Capítulo 40.-
Jorge antes de ir a la cama había mandado un mensaje a Óliver para encontrarse con él por la mañana. Quedaron en el bar de Gerardo a primera hora.
Allí estaban los dos, sentados en la misma mesa que el primer día. Había mucho bullicio en el bar. Tomaron su chocolate con pan y nata y acabaron por salir a la calle para charlar.
Óliver llevó a Jorge a un recodo fuera de la vista del resto de la gente y bien protegido. Un lugar que no llamarían la atención y que sería fácil de vigilar para los escoltas.
-No pudimos hablar – reconoció el abogado. – Siento la interrupción de Otilio.
-¿Sabes a que vino esa visita?
-Otilio siempre ha ocultado bien sus verdaderas intenciones. Pero fue raro. Ya fue raro que Helena te diera mi teléfono. Lo normal es que se hubiera encargado de intentar pasarte a otro letrado del bufete. A Otilio no le gusta perder ni un solo cliente. Y menos si es conocido como tú. Le gustan los juego de poder que da la gente reconocida y famosa. Tú estás en las dos acepciones. Así que la pregunta es: ¿Por qué? ¿Por qué renunció a tu caso?
-De todas formas según me han comentado, esa Helena es tu amiga. ¿No?
-Bueno. Sí. Pero estoy reinterpretando algunas de sus actitudes en nuestra relación. A sus hijos los quiero un montón. Les sigo llamando cada poco. Ella… no deja de ser la secretaria de Otilio. Y esa es su prioridad en sus… filias. Me he dado cuenta ahora, con un poco de distancia. Hasta que me volví al pueblo a casa de mi madre y vi todo desde otra perspectiva, pensaba que para ella había sido su gran amigo, al que ayudar y proteger. Ahora soy un poco escéptico al respecto. Sus actitudes han sido menos leales hacia mí que lo que creía. Siempre se esforzó en venderse como mi mejor amiga. Pero… a lo mejor no lo fue tanto. A lo mejor lo que vendió como apoyarme, no fueron tales apoyos, sino que intentó llevarme por donde interesaba a Otilio. Sí.
A Jorge le empezó a dar la impresión de que en realidad Óliver estaba pensando en voz alta. Lo que le estaba contando, no era algo que tuviera ya asentado en su ánimo o en su cabeza. Era algo que estaba razonando en directo.
-Fue más un intento de manipularme y llevarme por el camino que Otilio quería. Otilio o mi ex pareja que trabajaba también en ese bufete. Sí. Soy tonto. Me acabo de dar cuenta.
Jorge hizo un pequeño gesto con la cara para mostrar su solidaridad. Pero no incidió en el tema.
-Yo no hubiera querido otro abogado. Pero me hubiera puesto difícil encontrarte de no darme tu teléfono. Así que se lo agradezco. A la pregunta que planteas sobre la razón por la que no intentó ese Otilio llevarme a su bufete, solo tú estás en posición de responder. Y sobre todo, responder también al por qué de todas esas amenazas veladas que lanzó. Si fuera hipocondríaco me hubiera puesto de los nervios, hubiera corrido a encerrarme en casa.
-Creo que no te sorprendió. Me fijé en ti. Y no todos captan las sutilezas de su lenguaje. Te puedo contar algunos casos.
-A mí me pareció evidente. Tampoco es que dijera nada nuevo. Parte que intuía, parte que era evidente a esas alturas después de tener que haber hecho dos veces cuerpo a tierra y con un policía sobre mí para protegerme.
-A mí me pareció más bien una amenaza velada, no un aviso.
-Sí, sí, ya te he dicho, no me he referido como a un aviso, sino a una amenaza, dicha con mucho tacto y envuelta en sonrisas. Me recordaba escenas de “El padrino” – Jorge sonreía. Le hacía gracia la analogía que se le había ocurrido – Siempre que agasajaban a alguien en una fiesta, es que se lo iban a cargar a la mañana siguiente.
-Abrazos de muerte – bromeó Óliver.
Jorge se echó a reír mientras afirmaba con la cabeza.
-¿Amenaza suya personal o transmisor de los deseos de uno de sus clientes?
Había parecido una pregunta pero Jorge pensó de nuevo que era una duda propia expresada en voz alta.
-Tú lo conoces. Si lo preguntas es que dudas. O sea, que tienes ciertos motivos para pensar que la amenaza es de su parte.
-Más bien, en todo caso, pienso que es una mezcla. Según me fijé en el tiempo que trabajé en su bufete, tenía unos cuantos clientes que casi eran más socios que clientes puros. Socios a los que defendía, como parte de su asociación, valga la redundancia.
-Todo un personaje.
-Lo es. Y muy poderoso. Dicen que come con el Presidente del Gobierno cada poco. Sea quién sea éste.
-Puede que eso sea puro marketing.
-No lo había pensado. Gente poderosa maneja. Quiero decir, es cercana a él. Le he visto con jueces del Tribunal Supremo, con importantes ejecutivos de las principales empresas no solo españolas, sino internacionales, y eso que su dominio de los idiomas es mejorable. No habla ni papa de inglés o francés. Tiene un traductor en nómina. Él no es capaz de defenderse por sí solo en ningún otro idioma que no sea el castellano.
-¿Estás seguro que no lo finge? Algunos fingen ser más tontos de lo que son, porque eso les protege.
-¿Es lo que haces tú? – preguntó el abogado sonriendo.
Jorge se echó a reír.
-No te lo niego. A veces lo hago. No discuto cuando me llaman inútil o que no me entero de nada.
-No me parece el caso de Otilio. Para algunas cosas es transparente. Y te aseguro que cuando habla alguien a su lado en inglés o francés, a parte de cuatro frases típicas, no entiende nada.
-Pues no tendrá entonces relaciones con empresarios de muchos países.
-Bueno. El traductor es de inglés y francés. Con el inglés se alcanzan a la mayoría de empresarios.
-Le falta al menos un traductor de alemán.
-Le he oído a Carmelo que tú hablas muchos idiomas. Alemán está claro, me hablaste el otro día en esa lengua. Te juro que creía que me estaba volviendo loco o que te habías vuelto tú.
-No recordaba si lo hablabas. Me alegré de que así fuera. Hablo algunos idiomas sí. Carmelo los habla mejor en todo caso. Como te decía, – Jorge recondujo la conversación – al menos esa Helena tuvo a bien darme tu teléfono.
-En realidad no te hubiera sido difícil encontrarme. Dani me conoce. Con que le hubieras hablado de mí, te hubiera dicho. Cape no me relaciona con el pueblo ni con mi padre. Me sorprendió que Dani no compartiera con él que nos conocíamos. Cuando trabajé para él no comentamos nada de Concejo. No me dio pie y no sé decirte por qué, tampoco yo me sentí inclinado a contarle mis secretos. Secretos no, digamos a contarle de mi vida. Pero Dani sí. Es distinto. Hemos tomado cañas juntos en el bar. Y hasta me ha invitado a cenar un par de veces en la Hermida, antes de que Cape llegara a Concejo. Cuando apareció un buen día, todo cambió respecto a Dani. Al menos al principio. Luego Dani fue volviendo a ser el que era antes de Cape. Por lo que siempre le he oído comentar, tiene mucho contacto contigo. Y para que negarlo, se le nota a la legua que te quiere. Es algo que con solo veros en los estrenos o el otro día paseando por el campo es evidente para todos. Siempre hablaba de tus libros con pasión. Y de ti, igual. Es rara la conversación en la que no te saque a colación.
-No me digas la frasecita de “hacéis buena pareja” – dijo Jorge con voz meliflua.
Óliver levantó las manos declarándose inocente.
-No me engañas, la ibas a decir – se rió Jorge.
-Es que es evidente. Ya te digo. Os vi el otro día. Yo estaba tirado en esa pradera cercana a su casa. Os vi pasear y hablar. Os cogíais del brazo de una forma… ¡Cómo os mirabais!… es que en los pocos minutos que os vi, era evidente. No te quitaba ojo, preocupado por lo que fuera que le contaras. Y tú lo mismo. Hubo un momento en que le debiste preguntar algo… Ninguno le ha visto esa forma de comportarse desde que lo conocemos. Era cercano pero no acababa de implicarse con la gente. Con Eduardo sí, lo hizo. Pero tampoco… al cien. Y aquí nunca ha tenido nada que ocultar. Quiero decir, que no tenía por qué comportarse como una estrella del cine. Aquí es Dani, uno cualquiera. El de la Hermida. Punto. Un verso libre sin ataduras de ninguna clase.
Jorge no dijo nada, pero se sintió bien por el detalle que le había descubierto Óliver. De todas formas estaba muy centrado en sus temas y pasó de largo aunque de buena gana en otras circunstancias hubiera incidido en algunas de las cosas que le había comentado.
-Según deduzco de tus palabras, ese Valbuena no renuncia a un cliente. A mí entonces es que no me quiere como tal.
-Todo lo que te diga al respecto, son elucubraciones. No lo sé. Que ha renunciado a luchar por llevar tu caso, es claro. Los motivos, todo lo que diga, pura especulación. Puede que piense que dejándote conmigo es como si te dejara vendido. Una de las conclusiones que saqué de nuestra charla del otro día, es que parecía que estás en el lado contrario a sus intereses. Por eso… puede que te pusiera en mis manos. Aunque creo que le demostré sobradamente que no soy mal abogado. Eso sí, no soy tan buen perro faldero que haga y aconseje a mis clientes lo que él o su camarilla quería. Ese fue mi problema.
-Es interesante. Porque si me deja en tus manos, como dices, es que no te tiene por buen abogado, o que de alguna forma piensa que te puede manipular.
Parecía una invitación a que ampliara la información. Y Óliver decidió hacerlo. Iba a ser la primera vez que se lo contaba a alguien.
-Había clientes que se acercaron a mí directamente o que me pasaron de recepción. Era de los nuevos así que me mandaban los que pensaban que eran poco interesantes. O los que pensaban que eran unos pesados. Algunos de ellos resultaron ser muy productivos. Sobre todo, uno de ellos, que puede que conozcas, aunque no puedo darte detalles. Son temas muy delicados. De esos malos casos al principio, pasaban. Yo intentaba además que ni les vieran por allí. Evitaba las conversaciones en los pasillos o en la recepción. Les acompañaba al ascensor, bajaba con ellos casi en silencio y los despedía en la calle. Las conversaciones siempre en mi despacho o en lugares públicos alejados del bufete. Al final fue inevitable que algún compañero se enterara de algún detalle. Y entonces su actitud cambió. La de todos en el bufete.
-Puede que tu amiga les ayudara en esos descubrimientos – propuso Jorge.
Óliver sonrió. Parecía que Jorge había acertado.
-Intentaron entonces guiar mis actuaciones. Con propuestas que a veces iban en contra de los intereses claros de mis clientes. Pero colisionaban con otros clientes del bufete. Clientes que estaban en las cuentas de los socios principales o de abogados con más años allí. Me negué. Y lo defendí. Con alguno intentaron que se cambiaran de abogado, pero ninguno de ellos les hizo caso. Entonces me acusaron de trabajar por cuenta propia. De cobrar fuera a parte. Eso es casi el peor pecado que se podía cometer. Hurtar dos euros al bufete era causa de despido. Al final se reunieron los jefazos y me echaron pretextando esas causas. Mi ex pareja y sus amigos, hicieron campaña por ello. Fueron los fiscales de mi caso. Pero no nos engañemos. Todo manejado por Valbuena. Ahora lo tengo claro. He pasado muchas horas desde que me volví a Concejo, paseando por los campos y bañándome en el río dándole vueltas a todo. Y llamando a amigos de otros bufetes, volviendo a Madrid para encontrarme con ellos y tener una reunión disfrazada de comida de colegas…
Óliver se sonrió un momento. Parecía recordar algún hecho en concreto.
-Claro. El marido de Helena … era otro de los “fiscales”. Por eso Helena insistía tanto en lo mal que se llevaba con su marido. Todo era una obra de teatro.
-Lo raro es que no acabaras peor…
-Intentaron que les pasara todos mis archivos ya que se iban a repartir a mis clientes. Pero todos ellos, al menos los que les interesaban decidieron irse de allí. Intenté que se quedaran conmigo, pero les entró miedo. Yo ya estaba en el punto de mira. Ya no querían saber nada de mí tampoco. Pero no les di mis archivos. No se iban con ningún abogado del bufete, así que me los llevé. Fue entonces cuando me amenazaron con llevarme a los tribunales para pedirme esas cantidades que decían había cobrado. Me mantuve firme. No lo había hecho y no podían demostrar nada. No me llevaron a los tribunales pero se ocuparon de que nadie me contratara. Si alguno de mis clientes se hubiera quedado conmigo, me lo hubiera montado por mi cuenta. Pero… se pusieron muy intensos para evitar que eso fuera así.
-Vaya pues es interesante. Algún día tenemos que profundizar. Es para escribir una novela. – bromeó Jorge.
-Volvamos a lo nuestro, si te parece – propuso Óliver, que es cierto que le había sentado bien contarlo en alto, pero que tampoco quería monopolizar la reunión con sus recuerdos.
-Me pareció que Otilio y el posadero se reconocieron. – comentó Jorge volviendo a su tema.
-El posadero tampoco es lo que parece. Mi teoría es que lo puso Javier Marcos, el comisario de policía.
-¿Y eso?
-Para proteger a Dani sin que se enterara. Cuidado, esto no lo tengo comprobado. Es solo una teoría. El posadero es quien mejor puede enterarse de la gente nueva que viene al pueblo y de los comentarios de los vecinos.
-Entonces sería policía.
-Sí. Y su hijo también. Alberto. Se hizo cercano a Dani. Y aunque no se pegaba a él, me fijé cuando venía a pasar unos días a casa de mi madre, que casualmente siempre estaba cerca de él. A parte de que tuvieran un rollo.
Óliver se azoró al instante.
-Perdona, a lo mejor ese detalle no debería…
Jorge se echó a reír.
-Conozco a Carmelo. Tranquilo. Y conozco su fama. Ahora no es nada comparado con lo que fue. No me pongo celoso por eso. Nunca le he pedido fidelidad sexual ni se la pediré, aunque nos casemos. Una cosa, cambiando de tema, me ha llamado la atención que dijeras antes “la casa de mi madre”.
-No me llevo bien con mi padre. Ahora mantenemos las apariencias. Él parece… que habla muy bien de mí y se empeña en demostrar a todos que está preocupado por mí. Pero nada de eso es cierto. Le importo una mierda, y él me importa a mí lo mismo. Es falso. Te diría incluso que sería buen colega del amigo Otilio. Y te diría que posiblemente lo fueran. Y de todas formas, me he atenido a la legalidad. La casa es de mi madre. Por herencia. Todo en Concejo es de mi madre. Y se casaron en régimen de separación de bienes.
-Perdona, no hace falta que me cuentes tus secretos…
-Ya te los he empezado a contar. Lo que me pasó en el bufete de Otilio no lo había contado a nadie. Tú me vas a contar los tuyos. Me parece justo. Ya que me vas a sacar del paro, que menos. Aunque te advierto que Cape también me ha pedido que le haga unos trabajos. No vas a ser el único cliente.
-Y me parece bien. Conmigo vas a tener tajo. Mucho. Pero eso no quiere decir que te quiera en exclusiva. Es más, me gustaría que cogieras todos los que puedas. Yo mismo te recomendaré si alguien me pregunta.
-Tú dirás. Casi no pudimos hablar de nada.
-A lo mejor eso era una de las intenciones de Otilio.
-Puede ser. Aunque lo dudo. Eso era fácil de solucionar. Lo estamos haciendo ahora. Podíamos haber hablado por video conferencia. O podía haberme acercado a tu casa de Madrid. No tengo coche, pero puedo coger el de mi madre cuando quiera. Ella apenas lo usa. Y desde que he vuelto, prefiere que sea yo el que la lleve.
Jorge empezó a explicarle su situación con la editorial. Con Dimas. Y ese acuerdo especial de que ellos se encargaban también de representarle.
-¿Eso está firmado?
-No creo. En todo caso lo firmaría Nando, mi marido fallecido. Sé de otras cosas que hablábamos y luego se las daba a firmar a Nando, como para justificarse con alguien. Nunca pregunté, aunque me dio esa impresión. Pero él no tenía poder para firmar por mi. Así que de raíz, todo sería impugnable. No tendría valor.
-¿Seguro? Se ha comentado siempre que ibas drogado.
-Cierto. Pero hay cosas que si tengo presentes. Es complicado explicarlo. Y que yo sepa, todo fue un acuerdo en todo caso verbal. Y tengo el presentimiento de que han abusado de ese acuerdo. Tengo muchas preguntas a ese respecto. El dinero que cobro por mis colaboraciones con “El País”, algunas charlas que me organizaban en teoría dentro del plan de promoción de mis libros y que al parecer cobraban, cosa que no tengo consciencia de haber ingresado yo, las liquidaciones por las ventas de mis novelas… las comisiones que en todo caso se quedan por esas gestiones… todas esas cuestiones necesitan de explicación.
-Entonces lo primero que hay que hacer es determinar tu situación respecto a ellos. Me deberías facilitar todos los documentos que tengas…
-Te estoy preparando copias de todo. Hugo, que en un principio iba a fingir ser mi asistente, me lo puso la policía para protegerme discretamente, te lo estaba preparando. A la vez que miraba otro tema del que te hablaré en un momento.
-No te preocupes. Yo me encargo. Me dices cuando puedo ir a recogerlos a tu casa, y me acerco con el coche de mi madre. Le pediré a Eduardo que me eche una mano para cargarlo todo. Ya me haré yo copias de lo que vea interesante. Usaré la impresora de mi madre.
-Me gustaría que de momento, te ocuparas de ser mi agente. Ya sé que a lo mejor te parece una actividad…
-Para nada. Es un placer ser tu agente. Aunque para serlo efectivamente, antes debemos ver como está todo, los compromisos que han firmado en tu nombre. Y comprobar las liquidaciones que te hacen de tus comisiones. Y que nos pasen toda la planificación que hayan hecho de ahora en adelante. La estudiaré y a partir de ahora te iré indicando. Y a lo que consideres, te acompañaré.
-Eso es importante. Lo de las liquidaciones me refiero. Ya te lo había citado yo antes. Hasta hace unas semanas no se me hubiera ocurrido dudar de ellas. Aunque por empezar por algo, el tema de mi agenda, en lo que se refiere a encuentros con lectores y actos promocionales que organiza la editorial. Del resto de mi agenda se ha empezado a ocupar la agencia de Carmelo. Sergio es un amigo y ya me echaba una mano. Estaría bien que os coordinarais. Eso tendría prioridad. Ya he tenido que salir de estampida para acudir a dos citas en una mañana. Eso del otro día me llega a pasar hace unos meses, y hubiera sido un desastre para mi prestigio. Hubiera salido por peteneras y acabado discutiendo a lo grande con ese Poveda. Estoy dando por supuesto que lo viste.
-Me lo contaron en la cantina cuando volví de pasear. Lo vi luego en Atresplayer. Menuda historia. Pero lo tenías todo controlado. Tu exposición me pareció contundente y esclarecedora. Y cuando Dani apareció allí con los documentos… no dejaste ninguna duda al respecto.
-Sergio, el representante de Carmelo se encargó de todo. Fue el primer favor así de calado que me hizo.
-Te cobraría una pasta.
-En todo caso lo pagaría Carmelo. A mí nunca me ha intentado cobrar nada. Ya te he dicho que ahora se ocupa de mi agenda. El otro día me avisó él de esa cita que nadie en mi editorial parecía conocer, y eso que lo habían concertado con ellos.
-Muy amigo debe de ser. O un fan incondicional. Esa gente cobra un buen porcentaje.
-El porcentaje que cobre de Carmelo da para mucho.
Óliver se echó a reír.
-Eso es cierto.
-No quiero que sigan mangoneando en ese sentido. Ya empecé hace tiempo, por ejemplo, en algunos encuentros con lectores. Los de la librería de Goya, por ejemplo. Voy casi todas las semanas un día. Pero eso lo hago fuera aparte. Ellos no se enteran. Y a la librería de unos amigos, suelo ir cada poco. Quedan con algunos clientes y charlamos un rato y luego les firmo los libros.
-Eso lo ponemos en marcha enseguida. ¿Qué te ha llevado a poner en duda las liquidaciones de la editorial?
-No es por mi mala relación con Dimas, que conste. Llámalo intuición. De todas formas el detonante fue darme cuenta que nunca he cobrado por los relatos que publicaba en “El País”.
-Ya me he enterado de tu affaire con Dimas. Tengo algunos antiguos clientes que son escritores. Se comenta mucho tu caso.
-¿Y que se dice?
Óliver se sonrió. Pensó en mentir a Jorge. No le apetecía ser él el que le contara algunos pensamientos del mundillo literario. Pero esa opción no era aceptable si empezaba a trabajar para él. Y ahora sí, le apetecía hacerlo. A parte de que le había caído bien, ese poco tiempo que había transcurrido desde su primer contacto, le había dado un vuelco a su ánimo. La visita de Otilio, que en un principio le asustó, precisamente por lo que habían comentado Jorge y él unos minutos antes, por las razones ocultas para renunciar a un cliente como Jorge Rios, y además, para cedérselo a él, que por mucho que se le llenara la boca diciendo a todos que le tenía cariño, que era el mejor abogado que había trabajado para él, además de ser fiel y respetable, le había dejado caer en su propio bufete y le había cerrado las puertas de los sitios a los que había ido a pedir trabajo. Y no, no eran sus antiguos compañeros, esos que hicieron el trabajo sucio de tenderle una trampa, de mentir y trapichear para justificar su despido. Fue Otilio en persona quién fue llamando a todos los bufetes importantes diciendo que no le gustaría que Óliver Sanquirián acabara trabajando para ellos. Había incluso pensado, en todas esas horas ociosas de las que de repente había disfrutado, que había sido una venganza. ¿Por qué? Se preguntó un ciento de veces. Él no creía haber hecho nada que pudiera despertar ese tipo de reacciones en su antiguo jefe. Incluso llegó a pensar en que fuera una venganza contra su familia. Aunque eso también era impensable. Que él supiera, el abogado no conocía a sus padres, ni a sus tíos por parte de su madre, su padre no tenía más familia. Se decidió pues, a contarle la verdad a Jorge.
-Que al menos todo este embrollo ha propiciado que te quites de encima a Dimas. Todos están de acuerdo que es un editor nefasto. Por eso valoran todavía más tu trayectoria y tu capacidad para escribir. “Ha triunfado porque tiene un don y ha aprendido a desarrollarlo”, dicen la mayoría. Si llega a ser por Dimas, nada. Otros no te negaré que hablan de suerte. Pero me da que algunos de ellos se dejan llevar por al envidia.
-¿De un tal Bonifacio se dice algo?
Óliver se sonrió.
-Parece que lo que también se dice respecto a que no te enteras de nada de lo que pasa a tu alrededor, no es exacto. Parece que tu estrategia, esa que consiste en hacerte el tonto te funciona a la perfección – Óliver tenía un gesto de guasón.
-Es que me he despertado. Es largo de contar, pero lo haré algún día.
-Fue quien decidió publicarte. Los que conocen el mundillo literario en profundidad, los entresijos, lo saben. Fue quien habló con todo el mundo para que pusieran tus libros bien a la vista y los recomendaran. Se encargó personalmente de que la mitad de los libreros de España leyeran tu primera novela antes de publicarse. Dimas puso la cara en lo referente a hablar contigo. Bonifacio era su suegro. Era el gran capo de tu editorial. El dueño. Ahora no está claro en manos de quién está. Hay muchos rumores sobre su testamento, pero nada se conoce oficialmente.
-¿Y el que me puso alguien a vigilarme?
-Eso ya no lo sé. Pero no me extrañaría. Tiene una cierta fama de tiburón. He escuchado a alguno referirse a él como mafioso. Ya se que no está bien hablar mal de los muertos, pero es lo que hay. La gente habla de él con prevención. Parece que le tenían miedo no, pavor. Y aun muerto, se lo sigue dando. Alguno incluso, antes de decir nada de él, bueno o malo, miraba a los lados y detrás, por comprobar que nadie les pudiera oír.
-Tendré que profundizar en todo ese tema.
-Si me entero de algo, te digo.
-Antes hay que solucionar muchas otras cuestiones.
-Ya me has dado muchos asuntos de los que ocuparme. Y si no te importa, mañana, aunque sea domingo, me acerco a tu casa para hacerme con la documentación.
-Por mí sin problemas. Lo único, me lo confirmas y me dices si te va a acompañar Eduardo u otra persona, por avisar a mis escoltas para que te dejen pasar y te abran la puerta. Por cierto, antes de seguir, que no hemos hecho más que empezar. ¿Necesitas un adelanto? Si llevas tiempo en el paro…
-No te negaré que estoy canino. Pero…
-Dame tu número de cuenta. Y así puedes ir a comprarte ropa. Que parece que te gusta y llevas la de hace dos temporadas.
-¿Te gusta la moda? – le preguntó un asombrado Óliver.
-Solo me fijo en la gente – sonrió Jorge. – Y soy amigo del mejor sastre de España. Y el hombre más guapo del mundo es la mitad de esa frase “que buena pareja hacéis”. Es imagen de un sin fin de marcas de ropa y deportivas. Muchas de las campañas publicitarias que protagoniza no se ven en España. En Japón las calles están inundadas de carteles gigantes con su imagen vistiendo de Calvin Klein. Y en París los carteles son de Paco Rabanne. En USA de Converse. No dirigidos a deportistas, sino a casual wear.
-Bernabé de Hinojosa. El mejor sastre. Si es otro, te han mentido.
-El mismo.
-¿Es amigo tuyo?
-Dile que vas de mi parte. Ahora te paso su teléfono.
-No, no, no me lo puedo permitir… es carísimo.
-Tú llama. Del resto ya hablaremos.
-Y no sabía que Carmelo tuviera tantos contratos publicitarios. Nunca dice nada.
-En su tiempo de retiro, es por lo único que viajó fuera. Recuerdo un viaje que combinamos. Él iba a Estados Unidos a rodar los anuncios de CK y de allí nos fuimos a Argentina, dónde yo tenía compromisos de promoción de un recopilatorio de relatos y una reedición de mi primera novela.
-O sea que lo que se dice de que le acompañaste a París a rodar la serie, en todo caso no fue la primera vez.
-No. No fue la primera vez. Y ahora me va a acompañar en un pequeño viaje promocional.
-Pues eso es una gran ayuda. Los escritores que conozco porque les he asesorado en algunos temas en su momento, dicen que esos viajes suelen ser duros, sobre todo por la soledad que al final sientes.
-Es cierto sí. Estás siempre con gente, no te equivoques, pero… en el fondo, no puedes evitar sentirte solo. ¿Me das el número de cuenta? Que nos hemos liado…
Óliver abrió la aplicación bancaria de su teléfono. Y le fue leyendo su número de cuenta. Jorge inmediatamente le hizo una trasferencia. El abogado al ver la cantidad que acababa de ser ingresada en su banco, le miró con los ojos muy abiertos.
-Pero si no he hecho nada todavía… es mucho…
-Tranquilo. Creo que tus minutas serán altas. A no ser que prefieras que tengamos un contrato fijo y te pague una cantidad al mes.
-No lo había pensado. No sé que contestarte.
-Lo piensas y me dices. O como te vas a convertir en mi agente…
-No, no. No quiero una comisión por lo que ganes. En todo caso, fijamos una cantidad al mes.
-Y si en alguno te pasas de horas…
-Las compensamos con otros que me quede corto. Encima.
-Al menos si tienes gastos extras por atender mis asuntos, me lo dices y te los compenso.
-¿Eres así de generoso con todo el mundo?
-Suelo serlo. Aunque en general no me suele salir bien. Luego hay gente que se aprovecha. Pero tú no vas a ser de esos.
-Espero que no.
-Ahora te voy a contar lo mejor de todo el embrollo que me rodea y que me he enterado en estos días. Verás como todo el trabajo que vas a tener, lo que te he adelantado, te va a durar dos semanas. Los temas anexos. Son … alucinantes.
-¿Alucinantes?
Óliver le miraba extrañado. Era un calificativo que no pegaba en boca de Jorge y menos hablando de temas profesionales.
Jorge le empezó a contar como la policía había descubierto una obra publicada en Alemania y que se publicitaba como de un autor que iba a ser el sucesor de Jorge Rios.
-Esa novela es mía. Es una de las que tengo acabadas pero que no me había decidido a publicar.
Le contó que durante siete años no había publicado nada. Pero que él había seguido escribiendo. Y que tenía muchas novelas acabadas y innumerables relatos cortos.
-Por curiosidad ¿Cuantas novelas tienes acabadas sin publicar?
Jorge sonrió y bajó la mirada al contestar. Le empezaba a avergonzar la respuesta. Le contó lo que ya tenía la impresión de haber dicho cientos de veces. Las dos carpetas, la de Nadia y la del resto a los que les había dado acceso. Tantas novelas, tantos relatos…. Le vino a la cabeza su conversación con Aitor y su recomendación de callarse. Pero a Óliver no se lo podía ocultar. Le dio las cifras correctas, las que le dio Aitor.
-¿Y esa Nadia?
-Era como una especie de correctora. A parte de ser mi amiga. Es al revés, perdona. Era mi amiga que cuando murió mi marido, se convirtió en mi correctora primera.
-¿Es ella la que crees que te ha robado esa novela?
-Pocos tienen acceso. Jorgito, el hijo de Dimas, Nadia, Carmelo, Cape, mis vecinos Juliana y Pere. Martín Carnicer y su hermano Quirce. Son también como mis sobrinos. Mi protector informático. ¡Ah! Y Aiden, un amigo de los de siempre. Siempre me olvido de él. Nadie más.
-Entre ellos está el ladrón.
-Nadia. Siempre he apostado porque era Nadia, aunque me duela. No tengas duda de que ha sido ella. Ahora, lo puedo probar. Es amiga de toda la vida y me ayudó mucho cuando falleció mi marido. Por eso me he resistido a creerlo. Carmelo tiene acceso a todo, al igual que Martín y Quirce. Y mi hacker particular. Esto me recuerda que entre las cosas que te agradecería que investigaras es una entrevista con Dimas en la que citaba ese número de novelas acabadas, para justificar que la razón de que no publicara no era mi falta de inspiración, sino la tristeza del duelo por la pérdida de mi marido. Con Dimas nunca compartí esa información.
-Ya. ¿Sabes la de foros que hay pidiendo que publicaras de nuevo? Una verdadera legión de lectores clamaban por tu vuelta a las librerías.
-Algo me van contando. – Jorge levantó las cejas sonriendo tímidamente acordándose de lo que le comentó Hugo al respecto. Parecía que las dos conversaciones empezaban a seguir el mismo devenir.
-¿Tienes a alguien que te vigile esos temas de redes? Lo que se habla de ti por ahí.
-No. Y tengo claro que mi editorial no se empapa de nada. Y además le da igual. Sergio suele hacer esa labor si se lo pido o lo hace Carmelo. Casos puntuales. No me parece bien aprovecharme. Si lo crees necesario, lo pones en marcha. A lo mejor deberías pensar en contratar a algún ayudante. Y en todo caso, coordinarte de nuevo con Sergio, como en lo de la agenda.
-Ya iremos viendo. Le echo un vistazo. ¿Algún tema más?
-Claro.
-¿Cómo que claro?
Jorge se sonrió. Óliver le miraba con los ojos y la boca muy abierta.
-Si solo fuera lo que te he contado hasta ahora, sería pan comido.
-¿Pan comido? Problemas con las liquidaciones de tu editorial, problemas con el desarrollo de tus contratos con ellos. Alguien te roba una novela inédita y la publica por el mundo… ¿A esas minucias llamas tú “pan comido”? Por no hablar de que hay la posibilidad de que haya otras seis novelas por ahí.
Ahora era Óliver el que estaba “alucinado”.
-¿Y qué hay más? – dijo con apenas un hilo de voz. Estaba pensando que a lo mejor, sí iba a necesitar ya alguien que le ayudara.
Jorge sacó un libro de su bandolera. Se lo tendió. Era la versión de “Tirso” en ruso.
-No entiendo el ruso, lo siento.
-Es “Tirso”, mi novela, publicada en Rusia.
-¿Y?
-El autor que figura en la portada no soy yo. Y hay un pequeño detalle… yo no publico en Rusia.
-¡No me jodas!
Óliver alternaba mirar el volumen que tenía en las manos y mirar a Jorge. Dudaba si le estaba tomando el pelo.
-No, no, no es broma.
-¿Pero estás seguro que es la misma? ¿Quién te lo ha traducido?
-Yo mismo. Hablo ruso.
-Habrá que mirar entonces otros países en los que no publiques. Y estudiarlo. Si han publicado allí, lo han hecho en otros sitios. ¡Madre mía! Pero todo esto es un robo con… otro robo quiero decir. ¿Tienes registrado todo?
-Todo. Es algo que hago personalmente. Desde siempre. Si viste el programa de Espejo Público del otro día, lo que cuento allí es la verdad.
-¿Eso lo sabía mucha gente?
-La verdad es que no. No lo había dicho a nadie. Perdón, Carmelo sí lo sabe. El resto no. Amancio, la persona del registro de Propiedad Intelectual. Y mi impresor particular, el que imprime las copias que llevo al Registro, que no tiene ninguna relación ni con la editorial ni con nadie de mi entorno.
-¿Te guardas una copia en papel?
-Sí. Una copia. Están en mi caja fuerte de casa. Nadie me ha visto guardarlas ahí y nadie sabe de su existencia. Y tiene un sistema de seguridad que en caso de que alguien lograra abrirla, quedaría retratado de forma inmediata.
-¿Ni Carmelo?
-En el concepto de “nadie” nunca incluyo a Carmelo. – sonrió Jorge. – Él lo sabe todo de mí. Sabe incluso más de lo que sé yo mismo. Tiene acceso a mis cuentas bancarias. Le di poder para hacer uso de ellas. Sabe todas mis contraseñas de dispositivos, etc. Tiene poder para actuar en mi nombre.
-¿Es recíproco?
-Sí. Yo tengo el mismo conocimiento sobre sus cosas, y los mismos poderes. Tengo llaves de todas sus propiedades.
-¿Y te extrañas que todos digan esa frasecita que no te gusta? – le preguntó en tono de broma – Ojalá tuviera yo una relación con alguien la mitad de cercana que la vuestra.
-Algún día conocerás un hombre que te guste de esta forma.
-No he tenido mucha suerte.
-Pues fíjate tú la que tuve yo hasta aparecer Carmelo. Y el cabrón se ha mantenido cerca a pesar de que yo estaba en un proceso… digamos de stand by. Se lo merece todo.
-He escuchado cosas de Nando no muy agradables.
-Seguro que se quedan cortas con la realidad. Volvamos a lo nuestro.
Óliver todavía se lo quedó mirando un instante. Esa mirada era muchas cosas. Envidia, admiración, interrogación… era palpable que tenía decenas de preguntas en espera. Pero volvió al tema. Aunque estuvo seguro que tendría que volver sobre ellas. Era evidente que el pasado del escritor, aunque fuera lejano, tenía mucho que ver con su situación.
-Entonces el círculo es mínimo entre los que buscar al ladrón de tus novelas. Habrá que ir país por país… primero veremos los acuerdos de traducción que han vendido de tu obra. Y luego buscaremos esas novelas por los países en que no publiques. Aunque haya sido Nadia la que te haya robado, no tiene contactos para mover eso. Tiene uno o varios socios en esa aventura. El beneficio que puede sacar, da para mantener a muchos socios y comprar muchas voluntades.
-Y en todos, habrá que buscar las novelas que están pendientes.
-Trece novelas. Y de esos cientos de relatos, pueden salir cientos de recopilatorios de relatos.
-Algunos pueden ser consideradas como novelas. Por lo menos unos veinte superan las trescientas páginas. Y en cuanto a las novelas, yo lo acotaría a siete. Las que tenían acceso Nadia. Al fin y al cabo, solo Carmelo, Martín y Quirce podían ver todo. Y según los registros de acceso a mi nube, Carmelo no ha visto el resto. Creo que no se ha atrevido. Pecó de prudente y pensó que solo quería que viera la carpeta a la que tenía acceso Nadia. Martín sí. Aunque su hermano no. Martín ha leído casi todo. Las novelas un par de veces. Ahora está leyendo los relatos descartados.
-O sea que Martín es el único intrépido que se ha lanzado a leer todo, todo. ¿Más de mil relatos?
-Más de mil doscientos relatos. – le aclaró Jorge.
-¿Trescientas páginas y los llamas relatos? ¿Esas estaban entre las que tenía acceso Nadia y el resto?
-Dos de ellas. El resto está a parte. Solo las ha leído Martín.
-Madre mía.
-Y hay muchos relatos pequeños que están relacionados. Que son como capítulos de una historia general. Siempre dudé si utilizarlos como tales, como historias independientes o darles una unión y juntarlos en una novela.
-Pero ni en cinco vidas te va a dar tiempo a publicar todo esto.
-Y hay que añadir los cuentos infantiles que escribí para Jorgito. Los primeros, el primer año que lo hice, los leyó bastante gente. Dimas y Clarita se encargaron de ello. Los siguientes, ya solo se los di a Jorgito. Antes se me ha olvidado… Jorgito también ha leído gran parte de mis novelas. Vuelvo al tema de los cuentos: Pueden estar publicados en el resto de países. Ten en cuenta que tienen un público distinto. Y esos tengo el pálpito que están publicados fuera de España. Los primeros.
A Jorge le estaba gustando dejar sin palabras al joven abogado. Dejaba para otro momento explicarle que para él, la satisfacción verdadera era escribir. El que luego se publicaran… era un tema que sí, le gustaba, pero que no era su fin último.
-Los que han hecho lo de publicar mi novela inédita, estoy convencido de que no creían que fuera a publicar de nuevo. Porque a lo mejor pensaban que iba a estar muerto.
-Es que, si tienen el mismo nivel de ventas que tienes con tu nombre, es mucho dinero. Pero mucho. Sin contar que en ciertos países podrían haber vendido los derechos para una serie o película y que no llegara aquí. Las posibilidades pueden ser muchas. Tendré que buscar a alguien que empiece a buscar todas esas obras en diferentes países. No sé cual sería el camino más rápido o más seguro. Tengo que pensar…
Jorge se lo quedó mirando fijamente. Algo le rondaba la cabeza desde hacía un rato, pero como le pasaba a menudo, no lograba centrarlo. Llevaba unos minutos sin escuchar lo que decía Óliver. Éste se percató de la situación y se calló de pronto.
-¿Te pasa algo? – le preguntó éste.
-Llevo tiempo pensando… con una sensación extraña… ¿Nos hemos visto antes? Antes del otro día, quiero decir.
-No creo. Aunque siempre he tenido la sensación de que te conozco desde siempre. Lo achaco a que al ser famoso, te tengo visto de la tele o de fotos en la prensa. Te confieso que te leo. Y que me gustan tus novelas. Y que me ha interesado saber de ti. Antes de que me llamaras ya había leído decenas de artículos hablando de ti. He visto un sinfín de vídeos, de programas de televisión o radio en los que has participado, me suele gustar sobre todo cuando vas al programa de Carlos Alsina. Suelen ser programas memorables. Alguna presentación de tus libros que están colgadas en la web de tu editorial…
De repente a Jorge se le había iluminado una neurona.
-¿Te dice algo “Le petit elfe”?
La pregunta le salió a Jorge sin querer. Casi no fue consciente de que la había hecho en voz alta, ni de por qué la había hecho, si no llega a ser por la reacción del abogado. Se puso tenso. Su cara fue la mejor expresión de la sorpresa y del miedo. Miedo no. Era recelo la reacción que le había provocado.
-Mon oncle Clément m’appelait ainsi. – le respondió Óliver muy serio.
-Je m’excuse. J’ai vous apporté le souvenir d’un parent décédé.
-Il n’est pas morte. Je le pense du moins. Un jour, il a disparu. Pour quoi tu pense que il a décédé?
-Je ne sais pas. Tu parle très bien le français.
-Une grande partie de mi famille est française. Mais Comment saviez vous ça?
-Bien me parece, que practiquéis el francés. Veo que tienes presente que vamos a París en unos días.
Carmelo había ido a buscarlos. Estaba a un par de metros. No había querido acercarse a ellos para no escuchar la conversación. Una vez que ya se había hecho notar, se puso al lado de Jorge, al que puso la mano en el hombro. Lo había notado un poco desnortado.
-Óliver, no sabía que hablabas tan bien el francés. Pero ya he oído que tiene truco.
-¿No te lo había comentado?
-No. Pero te lo perdono si os pagáis un café.
-Dejadme que os invite. – se ofreció Óliver. – ¡Qué menos!
“Una vez más a Jorge lo arrastró su marido a una de esas reuniones sociales que se convertían en fiestas desbocadas, llenas de sustancias alucinógenas, de mucho sexo y poco seso, comida pantagruélica y ríos de alcohol en forma de todas las bebidas que se pudieran imaginar.
Jorge no prestó atención al pueblo en dónde estaban. Ni a la casa a la que Nando le arrastró sin muchas contemplaciones. Parecía enfadado. Parecía… preocupado. Alguno de sus negocios debía ir mal. Alguno de los asistentes a esa “reunión” sería fundamental para salir de algún entuerto. Y posiblemente fuera fundamental su presencia, para hacer presión. Un famoso abre muchas puertas.
Era un jardín inmenso. Bien separado del resto del pueblo por un muro alto de piedra, de los de antes. Había una barbacoa en una esquina. El anfitrión parecía que era el que se ocupaba de los alimentos. Un chaval le echaba una mano. Jorge pensó que era su hijo. No parecía muy contento. Había dos moscardones que le rondaban. Dos hombres con la mano muy larga y que aún en la distancia, Jorge comprobó que tenían la comisura de los labios llena de baba. Alguien debería darles un pañuelo y una buena patada en los cojones. Pensó en ser un poco cabrón. Quizás ayudaba a que esa mañana se le había olvidado tomar sus pastillas. Estaba más decidido que otras veces. Se acercó al chaval y se interpuso entre los hombres y el joven. Visto de cerca era más guapo. Era pelirrojo. Y tenía unos grandes ojos claros. Jorge no supo determinar el color de los mismos. Le tendió la mano ceremoniosamente.
-Me llamo Jorge. Encantado de conocerte.
El niño lo miró directamente a los ojos. Estuvo pensando un rato antes de aceptar el saludo. Su padre lo miraba atento a su reacción. Parecía escaldado de algunas de ellas, por la forma de mirar.
-Yo soy Oli. ¿Eres el escritor?
-Lo soy. ¿Has leído alguna de mis novelas?
-Todas.
Jorge se sorprendió, porque el chico no debía tener más de trece o catorce años. Y sus obras no eran apropiadas para esas edades. Pero ya le había pasado tantas veces que no se extrañaba demasiado. Se aprestó a hacer la prueba del algodón.
-¿Cual es tu preferida?
-“La angustia del olvido”. Me alucina. Me siento como el prota.
-A lo mejor te gustaría contarme tus impresiones. Seguro que a tu padre no le importará que me hagas compañía un rato.
-Claro.
El chico ni siquiera había mirado a su progenitor antes de contestar. Agarró la mano del escritor y se lo llevó al lado contrario del jardín. El chaval levantó la otra mano con el dedo índice levantado dedicado a los dos babosos a los que tenía encandilados. Jorge se sonrió. Pensó que ese Oli le caía bien. Y que posiblemente esos señores tuvieran que ir al baño a aliviarse.
-Si piensas que te la voy a comer, ni lo sueñes. – le dijo el chico en un arranque.
-¿De verdad piensas que quiero eso?
El chico se lo quedó mirando. Al final bajó la cabeza avergonzado negando con la misma.
-Perdón. – murmuró.
Jorge Rios.”