Necesito leer tus libros: Capítulo 40.

Capítulo 40.- 

Jorge antes de ir a la cama había mandado un mensaje a Óliver para encontrarse con él por la mañana. Quedaron en el bar de Gerardo a primera hora.

Allí estaban los dos, sentados en la misma mesa que el primer día. Había mucho bullicio en el bar. Tomaron su chocolate con pan y nata y acabaron por salir a la calle para charlar.

Óliver llevó a Jorge a un recodo fuera de la vista del resto de la gente y bien protegido. Un lugar que no llamarían la atención y que sería fácil de vigilar para los escoltas.

-No pudimos hablar – reconoció el abogado. – Siento la interrupción de Otilio.

-¿Sabes a que vino esa visita?

-Otilio siempre ha ocultado bien sus verdaderas intenciones. Pero fue raro. Ya fue raro que Helena te diera mi teléfono. Lo normal es que se hubiera encargado de intentar pasarte a otro letrado del bufete. A Otilio no le gusta perder ni un solo cliente. Y menos si es conocido como tú. Le gustan los juego de poder que da la gente reconocida y famosa. Tú estás en las dos acepciones. Así que la pregunta es: ¿Por qué? ¿Por qué renunció a tu caso?

-De todas formas según me han comentado, esa Helena es tu amiga. ¿No?

-Bueno. Sí. Pero estoy reinterpretando algunas de sus actitudes en nuestra relación. A sus hijos los quiero un montón. Les sigo llamando cada poco. Ella… no deja de ser la secretaria de Otilio. Y esa es su prioridad en sus… filias. Me he dado cuenta ahora, con un poco de distancia. Hasta que me volví al pueblo a casa de mi madre y vi todo desde otra perspectiva, pensaba que para ella había sido su gran amigo, al que ayudar y proteger. Ahora soy un poco escéptico al respecto. Sus actitudes han sido menos leales hacia mí que lo que creía. Siempre se esforzó en venderse como mi mejor amiga. Pero… a lo mejor no lo fue tanto. A lo mejor lo que vendió como apoyarme, no fueron tales apoyos, sino que intentó llevarme por donde interesaba a Otilio. Sí.

A Jorge le empezó a dar la impresión de que en realidad Óliver estaba pensando en voz alta. Lo que le estaba contando, no era algo que tuviera ya asentado en su ánimo o en su cabeza. Era algo que estaba razonando en directo.

-Fue más un intento de manipularme y llevarme por el camino que Otilio quería. Otilio o mi ex pareja que trabajaba también en ese bufete. Sí. Soy tonto. Me acabo de dar cuenta.

Jorge hizo un pequeño gesto con la cara para mostrar su solidaridad. Pero no incidió en el tema.

-Yo no hubiera querido otro abogado. Pero me hubiera puesto difícil encontrarte de no darme tu teléfono. Así que se lo agradezco. A la pregunta que planteas sobre la razón por la que no intentó ese Otilio llevarme a su bufete, solo tú estás en posición de responder. Y sobre todo, responder también al por qué de todas esas amenazas veladas que lanzó. Si fuera hipocondríaco me hubiera puesto de los nervios, hubiera corrido a encerrarme en casa.

-Creo que no te sorprendió. Me fijé en ti. Y no todos captan las sutilezas de su lenguaje. Te puedo contar algunos casos.

-A mí me pareció evidente. Tampoco es que dijera nada nuevo. Parte que intuía, parte que era evidente a esas alturas después de tener que haber hecho dos veces cuerpo a tierra y con un policía sobre mí para protegerme.

-A mí me pareció más bien una amenaza velada, no un aviso.

-Sí, sí, ya te he dicho, no me he referido como a un aviso, sino a una amenaza, dicha con mucho tacto y envuelta en sonrisas. Me recordaba escenas de “El padrino” – Jorge sonreía. Le hacía gracia la analogía que se le había ocurrido – Siempre que agasajaban a alguien en una fiesta, es que se lo iban a cargar a la mañana siguiente.

-Abrazos de muerte – bromeó Óliver.

Jorge se echó a reír mientras afirmaba con la cabeza.

-¿Amenaza suya personal o transmisor de los deseos de uno de sus clientes?

Había parecido una pregunta pero Jorge pensó de nuevo que era una duda propia expresada en voz alta.

-Tú lo conoces. Si lo preguntas es que dudas. O sea, que tienes ciertos motivos para pensar que la amenaza es de su parte.

-Más bien, en todo caso, pienso que es una mezcla. Según me fijé en el tiempo que trabajé en su bufete, tenía unos cuantos clientes que casi eran más socios que clientes puros. Socios a los que defendía, como parte de su asociación, valga la redundancia.

-Todo un personaje.

-Lo es. Y muy poderoso. Dicen que come con el Presidente del Gobierno cada poco. Sea quién sea éste.

-Puede que eso sea puro marketing.

-No lo había pensado. Gente poderosa maneja. Quiero decir, es cercana a él. Le he visto con jueces del Tribunal Supremo, con importantes ejecutivos de las principales empresas no solo españolas, sino internacionales, y eso que su dominio de los idiomas es mejorable. No habla ni papa de inglés o francés. Tiene un traductor en nómina. Él no es capaz de defenderse por sí solo en ningún otro idioma que no sea el castellano.

-¿Estás seguro que no lo finge? Algunos fingen ser más tontos de lo que son, porque eso les protege.

-¿Es lo que haces tú? – preguntó el abogado sonriendo.

Jorge se echó a reír.

-No te lo niego. A veces lo hago. No discuto cuando me llaman inútil o que no me entero de nada.

-No me parece el caso de Otilio. Para algunas cosas es transparente. Y te aseguro que cuando habla alguien a su lado en inglés o francés, a parte de cuatro frases típicas, no entiende nada.

-Pues no tendrá entonces relaciones con empresarios de muchos países.

-Bueno. El traductor es de inglés y francés. Con el inglés se alcanzan a la mayoría de empresarios.

-Le falta al menos un traductor de alemán.

-Le he oído a Carmelo que tú hablas muchos idiomas. Alemán está claro, me hablaste el otro día en esa lengua. Te juro que creía que me estaba volviendo loco o que te habías vuelto tú.

-No recordaba si lo hablabas. Me alegré de que así fuera. Hablo algunos idiomas sí. Carmelo los habla mejor en todo caso. Como te decía, – Jorge recondujo la conversación – al menos esa Helena tuvo a bien darme tu teléfono.

-En realidad no te hubiera sido difícil encontrarme. Dani me conoce. Con que le hubieras hablado de mí, te hubiera dicho. Cape no me relaciona con el pueblo ni con mi padre. Me sorprendió que Dani no compartiera con él que nos conocíamos. Cuando trabajé para él no comentamos nada de Concejo. No me dio pie y no sé decirte por qué, tampoco yo me sentí inclinado a contarle mis secretos. Secretos no, digamos a contarle de mi vida. Pero Dani sí. Es distinto. Hemos tomado cañas juntos en el bar. Y hasta me ha invitado a cenar un par de veces en la Hermida, antes de que Cape llegara a Concejo. Cuando apareció un buen día, todo cambió respecto a Dani. Al menos al principio. Luego Dani fue volviendo a ser el que era antes de Cape. Por lo que siempre le he oído comentar, tiene mucho contacto contigo. Y para que negarlo, se le nota a la legua que te quiere. Es algo que con solo veros en los estrenos o el otro día paseando por el campo es evidente para todos. Siempre hablaba de tus libros con pasión. Y de ti, igual. Es rara la conversación en la que no te saque a colación.

-No me digas la frasecita de “hacéis buena pareja” – dijo Jorge con voz meliflua.

Óliver levantó las manos declarándose inocente.

-No me engañas, la ibas a decir – se rió Jorge.

-Es que es evidente. Ya te digo. Os vi el otro día. Yo estaba tirado en esa pradera cercana a su casa. Os vi pasear y hablar. Os cogíais del brazo de una forma… ¡Cómo os mirabais!… es que en los pocos minutos que os vi, era evidente. No te quitaba ojo, preocupado por lo que fuera que le contaras. Y tú lo mismo. Hubo un momento en que le debiste preguntar algo… Ninguno le ha visto esa forma de comportarse desde que lo conocemos. Era cercano pero no acababa de implicarse con la gente. Con Eduardo sí, lo hizo. Pero tampoco… al cien. Y aquí nunca ha tenido nada que ocultar. Quiero decir, que no tenía por qué comportarse como una estrella del cine. Aquí es Dani, uno cualquiera. El de la Hermida. Punto. Un verso libre sin ataduras de ninguna clase.

Jorge no dijo nada, pero se sintió bien por el detalle que le había descubierto Óliver. De todas formas estaba muy centrado en sus temas y pasó de largo aunque de buena gana en otras circunstancias hubiera incidido en algunas de las cosas que le había comentado.

-Según deduzco de tus palabras, ese Valbuena no renuncia a un cliente. A mí entonces es que no me quiere como tal.

-Todo lo que te diga al respecto, son elucubraciones. No lo sé. Que ha renunciado a luchar por llevar tu caso, es claro. Los motivos, todo lo que diga, pura especulación. Puede que piense que dejándote conmigo es como si te dejara vendido. Una de las conclusiones que saqué de nuestra charla del otro día, es que parecía que estás en el lado contrario a sus intereses. Por eso… puede que te pusiera en mis manos. Aunque creo que le demostré sobradamente que no soy mal abogado. Eso sí, no soy tan buen perro faldero que haga y aconseje a mis clientes lo que él o su camarilla quería. Ese fue mi problema.

-Es interesante. Porque si me deja en tus manos, como dices, es que no te tiene por buen abogado, o que de alguna forma piensa que te puede manipular.

Parecía una invitación a que ampliara la información. Y Óliver decidió hacerlo. Iba a ser la primera vez que se lo contaba a alguien.

-Había clientes que se acercaron a mí directamente o que me pasaron de recepción. Era de los nuevos así que me mandaban los que pensaban que eran poco interesantes. O los que pensaban que eran unos pesados. Algunos de ellos resultaron ser muy productivos. Sobre todo, uno de ellos, que puede que conozcas, aunque no puedo darte detalles. Son temas muy delicados. De esos malos casos al principio, pasaban. Yo intentaba además que ni les vieran por allí. Evitaba las conversaciones en los pasillos o en la recepción. Les acompañaba al ascensor, bajaba con ellos casi en silencio y los despedía en la calle. Las conversaciones siempre en mi despacho o en lugares públicos alejados del bufete. Al final fue inevitable que algún compañero se enterara de algún detalle. Y entonces su actitud cambió. La de todos en el bufete.

-Puede que tu amiga les ayudara en esos descubrimientos – propuso Jorge.

Óliver sonrió. Parecía que Jorge había acertado.

-Intentaron entonces guiar mis actuaciones. Con propuestas que a veces iban en contra de los intereses claros de mis clientes. Pero colisionaban con otros clientes del bufete. Clientes que estaban en las cuentas de los socios principales o de abogados con más años allí. Me negué. Y lo defendí. Con alguno intentaron que se cambiaran de abogado, pero ninguno de ellos les hizo caso. Entonces me acusaron de trabajar por cuenta propia. De cobrar fuera a parte. Eso es casi el peor pecado que se podía cometer. Hurtar dos euros al bufete era causa de despido. Al final se reunieron los jefazos y me echaron pretextando esas causas. Mi ex pareja y sus amigos, hicieron campaña por ello. Fueron los fiscales de mi caso. Pero no nos engañemos. Todo manejado por Valbuena. Ahora lo tengo claro. He pasado muchas horas desde que me volví a Concejo, paseando por los campos y bañándome en el río dándole vueltas a todo. Y llamando a amigos de otros bufetes, volviendo a Madrid para encontrarme con ellos y tener una reunión disfrazada de comida de colegas…

Óliver se sonrió un momento. Parecía recordar algún hecho en concreto.

-Claro. El marido de Helena … era otro de los “fiscales”. Por eso Helena insistía tanto en lo mal que se llevaba con su marido. Todo era una obra de teatro.

-Lo raro es que no acabaras peor…

-Intentaron que les pasara todos mis archivos ya que se iban a repartir a mis clientes. Pero todos ellos, al menos los que les interesaban decidieron irse de allí. Intenté que se quedaran conmigo, pero les entró miedo. Yo ya estaba en el punto de mira. Ya no querían saber nada de mí tampoco. Pero no les di mis archivos. No se iban con ningún abogado del bufete, así que me los llevé. Fue entonces cuando me amenazaron con llevarme a los tribunales para pedirme esas cantidades que decían había cobrado. Me mantuve firme. No lo había hecho y no podían demostrar nada. No me llevaron a los tribunales pero se ocuparon de que nadie me contratara. Si alguno de mis clientes se hubiera quedado conmigo, me lo hubiera montado por mi cuenta. Pero… se pusieron muy intensos para evitar que eso fuera así.

-Vaya pues es interesante. Algún día tenemos que profundizar. Es para escribir una novela. – bromeó Jorge.

-Volvamos a lo nuestro, si te parece – propuso Óliver, que es cierto que le había sentado bien contarlo en alto, pero que tampoco quería monopolizar la reunión con sus recuerdos.

-Me pareció que Otilio y el posadero se reconocieron. – comentó Jorge volviendo a su tema.

-El posadero tampoco es lo que parece. Mi teoría es que lo puso Javier Marcos, el comisario de policía.

-¿Y eso?

-Para proteger a Dani sin que se enterara. Cuidado, esto no lo tengo comprobado. Es solo una teoría. El posadero es quien mejor puede enterarse de la gente nueva que viene al pueblo y de los comentarios de los vecinos.

-Entonces sería policía.

-Sí. Y su hijo también. Alberto. Se hizo cercano a Dani. Y aunque no se pegaba a él, me fijé cuando venía a pasar unos días a casa de mi madre, que casualmente siempre estaba cerca de él. A parte de que tuvieran un rollo.

Óliver se azoró al instante.

-Perdona, a lo mejor ese detalle no debería…

Jorge se echó a reír.

-Conozco a Carmelo. Tranquilo. Y conozco su fama. Ahora no es nada comparado con lo que fue. No me pongo celoso por eso. Nunca le he pedido fidelidad sexual ni se la pediré, aunque nos casemos. Una cosa, cambiando de tema, me ha llamado la atención que dijeras antes “la casa de mi madre”.

-No me llevo bien con mi padre. Ahora mantenemos las apariencias. Él parece… que habla muy bien de mí y se empeña en demostrar a todos que está preocupado por mí. Pero nada de eso es cierto. Le importo una mierda, y él me importa a mí lo mismo. Es falso. Te diría incluso que sería buen colega del amigo Otilio. Y te diría que posiblemente lo fueran. Y de todas formas, me he atenido a la legalidad. La casa es de mi madre. Por herencia. Todo en Concejo es de mi madre. Y se casaron en régimen de separación de bienes.

-Perdona, no hace falta que me cuentes tus secretos…

-Ya te los he empezado a contar. Lo que me pasó en el bufete de Otilio no lo había contado a nadie. Tú me vas a contar los tuyos. Me parece justo. Ya que me vas a sacar del paro, que menos. Aunque te advierto que Cape también me ha pedido que le haga unos trabajos. No vas a ser el único cliente.

-Y me parece bien. Conmigo vas a tener tajo. Mucho. Pero eso no quiere decir que te quiera en exclusiva. Es más, me gustaría que cogieras todos los que puedas. Yo mismo te recomendaré si alguien me pregunta.

-Tú dirás. Casi no pudimos hablar de nada.

-A lo mejor eso era una de las intenciones de Otilio.

-Puede ser. Aunque lo dudo. Eso era fácil de solucionar. Lo estamos haciendo ahora. Podíamos haber hablado por video conferencia. O podía haberme acercado a tu casa de Madrid. No tengo coche, pero puedo coger el de mi madre cuando quiera. Ella apenas lo usa. Y desde que he vuelto, prefiere que sea yo el que la lleve.

Jorge empezó a explicarle su situación con la editorial. Con Dimas. Y ese acuerdo especial de que ellos se encargaban también de representarle.

-¿Eso está firmado?

-No creo. En todo caso lo firmaría Nando, mi marido fallecido. Sé de otras cosas que hablábamos y luego se las daba a firmar a Nando, como para justificarse con alguien. Nunca pregunté, aunque me dio esa impresión. Pero él no tenía poder para firmar por mi. Así que de raíz, todo sería impugnable. No tendría valor.

-¿Seguro? Se ha comentado siempre que ibas drogado.

-Cierto. Pero hay cosas que si tengo presentes. Es complicado explicarlo. Y que yo sepa, todo fue un acuerdo en todo caso verbal. Y tengo el presentimiento de que han abusado de ese acuerdo. Tengo muchas preguntas a ese respecto. El dinero que cobro por mis colaboraciones con “El País”, algunas charlas que me organizaban en teoría dentro del plan de promoción de mis libros y que al parecer cobraban, cosa que no tengo consciencia de haber ingresado yo, las liquidaciones por las ventas de mis novelas… las comisiones que en todo caso se quedan por esas gestiones… todas esas cuestiones necesitan de explicación.

-Entonces lo primero que hay que hacer es determinar tu situación respecto a ellos. Me deberías facilitar todos los documentos que tengas…

-Te estoy preparando copias de todo. Hugo, que en un principio iba a fingir ser mi asistente, me lo puso la policía para protegerme discretamente, te lo estaba preparando. A la vez que miraba otro tema del que te hablaré en un momento.

-No te preocupes. Yo me encargo. Me dices cuando puedo ir a recogerlos a tu casa, y me acerco con el coche de mi madre. Le pediré a Eduardo que me eche una mano para cargarlo todo. Ya me haré yo copias de lo que vea interesante. Usaré la impresora de mi madre.

-Me gustaría que de momento, te ocuparas de ser mi agente. Ya sé que a lo mejor te parece una actividad…

-Para nada. Es un placer ser tu agente. Aunque para serlo efectivamente, antes debemos ver como está todo, los compromisos que han firmado en tu nombre. Y comprobar las liquidaciones que te hacen de tus comisiones. Y que nos pasen toda la planificación que hayan hecho de ahora en adelante. La estudiaré y a partir de ahora te iré indicando. Y a lo que consideres, te acompañaré.

-Eso es importante. Lo de las liquidaciones me refiero. Ya te lo había citado yo antes. Hasta hace unas semanas no se me hubiera ocurrido dudar de ellas. Aunque por empezar por algo, el tema de mi agenda, en lo que se refiere a encuentros con lectores y actos promocionales que organiza la editorial. Del resto de mi agenda se ha empezado a ocupar la agencia de Carmelo. Sergio es un amigo y ya me echaba una mano. Estaría bien que os coordinarais. Eso tendría prioridad. Ya he tenido que salir de estampida para acudir a dos citas en una mañana. Eso del otro día me llega a pasar hace unos meses, y hubiera sido un desastre para mi prestigio. Hubiera salido por peteneras y acabado discutiendo a lo grande con ese Poveda. Estoy dando por supuesto que lo viste.

-Me lo contaron en la cantina cuando volví de pasear. Lo vi luego en Atresplayer. Menuda historia. Pero lo tenías todo controlado. Tu exposición me pareció contundente y esclarecedora. Y cuando Dani apareció allí con los documentos… no dejaste ninguna duda al respecto.

-Sergio, el representante de Carmelo se encargó de todo. Fue el primer favor así de calado que me hizo.

-Te cobraría una pasta.

-En todo caso lo pagaría Carmelo. A mí nunca me ha intentado cobrar nada. Ya te he dicho que ahora se ocupa de mi agenda. El otro día me avisó él de esa cita que nadie en mi editorial parecía conocer, y eso que lo habían concertado con ellos.

-Muy amigo debe de ser. O un fan incondicional. Esa gente cobra un buen porcentaje.

-El porcentaje que cobre de Carmelo da para mucho.

Óliver se echó a reír.

-Eso es cierto.

-No quiero que sigan mangoneando en ese sentido. Ya empecé hace tiempo, por ejemplo, en algunos encuentros con lectores. Los de la librería de Goya, por ejemplo. Voy casi todas las semanas un día. Pero eso lo hago fuera aparte. Ellos no se enteran. Y a la librería de unos amigos, suelo ir cada poco. Quedan con algunos clientes y charlamos un rato y luego les firmo los libros.

-Eso lo ponemos en marcha enseguida. ¿Qué te ha llevado a poner en duda las liquidaciones de la editorial?

-No es por mi mala relación con Dimas, que conste. Llámalo intuición. De todas formas el detonante fue darme cuenta que nunca he cobrado por los relatos que publicaba en “El País”.

-Ya me he enterado de tu affaire con Dimas. Tengo algunos antiguos clientes que son escritores. Se comenta mucho tu caso.

-¿Y que se dice?

Óliver se sonrió. Pensó en mentir a Jorge. No le apetecía ser él el que le contara algunos pensamientos del mundillo literario. Pero esa opción no era aceptable si empezaba a trabajar para él. Y ahora sí, le apetecía hacerlo. A parte de que le había caído bien, ese poco tiempo que había transcurrido desde su primer contacto, le había dado un vuelco a su ánimo. La visita de Otilio, que en un principio le asustó, precisamente por lo que habían comentado Jorge y él unos minutos antes, por las razones ocultas para renunciar a un cliente como Jorge Rios, y además, para cedérselo a él, que por mucho que se le llenara la boca diciendo a todos que le tenía cariño, que era el mejor abogado que había trabajado para él, además de ser fiel y respetable, le había dejado caer en su propio bufete y le había cerrado las puertas de los sitios a los que había ido a pedir trabajo. Y no, no eran sus antiguos compañeros, esos que hicieron el trabajo sucio de tenderle una trampa, de mentir y trapichear para justificar su despido. Fue Otilio en persona quién fue llamando a todos los bufetes importantes diciendo que no le gustaría que Óliver Sanquirián acabara trabajando para ellos. Había incluso pensado, en todas esas horas ociosas de las que de repente había disfrutado, que había sido una venganza. ¿Por qué? Se preguntó un ciento de veces. Él no creía haber hecho nada que pudiera despertar ese tipo de reacciones en su antiguo jefe. Incluso llegó a pensar en que fuera una venganza contra su familia. Aunque eso también era impensable. Que él supiera, el abogado no conocía a sus padres, ni a sus tíos por parte de su madre, su padre no tenía más familia. Se decidió pues, a contarle la verdad a Jorge.

-Que al menos todo este embrollo ha propiciado que te quites de encima a Dimas. Todos están de acuerdo que es un editor nefasto. Por eso valoran todavía más tu trayectoria y tu capacidad para escribir. “Ha triunfado porque tiene un don y ha aprendido a desarrollarlo”, dicen la mayoría. Si llega a ser por Dimas, nada. Otros no te negaré que hablan de suerte. Pero me da que algunos de ellos se dejan llevar por al envidia.

-¿De un tal Bonifacio se dice algo?

Óliver se sonrió.

-Parece que lo que también se dice respecto a que no te enteras de nada de lo que pasa a tu alrededor, no es exacto. Parece que tu estrategia, esa que consiste en hacerte el tonto te funciona a la perfección – Óliver tenía un gesto de guasón.

-Es que me he despertado. Es largo de contar, pero lo haré algún día.

-Fue quien decidió publicarte. Los que conocen el mundillo literario en profundidad, los entresijos, lo saben. Fue quien habló con todo el mundo para que pusieran tus libros bien a la vista y los recomendaran. Se encargó personalmente de que la mitad de los libreros de España leyeran tu primera novela antes de publicarse. Dimas puso la cara en lo referente a hablar contigo. Bonifacio era su suegro. Era el gran capo de tu editorial. El dueño. Ahora no está claro en manos de quién está. Hay muchos rumores sobre su testamento, pero nada se conoce oficialmente.

-¿Y el que me puso alguien a vigilarme?

-Eso ya no lo sé. Pero no me extrañaría. Tiene una cierta fama de tiburón. He escuchado a alguno referirse a él como mafioso. Ya se que no está bien hablar mal de los muertos, pero es lo que hay. La gente habla de él con prevención. Parece que le tenían miedo no, pavor. Y aun muerto, se lo sigue dando. Alguno incluso, antes de decir nada de él, bueno o malo, miraba a los lados y detrás, por comprobar que nadie les pudiera oír.

-Tendré que profundizar en todo ese tema.

-Si me entero de algo, te digo.

-Antes hay que solucionar muchas otras cuestiones.

-Ya me has dado muchos asuntos de los que ocuparme. Y si no te importa, mañana, aunque sea domingo, me acerco a tu casa para hacerme con la documentación.

-Por mí sin problemas. Lo único, me lo confirmas y me dices si te va a acompañar Eduardo u otra persona, por avisar a mis escoltas para que te dejen pasar y te abran la puerta. Por cierto, antes de seguir, que no hemos hecho más que empezar. ¿Necesitas un adelanto? Si llevas tiempo en el paro…

-No te negaré que estoy canino. Pero…

-Dame tu número de cuenta. Y así puedes ir a comprarte ropa. Que parece que te gusta y llevas la de hace dos temporadas.

-¿Te gusta la moda? – le preguntó un asombrado Óliver.

-Solo me fijo en la gente – sonrió Jorge. – Y soy amigo del mejor sastre de España. Y el hombre más guapo del mundo es la mitad de esa frase “que buena pareja hacéis”. Es imagen de un sin fin de marcas de ropa y deportivas. Muchas de las campañas publicitarias que protagoniza no se ven en España. En Japón las calles están inundadas de carteles gigantes con su imagen vistiendo de Calvin Klein. Y en París los carteles son de Paco Rabanne. En USA de Converse. No dirigidos a deportistas, sino a casual wear.

-Bernabé de Hinojosa. El mejor sastre. Si es otro, te han mentido.

-El mismo.

-¿Es amigo tuyo?

-Dile que vas de mi parte. Ahora te paso su teléfono.

-No, no, no me lo puedo permitir… es carísimo.

-Tú llama. Del resto ya hablaremos.

-Y no sabía que Carmelo tuviera tantos contratos publicitarios. Nunca dice nada.

-En su tiempo de retiro, es por lo único que viajó fuera. Recuerdo un viaje que combinamos. Él iba a Estados Unidos a rodar los anuncios de CK y de allí nos fuimos a Argentina, dónde yo tenía compromisos de promoción de un recopilatorio de relatos y una reedición de mi primera novela.

-O sea que lo que se dice de que le acompañaste a París a rodar la serie, en todo caso no fue la primera vez.

-No. No fue la primera vez. Y ahora me va a acompañar en un pequeño viaje promocional.

-Pues eso es una gran ayuda. Los escritores que conozco porque les he asesorado en algunos temas en su momento, dicen que esos viajes suelen ser duros, sobre todo por la soledad que al final sientes.

-Es cierto sí. Estás siempre con gente, no te equivoques, pero… en el fondo, no puedes evitar sentirte solo. ¿Me das el número de cuenta? Que nos hemos liado…

Óliver abrió la aplicación bancaria de su teléfono. Y le fue leyendo su número de cuenta. Jorge inmediatamente le hizo una trasferencia. El abogado al ver la cantidad que acababa de ser ingresada en su banco, le miró con los ojos muy abiertos.

-Pero si no he hecho nada todavía… es mucho…

-Tranquilo. Creo que tus minutas serán altas. A no ser que prefieras que tengamos un contrato fijo y te pague una cantidad al mes.

-No lo había pensado. No sé que contestarte.

-Lo piensas y me dices. O como te vas a convertir en mi agente…

-No, no. No quiero una comisión por lo que ganes. En todo caso, fijamos una cantidad al mes.

-Y si en alguno te pasas de horas…

-Las compensamos con otros que me quede corto. Encima.

-Al menos si tienes gastos extras por atender mis asuntos, me lo dices y te los compenso.

-¿Eres así de generoso con todo el mundo?

-Suelo serlo. Aunque en general no me suele salir bien. Luego hay gente que se aprovecha. Pero tú no vas a ser de esos.

-Espero que no.

-Ahora te voy a contar lo mejor de todo el embrollo que me rodea y que me he enterado en estos días. Verás como todo el trabajo que vas a tener, lo que te he adelantado, te va a durar dos semanas. Los temas anexos. Son … alucinantes.

-¿Alucinantes?

Óliver le miraba extrañado. Era un calificativo que no pegaba en boca de Jorge y menos hablando de temas profesionales.

Jorge le empezó a contar como la policía había descubierto una obra publicada en Alemania y que se publicitaba como de un autor que iba a ser el sucesor de Jorge Rios.

-Esa novela es mía. Es una de las que tengo acabadas pero que no me había decidido a publicar.

Le contó que durante siete años no había publicado nada. Pero que él había seguido escribiendo. Y que tenía muchas novelas acabadas y innumerables relatos cortos.

-Por curiosidad ¿Cuantas novelas tienes acabadas sin publicar?

Jorge sonrió y bajó la mirada al contestar. Le empezaba a avergonzar la respuesta. Le contó lo que ya tenía la impresión de haber dicho cientos de veces. Las dos carpetas, la de Nadia y la del resto a los que les había dado acceso. Tantas novelas, tantos relatos…. Le vino a la cabeza su conversación con Aitor y su recomendación de callarse. Pero a Óliver no se lo podía ocultar. Le dio las cifras correctas, las que le dio Aitor.

-¿Y esa Nadia?

-Era como una especie de correctora. A parte de ser mi amiga. Es al revés, perdona. Era mi amiga que cuando murió mi marido, se convirtió en mi correctora primera.

-¿Es ella la que crees que te ha robado esa novela?

-Pocos tienen acceso. Jorgito, el hijo de Dimas, Nadia, Carmelo, Cape, mis vecinos Juliana y Pere. Martín Carnicer y su hermano Quirce. Son también como mis sobrinos. Mi protector informático. ¡Ah! Y Aiden, un amigo de los de siempre. Siempre me olvido de él. Nadie más.

-Entre ellos está el ladrón.

-Nadia. Siempre he apostado porque era Nadia, aunque me duela. No tengas duda de que ha sido ella. Ahora, lo puedo probar. Es amiga de toda la vida y me ayudó mucho cuando falleció mi marido. Por eso me he resistido a creerlo. Carmelo tiene acceso a todo, al igual que Martín y Quirce. Y mi hacker particular. Esto me recuerda que entre las cosas que te agradecería que investigaras es una entrevista con Dimas en la que citaba ese número de novelas acabadas, para justificar que la razón de que no publicara no era mi falta de inspiración, sino la tristeza del duelo por la pérdida de mi marido. Con Dimas nunca compartí esa información.

-Ya. ¿Sabes la de foros que hay pidiendo que publicaras de nuevo? Una verdadera legión de lectores clamaban por tu vuelta a las librerías.

-Algo me van contando. – Jorge levantó las cejas sonriendo tímidamente acordándose de lo que le comentó Hugo al respecto. Parecía que las dos conversaciones empezaban a seguir el mismo devenir.

-¿Tienes a alguien que te vigile esos temas de redes? Lo que se habla de ti por ahí.

-No. Y tengo claro que mi editorial no se empapa de nada. Y además le da igual. Sergio suele hacer esa labor si se lo pido o lo hace Carmelo. Casos puntuales. No me parece bien aprovecharme. Si lo crees necesario, lo pones en marcha. A lo mejor deberías pensar en contratar a algún ayudante. Y en todo caso, coordinarte de nuevo con Sergio, como en lo de la agenda.

-Ya iremos viendo. Le echo un vistazo. ¿Algún tema más?

-Claro.

-¿Cómo que claro?

Jorge se sonrió. Óliver le miraba con los ojos y la boca muy abierta.

-Si solo fuera lo que te he contado hasta ahora, sería pan comido.

-¿Pan comido? Problemas con las liquidaciones de tu editorial, problemas con el desarrollo de tus contratos con ellos. Alguien te roba una novela inédita y la publica por el mundo… ¿A esas minucias llamas tú “pan comido”? Por no hablar de que hay la posibilidad de que haya otras seis novelas por ahí.

Ahora era Óliver el que estaba “alucinado”.

-¿Y qué hay más? – dijo con apenas un hilo de voz. Estaba pensando que a lo mejor, sí iba a necesitar ya alguien que le ayudara.

Jorge sacó un libro de su bandolera. Se lo tendió. Era la versión de “Tirso” en ruso.

-No entiendo el ruso, lo siento.

-Es “Tirso”, mi novela, publicada en Rusia.

-¿Y?

-El autor que figura en la portada no soy yo. Y hay un pequeño detalle… yo no publico en Rusia.

-¡No me jodas!

Óliver alternaba mirar el volumen que tenía en las manos y mirar a Jorge. Dudaba si le estaba tomando el pelo.

-No, no, no es broma.

-¿Pero estás seguro que es la misma? ¿Quién te lo ha traducido?

-Yo mismo. Hablo ruso.

-Habrá que mirar entonces otros países en los que no publiques. Y estudiarlo. Si han publicado allí, lo han hecho en otros sitios. ¡Madre mía! Pero todo esto es un robo con… otro robo quiero decir. ¿Tienes registrado todo?

-Todo. Es algo que hago personalmente. Desde siempre. Si viste el programa de Espejo Público del otro día, lo que cuento allí es la verdad.

-¿Eso lo sabía mucha gente?

-La verdad es que no. No lo había dicho a nadie. Perdón, Carmelo sí lo sabe. El resto no. Amancio, la persona del registro de Propiedad Intelectual. Y mi impresor particular, el que imprime las copias que llevo al Registro, que no tiene ninguna relación ni con la editorial ni con nadie de mi entorno.

-¿Te guardas una copia en papel?

-Sí. Una copia. Están en mi caja fuerte de casa. Nadie me ha visto guardarlas ahí y nadie sabe de su existencia. Y tiene un sistema de seguridad que en caso de que alguien lograra abrirla, quedaría retratado de forma inmediata.

-¿Ni Carmelo?

-En el concepto de “nadie” nunca incluyo a Carmelo. – sonrió Jorge. – Él lo sabe todo de mí. Sabe incluso más de lo que sé yo mismo. Tiene acceso a mis cuentas bancarias. Le di poder para hacer uso de ellas. Sabe todas mis contraseñas de dispositivos, etc. Tiene poder para actuar en mi nombre.

-¿Es recíproco?

-Sí. Yo tengo el mismo conocimiento sobre sus cosas, y los mismos poderes. Tengo llaves de todas sus propiedades.

-¿Y te extrañas que todos digan esa frasecita que no te gusta? – le preguntó en tono de broma – Ojalá tuviera yo una relación con alguien la mitad de cercana que la vuestra.

-Algún día conocerás un hombre que te guste de esta forma.

-No he tenido mucha suerte.

-Pues fíjate tú la que tuve yo hasta aparecer Carmelo. Y el cabrón se ha mantenido cerca a pesar de que yo estaba en un proceso… digamos de stand by. Se lo merece todo.

-He escuchado cosas de Nando no muy agradables.

-Seguro que se quedan cortas con la realidad. Volvamos a lo nuestro.

Óliver todavía se lo quedó mirando un instante. Esa mirada era muchas cosas. Envidia, admiración, interrogación… era palpable que tenía decenas de preguntas en espera. Pero volvió al tema. Aunque estuvo seguro que tendría que volver sobre ellas. Era evidente que el pasado del escritor, aunque fuera lejano, tenía mucho que ver con su situación.

-Entonces el círculo es mínimo entre los que buscar al ladrón de tus novelas. Habrá que ir país por país… primero veremos los acuerdos de traducción que han vendido de tu obra. Y luego buscaremos esas novelas por los países en que no publiques. Aunque haya sido Nadia la que te haya robado, no tiene contactos para mover eso. Tiene uno o varios socios en esa aventura. El beneficio que puede sacar, da para mantener a muchos socios y comprar muchas voluntades.

-Y en todos, habrá que buscar las novelas que están pendientes.

-Trece novelas. Y de esos cientos de relatos, pueden salir cientos de recopilatorios de relatos.

-Algunos pueden ser consideradas como novelas. Por lo menos unos veinte superan las trescientas páginas. Y en cuanto a las novelas, yo lo acotaría a siete. Las que tenían acceso Nadia. Al fin y al cabo, solo Carmelo, Martín y Quirce podían ver todo. Y según los registros de acceso a mi nube, Carmelo no ha visto el resto. Creo que no se ha atrevido. Pecó de prudente y pensó que solo quería que viera la carpeta a la que tenía acceso Nadia. Martín sí. Aunque su hermano no. Martín ha leído casi todo. Las novelas un par de veces. Ahora está leyendo los relatos descartados.

-O sea que Martín es el único intrépido que se ha lanzado a leer todo, todo. ¿Más de mil relatos?

-Más de mil doscientos relatos. – le aclaró Jorge.

-¿Trescientas páginas y los llamas relatos? ¿Esas estaban entre las que tenía acceso Nadia y el resto?

-Dos de ellas. El resto está a parte. Solo las ha leído Martín.

-Madre mía.

-Y hay muchos relatos pequeños que están relacionados. Que son como capítulos de una historia general. Siempre dudé si utilizarlos como tales, como historias independientes o darles una unión y juntarlos en una novela.

-Pero ni en cinco vidas te va a dar tiempo a publicar todo esto.

-Y hay que añadir los cuentos infantiles que escribí para Jorgito. Los primeros, el primer año que lo hice, los leyó bastante gente. Dimas y Clarita se encargaron de ello. Los siguientes, ya solo se los di a Jorgito. Antes se me ha olvidado… Jorgito también ha leído gran parte de mis novelas. Vuelvo al tema de los cuentos: Pueden estar publicados en el resto de países. Ten en cuenta que tienen un público distinto. Y esos tengo el pálpito que están publicados fuera de España. Los primeros.

A Jorge le estaba gustando dejar sin palabras al joven abogado. Dejaba para otro momento explicarle que para él, la satisfacción verdadera era escribir. El que luego se publicaran… era un tema que sí, le gustaba, pero que no era su fin último.

-Los que han hecho lo de publicar mi novela inédita, estoy convencido de que no creían que fuera a publicar de nuevo. Porque a lo mejor pensaban que iba a estar muerto.

-Es que, si tienen el mismo nivel de ventas que tienes con tu nombre, es mucho dinero. Pero mucho. Sin contar que en ciertos países podrían haber vendido los derechos para una serie o película y que no llegara aquí. Las posibilidades pueden ser muchas. Tendré que buscar a alguien que empiece a buscar todas esas obras en diferentes países. No sé cual sería el camino más rápido o más seguro. Tengo que pensar…

Jorge se lo quedó mirando fijamente. Algo le rondaba la cabeza desde hacía un rato, pero como le pasaba a menudo, no lograba centrarlo. Llevaba unos minutos sin escuchar lo que decía Óliver. Éste se percató de la situación y se calló de pronto.

-¿Te pasa algo? – le preguntó éste.

-Llevo tiempo pensando… con una sensación extraña… ¿Nos hemos visto antes? Antes del otro día, quiero decir.

-No creo. Aunque siempre he tenido la sensación de que te conozco desde siempre. Lo achaco a que al ser famoso, te tengo visto de la tele o de fotos en la prensa. Te confieso que te leo. Y que me gustan tus novelas. Y que me ha interesado saber de ti. Antes de que me llamaras ya había leído decenas de artículos hablando de ti. He visto un sinfín de vídeos, de programas de televisión o radio en los que has participado, me suele gustar sobre todo cuando vas al programa de Carlos Alsina. Suelen ser programas memorables. Alguna presentación de tus libros que están colgadas en la web de tu editorial…

De repente a Jorge se le había iluminado una neurona.

-¿Te dice algo “Le petit elfe”?

La pregunta le salió a Jorge sin querer. Casi no fue consciente de que la había hecho en voz alta, ni de por qué la había hecho, si no llega a ser por la reacción del abogado. Se puso tenso. Su cara fue la mejor expresión de la sorpresa y del miedo. Miedo no. Era recelo la reacción que le había provocado.

-Mon oncle Clément m’appelait ainsi. – le respondió Óliver muy serio.

-Je m’excuse. J’ai vous apporté le souvenir d’un parent décédé.

-Il n’est pas morte. Je le pense du moins. Un jour, il a disparu. Pour quoi tu pense que il a décédé?

-Je ne sais pas. Tu parle très bien le français.

-Une grande partie de mi famille est française. Mais Comment saviez vous ça?

-Bien me parece, que practiquéis el francés. Veo que tienes presente que vamos a París en unos días.

Carmelo había ido a buscarlos. Estaba a un par de metros. No había querido acercarse a ellos para no escuchar la conversación. Una vez que ya se había hecho notar, se puso al lado de Jorge, al que puso la mano en el hombro. Lo había notado un poco desnortado.

-Óliver, no sabía que hablabas tan bien el francés. Pero ya he oído que tiene truco.

-¿No te lo había comentado?

-No. Pero te lo perdono si os pagáis un café.

-Dejadme que os invite. – se ofreció Óliver. – ¡Qué menos!

Una vez más a Jorge lo arrastró su marido a una de esas reuniones sociales que se convertían en fiestas desbocadas, llenas de sustancias alucinógenas, de mucho sexo y poco seso, comida pantagruélica y ríos de alcohol en forma de todas las bebidas que se pudieran imaginar.

Jorge no prestó atención al pueblo en dónde estaban. Ni a la casa a la que Nando le arrastró sin muchas contemplaciones. Parecía enfadado. Parecía… preocupado. Alguno de sus negocios debía ir mal. Alguno de los asistentes a esa “reunión” sería fundamental para salir de algún entuerto. Y posiblemente fuera fundamental su presencia, para hacer presión. Un famoso abre muchas puertas.

Era un jardín inmenso. Bien separado del resto del pueblo por un muro alto de piedra, de los de antes. Había una barbacoa en una esquina. El anfitrión parecía que era el que se ocupaba de los alimentos. Un chaval le echaba una mano. Jorge pensó que era su hijo. No parecía muy contento. Había dos moscardones que le rondaban. Dos hombres con la mano muy larga y que aún en la distancia, Jorge comprobó que tenían la comisura de los labios llena de baba. Alguien debería darles un pañuelo y una buena patada en los cojones. Pensó en ser un poco cabrón. Quizás ayudaba a que esa mañana se le había olvidado tomar sus pastillas. Estaba más decidido que otras veces. Se acercó al chaval y se interpuso entre los hombres y el joven. Visto de cerca era más guapo. Era pelirrojo. Y tenía unos grandes ojos claros. Jorge no supo determinar el color de los mismos. Le tendió la mano ceremoniosamente.

-Me llamo Jorge. Encantado de conocerte.

El niño lo miró directamente a los ojos. Estuvo pensando un rato antes de aceptar el saludo. Su padre lo miraba atento a su reacción. Parecía escaldado de algunas de ellas, por la forma de mirar.

-Yo soy Oli. ¿Eres el escritor?

-Lo soy. ¿Has leído alguna de mis novelas?

-Todas.

Jorge se sorprendió, porque el chico no debía tener más de trece o catorce años. Y sus obras no eran apropiadas para esas edades. Pero ya le había pasado tantas veces que no se extrañaba demasiado. Se aprestó a hacer la prueba del algodón.

-¿Cual es tu preferida?

-“La angustia del olvido”. Me alucina. Me siento como el prota.

-A lo mejor te gustaría contarme tus impresiones. Seguro que a tu padre no le importará que me hagas compañía un rato.

-Claro.

El chico ni siquiera había mirado a su progenitor antes de contestar. Agarró la mano del escritor y se lo llevó al lado contrario del jardín. El chaval levantó la otra mano con el dedo índice levantado dedicado a los dos babosos a los que tenía encandilados. Jorge se sonrió. Pensó que ese Oli le caía bien. Y que posiblemente esos señores tuvieran que ir al baño a aliviarse.

-Si piensas que te la voy a comer, ni lo sueñes. – le dijo el chico en un arranque.

-¿De verdad piensas que quiero eso?

El chico se lo quedó mirando. Al final bajó la cabeza avergonzado negando con la misma.

-Perdón. – murmuró.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 25.

Capítulo 25.-

Antes de ir a la farmacia de Concejo del Prado a buscar al abogado, paró en el bar. Entró con paso decidido. Miró el establecimiento y le gustó. A la izquierda estaba la barra, que empezaba a llenarse de bocadillos. Había al menos cuatro tortillas. También había dos tipos de bizcochos, cruasanes, napolitanas, sobaos pasiegos, un brazo de gitano relleno de crema pastelera, para que los parroquianos tuvieran dónde elegir su almuerzo o desayuno. A parte se anunciaban en una pizarra el chocolate a la taza con pan de pueblo y nata de vaca. Y las porras y churros.

Había muchas mesas distribuidas por la sala, que era grande. No se esperaba un establecimiento tan amplio. Había muchas ocupadas. Parecía que el trabajo le iba bien al tabernero.

Una mesa le llamó la atención en una esquina, a la derecha. Jorge pensó que si viviera en el pueblo, esa sería la mesa que elegiría para ponerse a escribir. Frente a la puerta, para poder observar a la gente entrar y interactuar con sus acompañantes. Un poco apartada, para no llamar demasiado la atención y que le reconocieran a cada momento. Se sonrió al darse cuenta de que estaba haciendo planes, como si fuera a vivir en ese pueblo. Le pareció curioso que esa mesa en concreto que a él le parecía la mejor, estuviera desocupada.

Se sentó en una mesa cerca de la barra. El que, según la descripción que le habían dado Carmelo y Cape, era el dueño, se acercó a él a preguntar. Jorge pensó que se habría percatado de que era forastero y querría darle la bienvenida, para fidelizarlo. O para cotillear, una de las labores principales de los que regentan un bar en un pueblo pequeño. No le pasó desapercibido la mirada de reconocimiento que había hecho al ver a sus escoltas.

-Me ha dicho un amigo que prepara el mejor chocolate de la zona. – le dijo sonriendo.

Jorge se había decantado por ir al grano. Durante el viaje había ido salivando pensando en el chocolate con ese pan de pueblo untado de nata de vaca.

Gerardo el dueño del bar, le sonrió satisfecho.

-Su amigo no le engaña – y sonrió tendiéndole el puño. – Gerardo.

-Jorge.

-Su cara me suena.

-Escribo libros. A veces salgo en la tele.

-¡¡Ah!! ¡¡Jorge Rios!! Ayer mismo salió. Siempre tengo Antena 3 puesta – le señaló la tele en la que efectivamente aparecía Susana Griso. Hoy no parecía estar su amigo Poveda, aunque sí Roberta Flack y Elías. – Estuvimos atentos. Ese cabrón que se metió con usted. Menos mal que le dio para el pelo. Luego se ofendió porque el resto de tertulianos le quitaron la razón. Él seguía en sus trece.

-Ese hombre creo que… alguien le ha engañado y le ha metido en algo que le es grande.

-Debería denunciarlo.

-Ya veremos. – dijo Jorge enigmático.

-Entonces el amigo del que habla es Dani. También le vimos en la tele. Todos aplaudimos cuando salió. Habla mucho de usted, que lo sepa. Se le nota al hablar que le tiene mucho aprecio, aparte de que valora mucho sus libros. Es su mayor fan, diría. Ayer lo dejó patente en la tele. Todos aquí los hemos leído por su insistencia. Miento. Los han leído. A mí no me da por la lectura, lo siento. Al menos ese tipo de lectura. A veces Jose Mari el de la librería y él tienen encendidos debates sobre sus libros.

-Ese Jose Mari no es partidario.

-Al revés. Le tiene a usted en un pedestal. El debate es sobre los personajes. Sobre su mejor novela. Dani suele hablar con pasión de “Tirso” y de “deLuis”. Y Jose Mari de “”La angustia del olvido” y de “Todo ocurrió en Madrid”. Jose Mari dice que “Tirso” y “deLuis” le angustian. “deJuan” también le gusta.

-Interesante. Me gustará conocer a ese Jose Mari un día.

-¿Como no ha venido Dani con usted?

-Tenía cosas que hacer. Yo he venido en realidad por trabajo.

-Los amigos de Dani…

-Los dos Danis. Le mandan saludos.

-Espero que vengan pronto y usted podría acompañarlos. Si ellos no tienen sitio en casa, tenemos aquí al lado una casa rural estupenda. Sería un buen lugar para escribir su próxima novela. Y para mí sería un honor darle de comer todos los días.

-En esa mesa – y señaló la mesa que le había llamado la atención. – En todo caso la escribiría en esa mesa.

-La tendría que compartir con Dani.

-¿Es su mesa?

– Si. Si está libre siempre la escoge. Y los de aquí, no se suelen sentar. Se la guardan a él. Si ve alguna vez alguien sentado, es que no es de Concejo.

-Habrá puesto una plaquita.

-No. Aquí Dani es Dani. No Carmelo del Rio. Si alguien pregunta por Carmelo del Rio, todos los del pueblo le dirán que no lo conocen. Pero si sale en la tele, le jalean. No vea el barullo que montaron cuando apareció de repente. Y como le animaban a usted. A ese Poveda, si le llegan a pillar, le dan de mamporros.

-Eso es bonito. Me está gustando este pueblo. Protegen a los suyos.

-Y los Danis son de los nuestros – dijo orgulloso el tabernero.

-Pues si le hago caso y me vengo a escribir mi próxima novela, me tendrá que poner un cartelito de reservado.

-Hecho. – aceptó Gerardo riéndose.

-A ver ese chocolate. ¿Luego me indicará dónde está la farmacia? He quedado con el hijo del farmacéutico, un abogado que se llama… será posible que se me ha olvidado…

-Óliver.

-Eso, Óliver.

-Mala pata ha tenido ese chico. Lo despidieron de un día para otro. Un asunto raro. Ocupaba un buen puesto en ese bufete tan famoso.

-Suelen ser sitios muy competitivos. Muchas puñaladas.

-Algo de eso será.

-Me ha parecido que no le cae bien ese bufete.

-Por la forma de comportarse con Óliver. El chico es buena gente. No se merecía lo que le hicieron. Fue patético.

Gerardo dio por terminada la charla y se volvió a la barra para preparar el pedido de Jorge. A este le pareció que no le apetecía hablar de ese tema. Pero la llegada del chocolate, de esas rebanadas de pan de hogaza ligeramente tostadas en la plancha y de la tacita con la nata, le quitaron de otras meditaciones.

-Su chocolate

-Bueno. Ya me había avisado Cape. Voy a disfrutarlo como si llevara un mes en ayuno.

Jorge estaba centrado en su desayuno y no se dio cuenta de que estaba murmurando cosas inconexas, repitiendo lo que ya había dicho.

-¿Quiere que avise a Óliver?

-¿Lo haría?

-Por un amigo de los Danis, sí.

-Se lo agradecería.

Curioso lo del despido del letrado. Parecía un tema del que estaban todos enterados en el pueblo. Le pareció llamativo que el tabernero estuviera al cabo de la calle y se lo hubiera sacado a colación a las primeras de cambio. Todo ese asunto empezaba a tener un tufillo raro. No acababa de entender que ese mismo bufete le pusiera en contacto con ese Óliver. Todo empezaba a parecer una novela de Jorge Rios. Podría haber escrito él ese argumento. Mientras untaba con la nata ese pan de pueblo y lo mojaba en el chocolate, se le ocurrió que a lo mejor, en vez de dar vueltas, podría escribir él la novela.

Ya lo había pensado en la embajada. Por eso había buscado un lugar apartado, para empezar a escribir un argumento alternativo. A veces, desbarrar sobre la realidad con teorías aparentemente descabelladas, te dan ideas. A lo mejor adivinaba de qué iba todo esto. Aunque todos estos pensamientos repentinos quedaron opacados por el placer extremo que obtuvo al pegar el primer mordisco al pan untado en el chocolate. Estuvo a punto de tener un orgasmo de felicidad.

-Esto es mejor que el sexo – murmuró feliz. – Casi mejor – matizó a continuación.

Jorge se repetía en sus pensamientos. Con Cape y Carmelo también comentó la noche anterior que la historia de ellos dos parecía una de sus novelas. Esa sí que era un “Romeo y Julieta” modernizado. Dos personas que de repente se encuentran en un pueblo que a ninguno les dice nada, que no se recuerdan y que empiezan a comportarse como si conocieran todo del otro. De forma natural. “Ten, que te gusta”. “Me pongo ahí, y tú aquí”. “Ponte esa camisa, es la que te gusta”. “Ahí tienes los calzoncillos que te gustan”. “Nunca he sabido por qué los compraba hasta ahora”. “No, no le gustan los caracoles. Le dan arcadas”.

Resulta que ya se conocían. Diez años antes. Y no recuerdan nada. Y los dos son personajes públicos. Tiene su miga. Todo parecen secretos a su alrededor. Los primeros que ocultan mil cosas son los padres de Daniel “Cape”. Esos saben pero callan. Y en un momento determinado, desaparecen.

Los padres de Dani “Carmelo del Rio” aparecen de la nada para sacar dinero. Y vuelven a desaparecer.

-Abracadabra, patas de cabra. Parece un espectáculo de magia. – bromeó Jorge.

-Magia negra – apuntó Carmelo.

-No les di nada. Pero se fueron igual que llegaron. Sin dar explicaciones – apuntó nuevamente Carmelo hablando de sus progenitores. – Y los he buscado.

-Pero tampoco mucho, querido – le reconvino Cape – Los has buscado de aquella manera.

-Es que me repelen, no te lo niego. Solo de hablar de ellos se me pone mal cuerpo, os lo juro. Antes les tenía que haber mandado a tomar por el culo.

-Qué más da. No sacaron nada.

-De esa visita no. Aunque de alguna anterior si sacaron alguna cosa. Dinero, no me mires así. – Cape le lanzó una mirada con el ceño fruncido. – Pero ya sacaron un pastizal antes de que me emancipara de ellos. Y solo lo legal. No te quiero ni contar lo que sacaron de …

-Venderte, dilo con todas las letras – le ayudó Cape, que seguía enfadado. – El caso es que en la última ocasión, no se llevaron nada.

-Eso es lo que me preocupa. Sin nada no se hubieran ido. ¿Qué sacaron? ¿Y quién se lo dio? – comentó Cape en tono brusco.

-Cape, relaja un poco – le reprochó Carmelo. – Si quieres hablamos de los secretos de tus padres. Y de paso, de los tuyos.

Los padres de Dani no están entre los prototipos de padres ejemplares. Traficaron con su hijo desde bien pequeño. Es un rumor que hay en el mundillo. Ese mundillo oculto de poder, sexo y dominación. Un mundillo que nadie afirma conocer de primera mano pero del que muchos oyen cosas en boca de otros: tengo un amigo que me cuenta… me dijo un director de cine muy conocido que en aquella fiesta… ese compositor era famoso por las orgías que montaba en su casa con adolescentes y políticos, jueces y ministros. Me contó una amiga que llegaban de todo el mundo. Hasta algún miembro de la Casa real Sueca.

-Será parte de nuestra vida olvidada. – comentó un Cape de repente más relajado y contemporizador. Parecía que el reproche que le había hecho un enfadado Carmelo, había logrado aplacarlo.

-Como si los secretos que nos rodean fueran todos de esa época. No te jode. – Carmelo no se había relajado. Jorge lo miró y le hizo un gesto con la cabeza para que lo dejara estar.

Hablaron mucho de lo que le pasaba a Jorge en los últimos tiempos.

-No entiendo que tiene que ver este chico Rubén. Aparece de repente con una historia que me llama la atención. Lo escucho, le leo mi novela inédita y de repente le dan una paliza. ¿Tiene algo que ver lo uno con lo otro? Por otro lado, mi mejor amiga me dice, casualmente, que ese chico es sobrino de una amiga suya y que va de fiesta hasta caer borracho como una cuba. Que si ya que yo suelo salir por la noche, y a veces voy a esas fiestas para encontrar inspiración, puedo cuidarlo. Y lo hago un par de veces. Y es cierto, bebe hasta caer inconsciente al suelo. No recuerda nada. Lo llevo dos veces a su casa y no se entera de nada. La primera vez me dio cosa hasta dejarle solo. El caso es que parece el catalizador de una serie de asuntos. Y resulta que uno de los que le da la paliza del siglo que casi lo mata, es mi ahijado. Supuestamente es un homófobo, racista, miembro de un grupo que se dedica a pegar a la gente que se sale de lo “normal”. Eso me dice la policía en un primer momento. Nunca ha dado ninguna pista de ese tipo de pensamientos. Al revés. Tiene amigos negros, de hecho su mejor amigo lo es. Y tiene amigos gays, a parte de mí. Su padre, eso sí, siempre me ha despreciado. Me ha aguantado porque le he dado a ganar mucho dinero. De hecho, desde que publico hace veinte años, lo que es, se lo debe a mis libros. Y lo más curioso es que le dije ese mismo día que le dejaba publicar unos cuentos que escribí para los niños cuando eran pequeños. Otra línea de negocio. Esos cuentos a quien los ha leído, le han gustado mucho. Los dibujos son de mi hermano Miguel. Muy buenos, por cierto. Y de repente, cuando la policía descubre lo de Jorgito, el tío se vuelve paranoico y me deja de hablar. Parece que yo tengo la culpa de lo que le pasa al chico. Lo despiden, parece. Pero no puedo hablar con nadie en la editorial. Me convocan a una reunión por mail. Y hace un rato, me desconvocan. Nadie contesta a mis llamadas. Solo una secretaria que no sabe nada ni conoce a nadie. Y no descubren nada, la policía, pero tienen la mosca detrás de la oreja porque me ponen escolta. Primero a Hugo. Y después, al poco, a un equipo completo. Y como colofón, aparece Ovidio Calatrava a informarme de cosas que no sabía sobre Dimas y sobre la publicación de mis primeros libros. Un Ovidio que podría ajustarse a la descripción que me dio Biel de la persona que le preguntó por mí con mucho misterio.

Les estuvo contando su conversación con Ovidio. Y sobre todo, las sensaciones que tuvo.

-Es que lo que más me fastidia, es que tuve, tengo, la certeza de que todo lo que me contó era cierto. Es algo raro. Es como decís a veces que os pasa a vosotros. No recordáis pero ante ciertos estímulos sabéis que … ya lo habéis vivido antes. A mí también me pasa. Esta noche, varias veces.

Jorge se calló abruptamente. Iba a hablarles de su excursión por los pasillos de la embajada.

-Lo que tienes que preguntarte, tenemos, es lo que no te ha contado.

-¿Su papel en todo esto?

-A mi me parece que está claro que ese Bonifacio y él no eran amigos. Y desde luego, Dimas… tampoco lo era. – Cape expresó lo que pensaban los tres.

-¿A qué viene todo esto ahora? Precisamente ahora. Ovidio no me ha ocultado nunca que Dimas no es santo de su devoción. Claro, lo que me cuenta ahora sobre su desidia y demás, quizás sea la razón para que no le tenga en consideración. No soy el único de los autores de Dimas que ha intentado llevarse. Por eso os he dicho a veces que algunos de ellos, con un poco de empuje, venderían mucho más.

-¿Y por qué no se van?

-Eso tampoco acabo de entenderlo. Yo al fin y al cabo, me gano muy bien la vida. Quiero decir, podría ganar mucho más, posiblemente sí. Muchísimo, muchísimo más. Pero tampoco… iba a cambiar de vida. Pero el resto de esos autores, no se ganan la vida con sus libros. Si te ofrecen esa posibilidad ¿Por qué no probar? Menos no vas a vender. No es un riesgo.

-Eres novelista. ¿Qué se te ocurre? – le preguntó Carmelo picándole.

-Chantaje. Está claro. Es la posibilidad más adecuada. Adecuada no, con más posibilidades de ser veraz.

-O que esté liado con ellos.

-Si fueran mujeres, no te diría que no. A Dimas le van las faldas… tanto como a ti Carmelo – le picó – Pero lo curioso es que Dimas, solo tiene a hombres en su catálogo. Y eso está claro, él no tiene mente abierta para dedicarse a acostarse con hombres.

-Eso si que es raro – comentó Cape. – ¿Un catálogo de solo hombres? ¿En los tiempos que corren? ¿Sabes si hay otros autores que sean homosexuales?

Jorge se quedó pensativo.

-Sí, ahora que lo dices. Dos lo son. Y escriben bien. Y Alfonso Quete. Pero ese cambió de editorial. Ese si se fue. Y no le ha ido mal.

-No entiendo como el resto no sigue la estela de ese Alfonso. Tendrán contacto entre ellos.

-¿Ves por qué hay momentos en que me vuelvo tarumba? – se quejó Jorge.

-Con paciencia. Nosotros llevamos más de tres años buscando y luchando. Y con escolta.

-A ver ese abogado que me has recomendado. Que por cierto, no trabaja ya en ese despacho.

-Si, me he enterado. Una cosa rara.

-Tan rara que me han dado su contacto allí. Podían haberme pasado con otro abogado del bufete. Y la mujer que me ha atendido, que me diste tú referencia, después de consultar imagino que con su jefe, me da el contacto de Óliver. Y me advierte que insista. Y efectivamente debo insistir para que me reciba.

-Tú tenías envidia de lo nuestro y te has inventado este argumento – bromeó Cape.

-En realidad me lo inventé hace muchos años – afirmó muy serio a sus contertulios, para su asombro. Porque no hizo ningún gesto que indicara que se trataba de una broma”

Jorge Rios.

-¿Es usted Jorge Rios?

El aludido se limpió los labios con una servilleta de papel y miró a la persona que le había hablado, y que estaba de pie a un metro de él. Era un joven alto, de espaldas anchas, rubio o pelirrojo, no estaba muy claro, con los ojos claros de un color también indeterminado, pero expresivos y que le daban un enorme atractivo. Barba de varios días que le sentaba bien. Una nariz grande y unos labios carnosos en una boca también grande con una sonrisa que daba tranquilidad. Ropa informal pero se notaba que le gustaba la moda. Era informal sí, pero de marca, con estilo y puesta para gustar. No se podía decir que era un bellezón, pero sí que era muy interesante. Así al menos lo definió Jorge para sí después de ese primer vistazo. Lo que no logró entender fue una sensación de complicidad que había percibido nada más mirarle. Si esa situación fuera una escena de sus novelas, y fuera una cita a ciegas, definiría esa sensación como “flechazo”. Pero ni era una escena que estuviera escribiendo, salvo que se estuviera volviendo loco, no era una cita para ligar. Lo más acertado era afirmar que le resultaba familiar, como si se conocieran de antes.

-Me imagino que usted es Óliver Sanquirián. – logró decir saliendo de sus pensamientos.

-Efectivamente. Encantado de conocerlo.

El tal Óliver le tendió el puño, pero Jorge que se había levantado para saludarlo, se lo cambió por un apretón de manos.

-Es que con esto del covid, uno no se atreve a…

-Tranquilo. Mientras no me ofrezcas el codo… ahí si que a lo mejor te hubiera dicho algo insultante.

Óliver se echó a reír.

-Es ridículo, sí.

-Me ha hablado de usted Daniel Gutiérrez.

-Llevé un par de asuntos para él. Creo que quedó a gusto con el trabajo que hicimos.

-Quería que se ocupara de mis asuntos. Se me ha complicado mucho todo. No puedo confiar en quien se ha ocupado de todo hasta ahora. Necesito alguien que me represente ante mi editorial y ante el resto del mundo. Alguien en quien confiar. Alguien que vigile mis asuntos.

-No trabajo. Me despidieron y no tengo bufete. Así que me temo que no va a ser posible. Ya se lo expliqué por teléfono.

-¿Te apetece tomar algo? ¿Un chocolate?

-Un chocolate no, que me engorda. Pero un café… ya se lo pido yo a Gerardo, no te preocupes.

Se dio la vuelta y le hizo un gesto al tabernero.

-Sentémonos. – le propuso Jorge.

-Pues cree su propio bufete. – le dijo Jorge a bocajarro – Sigue siendo abogado y posiblemente ni se ha dado de baja de autónomos. Con una mesa, un ordenador y un teléfono, lo puede hacer.

-Buenos días.

Un señor mayor, vestido con traje de tres piezas, gafas y apoyándose en un bastón se encontraba de pie al lado de la mesa que ocupaban Jorge y el abogado. Éste se levantó de un salto y le tendió la mano al hombre que se la estrechó sin ningún reparo ni restricción.

-Sr. Valbuena. – dijo un asombrado Óliver. Jorge lo imitó y se levantó, aunque él no tenía ni idea de quién era ese sujeto, que por otra parte tenía un porte de hombre distinguido. – Es mi antiguo jefe. – explicó Óliver. – Y un buen amigo.

-No te he quitado el permiso para que me tutees y para que me llames Otilio – le dijo sonriendo.

-Bueno, no sabía… – y miró hacia su candidato a cliente como diciendo que Jorge no era alguien de su círculo para no guardar las apariencias.

-Perdóneme Otilio Valbuena. – dijo un molesto Jorge Rios. – Yo no lo conozco, no le he invitado y estoy hasta las narices de que pasen cosas raras en mi vida desde hace un tiempo. ¿Qué pinta usted aquí? ¿Por qué llamé ayer a su bufete y su persona de confianza Helena noséqué, después de consultar con su jefe, supongo, o sea usted, me da el contacto de un hombre que ha despedido hace poco? Y se presenta en la reunión, me imagino que informado por esa tal Helena nosequé, que me da que es algo más de Óliver nosécuanto, perdona no me sale ahora tu apellido.

-Helena me dijo de su reunión. Helena es mi mano derecha y amiga de Óliver. Y creo que deben saber algunas cosas antes de enfrentarse a los acontecimientos venideros. Por eso estoy aquí. Aunque mi presencia y esta reunión, es mejor que a todos los efectos, nunca se haya producido. En mi bufete piensan que me he tomado el día libre, para estar con mi amante. He venido en coche de alquiler, no he traído ni mi chófer. ¿Confía en sus escoltas, D. Jorge?

-Claro. Confío en ellos y en sus jefes. Al cien.

-Bien. Sentémonos.

-Veamos entonces lo que tiene que contarnos – dijo Óliver mientras se sentaba, derrotado por las circunstancias.

Quería trabajar de nuevo. Desde que había contestado la llamada de Jorge Rios, no había dejado de pensar en el tema. Se puso hasta nervioso. Pasó toda la tarde paseando por el campo. Fue a uno de sus sitios preferidos, una pradera cercana a las Hermidas, y paso más de una hora tumbado en medio, oculto al mundo por la maleza y mirando al cielo, esa tarde despejado. Pero intuía que ese iba a ser un caso muy complejo. Lleno de intrigas palaciegas. Policía, agresiones y su gran ex-jefe de por medio. Algo le había llegado de todo lo que Jorge llevaba pasando en los últimos tiempos. Y conocía de primera mano los problemas de Carmelo del Rio. Solían hablar de vez en cuando. Y ahora, su jefe, exjefe, se había quitado de en medio dándole el caso a él, no a alguno de sus abogados contratados. Si decía el escritor que era todo muy raro, a él de repente, le había parecido todavía mucho más complejo. Otilio Valbuena no perdía un cliente ni por su madre. Y menos si era un personaje de relevancia pública como Jorge Rios, el escritor español que más vendía en el mundo.

No estaba preparado para este tipo de vida. Por eso le había costado tanto volver a publicar. No pensaba nunca en su pasado, porque entre otras cosas, apenas lo recordaba. Un médico con el que coincidió en un acto social y que estaba tan aburrido como él, le comentó que eso le pasaba porque tenía cosas que le avergonzaban y la cabeza era muy lista y olvidaba lo que podía destruirle.

No dudó de la profesionalidad del doctor, un psiquiatra que luego le dijeron que era muy reconocido profesionalmente y muy caro de contratar. Pero eso era como no decir nada. Al menos en su caso. Él no había olvidado por decisión propia. O eso pensaba. Un escritor amigo suyo, con un pasado cuando menos interesante, le comentó que su época en la que se vendió al espectáculo televisivo de las tertulias agresivas, lo que le hizo perder su prestigio como novelista, le perseguían de vez en cuando en las noches de cansancio supremo, impidiéndole dormir tranquilo.

-No puedo evitarlo. Me despierto sobresaltado porque he visto claramente como JJ salta sobre mí con un cuchillo para clavármelo en el ojo derecho. (JJ al parecer era el presentador del programa)

-¿En el derecho?

-En el derecho.

Y normalmente ni recordaba apenas su paso por esos programas. Era una experiencia que tiene ya superada completamente. Ha recuperado a sus seres queridos y su carrera como novelista de prestigio y súper-ventas. Tiene dos hijos adoptados, a los que quiere con locura y que le idolatran. Es un hombre feliz.

Ahora estaba allí, en el bar de un pueblo, hablando con un abogado al que quería contratar y aparecía allí una estrellona de la abogacía para acojonarlos. Para decirles que su vida corría peligro. Todo dicho con circunloquios. Para amenazarlos veladamente.

Ganas le daban de volver al agujero del que cada vez se arrepentía más de haber salido. Puto Rubén, que le había empujado a hacerlo.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 20.

Capítulo 20.-

 

Nunca lo había visto antes. No era de extrañar, era la primera vez que paraba allí a tomar un café y sentarse en la terraza. Era una panadería con cafetería, o una cafetería con panadería. Las dos partes estaban bien montadas. Y el dependiente-camarero, también estaba bien plantado. Era… era tocayo. Fue lo primero que le llamó la atención. Lo ponía la chapa del pecho. Parecía que era un piercing en el pezón. Estaba a la misma altura. Se lo imaginó sin la camisa y el delantal que llevaba como uniforme. Con el imperdible de la chapa pinchado en el pezón. Y por las mangas de la camisa asomaban algunos tatuajes. Como ya le había quitado el uniforme, se imaginó un enorme dragón cuya cola era uno de sus brazos y que la cabeza estaba en el otro brazo y el pecho era las alas y parte del cuello en dónde iba montado el Príncipe de Bel Air. No sabía que pintaba ese Príncipe ahí, pero estaba. Le daban morbo. Los tatuajes. Luego a lo mejor era el nombre de su novia o el de su madre. O un molino de viento, o esas letras chicas que te tienes que fiar del significado que te cuenten. A lo mejor dice “Tu puta madre, maricón” y tú te crees que llevas un pictograma que significa: “Paz y amor en el mundo”.

El hombre le sonrió y le miró fijamente. Quiso pensar que lo hacía con él, porque le había gustado. De repente el dependiente-camarero se había dado cuenta que ese cliente al que servía por primera vez, porque si hubiera venido antes lo hubiera recordado, porque se hubiera arrodillado y le hubiera pedido matrimonio sin más preámbulos, era el hombre con el que quería pasar el resto de su vida. Y le daba igual que no bajara la tapa del váter, o llegara tarde a desayunar, o se quedara por las noches viendo de tirón una serie de Movistar y por la mañana no hubiera hijo madre que lo levantara para que se fuera a trabajar. Pero en realidad era una técnica de ventas. Sí, porque cuando se iba a casa, fue a comprar una barra de pan y acabó con la barra, con una palmera de chocolate, con una trenza de naranja y chocolate y con un bollo de mantequilla.

Y con una sonrisa.

Otra.

Podría haberle dicho de quedar cuando acabara de trabajar. Dar un paseo, y tomar un chocolate o una cerveza sin alcohol, o con limón, o una cerveza negra, lo que él quisiera. Aunque a lo mejor prefería tomar un té con pastas, a las 5 de la tarde, como buen inglés. No era inglés, al menos no tenía acento aunque Leonor Watling tampoco lo tiene.

Y luego tras una charla larga, una tarde-noche llena de momentos mágicos, de conversación fluida y de sonrisas sin par, uno de los dos dice algo de ir a tu casa o a la mía. “No, la tuya”, “bien entonces”. Y fueron a tu casa, y allí, la magia cambió la palabra por los besos y las caricias.

Y esto, como en un buen cuento, acabaría en una boda en los Jardines del Palacio Real, con la presencia en sitio de honor del Presidente de los Estados Unidos, ahora que ya no es Trump.

-Son 5,80, por favor.

El Presidente de USA acababa de diluirse en su mente y lo sustituyó la tarjeta de crédito con la que pagó los pasteles. Y el pan. El café ya lo había pagado antes de sentarse en la terraza.

Jorge Rios.

Cerró el ordenador. Miró hacia la barra y vio al camarero del que acababa de escribir. Indudablemente era mejor la ficción que la realidad. Acababa de verle hacer un gesto de desprecio hacia una de sus compañeras de trabajo. Nunca le habían gustado los chulos y ese chico, cuanto más lo observaba, más se lo parecía.

Podía haber imaginado que era un policía de incógnito. Doble morbo. El delantal que llevaba como uniforme y uno de policía que llevaría debajo.

Pensó en llevarlo a los servicios. Empujarlo dentro de uno de los reservados y cerrar la puerta. Acorralarlo contra una esquina y pegar su boca a la de él.

-Muéstrame la pistola, querido.

Y le arrancó la camisa haciendo saltar los botones. Le desanudó el delantal y lo dejó caer. Y ahí estaba, el uniforme de policía tatuado en su pecho.

Jorge Rios.

Miró hacia la calle. Podía haberse sentado en la terraza, pero se lo habían desaconsejado. Era mejor dentro. Y casi mejor porque de repente se había nublado y amenazaba lluvia.

En la calle la gente corría a resguardarse. Las primeras gotas cayeron casi sin dar tiempo a nada. Cualquier sitio era bueno para buscar refugio. En pocos minutos la lluvia arreció y se convirtió en un verdadero diluvio. Aunque no parecía que fuera a durar mucho. Para algunos viandantes, eso había sido un problema. Jorge vio a varios empapados completamente. Un grupo de seis trajeados de ambos sexos entró en el establecimiento. Parecían niños pequeños riendo nervios y golpeando la ropa en un intento vano de secarla. Jorge se sonrió al verlo. Volvió su atención a la calle. Una pareja de hombres llamó su atención. Se daban un beso. Estaba refugiados bajo una pequeña tejavana. Uno de ellos le resultó conocido. Aguzó la vista. Era Aiden. El que estaba a su lado no era Finn. Sacó el móvil y les sacó una foto. Si fueran dos desconocidos pensaría que eran pareja. Y aunque fueran conocidos, tuvo claro que eran pareja.

Después de sacarles un par de fotos, tiró el móvil sobre la mesa. Estaba enfadado. Una vez más le habían tomado por tonto. Pero decidió dejar ese tema aparcado y volver al tema del día.

Ya pasaban quince minutos de las siete de la tarde. Si eso fuera una de sus citas con sus sobrinos, ya les hubiera llamado. Decidió esperar un poco más. Miraba a su alrededor y no vio nada que le llamara la atención. Ni de posibles agresores ni de policías. Si los había eran totalmente desconocidos para él.

El grupo de trajeados se había sentado en un rincón de la derecha, con un pequeño sofá y dos butacas. Los otros dos se habían sentado en unas sillas que habían acercado de otras mesas.

Su pierna empezó a moverse compulsivamente de arriba a abajo. Era como un terremoto incontrolado que aumentaba de intensidad cada pocos segundos. Puso sus manos sobre sus piernas para pararlas. No lo consiguió.

En los últimos minutos no había conseguido evitar preguntarse que demonios hacía allí. La espera le ponía nervioso. Una espera que no sabía que le iba a traer.

Decidió darse diez minutos más. Si no pasaba nada, se levantaría y no miraría atrás. Se iría de allí a paso ligero, en busca de otro sitio en donde estar tranquilo y ponerse a escribir.

Jorge Rios

Cogió el móvil por enésima vez. No había mensajes. Ni correos. Al menos los que en ese momento podían interesarle. De la editorial le escribían convocándole a una reunión para el día siguiente con Narcís Terragó. Le comunicarían el cambio en su editor. Podían haberle llamado. En circunstancias normales les hubiera devuelto la llamada inmediatamente.

De repente, tomó una decisión: iba a comportarse como le salía. Escribió rápidamente un mensaje contestando al de la cita de Clara.

Llevo 20 minutos esperando. ¿Vas a venir? ¿Ha pasado algo?”

Marcó el número de la editorial.

-Hola, soy Jorge Rios. Me habéis escrito un correo.

Pero la secretaria que le contestó, no supo darle razón de nada.

-¿No está el Sr. Terragó?

-No, salió para asistir a una reunión.

-¿Y el Sr. Nadiel?

-No se encuentra.

Se despidió de la secretaria. Parecía nueva. No sabía nada y no había nadie. Eso era un sin sentido. Su editorial empezaba a parecerse al camarote de los hermanos Marx. “Y también dos huevos duros. Trae tres”.

Estuvo jugueteando con el móvil un rato. No sabía que hacer. Llamó a Daniel “Cape”, el “marido” de Carmelo del Rio.

-Necesito tu consejo – le soltó nada más contestar.

-Te escucho – le respondió sin mostrar enfado por la brusquedad.

Le contó lo que había dicho su “sombra”, como decidió empezar a llamar a Hugo, su escolta. Los sucedidos en la editorial y el correo.

-Llama a Helena Martínez. Es la Secretaria de un bufete muy potente. Una vez traté con Óliver Sanquirián, me pareció serio y efectivo. Solo con él, con ningún otro abogado de ese bufete. De hecho posiblemente le llame dentro de unos días para que se ocupe de unos asuntos. Pero entre sus clientes estaban algunos escritores. Sabrá como tratar con la editorial en esta nueva tesitura. Pero pregunta por él. Si te ofrecen otro abogado, aunque sea del mismo bufete, insisto, rechaza la posibilidad de plano. No dudes por parecer educado.

Llamó nada más colgar.

-Pues es que el Sr. Sanquirián no trabaja aquí.

Jorge pensó que no era posible que todo le saliera al revés.

-Pues en algún sitio trabajará.

-Debo consultarlo. Le llamo en media hora.

Y colgó.

-En media hora. ¿Quién tiene media hora? – murmuró entre dientes enfadado.

Llamó a su “sombra”.

-Mira en el armario de mi despacho, el que está detrás de la silla donde escribo. En la balda de en medio están todos los contratos y correspondencia legal con mi editorial. Escanea todo, por favor. Ya te digo luego lo que hay que hacer.

-¿Ha pasado algo?

-Es por eso que has oído esta mañana en la editorial. De lo otro, no se ha presentado nadie.

-Camarero, pónme otro Moka doble. Y una de esas Muffins de arándanos.

El camarero que le había servido de inspiración se lo acercó a la mesa. Le había puesto su nombre en el vaso de plástico. Cuando le había pedido la primera vez le había dado otro nombre. Le había conocido.

-Tengo una curiosidad. Ese tatuaje que asoma por el puño de la camisa ¿Qué es?

El camarero se subió la manga y le enseñó la cola de un dragón. Y en el otro brazo tenía la cabeza y el cuello. Jorge se sonrió: había acertado.

-¿Y el resto del dragón?

-Lo iba a hacer en el pecho y la espalda. Pero mi novia me lo ha prohibido.

-La entiendo. A mí tampoco me gustaría tanto tatuaje en mi novio.

-No lo ha hecho por eso. Lo hace porque cuesta mucho dinero. Son muchas sesiones.

-Y dolerá.

-Sí.

-Estás mejor así. A mí al menos me gustas más. Te diría incluso que para mi gusto, te has hecho demasiados tatuajes.

-¿Se sacaría un selfie conmigo a pesar de los tatuajes?

El chico puso un gesto de broma que hasta con mascarilla le fue evidente a Jorge.

-Si me dices la novela que más te ha gustado.

Era una prueba que solía hacer para saber si efectivamente los que le pedían una foto eran fan de haberle leído o fan de “es un hombre que sale en la prensa”.

-“Tirso” – respuesta rápida, sin dudar.

-No te lo has pensado.

-El protagonista me encanta. Y lo imagino como Carmelo del Rio, sabe, ese actor…

Jorge se sonrió.

-Lo conozco de vista – dijo guasón.

Se levantó y se puso al lado del camarero.

-¿Le importa que nos quitemos la mascarilla?

Jorge se la quitó del todo y el chico le imitó. Estiró el brazo y puso el teléfono en alto. Se veía en la pantalla su imagen. Sonrieron y sacó la foto.

-Gracias.

Sonó su móvil.

-Soy Helena Martínez.

-Dígame.

-Apunte el teléfono. Le advierto que a lo mejor es reticente a encargarse de…

-Insistiré. Me ha dado referencias Daniel Gutiérrez.

-Ya lo imaginaba.

-¿Y por qué lo imaginaba?

-No nada, perdóneme. Me he hecho la lista.

Supo que era una retirada en toda regla. Pero no quiso insistir. Cuando Cape fuera a cenar a su casa lo hablaría con él. Esa Helena no tenía por qué asociarlo con Cape. No es que le molestara. Le mosqueaba.

-¿Dígame?

No había esperado nada para marcar. No quería que la abulia que le solía invadir en lo que hacía referencia a encarar sus problemas le invadiera y lo dejara en el olvido.

-Buenas tardes. Mi nombre es Jorge Rios. Y me ha hablado de usted Daniel Gutiérrez.

-Si es por un asunto legal, ya no trabajo en el bufete de Otilio…

-Pero usted es abogado.

-Sí, claro.

-Lo quiero como mi abogado.

-Pero no tengo ni despacho.

-Tendrá casa. Un ordenador. Un teléfono. Una mesa. Ya es suficiente.

-La de mis padres en el pueblo. Es lo que tiene la falta de ingresos.

-Mejor, así trabaja más tranquilo. Mañana voy a verlo. Dígame dónde está su casa.

-En Concejo del Prado.

-¿En Concejo del Prado?

-¿Lo conoce?

-De oídas. – dijo de manera evasiva – Mañana voy.

-Busque la farmacia. Cualquiera en el pueblo sabrá decirle. Le espero aquí. Pero no se haga ilusiones. Me han retirado.

-Pues yo le pongo de nuevo a trabajar. Y así solucionamos su falta de ingresos. Pero si quiere un consejo, no se mueva del pueblo. Me han hablado muy bien de ese en concreto.

Y colgó.

Se dio cuenta que no le había dicho una hora. Daba igual. Ya le mandaría un mensaje o lo llamaría cuando saliera. O seguro que en cuanto entrara en el pueblo, él se enteraba.

Clara seguía sin responder. Era lo esperado. Pero era su número. A lo mejor lo habían clonado. O le habían quitado el móvil. Llamó a su madre.

-Rosa.

-Jorge. Has estado con Clara.

-Sí, la fui a ver al cole.

-Gracias.

Le fue a decir que había pensado ir a ver a Jorgito, pero de eso todavía no estaba seguro. Todo se estaba complicando mucho. No se había dado cuenta al quedar con ese abogado por la mañana. Aunque podía llamarle y decirle que iba por la tarde. Además, debía buscar un coche. Él no tenía. Hugo lo llevaría. A lo mejor el policía tenía coche y lo podían usar. O alquilarían uno.

-O pido un taxi – murmuró. – O le digo a Carmelo.

-¿Clara? – preguntó ya en voz alta.

-Está en el ensayo. Irás a la obra, espero. Le hará mucha ilusión.

-Se lo he prometido. ¿Ha cambiado de número de teléfono?

-No ¿Por qué?

-No me contesta.

-Lo tendrá apagado.

-Claro, el ensayo.

No se entretuvo más hablando con Rosa. Estaba inquieto. Se acercaría al colegio a comprobarlo. Esa intuición famosa del comisario Javier Marcos. Ya le habían informado al respecto. Si todo un comisario jefe las tenía en cuenta, no iba a ser él menos.

Se levantó. Pagó el café al camarero del dragón. Y salió a la calle.

Caminó a paso vivo hacia su casa. Se dio cuenta de que lo seguían a una cierta distancia, salvo una chica que iba un par de pasos por detrás. Se giró para enfrentarla.

-Somos su equipo de escolta.

-Se me había olvidado. – se disculpó el escritor. – Mil perdones de verdad.

Volvió a su camino. Había sido muy desagradable con esa chica. Pero no estaba de humor. Ya la pediría perdón, como a todo el equipo.

Aquel hombre que le miraba desde el otro lado del salón de la casa en donde se celebraba la fiesta de esa noche, parecía que le conocía. Gorka no había ido esa noche. Eso le fastidiaba porque se había acostumbrado a no tener que preocuparse de los demás invitados. Era normal que se le acercaran para intentar ligárselo.

-Hola escritor.

-Un joven de unos veintitantos se había puesto a su lado. Le miraba sonriendo, con una copa en la mano.

-¿Te apetece un trago?

El joven le tendía su copa. Jorge, sin dudarlo, se lo cogió y le pegó un largo trago.

-Hacía tiempo que no tomaba Ron-Cola. Antes me gustaba.

-Te preparo uno.

-Me conformo con beberte el tuyo.

-Me llamo Jacob.

-Yo Jorge.

Jacob se acercó y le besó en los labios. Jorge pensó en apartarlo, pero no lo hizo. Ese joven sabía el terreno que pisaba. Y él hacía tanto tiempo que no besaba a nadie de verdad… no se había dado cuenta de lo que lo echaba de menos.

-Me gustaría que me acompañaras a una de las habitaciones.

-Hay gente más guapa en la fiesta.

-Para mí, ninguno tanto como tú.

-Luego no me acordaré de nada.

-Pero me tendrás en tus sueños.

Se quedaron en silencio unos segundos. Se miraban. Jorge dudaba. Le volvió a coger la copa y bebió de ella.

-Me gustas escritor. Y pienso hacer lo imposible para que no te olvides de esta noche.

-A ver si es cierto, Jacob.

Éste le cogió de la mano y tiró de él. De vez en cuando se giraba y lo sonreía. Jorge, para su sorpresa, empezaba a excitarse. No recordaba lo que era sentirse así. Seguramente empezaba a sentir las consecuencias de haber dejado esas “vitaminas”.

De repente, se detuvo. Jacob le miraba sin soltarlo. Jorge lo atrajo hacia sí y esta vez fue él el que lo besó.

-Tu boca sabe a sexo, Jacob.

-Pues ya verás cuando pruebes mi falo. Ese sí que sabe a sexo.

Jacob le sonrió y volvió a tirar de él.

Justo antes de perderse en las escaleras que conducían al piso de las habitaciones, Jorge volvió a mirar a ese hombre que seguía pendiente de él. Intentó acordarse de qué lo conocía, pero no lo consiguió. Solo pensó que en realidad no pegaba en esa fiesta. Era demasiado viejo y demasiado elegante.

Tropezó y casi se cae al suelo. Jacob le miró preocupado.

-Perdona, es que me he perdido en la visión de tu culo y me he olvidado de los escalones.

-Es todo tuyo, escritor.

Jorge Rios