Necesito leer tus libros: Capítulo 72.

Capítulo 72.-

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Carletto y Jorge se intercambiaron sus teléfonos. El influencer no parecía creérselo del todo. En cuanto Jorge abandonó su casa le mandó el primer mensaje. Jorge se lo contestó. Sabía que era importante para el joven. Siguió recibiendo mensajes toda la tarde y Jorge se los contestaba al momento.

No le costaba porque Roberto le había caído bien. Sus mensajes sabía que eran producto de la desesperación, de la necesidad de saber que su amistad no iba a quedarse en una tarde en su casa. Y Jorge estaba dispuesto a convencerlo.

Cuando Carmelo y él llegaron a casa, Jorge le llamó por videoconferencia.

-¿Cómo estás?

-Me iba a ir a la cama ahora.

-¿Has ido a comprar ropa de cama nueva como te dije?

-Sí. Todo nuevo. La vieja está en la lavadora. Y todo lo llevaré mañana a Cáritas. He comprado también una colonia fresca para ambientar.

-Así me gusta.

-No sé si podré dormir…

-Claro que sí. Esta noche sí. Y las que siguen. No lo pienses. Simplemente déjate llevar. Si te obsesionas con el tema, es cuando no vas a dormir.

-Pensaré en ti.

-No me parece mal, pero creo que es mejor que pienses en ti. En tu nueva vida. En que mañana debes editar mi entrevista y publicarla en tus redes con una presentación en directo.

-Tengo miles de mensajes de seguidores que están ansiosos. La charla que hemos tenido en “El puerto del Norte” ha llamado mucho la atención. La han visto casi quinientas mil veces hasta ahora. Veinticinco mil en directo. A la mayoría les ha gustado.

-Y otros habrán dicho que yo debería estar muerto.

Carletto se encogió de hombros.

-¿Y entonces crees que la continuación tendrá la atención de tus seguidores?

-No dejas de ser la primera estrellona de la literatura que da una entrevista a un influencer de internet. Están todos deseando verlo. Mis colegas se mueren de envidia y hacen cola para entrevistarte. Y algunos para fusilarte a ti y a mí por entrevistarte.

-He llamado a Ernesto. Le parece bien ir a tu canal. Van a ir los dos. Cuando te venga bien me dices y hago de intermediario.

-Joder, que guay.

-No te digo que prepares la entrevista porque conoces perfectamente su obra.

-Me pondré nervioso.

-Eso es una bobada. Los dos son maravillosos. Y si te vas a sentir mejor, voy cuando la hagas.

-¿Harías eso?

-Claro. Aunque antes necesito que vengas mañana conmigo a ver a unos amigos.

-Joder, eso no me lo esperaba.

-Te advierto que a lo mejor va a ser un poco duro.

-A tu lado no lo será.

-Mañana te llamo y concretamos. Ahora descansa.

-Vale. Y gracias.

Carmelo estaba apoyado en el quicio de la puerta observando como Jorge hablaba. Éste le devolvió la mirada. Le hizo un gesto y Carmelo se acercó y se sentó encima de él. Le descalzó y le empezó a dar masaje en los pies mientras Carmelo le besaba en la boca.

-Me he dado cuenta de que hoy he sido un bobo.

-Pues eso ya lo sabía yo – bromeó Jorge.

-No te rías. Hablo en serio.

Jorge fue el que lo besó con pasión en ese momento abrazándolo.

-Sigue acariciándome los pies, por fa.

-La estrella de cine en modo niño peque.

-Soy un niño peque – dijo con voz de niño peque.

-¿Esa es la voz que utilizaste cuando doblaste esa peli de Disney?

Carmelo se echó a reír.

-Eres un jodido condenado cabrón. Joder, no sabía que te habías visto todo lo que he hecho. Hasta las pelis de dibus que aborreces.

-Varias veces. Aunque he de decir que muchas de ellas las vi con los ojos cerrados, solo para escuchar tu voz. Lo siento, no puedo con los dibujos animados. Pero tu voz, es otro tema.

-Cuando no me acuerde de algo, te lo preguntaré a ti.

-Y yo te contestaré adecuadamente. Como haces con mis novelas. Te las sabes mejor que yo.

-De verdad, perdóname por lo de antes. Lo del camerino.

-No seas bobo. No hay nada que perdonar. Me gusta que estés celoso. Pero solo un poco.

-Háblame de ese chico. ¿Roberto?

-Algún día te acordarás de él. Trabajasteis juntos. Con él, con Biel, con Hugo…

Carmelo arrugó el entrecejo.

-¡Joder! No me jodas. Ahora sí que me siento como una mierda. ¿Los conoce también?

-No tienes por qué sentirte mal. Somos un equipo, recuerda. Trabajaste con muchos niños y niñas. Muchos de ellos solo hicieron un par de capítulos de una serie o una peli o dos. Luego desaparecieron. O no gustaron o no encontraron padrino o lo encontraron pero … no fue bueno para ellos. No todo fue una tragedia en esos casos. De esos niños y niñas que empezaban, muchos, sus padres decidieron que no siguieran. Y otros, fueron los niños los que no quisieron. De aquellos compañeros, te acuerdas solo de los que luego volviste a tener contacto. Con Carletto… no sería el caso.

-Quiero conocerlo. Por lo que te he entendido, ese Carletto no es uno de esos chicos que se retiró por decisión propia. Tengo la impresión que su caso se parece al de Hugo.

-No es el momento, cariño. Lo voy a llevar a conocer a Saúl. Roger me ha escrito antes pidiéndome que lo vea. El otro día parece que le sentó bien, pero luego ha caído en …

-Bajonazo por no tenerte cerca. Se siente abandonado. Es muy frágil. Te va a costar levantarle el ánimo. Está al borde del precipicio. Y si vas a ver a Saúl con él, es que participó en los juegos de esos hijos de puta.

-Algo así. En la dos afirmaciones que has hecho. Pero no te rompas la cabeza, yo me ocupo de Carletto. Voy a intentar que él tenga la misma conexión que tuviste con Saúl. Martín fue el que me sorprendió; no me esperaba la conexión que tuvo. Los dos sentisteis lo mismo.

-Y crees que ese Roberto…

-Vamos a intentarlo. No lo conoce, eso seguro. Roberto es de tu edad más o menos. Un año o dos más joven, me parece que me ha dicho. Aunque parece esos dos años, pero más viejo. En realidad a veces casi parece tener mi edad. No me ha querido contar nada de esa época. Algún retazo sobre tus padres y los de Hugo. El piensa que no conozco a Hugo, de momento prefiero que siga pensándolo. No quiere hablar del tema. No me ha dicho ni el nombre que usaba para trabajar. Me ha contado que se drogaba. Que sin las drogas, no hubiera podido soportarlo.

-A saber lo que compartimos. Hasta jeringuillas, vete tú a saber. Está claro que es compañero también en eso. Cualquier barbaridad.

-No me ha quedado claro quién le sacó. O sí, espera, creo que me ha confesado en algún momento que fue Germán.

Jorge se lo quedó mirando.

-¿No te dará de nuevo por salir a beber…?

-No. Tranquilo. Me tengo que acostumbrar a estas cosas. Estamos haciendo que muchos asuntos que estaban tranquilos se… remuevan. Me tengo que acostumbrar. Debo ser consciente de que tengo un pasado que no recuerdo. Y que tú tampoco recuerdas. Lo que pasa es que tú lo disimulas mejor. Sabes jugar a hacer el papel de tonto. Yo en cambio, siempre he ido de listo. Y eso, en estas circunstancias, me perjudica. De cara a los demás, y me perjudica en mi forma de llevar estas revelaciones. No estoy acostumbrado a verme superado por las circunstancias. En estos años, he dominado siempre el escenario de mi vida. Sí, no me mires así, mi vida es otro escenario. El protagonizado por la estrella de la televisión y el cine, que pisa fuerte y siempre tiene una respuesta adecuada para cada situación.

-Solo quisiera que supieras, que… todo lo que hago, lo hago pensando en ti. En lo mejor para nosotros. Esto… es un juego peligroso. Lo sabes.

-¿Por qué de repente te… has lanzado con todo? Antes pasabas… te hacías el loco. Como decías, ibas pisando suave por la calle. Para que no te vieran ni oyeran. Parecías casi un fantasma. Y ahora…

-Lo sigo pareciendo a veces. Pero… a la vez, intento hacer memoria, intento… asociar las cosas que recuerdo con algunos retazos que a veces me vienen a la cabeza y a los que no encuentro sentido en un principio. Muchas veces cuando no puedo dormir, es que hay algunas imágenes, sensaciones, que me vienen a la cabeza. Sé que son cosas que he visto, que he vivido. Intento… hilarlas con recuerdos más consolidados. Esas “vitaminas” me ayudaban a ser un fantasma, un sinsorgo. Ya no las tomo. He perdido ese escudo.

-Pero ¿Qué ha cambiado? No me has respondido.

-Nada y todo un poco. La aparición de ese Rubén y la historia con Jorgito. Lo incomprensible de esa situación. Descubrir hasta que punto Dimas se ha aprovechado de mi y me ha estafado. Nadia, que cada día tengo más claro que desde el principio me traicionó. La novela robada y publicada en alemán. Ser consciente de que Roger siempre ha estado encima nuestro protegiéndonos. Eso quiere decir que lo hemos necesitado. Ser consciente de la mentira que me ha rodeado y que apenas he empezado a desentrañar. Esos jóvenes que buscan mi ayuda y a los que hasta hace poco ni he querido ver. Alguien me ha dicho hace poco que “ojalá hubieras sido así siempre”. Y tú, claro. He tomado conciencia de que eres mi vida. Que me has protegido todos estos años, que me has estado cogiendo de la mano permanentemente; y ahora… debo protegerte yo a ti. Ayudarte a digerir ese pasado oculto que está emergiendo. Antes te he dicho que las vitaminas eran mi escudo. Pero… desde que me fuiste a buscar, tú fuiste otro escudo. Un solo gesto tuyo hacía que los que se acercaban, tuvieran cuidado con lo que decían o hacían. Todos esos chicos… saben que tú eres el primero. Que eres Dios. No sé muy bien lo que significa exactamente, pero lo eres. Y a parte, como bien decías el otro día, enarbolan la bandera de mis historias para buscar salir a flote. No puedo fallarles a ellos tampoco. Pero sobre todo, no puedo fallarte a ti. Te amo tanto…

Carmelo besó a Jorge en los labios. Estaba al borde del llanto. Le emocionaba tanto esa forma de decirle lo mucho que le quería… le removía todo por dentro.

-¿De verdad que no quieres que vaya? No me importa. Tengo que acostumbrarme a esas cosas. Y aunque no fuera así. Creo que debo apoyarte.

-Mañana tienes rodaje. Y deberías irte a descansar.

-Sentado encima tuyo mientras me das masajes en los pies, estoy descansando. – volvió a hablar con la voz de ese personaje de Disney que dobló hacía ya unos años.

-Que bobo eres – le dijo Jorge mientras le besaba. – ¿Te he dicho que me encantan tus pies? – había cambiado de tono. Ahora hablaba en tono insinuante.

-Varias veces.

-Para mí ahora, es como si estuviéramos haciendo el amor.

– ¡Jorge! Que soy un niño peque. No puedo oír estas cosas.

-Es cierto. Es como si te estuviera haciendo una paja.

-Cállate, que me estás poniendo caliente.

-Ya lo he notado.

-Yo también he notado algo ahí abajo – bromeó Carmelo. Fue a llevar su mano hacía allí, pero Jorge le reconvino con la mirada.

-Hoy no toca. Necesitamos descansar de verdad. Tú mañana te enfrentas a ese rodaje que espero que alguien sepa de que va la película a estas alturas, y yo mañana me enfrento a… lo desconocido. A saber que depara el encuentro con Roger y su hijo. Y a saber como me sale el experimento llevando a Carletto.

-Esto de tenerme a palo seco, es tortura.

-Esto es amor. Puro. Amor puro. Amor metafísico.

-Y casto. – Carmelo empezaba a resignarse a que ese día no tocaba.

-Imagina cuando si toque. Vas a conocer el Nirvana.

Sonó el teléfono de Carmelo. Jorge arrugó el morro. Sabía que era importante por el tono de llamada. Carmelo se levantó asustado. Era raro que Sergio le llamara a esas horas.

-¿Ha pasado algo?

-Nada, perdona, no me he dado cuenta de la hora. Dos cosas, una que mañana debes ir a las ocho y media al rodaje. Se ha adelantado. Esperan acabar con todas tus escenas a repetir. A ver si ya acabamos con esa peli de una vez. Que me da que no, pero bueno. Y luego, como fui el que hizo las gestiones para que fueran Jorge y Álvaro a Pasapalabra, le dices que me han felicitado por su participación. Están muy contentos con los cuatro. A parte de la merendola a la que les habéis invitado y las camisetas que les habéis regalado a todos los del equipo y familias. Me han venido a decir que cuando quieran, les hacen un hueco. Aunque sea de un día para otro. Y que posiblemente llamen a los cuatro para algunos programas especiales. ¿Se lo dices a Jorge?

-Te está escuchando. Está a mi lado.

-Hola Sergio – dijo Jorge en voz alta – Gracias por las gestiones y por ocuparte.

-Un placer siempre escritor. Aunque esto te va a costar que me firmes dos libros para dos compromisos. Hoy ha sido tu día. Todos con los que me encuentro, me dicen que les consiga que firmes uno de tus libros.

-Quedamos cuando quieras a tomar un café, o mejor, a comer y te los firmo de mil amores.

-Hecho.

Carmelo se despidió de su representante y volvió a abrazar a Jorge.

-Deberíamos irnos a la cama. – propuso éste.

-¿Y si nos dormimos aquí, así como estamos? – propuso Carmelo.

-Es interesante tu propuesta, de hecho la sueles hacer muy a menudo, pero creo que la cama es necesaria para que descanses. Eso sí, te dejo que duermas abrazado a mi.

-¿Y me vas a acariciar la pierna?

-Claro.

Jorge llegaba cansado de su viaje a Salamanca. A la tensión de lo que implicaba su misión se añadió al poco la desaparición de Carmelo del mapa. Hasta que recibió el mensaje de su rubito, no respiró tranquilo. Le daba igual que Flor le asegurara que Carmelo no había sufrido ningún percance. Se arrepentía de no habérselo llevado a Salamanca. De no haber caído en el efecto que pudieran tener las revelaciones de Sergio Romeva, de Olga, de Carmen sobre el pasado de Carmelo. A él mismo, parte de esas revelaciones le habían sorprendido, porque no lo recordaba. Pero por otro lado, todo estaba en “Tirso”. Él sabía que lo que ahí se contaba era todo cierto. Todo había sucedido. Y que había cosas, detalles, algunos hechos, que había omitido. Era su novela más realista aunque a muchos les pareciera una salida de tiesto con todas las letras.

Pero no hizo caso a esas… señales de peligro al observar la cara de Carmelo. No quería ni pensar lo que se le habría pasado por la cabeza para volver a beber sin medida. Y sabía que no era lo único que había hecho sin medida. Lo conocía lo suficiente para saber como había reaccionado.

Por una parte le gustaba que Flor y los demás lo protegieran. Que no le hubieran contado con pelos y señales el estado de Carmelo y lo que había hecho. Sabía que Flor tenía un cariño especial por Dani. Y que no dejaría que le ocurriera nada. Pero tampoco podía protegerlo de sí mismo. Ese no era su trabajo. Y tampoco, aunque no fuera una cuestión de mera profesionalidad, podía intervenir de forma expeditiva: debía dejar que él tomara sus decisiones y se equivocara.

Flor le había mandado un mensaje cuando supo por sus compañeros que estaban a punto de llegar:

Se paciente con él. Te necesita. Ha vuelto a ser un niño pequeño necesitado de que le mezan y le acaricien”

Eso iba a hacer ahora. Aunque en realidad lo que le apetecía era meterse en la cama, tomarse una pastilla para dormir, y olvidarse de todo. Era uno de esos días en los que añoraba su soledad antes de que Carmelo empezara su mudanza progresiva a su casa.

Alan le sonrió al verlo salir del ascensor.

-Pareces cansado, escritor.

-Cansado es poco. Tú tampoco… pareces recuerda que tienes la otra casa si quieres descansar un rato. Me ha dicho Fernando que te quedas tú.

-Luego a lo mejor te hago caso. Hemos estado buscando como locos los datos que nos pedíais. Ha sido… una locura.

-Habéis hecho buen trabajo. Lo dicho. Usad el otro piso a vuestra discreción. ¿Y mi rubito?

Alan levantó las cejas como toda explicación.

-Flor ha estado un rato con él antes de bajar.

-Me la he encontrado en el portal. Un rato… dices ¿De cuantas horas?

De nuevo, Alan respondió con un gesto: se encogió de hombros.

Jorge se puso enfrente de la puerta de su casa. Hizo unos gestos para recomponer su figura y quitarse esa pátina de agotamiento que sentía que le cubría toda la piel. Ensayó su sonrisa y al cabo de unos minutos, metió la llave en la cerradura.

-Ya estoy en casa – gritó al abrir la puerta.

Dejó las llaves en el cuenco destinado a ello. Vio las de Carmelo, así como los dos juegos de la casa de Concejo. A lo mejor no era mala idea irse a pasar la noche allí. Tomó la decisión en un momento. Abrió la puerta de nuevo y le soltó a bocajarro a Alan.

-¿Y si me lo llevo a Concejo?

Alan no dijo nada. Solo abrió su comunicador interno.

-Nos vamos a Concejo. Traed los coches.

Jorge volvió a entrar en su casa y gritó:

-Rubito, vamos. Toca cenar dónde Gerardo.

Jorge lo vio sentado en el suelo, en el salón. Usaba como respaldo el sofá. Fue hacia él, se puso en cuclillas y lo besó en la boca. Le cogió las manos.

-Vamos. He pensado que nos vendrá bien pasear por el campo.

-Si estás cansado. Te lo noto.

Jorge sonrió. No se le escapaba nada.

-Claro. Por eso me he dado cuenta de que lo que tú y yo necesitamos hoy, es pasear por Concejo e ir a cenar donde tu amigo Gerardo.

Jorge volvió a besar los labios de Carmelo. Tiró de él con las dos manos y lo levantó.

-No puedo contigo, escritor – se quejó Carmelo.

-Como siempre te digo: si no puedes conmigo, únete.

-Espera que me cambio…

-Estás estupendo así.

-Eso no es decir nada. Te gusto de todas formas. Hasta desnudo.

-Eso no quiere decir que no tenga razón. Y no, no te voy a permitir que vayas desnudo a pasear por el campo.

Carmelo fue a protestar, pero Jorge le interrumpió:

-Coge las llaves que nos vamos. Las llaves y el abrigo. Y tu portátil y el móvil. No necesitas nada más.

-Pero…

-Dani, por favor. Quiero… agarrarte del brazo y pasear hasta el estanque de los encuentros.

-Si te has acordado de como se llama. Eso es un milagro.

-Para una vez… ¿Ves? Es una señal.

Jorge apagó las luces y empujó a Carmelo al descansillo.

-Ahora tendremos que esperar a que estos acerquen los coches. Tanta prisa…

-Ya están los coches abajo – Le anunció Alan con una sonrisa.

Parecía que todo se había puesto de cara. El trafico estaba fluido y Alicia, que conducía, se empleó a fondo. Hasta puso los rotativos. Y no dejó de anunciar su presencia dando ráfagas de las luces largas. Todos los coches se apartaban rápidamente y les dejaban el carril libre.

Jorge al sentarse junto a Carmelo, le cogió la mano y entrelazó los dedos. Iba besando de vez en cuando cada uno de ellos. Carmelo había apoyado su cabeza sobre el hombro de Jorge.

-¿Me perdonas? – le dijo Jorge.

-No tengo nada que perdonarte. Será al revés en todo caso.

Carmelo no sabía a que se refería. Jorge se lo aclaró:

-El haberme ido esta mañana sin ti.

-No digas tonterías. Desde que me he despertado hoy, no he hecho más que el tonto.

-No digas eso, Dani. No me gusta oírte hablar así.

-Es cierto.

-Mira, ya hemos llegado.

Pararon en la Hermida. Pero Jorge no dejó que Carmelo entrara en la casa. Lo agarró del brazo, su postura clásica y preferida para andar por el campo y lo empujó a caminar.

-No puedo contigo escritor. Quiero lamerme las heridas, sentirme fatal sentado en el suelo, y no me dejas.

-Soy egoísta. Te necesito contento y feliz para estar bien yo. Así que… te llevo a pasear a tus sitios favoritos, agarrado por el hombre al que amas.

-Que presuntuoso. – se burló Carmelo. – ¿Quién te ha dicho esa mentira?

-¿No es verdad que me amas? Entonces tendré que preguntar a Álvaro. O a Carletto. O a alguno de estos guapos policías que nos protegen. Voy a preguntarle a Alan…

-Ni se te ocurra. – Carmelo fingió que empezaba a enfadarse. – Vamos, hombre.

-Entonces ¿Me quieres?

-Va, un poco – respondió Carmelo fingiendo resignación.

-¿Por qué no me cuentas lo que has sentido esta mañana?

Aunque Jorge había lanzado la pregunta de improviso, Carmelo no tardó en responder. Parecía que las respuestas las tenía preparadas.

-¿Me conociste antes de que te fuera a buscar? Todos han estado de acuerdo esta mañana que tú me salvaste en esas circunstancias. Cuando Olga me tuvo que proteger y cuidar cuando tenía catorce años. Me salvaste de aquella paliza que me dejó como un cromo y que casi me mata. Te pegaste por mí y me sacaste sobre tu hombro, como un saco de patatas.

Jorge se encogió de hombros. Aunque había estado esperando esa pregunta, no sabía muy bien como responderla. No recordaba las circunstancias exactas. El también había dado muchas vueltas a esas revelaciones. En el viaje había repreguntado a Carmen, pero ésta se había mostrado esquiva. Apenas había repetido lo ya dicho. Sabía que había una escena en “Tirso” que correspondía a ese momento. La escena precisamente que mostraron en Pasapalabra, la que grabaron Mariola y los demás. Martín había hecho el papel que le correspondía a Carmelo.

-Creo que te llevé a comisaría – respondió cauto – pero no estoy seguro. Creo que allí, el padre de Javier se ocupó de ti. Lo abrazaste. El te abrazó a ti. Parecía que no era la primera vez que os veíais. Tengo idea de que Olga andaba por la comisaría. Y que una vez que ellos se ocuparon, yo me fui. No recuerdo nada más. Si a eso se puede llamar recuerdos. Lo único que estoy seguro es que hasta ese día, no te había visto nunca.

Jorge se calló que de eso tampoco estaba seguro. Ni que después de ese día, no tuvieran contacto. Aunque de haberlo, habría sido ocasional.

-Esto es una mierda.

-Eres … has sido muy feliz en los últimos tiempos. ¿Qué cambia saber esas cosas? Es pasado. ¿Puedes hacer algo para cambiarlo? No. Alguien me dijo hace poco que por mucho que quisiéramos los escritores, el pasado era inamovible y no hay forma de volverlo a vivir. Así que… sigue adelante. No cambia nada que en esos años, hicieras esto o aquello.

-Pero si me cuidaste entonces, quiere decir que…

-Quiere decir que por alguna causa, estaba en el sitio, adecuado, o alguien me lo pidió. Y que te cuidé lo que pude. O te ayudé, como quieras decirlo. Nada más. Luego me imagino que no nos volvimos a ver hasta que decidiste buscarme.

-A lo mejor te busqué por eso. Porque sentía…

-La razón última por la que lo hicieras… ¿Cambia algo? Lo hiciste. Y gracias a dios que te lanzaste. Si no, yo ahora posiblemente no viviría.

-No digas tonterías. ¿Por qué no ibas a vivir?

-Tienes razón – Jorge reculó. No era el momento. Él sabía perfectamente a lo que se refería. Pero… no era el momento. – Me he dejado llevar por ese espíritu dramático que tanto me echas en cara. Quiero decir que sin ti, no concibo la vida ahora. Nada más.

-Me abrumas cuando me dices estas cosas. Pienso que yo no estoy a la altura.

-No digas bobadas. Pero si me has cuidado, me has llamado, siempre has sabido cuando te necesitaba… ¿Como no vas a estar a la altura? Me dedico a escribir, es normal que diga frases o palabra que suenen rimbombantes. Ese dramatismo que te citaba antes y que a veces me echas en cara y del que te burlas. Pero son palabras. Lo que importa es lo que hay debajo, los sentimientos, y de eso, estás bien surtido. No hay quien te gane, rubito.

-Palabras que quieren decir algo.

-Que te quiero. Pero puedo decirlo así “te quiero”. Nada más. Tú me lo dices con la mirada. Yo soy incapaz de poner esa mirada que pones tú. Esos ojos… me embriagan… cada vez que me miras. ¿Ves? Como ahora.

-No tengo los ojos azules.

-Ya, y eres rubio.

-Pero en realidad te molan los rubios. Confiesa.

-Cierto. Me molan los rubios. Ya te lo he dicho alguna vez. Pero por favor, mantén el secreto. Joder. Que si no, todos los rubios se van a lanzar a mi cuello.

-Huy, que problema. Como si te importara.

Jorge se paró de repente. Giró a Carmelo y lo miró a los ojos.

-Rubito. ¿Me besarías ahora?

La cara que puso Carmelo era de decir: pero que bobo es este hombre. ¿Como no le voy a besar ahora y siempre? Pero no lo dijo. Solo acercó su boca a la de él y lo besó. Así estuvieron un buen rato, en medio del camino.

-No puedo contigo, escritor – dijo Carmelo nada más separar sus bocas. – Yo quería estar enfadado, triste, y no me dejas.

-Eso es mentira. Yo sé que no quieres eso. En realidad quieres que vayamos al bar a cenar un poco.

-Pero si no es de noche.

-Primero, está anocheciendo. Mientras llegamos será casi noche cerrada. Segundo: es que tengo hambre. Solo he comido un sándwich mixto. – Jorge mintió en lo que había comido, pero no lo hizo en que tenía hambre.

-Si no te hacen gracia.

-Mas a mi favor. Y me da que tú no has comido nada.

-¿Quién se ha chivado?

-Tu estómago que no hace más que rugir pidiendo algo que digerir, a parte de bilis.

-¿No querías ir al estanque de los encuentros?

-Pero ese estanque, va a estar ahí mañana ¿No? Y pasado…

-Y el bar va a estar dentro de una hora…

-¿Una hora escuchando esos ruidos dentro de ti?

Carmelo soltó una carcajada. Era imposible. No podía con ese hombre. Lo tenía dominado. Quién se lo iba a decir… el hombre que no se atenía a lo que decía nadie. El que siempre dominaba todo tipo de relaciones. Ahora, un cordero en manos de un tipo, que para todo el mundo, eran un pobre hombre que vagaba por las calles de Madrid sin nada que aportar a la sociedad. Porque un escritor que no publica… un fantasma con cara de alelado…

-Vamos a cenar. – cedió Carmelo – Al menos espero que me dejes elegir el menú.

Jorge levantó las manos para indicarle que se plegaba a sus deseos.

-Cualquiera te dice nada – dijo en tono cantarín.

Carmelo agarró ahora el brazo de Jorge y tiró en sentido contrario. Y empezó una cháchara sin mucho sentido pero muy divertida. Al menos a Jorge le hacía gracia. Porque no dejaba de reírse.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 71.

Capítulo 71.-

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En cuanto Jorge se bajó del coche en los estudios de Pasapalabra fue al encuentro de Carmelo. Éste no dijo nada, solo le rodeó la cintura con sus brazos y le besó apasionadamente. Jorge disfrutó del beso, pegando el cuerpo del actor al suyo. Permaneció callado, aunque era consciente que Carmelo nunca había actuado de esa forma en público, ni casi en privado. No había habido juegos de palabras, frases ingeniosas, miradas tranquilas. Y el beso era muy apasionado para darse en público.

Cuando Jorge entró en el piso del influencer, lo primero que vio en el suelo fueron unos calzoncillos usados. Roberto intentó cogerlos pero Jorge se le adelantó. Sonrió picarón y se los llevó a la nariz”.

-Que bonito recibimiento. Creía que estarías cansado de tanto cocinar. Porque veo que habéis invitado a unos cuantos más.

-Yo he invitado, Álvaro ha invitado, Mariola ha invitado, los del equipo han invitado. Y están los invitados que han grabado hoy, que alguno ha venido con su representante o con sus asesores… Sergio iba a venir, pero le ha surgido un problema. Luego se pasan los de Mariola y Ester.

-¿La de Álvaro?

Carmelo se encogió de hombros.

-Felisa no le ha contestado al mensaje invitándola. – Carmelo tenía semblante de no entender su forma de actuar.

-Vaya. Entonces nosotros el día de la grabación… demostramos que somos famosos de pacotilla. Vinimos solos, a calzón quitado. – apuntó Jorge. – Sin séquito. Ninguno de los cuatro.

-Si ya erais vuestro propio séquito. Cuatro amigos que venían a ver a otro montón de amigos. Los de hoy… esos pobres menuda movida se han encontrado por obra y gracia de sus predecesores. Están un poco enfadados. Porque les habéis quitado protagonismo. Todos comentan que disteis espectáculo sin mermar vuestra eficacia de cara al concurso. Ellos van detrás vuestro. La comparación no les favorece. Y vistas las grabaciones, no tienen nada que ver con vosotros. Me lo acaba de decir Miguel, el director.

-Pues los concursantes estaban un poco enfadados al principio. – recordó Jorge.

-Estás consiguiendo que me ponga colorado. – dijo el influencer.

-No me lo creo. Tienes pinta de ser un hombre resuelto, sin límites.

-Eso es el personaje. Carletto.

-Me parece más atractivo Roberto.

-Roberto es un joven inseguro. Necesitado de cariño.

-No me digas que tus padres no te han querido.

-Suena a tópico ¿verdad? Algunos tópicos lo son porque en algunas ocasiones son ciertos. De todas formas, no te lo digo. Tampoco te voy a decir que me entiendan. No aprueban a lo que me dedico. No aprueban mi modo de vida.

-¿Cuál es tu modo de vida?

El influencer se encogió de hombros.

-Me gusta disfrutar de la vida. Cuido de mis redes. Les doy vida. Atiendo a mis seguidores. Y en los ratos libres, escribo. Y salgo por ahí.

-¿Saben que te ganas bien la vida con tus canales?

-Sí. Pero piensan que eso no va a durar.

-Es difícil mantenerse. Eso es verdad. Tengo la impresión que no eres un manirroto. Y que tus ingresos son importantes.

-Vamos a sentarnos en mi estudio. Me gustaría hacerte la entrevista que he prometido a mis seguidores. – Carletto orilló la respuesta a las afirmaciones de Jorge.

-Como quieras. Aunque si te digo la verdad, estoy muy a gusto hablando contigo.

-Vamos a seguir hablando.

-Me refiero a hablar con Roberto, no con Carletto.

-En el fondo no hay tanta diferencia.

-Con Carletto no me acostaría.

-No te rías de mí. Con Roberto tampoco lo harías. Quieres a Carmelo del Rio. Me lo has dicho antes.

-Él me quiere a mí y se acuesta con muchos.

-Tú no eres así.

-¿Cómo lo sabes?

-Te conozco.

Jorge se lo quedó mirando. Seguían en el mismo sitio, en medio del salón. Jorge seguía con los calzoncillos usados del influencer en la mano.

-Trae anda.

Se los fue a quitar pero Jorge apartó la mano para impedirlo.

-Me gustaría que me contaras tu vida.

-La parte de mi vida que quieres que te cuente, no estoy preparado para hacerlo. Y te advierto que puede que nunca lo esté.

-Te has presentado a buscarme.

-Sí.

-Es porque necesitas hablar de ello.

-Necesitaba comprobar que estabas bien. Es importante para mí. Esa ha sido la única razón. No dejo de oír esos virales sobre tu muerte. Necesitaba comprobar que todo era un sórdido bulo de algunos que quisieran que fuera verdad pero que no tienen cojones de ponerse a ello.

Jorge se encogió de hombros. Luego abrió los brazos, como para decirle al influencer: “Tranquilo, aquí estoy”.

-Sabes que no me acuerdo de casi nada. – dijo Jorge.

-También sé que aunque no te acuerdes, sientes cosas. Percibes cosas. En el rato que llevamos hablando lo he notado varias veces.

-No es bueno para tu seguridad que te vean conmigo.

-No es bueno para mi seguridad tener un canal con cientos de miles de seguidores.

Jorge se acercó a Roberto. Le acarició la cara con sus manos.

-No sigas por favor – le rogó Roberto.

Jorge acercó su boca a la de él y posó sus labios sobre los del influencer. Los dos habían cerrados los ojos. El joven empezó a contestar al beso del escritor. Se le escapó un suspiro de felicidad.

-Eres de la quinta de Carmelo.

Jorge seguía pegado al joven. Seguía acariciándole la cara con sus manos. Roberto puso una de las suyas sobre la de Jorge. Se la acariciaba a su vez.

-Fuimos amigos. Soy un un par de años más joven.

-A ti no te hicieron olvidar.

-No llegué a tener el estatus de Dani. Ni el de Hugo o Biel. Pero me daba a las drogas. A mi no me decían que eran vitaminas. Las tomaba porque quería y porque sin ellas, me hubiera tirado por la ventana. Luego fue al revés. Por ellas casi me quito de enmedio.

-¿Y tus padres?

-Sobrepasados.

-Por eso tienen miedo por ti.

-No. No tienen miedo. Me dieron por perdido cuando tenía quince. Fue una montaña rusa. Un éxito fulgurante, la fama siendo un niño, las fiestas, el sexo, todo cosas que no me correspondía por edad… los halagos, acabas creyéndotelo por mucho que eres un niño. Mis padres ese mundo… no sabían como manejarlo. Yo entonces tampoco se lo puse fácil. Así que decidieron dejarme a mi bola. Ya tenían a mis hermanos para cuidarlos. A ellos… les entendían. Pertenecían… pertenecen a su mundo, a un mundo que conocen. Tendrán problemas, tendrán sus cosas… pero son cosas normales. Cosas de todas las familias. Yo… era un extraño. Les asustaba.

-¿Te dejaron a tu suerte?

-No, no te pienses que se lo echo en cara. A veces las cosas vistas en otras personas… te ayuda a entender como te ven otros a ti. Yo veía a Dani. Su forma de comportarse con la mayor parte de la gente. Y veía a Biel. Lo mismo. Y a Hugo. Ese caminó sin rumbo… hacia el abismo. Y sus padres sacando tajada de todo. Lo mismo los padres de Hugo. Y la madre de Biel, llamando cada día al productor de la película o serie que hacía para que enseñara carne. Les importaban una mierda. Veía a mis amigos, a mis compañeros y algunas noches, me sentaba en la cama de la habitación de la finca en la que vivía con catorce, y pensaba: ¿Los demás me verán como a Hugo? Y luego pensaba que era normal que mis padres, una pareja normal, sin aires de grandeza, sencillos… se hubieran acojonado. Cuidado: luego cuando necesité de ellos porque ya había caído del todo, allí estuvieron. Me olvidé de mi nombre artístico, de ese mundo, y lloré encerrado en casa, escondido de todo. No me reprocharon nada. Ni mis hermanos.

-Pero siguen sin entenderte.

-Por eso valoro más que no me reprocharan ni me preguntaran. Ni me juzgaran.

-Has tenido suerte entonces.

-Ya te digo. Si conocieras a Hugo… y a sus padres… los de Dani se llevan la fama, pero… los de Hugo, a su forma son peores. No quiero entrar en cotilleos. Además es tontería, no conoces a Hugo.

Jorge no quiso explicarle que Hugo solía ir con él como jefe de su escolta. Aunque hacía días que no lo veía. Preguntaría a Fernando. A lo mejor estaba enfermo.

-¿Germán o Tirso? ¿Quién te ayudó?

-Germán.

-Me gustaría conocerlo.

-Es mejor que no.

-Él os puso a todos en mi camino.

-Sabe lo que nos conviene. Confía en ti.

-¿Qué puedo hacer yo?

-Lo que estás haciendo. Sin olvidarte de seguir escribiendo. Y a ser posible, publicándolo.

Jorge empezó a desabrochar la camisa de Roberto. Este tragó saliva con dificultad. Se estaba poniendo nervioso.

-No quiero que luego te arrepientas.

-¿Lo vas a hacer tú?

-No. Por dios.

-Si tú no te arrepientes, yo tampoco.

-No merece la pena…

-Claro que la merece. Si eres feliz con ello.

-¿Y después?

-Después podrás disfrutar de la vida sin que este deseo no satisfecho te impida avanzar.

-¿Y si no puedo seguir porque quiera tenerte así toda la vida?

-No quieres. Quieres tener tu vida, no la que te dieron esos. Y yo te voy a dar la llave para que puedas hacerlo. Te voy a abrir la puerta para que vivas como quieras. Sin ataduras. Otras puertas, deberás abrirlas tú.

-Me gustaría ser amigo tuyo.

-Lo somos.

-Amigos de verdad.

-Lo somos. El pasado compartido nos une. Ese pasado que no contaremos a nadie nunca.

Ahora fue Roberto el que acercó su boca a la de Jorge y le besó apasionadamente.

-Vamos a tu cama – le propuso Jorge.

-Está sin hacer.

-No puedes dormir ¿Verdad?

-Tengo pesadillas.

-Vamos a la cama.

-Pero…

-Quiero sentir tu sudor. Quiero que lo sientas tú mientras hacemos el amor. ¿Has hecho alguna vez el amor?

Roberto bajó la mirada. Cerró los ojos mientras negaba con la cabeza.

-Esta va a ser la primera vez entonces. Después de esta tarde, todo lo pasado quedará relegado a ese arcón de tu memoria que te dijo un día Germán que tenías que crearte. Lo que pasa es que no has querido o podido cerrarlo.

-¿No decías que no conocías a Germán?

-No conozco a mucha gente, pero eso no quiere decir que no sepa. No te recuerdo, pero eso no quiere decir que no te conozca. Ese tono de tu voz es inconfundible. Lo tengo aquí, en mi cabeza – Jorge se señaló la sien con un dedo – Lo tengo aquí, quizás con voz de pito, la de un hombre de quince años obligado a crecer a base de hostias.

Jorge le cogió de la mano y señaló una puerta. Roberto negó con la cabeza y señaló la de al lado. Jorge tiró del influencer y fue hacia allí. La abrió y entró sin dudar. La cama estaba deshecha, como le había anunciado el dueño de la casa. Parecía haber sido el escenario de una batalla campal, como él se había imaginado. Jorge sabía que la batalla había tenido un único soldado y ese había sido Roberto. Y su lucha había sido contra un ejército de fantasmas ante los que había perdido, como todas las noches, salvo las que se drogaba, cuando las noches en vela consecutivas constituían un peligro para su vida. Le empujó a su propia cama. Se inclinó sobre él y le besó de nuevo. El joven miraba con vergüenza a su alrededor, pero Jorge le obligó a mirarle a él.

-Tú y yo. No hay nada más.

Le quitó las deportivas. Le quitó los calcetines. Besó sus pies con dulzura. Roberto se abandonó. Levantó los brazos en señal de rendición, para que Jorge hiciera con él lo que quisiera.

Y eso hizo. Lo que quiso. Y eso, cuando los dos estaban tumbados en la cama, horas después, abrazados, acariciándose despacio el uno al otro, hizo que Roberto, Carletto para sus seguidores, se echara a llorar de felicidad.

Jorge Rios.

-Tenías que haber visto a Álvaro cuando llegó. – recordó Jorge.

-Tú tampoco dormiste mucho aquella noche.

-Me tocaba el papel de hombre duro. De todas formas, yo te tuve a ti abrazado toda la noche. Y eso me da mucha vida.

-Me estás copiando mucho.

-Sí. Y no sabes lo mejor: durante muchas partes de los programas, puse tu mejor cara de niño bueno.

-¡Serás capullo! – Carmelo quería estar enfadado, pero Jorge parecía saber tocarle el punto exacto para que eso no pasara. Como siempre.

Carmelo le dio un puñetazo en el brazo.

-¿No me das un beso? – le pidió Carmelo.

-¿Uno?

-Como a lo mejor hoy has dado ya muchos besos…

Jorge se echó a reír.

-¡¡Estás celoso!! Fíjate que llevaba un rato que me lo estaba pareciendo, pero no quería creerlo. Y mira, va a ser cierto.

-He visto tu entrevista con ese Carletto en el restaurante de Biel. He llamado a Rico y me ha contado que te habías ido con él a su casa, que vivía cerca. Debe ser cliente habitual.

-¿Y qué más te ha dicho?

-Que ese chico te ama.

-Estás celoso. ¡¡Confirmado!! Además, no necesitabas preguntarlo si has visto la entrevista. Lo reconoce claramente.

Carmelo se apartó de él. Estaban en el camerino que habían usado Álvaro y Jorge el día de la grabación. Se lo habían dejado por si querían cambiarse.

-Dani, no me jodas. – le reconvino Jorge. Lo miró con dulzura.

-Ya, ya sé lo que te he dicho un ciento de veces. Yo, el gran actor, la estrella, Carmelo. Marcando paquete en todos los sentidos. Sentando cátedra, seguro de sí mismo. Te he repetido hasta la saciedad que no me importaría, que yo he ido por ahí follando con miles… pero… ya, ya sé que soy un tipo duro, una estrella que pisa fuerte y que da puñetazos a diestro y siniestro si se tercia… joder. Nunca he sentido lo que… joder. Me da miedo perderte… me he dado cuenta de que … no me haces caso nunca cuando te digo que muchos están deseando acostarse contigo… y yo tampoco me lo acababa de creer. Pero de repente me he dado cuenta de que eso es cierto. De que hay por ahí jóvenes y no tan jóvenes que te aman, que te desean. Que necesitan de tus maravillosas caricias, de tus maravillosos besos. Joder, es que besas como nadie, es que eres tan delicado cuando me acaricias con las yemas de tus dedos, cuando besas centímetro a centímetro mi cuerpo… cuando me besas los pies… me derrito Jorge Rios.

Carmelo se había girado. Ya no ocultaba su rostro a Jorge. Lo miraba suplicante. Con los ojos enrojecidos.

Jorge abrió los brazos. Carmelo dudó pero al final se lanzó hacia ellos y pegó su cuerpo al de Jorge.

Estuvieron así unos minutos. Sin decir nada. Jorge pudo escuchar como se le escapaba a Carmelo algún llanto perdido. Sintió la humedad de alguna lágrima que se había escapado de esos luceros maravillosos que tenía Carmelo como ojos. Grandes, expresivos, luminosos. Para que luego dijeran que los ojos marrones son menos expresivos y atrayentes que los azules.

-Solo te diré un par de cosas, que quizás debería repetírtelas cada día. Culpa mía. Me intentaré corregir y voy a empezar ahora mismo. Primero, te amo con locura. Eres la razón por la que sigo vivo, Dani. Segundo: deseo cada poro de tu piel, cada centímetro de tu cuerpo. Tercero: quiero pasar el resto de mi vida junto a ti. Y ya sé que esto debería haber esperado a decírtelo a que Cape y tú os decidáis a decir al mundo que nunca os habéis casado y que nunca habéis sido pareja. Pero me da igual. Sacaré fuerzas desde lo más profundo de mí para protegerte y defenderte. Pero sobre todo, para amarte.

-Ese era mi papel, el de ser el fuerte de los dos. Y te recuerdo que ya he dicho al mundo que Cape y yo no somos nada. El otro día…

-Pero parece que nadie se ha enterado. Otras cosas … se entera todo el mundo. De esto… a parte… el que sería conveniente que se enterara es Cape – Jorge imprimió a esa última frase un ligero tono de choteo.

-Lo repetiré en cuanto tenga ocasión. Y procuraré que cuando lo diga, esté Cape. – Carmelo le guiñó el ojo.

-Lo bonito en las parejas es que un día uno es el fuerte y al día siguiente, le toca al otro. Hoy me toca acunarte a ti y mañana, tendrás que ir a buscarme a cualquier callejón para recoger mis pedazos. Y sé que perderás el culo por hacerlo. Por eso no paro. Porque sé que si tropiezo, si un día me da el bajón o me encuentro con un enemigo que me supera en fuerza y decisión, llegarás tú, como si fueras el general Custer al mando del 7º de caballería para salvarme y protegerme.

Alguien tocó en la puerta.

Carmelo se separó de Jorge y se puso de espaldas para recomponer su rostro. Sacó un pañuelo para sonarse los mocos.

-Pasa Álvaro – dijo Jorge.

-Os estamos esperando. – Álvaro entró sonriendo. Pero al ver a sus amigos cambió el semblante – ¿Estáis bien? Perdonad si os he interrumpido…

Álvaro hizo amago de darse la vuelta y volver a cerrar la puerta. Jorge avanzó para abrazarlo y evitarlo.

-Claro. Contigo cerca estaremos siempre bien – contestó mientras se abrazaban. Álvaro le dio un beso en la mejilla. Con esa corta frase dicha por Jorge se había emocionado. El abrazo había contribuido sin duda.

-Fue una suerte el día en que te conocí en este mismo camerino. De verdad. Ese día te convertiste en uno de mis mejores amigos. Y ni me di cuenta. Carmelo siempre me decía maravillas de ti, pero yo pensaba: “éste exagera. Está obnubilado por el amor que siente por él”. Es que a Carmelo se le nota un huevo que te ama con locura, aunque yo nunca le decía nada.

-Que mamón eras y sigues siendo – bromeó Carmelo girándose, una vez que había domeñado su emoción.

-Os están esperando. Mariola no sabe ya que contar para entretenerlos. Y acaban de llegar Biel y Martín. Están con Miguel el director y con Roberto que les están convenciendo para que vengan a participar.

-Si convencen a Martín, les invito a comer – dijo Jorge.

-Martín ha dicho que si viene contigo de compañero, que acepta.

-¡No me jodas! – Jorge había puesto su mejor cara de fastidio.

-Ya le he dicho que en Pasapalabra, tengo la exclusiva de tu compañía. Yo llegué antes. Y que no le vale para éste menester lo de ser el sobrino y tal.

-Que bobos sois todos. Me voy a crecer…

-Pues que sepas que yo no vendría ni contigo de compañero. – afirmó Carmelo sonriendo.

-No me creo nada. – le contestó Álvaro empujándolo ligeramente.

Salieron los tres del camerino. Jorge agarró la mano de Carmelo y entrelazó sus dedos con los de él.

-Vamos a merendar, que no se diga. – dijo en voz alta Carmelo al llegar al salón de eventos improvisado.

-Ya se lo he dicho – dijo Mariola – Pero me han hecho ver que faltaba el alma de todo esto.

Diciéndolo besó a Jorge en la mejilla.

-Y no dejan de tener razón. – apuntó Álvaro.

-A merendar toca. A ver como se han portado los cocineros.

-Yo ya he catado – anunció Roberto Leal – Y he de decir que ni Mariola ni Carmelo han perdido la mano en la cocina.

-Oye, ¿Y yo? – se quejó Ester. – ¿De mí no dices nada?

-Las croquetas son de nuestra vecina Juliana – anunció Carmelo. – Muy recomendables.

-Los hojaldritos rellenos de crema están muy malos. No los comáis. Dejádmelos a mi que me sacrificaré y me los comeré todos – bromeó Jorge.

-Antes no me has respondido cuando te he preguntado si lo que estabas escribiendo cuando te he abordado, era algo pequeño o formaba parte de algo más grande.

Estaban sentados en el estudio de Carletto. Estaban grabando la entrevista que les había prometido a sus seguidores. Pero eso sería para emitirla al día siguiente. El vídeo de su encuentro en el restaurante estaba funcionando muy bien.

-Nunca sé el destino final de lo que escribo en cada momento. Puede que luego lo utilice en una novela o puede que decida que sea una de las historias que envíe a “El País”. O puede que quede aparcado como otros muchos relatos cortos.

-Podrías hacer un recopilatorio de historias cortas. Muchas de ellas son maravillosas. He de confesaros, amigos, que me ha dejado leer algunas de esas historias que no ha publicado. Y estoy impactado. Me han encantado.

-Me alegra que te hayan gustado. No las ha leído nadie antes que tú.

-Eso es un privilegio entonces.

-Ahora solo hace falta que me dejes leer esas historias que me has confesado antes que escribes.

-Me da un poco de apuro. No creo que te gusten.

-Puede que no. Pero también puede que sí me gusten.

-Déjame pensarlo. Mientras eso ocurre, me gustaría contestarte a la pregunta que me hiciste antes. Sobre tu novela que más me gusta.

-Me decías que en realidad te gustaba mi Universo particular.

-Y es cierto. Pero no te he dicho la verdad del todo.

-Me temo que ya sé que novela es tu preferida.

-”Tirso”.

Jorge asintió con la cabeza.

-Y la segunda es “La angustia del olvido”.

-¿Te apetece que hablemos de ellas? – propuso Jorge.

-Te advierto que puede ser largo.

-Luego tengo un compromiso. Pero si no nos da tiempo, podemos seguir otro día si te parece y no aburrimos a tus seguidores.

-Están deseosos de escucharte.

-Pues al lío.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 40.

Capítulo 40.- 

Jorge antes de ir a la cama había mandado un mensaje a Óliver para encontrarse con él por la mañana. Quedaron en el bar de Gerardo a primera hora.

Allí estaban los dos, sentados en la misma mesa que el primer día. Había mucho bullicio en el bar. Tomaron su chocolate con pan y nata y acabaron por salir a la calle para charlar.

Óliver llevó a Jorge a un recodo fuera de la vista del resto de la gente y bien protegido. Un lugar que no llamarían la atención y que sería fácil de vigilar para los escoltas.

-No pudimos hablar – reconoció el abogado. – Siento la interrupción de Otilio.

-¿Sabes a que vino esa visita?

-Otilio siempre ha ocultado bien sus verdaderas intenciones. Pero fue raro. Ya fue raro que Helena te diera mi teléfono. Lo normal es que se hubiera encargado de intentar pasarte a otro letrado del bufete. A Otilio no le gusta perder ni un solo cliente. Y menos si es conocido como tú. Le gustan los juego de poder que da la gente reconocida y famosa. Tú estás en las dos acepciones. Así que la pregunta es: ¿Por qué? ¿Por qué renunció a tu caso?

-De todas formas según me han comentado, esa Helena es tu amiga. ¿No?

-Bueno. Sí. Pero estoy reinterpretando algunas de sus actitudes en nuestra relación. A sus hijos los quiero un montón. Les sigo llamando cada poco. Ella… no deja de ser la secretaria de Otilio. Y esa es su prioridad en sus… filias. Me he dado cuenta ahora, con un poco de distancia. Hasta que me volví al pueblo a casa de mi madre y vi todo desde otra perspectiva, pensaba que para ella había sido su gran amigo, al que ayudar y proteger. Ahora soy un poco escéptico al respecto. Sus actitudes han sido menos leales hacia mí que lo que creía. Siempre se esforzó en venderse como mi mejor amiga. Pero… a lo mejor no lo fue tanto. A lo mejor lo que vendió como apoyarme, no fueron tales apoyos, sino que intentó llevarme por donde interesaba a Otilio. Sí.

A Jorge le empezó a dar la impresión de que en realidad Óliver estaba pensando en voz alta. Lo que le estaba contando, no era algo que tuviera ya asentado en su ánimo o en su cabeza. Era algo que estaba razonando en directo.

-Fue más un intento de manipularme y llevarme por el camino que Otilio quería. Otilio o mi ex pareja que trabajaba también en ese bufete. Sí. Soy tonto. Me acabo de dar cuenta.

Jorge hizo un pequeño gesto con la cara para mostrar su solidaridad. Pero no incidió en el tema.

-Yo no hubiera querido otro abogado. Pero me hubiera puesto difícil encontrarte de no darme tu teléfono. Así que se lo agradezco. A la pregunta que planteas sobre la razón por la que no intentó ese Otilio llevarme a su bufete, solo tú estás en posición de responder. Y sobre todo, responder también al por qué de todas esas amenazas veladas que lanzó. Si fuera hipocondríaco me hubiera puesto de los nervios, hubiera corrido a encerrarme en casa.

-Creo que no te sorprendió. Me fijé en ti. Y no todos captan las sutilezas de su lenguaje. Te puedo contar algunos casos.

-A mí me pareció evidente. Tampoco es que dijera nada nuevo. Parte que intuía, parte que era evidente a esas alturas después de tener que haber hecho dos veces cuerpo a tierra y con un policía sobre mí para protegerme.

-A mí me pareció más bien una amenaza velada, no un aviso.

-Sí, sí, ya te he dicho, no me he referido como a un aviso, sino a una amenaza, dicha con mucho tacto y envuelta en sonrisas. Me recordaba escenas de “El padrino” – Jorge sonreía. Le hacía gracia la analogía que se le había ocurrido – Siempre que agasajaban a alguien en una fiesta, es que se lo iban a cargar a la mañana siguiente.

-Abrazos de muerte – bromeó Óliver.

Jorge se echó a reír mientras afirmaba con la cabeza.

-¿Amenaza suya personal o transmisor de los deseos de uno de sus clientes?

Había parecido una pregunta pero Jorge pensó de nuevo que era una duda propia expresada en voz alta.

-Tú lo conoces. Si lo preguntas es que dudas. O sea, que tienes ciertos motivos para pensar que la amenaza es de su parte.

-Más bien, en todo caso, pienso que es una mezcla. Según me fijé en el tiempo que trabajé en su bufete, tenía unos cuantos clientes que casi eran más socios que clientes puros. Socios a los que defendía, como parte de su asociación, valga la redundancia.

-Todo un personaje.

-Lo es. Y muy poderoso. Dicen que come con el Presidente del Gobierno cada poco. Sea quién sea éste.

-Puede que eso sea puro marketing.

-No lo había pensado. Gente poderosa maneja. Quiero decir, es cercana a él. Le he visto con jueces del Tribunal Supremo, con importantes ejecutivos de las principales empresas no solo españolas, sino internacionales, y eso que su dominio de los idiomas es mejorable. No habla ni papa de inglés o francés. Tiene un traductor en nómina. Él no es capaz de defenderse por sí solo en ningún otro idioma que no sea el castellano.

-¿Estás seguro que no lo finge? Algunos fingen ser más tontos de lo que son, porque eso les protege.

-¿Es lo que haces tú? – preguntó el abogado sonriendo.

Jorge se echó a reír.

-No te lo niego. A veces lo hago. No discuto cuando me llaman inútil o que no me entero de nada.

-No me parece el caso de Otilio. Para algunas cosas es transparente. Y te aseguro que cuando habla alguien a su lado en inglés o francés, a parte de cuatro frases típicas, no entiende nada.

-Pues no tendrá entonces relaciones con empresarios de muchos países.

-Bueno. El traductor es de inglés y francés. Con el inglés se alcanzan a la mayoría de empresarios.

-Le falta al menos un traductor de alemán.

-Le he oído a Carmelo que tú hablas muchos idiomas. Alemán está claro, me hablaste el otro día en esa lengua. Te juro que creía que me estaba volviendo loco o que te habías vuelto tú.

-No recordaba si lo hablabas. Me alegré de que así fuera. Hablo algunos idiomas sí. Carmelo los habla mejor en todo caso. Como te decía, – Jorge recondujo la conversación – al menos esa Helena tuvo a bien darme tu teléfono.

-En realidad no te hubiera sido difícil encontrarme. Dani me conoce. Con que le hubieras hablado de mí, te hubiera dicho. Cape no me relaciona con el pueblo ni con mi padre. Me sorprendió que Dani no compartiera con él que nos conocíamos. Cuando trabajé para él no comentamos nada de Concejo. No me dio pie y no sé decirte por qué, tampoco yo me sentí inclinado a contarle mis secretos. Secretos no, digamos a contarle de mi vida. Pero Dani sí. Es distinto. Hemos tomado cañas juntos en el bar. Y hasta me ha invitado a cenar un par de veces en la Hermida, antes de que Cape llegara a Concejo. Cuando apareció un buen día, todo cambió respecto a Dani. Al menos al principio. Luego Dani fue volviendo a ser el que era antes de Cape. Por lo que siempre le he oído comentar, tiene mucho contacto contigo. Y para que negarlo, se le nota a la legua que te quiere. Es algo que con solo veros en los estrenos o el otro día paseando por el campo es evidente para todos. Siempre hablaba de tus libros con pasión. Y de ti, igual. Es rara la conversación en la que no te saque a colación.

-No me digas la frasecita de “hacéis buena pareja” – dijo Jorge con voz meliflua.

Óliver levantó las manos declarándose inocente.

-No me engañas, la ibas a decir – se rió Jorge.

-Es que es evidente. Ya te digo. Os vi el otro día. Yo estaba tirado en esa pradera cercana a su casa. Os vi pasear y hablar. Os cogíais del brazo de una forma… ¡Cómo os mirabais!… es que en los pocos minutos que os vi, era evidente. No te quitaba ojo, preocupado por lo que fuera que le contaras. Y tú lo mismo. Hubo un momento en que le debiste preguntar algo… Ninguno le ha visto esa forma de comportarse desde que lo conocemos. Era cercano pero no acababa de implicarse con la gente. Con Eduardo sí, lo hizo. Pero tampoco… al cien. Y aquí nunca ha tenido nada que ocultar. Quiero decir, que no tenía por qué comportarse como una estrella del cine. Aquí es Dani, uno cualquiera. El de la Hermida. Punto. Un verso libre sin ataduras de ninguna clase.

Jorge no dijo nada, pero se sintió bien por el detalle que le había descubierto Óliver. De todas formas estaba muy centrado en sus temas y pasó de largo aunque de buena gana en otras circunstancias hubiera incidido en algunas de las cosas que le había comentado.

-Según deduzco de tus palabras, ese Valbuena no renuncia a un cliente. A mí entonces es que no me quiere como tal.

-Todo lo que te diga al respecto, son elucubraciones. No lo sé. Que ha renunciado a luchar por llevar tu caso, es claro. Los motivos, todo lo que diga, pura especulación. Puede que piense que dejándote conmigo es como si te dejara vendido. Una de las conclusiones que saqué de nuestra charla del otro día, es que parecía que estás en el lado contrario a sus intereses. Por eso… puede que te pusiera en mis manos. Aunque creo que le demostré sobradamente que no soy mal abogado. Eso sí, no soy tan buen perro faldero que haga y aconseje a mis clientes lo que él o su camarilla quería. Ese fue mi problema.

-Es interesante. Porque si me deja en tus manos, como dices, es que no te tiene por buen abogado, o que de alguna forma piensa que te puede manipular.

Parecía una invitación a que ampliara la información. Y Óliver decidió hacerlo. Iba a ser la primera vez que se lo contaba a alguien.

-Había clientes que se acercaron a mí directamente o que me pasaron de recepción. Era de los nuevos así que me mandaban los que pensaban que eran poco interesantes. O los que pensaban que eran unos pesados. Algunos de ellos resultaron ser muy productivos. Sobre todo, uno de ellos, que puede que conozcas, aunque no puedo darte detalles. Son temas muy delicados. De esos malos casos al principio, pasaban. Yo intentaba además que ni les vieran por allí. Evitaba las conversaciones en los pasillos o en la recepción. Les acompañaba al ascensor, bajaba con ellos casi en silencio y los despedía en la calle. Las conversaciones siempre en mi despacho o en lugares públicos alejados del bufete. Al final fue inevitable que algún compañero se enterara de algún detalle. Y entonces su actitud cambió. La de todos en el bufete.

-Puede que tu amiga les ayudara en esos descubrimientos – propuso Jorge.

Óliver sonrió. Parecía que Jorge había acertado.

-Intentaron entonces guiar mis actuaciones. Con propuestas que a veces iban en contra de los intereses claros de mis clientes. Pero colisionaban con otros clientes del bufete. Clientes que estaban en las cuentas de los socios principales o de abogados con más años allí. Me negué. Y lo defendí. Con alguno intentaron que se cambiaran de abogado, pero ninguno de ellos les hizo caso. Entonces me acusaron de trabajar por cuenta propia. De cobrar fuera a parte. Eso es casi el peor pecado que se podía cometer. Hurtar dos euros al bufete era causa de despido. Al final se reunieron los jefazos y me echaron pretextando esas causas. Mi ex pareja y sus amigos, hicieron campaña por ello. Fueron los fiscales de mi caso. Pero no nos engañemos. Todo manejado por Valbuena. Ahora lo tengo claro. He pasado muchas horas desde que me volví a Concejo, paseando por los campos y bañándome en el río dándole vueltas a todo. Y llamando a amigos de otros bufetes, volviendo a Madrid para encontrarme con ellos y tener una reunión disfrazada de comida de colegas…

Óliver se sonrió un momento. Parecía recordar algún hecho en concreto.

-Claro. El marido de Helena … era otro de los “fiscales”. Por eso Helena insistía tanto en lo mal que se llevaba con su marido. Todo era una obra de teatro.

-Lo raro es que no acabaras peor…

-Intentaron que les pasara todos mis archivos ya que se iban a repartir a mis clientes. Pero todos ellos, al menos los que les interesaban decidieron irse de allí. Intenté que se quedaran conmigo, pero les entró miedo. Yo ya estaba en el punto de mira. Ya no querían saber nada de mí tampoco. Pero no les di mis archivos. No se iban con ningún abogado del bufete, así que me los llevé. Fue entonces cuando me amenazaron con llevarme a los tribunales para pedirme esas cantidades que decían había cobrado. Me mantuve firme. No lo había hecho y no podían demostrar nada. No me llevaron a los tribunales pero se ocuparon de que nadie me contratara. Si alguno de mis clientes se hubiera quedado conmigo, me lo hubiera montado por mi cuenta. Pero… se pusieron muy intensos para evitar que eso fuera así.

-Vaya pues es interesante. Algún día tenemos que profundizar. Es para escribir una novela. – bromeó Jorge.

-Volvamos a lo nuestro, si te parece – propuso Óliver, que es cierto que le había sentado bien contarlo en alto, pero que tampoco quería monopolizar la reunión con sus recuerdos.

-Me pareció que Otilio y el posadero se reconocieron. – comentó Jorge volviendo a su tema.

-El posadero tampoco es lo que parece. Mi teoría es que lo puso Javier Marcos, el comisario de policía.

-¿Y eso?

-Para proteger a Dani sin que se enterara. Cuidado, esto no lo tengo comprobado. Es solo una teoría. El posadero es quien mejor puede enterarse de la gente nueva que viene al pueblo y de los comentarios de los vecinos.

-Entonces sería policía.

-Sí. Y su hijo también. Alberto. Se hizo cercano a Dani. Y aunque no se pegaba a él, me fijé cuando venía a pasar unos días a casa de mi madre, que casualmente siempre estaba cerca de él. A parte de que tuvieran un rollo.

Óliver se azoró al instante.

-Perdona, a lo mejor ese detalle no debería…

Jorge se echó a reír.

-Conozco a Carmelo. Tranquilo. Y conozco su fama. Ahora no es nada comparado con lo que fue. No me pongo celoso por eso. Nunca le he pedido fidelidad sexual ni se la pediré, aunque nos casemos. Una cosa, cambiando de tema, me ha llamado la atención que dijeras antes “la casa de mi madre”.

-No me llevo bien con mi padre. Ahora mantenemos las apariencias. Él parece… que habla muy bien de mí y se empeña en demostrar a todos que está preocupado por mí. Pero nada de eso es cierto. Le importo una mierda, y él me importa a mí lo mismo. Es falso. Te diría incluso que sería buen colega del amigo Otilio. Y te diría que posiblemente lo fueran. Y de todas formas, me he atenido a la legalidad. La casa es de mi madre. Por herencia. Todo en Concejo es de mi madre. Y se casaron en régimen de separación de bienes.

-Perdona, no hace falta que me cuentes tus secretos…

-Ya te los he empezado a contar. Lo que me pasó en el bufete de Otilio no lo había contado a nadie. Tú me vas a contar los tuyos. Me parece justo. Ya que me vas a sacar del paro, que menos. Aunque te advierto que Cape también me ha pedido que le haga unos trabajos. No vas a ser el único cliente.

-Y me parece bien. Conmigo vas a tener tajo. Mucho. Pero eso no quiere decir que te quiera en exclusiva. Es más, me gustaría que cogieras todos los que puedas. Yo mismo te recomendaré si alguien me pregunta.

-Tú dirás. Casi no pudimos hablar de nada.

-A lo mejor eso era una de las intenciones de Otilio.

-Puede ser. Aunque lo dudo. Eso era fácil de solucionar. Lo estamos haciendo ahora. Podíamos haber hablado por video conferencia. O podía haberme acercado a tu casa de Madrid. No tengo coche, pero puedo coger el de mi madre cuando quiera. Ella apenas lo usa. Y desde que he vuelto, prefiere que sea yo el que la lleve.

Jorge empezó a explicarle su situación con la editorial. Con Dimas. Y ese acuerdo especial de que ellos se encargaban también de representarle.

-¿Eso está firmado?

-No creo. En todo caso lo firmaría Nando, mi marido fallecido. Sé de otras cosas que hablábamos y luego se las daba a firmar a Nando, como para justificarse con alguien. Nunca pregunté, aunque me dio esa impresión. Pero él no tenía poder para firmar por mi. Así que de raíz, todo sería impugnable. No tendría valor.

-¿Seguro? Se ha comentado siempre que ibas drogado.

-Cierto. Pero hay cosas que si tengo presentes. Es complicado explicarlo. Y que yo sepa, todo fue un acuerdo en todo caso verbal. Y tengo el presentimiento de que han abusado de ese acuerdo. Tengo muchas preguntas a ese respecto. El dinero que cobro por mis colaboraciones con “El País”, algunas charlas que me organizaban en teoría dentro del plan de promoción de mis libros y que al parecer cobraban, cosa que no tengo consciencia de haber ingresado yo, las liquidaciones por las ventas de mis novelas… las comisiones que en todo caso se quedan por esas gestiones… todas esas cuestiones necesitan de explicación.

-Entonces lo primero que hay que hacer es determinar tu situación respecto a ellos. Me deberías facilitar todos los documentos que tengas…

-Te estoy preparando copias de todo. Hugo, que en un principio iba a fingir ser mi asistente, me lo puso la policía para protegerme discretamente, te lo estaba preparando. A la vez que miraba otro tema del que te hablaré en un momento.

-No te preocupes. Yo me encargo. Me dices cuando puedo ir a recogerlos a tu casa, y me acerco con el coche de mi madre. Le pediré a Eduardo que me eche una mano para cargarlo todo. Ya me haré yo copias de lo que vea interesante. Usaré la impresora de mi madre.

-Me gustaría que de momento, te ocuparas de ser mi agente. Ya sé que a lo mejor te parece una actividad…

-Para nada. Es un placer ser tu agente. Aunque para serlo efectivamente, antes debemos ver como está todo, los compromisos que han firmado en tu nombre. Y comprobar las liquidaciones que te hacen de tus comisiones. Y que nos pasen toda la planificación que hayan hecho de ahora en adelante. La estudiaré y a partir de ahora te iré indicando. Y a lo que consideres, te acompañaré.

-Eso es importante. Lo de las liquidaciones me refiero. Ya te lo había citado yo antes. Hasta hace unas semanas no se me hubiera ocurrido dudar de ellas. Aunque por empezar por algo, el tema de mi agenda, en lo que se refiere a encuentros con lectores y actos promocionales que organiza la editorial. Del resto de mi agenda se ha empezado a ocupar la agencia de Carmelo. Sergio es un amigo y ya me echaba una mano. Estaría bien que os coordinarais. Eso tendría prioridad. Ya he tenido que salir de estampida para acudir a dos citas en una mañana. Eso del otro día me llega a pasar hace unos meses, y hubiera sido un desastre para mi prestigio. Hubiera salido por peteneras y acabado discutiendo a lo grande con ese Poveda. Estoy dando por supuesto que lo viste.

-Me lo contaron en la cantina cuando volví de pasear. Lo vi luego en Atresplayer. Menuda historia. Pero lo tenías todo controlado. Tu exposición me pareció contundente y esclarecedora. Y cuando Dani apareció allí con los documentos… no dejaste ninguna duda al respecto.

-Sergio, el representante de Carmelo se encargó de todo. Fue el primer favor así de calado que me hizo.

-Te cobraría una pasta.

-En todo caso lo pagaría Carmelo. A mí nunca me ha intentado cobrar nada. Ya te he dicho que ahora se ocupa de mi agenda. El otro día me avisó él de esa cita que nadie en mi editorial parecía conocer, y eso que lo habían concertado con ellos.

-Muy amigo debe de ser. O un fan incondicional. Esa gente cobra un buen porcentaje.

-El porcentaje que cobre de Carmelo da para mucho.

Óliver se echó a reír.

-Eso es cierto.

-No quiero que sigan mangoneando en ese sentido. Ya empecé hace tiempo, por ejemplo, en algunos encuentros con lectores. Los de la librería de Goya, por ejemplo. Voy casi todas las semanas un día. Pero eso lo hago fuera aparte. Ellos no se enteran. Y a la librería de unos amigos, suelo ir cada poco. Quedan con algunos clientes y charlamos un rato y luego les firmo los libros.

-Eso lo ponemos en marcha enseguida. ¿Qué te ha llevado a poner en duda las liquidaciones de la editorial?

-No es por mi mala relación con Dimas, que conste. Llámalo intuición. De todas formas el detonante fue darme cuenta que nunca he cobrado por los relatos que publicaba en “El País”.

-Ya me he enterado de tu affaire con Dimas. Tengo algunos antiguos clientes que son escritores. Se comenta mucho tu caso.

-¿Y que se dice?

Óliver se sonrió. Pensó en mentir a Jorge. No le apetecía ser él el que le contara algunos pensamientos del mundillo literario. Pero esa opción no era aceptable si empezaba a trabajar para él. Y ahora sí, le apetecía hacerlo. A parte de que le había caído bien, ese poco tiempo que había transcurrido desde su primer contacto, le había dado un vuelco a su ánimo. La visita de Otilio, que en un principio le asustó, precisamente por lo que habían comentado Jorge y él unos minutos antes, por las razones ocultas para renunciar a un cliente como Jorge Rios, y además, para cedérselo a él, que por mucho que se le llenara la boca diciendo a todos que le tenía cariño, que era el mejor abogado que había trabajado para él, además de ser fiel y respetable, le había dejado caer en su propio bufete y le había cerrado las puertas de los sitios a los que había ido a pedir trabajo. Y no, no eran sus antiguos compañeros, esos que hicieron el trabajo sucio de tenderle una trampa, de mentir y trapichear para justificar su despido. Fue Otilio en persona quién fue llamando a todos los bufetes importantes diciendo que no le gustaría que Óliver Sanquirián acabara trabajando para ellos. Había incluso pensado, en todas esas horas ociosas de las que de repente había disfrutado, que había sido una venganza. ¿Por qué? Se preguntó un ciento de veces. Él no creía haber hecho nada que pudiera despertar ese tipo de reacciones en su antiguo jefe. Incluso llegó a pensar en que fuera una venganza contra su familia. Aunque eso también era impensable. Que él supiera, el abogado no conocía a sus padres, ni a sus tíos por parte de su madre, su padre no tenía más familia. Se decidió pues, a contarle la verdad a Jorge.

-Que al menos todo este embrollo ha propiciado que te quites de encima a Dimas. Todos están de acuerdo que es un editor nefasto. Por eso valoran todavía más tu trayectoria y tu capacidad para escribir. “Ha triunfado porque tiene un don y ha aprendido a desarrollarlo”, dicen la mayoría. Si llega a ser por Dimas, nada. Otros no te negaré que hablan de suerte. Pero me da que algunos de ellos se dejan llevar por al envidia.

-¿De un tal Bonifacio se dice algo?

Óliver se sonrió.

-Parece que lo que también se dice respecto a que no te enteras de nada de lo que pasa a tu alrededor, no es exacto. Parece que tu estrategia, esa que consiste en hacerte el tonto te funciona a la perfección – Óliver tenía un gesto de guasón.

-Es que me he despertado. Es largo de contar, pero lo haré algún día.

-Fue quien decidió publicarte. Los que conocen el mundillo literario en profundidad, los entresijos, lo saben. Fue quien habló con todo el mundo para que pusieran tus libros bien a la vista y los recomendaran. Se encargó personalmente de que la mitad de los libreros de España leyeran tu primera novela antes de publicarse. Dimas puso la cara en lo referente a hablar contigo. Bonifacio era su suegro. Era el gran capo de tu editorial. El dueño. Ahora no está claro en manos de quién está. Hay muchos rumores sobre su testamento, pero nada se conoce oficialmente.

-¿Y el que me puso alguien a vigilarme?

-Eso ya no lo sé. Pero no me extrañaría. Tiene una cierta fama de tiburón. He escuchado a alguno referirse a él como mafioso. Ya se que no está bien hablar mal de los muertos, pero es lo que hay. La gente habla de él con prevención. Parece que le tenían miedo no, pavor. Y aun muerto, se lo sigue dando. Alguno incluso, antes de decir nada de él, bueno o malo, miraba a los lados y detrás, por comprobar que nadie les pudiera oír.

-Tendré que profundizar en todo ese tema.

-Si me entero de algo, te digo.

-Antes hay que solucionar muchas otras cuestiones.

-Ya me has dado muchos asuntos de los que ocuparme. Y si no te importa, mañana, aunque sea domingo, me acerco a tu casa para hacerme con la documentación.

-Por mí sin problemas. Lo único, me lo confirmas y me dices si te va a acompañar Eduardo u otra persona, por avisar a mis escoltas para que te dejen pasar y te abran la puerta. Por cierto, antes de seguir, que no hemos hecho más que empezar. ¿Necesitas un adelanto? Si llevas tiempo en el paro…

-No te negaré que estoy canino. Pero…

-Dame tu número de cuenta. Y así puedes ir a comprarte ropa. Que parece que te gusta y llevas la de hace dos temporadas.

-¿Te gusta la moda? – le preguntó un asombrado Óliver.

-Solo me fijo en la gente – sonrió Jorge. – Y soy amigo del mejor sastre de España. Y el hombre más guapo del mundo es la mitad de esa frase “que buena pareja hacéis”. Es imagen de un sin fin de marcas de ropa y deportivas. Muchas de las campañas publicitarias que protagoniza no se ven en España. En Japón las calles están inundadas de carteles gigantes con su imagen vistiendo de Calvin Klein. Y en París los carteles son de Paco Rabanne. En USA de Converse. No dirigidos a deportistas, sino a casual wear.

-Bernabé de Hinojosa. El mejor sastre. Si es otro, te han mentido.

-El mismo.

-¿Es amigo tuyo?

-Dile que vas de mi parte. Ahora te paso su teléfono.

-No, no, no me lo puedo permitir… es carísimo.

-Tú llama. Del resto ya hablaremos.

-Y no sabía que Carmelo tuviera tantos contratos publicitarios. Nunca dice nada.

-En su tiempo de retiro, es por lo único que viajó fuera. Recuerdo un viaje que combinamos. Él iba a Estados Unidos a rodar los anuncios de CK y de allí nos fuimos a Argentina, dónde yo tenía compromisos de promoción de un recopilatorio de relatos y una reedición de mi primera novela.

-O sea que lo que se dice de que le acompañaste a París a rodar la serie, en todo caso no fue la primera vez.

-No. No fue la primera vez. Y ahora me va a acompañar en un pequeño viaje promocional.

-Pues eso es una gran ayuda. Los escritores que conozco porque les he asesorado en algunos temas en su momento, dicen que esos viajes suelen ser duros, sobre todo por la soledad que al final sientes.

-Es cierto sí. Estás siempre con gente, no te equivoques, pero… en el fondo, no puedes evitar sentirte solo. ¿Me das el número de cuenta? Que nos hemos liado…

Óliver abrió la aplicación bancaria de su teléfono. Y le fue leyendo su número de cuenta. Jorge inmediatamente le hizo una trasferencia. El abogado al ver la cantidad que acababa de ser ingresada en su banco, le miró con los ojos muy abiertos.

-Pero si no he hecho nada todavía… es mucho…

-Tranquilo. Creo que tus minutas serán altas. A no ser que prefieras que tengamos un contrato fijo y te pague una cantidad al mes.

-No lo había pensado. No sé que contestarte.

-Lo piensas y me dices. O como te vas a convertir en mi agente…

-No, no. No quiero una comisión por lo que ganes. En todo caso, fijamos una cantidad al mes.

-Y si en alguno te pasas de horas…

-Las compensamos con otros que me quede corto. Encima.

-Al menos si tienes gastos extras por atender mis asuntos, me lo dices y te los compenso.

-¿Eres así de generoso con todo el mundo?

-Suelo serlo. Aunque en general no me suele salir bien. Luego hay gente que se aprovecha. Pero tú no vas a ser de esos.

-Espero que no.

-Ahora te voy a contar lo mejor de todo el embrollo que me rodea y que me he enterado en estos días. Verás como todo el trabajo que vas a tener, lo que te he adelantado, te va a durar dos semanas. Los temas anexos. Son … alucinantes.

-¿Alucinantes?

Óliver le miraba extrañado. Era un calificativo que no pegaba en boca de Jorge y menos hablando de temas profesionales.

Jorge le empezó a contar como la policía había descubierto una obra publicada en Alemania y que se publicitaba como de un autor que iba a ser el sucesor de Jorge Rios.

-Esa novela es mía. Es una de las que tengo acabadas pero que no me había decidido a publicar.

Le contó que durante siete años no había publicado nada. Pero que él había seguido escribiendo. Y que tenía muchas novelas acabadas y innumerables relatos cortos.

-Por curiosidad ¿Cuantas novelas tienes acabadas sin publicar?

Jorge sonrió y bajó la mirada al contestar. Le empezaba a avergonzar la respuesta. Le contó lo que ya tenía la impresión de haber dicho cientos de veces. Las dos carpetas, la de Nadia y la del resto a los que les había dado acceso. Tantas novelas, tantos relatos…. Le vino a la cabeza su conversación con Aitor y su recomendación de callarse. Pero a Óliver no se lo podía ocultar. Le dio las cifras correctas, las que le dio Aitor.

-¿Y esa Nadia?

-Era como una especie de correctora. A parte de ser mi amiga. Es al revés, perdona. Era mi amiga que cuando murió mi marido, se convirtió en mi correctora primera.

-¿Es ella la que crees que te ha robado esa novela?

-Pocos tienen acceso. Jorgito, el hijo de Dimas, Nadia, Carmelo, Cape, mis vecinos Juliana y Pere. Martín Carnicer y su hermano Quirce. Son también como mis sobrinos. Mi protector informático. ¡Ah! Y Aiden, un amigo de los de siempre. Siempre me olvido de él. Nadie más.

-Entre ellos está el ladrón.

-Nadia. Siempre he apostado porque era Nadia, aunque me duela. No tengas duda de que ha sido ella. Ahora, lo puedo probar. Es amiga de toda la vida y me ayudó mucho cuando falleció mi marido. Por eso me he resistido a creerlo. Carmelo tiene acceso a todo, al igual que Martín y Quirce. Y mi hacker particular. Esto me recuerda que entre las cosas que te agradecería que investigaras es una entrevista con Dimas en la que citaba ese número de novelas acabadas, para justificar que la razón de que no publicara no era mi falta de inspiración, sino la tristeza del duelo por la pérdida de mi marido. Con Dimas nunca compartí esa información.

-Ya. ¿Sabes la de foros que hay pidiendo que publicaras de nuevo? Una verdadera legión de lectores clamaban por tu vuelta a las librerías.

-Algo me van contando. – Jorge levantó las cejas sonriendo tímidamente acordándose de lo que le comentó Hugo al respecto. Parecía que las dos conversaciones empezaban a seguir el mismo devenir.

-¿Tienes a alguien que te vigile esos temas de redes? Lo que se habla de ti por ahí.

-No. Y tengo claro que mi editorial no se empapa de nada. Y además le da igual. Sergio suele hacer esa labor si se lo pido o lo hace Carmelo. Casos puntuales. No me parece bien aprovecharme. Si lo crees necesario, lo pones en marcha. A lo mejor deberías pensar en contratar a algún ayudante. Y en todo caso, coordinarte de nuevo con Sergio, como en lo de la agenda.

-Ya iremos viendo. Le echo un vistazo. ¿Algún tema más?

-Claro.

-¿Cómo que claro?

Jorge se sonrió. Óliver le miraba con los ojos y la boca muy abierta.

-Si solo fuera lo que te he contado hasta ahora, sería pan comido.

-¿Pan comido? Problemas con las liquidaciones de tu editorial, problemas con el desarrollo de tus contratos con ellos. Alguien te roba una novela inédita y la publica por el mundo… ¿A esas minucias llamas tú “pan comido”? Por no hablar de que hay la posibilidad de que haya otras seis novelas por ahí.

Ahora era Óliver el que estaba “alucinado”.

-¿Y qué hay más? – dijo con apenas un hilo de voz. Estaba pensando que a lo mejor, sí iba a necesitar ya alguien que le ayudara.

Jorge sacó un libro de su bandolera. Se lo tendió. Era la versión de “Tirso” en ruso.

-No entiendo el ruso, lo siento.

-Es “Tirso”, mi novela, publicada en Rusia.

-¿Y?

-El autor que figura en la portada no soy yo. Y hay un pequeño detalle… yo no publico en Rusia.

-¡No me jodas!

Óliver alternaba mirar el volumen que tenía en las manos y mirar a Jorge. Dudaba si le estaba tomando el pelo.

-No, no, no es broma.

-¿Pero estás seguro que es la misma? ¿Quién te lo ha traducido?

-Yo mismo. Hablo ruso.

-Habrá que mirar entonces otros países en los que no publiques. Y estudiarlo. Si han publicado allí, lo han hecho en otros sitios. ¡Madre mía! Pero todo esto es un robo con… otro robo quiero decir. ¿Tienes registrado todo?

-Todo. Es algo que hago personalmente. Desde siempre. Si viste el programa de Espejo Público del otro día, lo que cuento allí es la verdad.

-¿Eso lo sabía mucha gente?

-La verdad es que no. No lo había dicho a nadie. Perdón, Carmelo sí lo sabe. El resto no. Amancio, la persona del registro de Propiedad Intelectual. Y mi impresor particular, el que imprime las copias que llevo al Registro, que no tiene ninguna relación ni con la editorial ni con nadie de mi entorno.

-¿Te guardas una copia en papel?

-Sí. Una copia. Están en mi caja fuerte de casa. Nadie me ha visto guardarlas ahí y nadie sabe de su existencia. Y tiene un sistema de seguridad que en caso de que alguien lograra abrirla, quedaría retratado de forma inmediata.

-¿Ni Carmelo?

-En el concepto de “nadie” nunca incluyo a Carmelo. – sonrió Jorge. – Él lo sabe todo de mí. Sabe incluso más de lo que sé yo mismo. Tiene acceso a mis cuentas bancarias. Le di poder para hacer uso de ellas. Sabe todas mis contraseñas de dispositivos, etc. Tiene poder para actuar en mi nombre.

-¿Es recíproco?

-Sí. Yo tengo el mismo conocimiento sobre sus cosas, y los mismos poderes. Tengo llaves de todas sus propiedades.

-¿Y te extrañas que todos digan esa frasecita que no te gusta? – le preguntó en tono de broma – Ojalá tuviera yo una relación con alguien la mitad de cercana que la vuestra.

-Algún día conocerás un hombre que te guste de esta forma.

-No he tenido mucha suerte.

-Pues fíjate tú la que tuve yo hasta aparecer Carmelo. Y el cabrón se ha mantenido cerca a pesar de que yo estaba en un proceso… digamos de stand by. Se lo merece todo.

-He escuchado cosas de Nando no muy agradables.

-Seguro que se quedan cortas con la realidad. Volvamos a lo nuestro.

Óliver todavía se lo quedó mirando un instante. Esa mirada era muchas cosas. Envidia, admiración, interrogación… era palpable que tenía decenas de preguntas en espera. Pero volvió al tema. Aunque estuvo seguro que tendría que volver sobre ellas. Era evidente que el pasado del escritor, aunque fuera lejano, tenía mucho que ver con su situación.

-Entonces el círculo es mínimo entre los que buscar al ladrón de tus novelas. Habrá que ir país por país… primero veremos los acuerdos de traducción que han vendido de tu obra. Y luego buscaremos esas novelas por los países en que no publiques. Aunque haya sido Nadia la que te haya robado, no tiene contactos para mover eso. Tiene uno o varios socios en esa aventura. El beneficio que puede sacar, da para mantener a muchos socios y comprar muchas voluntades.

-Y en todos, habrá que buscar las novelas que están pendientes.

-Trece novelas. Y de esos cientos de relatos, pueden salir cientos de recopilatorios de relatos.

-Algunos pueden ser consideradas como novelas. Por lo menos unos veinte superan las trescientas páginas. Y en cuanto a las novelas, yo lo acotaría a siete. Las que tenían acceso Nadia. Al fin y al cabo, solo Carmelo, Martín y Quirce podían ver todo. Y según los registros de acceso a mi nube, Carmelo no ha visto el resto. Creo que no se ha atrevido. Pecó de prudente y pensó que solo quería que viera la carpeta a la que tenía acceso Nadia. Martín sí. Aunque su hermano no. Martín ha leído casi todo. Las novelas un par de veces. Ahora está leyendo los relatos descartados.

-O sea que Martín es el único intrépido que se ha lanzado a leer todo, todo. ¿Más de mil relatos?

-Más de mil doscientos relatos. – le aclaró Jorge.

-¿Trescientas páginas y los llamas relatos? ¿Esas estaban entre las que tenía acceso Nadia y el resto?

-Dos de ellas. El resto está a parte. Solo las ha leído Martín.

-Madre mía.

-Y hay muchos relatos pequeños que están relacionados. Que son como capítulos de una historia general. Siempre dudé si utilizarlos como tales, como historias independientes o darles una unión y juntarlos en una novela.

-Pero ni en cinco vidas te va a dar tiempo a publicar todo esto.

-Y hay que añadir los cuentos infantiles que escribí para Jorgito. Los primeros, el primer año que lo hice, los leyó bastante gente. Dimas y Clarita se encargaron de ello. Los siguientes, ya solo se los di a Jorgito. Antes se me ha olvidado… Jorgito también ha leído gran parte de mis novelas. Vuelvo al tema de los cuentos: Pueden estar publicados en el resto de países. Ten en cuenta que tienen un público distinto. Y esos tengo el pálpito que están publicados fuera de España. Los primeros.

A Jorge le estaba gustando dejar sin palabras al joven abogado. Dejaba para otro momento explicarle que para él, la satisfacción verdadera era escribir. El que luego se publicaran… era un tema que sí, le gustaba, pero que no era su fin último.

-Los que han hecho lo de publicar mi novela inédita, estoy convencido de que no creían que fuera a publicar de nuevo. Porque a lo mejor pensaban que iba a estar muerto.

-Es que, si tienen el mismo nivel de ventas que tienes con tu nombre, es mucho dinero. Pero mucho. Sin contar que en ciertos países podrían haber vendido los derechos para una serie o película y que no llegara aquí. Las posibilidades pueden ser muchas. Tendré que buscar a alguien que empiece a buscar todas esas obras en diferentes países. No sé cual sería el camino más rápido o más seguro. Tengo que pensar…

Jorge se lo quedó mirando fijamente. Algo le rondaba la cabeza desde hacía un rato, pero como le pasaba a menudo, no lograba centrarlo. Llevaba unos minutos sin escuchar lo que decía Óliver. Éste se percató de la situación y se calló de pronto.

-¿Te pasa algo? – le preguntó éste.

-Llevo tiempo pensando… con una sensación extraña… ¿Nos hemos visto antes? Antes del otro día, quiero decir.

-No creo. Aunque siempre he tenido la sensación de que te conozco desde siempre. Lo achaco a que al ser famoso, te tengo visto de la tele o de fotos en la prensa. Te confieso que te leo. Y que me gustan tus novelas. Y que me ha interesado saber de ti. Antes de que me llamaras ya había leído decenas de artículos hablando de ti. He visto un sinfín de vídeos, de programas de televisión o radio en los que has participado, me suele gustar sobre todo cuando vas al programa de Carlos Alsina. Suelen ser programas memorables. Alguna presentación de tus libros que están colgadas en la web de tu editorial…

De repente a Jorge se le había iluminado una neurona.

-¿Te dice algo “Le petit elfe”?

La pregunta le salió a Jorge sin querer. Casi no fue consciente de que la había hecho en voz alta, ni de por qué la había hecho, si no llega a ser por la reacción del abogado. Se puso tenso. Su cara fue la mejor expresión de la sorpresa y del miedo. Miedo no. Era recelo la reacción que le había provocado.

-Mon oncle Clément m’appelait ainsi. – le respondió Óliver muy serio.

-Je m’excuse. J’ai vous apporté le souvenir d’un parent décédé.

-Il n’est pas morte. Je le pense du moins. Un jour, il a disparu. Pour quoi tu pense que il a décédé?

-Je ne sais pas. Tu parle très bien le français.

-Une grande partie de mi famille est française. Mais Comment saviez vous ça?

-Bien me parece, que practiquéis el francés. Veo que tienes presente que vamos a París en unos días.

Carmelo había ido a buscarlos. Estaba a un par de metros. No había querido acercarse a ellos para no escuchar la conversación. Una vez que ya se había hecho notar, se puso al lado de Jorge, al que puso la mano en el hombro. Lo había notado un poco desnortado.

-Óliver, no sabía que hablabas tan bien el francés. Pero ya he oído que tiene truco.

-¿No te lo había comentado?

-No. Pero te lo perdono si os pagáis un café.

-Dejadme que os invite. – se ofreció Óliver. – ¡Qué menos!

Una vez más a Jorge lo arrastró su marido a una de esas reuniones sociales que se convertían en fiestas desbocadas, llenas de sustancias alucinógenas, de mucho sexo y poco seso, comida pantagruélica y ríos de alcohol en forma de todas las bebidas que se pudieran imaginar.

Jorge no prestó atención al pueblo en dónde estaban. Ni a la casa a la que Nando le arrastró sin muchas contemplaciones. Parecía enfadado. Parecía… preocupado. Alguno de sus negocios debía ir mal. Alguno de los asistentes a esa “reunión” sería fundamental para salir de algún entuerto. Y posiblemente fuera fundamental su presencia, para hacer presión. Un famoso abre muchas puertas.

Era un jardín inmenso. Bien separado del resto del pueblo por un muro alto de piedra, de los de antes. Había una barbacoa en una esquina. El anfitrión parecía que era el que se ocupaba de los alimentos. Un chaval le echaba una mano. Jorge pensó que era su hijo. No parecía muy contento. Había dos moscardones que le rondaban. Dos hombres con la mano muy larga y que aún en la distancia, Jorge comprobó que tenían la comisura de los labios llena de baba. Alguien debería darles un pañuelo y una buena patada en los cojones. Pensó en ser un poco cabrón. Quizás ayudaba a que esa mañana se le había olvidado tomar sus pastillas. Estaba más decidido que otras veces. Se acercó al chaval y se interpuso entre los hombres y el joven. Visto de cerca era más guapo. Era pelirrojo. Y tenía unos grandes ojos claros. Jorge no supo determinar el color de los mismos. Le tendió la mano ceremoniosamente.

-Me llamo Jorge. Encantado de conocerte.

El niño lo miró directamente a los ojos. Estuvo pensando un rato antes de aceptar el saludo. Su padre lo miraba atento a su reacción. Parecía escaldado de algunas de ellas, por la forma de mirar.

-Yo soy Oli. ¿Eres el escritor?

-Lo soy. ¿Has leído alguna de mis novelas?

-Todas.

Jorge se sorprendió, porque el chico no debía tener más de trece o catorce años. Y sus obras no eran apropiadas para esas edades. Pero ya le había pasado tantas veces que no se extrañaba demasiado. Se aprestó a hacer la prueba del algodón.

-¿Cual es tu preferida?

-“La angustia del olvido”. Me alucina. Me siento como el prota.

-A lo mejor te gustaría contarme tus impresiones. Seguro que a tu padre no le importará que me hagas compañía un rato.

-Claro.

El chico ni siquiera había mirado a su progenitor antes de contestar. Agarró la mano del escritor y se lo llevó al lado contrario del jardín. El chaval levantó la otra mano con el dedo índice levantado dedicado a los dos babosos a los que tenía encandilados. Jorge se sonrió. Pensó que ese Oli le caía bien. Y que posiblemente esos señores tuvieran que ir al baño a aliviarse.

-Si piensas que te la voy a comer, ni lo sueñes. – le dijo el chico en un arranque.

-¿De verdad piensas que quiero eso?

El chico se lo quedó mirando. Al final bajó la cabeza avergonzado negando con la misma.

-Perdón. – murmuró.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 38.

Capítulo 38.-

Si pudiera enamorar de un hombre, no serías tú, lo siento.”

…”

Sería Jorge Rios”.

…”

Lo siento. Sería mi elección de gustarme los hombres. Lo quiero. Desde el momento en que lo conocí

Jorge Rios.”.

Demasiados frentes abiertos. Demasiadas visitas y poco tiempo si quería ir al pueblo con Carmelo.

Aunque en ese tema también había habido un cambio repentino de planes. Carmelo le había llamado para decirle que el plan se aplazaba una semana. Laín debía grabar unas escenas que no habían quedado bien. Y urgía. Martín también debía rodar el sábado. Y para acabar los imprevistos, Cape había tenido que irse de viaje repentinamente.

-Pero si me ha llamado hace nada y…

-Ha debido ser justo después. Te ha debido llamar cuando han empezado a dar noticias de que nuestra casa había sido asaltada. Pues cuando han dicho que también estaban disparando en la notaría, ahí se ha largado en su avión privado. Me ha mandado un mensaje diciendo “me voy de viaje”. “Urgente”. Y ya está. Acércate al “Salvatierra” y tomamos algo. Tengo media hora.

Jorge le hizo caso. No tardaron nada en llegar. Se estaban desplegando varias unidades de la Unidad de Intervención de la Policía. Jorge prefirió no darse por enterado y caminó a paso vivo hacia el bar, rodeado por sus escoltas. Juraría que se habían multiplicado por dos desde la notaría.

-Pero nos vamos tú y yo. ¿Te parece? – le preguntó Carmelo nada más verlo entrar. – A Concejo – le aclaró al ver la cara de despiste que había puesto.

-Claro. – le respondió Jorge. – Estuvimos bien el otro día. Y de todas formas, nuestra casa está patas arriba. Hasta mañana no acabarán de repararlo todo. Bueno, mañana. Eso con suerte. Y la casa de Cape, lo siento, aunque sea para pasar una noche, va a ser que no.

-También tienes razón. No había caído en eso.

-Tengo la intención además de probar tu mesa en el bar del pueblo a ver como se escribe en ella.

-¿Ya me vas a quitar la mesa? – A Carmelo le salió su mejor gesto de sorpresa y falso enfado. – No me lo puedo creer. Ya sé por qué no te he llevado antes a Concejo.

-Somos como un matrimonio. Lo tuyo es mío. – apuntó en tono de guasa Jorge. – Lo dice todo el mundo. Lo sabe todo el mundo, corrijo.

-Salvo Cape. – bromeó Carmelo.

-Salvo Cape – Jorge le dio la razón sonriendo – Además, sabes que no me importa si te sientas a mi lado mientras escribo. De hecho, me gusta.

-Somos pareja cuando te interesa. Y gracias por dejarme sentar en mi propia mesa. Además, no me sueles hacer ni puto caso cuando me siento mientras escribes.

-Tú lo has dicho, escribo. Si escribo… escribo. Si te hago carantoñas, te las hago. Y si te hago el amor, no estoy tomando notas en la molesquine.

-O sea que solo precisas mi apoyo testimonial.

-Cuando escribo sí. Tu apoyo presencial. El testimonio tampoco es imprescindible en esos momentos. En el caso de las carantoñas y el sexo, preferiría que tuvieras un papel participativo. Intenso además. Apasionado.

-Me estoy imaginando la escena. Los dos en un estimulante 69 y de repente, dejas de comerme la polla y dices: “Espera un momento, que se me ha ocurrido que la Paulina Rubio le pregunte al frutero por la procedencia de las nectarinas”. Te vas a buscar la molesquine y me dejas a mí ahí, tirado en la alfombra con mi tranca babeando.

-Pues no te creas que a veces… se me ocurren cosas en esos momentos de pasión.

-Joder. Ya me lo estaba temiendo. Cualquier día me dejas a medio orgasmo por apuntar …

-Ya te digo.

-Lo dicho, solo me quieres como pareja cuando te interesa. Ahora para quitarme la mesa y ni siquiera me compensas… con esas pasiones y amores de las que hablas. Y total, cualquier día me dejas tirado con la polla dura a punto de explotar …

-¿No tienes otros sinónimos de pene que polla y tranca? Hay algunos más delicados.

-Pero solo uso los que más te producen picazón. – Carmelo le guiñó el ojo picarón. – Bebe el café, que se te va a enfriar. Café con leche… leche de…

-¿Leche de qué? Que no me entere que te ordeñas para usar tu leche en el café.

-¡¡Qué burro!! Mi polla solo saca su mejor leche dentro de ti, escritor.

-Huy, huy, huy… tú solo piensas en el sexo, rubito. Porque cuando antes hablabas de compensación, no creo que te refieras a una compensación económica. Y que conste que sé que en esa mesa no pone reservado, ni siquiera una placa en la que diga: esta mesa es de Dani, el de la Hermida.

-Eso es derecho consuetudinario. Es un derecho adquirido por el uso o costumbre. Y tú no, no, tú no piensas en el sexo. – dijo en tono exagerado con un matiz de sarcasmo – ¿Y eso que crece…?

-Pero sé un poco más delicado, joder. Y no me mires el paquete. Estamos en un sitio público. Me gustaría poder seguir viniendo de vez en cuando aquí sin que se me caiga la cara de vergüenza.

-¿La polla quieres decir? ¿Qué no te mire la tranca? – Carmelo disfrutaba a veces de emplear un lenguaje más soez lo cual solía conseguir que Jorge se mostrara indignado por su falta de delicadeza. Y ese día lo estaba gozando.

-No. Es inexacto. No me miras el miembro viril – Jorge le hizo un gesto con el brazo para remarcar el sinónimo que había empleado para referirse al órgano sexual del hombre. “Te jodes”. – Porque estoy vestido. En todo caso me miras el bulto que hace al reaccionar a tus provocaciones manuales, verbales y visuales.

Carmelo le puso la mano sobre sus órganos sexuales. Jorge sonrió y no hizo nada por apartarse. Al revés, apretó esa zona contra la mano del actor.

-Si palpita y todo.

-Si babeas y todo, rubito. – Jorge le pasó la mano por la comisura de los labios, como si le fuera a limpiar la baba.

-La dureza de tu pene, no es para menos. El que no iba a poder empalmarse después de esos años de drogas.

-Estoy pensando en el vecino, en el del cuarto, no en Pere, que te estoy viendo venir, rubito. El del cuarto me pone a cien. – le picó Jorge.

-¿Con ese te lo montas cuando no estoy en tu casa?

-Y a veces cuando estás. Me escabullo y me voy a su casa y nos lo montamos en el salón.

-Con sus tres hermanos mirando y sus padres.

-¡¡Y la abuela!!

-Que por cierto es simpatiquísima.

-Un amor – corroboró Jorge.

-Ya, ya, entiendo. ¿Y ya te invitan a las celebraciones familiares?

-Pero les he dicho que no… ¿Dejas de tocarme el paquete por favor? Quiero conseguir que mi miembro deje de palpitar. Y que afloje un poco. Empieza a ser molesto.

-Duele ¿eh? Eso te lo arreglo yo en un momento. Quiero decir, te lo relajo… todo sea para que deje de dolerte, querido. No me gusta que sufras.

-Luego, luego. Cuanta chufla tienes hoy. Yo llevo sufriendo todo el día y tú… de chufla. Y no querido, todavía no estoy preparado a que me la comas en medio del bar. Ahora si no te importa, debemos irnos. Tu móvil no hace más que emitir pitidos de todos tipos y volúmenes. Has conseguido que nos mire todo el mundo. Entre nuestra conversación, tu mano permanentemente bajo la mesa sobre mi paquete, tu mirada lasciva y tu móvil que parece una orquesta sinfónica…

-Pesados son. Y todo para hacer el canelo. En ese rodaje ya no sabe nadie de que va. Estoy metido en dos líos… éste y el de Londres…  joder.

-Esperemos que se arregle.

-Éstas películas no tienen arreglo. Imposible. En un par de meses todo va a cambiar. Con suerte Tirso estará listo para comenzar en ese tiempo o un mes más como mucho. Y les mando a todos a freír espárragos. ¿De verdad que no quieres participar en el guion?

De repente Carmelo se había puesto serio. Ya lo habían comentado muchas veces. Jorge siempre se había mostrado contrario a esa posibilidad. Pero a Carmelo le apetecía que aceptara. Por eso seguía insistiendo en cuanto tenía ocasión.

-Mejor no. Si hay problemas o te ves en la necesidad, me meto. Pero al ser un libro mío, prefiero… verlo desde la barrera. Yo tengo la imagen de la historia muy… quiero decir, que …  podría ser muy radical si sugieren cambios que a mí no me gustarían… prefiero que tus guionistas trabajen sin cortapisas. Confío en vosotros. ¿Nos vamos?

-Sí, espera que pago. – dijo Carmelo.

-Ya lo han apuntado a mi cuenta, no te preocupes.

-Está bien saberlo. A partir de ahora te dejaré …

-A partir de ahora pagarás mi cuenta, querido. Tú ganas más que yo.

-Eso lo dudo. Primero me quitas mi mesa del bar de Concejo, ahora quieres que vaya por los bares pagando tus cafés y tus limonadas… Y perdona, después de toda la pasta que te voy a pagar por los derechos de Tirso. Me vas a dejar en la indigencia, en pelota picada pidiendo en una esquina.

-Y luego el que tiene fama de dramático soy yo – Jorge no pudo evitar soltar una carcajada.

-Me gusta verte reír, y más hoy – dijo Carmelo abrazando a Jorge ya en la calle.

Jorge besó a Carmelo en los labios y le acarició la cara con su mano. Sonrió y se separó de él para irse hacia su caravana. Carmelo se fue hacia el otro lado para volverse al rodaje, que estaban trabajando en una calle cercana.

Cuando ya estaba al lado del coche, Jorge recibió un mensaje del actor.

Te has perdido la oportunidad de tener tu primera experiencia de sexo en público.”

Jorge sonrió mientras contestaba.

Querido, es muy presuntuoso por tu parte que pienses en que eres el único que puede incitarme a esas… experiencias.”

-Jorge, por dios. Escribe los mensajes en el coche. Te quedas parado en medio de la calle – le recriminó Hugo. – Parece que quieres que los malos hagan prácticas de tiro. ¿No has tenido bastante por hoy?

-Perdona. Todavía no me doy cuenta de esas cosas.

Ya tenía ganas de ponerse en camino hacia Concejo. El plan de ir solo con Carmelo le apetecía. Aprovecharía para hablar con el abogado. Debía poner en orden sus ideas respecto a lo que quería de él. Al final la aparición de ese Otilio les había impedido hablar a solas y con detalle. Lo único que había sacado en claro, es que se ocuparía de sus asuntos. Aunque también Jorge notó durante un momento que Óliver tenía miedo. Algo de lo que dijo Valbuena lo había asustado. O a lo mejor fue la simple presencia de ese hombre allí. A él también le pareció agobiante. Ese tono de seguridad disfrazado de dulzura. Ese tono de amenaza revestido de la piel de unos buenos consejos de una persona ya de una edad. Ese hombre debía andar por lo setenta fácilmente, pensó Jorge. “Ese es de los que, por mucho que les oigas decir que lo van a dejar todo el día menos pensado, no lo dejarán nunca. El poder tiene esos efectos para algunas personas. Y ese hombre, tenía mucho de eso. Poder e influencias. Y contactos.

Hugo no había exagerado en su comentario respecto a Rubén. Cuando llegó al hospital, se encontró con un joven que solo miraba por la ventana, sentado en una silla. Los hombros hundidos. Los labios resecos. La frente apoyada en el cristal como si no tuviera fuerzas para sostener la cabeza erguida. Nadie era capaz de hacerle reaccionar, según le había comentado el personal al llegar.

Nadia, por otro lado, seguía con todos sus dispositivos electrónicos apagados y sin posibilidad de localizarla. Jorge tenía por costumbre llamarla de vez en cuando. Le gustaba la sensación de imaginarse a Nadia encendiendo un momento el teléfono y viendo todas las llamadas de Jorge. Y la supuesta tía de Rubén no daba señales de vida. Esa jodida tía ¿Quién era en realidad? La policía no le había informado de nada al respecto. Debería llamar a Carmen. “Algo sabrán de ella”, pensó. Aunque a Jorge, lo que le interesaba de verdad en lo que se relacionaba con esa mujer era las verdaderas intenciones para pedirle que lo cuidara en sus salidas nocturnas. A lo mejor todo había sido una pantomima de la propia Nadia. Ya no descartaba nada. Su concepto de su antigua amiga iba empeorando por momentos. La afirmación contundente de Aitor de que ella había sido la que se había bajado las novelas, había sido el último clavo que cerró el ataúd de su amistad con ella. Al menos así dejaría de buscar otras alternativas a la más evidente.

-Otro problema – comentó Jorge con Hugo desde el pasillo, mirando al chico. – El papel de este pobre en todo este asunto me desconcierta – dijo para si sin dejar de observarlo.

-Otra víctima. A lo mejor pasaba por el sitio equivocado.

-En muchos de los escenarios que se me pasan por la cabeza, no sale bien parado.

Hugo lo miró extrañado. Le hubiera gustado profundizar en esa afirmación del escritor, pero éste no le dio opción.

En la puerta de la habitación estaban dos policías que por el equipamiento que llevaban no eran unos recién salidos de la academia. Se habían tomado en serio su seguridad. Y estaban bien aprendidos porque lo conocían y le dejaron entrar sin problemas. Aunque luego pensó que al que conocerían era a Hugo. Se sintió mal por haberse vuelto un engreído. “Me halagan demasiado”, pensó para sí. Debía buscar alguien que le dijera que era una mierda y que nadie lo conocía ni lo leía.

-Llevamos haciendo turnos desde hace dos días. Y cuando vinimos ya estaba así. Casi ni come. Hay un enfermero al que le hace un poco de caso. Teníamos la teoría de que lo conocía de antes.

-Dadme el nombre, a lo mejor habría que investigarlo. – pidió Hugo.

-Ya está. Se nos pasó por la cabeza. Dimos parte de él así como de un médico que aparentemente no tenía relación, pero que parecía preocuparse mucho por él. No tienen ninguna relación, está comprobado. Simplemente se preocupan por un paciente. El otro día el médico discutió a voz en grito con el Director del Hospital. Parece que éste quería que firmara algo que el médico se negó en redondo.

-Se enfrentaron con dureza. – siguió explicando el compañero – El Director quería imponerle unas directrices y unas medicaciones. Y el médico se negó. Dijo que si quería seguir ese tratamiento, que lo firmara él bajo su responsabilidad. El Director le amenazó gravemente, pero el médico le retó. No se achantó en ningún momento.

-De todas formas no nos fiamos. Uno de los tres siempre está dentro. – y señalaron una esquina en dónde ahora que lo mostraban estaba una compañera suya.

Hugo les hizo un gesto de reconocimiento.

Jorge estaba molesto. Había hablado con una enfermera y con un médico por teléfono un par de veces y siempre le habían dicho lo mismo: “le estamos haciendo muchas pruebas. Está un poco cansado. Ya le avisaremos cuando pueda recibir visitas. Seguro que le hará bien, habla mucho de usted.” Ni una palabra de que estuviera casi catatónico. Y en ese estado, no creía que nadie le hubiera escuchado hablar ni de él, ni de nadie. Todo era mentira. Debería buscar a esos médicos y enfermeras con los que había hablado. Lástima que no se le ocurriera apuntarse sus nombres. Tenía que empezar a coger la costumbre de grabar sus conversaciones. Al menos en las que aparecían nombres u otros datos que merecía la pena recordar.

-Pere está en la planta de arriba – le susurró Hugo. – Solo tiene cortes por los cristales que se rompieron con los disparos. Está muy enfadado, me dicen. Se siente un inútil.

Jorge se sonrió. Tenía en el correo dos relatos que le había enviado. El hombre se había aficionado a escribir con eso de fingir que era él cuando se iba de casa. Y tras unos principios titubeantes, algunos de los relatos le habían empezado a gustar. Luego leería uno de ellos. Para comentarlo con él y que se sintiera mejor.

Volvió a marcar el teléfono de Nadia. Esta vez le salió un mensaje que decía que “Este teléfono tiene restringidas las llamadas entrantes”. Jorge se quedó mirando su aparato incrédulo.

-Me ha bloqueado las llamadas. La hija de puta. Se ha conectado un momento solo para hacer eso. Será hija de puta… pues se va a joder, porque aunque las rechace, le van a seguir llegando los avisos de mis llamadas. – Jorge volvió a marcar hasta que escuchó el mensaje. Colgó y volvió a marcar. – Me lo voy a pasar como los enanos.

-Ya dará de baja el teléfono. A lo mejor ya sabemos quién le dio a Dimas tus novelas.

-En realidad, por mucho que le de vueltas, no hay muchas más opciones. – Jorge no había comentado las averiguaciones que le había contado Aitor. – Pues hay que buscar ocho novelas por el mundo.

-¿Ocho? – Hugo se llevó las manos a la cabeza. – ¿Tenías ocho novelas escritas sin publicar?

Jorge no lo pudo evitar. Aunque había prometido a Aitor dejar de jugar con ese tema, no se había podido resistir.

-En realidad alguna más. Una que he publicado ahora, otra que encontró tu equipo en alemán y algunas más. Más otras tres que tengo casi acabadas, pendientes de una última lectura en voz alta a ver como suenan. En una de ellas tengo que hacer unas modificaciones, cambiar el nombre a un personaje y enfatizar algunas escenas para que concuerden bien con el desarrollo de la historia que cambió hacia la mitad del libro.

Jorge se sonrió pensando en lo que le diría Aitor si lo estaba escuchando. No se resistía a comprobar la reacción de sus interlocutores al contarles ese aspecto de su vida.

-Por eso pusiste esa cara cuando te dije el título de la novela que me había mandado Javier – Hugo afirmaba con la cabeza al haber resuelto una duda que tenía desde ese momento.

Jorge recibió de inmediato un mensaje. No quiso leerlo. Sabía que era de Aitor para recriminarle

-Es un delito que tengas ese montón de novelas en el cajón. ¿Sabes la de foros que hay en Internet que te pedían encarecidamente que publicaras? Debería estar tipificado como delito en el Código penal.

-No, no tenía ni idea. – Jorge puso su mejor cara de ignorante inocente.

-¿No te lo dijo tu editor?

-Pues no. Yo pensaba que era solo él el que echaba de menos que publicara y todo por los beneficios que le provocaba.

-Para nada. Había encendidos debates al respecto. Muchos clamaban por recabar firmas pidiéndote que volvieras a publicar. La gente discutía sobre ello. Había dos bandos: los que pensaban que se te había acabado la inspiración, y otros, los que creían que tenías cientos de novelas escritas pendientes de publicar. Este grupo se apoyaba en las noticias que salían de como te habían visto en tal o cual bar escribiendo como si no hubiera un mañana.

-De esos foros habrán sacado la idea de robarme y publicar mis inéditas por el mundo. Si había ese clamor… antes de hacerlo era ya un negocio redondo. Y sin pagar al autor. Solo tenían que preocuparse por si caía en mis manos uno de esos libros. Son cuatro los que pueden haberlas leído.

-El que te pudieras enterar era pura casualidad. Si investigamos, seguro que encontramos esa nueva novela en Argentina o en México. O hasta en Colombia, que dices que tienes amigos. Salvo que hicieran una adaptación para el cine y le ofrecieran uno de los papeles a Carmelo, por ejemplo. El personaje de Tirso, es muy comentado que todos le ven a Carmelo haciéndolo.

-O a ti.

-Yo no estoy en el mercado. Ahora mismo, aunque quisiera, no creo que fuera capaz de hacer ese papel. Es duro… mi ánimo no me acompañaría. Me rompería. No soy como Carmelo que se quita la ropa del personaje y se olvida. Yo me lo llevaba a casa. No del todo, eso hubiera sido una locura. Pero no lograba desconectar al cien, ni siquiera al cincuenta. Ahora no tendría la fortaleza mental para afrontar un personaje tan duro y con tantas aristas.

-Alguna cosita pequeña has hecho.

-Pero eran cameos. Con amigos. Volvamos a lo nuestro – a Hugo no le apetecía hablar de él y mucho menos de su carrera como actor. Ya había notado el interés que tenía Jorge en sonsacarle cosas de su pasado. Pero él no estaba por darle acceso a esa parte de su vida. Ya se empezaba a arrepentir de haberle comentado su relación con los personajes que había interpretado mientras se dedicaba a ello. Al menos, Jorge parecía no haber caído en las implicaciones de lo que le había comentado al acabar la excursión por la embajada francesa. – Son ocho personas las que leyeron tus novelas. – Cambió de tema radical.

-No son ocho. Exactamente son Nadia, Carmelo y Cape. Pere y Juliana. Juana mi suegra no ha querido leerlas hasta que las publicara. No tiene acceso a mis archivos. Me quería presionar, como Rubén. Rubén leyó la que se acaba de publicar aquí, pero en una copia en papel que imprimí yo en casa. Era el chivo expiatorio perfecto. Nunca ha tenido acceso a la nube tampoco. Y Jorgito. Y Martín y Quirce. Sí, son ocho. Y mi vigilante informático. Nueve con él. Ya no sé ni contar. Nadia no tenía acceso más que a esas ocho novelas, y cuarenta y tres relatos. Como Pere y Juliana. Carmelo, Martín, Aitor tenían acceso a más historias que estaban apartadas. Aunque Martín y Aitor son los únicos que han leído de esas otras carpetas. Carmelo se pensaba que solo quería que viera la carpeta de Nadia. Ni siquiera intentó entrar en las otras. Por pudor.

-¿Jorgito sí y Clara y su madre no? Es raro ¿no?

-No. Clara no. Nunca estuvo en mi ánimo dejar a la niña acceso. Y su madre tampoco… Y es extraño. Con lo amigos que éramos, nunca me lo pidió. Y también es curioso que yo no se lo ofreciera. Solo lo hice con Jorgito. Y haciéndole jurar por lo más sagrado que no se lo iba a contar a nadie. Clarita es menos de fiar para eso. Para eso y para todo, según vimos en el colegio. Acuérdate. Con los cuentos, empezó a hacer fotocopias y pasarlas a sus amigas. Eso fue una decisión consciente. Yo creo que llegó a venderlos incluso. No dije nada, pero no los escribí para que presumiera. Así que no le volví a dar nada.

-¿Confías en Jorgito? O sea en que …

-No, no ha sido él. Lo supe al verlo en la cárcel. Y lo sé también por los cuentos que le escribí. Sé que muchos han leído esos cuentos. Ya te digo, que hicieron copias y se las dieron a quien consideraron pertinente. Todos los amigos de Clara y por extensión los de Jorgito. Y algunos amigos de Dimas con niños. Pero solo han leído la serie primera que escribí. Son los cuentos “oficiales”. Los que posiblemente publique dentro de unas semanas. Luego seguí escribiendo más cuentos, hasta el año pasado. Cada año eran como siete u ocho. Esos solo se los dejé a Jorgito. Eran mi regalo de Navidad. Para él. Solo para él. De esos, nadie se ha enterado. Nadie sabe de su existencia. Ha sido Nadia. No puede ser otra.

Jorge no acababa de entender por qué se resistía a contar a Hugo que Aitor lo había comprobado y lo tenía acreditado, así como los intentos de hackear su nube y sus sistemas informáticos. Pero no varió su decisión.

-Era tu amiga.

-Me ayudó mucho cuando murió Nando. Por eso duele más la traición. Y la duda. Si ha sido capaz de hacer eso ¿Con qué otra cosa me sorprenderé en un futuro? ¿En qué más me ha traicionado? Y sobre todo ¿Desde cuando? Es importante esta pregunta. Porque me entra la duda de si alguna vez fue de fiar. Si ha sido de verdad mi amiga en algún momento, o por contra, siempre ha jugado en el equipo contrario. Sin ella y sin mi suegra creo que me hubiera quitado de en medio. Esa ha sido mi creencia y esa ha sido la confianza que tenía en ella. Ahora, todo eso… tengo que reprocesar todos estos años. No entiendo su motivación. Será el dinero. Sí, tengo que reinterpretar algunos encuentros, algunas conversaciones. Algo se me rompió dentro de mi alma, de mi vida, de mis recuerdos en aquella comida en la que le anuncié mi decisión de publicar de nuevo. Y esa sensación rara se acrecentó cuando Dimas se unió a la reunión. Y pensar que cuando lo abracé, me entraron remordimientos por no haberle dado alguna novela en todos estos años y haberle puesto en una situación delicada en su trabajo. Su posición en la editorial dependía de mi obra, de mis ventas.

-Vaya. Pero eso en realidad… él sacaba beneficio extra de otros sitios…

A Hugo se le escapó un gesto de incomprensión. No le habían pasado desapercibidos los comentarios de Jorgito en la cárcel y algunos otros que había escuchado en otros foros. Jorge le parecía un hombre extremadamente sensible, que captaba los menores gestos de las personas y las más ligeras variaciones en la entonación al hablar. No era una persona a la que sería fácil engañar. Y le engañaron. Y sus más cercanos.

-Mira, Rubén ha girado la cabeza hacia aquí. Me está mirando. Voy a entrar a probar suerte. Espera, coge esta tablet. – Jorge se conectó a la nube y se bajó dos documentos. – Déjame tu teléfono, por favor.

Hugo se lo tendió. Jorge escribió un mensaje, una serie de letras y números sin aparente significado, que mandó a un número de teléfono. Al cabo de diez segundos, el teléfono sonó. La llamada era desde un número oculto.

-¿Estás bien escritor? Parece que has enfadado a alguien. Hay muchos comentarios sobre la ensalada de tiros con la que “tus amigos” han aliñado las calles de Madrid esta mañana. No has leído mi mensaje.

-Bien, Aitor. Te necesito. Te voy a pasar con Hugo, es mi ángel de la guarda. Le guías para que ponga la tablet de forma que solo se pueda leer los dos documentos que he bajado. Son dos novelas. Quiero que el resto de la tablet desaparezca o sea inaccesible, y que borres toda referencia a mi nube y vuelvas a escanearla y en su caso cambiar contraseñas y lo que haga falta. Debe ser una tablet blindada. Y que vigiles todo con atención. Actúa como si fueras poli y tuvieras que demostrar luego ante un juez la culpabilidad de quien sea. Hazlo también con lo que me contaste el otro día. También te pediría que revisaras de nuevo todos mis dispositivos. Y la nube. Y las copias de seguridad. Todo.

-Define ángel de la guarda.

El tono de Aitor era jocoso. Tenía ganas de mofarse de alguien. Y parecía que había decidido que su objetivo del día fuera Hugo.

-Policía. Me ha salvado la vida. Y está cañón. – le animó Jorge, que decidió hacerle pagar su parquedad a la hora de hablar de su pasado. Y el no haberle contado que hacía acabado la traducción de las primeras páginas de esa novela en alemán.

Hugo lo miró casi ofendido.

-Pásamelo. Ocúpate del chico. Tienes razón, el poli está cañón. Pásamelo a ver si me lo ligo.

-¿Me has escuchado el resto? – le preguntó Jorge.

-Tú pasas de mis comentarios y de mis mensajes, yo paso de tus instrucciones. Reiterativas, innecesarias, llegan tarde y parece mentira que a estas alturas me digas que tengo que bla, bla, bla. Voy mil kilómetros por delante de ti en todos esos aspectos. Aunque sé que en realidad, lo has dicho para que te escuchen los que pueden oírte ahora.

Jorge hizo un gesto de resignación. Aunque en su interior estaba orgulloso de Aitor.

-Pásame al poli buenorro.

-Ten. Hazle caso – le recomendó a Hugo.

-No voy a ligar con él. Ni lo sueñes.

Hugo puso su mejor gesto de indignación e incredulidad. Jorge tuvo la impresión de que si en lugar de él, hubiera sido otra persona, se hubiera ido con cajas destempladas. Esta vez, ser un escritor conocido había jugado en su favor.

-Hazle caso en lo de la tablet. Lo otro ya es cosa vuestra. Y cuando la tengas me la pasas. Por favor.

Hugo se puso al teléfono no demasiado convencido y nada contento. Mientras, Jorge entraba despacio y silencioso en la habitación. Rubén lo seguía con la mirada. Pero a parte de observarlo, no hacía el más mínimo gesto con la cabeza o con el cuerpo. Jorge acercó una silla a la ventana y se puso al lado del joven. Puso su mano sobre la de él. Pensó que la iba a apartar, pero no, la mantuvo quieta. Así estuvieron casi un cuarto de hora. Hugo los miraba desde el pasillo. Ya había acabado con la tablet pero no quiso romper esa frágil comunicación entre los dos. En un momento dado, Jorge percibió que el chico movía los labios y aguzó el oído a la vez que intentaba leérselos.

-Mi madre tenía razón, debo morir. Todo lo que toco, lo ensucio. Lo supe cuando hablé con el chico. Aparte, soy un cobarde. No tenía que haberme acercado a ti. Perdona.

Quiso contestarle, convencerlo de que eso no era verdad. De que su madre no tenía razón y de que él no había ensuciado nada. Pero intuyó que no le iba a escuchar. Optó entonces por apretarle la mano. Pero muy ligeramente. Con la otra mano, hizo un pequeño gesto destinado a Hugo para que entrara. Lo entendió y le acercó la tablet. Y en un volumen casi tan bajo como el que había empleado el chico le dijo.

-Querías leer. Querías que publicara. Me convenciste. He publicado. Ahora tienes un trabajo que hacer. Te dejo aquí dos novelas. Debes leerlas y decirme cual será la siguiente que debo publicar. Hoy es viernes, te dejo hasta el miércoles. Me voy de viaje. La contraseña es el año en que nació el personaje principal de “deJuan” y el nombre de la madre de Jaime, el protagonista de “Esa maldita noche”.

-No tengo fuerzas. – dijo con una voz apenas audible.

-Sí, las tienes. Cuando las leas, las comentamos. Es lo que te gusta. Me lo has dicho siempre, desde que nos conocemos. Necesito leer tus libros, me dijiste. Te doy la oportunidad de ser único. De leer dos libros que nadie ha leído. Y de ayudarme a elegir la próxima novela que voy a publicar.

Jorge se levantó. Le puso la mano en el mentón y giró su cabeza hacia él. Y le dio un beso en la mejilla.

-Confío en ti.

Sonrió. Se dio media vuelta y salió de la habitación.

-Aguzad el oído y la vista. Ese chico es un peligro para alguien. Y él lo sabe. Quiere morir por lo mío, pero sobre todo por lo suyo. Quiere morir y otros quieren que lo haga.

-Quieres decir que se va a dejar matar – Hugo no acababa de entender lo que había querido decir.

-La tablet puede ponerlo en peligro. Más quiero decir – apuntó uno de los policías que lo custodiaban.

Entonces Hugo sonrió:

-La tablet es una trampa.

Jorge no dijo nada. Ni siquiera hizo un gesto. Hugo pensó que parecía otra persona a la que conoció hacía ya una semana. Intensa semana. Había visto no menos de cinco Jorges distintos. Cada día era una sorpresa con él. El Jorge de ese instante, no tenía nada que ver con el de la notaría, hacía apenas un par de horas. Ni con el de la Embajada. Ni mucho menos tenía nada que ver con ese que parecía un fantasma deslizándose por las calles de Madrid. O esa persona hosca que no sabía enfrentarse a la gente cuando le abordaban para que les firmara un libro, y cuyas imágenes llenaban las plataformas de vídeos.

Subieron a la planta de arriba. Pere los recibió con alborozo. Parecía que se había metido un tripi. Estaba muy excitado. Juliana lo miraba con resignación.

-No ha sido culpa mía – repetía una y otra vez. Y le hablaba de los disparos, y de los cristales rotos, y de como se clavó uno en una rodilla y que le fallaron las fuerzas para arrastrarse, que ya estaba viejo, que se iba a poner en forma…

-Y llegó esa chica Flor, y tiró de mí con una fuerza, madre mía. Y me sentí seguro cuando llegó y el otro, fue a la ventana y disparó, vaya que si disparó. Creo que le dio al matón de los cojones. Y joder, Juli estaba en el pasillo y lloraba.

-Bueno, tanto como llorar… – comentó Juliana esgrimiendo una paciencia infinita.

-He escrito dos relatos y otro que tenía en el ordenador, se habrá perdido. Los lees, ¿Eh? Y me dices que te parecen. Y tengo una idea que luego…

Seguía hablando. Pero poco a poco lo iba haciendo más despacio. Aunque él luchaba, se le iban cerrando los ojos. Y al final se quedó dormido. Entró una enfermera:

-Ha sido el shock. Está agotado. Dormirá diez horas seguidas. Se mantenía despierto por verle a usted.

-¿Quieres que te lleve? – le ofreció Jorge a su vecina. – No puedes hacer nada aquí.

La mujer asintió con la cabeza. Parecía afectada por lo que le había sucedido a su vecino y amigo.

Pasaron por su casa. La policía todavía estaba trabajando en ella. Y en el edifico de enfrente desde donde habían disparado. El compañero de Flor había acertado en sus disparos. La percepción de Pere había sido correcta. Yeray, que había acabado en la escena de la notaria, y Kevin fueron a buscarlo para que les acompañara al piso desde donde habían disparado a su casa. El asaltante yacía muerto en un charco de sangre. Cuando Jorge lo vio, le recordó a alguien. Pero no cayó hasta que volvían a su casa cruzando la calle para hacer una maleta con su ropa.

-Joder, el camarero de aquel día, hace siglos, la segunda vez que me encontré con Carmelo. Uno de los que le hicimos esperar hasta las mil porque se nos fue la cabeza hablando.

-¿Estás seguro? – le insistió Kevin.

-Sí. Por esa pequeña cicatriz en la comisura del labio. Me la apropié y se la adjudiqué a un personaje de “deJuan”. Por eso le gusta a Carmelo tanto esa novela: fue la primera que publiqué desde que lo conocí.

-¿Y era camarero de allí?

-No le volví a ver. Y suelo ir a menudo. Es el Café Moderno. Nos sacamos una foto y todo. Para que no se enfadaran demasiado.

-¿Y no tendrás la foto? – se interesó Yeray.

-Carmelo a lo mejor. La sacó él. Pero la habrá borrado. No creo que guarde los selfies que se saca con la gente. Y eso fue hace mucho tiempo.

-Pero estabas tú en la foto. A lo mejor la guardó. – apunto Kevin. – Y fue un día especial para vosotros. A partir de ese día, si no recuerdo mal, no habéis perdido el contacto. Fue el principio.

-No había caído en ese detalle. Tienes razón. Ahora le preguntamos. Voy a coger un par de calzoncillos y de camisas. ¿Te vienes a Concejo, Hugo? ¿Cómo vais a hacer para la vigilancia?

-Mis compañeros salen de turno ahora. Yo te acompaño.

-¿Y no descansas nunca?

-En Concejo. Si mis fuentes son fiables allí todo el pueblo vigilará por nosotros. Si aparece un perro que no es del pueblo, lo sabremos a las cinco minutos.

-Vaya.

Al final cogió algo más que dos camisas y dos mudas. Y no se olvidó de guardar el relato que estaba escribiendo Pere. Era un milagro que el ordenador no hubiera sufrido daño alguno con el desastre que se había convertido esa parte de la casa.

-¿Te mando una empresa especializada en estos desastres? Son colegas y muy eficientes.

-A tu criterio.

-Son caros.

-Hazlo. Y vamos, que llegamos tarde.

-No te preocupes, ponemos las sirenas.

-Ni de coña. Lo que me hacía falta. No tentemos a la suerte. No entiendo como esto no está lleno de periodistas.

-Están saliendo algunas cosas en los digitales y en la tele. De hecho han tomado imágenes antes. Pero todo el mundo está con las vacunas y las olas de la pandemia. Esa periodista con la que coincidiste en Espejo Público ha comentado que ha hablado contigo y que le has dicho que estabas bien, que nadie de tu entorno había resultado herido. Que no querías darle mayor importancia y que por eso preferías no hablar de ello en público. A partir de ahí, se ha zanjado el tema.

-Será lo único bueno que ha tenido todo esto del COVID. Luego a ver si llamo a Roberta para darle las gracias.

Necesito leer tus libros: Capítulo 36.

Capítulo 36.- 

Jacinto perdió a su hijo.

Ahora lo echa de menos. Antes no.

Un día su hijo llegó a casa de madrugada. Su madre se levantó de la cama asustada por el estruendo que hizo al entrar.

Miguel tenía veintidós. Jacinto no sabía discernir cuando se torció. No estuvieron atentos. Al menos lo suficiente. Echaban la culpa a las malas compañías. Problemas en casa no había tenido nunca. O eso pensaban su madre y él. Pero empezó a beber, primero. Luego pasó a la hierba. Y luego acabó con heroína. O cocaína, no sabía. No quiso saber. No pudo saber.

Esa mañana, como otras, su madre se levantó al sentir que llegaba. Por si quería cenar algo o desayunar o no se encontraba bien. Ese día no lo podía obviar. Su marido le decía que no era su esclava. Pero era tal el escándalo que había montado…

Lo encontró tirado en la cocina, debajo de toda la pila de platos y de uno de los armarios de la cocina. Lo había tirado y todo había caído encima de él. Su madre intentó ayudarlo. Pero él la rechazó. La empujó. La dio un manotazo con tan mala suerte que le dio en la cara. Cayó al suelo con tan mala suerte, de nuevo, que se cortó. Gritó. Y eso sí, a pesar de la pastilla, despertó a Jacinto.

No estaba muy lúcido todavía cuando llegó a la cocina. Tardó en comprender lo que veían sus ojos. Su hijo sudando a mares, con los ojos enrojecidos, y con un gesto de furia en ellos. Su mujer en el suelo, sangrando, con la cara que empezaba a hincharse. Y el chico que se levantaba y quería pegar a su madre de nuevo, porque todo era culpa de ella. Le había puesto una trampa, decía.

-Dame el dinero. Dame el dinero – repetía.

Luego la cosa se calmó. Pidió perdón, se trató en un centro. Luego otra vez ocurrió, y volvieron al “No lo volveré a hacer”…

Pero siempre volvían al punto de partida. A esa madrugada, a la furia incontenible. Luego perdón, perdón.

Jacinto se plantó. Un día cualquiera. Podía haber sido el anterior, o haber esperado dos más o tres. Fue ese día. Dijo no. No, inapelable, incontestable, rotundo, definitivo.

No, cuando su mujer le dijo que esta vez iba a ser la buena.

No, cuando su hijo pidió perdón por enésima vez.

No.

-No quiero volverte a ver, Miguel.

A Jacinto le rompió algo por dentro decir esas palabras. Su hijo se había convertido en un peligro para el resto de la familia. Nunca se había propuesto de verdad dejarlo. Y su madre

-Ya has oído a tu padre: fuera de aquí. – dijo la madre apoyando a su marido, a la vez resignada y rota.

No volvieron a verse. Las fiestas familiares eran de cuatro. Ninguno lo echaba de menos, al principio. Pero Jacinto, siempre tenía un momento para quedarse abstraído y recordar cuando el joven Miguel era como un apéndice de su padre. Y entonces, a veces mirando por la ventana, a veces con la mirada perdida en la pared, sentía un dolor inmenso a la altura del corazón. Era como si se lo hubieran extirpado el mismo día que su hijo salió por última vez de la casa.

Pere Pujol.

-Pere. – dijo Jorge nada más escuchar que su interlocutor contestaba al teléfono.

-Hombre Jorge. Aquí estoy dándole al ordenador y jurando en hebreo, como tú. Joder, he estado mejorando el relato que te gustó, el de Jacinto. Y creo que…

-Déjalo de momento. – le interrumpió el escritor – Sal de casa.

-Pero estoy inspirado. He escrito a parte de éste, dos relatos muy bonitos.

-Seguro. Luego los leo. Ahora deja todo como está y vete a tu casa. Y no te asomes a la ventana.

-¿He hecho algo mal?

-No, pero cabe la posibilidad de que alguien te confunda conmigo, y te intente hacer daño.

-Pues que vengan, que les daré su merecido. Y de eso se trataba, de que pensaran que estabas en casa.

-Hazme caso, Pere, por favor. Aquello era distinto. Esto no es un juego. Deja todo como está, y sal de casa.

-Vale, vale. Espero que se guarden…

-Por favor, sal. Esto va en serio. No te entretengas, por favor. Ya escribirás otros relatos esta tarde.

-Ya me voy. Me estoy levantando de la silla. – se quejó el vecino. No le gustaba que le atosigaran. Desde que se jubiló, se prometió que nadie le iba a meter prisa ni a levantar la voz. Pero el escritor, por la urgencia y la tensión, lo había hecho. Y con él siempre había sido muy educado.

De repente se escucharon a través del teléfono, como unos impactos sordos y unos cristales que se rompían. Se oyeron unos juramentos provenientes de Pere y un ruido fuerte seguramente producido por el vecino cayendo al suelo.

-Pere – requirió Jorge intentando en vano conservar la calma. – ¡¡La hostia puta!! ¡¡¡¡Eso han sido disparos!!!! ¡¡¡¡Hugo!!!! ¡¡La hostia de mi puta madre!!

Jorge apartó un momento el terminal del oído para coger un poco de resuello. No quería pensar siquiera en la posibilidad de que a su vecino le hubieran herido.

-¡¡Pere!! – gritó fuera de sí.

-Hugo, llama a Juliana. Que no entre. Es la hora en la que suelen almorzar. ¡¡Joder, rápido!! ¡¡Llama de una puta vez!! – apremió a su escolta – ¡¡Pere!! – gritó de nuevo Jorge a través de su teléfono.

-Estoy bien. ¡La hostia puta! Están friendo a tiros. Parece una peli del oeste. Me he tirado al suelo. Casi me rompo la crisma. El espejo está hecho añicos como los cristales de la puerta de la terraza. Joder, joder. Te juro que yo no he hecho nada…

-Arrástrate hacia la salida, Pere – le pidió Jorge en tono pausado. – No levantes la cabeza.

-No soy un chaval, joder. Tengo setenta años. Joder vuelven a disparar.

Jorge volvió a escuchar esos sonidos sordos y el posterior ruido de algo que se rompía hecho añicos. Cada vez estaba más nervioso. Y de nuevo ese sonido. Efectivamente había podido escuchar dos nuevos disparos. Más cristales rotos y otro ruido como si se hubiera caído un mueble. Quizás unas baldas que tenía colgadas de la pared de enfrente a la puerta de la terraza.

-Y me he hecho daño en la rodilla. La siento húmeda, joder, no puedo llegar a ella. ¡La hostia puta! ¡Joder! Me duele la hostia. Todo el suelo está lleno de cristales. Me he debido cortar. ¡¡¡Agggg!!! ¡¡¡Joder!!! ¡¡¡Duele!!! Ser viejo es una mierda. La ostia puta, ese hijo de puta podía dejar de disparar. No me atrevo a levantar la cabeza, joder. Tiene que estar en el edificio de enfrente. Hijo de la gran puta.

-Sal, por Dios. Y no tienes más que sesenta y nueve. No te hagas la víctima – bromeó Jorge para intentar quitarle el miedo a Pere. Él mismo intentaba respirar despacio y profundo para evitar que el ataque de ansiedad que le estaba rondando, se hiciera con su cuerpo – Haz un esfuerzo. Haz palanca con tus brazos, agárrate a las patas de la mesa, a la alfombra… avanza poco a poco.

-Flor y Juan están subiendo. Estaban de guardia. Ya se habían dado cuenta. Van refuerzos. – le anunció Hugo todo excitado. – En dos minutos estará allí media plantilla de la Policía y de la Guardia Civil.

-El edifico en obras de enfrente. Seguro. – afirmó Jorge. – No hay otra posibilidad.

-Ya van para allá más unidades – insistió Hugo. – Media plantilla de la Policía – repitió sin darse cuenta. Él mismo se había puesto nervioso.

-Si me agarro a las patas de la mesa, a lo mejor la tiro y me cae encima. Ya te dije que era muy moderna y que no aguantaría mucho peso. El ordenador…

-Que le den por culo al ordenador, Pere, hostias. Agárrate a lo que puedas y tira hacia fuera, joder. Y esa mesa es más fuerte de lo que aparenta. ¡Sal de ahí, cojones!

-Juliana, no entres en casa de Jorge – Hugo había logrado contactar con la vecina.

-¿Pero que pasa?

-No te acerques.

-Pere está ahí. Llevo el almuerzo. He quedado. – dijo una Juliana resuelta a no faltar a su cita. No entendía nada. – Y además, he oído ruidos. Me parece que el espejo del baño se ha acabado por caer. Ya se lo dije al escritor, que había que asegurarlo. A lo mejor Pere necesita mi ayuda.

-Ahora suben Flor y Juan. Sacarán a Pere.

-¿Sacar a Pere? ¿De qué Juan me hablas? Flor es muy maja, la conozco. ¿Se ha enfadado por algo el escritor? Si es por lo del espejo del baño, ya estaba… se lo avisé… que no piense que Pere el pobre lo ha tirado…

Hugo colgó el teléfono sin contestar a la vecina.

-Vamos yendo al notario – dijo Jorge en tono perentorio.

-¿Pero esto de que va? No acabo de entender que reacciones con esas prisas solo porque te lo haya dicho ese chico. Esto no puede tener relación con …

-Es que me lo ha dicho, pero recuerda que tu jefe, me preguntó por los beneficiarios de mi testamento. ¿No recuerdas?

-Joder. – Hugo no recordaba ese detalle.

-Muy sencillo. Muero yo, hereda Jorgito. Clara y Nadia, no lo olvidemos. Y podrán acceder a todo mi porfolio inédito.

-Y muere Jorgito … y heredan sus padres.

-Da igual. También está Nadia. Esto es delirante. Tampoco tengo tanto dinero.

-Pero al chico le pueden dominar sin matarlo. No necesitan acabar con él. Y sobre todo a la chica.

-El chico se ha rebelado. No quiere traicionar a sus padres, todavía. Pero tampoco quiere traicionarme a mí. Por eso está donde está. Todo ha sido una trampa. Seguido vamos a ver a Rubén, a ver que cuenta. Si no le han matado. O a lo mejor es todo más elaborado y fingen una trampa y el chico finge estar de mi lado para luego, quitarme la pasta una vez muerto.

-Se te ha ido un poco el argumento. No vale para tu próxima novela. Y Rubén, pues poco va a contar. Me dice Carmen Polana que se ha sumido en una depresión de caballo. Que ni habla, ni come ni nada. Ha debido acercarse a charlar con él y se ha encontrado ese panorama.

-Nadie me ha avisado. Dije en el hospital…

-Me da que es algo raro. Lo están investigando. Si te sirve de consuelo, a nosotros tampoco nos han avisado. Creo que Carmen se ha enfadado un poco.

-Pues no, no me sirve de consuelo. Quedé con el personal del hospital en que me llamaban con cualquier novedad. Me van a oír. Es una falta de… respeto, de… todo joder.

Jorge no hacía más que pasarse la mano por el pelo. Parecía que peinarse era su forma preferida de relajarse en ese momento. Ahora se arrepentía de haberse dejado arrastrar por toda esa actividad y no haber parado un rato para acercarse al hospital.

-Esto es exagerado por unos derechos de novelas. Puede ser dinero, pero… ¿Tanto como para todo este follón?

-¿Y si en China han hecho series de tus libros? ¿O han contratado a otro escritor para que escriba una secuela, como hicieron los herederos de ese escritor sueco que murió? Puede ser mucho dinero. Y muchos delitos. Robo, suplantación de identidad, propiedad intelectual. Y yo al menos no tengo ni idea de lo que puede vender un escritor que tenga éxito en China. O en Corea. Puede que hablemos de muchos millones de euros. No subestimes lo que vendes. Y sinceramente, me extraña que no valores el dinero que tienes y tu patrimonio y digas que eso no vale la pena. Y sobre todo que no tengas conciencia de lo que valen los derechos de tu obra. La que has publicado y la que tienes pendiente. Recuerda también que en alguna de tus novelas, alguien ha matado por mil euros. Lo has escrito tú. Y te diría más: han matado hasta por veinte en la vida real. O por una botella de vino peleón. Y tú lo sabes, escritor. Claro que tu patrimonio y los derechos futuros de tu obra vale todo este follón. Y ésto no ha hecho más que empezar.

-Pero aún así. Me parece mucha movida para eso. Si es esa sicaria profesional, cobrará una pasta. Y ya es el segundo intento de matar, que conozcamos.

-Lo raro es que esté fallando. Esa mujer no suele fallar. Si es ella, claro. La del parque lo era. Pero hoy…

-Puede ser suerte. Pere a lo mejor se ha agachado de repente al avisarle nosotros. O le han fallado las rodillas al incorporarse, a veces le pasa. Y en el parque, aparecisteis de repente. No se esperaba que me diera cuenta que me seguía.

-O ha fallado a posta.

-¿Y eso que escenario nos deja?

-Ni idea. No se me ocurre nada. Ponte este chaleco. Si te lo pones debajo de la camisa casi no se nota. Es el último modelo. Seguro y fino.

-Será mejor que lo lleves tú.

-No discutas, póntelo. Yo llevo el mío.

Le hizo caso. Era cierto, apenas se notaba debajo de la camisa. Era como si llevara una camiseta de invierno debajo. El teléfono sonó. Era Cape.

-Que estoy viendo tu casa en las noticias. ¿Estás bien?

-No estoy allí. Ni Carmelo tampoco. En todo caso un vecino, estoy esperando novedades. Me voy al notario a firmar un testamento nuevo.

-¿Vas a quitar a los chicos?

-Sí. No quiero que a Jorgito le pase algo. Está acojonado, ya te contaré. Y vosotros al loro. Mi suegra es mi primera heredera. Luego estáis vosotros. Y si pasa algo, a tu Fundación. Pero al loro por si acaso.

-Luego hablamos. En el pueblo te quedas en casa. Laín y Mártins se quedan en la Hermida 3. Va Paula también. Felipe y Eduardo nuestros vecinos se están ocupando de prepararlo todo. Mártins y Carmelo deben estar lúcidos y van a acabar antes de lo previsto el rodaje.

-Menudos dos.

-Cierto. Y así van a tener libre un día más la semana que viene. Así que sin problemas el viaje. Lo único es que no podré estar con vosotros todo el tiempo.

-¿Y eso?

-Tengo mis propias batallas. Se me ha complicado. Tengo que volver a Amsterdam y desde allí me iré a Sidney.

-Viaje largo de narices. Bueno. Me debes una entonces.

-¿Cómo que te debo una? Tú te sacas esas deudas… que esto no es uno de tus relatos. Tenemos que echar cuentas, capullo.

-Te pones de una forma… si es que … ains.

-No te hagas la víctima.

-Salgo del coche, hemos llegado al notario.

-Espera a que te diga Hugo.

-Hay prisa.

-Oigo disparos. – Cape iba a colgar pero justo entonces los escuchó.

-No es aquí. Los oigo también. Aunque Hugo ha desenfundado la pistola.

-Vamos. – conminó Hugo – Hay que entrar deprisa en la notaría. Los disparos son dos calles arriba. El tipo se ha escapado.

-¿Es casualidad? – preguntó un Jorge cada vez más superado por la situación.

-No. Han pillado a uno que venía hacia aquí a toda leche. Va armado hasta los dientes. Al pararle para identificarlo, ha empezado a disparar. Nos movemos – gritó por el intercomunicador a sus compañeros.

Hugo abrió la puerta del coche y al momento cuatro escoltas rodearon a Jorge. Se movieron deprisa hasta el portal en donde se encontraba la notaría. El secretario de la misma estaba esperando en la puerta.

-Por aquí, la Notaria le espera.

Caminaron por un pasillo. Al pasar por las distintas dependencias a las que daba distribución, vio como en muchas de ellas había hombres y mujeres que parecían policías de paisano y policías uniformados. Seguía creyendo que ese despliegue era excesivo, aunque los disparos que había escuchado en la calle provenientes de un individuo al que habían interceptado camino de la notaría, le hacían creer que a lo mejor, todo eso no era una exageración. No dejaba de incomodarle. Se estaba volviendo loco. Era demasiada gente para proteger a alguien que al fin y al cabo, solo era un escritor.

Llegaron a una habitación con una amplia mesa y varias sillas a su alrededor. Allí también había dos policías, además de Hugo.

Una mujer entró por la misma puerta que había utilizado Jorge.

-Soy Julia Martínez, notaria. Encantado de conocerlo – le tendió el puño que Jorge chocó. – Óliver me ha mandado los datos para su nuevo testamento. Hemos estado hablando de la mejor opción para blindarlo como usted quiere. Creemos que ha quedado perfecto. Ahora mismo en cuanto lo firmemos, lo mandaremos al registro de últimas voluntades. Compruebe los datos suyos y de los beneficiarios. Faltarían los DNI de Daniel Morán y Daniel Gutiérrez. Imagino que son los nombres reales.

-Hugo, teléfono seguro. – Jorge extendió la mano hacia el policía. Éste le acercó su móvil.

-Dani, necesito tu DNI y el de Cape.

Se los dio y la notaria los fue apuntando en el borrador y se lo pasó a uno de sus colaboradores para que emitiera el documento definitivo.

El primer disparo que escucharon que venía del exterior, hizo que todos dieran un salto en las sillas que ocupaban. Había sonado muy cerca, no como la vez anterior. Jorge miró preocupado a Hugo. Esta vez parecían estar al lado de la notaría. Jorge pensó que había sido incluso en la puerta.

-Fuera de las ventanas. – gritó uno de los policías.

Hugo y sus dos compañeros presentes en la sala lo agarraron y lo obligaron a meterse debajo de la mesa, a la vez que indicaban a la notaria que hiciera lo mismo. Jorge volvió a notar como sudaba a mares, como en el parque. No quiso ni pensar en si olería a sudor o no. Le costaba respirar. La notaria tenía la mano en el pecho. Estaba aguantando la respiración. Jorge pensó que estaba rezando. Volvieron a sonar disparos. De varios tipos. Estaba claro que todo estaba ocurriendo en la puerta de la notaría. Alguien les había seguido. O quizás, alguien les informaba de sus movimientos.

Volvieron a escuchar varios disparos. Eran ruidos distintos. Jorge pensó que había un tiroteo. Quiso pensar que la policía estaba intentando controlar al asaltante. Pero era solo un pensamiento. ¿Y si eran más los asaltantes y eran sus propios escoltas que se habían quedado en la puerta los que habían sido abatidos? O Una patrulla de la Ciudadana que hubiera acudido en ayuda. Eso le estaba poniendo histérico. Apartó esa posibilidad de su cabeza. Aunque no pudo evitar que se le erizaran los vellos del cuerpo y que volviera a sudar a mares.

Jorge cada vez estaba más nervioso. Notaba como sus tripas parecían revolverse. Miró a la notaria y comprobó que a ella le pasaba algo parecido, aunque más avanzado. Le llegó un olor inconfundible. La hizo un gesto para que no se preocupara. Ella lo miraba con vergüenza.

Volvieron a escucharse algunos disparos. A Jorge le pareció oír también gritos de varias personas dando el alto. Creyó escuchar también lo de “manos arriba”, “de rodillas”… aunque también pensó que se lo estaba inventando.

-Asaltante abatido – pudieron escuchar todos por el intercomunicador de Hugo, tras unos segundos de un silencio agobiante. – Perímetro seguro.

Jorge se relajó de inmediato. Hasta ese momento se había mantenido de rodillas, pero al escuchar esas palabras, se tiró al suelo de costado. Sin darse cuenta llevaba un rato aguantando la respiración. Respiró profundo unas cuantas veces. La Notaria hizo lo mismo. El asunto no debía haber durado más de cuatro o cinco minutos, pero a Jorge se le hizo eterno. Se incorporaron e instintivamente empezaron todos a colocarse la ropa. Apenas se miraban a la cara. La notaria se disculpó y corrió fuera de la sala. Jorge se sentó en una silla. Su aspecto era de un hombre derrotado. Las piernas le temblaban y estaba empapado de sudor. No quiso olerse los sobacos por si acaso. Quería preguntar a sus escoltas pero… no se atrevía a hacerlo. Hugo miraba por la ventana a la vez que hablaba por su sistema de comunicación y por el teléfono. Los otros escoltas estaban en tensión. Se habían colocado al lado de Jorge. Por la abertura de la puerta comprobó que habían subido un numeroso grupo de policías uniformados. Algunos de ellos se pusieron a interrogar al personal de la notaría.

Una secretaría entró decidida y se dirigió a Jorge.

-Me dice la notaria que si le apetece, le acompaño a los baños privados para que pueda refrescarse.

Jorge suspiró.

-Gracias. Se lo agradecería. De verdad.

La mujer le tendió una botella de agua mineral, que Jorge agradeció con una sonrisa, y le guió hacia unos baños exclusivos para el personal. Sus escoltas le acompañaban casi pegados a él. Y tres uniformados que se unieron a la comitiva. Tres armarios de casi dos metros, que sin duda eran de una Unidad de Intervención. Jorge entró en el servicio. Lo primero que hizo fue meterse en un reservado y sentarse. Sin poder evitarlo, se echó a llorar. Se sentía como un inútil. Ojala tuviera el temperamento de Carmelo. Cada vez que le contaba el momento en que les asaltaron en la Hermida y Carmen le dio una pistola y de repente se convirtió en su compañero, actuando como un policía, le carcomía la envidia. Él no era así.

Otro tema que no alcanzaba a entender era como en la embajada había sido capaz de enfrentarse a esos hombres, sin red, sin escoltas, sin nada, y ahora, parecía un pelele. Un enclenque, como decían los padres de Jorgito a punto de cagarse encima. Sudando a mares. Recitando el título de los capítulos de “La Casa Monforte” para intentar controlar su ataque de ansiedad. No entendía esa dualidad a la hora de enfrentarse a hechos en los que su integridad física estaba en peligro. Si tenía que elegir, claro, prefería comportarse como ese hombre dispuesto a machacar la cabeza del que se pusiera por delante.

Se decidió y se llevó la nariz a los sobacos. Parecía que al menos esta vez, no notaba olor a sudor.

Jorge escuchó un ruido inequívoco de alguien que entraba en los baños.

-Jorge soy Helga ¿Estás bien?

El escritor suspiró. Se le acababa el respiro. Aunque al menos era una persona en la que confiaba y que le había demostrado su afecto y fidelidad en numerosas ocasiones.

-No hay prisa – le dijo la policía. – Solo quiero saber si estás bien o si te puedo ayudar.

-Tranquila, estoy bien. Hasta he evitado cagarme encima. Cosa que hace un rato, me parecía imposible.

-No te preocupes. Si necesitas cambiarte, te subo algo de ropa. Si necesitas un agua o un chocolate, voy a por ello.

-No, de verdad. No hace falta. Ahora salgo. Aunque… si me consigues una camisa que no esté empapada de sudor…

-Dos minutos. Va un compañero. Yo estoy aquí fuera. Si necesitas, me dices. Con confianza. Que no te de apuro. No hay prisa. Tómate el tiempo que necesites, como si es hasta las ocho de la tarde. Aquí estoy para lo que necesites. A tu aire. Quédate ahí el tiempo que precises.

-Gracias Helga. Gracias por todo. El otro día se me olvidó…

-¡Que dices! Solo con la forma en que nos miras a todos, sentimos tu cariño y agradecimiento.

-De todas formas, gracias. – reiteró Jorge.

-De nada. Ya llega mi compañero con una camisa. Mira, es Raúl.

-Salgo.

Jorge abrió la puerta del reservado. Solo estaban Raúl y Helga. A los dos les conocía de sobra. Debían de haberse incorporado en el asalto. No les tocaba estar con él. Los que llevaba ese día, salvo Hugo, era la primera vez que los veía. Raúl le ayudó a quitarse la americana.

-Te he subido otro chaleco. Me imagino… sí, está empapado.

-Que vergüenza.

-Que sepas que yo en mi primera operación me cagué – le dijo Raúl. – Literalmente. Tiré toda la ropa que llevaba.

-Lo mismo puedes hacer con esa camisa. No quiero ni verla de nuevo – le dijo Jorge.

Helga le tendió una toalla. Jorge se secó con fuerza. Ya estaba seco, pero seguía frotándose. Helga le puso la mano sobre la suya. Y le miró sonriendo. Jorge volvió a respirar. Sin darse cuenta había vuelto a aguantar la respiración. Los dos policías le ayudaron a vestirse de nuevo. Jorge se desabrochó los pantalones para meterse la camisa. Helga le peinó con los dedos y le colocó bien el cuello.

-¿No te pones la americana?

-Tírala también.

Raúl rápidamente se quitó la suya y se la tendió.

-Póntela. Es de tu talla. Yo me quedo con la tuya.

-No quiero…

-Por favor – le dijo el policía – es mi sueño, tener algún recuerdo tuyo – dijo poniendo cara de pillo. – Y que tu lleves la mía.

-Eres fan y yo sin enterarme. Seguro que en el coche llevas veinte libros míos para que te los firme. Nunca me has dicho nada.

Raúl fue el que sintió vergüenza ahora.

-Es tímido el hombre – dijo Helga con un gesto de cariño hacia su compañero.

-Hacemos una cosa. Un día que libres, te acercas a casa con ellos y te invito a un café. Y te los firmo mientras charlamos. Además, ahora que pienso, te debo un café, por el que nos preparaste el otro día.

-No quiero molestar… y eso fue una bobada. No me costó nada.

-Dijo el que me ha dejado su ropa para cambiarme. Y el que el otro día se preocupó de que no saliera de casa sin nada en el estómago después de mi brusco despertar.

Jorge se miró al espejo. No le gustaba lo que veía, pero reconocía que no era buen juez de si mismo en ese momento. Al menos la ropa de Raúl le sentaba bien. Y tenía buen gusto eligiéndola. Le gustaba.

-¿Cómo estoy?

-Estupendo – dijeron a coro los dos escoltas.

-Pues volvamos. Acabemos con lo que veníamos a hacer.

Cuando Jorge salió de los baños, se encontró con los tres armarios uniformados que le habían seguido antes. No se habían movido de la puerta. Helga y Raúl caminaban a su lado. Fueron a otra sala distinta, esta interior y sin ventanas. No parecía que nadie quisiera correr el más mínimo riesgo. La notaria le esperaba ya.

-Perdóneme, Sra. Notaria. La hemos invadido y la hemos puesto en peligro, y la hemos hecho sentir incómoda. Y encima ahora la hago esperar.

-No es su culpa, D. Jorge. Me compensa la próxima vez que venga firmándome uno de sus libros.

La mujer ya había recobrado el aplomo. También se había cambiado de ropa. Y se había retocado el maquillaje. Jorge estaba seguro que hasta se había duchado.

-Eso está hecho. Y al resto de su personal.

-Alguno de mis compañeros sé que lo agradecerán. Le leen con pasión.

-Aquí tiene Dña. Julia.

Leyó el documento que le tendía su colaboradora y le pareció ajustado a lo hablado.

-Tenga, échele un vistazo.

La notaria se levantó de la silla y se puso detrás de él. Le puso un documento delante y otro al lado. Parecían dos copias del mismo, pero no lo eran. Jorge se giró para mirarla y darle las gracias en silencio.

-¿Donde firmo?

-Deme antes su DNI, si no le importa.

Sacó su carnet. La Notaria lo comprobó.

-No es la primera persona conocida que viene y resulta que ha dado el nombre con el que es conocido, no su filiación legal. Ya puede firmar al pie.

Una vez que estampó su firma, la Notaria hizo lo propio.

-Ahora le preparamos el original y un par de copias simples. Y lo enviamos por medios digitales al Registro de últimas voluntades. Y con esto ya estaría.

-Óliver se encargará de recogerlo todo. – le dijo Jorge.

Se despidieron de D. Julia, la Notaria. Jorge se hizo alguna foto con alguno de los empleados que se lo pidieron. Con la misma rapidez que invadieron las oficinas, las abandonaron. Aunque la excitación que produjo su visita, tardaría horas en disiparse.

En la calle se encontraron con un escenario en ebullición. La zona estaba cortada, los miembros de las Unidades de Intervención controlaban un gran perímetro alrededor de la notaría. Pudo ver a muchos policías preguntando a los viandantes. Y otros, salían y entraban de los portales. Yeray le saludó con la mano en la distancia. Se lo pensó, y le hizo una seña para que se acercara. Jorge fue, aunque no le apetecía demasiado. Yeray estaba a los pies de lo que parecía ser un cadáver. Pero a ese hombre, en la vida le podría negar nada. Chocaron los puños y luego Yeray chocó su pecho con el del escritor. Éste no se esperaba ese gesto y le salió un poco de aquella forma. Sonrió levantando las cejas a modo de disculpa.

-La próxima vez, prometo hacerlo mejor.

-Te lo recordaré, escritor. Me gustaría que le echaras un vistazo. He pensado que a lo mejor te suena de haberlo visto cerca de ti. ¿Te importa?

Jorge levantó de nuevo las cejas y se pasó la mano por el pelo varias veces. No es que fuera algo que le hiciera muchas gracia, pero era Yeray el que se lo pedía. Así que negó con la cabeza y se dispuso a mirar al fallecido.

-Lo que quieras – dijo al final.

Yeray se agachó y quitó la manta térmica que cubría el cuerpo. Jorge se quedó de nuevo sin respiración. Helga levantó las cejas y miró al escritor.

-Yeray, llama a Carmen. – le dijo Helga.

-Ya sé lo de la embajada. – les dijo sonriendo.

-Pues ya sabes quien es ese. Uno de los cinco.

-A ese le diste bien – dijo Helga a Jorge, sonriendo ligeramente.

Yeray volvió a tapar el cadáver. Jorge se encogió de hombros. Volvió a pasarse la mano por su pelo. Parecía uno de esos jóvenes siempre pendiente de su peinado. No sabía que decir. Había sido una verdadera sorpresa.

-Yo no creo que tenga nada que ver con ese suceso – le aclaró Yeray. – Más bien tiene que ver con tu testamento.

-Ya os o olíais. Javier …

-Era solo una posibilidad. Lo de Jorgito cojea por todos lados. Y cada vez que descubrimos algo, cojea más. Había que buscar alternativas – explicó Yeray. – No todos compartían estas alternativas…

-Seguro que el Quiñones ese no las compartía – soltó Jorge de repente.

Yeray se lo quedó mirando con una sonrisa en los labios. Prefirió callarse pero Jorge supo que había acertado.

-Kevin te espera en tu casa. Cuando acabes con tu ronda de visitas, allí seguirá. Tiene para rato. Espero reunirme con él luego.

-Como disfrutas viéndome sufrir – bromeó Jorge.

Yeray soltó una carcajada que frenó rápidamente. No era una actitud apropiada para estar delante de un cadáver. Jorge le tendió la mano para despedirse. Y esta vez sí, chocaron el pecho como si Jorge hubiera saludado así toda la vida.

-Guay escritor.

-¿Nos vamos? – preguntó Hugo acercándose.

-Va a ser que sí. – respondió Jorge emprendiendo el camino hacia los coches.