Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

.

Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

.

-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

.

Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

.

Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

.

Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

.

Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

.

Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

.

Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

.

Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 77.

Capítulo 77.-

.

Jorge apenas durmió un par de horas. Se levantó con cuidado de no despertar a Carmelo. Éste no le había engañado cuando le prometió que los mejores besos de la noche estaban por llegar e iban a ser en la cama. Los dos se habían entregado a la pasión con dedicación e interés.

Se sentó frente a su mesa. Encendió el ordenador. Buscó en su nube y en la carpeta que le había creado Aitor a la que solo podían acceder ellos dos. Pinchó el vídeo que le había dejado su amigo informático. Duraba algo más de hora y media.

Prácticamente no pudo sacar otras conclusiones de las que ya había hecho al verlo en directo. Pero pudo observar más detenidamente al chico de las fotos. Fue de los primeros en llegar. Al contrario que cuando se habían encontrado y les había pedido un selfie a Carmelo y a él, en la discoteca parecía un hombre distinto. Seguro de sí mismo, altanero, chulo. Mirando a todo el mundo, retador. Algunos hombres de todas las edades, intentaron acercarse a él con intención de acabar la noche en su cama. A todos rechazó con gestos que apenas suponían una mirada despreciativa o un gesto con la cabeza de asco. Sí, era asco.

Para Jorge era claro que su objetivo esa noche, era Gonzalo Bañolas. Con la información que tenía, se le escapaba la razón. Había personas, hombres más poderosos y atrayentes en esa discoteca que el tal Bañolas. Por lo que él sabía, se había apartado de la gestión del ingente patrimonio de su madre, refugiándose en un puesto directivo en esa empresa Uremerk. Ocupaba un puesto que, sin ser del montón, no destacaba especialmente ni por sus responsabilidades ni por el prestigio que le podía dar.

Uremerk era una empresa un poco desconcertante. No tenía claro a que se dedicaba. Parecía una empresa fundada a semejanza de la que creó Cape con quince años. Parecía especializada en gestión y desarrollo de APP para empresas y para la Administración Pública. También se dedicaban a comercializar otros tipos de software más encaminado a satisfacer a clientes domésticos. Pero no lo acababa de ver claro. En los últimos tiempos se había armado un cierto revuelo a causa de la marcha de algunos directivos importantes. En su marcha, a todas luces poco amistosa, se habían llevado parte de los clientes. Había leído en prensa especializada que los directivos que habían abandonado la compañía, se quejaban de que no les dejaban trabajar a gusto, que estaban perdiendo oportunidades de negocio a causa de unas políticas que nadie sabía explicar convenientemente. Se hablaba también de que el Consejo de Administración estaba buscando un nuevo Director en las empresas de la competencia. Incluso de había comentado de la última CEO de la empresa de Cape, aquella mujer que lo traicionó cuando Cape dio un paso atrás y dejó la gestión directa. Esa mujer luego tuvo que dejar la compañía, cuando Cape la vendió por sorpresa. Estuvo a punto de acabar en la cárcel. Solo la salvó un acuerdo extra-judicial en el último momento. Esa mujer había desaparecido del mapa. Todos estos comentarios y movimientos empresariales se veían favorecidos por la casi disolución de la antigua empresa de Cape, dividida en partes muy pequeñas por los nuevos dueños, ante la magnitud del desastre provocado por aquella mujer. Por mucho que lo intentaba, Jorge no recordaba el nombre.

-¡Emile Goliat! – gritó alegre por haberse acordado de repente del nombre de esa mujer.

Pero al chico de la foto, parecía interesarle solo Gonzalo Bañolas. Jorge se acordó que a parte del patrimonio que tenía la madre, él también había heredado una buena cantidad de dinero y propiedades de su padre. ¿Se movería ese joven por el dinero? Sus intenciones eran sujetas a interpretación, pero lo que era claro, es que fue a su encuentro en cuanto entró en el reservado.

Ovidio y Dimas entraron a la vez. Dimas parecía estar en su salsa y eso que no llevaba colgada del brazo a ninguna mujer. Parecía feliz. Nadie diría que tenía a un hijo en la cárcel acusado de homicidio frustrado. Y de haber sido despedido de su empresa. Aunque esa circunstancia todavía no estaba acreditada.

A Jorge le llamó la atención que Ovidio Calatrava no utilizara a su acompañante como le había explicado Smittie. Iba con él, estaba a unos pasos de él, pero el joven permanecía a la expectativa. No le parecía el mismo que le había presentado en la embajada, aunque no lo podía asegurar. En las imágenes en ningún momento se le veía con claridad. Jorge tenía idea de haberlo visto en alguna de esas fiestas clandestinas en horario de toque de queda. Su forma de estar le recordaba a alguien de los que había encontrado en esas situaciones. O en las fiestas a las que iba Rubén y en las que acababa borracho como una cuba.

Del período que vio en directo, apenas sacó más conclusiones que las que había sacado en su momento. Salvo que Ovidio era consciente de que Jorge estaba en el Number 1. Miró varias veces hacia allí sin hacer comentarios a sus colegas de reunión.

Maniobró en el vídeo para observar especialmente a Carletto cuando entró. Cuando lo estaba viendo en directo, el hecho de que Gonzalo Bañolas se abalanzara contra ese otro influencer que acompañaba a Carletto, le había hecho centrar la atención en él, no en su amigo Roberto. Su mirada estaba cargada de odio. Se fijó en que mientras sucedía la agresión a su colega, había tenido los puños cerrados, pero no hizo ni dijo nada. Tampoco apartó la vista. Parecía como que quería grabarse en la cabeza lo que sucedía. Cuando Ovidio intervino y Gonzalo Bañolas y el chico de las fotos dejaron de pegar a ese joven, Carletto se agachó para ayudarlo. Nadie se preocupó por él salvo Carletto. Se lo llevó a una butaca. Alguien de la discoteca le acercó algo con lo que lavarle y curarle las heridas. Al cabo de un rato le ayudó a levantarse y se lo llevó a los servicios. Eso coincidió con el momento en que el chico de las fotos se puso a bailar en honor a Jorge.

Éste estaba seguro de que conocía a ese joven. Algo relacionado con él le había ocupado mucha energía y mucho tiempo. Era una corazonada que cada vez que lo veía, le rondaba el estómago. Era como una sensación de que él le debiera algo importante o viceversa.

Retrocedió en el vídeo para fijarse en Rosa. El resto de actuantes le había apartado de fijarse en ella con detenimiento. En ella y en los hombres de Roger que la acompañaban. Hombres que trabajaban a todas luces como sus guardaespaldas. A los pocos minutos, tuvo que reconocer que Jorgito tenía razón cuando le dijo en su visita a la cárcel que no conocía a sus padres. Dimas parecía un corderito en cuanto apareció Rosa. Y ella… parecía la jefa de la mafia. Fue la primera analogía que se le ocurrió. Y no sintió en ningún momento que la tuviera que cambiar.

Los hombre que iban con ella no eran ninguno de los que se había encontrado hasta ahora en su camino. Ni eran los que vigilaban la casa de Roger, ni los que le ayudaron en el tema de la embajada, ni los que habían acompañado al chico en su salida nocturna a cenar en el restaurante de la sierra, cuyo nombre Jorge había vuelto a olvidar. Parecía que tenía bien estructurados a su personal. Era una forma inteligente de evitar errores. No era fácil que ninguno se fuera de la lengua, porque Roger parecía elegirlos con las mismas ganas de hablar que el mismo. Pero siempre podía ocurrir una noche de desfase con el alcohol o con las drogas y que la lengua se aflojara.

Le sorprendió sobre todo, la cara de terror que puso Dimas cuando Rosa le habló muy seriamente mientras uno de esos hombres le tenía agarrado por el cuello. Él siempre había pensado que en ese matrimonio las normas las marcaba Dimas. No recordaba quien le había dicho que el tal Bonifacio, el “padrino” de la editorial, había obligado a Dimas a casarse con ella, que iba a ser la encargada de tener controlado a Jorge. Éste siempre había creído que era por las “vitaminas” que le suministraba y que le dejaban hecho un pelele. Ahora tenía la certeza que el control era… también de otro tipo. No alcanzaba a descubrir cual. De momento. Lo que empezaba a ver es que Jorgito era parte actoral de ese control. Y Clarita. Una idea se empezó a abrir camino en la cabeza de Jorge: Jorgito y Clarita habían sido educados para… engatusarlo. La simple posibilidad de que eso fuera así, le repugnaba. Utilizar de esa manera a los niños, tus propios hijos… Tuvo la tentación de pedir a Aitor que apartara a Jorgito de su nube. Pero se contuvo. Debía descubrir antes la verdad sobre el cariño que le había mostrado el chico desde siempre. No quería condenarlo sin darle la posibilidad de defensa al menos con sus acciones presentes. Aunque una idea se abrió en su mente: a Jorgito, sus novelas le daban igual. Y en realidad, pensó, si no hubiera sido Nadia las que se las hubiera bajado para publicarlas, hubiera sido Dimas con el acceso creado para su hijo. De nuevo, Jorge tuvo la certeza que una vez más, se había dejado engañar. Y que su proverbial fama de “conocer” a la gente, era una patraña que le había llevado a un sin fin de errores.

Casi al final del vídeo que le había enviado Aitor, en una esquina, tuvo otra sorpresa: Paula. Paula hablando con Ovidio. La cámara en su barrido, les sacó de foco y no pudo ver nada más. Porque la siguiente vez, ni el uno ni el otro, estaban ya en el mismo lugar. Que él recordara, Paula no era de ir a discotecas. Aunque ninguno de los que allí estaban, lo eran.

-¿Y no saludaste a tu querido amigo Dimas? – murmuró para sí.

De Martín no, porque no era un ave nocturna que le gustara ir a bailar y a escuchar música a todo volumen rodeado de una multitud sudorosa y deseosa de beber. Pero de Quirce… solía ir a esa discoteca casi todos los días que había sesión… ¿Qué era tan importante para arriesgarse a encontrarse con él?

Y ya, apenas a dos minutos de que terminara el vídeo, otra sorpresa: Toni. Lástima que no pudo saber a quién iba a ver.

Jorge se levantó y fue hacia la puerta. La abrió y llamó a Flor, que estaba de guardia.

-Necesito ir discretamente a hacer un par de visitas.

-¿Como de discreto?

-Que no se entere nadie.

-Eso es…

Flor se lo quedó mirando. Supo que estaba decidido y que no le podría convencer de lo contrario.

-Déjame que llame a Helga y Raúl. Te acompañarán. Yo me quedo aquí. Nadie sospechará que no estáis los dos si yo estoy al mando.

-Gracias.

-Dame media hora.

Jorge asintió con la cabeza. Fue al vestidor para elegir la ropa que llevaría. Algo muy informal. Nada llamativo. Vio la cazadora que había llevado Martín y que salvo el primer día, no había vuelto a utilizar. Y vio los chinos que había traído. Carmelo se lo había colgado en una esquina. Jorge lo cogió, junto con una de las camisetas que le había llevado Carmelo. Cogió unas Vans que apenas utilizaba. Y un chaleco negro de punto. Antes de eso, no se olvidó de ponerse el chaleco antibalas.

No me gusta lo que vas a hacer”

Jorge sonrió. Aitor seguía al pie del cañón. Eso era un plus de seguridad. Y tenía la sensación de que los hombres o mujeres que trabajaban con Roger también estaban al tanto.

Alguien tocó suavemente la puerta. Distinguió la llamada de Flor. Echó un vistazo a sus chicos, cada uno en su dormitorio. Los dos dormían plácidamente. No se entretuvo ni en besarlos, aunque tenía ganas de hacerlo. Caminó decidido hacia la puerta.

-Baja al garaje – le anunció Flor.

Jorge le hizo un gesto con la cabeza para agradecerle.

El viaje fue más largo de lo esperado. El tráfico estaba poco fluido. Cuando llegaron a su destino, Raúl se quedó en el coche por si había que salir corriendo, mientras Helga lo acompañaba.

-Recuerda que esto es como en la embajada.

Jorge se la quedó mirando. Eso suponía que estaban fuera de servicio.

-Es lo que querías ¿No?

Jorge sonrió.

-Es lo que quería, pero no me he atrevido a pedírselo a Flor.

-Flor es de confianza. Es del equipo de Olga y Carmen.

Jorge no dijo nada. Solo sonrió. No alcanzaba a entender todas las implicaciones que eso suponía, pero ya se preocuparía de eso más adelante. Aprovecharon que salía un vecino para entrar en el edificio. Subieron en el ascensor. Al salir, Jorge miró decidido a su derecha. Pulsó el timbre. Nadie respondió. El segundo intento, Jorge pegó el dedo al pulsador. Al cabo de un par de minutos de incesante sonar, alguien dijo con voz pastosa que ya iba. Otro vecino empezó a dar golpes en la pared a la vez que juraba por la intensidad de la llamada y lanzaba imaginativos insultos hacia el que osaba tocar el timbre de esa forma. Jorge pensó en ir a visitarlo. A lo mejor había sido también un asistente a la fiesta en la “Dinamo”.

Jorge escuchó como alguien en el interior giraba la llave que parecía que estaba ya puesta en la cerradura. Eso no dejaba de ser una irresponsabilidad desde el punto de vista que, si te pasaba algo, era más complicado que llegara la ayuda. Pero por otro lado, también ponía algún impedimento si alguien quería hacerte daño asaltando tu casa mientras estabas en ella. Era claro cual había sido la prioridad para el ocupante de la casa.

Carletto abrió la puerta. Al ver a Jorge intentó cerrarla de nuevo, pero éste se lo impidió metiendo el pie y la pierna. Aún así, el influencer insistía en cerrar la puerta, pero Jorge dejó clara su intención de no dar un paso atrás. Su miraba era clara, su gesto rotundo, y su pierna poderosa.

Mantuvieron el forcejeo unos instantes. Hasta que Jorge pegó un empujón a la puerta y Carletto salió trastabillando hacia atrás. Jorge miró a su alrededor. La casa estaba patas arriba. El suelo estaba lleno de revistas y libros, algunos cristales desperdigados, que en algún momento habían sido copas o vasos de cristal. Los restos de una botella de vino yacían hechos migas a los pies de la pared de la derecha. En su origen había sido vino tinto, la mancha en la pared era indicativa.

Helga había entrado detrás de Jorge. Observó la situación con ojos profesionales. Jorge estaba en medio del gran salón distribuidor. Miraba todo con resignación y asombro. No era capaz de tener una visión general, como posiblemente sí tuviera Helga. Iba saltando de detalle en detalle, no siempre ordenados. Un libro descuajeringado a la derecha, una tablet estrellada contra el suelo a la izquierda, esa botella de vino estrellada contra la pared, un par de sus libros hechos trizas en el otro lado, unas gafas de sol partidas por el puente, una camiseta hecha jirones al lado de la puerta que daba acceso al cuarto donde Carletto grababa sus programas…

Ahí precisamente Carletto se había acurrucado hecho un ovillo, en la pared de enfrente de la entrada,Helga chascó los dedos para llamar la atención de Jorge y señalarle el dormitorio de Carletto. Jorge anduvo los pasos que lo separaban de él. Puso la mano en la manija de la puerta y se apartó. La abrió despacio, para llegado un momento, empujarla con decisión para mostrarles lo que había en su interior. Jorge seguía apartado, ofreciendo el menor blanco posible si alguien hubiera tenido un arma apuntándole. Pero no era el caso. Helga estaba en el otro lado de la puerta, con la mano puesta en su pistola. Resopló y entró en la habitación adelantándose a Jorge. Maldijo por lo bajo mientras se ponía unos guantes de látex. Un joven yacía en la cama lleno de heridas debidas a golpes de todo tipo y algunos cortes que sangraban. Aunque tenía los ojos abiertos, era evidente que no acababa de ser consciente de lo que pasaba a su alrededor.

-Mira en ese armario. Hay algo parecido a un botiquín. – comentó Jorge a Helga.

Carletto observaba a Jorge con precaución. Éste se decidió por ir dónde él y dejar a Helga actuar sola con ese otro joven. Levantó una de las sillas que estaban volcadas y se la acercó a Carletto, poniéndosela a su lado. Cogió otra para él y se sentó a un metro de él. No quería que se sintiera agredido. Quería que se tranquilizara y se sentara, para poder hablar tranquilos. Que rompiera su postura de defensa supina y que empezara a confiar en ellos.

Aprovechó Jorge a mirar de nuevo a su alrededor. No sabía que había pasado en esa casa, pero la realidad es que se parecía poco a la que él había visitado hacía unos días. No parecía haber nada sano. No parecía haber casi nada en su sitio. No se acababa de decidir si había sido a causa de una gran pelea o por un asalto. Si hubiera venido oficialmente, Helga ahora podría llamar a la caballería para que unos agentes fueran preguntando a los vecinos. Seguro que alguno sabría decirles algún detalle. Ese hombre al menos, el que le había insultado por su insistencia con el timbre. Le había parecido que ya insultaba sobre mojado. Insultaba porque no era la primera vez en poco tiempo que ruidos desproporcionados alteraban la calma en el edificio. Jorge sacó el teléfono y valoró llamar a Carmen para contarle.

-No, por favor, no llames a la policía. Todos se enterarían y seríamos hombres muertos.

Carletto parecía haber interpretado los pensamientos de Jorge. La posibilidad de que todo saliera a la luz le aterraba. El escritor suspiró y volvió a guardar su teléfono.

-Me viste anoche ¿verdad? – dijo Carletto con apenas un hilo de voz.

Jorge asintió con la cabeza.

-Se lo dije a Danilo. Pero él insistió. Tiene tanto odio…

-¿Danilo es tu rollo? ¿Así se llama el chico del dormitorio?

Carletto apartó la mirada de Jorge.

-Es mi novio. Desde los dieciocho. Nos…

-Cuidamos. – acabó la frase Jorge.

Se incorporó y le puso la mano en el mentón. Al principio Carletto se resistía. Pero al final le dejó hacer. Jorge le pudo ver bien la cara llena de moratones y heridas. Se imaginó que el resto del cuerpo, debajo del chándal viejo que vestía estaría igual. Helga volvió a resoplar. Había salido de la habitación a buscar algo y observaba las maniobras de Jorge. Fue a la cocina y miró en el congelador. Encontró un par de bandejas de hielo. Buscó en los armarios hasta encontrar algunos trapos limpios y unas bolsas para guardar alimentos y meterlos en el frigorífico. Repartió los hielos en dos bolsas y cogió un par de trapos y los rodeó bien, para que el hielo no tocara directamente la piel. Volvió sobre sus pasos. Le tendió a Jorge una de las bolsas y se llevó la otra al dormitorio.

Jorge ahora sí, se levantó completamente de la silla y se acercó a Carletto. Le palpó la cara suavemente y se decidió por ponerle la bolsa fría sobre el ojo. Corría el riesgo, si no le bajaba la hinchazón, que se le cerrara. Helga volvió a la cocina y rellenó las bandejas con agua para que hiciera más hielo. No iban a tenerlo en horas pero… quien sabe. Puede que les hiciera falta.

-Deberíamos llevarlos a un hospital.

Jorge se la quedó mirando. Helga asintió con la cabeza.

-Llama a Manzano al menos. – le dijo.

Cuando Jorge se disponía a hacerlo, llamaron a la puerta de la casa. Lo hicieron con los nudillos, suavemente. Helga sacó de nuevo la pistola que llevaba en la pierna. Jorge le hizo un gesto para que esperara. Se acercó a la puerta y la abrió.

-Nacho – saludó franqueándole el paso.

El aludido miró a su alrededor. Levantó las cejas. Miró hacia Carletto.

-El otro está en el dormitorio. Es el que está peor. – le indicó Jorge.

Al cerrar la puerta Nacho vio a Helga. Se saludaron con un movimiento de cabeza. Los dos se recordaban de la noche de la embajada.

Volvieron a tocar la puerta. Helga volvió a ponerse en tensión.

-Es Cosme, tranquilos. – les dijo Nacho.

Helga fue la que abrió la puerta esta vez. Cosme le tendió el puño a modo de saludo. Helga se lo chocó.

-Traigo botiquín y compresas frías.

-Venid – les dijo Helga guiándoles hacia el dormitorio.

Jorge volvió donde Carletto, que miraba todo sin parecer que le importara.

-Me gustaría que ahora sí, me contaras la verdad.

-Me odias, lo noto.

Había un tono de desolación en la frase. Parecía que le dolía más esa posibilidad que los golpes que le había dado quien fuera.

-No te odio. Simplemente estoy decepcionado. Confiaba en ti. Si no hubiera sido así, no te hubiera llevado a ver a Saúl.

-No le he hablado a nadie de ello. Y me dijiste que mis aparatos electrónicos eran seguros.

-Lo son. Pero eso no vale de nada si te metes en la boca del lobo y si no me cuentas lo que pasa.

-Lo he hecho para protegerte.

-Y de verdad, te lo agradezco. Pero… creo que debes confiar en mí y decirme. Se que todos pensáis que soy un enclenque…

-Yo no pienso eso.

-Me alegra que sea así. Ahora solo hace falta que me lo demuestres.

-Me trataste muy bien de pequeño. Germán me envió a buscarte. La excusa era seducirte, como otros muchos hicieron antes, pero ninguno conseguimos. La verdadera razón de que Germán nos enviara contigo, era que nos hablaras, que nos cuidaras ese rato que pasábamos contigo. Que nos leyeras una de tus historias, o que la crearas al momento. Nos dabas cariño, nos hacías olvidar las cosas que nos pasaban el resto de los días. Nos dabas un poco de vida. Cuando íbamos a buscarte, dejabas inmediatamente lo que estuvieras haciendo y nos dedicabas toda tu atención. Nos mirabas con dulzura. Apenas nos tocabas, no querías que nadie malinterpretara tus caricias. Pero solo con como nos mirabas… y como nos hablabas…

Parecía que a Carletto se le había secado la boca. Jorge se levantó a buscar una botella de agua que había visto en una esquina. La abrió y olió el contenido antes de acercársela al influencer. Éste bebió a tragos cortos y retomó su relato.

-Danilo y yo ya nos conocíamos. Yo creo que ya éramos pareja. No así declarada. Tampoco ahora lo somos, quiero decir, no… vivimos juntos y cuando nos vemos, es a escondidas. No nos llamamos novios ni nada de eso. Nos amamos, nos hacemos compañía en silencio… Él no pudo estar contigo. Por eso siempre me hacía contarle nuestros encuentros. Estuve contigo tres veces. Tres maravillosas veces. Me hacías hablar. Decías que te encantaba mi voz. Que era embriagadora. A veces me hacías leerte algo y cerrabas los ojos. Yo era feliz porque algo de lo que yo podía ofrecerte te molaba. Y no era precisamente que te la comiera o que me sentara en tu polla.

Volvió a detener su explicación. Pegó un trago a la botella de agua.

-Las cosas luego siguieron como siempre. Hostia va, mira a ver a esos amigos, el príncipe de nosequé dice que no le ha gustado cuando se la has comido… te toca el tío que le gusta darte de hostias, sonríe cuando lo hagas y dale las gracias… y entre tanto, ir a trabajar a los rodajes y hacer mi papel. Y lo hacía bien… ahora me extraña que lo consiguiera…

Carletto bebió un poco más de agua. Sus ojos estaban acuosos, pero contuvo el llanto. Se dispuso a seguir con su relato.

-Pasó el tiempo. Germán un día nos tuvo que sacar. Le habían ordenado matarnos. A Danilo y a mí. Un medio jefecillo pensó que yo ya no valía para eso. Mis apariciones en pantalla se fueron espaciando. Había dejado de interesar a los productores, quizás porque mi aspecto era ya el de un drogata y era imposible de disimular. Ya nadie me recordaba de mi época de actor, cuando tenía protagonistas y triunfaba, aunque mi voz seguía siendo… particular. Y vino a decir que era un peligro por todo lo que me metía. Le daba mucho a la droga entonces. Y Danilo se puso… se enfadó mucho cuando el tipejo ese intentó pegarme porque decía que no la sabía ya ni comer. Le rompió la nariz. Danilo… tiene un pronto muy malo. Y no se corta para pegar. Germán nos sacó, fingió nuestra muerte y nos preparó unas identidades nuevas. Nos ayudó a salir adelante. Hizo que me desintoxicara, que dejara las drogas. Danilo me cuidó en el proceso. En un sitio apartado de todo el mundo. Después tuvimos que separarnos. Emprender de verdad una nueva vida. Nueva identidad. Todo nuevo. Lo único malo es que no podíamos vernos. Al menos, no podíamos hacer vida en común.

-Pero empezaron a salir rumores de que querían matarte. No los bulos esos de casi todos los días últimamente. Nunca rompimos del todo con algunos colegas de la red. Somos como tú: sabemos distinguirnos. Danilo a veces bromea y dice que debe ser que tenemos dos radares. El de gay y el de Anfiles. Pero el radar de Anfiles no es como el gay. Ese es de verdad. Por cierto, Roger fue el que en teoría me tenía que matar. Me alegró verlo el otro día. Disparó a un chico que acababa de morir de sobredosis. Le disparó en la cabeza con un arma de gran calibre y le destrozó la cara. Antes lo había vestido como yo y le puso una cadena que solía llevar, recuerdo de mis viejos. Me agarró del hombro y me empujó hacia un coche. Nacho conducía. Nacho se había ocupado de Danilo antes de lo mío.

-Me decías que empezó a rumorearse en Anfiles que me querían matar.

-Si perdona. Muchos… te la tiene jurada por Nando. Y por ti. Hiciste algunas cosas… que les jodió. Lo de Dani, por ejemplo. O lo de Perla. O lo de Juanma. O Fidel. Nadie te creía capaz de dar hostias. Pero las diste. Uno intentó matarte una vez, como venganza del ridículo que le habías hecho pasar, pero el comisario Marcos “el viejo”, estaba al tanto y le pegó un tiro entre ceja y ceja. Literal. Tu ni te inmutaste. Lo sabe todo el mundo.

Jorge levantó las cejas imperceptiblemente. Todo eso que le contaba Carletto le parecía… una novela.

-Danilo pilló una conversación el otro día. Hablaban de matarte. De como hacerlo. Parece que les has fastidiado el negocio que tenían montado a tu alrededor. Algo de robarte tus novelas inéditas y publicarlas. Ellos pensaban que no ibas a volver a hacerlo. Por eso cuando llamaste a tu editor y le dijiste… todos se pusieron muy nerviosos. El plan de la mujer de Dimas se había ido al traste. Intentaron algo que no llegamos a enterarnos. Pero también había fallado. Parecía que era un plan muy completo. Bien orquestado, con varios músicos. Había un actor importante para sacar tu lado… todos saben que tienes facilidad para acercarte a la gente joven. Que desde aquella época, somos tu debilidad. Quieres protegernos a todo trapo. Pero algo salió mal. Danilo le oyó a Rosa decirle a Dimas que te habían minusvalorado. Que no habían contado con tu poder de seducción. Dimas estuvo a punto de ir a tu casa y darte de hostias. Pero alguien le detuvo. Estuvo con un ojo morado y sin poder ponerse recto varios días. Coincidió con la detención de su hijo mayor.

-Danilo empezó a moverse de nuevo en esos ambientes. Quería descubrir su plan. A mi no me gustaba. Me parecía mejor acercarnos a ti y contarte. O acercarnos al Dios Dani. Casi me parecía mejor acercarme a Dani. Tú… no te mentí, te amo con locura. Pero sé que … no tengo nada que hacer. Pero ese día te vi en el restaurante de Biel y… preparé en un momento la entrevista en directo, preparé el equipo y me lancé.

-¿Qué ha descubierto tu amigo?

-Nada. Es todo muy confuso. Él cree que hay varias tramas. Por un lado, te timaban con las ventas oficiales. Por otro lado, publicaban tu obra en mercados en los que no lo hacías oficialmente. Y la tercera vía, te robaban las obras no publicadas. Parece ser que ésto último no lo empezaron a hacer hasta que estuvieron seguros de que no ibas a publicar de nuevo.

Carletto le miraba de reojo. Parecía tener miedo a la reacción de Jorge.

-¿Te he tratado mal alguna vez? – le dijo con dulzura. No podía consentir que se callara en ese punto.

-Parece que ese plan era de otras personas. Rosa no dejó a Dimas que se metiera ahí. Las organizadoras son dos mujeres. No sé como se llaman. Una parece saber mucho de ti. Tus costumbres, tus medidas de seguridad en casa… aunque luego parece que no sabía tanto. Tienen una empresa de seguridad informática para apoyarles. Pero cuando todo se precipitó, intentaron hackear tu sistema pero no lo consiguieron. Pensaron en asaltar tu casa, pero sucedió lo de tu ahijado y eso te puso en el punto de mira de la policía. Danilo piensa que todos los que tenían intereses en tu obra, cada uno iba por libre y unos estropeaban los planes de los otros. Hasta que al final, Rosa los reunió a todos. Hace unas semanas de eso. Antes lo intentaron en el confinamiento, en reuniones en fiestas clandestinas. Pero aquello no acabó bien. Todos querían llevarse la mejor parte y todos pensaban que su plan era el mejor.

-O sea, resumiendo, según tu novio, todo viene por mis novelas.

-Por tus novelas y por los derechos televisivos de las mismas. Es que eso es una pasta. No sabes las cifras que Danilo ha escuchado. Danilo escuchó que un gran productor iba a comprar los derechos de Tirso en Rusia. Pero todo se frustró porque Dani empezó a mover que iba a comprarte los derechos internacionales. Y ya no podían hacerlo con la edición apócrifa rusa. Ni la coreana. Dani es una estrella internacional. Se habla de él en todo el mundo. Esa serie la van a comprar todos los países, todas las plataformas. Y más si tiene tu beneplácito. Y más si él es Tirso.

-¿Y Anfiles?

-En este caso, es solo un apoyo. A parte de que te tengan ganas por nosotros. No les gusta el ruido, ya lo sabes.

-Dame nombres.

-Danilo no lo ha descubierto. Fue ayer a la Dinamo para intentar averiguar algo, pero Bañolas le dio de hostias nada más llegar. Aunque Lucas antes intentó protegerlo atacándolo él. Pero Bañolas lo apartó. Aunque ese tal Ovidio le paró los pies. Luego, cuando conseguí llevármelo de allí, alguien nos siguió y… – Carletto abrió los brazos señalando la casa – éste es el resultado. Al final conseguí ponerles en fuga, pero…

Parecía que a Carletto se le habían acabado las fuerzas. Sus hombros cayeron. Cerró los ojos y las lágrimas pugnaron por salir de nuevo.

Nacho salió del dormitorio. Le hizo un gesto a Jorge para hablar apartados. Se levantó, besó la cabeza de Carletto y fue hacia él, que estaba con Helga.

-No van a estar seguros aquí. De momento no hay vigías. Pero los habrá. Gonzalito es… persistente. Quiere follarse “a su manera” a ese del dormitorio. Danilo ha jugado con fuego y se ha quemado. Le ha puesto caliente… pero no quiere consumar. Gonzalo no admite un no por respuesta.

Jorge levantó las cejas. Ese “a su manera” no era precisamente tranquilizador.

-Les buscaremos un sitio.

-Dos sitios. Uno para cada uno.

Jorge asintió despacio con la cabeza. Danilo era un peligro para Carletto. No podían estar juntos.

-Carletto puede mudarse a uno de mis pisos vacíos. Allí puede retomar su actividad. Según me ha contado, era Danilo el que… intrigaba para descubrir cosas sobre lo que pretendían en contra mía.

-Los tiene bien puestos. No puede alegar desconocimiento. Ya le “maté” una vez. Era su destino. Ya sabía lo que había y los peligros que corría. Lo había sufrido en sus carnes. Tenía todos los huesos del cuerpo rotos. Alguna de las palizas fue peor que las de Dani.

-No quiero ni pensar entonces lo que le hicieron.

-Le dimos identidad nueva. Todos creyeron que estaba muerto. Ahora… otra vez está en el punto de mira. Hasta dónde sé, no le relacionan con ese chico de antes. Me parece que no le llegaste a conocer.

-Según me ha dicho Carletto, no. A él sí.

-Deberías volver a casa. Se acerca la hora de tu encuentro con los lectores – le avisó Helga. – Si tardas mucho, se darán cuenta Carmelo y Martín.

-Cosme y yo nos encargamos de estos. Carletto a una de tus casas. Tengo un refugio seguro para Danilo.

Jorge sacó el teléfono. Había notado la vibración que avisaba de un mensaje de Aitor.

-Están intentado acceder al teléfono de Danilo. De momento lo buscarán camino de Portugal.

-Danilo es el que corre peligro de verdad. Vuelve a casa. Nos ocupamos. Luego pasa Cosme y le das las llave

-Voy con Jorge y luego, te las traigo. Raúl y yo os ayudamos. Vosotros os ocupáis de Danilo y nosotros de Carletto. ¿Llamo a la empresa de reconstrucción y limpieza?

Jorge miró alrededor.

-Será lo mejor. Esto… no tiene … de todas formas, convenía tomar alguna muestra, ya buscaremos un laboratorio que lo analice. Convenía saber quién ha estado aquí.

-Vete ya. Esos chicos te necesitan – le dijo Nacho. – Los de la charla. – Ya nos ocupamos.

Jorge se lo quedó mirando. Nacho le mantuvo la mirada. Jorge asintió despacio con la cabeza.

-Voy a despedirme de Carletto.

Se acercó al influencer. Esta vez se sentó lo más cerca posible de él.

-Debes irte de aquí. No es seguro.

Carletto asintió con la cabeza.

-Y no podrás tener contacto con Danilo.

Volvió a asentir con la cabeza.

-Te voy a alquilar una de mis casas vacías. Recoge lo que quieras llevarte. Debes irte lo antes posible. Vendrá una empresa a limpiarlo todo. Nacho se ocupará de todo. Helga y Raúl te llevarán a ti a tu casa nueva. Y Nacho y Cosme se ocuparán de Danilo, como ya lo hicieron hace años.

-¿Podré llamarte?

-Claro. Y nos veremos. Y te pediría que siguieras en contacto con Saúl. Está un poco preocupado por ti. No lo minusvalores. Es como tú.

-Ahora le llamo.

-Mantén tu ritmo de publicaciones en tus redes. Y pon buena cara.

-Te han atracado en la calle. – Helga se había acercado – Has denunciado ante la policía. Mañana constará en la Unidad la denuncia pertinente. Dedica un vídeo a ello.

-Si no sabes que decir, me mandas un mensaje y te escribo un pequeño guion.

-Quería ayudarte… y mira lo que he conseguido.

-Y yo te lo agradezco. Una cosa. El chico que estaba en ese reservado, el que besaba a Gonzalo Bañolas…

-¿No te acuerdas de él?

Jorge se lo quedó mirando fijamente.

-Es Lucas. Le salvaste la vida. El “amigo” al que complacía acabó en el hospital con todos los huesos del cuerpo rotos. Le diste una señora paliza. Te pusiste a Lucas sobre el hombro y lo sacaste de la casa. Esa policía amiga vuestra, que trabajaba para el comisario “viejo” se encargó de curarlo y cuidarlo.

-No me cuadra. Me odia.

-Te odia. Porque él quería morir. Y lo salvaste. Provocó a ese “amigo” para que no parara de golpearlo. Siempre le ha pesado la vida. Lo que pasa es que es cobarde para suicidarse. Te odia, pero daría la vida por ti o por cualquiera de nosotros.

Jorge miró a Helga y a Nacho. Se había quedado sin palabras. Sobrepasado. Según le contaba Carletto, se acordó. Le puso cara y cuerpo. Era menudo. Llevaba melena. Apenas tendría quince cuando pasó eso. Como casi todos los chicos en Anfiles tenía un cuerpo bellísimo. Su rostro había cambiado bastante desde aquella época. Seguramente algo de cirugía estética. Muchas de las lesiones que le infligió ese desalmado, necesitarían de ella.

-El jodido “alemán”. Por él aprendí a hablar ese idioma.

-Sigue siendo poderoso – le avisó Nacho. – Y no fue el único alemán con el que te viste las caras.

-Pero no tiene media hostia. Si yo pude con él…

Nacho soltó una breve carcajada.

-Cuanto te pones escritor, cuando te pones a dar hostias, ni yo me metería por medio.

Jorge puso cara de incomprendido. No se creía eso. Pero no era momento de entretenerse. Debía volver a casa antes de que se despertaran. Y debía ir a la reunión con los lectores. Nacho le había dejado claro que irían algunos chicos de Anfiles. No podía defraudarlos.

Día 5 después del día que cambió la vida.

-Tráeme a los chicos, no te preocupes. En casa hay sitio de sobra.

-¿No ha ido Dani?

-Llegará en cualquier momento.

-No quiero que los niños… a lo mejor queréis estar solos…

Jorge empezaba a desesperarse. Su hermano no dejaba de poner pegas a mandar con él a sus sobrinos. Los pocos días que llevaban de encierro, habían colmado la paciencia de los padres y de los niños. Éstos no entendían lo que pasaba, y sus padres no podían explicarles, porque tampoco lo entendían. Ya tenían bastante con ir adaptando su forma de trabajar en la tienda a las indicaciones cambiantes cada día.

-Montaremos un campamento en el salón. Voy a pedir tiendas de campaña a una tienda online. Ya verás como es divertido.

-¿No te meterás en problemas?

-Tranquilo Gaby. Si hay problemas ya los solucionaremos.

-No quiero que te metan en la cárcel.

-¿Por cuidar de mis sobrinos? No me fastidies. Además, así están más protegidos.

-Tendrán que conectarse a las clases online.

-Pediré ordenadores para todos.

-Eso no hace falta, van cada uno con su portátil.

-Sin problemas.

-Pero…

-Gaby, deja de buscar problemas. Vosotros debéis abrir la tienda. Y todas estas mierdas de protocolos y hostias, os lo van a poner complicado. A parte de lo que vas a perder por el cierre de tus clientes de hostelería. Y te recomendaría que fomentaras la comida preparada o a medio preparar para llevar o recoger. Muchas personas comen todos los días en un restaurante en lugar de prepararse la comida en casa. Ahora no pueden y están perdidos. Y por si acaso, tened cuidado.

-Luego te los acerco entonces, camuflados en la furgoneta de reparto.

-Ya te ha costado, joder. Ésta terraza es maravillosa. Van a volver morenos, cuando acabe todo esto.

-Te advierto que son muy inquietos…

-Y Dani también. Y Martín. Se lo van a pasar genial, ya verás. El problema será que luego deberán volver con vosotros.

-Son muy de mamá. A lo mejor la llaman para que vayamos a buscarlos.

-Pues si pasa, venís a buscarlos.

Cuando por fin Gaby colgó el teléfono y dejó de poner problemas, Jorge suspiró aliviado. Su paciencia empezaba a agotarse con su hermano. Había estado a nada de mandarle a tomar gárgaras. Pero sabía que a parte de la situación, los problemas económicos a los que se enfrentaba la familia iban a ser grandes. Medio país empezaba a echar cuentas del tiempo que iba a poder sobrevivir económicamente. Su hermano era uno de ellos.

Salió al balcón. Hubiera sido una bonita mañana del mes de marzo si medio mundo no estuviera encerrado en sus casas. Un convoy militar pasaba por delante de su casa. Iban despacio, para dejarse ver. Por las aceras se paseaban algunos soldados con sus trajes de campaña y con sus rifles apuntando al suelo. Los BMR y los Jeep de repente se cruzaron en la calle y montaron un control. Otros vehículos del convoy cortaron las posibles salidas que pudieran tener los coches que enfilaban la calle. Les fueron pidiendo a todos la documentación. Por los gestos de algunos de los conductores, les estaban pidiendo justificación de su presencia en las calles.

Había sido un cambio en la estrategia del gobierno. Esos controles hasta el día anterior, los hacía la Policía Local o la Policía Nacional. A Jorge particularmente le parecía un cambio de estrategia un poco ridículo y que se podía volver en contra. La gente ya estaba asustada. No hacía falta asustarla más. Ayudaría mucho si los mensajes que mandaban desde las instituciones tuvieran sentido y no fueran contradictorios o directamente ridículos la mayor parte de las veces. En eso podía gastar sus esfuerzos. Estaba claro que nadie sabía de que iba la pandemia. Pero dejar que cientos de bulos se propagaran y que miles de personas por ejemplo, dejaran los zapatos en el felpudo de sus casas o lavaran con lejía las frutas que compraban en las tiendas no era la solución. O poner a decenas de personal de limpieza a fumigar las calles o a lavarlas con productos… los que fueran, todos vestidos con esos uniformes que se hicieron famosos en la película ET, como los que querían descuartizar al pobre y simpático ET para comprobar que no fuera peligroso para el pobre Eliott, que miraba todo asombrado con esos ojos negros grandes que aportaba el actor que lo interpretaba.

Para mucha gente, la OMS había perdido su credibilidad con la gestión de otras enfermedades en los años anteriores. Todas sus previsiones se vieron desmentidas por la realidad. Jorge esperaba que en algún despacho del Ministerio de Sanidad se estuviera teniendo en cuenta los problemas de salud mental que todo ese encierro iba a producir en gran parte de la población. Pero todo eso, en ese momento no importaba. Lo que asustaba eran las cifras de contagios. Que después, como consecuencia de esas medidas, las muertes y las enfermedades mentales se propagaran por la población, daba igual. Porque esas estadísticas nunca habían importado a nadie. Porque el resto de enfermedades físicas también fueron apartadas. Ya daban igual las caderas, el cáncer, las rodillas, las enfermedades del corazón…

Al cabo de media hora, Jorge vio que levantaban el control de los militares. El convoy retomaba su camino, buscando otra esquina donde montar el siguiente. Cuando eso pasó, vio a uno de los coches de Elías que se paraba delante del portal y de él bajaba Dani con una maleta grande. Iba tapado con la capucha de su sudadera para evitar que nadie lo reconociera. Ya llevaba la llave en la mano para abrir el portal. El coche se fue con la misma rapidez que había llegado. Jorge se sentó en el sofá y le mandó un mensaje a Dani para decirle dónde estaba. El actor no tardó en aparecer, ya con la capucha quitada y fue directo a sentarse a su lado. Se miraron y se abrazaron. Jorge besó profusamente a Dani en las mejillas.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Vivir en lo que podamos. No pienso renunciar a ver a mi gente y a hablar con quien lo necesite.

-No quiero que te pase nada – dijo Dani preocupado.

-Procuraré que no. Pero renunciar a vivir, no está entre mis planes. Renunciar a darte mil besos al día y a abrazarte. A dormir con la cabeza sobre tu pecho. A besar a mis sobrinos y jugar con ellos, y a procurar que esta situación no tenga repercusión en su ánimo.

-¿Van a venir al final?

-Sí.

-Les daremos bien de comer y nos reiremos.

-Busca por internet alguna tienda de campaña que se pueda montar en el salón. Yo no tengo ni idea de eso. Puede ser más divertido que que les metamos en habitaciones. Martín se viene también. Dice que sus padres se han vuelto paranoicos. Que prefiere que su unidad familiar sea la nuestra. Y si alguno de nuestros amigos quiere unirse, les invitamos.

-¿Has visto el control de los militares?

-A alguien se le ha ido la olla. Quieren acojonar. Ganarían más dando unos mensajes claros y creíbles. Pocos, claros, y que no parezcan sacados de una de las decenas de películas de este tipo que se han hecho en los últimos años.

-Pareces distinto, Jorge. Pareces enfadado y de verdad. Y con otra energía distinta…

-Lo estoy. Este virus seguramente matará a muchas personas. A muchas. Y otras muchas estarán enfermas y les costará recuperarse. Nadie sabe como funciona ese virus. Y si la única solución es encerrarnos en casa, como en la Edad Media, mal vamos. Y si lo primero que se ha vaciado en las estanterías de los supermercados es el espacio dedicado al papel higiénico… alguien debería preguntarse el por qué la gente ha pensado en como limpiarse el culo sin utilizar el bidé. ¿Eso es lo que más le preocupa a la gente? ¿De verdad esa es la necesidad perentoria de la mitad del país? Porque la otra mitad no ha podido comprarlo porque está agotado. A no ser que pensaran que podían contagiarse de esa forma. Eso sería lo más. Y por otro lado ¿Y alguien ha pensado en la gente que vive sola?

Jorge dejó de leer el primer capítulo de su novela pandémica. Ya había pasado casi año y medio del principio de todo. Y seguía teniendo sentimientos encontrados al respecto. No le gustaba el tono que había empleado al escribir. Y posiblemente si lo escribiera de nuevo, lo haría de otra forma. Pero no valoró siquiera el apartarlo o borrarlo. Era lo que sentía en ese momento. La sorpresa, la incomprensión, el enfado. Recuerda ahora que tuvo que dejar de mirar las noticias y de escuchar la radio. Ese bombardeo continuo de noticias, de bulos, de peligros… le llegó a crear algunos días ataques de ansiedad. Aquellos días volvió a sus “vitaminas”. En pequeñas dosis, pero volvió a ellas. Le ayudaron a controlarse y a seguir viviendo. A atender a sus amigos, a otras personas que parecían necesitar de apoyo. Las primeras salidas nocturnas de Dani y de él, fueron para eso. En realidad todas fueron para eso. Para acompañar a las personas que les invitaban, a pesar de los riesgos de ir a morir delante de un pelotón de fusilamiento formado por los vigilantes del visillo. Seguramente muchos pensaran que fueron unos insensatos. Pero quizás… ayudaron a que otros pudieran sobrellevar la situación sin pensar en otras soluciones y sin que su necesidad de sociabilidad basada en la piel, no en la pantalla, propiciaran que su mente viajara por senderos peligrosos y cayera por un precipicio del que nadie de las instituciones médicas o de cualquier tipo, le iban a ayudar a salir. Entre otras cosas, porque no había medios para afrontar ese problema. No los había, ni los habrá.

Javier le había pedido que le enviara su relato pandémico. Le interesaba. Pero de momento, decidió no hacerlo. Intentaría seguir con la lectura al día siguiente. Y si lograba leer dos capítulos enteros sin renegar del todo de ello, pensaría de nuevo en la posibilidad de atender su pedido.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 76.

Capítulo 76.-

.

-Tío, acordaros que cuando vaya con mis padres a Concejo…

-Ni nos hemos visto, ni sabemos que te has mudado de casa de tus padres. Podrías acompañarme mañana al encuentro con mis lectores jóvenes.

-Pero tío. ¿Qué pinto yo allí?

-Para apoyarme.

-Si eres un puto crack. ¿Le has ido a ver alguna vez, Carmelo?

-No. Es algo que tengo pendiente. Pero muchos me han contado que lo hace muy bien. Su misma librera, que parece a veces cuando la oyes que hace una obra de caridad organizando sus charlas cada semana. Reconoce que cada día que hay charla se salda con treinta o cuarenta novelas de Jorge vendidas. Y en apenas un par de horas.

-No te ha caído nunca bien Esme – comentó Jorge riendo.

-No. Y no lo oculto. Me parece falsa hasta decir basta. Interesada y algo carroñera. Y prepotente. Se cree más lista que nadie. Y si no, recuerda la que montó en aquella Feria del Libro y como miraba a Sergio cuando intentó hacerla entrar en razón respecto a como organizar aquellas sesiones de firmas.

Luego cambió… – Jorge desechó la posibilidad de armar una defensa de la librera. El gesto de Carmelo indicaba que no se iba a atener a sus razones. A Jorge le interesaba más convencer a Martín de que lo acompañara.

-Pero puedes servirme para acercarme más a la gente joven. – insistió Jorge a Martín, – Sentado a mi lado.

-Na, mejor que no. Otra cosa no harás bien, pero conectar con la gente joven… mira el otro día Carletto. Y el violinista. Come de tu mano. Si ves que no va nadie, me acerco para hacer bulto. Si no, prefiero quedarme en casa y leer algo de lo tuyo que tengo pendiente. O organizar otra remesa para registrar. Es una barbaridad lo que tienes ahí, tío. He husmeado en esas otras carpetas. Es una barbaridad.

-Ya será menos – Jorge intentaba quitar importancia al tema.

-¡Ya será menos dice! Me quedo corto, tío. Corto no, lo siguiente.

-Eres un exagerado.

-No voy a decir lo que tienes porque si no, Carmelo te echa la bronca.

-Entonces ni lo miro. – contestó éste mirando al escritor indignado.

-Miles de relatos descartados. Increíble.

-Vente mañana, por favor – le pidió de nuevo Jorge a Martín.

-Qué no, pesao. Y no te quejes que te he acompañado esta noche y hasta he bailado.

-Eso ha sido guay. ¿Te lo has pasado bien?

-Sí, pesao. Y ha molado que ese futbolista, Romo, me conociera.

-¿De qué habéis hablado luego? Antes se me ha olvidado preguntarte.

-De tus libros. Por eso, tengo que seguir leyendo tus cosas.

-Creía que ya te habías leído todo. – le picó Jorge. – A parte: espero que no te hayas vuelto un presuntuoso y presumas de leer…

-Tío, ¿Por quién me tomas? – Martín puso su mejor gesto de ofendido, que enseguida cambió por otro de indignado – En cuanto me despisto, me has escrito más. Como ahora en la terraza. Y estoy con tus relatos descartados. Y con las subcarpetas dentro de las subcarpetas, dentro de las subcarpetas. Cada vez que entro, me doy cuenta que tengo más pendiente. Te he hecho una carpeta que he llamado: relatos a rescatar. Te voy pasando a esa carpeta los que me molan tanto que… de verdad, no soporto que los hayas apartado. A veces pienso que cuando relees tus escritos te dan vahídos o algo así. Muchos son geniales. He leído unos treinta de momento, y … creo que cinco no me han gustado, pero porque pienso que me falta información. Hablas de algo que no alcanzo a comprender. Otros seis o siete, me parecen como presentaciones de personajes para otros fines. Hay dos relatos largos que son maravillosos. Repito: ma-ra-vi-llo-sos. Los he pasado a esa carpeta. Y el resto, son ge-nia-les. Y te voy a organizar otra carpeta con: relatos relacionados. Hacemos un par de novelas con ellos. ¡Ah! Por cierto, menuda sorpresa me llevé con “La Casa Monforte” cuando me la compré en papel. Alucinaba. La habías cambiado total. Y no me dijiste nada. No te lo perdono.

-Ni a ti ni a nadie. Yo creo que por eso nos deja leer lo que no ha publicado. Total, cuando llegue a la librería va a ser completamente distinta… – se burló Carmelo.

-Pero el capullo lo hizo en cuatro putos días. Si te fijas en los cambios… en una semana cambió una novela de setecientas páginas. Pero es que le dio la vuelta. No tiene nada que ver la que tenía escrita con la que ha publicado al final. Y no me refiero al Universo. Eso sí que no tiene nada que ver. Pero nada. Dirás… como al escribirla de primeras, había dos novelas antes, pues ha pasado ese Universo de la primera a la tercera. Una puta mierda. Todo lo ha cambiado. Es alucinante. Esos descartes… también podemos hacer otra novela. Y cuando tenga tiempo, cuando acabe con todo, si es que alguna vez lo consigo, me voy a entretener en pasar esas partes descartadas del Universo a otro documento y armar una novela per se. Y no te voy a cobrar por ello.

-Ya vale de meterse con este pobre hombre. – intentó defenderse el escritor. – Puntualizando: el relato de la terraza, lo has leído sin corregir siquiera. Así que no te quejes. Lo de pagarte o no pagarte, recuerda que tenemos un acuerdo. Dime cuando hacemos la mudanza y voy a ayudarte.

-Vamos – puntualizó Carmelo.

Martín hizo un gesto para para pedir calma a su tío con el tema de la mudanza. Como Jorge no parecía entender, al final dijo:

-No me atosigues, tío. Tengo que organizarme. Hasta después de lo de Concejo… ahí veremos.

Jorge se quedó pensativo. Era por sus padres, pensó. Martín parecía tener alguna estrategia respecto a ellos. Intuyó que había más cosas pendientes entre Martín y sus padres. Decidió quitar el foco de ese tema y volver a picar a su sobrino con su nuevo ligue.

-Lo de Romo, el futbolista, al final no has dicho nada. Mucho decir que te sigue y tal, pero… ¿Te mola de esa forma? ¿Tú le molas a él?

-Solo quieres el cotilleo. Pareces uno de esos del “Sálvame”. Y empiezo a pensar que no me escuchas. Ya te lo he contado arriba.

-Me interesa tu vida amorosa. Tienes a muchos hombres interesados por ti, y no haces caso a nadie.

-Ya será menos. – se defendió Martín. – Y como siempre os digo: vosotros sois mis hombres perfectos. Pero estáis pillados. Los demás son divertimentos pasajeros.

Jorge le hizo un gesto para que dejara de tomarle el pelo. Carmelo se sonrió y empezó a negar con la cabeza.

-Y por cierto, Carmelo, que me he dado cuenta que no te habías percatado de esos cambios en “La Casa Monforte”: no hace falta que la compres, en la nube tienes la original y la definitiva. – Jorge se decidió por la estrategia del contraataque.

-Que sepas que no me das nada de pena, escritor – le avisó Carmelo riéndose. – Y sí, confieso que no me había dado cuenta. Sabía que habías hecho cambios, me lo contaste. Pero no del nivel que dice Mártins. Y perdona, ya que te metes conmigo: es evidente que está en la nube, porque es la única forma en que Mártins puede saber cuando hiciste los cambios. En el libro de papel, va a ser que no. Y por cierto, no te he oído agradecerle que, siendo tu ojito derecho, se haya ido a una librería a comprar tu novela en lugar de esperar a que se la dieras tú, como hacemos la mayoría de tus amigos.

Carmelo le hizo un gesto con los brazos para chincharle. Jorge miró al cielo pidiendo clemencia a los dioses del Olimpo y que mitigaran ese castigo divino que suponía aguantar a ese rubito de los cojones.

El último brindis del grupo lo hicieron pasadas las seis de la mañana. El personal de la discoteca les había llevado a su reservado VIP una gran variedad de viandas para que recuperaran fuerzas. Fue entonces cuando en el interior del reservado cambiaron la música de baile por una música más tranquila. Martín se encargó de seleccionarla en el dispositivo que había allí. Fue también cuando definitivamente se ocultaron del resto de los clientes del local, opacando las cristaleras de separación.

-Y se hizo la tranquilidad y la privacidad – dijo Ester tirándose en una de las butacas. – Que noche tan guay. Gracias Jorge. Has tenido una idea cojonuda. Repetimos cuando quieras. Lo hemos pasado de vicio. Joder.

-¿Se puede?

Martín saltó del sofá en el que estaba recostado sobre Jorge y se fue a abrazar a su hermano Quirce. Jorge le siguió para hacer lo mismo.

-¿Estás solo? – le preguntó Jorge con la idea de invitar a sus amigos.

-Estos se acaban de ir. Me da que tanta estrella junta les ha puesto nerviosos. Pero me he dicho: mi tío me va a hacer el favor de llevarme a casa en uno de esos súper coches en los que me han contado que habéis llegado dando la nota.

-La gente VIP es lo que tiene – se burló Álvaro que saludaba a Quirce en ese momento.

-¡Comida! – exclamó Quirce con ojos golosos.

Poco a poco se fue diluyendo el grupo. Primero se fueron Mario, Óscar, Nicolás y Anna. Uno de los coches los llevó de vuelta a su casa. Los siguientes fueron Álvaro y Ester. Álvaro se abrazó a Jorge y se mantuvo así varios segundos. Ester los miraba sonriendo. Al final puso su mano en la espalda de Álvaro. Sabía que estaba emocionado. No había dejado de repetir durante la noche lo mucho que le debía al escritor y lo mucho que lo quería. “Te lo juro Ester, no vi venir lo de su amistad”. “Es que le quiero un huevo”.

Jaime y Miguel se habían ido por su cuenta hacía un rato. Parecía que tenían unos amigos que los estaban esperando en un after para seguir la fiesta. Omar, Macarena y Álex no tardaron mucho. Al final solo quedaron Carmelo, Jorge, y los hermanos Martín y Quirce.

Carmelo estaba en la cristalera, observando a la gente bailar. Llevaba un vaso en la mano del que bebía a sorbos de vez en cuando. Jorge se acercó por detrás y le cogió el vaso. Lo olió y después le pegó un trago. Hizo un gesto de que le gustaba antes de devolvérselo.

-Hay más preparado en la nevera. ¿Te traigo un vaso?

-Me conformo con beber del tuyo. Me gusta este San Francisco. – le dijo mirándolo fijamente.

-Le dan un toque especial que no logro distinguir. Pero el que hago yo tampoco está tan mal.

-No. Al revés, está muy bueno.

-¿Por qué me miras así? – Carmelo le sonreía intrigado.

-¿Cómo te miro? – preguntó socarrón Jorge – ¿Con los ojos?

-Ese es el problema. Me miras… desde dentro. Joder… Te lo juro. A partir de un cierto momento esta noche, me miras de otra forma. No sé definirla.

Carmelo dejó el vaso sobre una repisa que bordeaba la cristalera que daba a la sala.

-¿Y eso? ¿Qué vas a hacer? – Carmelo se había puesto enfrente de Jorge y había puesto sus manos en la cintura del escritor.

-Tú me miras de esa forma, yo te beso.

-Me parece justo. – se rindió Jorge recibiendo los labios de Carmelo. – Rubito, no sé si te lo he dicho alguna vez… pero te amo con locura.

-Ahora mismo no recuerdo. – bromeó Carmelo. – Me lo llevas diciendo esta noche cada vez que me miras. Algo ha pasado hoy que no alcanzo a recordar…

-Los rubios no piensan. Solo besan – dijo Jorge volviendo a juntar sus labios. – Lástima que la cristalera esté opacada ahora. Me encantaría que nos vieran todos así.

-Ya les hemos dejado un montón de oportunidades. Llevamos toda la noche en el escaparate.

-Pero estos han sido los mejores besos de la noche.

-Perdona, escritor, esos van a ser los que te de cuando lleguemos a casa. Desnudos los dos… en nuestra cama…

-Deberíamos irnos. Me urge que llegue ese momento – dijo bromista Jorge – En serio, creo que ya es hora de irse. Joder, mira Quirce como trapiña.

-No mires. Déjale a su aire. – le reconvino Carmelo. – Oye no te me vengas abajo ahora, capullo. Después del pollo que has montado esta noche. Deberías estar feliz. Nos has hecho pasar una noche muy divertida. Todos se lo han pasado genial. Y yo he podido disfrutar de tu amor. Aunque te me hayas escapado un rato a la terraza.

-Tengo la impresión de que estos pobres… me da… – dudaba de como expresar lo que sentía – Se están partiendo la cara por mí, Carmelo. Se han ido de casa porque su madre quiere pisarme la cabeza. Y no puedo hacer nada por ayudarles porque a lo mejor, si lo hago, se enfadan más con ellos. No quiero que por mi culpa se enfaden de verdad con sus padres. Cuando ha leído Martín parte de la historia de Sergio el otro día, cuando le fuimos a buscar, me ha calado hasta las partes del relato que eran un poco ficcionadas. Y su respuesta a mi pregunta de como lo sabía ha sido: empatía. Siento lo mismo con mi madre. O algo así, vamos. Me entiendes.

-Tranquilo. Veremos que no les falte de comer. Y ropa y cosas básicas. De momento, has conseguido que Martín se venga a casa. Aunque oficialmente su habitación esté en el piso de al lado. Ya haremos para que esté casi siempre en el nuestro. Y tienes tu cartera de pisos… para Quirce. Si Martín ha acabado aceptando ir a nuestra casa, es que pasa de lo que piensen sus padres. Puede que a Quirce le de igual y acepte “alquilarte” uno de tus pisos. Y si Martín ha aceptado registrar tus relatos pendientes, eso lleva gastos y te da la excusa de ingresarle dinero.

-Eso ya lo he hecho. Me lo ha pedido él en la terraza. Ha registrado cuatro novelas. Eso es un dinero en imprenta y también en tasas. Me da que se ha quedado sin un duro al pagarlo.

-¿Cuanto le has ingresado?

-Cinco mil.

-¿No ha protestado?

-No. Si lo llego a saber, le mando más.

-Es mejor que la semana que viene le mandes algo más. Y así todas las semanas. Mientras no diga nada…

-Le he dicho que te coja algún par más de Converse de casa. Y espero que me pida algo de ropa.

-Guay. Hoy lleva las J’Hayber. Le molan, se le nota.

-Resulta que su madre sabe lo de los pisos porque es muy amiga de Dimas, cosa de la que no me había dado cuenta. De que se conocían, estaba al cabo de la calle. Que fueran íntimos… eso es lo que me falla. Me lo confesó el otro día Martín.

-¿Y no salía Dimas con Laín y Paula en las fotos de la hija de Bonifacio Campero?

-Cierto. No lo recordaba. Me da que me vas a tener que dar un par de clases de actuación para recibir dentro de unos días a mis amigos del alma en Concejo.

-Escritor, no me engañas. Eres un gran actor sin necesidad que te de clases.

-Es porque te copio mucho.

-Bobo eres, la madre que te parió.

-¿Sabías algo de que fueran tan amigos Dimas y Paula?

-Ni tú, ni yo, ni nadie. Es la primera noticia que tengo. Y te juro que no le he visto nunca en las fiestas en su casa, ni las veces que no ibas tú.

-Si se han preocupado de que no me enterara es que hay algo raro. ¿Qué motivo si no puede haber para ocultar ser amigo de alguien?

-No te digo que no. Pero sabes, eso lo iremos descubriendo poco a poco.

-Tenemos que encontrar una solución para darles a estos una casa digna

-No te aceleres. Martín ya está convencido para mudarse a casa. Ya tantearemos a Quirce. Podemos jugar el tema de su novia.

-No sé por qué me da que no van bien las cosas entre ellos.

-Bueno. Quirce con sus padres tenía un estatus. Sin ellos…

-Ya no lo tiene.

-Aquí da igual, porque está en nuestras listas y siempre tendrá trato preferente. Y no necesita pagar, porque nos lo apuntan en nuestra cuenta. En alguna otra discoteca, también pasa lo mismo.

-Podríamos hacer algo para que eso pase en los restaurantes o en algunos bares que frecuentamos y en los que tenemos cuenta.

-Me parece buena idea.

Carmelo se quedó callado y pensativo unos segundos. Jorge lo miraba expectante.

-Estoy pensando… claro. Vale. Los últimos que compraste, esos tres apartamentos en un edificio cerca de Moncloa, no le pediste ayuda. Te lo gestionó la gente de Sergio. ¿Recuerdas?

-Tienes razón. Esos no están en su radar. Tengo que pensar como se lo planteo.

-Espera. ¿Y si se lo digo yo a Quirce? Como si fueran míos. Al fin y al cabo, no mentimos. Acuérdate que hicimos una sociedad patrimonial para comprarlos.

-Es una idea. No se me había ocurrido.

-Martín de momento, ha aceptado mudarse con nosotros. No creo que se eche atrás. Mañana le decimos que cuando lo va a hacer y le ayudamos. Fernando y los demás, seguro nos ayudan si se lo pedimos. Y Álvaro o Ester. Ester quiere mucho a Martín.

-No me parece mala idea.

-Y mira. Yo empezaría a pasar de hacer las cosas pensando en cómo van a reaccionar los padres de Quirce y Martín. Que les den. Lo importante a mi modo de ver, son ellos. Y para ti debe ser igual. Martín te quiere con locura. Hoy, ha sido el primero que se ha dado cuenta que te habías ido a la terraza. Y bastante ha hecho con aguantar casi media hora en ir tras de ti. Te conoce y estaba preocupado por si después de preparar todo esto, te había dado el bajón.

-¿De verdad? ¿Te lo ha dicho? – Carmelo asintió con la cabeza sonriendo – Joder con mi sobrino… la madre que lo parió.

-Tíos – Martín se había acercado a ellos – ¿Y si nos abrimos? No estoy acostumbrado a estas movidas… estoy para que alguien me coja en brazos. ¿Algún voluntario?

Esta vez fue Carmelo el que le agarró del cuello para bromear con él.

-Ya eres grande, canijo. Pesas mucho.

-Eso será que tú estás flojo. Seguro que Jorge puede conmigo.

-Si eres tú, claro que puedo. Y si no pudiera, hago un por poder.

La salida de la discoteca la hicieron con la misma falta de discreción que habían hecho la entrada. Ahora era un grupo menos numeroso, pero aún así, dieron la nota. Hasta el DJ les despidió de nuevo como a su llegada, nombrándoles a los tres conocidos que quedaban mientras atravesaban la pista de baile.

.

-¡¡¡¡¡Martín Carnicer, Jorge Rios y Carmelo del Rioooooooooooooooo!!!!! ¡¡¡¡¡Volved cuando queráis, sois lo más!!!!!!!!!!!!!!!

.

Ahora, al salir, el golpe fue al revés. El silencio de los primeros albores del amanecer contrastó al traspasar la puerta con el creciente volumen de la música que dejaban atrás, ya buscando la explosión final para dar por terminada la sesión. Joe, el encargado, estaba fuera fumando un cigarrillo. Se abrazó a los cuatro por turnos.

-No tardéis tanto en volver. Jorge, ya te enseñé donde está la puerta escondida por si quieres venir de incógnito. Si te da palo, me mandas un mensaje y te abro yo. Todos los vigilantes te conocen y tienen instrucciones de dejarte pasar siempre. Aunque no haya sitio para más gente. Y ya has comprobado que el sistema te reconoce a ti y a tus allegados y os abre las puertas.

-Gracias Joe. Todo genial. Nos despides de Smittie. No le he visto desde hace un rato.

Joe se volvió a abrazar a Jorge. Le dijo algo al oído. Sonrió e hizo un ligero gesto con la cabeza.

-Gracias por todo. – le dijo Jorge dándole un beso en la mejilla.

-Esto os ha debido costar una pasta – dijo Martín a su tío.

Carmelo sonrió.

-Ni un duro. Hemos sido las estrellas. Hemos dado espectáculo.

-Digamos que les hemos doblado la caja. Y al resto de reservados, al ir a saludarlos por deferencia de la discoteca, esos sí que han soltado la pasta. Si te has dado cuenta, cuando hemos entrado a saludar, la gente ha pedido otra ronda para invitarnos. Y algo de picar. Lo tienen bien estudiado. Nosotros en cada uno de esos sitios, hemos aceptado su invitación, aunque no nos hubiéramos acabado la copa anterior.

-Que cabrones. O sea que habéis trabajado para ellos. ¡¡Hemos trabajado todos para ellos!!

Carmelo se sonrió. Pero no dijo nada.

-Te voy a dar otro punto de vista. La discoteca les ha dado una experiencia distinta, y es que unas estrellas como Carmelo, tú, Álvaro, Ester, Mario, Óscar, Arón, Patrick… han ido a estar un rato con ellos. Nos hemos sacado fotos y hemos bebido unas copas. Nos han invitado. Eso da prestigio. Y repito, es una experiencia única. La discoteca en su caso, les ha vendido algo irrepetible. Porque será difícil que los mismo que nos hemos reunido hoy, lo hagamos otro día.

-Nunca pensé que hablar conmigo fuera una experiencia única. – dijo Martín sacando un poco de pecho.

-Venga, os dejamos dónde digáis. A no ser que os apetezca veniros a casa – les ofreció Carmelo.

-Yo me apunto. Pero solo hoy – dijo Martín. – Así te mango ropa – puso cara de niño bueno. Jorge se echó a reír porque hasta eso lo hacía igual que Carmelo. No era una cuestión de que ambos se parecieran, es que a veces, tenían los mismos gestos. Luego intercambió una mirada con Carmelo. Se había cumplido el vaticinio de Jorge que había augurado que Martín le iba a pedir algo de ropa.

Dejaron en su casa a Quirce. Jorge, en la calle, apoyado en el coche, miró con resignación la destartalada casa sin siquiera ascensor que se había buscado Quirce como refugio. Carmelo le dio un codazo para que dejara de pensar. Luego siguieron camino de su casa. Allí esperaba el relevo de los escoltas. Flor saludó a Fernando, que apenas se tenía en pie. Carmelo le dio un beso antes de entrar al portal. En el ascensor, Martín se apoyó en Jorge, que lo rodeó con sus brazos y le besó en la cabeza.

-Ha sido guay, tíos.

-Me alegro.

Martín no dijo nada más. En cuanto Carmelo abrió la puerta de la casa, empezó a quitarse la ropa camino del cuarto que solía utilizar cuando se quedaba a dormir. Ni cerró la puerta. Dejó la ropa en el suelo y se tiró encima de la cama, en calzoncillos. Jorge fue un poco después a taparlo con un edredón y a colocar bien la ropa. Carmelo le esperaba en el baño para ducharse juntos.

-Espera, antes hay que quitarse el maquillaje. – le recordó Jorge.

-Ni me acordaba.

-Tienes que estar matao. – le dijo.

-Hoy no tenemos nada ¿no?

-Yo sí. Encuentro con lectores jóvenes. A las ocho.

-¡Ah, joder! Si lo has comentado antes. ¿Quieres que te acompañe?

-¿Te apetece?

-Si hay que ir, se va…

-Que bobo eres…

Jorge le besó en los labios y abrió el agua de la ducha.

-No se me ha olvidado la promesa que me has hecho antes… – le advirtió Jorge mientras se dejaba frotar la espalda por Carmelo. Éste le dio la vuelta, le pegó a él y empezó a besarlo.

-Esto no cuenta. Me has dicho que iba a ser en la cama – dijo Jorge con cara de interesante.

-Pues si no cuenta, nada.

Pero Jorge lo agarró del cuello y le obligó a volverlo a besar.

Jorge estaba mirando por el ventanal de la discoteca. No había sido sincero con Carmelo ni con Smittie. Y éste no le había sacado del error.

Desde el Number 1 se veían otros reservados menos VIP. Estaban al otro lado de la sala, en la parte de abajo. Allí los vio.

El chico de la fotos estaba sentado encima de otro hombre, mientras se besaban apasionadamente.

Ovidio era uno de los ocupantes. Dimas era otro. A Jorge Le hizo gracia que su antiguo editor buscado por la policía para interrogarlo, se arriesgara a ir a lugares como ese. Posiblemente era porque de alguna forma se sentía seguro.

Tenía que quedar un día con Smittie. No acababa de entender el acuerdo que tenía con sus socios. Era claro que Lucien era el protector de esos que ahora miraba a lo lejos. Pero a la vez, les había recibido dándoles preferencia sobre el resto. Esos futbolistas, tenía razón Smittie, eran TOP. Y los de los programas de la tele. Y los habían apartado para hacerles sitio a ellos.

No le cuadraban esas alianzas. Dimas y Ovidio. Parecían estar hablando distendidamente, como en el vídeo que le enseñó Roger.

Dos hombres entraron en el reservado. Saludaron al resto. El joven de la foto, ese que les perseguía para hacerse selfies con ellos, dejó de darse el lote con el hombre que estaba sentado debajo de él. Le sonaba su cara, pero no acababa de reconocerlo. Era un hombre de su edad, parecía.

Jorge marcó el teléfono de Aitor. Le contó.

-Haz lo que puedas.

Entonces llegó la sorpresa: Jacinto Penas, el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Jordán. Fue saludando a todos los presentes. Parecía tener mucha afinidad con Dimas. Apareció detrás de él un joven al que Jorge también había visto en el vídeo de Roger. Era uno de los influencer a los que había reconocido Carletto. Y para su sorpresa, el mismo Carletto apareció justo después.

El tipo al que besaba al chico de la foto, fue directo al colega de Carletto. Sin mediar palabra, le metió un puñetazo en la cara. Cuando estuvo en el suelo, le pegó un par de patadas. Salvo Ovidio y su acompañante, ninguno hizo nada. El chico de las fotos, siguió dándole patadas. Estaba lejos, pero aún así, Jorge pudo distinguir el odio que destilaba su mirada. El odio a ese joven que estaba en el suelo y al que seguía dándole patadas.

El hombre que se estaba besando hacía unos instantes con él, lo apartó de malos modos. Parecía decirle que no se creyera lo que no era. Que esa no era su guerra. Lo atrajo y lo besó de una forma salvaje. El joven de la foto, cuando se separó de él, sangraba del labio. Pero para sorpresa de Jorge, parecía haberle gustado.

Ese hombre le cruzó la cara con la mano abierta. Ovidio se puso firme. Dimas se sonreía. Parecía estar gozando con la situación. De repente, miró hacia el reservado de Jorge y sus amigos. Sonrió como si pudiera verlo. Y le hizo una peineta. Luego escupió al suelo.

Rosa apareció en ese momento. Le recriminó duramente. Le sorprendió, porque le acompañaban dos de los hombres de Roger. Dimas intentó discutir con su mujer, pero ésta se impuso. Uno de los hombres le agarró del cuello.

Eso ya era demasiado para Ovidio, cogió a su acompañante del brazo y se fueron. Algo les dijo antes de irse, que no gustó a ninguno.

El hombre al que no acababa de situar Jorge hizo burla a ese cuando ya no le podía ver. Por la puerta de atrás, apareció Paco Remedios. Tampoco pareció muy feliz con lo que encontró. Detrás de él entró el agregado cultural de la embajada de Francia. No parecía a gusto con todo lo que veía. Hizo amago de irse, pero Rosa, la mujer de Dimas le retuvo con un gesto imperativo.

Jorge recibió un mensaje.

Gonzalo Bañolas, el hijo de Elvira del Cerro.”

Jorge hizo una mueca de fastidio por no haberlo reconocido desde un principio.

Jorge escribió una respuesta:

Mira si encuentras una cámara de la disco que les pueda sacar una foto o un vídeo de todos ellos.”

No tardó en recibir respuesta:

Ya he pinchado una de las cámaras. Tengo copia desde que llegaron”

-Escritor, estás muy serio – le dijo Carmelo rodeándolo con sus brazos por detrás.

-Estaba pensando en una trama. Perdona.

Jorge se dio la vuelta y besó a Carmelo.

-Deberíamos volver a dejar que nos vean.

Carmelo sacó el mando y le preguntó con la vista.

-Chicos, volvemos a salir al escenario. – avisó a sus amigos.

Todos se levantaron y empezaron a bailar delante de la cristalera. Carmelo dio al botón, y ya eran visibles de nuevo. El público reaccionó de inmediato jaleándolos. Carmelo y Jorge volvieron a su posición frente a la cristalera. El escritor miró retador hacia el reservado de sus “amigos”. Solo el chico de las fotos se fijó en él. Sonrió devolviéndole la mirada. Cerró los ojos y empezó a contonearse suavemente al ritmo de la música girando sobre si mismo. Una de las veces cuando coincidió que enfrentaba a Jorge, le lanzó un beso. Y le sonrió. Una sonrisa llena de sangre. No se la había limpiado cuando le había mordido Gonzalo Bañolas.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 67.

Capítulo 67 .- 

.

Cuando Jorge abrió los ojos esa mañana, hubo un momento en que se sintió desorientado. Esa sensación solo la había tenido antes de la pandemia, cuando en los viajes de promoción de sus libros, visitaba cada día una o dos ciudades y muchas mañanas, al despertarse en una nueva habitación de hotel, no se acordaba ni siquiera de en qué ciudad estaba.

Alargó el brazo para abrazar a Carmelo pero no lo encontró. Se incorporó asustado. Encendió la lámpara que tenía en su lado. En la cama, estaba todavía la silueta de su rubito. Se agachó para oler la almohada y pudo distinguir todavía el perfume que solía utilizar Carmelo en comunión con el olor de su piel que le daba un aroma único y que Jorge era capaz de reconocer en cualquier circunstancia.

Poco a poco fue aclarando su cabeza. Sentir de alguna manera a Carmelo estaba haciendo que se centrara. Lo único bueno que había tenido ese despertar era la seguridad de que esa noche había tenido un sueño profundo, largo y reparador. Se sonrió pensando que estaba tan poco acostumbrado a esos sueños tan… totales, que tenía la sensación de haber perdido la memoria. Haberla perdido una vez más.

Volvió a tumbarse con la vista fija en el techo. Alargó la mano hacia la parte de Carmelo acariciando las sábanas de esa zona de la cama. Ya no estaban calientes, ya solo podía distinguir ese suave aroma a él, pero era suficiente para tener la sensación de sentirlo a su lado.

El viaje de vuelta desde Salamanca había sido tranquilo. Apenas había hablado con nadie de los que le habían llamado durante todo el día. Con Javier al llegar a Salamanca. El resto de llamadas que tuvo no las respondió. Fernando se había encargado del teléfono una vez más. Tres temas se alternaron en su cabeza: Carmelo, ese chico, Nabar y su encuentro con Javier, y su reciente charla con la madre de Sergio, su antigua amiga “la Guevara”.

Sobre la última de las cuestiones, debería todavía meditar con tranquilidad. La entrevista había sido tan distinta a todas las posibilidades que se había imaginado que… era pronto para sacar conclusiones. Además, todo lo sucedido echaba por tierra sus ideas preconcebidas. Parte de ellas, al menos. Ideas basadas en teoría en su experiencia. O lo que él pensaba que era su experiencia. Pero ésta parecía estar viciada. O quizás él se había obsesionado con una forma de ver las cosas y la había convertido en verdad absoluta. Sin prestar atención a otras posibles interpretaciones. Ese era otro de los temas que debía revisar. Para todo ello necesitaría unos días. Cuando se sintiera preparado, escribiría sobre ello. Otro de sus Episodios Nacionales. Esa siempre había sido su forma de centrar un poco la cabeza. Mientras pensaba sin un teclado delante, sin un bolígrafo en la mano y una de sus molesquines, los argumentos, las conclusiones no se tornaban definitivas. Además, muchas veces en esos casos, tenía una idea al sentarse y empezar a escribir, y el resultado era completamente distinto. En algunas ocasiones era incluso absolutamente opuesto. Su forma de razonar cuando escribía era distinta a la que tenía sin esa actividad de por medio.

Pero lo que más le urgía a Jorge esa tarde anterior, era el tema de Carmelo.

Habían intentado, al acabar la entrevista con Nati Guevara, llamar a Flor para enterarse exactamente del estado de su rubito. Pero no le cogió el teléfono. En cambio, fue Helga la que le llamó al cabo de unos minutos.

-Está bien. Ha bebido mucho. Flor está cuidando de él. Vamos a casa.

No preguntó más. No quería poner a Helga en un compromiso. Solo la dijo que tardaría en llegar algo más de dos horas.

-Fernando, con tranquilidad. No tenemos prisa.

Éste le miró preocupado.

-Nada, no te preocupes. No pasa nada. Solo que no he estado atento a lo importante. Ahora hay que dar tiempo a que todo se ponga en su sitio y se asiente. Y si ves un sitio agradable para tomar un refresco, os invito.

Al final en el viaje, después de una parada para tomar el refresco prometido en el pueblo en el que estaba Javier con ese chico, acabó quedándose dormido. Fernando le despertó cuando apenas quedaban diez minutos para llegar a casa.

-Así te da tiempo a quitarte la cara de somnolencia. – bromeó con él.

-¿Cuando sales de turno?

-En cuanto lleguemos. Está Alan ya esperándote con otro equipo.

-A lo mejor podías hacerme un favor. Ya sé que es abusar de tu confianza.

-Dime.

-¿Te irías a echar un vistazo a Rubén al hospital? Y de paso a preguntar un poco por allí. Sin que sea nada oficial. Ya que vamos sabiendo cosas de él…

Nada más acabar de hacer la propuesta, Jorge se arrepintió. Aunque Fernando se había convertido en poco tiempo en una persona muy cercana, no tenía derecho a ponerle en ese compromiso de indagar para él, sin que mediara instrucciones de sus jefes. Fue a decirle que olvidara lo que le había pedido, pero el policía no le dio opción.

-Claro. Como mañana volveré a estar a tu lado, te cuento. Tranquilo. Hablamos de lo que pongo en el informe.

-Gracias por todo – le dijo al llegar a su casa.

Se despidió de él con un beso en la mejilla. Y del resto de sus compañeros. También saludó a Alan y los que iban a estar de guardia esa noche. Flor y Helga le esperaban en el portal.

-Ya está mejor – le dijo Flor después de saludarse. – Creo que de parte de lo que ha pasado hoy no se acuerda. Ha dormido un par de horas sentado en tu butaca. Creo que necesitaba sentirte cerca de alguna manera.

-Gracias por cuidarlo. Se lo dices al resto.

-Tranquilo, todos lo sabemos.

.

-Dormilón. ¿No piensas levantarte en toda la mañana? Que sepas que llega una invasión de amigos para empezar a preparar lo de Pasapalabra.

Carmelo estaba en la puerta de la habitación. Para su sorpresa, no estaba desnudo, ni siquiera en calzoncillos; vestía uno de sus chándal viejos. Tanto las mangas como los pantalones le quedaban un poco cortos. Le hizo un gesto y Carmelo se acercó a la cama. Se inclinó sobre él y lo besó.

-Venga, levanta. Te he preparado el desayuno.

Carmelo tiró de él. Jorge pensó en resistirse y obligarlo a tumbarse un rato a su lado, pero tuvo la sensación de que la mañana había avanzado demasiado. Por la luz que entraba a través de la puerta, debían ser más de las diez de la mañana. Así que se dejó ayudar para levantarse y con el impulso se abrazó a su rubito.

-Perdona, es que me he mareado un poco – bromeó al abrazarse a él. – Ver a mi lado a un tipo tan guapo como tú, me ha hecho perder la cabeza.

Carmelo lo besó en los labios sonriendo.

-En cambio, yo no he sido capaz de ver en esta habitación a nadie tan atractivo como tú, escritor. Ponte una chaqueta, no quiero que te quedes frío.

Enseguida se unieron a su desayuno algunos de los ayudantes de Carmelo para preparar la merienda al equipo de Pasapalabra. Mariola fue la primera, que vino con su nieta Asia. Era igual a su abuela. Alegre, inquieta, preguntona. Carmelo se la subió enseguida a los hombros. Luego llegaron Ester, Omar, Arón, Joaquín, Anna, Arturo, el hijo de Ernesto, Gemma, Paloma…

-Menudo casting tenemos en esta película – bromeó Jorge. – Arturo os puede servir de guionista.

-¿Tú que vas a hacer? – le preguntó Carmelo.

-Pues me voy a ir a Concejo. Quiero… echar un vistazo a los teléfonos. Y releer algunos relatos antiguos.

-¿Vas a hacer un recopilatorio? – le preguntó Arturo.

-No. – contestó sonriendo – Me sirven para hacer memoria.

-¿Te vas solo? – volvió a interesarse Arturo.

-Pues sí. Me temo que vaya a ser aburrido.

-¿Y si le dices a Martín que te acompañe? Si vas a repasar tus relatos, él lo ha leído casi todo. Te puede ayudar. Y de paso, le das un par de mis deportivas y zapatos. Las Adidas y las J’Hayber. – le propuso Carmelo. – No las puedo usar por mi acuerdo con Converse. Y le vendrán bien.

Recordó Jorge un comentario que le hizo Carmelo al respecto de la ropa que le vio cuando subió a su cuarto en el hostal. Fue casi lo que le decidió a marcar el teléfono de su “sobrino”.

-Joder, que guay. Me acabo de levantar, tío. Ayer nos dieron las mil leyendo el papel de mi nueva peli.

-¿Otra? ¿Ya empiezas otra? ¿Qué tal ha ido?

-Sí, es otra. Es lo que tiene no hacer protagonistas. Guay. Buen ambiente. Mi papel mola. No es muy importante, pero mola. Estoy teniendo suerte.

-¿Me ayudas en unas cosas? Te paso a buscar y nos vamos a Concejo. Tú y yo. Pasamos el día juntos.

-Vale.

Cuando Jorge lo pasó a recoger por su hostal, intentó evitar mirar el edificio. Fernando, que de nuevo estaba junto a él, sonrió. Ya empezaba a conocer sus caras.

-Tranquilo. Se las apañará. No es una tragedia. Martín tiene más recursos de lo que parece.

-No me jodas, Fer. ¿Has visto ese cartel? Es lo más cutre desde la posguerra.

Jorge salió del coche cuando vio a Martín salir del portal. Quería abrazarlo. Su “sobrino” parecía estar de acuerdo con ello, porque fue un abrazo apretado. De nuevo le sorprendió a Jorge su efusividad. Y cuando se sentaron en el coche, se recostó en Jorge. Eso de nuevo le sorprendió porque iban Fernando en el asiento del copiloto y Nano conduciendo. Aunque para sí, pensó que a Martín, Fernando le caía bien, y casi lo consideraba como alguien cercano. Si no, esos gestos los solía evitar. “También es posible que ande tan necesitado de cariño que le de igual todo”. Ese último pensamiento no le dejó tranquilo. Recordó como lo abrazó en el encuentro con sus padres. Y como le dio un montón de besos para animarlo. Y estaba en plena calle rodeado de escoltas y de gente que pasaba por allí.

El escritor iba con la idea de salir a la calle y sentarse en uno de los cenadores para hacer el trabajo que había pensado. Pero el tiempo en Concejo no parecía estar de acuerdo con sus deseos. Estaba nublado y el viento soplaba con alegría. Desde la Hermida se podían ver algunos molinos y sus aspas giraban con ganas. Así que desplegó todos los móviles sobre la isla de la cocina.

De repente el trabajo que se había impuesto para ese día le pareció agobiante. No se veía con fuerzas ni ganas de hacerlo.

-¿Te puedo echar una mano? – se ofreció Fernando que lo miraba desde la puerta sonriendo.

-Sí, mira. Entra y me ayudas a mirar fotos del pasado. ¿No te dirán nada tus jefes?

-Tranquilo.

-¿Y yo que quieres que haga? – preguntó Martín.

-Eres el único que ha leído casi todo lo que hay en la nube. Necesito que me busques “Episodios Nacionales” que hablen de Toni, el que fue representante de Carmelo. De Nati Guevara. De Sergio Romeva. Y de tus padres. ¿Eso será un problema?

-Para nada – dijo en tono decidido.

-Y por un casual, haz memoria por si recuerdas si en alguno de ellos, hablo de un joven que se acerca a sacarse fotos conmigo. O con Carmelo.

-Pero eso…

Fernando le tendió su móvil con una foto del chico al que se refería Jorge.

-¿Te suena de algo? – le preguntó su tío.

Martín se lo quedó mirando. Parecía estar haciendo memoria.

-No sé decirte – dijo al cabo de un rato.

Jorge se quedó con la mosca detrás de la oreja. No había negado esa posibilidad. Así que, conociéndolo, pensaba que a lo mejor, es que le sonaba de algo. Había dos posibilidades: una, que no centrara sus recuerdos y la segunda, que sí lo hubiera hecho, pero que lo que tenía guardado en su memoria sabía que no le iba a gustar.

-Hay al menos diez teléfonos entre los tuyos y los de Carmelo. – dijo Fernando sorprendido.

-Ya me he dado cuenta. El otro día con Carmelo no me parecieron tantos. ¿Qué me querías decir con la pregunta? – se había dado cuenta que Fernando le quería proponer algo.

-¿Y si subimos todo a la nube? – propuso Fernando. – Es mas fácil luego verlo todo de un golpe y buscar.

-Pero eso tardará… y espera, le dije a Carmelo que subiera…

-No hay carpeta, así que no lo ha hecho. – le dijo Martín. – No hay fotos en la nube. Solo está la carpeta que ha creado Aitor. La secreta. Y las que voy creando yo al leer tus descartes. Te puse tres relatos en una carpeta para que los leyeras.

-Pero eso fue el otro día…

-Ayer no había fotos en la nube. Estuve leyendo.

-Me da pereza… – se quejó Jorge.

-Si no te importa, te lo subo yo. Y te lo voy clasificando por fechas. – se ofreció Fernando. – Ya verás como no tardamos tanto. Y eso luego nos va a facilitar la labor.

-Lo que veas. No me parece mala idea. Pero a mí me costaría ponerme a ello.

-Pero como lo voy a hacer yo, tú tranquilo.

-Mientras, lee ese relato que te he enviado. – le dijo Martín, que no había perdido el tiempo. – Es de la Guevara. Y te recuerdo que tienes tres relatos… no me has hecho ni caso antes.

-Que sí. Uno ya lo he leído. El de la Feria del Libro.

-Ahora que lo dices, a lo mejor ese chico que decíais antes, sale en ese relato.

-¿El que está con Pólux y Gaspar al final?

Martín afirmó con la cabeza sin mirar a Jorge. Este valoró esa posibilidad. No se le había ocurrido.

Empezó a leer el relato de la Guevara mientras sus dos ayudantes trabajaban frenéticos en los encargos que les competían. No difería mucho de la idea que tenía antes de como eran las cosas en aquellos días. Hacía referencia al momento en que Carmelo sufrió ese ataque brutal y hubo que cambiar completamente el argumento de la película.

-Mira también si ves algún relato en el que hable de una película en la que cambiamos el guion. Y de paso, después de nuestra visita al barrio, de Nadia, de mis padres, de mis hermanos, de Nando…

-¿La película te refieres a la de la paliza a Carmelo?

Jorge se lo quedó mirando.

-¿Qué sabes de eso? No te recuerdo en aquella época.

Martín no miró a Jorge. Seguía atento a su tablet.

-Nada. Pero oí cosas. A parte, el relato que te he pasado, habla de ello.

-Martín por favor. ¿Que oíste?

Pero el joven seguía a lo suyo. Parecía que ni hubiera escuchado a Jorge. Pero éste sabía que sí lo había hecho. Estaba pensando en que contarle. El escritor se resignó y siguió leyendo.

-Mi padre dice que fuiste un insensato y un insensible. “Solo pensó en él y el hijo de puta de su marido”.

Fernando levantó la cabeza para mirar alternativamente a Jorge y a Martín.

Jorge no dijo nada. Esperó.

-Decía que debiste dejar las cosas como estaban. Haber dejado que sustituyeran a Dani.

La cabeza de Jorge empezó a trabajar a toda velocidad. No recordaba ningún reproche de Laín. En aquella época no tenían una gran relación, pero se conocían al menos de vista. ¿De qué? ¿En que ambiente coincidirían? Por entonces, Jorge apenas trataba a la gente del cine. Ahora ese tema le llamaba la atención. No lo había tenido presente nunca hasta ese momento. Él siempre había tenido la idea de que conoció a Laín el día que acudió a su casa por primera vez para una de aquellas barbacoas en su jardín tan famosas entre la gente que tenía algo que decir en el cine o la televisión. Paula se lo había presentado cuando llegó. No hizo ninguna referencia a que ya hubieran tenido contacto antes. Ahora se daba cuenta de que eso no era así. Pero él tenía excusa para no hacer mención a ese conocimiento previo, porque no lo recordaba. Laín ¿Qué excusa tendría?

-Dice que casi lo jodes todo.

-Ese todo ¿A qué se refiere? – se atrevió a preguntar Jorge. Por mucho que lo intentaba, no acertaba a saber de qué estaba hablando Martín.

-Algo de lo suyo. Te pone como el culpable de que tuviera que dejar su carrera de actor. Mi madre discute mucho con él de eso. Sobre cuando dejó de actuar en primera fila. Creo que a mi madre no le gustó eso. Quería que triunfara. Por lo de ser importante y famoso. Y ella a su lado. Parece que su sueño es posar junto a mi padre en un photo call, con toda la peña gritando su nombre y un montón de señoras pidiendo a mi padre que sea el padre de sus hijos. Y mi madre, agarrando bien fuerte el brazo de mi padre, para decir al mundo que ese actor conocido por todos era su marido. “Su” marido.

A Jorge no se le alcanzaba a pensar en qué fue lo que hizo para propiciar que Laín dejara de trabajar. Ahora se le habían aparecido algunas imágenes de haberse cruzado en algún momento en aquellos días de lo de Carmelo. Pero de momento, no había recordado ni una conversación, ni siquiera un saludo. Se conocerían en todo caso de vista. Ni tenían amigos en común, ni nada… que los relacionara. Él por entonces, apenas conocía a nadie del mundo del cine. Volvía a reiterar esa idea. Eso llegó cuando Carmelo se acercó a él años después. En todo caso, los cineastas o actores que conoció, lo hizo en las barbacoas que organizaba el matrimonio en su jardín, y por lo que recordaba, para eso todavía faltaban unos meses. O años. Años.

-Te mando otro relato Jorge. Hay un problema.

-¿Cual?

-Los Episodios Nacionales, como los llamas, están en la carpeta de descartados. El noventa.

-¿A sí? – Jorge se mostró completamente sorprendido. No atinaba a dar con una razón para que eso fuera así.

-Tienes cerca de mil cuatrocientos relatos aquí. Perdona, mil seiscientos … por ahí. Acabo de ver una carpeta dentro de esa carpeta que tiene otros cuatrocientos. Y veo en esta dos carpetas más. Rectifico. No me atrevo a darte una cifra de lo que tienes aquí guardado. Me atrevería a decir que tienes más de dos mil relatos. Y por el tamaño de algunos, son novelas de la extensión al menos de “deRosario”.

Fernando levantó la cabeza sorprendido.

-¿Dos mil relatos descartados? “deRosario” tiene casi mil páginas, Jorge.

-Más de dos mil. Dos mil con esa primera carpeta. A lo poco, dos mil quinientos. – apuntó Martín con cara ambigua. Parecía contento de su descubrimiento, porque así tenía más cosas que leer de su tío, pero por otro, le parecía una barbaridad que esa fuera la carpeta de descartados.- La mayor parte son relatos pequeños, de diez o quince páginas. Pero un diez por cierto, serán de a partir de doscientas.

-Pero Jorge… eso es una barbaridad. Alucino contigo. ¿Descartados? No me lo puedo creer. – Fernando lo miraba con la boca abierta.

Jorge se encogió de hombros. Copió la mejor cara de niño bueno que solía poner Carmelo. No era consciente de todo eso. Mucho menos era capaz de explicarlo.

-Tío, entre tú y yo, estos relatos no los tienes registrados.

-Habrá que hacer algo. – opinó Fernando – No te puedes arriesgar a que luego aparezcan por ahí, como las otras novelas. Y con todas esas movidas de tu amigo Poveda dando la lata en las teles… seguro que Nadia y sus colegas buscarán la forma de volver a acceder a tu nube. No descartes que roben a quien sepan que tiene acceso. O que intenten algo.

-Pero ¿Cuándo? Si no me da la vida ahora… y os advierto que tampoco me apetece dedicarme a ello.

-Si me dejas, me puedo encargar. Cuando era más pequeño alguna vez te acompañé. Y con ese del registro me he encontrado un par de veces. Se acuerda de mí. Me suele preguntar por ti. Me contó que no fuiste por “La Casa Monforte”, la versión que publicaste. Que fue Aitor.

-¿Lo harías? ¿Te encargarías?

-Claro. A no ser que quieras que Aitor…

-Nada de Aitor. Si se lo pido lo hará. Pero… vive lejos y está ocupado en otras cosas. Si te comprometes, quiero que lo hagas tú. Pero eso es un trabajo. Así que te tengo que pagar de alguna forma. Te pongo una condición: que te mudes con nosotros.

-No quiero estar en medio…

Fernando hizo un gesto para indicar que tenía algo que decir.

-Sin querer meterme en dónde no me llaman… – pareció dudar antes de seguir exponiendo su propuesta.

-Pues ahora te llamo yo. Di lo que pienses – Jorge le hizo un gesto para apoyar sus palabras. Fernando se dirigió entonces a Martín.

-Te puedes quedar en el piso de al lado. Tiene puerta de comunicación – le explicó Fernando. – ¿Quieres intimidad? Te quedas en el otro piso. ¿No hay problemas de interrumpir algo o te apetece compañía? Te pasas al piso de tu tío.

-Pero os lo dejé a vosotros… – se quejó Jorge.

-Hay cuatro habitaciones. En dos de ellas hay tres camas. En las demás, dos. Pasamos una de una habitación a otra y le dejamos la cama más grande a Martín. Esa habitación está bien. Y tiene el salón y la cocina y el cuarto de estar. Si quieres, dejamos el salón para Martín y nosotros utilizamos el cuarto de estar. La cocina… pues bueno. Tampoco la solemos utilizar. Salvo para el desayuno.

Jorge miró a su sobrino. Éste no se decidía. Seguía sin mirar a Jorge. Al final dijo su sentencia.

-Vale. Y me encargo de registrarte todo esto. Prepararé unos recopilatorios. Y los iré llevando. Aprovecharé para corregirte algunas cosas. Ortografía y demás.

Fernando soltó una carcajada.

-En realidad has estado educando a tu futuro secretario. Ahora lo estoy viendo claro – bromeó el policía.

-Menos mal que alguien se ha dado cuenta – dijo Martín gesticulando exageradamente mientras sonreía con su gesto de pilluelo.

-Iros a cagar los dos. – Jorge los miraba a punto de reírse pero poniendo su mejor cara de indignación.

-Sobrino, no creas que se me ha olvidado que estabas contándome con mucho cuidado unos temas que me interesan.

-Ya está.

-Ahora cuéntame lo que te has guardado. Por favor.

-Lo único que no te he dicho, es algo de Tirso.

-¿La novela?

-No. Tirso, Tirso.

-¿Lo conocías? – le preguntó Jorge, con miedo a que la contestación fuera afirmativa.

El silencio volvió a ser la respuesta inmediata de Martín. Jorge espero paciente. Fernando los miraba de reojo sin dejar de organizar las fotos de Carmelo y de Jorge.

-Menudo montón de fotos. Y por las fechas, faltan algunos teléfonos. Hay períodos de vacío – anunció Fernando.

-Claro. Las cámaras.

Jorge subió decidido las escaleras camino de su cuarto. Fue abriendo cajones hasta que encontró lo que buscaba: una cámara digital.

-La utilizaba a veces Carmelo. – explicó a Fernando tendiéndosela – Tiene que haber otra, pero esa a lo mejor está en casa de Cape. Era una cámara profesional. No la he visto ni aquí ni en la casa de Madrid.

-Y aquella que fallaba. – comentó Martín.

Jorge afirmó con la cabeza. No se acordaba de ella.

-De todas formas, sigue habiendo períodos sin fotos. Es raro – dijo Fernando.

Jorge se decidió y llamó a Carmelo.

-Escritor. No puedes estar sin mi, ya lo veo. ¿Me echas de menos?

-Pues apenas la verdad. – dijo en tono de broma – Rubito, a ver. Me dice Fernando que está haciendo lo que tú dijiste que ibas a hacer, subir las fotos a la nube y me dice que hay fechas sin ninguna. Tiene ahora la cámara digital aquella compacta que utilizabas. Pero falta al menos la profesional.

-Tienes un par de teléfonos más en el salón, en el último cajón del sifonier que hay debajo de la tele. En el último cajón. Son los más recientes. La cámara profesional está en la casa de Cape. Y aquella cámara que era un desastre, está también en ese cajón que te he dicho.

Jorge se había ido a donde le decía Carmelo, abrió el cajón.

-Aquí hay… coño, si uno es mío.

-Se estropeó. No sé si podréis sacar algo de él.

-Fernando seguro que sabe hacer algo.

-Te dejo. Que estamos liados. Además como no me echas de menos… – se quejó Carmelo.

-Te quiero. – se despidió Jorge.

Estaban descargadas las baterías, así que Fernando las puso a cargar.

-Si quieres llamo a Bruno que está de guardia en la casa de Cape. Que entre y coja la cámara. A lo mejor la puede acercar alguien.

-No quiero molestar más.

-Déjalo de mi cuenta, si es por eso. No está Cape. No interrumpimos nada ni molestamos.

-Como veas.

-Sí, conozco a Tirso. – afirmó de repente Martín.

Esa respuesta golpeó a Jorge como un puñetazo en la mandíbula. No pudo disimular su estupefacción. Fernando de nuevo, volvía a mirarlos alternativamente. La afirmación de Martín también le había sorprendido. No quería perderse ninguna reacción, aunque Martín permanecía imperturbable, trabajando con los relatos de Jorge.

-Te acabo de enviar otro relato, tío.

-Y yo. ¿Conozco a Tirso? – se atrevió a preguntar Jorge. Pensó que debería esperar un rato, pero no fue así.

-Claro. Aunque hace muchos años que no os veis.

-¿Tú si lo ves?

-Sí. Quedamos. Pero de eso, no os puedo hablar. Solo debes saber tío, que él está pendiente de ti. Y que te cuida.

La cara de Jorge era un poema. No sabía a donde mirar.

.

-Se lo dije claramente. Que no quería verlo de nuevo por aquí.

Jorge lo miraba sin saber que decir. Toni había sido el socio de Sergio desde el principio. Le sorprendía esa ruptura tan radical con él.

-Y tú más que nadie deberías comprender por qué lo he hecho.

-Entiendo que lo de tu hermano Fidel… a lo mejor tiene algo que decir. Sus razones… o puede que nos han engañado respecto a quién propició…

-No hay razones. No me valen. Meter en ese mundo a mi hermano. No. Y lo de Dani, no me jodas. Y eso solo es lo que hemos descubierto. A saber… a saber lo que no… si ha hecho algo, es capaz de cualquier cosa. ¡¡Joder!! No lo podemos consentir, Jorge. Sea Toni o sea el Papa. Y te prometo que quien me lo ha dicho, sabe de que habla. Y por nada del mundo me mentiría. No Jorge, no. Toni es una enfermedad que he decidido erradicar de raíz. No quiero volver a verlo en mi vida. Y si me entero que se acerca a Dani o a Fidel, te juro que … le hundo.

-¿Y si habla con la prensa? Puede destrozar a muchos. A Dani, a Fidel, a Biel, a Connor…

-No hará nada de eso.

-Yo no estaría tan seguro. Me preocupa ese tema. Que no es de fiar, en los últimos tiempos cada vez era más evidente. Lo raro es que no lo supiéramos antes.

-Si hace eso, va a la cárcel. A parte de eso, me estaba robando. A lo grande. Por eso le he pillado. Por eso me he enterado de lo de Fidel. Por eso te pedí que fueras a rescatarlo. Te estaré eternamente agradecido Jorge.

-No fastidies. Eres mi amigo. Y tu hermano… es como si fuera mío también. Yo no confiaría, perdona que insista, en que se atenga al acuerdo. Y más si no le has puesto más dinero.

-También iría a la cárcel su Henar, su mujer. En realidad fue la que me robó. Hacen buen tándem.

-Henar era tu amiga de la Uni. Y te llevaba la administración de la agencia.

-Yo les presenté. Y soy padrino de su hijo.

-Se ha quedado sin padrino.

-Ya veremos. No voy a renunciar a él. Como tú no renunciarías a Jorgito. Por cierto, busca un agente. No confíes en Dimas.

-Tendría que enfrentarme a Nando.

-Puedo encargarme yo. Sabes que puedes pedirme lo que quieras.

-Te lo agradezco. Puede que te pida algo. De todas formas, si estás un poco al loro de lo que pase a mi alrededor…

-Por descontado. Lo hago ya. Y si un día quieres que lleve todos tus asuntos me dices. Da igual que no lleve a escritores.

-Gracias – Jorge le dio un golpe en el hombro.

-A Nando no le entiendo por cierto. – Sergio volvió al tema de Nando y Dimas – Lo de Dani me ha descolocado. No esperaba ese gesto. Y menos que te lo pidiera a ti.

-No fue él porque estaba acojonado. Y no le quedó otra porque le llamó Tirso. De todas formas, algo se me escapa de todo este asunto. Nando parece distinto últimamente.

-¿Y desde cuando tú te has significado en esas acciones? Me han contado que casi matas al que estaba pegando a Dani. A puñetazos. Y ni siquiera se te hincharon las manos. Con Fidel, todos se apartaron a tu paso.

Jorge se encogió de hombros. Lo de Fidel no había sido tan sencillo como las fuentes de Sergio le habían dicho. De eso también se encargó Jorge cuando dejaba la finca. Tuvo que emplearse a fondo. Y Nacho también. Ese día parecían estar preparados. Nacho luego, en el coche mientras llevaban a Fidel a la consulta del doctor Manzano, para que se ocupara de cuidarlo, dijo claramente que le había parecido una trampa.

Parece que te estaban esperando, escritor.”

Por eso te he llamado”.

-De todas formas, deberías investigar por qué Toni llevó a ese tipo a esa fiesta, la de Dani. Tirso lo tenía vetado. Y el anfitrión sabía lo que le Iba a pasar cuando volviera de Oporto. Lo mismo ahora, cuando vuelva de París. Siempre buscan cuando Tirso está de viaje. El tipo que estaba con Fidel, tenía una cruz encima. Y – Jorge dudó si decirle, pero creía que debía avisarle – mira tus fuentes, las que te avisaron de esa situación delicada de Fidel. Estaban esperándome. Si no llega a ser por Nacho y dos de sus “amigos”, hubiéramos salido malparados.

Sergio no respondió. Jorge estuvo pendiente de su contestación. Al final entendió.

-Esa es una de las contrapartidas que le has dado a Toni. No investigar ese asunto. Porque tuvo la culpa en los dos casos. Y tuvo la culpa de todo lo que sus padres le hicieron a Dani.

-Y de llevarlo a esas fiestas. Los padres cobraron desde el primer momento por ello. Libre de impuestos, como se suele decir. Y te aseguro que fue un pastizal. Así tiene Toni el nivel de vida que tiene.

Sergio parecía apesadumbrado. Le remordía la conciencia.

-No me enorgullezco. Pero si no, Dani hubiera acabado muerto en cualquier momento. Y quiero a ese chico. Y por supuesto, quiero a mi hermano. Tenía que acceder a algo para asegurarme de que no les iba a pasar nada a ninguno de ellos.

-No lo utilices. Pero te conviene saberlo. Te conviene saber todos los negocios en los que está metido. Y te conviene saber la gente en la que puedes confiar y en la que no.

-Algunos de los negocios de Toni son con Nando.

-Entonces a mí también me interesa que tú investigues.

-Deberías cuidar a Dani.

-Lo cuidará la policía. Ese comisario Marcos, también aprecia al chico. Hay muchos pendientes de mis movimientos. Mi marido lo ha hecho tan bien en los negocios que ha emprendido, que sus socios no le quitan el ojo de encima. Y de paso, no me lo quitan a mí, porque, aunque todos saben que Nando iba por libre, él les ha dicho a todos que yo era el ideólogo. Es claro que la pasta la he puesto yo. Como siempre. Que el dinero lo perderé yo. Saben, pero por si acaso es verdad lo que dice Nando, no me quitan ojo de encima. Y por si tienen que cobrarse las deudas.

-Deberías hacer con él lo que yo he hecho con Toni.

-Es una idea. Pensaré en ello. Pero me da pereza. Para otras cosas me sirve de pantalla.

-¿Y tu suegra?

-Esa es más falsa que falsa. Ya le llegará su hora.

-Parece que te aprecia.

Jorge miró con gesto adusto a Sergio. Éste levantó las manos a modo de muda disculpa.

-Por cierto. ¿Fidel? – preguntó el escritor.

-Hablé con él el otro día. Quedamos de acuerdo en que lo mejor para él era desaparecer. Se va a ir a vivir a Estados Unidos. Le estoy buscando acomodo en San Francisco o en Los Ángeles. . Va a estudiar allí y luego quiero que abra una sucursal de la agencia. Eso dentro de unos años, cuando haya acabado sus estudios. Se encargará cuando se establezca en hacer contactos en el mundo del cine y del teatro. Esperemos que algún día Dani y otros de mis representados, puedan beneficiarse y convertirse en el nuevo Antonio Banderas.

-¿No es muy joven para eso?

-Es lanzado. No se rinde. Y tiene encanto personal. Le he dado una actividad de confianza. Espero que eso haga que olvide lo que le han hecho. Es un puesto de confianza. Creo que es lo que necesita, sentirse útil.

-Ojalá le haya servido de lección.

-Te invito a comer. Celebremos al menos que salvaste a Dani y a Fidel de una muerte casi segura y de habernos quitado de encima al cabrón de Toni.

-Me parece buena idea. Tengo hambre.

-Eso si que es una novedad. Entonces es un tercer motivo de celebración. A veces pienso que te alimentas del aire.

Jorge Rios.”