Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

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Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

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Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

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Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

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Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

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Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

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Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 105.

Capítulo 105.- 

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Parecía que iba a ser una de esas noches en las que Jorge podría dormir bien, pero no fue así. A las cinco de la mañana se despertó sobresaltado. Su suegra Juana se le había aparecido en sus sueños.

Miró a su lado y comprobó que Carmelo seguía durmiendo. Hasta hacía un rato, lo había sentido abrazado a él. Pero su rubito, parecía tener un sueño inquieto desde hacía un rato y se había ido al otro lado de la cama que compartían. Ahora parecía un niño pequeño, con toda las sábanas revueltas y con medio cuerpo destapado.

Se levantó y dio la vuelta a la cama. Lo tapó y le acarició suavemente la cara. Carmelo sonrió en sueños. Empezaron a salir unos sonidos guturales de su garganta. Parecía que le estaba diciendo algo. Jorge se arrodilló a su lado y le dio muchos besos en la mejilla. Luego, le empezó a susurrar al oído que lo amaba con toda su alma. Y que a partir de ese momento, iba a tener dulces sueños. Que pensara en que los dos iban a pasear hasta el estanque de los encuentros y se iban a tirar a tomar el sol con los pies acariciando el agua.

-Y te besaré hasta que tus morros estén irritados.

Carmelo suspiró en sueños y puso una sonrisa en sus labios. Y volvió a un sueño tranquilo. Jorge aprovechó y se puso una chaqueta gorda de punto que solía utilizar a veces en casa. Se puso las deportivas que le había cedido Carmelo para estar en casa y después de coger su portátil se fue a la terraza. Buscó su silla y su mesa preferidas y se sentó a leer algunos de sus episodios nacionales.

Buscó a Juana. Quizás que su suegra se hubiera aparecido en sus sueños, quería decir algo. O no. Intentaría de todas formas buscar en su memoria escrita algún episodio que le pudiera ayudar.

Al final encontró algunos relatos que hablaban de ella. Y se quedó con uno en el que contaba el día en que Juana conoció a Carmelo. Posiblemente no le ayudaran a discernir el por qué de su aparición estelar en su ensoñación, pero ese recuerdo le resultó grato.

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Episodio 2179: Donde Jorge no tiene más remedio que presentar a Carmelo a su suegra:

A Juana le gustaba mucho Carmelo. Desde que se lo presentó su yerno.

Carmelo era un hombre joven, atractivo, actor. Actor de los buenos y de los famosos. No le gustó por eso. Su sonrisa fue lo que la conquistó.

Todo empezó con una broma. Jorge había ido a casa a merendar y ver una película con ella. La mujer había escogido “El amanecer del compromiso”. Era una película inglesa pero su protagonista era un actor español, joven.

Jorge cuando vio la elección de su suegra se resignó. Conocía a Carmelo desde hacía ya un tiempo y había ido con él al estreno de esa película. Antes de eso, la había visto en un pase privado. Incluso había participado en algún coloquio sobre ella. Sería la cuarta o quinta vez que la veía. Pero lo importante era que su suegra estuviera feliz. Intentaría no dejar traslucir en sus gestos que sabía quién era el malo.

La gente suele hacer bromas sobre los suegros. Son lo peor. Sobre todo las suegras. Meticonas, mandonas, y otros epítetos parecidos pero todos negativos. Juana había sido todo lo contrario para Jorge. Él no tenía padres, al menos que ejercieran como tales, su relación se había roto hacía muchos años, así que ella ocupó el lugar de su madre. Lo protegió, lo defendió incluso cuando su hijo no se portó bien con Jorge, se puso del lado de su yerno criticando a su hijo. Y cuando Nando murió, se convirtió en el apoyo de su viudo.

Esa tarde vieron la película. Al final, con los comentarios de Juana, la película le ofreció una serie de matices que no había captado viéndola con otras personas. Y luego, cuando acabó, no dejó de hablar bien de Carmelo.

-Es un actorazo. Qué papel hace en esta película. Y tiene pinta de ser buena gente.

-Pero si el personaje es malo de narices.

-Sí, lo que quieras. Pero no sé por qué, a mí me da que es un chico muy bueno.

-Todos hablan pestes de él. ¿No lees la prensa rosa?

-Claro que la leo. Pero no me creo nada. Ese chico es un ángel.

-Ya se lo diré cuando lo vea.

A Jorge se le había escapado. No solía presumir de sus amistades públicas. Ni con su suegra.

-¿Lo conoces y no me has dicho nada en toda la tarde?

-Bueno, conocer… pues lo he saludado algún día – intentó tirar balones fuera. – Como a otros muchos. Una fiesta, una recepción… ya sabes.

-Mientes muy mal, Jorge Rios. A parte, esos saraos no te gustan nada.

-No me gustan, pero a veces tengo que ir.

-Llámalo e invítalo a un trozo de bizcocho.

-Estará ocupado. A lo mejor está fuera, grabando en Méjico. O en Australia.

-Llámalo. – Juana se puso de pie con los brazos en jarras y mirándolo muy seria. Así que sacó el teléfono y llamó.

-Hombre, escritor. No me esperaba que llamaras. ¿No tenías sesión de cine con tu suegra?

-Estoy en su casa precisamente. Y quiere conocerte. Acabamos de ver “El amanecer del compromiso”. Y le ha encantado.

-¿Quiere conocerme ahora?

-Claro. Hay bizcocho. Le ha encantado tu papel. Dice que eres un chico muy majo y agradable.

-¿Es la conclusión que ha sacado después de verme en esa película? Tendré que darle las gracias. Que después de verme en ese personaje piense que soy guay … Y te he entendido algo de que hay uno de los famosos bizcochos de tu suegra. Me muero por probar alguno. Dame un cuarto de hora. ¿Quieres que lleve algo?

-Pues si paras en el “Trastero” y coges unos chocolates para acompañar, estaría bien.

-Hecho.

-¿Así que le has hablado de mis bizcochos a Carmelo del Rio? ¿Y le habías dicho que venías a ver una peli conmigo? ¿Y a mí no me has hablado de él? ¿Y no erais amigos, solo os saludabais en algún sarao? Jorge, me has defraudado. Porque tengo que cambiarme y arreglarme, que si no te ponía las pilas.

-Pero si así estás bien.

-Parece mentira que seas gay y no entiendas estas cosas. Ya veo que son solo clichés. Tu marido era igual de zarrapastroso. Y él tenía doble delito, porque era hijo mío.

Juana se fue corriendo a su habitación para cambiarse de blusa y de falda, y para darse un ligero maquillaje. Y para peinarse. Y ponerse unos zapatos. Y unas medias. Y abrió el joyero para escoger un collar y unos pendientes.

-Recoge un poco el salón, por favor – le gritó desde el baño.

No fue un cuarto de hora, pero no fueron más de treinta minutos lo que tardó en llegar. Carmelo llamó a la puerta. Y ella salió escopetada adelantándose a Jorge que iba a abrir. Pero era evidente que ese privilegio, no se lo había ganado. Ella recibiría al actor.

Y abrió la puerta. Y ahí estaba Carmelo con la bolsa con los chocolates. En cuanto vio a Juana sonrió. No era una sonrisa de photocall, ni de sesión fotográfica para ICON. Era la sonrisa de un chico de veintitantos años, con unos ojos muy expresivos, que mostraban todo el cariño que su amigo Jorge le había transmitido de la mujer que tenía delante. Y ahí ella cayó rendida. Y ahí ella, empezó una campaña incansable para que Carmelo y Jorge acabaran juntos. Ni siquiera la aparición de Cape un tiempo después, la desanimó.

Carmelo lo pasaba bien con ella. Así que, con o sin Jorge, a veces iba a verla. Y alguna vez incluso la había invitado a alguna cafetería a merendar. “Me han dicho que hacen un bizcocho de manzana estupendo. O a su vieja casa, antes de que se retirara al pueblo durante un par de años y la vendiera. Ahí era él el que hacía algún postre para agasajarla.

Y Juana seguía con su campaña. No cejaría hasta que Jorge se juntara con Carmelo.

-Acabaréis juntos – le decía incansable a su yerno.

Jorge Rios.

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La excursión a la finca de Dídac y Néstor en Milagros, a unos kilómetros de Aranda de Duero en la provincia de Burgos, fue muy agradable. Paula y Laín no conocían a la pareja anfitriona, en todo caso de referencia, pero enseguida se sintieron cómodos en la reunión. Carmelo y Dídac se fundieron en un abrazo muy cariñoso al verse. Habían compartido algunos trabajos juntos y su química y cercanía crecía cada vez que se veían. Y con Néstor, el marido de Dídac, lo mismo. Los chicos de la pareja, Oriol y Pol enseguida se hicieron amigos de Martín.

Jorge se hizo esperar. Carmelo iba siguiendo por mensajes tanto de Jorge como de Carmen y Javier el asunto de Vecinilla. Si hubiera sabido que la cosa se iba a complicar tanto, hubiera acompañado a Jorge. Al menos, pensaba, Fernando, Raúl y Nano lo conocían lo suficiente y tenían confianza con él para mandarlo al coche a desconectar. Ver y consolar a todos esos chicos le tenía que haber afectado seguro.

Mientras le esperaban, Néstor había organizado una visita a una bodega de la Ribera del Duero, “La Milagrosa”. Estefanía, la mujer que les guió en la visita, les hizo pasar un rato muy agradable. A parte de las catas de vino que hicieron y las botellas con las que les obsequió.

-Vamos a acabar piripis – exclamó una divertida Paula.

-Pues no hace falta que te bebas el vino – le dijo su marido. – Los catadores profesionales no lo hacen.

-Seguro lo voy a escupir. Con lo bueno que está.

Jorge llegó tarde, pero en plena forma. Nano le hizo un gesto a Carmelo para decirle que había venido durmiendo. Y por la cara de Fernando, la siesta había sido de los dos. Néstor salió a recibirlo a la puerta, cuando vio que la caravana de coches llegaba. Se abrazaron cariñosamente. Hacía tiempo que no se veían ni hablaban. Los chicos se acercaron corriendo a saludarlo. Carmelo se sonrió al ver la cercanía que tenían los dos con él. No se extrañaba, pero no le dejaba de sorprender. Carmen, en el último mensaje que le había mandado sobre Vecinilla, le había dicho que podía sentirse orgulloso de Jorge. “No sé lo que hubiéramos hecho sin él. Ha estado soberbio.”

Pasearon todos hasta el pueblo. Tomaron unos vinos alternando entre los bares. Eran buenos bares, estaban a pie de autovía y tenían mucha clientela de paso.

-No comáis mucho, que Pol y Oriol nos han hecho la cena. – Dijo Néstor con tono de orgullo, al ver que Jorge se proponía pedir cosas de picar. Casi no había comido, y tenía hambre.

-Especial por vuestra visita. – apuntó Pol.

-No sabes como cocinan – añadió Dídac.

-Yo sí lo sé – apuntó Jorge sonriendo satisfecho.

-Te estás acostumbrando muy mal, escritor. Ya no coges una sartén ni aunque te estén amenazando con hacer estallar una bomba nuclear. Hasta Oriol y Pol cocinan para ti.

-Habiendo maestros como vosotros, no hay necesidad.

-Pero si cocinas bien – le dijo Dídac.

-Querido, tu amigo el actor, cocina mucho mejor. Y que narices, así se siente importante que tiene la excusa de cuidar de mi salud y de mi bienestar. Y tus hijos, lo sabes mejor que yo. Néstor también cocina bien. ¿A que hace meses que no te haces ni siquiera una tortilla?

Néstor no dijo nada, pero se echó a reír.

-No me engañas, querido. Te has vuelto un vago. – Carmelo obvió que Néstor de alguna forma, le daba la razón a Jorge.

-¡Qué gran pareja hacéis! – exclamó Paula con cara de sorpresa. Ese descubrimiento parecía hacerle gracia. Martín se desesperó y se giró para poner su mejor gesto de incomprensión.

-Pues no sé por qué lo dices – dijo Cape en tono inocente. Aunque diera la impresión de que lo había dicho para seguir la broma, Dídac y Néstor tuvieron que contenerse para no soltar una carcajada: se habían dado cuenta que de verdad, lo decía extrañado. Carmelo intercambió una breve mirada con Jorge que puso cara de circunstancias. Martín no pudo más y se levantó en dirección al baño para poder rezongar a gusto sin estar a la vista del resto.

En el camino de vuelta a la finca, Dídac y Jorge se retrasaron para hablar de Sergio en privado.

-¿Qué plan tenéis? – preguntó Dídac, sin dar opción a Jorge a empezar con temas ligeros.

-Mi idea es grabar un concierto callejero de Sergio. Puede que Romeva, conozca a alguien que tenga acceso a ese Ludwin. ¿Escuchaste ese concierto que te mandé?

-Sí, a Sergio ya lo conocía de antes. No me lo habían presentado, pero me habían hablado de él. Con Nuño estuvo bien, pero le he escuchado muchas interpretaciones mejores. Una de esas que grabó alguien, unos días antes, en la calle, sin ir más lejos.

-Lo de Nuño más que nada porque es un intérprete reconocido.

-Eso a Ludwin le da igual, te lo aseguro. Es más, puede que sea contraproducente. No es muy amigo de las estrellonas. Hasta ahora has conocido al Nuño dulce. Cuando conozcas al divino Nuño, no te creas. Y entenderás mi afirmación anterior de que al maestro Ludwin no le gusten las divas.

-¿Tanto cambia?

-Solo te diré, que en el vídeo del restaurante que me enviaste, su actitud, casi nadie ha visto esa faceta de él. Amable, sonriente, complaciente. Es más, si lo contara en algunos círculos, pensarían que me había dado un aire o que les estaba tomando el pelo directamente. No me refiero a que lo estuviera contigo o con Javier. O Carmelo y Biel. Vosotros sois sus iguales. Sois estrellas. Pero ese Fernando y ¡Sergio! No son de su clase. Y si no, al tiempo. ¿A qué no se han visto de nuevo? Al menos en el mundo de la música, todos le consideran el mejor violinista de su generación, pero un tipo inaguantable. Te diré que nos supera a Dani y a mí juntos, en nuestros peores momentos. En chulería, me refiero. Y añade a Biel. Los tres juntos, en nuestros mejores momentos, no le llegamos a la altura de su alpargata.

-Me cuesta creerlo.

-Pues vete creyendo. Y por mucho que pienses que la magia de Jorge Rios es capaz de mitigar esa chulería, desde ahora te digo que no. Contigo será educado siempre, porque eres una estrella. Y porque para que negarlo, tus historias le han ayudado en su vida. Eso tampoco es fácil que lo reconozca. Pero conmigo sabe, que si se pone en plan diva, se queda solo a la voz de ya. Y sabe que soy capaz de sacarle las mierdas sin dudar.

-¿Y como hacemos con Sergio? Esto que me cuentas me deja … trastoca mis planes, ya de por si complicados de cumplir.

-Si su tocayo dice que se encarga de su carrera, a lo mejor no hace falta más. Sergio Romeva es un tipo muy eficiente y muy bien relacionado. En todos los ámbitos de la cultura. Es inteligente y sabe que el mundo del cine, no es nada sin los escritores, sin los músicos, sin los pintores … Tiene contactos en todos esos ámbitos y en alguno más, aunque no presuma de ello. De todas formas, estoy esperando que Ludwin me diga que puede recibirme, y voy a ir a verlo.

-¿Vas a hacer eso?

-Primero, me lo has pedido tú. Eso me basta. Solo con escuchar como Oriol cuenta a Néstor todo feliz, que le has llamado para hablar, me siento en deuda y agradecido. O cuando al cabo de unos días, Pol viene contando una historia parecida. Y segundo, ese Sergio Plaza es muy bueno. De los mejores intérpretes que he escuchado en años. Merece tener la oportunidad de intentar consolidar una carrera. Y es un crío de puta madre. Las veces que nos hemos visto, me ha causado buena impresión. Y en tercer lugar, ese hijo de puta de Mendés, hay que acabar con él. Lo que estoy sabiendo estos días, supera con creces la peor de las ideas que tenía respecto a él. Antes me parecía un cabrón. Ahora, no sé ya ni como calificarlo. Mis padres le apoyan aportando fondos para alguna Fundación con la que tiene relación. Ya les he dicho lo que hay y que mejor harán en desligarse de él.

-¿Te harán caso?

-Se han mostrado remisos. Tengo que investigar.

-Tendrán algún secreto y él lo ha descubierto.

-Me imagino que el secreto que les puede echar en cara sea mío.

-Si lo descubres y es así, ten paciencia. No te lances.

-Ya me conoces. Depende de lo que sea … y como me pille.

-Puede que sea de alguno de tus hermanos.

Dídac se quedó pensativo.

-No diría que no. Pero me inclino a pensar que es mío.

-Pues no te lances. Me cuentas y me lo dejas a mí. Ya me he enfangado muchas veces, una más no importa. No quiero que te salpique. Ya estoy acostumbrado a que hablen mal de mí.

-Que soy Dídac Fabrat, el niño malote de la farándula. Anda que …

-Pero te has reformado. Tienes marido, un directivo de banca reputado y considerado, y tienes dos hijos.

-Legalmente no lo son. Soy muy joven para ser su padre.

-¿Como te llaman?

Dídac se sonrió. Levantó las manos a modo de rendición.

Jorge entrelazó su brazo con el de Dídac. Éste apoyó su cabeza en la del escritor. Así siguieron caminando despacio, cada vez a más distancia del resto.

-Javier necesita más testimonios …

-Estoy convenciendo a unos cuantos. Les he tratado alguna vez. Ahora, sabiendo lo que sé, les he abordado de otra forma. Carmen ya sabe de un par de ellos. Sergio me ayuda en eso. Conoce a alguno. Yo había entendido cuando me contaban, que eran tocamientos, sobeteos … me parece mal, pero bueno. Por eso no le tragaba. Yo me he tirado a todo lo que tenía polla. Pero no he tocado nada, sin que me dijeran “sí”. Y no he hecho valer ni mi posición ni mi fama. Lo de este tipo es aberrante. No se trata de un tipo que le guste el sexo. Le gusta humillar, controlar. De gustarte el sexo, a lo que ese tipo es en realidad, va un abismo. Ese tipo debe acabar en la cárcel. Y debería vivir cien años más para que su castigo fuera suficiente. Merecería que organizáramos una lapidación pública en las que sus víctimas le apedrearan hasta que fuera una masa informe llena de sangre y vísceras. ¿Y eso de Vecinilla? Dani no ha dejado de mirar el móvil hasta que le han dicho que venías hacia aquí.

-Si no te importa, déjame un par de días para que asiente lo que he vivido hace unas horas.

-Me temo lo peor solo con verte la niebla que se te ha puesto en la mirada.

-Pues de lo peor que te imagines, sube cien peldaños más. A lo mejor un día que estés en Madrid … te pido un concierto privado. No es para mí, te advierto. Aunque espero disfrutarlo también.

-¿Con Sergio?

-Sí. Pero no es para eso de …

-Ya me dirás. Y si quieres que toque con él en la calle, lo hago. Soy menos mediático que Nuño, pero puedo servir.

-¿Lo harías?

-No te repito mis razones, te las acabo de decir.

Jorge se paró y le agarró la cara y le dio un pico. Dídac sonrió y se lo devolvió.

-Cuando tenga convencidos a esas víctimas de Mendés y del otro hijo de puta del conservatorio, se lo paso a Javier o a Carmen. Cambiando de tema. ¿Cuándo se va ese? – Dídac señaló con un gesto a Cape, que acababa de rodear la cintura de Carmelo con el brazo. Estaba marcando territorio. – Me parece tan patético como lleva todo el rato intentando parecer una pareja …

-En un par de días, creo.

-¿Se lo ha dicho a Dani?

-Creo que no. Si no han hablado mientras estaba en Vecinilla, no. Dani se lo huele, porque lo conoce. A parte, se lo han dicho los escoltas. Cape les ha comunicado que dentro de unos días no necesitará sus servicios. Así que lo sabe, pero decir, creo que no. Y si le va a decir lo mismo que a mí cuando hablamos antes de ayer, mejor que se abstenga.

Dídac se paró y se quedó mirando a Jorge.

-Es que se ha montado una película que no tiene nada que ver con lo que ha pasado. La repite y la repite, creo que con la intención de que se haga realidad. Me dijo, que ahora puedo lanzarme a los brazos de Dani. Y que él nunca había follado con Dani cuando eran pequeños.

-¿En serio? ¿Te dio permiso? Una cosa te digo, de eso tienes la culpa. Siempre has fingido que no te habías enterado de que solo eran “hermanos”. Y lo de que no follaron, que me lo diga a mí. No te jode.

-¿Y qué iba a hacer si él iba diciendo que era su pareja? Y Carmelo no afirmaba, pero tampoco lo negaba. Y se ha plegado a sus “cosas” estos años. E insistía cuando volvía a Madrid en que Dani fuera a su casa a estar. Dani no se iba de nuestra casa por deferencia a él. Se iba porque el otro le llamaba. No me decía nada. Pero lo vi en su teléfono.

-¿Le miras el teléfono?

-Si sabes que desde hace muchos años compartimos todo. Él tiene llaves de mi casa, de mi almacén, yo tengo llaves de las suyas … hasta guardo todavía un juego de su casa de Madrid, la que vendió. Y de sus coches. Sé sus contraseñas de sus bancos, él sabe de las mías … tiene poder en todos mis asuntos, yo lo tengo en los suyos, incluso para decidir sobre nuestra salud. No es de ahora, es de hace cinco o seis años. Y todo salió de él. Hace unos días, Carmelo insistió en que le acompañara a casa de Cape. La verdad es que no me apetecía. Insistió tanto que al final le hice caso. Eso es un mausoleo … es lo más alejado a un hogar que he visto. Mucho dinero se gastó, pero no tiene alma, no … no le ha dado su impronta, si es que tiene de eso. He visto hoteles más acogedores que esa mansión. Ellos se fueron a su habitación y yo a una de las muchas que hay. Dani se levantó en mitad de la noche a buscarme. Yo estaba por ahí, investigando, no conseguía dormir. Cada vez que me metía en la cama me entraban como escalofríos, te lo juro. El caso es que cuando me asomé a otra de esas habitaciones de invitados, me topé con Dani. Lo vi tan mal, tan perdido, tan … zombi, yo creo que ni llegó a despertarse del todo. Parecía un pelele … llamé a los escoltas y les dije que nos íbamos. No le dejé ni vestirse. Luego me llamó el otro cuando se dio cuenta de que no estábamos. Que si le disculpara, que las cosas son complicadas … vete a cagar, joder.

-Veo que tomas las riendas. Menos mal que ya no intentas parecer un fantasma.

-Creo que me he pasado también con eso. Por cierto, tienes que enterarte si hay alguna forma de analizar todas las pastillas que me daban sin destruirlas. Martín me dijo el otro día que a lo mejor todas no son lo mismo. Se refería a que algunas pudieran ser algo más … expeditivo. Y si lo dice Martín, existe la posibilidad que lo haya escuchado a alguien.

-¿Cuántos botes tienes?

-Unos veinte en casa. En el almacén otros tantos o alguno más.

-Si añadimos los que has perdido y los que te ha tirado Dani … has pasado más tiempo sin pastillas que con ellas.

-Tomé mientras estudiaba el efecto que me producían. Cuando lo tenía controlado, las dejé. De vez en cuando tomaba, para que en los análisis saliera. Pero me daba excusas para no atender a nadie salvo los que quería. Y para enterarme de lo que se decía de mí.

-Como se enteren … Tranquilo que no se lo voy a contar a nadie. Lo investigo. Por cierto, el otro día comimos los cuatro en casa de Gaby. Fuimos a ver la tienda nueva. En nada inauguramos ¿No?

-¿Te gustó? Me escribió Gaby para decirme que habíais estado. Luego no he podido hablar con él. No coincidimos.

-Me encanta. Y la decoración que ha hecho tu hermano Miguel, maravillosa. Ultimamos algunos detalles para el día D. Le he pedido a Sergio que venga a tocar conmigo. Esta semana quedaremos para ensayar.

-Que buena idea has tenido. No se me había ocurrido. Fíjate que le dije que tocara en la presentación de los cuentos que algún día publicaré. Si me decido al final en que editorial hacerlo.

-Me apunto yo también.

-Bien. Que en la de “La Casa Monforte” estabas fuera. Mira Cape, besando a Dani.

-Mejor que se vaya. No le ha hecho bien a Dani. Menos mal que tú poco a poco le has ido comiendo el terreno. Sí, no me mires así. A los demás les puedes engañar, a mí no. Tus drogas son historia hace muchos meses. Muchos. Me lo has reconocido antes, pero para mí estaba claro hace siglos. Y desde que Cape apareció y apartó a Dani de todos sus amigos, tú te has dedicado poco a poco a volver a integrarlo. Y a romper el yugo que había puesto en el cuello de Dani. Y a hacer que se disipara ese aire melancólico permanente en el que se hundió.

-Le estaba anulando completamente. – la mirada de Jorge se hizo triste.

-Pero ya tenemos al Dani de siempre de vuelta.

-Todavía no.

-Papá, nos adelantamos para ir preparando la comida. Martín nos va a ayudar.

-Vale. ¿Lleváis llaves?

-Sí. ¿Las llevas tú?

Dídac se palpó los bolsillos y se echó a reír.

-Capullo, llevas las mías. De todas formas Néstor lleva. Ha cerrado él. No me has pillado.

Dídac se paró de repente, para dar tiempo a que los chicos se alejaran.

-Claro que es el de antes. Solo que ahora muestra todo lo que te ama sin tapujos. Y si es por alguna reacción a todo lo que estáis viviendo, ni el más valiente no se sentiría vulnerable.

-Se está volviendo muy celoso. Como si tuviera miedo de perderme. Como si … no quiero que dependa de mí. No quiero que esté pendiente de si alguien me mira temiendo que me vaya con él para siempre. No sé como hacerle entender que es mi vida. No el amor de mi vida. Mi vida.

-Has estado ocho años manteniendo la distancia. Ahora has acelerado el proceso de acercamiento … hasta acabar siendo una pareja de hecho, aunque ni Cape ni vuestros amigos parecen haberse dado cuenta. ¿Y de verdad son los padres de Martín? ¿El chaval os conoce perfectamente y sus padres no?

Jorge se quedó pensativo.

-Ya veremos como acabamos con sus padres. Pensaré en lo que me has dicho sobre la forma que he tenido de marcar los tiempos con Dani.

-Os queréis con locura desde el día que se te presentó en la Dinamo.

-¿Estabas?

-¡Sí!

Dídac se paró y se quedó mirando a Jorge con cara de sorpresa.

-Joder. No me acuerdo.

-No te jode, porque desde que ese rubito, como le llamas, se plantó delante de ti, no nos hiciste caso a ninguno. Me tuve que enfadar para que me lo presentaras.

-¿Te lo presenté yo? ¿Ese día?

-Vamos a dejarlo, vamos a dejarlo … – Dídac estaba a punto de echarse a reír.

-¡Qué! ¿Ya habéis arreglado el mundo? – dijo Paula en tono simpático. Se había parado para esperarlos.

-No. Pero hemos hecho planes para hacer algo juntos. Un poema sinfónico a medias. Jorge el texto, yo la música.

-Pero si no sabes escribir poesía – Paula se echó a reír.

-Querida ¿No has tenido la suerte de que te enseñe sus poesías? – Dídac había puesto su mejor cara de sorpresa. – Lo siento por ti. Te has perdido algo maravilloso. Es uno de los secretos de Jorge. Le insisto para que publique un recopilatorio de poesía, pero no hay forma de convencerlo.

Dani se quedó mirando a Jorge con cara de guasa. Los dos se echaron a reír.

-No, Paula, no le mires así. Ahora tendrás que esperar a que la obra de Dídac y Jorge esté acabada – se burló Carmelo.

-Me estáis tomando el pelo.

-Pues sí. Pero te va a quedar la duda de si te lo toman en que no han acabado la obra, o que en realidad, van a empezar los ensayos con orquesta y coro. La ONE ¿No?

-La orquesta de la BBC – se apresuró a corregir Dídac. – Estrenaremos en el Royal Albert Hall.

-¿Pero es … no es una tomadura de pelo?

-¡Claro! – dijo Jorge en tono circunspecto.

.

A la mañana siguiente, Jorge y Carmelo desayunaron solos en la Hermida 2. Se acercó Martín también, que se había despistado de sus padres, que habían ido a dar un paseo mañanero y después fueron a la cantina de Gerardo a tomar su famoso chocolate.

-Lo de ayer estuvo guay. Molan Néstor y Dídac. Y Oriol y Pol. Vamos a quedar algún día para salir los tres.

-Me gusta eso – dijo Carmelo.

-Suelo hablar de vez en cuando con los dos. Antes quedábamos de vez en cuando. La pandemia lo ha trastocado todo. – explicó Jorge.

-Se les nota que les caes bien.

-Pero que madrugadores.

Cape bajaba por las escaleras estirándose.

-Yo me hubiera quedado un par de horas más en la cama. – añadió ante la falta de respuestas.

-Pues querido, me he levantado precisamente para dejarte dormir tranquilo. Anoche estabas cansado. – le dijo Carmelo mientras Cape le besaba en los labios. Jorge los miraba sonriendo. Martín fingió una tos para aguantarse la risa.

-¿Planes para esta mañana?

-Sobre las doce creo, hemos quedado todos aquí para hablar. Hasta entonces, fiesta.

-Si me pones un café, querido, y un par de tostadas, me voy a dormir de nuevo. ¿Y tú Jorge? ¿No escribes hoy?

-Sí. Me voy a acercar al bar a ocupar la mesa de Dani para escribir.

-Están mis viejos allí. – Carmelo se rió al ver la cara de pillo que había puesto Martín.

-Vale. Pues dejaré lo de escribir para otro momento y me iré al estanque de los encuentros para leer.

-Me apunto. – dijo Martín.

-Y yo – dijo Dani.

-¡Bah! ¡Quédate conmigo, Dani! – Cape era claro que quería aprovechar sus últimas horas antes de esfumarse.

-Querido, te va a tocar dormir solo. Me apetece el plan de Jorge y Martín. ¿Dos tostadas has dicho?

La reunión se retrasó. Los planes de todas las partes se alargaron más de lo previsto. Laín y Paula se encontraron con Luis, el guardia civil, que les invitó a un café. Gerardo se encargó además de presentarles a algunas de las personas que andaban por allí y que eran muy amigos de los Danis. Paula alucinaba con que toda esa gente tratara con Dani. Su marido la miraba como si fuera extraterrestre. No entendía como podía haber sacado esas conclusiones de Dani. Poco menos pensaba que era un asocial.

Al cabo de un rato se acercó al bar el capitán Melgosa. Se iba a acercar a la Hermida para contarles las novedades sobre el intento de atentar contra la vida de Carmelo y Jorge.

-Con todos los cadáveres que va dejando Jorge por el camino, era de esperar.

La sentencia una vez más de Paula dejó a todos sin palabras. Melgosa levantó las cejas y bajó la mirada. Se relamía solo de pensar en contar a Javier y al comandante lo que estaba viviendo junto a los amigos de Jorge.

-Paula cariño. ¿Te has dado cuenta de que acabas de decir que en tu mundo, es natural arreglar las diferencias contratando a un matón para matar al vecino?

-No, no, no he querido decir eso … estos señores me han entendido.

-Eso espero. Son oficiales de la Guardia Civil, por si no has caído en la cuenta. Que vistan de paisano, no les quita su condición.

Carmelo estuvo cabizbajo en su excursión al estanque de los encuentros. Esta vez les llevó a otro rincón un poco más alejado y entremetido en el bosque que ese sí, nadie visitaba. También había un remanso, pero apenas te podías mojar los pies en él de lo poco profundo que era. Esa zona en invierno a veces estaba inundada.

-Esto mola – dijo Martín. – Joder, si hay cobertura, te juro que me vengo aquí a clasificarte los relatos, tío.

-No me habías traído a esta parte nunca.

Jorge, por la cara que tenía, estaba completamente de acuerdo con las apreciaciones dichas por su sobrino.

-Hasta aquí, no he traído nunca a nadie. Y espero que sepáis guardar el secreto. Este rincón es para estar solos. En paz con el mundo.

Cuando volvieron, Jorge se subió a la terraza. Al poco se le unió Carmelo. No les apetecía de momento enfrentarse al resto.

Eduardo y Felipe llegaron después y entraron en la casa. Se sentaron en el salón de la Hermida. Hugo les había dejado pasar para que no esperaran en la calle.

Cape bajó al poco. Había escuchado entrar a sus amigos y se había ido a duchar.

Martín, cuando habían vuelto del estanque, se había escabullido para que sus padres no se enteraran de que había estado con ellos.

-Ni habrás desayunado – le reprochó su madre al verlo bajar secándose. – Y mira de ponerte algo. ¿Crees que es normal pasearte en calzoncillos por casa ajena?

-No veo a nadie aquí a parte de vosotros.

-Vístete anda, que llegamos tarde.

-Sí, papá.

Melgosa y Luis estaban charlando con Hugo y Fernando.

-Deberías descansar un poco, Fer – le dijo el capitán.

-No te preocupes. Luego Nano me cubre un par de horas y me echo a dormir.

-No os quedéis ahí, hombre. Pasad. – Cape fue a buscarlos a la calle. – Mira, por ahí viene Óliver.

-Seré el último, como si lo viera – Óliver venía corriendo.

Cuando todos estuvieron asentados, Melgosa y Luis tomaron la palabra.

-Quisiéramos contaros un poco las novedades de lo que pasó ayer.

-Esperad a que bajen Jorge y Carmelo. – dijo Cape.

-Ellos ya lo saben. La comisaria Polana está hablando con ellos por teléfono – les explicó Melgosa.

Contaron a grandes rasgos las novedades respecto a la mujer que había aparecido el día anterior y de cómo fue su detención. Todos respiraron en la Hermida 2 al saber que todo había ido bien.

-Martín, por favor, sube a la terraza a buscar a estos. – le pidió Cape un poco molesto.

Carmelo, Jorge y Martín aún tardaron un rato en bajar de la terraza. Llegaron justo para escuchar las novedades que les estaba contando Óliver. Melgosa y Luis se despidieron entonces de ellos y les dejaron con sus asuntos. Estaban en la reunión Laín, Paula y Martín. Cape, Carmelo y Jorge. Felipe y Eduardo. Óliver. Hugo y Fernando, los escoltas.

-Creo que tenemos que comentar algunos temas importantes – propuso Carmelo, que miraba de reojo a Jorge mientras hablaba. Jorge se había inmerso en sus cavilaciones. Viajando al pasado nuevamente e intentando recordar de nuevo a Hugo en aquellos tiempos, cuando era actor y había trabajado con Carmelo. Las palabras que le había dedicado Martín en la terraza el día anterior, le habían llamado la atención. Y también la contestación de Carmelo. Era claro que él si se acordaba de eso. ¿Qué le pasaría a Martín con Hugo? No habían tenido ocasión de comentarlo ni cuando volvieron de casa de Dídac y Néstor.

Además, mientras bajaban de la terraza, ahora estaba en el salón de la planta baja, Carmen le había mandado una foto de esa mujer. Nada más verla, supo que la conocía del pasado. Y la primera relación que se le apareció, fue la de Nando. Estaba relacionada con él. No la recordaba junto a Nando, no era una de sus socias en sus negocios, ni una de sus amigas. Algún hecho presenció en la que estaba ella implicada. No recordaba que se la hubiera presentado. La recordaba de otra cosa. Una bombilla se iluminó de pronto en su cabeza. Esa mujer se presentó en una lectura organizada por la librería Espolón de Burgos. Era sobre “Tirso”, precisamente. Pero él ya la conocía cuando sucedió eso. Ahora debía recordar lo que pasó en ese encuentro con lectores. Y ver de forzar la memoria para recordar cuando la vio por primera vez.

-“Tirso” es el epicentro – dijo en voz alta sin ser consciente de ello.

-Creo que deberíamos dejaros hablar de todo esto – comentó Felipe – Edu ¿Nos vamos?

Carmelo miró a Jorge. Éste entendió.

-Quedaros si queréis. Sois como de la familia de Dani y Cape. Y si sois familia de ellos, sois mi familia.

Eduardo volvió a sentarse. Estaba intrigado. Y además, no quería dejar pasar la oportunidad de estar cerca de Martín. Felipe se resignó y también se sentó. Carmelo volvió a mirar a Jorge y le hizo un pequeño gesto señalando a los escoltas. Éste hizo un pequeño gesto afirmando con la cabeza.

-Hugo, si no te importa… – dijo Carmelo.

Pero Hugo no hizo ningún movimiento.

-Hugo, por favor, sal al balcón a fumar y mirar la calle. – fue esta vez Jorge el que insistió.

-No hay balcón.

-Lo hay en el piso de arriba. Una terraza enorme, con unas vistas a gran parte de la comarca – contestó cortante Carmelo.

Jorge bajó la cabeza. En el tema de Hugo, se le escapaba casi todo. Ni a Carmelo ni a Martín le caía bien. Tenían cuentas pendientes del pasado. Cuentas que por su relación con ambos, él debería conocer. Pero no recordaba nada. Le empezaba a parecer que el comentario de Martín era más serio de lo que le había parecido. Por mucho que intentaba recordar, no conseguía centrar a Hugo en su pasado. Había dejado entrever que sí, que lo había reconocido, pero eso no era verdad. Y menos lo que pudiera suceder entre Hugo y Martín. Tenía que recuperar todos los trabajos que había hecho su sobrino postizo cuando era niño, antes de decidir dejar de actuar. Tenía que centrar también ese hecho con la decisión de su padre de dar un paso atrás y dedicarse a papeles pequeños, casi sin texto, de figurante de lujo, pero figurante al fin y al cabo. O quizás tuviera que ver con esas miradas que había captado entre Alberto, Gerardo y Hugo. O eran cosas separadas, y lo de Alberto y Gerardo tenía que ver con el comentario de Óliver cuando hablaron en profundidad. No se había acordado de comentarlo con Carmelo. Y el Alberto ese era del que le había hablado Helga cuando le explicaba como murió Ghillermo, el marido de Javier. Óliver, al menos en lo que hacía referencia a Alberto, estaba acertado. Y si Hugo y Gerardo parecían haberse reconocido…

Al final Hugo hizo un gesto a su compañero y salieron de la habitación. Pero no lo hizo de buen grado. Laín pareció suspirar de alivio. Y Martín no dejó de seguirlo con la mirada mientras salía.

A Jorge le fastidió un poco que Fernando tuviera que salir también de la habitación. Confiaba en ese hombre. Muchas veces, luego, comentando lo que Jorge había hablado con otras personas, le había hecho ver algún detalle que a él se le había escapado. O había interpretado de otra forma esas palabras o hechos. Tenía muy presentes los comentarios que le hicieron Helga y él de su encuentro con la gente de su barrio.

Cuando Hugo cerró la puerta, Martín preguntó a su padre:

-¿Es ese Hugo? Ha cambiado mucho. Aunque sigue siendo igual de chulo el cabrón.

Su padre asintió despacio con la cabeza.

-No me jodas Jorge – se giró para mirar al escritor. Ese exabrupto había despistado al escritor. Hubo un momento en que Martín se puso de tal forma que no le viera nadie más que él y Carmelo y les guiñó el ojo.

Jorge levantó las cejas completamente despistado.

-No sé a que te refieres – contestó de forma anodina.

-¿No lo sabes? ¡¡No te acuerdas de verdad!!

-Martín, cierra la boca. – le ordenó su padre con un tono muy duro.

-Papá. No. No cierro la boca. Es un hijo de puta. Yo era un niño pero sé lo que vi y sé lo que escuché. Y Jorge siempre fue bueno conmigo. Lo sabes. Papá, hay cosas que están bien y hay cosas que no lo están, se mire como se mire. Siempre me lo has dicho.

Todos los que conocían a Martín estaban asombrados. Nunca le habían visto así. Sus padres lo miraban como si fuera un extraño. Paula pensó en que algo se le escapaba. A ver si su hijo sabía muchas más cosas de las que pensaba. Incluso a lo mejor sabía más que ella misma. Y esas salidas de tono, ese no temer enfrentarse con ellos… empezaba a convertirse en una costumbre. Miró a su marido que miraba a su hijo fijamente. Pero no lo hacía sorprendido o alterado. Lo miraba asombrado. Pero no porque supiera. Sino porque hubiera saltado así. Para Paula era claro que padre e hijo compartían secretos.

-Y Jorge es nuestro amigo. Y Carmelo – sentenció Martín. – Para mí, Jorge es mi tío, aunque no sea familia carnal. Lo he sentido así desde que lo conocí. Aunque eso les joda a algunos.

Jorge enarcó las cejas y miró a Carmelo. Esa pulla la había lanzado a sus padres, no había otra posibilidad. Y se contradecía con lo que le había dicho al respecto hacía unos días. Quizás estaba rompiendo las últimas barreras para sincerarse del todo con ellos.

Todos miraban a Laín. Parecía que era claro que le tocaba hablar. Pero éste no se decidía. No se había imaginado la reunión así. Quería algo mas tranquilo y que las cosas fueran surgiendo. Pero Hugo volvía a ser arrogante. Como siempre. Y esa reticencia a salir había alterado a Martín. Una vez tuvo que pararle los pies cuando Martín tenía diez años y fue a darle un sopapo porque decía que le había robado una escena en la película que participaban ambos. Martín era un actor innato como su padre, como Carmelo. Su papel era nada, poco más que un ejercicio de figuración. Pero solo aparecer en pantalla, el chico opacaba al resto de los actores. Y eso Hugo, en plena ola de su éxito, no lo soportó. Vio la escena en el combo y le dio un ataque. Además el director, a cuenta de eso, le dio más protagonismo al personaje de Martín. Les dijo a los guionistas que le incluyeran en más escenas, y que le escribieran una pequeña subtrama. Estos lo hicieron con gusto, porque habían visto el resultado del niño en pantalla. Reunieron en él otros personajes intrascendentes de la trama. Pero con esos pocos le dio más peso en la historia. Que no hubiera sido nada relevante si no hubiera sido por la impronta que le daba el joven actor. Y por nada del mundo Hugo quería que ese niñato volviera a aparecer en una escena con él. Intentó por todos los medios que el director eliminara esa secuencia o la rodaran de nuevo. Pero eso no sucedió y Hugo se encontró con Martín y levantó la mano para soltarle un sopapo. La mano de Laín interceptó la trayectoria del brazo de Hugo y evitó el tortazo. Aunque siempre creyó que había tenido algo que ver que el niño le pillara teniendo sexo con Nando, el marido de su amigo Jorge Rios.

-Pues lo cuento yo. Mira, Jorge. Hace…

-Ya lo cuento yo, Martín. Estás alterado. No vas a ser ecuánime.

-¿Ecuánime con ese tío? Papá. No pensé escuchar eso de ti. Pero ¿De qué hostias de ecuanimidad me hablas?

-Déjale a tu padre – le reconvino Paula, haciendo esfuerzos por no saltar y ponerle en su sitio. No soportaba esa costumbre que había cogido en los últimos tiempos de faltarles al respeto. – Sabes que tu padre no le tiene ninguna simpatía. No te puedes hacer una idea del asco que le tiene. Déjale que lo cuente él.

-Como lo cuente como contáis los dos muchas cosas, aviados vamos.

-¡¡Martín!! Estás empezando a acabar con mi paciencia. – el tono de Paula no auguraba nada bueno.

Fue a contestar, pero una mirada de Jorge contuvo a su sobrino.

Paula se había enfadado. No pensó nunca que Martín tomara partido por alguien en contra de sus padres con extraños. Y lo había hecho por Jorge. Otra vez. Y ahora lo había hecho en público. Porque se refería a él. Paula no se atrevía a mirar a su amigo el escritor porque sentía su mirada fría fija en ella. Era una mirada que ella no conocía. Su marido tenía razón. No había valorado a Jorge como debía. No era el idiota sumido en sus mundos de Yupi. Ahora empezaba a creerse la historia que le contó su amigo Mendés respecto a una charla que había tenido con el escritor. Tendría que pensar una estrategia para volver a acercarse a Jorge que no fuera a base de denigrar la actuación de su hijo. Era claro que los dos hacían un tándem indestructible. Lo de Martín, a estas alturas, le daba igual. Ya tenía edad de volar solo. Que volara. Y si se estrellaba que le acogieran sus nuevos amigos. Él los había elegido. Ella no tenía un sentido maternal muy desarrollado. Ya era mayor de edad. Ya había vencido el acuerdo que al respecto, firmaron Laín y ella cuando tuvieron a sus hijos.

Carmelo se había puesto rígido. Y Cape también. Ahí había algo que a ellos también se les había escapado hasta ese momento. Que Nando traicionaba a Jorge desde antes de casarse, era algo sabido por todos los que los frecuentaban a ambos o a uno de ellos. Y el afán de Jorge por no enterarse. Pero ese affaire al que se refería Martín no lo conocían, salvo por escuchar algún rumor, al que no hicieron mucho caso. Y les extrañaba, por la edad de Hugo en aquel tiempo. No estaba en el target que le solían gustar los hombres al marido de Jorge.

-Martín, hay cosas que un niño entiende de una forma que luego, cuando eres adulto, las ves de otra distinta. O al menos matizadas. Un niño no sabe interpretar algunas cosas.

Su padre intentaba contemporizar con su hijo y tranquilizarlo para que le dejara hablar a su manera. Se lo quedó mirando fijamente.

-Vale, lo entiendo. Sobro aquí. Pues a lo mejor sobro en el resto de tu vida. En la de mamá ya me dejó claro el otro día que era así. Tranquilos. A partir de ahora, a todos los efectos, dejo de existir para vosotros. O mejor dicho, vosotros dejáis de existir para mí. Creo que yo ya era un fantasma en vuestra vida, aunque no me había dado cuenta hasta hace poco.

Martín se levantó muy alterado y salió de la habitación por otra puerta distinta a la que había utilizado Hugo y su compañero. Carmelo hizo un gesto a Eduardo y éste lo entendió a la primera, sobre todo porque hubiera salido detrás de Martín de todas formas. Pero así era mejor, tenía una excusa. Jorge también se había levantado con intención de seguir al chico, pero al ver que Eduardo salía tras él se volvió a sentar esperando las explicaciones de Laín.

-Perdonad a Martín. La verdad ha sido un shock encontrar a Hugo aquí y encima como el jefe de tus escoltas. Sabía que se había metido policía después de que el acuerdo con Ordoño terminara. Pero no sabía que era tu escolta.

-¿El acuerdo con Ordoño? – preguntó extrañado Carmelo.

-Creía que lo sabíais todos. No fue una historia de amor. Lo vendieron así, pero no. Fue un acuerdo. El carácter de Hugo se convirtió en algo desbocado. Era ya un problema. Tú también eras inaguantable por aquel entonces. Todos te lo permitían porque luego sacabas tus escenas a la primera y levantabas tú solo las películas en las que trabajabas. Te implicabas en las promociones como nadie. Y además, en general cuando montabas un número, solías tener razón. Tenías carácter pero solo decías lo que pensabas y sobre todo cuando creías que era una situación injusta o a alguien no se le reconocía su trabajo. Y si un actor era patético y había quitado el papel a otro actor que lo hacía mejor, lo decías. Eso te ha granjeado muchos odios, pero claro, también adhesiones. Tienes un grupo de colegas que se parten la cara si escuchan hablar mal de ti.

-Y otros que jalean los bulos en los que últimamente nos matan a Jorge y a mí y que proclaman a los cuatro vientos sus deseos de que me maten y mi cadáver esté durante horas al sol, a la vista de todos.

-Eres una estrella con carácter, querido – le dijo Cape. – Eso tiene sus peajes.

-Pero Hugo solo tenía la parte de insoportable. – retomó la exposición Laín – Y se quedó solo.

-Hicimos buen tándem en “El ocaso de la inocencia”. Al principio fue bien. Era muy buen actor. Pero no sé que pasó, no recuerdo muy bien. Es aquella época en la que tengo tantas lagunas. El caso es que de repente se hizo insoportable. Yo también lo era. Pero a él se le empezó a olvidar el papel, había que repetir mucho. Ni con tele-pronter o leyéndole sus diálogos por un pinganillo se conseguía que Hugo dijera bien sus frases. Las jornadas de rodaje se alargaban hasta horas escandalosas. Esperando a que Hugo encontrara la inspiración o se le pasara la borrachera o los efectos de lo que se metiera en vena. Al final me impuse y le dije al productor que si él quería repetir, estupendo. Yo hacía mis escenas pero los contraplanos debía hacerlos un doble. No estaba dispuesto a pasarme el día contemplando como se equivocaba una y otra vez o como debía volver a su caravana a vomitar o a meterse lo que fuera. Los planes de rodaje se alargaban. La última temporada rodé una película entre medias. Me dio tiempo. Hacía mis escenas, y me iba a rodar la película. No nos dirigíamos la palabra y casi nunca coincidimos en el set. Aún así, la tercera temporada fue la de más share. Quizás por el morbo de nuestra relación, que empezó a ser vox populi, empujara a todos a ver con detalle cada escena, para determinar el grado del odio que decían nos teníamos. Me dieron muchos premios, lo cual enfureció a Hugo. También me creó una fama de insufrible que me dura hasta hoy. Muchos no me perdonaron que no apoyara a Hugo. Se pensaron que se me había subido el ego a la cabeza. Y más habiendo sido amigos y amantes. Aún hoy, hay personas que me lo recuerdan. Para ellos debería haber apoyado a mi compañero y ayudarle con sus problemas. Es gracioso que yo debiera hacer eso, siendo todavía un niño casi, y ni sus padres, ni su representante, ni los productores de la serie, dieran un paso en ese sentido. Ellos eran adultos y eran responsables de él. Y de ellos, nadie ha hablado. Y habría mucho que decir de sus padres. Que los míos eran lo peor, lo tengo asumido. Y gran parte de la profesión. Pero de los padres de Hugo no se dice nada, y le han dejado sin un duro, y ganó una millonada en aquella época. En esa serie teníamos el mismo caché. Por no hablar de su representante. Mucho tuvo que ver con sus adicciones. Hasta le compraba la droga. En mi época mala, ni se me hubiera ocurrido pedirle a Sergio que me fuera a buscar un poco de costo o una dosis de lo que fuera; de la primera torta me habría quitado el mono.

-Luego hizo esa película a la que nos referíamos antes, “Olvido”. – explico Laín – Fue un pelotazo. Y Martín acaparó algunas nominaciones a mejor joven promesa o actor secundario. Eso, claro, provocó que Hugo estallara en cólera. Como ya la situación de Hugo era casi insostenible y era claro que corría el riesgo de acabar siendo el más guapo de los juguetes rotos, a alguien se le ocurrió ese “noviazgo” con Ordoño. Se casaron y se inventaron eso de que Ordoño le había pedido que se retirara de la actuación, al estilo de las mujeres artistas que se casaban en los años cincuenta y sesenta. Aprovecharon para meterlo en una clínica en Suiza para recuperarse de sus adicciones y de lo que fuera que le había llevado a esa situación. De todas formas fue un proceso muy oscuro. Pocos saben que lo de su matrimonio fue todo un ardid. Creo que con suerte, ese Ordoño y Hugo ni se conocen. Nadie sabe quién pagó el tratamiento ni quién lo salvó en realidad. Desde luego, como bien has dicho, sus padres no lo hicieron. De hecho, siguen sacando tajada de Hugo y de los millones de fans que tiene por el mundo que no le olvidan. Me extraña que si Hugo lo sabe, lo deje estar. Hacen hasta tournés por su casa. Cobrando. Su página web, todo falso… mejor me callo. ¡¡Hasta venden calzoncillos usados de Hugo!! ¡¡Los subastan!!

-Esa parte es una absoluta novedad. Nunca pensé que eso del matrimonio fuera todo fingido. No me extrañaba su diferencia de edad, porque a Hugo no le importaba la edad que tuvieran sus amantes – reconoció Carmelo. – Lo que estaba claro es que estaba a punto de romperse. Yo estuve cerca también. Tuve mucha suerte. Hasta que encontré una razón para apartarme de toda esa vida de drogas y fiestas.

Carmelo se quedó mirando a Jorge que le sonrió aunque no sabía por qué lo miraba con esa intensidad.

-Y después de toda esta experiencia, Martín decidió no hacer más cine. Alguna vez me acompañaba a algún rodaje y lo convencí para salir conmigo de figurante. Y Rodrigo alguna vez lo convenció para hacer un par de frases. Hasta “La Serpiente de la muerte” en la que Rodrigo y yo le preparamos una trampa y no supo decir que no.

-¿Pero que pasó para que Martín lo dejara de repente? – Jorge hizo la pregunta con toda la candidez del mundo. Carmelo se sonrió. No había escuchado lo que no le había interesado de lo que había dicho Martín. Aunque se dio cuenta a tiempo, que esa “candidez” era fingida. Algo le había sonado a mentira flagrante. Era su forma de decirlo, sin que lo pareciera.

-Mira, tienes algo con los niños que hace que te adoren. Pasó con Jorgito. Y pasó también con Martín. – Era Carmelo el que hablaba. – Por entonces todavía no nos conocíamos. Yo conocía a Laín y a Martín, y tú lo mismo, porque empezaste a dar clases en la Universidad y Paula y tú os hicisteis amigos. Y Martín como Quirce, su hermano, te adoran. Les ganaste para tu causa a los cinco minutos, como hiciste conmigo. Como hiciste hace dos noches con el niño de Felipe. Y te prometo que o te conoce de hace tiempo, o no te da un beso ni aunque se lo pida de rodillas Eduardo, que es el que más ascendiente tiene sobre él. Y te dio besos, se abrazó a ti y se durmió sobre tu hombro.

Jorge lo miró con cara de sorna.

-Serás tú el que me ganaste. Fuiste tú el que te acercaste. Malditas las ganas que tenía de ponerme a hablar con un crio petulante y actor, que volvía locos a todos y a todas. Un tonto rubio, que entonces ibas de rubio. Entonces y ahora, que digo. Y no hay comparación porque de niño cuando te conocí, tenías lo que yo de monje tibetano.

-Te compro lo de que no era un niño. El resto, no. Porque en aquella fiesta de año nuevo, estabas desesperado y más perdido que una aguja en un pajar.

-Bueno, porque mi marido, que me llevó obligado a la fiesta, me volvió a dejar solo para irse a follar con su ligue de la semana.

-O sea que lo sabías – dijo Paula.

-Saber, saber, pues no. Quiero decir que no sabía nombres, detalles. Estaba cómodo con sus faltas de fidelidad. Que follara todo lo que quisiera. Así no tenía que hacerlo yo. El sexo con él, al poco de casarnos, dejó de interesarme. Era un suplicio. Fue la única vez que me ha pasado. Antes de él mi vida sexual fue muy activa. A lo mejor, ahora que lo pienso, si tengo algo de monje tibetano – bromeó Jorge. – En realidad perdí todo el interés por el sexo cuando me casé con él.

-El caso es que te hice pasar una gran noche. Y eso que no quisiste ir a mi casa a follar.

-Porque eras un ligón impenitente. ¡Si salías a dos amantes al día! Pensé: voy a su casa, nos enrollamos, y mañana ni se acuerda de mi nombre. Yo me pillo por él, porque sabía que me iba a pillar, y luego las paso canutas. Por un lado, cornudo público, y por otro, desdichado en amor. Porque luego no me hubieras dicho ni buenos días. Como hacías con todos los que follabas.

-Por ti lo hubiera dejado todo.

-Eso se lo dices a todos para engatusarlos.

-Que bonito es el amor – exclamó Cape riéndose con ganas.

-¿Os han dicho alguna vez que haríais una buena pareja? – dijo Felipe muy serio.

-Sí, nos lo han dicho – dijeron a coro Jorge y Carmelo con gesto de hartazgo y mirando a Felipe con enfado.

Y ahí fue cuando todos se echaron a reír con ganas.

-Una pena que Martín no esté. Él lo dice siempre – reconoció Paula.

Estuvieron todos hablando y riendo un rato. Después de tanta tensión, pasar un rato distendido y bromeando unos con otros les sentó bien. Pero el tiempo pasaba. Y había cosas que arreglar.

Jorge sacó el teléfono. No dejaba de vibrar. Fernando entró de nuevo en la estancia y se lo quedó mirando. Jorge asintió con la cabeza. Se levantó y se acercó a Carmelo. Le dijo algo al oído. Éste asintió y le hizo un gesto de que no se preocupara. Jorge sin decir nada a nadie se encaminó hacia donde estaba Fernando. Los dos salieron de la sala.

-Tenemos el tiempo justo de llegar al aeropuerto.

-Vamos a toda leche. No quiero que se vaya sin despedirme.

-Siento ser aguafiestas – Óliver tomó la palabra por primera vez en esa reunión. – Hay que seguir con los asuntos que nos han traído aquí. Creo que algunos de vosotros tenéis cosas que contar. Ahí fuera ocurren cosas graves que ponen en peligro la vida de nuestros amigos, por no decir las nuestras propias. Creo que ninguno estamos a salvo. Así que mejor será que conozcamos todos algunos detalles que algunos sabéis. Así quizás podamos conocer que terreno pisamos y evitar resbalar y desnucarnos.

Pararon las bromas. Carmelo miró al matrimonio amigo. También miró a Felipe. Algo en el gesto que puso el granjero le llamó la atención. Pero no supo interpretarlo. Porque además, rápidamente se fijó en los padres de Martín. Paula estaba mandando mensajes que parecían importantes. Y lo que más llamó la atención, es que el teléfono que utilizaba no era el que hasta ese momento le había visto. También le llamó la atención que se había sentado donde nadie pudiera ver la pantalla de su móvil. Laín había puesto su mejor gesto de fastidio. Y no era por la actitud de su mujer. Era porque no le gustaba el planteamiento que había hecho el abogado. Lo miraba con asco. Eso no fue capaz de entenderlo porque lo acababa de conocer. Era claro que Laín y Paula, no estaban por la labor. Una vez más, Martín tenía razón.

.

De nuevo Marie, la madre de Álvar, había hecho de cicerone de las abuelas, como lo hizo de Lys. Ésta también se había unido a la visita que les había organizado Marie al Museo del Romanticismo. Carolina Miguel, la nueva directora del museo, había salido a saludarlas. Era amiga de Marie desde hacía muchos años. Ella les presentó a una voluntaria, Visitación, que iba a hacerles de guía.

-Ella es la que mejor conoce el Museo – les advirtió. – Y habla francés. No tendrás que hacer de traductora – le tocó cómplice en brazo.

-Viví muchos años en Montpellier. – les explicó Visitación con una sonrisa.

No solo explicaba los objetos que estaban expuestos en las distintas salas, sino que contaba historias que los ponían en contexto. Historias entretenidas, algunas incluso divertidas. Era claro que esa mujer disfrutaba con la época que recrea el Museo, con su pintura, con sus muebles… y se había interesado en profundizar. Además, se conocía la historia del Museo y todas sus vicisitudes. Muchas de ellas no se podían encontrar en las páginas oficiales. Su labor de guía para grupos escogidos por la Directora no le proporcionaban ingresos económicos. Pero sí, una satisfacción personal si al final de la visita, notaba que esas personas que se habían acercado al Museo, habían disfrutado con la visita.

En el recorrido estaba incluido un paseo por los jardines. Estuvieron sentadas en un rincón disfrutando de la mañana. A esa pequeña reunión se les unió la Directora. Fue el momento en que la guía hizo una propuesta.

-Si volvéis en otra ocasión, preparándolo con tiempo, os puedo preparar una visita especial en las que podréis ver algunos objetos que por causas diversas, no están expuestos.

Visitación parecía haber quedado contenta con la respuesta de Marie y sus invitadas. No solía hacer esa propuesta muy a menudo. Carolina, la directora pareció conforme con ella.

A la salida, en la c/ San Mateo, les recogió Álvar, que en un monovolumen sin distintivos de la Guardia Civil, con un coche de escolta, las trasladó a todas a “Las cortinas del Cielo”, un restaurante en las cercanías de Concejo y que tenía las mejores vistas de la provincia de Madrid. Álvar había reservado su terraza, de la que iban a poder disfrutar en exclusividad. Era un honor de los que pocos podían presumir.

-Pero esto es maravilloso – dijo Elodie llevándose la mano a la boca. – ¿Y vamos a comer aquí? Gracias Marie.

Candice, la Jefa de sala, se encargó personalmente de acomodarlas. Álvar al entrar, le dio el libro que en su anterior visita le había dado para que Jorge se lo firmara.

-No ha podido ser, lo siento.

Candice lo miró con pena. Pero vio un marcapáginas que no debía estar y abrió el libro por esa página. Allí encontró la dedicatoria que le había escrito Jorge.

-Pero que mal hombre eres. Te odio – aunque su cara mostraba otros sentimientos.

-Se lo tienes que agradecer a mi compañero Raúl. Se lo di a él, porque no lograba coincidir con Jorge. Él se encargó.

-Pues dile a Raúl que se venga un día a comer. Le trataré como a un VIP.

-Y si viene con Jorge, todavía mejor ¿no?

Se echaron a reír los dos.

En “Las cortinas del cielo” no solo podían presumir de sus vistas incomparables, sino que también tenían una de las mejores cocinas de Madrid. No tenían estrellas Michelín pero no le hacían falta. Era raro el día que no ponían el cartel de completo. Álvar había pedido un menú largo, para que sus invitadas pudieran probar muchas de las especialidades de la casa.

Parecía que todo lo que les llevaron a la mesa, fue del gusto de las “abuelas”, como ellas mismas se denominaban.

-¿Y este restaurante también es de algún amigo vuestro? Si es así, menudos amigos tenéis – comentó Lys cuando el camarero les anunció que los platos que les llevaba eran los últimos. – El otro día llevé a mi marido y mis cuñados a “El Puerto del Norte” y quedaron encantados. Rico el encargado se acordaba de mí y nos trató como si fuéramos ministros.

-Lástima que no te pudimos presentar a Biel – comentó Marie – Es muy amigo de Carmelo del Rio. Un gran actor también.

La comida siguió ocupando la conversación mientras tomaban la selección de postres que les llevaron. Elodie se levantó y se fue hasta la barandilla para disfrutar en soledad del paisaje maravilloso, con la sierra de Madrid de fondo. Al cabo de unos minutos volvió a la mesa y ocupó de nuevo su sitio. Fue el momento que eligió Marie para poner sobre la mesa los temas que interesaban a Álvar.

-Cariño – dijo a su hijo – creo que ya es hora de tratar las cuestiones que os preocupan en la policía.

Léa cogió la mano de su amiga Elodie. Sabía que todo ese tema le dolía en el alma.

-No se si seré capaz.

Álvar levantó las cejas. Era una de las posibilidades que había barajado, que de ese encuentro no saliera nada. Marguerite, la madre del embajador, no había querido unirse a la excursión para que no se sintieran coartadas. Se lo había confesado Lys.

-Es madre de su hijo, pero no acaba de comulgar con muchas de sus actuaciones. – había explicado a Marie. – Más bien no entiende lo que le mueve a hacer según que cosas. Parece que está muy centrado en triunfar.

Álvar vio a dos de sus compañeros que entraban en la terraza. Respiró profundo a modo de expresión de alivio. Jorge apareció poco después caminando con tranquilidad. Su rostro transmitía paz y sonreía ligeramente. Fue Lys la que lo vio la primera y sonrió. Le hizo un gesto a Elodie para que mirara a la puerta. Ésta de nuevo, volvió a tapar su boca con la mano, para mostrar su sorpresa. Fue a levantarse pero Jorge se lo impidió con un gesto. Se puso a su lado y se inclinó para darla un beso en la mejilla a la vez que la cogía las manos con las suyas.

-Te está sentando estupendo el viaje a España. Creo que debes valorar el venir más a menudo o incluso trasladarte permanentemente a Madrid. Así tendría más oportunidades de pasar ratos contigo.

-Que zalamero eres. Si no hablo ni palabra de español.

-Seguro que te apañarías en un par de días. Álvar te da un par de clases aceleradas y lo demás, tú y tu intuición.

Entre Maríe y Lys le explicaron que Elodie se sentía mal al volver a tratar el tema de su nieto Eloy.

-Hoy puedes decirnos todo lo que piensas. No hay nadie aquí que te cuarte. El otro día en la comida del Intercontinental, te noté … que no fuiste sincera del todo. Como el resto de tus amigos – Jorge miró a Lys que se encogió ligeramente de hombros. – No está Damien ni está Marguerite.

-Pero sería traicionar a mi amiga.

-No creo que Marguerite esté de acuerdo con muchas cosas. – le dijo Léa.

-Hemos oído que vas a hacer otro curso dentro de unos meses. – Marie había tomado la palabra. Intentaba romper el hielo.

-Sí. Así que si conocéis a algunos jóvenes de confianza y que necesiten de una mano a la hora de contar sobre un papel o de viva voz sus experiencias, seguro que encontráis la manera de que Damien se salte la lista que dice tener.

-La tiene – Lys sonrió con amargura.

-¿Ya les ha sacado sus comisiones?

-Me han contado que las ha doblado. Por el éxito de la primera convocatoria.

-Un éxito que todavía no se ha producido. Todavía no he dicho el primer “Bonjour” a la primera tanda.

-Es un éxito desde el momento que todos esos chicos tienen un motivo para ilusionarse. Para seguir adelante.

-En la comida nos contaste – Jorge decidió afrontar el tema sin más dilación – que Eloy murió en un accidente poco claro. Le he estado dando vueltas, y para que esa organización de repente se ponga en movimiento para organizar la muerte del chico, debió pasar algo.

Elodie miró a su amiga Léa que de repente había puesto cara de sorprendida. Álvar miró resignado a Jorge. Ya tenían la primera respuesta.

-Creo que de verdad cogiste cariño a ese joven, Elodie. Estamos todos en el empeño de buscar a esas personas que le hicieron mal. – esta vez fue Álvar quien tomó el relevo del escritor.

-Fue en la calle. Llegó a casa muy nervioso. Sudaba a mares y su mirada era … no sé ni definirla. Estaba perdida, no le era posible enfocarla en algo de lo que tenía alrededor. Parecía perdida en algún recuerdo o en ese encuentro, en esa persona que había visto por casualidad.

-¿Entonces fue una persona?

-No sacamos nada de él. Así que mi hijo, al cabo de unos días de intentarlo, y viendo que seguía aterrado, que no era capaz casi ni de salir de casa, contrató a un detective que fue preguntando por la zona dónde sabíamos que había estado. Viendo cámaras como la policía. Acababa de dejar a sus primos, como él les llamaba, al hijo de Lys y al de Camile. Volvía a casa. Y al cruzar por un paso de cebra, un tipo le llamó desde un coche. Dejó el coche en medio, en realidad llevaba chófer, y fue en su busca. Eloy echó a correr. El tipo tuvo la intención de seguirlo, pero se dio cuenta de que estaba llamando demasiado la atención. Volvió al coche y sin más desapareció.

-¿Se le ve la cara en las imágenes de esa cámara?

Elodie asintió con la cabeza, despacio.

-¿Lo conoces?

Elodie se echó a llorar. Era incapaz de decir palabra, aunque Jorge la había recostado sobre su hombro, para apoyarla en su desazón. Léa entonces tomó la palabra.

-Todo esto, llevó mucho tiempo. Cuando el detective que contrató Jacques, encontró esas imágenes, Eloy ya había muerto. El hombre que salió del coche y asustó a Eloy era Gustave Meyer. Es socio de Jacques en algunos negocios. No se tratan con familiaridad, pero …

-Los negocios son los negocios – Marie fue la que intervino. Su rostro se había vuelto hierático. Álvar miró a su madre. Su visaje también cambió.

-¿No será socio tuyo, mamá?

Marie negó con la cabeza. Ante la persistencia de la mirada de su hijo, no le quedó más remedio que explicarse.

-Estamos negociando. Hace unos meses me propuso un negocio y …

-¿Cuándo fue esa propuesta?

La pregunta la había hecho Jorge.

-Dos meses. Una cosa así. Algo más, tres o cuatro. ¿En febrero?

Jorge entonces miró a Léa. Elodie había intensificado su llanto. Léa de repente había abierto mucho los ojos. Su mente parecía estar en ebullición.

-Este encuentro de Eloy con ese tipo, fue a mediados de enero.

-El 21. – atinó a decir Elodie arreciando en su llanto.

-Eloy murió el 17 de marzo.

Álvar se recostó en la silla sin apartar la mirada de su madre. Su gesto se había endurecido.

-¿Has firmado algo mamá? No puede ser casualidad. ¿Habías tratado antes con él?

-No. No y no. No he firmado nada, no lo conocía y no puede ser casualidad. Es un tipo que no me ha gustado nunca. Pero esta propuesta que me hizo venía a arreglar un desastre en uno de mis negocios, por la pandemia, ya sabes. Y le escuché.

-Pensabas asociarte con él, mamá. Te lo veo en la cara.

Álvar se arrepintió enseguida del tono que había empleado. Era más propio de un inquisidor que de un hijo que adoraba a su madre y con la que tenía grandes dosis de complicidad, como con su padre. Se levantó a besarla y a abrazarla. Sabía que debajo de esa capa de mujer de negocios, había una persona mucho más sensible. Y que no hacía falta explicarla lo que había pretendido ese tipo al proponerle un negocio.

-Así el amigo Gustave, a parte de tener atado a su socio Jacques, el padre adoptivo del chico, también tenía atado a la madre de un policía que está en la unidad que investiga esa trama.

Léa había puesto en voz alta el resumen de la situación en la que todos estaban pendientes. Las miradas volvieron a Marie.

-Tenía que haber firmado en Lyon, en el último viaje. Pero no sé por qué, puse una excusa y no lo hice. Es el negocio del siglo, pero algo me …

-¿Qué le dijiste? ¿Qué excusa le pusiste?

-Que tu padre estaba enfermo y que debía ir a acompañarlo. No mentía, en parte.

-Por eso volviste y lo acompañaste al médico. Iba a ir yo con él. Pensaste que te había puesto alguien a seguirte. Quisiste asegurarte que en los informes que recibiera, constara que habías acompañado de verdad a papá al hospital.

-Es su forma de hacer negocios – Lys intervino por primera vez en varios minutos – He de decir que mi marido y mi cuñado también tienen negocios con ese tipo. François y Ernest tienen una entrevista con él cuando volvamos a Francia.

-¿El amigo Gustave Meyer está casado? ¿Familia?

-Por supuesto. – Lys volvió a tomar las riendas de la conversación. – Su mujer es la del dinero. Sin ella sus negocios no existirían. Fue un pelotazo. No, perdón, braguetazo. Mantuvo cercanía con Sofie hasta que tuvo a sus dos hijos. Luego, la aparcó. Ahora, hacen casi vidas separadas. Ya tiene lo que quería: una mujer rica y dos hijos para atarla a él.

Se hizo un silencio casi opresivo en la mesa. Todos parecían estar dándole vueltas a lo que había escuchado. Elodie había cambiado hacía un rato el hombro de Jorge por el de su amiga. Jorge se había cruzado de brazos apoyándolos en la mesa. Recorría con la vista a todos los asistentes a la reunión.

-Me imagino que la propuesta de Damien del curso, sería sobre las mismas fechas. Y que Eloy se habría apuntado.

Lys buscó con la mirada a Elodie. Ésta arreció en su llanto a la vez que afirmaba con la cabeza.

Álvar suspiró con pesar antes de hablar. Abrió las manos, a modo de disculpa. Pero lanzó la pregunta:

-¿Cuál es la relación del embajador con ese Gustave Meyer?

Las tres mujeres francesas se miraron. En esa conversación silenciosa, fue a Lys a la que le tocó hablar.

-Sofie, la mujer de Meyer es la tía carnal de Damien.

-Eh voilà! – exclamó Jorge mostrando su enfado. – Acabamos de cerrar el círculo.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 38.

Capítulo 38.-

Si pudiera enamorar de un hombre, no serías tú, lo siento.”

…”

Sería Jorge Rios”.

…”

Lo siento. Sería mi elección de gustarme los hombres. Lo quiero. Desde el momento en que lo conocí

Jorge Rios.”.

Demasiados frentes abiertos. Demasiadas visitas y poco tiempo si quería ir al pueblo con Carmelo.

Aunque en ese tema también había habido un cambio repentino de planes. Carmelo le había llamado para decirle que el plan se aplazaba una semana. Laín debía grabar unas escenas que no habían quedado bien. Y urgía. Martín también debía rodar el sábado. Y para acabar los imprevistos, Cape había tenido que irse de viaje repentinamente.

-Pero si me ha llamado hace nada y…

-Ha debido ser justo después. Te ha debido llamar cuando han empezado a dar noticias de que nuestra casa había sido asaltada. Pues cuando han dicho que también estaban disparando en la notaría, ahí se ha largado en su avión privado. Me ha mandado un mensaje diciendo “me voy de viaje”. “Urgente”. Y ya está. Acércate al “Salvatierra” y tomamos algo. Tengo media hora.

Jorge le hizo caso. No tardaron nada en llegar. Se estaban desplegando varias unidades de la Unidad de Intervención de la Policía. Jorge prefirió no darse por enterado y caminó a paso vivo hacia el bar, rodeado por sus escoltas. Juraría que se habían multiplicado por dos desde la notaría.

-Pero nos vamos tú y yo. ¿Te parece? – le preguntó Carmelo nada más verlo entrar. – A Concejo – le aclaró al ver la cara de despiste que había puesto.

-Claro. – le respondió Jorge. – Estuvimos bien el otro día. Y de todas formas, nuestra casa está patas arriba. Hasta mañana no acabarán de repararlo todo. Bueno, mañana. Eso con suerte. Y la casa de Cape, lo siento, aunque sea para pasar una noche, va a ser que no.

-También tienes razón. No había caído en eso.

-Tengo la intención además de probar tu mesa en el bar del pueblo a ver como se escribe en ella.

-¿Ya me vas a quitar la mesa? – A Carmelo le salió su mejor gesto de sorpresa y falso enfado. – No me lo puedo creer. Ya sé por qué no te he llevado antes a Concejo.

-Somos como un matrimonio. Lo tuyo es mío. – apuntó en tono de guasa Jorge. – Lo dice todo el mundo. Lo sabe todo el mundo, corrijo.

-Salvo Cape. – bromeó Carmelo.

-Salvo Cape – Jorge le dio la razón sonriendo – Además, sabes que no me importa si te sientas a mi lado mientras escribo. De hecho, me gusta.

-Somos pareja cuando te interesa. Y gracias por dejarme sentar en mi propia mesa. Además, no me sueles hacer ni puto caso cuando me siento mientras escribes.

-Tú lo has dicho, escribo. Si escribo… escribo. Si te hago carantoñas, te las hago. Y si te hago el amor, no estoy tomando notas en la molesquine.

-O sea que solo precisas mi apoyo testimonial.

-Cuando escribo sí. Tu apoyo presencial. El testimonio tampoco es imprescindible en esos momentos. En el caso de las carantoñas y el sexo, preferiría que tuvieras un papel participativo. Intenso además. Apasionado.

-Me estoy imaginando la escena. Los dos en un estimulante 69 y de repente, dejas de comerme la polla y dices: “Espera un momento, que se me ha ocurrido que la Paulina Rubio le pregunte al frutero por la procedencia de las nectarinas”. Te vas a buscar la molesquine y me dejas a mí ahí, tirado en la alfombra con mi tranca babeando.

-Pues no te creas que a veces… se me ocurren cosas en esos momentos de pasión.

-Joder. Ya me lo estaba temiendo. Cualquier día me dejas a medio orgasmo por apuntar …

-Ya te digo.

-Lo dicho, solo me quieres como pareja cuando te interesa. Ahora para quitarme la mesa y ni siquiera me compensas… con esas pasiones y amores de las que hablas. Y total, cualquier día me dejas tirado con la polla dura a punto de explotar …

-¿No tienes otros sinónimos de pene que polla y tranca? Hay algunos más delicados.

-Pero solo uso los que más te producen picazón. – Carmelo le guiñó el ojo picarón. – Bebe el café, que se te va a enfriar. Café con leche… leche de…

-¿Leche de qué? Que no me entere que te ordeñas para usar tu leche en el café.

-¡¡Qué burro!! Mi polla solo saca su mejor leche dentro de ti, escritor.

-Huy, huy, huy… tú solo piensas en el sexo, rubito. Porque cuando antes hablabas de compensación, no creo que te refieras a una compensación económica. Y que conste que sé que en esa mesa no pone reservado, ni siquiera una placa en la que diga: esta mesa es de Dani, el de la Hermida.

-Eso es derecho consuetudinario. Es un derecho adquirido por el uso o costumbre. Y tú no, no, tú no piensas en el sexo. – dijo en tono exagerado con un matiz de sarcasmo – ¿Y eso que crece…?

-Pero sé un poco más delicado, joder. Y no me mires el paquete. Estamos en un sitio público. Me gustaría poder seguir viniendo de vez en cuando aquí sin que se me caiga la cara de vergüenza.

-¿La polla quieres decir? ¿Qué no te mire la tranca? – Carmelo disfrutaba a veces de emplear un lenguaje más soez lo cual solía conseguir que Jorge se mostrara indignado por su falta de delicadeza. Y ese día lo estaba gozando.

-No. Es inexacto. No me miras el miembro viril – Jorge le hizo un gesto con el brazo para remarcar el sinónimo que había empleado para referirse al órgano sexual del hombre. “Te jodes”. – Porque estoy vestido. En todo caso me miras el bulto que hace al reaccionar a tus provocaciones manuales, verbales y visuales.

Carmelo le puso la mano sobre sus órganos sexuales. Jorge sonrió y no hizo nada por apartarse. Al revés, apretó esa zona contra la mano del actor.

-Si palpita y todo.

-Si babeas y todo, rubito. – Jorge le pasó la mano por la comisura de los labios, como si le fuera a limpiar la baba.

-La dureza de tu pene, no es para menos. El que no iba a poder empalmarse después de esos años de drogas.

-Estoy pensando en el vecino, en el del cuarto, no en Pere, que te estoy viendo venir, rubito. El del cuarto me pone a cien. – le picó Jorge.

-¿Con ese te lo montas cuando no estoy en tu casa?

-Y a veces cuando estás. Me escabullo y me voy a su casa y nos lo montamos en el salón.

-Con sus tres hermanos mirando y sus padres.

-¡¡Y la abuela!!

-Que por cierto es simpatiquísima.

-Un amor – corroboró Jorge.

-Ya, ya, entiendo. ¿Y ya te invitan a las celebraciones familiares?

-Pero les he dicho que no… ¿Dejas de tocarme el paquete por favor? Quiero conseguir que mi miembro deje de palpitar. Y que afloje un poco. Empieza a ser molesto.

-Duele ¿eh? Eso te lo arreglo yo en un momento. Quiero decir, te lo relajo… todo sea para que deje de dolerte, querido. No me gusta que sufras.

-Luego, luego. Cuanta chufla tienes hoy. Yo llevo sufriendo todo el día y tú… de chufla. Y no querido, todavía no estoy preparado a que me la comas en medio del bar. Ahora si no te importa, debemos irnos. Tu móvil no hace más que emitir pitidos de todos tipos y volúmenes. Has conseguido que nos mire todo el mundo. Entre nuestra conversación, tu mano permanentemente bajo la mesa sobre mi paquete, tu mirada lasciva y tu móvil que parece una orquesta sinfónica…

-Pesados son. Y todo para hacer el canelo. En ese rodaje ya no sabe nadie de que va. Estoy metido en dos líos… éste y el de Londres…  joder.

-Esperemos que se arregle.

-Éstas películas no tienen arreglo. Imposible. En un par de meses todo va a cambiar. Con suerte Tirso estará listo para comenzar en ese tiempo o un mes más como mucho. Y les mando a todos a freír espárragos. ¿De verdad que no quieres participar en el guion?

De repente Carmelo se había puesto serio. Ya lo habían comentado muchas veces. Jorge siempre se había mostrado contrario a esa posibilidad. Pero a Carmelo le apetecía que aceptara. Por eso seguía insistiendo en cuanto tenía ocasión.

-Mejor no. Si hay problemas o te ves en la necesidad, me meto. Pero al ser un libro mío, prefiero… verlo desde la barrera. Yo tengo la imagen de la historia muy… quiero decir, que …  podría ser muy radical si sugieren cambios que a mí no me gustarían… prefiero que tus guionistas trabajen sin cortapisas. Confío en vosotros. ¿Nos vamos?

-Sí, espera que pago. – dijo Carmelo.

-Ya lo han apuntado a mi cuenta, no te preocupes.

-Está bien saberlo. A partir de ahora te dejaré …

-A partir de ahora pagarás mi cuenta, querido. Tú ganas más que yo.

-Eso lo dudo. Primero me quitas mi mesa del bar de Concejo, ahora quieres que vaya por los bares pagando tus cafés y tus limonadas… Y perdona, después de toda la pasta que te voy a pagar por los derechos de Tirso. Me vas a dejar en la indigencia, en pelota picada pidiendo en una esquina.

-Y luego el que tiene fama de dramático soy yo – Jorge no pudo evitar soltar una carcajada.

-Me gusta verte reír, y más hoy – dijo Carmelo abrazando a Jorge ya en la calle.

Jorge besó a Carmelo en los labios y le acarició la cara con su mano. Sonrió y se separó de él para irse hacia su caravana. Carmelo se fue hacia el otro lado para volverse al rodaje, que estaban trabajando en una calle cercana.

Cuando ya estaba al lado del coche, Jorge recibió un mensaje del actor.

Te has perdido la oportunidad de tener tu primera experiencia de sexo en público.”

Jorge sonrió mientras contestaba.

Querido, es muy presuntuoso por tu parte que pienses en que eres el único que puede incitarme a esas… experiencias.”

-Jorge, por dios. Escribe los mensajes en el coche. Te quedas parado en medio de la calle – le recriminó Hugo. – Parece que quieres que los malos hagan prácticas de tiro. ¿No has tenido bastante por hoy?

-Perdona. Todavía no me doy cuenta de esas cosas.

Ya tenía ganas de ponerse en camino hacia Concejo. El plan de ir solo con Carmelo le apetecía. Aprovecharía para hablar con el abogado. Debía poner en orden sus ideas respecto a lo que quería de él. Al final la aparición de ese Otilio les había impedido hablar a solas y con detalle. Lo único que había sacado en claro, es que se ocuparía de sus asuntos. Aunque también Jorge notó durante un momento que Óliver tenía miedo. Algo de lo que dijo Valbuena lo había asustado. O a lo mejor fue la simple presencia de ese hombre allí. A él también le pareció agobiante. Ese tono de seguridad disfrazado de dulzura. Ese tono de amenaza revestido de la piel de unos buenos consejos de una persona ya de una edad. Ese hombre debía andar por lo setenta fácilmente, pensó Jorge. “Ese es de los que, por mucho que les oigas decir que lo van a dejar todo el día menos pensado, no lo dejarán nunca. El poder tiene esos efectos para algunas personas. Y ese hombre, tenía mucho de eso. Poder e influencias. Y contactos.

Hugo no había exagerado en su comentario respecto a Rubén. Cuando llegó al hospital, se encontró con un joven que solo miraba por la ventana, sentado en una silla. Los hombros hundidos. Los labios resecos. La frente apoyada en el cristal como si no tuviera fuerzas para sostener la cabeza erguida. Nadie era capaz de hacerle reaccionar, según le había comentado el personal al llegar.

Nadia, por otro lado, seguía con todos sus dispositivos electrónicos apagados y sin posibilidad de localizarla. Jorge tenía por costumbre llamarla de vez en cuando. Le gustaba la sensación de imaginarse a Nadia encendiendo un momento el teléfono y viendo todas las llamadas de Jorge. Y la supuesta tía de Rubén no daba señales de vida. Esa jodida tía ¿Quién era en realidad? La policía no le había informado de nada al respecto. Debería llamar a Carmen. “Algo sabrán de ella”, pensó. Aunque a Jorge, lo que le interesaba de verdad en lo que se relacionaba con esa mujer era las verdaderas intenciones para pedirle que lo cuidara en sus salidas nocturnas. A lo mejor todo había sido una pantomima de la propia Nadia. Ya no descartaba nada. Su concepto de su antigua amiga iba empeorando por momentos. La afirmación contundente de Aitor de que ella había sido la que se había bajado las novelas, había sido el último clavo que cerró el ataúd de su amistad con ella. Al menos así dejaría de buscar otras alternativas a la más evidente.

-Otro problema – comentó Jorge con Hugo desde el pasillo, mirando al chico. – El papel de este pobre en todo este asunto me desconcierta – dijo para si sin dejar de observarlo.

-Otra víctima. A lo mejor pasaba por el sitio equivocado.

-En muchos de los escenarios que se me pasan por la cabeza, no sale bien parado.

Hugo lo miró extrañado. Le hubiera gustado profundizar en esa afirmación del escritor, pero éste no le dio opción.

En la puerta de la habitación estaban dos policías que por el equipamiento que llevaban no eran unos recién salidos de la academia. Se habían tomado en serio su seguridad. Y estaban bien aprendidos porque lo conocían y le dejaron entrar sin problemas. Aunque luego pensó que al que conocerían era a Hugo. Se sintió mal por haberse vuelto un engreído. “Me halagan demasiado”, pensó para sí. Debía buscar alguien que le dijera que era una mierda y que nadie lo conocía ni lo leía.

-Llevamos haciendo turnos desde hace dos días. Y cuando vinimos ya estaba así. Casi ni come. Hay un enfermero al que le hace un poco de caso. Teníamos la teoría de que lo conocía de antes.

-Dadme el nombre, a lo mejor habría que investigarlo. – pidió Hugo.

-Ya está. Se nos pasó por la cabeza. Dimos parte de él así como de un médico que aparentemente no tenía relación, pero que parecía preocuparse mucho por él. No tienen ninguna relación, está comprobado. Simplemente se preocupan por un paciente. El otro día el médico discutió a voz en grito con el Director del Hospital. Parece que éste quería que firmara algo que el médico se negó en redondo.

-Se enfrentaron con dureza. – siguió explicando el compañero – El Director quería imponerle unas directrices y unas medicaciones. Y el médico se negó. Dijo que si quería seguir ese tratamiento, que lo firmara él bajo su responsabilidad. El Director le amenazó gravemente, pero el médico le retó. No se achantó en ningún momento.

-De todas formas no nos fiamos. Uno de los tres siempre está dentro. – y señalaron una esquina en dónde ahora que lo mostraban estaba una compañera suya.

Hugo les hizo un gesto de reconocimiento.

Jorge estaba molesto. Había hablado con una enfermera y con un médico por teléfono un par de veces y siempre le habían dicho lo mismo: “le estamos haciendo muchas pruebas. Está un poco cansado. Ya le avisaremos cuando pueda recibir visitas. Seguro que le hará bien, habla mucho de usted.” Ni una palabra de que estuviera casi catatónico. Y en ese estado, no creía que nadie le hubiera escuchado hablar ni de él, ni de nadie. Todo era mentira. Debería buscar a esos médicos y enfermeras con los que había hablado. Lástima que no se le ocurriera apuntarse sus nombres. Tenía que empezar a coger la costumbre de grabar sus conversaciones. Al menos en las que aparecían nombres u otros datos que merecía la pena recordar.

-Pere está en la planta de arriba – le susurró Hugo. – Solo tiene cortes por los cristales que se rompieron con los disparos. Está muy enfadado, me dicen. Se siente un inútil.

Jorge se sonrió. Tenía en el correo dos relatos que le había enviado. El hombre se había aficionado a escribir con eso de fingir que era él cuando se iba de casa. Y tras unos principios titubeantes, algunos de los relatos le habían empezado a gustar. Luego leería uno de ellos. Para comentarlo con él y que se sintiera mejor.

Volvió a marcar el teléfono de Nadia. Esta vez le salió un mensaje que decía que “Este teléfono tiene restringidas las llamadas entrantes”. Jorge se quedó mirando su aparato incrédulo.

-Me ha bloqueado las llamadas. La hija de puta. Se ha conectado un momento solo para hacer eso. Será hija de puta… pues se va a joder, porque aunque las rechace, le van a seguir llegando los avisos de mis llamadas. – Jorge volvió a marcar hasta que escuchó el mensaje. Colgó y volvió a marcar. – Me lo voy a pasar como los enanos.

-Ya dará de baja el teléfono. A lo mejor ya sabemos quién le dio a Dimas tus novelas.

-En realidad, por mucho que le de vueltas, no hay muchas más opciones. – Jorge no había comentado las averiguaciones que le había contado Aitor. – Pues hay que buscar ocho novelas por el mundo.

-¿Ocho? – Hugo se llevó las manos a la cabeza. – ¿Tenías ocho novelas escritas sin publicar?

Jorge no lo pudo evitar. Aunque había prometido a Aitor dejar de jugar con ese tema, no se había podido resistir.

-En realidad alguna más. Una que he publicado ahora, otra que encontró tu equipo en alemán y algunas más. Más otras tres que tengo casi acabadas, pendientes de una última lectura en voz alta a ver como suenan. En una de ellas tengo que hacer unas modificaciones, cambiar el nombre a un personaje y enfatizar algunas escenas para que concuerden bien con el desarrollo de la historia que cambió hacia la mitad del libro.

Jorge se sonrió pensando en lo que le diría Aitor si lo estaba escuchando. No se resistía a comprobar la reacción de sus interlocutores al contarles ese aspecto de su vida.

-Por eso pusiste esa cara cuando te dije el título de la novela que me había mandado Javier – Hugo afirmaba con la cabeza al haber resuelto una duda que tenía desde ese momento.

Jorge recibió de inmediato un mensaje. No quiso leerlo. Sabía que era de Aitor para recriminarle

-Es un delito que tengas ese montón de novelas en el cajón. ¿Sabes la de foros que hay en Internet que te pedían encarecidamente que publicaras? Debería estar tipificado como delito en el Código penal.

-No, no tenía ni idea. – Jorge puso su mejor cara de ignorante inocente.

-¿No te lo dijo tu editor?

-Pues no. Yo pensaba que era solo él el que echaba de menos que publicara y todo por los beneficios que le provocaba.

-Para nada. Había encendidos debates al respecto. Muchos clamaban por recabar firmas pidiéndote que volvieras a publicar. La gente discutía sobre ello. Había dos bandos: los que pensaban que se te había acabado la inspiración, y otros, los que creían que tenías cientos de novelas escritas pendientes de publicar. Este grupo se apoyaba en las noticias que salían de como te habían visto en tal o cual bar escribiendo como si no hubiera un mañana.

-De esos foros habrán sacado la idea de robarme y publicar mis inéditas por el mundo. Si había ese clamor… antes de hacerlo era ya un negocio redondo. Y sin pagar al autor. Solo tenían que preocuparse por si caía en mis manos uno de esos libros. Son cuatro los que pueden haberlas leído.

-El que te pudieras enterar era pura casualidad. Si investigamos, seguro que encontramos esa nueva novela en Argentina o en México. O hasta en Colombia, que dices que tienes amigos. Salvo que hicieran una adaptación para el cine y le ofrecieran uno de los papeles a Carmelo, por ejemplo. El personaje de Tirso, es muy comentado que todos le ven a Carmelo haciéndolo.

-O a ti.

-Yo no estoy en el mercado. Ahora mismo, aunque quisiera, no creo que fuera capaz de hacer ese papel. Es duro… mi ánimo no me acompañaría. Me rompería. No soy como Carmelo que se quita la ropa del personaje y se olvida. Yo me lo llevaba a casa. No del todo, eso hubiera sido una locura. Pero no lograba desconectar al cien, ni siquiera al cincuenta. Ahora no tendría la fortaleza mental para afrontar un personaje tan duro y con tantas aristas.

-Alguna cosita pequeña has hecho.

-Pero eran cameos. Con amigos. Volvamos a lo nuestro – a Hugo no le apetecía hablar de él y mucho menos de su carrera como actor. Ya había notado el interés que tenía Jorge en sonsacarle cosas de su pasado. Pero él no estaba por darle acceso a esa parte de su vida. Ya se empezaba a arrepentir de haberle comentado su relación con los personajes que había interpretado mientras se dedicaba a ello. Al menos, Jorge parecía no haber caído en las implicaciones de lo que le había comentado al acabar la excursión por la embajada francesa. – Son ocho personas las que leyeron tus novelas. – Cambió de tema radical.

-No son ocho. Exactamente son Nadia, Carmelo y Cape. Pere y Juliana. Juana mi suegra no ha querido leerlas hasta que las publicara. No tiene acceso a mis archivos. Me quería presionar, como Rubén. Rubén leyó la que se acaba de publicar aquí, pero en una copia en papel que imprimí yo en casa. Era el chivo expiatorio perfecto. Nunca ha tenido acceso a la nube tampoco. Y Jorgito. Y Martín y Quirce. Sí, son ocho. Y mi vigilante informático. Nueve con él. Ya no sé ni contar. Nadia no tenía acceso más que a esas ocho novelas, y cuarenta y tres relatos. Como Pere y Juliana. Carmelo, Martín, Aitor tenían acceso a más historias que estaban apartadas. Aunque Martín y Aitor son los únicos que han leído de esas otras carpetas. Carmelo se pensaba que solo quería que viera la carpeta de Nadia. Ni siquiera intentó entrar en las otras. Por pudor.

-¿Jorgito sí y Clara y su madre no? Es raro ¿no?

-No. Clara no. Nunca estuvo en mi ánimo dejar a la niña acceso. Y su madre tampoco… Y es extraño. Con lo amigos que éramos, nunca me lo pidió. Y también es curioso que yo no se lo ofreciera. Solo lo hice con Jorgito. Y haciéndole jurar por lo más sagrado que no se lo iba a contar a nadie. Clarita es menos de fiar para eso. Para eso y para todo, según vimos en el colegio. Acuérdate. Con los cuentos, empezó a hacer fotocopias y pasarlas a sus amigas. Eso fue una decisión consciente. Yo creo que llegó a venderlos incluso. No dije nada, pero no los escribí para que presumiera. Así que no le volví a dar nada.

-¿Confías en Jorgito? O sea en que …

-No, no ha sido él. Lo supe al verlo en la cárcel. Y lo sé también por los cuentos que le escribí. Sé que muchos han leído esos cuentos. Ya te digo, que hicieron copias y se las dieron a quien consideraron pertinente. Todos los amigos de Clara y por extensión los de Jorgito. Y algunos amigos de Dimas con niños. Pero solo han leído la serie primera que escribí. Son los cuentos “oficiales”. Los que posiblemente publique dentro de unas semanas. Luego seguí escribiendo más cuentos, hasta el año pasado. Cada año eran como siete u ocho. Esos solo se los dejé a Jorgito. Eran mi regalo de Navidad. Para él. Solo para él. De esos, nadie se ha enterado. Nadie sabe de su existencia. Ha sido Nadia. No puede ser otra.

Jorge no acababa de entender por qué se resistía a contar a Hugo que Aitor lo había comprobado y lo tenía acreditado, así como los intentos de hackear su nube y sus sistemas informáticos. Pero no varió su decisión.

-Era tu amiga.

-Me ayudó mucho cuando murió Nando. Por eso duele más la traición. Y la duda. Si ha sido capaz de hacer eso ¿Con qué otra cosa me sorprenderé en un futuro? ¿En qué más me ha traicionado? Y sobre todo ¿Desde cuando? Es importante esta pregunta. Porque me entra la duda de si alguna vez fue de fiar. Si ha sido de verdad mi amiga en algún momento, o por contra, siempre ha jugado en el equipo contrario. Sin ella y sin mi suegra creo que me hubiera quitado de en medio. Esa ha sido mi creencia y esa ha sido la confianza que tenía en ella. Ahora, todo eso… tengo que reprocesar todos estos años. No entiendo su motivación. Será el dinero. Sí, tengo que reinterpretar algunos encuentros, algunas conversaciones. Algo se me rompió dentro de mi alma, de mi vida, de mis recuerdos en aquella comida en la que le anuncié mi decisión de publicar de nuevo. Y esa sensación rara se acrecentó cuando Dimas se unió a la reunión. Y pensar que cuando lo abracé, me entraron remordimientos por no haberle dado alguna novela en todos estos años y haberle puesto en una situación delicada en su trabajo. Su posición en la editorial dependía de mi obra, de mis ventas.

-Vaya. Pero eso en realidad… él sacaba beneficio extra de otros sitios…

A Hugo se le escapó un gesto de incomprensión. No le habían pasado desapercibidos los comentarios de Jorgito en la cárcel y algunos otros que había escuchado en otros foros. Jorge le parecía un hombre extremadamente sensible, que captaba los menores gestos de las personas y las más ligeras variaciones en la entonación al hablar. No era una persona a la que sería fácil engañar. Y le engañaron. Y sus más cercanos.

-Mira, Rubén ha girado la cabeza hacia aquí. Me está mirando. Voy a entrar a probar suerte. Espera, coge esta tablet. – Jorge se conectó a la nube y se bajó dos documentos. – Déjame tu teléfono, por favor.

Hugo se lo tendió. Jorge escribió un mensaje, una serie de letras y números sin aparente significado, que mandó a un número de teléfono. Al cabo de diez segundos, el teléfono sonó. La llamada era desde un número oculto.

-¿Estás bien escritor? Parece que has enfadado a alguien. Hay muchos comentarios sobre la ensalada de tiros con la que “tus amigos” han aliñado las calles de Madrid esta mañana. No has leído mi mensaje.

-Bien, Aitor. Te necesito. Te voy a pasar con Hugo, es mi ángel de la guarda. Le guías para que ponga la tablet de forma que solo se pueda leer los dos documentos que he bajado. Son dos novelas. Quiero que el resto de la tablet desaparezca o sea inaccesible, y que borres toda referencia a mi nube y vuelvas a escanearla y en su caso cambiar contraseñas y lo que haga falta. Debe ser una tablet blindada. Y que vigiles todo con atención. Actúa como si fueras poli y tuvieras que demostrar luego ante un juez la culpabilidad de quien sea. Hazlo también con lo que me contaste el otro día. También te pediría que revisaras de nuevo todos mis dispositivos. Y la nube. Y las copias de seguridad. Todo.

-Define ángel de la guarda.

El tono de Aitor era jocoso. Tenía ganas de mofarse de alguien. Y parecía que había decidido que su objetivo del día fuera Hugo.

-Policía. Me ha salvado la vida. Y está cañón. – le animó Jorge, que decidió hacerle pagar su parquedad a la hora de hablar de su pasado. Y el no haberle contado que hacía acabado la traducción de las primeras páginas de esa novela en alemán.

Hugo lo miró casi ofendido.

-Pásamelo. Ocúpate del chico. Tienes razón, el poli está cañón. Pásamelo a ver si me lo ligo.

-¿Me has escuchado el resto? – le preguntó Jorge.

-Tú pasas de mis comentarios y de mis mensajes, yo paso de tus instrucciones. Reiterativas, innecesarias, llegan tarde y parece mentira que a estas alturas me digas que tengo que bla, bla, bla. Voy mil kilómetros por delante de ti en todos esos aspectos. Aunque sé que en realidad, lo has dicho para que te escuchen los que pueden oírte ahora.

Jorge hizo un gesto de resignación. Aunque en su interior estaba orgulloso de Aitor.

-Pásame al poli buenorro.

-Ten. Hazle caso – le recomendó a Hugo.

-No voy a ligar con él. Ni lo sueñes.

Hugo puso su mejor gesto de indignación e incredulidad. Jorge tuvo la impresión de que si en lugar de él, hubiera sido otra persona, se hubiera ido con cajas destempladas. Esta vez, ser un escritor conocido había jugado en su favor.

-Hazle caso en lo de la tablet. Lo otro ya es cosa vuestra. Y cuando la tengas me la pasas. Por favor.

Hugo se puso al teléfono no demasiado convencido y nada contento. Mientras, Jorge entraba despacio y silencioso en la habitación. Rubén lo seguía con la mirada. Pero a parte de observarlo, no hacía el más mínimo gesto con la cabeza o con el cuerpo. Jorge acercó una silla a la ventana y se puso al lado del joven. Puso su mano sobre la de él. Pensó que la iba a apartar, pero no, la mantuvo quieta. Así estuvieron casi un cuarto de hora. Hugo los miraba desde el pasillo. Ya había acabado con la tablet pero no quiso romper esa frágil comunicación entre los dos. En un momento dado, Jorge percibió que el chico movía los labios y aguzó el oído a la vez que intentaba leérselos.

-Mi madre tenía razón, debo morir. Todo lo que toco, lo ensucio. Lo supe cuando hablé con el chico. Aparte, soy un cobarde. No tenía que haberme acercado a ti. Perdona.

Quiso contestarle, convencerlo de que eso no era verdad. De que su madre no tenía razón y de que él no había ensuciado nada. Pero intuyó que no le iba a escuchar. Optó entonces por apretarle la mano. Pero muy ligeramente. Con la otra mano, hizo un pequeño gesto destinado a Hugo para que entrara. Lo entendió y le acercó la tablet. Y en un volumen casi tan bajo como el que había empleado el chico le dijo.

-Querías leer. Querías que publicara. Me convenciste. He publicado. Ahora tienes un trabajo que hacer. Te dejo aquí dos novelas. Debes leerlas y decirme cual será la siguiente que debo publicar. Hoy es viernes, te dejo hasta el miércoles. Me voy de viaje. La contraseña es el año en que nació el personaje principal de “deJuan” y el nombre de la madre de Jaime, el protagonista de “Esa maldita noche”.

-No tengo fuerzas. – dijo con una voz apenas audible.

-Sí, las tienes. Cuando las leas, las comentamos. Es lo que te gusta. Me lo has dicho siempre, desde que nos conocemos. Necesito leer tus libros, me dijiste. Te doy la oportunidad de ser único. De leer dos libros que nadie ha leído. Y de ayudarme a elegir la próxima novela que voy a publicar.

Jorge se levantó. Le puso la mano en el mentón y giró su cabeza hacia él. Y le dio un beso en la mejilla.

-Confío en ti.

Sonrió. Se dio media vuelta y salió de la habitación.

-Aguzad el oído y la vista. Ese chico es un peligro para alguien. Y él lo sabe. Quiere morir por lo mío, pero sobre todo por lo suyo. Quiere morir y otros quieren que lo haga.

-Quieres decir que se va a dejar matar – Hugo no acababa de entender lo que había querido decir.

-La tablet puede ponerlo en peligro. Más quiero decir – apuntó uno de los policías que lo custodiaban.

Entonces Hugo sonrió:

-La tablet es una trampa.

Jorge no dijo nada. Ni siquiera hizo un gesto. Hugo pensó que parecía otra persona a la que conoció hacía ya una semana. Intensa semana. Había visto no menos de cinco Jorges distintos. Cada día era una sorpresa con él. El Jorge de ese instante, no tenía nada que ver con el de la notaría, hacía apenas un par de horas. Ni con el de la Embajada. Ni mucho menos tenía nada que ver con ese que parecía un fantasma deslizándose por las calles de Madrid. O esa persona hosca que no sabía enfrentarse a la gente cuando le abordaban para que les firmara un libro, y cuyas imágenes llenaban las plataformas de vídeos.

Subieron a la planta de arriba. Pere los recibió con alborozo. Parecía que se había metido un tripi. Estaba muy excitado. Juliana lo miraba con resignación.

-No ha sido culpa mía – repetía una y otra vez. Y le hablaba de los disparos, y de los cristales rotos, y de como se clavó uno en una rodilla y que le fallaron las fuerzas para arrastrarse, que ya estaba viejo, que se iba a poner en forma…

-Y llegó esa chica Flor, y tiró de mí con una fuerza, madre mía. Y me sentí seguro cuando llegó y el otro, fue a la ventana y disparó, vaya que si disparó. Creo que le dio al matón de los cojones. Y joder, Juli estaba en el pasillo y lloraba.

-Bueno, tanto como llorar… – comentó Juliana esgrimiendo una paciencia infinita.

-He escrito dos relatos y otro que tenía en el ordenador, se habrá perdido. Los lees, ¿Eh? Y me dices que te parecen. Y tengo una idea que luego…

Seguía hablando. Pero poco a poco lo iba haciendo más despacio. Aunque él luchaba, se le iban cerrando los ojos. Y al final se quedó dormido. Entró una enfermera:

-Ha sido el shock. Está agotado. Dormirá diez horas seguidas. Se mantenía despierto por verle a usted.

-¿Quieres que te lleve? – le ofreció Jorge a su vecina. – No puedes hacer nada aquí.

La mujer asintió con la cabeza. Parecía afectada por lo que le había sucedido a su vecino y amigo.

Pasaron por su casa. La policía todavía estaba trabajando en ella. Y en el edifico de enfrente desde donde habían disparado. El compañero de Flor había acertado en sus disparos. La percepción de Pere había sido correcta. Yeray, que había acabado en la escena de la notaria, y Kevin fueron a buscarlo para que les acompañara al piso desde donde habían disparado a su casa. El asaltante yacía muerto en un charco de sangre. Cuando Jorge lo vio, le recordó a alguien. Pero no cayó hasta que volvían a su casa cruzando la calle para hacer una maleta con su ropa.

-Joder, el camarero de aquel día, hace siglos, la segunda vez que me encontré con Carmelo. Uno de los que le hicimos esperar hasta las mil porque se nos fue la cabeza hablando.

-¿Estás seguro? – le insistió Kevin.

-Sí. Por esa pequeña cicatriz en la comisura del labio. Me la apropié y se la adjudiqué a un personaje de “deJuan”. Por eso le gusta a Carmelo tanto esa novela: fue la primera que publiqué desde que lo conocí.

-¿Y era camarero de allí?

-No le volví a ver. Y suelo ir a menudo. Es el Café Moderno. Nos sacamos una foto y todo. Para que no se enfadaran demasiado.

-¿Y no tendrás la foto? – se interesó Yeray.

-Carmelo a lo mejor. La sacó él. Pero la habrá borrado. No creo que guarde los selfies que se saca con la gente. Y eso fue hace mucho tiempo.

-Pero estabas tú en la foto. A lo mejor la guardó. – apunto Kevin. – Y fue un día especial para vosotros. A partir de ese día, si no recuerdo mal, no habéis perdido el contacto. Fue el principio.

-No había caído en ese detalle. Tienes razón. Ahora le preguntamos. Voy a coger un par de calzoncillos y de camisas. ¿Te vienes a Concejo, Hugo? ¿Cómo vais a hacer para la vigilancia?

-Mis compañeros salen de turno ahora. Yo te acompaño.

-¿Y no descansas nunca?

-En Concejo. Si mis fuentes son fiables allí todo el pueblo vigilará por nosotros. Si aparece un perro que no es del pueblo, lo sabremos a las cinco minutos.

-Vaya.

Al final cogió algo más que dos camisas y dos mudas. Y no se olvidó de guardar el relato que estaba escribiendo Pere. Era un milagro que el ordenador no hubiera sufrido daño alguno con el desastre que se había convertido esa parte de la casa.

-¿Te mando una empresa especializada en estos desastres? Son colegas y muy eficientes.

-A tu criterio.

-Son caros.

-Hazlo. Y vamos, que llegamos tarde.

-No te preocupes, ponemos las sirenas.

-Ni de coña. Lo que me hacía falta. No tentemos a la suerte. No entiendo como esto no está lleno de periodistas.

-Están saliendo algunas cosas en los digitales y en la tele. De hecho han tomado imágenes antes. Pero todo el mundo está con las vacunas y las olas de la pandemia. Esa periodista con la que coincidiste en Espejo Público ha comentado que ha hablado contigo y que le has dicho que estabas bien, que nadie de tu entorno había resultado herido. Que no querías darle mayor importancia y que por eso preferías no hablar de ello en público. A partir de ahí, se ha zanjado el tema.

-Será lo único bueno que ha tenido todo esto del COVID. Luego a ver si llamo a Roberta para darle las gracias.

Necesito leer tus libros: Capítulo 36.

Capítulo 36.- 

Jacinto perdió a su hijo.

Ahora lo echa de menos. Antes no.

Un día su hijo llegó a casa de madrugada. Su madre se levantó de la cama asustada por el estruendo que hizo al entrar.

Miguel tenía veintidós. Jacinto no sabía discernir cuando se torció. No estuvieron atentos. Al menos lo suficiente. Echaban la culpa a las malas compañías. Problemas en casa no había tenido nunca. O eso pensaban su madre y él. Pero empezó a beber, primero. Luego pasó a la hierba. Y luego acabó con heroína. O cocaína, no sabía. No quiso saber. No pudo saber.

Esa mañana, como otras, su madre se levantó al sentir que llegaba. Por si quería cenar algo o desayunar o no se encontraba bien. Ese día no lo podía obviar. Su marido le decía que no era su esclava. Pero era tal el escándalo que había montado…

Lo encontró tirado en la cocina, debajo de toda la pila de platos y de uno de los armarios de la cocina. Lo había tirado y todo había caído encima de él. Su madre intentó ayudarlo. Pero él la rechazó. La empujó. La dio un manotazo con tan mala suerte que le dio en la cara. Cayó al suelo con tan mala suerte, de nuevo, que se cortó. Gritó. Y eso sí, a pesar de la pastilla, despertó a Jacinto.

No estaba muy lúcido todavía cuando llegó a la cocina. Tardó en comprender lo que veían sus ojos. Su hijo sudando a mares, con los ojos enrojecidos, y con un gesto de furia en ellos. Su mujer en el suelo, sangrando, con la cara que empezaba a hincharse. Y el chico que se levantaba y quería pegar a su madre de nuevo, porque todo era culpa de ella. Le había puesto una trampa, decía.

-Dame el dinero. Dame el dinero – repetía.

Luego la cosa se calmó. Pidió perdón, se trató en un centro. Luego otra vez ocurrió, y volvieron al “No lo volveré a hacer”…

Pero siempre volvían al punto de partida. A esa madrugada, a la furia incontenible. Luego perdón, perdón.

Jacinto se plantó. Un día cualquiera. Podía haber sido el anterior, o haber esperado dos más o tres. Fue ese día. Dijo no. No, inapelable, incontestable, rotundo, definitivo.

No, cuando su mujer le dijo que esta vez iba a ser la buena.

No, cuando su hijo pidió perdón por enésima vez.

No.

-No quiero volverte a ver, Miguel.

A Jacinto le rompió algo por dentro decir esas palabras. Su hijo se había convertido en un peligro para el resto de la familia. Nunca se había propuesto de verdad dejarlo. Y su madre

-Ya has oído a tu padre: fuera de aquí. – dijo la madre apoyando a su marido, a la vez resignada y rota.

No volvieron a verse. Las fiestas familiares eran de cuatro. Ninguno lo echaba de menos, al principio. Pero Jacinto, siempre tenía un momento para quedarse abstraído y recordar cuando el joven Miguel era como un apéndice de su padre. Y entonces, a veces mirando por la ventana, a veces con la mirada perdida en la pared, sentía un dolor inmenso a la altura del corazón. Era como si se lo hubieran extirpado el mismo día que su hijo salió por última vez de la casa.

Pere Pujol.

-Pere. – dijo Jorge nada más escuchar que su interlocutor contestaba al teléfono.

-Hombre Jorge. Aquí estoy dándole al ordenador y jurando en hebreo, como tú. Joder, he estado mejorando el relato que te gustó, el de Jacinto. Y creo que…

-Déjalo de momento. – le interrumpió el escritor – Sal de casa.

-Pero estoy inspirado. He escrito a parte de éste, dos relatos muy bonitos.

-Seguro. Luego los leo. Ahora deja todo como está y vete a tu casa. Y no te asomes a la ventana.

-¿He hecho algo mal?

-No, pero cabe la posibilidad de que alguien te confunda conmigo, y te intente hacer daño.

-Pues que vengan, que les daré su merecido. Y de eso se trataba, de que pensaran que estabas en casa.

-Hazme caso, Pere, por favor. Aquello era distinto. Esto no es un juego. Deja todo como está, y sal de casa.

-Vale, vale. Espero que se guarden…

-Por favor, sal. Esto va en serio. No te entretengas, por favor. Ya escribirás otros relatos esta tarde.

-Ya me voy. Me estoy levantando de la silla. – se quejó el vecino. No le gustaba que le atosigaran. Desde que se jubiló, se prometió que nadie le iba a meter prisa ni a levantar la voz. Pero el escritor, por la urgencia y la tensión, lo había hecho. Y con él siempre había sido muy educado.

De repente se escucharon a través del teléfono, como unos impactos sordos y unos cristales que se rompían. Se oyeron unos juramentos provenientes de Pere y un ruido fuerte seguramente producido por el vecino cayendo al suelo.

-Pere – requirió Jorge intentando en vano conservar la calma. – ¡¡La hostia puta!! ¡¡¡¡Eso han sido disparos!!!! ¡¡¡¡Hugo!!!! ¡¡La hostia de mi puta madre!!

Jorge apartó un momento el terminal del oído para coger un poco de resuello. No quería pensar siquiera en la posibilidad de que a su vecino le hubieran herido.

-¡¡Pere!! – gritó fuera de sí.

-Hugo, llama a Juliana. Que no entre. Es la hora en la que suelen almorzar. ¡¡Joder, rápido!! ¡¡Llama de una puta vez!! – apremió a su escolta – ¡¡Pere!! – gritó de nuevo Jorge a través de su teléfono.

-Estoy bien. ¡La hostia puta! Están friendo a tiros. Parece una peli del oeste. Me he tirado al suelo. Casi me rompo la crisma. El espejo está hecho añicos como los cristales de la puerta de la terraza. Joder, joder. Te juro que yo no he hecho nada…

-Arrástrate hacia la salida, Pere – le pidió Jorge en tono pausado. – No levantes la cabeza.

-No soy un chaval, joder. Tengo setenta años. Joder vuelven a disparar.

Jorge volvió a escuchar esos sonidos sordos y el posterior ruido de algo que se rompía hecho añicos. Cada vez estaba más nervioso. Y de nuevo ese sonido. Efectivamente había podido escuchar dos nuevos disparos. Más cristales rotos y otro ruido como si se hubiera caído un mueble. Quizás unas baldas que tenía colgadas de la pared de enfrente a la puerta de la terraza.

-Y me he hecho daño en la rodilla. La siento húmeda, joder, no puedo llegar a ella. ¡La hostia puta! ¡Joder! Me duele la hostia. Todo el suelo está lleno de cristales. Me he debido cortar. ¡¡¡Agggg!!! ¡¡¡Joder!!! ¡¡¡Duele!!! Ser viejo es una mierda. La ostia puta, ese hijo de puta podía dejar de disparar. No me atrevo a levantar la cabeza, joder. Tiene que estar en el edificio de enfrente. Hijo de la gran puta.

-Sal, por Dios. Y no tienes más que sesenta y nueve. No te hagas la víctima – bromeó Jorge para intentar quitarle el miedo a Pere. Él mismo intentaba respirar despacio y profundo para evitar que el ataque de ansiedad que le estaba rondando, se hiciera con su cuerpo – Haz un esfuerzo. Haz palanca con tus brazos, agárrate a las patas de la mesa, a la alfombra… avanza poco a poco.

-Flor y Juan están subiendo. Estaban de guardia. Ya se habían dado cuenta. Van refuerzos. – le anunció Hugo todo excitado. – En dos minutos estará allí media plantilla de la Policía y de la Guardia Civil.

-El edifico en obras de enfrente. Seguro. – afirmó Jorge. – No hay otra posibilidad.

-Ya van para allá más unidades – insistió Hugo. – Media plantilla de la Policía – repitió sin darse cuenta. Él mismo se había puesto nervioso.

-Si me agarro a las patas de la mesa, a lo mejor la tiro y me cae encima. Ya te dije que era muy moderna y que no aguantaría mucho peso. El ordenador…

-Que le den por culo al ordenador, Pere, hostias. Agárrate a lo que puedas y tira hacia fuera, joder. Y esa mesa es más fuerte de lo que aparenta. ¡Sal de ahí, cojones!

-Juliana, no entres en casa de Jorge – Hugo había logrado contactar con la vecina.

-¿Pero que pasa?

-No te acerques.

-Pere está ahí. Llevo el almuerzo. He quedado. – dijo una Juliana resuelta a no faltar a su cita. No entendía nada. – Y además, he oído ruidos. Me parece que el espejo del baño se ha acabado por caer. Ya se lo dije al escritor, que había que asegurarlo. A lo mejor Pere necesita mi ayuda.

-Ahora suben Flor y Juan. Sacarán a Pere.

-¿Sacar a Pere? ¿De qué Juan me hablas? Flor es muy maja, la conozco. ¿Se ha enfadado por algo el escritor? Si es por lo del espejo del baño, ya estaba… se lo avisé… que no piense que Pere el pobre lo ha tirado…

Hugo colgó el teléfono sin contestar a la vecina.

-Vamos yendo al notario – dijo Jorge en tono perentorio.

-¿Pero esto de que va? No acabo de entender que reacciones con esas prisas solo porque te lo haya dicho ese chico. Esto no puede tener relación con …

-Es que me lo ha dicho, pero recuerda que tu jefe, me preguntó por los beneficiarios de mi testamento. ¿No recuerdas?

-Joder. – Hugo no recordaba ese detalle.

-Muy sencillo. Muero yo, hereda Jorgito. Clara y Nadia, no lo olvidemos. Y podrán acceder a todo mi porfolio inédito.

-Y muere Jorgito … y heredan sus padres.

-Da igual. También está Nadia. Esto es delirante. Tampoco tengo tanto dinero.

-Pero al chico le pueden dominar sin matarlo. No necesitan acabar con él. Y sobre todo a la chica.

-El chico se ha rebelado. No quiere traicionar a sus padres, todavía. Pero tampoco quiere traicionarme a mí. Por eso está donde está. Todo ha sido una trampa. Seguido vamos a ver a Rubén, a ver que cuenta. Si no le han matado. O a lo mejor es todo más elaborado y fingen una trampa y el chico finge estar de mi lado para luego, quitarme la pasta una vez muerto.

-Se te ha ido un poco el argumento. No vale para tu próxima novela. Y Rubén, pues poco va a contar. Me dice Carmen Polana que se ha sumido en una depresión de caballo. Que ni habla, ni come ni nada. Ha debido acercarse a charlar con él y se ha encontrado ese panorama.

-Nadie me ha avisado. Dije en el hospital…

-Me da que es algo raro. Lo están investigando. Si te sirve de consuelo, a nosotros tampoco nos han avisado. Creo que Carmen se ha enfadado un poco.

-Pues no, no me sirve de consuelo. Quedé con el personal del hospital en que me llamaban con cualquier novedad. Me van a oír. Es una falta de… respeto, de… todo joder.

Jorge no hacía más que pasarse la mano por el pelo. Parecía que peinarse era su forma preferida de relajarse en ese momento. Ahora se arrepentía de haberse dejado arrastrar por toda esa actividad y no haber parado un rato para acercarse al hospital.

-Esto es exagerado por unos derechos de novelas. Puede ser dinero, pero… ¿Tanto como para todo este follón?

-¿Y si en China han hecho series de tus libros? ¿O han contratado a otro escritor para que escriba una secuela, como hicieron los herederos de ese escritor sueco que murió? Puede ser mucho dinero. Y muchos delitos. Robo, suplantación de identidad, propiedad intelectual. Y yo al menos no tengo ni idea de lo que puede vender un escritor que tenga éxito en China. O en Corea. Puede que hablemos de muchos millones de euros. No subestimes lo que vendes. Y sinceramente, me extraña que no valores el dinero que tienes y tu patrimonio y digas que eso no vale la pena. Y sobre todo que no tengas conciencia de lo que valen los derechos de tu obra. La que has publicado y la que tienes pendiente. Recuerda también que en alguna de tus novelas, alguien ha matado por mil euros. Lo has escrito tú. Y te diría más: han matado hasta por veinte en la vida real. O por una botella de vino peleón. Y tú lo sabes, escritor. Claro que tu patrimonio y los derechos futuros de tu obra vale todo este follón. Y ésto no ha hecho más que empezar.

-Pero aún así. Me parece mucha movida para eso. Si es esa sicaria profesional, cobrará una pasta. Y ya es el segundo intento de matar, que conozcamos.

-Lo raro es que esté fallando. Esa mujer no suele fallar. Si es ella, claro. La del parque lo era. Pero hoy…

-Puede ser suerte. Pere a lo mejor se ha agachado de repente al avisarle nosotros. O le han fallado las rodillas al incorporarse, a veces le pasa. Y en el parque, aparecisteis de repente. No se esperaba que me diera cuenta que me seguía.

-O ha fallado a posta.

-¿Y eso que escenario nos deja?

-Ni idea. No se me ocurre nada. Ponte este chaleco. Si te lo pones debajo de la camisa casi no se nota. Es el último modelo. Seguro y fino.

-Será mejor que lo lleves tú.

-No discutas, póntelo. Yo llevo el mío.

Le hizo caso. Era cierto, apenas se notaba debajo de la camisa. Era como si llevara una camiseta de invierno debajo. El teléfono sonó. Era Cape.

-Que estoy viendo tu casa en las noticias. ¿Estás bien?

-No estoy allí. Ni Carmelo tampoco. En todo caso un vecino, estoy esperando novedades. Me voy al notario a firmar un testamento nuevo.

-¿Vas a quitar a los chicos?

-Sí. No quiero que a Jorgito le pase algo. Está acojonado, ya te contaré. Y vosotros al loro. Mi suegra es mi primera heredera. Luego estáis vosotros. Y si pasa algo, a tu Fundación. Pero al loro por si acaso.

-Luego hablamos. En el pueblo te quedas en casa. Laín y Mártins se quedan en la Hermida 3. Va Paula también. Felipe y Eduardo nuestros vecinos se están ocupando de prepararlo todo. Mártins y Carmelo deben estar lúcidos y van a acabar antes de lo previsto el rodaje.

-Menudos dos.

-Cierto. Y así van a tener libre un día más la semana que viene. Así que sin problemas el viaje. Lo único es que no podré estar con vosotros todo el tiempo.

-¿Y eso?

-Tengo mis propias batallas. Se me ha complicado. Tengo que volver a Amsterdam y desde allí me iré a Sidney.

-Viaje largo de narices. Bueno. Me debes una entonces.

-¿Cómo que te debo una? Tú te sacas esas deudas… que esto no es uno de tus relatos. Tenemos que echar cuentas, capullo.

-Te pones de una forma… si es que … ains.

-No te hagas la víctima.

-Salgo del coche, hemos llegado al notario.

-Espera a que te diga Hugo.

-Hay prisa.

-Oigo disparos. – Cape iba a colgar pero justo entonces los escuchó.

-No es aquí. Los oigo también. Aunque Hugo ha desenfundado la pistola.

-Vamos. – conminó Hugo – Hay que entrar deprisa en la notaría. Los disparos son dos calles arriba. El tipo se ha escapado.

-¿Es casualidad? – preguntó un Jorge cada vez más superado por la situación.

-No. Han pillado a uno que venía hacia aquí a toda leche. Va armado hasta los dientes. Al pararle para identificarlo, ha empezado a disparar. Nos movemos – gritó por el intercomunicador a sus compañeros.

Hugo abrió la puerta del coche y al momento cuatro escoltas rodearon a Jorge. Se movieron deprisa hasta el portal en donde se encontraba la notaría. El secretario de la misma estaba esperando en la puerta.

-Por aquí, la Notaria le espera.

Caminaron por un pasillo. Al pasar por las distintas dependencias a las que daba distribución, vio como en muchas de ellas había hombres y mujeres que parecían policías de paisano y policías uniformados. Seguía creyendo que ese despliegue era excesivo, aunque los disparos que había escuchado en la calle provenientes de un individuo al que habían interceptado camino de la notaría, le hacían creer que a lo mejor, todo eso no era una exageración. No dejaba de incomodarle. Se estaba volviendo loco. Era demasiada gente para proteger a alguien que al fin y al cabo, solo era un escritor.

Llegaron a una habitación con una amplia mesa y varias sillas a su alrededor. Allí también había dos policías, además de Hugo.

Una mujer entró por la misma puerta que había utilizado Jorge.

-Soy Julia Martínez, notaria. Encantado de conocerlo – le tendió el puño que Jorge chocó. – Óliver me ha mandado los datos para su nuevo testamento. Hemos estado hablando de la mejor opción para blindarlo como usted quiere. Creemos que ha quedado perfecto. Ahora mismo en cuanto lo firmemos, lo mandaremos al registro de últimas voluntades. Compruebe los datos suyos y de los beneficiarios. Faltarían los DNI de Daniel Morán y Daniel Gutiérrez. Imagino que son los nombres reales.

-Hugo, teléfono seguro. – Jorge extendió la mano hacia el policía. Éste le acercó su móvil.

-Dani, necesito tu DNI y el de Cape.

Se los dio y la notaria los fue apuntando en el borrador y se lo pasó a uno de sus colaboradores para que emitiera el documento definitivo.

El primer disparo que escucharon que venía del exterior, hizo que todos dieran un salto en las sillas que ocupaban. Había sonado muy cerca, no como la vez anterior. Jorge miró preocupado a Hugo. Esta vez parecían estar al lado de la notaría. Jorge pensó que había sido incluso en la puerta.

-Fuera de las ventanas. – gritó uno de los policías.

Hugo y sus dos compañeros presentes en la sala lo agarraron y lo obligaron a meterse debajo de la mesa, a la vez que indicaban a la notaria que hiciera lo mismo. Jorge volvió a notar como sudaba a mares, como en el parque. No quiso ni pensar en si olería a sudor o no. Le costaba respirar. La notaria tenía la mano en el pecho. Estaba aguantando la respiración. Jorge pensó que estaba rezando. Volvieron a sonar disparos. De varios tipos. Estaba claro que todo estaba ocurriendo en la puerta de la notaría. Alguien les había seguido. O quizás, alguien les informaba de sus movimientos.

Volvieron a escuchar varios disparos. Eran ruidos distintos. Jorge pensó que había un tiroteo. Quiso pensar que la policía estaba intentando controlar al asaltante. Pero era solo un pensamiento. ¿Y si eran más los asaltantes y eran sus propios escoltas que se habían quedado en la puerta los que habían sido abatidos? O Una patrulla de la Ciudadana que hubiera acudido en ayuda. Eso le estaba poniendo histérico. Apartó esa posibilidad de su cabeza. Aunque no pudo evitar que se le erizaran los vellos del cuerpo y que volviera a sudar a mares.

Jorge cada vez estaba más nervioso. Notaba como sus tripas parecían revolverse. Miró a la notaria y comprobó que a ella le pasaba algo parecido, aunque más avanzado. Le llegó un olor inconfundible. La hizo un gesto para que no se preocupara. Ella lo miraba con vergüenza.

Volvieron a escucharse algunos disparos. A Jorge le pareció oír también gritos de varias personas dando el alto. Creyó escuchar también lo de “manos arriba”, “de rodillas”… aunque también pensó que se lo estaba inventando.

-Asaltante abatido – pudieron escuchar todos por el intercomunicador de Hugo, tras unos segundos de un silencio agobiante. – Perímetro seguro.

Jorge se relajó de inmediato. Hasta ese momento se había mantenido de rodillas, pero al escuchar esas palabras, se tiró al suelo de costado. Sin darse cuenta llevaba un rato aguantando la respiración. Respiró profundo unas cuantas veces. La Notaria hizo lo mismo. El asunto no debía haber durado más de cuatro o cinco minutos, pero a Jorge se le hizo eterno. Se incorporaron e instintivamente empezaron todos a colocarse la ropa. Apenas se miraban a la cara. La notaria se disculpó y corrió fuera de la sala. Jorge se sentó en una silla. Su aspecto era de un hombre derrotado. Las piernas le temblaban y estaba empapado de sudor. No quiso olerse los sobacos por si acaso. Quería preguntar a sus escoltas pero… no se atrevía a hacerlo. Hugo miraba por la ventana a la vez que hablaba por su sistema de comunicación y por el teléfono. Los otros escoltas estaban en tensión. Se habían colocado al lado de Jorge. Por la abertura de la puerta comprobó que habían subido un numeroso grupo de policías uniformados. Algunos de ellos se pusieron a interrogar al personal de la notaría.

Una secretaría entró decidida y se dirigió a Jorge.

-Me dice la notaria que si le apetece, le acompaño a los baños privados para que pueda refrescarse.

Jorge suspiró.

-Gracias. Se lo agradecería. De verdad.

La mujer le tendió una botella de agua mineral, que Jorge agradeció con una sonrisa, y le guió hacia unos baños exclusivos para el personal. Sus escoltas le acompañaban casi pegados a él. Y tres uniformados que se unieron a la comitiva. Tres armarios de casi dos metros, que sin duda eran de una Unidad de Intervención. Jorge entró en el servicio. Lo primero que hizo fue meterse en un reservado y sentarse. Sin poder evitarlo, se echó a llorar. Se sentía como un inútil. Ojala tuviera el temperamento de Carmelo. Cada vez que le contaba el momento en que les asaltaron en la Hermida y Carmen le dio una pistola y de repente se convirtió en su compañero, actuando como un policía, le carcomía la envidia. Él no era así.

Otro tema que no alcanzaba a entender era como en la embajada había sido capaz de enfrentarse a esos hombres, sin red, sin escoltas, sin nada, y ahora, parecía un pelele. Un enclenque, como decían los padres de Jorgito a punto de cagarse encima. Sudando a mares. Recitando el título de los capítulos de “La Casa Monforte” para intentar controlar su ataque de ansiedad. No entendía esa dualidad a la hora de enfrentarse a hechos en los que su integridad física estaba en peligro. Si tenía que elegir, claro, prefería comportarse como ese hombre dispuesto a machacar la cabeza del que se pusiera por delante.

Se decidió y se llevó la nariz a los sobacos. Parecía que al menos esta vez, no notaba olor a sudor.

Jorge escuchó un ruido inequívoco de alguien que entraba en los baños.

-Jorge soy Helga ¿Estás bien?

El escritor suspiró. Se le acababa el respiro. Aunque al menos era una persona en la que confiaba y que le había demostrado su afecto y fidelidad en numerosas ocasiones.

-No hay prisa – le dijo la policía. – Solo quiero saber si estás bien o si te puedo ayudar.

-Tranquila, estoy bien. Hasta he evitado cagarme encima. Cosa que hace un rato, me parecía imposible.

-No te preocupes. Si necesitas cambiarte, te subo algo de ropa. Si necesitas un agua o un chocolate, voy a por ello.

-No, de verdad. No hace falta. Ahora salgo. Aunque… si me consigues una camisa que no esté empapada de sudor…

-Dos minutos. Va un compañero. Yo estoy aquí fuera. Si necesitas, me dices. Con confianza. Que no te de apuro. No hay prisa. Tómate el tiempo que necesites, como si es hasta las ocho de la tarde. Aquí estoy para lo que necesites. A tu aire. Quédate ahí el tiempo que precises.

-Gracias Helga. Gracias por todo. El otro día se me olvidó…

-¡Que dices! Solo con la forma en que nos miras a todos, sentimos tu cariño y agradecimiento.

-De todas formas, gracias. – reiteró Jorge.

-De nada. Ya llega mi compañero con una camisa. Mira, es Raúl.

-Salgo.

Jorge abrió la puerta del reservado. Solo estaban Raúl y Helga. A los dos les conocía de sobra. Debían de haberse incorporado en el asalto. No les tocaba estar con él. Los que llevaba ese día, salvo Hugo, era la primera vez que los veía. Raúl le ayudó a quitarse la americana.

-Te he subido otro chaleco. Me imagino… sí, está empapado.

-Que vergüenza.

-Que sepas que yo en mi primera operación me cagué – le dijo Raúl. – Literalmente. Tiré toda la ropa que llevaba.

-Lo mismo puedes hacer con esa camisa. No quiero ni verla de nuevo – le dijo Jorge.

Helga le tendió una toalla. Jorge se secó con fuerza. Ya estaba seco, pero seguía frotándose. Helga le puso la mano sobre la suya. Y le miró sonriendo. Jorge volvió a respirar. Sin darse cuenta había vuelto a aguantar la respiración. Los dos policías le ayudaron a vestirse de nuevo. Jorge se desabrochó los pantalones para meterse la camisa. Helga le peinó con los dedos y le colocó bien el cuello.

-¿No te pones la americana?

-Tírala también.

Raúl rápidamente se quitó la suya y se la tendió.

-Póntela. Es de tu talla. Yo me quedo con la tuya.

-No quiero…

-Por favor – le dijo el policía – es mi sueño, tener algún recuerdo tuyo – dijo poniendo cara de pillo. – Y que tu lleves la mía.

-Eres fan y yo sin enterarme. Seguro que en el coche llevas veinte libros míos para que te los firme. Nunca me has dicho nada.

Raúl fue el que sintió vergüenza ahora.

-Es tímido el hombre – dijo Helga con un gesto de cariño hacia su compañero.

-Hacemos una cosa. Un día que libres, te acercas a casa con ellos y te invito a un café. Y te los firmo mientras charlamos. Además, ahora que pienso, te debo un café, por el que nos preparaste el otro día.

-No quiero molestar… y eso fue una bobada. No me costó nada.

-Dijo el que me ha dejado su ropa para cambiarme. Y el que el otro día se preocupó de que no saliera de casa sin nada en el estómago después de mi brusco despertar.

Jorge se miró al espejo. No le gustaba lo que veía, pero reconocía que no era buen juez de si mismo en ese momento. Al menos la ropa de Raúl le sentaba bien. Y tenía buen gusto eligiéndola. Le gustaba.

-¿Cómo estoy?

-Estupendo – dijeron a coro los dos escoltas.

-Pues volvamos. Acabemos con lo que veníamos a hacer.

Cuando Jorge salió de los baños, se encontró con los tres armarios uniformados que le habían seguido antes. No se habían movido de la puerta. Helga y Raúl caminaban a su lado. Fueron a otra sala distinta, esta interior y sin ventanas. No parecía que nadie quisiera correr el más mínimo riesgo. La notaria le esperaba ya.

-Perdóneme, Sra. Notaria. La hemos invadido y la hemos puesto en peligro, y la hemos hecho sentir incómoda. Y encima ahora la hago esperar.

-No es su culpa, D. Jorge. Me compensa la próxima vez que venga firmándome uno de sus libros.

La mujer ya había recobrado el aplomo. También se había cambiado de ropa. Y se había retocado el maquillaje. Jorge estaba seguro que hasta se había duchado.

-Eso está hecho. Y al resto de su personal.

-Alguno de mis compañeros sé que lo agradecerán. Le leen con pasión.

-Aquí tiene Dña. Julia.

Leyó el documento que le tendía su colaboradora y le pareció ajustado a lo hablado.

-Tenga, échele un vistazo.

La notaria se levantó de la silla y se puso detrás de él. Le puso un documento delante y otro al lado. Parecían dos copias del mismo, pero no lo eran. Jorge se giró para mirarla y darle las gracias en silencio.

-¿Donde firmo?

-Deme antes su DNI, si no le importa.

Sacó su carnet. La Notaria lo comprobó.

-No es la primera persona conocida que viene y resulta que ha dado el nombre con el que es conocido, no su filiación legal. Ya puede firmar al pie.

Una vez que estampó su firma, la Notaria hizo lo propio.

-Ahora le preparamos el original y un par de copias simples. Y lo enviamos por medios digitales al Registro de últimas voluntades. Y con esto ya estaría.

-Óliver se encargará de recogerlo todo. – le dijo Jorge.

Se despidieron de D. Julia, la Notaria. Jorge se hizo alguna foto con alguno de los empleados que se lo pidieron. Con la misma rapidez que invadieron las oficinas, las abandonaron. Aunque la excitación que produjo su visita, tardaría horas en disiparse.

En la calle se encontraron con un escenario en ebullición. La zona estaba cortada, los miembros de las Unidades de Intervención controlaban un gran perímetro alrededor de la notaría. Pudo ver a muchos policías preguntando a los viandantes. Y otros, salían y entraban de los portales. Yeray le saludó con la mano en la distancia. Se lo pensó, y le hizo una seña para que se acercara. Jorge fue, aunque no le apetecía demasiado. Yeray estaba a los pies de lo que parecía ser un cadáver. Pero a ese hombre, en la vida le podría negar nada. Chocaron los puños y luego Yeray chocó su pecho con el del escritor. Éste no se esperaba ese gesto y le salió un poco de aquella forma. Sonrió levantando las cejas a modo de disculpa.

-La próxima vez, prometo hacerlo mejor.

-Te lo recordaré, escritor. Me gustaría que le echaras un vistazo. He pensado que a lo mejor te suena de haberlo visto cerca de ti. ¿Te importa?

Jorge levantó de nuevo las cejas y se pasó la mano por el pelo varias veces. No es que fuera algo que le hiciera muchas gracia, pero era Yeray el que se lo pedía. Así que negó con la cabeza y se dispuso a mirar al fallecido.

-Lo que quieras – dijo al final.

Yeray se agachó y quitó la manta térmica que cubría el cuerpo. Jorge se quedó de nuevo sin respiración. Helga levantó las cejas y miró al escritor.

-Yeray, llama a Carmen. – le dijo Helga.

-Ya sé lo de la embajada. – les dijo sonriendo.

-Pues ya sabes quien es ese. Uno de los cinco.

-A ese le diste bien – dijo Helga a Jorge, sonriendo ligeramente.

Yeray volvió a tapar el cadáver. Jorge se encogió de hombros. Volvió a pasarse la mano por su pelo. Parecía uno de esos jóvenes siempre pendiente de su peinado. No sabía que decir. Había sido una verdadera sorpresa.

-Yo no creo que tenga nada que ver con ese suceso – le aclaró Yeray. – Más bien tiene que ver con tu testamento.

-Ya os o olíais. Javier …

-Era solo una posibilidad. Lo de Jorgito cojea por todos lados. Y cada vez que descubrimos algo, cojea más. Había que buscar alternativas – explicó Yeray. – No todos compartían estas alternativas…

-Seguro que el Quiñones ese no las compartía – soltó Jorge de repente.

Yeray se lo quedó mirando con una sonrisa en los labios. Prefirió callarse pero Jorge supo que había acertado.

-Kevin te espera en tu casa. Cuando acabes con tu ronda de visitas, allí seguirá. Tiene para rato. Espero reunirme con él luego.

-Como disfrutas viéndome sufrir – bromeó Jorge.

Yeray soltó una carcajada que frenó rápidamente. No era una actitud apropiada para estar delante de un cadáver. Jorge le tendió la mano para despedirse. Y esta vez sí, chocaron el pecho como si Jorge hubiera saludado así toda la vida.

-Guay escritor.

-¿Nos vamos? – preguntó Hugo acercándose.

-Va a ser que sí. – respondió Jorge emprendiendo el camino hacia los coches.

Necesito leer tus libros: Capítulo 19.

Capítulo 19.-

 

Allí en el suelo, tirado en el parque, con el joven policía encima de él, protegiéndolo, obligándolo a mantener la cabeza pegada al suelo. El sueño de su vida. Un hombre joven abrazándolo. Lástima que por encima silbaran unas balas que estaban buscando destinatario. Se imaginaba a los misiles o a los torpedos que buscan sus víctimas estudiando las fuentes de calor de los alrededores. En su caso, en ese momento, lo tendrían fácil. Para alguien con buen humor y que no estuviera en esa situación y tuviera la ligera convicción de que el destinatario era él, podría decir que el calor provenía del rozamiento de dos cuerpos que se desean. En este caso, era mucho decir de esas dos personas. Pero en realidad, había una fuente de calor pero por razones diferentes: estaba aterrorizado. El miedo. El pánico. Nunca había amado la vida con pasión. De hecho, durante grandes períodos de tiempo, deseó morir. Era demasiado cobarde para intentarlo él mismo. Pero pensaba que si por alguna causa la vida le daba un zarpazo, lo asumiría con alegría. Ahora, esa tarde, con un chico agradable a la vista y al tacto manteniendo su cabeza hundida en el polvo, sudaba a mares de la calentura que le había producido el miedo. En un momento en que su protector bajó la presión de su mano, levantó ligeramente la cabeza y la vio irse entre la espesura. Eso sí, tocada por el disparo de su protector silencioso y a parte del sistema. Estaba lejos, pero estaba convencido que le miró durante un segundo. Y esa mirada era una amenaza en toda regla. Venía a decir que la siguiente vez, no fallaría.

Se levantó del suelo como si fuera un zombie. Miraba a todos lados sin ver nada. Durante un momento dudó incluso que todo lo que había pasado no fuera fruto de su imaginación. O que estuviera todavía en la cama, teniendo una pesadilla, como las que hacía años que no tenía. Se sacudió la ropa para quitarse el polvo del suelo. De repente notó el olor a sudor que desprendía su cuerpo. No era posible. Su protector le observó como se llevaba la nariz a la axila y gesticulaba expresando su incredulidad.

-Es normal. Ante situaciones así el cuerpo reacciona de manera excepcional.

Pero para él no era normal. Odiaba el olor a sudor. Ese policía no olía a sudor. Seguía oliendo a colonia fresca. Él en cambio no, se daba vergüenza a sí mismo. Por el olor y por el pánico. Era una sensación a la que no estaba acostumbrado. Era nuevo para él. ¿O no lo era?

Jorge Rios.

Para Jorge, la reunión con el jefe supremo de la policía, el jefe de la Unidad Especial, Javier Marcos, fue una absoluta pérdida de tiempo. Lo único que sacó fue un compromiso para comer un día de la semana siguiente, algo que le era completamente indiferente. Pero por una vez se guardó lo que pensaba al respecto y aceptó el compromiso. El comisario, no obstante, le había caído bien. Tenía el aspecto de un adolescente, pero mirándole a los ojos supo que tenía algunos años más de los que aparentaba y un mundo de sufrimientos vistos y vividos. Vio a un hombre inteligente pero que se dejaba llevar por las intuiciones y las sensaciones inexplicables. Pero sobre todo vio a una buena persona. Sin dobleces. Y vio en todos sus compañeros respeto y también cariño. Carmen era claro que lo adoraba y estaba orgullosa de él.

Que como estaba, que esa mujer era una asesina muy eficaz, que habían tenido suerte de que no hubiera heridos, Yeray y Kevin, bien gracias y Hugo había hecho el trabajo muy bien. Eso sí, será mejor que lo siga a todas partes.

-¿Hasta a mear?

-Hasta a cagar – le dijo contundente, aunque en tono distendido.

-Pues tendrás que ponerme más escoltas, el pobre si no va a acabar muerto de agotamiento. Tengo un horario cuando menos raro.

-Lo vamos a hacer. El día que os juntéis los Danis y tú, vais a tener casi treinta policías en la puerta a dónde vayáis.

-Como tengamos que invitarles a comer, va a ser una ruina.

-Míralo de otro modo: el restaurante se alegrará de vuestra visita.

-Me voy a poner a escribir para poder pagarlo – hizo un amago de abrir el portátil.

Jorge estaba que no sabía como estaba. Por un lado se sentía liberado. No había olvidado el consejo de Roger. No podía hacerlo además, al haberlo visto en el parque, pendiente de que todo saliera bien. Por otro, no le acababa de gustar la idea de ir con un ciento de policías a su alrededor. Estuvo tentado de contarles lo de Roger, pero se lo calló. No quería que se fijaran en él. Sabía que Roger tenía una carrera de delitos kilométrica, aunque nunca lo hubieran detenido. Pero sentía que le debía mucho. Quizás mucho más de lo que pudiera pensar. No podía traicionarlo. Y menos poner en peligro a su hijo. Debía buscar el momento de quedar con ellos y conocerlo.

-Creo que eso no será un problema. Por cierto, tenemos una duda. ¿Tiene testamento?

Javier interrumpió los pensamientos de Jorge.

-Si. Pero antiguo. Los chicos y Nadia eran beneficiarios. Son, vamos. Y si me vuelves a tratar de usted, me levanto y me largo y no me vuelves a ver el pelo.

-O sea que Jorgito y Clara. Y Nadia. – comentó Javier sonriendo por la apreciación del escritor.

-Son mis más cercanos. Juana mi suegra heredó lo de Nando. Le dije, pero no quiso nada. De hecho soy su beneficiario cuando muera. Al menos eso me ha dicho. No tengo más allegados. Carmelo y Cape no lo necesitan. Quiero decir, que pensé que Nadia y los chicos les vendría mejor mi dinero en caso de pasarme algo.

Javier Marcos pareció conforme con la respuesta. No la dio importancia ni hizo hincapié en la cuestión.

El comisario llevó la conversación hacia otro tema. Hablaron de sus novelas, del lanzamiento de la misma.

-¿Y no se va de gira? No sé como va eso. Como se organiza un lanzamiento, la promoción… firmas de libros… ahora todo ese tema será complicado.

Javier estaba expectante a ver como reaccionaba Jorge a que siguiera usando el voseo con él. Y que hubiera relajado la conversación hablando de otros temas.

-Otras veces sí me hubiera ido de gira, pero ahora es más difícil. – Jorge se hizo el loco. Le gustó ese juego de pique con Javier pero no quiso darse por enterado. – No he querido. Cuando esto pase, a lo mejor recorro algunas provincias, Burgos, Bilbao, Oviedo, Coruña, Pontevedra. Girona, Málaga, Murcia, Jaén, Alicante. Iré a Francia y a Alemania, allí vendo mucho. Y a Colombia y Argentina. Tengo muchos amigos allí. Y a Irlanda y Escocia. Dentro de unos días sí que iremos a París, Dublín y Edimburgo. Luego, posiblemente Londres. Veremos Alemania con lo del COVID. Pero entrevistas y poco más. Apenas un par de días en cada ciudad.

-Vende más que aquí – apuntó Hugo. – Las cifras de lo que vende en Alemania son astronómicas.

-Pues ya es vender.

-No me quejo. Esta última está yendo mejor que ninguna.

-Es muy buena – apuntó Carmen Polana que acababa de entrar. – Si no la has leído Javier, ponte con ella.

-Y ese chico Ignacio. ¿Que te parece?

Jorge no tenía una opinión de él. Siempre había parecido muy agradable con su ahijado. Parecían buenos amigos, aunque no muy cercanos. La verdad no supo decirles algún amigo íntimo de su ahijado. Los de clase, se llevaba bien. Pero no iban a casa. Y él no iba a la de ninguno. No se había dado cuenta de ese hecho hasta ese momento. “Definitivamente, Jorge, estás empanado”, pensó para él.

-No lo entiendo. – Jorge se aprestó a poner en voz alta sus pensamientos – No me había dado cuenta hasta ahora. Jorgito es sociable. Pero nunca vi a ningún amigo en su casa ni supe que él fuera a ninguna. Ni fiestas familiares en las que se unieran algunos de clase o del barrio. Ahora que lo pienso, si tuviera que citar a un amigo cercano sería Tomás. Tomás es negro. Y recuerdo a Igor, que es gay. Si es que eso de que fuera homófobo y racista, no me cuadra para nada. Que no.

-¿Vas a ir a visitar a tu ahijado?

-Pensaba ir esta tarde. Pero si quiero llegar a la cita a las siete, no me da tiempo. Mañana a lo mejor… la verdad es que me cuesta decidirme. Tampoco sé muy bien como tengo que hacer para verlo.

-Ya hemos puesto gente en el lugar de encuentro. Así no dan el cante si llegan a la misma hora. De lo de la cárcel, nos dices cuando piensas ir y lo preparamos nosotros.

-Una lástima que se escapara esa mujer – comentó Jorge. – Yo pensaba que era una detective.

-No. Se dio cuenta Yeray al sentarse. La conocía. Era una ex-vecina de Dani en el pueblo. De todas formas hay indicios de que fue herida. Lo que no sabemos es quién disparó. Allí no hay muchas cámaras.

-¡Ah! Maria Luisa o como se llamara.

-Rosa María – apuntó Carmen sonriendo. – Parece que se cuentan los secretos los Danis y usted.

-Somos buenos amigos. De hecho, Carmelo y yo tenemos pocos secretos, por no decir ninguno. Él tiene mis contraseñas del teléfono y yo tengo las suyas. De hace años. “Usted” – dijo marcando el pronombre – también les ha contado lo de Hugo.

-Para que no se sorprendiera al verlo. Se conocen, recuerde.

-Es cierto.

-¿Y desde cuando “se” conocen?¿De la época aquella? – Carmen también quiso jugar a marcar el voseo.

-Yo creo que un poco después. Conocí a Carmelo del Rio… tendría el 17 o 18 años. ¿19? En algún evento. Intentó ligarme, pero Nando andaba por allí. – No fue así exactamente pero tampoco le apetecía contarles la historia. Empezaba a estar cansado de esa reunión. De buena gana se hubiera levantado y se hubiera ido. Y eso que en el fondo, no le caían mal esos policías.

-Creía que su marido era de relaciones abiertas – apuntó Javier Marcos.

-Pero Carmelo del Rio era mucho Carmelo del Rio. Era famoso hasta decir basta. Ahora creo que tiene veintitrés millones de seguidores en redes. Si aquella época le pilla ahora, que todavía no era lo que es, tendría cincuenta millones. Y era un pibón del quince. Lo sigue siendo, pero de otra forma. En aquel entonces todos sus poros emitía feromonas sexuales. Era imposible resistirse. Y eso que en principio no era mi tipo.

-O sea que hubiera caído.

-No lo descarto. Y es que además, es inteligente. Culto. Escucha como pocos. Se acercó a mí y me empezó a hablar de mi última novela. Estuvimos casi hora y media hablando de ella en medio de una fiesta… – iba a decir que era una fiesta en la que la gente se despelotaba para follar, pero se arrepintió a tiempo – … loca. Música alta y bebida. – al final había contado más de lo que pensaba decir, porque “una fiesta loca” todos los de esa sala pensarían en droga también.

-Eso si es una fiesta.

-¿Y no conociste a nuestro Hugo? – preguntó interesado Javier.

-Sí. Me acabo de dar cuenta. Lo conocí. Además me lo presentó Carmelo. Ahora me acuerdo perfectamente.

Hugo apartó la mirada.

-Pero eso lo guardamos para nosotros – apuntó cauteloso Jorge. Su declaración había sido un arranque sin mucho sentido. Sabía que lo tenía que conocer, seguro, si había trabajado con Carmelo tanto tiempo como lo habían hecho. Y sentía que a parte, lo conocía de otra cosa. Pero no lo había recordado.

-Ese dispositivo que te metió el chico ese, Ignacio – entró el inspector Quiñones como una exhalación – es un sistema de seguimiento. No hemos podido localizar la base. Parece que la han desactivado.

-Hablemos de lo que vamos a hacer a las siete en el Starbucks de Arenal. Métete de momento la pastilla de Omeprazol en el bolsillo.

Le dijeron que se presentara como si nada en el sitio. De lo demás era mejor que no supiera, así no delataría a su gente.

-Y con estas, puedes volver a tu vida hasta las siete.

Javier sonrió. Era la primera vez que le tuteaba. Jorge puso cara de “ya era hora Javierito”.

Definitivamente le gustaba ese Javier. Lo que no quitó para que la reunión le hubiera parecido una patochada sin sentido y completamente intrascendente.

Así le despidió el comisario Marcos.

Decidió ir a su casa a ducharse. Estaba muy a disgusto con esa sensación de olor a sudor que no sabía si era real o era su subconsciente. Tiraría la ropa en cuanto se la quitara. No podría volver a ponérsela nunca.

Hugo lo acompañó. Debía seguir con su papel de asistente. Y siguiendo las órdenes del comisario, no se iba a separar de él en ningún momento. Al menos iba a intentarlo.

-Te puedes instalar en el despacho antiguo de Nando. Ya pediré mañana que te traigan un portátil nuevo. El ordenador es muy antiguo. Y lo que necesites. Haz una lista. O mejor, vas tu mismo a comprarlo. Te digo un par de tiendas en donde tengo cuenta abierta. Hay una habitación de invitados, por si quieres descansar.

Ninguno de los dos habló de lo que había pasado en el despacho de Javier Marcos. Y mucho menos de aquellos años en los que se encontraron por primera vez. Aunque los dos lo tenían en mente.

La pistolera los vio acercarse. Sabía que los dos policías no la reconocerían de lejos. Pero si se acercaban mucho, su disfraz no soportaría el escrutinio de unos ojos entrenados. Y los dos la tuvieron bien cerca, hacía no demasiado tiempo, cuando les disparó por sorpresa en aquella casa del pueblo.

Preparó su cuerpo para la acción. Pensó en atacar a Jorge Rios ya, ahora que todavía podía. Pero sus posibilidades de escapar serían nulas. Y estaba ese chico que se había sentado de repente con el escritor. Venía hablando por el teléfono con los auriculares.

Estaba tranquila. Su trabajo la gustaba. Ya rozaba los 50, pero no quería retirarse. No aguantaría una vida apacible, saliendo a correr por la mañana y luego darse un paseo tomando cafés por las terrazas de la ciudad que eligiera para vivir. Quizás Oporto, en la que nunca había trabajado. Había menos posibilidades de encontrarse con un antiguo compañero o con una antigua víctima. Pero su jubilación, debería esperar. Ese trabajo todavía tenía cuerda. Al menos dos años. O más.

Los dos policías se sentaron a su lado. No la habían reconocido. Uno de ellos se giró para pedir su documentación. Fue entonces cuando saltó y sacó su arma. Ellos reaccionaron de inmediato, eran buenos. No quiso matarlos, solo apuntó al torso para que el chaleco hiciera su trabajo. A uno de ellos era la segunda vez que no lo mataba. Pensó para sus adentros que no habría una tercera vez.

Miró al escritor antes de salir corriendo. Y sin pensarlo mucho, disparó cinco tiros. El chico que estaba con él lo empujó al suelo. Podía haberlo matado, pero prefirió meterle miedo. En un segundo se había metido entre los arbustos del parque. Lo tenía bien estudiado así que llegó en un par de minutos a la entrada de metro que estaba en uno de los laterales. Justo en ese momento, aparcaban dos coches de la policía que cerraron la salida del parque. Por cinco segundos, pensó.

-Me han sobrado cuatro, querido – murmuró feliz. Pese que para algunos ya era mayor para ese trabajo, estaba en plena forma. Ya tenía preparada la siguiente vez que dispararía contra Jorge Rios. Y esa vez, sería la definitiva

Jorge Rios”.