que encontrar los contratos de los relatos de este libro.

-Lo que me alucina es el autor: JR.

-Bonifacio Campero quiso de alguna manera que se le reconociera a Jorge la autoría. Un homenaje – dijo con mucho humor, recordando lo de la contraseña de la tablet.

Llamaron a la puerta. Tere se levantó para abrir. Era Jose Oliver.

-Tere, Elías, sería mejor que dejarais esto para otro momento. El vecino al que llamaban esos malnacidos, está muerto. Acabamos de abrir la puerta.

-¡Mierda! ¿Te importa mandar a alguien con algunas bolsas de pruebas y un par de cajas? Guardamos lo que tenemos entre manos para llevárnoslo y somos todo tuyos.

-En nada sube Miri. Que os lo recojan ellos y que hagan la cadena de custodia a la Unidad y al laboratorio. Les explicáis lo que queréis llevaros. Vosotros vais al piso de ese pobre hombre. Raúl está hablando con los vecinos. No encontramos documentación de ese individuo. No sabemos quien es, salvo por el nombre que pone el buzón.

-De acuerdo. Eso es raro ¿no? – comentó Teresa.

-Hablando de eso. ¿Has visto por ahí la documentación de Rubén? – preguntó Elías a Tere cuando el comisario se fue.

Ésta negó con la cabeza. Hizo un gesto de extrañeza.

-Solo llevaba la tarjeta sanitaria en la cartera. Tampoco he visto dinero ni tarjetas de crédito. Y tenía al menos cuatro. Una Master, una Visa electrón y dos Visas clásicas, una de ellas Oro.

Volvieron a tocar en la puerta. Esta vez fue a abrir Elías.

-¿Qué os guardamos? Certifico la cadena de custodia, si te parece Tere. Os lo llevamos a la Unidad para que Patricia se haga cargo. Y lo que sea del Laboratorio, lo llevamos allí.

-Claro. Sería una gran ayuda. Mira, nos llevamos el ordenador. Esas cosas que tiene ahí Elías embolsadas y los papeles de estos cajones. Y si veis algo que pueda ser interesante, lo incluís también.

-Y si no te importa, toma muestras de ese vómito y de ese otro. – le indicó Elías.

-Y el pescado de la cocina. No me creo que sea de hace dos meses.

-Esta pota son dos distintas – Tomás, el compañero de Miri se había agachado a coger muestras.

-Pues toma varias. Fotografía de dónde las coges.

-Acabamos nosotros. Hacemos fotografías de todo. El jefe Oliver quiere que subáis rápido. Quiere que habléis con dos vecinos, a parte de echar un vistazo al piso de ese hombre. Es otro misterio en sí mismo. Raúl se ha ido a buscar a un tipo que algunos han visto a veces con ese hombre.

-¿Por?

-Nadie sabe en el edificio ni como se llama. No se trataba con nadie. Y no hemos encontrado documentación.

Tere miraba la pantalla de su teléfono.

-Y Fernando ha recibido un mensaje pidiendo socorro. De uno de esos músicos. Menuda noche nos espera.

-No os olvidéis de cerrar las ventanas y la puerta. – pidió Elías a Miri.

-¿La sellamos?

Tere se quedó pensativa.

-Sí. Me imagino que eso disuadirá a algunos de venir a investigar por su cuenta. Elías, vamos. Subamos a ver ese nuevo escenario.

Jorge Rios.”