Necesito leer tus libros: Capítulo 114.

Capítulo 114.-

De aquella reunión “improvisada” en una mesa del restaurante de Biel Casal con Gustave Meyer de protagonista, éste no salió detenido. Se fue por su propio pie y fue recogido por su chófer y guardaespaldas privado. Pero a partir de ese momento, su vida cambió radicalmente.

Al día siguiente, a la puerta de su hotel de Madrid, le esperaban una maraña de periodistas franceses que le preguntaban por su reunión con altos cargos de la policía francesa y española. Durante la noche, se habían filtrado unos vídeos en las que se veía claramente como el empresario se mostraba muy enfadado ante las preguntas de los policías. Enfadado y esgrimiendo su gran ego y su creencia de que era alguien intocable para esos pobres mortales. El sonido de los vídeos no era muy bueno, pero para eso estaban las especialistas en leer los labios. No ahorraron las palabras mal sonantes y las duras amenazas que profirió el empresario.

Su mujer hizo un comunicado a los pocos días en los que anunciaba que ponía fin a su relación con Gustave Meyer y que empezaban un proceso de divorcio. Aunque todo parecía acordado, manteniendo las buenas formas y la armonía familiar, aunque fuera por los hijos en común, en otro restaurante, esta vez en París, le grabaron al empresario asegurando a sus compañeros de mesa de que su mujer se iba a arrepentir de esa decisión. De nuevo, fue protagonista de los programas de las televisiones francesas. Algunos de sus socios en varios negocios, le retiraron su apoyo. Se comentaba en los círculos empresariales, que ya que el dinero de esos negocios provenía del patrimonio de su mujer, ésta se iba a hacer cargo de los mismos. Parecía que su idea era auditarlos todos y comprobar que sus prácticas eran las adecuadas y que no tenían relación con ningún asunto turbio. No se citaba a Anfiles, pero para el que estaba en el caso, la lectura era clara. Marie no le había ahorrado a Sofie en su conversación telefónica, ningún detalle, por escabroso que fuera.

Era curioso que no se filtraran vídeos del Sr. Meyer jugando a los médicos con algunos jóvenes. Posiblemente fuera porque los que disponían de esos vídeos querían proteger a los adolescentes que salían en ellos, algunos de los cuales dejaban claro en sus gestos la incomodidad, por decirlo suavemente, que les producía la situación. Pero en algunos círculos sí que fueron compartidos. Así como la historia de Eloy, el joven muerto tras un encuentro desafortunado en la calle con Gustave Meyer. Esas historias consiguieron que el equipo de los ex-partidarios ganara miembros, los mismos que abandonaron el bando contrario

Ya se sabe que los animales acorralados son más peligrosos. Algunos de los que le dieron la espalda, sufrieron curiosos accidentes. Intentos de robos en la calle con violencia. Accidentes de coche inexplicables.

Una de las víctimas a las que intentaron agredir en Madrid, fue Marie Bellerose. Pero rápidamente algunos viandantes que por casualidad se dieron cuenta, acudieron en su ayuda. Los agresores tuvieron suerte, porque la policía llegó a tiempo para evitar que acabaran muertos a causa de los golpes de esa gente anónima. Fueron detenidos y puestos a disposición judicial, después de ser curados de sus heridas en el hospital más cercano. La policía fue incapaz de identificar a ninguno de esos buenos samaritanos, porque desaparecieron con la misma rapidez que se prestaron a ayudar a Marie Bellerose. Fue imposible identificarlos ni visionando con atención y con los últimos adelantos en identificación facial las imágenes del suceso. En esas imágenes en cambio, si fue posible identificar a los agresores. La jueza determinó prisión incondicional sin fianza e incomunicada. De sus declaraciones no se pudo avanzar peldaños y acercarse a quién había dado la orden. Aunque uno de ellos, al ver que el dinero acordado no llegaba a sus familiares, cambió la declaración a los pocos días, con la presencia de dos gendarmes que había enviado el comandante Thomá para tomar buena nota de todo lo que declaraban. Hay que decir que Marie Bellerose no sufrió daño alguno.

Gustave Meyer fue llamado a declarar en la comisaría que dirigía el comandante Thomá en París. El revuelo mediático fue considerable, porque además coincidió con la presentación de una denuncia por parte de su mujer en trámites de divorcio, por amenazas y vejaciones. Parecía que no había tomado de buen grado que su mujer le echara de casa. Fue el siguiente paso al inicio del proceso de divorcio y una consecuencia directa de las grabaciones en el restaurante en las que amenazaba a Sofie y que fueron pábulo durante días de los programas de las televisiones francesas. Meyer no podía hacer nada, porque esa casa era de ella. Y en las capitulaciones matrimoniales que firmaron antes de casarse, se dejaba meridianamente claro que lo de ella, seguiría siendo de ella siempre. Y que los hijos, de haberlos, su custodia sería para la madre.

Algunos de esos detalles del contrato que firmaron al principio de su relación, no parecía tenerlos en mente el empresario. Posiblemente porque nunca pensó que ella sería capaz de enfrentarse a él.

Pero si él, al principio de que sus problemas crecieran de nivel, había exhibido un despliegue de abogados impresionante, ella no le fue a la zaga. Él, con el paso de las semanas, empezó a tener que prescindir de algunos de ellos por no poder hacer frente a su minuta. Y porque en algunos casos, a parte del sueldo, no lo veían nada claro. O tenían algunos problemas de conciencia. El equipo legal de Sofie, en cambio, era un equipo compacto y eficiente. Bufetes de abogados acreditados y sin ningún contacto con empresas o personas que fueran dudosas o que hubiera el más mínimo indicio de que participaban en las tramas y “negocios” a los que se había dedicado Gustave Meyer durante su vida a partir de su matrimonio.

Ya se sabe que cuando se ve el árbol caído, todos quieren hacer leña. Y leñadores aparecieron de repente en todas las esquinas. En algunos programas de televisión se lo pasaban muy bien comparando las imágenes del empresario de antes del estallido del escándalo con el después. De los comentarios de sus amigos antes, y de sus ex-amigos después.

La policía tanto española como francesa, no hicieron ningún comentario al respecto. Las coletillas habituales diciendo que estaban investigando y que cuando tuvieran novedades las comunicarían a los medios. La familia de Eloy, su abuela o sus padres, o el entorno de la familia, declinaron en todo momento hacer declaraciones. Elodie, la abuela de Eloy, solo hizo un comentario ante la insistencia de la prensa cuando salía de un evento en el museo del Louvre, en la que comentó que tanto ella como los padres de Eloy, querían privacidad para llorar a su nieto – hijo tan querido para ellos.

La mañana en que los asistentes al curso de Jorge llegaban a España, Jorge desayunaba en la cocina de su casa de Madrid. Carmelo acabó de ducharse y se puso a preparar el desayuno.

-¿Estás bien? – El actor miraba preocupado a su marido. Desde que se había levantado de la cama apenas había pronunciado un par de palabras.

-Hoy llegan.

-No les va a pasar nada. Ya verás. Y tú vas a estar sembrado en el curso.

Jorge no contestó. Volvió al libro que estaba leyendo sobre la isla de la cocina. Fue entonces cuando recibió un mensaje en el móvil. Lo cogió y enarcó las cejas al leerlo.

-Es Carmen. Que pongamos la tele.

Carmelo se acercó a coger el mando y la encendió. Estaba sin sonido, pero era claro lo que anunciaba.

Conocido empresario francés, brutalmente asesinado a orillas del Sena”.

Carmelo subió el sonido.

Fueron desgranando lo que se sabía del caso. En las imágenes que las cámaras tomaban del escenario, Carmelo y Jorge reconocieron a Roberto y a Álvar.

-Se han ahorrado detenerlo. – comentó Carmelo.

-Cierto. Ya habían conseguido las pruebas para ello. Y se han ahorrado meses o años de juicios.

-¿Fuego amigo o enemigo?

Jorge resopló antes de mirar brevemente a Carmelo y volver a poner su vista en el libro.

-La pregunta es más amplia. ¿Fuego amigo o … de cual de sus ahora innumerables enemigos? Ten en cuenta que sus amigos … el amigo Meyer había dado muestras últimamente de que no le temblaría la voz de poner en aprietos a los que le habían dado la espalda. No le temblaría ni la voz ni la mano. Ya sabes el refrán: el que a hierro mata …

Jorge pasó la página del libro. Carmelo puso gesto de resignación. Estaba claro que al escritor, ese tema no le interesaba tratarlo en absoluto.

Jorge Rios.”

-Flor, salimos ya.

-Estamos listos. Una pregunta – se dirigió a Carmelo – ¿Te vas a quedar aquí definitivamente? Por organizarnos. Si es así, levantamos la vigilancia permanente que tenemos en la casa de Cape.

Carmelo miró a Jorge. No estaba seguro de que hacer. Decir en voz alta que esa era su casa, significaba romper con todo lo relacionado con Cape. De alguna manera, aunque últimamente estaba un poco enfadado con sus actitudes, era una forma de traicionarlo. Su ascendente sobre él pesaba todavía en su ánimo.

-Sí – contestó rotundo Jorge. – Se queda aquí. Como lo está haciendo desde hace meses.

Jorge se giró hacia Carmelo, que tenía la mirada perdida y la boca igual de perdida, sin saber que decir. Habló ahora con voz suave, dulce como si acunara a un bebé; se había dado cuenta que se había expresado en tono casi de ordeno y mando. Le fastidiaba a la vez que le asustaba esa indecisión que exhibía en los últimos tiempos Carmelo para tomar decisiones.

-En realidad llevas viviendo aquí desde que vendiste tu casa de Madrid. Alternaremos entre Concejo y esta casa. Serán nuestras casas. Nuestras casas, tuyas y mías. De los dos. No lo hemos dicho con palabras, pero lo hemos dejado claro con nuestra forma de actuar últimamente. Desde París. Luego en el confinamiento. Y después, lo mismo. Tus zapas y tus calzoncillos han colonizado esta casa – Jorge lo miró con gesto travieso. Flor consiguió a duras penas no echarse a reír.

-¿Quieres que luego pasemos a recoger ropa o algo? – insistió Jorge. – La última vez apenas dejamos nada en los armarios. No creo que queden muchas cosas. Siempre es posible que queden más calzoncillos.

-¡Bobo! – Carmelo no tuvo más remedio que sonreír. “Este jodido escritor no me deja disfrutar de la melancolía, será cabrón el tío. Siempre me hace lo mismo.”

-Debería pasarme sí. En realidad casi no queda nada, tienes razón. Calzoncillos puede que algunos. – Carmelo guiñó el ojo a Jorge a la vez que sonreía pícaro – Y zapas. Pero esas se las guardo para Martín cuando se recupere. Se las pondré en su habitación. Y lo mismo los calzoncillos que haya allí.

-¿Todos? Habrá que avisarle que no son de usar y tirar. Si de repente se encuentra con cien …

-¡Para ya, joder! – Carmelo lo miraba sonriendo pero a la vez mostrando que la broma … olía a cansina. Aunque de nuevo, había conseguido su objetivo.

-Pero ahora soy yo el que … no soy capaz de tomar una decisión. – Carmelo volvió a mostrar sus dudas. Necesitaba expresarlas. – Definitiva, quiero decir. Una decisión definitiva. Me da la sensación de traicionar a Cape. De cerrar esa etapa de mi vida. Es como si de alguna manera pusiera en venta esa casa. ¡Adiós Cape, que bueno fue mientras … ¡Qué se yo!! Parezco un bobo perdido y sin ser capaz de poder decidir nada por mí mismo.

-Eso es una bobada y lo sabes, Dani. Es una casa, nada más. Un mausoleo, diría. Fría e impersonal. Cape decidió irse. Fue una decisión suya que ni siquiera consultó contigo. Te acompaño y echamos un vistazo y recogemos lo que quieras. Si quieres quedarte allí, es tuya, recuerda. Cape te la ha cedido. Pero aquí estás siempre y también es tu casa. Nuestra casa. Y creo que aquí estás más a gusto, arropado y abrazado permanentemente por mí. Y lo más importante: te encuentras a gusto. Eres feliz. Te sientes en casa.

El escritor hizo una pausa en su discurso de convencimiento. Le miró con dulzura y le acarició la mejilla.

-Me gustaría que te quedaras. No quiero volver a separarme de ti, salvo por trabajo. Y ésta es nuestra casa, – insistió Jorge – nuestra, y la otra … no es ni la mía en ningún concepto posible, ni la tuya en el sentido emocional.

-Pero es como si apartara a Cape … no sé. Apenas se ha ido y ya … Aquella casa, tienes razón, no es nada mío. Y es… fría. Todo esto está abriendo cosas. Me hace volver a ser un chico inseguro…

-Creo que confundes el tema de la casa con tu aprecio o consideración por Cape. A mi entender, son dos cosas distintas. Que decidas no vivir en esa casa … no tiene nada que ver con tu aprecio por Daniel Gutiérrez Capellán. Nunca has vivido allí en realidad. No has llevado siquiera nada demasiado personal. Las cosas que has ido sacando del almacén son … las has traído aquí o a Concejo. Esa casa no ha dejado de ser un hotel que has utilizado cuando tenías que trabajar en Madrid y te facilitaba la labor.

-Y no te creas, estoy dándole vueltas al comentario ese de la abuela aquella.

Jorge arrugó la frente y miró a Flor. No acababa de entender la relación de esa abuela con … Flor levantó las cejas para indicarle que estaba igual de despistada. Jorge decidió entrar al trapo directamente. Para atajar ese otro conato de preocupaciones en la mente del actor.

-La buscamos si quieres. A lo mejor Javier y Carmen nos pueden ayudar. ¿Quieres que les llame? ¿Nos vamos luego al hospital con la excusa de saber de Eduardo y miramos a ver si está? Pero esa mujer, por mucho que sepa del pasado … no debe influir en tu decisión en este tema. No la pongas como excusa.

-Pero me inquieta …

Jorge se dio cuenta que iba a dar igual lo que le dijera. Era la excusa que se había buscado para intentar sortear esa decisión. De repente Carmelo había perdido uno de sus asideros emocionales. Eso le hacía sentirse vulnerable. Es otra de las cosas que le debía agradecer a Cape.

-A lo mejor estaría bien ir a verla. He escrito el relato. Y creo que voy a escribir otro desde el punto de vista del chico. Puede ser la excusa.

-No sé. Le paré a Cape cuando la fue a preguntar. A lo mejor debería haberle dejado. De todas formas cambió la expresión. Se dio cuenta que había hablado demasiado.

-¿Y dices que se acercó así de repente? ¿Y nos conocía a todos?

-Por concretar el tema de las casas, que os vais por las ramas – insistió Flor. Se quedó mirando a Carmelo para que le diera una respuesta firme.

-Sí, sí. Tiene razón Jorge. En realidad es lo que estoy haciendo casi desde que volvimos de Francia. Antes incluso. Esta es mi verdadera casa en Madrid. Desde que vendí la mía. Nuestras casas serán ésta y la de Concejo. Posiblemente la de Cape la acabe vendiendo. Mientras eso sucede, la nueva empresa de seguridad se encargará de vigilarla. No… no la siento como mía, tienes razón. Lo que pasa es que me cuesta. Siempre he estado más a gusto aquí.

-Gracias. Eso nos facilita mucho la labor. Libera a muchos compañeros que pueden ocuparse de otras labores. ¿Nos vamos? – sentenció Flor. – Podéis seguir hablando en el coche.

-Tienes razón.

Salieron de casa. El silencio se apropió del grupo. Solo lo rompieron para ir saludando a los miembros del equipo de escolta que se fueron encontrando. Flor y Fernando iban pegados a ellos.

-¿Sabemos algo de Hugo? – preguntó en el ascensor Jorge.

-Lo están buscando. – respondió Flor de forma seca.

.

Javier Marcos llegó al bosque una hora después. La noticia del atentado les había pillado en una reunión por un caso nuevo. Carmen Polana se había adelantado y había acudido nada más llegarles la noticia. Ante la magnitud de la operación, no había tenido más remedio que llamarlo. Un helicóptero le dejó allí junto a un equipo de los GEO que se unió a la búsqueda del o los sicarios que habían atentado contra la vida de los jóvenes. Hugo había desaparecido y casualmente había tenido un altercado con uno de los chicos. Algo del pasado. Algo que a alguien se le había escapado.

-Quiero saber quien investigó la vida de Hugo. Lo quiero saber todo. De la vida de él y de quien se encargó de la investigación. Quiero saber si fue un error o fue premeditado. Empiezo a dudar si alguien cercano juega en el equipo contrario. Lo de Alberto ya me dejó mosca cuando sucedió. Y lo de Ghillermo. Y esto engorda la mosca de mi oreja.

-Pongo a Juanma con ello. Pero en lo de Ghillermo, creo que te obsesionas. No es más de lo que es, una enfermedad congénita que no descubrieron sus médicos.

-No sé que decirte. La enfermedad no la puedo negar, está en el informe de la autopsia. Lo que nadie me acierta a explicar es qué hacía allí Ghillermo. Yo nunca hablé en casa de esa operación, entre otras cosas porque fuimos de apoyo, no era nuestra. Esa es la duda. Y yo juraría que él sabía que se iba a encontrar con Alberto. No se extrañó, se alegró.

-Deja de machacarte. Te echas la culpa. En realidad es lo que haces.

Javier decidió dejar de lado el tema de su marido muerto. No era ni el momento ni estaba entre las personas con las que le apeteciera compartirlo.

-Dejo de pensar en ello, porque sé que lo haces tú por mí. – Javier se quedó mirando a Carmen que afirmó ligeramente con la cabeza.

-Hablo con Pati para que ponga en marcha la investigación de Hugo.

-Que le ayude Leyre. Deben investigar a todos los recientes. Si lo que se nos ha escapado con Hugo lo hemos hecho con otros, quiero saberlo.

-Pero Javier, no te …

-No me acelero. No sé si ha disparado él. Quiero pensar que no. Quiero pensar que habrá una razón entendible para su ausencia de su puesto de trabajo. Es más, aunque algunos del pueblo describan a un tipo corriendo por la orilla del río que se parece a él y que viste como vestía esta tarde él y que parecía llevar en la mano lo que a todas luces, por la descripción, parece un rifle y que se alejaba del lugar de la agresión, de verdad, pienso que no ha sido él. Eso es un tema. Yo lo que estoy enfadado es porque alguien con ese bagaje y con esa implicación en el caso, nunca le debería haber designado para el puesto de ocuparse de la seguridad de Jorge. Joder, si se tiraba a su marido. Tenía relación con ellos y no sabemos de que tipo. Y anda que el marido de Jorge a poco que hemos escarbado, menuda joya. Nadie que estuvo relacionado con él es de fiar. Nadie. El día que le tenga que contar a Jorge un 10 % de lo que hemos descubierto, pediré una UVI móvil por si le da un síncope. Y a más, tuvo una terrible discusión con Martín, un casi sobrino del escritor. Fue tal la bronca que el chico no quiso seguir trabajando en el cine. Y el padre, justo en ese momento, deja también su carrera y la cambia por ser figurante. Esos sucesos tienen muchas más implicaciones de las que hasta ahora conocemos. Son decisiones radicales. Todas estas cosas son públicas. Y … joder, que ponemos a vigilar a Jorge a un tipo que está en medio de todo esto… No. No es normal.

-Pues hay un algo que urgía pedirle. – comentó Carmen.

-Sí, el lunes. Volverán a Madrid. El lunes lo vamos a ver a casa. Todos. Nos repartiremos las noticias. Y Kevin al que le tiene cariño por lo del parque, le pedirá la exhumación. O Yeray. Kevin le contará lo de sus “vitaminas”. Y Quiñones que haga de poli malo. Total, ya lo hace de por sí. Otro que me empieza a mosquear. Parece que le tiene verdadero odio a Jorge. Y éste no es tonto. Se da cuenta. Quedan diez minutos para que nos pida no tener que volver a verlo.

-Luis – Javier saludó al guardia civil que acababa de llegar.

-Javier – le hizo un amago de saludo militar. – Acabo de volver del Comarcal.

-¿Novedades?

-Hasta que me fui, bueno, le operaban. Manzano se ocupa. Ya lo conoces, así que no te digo nada de él. Es el mejor. Tengo la impresión de que salvo sorpresa va a salir de la operación. Dicho todo con cautela. Su padre estaba ido. Y su madre tomó las riendas. Ana es fuerte. Dani y Cape fueron, me acaban de contar unos compañeros que los han echado del hospital. La enfermera jefe.

-Por protocolo Covid. Contra eso no podemos hacer nada. De todas formas, esa mujer es de una falta de humanidad difícil de superar. Con lo que llevamos de pandemia, hay mil formas de intentar entender y ayudar a todo el mundo sin comprometer la seguridad de nadie.

-Dani, me han dicho que se subía por las paredes. Ha debido montar un número como en sus buenos tiempos.

-Entonces habrá ya decenas de vídeos al respecto.

-Ni uno. Todos parecían apoyarlo. Todos los que andaban por allí. Ni uno ha grabado la escena.

-Eso le debería decir algo a esa enfermera jefa. – dijo Javier en tono enfadado.

-Carmelo se siente culpable. Lo del chico de Ana es para atacarlos a ellos. Eso parece al menos. Y encima no poder estar apoyándolos, frustra. Los entiendo perfectamente. – Carmen no había evitado mostrar el malestar que le producía la situación que contaba en guardia.

-Lo único es que a lo mejor no está dentro de la trama general. Lo del tema de Martín y de Hugo, puede que sea una venganza o un tema colateral – opinó Luis.

-¿Quieres que sigamos con el plan B? – preguntó Carmen.

-Sí. Orden de búsqueda. No nos centremos solo en lo evidente ni en las corazonadas. Y también de Hugo. Peligroso y armado. No descartamos nada. También orden de búsqueda de Dimas, de su mujer y de su hija Clara. Y del jefe de la editorial, no recuerdo el nombre. Vamos a dejarnos de pamplinas y a buscar respuestas. Quiero una orden de registro de la casa de Dimas y de la editorial. No vamos a ejecutarlas de momento. Buscaremos la coyuntura que más nos convenga. Pero… sin olvidarnos que aunque Hugo se ha puesto en una situación que debe explicar, no centremos todo en que es él. Cualquiera que esté por ahí perdido, o perdida…

-Las huellas nos llevan a que es hombre …

-No descartemos nada. Esta mañana era una mujer. ¿Quién nos dice que no haya venido …?

-Con ella en el coche, no. Tenemos las cámaras de tráfico. Iba sola.

-Que alguien compruebe todos los coches que hay en el pueblo y alrededores. Dile al Capitán Melgosa que utilice uno de sus drones y lo ponga a sacar fotos de matrículas.

-Comisario – el comandante Garrido de la Guardia civil se acercó a Javier y le hizo un saludo militar al que respondió el comisario – De momento no hemos encontrado nada que nos haga pensar que esa mujer tuviera apoyo. Me encargo yo de llamar a Melgosa.

-¿Sabemos quién es?

-Su DNI dice que se llama Beatriz Camarero. 40 años. De Cuenca. Trabaja de comercial de una empresa de perfumería. Fue una suerte que estuviera el agente Luis González en el bar. Aunque todo me huele a tapadera. Estamos comprobándolo todo. Para que dos hechos de esta gravedad sucedan en el mismo pueblo y con solo un día de diferencia … no descartemos que haya relación entre ellos.

-Por cierto, – Javier lo miró de soslayo sonriendo con picardía – quisiera que me prestara al guardia González durante un tiempo.

-No me sobran los guardias. Ya sabe como andamos. – Garrido fingió no estar de acuerdo con su petición.

-Lo sé. Lo sé. Pero confío en él. Y necesito alguien que me de un punto de vista distinto y que conozca esta zona y a la gente. Y se lleva bien con Daniel Morán y con Daniel Gutiérrez. Y por extensión con Jorge Rios.

-A lo mejor me puede hacer usted un favor a cambio.

-Le escucho.

El asistente del comandante le pasó a éste una tablet con una foto en la pantalla.

-Este hombre.

Javier Marcos miró al comandante después de ver a la persona cuya fotografía ocupaba la pantalla de la tablet.

-Está haciendo indagaciones en los pueblos de alrededor. No de continuo. Se aloja a veces en casas rurales.

-Es Otilio Valbuena. Tiene uno de los mejores bufetes de abogados de Madrid. Pero eso seguro que ya lo sabe. Me extraña que se dedique él en persona a…

-Pero lo que me escama es que pregunta sobre Óliver Sanquirián, que trabajó para él. Y tengo entendido que se vio de una forma discreta con él y con Jorge Rios en el bar de Concejo del Prado. Y que ahora el tal Óliver representa a Jorge Rios y lleva también algunos temas de Daniel Gutiérrez. Es todo muy raro. Parecen muy amigos, pero va preguntando por ahí. Y ha empezado a venir de vez en cuando una tal Helena Martínez. Es según me cuentan, la mano derecha de D. Otilio en el bufete. Pero viene a ayudar a Óliver. Y no, no son amantes, Óliver es homosexual.

-Me encargo de eso. No se preocupe Comandante.

-Bien. González es suyo. Aunque ya sabe lo del papeleo.

-Mañana lo tiene resuelto. De todas formas, si se entera de algo más relacionado con alguno de los implicados, si me lo cuenta, se lo agradeceré. Aunque sean…

-Minucias. Seguimos peinando buscando colaboradores de esa mujer a parte de buscar a su hombre. U hombres.

-Se lo agradezco. El equipo de los GEO les echarán una mano. He pedido a sus superiores que mañana envíen algunas de sus unidades de intervención. Mi hombre se le supone peligroso, si es que es el tirador. Y ya de paso, si sus hombres preguntan como quien no quiere la cosa, donde estaban los lugareños, a ver si conseguimos hacer un mapa para saber si falta alguien en él y para poder tener una idea de quién ha podido ver qué.

-Eso va a ser labor de chinos.

-Sí, por eso necesito que su gente, que conoce a los de la zona lo hagan sin levantar demasiado la liebre.

-Daré mañana las instrucciones.

-Así sus guardias se dedican más a eso, y los de intervención a peinar los campos y los bosques. Aunque sin dejar de indagar con la gente que se encuentren sobre lo que hemos comentado.

-Vale. Se lo ha tomado en serio, comisario.

-Mira Rui. Este caso de Jorge Rios se ha complicado mucho. Desde el principio creímos que las respuestas había que buscarlas despacio y lejos, en el pasado. Pero tenemos que acelerar. Hay que buscar atajos. Son muchos tiroteos. Y lo de estos chicos me duele en el alma. A Eduardo lo he tratado un poco y me parece tan buen chaval, que me duele en el alma, repito. Lo mismo puedo decir de Martín al que conocí el otro día en casa de Jorge. Y encima que el principal sospechoso sea alguien al que he designado yo para un puesto al que nunca debería haberse postulado. Hugo nos la ha metido doblada. Sea o no el atacante.

-No está claro, estudiando el terreno – expuso el Comandante. – Kevin y Yeray te dirán cuando acaben. Mira, por ahí viene Yeray.

-El terreno es una patraña, con perdón. Las huellas están amañadas – era Yeray el que hablaba con contundencia mientras se acercaba a ellos. – Hugo se ha cambiado de ropa – levantó la mano en la que traía unos zapatos y una americana que parecían de él. – Los zapatos están limpios. No hay barro. En la escena, el atacante dejó huellas de unos zapatos como estos. Anduvo un rato por una zona embarrada, cerca de la orilla. Debió ser cuando los chicos estaban escondidos en el agua y el tirador estuvo buscándolos. Hay que estudiarlo todo con calma y detalle. Hugo ha andado mucho tiempo descalzo. Enseguida viene Kevin, que ha seguido algunas de las huellas.

-Mandamos a la científica – dijo Javier – Comandante, ¿La suya o la nuestra?

-El agente González le va a costar que sea la suya. Los nuestros están desbordados. Siguen en Vecinilla. Y lo que les queda.

El comisario Marcos se echó a reír.

-Menudo negocio he hecho. ¿Es cierto que Fermín se ha incorporado de su permiso para ayudar? – Javier se puso serio.

-Después de estudiar el escenario del “accidente” de Líam Romero y comprobar la patraña que era, y tener noticia de lo de Vecinilla, no se lo ha pensado.

-Pobre hombre. ¿Y su hijo?

-Luchando. Pero acaba de terminar con una tanda de quimio. Te puedes imaginar.

-A ver si hay suerte. Si podemos hacer algo, nos dices, Rui.

-Mis chicos mayores van algún día a visitarlo. Todos lo agradecen. No debe tener muchas visitas.

-Volviendo a lo nuestro. Llamo a nuestros CSI entonces ¿no? – dijo Carmen.

-Ya le digo – El Comandante se echó a reír. Porque sabía desde el primer momento que el Comisario Marcos quería que fueran los suyos quienes se encargaran de la escena. Siempre le había caído bien el Comisario Marcos. Y le parecía un policía muy competente. Si le podía ayudar en algo, lo haría. Aunque intentaría luego sacar algo a cambio. Le estaba costando mantener la pantomima del tratamiento formal. Pero su colaboración todavía no era pública ni tenía todos los parabienes de la superioridad. Y había mucha gente alrededor que no era de su círculo de confianza. No querían dar pistas a sus enemigos y se frustrara su colaboración. Tácitamente, tampoco habían hablado del tema de Vecinilla más que de pasada. Ese tema habían conseguido mantenerlo en secreto. Se había hecho un comunicado de prensa de que se había descubierto en la zona una gran plantación de cannabis. Por eso el movimiento de unidades del SEPRONA y del GAR. También se había hablado de un grave accidente de coche, pero sin resultados mortales. Tres heridos que habían sido trasladados por helicóptero al hospital Comarcal.

Carmen Polana se puso a ello dando las instrucciones pertinentes. Kevin se acercó desde el otro extremo.

-Hay otro par de huellas. No sabría decir si son de ese momento o de otro. Incluso de un tercero que anda descalzo, o en calcetines al menos. Ese creo que es Hugo. Pero si es Hugo, no ha podido disparar a los chicos, al menos cuando les han alcanzado. Desde dónde estaba, no les tenía a tiro. Y sí al otro individuo.

-Yeray, tenías razón – le reconoció Javier.

-Las de los chicos están claras: llegan andando, uno de ellos corre los últimos metros mientras parece empieza a desnudarse. Ese parece Eduardo. El otro sigue andando despacio. Se para y también se desnuda. Salen por el otro extremo. Están un rato tirados pegados al suelo. Luego parece que uno se levanta y da la impresión de que anda erguido. De nuevo, ese parece Edu. Parece que piensa que el peligro ha pasado, o eso interpreto. Pero el otro no, y lo sigue encorvado, incluso en algún trecho andando a gatas. Cuando llega a la ropa, el segundo salta y parece que lo empuja al suelo. Ahí es cuando uno recibe un impacto de bala, Eduardo. Y seguido Martín recibe dos. Pienso que vio que Eduardo estaba herido e intentó ayudarlo o se quedó paralizado, completamente expuesto.

-Descartaremos. Luis, tu jefe te ha puesto en mis manos durante un tiempo. Mañana empiezas a hablar con todo el mundo de nuevo. Quiero que intentes saber exactamente cuanta gente ha venido por aquí en los últimos días. Y que hicieron. Y más o menos lo que han hecho durante todo el día de hoy. Sus movimientos exactos. Vendrá Mario a ayudarte. Ya lo conoces. Tengo que pensar quién va a coordinar a todos y a recopilar los datos.

-Si me lo permite mi comandante – hablaba el sargento Frutos al mando del puesto de Concejo – me gustaría encargarme de eso.

-Ya me ha quitado otro efectivo, Comisario. – bromeó el comandante.

-Pero yo le he quitado el engorro a sus CSI de procesar toda esta escena. Mira Garrido, vamos a dejarnos de tonterías. Lo arreglamos trabajando juntos. Al alimón. Así no me tienes que prestar nada. Hablamos con tu General.

El Comisario y el Comandante se miraron sonriendo.

-Me parece bien. Eso me pasa por no hacerte caso y no haber aceptado el puesto que me ofrecieron en la UCO. Al albur de los acontecimientos, ese destino hubiera sido más tranquilo que el que tengo. Y con menos … visiones truculentas. ¿Dónde montamos el centro de coordinación? – preguntó el Comandante a su Sargento.

-En el puesto mismo. El agente Ortiz, me ayudará. La mitad del puesto está vacío. Necesitaremos algún ordenador más. Mañana volvemos a sacar las mesas y las sillas apartadas en el almacén. A lo mejor necesitamos alguna más. Y más velocidad de Internet. Y un programa específico. Y seguridad informática.

-Hecho. Ahora mismo lo pido. A ver si sacamos algo en claro de eso.

-Del programa y de la seguridad informática se encarga mi gente – comentó Javier.

-Llamo a José Arnáiz – se ofreció Kevin.

-No, no. Para este tema … Arnáiz ya está liado con otras cosas. Voy a llamar a uno de fuera. Tranquilos, es un fuera de serie y un fuera del sistema.

-Pues será mejor que no se entere Arnáiz. – bromeó Garrido.

-Si no se lo contamos, no se va a enterar. Ya tiene sus negocios a parte.

Garrido enarcó las cejas. Parecía que Arnáiz había crecido demasiado y Javier pensaba que no podía atenderlos con la dedicación que precisaba el caso.

-Carmen, pide al juez cuando venga ahora, una orden para situar a todos los teléfonos de la zona. Diez kilómetros a la redonda con epicentro aquí. Y la localización durante todo el día.

-No sé si le va a hacer gracia.

-Confío en tu capacidad de persuasión.

-Conozco al juez – dijo el comandante – yo le echo una mano con él.

-Gracias Comandante. Yeray y Kevin, iros al hospital a hablar con los padres de Martín. Hablad con ellos por separado. Si está Jorge le invitáis a unirse. Carmen si te vas con Eduardo al comarcal, cuando se vaya el juez, te lo agradeceré. Comandante, he pedido a sus jefes que me dejen unidades para tener vigilados a los chicos. Están bajo su mando.

-Y tú te vuelves en el helicóptero a Madrid y te metes en la cama. No te tienes en pie. – le recriminó Carmen.

-Eso es lo que voy a hacer. Tengo que pensar. Y para ello debo dormir. Mañana llegaré tarde.

Jorge Rios.”

-¿En qué piensas?

-Pienso en lo que no nos contaron el otro día los polis. Lo que nos perdimos al irnos tú con Eduardo y yo con Martín. Estaba imaginándome la escena de Javier llegando a Concejo en un helicóptero.

-Dijo Carmen que lo había mandado a descansar.

-Se metió por medio el caso ese que se ha traído Garrido desde Somo. Estaban reunidos todos en la Unidad, guardias y policías, incluido ese chico nuevo, Nico. Allí se enteraron todos a la vez. Carmen se vino, Garrido y los suyos también. Javier se quedó en la Unidad leyendo el caso nuevo de Somo y algunas averiguaciones que habían hecho en la reunión. Pero Carmen al ver la gravedad del asunto lo llamó. Y fue. En coche. Pero a mí me ha gustado lo del helicóptero. Como me echas en cara lo de mi dramatismo galopante … ¡Toma dramatismo!

-Va a ser divertido leer tu investigación paralela. Sabes que a Javier no le gustan esas exhibiciones. Lo de los helicópteros para trasladarse y esas cosas.

-Ya verás cuando te pase el asesinato de Elías García, el de la editorial.

-¿Pero lo has matado? Joder, no pensaba que le tenías tanta manía.

Carmelo volvió al gesto serio.

-No me has contado con detalle lo que os dijo Laín en el hospital.

-Lo que oíste el otro día. Poco más. Me sacó de quicio. Me defraudó. Me quedé con la sensación de que nos tomó una vez más el pelo. Todos sacamos esa impresión. Sabes más tú sobre Martín y ese asunto que lo que contó Laín. Yo mismo sabía más. Pensaba que se iba a abrir. Quizás hubiera sido mejor si no llego a estar yo. Me repatea su actitud. Y me repatea estar diciendo lo mismo todos los días. No hay más. Paula y Laín no juegan en nuestro equipo. Al menos a tiempo completo. Paula es una completa decepción. Me jode haberme dejado tomar el pelo por ella todos estos años.

Estuvo a punto de contarle que le había reconocido que se había acercado a él con el fin de tenerle controlado. Pero se lo guardó. No le apetecía… quizás… le costaba reconocer una nueva traición entre sus amigos. Ni lo que había visto junto a Yeray y Kevin en los jardines del hospital.

-Tiene miedo de hacerte daño. ¿Eso crees?

-Tiene miedo de otra cosa. A parte de un poco lo hace por mí, o eso quiero pensar. Pero cada vez ese pensamiento se diluye más. No. Ni él ni Paula, te repito, juegan en nuestro campo. Paula me ha engañado. – al final volvió a cambiar de opinión y empezó a contarle; no tenía un argumento contundente para no hacerlo. – Paula se acercó a mí para tenerme vigilado. Salí de la sala en la que Yeray y Kevin hablaban con Laín. Creí que podría convencerla de que me contara. Pero no. En cambio, me lo reconoció. Se lo solté a bocajarro y no supo negarlo. La pillé desprevenida. Se hizo mi amiga para saber cosas de mí y poder utilizarlas en mi contra luego, con sus amigos. O con los que sea. Fíjate lo que te digo: me da que Laín y ella no tienen… no sirven a los mismos dueños.

Carmelo de repente estaba desbordado. No acababa de asimilar lo que Jorge le estaba contando. No le entraba en la cabeza esa posibilidad. De todas las personas que habían traicionado a Jorge, estos eran los que conocía él más. Los consideraba sus amigos también. No eran personas que le hubiera presentado Jorge. Y Laín, en su momento parecía haberle defendido y ayudado. O esa idea tenía él. Pero Carmelo no tenía sus propios “Episodios Nacionales” como los tenía el escritor, para comprobar en una fuente fiable si su percepción era la correcta o no. Y su mente, era claro, que no era fiable. Solo eran verosímiles las sensaciones y recuerdos de la época que vino después de presentarse delante de Jorge y que esa relación de amistad que nació ahí, le apartara de su deriva autodestructiva.

-Me cabreé tanto que fui a buscar a Yeray y Kevin para que dejaran de hacer el tonto escuchando las vaguedades de ese gilipollas. Los pobres me hicieron caso. A lo mejor me pasé, pero después de escuchar a Paula reconocerme … me puse … otra vez haciendo el bobo. Toda mi vida haciendo el gilipollas, entre gente que me la ha dado con queso. Cuatro putos amigos, cuatro me quedaban. Cuatro personas con las que me relacionaba. Y todos, todos me han salido rana. Martín y Quirce los únicos.

-Y porque les hiciste a tu semejanza.

-No creo que haya tenido tanta influencia con ellos.

-¿No te estarás dejando llevar por tu espíritu novelesco? Últimamente te noto muy novelero. Puede que todo sea por ese tema de Hugo y Martín. – Carmelo se resistía a creer lo que le contaba Jorge.

-Tiene que haber otra razón. A lo mejor deberías acercarte a hablar con él. De todas formas, esta tarde he quedado con Quirce. Me lo pidió el otro día. Aunque ya lo va posponiendo varias veces.

Sonó el teléfono del escritor.

-Lo ha vuelto a posponer. No he dicho nada de Quirce esta tarde.

-¿Pues sabes lo que te digo? Nos quedamos en casa y nos ponemos una película.

Jorge levantó las cejas.

-¿No quieres mejor que nos acerquemos al Comarcal para ver como anda Eduardo?

-Mañana. Hoy me apetece agarrarme a tu brazo y apoyar mi cabeza en tu hombro tirados en la alfombra. Se va a estropear la pantalla de no usarla.

-Pues nada. Elige la película. Yo me encargo del whisky y de los cojines.

-Nada de whisky. Te voy a preparar unos gin-tonics alucinantes. El otro día compré unas copazas … ya verás. De cristal de pitiminí, como te gustan a ti.

-Pues hala. Me voy a cambiar de ropa y ponerme cómodo.

-Que leches cambiarte de ropa. Te desnudas y listo. Es lo que voy a hacer yo.

-¿No íbamos a ver una peli?

Carmelo sonrió picarón.

-Y eso es lo que vamos a hacer, ver una peli. O echar una siesta, como prefieras.

Jorge soltó una carcajada.

-Rubio de los cojones … no hago vida contigo ¿eh?

-Pero si estás encantado …

-¡Ay, Señor, Señor! ¡Qué hice en otra vida para merecer semejante castigo en ésta? Por favor, aparta este cáliz …

-¿No quieres el gin-tonic?

Carmelo que traía las copas con la bebida, hizo un gesto para apartar una de ellas.

-Oye, oye. Con el gin-tonic no se juega. Esa copa a mi vera.

-Todavía estás vestido – Carmelo empleó su mejor tonito provocativo.

Jorge en un momento, se quitó la ropa.

-¿Contento? No te preocupes, ya te quito yo los calzoncillos que tienes las manos ocupadas. ¡Y ni se te ocurra derramar una gota del gin! ¡Huy! ¿Qué es esto que ha saltado con vida propia al quitarte los calzoncillos? ¿Has visto como me mira? Creo que lo voy a saludar. Y ojito con derramar una sola gota de las copas.

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Necesito leer tus libros: Capítulo 109.

Capítulo 109.-

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¿Cómo se puede describir el dolor que lacera el cuerpo de alguien que recibe la noticia de que una persona amada está herida de gravedad, de que se debate entre la vida o la muerte, de que lamentablemente no se ha podido hacer nada por salvarlo?

Ni siquiera los profesionales que están en contacto con las personas que sufren esas circunstancias, pueden describir ese sentimiento. También es cierto que las reacciones ante esas noticias son únicas. Cada persona es un mundo.

Unos, sienten inmediatamente como su cuerpo se parte en dos. Sienten como una parte cae a un abismo inalcanzable. Algunos nunca podrán recuperar esa parte perdida. La buscarán el resto de su vida. Bucearán cada noche en la desesperanza, algunos lo harán en el barro que cubre algunos tugurios de sus ciudades. Intentaran sacar la cabeza en la pecera para coger una bocanada de aire y poder seguir nutriendo a los pulmones unos segundos más.

Otros, parece que en el momento de recibir la noticia la toman con cordura, asépticos, casi como profesionales. Pero según pasan los minutos, las horas, van notando como una especie de yaga interna se va abriendo camino y les va rajando sus carnes en canal. Hasta que llegado un momento, unas horas después, unas semanas o incluso meses, el río de lava que llena esa enorme yaga rebosa y atenaza el corazón impidiéndole seguir latiendo.

Felipe se rompió en el acto. El dolor le desgarró por dentro. Las piernas dejaron de sostenerlo. Apenas podía respirar. Daba bocanadas desesperadas buscando un poco de aire, como si estuviera intentando respirar en el fondo del mar.

Laín y Paula recibieron la noticia con estupefacción. No lograban entender la situación. Vislumbraron en la distancia las ropas de su hijo, pudieron distinguir la esclava que llevaba su hijo desde hacía unos meses en su tobillo izquierdo. A Laín se le vino a la cabeza que no había conseguido que le dijera si significaba algo especial. Él pensaba que se lo había regalado alguien querido. Al principio pensó que había sido Rodrigo, su padrino. Pero cuando se lo preguntó, éste lo negó. Luego pensó que sería un novio. Preguntó por ahí, y tuvo que descartar esa posibilidad.

-¿Y si se muere? – dijo de repente Paula.

La mujer estaba completamente ida. Miraba todo con perplejidad. Como si se hubiera despertado de repente en medio de la noche y se encontrara en medio de una batalla. Con sus carros de combate, sus aviones volando y tirando misiles. Parecía no ser capaz de entender nada de lo que pasaba a su alrededor.

Ninguno de los dos supo responder a lo que les preguntaba la enfermera que intentaba hablar con ellos. Posiblemente ninguno fuera capaz de recordar ni dos palabras que les hubiera dicho la sanitaria.

Siempre nos ponemos en lo peor cuando surge una mala noticia. Es inevitable empezar a pensar en cómo vas a ser capaz de tapar el hueco que te va a dejar si esa persona querida fallece. Aunque lo más triste, es cuando la persona que sobrevive no es consciente de lo sola que se queda, hasta que vuelve del tanatorio y se sienta en la silla de la cocina con una taza de té. Y en ese momento se da cuenta de lo que quería a su amado, y de lo que lo necesitaba. Y duda en si será capaz de seguir adelante.

Jorge Rios.”

El guardia Luis González fue el primero en llegar. Lo hizo con su compañero Teodoro Ortiz. Enseguida Fabiola, la mujer del grito les puso en antecedentes.

-Es Eduardo, nuestro Eduardo. Y un chico que no conozco de aquí. – cogió a Luis de los brazos y le zarandeaba con violencia. – Tienes que ayudarlo, Luis. Sangraba a montones.

-Tranquila, Fabi. ¿Has visto si se ha ido el tirador?

-Le tiré la cachaba que siempre llevo cuando saco a las vacas y creo que salió huyendo en aquella dirección. Le azucé al perro que lo persiguió unos metros, hasta aquel árbol. Pero se dio la vuelta para ir al lado de Eduardo y empezó a lloriquear. Está húmedo, verás sus huellas. Luego Adoquín volvió conmigo. Los chicos – y señaló el lugar donde estaban Eduardo y Martín. – No soporto la sangre. No puedo… ¡¡¡Tienes que ayudarlo!!! ¡¡¡Ayúdale, por favor, Luis!!! ¡¡Mucha sangre!! – Fabiola no dejaba de zarandear al guardia civil.

Luis se alejó corriendo hacia donde le había indicado Fabiola mientras su compañero le cubría y daba indicaciones a los compañeros que estaban llegando.

-Hay que hacer un perímetro de diez kilómetros. Que lo cierren todo – indicó a su sargento por la radio, mientras corría en busca de los chicos. El suboficial dio las instrucciones pertinentes.

-Dos ambulancias. Helicópteros, sangran mucho. ¡Que me ayude alguien! – gritó Luis, de repente muy nervioso y alterado.

-Voy – dijo Leticia que acababa de llegar, una agente que había estudiado hasta 6º de medicina. – Luis, presiona esa herida con fuerza. – Lo dijo cuando todavía estaba a unos metros – Chicos miradme los dos. Vamos. – les pidió a gritos a los heridos arrodillándose a su lado, mientras les daba golpes en la cara. – Que alguien me traiga un botiquín. Toallas, o telas o lo que haya.

-El helicóptero ya viene. Cinco minutos. – dijo alguien que estaba muy excitado.

Fueron los minutos más largos de la vida de todos los que acudieron al aviso. Leticia no dejó de trabajar y dar instrucciones a los compañeros que se acercaron a ayudarlos. Por en medio del campo, venían Carmelo y Cape corriendo. Y detrás de ellos, hacían lo propio pero a un ritmo menor, Laín y Felipe. No estaban tan en forma como los Danis, pero algo en el ambiente les hacía también intentar retrasar el momento de enfrentarse a lo sucedido.

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-¿Ya estás de vuelta?

Jorge acababa de entrar en la sala en la que seguían todos. Por el gesto de Oli y Carmelo, nada se había avanzado en los asuntos que tratar.

-Pareces cansado – le dijo Paula solícita.

-Me hago viejo. – dijo Jorge poniendo su mejor sonrisa.

-¿Dónde has ido si se puede saber?

-Una firma de libros. Ha habido más gente de la que pensaba.

-Con lo poco que te gusta eso – afirmó Paula.

Carmelo estuvo a punto de soltar un exabrupto. Pero una mirada de Jorge le contuvo.

-¿Dónde estarán los chicos? – preguntó Laín.

Carmelo se sonrió y miró a Cape. Este entendió.

-Estarán en el estanque. Nuestro lugar secretísimo. – explicó Cape.

-El estanque de los encuentros. Donde nos bañamos desnudos fuera de la vista de los curiosos – explicó Carmelo.

-Jorge, dile a Dani que te lleve un día. Verás que sitio tan maravilloso.

Jorge se lo quedó mirando. Sonrió después de cambiar una mirada con Carmelo. Cape parecía olvidar algunas cosas, incluso recientes. ¿O sería una pose?

-Si solo se puede bañar uno desnudo allí, va a ser que paso. No me interesa. – Jorge decidió hacerse el tonto. Carmelo levantó las cejas y sonrió a la vez que negaba con la cabeza.

-Pues tú te lo pierdes. Ya sé que los pueblos no te gustan, pero tienen cosas agradables.

-Estoy aquí, no te quejes. – Jorge resopló al responder.

-Me has sorprendido sí. Esperaba un Jorge quejándose de todo a cada momento. – Cape esta vez dejó claro que estaba bromeando. Aunque Paula no acabó de pillarlo.

-Ya ha venido un par de veces. – dijo de pasada Carmelo, que se estaba divirtiendo con las mentiras del escritor y el gesto entre inocente y “que pasa de todo lo que suene a rural” que se había instalado en su cara.

-Pero para hablar con Oli. – lo dijo mirando al aludido que se había refugiado en el papel de espectador silente.

-Y ese estanque entonces… – preguntó Paula.

-Solemos ir a bañarnos desnudos. No suele acercarse la gente del pueblo. Es para nosotros. – explicó de nuevo Cape.

-Y Eduardo y Alberto. – aclaró Carmelo – En realidad lo descubrimos Alberto y yo al poco de instalarme aquí.

-Huy, no creo que Martín se bañe. Tiene miedo al agua. – aseguró su madre.

-Y tampoco le gusta mucho eso de desnudarse por ahí. En casa es muy cuidadoso con eso. No te quiero ni contar en un rodaje. – Laín sonreía mirando a su mujer. Ésta decidió no contestar a su marido. Jorge pensó erróneamente que Laín se estaba acordando de alguna anécdota al respecto. Si la había vivido Laín junto a Martín en un rodaje, debería ser siendo niño. Ahora Martín había copiado muchas de las costumbres de Carmelo. Una de ellas, pasearse en calzoncillos en casas de confianza. Lo que no podía imaginarse es que la escena en concreto que ocupaba la mente del matrimonio era de apenas unas horas antes. Y que había sido al contrario de lo que había contado Laín.

-El amor puede conseguir cosas increíbles. – dijo Cape con mucha sorna.

-Será el deseo, querido. El amor en cinco horas no me lo creo.

-Llámalo como quieras Paula. – dijo Carmelo. Iba hacer un comentario sobre una experiencia suya en la que se enamoró a la media hora, pero prefirió guardárselo. Un amor que le duraba todavía, muchos años más tarde. Estaba más preocupado por Jorge. Cualquiera que fuera lo que le había pasado, le había dejado agotado. Aunque a lo mejor, pensó, era la pena por ver a Aitor volver a París. Y la acumulación de todo lo vivido en los días anteriores.

-Y me niego a pensar en esas cosas respecto a mi hijo – bromeó de nuevo Paula. – Mi hijo es virgen y lo seguirá siendo hasta los setenta años. Y espero que ni se le ocurra presentarme a ninguno de sus rollos. Él no es de novios, ya lo conocéis.

Carmelo pensó que a Paula le repelía solo pensar en que su hijo pequeño tuviera encuentros sexuales. Hasta le pareció distinguir en su cara un rictus de asco. Pensó en comentarlo luego con Jorge. Él tenía razón: a Paula su hijo pequeño le sobraba y cada vez le costaba más disimularlo.

-¿No ha sido eso un disparo? – dijo de repente Jorge saliendo de su estado letárgico. No podía dejar de pensar en todo lo sucedido en Vecinilla. Y en ver a Aitor roto de dolor, salir de la terminal camino del avión en el que volvía a París. Esos chicos de Vecinilla, los de las mazmorras subterráneas, iban a ser las víctimas de todo esa gran performance que habían preparado en ese lugar. Con la explosión última para destruirlo todo y de paso, reducir a carbón a todos esos jóvenes músicos. Iker Romanes no había ahorrado detalles. Aitor cerró los ojos y no participó en la descripción. Aunque era claro que imaginarse lo que hubiera pasado si los planes se hubieran cumplido, le consumía por dentro. Si hubiera fallado en sus acciones hubiera sido una carnicería. Y todo para mandar un mensaje, porque según el plan que parecía marcado, Jorge ya estaría muerto.

Se quedaron todos callados. Y ahora volvieron a escucharlo, esta vez por partida doble. Y un minuto después a Fabiola, la ayudante de Felipe en la granja, llamar a la Guardia Civil a gritos.

Carmelo se levantó de un salto y fue hacia la ventaba que estaba mejor situada para ver la zona de ese remanso del río que llamaban estanque. A la vez, sonó el teléfono de Felipe.

-Es Eduardo – dijo a todos aliviado. Pero al responder y poner el altavoz, todos pudieron escuchar el grito que acababan de oír en directo y a Martín diciendo algo de sangre y jurando, antes de que sonaran más disparos y se oyera un ruido que todos interpretaron como de una persona que se desplomaba al suelo.

Fernando sin dudarlo, llamó por teléfono. Carmelo hizo lo mismo.

-Luis, al estanque de los encuentros. ¡¡Rápido!! Disparos y llaman a gritos a la Guardia Civil.

-Dos minutos. Estamos al lado.

Él y su compañero tardaron todavía menos.

Todos los que estaban reunidos en la Hermida 2 salieron hacia el estanque. Y Carmelo en un momento dado, tuvo un presentimiento y se echó a correr. Cape le siguió. Jorge en cambio, cerraba la comitiva. Estaba agotado. No creía posible que, si le había pasado algo a Martín y a Eduardo… no estaba seguro de que pudiera soportarlo. Pero no convenía mostrar demasiado cariño por Martín delante de sus padres. Paula también se había apartado de Laín y hablaba por teléfono. No parecía una conversación amigable.

Carmelo y Cape se pararon a unos metros. Acababa de aterrizar el helicóptero con los sanitarios. Trabajaban en dos personas. Carmelo distinguió claramente la ropa de Martín. Eran sus Converse, las que le dio después de la fiesta en la Dinamo y una camisa de Jorge, la que se había puesto después de ducharse al volver de ese mismo estanque. En su tobillo lucía la esclava que le regaló Jorge por sus dieciocho años y que nunca se quitaba. No tuvo ninguna duda de que el otro era Eduardo, aunque no le podía distinguir. Señaló a Cape a Laín y a Felipe que se acercaban. Cape anduvo unos pasos hacia atrás y los detuvo.

-Es mejor que os quedéis aquí.

-Pero…

-Sí, son Eduardo y Martín. Los médicos están con ellos. No ganáis nada con verlos ahora.

Laín se llevó la mano a la boca, que se la había abierto de repente. Felipe en cambio arrugó el entrecejo pensando en el significado de lo que acababa de escuchar y ver. Él también había reconocido la sudadera de Eduardo. En realidad era suya, pero Eduardo se la cogía a veces. Le gustaba mucho. Felipe pensaba que además, de alguna forma le hacía sentirse más cerca de él. Y eso le gustaba. Siempre le regañaba cuando se la mangaba, como le decía, pero luego, cuando se la devolvía, casualmente se la dejaba otra vez olvidada en dónde Eduardo pudiera verla fácilmente. Y volver a cogerla. Y volvían al juego.

Se le pasaron muchas cosas por la cabeza. Recordando su vida con el chico. Cuando era pequeño y sus padres lo traían para dejarlo en su casa y no volvían hasta pasado un mes. O cuando regresaban a por él y el niño no dejaba de llorar hasta que lo traían de vuelta. Como se abrazaba a su tía Ana. O la cara de felicidad que se le puso cuando en el juzgado le dijeron que oficialmente era hijo de Felipe y Ana. Y como se abrazó a las ya sus hermanas oficiales, Irene y Julia. Y éstas le revolvían el pelo y él las cogió a ambas de la cintura, a cada una con un brazo, y empezó a girar sobre sí mismo, como si fuera un tiovivo.

-¡Que te vas a marear y os vais a matar! – gritó su madre alborozada.

-¿Cómo se lo voy a decir a las niñas? – susurró Felipe para sí mismo.

-Tranquilo, son buenos médicos – Cape le había abrazado por detrás.

Felipe se revolvió y fue hacia su hijo.

-¡Quiero verlo! ¡¡Eduardo!! – gritó.

Una enfermera se interpuso en su camino.

-Ahora no. ¿Cómo se llama?

-Eduardo y Martín.

-No, usted. Ya sabemos como se llaman los chicos.

-¿Yo? – la miró completamente desubicado.

La mujer le sonrió con paciencia. En ese momento toda su atención era Felipe. Y así se lo mostraba con su mirada y sus gestos.

-Felipe – dijo en un susurro. – El padre de Eduardo.

-Tiene un chico estupendo. Es un luchador. Debe conservar la calma y dejar trabajar a mis compañeros. Van a hacer todo lo posible porque se recupere en cuanto antes. ¿Tiene alguna alergia a algún medicamento? ¿Está tomando alguna medicación para algo? ¿En su familia tienen algún antecedente de …?

Felipe negaba con la cabeza lentamente, aunque no acabó de escuchar la última parte de lo que le dijo.

-Eduardo – repitió en susurros sin poder apartar la vista del cuerpo de su hijo ahora rodeado de médicos y enfermeros.

-Míreme – le indicó de nuevo la enfermera.

Al final le hizo caso. Y en cuanto conectó la mirada con la de ella, se hundió por completo y empezó a llorar desconsolado. La enfermera lo abrazó y le acarició suavemente la nuca con su mano enguantada. A unos pasos de allí, un compañero hacía lo mismo con Laín y con Paula.

Otro helicóptero llegó en ese momento. De él bajaron cinco personas que corrieron hacia el lugar dónde estaba trabajando sus compañeros. Se dieron novedades y se repartieron el trabajo.

-Nos lo llevamos. ¡Ya! Buen trabajo, Leticia.

Acercaron una camilla y subieron a Eduardo a ella.

-Nos vamos al comarcal. Nos están esperando.

El médico se lo dijo a la enfermera que estaba con Felipe.

No tardaron nada en subir a Eduardo al helicóptero y retomar el vuelo.

-Ya estamos. – dijo entonces otro médico. – Nos vamos.

Esta vez era a Martín al que le tocaba el turno.

-Al Gómez Ulla. Nos está esperando el cirujano. Si quieren pueden venir con nosotros – les indicó a sus padres.

Ellos dijeron que sí con la cabeza, aunque el médico pensó que no acababan de entender la situación. Estaba sobrepasados. En poco menos de cinco minutos, su helicóptero también estaba en el aire.

Felipe miraba al cielo confundido.

-Te llevamos al comarcal. – se ofreció Luis. Se limpiaba las manos con unas toallas que le habían dejado las sanitarias y con un gel.

-Ana – susurró.

-Pasamos a buscarla.

-¿Y cómo se lo digo?

-¿Quieres que se lo diga yo? – se ofreció Carmelo.

-Gracias Dani. No, debo ser yo. Debo ser yo el que le diga que Eduardo se nos va.

-Pero no digas eso – le reconvino Luis.

-Lo siento aquí – y se llevó la mano al pecho. – Lo siento de verdad. Lo hemos perdido …

Y se arrodilló desesperado, abrazándose y llorando compulsivamente.

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-¿Me ves cara de idiota?

Carmen estaba indignada. Se había derrumbado en una silla al lado de Javier. Estaban en el bar de “La Esquina”, cerca de la Unidad. Era su bar de referencia y a veces, su sala de reuniones. De hecho, había un recodo que casi siempre ocupaba algún miembro de la Unidad. No estaba reservada, pero los habituales normalmente no osaban sentarse en esa zona.

-¿No me vas a contestar?

-Pensaba que era una pregunta retórica. – el tono de burla era patente en Javier.

Carmen le dio un manotazo en el brazo. Aunque su cara cambió. Ya no parecía tan enfadada.

-Nacho, tráeme un pelotazo.

-¿Ya a estas horas quieres tu orujo especial? – otro que parecía mofarse de la comisaria.

-No hombre no. Mi pelotazo de las mediodías. – en cambio Carmen optó por un gesto de incomprendida como respuesta a la chanza del camarero.

-¡Javier?

-Tráeme lo que quieras. No tengo ni ganas de pensar.

-¿Os va a hacer falta la pantalla?

-No. Olga no creo que esté de buen humor. Se estará levantando ahora y después de nuestra larga conversación de antes …

-Trae algo de picar, anda.

Patricia era la que había hecho el pedido. Había entrado decidida y se había sentado en frente de los comisarios.

-Otra que parece indignada.

-Ha estado viendo en directo mi conversación con los amigos de la Campero. Javitxu, nos toman por el pito de un sereno. Te columpiaste con tu estrategia. Deberíamos haberles metido en chirona.

Javier movió la cabeza de lado a lado. Empezaba a pensar que sí, se había equivocado.

-La verdad es que les ha envalentonado, sí.

-Y no han cometido errores de importancia.

-No, han estado comedidos. Estaban bien aconsejados.

-El juez ya no aguanta más. Ordenará el registro de su casa en Marbella en pocos días. Matías se va a encargar. A estas alturas no creo que haya nada relevante. Y los va a citar a declarar. El fiscal va a pedir ingreso en prisión.

-¿Y tú Javier? No hemos podido seguir tus entrevistas con los jefazos de la multinacional.

-Esos en cambio, se han mostrado colaboradores y educados.

-¿Y?

-Espera que llegan Tere, Kevin y Yeray.

Los aludidos estaban pidiendo a Nacho sus consumiciones. Yeray estaba hablando por teléfono. Luego, comentó algunas cosas con Tere. Ésta le hizo un gesto para que entraran todos en su rincón. Así lo hicieron y se sentaron alrededor de la mesa.

-Lo del Dilan ese es un misterio. – Yeray tiró el teléfono sobre la mesa. – Nada de nada. Y Ventura parece que ha tenido la misma suerte en Estados Unidos.

-Deja eso para luego. Total, lleva cuatro años esperando, puede seguir haciéndolo unas horas más. Javier nos iba a contar su entrevista con los jefes de RoPérez.

-Por cierto Carmen, no sé como no les has dado unos sopapos a esos chulos. – Tere también parecía indignada.

-¿Qué ha pasado? – preguntó Kevin.

-Nada. Solo que a cada pregunta que les he hecho, me han contestado con una chufla. O me han hablado de la estación de esquí de Candanchú, o una de los Alpes suizos, no recuerdo el nombre. Yo preguntaba por Carlota, y ellos me hablaban de las Fallas de Valencia. No exagero. Ha sido literal. Y lo peor, es verles la cara. Se creían verdaderamente superiores a mí.

-¿Quienes eran? – preguntó muy serio Yeray.

-Eduardo Liviano, Didi, para los amigos. Peter Remiso, que en realidad se llama Pedro, pero Peter es más cool. Y Wilfred Bilbao.

-¿Sus profesiones?

-El primero trabaja en un Banco de Inversión, el Riviera, el segundo es analista en una empresa que se encarga principalmente de asesorar a partidos políticos, y el tercero es directivo de Prima software. La empresa se encarga del mantenimiento de las estructuras informáticas de algunos bancos, entre ellos el Banco Exterior.

-¿El de Néstor?

-Sí. Pero no tiene relación con ellos. Y trabajan para más bancos, incluido alguno radicado en la City de Londres. Ya he llamado a Néstor por si acaso, para que me contara. No entra entre sus funciones controlar ese tema.

-¿Y qué relación tienen con Carlota Campero y su marido?

-En todo caso con Carlota, con su marido ninguna. A ese, aunque os parezca mentira, también le ningunean. Ha sido lo único que me han dejado claro. Los viajes para simular que son un matrimonio y los actos en los que coinciden. Estaban en los viajes que supimos por las fotos. Estos no salían en las que vimos, pero estaban. Hemos confirmado sus vuelos y su estancia en las mismas fechas y en los mismos hoteles. Esos viajes son recurrentes dos veces al año.

-Convenía estudiar al resto de pasajeros. A lo mejor nos llevamos sorpresas.

-No viajaban juntos. Parte si, pero no todos. Deberíamos mirar todos los vuelos de unos días atrás y adelante. Y algunos hacían parada en otro destino y desde allí iban a su reunión festiva. Ha pasado tiempo y esas listas de pasajeros duermen en archivos olvidados y de difícil acceso. Y tampoco sé si es un tema que nos solucione algo. Que nos pueda dar respuestas, vaya.

-Saber de amistades peligrosas de nuestros amigos. Podemos empezar por los más recientes, si esas excursiones se celebraban en unas fechas determinadas.

-El abanico de nombres a buscar es … enorme.

-¿Era festiva su relación o tenían algunos negocios juntos?

-No hemos podido estudiarlo con tranquilidad, Javier. – Tere había tomado la palabra – No nos ha dado tiempo. Eso va a ser farragoso. El Didi ese, he descubierto que tiene creadas tres sociedades. Dos de ellas están presididas por su mujer, Regina Favela. La otra por su hija de dieciocho años Anabella Favela. No te puedo decir si tienen actividad o no. Tampoco si tienen algún socio. El resto de esos señores, son una incógnita, en ese sentido. Pero ya te digo, no hemos tenido tiempo.

-A parte de esos viajes ¿Se ven mucho con Carlota?

La pregunta la había lanzado Kevin.

Carmen se encogió de hombros.

-¿Ni eso te han querido decir? – Javier miraba a Carmen.

-”Que eso a mi no me importaba una mierda”. Esa ha sido la respuesta de Wilfred. Ha sido el menos jocoso de los tres, y el más malencarado.

-¿Te han comentado algo de sus amigos poderosos?

-Sí. Todos. Didi me ha dicho que me ve trabajando dirigiendo el tráfico en cualquier atasco de Madrid. Todo entre carcajadas.

-Que original.

-La verdad es que sí. – Carmen se encogió de hombros. – Ha sido original la forma, la verdad. Y te juro, las carcajadas sonaban verdaderas. Antes de que preguntes, no han dicho nombres.

-Lo bueno es que a estas horas, Carlota sabrá con pelos y señales el resultado de las entrevistas. Y tendrá la certeza de que seguimos tras ella. – señaló Patricia.

-No creo que a estas alturas eso la incomode. Al revés, la hará sentirse todavía más segura.

-¿Y por qué no hemos podido ver las imágenes de tus entrevistas, jefe?

Patricia de nuevo preguntaba, mientras picaba del plato de rabas que les acababan de traer.

-Se ha estropeado el dispositivo. Me da que ha sido al pasar por el arco de seguridad de la entrada. El Guarda me lo está mirando. Tampoco se ve ni se escucha las grabaciones.

-¿Como ha sido?

-Muy educados. Serviciales. Todo lo contrario a lo que le ha pasado a Carmen. Solo nos pueden confirmar que RoPérez cobra de la empresa, en teoría hace tareas de consultoría y asesoramiento. Es un cargo que creó el CEO de la empresa y solo da cuentas a él. Tiene despacho asignado, me lo han enseñado, un gran despacho con vistas a la Castellana, que no utiliza casi nunca. Han dicho casi nunca, en realidad querían decir nunca. El despacho está impoluto. Lo único destacable es que el ordenador es de la época en que empezó a trabajar en la empresa. O sea, antidiluviano. Eso sí, no creo que se haya encendido nunca. “Trabaja desde su propio despacho”, me han asegurado. No me han sabido decir si ese despacho está radicado en su casa o en otro sitio. Ni si trabajada por libre para otras empresas.

-O sea que cobra y no hace nada.

-No lo han dicho, pero con su lenguaje corporal, lo han dejado claro.

-Alguien le está pagando a RoPérez por los trabajos prestados.

-¿Trabajos?

-Casarse con Carlota. Para blanquearla. Para servirla de muro de protección.

-Bonifacio es quien está entonces detrás de ese “trabajo” de su yerno.

-Pero Bonifacio murió hace años. Yo me hubiera sentido liberado de ese compromiso. Y entonces habría que preguntarse por el CEO de la multinacional ¿Qué deuda tenía con Bonifacio para plegarse a ese compromiso que le cuesta a su empresa sus buenos dineros?

-Con CEO o con uno de los accionistas importantes.

-Está claro que en esa multinacional, al menos de los que esta decisión depende, no son de esa opinión. Sus compromisos no han vencido a la muerte de Bonifacio Campero.

-¿Bonifacio seguro que está muerto? – Kevin levantaba las cejas mirando a todos. Javier se echó a reír.

-En esta caso, parece seguro que así fue.

-Toda esta movida me parece muy enrevesada para que el motivo sean los libros de Jorge. – apuntó Tere.

-Es dinero. Jorge vende mucho. El campo que nos abrió Arlen sobre esos relatos que compró Bonifacio y que publicó con otro nombre, abre un campo … y esos dos premios literarios que ganó alguien con dos de esas ventas y que no tenemos situados.

-No ha habido tantos pelotazos …

-Aquí no. Pero no sabemos si esas novelas han sido publicadas en Estados Unidos directamente y los premios se ganaron allí y se hicieron series de televisión o se publicaron secuelas.

-¿Un traductor? ¿Podría ser ese mismo que traduce las novelas de Jorge robadas?

Javier se encogió de hombros como respuesta a la pregunta de Yeray.

-Roberto está intentado entrevistarse con él. Parecía un tema fácil pero no lo está siendo. Ese traductor es escurridizo.

-O no tiene ganas de entrevistarse con nosotros. – apuntó Yeray.

-Esperemos que los contactos de Roberto den su fruto. Lo está moviendo con sus amigos de Londres que conocen a ese tipo.

-De todas formas, a mí me parece que debe haber algo más. – volvió Tere a dejar clara su opinión.

Se hizo el silencio. Aprovecharon todos para ir picando de las raciones que les estaban trayendo a la mesa. Yeray levantó la mano para que Nacho les trajera un poco de pan.

-¿El nombre de esos ejecutivos con los que te has entrevistado?

A Patricia se le había ocurrido de repente, y aunque tenía la boca llena, no quería que se le olvidara.

-Félix Bermúdez y Anselmo Privado. ¡Ah! Por fin ha llegado la morcilla de Burgos.

Carmen se sonrió y acercó el plato a Javier.

-¡Nacho! Trae otra de morcilla. Ésta se la va a comer Javier solo.

-¿Conclusiones? – preguntó Patricia.

-Una vez más, dos mundos distintos. Carlota y sus amigos por un lado, y RoPérez por el otro.

-El florero de RoPérez. – dijo Carmen pensativa, recordando como se refirió a él su mujer.

-En caso de venir mal dadas, RoPérez sería el más inclinado a decir lo que sabe.

-Yo si fuera él, y fuera inteligente, tendría preparado un plan para quitarse de en medio al menor atisbo de problemas. O al menos, me aseguraría de tener a salvo mi patrimonio.

-Creo que no lo es – contestó Carmen a Kevin – y creo que se ha creído de verdad la cantinela de su mujer de que son intocables.

-Bueno, cuidado. El tipo ese tiene sus cortafuegos. Tiene separación de bienes. Y en todo caso, parece mantener las distancias con la actividad de su mujer. Habría que demostrar que las conocía. Y todo lo que vamos descubriendo sobre sus vidas cada uno por su lado, lo contradice. No creo que el amigo RoPérez sea tan descuidado como crees, Carmen. Hace su papel pero no se implica en nada. Seguro que hasta tiene ensayada cara perfecta de estupefacción cuando le contemos.

-Por cierto, habría que conseguir que alguien se presentara como acusación particular. Por cierto, RoPérez ha seguido tu consejo y tiene un abogado distinto, fuera de la órbita de Otilio Valbuena. Otro punto a favor de que no es tan descuidado en ese aspecto de ponerse a salvo.

Javier hizo un gesto a Carmen. El detalle del abogado era indicativo de su afirmación de hacía unos minutos. Carmen asintió con la cabeza.

-¿Por qué Tere? ¿Qué se te está ocurriendo? – preguntó Patricia.

-Que el fiscal se eche para atrás y no pida prisión. Si no la pide …

-Pero aunque la pida la acusación particular, el juez puede seguir el criterio del fiscal. Es lo que suele suceder. ¿No te fías?

-El fiscal jefe de Madrid ha cambiado ayer al fiscal encargado del caso. El nuevo fiscal es más … dúctil.

Javier y Carmen se miraron. Carmen movió la cabeza a modo de duda.

-El único que podría pedirlo con una cierta garantía de éxito es Jorge. Por las pastillas. Y por sus relatos.

-¿Óliver contra sus antiguos compañeros? – Kevin no parecía muy convencido.

-Óliver defendiendo a su cliente. – atajó Javier. – Conociendo un poco a Óliver y sabiendo por lo que ha pasado en su relación con esos compañeros, creo que será un estímulo para hacer su trabajo.

Carmen se levantó de la mesa tras un nuevo intercambio de miradas con Javier. Salió a la calle para hacer unas llamadas.

-¿Crees que el juez Bueno es el mejor para este caso?

Javier se quedó mirando a Teresa. Parecía querer penetrar en su mente y descubrir la causa de la pregunta.

-Deja. Es una bobada. – Tere se echó para atrás.

-No podríamos cambiar de juez, aunque quisiéramos – dijo Patricia.

-Deja, era una tontería. – volvió a decir Teresa.

-¿Que pasa?

Carmen acababa de entrar y se percató enseguida del momento de incomodidad.

-Nada, no te preocupes.

Carmen lo dejó estar, pero se había quedado preocupada.

-En marcha lo de la acusación particular. He hablado con Óliver. Lo hablará con Jorge. Jorge no está ahora para hablar.

-¿Le ha pasado algo?

Kevin y Yeray miraban preocupados a Carmen.

-Tranquilos. Hasta Jorge a veces debe descansar.

-Al final, todos le recomendamos que descanse, pero luego, todos tiramos de él. Para comentarle, para que nos ayude, para que …

-Y a todos nos dice que sí. – acabó Carmen la frase de Kevin.

-Deberíamos pensar en tomarnos un par de días de relax. Todos – Patricia miró a Javier que hizo una mueca para mostrar su acuerdo con la propuesta.

-Miramos de hacerlo.

-Lo organizo.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 90.

Capítulo 90.-

.

Para sorpresa de Jorge, la velada fue extremadamente agradable. Nadie hizo mención de sus libros, ni de las películas de Carmelo. Ni del rumor casi confirmado de que éste iba a llevar a la pantalla una de las novelas de Jorge. Tampoco dijeron nada por los motivos de su ausencia, mientras hablaba con Javier. Simplemente se alegraron de verlo volver del brazo de Dani. Algunos se fijaron en que tenían irritados los labios y sus alrededores. Pero apenas se sonrieron ligeramente. Parecían todos que habían entendido y aceptado que “Que buena pareja hacéis”, se convirtiera en algo más que una frase.

Allí, en el bar de Gerardo, eran unos vecinos cualquiera con sus invitados con los que se comentaban las cosas del pueblo, se hablaba de política o de fútbol. De vacunas, del cierre de la hostelería, de contagios o de fiestas clandestinas.

-El otro día vino la Guardia Civil a Vecinilla, el pueblo de al lado, porque un vecino había denunciado a otro por una fiesta ilegal de decenas de personas a las tantas. Llegaron allí cuatro patrullas y se encontraron a los vecinos con sus hijos y dos primos que habían llegado esa tarde de visita. Sus padres habían ido de viaje y los habían dejado allí. Cenaron en el patio y pusieron una película en una pantalla grande que solían usar en verano. Era la película de la vida de Elton John, con conciertos y así. El sargento de la Guardia Civil se echó a reír. “Por Dios, bajen el volumen. Sus vecinos piensan que tienen aquí una bacanal”. “Veníamos dispuestos a meterlos a todos en chirona”.

-Fui yo uno de los que acudió a la llamada – dijo Luis. – El sargento le dijo al padre entre bromas si no habría gente escondida en el pajar. El hombre que del susto no estaba para muchas zarandajas le dijo que mirara si quería debajo de las camas o en el motor del tractor.

-Se llevarían mal con los vecinos.

-Que va. Ven mucho la tele. Están acojonados. Fuimos a tranquilizarlos. Estaban avergonzados. Acababan de ver imágenes de las fiestas del fin se semana y que un “experto” decía que eso iba a llevar a no se cuantas personas a la muerte. Pensaron que iban a ser los siguientes porque los vecinos tenían una fiesta.

-Y los vecinos ni fiesta ni nada.

– Ellos se vieron ya en su propio velatorio.

-¿No viene Eduardo? – preguntó Gerardo a Ana. – No me creo que se aguante para conocer a su autor fetiche. Con todo lo que habla de Jorge. Alguna vez ya le he tenido que decir que se callara, que me estaba poniendo la cabeza como un cencerro.

-Tú como no eres muy de los libros de Jorge …

-Ni los de Jorge ni los de Juan Jurado.

-Juan Gómez-Jurado.

-Pues eso. Fíjate lo que me importa como se llame.

-Te aseguraría y no creo que me equivocara mucho, que ni ha dormido. Estará al caer. – Explicó Ana, su madre – Viene con su padre. Pero las niñas no vienen. Se quedan de guardia. Ha parido una vaca y Fabiola, nuestra ayudante, ha tenido que irse por una urgencia familiar. Y Eduardo viene porque no quería perderse conocer a Jorge Rios, como dices, su escritor favorito. Pero muy favorito. Está muy enfadado por no haberse enterado que había estado un par de noches con Dani en la Hermida. Incluso creo que estuvo aquí contigo, Oli. Sobre todo porque no le contaste nada. Ni tú.

Esto último se lo dijo a Óliver, el abogado.

-Hablamos de trabajo. Retomando una cita anterior que fue frustrada por una aparición fantasmal. Aquí tienes al flamante nuevo abogado de Jorge Rios, el gran escritor. – Óliver abrió los brazos y sonrió contento.

-Mira, si ya se ha decidido a trabajar – le tomó el pelo Jose Mari, el de la librería. – Empezaba a rumorearse que te ibas a convertir en monje budista o algo parecido.

Gerardo se sonrió al escuchar la explicación de Óliver y las bromas posteriores.

-Como se entere Oti que le has llamado fantasma … – bromeó Gerardo.

-Que confianzas. “Oti”. Así solo le llaman Presidentes de Gobierno y Reyes.

Gerardo y Óliver se rieron juntos. Los demás asistían a la complicidad de los dos, sin entender nada. Pero se reían, así que todos felices.

-Ya estamos aquí. – dijeron Felipe y Eduardo entrando por la puerta, como si hubieran acudido al reclamo de Ana.

Jorge se alegró de conocer al final al famoso Eduardo, el que emplumó a un novio descreído y traidor, ahora casado con una joven del pueblo de al lado con el único fin de maquillar su gusto por los miembros viriles. Había visto un ciento de vídeos al respecto. Carmelo, en cuanto lo vio entrar y captó la mirada aterrada del chico al ver a su ídolo, fue donde él, lo cogió de la mano y lo arrastró hasta dónde estaba Jorge. Éste le miró sonriendo. El joven le tendió el puño para saludarlo a la vez que hacía esfuerzos por tragar. No era capaz de decir ni palabra. Jorge sin hacer caso del puño, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Aprovechó y le susurró:

-Me ha dicho tu hermano Ignacio que tus abrazos son los mejores del mundo. ¿Me darías uno?

Jorge casi muere del abrazo tan fuerte que le dio Eduardo. Algunos pensaron que Jorge estaba sintiendo lo que deben sentir las víctimas de las pitones cuando las abraza para romperles todos los huesos y poder tragársela luego.

-Así que tu eres Eduardo, el que emplumó a su novio traidor y cobarde. El que luego se casó con ¿la Pinares? ¿Así la llamáis?

El tal Carlos era famoso en el mundo entero. Se había dejado un bigote ridículo para intentar que no lo reconocieran. Alguno de los vídeos del suceso tienen varios millones de reproducciones en Youtube.

-Mira que bigote se ha dejado – Eduardo le pasó su móvil a Jorge, como si ya lo conociera de toda la vida. Aunque por el brillo de sus ojos y por el movimiento incontrolable de sus piernas, era evidente que alucinaba de estar al lado de su escritor favorito.

-De ese bigote se podría sacar un relato. Cuatro pelos mal puestos. Me recuerda a una ramita de abeto. ¿Os imagináis a esa mujer con un bigote postizo haciendo de maromo para su marido?

-De pino, para hacer honor al mote de su mujer, “La Pinares”.

-“El bigote mascarilla” dijo Ana.

-“El bigote que conquistó a “la Pinares” – apuntó Eduardo.

-“Carlos, el bigote y el espejo”. – propuso Jorge sin querer.

Todos se quedaron mirando esperando. Jorge les devolvía la mirada sin entender.

-Vamos, Jorge – le invitó Carmelo. – Desarrolla. Estamos todos expectantes.

-¿Quién va a escribir? – dijo resignado, echando una de sus miradas asesinas dirigida a Carmelo. Pero éste era inmune a esas miradas. Y con una sonrisa que le dedicó, Jorge quitó esa mirada y la cambió por otra de resignación.

-Yo mismo – se ofreció Óliver sacando la tablet de su bandolera y poniéndola en un soporte. Luego sacó un teclado plegable y lo instaló. – Cuando quieras.

-Apunta este día – le dijo Jose Mari, – el día que escribiste al dictado de Jorge Rios.

¿Quién le había mandado abrir la boca? Se preguntaba en ese momento Jorge. Nunca había escrito nada delante de veinte personas. En realidad treinta con los que estaban en otras mesas pendiente de lo que decía y hacía el grupo de los Danis y sus invitados.

La Pinares un día tuvo una idea, paseando por su bosque preferido. ¡A cuantos jóvenes del pueblo había llevado allí para desvirgarlos! Nadie le había reconocido nunca el bien social que había hecho al género masculino de su pueblo y alrededores. Ya había perdido la esperanza de que ese reconocimiento llegara algún día. Ahora estaba casada, felizmente casada, se repetía una y otra vez para auto-convencerse. No tan feliz, reconocía al final siempre, porque su marido era un patán en la cama. Era un patán en general, pero en la cama, lo era en grado superior. Mira que había conocido hombres, pero como éste, ninguno. Si lo llega a saber se lo deja al Eduardo ese, que debió ser el único en la tierra capaz de sacar un orgasmo a su marido.”

-Bueno, bueno, mira al Eduardo éste. Qué callado se lo tenía – dijo Eugenia la de la granja Heredad de Santillán, que estaba sentada en una de las mesas del fondo.

-Con la cara de santo que tiene el chico.

-Y lo soy. Un santo. Inocente. ¿Sexo? ¿Orgasmo? ¿Qué son esas cosas de las que habláis? Soy un alma pura e inocente. Asexual.

-Ya, ya, ya vemos – bromeó Timoteo, un camionero en su día de descanso.

-Es un cuento – se vio en la necesidad de aclarar Eduardo. Esa explicación innecesaria provocó las sonrisas de la mayor parte de los que estaban pendientes.

-Sigue Jorge – invitó Cape.

.

-Tengo que ir a preguntarle un día – se decía a menudo después de un nuevo intento fallido de sexo desenfrenado en la casa que le había comprado su padre.

-Que generoso es papá – decía Carlos.

La Pinares odiaba cuando su marido llamaba papá a su suegro. Él ya tenía su padre. Un hombre que como era consciente del desastre de hijo que tenía, procuraba no acercarse a menos de un kilómetro de él. Y eso que ningún juez había dictado orden de alejamiento contra él.

-Déjale mujer – decía su padre. – Solo quiere agradar.

-Pues que aprenda a follar – contestó furiosa su hija.

-Para eso tendrías que gustarle aunque fuera un poco.

Su padre le había dado a la botella de nuevo. Si no, tanta sinceridad no era propia de él. Menos mal que al día siguiente no recordaría ni palabra.

Pero aquel día, por la tarde, una cualquiera del mes de octubre, las hojas cayendo ya, procurando un manto ocre en los bosques que rodeaban el pueblo, se encontró con sus amados pinos. Algunas ramas pequeñas habían sucumbido al ulular del viento otoñal. Cogió una de ellas, pequeña, con sus hojas en forma de pincho. Se lo puso en el labio, cual mostacho varonil. Entonces tuvo una idea: recogió pequeñas ramas del suelo y usando su falda a modo de cesto, las fue recolectando para llevarlas a casa.

-Tralará, lara, larito. Tralará, lara, larito. – cantaba feliz saltando por los prados.

-Oh, sí, ahora te vas a enterar, Carlitos. Te vas a enterar de una vez por qué me llaman “La Pinares”.

Y esa noche, se puso frente al espejo.

-Espejito mágico conviérteme en un maromo muy varonil, con un mostacho del quince. ¡Oh espejito mágico! Para que le pinche al idiota que tengo por marido y se le ponga duro el cipote.

Probó con varias de las ramitas que había recogido del campo. Fue haciendo una selección hasta que al final se decidió por una que tenía las hojas bien duras y que parecían resistir bien. Pensaba besarlo en la boca y que tuviera irritada toda la cara durante una semana al menos.

Espejito, entiéndeme, es que no le saco gusto ni a los besos. Ese que besa muy mal el jodido.

¿Y como lo elegiste a él como marido, Pinares?

¡¡Espejito!! Tú me tienes que apoyar. Eres mi espejito mágico.

El espejito dio la callada como respuesta. No volvió a hablar. La Pinares pasó a la acción: Pegó su mostacho improvisado debajo de la nariz. Recortó cuidadosamente lo que sobraba. Hizo una prueba con esparadrapo, pero no aguantaba mucho. Así que cogió un poco de pegamento Imedio, como en el colegio. Movió arriba y abajo los labios, los abrió y cerró. Semejó un beso sin beso. Parecía que aguantaba. A lo mejor aguantaba demasiado bien. Luego sería el problema de quitárselo. Pero eso le daba igual. Si su marido había aguantado el desplume de su cuerpo por parte de su madre, pluma a pluma, sus gritos se oyeron en veinte kilómetros a la redonda, ella podría aguantar un poco de irritación al quitarse el pegamento. Además con la mascarilla nadie se enteraría.

-Vamos allá – se dijo para darse ánimos.

Caminó segura hacia la estancia de su marido. Dormían en cuartos independientes. No quería ser un obstáculo para que se la pelara pensando en algún hombre que hubiera visto ese día en el mercado de frutas y verduras. Hombres agrestes, mal afeitados y mal encarados, que eran los que le parecían gustar a su marido. Le había notado, oh sí, lo había hecho, que su miembro se le ponía duro mirándolos desde la furgoneta. Y ella moría de envidia. Con ella nada, y eso que todos decían que la comía como nadie. Pero el Eduardo ese debía ser mejor en la tarea.

Pero esa noche, iba a ser distinto. Todo antes de pedirle a ese Eduardo que le enseñara a comerla como le gustaba a su marido.

-Carlos – llamó engolando su voz para que se le pareciera un poco a cualquiera de esos hombres de pelo en pecho.

-Carlos – volvió a llamar con voz sensual y varonil.

-¿Quién me llama? – dijo un poco despistado su marido que efectivamente estaba pensando en el hombre del puesto de tomates que había al final del pueblo y empezaba a acariciarse sus partes pensando que eran sus manos, las del hombre del puesto de tomates, quién le acariciaba el miembro.

-Soy Ángel del infierno que viene a follar contigo.

La Pinares abrió la puerta de la habitación de su marido. Apagó la luz al entrar. Se movió rápido hasta la cama en dónde yacía con las piernas abiertas y mirando al techo, como lo hacia su miembro duro. ¡La primera vez que se la veo dura, madre mía! No es nada del otro mundo, pero servirá.”

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Todos rieron y miraron a Eduardo de reojo. Éste reía despreocupado. Ni afirmaba ni negaba. Él era todo un caballero.

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-Te voy a follar, querido Carlos. Te he visto esta mañana en el mercado y me has puesto a cien. Te he seguido hasta tu casa y ahora, que todos duermen, me he aventurado a tu lecho, ¡Oh mi hombre!

La mujer se tumbó en la cama junto a él. Le agarró las manos y se las ató al cabecero de la cama con un coletero que llevaba en la muñeca. Y le vendó los ojos con un pañuelo de vaquero.

-No te muevas, va a ser peor. Te voy a hacer mío, mi hombre. Soy tu dueño.

Buscó sus labios y besó su boca, con el mostacho de pino que llevaba sobre el labio superior.

-¡¡Pinchas!! – gritó alborozado Carlos.

-Claro que pincho. Soy un hombre, maricón.

-¡Ahhhhhhhhh! – gritó al borde de un orgasmo el ínclito Carlos, y eso sin casi tocarle.

Pero eso asustó a la Pinares. Se puso sobre él a horcajadas, agarró el miembro palpitante de su marido y se lo metió en su sexo, que lubricaba desde hacía unos minutos, excitado por la perspectiva de recibir algo que no fuera un calabacín de la huerta.

-Cabalga, maricón – le volvió a gritar con esa voz engolada, imitando a un macho de la estepa castellana que cada vez le gustaba más.

-Ag, ag, ag, ag, ag, ag, aggg., aggggg, aggggggggg, AGGGGGGGGGGHHHHH!!!!! (Escríbelo en mayúsculas y con muchas admiraciones)

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Aghhhhhhhhhhhh! – Suspiró la Pinares.

Nueve meses después, nació Ramón, un niño muy sano, con la misma cara de pánfilo que su padre, para sorpresa de éste.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Jorge Rios.

.

-Bravo, bravo – vitorearon los comensales y el resto de los clientes de Gerardo.

-Y eso sin prepararlo. Madre mía – le felicitó Ana.

-Parece que la conoce de toda la vida.

-Pues no, había oído hablar de ella, pero hace tiempo y de pasada.

-O sea Dani que vas contando mi historia por ahí. – se quejó Eduardo.

-Edu, sabes que te quiero un montón. Era solo para halagar tu determinación.

En ese momento se abrió la puerta del local, que hacía tiempo que tenía las luces de fuera apagadas y el cartel de cerrado. Todos se giraron, porque el que hubiera entrado, tenía que ser de confianza. Y en efecto, lo era. Aunque hacía tiempo que no lo veían y estaba muy desmejorado, todos lo reconocieron. Era Alberto, el hijo de Gerardo, que había desaparecido hacía unos meses sin que su padre acertara a explicar la causa.

-Esta era la sorpresa que os tenía reservada. Mi hijo ha vuelto – explicó Gerardo señalándolo, visiblemente emocionado.

Carmelo se levantó de un salto y fue a abrazarlo. Según se acercaba a él se fijó en que estaba mucho más delgado, parecía tener diez años más de los que tenía. Y su mirada estaba apagada. En su cara había un montón de moratones y cortes en proceso de curación. No quiso ni imaginar como luciría su rostro unos días antes. No dijo nada. No hizo ver que se había dado cuenta. Lo abrazó mientras el resto aplaudían con ganas.

Jorge miró a la gente. Él no conocía a Alberto, había escuchado cosas. El tal Alberto había ido a trabajar con Carmelo y Cape cuando el primero retomó su carrera después de dos años sabáticos escondido en Concejo. Pero algo había pasado que ni Carmelo ni Cape acertaron a explicar y Alberto tuvo que irse de repente. Y no habían vuelto a saber nada de él. Alguna vez Gerardo les decía que les mandaba recuerdos. Pero sin dar detalles de dónde estaba. Todos los presentes parecían alegrarse y se levantaron para abrazarlo. Menos Eduardo que estaba paralizado. Le miraba sin saber que hacer. Esos dos tuvieron algo, pensó Jorge. Si Eduardo después de su historia con Carlos se juntó con Alberto y éste había desaparecido de repente, era claro que el chico no había tenido mucha suerte con sus historias amorosas. Y ahora lo reencontraba en un estado lamentable.

Era evidente que Alberto había sufrido mucho. Su cara era un cromo. Y por la forma de estar del joven, el resto de su cuerpo estaba igual de magullado que su rostro. Cuando le abrazó Carmelo hizo un gesto contenido de dolor. Agradecía el abrazo, lo devolvió con intensidad, pero a la vez, le dolía. Y mucho. Y siguió saludando al resto de la gente.

Miró a Hugo. Si conocía a Gerardo era natural que conociera al hijo. Y efectivamente, Hugo no pudo reprimir un gesto de sorpresa y de pena. Se acordó entonces que un tal Alberto estuvo implicado en la muerte de Ghillermo. Un policía. Se lo contó Helga. No tuvo ninguna duda de que estaba ante ese Alberto. Ahora ya no podía dudar de la teoría que le contó Óliver sobre el posadero y su hijo. Los dos eran policías. Tuvo la tentación de avisar con un mensaje a Javier, por si todavía estaba sentado en ese rincón discreto. Pero pensó que como no conocía los detalles de la historia, podía ser un error darle la noticia.

Carmelo presentó a Jorge y Alberto.

-Tus libros me han ayudado mucho. Gracias. – y le abrazó. Jorge no supo como reaccionar. No se lo esperaba y menos con esa efusividad. Intentó no hacerle daño al corresponder al abrazo.

-No se que decirte – le contestó. – En todo caso, me alegro de que así fuera.

Alberto sonrió con tristeza. Siguió saludando a los presentes a los que parecía conocer a todos. Y al final llegó dónde su padre. Ahí sí, se abandonó en sus brazos. Y Gerardo lo abrazó con todas sus fuerzas. Y se echó a llorar. Besó a su hijo en la frente en la coronilla, donde podía.

Cuando recibió aquel mensaje de un número desconocido, diciéndole que su hijo estaba vivo, Gerardo no supo si creerlo. La policía le había asegurado que pensaban al 90% que estaba muerto. La policía no se equivocaba, eso lo sabía él mejor que nadie. No se equivocaba de esa manera, porque si te decían eso, es que estaba casi convencidos al 100. Si no se callan. Te hablan de que todas las posibilidades están abiertas, que hay distintas líneas de investigación, bla, bla, bla.

Llamó a la policía y les dijo. Ellos callaron. Lo que le puso más nervioso porque no se lo habían negado.

Al cabo de unos días llegó otro mensaje. Y otro. Y luego llegó “el mensaje”.

Papá, estoy bien. Cansado. Tardaré unos días pero iré. Tengo ganas de que me hagas la comida. Estoy en los huesos. Y prepárame tu crema catalana. No digas nada a nadie, por favor”.

Tardó un par de semanas en poder hablar con él. Fueron solo cinco minutos. Y lo escuchó agotado, deprimido. Pero al menos estaba vivo, pensó. Lo otro ya lo arreglarían poco a poco.”

Ignacio el niño pequeño de Ana, se había cansado de estar en brazos de su hermano Eduardo y reclamó la atención de Jorge. Le sonrió y le subió a su regazo. Señaló a Alberto y preguntó:

-¿Está malito? Tiene pupitas.

-Ha tenido un viaje muy largo. Y no ha podido dormir mucho. Como tú.

-No tengo sueño – dijo pasándose los puños por los ojos mientras ponía pucheros en la cara.

-Dame que se va a quedar frito – le propuso su padre.

-Tranquilo. Luego te lo paso.

-¿Has cenado bien? – le preguntó a Ignacio.

El niño asintió con la cabeza.

-Espera que te abrazo. ¿Me das un abrazo? – preguntó Jorge.

El niño asintió con la cabeza y le abrazó. Colocó su cabeza sobre el hombro de Jorge y en ese instante, se quedó dormido.

-Tienes mano con los niños – le comentó Felipe, que estaba pendiente de su hijo.

-Practiqué con los hijos de mis amigos. Uno de ellos es mi ahijado.

-Dame – se ofreció Felipe.

-No, déjalo diez minutos para que asiente el sueño. Así habrá menos posibilidades de que se despierte – comentó Óliver que estaba atento.

-Mira, otro con ahijados. Ya tenemos canguros. – bromeo Ana hablando con su marido.

-No sabes como los echo de menos desde que he vuelto aquí. Aunque hablo todos los días con ellos. Y vamos, si necesitáis, me quedo con Ignacio encantado.

-Yo me apunto también – dijo Jorge besando a Ignacio y acariciando su cabeza.

-¿Cenamos o qué? – propuso Carmelo.

-Vamos que se enfría – dijo un emocionado Gerardo.

Hugo, intentando que nadie se diera cuenta, salió del local. Al cabo de un minuto, entró Alicia, la que parecía segunda del dispositivo de escolta. Jorge, intrigado, se asomó a la ventana. Y vio como Hugo sacaba otro teléfono del bolsillo y lo encendía. No era el suyo del trabajo ni el personal. Era un tercer teléfono. Y eso quería decir que ese teléfono era para cosas que no quería que supiera nadie.

-Otro misterio – dijo en voz queda.

-Esto parece que cada vez se complica más – Carmelo estaba a su lado.

-Cape quiere hablar conmigo a solas. ¿Lo sabes?

Carmelo suspiró.

-Se va. Ya te dije que iba a desaparecer.

-¿Cómo que se va? No te he entendido cuando me has hablado de ello. ¿Te lo ha dicho? Define “Se va”. Define “desaparecer”. Yo creía que era otro de sus viajes. En todo caso que iba a ser más largo.

A Jorge le fastidiaba volver a no ser sincero del todo con Carmelo. Aunque eso ya se lo esperaba, comprobar que su pálpito se iba a convertir en una certeza, le desconcertaba. Cada vez tenía menos querencia por ese hombre. Decidió esperar a su conversación anunciada para tener un juicio certero sobre ello.

-No, no hace falta que me diga. Sencillamente lo deja todo y desaparece. No digas nada escritor. Solo quiéreme.

-Por eso te has pasado antes a recoger tus últimas cosas de su casa. No querías volver a ella. – Jorge se calló de repente. Era una bobada insistir en el tema. Lamentaba haber acertado en lo relativo a que la marcha de Cape, iba a afectar a Carmelo. – Te quiero. Lo sabes. No puedo quererte más. Te lo juro.

-Si que puedes – le contestó sonriendo con los ojos tristes. – Vamos a cenar. Ya hablaremos.

Mientras Jorge buscaba su asiento para cenar, pensó en la de conversaciones que tenía pendientes. Necesitaría más de un mes a jornada completa para llevarlas a buen puerto.

La historia volvía a repetirse. Algunos actores cambiaron, pero la esencia estaba. Un músico prodigioso tocando en la calle. Un grupo de gente lo rodeaba para disfrutar de su interpretación. Los aplausos al acabar las piezas. Algunos espectadores que daban dos pasos adelante para echar un puñado de monedas en el estuche del violín abierto. Algunos seguían su camino, pero otros llegaban para llenar ese vacío. Aunque en esta ocasión, la mayor parte de la gente esperaba a que el músico tocara otra pieza.

Muy pronto, al poco de empezar su improvisado concierto, dos policías locales le aconsejaron que cambiara su ubicación en la c/Carlos III por la Plaza de Oriente. Se colocó entonces a los pies de Felipe IV a lomos de su caballo.

Había muchos detalles en la situación que para la mayoría, pasaban desapercibidos. La primera era que había dos personas que en todo momento estaban situadas muy cerca del violinista. De eso no era consciente ni el propio interesado. Esas personas estaban pendientes de todo lo que ocurría a su alrededor. Llevaban cada uno un estuche, parecido al de un violín. Con toda seguridad, contenían otro tipo de instrumentos.

Había otra circunstancia que casi nadie se percató: el concierto estaba siendo grabado. El violín del músico tenía un pequeño micrófono que grababa cada detalle de su interpretación. Varias cámaras discretas tomaban también imágenes desde todos los ángulos posibles.

Entre los espectadores también había algunas cosas a resaltar. Algunos de ellos eran personas importantes en el mundo de la música clásica. Había dos directores de orquesta, varios músicos de la ONE y también algunos de la orquesta del Teatro Real, a parte de algunos musicólogos cuyo trabajo consistía en armar un programa de conciertos para cada temporada que satisficiera a la organización para la que trabajaban.

Cuando Juan Ignacio, uno de esos programadores, llegó empujando la silla de ruedas de su mujer, Sergio llevaba ya más de veinte minutos tocando en la Plaza de Oriente. Se le notaba que estaba a gusto con su música y sus oyentes. La tarde era agradable de temperatura y soleada. Los espectadores que estaban atentos a la música, al percatarse de la silla de ruedas, les abrieron paso para que Claudia pudiera escuchar el concierto desde la primera fila. Su cara reflejaba el placer que le producía esa pequeña excursión que le había propuesto su marido. A su lado, iba también su hijo mayor, Ramiro. El segundo, Garcés, llegaría más tarde: tenía un examen de inglés en la Escuela de Idiomas.

Cuando los policías locales le habían aconsejado cambiar de ubicación, le indicaron también que se subiera a un pequeño escenario que había montado a los pies de la estatua de Felipe IV. Así la gente podría verlo sin problemas y el sonido se distribuiría mejor. Eso además impediría que hubiera avalanchas entre el público debido a movimientos incontrolados buscando una ubicación dónde ver o escuchar mejor.

Carmen y Jorge se encontraron en la plaza de Ópera. Apenas se saludaron con dos besos y Carmen se colgó del brazo de Jorge y caminaron ambos hacia la Plaza de Oriente. Era una plaza bulliciosa normalmente, pero ese día, parecía que todos hacían menos ruido para que se pudiera escuchar la música. Y así era. Muy bajo, pero el ligero aire que venía de los jardines, traían las suaves trinos de las cuerdas del violín. Jorge miró a Carmen que se estremeció de placer. No podía evitar emocionarse al escuchar tocar a Sergio. Le había pasado cada vez que había ocurrido. Era debido seguro a que le caía bien ese joven, pero también a que su forma de interpretar cualquier pieza le tocaba alguna tecla en su interior que hacía que se emocionara. Y cuando escuchó los aplausos de los espectadores, ese hormigueo de satisfacción se acentuó.

-¿Qué ha tocado?

-El Vals de las Flores de Tchaikovsky.

-¿Te ha dicho que iba a tocar?

-Ni se lo he preguntado. No suele hacer un programa fijo. Se deja guiar por lo que siente en la gente que está escuchando. Tiene la suerte de que tiene en la cabeza un amplio repertorio. Y si no, lleva su tablet con cientos de partituras.

-¡Vaya! Otro manipulador en la familia.

Jorge se sonrió.

Ya llegaban a donde los últimas filas de espectadores escuchaban. Christian, el operador de sonido que grababa la actuación, había puesto también unos pequeños altavoces para que las personas que estaban más alejadas pudieran disfrutar de los matices de la interpretación de Sergio. Una señora reconoció a Jorge y se acercó a él.

-Dile que toque a Boccherini. El día que viniste a escucharlo se lo pediste y me encantó. Acércate, acércate.

Poco a poco les abrieron paso. Cuando solo había cuatro filas de gente delante, Sergio les vio. Les hizo una señal para que se acercaran. Y luego, invitó a Jorge a subir al escenario.

-Señores y señoras, por si no lo conocen, éste es Jorge Rios, uno de los mejores escritores del mundo. Y una de las personas por la que me arrepentí de haber dejado la música.

Jorge hizo gestos para quitarse importancia, pero Sergio parecía decidido a darle protagonismo. Así que Jorge tomó la palabra.

-Me ha dicho una mujer que suele venir a escucharte, que le gustaría que tocaras las Noches de Madrid.

-¿Repetimos el primer concierto que viniste a verme?

-Por mí, estupendo. Aunque no recuerdo si tocaste la Primavera de Vivaldi. Pegaría bien con el día tan maravilloso que tenemos.

-Yo me apunto a tocar también. Me encanta Vivaldi y su Primavera.

Todo el público se giró hacia donde se había escuchado a esa voz. Era una voz potente, decidida, no demasiado grave pero sin llegar a ser atiplada. Dídac Fabrat caminaba hacia el escenario con su violín en la mano. Algunos le reconocieron y empezaron a aplaudir. Dídac se cruzo con Valentí Ormazábal y Andrew Polster, los dos directores de orquesta que asistían como espectadores. Se saludaron los tres con cercanía. También reconoció a algunos de los músicos que estaban entre el público a los que hizo un gesto de complicidad.

-He venido con unos amigos. – dijo nada más subir al escenario. – Espero que no te importe.

Sergio le miró sin saber que decir. Estaba siendo una tarde rara para él. Primero, el cambio de ubicación. Después, darse cuenta que lo estaban grabando en vídeo. Ese Christian solo le había dicho que le iba a grabar el sonido a petición de Jorge.

-Me lo ha pedido encarecidamente. No te preocupes que todo corre de su cuenta. Tú solo preocúpate de tocar el violín.

Ahora, al aumentar el número de músicos en el escenario, los técnicos de sonido del equipo de Christian estaban distribuyendo más micrófonos alrededor del escenario. Y de repente, Sergio vio a Yura, a Jun, a otro joven al que recordaba también de las clases de Mendés pero que no recordaba su nombre. Era uno de los enchufados, como los llamaban los demás. Pero si Jorge, que lo abrazó al subir al escenario, lo había saludado de esa forma, es que era de los suyos. Y si Dídac lo había llevado, no había más que decir.

-Carter, quiero presentarte a Sergio.

Los dos chocaron los arcos a modo de saludo.

-He escuchado algo de que había que tocar la primavera. Doña Rosa, no se preocupe que luego tocamos a Boccherini. Y a Saint Saëns. Es que también es fan mía – explicó Dídac de forma divertida.

-Bueno, yo me bajo. Que aquí no pinto nada. Voy a saludar a esa señora que tiene cara de que le gustan mis libros.

Jorge fue en dirección a Claudia, la mujer de Juan Ignacio. El matrimonio se puso nervioso, aunque cada uno por distintas razones. Juan Ignacio porque después de la entrevista con Carmen, había indagado y se había enterado de la visita que le hizo Jorge a Mendés en las instalaciones del club. Mendés había intentado luego echarlo de socio, y no lo había conseguido. Entre otras cosas porque era medio dueño del mismo. A parte, sus fuentes le habían contado que el escritor humilló al profesor de una forma que nadie creía que fuera posible. De hecho, Mendés, después de sus gestiones frustradas para echar a Jorge del Club, había tardado en volver. Pero cuando lo hizo, volvió con un aire chulesco y pisando a todo el que parecía haberse enterado de lo sucedido. Aunque algo había cambiado, porque muchos de ellos se enfrentaron a él. Y a esas personas, no les podía mandar a un grupo de matones a darles unos “toques”. Uno de esos esbirros, empezó a acompañarlo muchos días. Todo parecía indicar que había perdido esa seguridad que hasta ese día, había blandido en cualquiera de los foros a los que asistía.

Juan Ignacio, al ver a Jorge caminar hacia ellos, lo primero que pensó es que le iba a reprochar no haber contratado a Sergio. De hecho, casi lo tenía firmado, pero una llamada de Mendés le hizo echarse atrás. Éste le sugirió a otro violinista de sus “elegidos”, pero aprovechando que la fecha la tenía comprometida, contrató a otro que no tenía nada que ver con toda esa trama. Por eso se puso tenso.

Su mujer en cambio, lo hizo por la presión de saludar a uno de sus escritores favoritos. Lo había descubierto a través de Ramiro, su hijo. Éste también se puso nervioso. Al menos, pensó, llevaba un libro guardado en la bolsa de la silla de su madre. Podía pedirle que se lo firmara. Y si no le importaba sacarse un selfie con él y sus padres. Si decía que sí, pensaba, sería el mejor momento en su vida desde que su madre enfermó.

Carmen también se había acercado a ellos mientras Jorge estaba en el escenario. Saludó a Juan Ignacio y éste hizo las presentaciones con su esposa. Ya le había hablado de ella. Cuando llegó a casa después de su entrevista con la comisaria, sintió la necesidad de contarle todo a Claudia. Ésta le llamó de todo, por haber aceptado ese chantaje.

-No me mires así. Voy a contarle a Adela. Ya la tiene hasta el mismísimo coño. Así que a lo mejor con todo esto le manda a tomar por el culo de una vez. Lo que ha hecho con Enriquito, es de malnacidos.

Estaba enfadada. No comprendía como su marido, se había dejado manipular por ese hombre. Pero sabía que su marido lo había hecho pensando en lo mejor para ellos. No hubiera sido bueno si se llegan a enterar del affaire de la operación de Ramiro. Y seguro que Graciano tenía medios para haberse enterado.

-No hables así, cariño. No me gusta cuando sueltas palabrotas. Tú eres de otra pasta.

-Tus hijos, que me han contagiado.

Ramiro se sonrió.

-Mamá, ya serás tú la que nos enseñas tacos a nosotros.

-No me hagas hablar ¿eh? – pero su madre le cogió la mano y le dio un beso a la vez que le sonreía con picardía.

Carmen fue al encuentro de Jorge y lo agarró del brazo. Le apretó ligeramente y Jorge relajó un poco su cuerpo. La verdad es que iba muy tenso, aunque ni se había dado cuenta. Carmen le llevó directamente donde la mujer. Jorge enseguida se inclinó sobre ella y, después de pedirla permiso, la dio un abrazo. Ella le apretó fuerte contra su cuerpo.

-Es un sueño conocerlo, señor Rios.

-Hagamos un trato. Yo te llamo Claudia y te trato de tú, si tú haces lo mismo. Y este acuerdo también vale para este joven tan atractivo que te guarda las espaldas y que no puede negar ser hijo de sus padres. Es una bella mezcla de ambos.

Ramiro se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos sin saber como actuar. Pero Jorge tomó la iniciativa y sin más le abrazó a él también. El joven rodeó con sus brazos el cuerpo de Jorge y hundió su cara en el hombro del escritor. Algunas lágrimas pugnaron por salir de sus ojos, y al final ganaron la partida. Jorge se separó de él y le miró a los ojos. Le pasó el pulgar por sus mejillas para limpiarle las lágrimas.

-Pero tonto, si solo soy un tipo como tú, pero más viejo. ¿Por qué lloras?

-Me es que me gustan tanto sus tus libros no esperaba poder conocerte nunca.

-Pero eso es porque no has querido. Puedes ir cuando quieras a mis charlas en la librería de Goya, o a las de Aladina, cerca del Conservatorio. Allí puede entrar cualquiera. Y te prometo, que aunque algunos se empeñen en decir lo contrario, no me como a nadie.

-Intenté ir a la de jóvenes. Pero cuando llegué, ya estaba lleno.

-Ya procuraré avisarte cuando haga otra. ¿Te parece?

-Iré con mi hermano. También le gusta mucho.

-¿Y como se llama tu hermano?

-Garcés. Ahora viene. Tenía un examen. – explicó el padre. – Ramiro es el que nos ha metido a todos en danza con sus novelas. Las hemos leído todos – Juan Ignacio parecía haberse relajado.

-Me imagino que tú eres Juan ¿No? Me alegra verte aquí. Y que sepas reconocer a los buenos músicos, a pesar de todos los inconvenientes.

-Sergio Plaza está al nivel de los más top del mundo. Para mí, si su carrera vuelve a tomar empuje, estará al nivel de Nuño Bueno. Para mí, Nuño ahora mismo, a pesar de su retiro que esperamos todos sea momentáneo, es el mejor del mundo.

-Soy de la misma opinión. Aunque yo no tengo los conocimientos que tienes tú. Me guío solo por lo que me hacen sentir. Tuve el placer el otro día de escuchar a los dos juntos, y fue una maravilla. Y también te digo, que ninguno de los dos, está a tope.

-Hoy Sergio parece entonado.

-Tchisssss!! ¡¡Callaros un poco!! Empiezan a tocar. Y Dídac Fabret es uno de mis preferidos. – era Claudia la que les había llamado al orden. Juan Ignacio la miró con dulzura. Claudia le tendió la mano y su marido se la agarró suavemente. Se la acarició y la besó. Se dispusieron todos a escuchar a los músicos.

Empezaban con la Primavera de Vivaldi. Dídac le había dejado el papel de violín solista a Sergio. Yura y Jun tocaban violas. Carter y Dídac el violín. Jorge sabía que no habían ensayado juntos nunca. Carter y Dídac si lo habían hecho, pero ellos dos solos. El encaje de los cinco era perfecto. Estaban haciendo una interpretación de la pieza de Vivaldi verdaderamente maravillosa.

Jorge y Carmen se separaron un poco de la familia. Querían dejarles en intimidad para que disfrutaran de la música. El matrimonio seguía agarrado de la mano. Y el hijo mayor se había apoyado en su padre. Carmen le imitó y agarró de nuevo el brazo de Jorge y apoyó su cabeza en el hombro del escritor. La música le estaba llegando al alma. No podía evitarlo. Posiblemente antes de que acabara el concierto, echaría un par de lágrimas.

Nada más empezar el segundo movimiento “Largo” de la Primavera, por su comunicación interna, uno de los escoltas de Jorge anunciaba que habían divisado a Mendés al fondo del grupo de espectadores, que cada vez era más numeroso. Parecía que estaba haciendo comentarios despectivos en voz alta. También avisaba Nano, que era el que hablaba, que Mendés llevaba un guardaespaldas.

-Es un armario. – dijo en tono de guasa

Jorge se puso tenso. Miró a Carmen que le había soltado el brazo. Enseguida se dio cuenta de la intención del escritor de ir al encuentro del profesor.

-¿Voy contigo?

-No. Mejor dejemos el tema en asuntos personales, sin que os impliquéis. Si ha venido ese hombre es para incordiar. Para dar miedo. Hay varios músicos profesionales entre el público. Y están Sergio y el resto. Se irá haciéndose notar y poco a poco se acercará a esos para recordarles que él es el que manda.

-No te conviene montar un espectáculo.

-Y no lo voy a hacer. Ni él se va a enterar de lo que va a pasar y de dónde le van a llover los golpes. Disfruta del concierto. Luego me cuentas.

Jorge sin más dilación se fue abriendo paso entre la gente, intentando llamar la atención de todos lo menos posible. Cuando ya el grupo de gente era menos denso, divisó a Mendés en la zona que les había dicho Nano. Jorge lo divisó a él también y a Carla que estaba con él. Les hizo un gesto para que no se acercaran. No quería que se metieran en problemas. Eso debía ser una cosa entre el profesor y él.

Cuando Mendés vio a Jorge, sonrió con gesto chulesco. Jorge se sonrió en su interior al comprobar que la descripción de Nano respecto al guardaespaldas de Mendés era del todo acertada. Mendés debía pensar que cuando más grande fuera, más seguro estaría. Nacho era más bajo que Jorge. De hecho, era más bajo que Carmen. Y no había guardaespaldas más eficiente que él. Roger mismamente. No era un hombre alto, ni de una constitución especialmente ancha ni aguerrida. Pero solo con mirarle, muchos se habían dado media vuelta.

-No me has hecho caso, Graciano – le dijo Jorge cuando ya estaba a su altura. Mendés sonrió satisfecho cuando el guardaespaldas se puso en medio y alargó el brazo para agarrarlo. Jorge lo esquivó e hizo un gesto rápido con su mano izquierda, que fue a estamparse en el pecho del hombre. Su visaje de seguridad, se tornó en uno de sorpresa. Y el color lozano de su piel, se tornó blanco. El golpe le había impedido respirar unos segundos. De la nada, apareció Nacho que agarró al tipo del hombro y, como si fueran viejos colegas, se lo llevó lejos del escritor y del profesor.

-Mejor tú y yo solos ¿Verdad? – Mendés le miraba con todo el odio del que era capaz aunque su chulería había bajado varios enteros. – No me has hecho caso, Graciano. Y no dejas de hablar mal de mí por ahí. De amenazarme. Hablas mal de tus antiguos pupilos. Y tienes la desfachatez de venir hoy aquí para molestar.

-Es un sitio público. No tienes la exclusiva. Podría denunciar a tu “amigo” por actuar en la calle sin permiso. Y no te amenazo, que conste; solo digo lo que va a ocurrir: Vas a morir. Eres hombre muerto. No sabes con quien te enfrentas. Y eres un mierda que se ha dejado comer la oreja y se cree importante.

El mismo golpe que había dado al guardaespaldas, Jorge lo repitió con Mendés. Fue un segundo antes de que Mendés soltara el puño en dirección a la cara de Jorge. En el rostro del profesor de violín se congelaron la sonrisa y la seguridad en si mismo que hasta unos pocos segundos antes, marcaba su expresión corporal. Jorge repitió el gesto de Nacho y lo rodeó con su brazo por el hombro, como si fueran colegas.

-Como me entere de que mueves un dedo en contra de cualquiera de tus antiguos pupilos, el que va a vivir un infierno vas a ser tú, Graciano. Te lo prometo.

Las personas que rodeaban a la pareja no se habían enterado de nada. Todos seguían con atención el concierto. A Jorge le parecía que estaba siendo una gran interpretación, al menos por los gestos que veía en el público congregado. Estaba seguro que esa gente que había cambiado sus planes y se había quedado a escuchar un concierto de música clásica en la calle, y los que habían ido ex-profeso animados por los anuncios en sus redes que habían hecho Sergio Romeva, Dídac y Carmelo, estaban disfrutando con su decisión.

Mendés recuperó la movilidad y no perdió el tiempo: metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una navaja automática. Le dio al botón y el filo salió con presteza. Aunque el movimiento que hizo para clavársela a Jorge se quedó a medio camino. Éste le volvió a dar un golpe en el hombro, que lo desequilibró unos segundos y entonces, el escritor aprovechó y agarró con su mano el codo del brazo que portaba el arma. Metió el dedo gordo en la hendidura interior del codo y hizo palanca con los otros dedos apoyados en la parte exterior. Fue palpable el daño que le había hecho, aunque el grito que fue a soltar Mendés quedó ahogado por la otra mano del escritor que le tapó la boca. Empezó a sudar profusamente y su rostro perdió el color, como antes le había pasado a su guardaespaldas.

-Pero no vomites aquí, por favor. Aguanta. Sé un hombre.

Jorge sonreía mirando a sus vecinos. Alguno se había percatado de que algo pasaba.

-Le ha sentado mal el helado. Le ha levantado el médico la prohibición de comerlos y ha ido con ansia. Se le ha subido a la cabeza.

Pegó sus labios al oído de Mendés y le susurró:

-Te repito lo que te he dicho antes, Graciano, amigo mío. Vuelve a mover un dedo, o una pestaña en contra de alguno de tus antiguos pupilos, y tu vida se convertirá en un infierno.

Todo eso se lo dijo con la mejor de sus sonrisas en la cara modulando su voz con dulzura, mientras se alejaban del concierto. Una salva de aplausos inundó la tarde. Dídac, que llevaba un rato pendiente de lo que hacía Jorge, bajó del escenario en cuanto acabó, pretextando una necesidad imperiosa de ir al servicio. Dejó a sus compañeros recibiendo los aplausos del público. Cuando Jorge quiso darse cuenta, estaba a su lado. Había recogido la navaja del suelo y se la mostraba a Mendés.

-Me la voy a guardar. Luego se la daré a la policía. Puede que el filo coincida con algún crimen sin resolver. No parece que tengas miedo ni respeto por el escritor. Mira a ver si te atreves a decir nada de mí. No me temblará el pulso para hundirte Mendés. Y no llames a mis padres. Te han retirado el apoyo en todos los campos en dónde te lo daban.

-Eso es lo que tú te crees. Te arrepentirás de esto. Has elegido mal a tus amigos. Y mucho peor a tus enemigos.

De repente, Dídac se relajó. Puso una gran sonrisa en su cara. Le recordó a Jorge los cómics de Batman, la sonrisa de Joker. Puso mirada de loco. Dídac era conocido por esa cara que presagiaba algún estallido de furia. Pero en esta ocasión, no fue así.

-Como tú digas. Él tiempo dará o quitará razones. Jorge, te necesito en el escenario. No te manches las manos con esta basura.

-No dejes de mirar a tu espalda. – el gesto de Mendés mostraba un odio desmedido hacia Dídac. A Jorge le pareció que había algo en la relación de esos dos, que se le escapaba. No podía cambiar Mendés tan rápido la indiferencia que parecía sentir hacia Dídac hasta hacía unos segundos, por un odio tan visceral como el que mostraba sus gestos ahora.

-Que más quisieras tú. Ya te ocuparás tú de que no me pase nada. Porque si me pasa algo a mí, o a alguno de mis amigos, el que no va a saber de donde le llueven los golpes, vas a ser tú. Ni un ejército de guardaespaldas o matones, conseguirán evitarlo.

Dídac hizo un gesto imperioso a Jorge para que lo acompañara hacia el escenario. Éste le hizo caso. Mendés miraba como se alejaban con un gesto de asco, aunque estaba mezclado con un cierto sentimiento de alivio. A medio camino, Jorge detuvo a Dídac un momento. Le acarició la cara y le sonrió.

-Quita la mirada de loco y esa sonrisa sardónica de tus labios. Y dame un beso, jodido. Veo a Néstor y a Carmelo que han llegado. Así les damos celos.

La primera reacción de Dídac fue la de soltar un exabrupto. No le gustaba que le dijeran que cambiara su actitud. Luego pareció que se sorprendía. Dos segundos después, había cambiado la sonrisa de Joker por una llena de cariño y cercanía. La mirada de loco había desaparecido y sus ojos brillaban de cariño y felicidad.

-Tenemos que vernos más Jorge. Consigues de mí lo que no hace ni Néstor o los chicos.

Jorge volvió a acariciarle la cara. Y le dio un pico en los labios.

-Vamos, que si te apresuras, todavía recibes algún aplauso.

-¿Has visto? He renunciado a lo que más me gusta en el mundo, por ir en tu ayuda.

-Gracias.

Jorge tiró de él y lo llevó hacia el escenario. Dídac subió de dos saltos y abrió los brazos para abrazar a sus compañeros.

-¿Y ahora que tocamos?

Sergio miró a Jorge.

-Vamos a divertirnos. ¿No os parece? – respondió éste.

-Me gustaría escucharte tocar a Tartini, la Sonata del Diablo – le pidió Jura a Sergio.

-¡Ah no! Lo hacemos entre todos. – Sergio miró a Dídac que levantó las cejas y sonrió.

-Esto puede salir mal – advirtió Dídac. – Eso sin ensayar …

-O bien – Sergio sonrió como un niño travieso.

-Y luego Saint Saëns y Boccherini.

-¿Dejamos entonces Sibelius para otro día?

-Vamos viendo. – acabó Jorge la discusión – Me bajo a escucharos.

Dídac miró uno por uno a sus compañeros. Se prepararon y … empezaron a tocar.

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Sonata del Diablo – Tartini.

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Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 86.

Capítulo 86.-

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¿Seguro que no te apetece venir?

Mark estaba abrazado a Olga al lado de la puerta de la suite que ocupaba en su estancia en Washington DC. Habían coordinado el viaje para pasar unos días juntos, haciéndolo coincidir con un descanso en el curso que estaba dando en Quantico a agentes del FBI.

-Vas a estar siempre reunido. Así aprovecho estos dos días para hacer unas gestiones que tengo pendientes.

-¿Vas sola?

-No. Tengo mi agente especial de enlace que me acompaña.

-¿El jefe Peter Holland? – Mark enarcó las cejas al nombrarlo y empleó su mejor tono irónico.

Olga se echó a reír.

-No creo que el Jefe de Operaciones del FBI se rebaje a hacer de agente de enlace con una policía española.

-Según me cuentan mis informantes, ha puesto mucho interés en que vinieras. Y te ha hecho de cicerone.

-Una cosa es que se muestre educado fuera del trabajo y otra que oficialmente me acompañe en mis pesquisas. – Olga le pasó la mano por la cara con cariño – O sea que tienes tu propio cuerpo de investigación.

-Siempre lo he tenido.

Esa última expresión, no pretendía que pareciera una broma, porque no lo era. Mark Lemon era un hombre muy poderoso. Cualquiera en un puesto parecido, valoraría mucho la información. Él lo hacía. Tenía su propia empresa de seguridad que se encargaba de su protección y de la de sus personas importantes. Y una parte de ella se dedicaba a recopilar información, no solo en internet sino a pie de calle de las personas con las que entablaba negociaciones o en su entorno tanto particular como empresarial.

-No te pongas tan serio, cariño.

-Lo que tenéis entre manos es serio, Olga. Lo sabes.

Olga fue la que se puso seria ahora.

-¿Eres consciente que un día, Carmen o Javier o Matías o yo misma vamos a tener contigo una conversación muy seria al respecto? Me repites mucho esa cantinela, pero tengo la impresión que eres tú el que no acaba de asimilar todas las implicaciones que este caso comporta.

-No estoy preparado para ello. Puede que tengas algo de razón.

-Nosotros tampoco estamos preparados para abordarte. Pero llegará un día en que sí lo estaremos. O a lo mejor no lo estaremos, pero tengamos que hacerlo de todas formas. Porque alguien cercano a ti, saldrá por ahí. Creo que deberías valorar adelantarte tú y poner en común con nosotros lo que seguro que has oído comentar a tu alrededor. Dudo además muy seriamente que ninguno de tus colegas no haya intentado invitarte a una de esas fiestas. Por agasajarte o por buscar tener algo en contra tuya. Y toda esa información ha tenido que aparecer en los informes de tu “equipo de información”.

-Te he dejado en la mesa una novela que me han hecho llegar. – Mark había escuchado atentamente a Olga, pero no hizo ninguna intención de aportar nada al tema. – Es de Jorge. Aunque no viene su nombre en la portada. A lo mejor le interesa. Es una aportación de mi equipo de información – Mark sonrió ligeramente a la vez que miraba de medio lado a Olga.

-¡Qué niño eres a veces! – Olga besó a Mark en los labios antes de ponerse seria de nuevo – ¿Novela robada?

-No está publicada por él, no. Está vendiendo mucho ahora en Estados Unidos. Si lees las tres primeras páginas, no tendrás ninguna duda de que es de él. Eso sí, está sin pulir. El que la ha publicado, no se ha atrevido a corregirla por si metía la pata. El mundo que ha creado Jorge es muy complicado. Solo él lo tiene completo en su cabeza.

-El que te la ha proporcionado entonces, conoce bien la forma de escribir de Jorge.

-Si no tuviera cerca de setenta años, podría ser uno de “sus” chicos – Mark imprimió a sus palabras un ligero tono de ironía. – Sabe que somos amigos de él. Suelo presumir de ello entre mis colegas.

-¿Somos amigos de él? Tendré que hacer algo para que esa afirmación sea cierta al cien. Te lo tendré que presentar cuando vuelva a España.

-O a lo mejor tiene que venir él a Estados Unidos.

Olga se sonrió pero no dijo nada.

-Ahora llamo a Carmen. Se lo cuento.

-Me voy. Si no, perderé el avión.

-¿Dos días?

-Sí. Cuando vuelva, tendremos cinco para nosotros solos. Piensa dónde quieres que vayamos.

-¿Y si me apetece no salir de esta magnífica suite?

-Es una propuesta interesante – a Mark le había salido un cierto tono insinuante.

Olga y Mark se besaron antes de que él saliera de la habitación con su maleta. En la puerta, le esperaban dos miembros de su empresa de seguridad. Olga salió al pasillo y le siguió con la mirada hasta que se metió en el ascensor. Le hizo entonces un gesto con la mano de despedida. Mark sonrió y le lanzó un beso.

Olga cerró la puerta y volvió al salón de la suite. Cogió la novela que le había dicho Mark. Cuando se lo había comentado, pensó que era “La vida que olvidé”. Pero no era esa novela, sino “Una boda sin novios”.

En un momento organizó su sistema de comunicación para llamar a Carmen y tener una videoconferencia. Quería saber las últimas novedades de todo antes de ir a ver al hermano de Carlota Campero, y por supuesto, comentar el tema del libro con ella. Su amigo del FBI, ese del que su pareja se sentía un poco celoso, había puesto a su personal a buscar al tal Tirso por todo Estados Unidos. Y lo había conseguido.

-¿Ha pasado algo? Tienes mala cara – dijo Olga a modo de saludo. No eran muy frecuentes las ocasiones que se podía ver a Carmen tan agotada.

-Creo que me voy a ir a la cama. Hoy he llegado al límite.

-Que tú digas eso, me preocupa. ¿Y Javier?

-Le voy a dejar que tire él un rato del carro. Le he dicho a Pati que se quede al tanto, por si acaso. Y que me avise si me necesitan.

-¿Me vas a contar las novedades? Voy a ver en unas horas al hermano de Carlota Campero. El FBI lo ha localizado.

Carmen le hizo un resumen de lo que había pasado alrededor del Jorge y Carmelo respecto a su comida con el embajador y sus amigos.

-A Javier le ha dado por hacer un poco de teatro. Y ha habido que organizar a todo correr un despliegue para mandar mensajes. Copiando a Jorge en la discoteca la otra noche.

-¿Quienes estaban en el Intercontinental?

-Pues se habían juntado varios amigos de Jorge y Carmelo. Otilio Valbuena tenía una comida de trabajo con varias personas interesantes.

-¿Políticos?

-Algunos. Y algunos jueces. Fiscales.

-¿Conocidos?

-El juez Roberto, por ejemplo. Y el Juez Tomares. El Fiscal Jefe de Cáceres y el de Toledo. El Consejero de seguridad de Castilla la Mancha y el jefe de gabinete de la vicepresidenta de la Junta de Extremadura. Yolanda Vázquez, Consejera de economía de Castilla La Mancha. Había más gente en esa mesa, pero menos relevante, en un principio. Estamos investigando. Si estaban ahí, algo de poder tienen que detentar. Poder, o influencia en el que lo tiene. En otra mesa comían Carlota Campero y algunos de sus amigos poderosos. Carlota se ha saludado con Otilio. Con mucha cercanía. Creo que estamos en lo cierto al pensar que están buscando la forma de quitarle la herencia a Rubén. O puede que estén buscando la forma de librarse de los problemas que tienen.

-¿Sabemos lo que ha heredado ese chico?

-No. La herencia está sin repartir. Es un misterio. Pero en su cuenta aparecen todos los meses quince mil euros de nada de un fondo fiduciario. Da para vivir sin problemas.

-¿Se los gasta?

-Unos mil. Dos mil como mucho. Y desde la agresión, ni eso. El piso es suyo y está pagado. Y a parte, cuando trabaja, cobra bien. Y tiene prestigio. Así que sus cuentas tienen un envidiable saldo positivo de seis cifras antes de los céntimos. Y la primera de ellas no es un “uno” precisamente.

-¿Más personas de interés?

-Pues amigos de Carmelo. Willy Camino, Gregorio Badía, su representante. Elfo Jiménez y Guillem no sé qué. Nos pasó Jorge el otro día unos comentarios aparecidos en vídeos de Carletto. Son calcados a sus aportaciones en aquella conversación de wasap de Álvaro con ellos. Nos pasó las capturas de pantalla que había hecho Álvaro Cernés antes de que los borraran. Son calcados. Parece que ya tenemos a quién mueve esa campaña de acoso a Jorge y Carmelo en las redes. Y ahora además, con ese intento de agresión a Álvaro, todo tiene un color diferente.

-¿Qué le han hecho? ¿Está bien? Me lo presentaron en algún evento y era un tipo muy agradable y educado. Y no es mal actor.

-Eso … creo que hay mucha tela que cortar ahí. Ahora Jorge está con él. Estaba hundido. Menos mal que el bajón le ha dado después. Se ha defendido bien. Aunque su casa es siniestro total. Le querían marcar la cara. Rajársela, literalmente.

-Eso es por algún trabajo.

-Eso piensa Jorge. Aunque parece que hay muchas otras posibilidades. Parece que el Álvaro ese no ha elegido bien sus compañías últimamente.

-Alguna vez me han hablado de una trama de timar a los recién llegados al estrellato. ¿Te refieres a eso?

-Algo de eso hay. El resultado último es … la prostitución para pagar la deuda contraída por el ritmo de vida al que empujan a esos jóvenes. Es lo que buscan en realidad. A parte de ir cobrando comisiones de todas las tiendas, restaurantes concesionarios de coches, inmobiliarias donde les llevan a hacer gasto.

-Vaya. Es un tema serio. No pensaba que llegaba a esos extremos.

-Veremos lo que vamos encontrando. Va a ser difícil probarlo. De todas formas, en los dos caminos que puede seguir el tema de la agresión, hasta donde sabemos, parte de los implicados se solapan.

-Mira que bien. Mismos sospechosos para dos líneas de investigación. Más personas de interés que estuvieran en el mismo restaurante.

-No le digas nada a Jorge, pero también estaban Paula Freire con su grupo de adeptos. Y se reunían con, nos imaginamos que era el objetivo a agasajar, Justo Riu.

-No creo que la entidad que dirige se quiera meter en esas guerras.

-¿Dices?

-Mark tiene contactos con muchos miembros de su Consejo de Administración. Desde ahora te digo que si emprende alguna acción, es por su cuenta.

-¿Qué interés puede tener él?

-Como no sea convertir a su entidad en el banco de referencia de la Universidad Jordán … pero … quizás hay cosas que se nos escapan. Él ha tenido digamos una cartera de clientes en el banco muy selecta. Personas de mucha enjundia y con mucho parné. Ese siempre ha sido su activo para ascender. Una cartera que además, nunca ha querido soltar, ni ascendiendo. A día de hoy, sigue manejándola él. Directamente.

-¿Conoces a todos estos elementos?

-A Justo sí. Y a Néstor, Dídac y sus hijos, también.

-Éste hombre es amigo de Jorge ¿No?

-Más bien de Manzano. No creo que tenga relación con Jorge ni Carmelo. Directamente al menos. Manzano pertenecía al mismo círculo social que Justo Riu, antes de dejar su puesto de Jefe de Cirugía y coger el de médico de Concejo. Manzano se relacionaba con lo mejor de la jet set de Madrid. Néstor Edelweis, el Jefe de Operaciones de la entidad, sí es amigo de Jorge. Néstor es el marido de Dídac. Ahora con el tema de Sergio, seguro que Jorge le ha llamado para que nos ayude. Dídac conoce tanto a Carmelo como a Jorge. Los conoció a cada uno por separado.

-Voy a marcar a ese Justo por si acaso. A ver que otras coincidencias encontramos con el tiempo. Por su bien esperemos que esa cartera de clientes tan suculenta, que le ha hecho ascender, no le haga ahora acabar en la cárcel. Tienes razón con Dídac. Lo ha llamado Jorge. He hablado varias veces con él. No sabía que su “Néstor” era ese Néstor.

-Es ese sí. Y ya te digo, tanto Néstor como Dídac son amigos de Jorge y Carmelo. Entonces los mensajes hoy han llegado altos y claros a mucha gente.

-Sí. A sus destinatarios y a algunos que pasaban por allí y que tampoco está mal que se den por enterados. ¿Y tú?

-Me vienen a buscar en un rato. Un poli que lleva trabajando un tiempo con el FBI, pero que es español: Ventura Carceler. Me lo ha asignado Peter para que me acompañe estos días que voy a mover árboles.

-¿Es majo?

-Sí. Si puedo convencerlo, me lo llevo de vuelta a España.

-¿Tiene pareja? ¿Casado?

-No y no.

-¿Qué hace en el FBI?

-¿Huir?

-Pues si huye al FBI, al menos padrino tiene.

-Lo tiene. Ya te contaré.

-Oye, una cosa. Me acabo de dar cuenta que ese nombre me suena. Ventura …

-Lo tiene Javier en su carpeta de posibles fichajes.

-¡A joder!

-¿Ya te has acordado de él?

-Tienes razón, sería un buen fichaje. Tiene muchos aires para mi gusto, pero bueno. ¿Y hoy toca?

-El Tirso hermano de Carlota Campero.

-¿Lo habéis encontrado? – Carmen chascó la lengua para mostrar su enfado con ella misma – Perdona, si lo has comentado antes. ¿Ves como sí estoy para el arrastre?

-Vive cerca de Winston-Salem, en Carolina del Norte. En una finca que en apariencia se dedica al cultivo de gamusinos.

-O sea que no se dedica a nada.

-Exacto.

-¿Y que hace?

-Eso es una de las cosas que vamos a averiguar.

-Ya me contarás. Yo me voy a la cama. Te lo juro, no he probado el orujo y parece que estoy borracha.

-Apaga el móvil.

-Lo pondré bajito. No vaya a ser que Javier se encuentre mal y me llame.

-Si no descansas un poco, no podrás ocuparte de él. Te dejo, creo que Ventura ya ha llegado.

-¿Con éste no se va a sentir celoso Mark?

Olga se echó a reír.

-Creo que no. Cero posibilidades.

-Que ojo tenemos. Parece que el radar ese que reconocer a los gays, lo tenemos nosotras. Al menos tu novio, dormirá tranquilo.

.

-La madre que me parió. Llamo a Carmen para decirle lo del libro de Jorge, y se me olvida.

Olga acababa de abrir la puerta a su agente de apoyo. Al coger sus cosas de la mesa, se había encontrado con el libro que le había dejado Mark.

-Mándala un mensaje. Cuando se despierte lo verá.

-Le mando un mensaje directo a Jorge también. Recuérdame luego que le mande el libro.

-Me lo das y lo envío yo, no te preocupes.

-¿Seguro? No quiero acapararte.

-Ya me acaparas. – Ventura sonrió con ironía.

Salieron de la habitación y bajaron al garaje a coger el coche. Ventura había aparcado delante de los ascensores. Olga se sonrió porque utilizaba la misma táctica que Carmen y ella cuando no encontraban sitio para aparcar: dejarlo en medio con la sirena bien visible y en este caso el cartel de FBI a la vista. Esta vez había dejado hasta la sirena girando iluminada.

-He estado antes hablando con Carmen.

-Ya me has dicho.

-Hemos hablado de ti.

Ventura se sonrió mientras conducía.

-No pienso volver.

-¿Cómo sabes …?

-Vuestra fama de reclutadoras traspasa fronteras.

-Nos vendrías bien. Tienes mundo, hablas idiomas, eres inteligente, perspicaz … tienes contactos en Estados Unidos, en el FBI …

-Tú también los tienes. Y se te ha olvidado decir que me doy muchos aires, soy chulo, demasiado seguro de mí mismo, rebato todo lo que dicen mis jefes … soy insufrible, mal compañero, algunos dicen que soy vago y me aprovecho del trabajo de mis compañeros mi único fin en la vida es destacar sin dar un palo al agua. No tengo buena puntuación en tiro y tampoco destaco en defensa personal. Y salgo a correr como los domingueros, porque el gimnasio es demasiado esfuerzo. Recuerda que soy un vago.

-Pero a veces no es bueno que … sea yo … la que pida favores. Y que rebatieras a tus jefes de entonces, para nosotros es un punto a favor. No puedo creer que alguien dijera que eras un aprovechado y un vago. En tiro, tus puntuaciones no son buenas. Las cosas como son.

-Al lado de las tuyas, de las de Carmen y Javier, todas son malas, no te jode. Y algunas cosas que ahora no me salen. No exagero. Eso lo hace el estar dispuesto a todo por contentar al jefe de turno que te ha marcado con una cruz. Lo que verdad piensas es que soy carne de ser uno más de los que ocupen el diván de Jorge Rios. En vuestra Unidad, todos habláis idiomas y tenéis muchos hombres y mujeres de mundo. Tenéis un medio inglés, un medio francés, Javier habla hasta ruso, como Jorge … todos hablan al menos dos idiomas, tenéis especialistas en informática, en delitos económicos … Tú misma, hablas cuatro idiomas a la perfección. Tu amiga Carmen lo mismo. Tenéis contactos con gente poderosa. Tu novio, sin ir más lejos. No creo que creo que si os rebato a vosotros desde el primer momento, que lo haría, soy así, os sintierais cómodos y pusierais mi retrato en la pared de los compañeros modélicos.

-No he dicho eso. Lo del diván de Jorge … y sabes que en el tema que nos traemos entre manos, todos los apoyos son pocos. Y respecto a lo de la pared de los compañeros modelos, me llevas la contraria cada dos por tres, y todavía no te he soltado un tortazo.

-Lo piensas. Lo de Jorge y lo de soltarme un tortazo – lo dijo con visaje serio, aunque le guiñó el ojo y se le marcaron los hoyuelos en las mejillas, a modo de señal de broma.

-Si conocieras a Jorge no dirías “uno más en su diván”. – Olga le dio un manotazo en el brazo en respuesta a la segunda cuestión.

-¡Ahú! Haces daño – Olga puso gesto de indignación ante semejante afirmación. Ventura retomó la conversación ya en tono serio – Es una forma de hablar en el tema del escritor. Aunque hasta hace poco, ni siquiera daba oportunidad a que nadie le saludara. Era un fantasma levitando por las calles de Madrid a veinte centímetros del suelo y con la mirada perdida. Ignoraba hasta al que se chocaba con él.

-Eso quiere decir que lo conoces. Sabes de él. No me mires así, Ventura, no te enfades. ¿O es que intentaste hablar con él cuando estaba en modo asocial? Ahora es completamente distinto en ese aspecto.

-Perdona. No me malinterpretes. Me caéis de puta madre. Pienso que sois la hostia. De verdad. Lo pensaba ya antes, pero en los días que te he conocido, he corroborado mi impresión de que eres una mujer de bandera y una profesional todavía mejor. Estoy bien aquí, Olga. No tengo que encontrarme con nadie que me haga vomitar. Allí, estaría siempre pendiente de que esa posibilidad se hiciera real. Me dolía todo el cuerpo de las arcadas que me producían algunos. Y esa ansiedad de levantarme cada día de trabajo y no saber por dónde me iban a llover las hostias. Que sapos me iba a tener que tragar. Vosotros me caéis genial. Pero va a ser que no.

-Aquí no todos te caen bien.

-No tiene nada que ver. Te aseguro que por mucho que odie a algunos compañeros aquí, nada que se le parezca a lo de allí. Y tú sabes de lo que hablo. Antes me has dado a entender que tenéis un informe sobre mí.

-Precisamente queremos que nos ayudes a cambiar eso. A que no necesites desayunarte medio bote de Primperan. Ni tú ni nadie. Mi propuesta es en serio y no tiene caducidad. Es para trabajar con Javier, con Carmen, con Matías y conmigo. No dudo que sepas de todos nosotros. Y sabes que esos mismos que te producen arcadas a ti, nos las producen a nosotros. Tienes mi número de teléfono. Aunque ahora no te apetezca, puede que dentro de un tiempo sí. Que sepas que tienes un sitio en nuestra Unidad.

-No me gusta luchar contra molinos de viento. Es lo que hacéis. Y para una vez que le di el placer a mi padre para que tirara de influencias, no quiero defraudarlo.

-Le costaría mucho encontrarte acomodo aquí.

-Mi padre es poderoso. No sale en los papeles, pero … lo es. No creo que gastara más de media hora de su tiempo para conseguirme el puesto.

-¿Te llevas bien?

-No. Pero no quiso desaprovechar la ocasión para tener algo por lo que le debiera gratitud. Mira, esa es la finca.

-Veamos quien es ese Tirso.

-¿Será el del libro de Jorge Rios?

Olga se sonrió antes de contestar.

-No.

-¡Sabes quien es! – Ventura miró con admiración a Olga.

-Sí. Hablo con frecuencia con él.

-¿Y esta visita entonces?

-Que un tipo, hermano de una de las implicadas en el caso y que … acuérdate lo que te digo, todavía nos tiene que dar muchas sorpresas desagradables, esté medio escondido a miles de kilómetros de su hábitat, cuando menos merece una charla.

-¿Qué esperas? Sus razones pueden ser parecidas a las mías: romper con su entorno que no le era agradable.

-Otra víctima de esa organización. Y es cierto, la causa más probable es que su “familia” le repatee. Quiero conocer los detalles. Y espero que nos cuente cosas que nos ayuden.

-O uno de los verdugos que se arrepintió. O no se arrepintió pero se cansó y huyó.

-O un compañero de Tirso.

-Tirso puede que fueran varios. – propuso Ventura. – Alguna vez lo he pensado.

-Ahora veremos. Sí te adelanto que parte de lo que se le achaca en los mentideros a Tirso, no lo hizo él.

-Entonces de alguna forma me das la razón: Tirso son varias personas.

-Mirado de esa forma, se podría afirmar, sí.

La verja de la finca estaba abierta. Pasaron con el coche y llegaron hasta lo que parecía la casa principal. Era una casa de piedra y ladrillo, con una galería cubierta que ocupaba toda la parte delantera y por lo que parecía desde dónde estaban, un lateral. Había como varios ambientes: un rincón con sillones, para reuniones de amigos, otro espacio con mesas altas y sillas, como para fiestas más informales, un rincón de leer con una mecedora …

-Parece al menos que tiene cierta actividad social. Todo parece preparado para ello.

-No te fíes, puede ser todo diseñado y preparado por un profesional.

-Le falta un poco de alma, es cierto. Me recuerda un poco a la casa de Cape – eso último lo dijo más para ella.

A Olga le dio la impresión de que solo estaba en uso una parte de la mansión. Si sus informaciones eran correctas, no le extrañaba. Si ese hombre vivía solo allí, la casa era enorme para un solo inquilino. Uno de los edificios anexos sí parecía tener uso. Si hubiera tenido que apostar, era el taller del dueño de la finca. Y parecía dedicarse a la escultura. O a la alfarería. Aunque dudaba de que esa actividad fuera profesional.

Se bajaron del coche. Ventura se puso la americana y comprobó su arma antes de caminar hacia la casa. La indumentaria de los dos era incongruente. Ventura llevaba el uniforme oficial del FBI, traje oscuro y corbata, camisa color azul claro, con zapatos negros. Olga en cambio, vestía informal, con pantalones vaqueros ajustados, una blusa color beige y un chaleco largo de color rojo bermellón. Calzaba unas botas de caña media con medio tacón. Llevaba su arma, con permiso de las autoridades americanas, colgada de la cintura. El chaleco la disimulaba un poco, aunque no pretendía ocultarla del todo.

Ventura fue a llamar al timbre, pero un hombre de unos treinta y pocos, les salió al paso y se le adelantó. Se los quedó mirando impasible. Su gesto no era agradable. No parecía contento con la visita.

-¿Señor Campero? – preguntó Ventura.

-Hace tiempo que nadie me llama así.

La voz sorprendió a los dos policías. Era muy grave. Parecía salida de ultratumba. Aunque lo que más les llamó la atención era su falta de musicalidad. Olga suspiró con tristeza. Esa era una de las características que parecían tener muchos de los “chicos de Jorge”, como habían empezado a llamar a las víctimas de esa organización.

-Permítame que nos presentemos. – Olga le tendió la mano sonriendo.

-Olga Rodilla y ¿Usted? – Tirso cortó el intento de Olga mientras miraba a Ventura, aunque aceptó el saludo que le ofrecía una sorprendida comisaria.

-Ventura Carceler. – ahora fue éste el que tendió la mano a Tirso y se la estrechó.

El hombre levantó las cejas sorprendido.

-Jugamos entonces en nuestra juventud algunas veces que tu padre nos invitó a pasar algún fin de semana en vuestra finca de Extremadura. Sigues teniendo un aire a él, aunque no te haya reconocido al verte.

-Siento no recordarte. – Ventura lo miraba intentando buscar algún rasgo o gesto que le diera pistas. Le había sorprendido su afirmación de que se conocían. Tendría que hablar con su madre a ver si se acordaba ella. Ese hombre, de todas formas, parecía unos años mayor que él. En todo caso, se juntaría más con sus hermanos mayores. Quizás fuera mejor hablar con ellos.

-No me extraña. Yo procuro no recordar nada de lo de antes de llegar a Estados Unidos. Por eso vuestra visita no me agrada. Se me ha alterado el ánimo solo de verte Olga.

-¿Nosotros nos conocemos? – Olga lo miraba fijamente desde que el hombre hubiera demostrado que la conocía. No acababa de recordar. Prefirió reconocerlo en voz alta que andar a ciegas.

-Sí. Pero yo era poco más que un niño. Y tú mucho más joven. Aunque ya eras madre. He de decir en tu honor, que no parece haber pasado el tiempo por ti.

Olga se lo quedó mirando de nuevo. De repente su mente encontró el recuerdo. Se quedó anonadada. Se olvidó hasta de devolver o agradecer el cumplico que le acababa de hacer.

-Joder. Te llevó Jorge a la casa de acogida. Te sacó de una de esas fiestas. Nacho, Cosme y Jorge. Pero no te llamabas Tirso.

-Eres buena fisonomista. Deja aquel nombre en el olvido por favor. Aunque te acuerdes, o lo haga Jorge, no lo mientes ni lo pongas en ningún informe.

Olga dio un paso para abrazarlo. No lo pensó, simplemente le salió. Y el Tirso que había salido a recibirlos con gesto agrió aceptó con gusto el abrazo y cambió el visaje agrio por otro de sentirse bien. Olga recordaba perfectamente como Jorge lo llevaba aúpas y se lo pasó a ella y el joven se abrazó como una lapa. Aunque antes de que Jorge se fuera, volvió a sus brazos para besarlo profusamente. Luego, estuvo lloriqueando más de una hora en brazos de Olga.

-Solo tengo un par de recuerdos buenos de aquella época. Las caricias de Jorge en mi espalda para que me relajara, mientras me llevaba sobre su hombro hasta que me dejó en esa casa contigo, y tu abrazo eterno. Y las palabras que primero Jorge y luego tú, me susurrasteis al oído para que supiera que ya no me iba a pasar nada. No os niego que pese a que te debo mucho, Olga, tu visita me fastidia bastante. Hubiera preferido que no se hubiera producido nunca. Pasad. Al menos os ofreceré un café.

La casa por dentro era acogedora. No había fotos de personas, pero las había de animales. En la sala principal había un piano vertical en una esquina. Había bastantes figuras de barro como adornos. Eran bonitas. Le recordaban las de un artesano burgalés que había visto en algunas ferias y del cual tenía varias de ellas en su casa. Félix Yáñez. Al final se había acordado de su nombre.

-Es cierto, tocabas el piano – dijo de repente Olga.

-Lo sigo tocando. Algunos vecinos se acercan los viernes y hacemos una pequeña velada. Me sirve como excusa para tocar el resto de la semana preparando esa “actuación”.

-¿Cual es tu pieza imprescindible?

-El Canon de Pachelbel. Y una amiga siempre me pide el “Claro de Luna” de Debussy.

-El Canon me lo tocaste una vez.

.

.

Tirso se quedó mirando a Olga y sonrió.

-Es cierto. No lo recordaba. Viniste a verme y quisiste escucharme. Nadie me ha escuchado con tanta atención. Si no recuerdo mal te gusta la música clásica. Espera, me acabo de acordar, luego te toqué un minueto de Handel.

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.

-Y algo de Chopin.

Durante un rato hablaron de cosas intrascendentes. Pasaron a la amplia cocina del anfitrión y se sentaron mientras esperaban a que el café estuviera preparado. Una vez que estuvo listo y Tirso se sentara con ellos en la mesa, parecía que era el momento para hablar de la razón que había llevado a los policías hasta esa casa.

Olga tomó la palabra y contó a grandes rasgos lo que había pasado con Rubén y la actitud de su hermana. Tirso escuchaba atentamente sin hacer prácticamente ningún gesto. Para Olga, fue claro que le interesaba lo que contaba, aunque no fuera posible hacerse una idea de lo que pensaba o cual de los protagonistas se alineaba más con su forma de ser y pensar.

-Es cierto. Bonifacio nos dio un dinero, mucho dinero, y nos dijo que no esperáramos más cuando muriera. Dijo que prefería que lo disfrutáramos mientras éramos jóvenes, para que pudiéramos crearnos un futuro.

-Pero tu hermana no parece que sea de la misma idea.

-Vamos a llevarnos bien. A Carlota te agradecería que no la mentaras de nuevo por nuestra relación familiar. Eso fue solo un papel. Así además le damos gusto, porque siempre me mostró su asco y su oposición a que me llevara parte de las atenciones de Bonifacio. Y claro, parte de su dinero. A estas alturas ya te habrás imaginado que si soy hijo de Bonifacio, es porque me acogió y me adoptó. Carlota nunca estuvo de acuerdo, reitero, y no ha dejado de demostrármelo continuamente. No tenemos ninguna relación ni la tendremos. Si no me ha quitado el dinero, es porque no ha podido. Estoy seguro que ha puesto mucho empeño en que sus abogados estudiaran algún tipo de acción para dejarme pelado. Si no lo ha hecho, es porque no ha encontrado la forma legal de hacerlo. Y por si acaso tiene ganas de matarme para heredar ella, hice un testamento al que di toda la publicidad que pude, en el que legaba todo a Jorge Rios. A él le debo la vida, es justo que si la pierdo, reciba lo que es mío.

-Eso quiere decir que crees posible que Carlota sea capaz de organizar algún tipo de plan o encargarle a alguien matarte.

Tirso se mantuvo en silencio con su mirada clavada en Ventura. Éste asintió despacio con la cabeza. Había entendido la respuesta a la perfección.

-Pensaba que en todo caso se lo habrías dejado todo a Rubén. Es tu sobrino. – Olga tomó el relevo a la hora de preguntar.

-De nuevo volvemos a lo mismo. Lo es por un papel. Ni es mi sobrino ni nada. Y en este caso, apenas lo he tratado. Y ser, aunque sea sobre el papel, hijo de Carlota y del fantoche de su marido, no es un punto a favor de él.

-¿No te llevas bien?

-Apenas lo conozco. No me interesa. No te puedo decir que tipo de persona es. Solo que no lo ha pasado nada bien en la vida. Pero eso no te da un certificado de buena conducta o de santidad. Sé de algunos “compañeros” que después se convirtieron en unos perfectos hijos de puta. Sencillamente no lo conozco y no me interesa lo más mínimo.

-¿No te apena que se quede con la herencia?

-No creo que haya mucho que heredar, comparado con lo que había. La casa familiar. Perdón, la casa de Bonifacio. La otra casa, la buena, ya se la quedó Carlota cuando murió su madre. Y el dinero de ella, que era bastante y de eso, yo no vi nada. La editorial. Pero ésta ha sido mal gestionada en los últimos tiempos y el único activo que tiene es Jorge Rios. Sin él, la editorial es humo. Y si es verdad lo que me cuenta algún amigo que me llama de vez en cuando, y Jorge se ha despertado y ha empezado a poner orden, esa editorial no tiene futuro. En cuanto Jorge les quite los ingresos extra que tenían gestionándole algunas cosas, como su agenda y algunas colaboraciones con algunas publicaciones, será un desastre.

-¿Por qué crees que Rubén no ha dado pasos para ejecutar la herencia? – Fue Ventura el que preguntó.

-No lo necesita. Y así pone nerviosa a Carlota. Es su madre, sí, pero porque Bonifacio era muy mayor para figurar como su padre. Si a mí me puso todas las zancadillas que pudo, me imagino que la vida de Rubén  ha sido penosa. Además, ya tiene una asignación mensual de un fondo fiduciario. Esa asignación es de por vida. Es intocable. De todas formas, nunca he tenido claro a que juega Rubén.

-¿De dónde salió? ¿Otro niño como tú?

-No, no. Para nada. – Tirso se calló de repente. Se dio cuenta que su tono podía llevar a malas interpretaciones – Eso no quiere decir que su vida haya sido agradable. Pero es distinta. Quiero decir, su caso es distinto.

-Necesito que nos ilumines. No acabamos de entenderlo. Y Jorge está igual de perdido que nosotros, y eso que algo ha recordado de ese pasado que tiene olvidado. Si no llega a ser por eso, estaríamos en un punto muerto. Al menos recordó a Lazona y alguna circunstancia de él y de Rubén.

-Aún así, estamos cerca de estarlo – apuntó Ventura sonriendo con tristeza. – Perdidos, me refiero.

-No sé su historia con detalle. Lazona el padre, tenía negocios con Bonifacio. Algo pasó en alguna de esas fiestas.

Olga espero que Tirso siguiera hablando. Estaba convencida de que estaba poniendo excusas para no contar lo que sabía. El silencio persistía. Estaba claro que tendrían que trabajárselo un poco más para conseguir más respuestas.

-¿Rubén y su hermano eran hijos de Lazona? – preguntó Ventura después de que Olga le hiciera un ligero gesto con la cabeza.

Tirso empezó a mover la cabeza en círculos. Bebió un trago de su taza de café. No parecía decidirse a contar, o al menos, no acababa de escoger la forma de hacerlo.

-La vida de la familia Lazona es complicada. No sé por qué os cuento todo esto, no me va a hacer bien a la paz que tanto me ha costado encontrar. – miró resignado a Olga – Os advierto que solo sé algunos detalles. De hecho, nunca he acabado de entender todas las ramificaciones, por falta de información seguramente. Advertiros que todo lo que os voy a contar, y no estoy todavía convencido de hacerlo, no lo sé por vivirlo, sino por escucharlo. – Se aclaró la garganta antes de seguir hablando – Brenan y Dilan eran gemelos idénticos. Veo Olga que ya sabes que Brenan es el nombre real de Rubén. Eso sí lo vi, su parecido era mágico. De hecho, nunca tenías la seguridad de con quién estabas hablando. Si los conocías mucho, había alguna pequeña sutileza que los diferenciaba. Son hijos de una hermana de Fausto Lazona. O sea, biológicamente los gemelos son sus sobrinos. La hermana hippie. No recuerdo su nombre, porque además se cambió el nombre y luego, para más inri, se hacía llamar de otra forma …  cada mes cambiaba de nombre …  estaba siempre puesta, en una especie de iglesia rara o comuna o lo que fuera, allí en Galicia. Esa iglesia luego, entre sus preceptos, estaban el de dar a los hijos a la comunidad. Esos hijos eran criados entre todos y en su caso, vendidos. Eso es lo que pasó con ellos con nueve años. Y con algunos otros. Os imagináis en manos de qué depravados cayeron. Todo esto, se lo oí contar una vez a Lazona hablando con Bonifacio. Yo ya no era un niño, así que creo que entendí todas las connotaciones de la historia. Todas … es mucho decir por mi parte, es una historia tan rara la mayor parte al menos.

De repente Tirso se calló. Pareció dudar de seguir contando. Movía la cabeza negando. Debía estar pensando que esa no era su guerra. No parecía conforme con ir pregonando los secretos de los demás.

-¿Has recordado algo especial? – se atrevió a preguntar Ventura.

-No sé por qué os estoy contando ésto. No creo que sea bueno para mí. No lo he hecho nunca hasta ahora. Esta historia nunca ha salido de mi boca. Ni casi he pensado en ella. Y según hablaba me he dado cuenta que no no creo que sea bueno para mi salud mental. No le encuentro una razón para ello. No es mi guerra.

Olga dejó un tiempo de reflexión en silencio. Luego, con cadencia tranquila y sosegada y un volumen y ritmo reposados, empezó a hablar de nuevo.

Rubén se está drogando para no ser consciente de su vida. Para no hablar con Jorge. Ha sido el desencadenante de todo lo que ha ocurrido después, del intento de asesinar tres veces al menos al escritor y a Carmelo. A Dani – aclaró Olga. – Una trama complicada en la que está implicado uno de los hijos del ex-marido de tu hermana perdón, de Carlota Campero: Dimas Nadiel. Su hijo mayor, Jorgito. Él fue en apariencia la mano ejecutora de la paliza que le dieron a Rubén, aunque todo parece amañado. A parte, hemos descubierto una trama lateral de esa organización … con músicos.

-Pues ya habéis tardado. No me puedo creer que no hayáis oído hablar de ella hasta ahora. No es algo nuevo, es de hace muchos años. Tantos como Anfiles, casi.

-¿Tú la conocías? – preguntó Ventura. Ventura empezaba a coger el papel de contrapunto de Olga. De romper la cadencia sosegada que intentaba dar ella. Su tono era más cortante, más brusco, sin llegar a ser violento o inquisidor.

-No llegué a esa organización por ese camino. De hecho, fue allí donde empecé a aprender música. Nada que ver con esa organización de músicos. Esos van por libre. Van de masones. Les gusta las túnicas y la parafernalia. Son muy clasistas. El maestro, el profesor, el músico, los actuantes, los felpudos, los señores …

-¿Tirso? ¿Fue él el que ?

-No. Si. Es largo de explicar. Tirso y yo éramos colegas. Posiblemente fuera yo el primero al que luego salvó. El buscó a alguien que me diera clases. Desde que tenía once años, Tirso era un tipo resolutivo. Parecía que tenía treinta. Ver a un niño actuar como un adulto, movía a muchos a plegarse a sus peticiones. Eso pasó con mi profesor de música.

¿Quién es? – inquirió Ventura.

-Ese es un dato que prefiero guardarme.

El hombre se levantó y se fue a mirar por la ventana. Tuvo un arranque y salió a la galería descubierta que ocupaba un lateral de la casa. Ventura interpretó que se iba a dar a la fuga y salió detrás de él. Pero se detuvo en seco al comprobar que se había parado en una de las columnas que sujetaban el piso superior de la casa y que miraba hacia el horizonte. Varios minutos. Olga se unió a él. Hizo un gesto a su compañero y se acomodaron en unas sillas altas que había al lado de dos mesas. La comisaria fue a decir algo, pero un gesto de su compañero la disuadió. Dejaron que el hombre pensara y decidiera.

-¿Te has acordado de mi nombre ya Olga?

Tirso se giró y sonrió a la comisaria. Ésta asintió con la cabeza.

-Arlen. – dijo en un susurro perlado de una sonrisa cariñosa. – Siempre me gustó ese nombre.

-Fui el primero al que salvó Jorge. Ahora me he dado cuenta de que fui el primero en muchas cosas.

La comisaria asintió despacio con la cabeza.

-Luego llegó Dani. Y Lucas. Y Fidel. Y otros varios.

Tirso se puso a llorar. Olga fue a levantarse, pero de nuevo, Ventura le indicó que lo dejara llorar a gusto. Olga, aprovechando que en la mesa había un cenicero usado, sacó un paquete de tabaco y cogió un cigarrillo. Ofreció a Ventura que rechazó el ofrecimiento. Se lo encendió y aspiró profundo el humo. Empezaba a ponerse nerviosa. No se acababa de acostumbrar a escuchar las historias de esos niños. Los recuerdos de Tirso que ahora asolaban en silencio su mente, también llegaban por oleadas a la cabeza de Olga, saliendo de estampida del baúl al que los confinó hacía muchos años. No era agradable recordar el estado en que llegaban la mayoría de los chavales salvados cuando Jorge o los colegas de Roger los dejaban a su cargo. Y eso, que al menos, llegaban tranquilos. Jorge se había encargado de que se serenaran. Escuchar a Arlen retomar su relato, la sacó de su ensoñación.

-Éramos inseparables. Tirso, Odón y yo. Luego se unió David. Los cuatro mosqueteros, con D’Artagnan. Hermanos, amigos, amantes los mejores de esa banda. Lo único que recuerdo de mi abuela es que me repetía: “hagas lo que hagas, sé el mejor”. Pues éramos los mejores. Hasta ese día en que de repente nos hicimos mayores: a Odón y a David los mataron a golpes, Tirso pasó dos meses en un hospital, quince días en que parecía que se moría … y yo … velando. Todo por diversión. Porque a esos tipos les apetecía comprobar cuantas hostias podíamos resistir. Y el resto mirando divertidos. Haciendo apuestas. El tipo que se encargaba de nosotros no sabía que decirme. Eran un buen hombre dentro de lo que cabe. Armando se llamaba. Creo, ahora no estoy seguro. Da igual. Lo mataron al cabo de unos años. Cuando Tirso se recuperó, tomó la decisión de que eso que nos había pasado, no volvería a ocurrir. Y empezó a encargarse él de los chicos. Un chico como nosotros, encargado del resto. Tirso se hizo respetar. Fue imponiendo algunas normas. Tiene una gran personalidad. Se creó su personaje, con los tatuajes. Marcó su ley. Aunque le costó. Ahí nació su fama. Parte verdad, parte mito. Supo apropiarse de alguna cosa que hizo Jorge, además así de alguna forma lo protegía, y de lo que hicieron algunos de los cuidadores cuyo nivel de aguante se sobrepasó y actuaron contra algunos de esos “señores”.

Se volvió a Olga y le pidió un cigarrillo. Ventura se apresuró a coger el paquete y acercárselo a Arlen. Olga estaba también afectada. Arlen cogió un pitillo del paquete y aceptó el fuego que le ofrecía el policía.

-Hubo otra fiesta en que la cosa se desmandó. Y volví a salir malparado. Tirso estaba lejos y no podía ir a ocuparse. Fue algo parecido a lo de Dani: un tipo que tenían vetado, se coló en la fiesta por ser amigo del anfitrión. Pero Tirso se las arregló para que Jorge fuera a sacarme. De hecho, ahora que pienso, mi caso fue casi idéntico al de Dani. Jorge y sus dos colegas. Tuvo que aplicarse esos tipos no parecían propensos a dejarme escapar con vida. Pero lo hizo. Se aplicó. En mi vida he visto luchar como lo hizo Jorge. Hubo momentos en que pensé que lo iban a dominar. Nacho llegó a tiempo de echarle una mano. Y luego Cosme. Éste sí salió un poco magullado del combate. Y aunque ellos eran muchos, ellos fueron los que acabaron mal. Alguno incluso, mal de verdad. Ni Nacho ni Jorge tienen piedad en esas circunstancias. Al escritor, ahora que lo pienso, creo que no le dieron ni un puñetazo. Salió sin un rasguño. Con las manos eso sí, un poco enrojecidas y calientes. Sentí luego ese calor en mi piel. Ese calor me reconfortó. Jorge me aupó y me colocó en su hombro. Seguía desnudo. Sentir sus manos en mi cuerpo, me dio paz. Sus manos calientes por la acción. Por defenderme. Nadie nunca lo había hecho. Luego Nacho me tapó con su cazadora. Jorge me acariciaba suavemente la espalda, las piernas …  luego en el coche, me abrigó bien con la cazadora de Nacho, me abrazó y me habló al oído. Eso ya os lo he contado antes. Recuerdo cada palabra, pero eso, como me dijo él, era solo para mí. Y así será por siempre. Y recuerdo el perfume que tenía la cazadora de Nacho. Me costó, pero lo encontré. Es el perfume que utilizo ahora. Me da seguridad.

Sus ojos se habían vuelto a humedecer. Se pasó unas cuantas veces su mano derecha por la nariz. Miró al techo de la galería y se aprestó a seguir con su relato.

-Tirso esta vez me veló a mí en el hospital. Cuando me recuperé no sé que tenía con Bonifacio pero éste me adoptó. Me apartó de todo ese mundo. Y me dio una cama, una seguridad, una educación. Cariño no demasiado, no era hombre de afectos. Pero a mí me valió. Me dijo que pasara de Carlota y del resto de la familia y amigos. Perdona, me he ido …

Suspiró de nuevo mientras se secaba las lágrimas que habían aparecido en sus ojos.

-Tirso procuró que alguien me enseñara música. Eso ya lo he contado. Fue ahí además cuando empezó a recomendarnos a todos que le leyéramos. A Jorge. Dijo que ese escritor, nos entendía. Que sabía lo que sentíamos. Que estábamos todos reflejados en sus personajes. Una vez me llegó a decir: “Ese Jorge las ha pasado canutas, es de los nuestros”. No sé si las pasó canutas o no, sé que a parte que es verdad, sus historias me llegaron al alma cuando las leí, él me salvó de una muerte segura. Y esos pocos minutos que estuve en sus brazos, y los que luego estuve abrazado a ti, Olga, han sido mis mejores momentos en la vida.

Olga levantó las cejas y se llevó la mano a la boca para taparla. Negaba con la cabeza. No se esperaba que la visita a ese “Tirso” se desarrollara de esa forma. No se había preparado adecuadamente. Al menos Ventura parecía menos impresionado por la historia de Arlen. Se levantó y llegó hasta el anfitrión. Le puso la mano en la espalda.

-Ven a sentarte con nosotros. Volvamos dentro. Hace un poco de aire. Y si no te molesta, preparo más café. Yo me ocupo de todo.

Arlen asintió con la cabeza. Sonrió a Ventura.

-No has cambiado mucho.

-Mi madre no dice lo mismo. Piensa que me he vuelto un arisco y que siempre voy enfurruñado.

-Eso ya eras cuando te conocí. Parecías enfadado con el mundo.

-Y lo estaba. Sigo estándolo.

-Te tiré fichas y no me hiciste ni caso.

-No estoy receptivo. Lo siento. Ni entonces, ni ahora.

Ventura preparó los cafés y llevó las tazas a la mesa. En la despensa había visto un plato con pastas de té. Las llevó también. Olga se extrañó de que cogiera esas confianzas. Pero Arlen no pareció molesto, al revés, fue el primero que cogió una pasta. Olga pensó que definitivamente debía convencer a Ventura de que se uniera a ellos. Sabía leer en la gente. Y mantenía la cabeza fría, cosa que ella en ese momento, no había conseguido.

-¿Has seguido en contacto con Tirso?

-Sí. A veces me llama. Desde teléfonos distintos. Seguimos teniendo un teléfono de SOS.

-¿Piensas que lo vas a necesitar?

-Si vosotros me habéis encontrado …  puede que otros lo hagan. Carlota misma.

-Ella no gana nada matándote.

-Salirse con la suya. Venganza. Son buenos argumentos. Al menos, suficientes. Dinero no lo va a tener. Si a Jorge le pasara algo, serían Dani y Pólux los que heredarían. Según tengo entendido, hay muchas maniobras para hacerse con la obra y el dinero del escritor. Aunque si Jorge ha “despertado”, será difícil que alguien le gane una mano. Y más si tiene vuestra ayuda, Olga. Según me he enterado, el tío de Pólux hizo que éste conociera a Jorge. Y Dani claro. Yo creo que estaban predestinados. Jorge y Dani, me refiero. No hay que despreciar los poderes de ellos. Eran Dioses. Y si tienen la suerte de encontrar a los que le siguieron en el olimpo de “Anfiles”, y que Tirso o Germán pusieron a salvo, serán un grupo muy poderoso.

-Eso de ser dioses no lo acabo de entender. – Ventura expresó con sus gestos además de con sus palabras la ignorancia que tenía del tema. Olga le hizo un ademán para indicarle que ya le contaría ella después. Pero Arlen atendió el requerimiento de Ventura.

-Los mejores. Eso es lo que son. Siguen la estela de Dani. Él fue el primero. Los dioses deben parecerse a él.

-¿Los mejores en qué? A parte, no entiendo eso de “parecerse a él”.

-En todo. En el sexo, en resistencia, en percibir al resto de la gente. En traspasarte con la mirada y conocer tus secretos, tus apetencias, tus más íntimos deseos. Resistencia a los golpes, a los maltratos, saber encajarlos un dios con solo mirarte, puede provocarte un orgasmo. Respecto a parecerse a Dani, no hay nada más: un Dios, debe ser, debe parecerse a él. Si no, solo llegará a Rey.

-Eso no me lo creo.

Olga asintió con la cabeza.

-Créetelo. – sonreía a Ventura, – buscan a chicos que puedan ser una réplica de Dani.

-¿Y les dejaron irse así, por las buenas? – Ventura cambió de tema. Aunque luego incidiría con Olga en ello, cuando se quedaran solos.

-No. Tirso se ocupó de sacar a algunos. Luego, fue Germán. Salvo Dani que es personaje público, el resto de Dioses que han sobrevivido, para la organización, están muertos. Porque ellos saben todo. Tú piensa que algunos de esos “señores” llegaron a pagar un millón de euros por estar con un Dios y sus pajes. Los que pueden pagar ese dinero por un par de días de polvos, no estarían contentos de que se supiera.

-¿Hay un dios ahora?

-Sí. Doce años. Según me dice Tirso, de los mejores. Se llama Javier.

-Vaya, como el jefe – bromeó Ventura mirando a Olga.

-¿Qué tal es Javier? ¿Es como su padre? – Arlen decidió llevar la conversación por otros derroteros. Tenía la impresión de que había hablado demasiado. No es que no confiara en Olga, es que pensaba que cuanto más hablara de todo eso, peores días iba a pasar después. Su angustia permanente volvería a instalarse en su ánimo.

-Distinto. Muy perspicaz. Se fija en detalles que a nadie le llaman la atención. Muy inteligente. Pelea bien. Dispara muy bien. Pero son distintos. Su padre era a la antigua. Javier … es más sutil. Aunque si tiene que ponerse duro, no le tiembla el pulso. Y tiene un don de gentes insuperable. Y se entrega a su gente y a las víctimas hasta el final.

-¿Trataste con Dani y Pólux? – Ventura llevó de nuevo la conversación a la senda en la que transitaban.

-Con Dani sí. Coincidimos en alguna fiesta. Un par de veces hice de paje suyo. A Pólux le ayudé a Tirso a ponerlo a salvo una vez. Antes de que su tío se hiciera cargo de él. Antes de venirme a Estados Unidos.

-¿Con Jorge?

-Después de que me salvara, no. Tirso me dijo que era mejor que no me acercara a él. Por mi seguridad y la suya. Había que protegerlo.

-Siempre has hecho caso a Tirso.

-Ya os lo he dicho. Era mi hermano, mi amante. Es mi persona importante en la vida.

-¿Lo amas? – preguntó Ventura.

-El amor es algo que los que hemos salido de esa organización, no controlamos. No lo entendemos. Al menos a mí me pasa. Amor en el concepto en el que lo citas. Querer con toda el alma, sí. Lo otro sinceramente no sé lo que es.

-Te has puesto su nombre.

-Un homenaje. Y para confundir. Guardadme el secreto.

-¿Y el sexo? – preguntó Olga.

-No lo practico. Sencillamente.

-Podrías hacer feliz a cualquier hombre.

Arlen se encogió de hombros antes de contestar a la afirmación de Olga.

-Ha dejado de tener sentido para mí. Tuve más sexo antes de los dieciséis que la mayor parte de la gente en toda su vida.

-Volvamos si te parece a Rubén. O a la organización de músicos.

-Lo de los músicos poca ayuda os puedo dar. Sé que existe. Se que tienen ciertos contactos con la otra organización. Mueven mucho dinero y sus dirigentes son despiadados. No dudan en matar, en apalear. No conozco a nadie que haya salido de allí. Ni he oído nombres.

-¿Rubén? ¿Qué fue de su hermano?

-Todo lo que os puedo decir es de oídas. Lo único que sé es que Lazona, después de conseguir quedarse con sus sobrinos, eso fue un proceso largo y que le costó mucho dinero, pecó de chulería. Se creía poderoso. Y llevó a sus “hijos” a una de esas fiestas. No con la intención de que se convirtieran en juguetes, sino como “señores”. Se despistó y Dilan acabó en manos de un viejo conocido suyo. Le molió a palos y le humilló. Él y sus amigos le vistieron de mujer, cuando estaba inconsciente y le violaron repetidamente. Cuando Lazona y Brenan acabaron de tratar sus asuntos de negocios con otros “señores”, ya era tarde. Y Lazona que se creía muy poderoso, se topó con la horma de su zapato. Tuvo que guardarse su chulería y llevarse a Dilan envuelto en mantas. Su agresor y sus amigos, eran socios en negocios. Y alguno de ellos era famoso y poderoso en el mundo de la música. Todo su dinero y sus influencias no consiguieron curar al joven ni castigar a los culpables. La mente de Dilan hizo aguas. Ni el apoyo incondicional de su gemelo pudo contrarrestar esa experiencia. Al revés, casi le lleva al abismo. Tardó un año o más, pero acabó estampado en la acera al tirarse de un edificio de Nueva York. La mitad de Brenan también murió en esa acera. La relación de Lazona con el chico se rompió. Lazona vendió todo su patrimonio y desapareció. Bonifacio le hizo el favor de adoptar a Brenan que cambió su nombre por el de Rubén.

-No he entendido eso de que Brenan y su padre estaban tratando cosas de negocios.

-Brenan es atractivo. Tiene una mirada embriagadora. Y dura. Esa era una de las diferencias con Dilan. Éste no era capaz de jugar a seducir de esa forma. Seducir sin parecer que lo hace. Brenan era un maestro. Le gustaba además.

-Lo utilizaba para atraer voluntades. Para allanar una negociación. – apuntó Ventura.

-Sí. Que yo sepa nunca le pidió que consumara esa seducción. Aunque no descarto que lo hiciera por su cuenta. Al fin y al cabo, le habían educado para ello.

-¿Por qué Bonifacio se quedó con el chico? – preguntó Ventura.

-Por amistad con Lazona. Y porque uno de los agresores de Dilan era un íntimo amigo suyo. Un poderoso abogado, si no entendí mal. Un intocable. Todo ese grupo era intocable. Se sentía de alguna forma responsable.

-Nos está siendo difícil encontrar el rastro de todas estas historias.

-En el despacho de Otilio Valbuena seguro que hay pruebas. Ese hombre y sus abogados son lo peor. Muchos de esos depravados son clientes suyos. Y amigos.

-¿Quién es el abogado de Rubén?

-Posiblemente el de Bonifacio. No sé el nombre. Es un pariente lejano de Otilio con el que está enemistado. Perdón rectifico: me acabo de acordar. Me he equivocado. El abogado de Bonifacio era Noé Freire. Es cuñado de Laín Carnicer. Y trabajó un tiempo en el bufete de Otilio Valbuena. Pero acabaron mal. Se lo montó por su cuenta.

-¿Hermano de Paula Freire?

-Sí, pero tranquila Olga, has puesto cara de susto. No se habla con su hermana y su cuñado. No es de la misma calaña.

-No te cae bien Paula.

-Es marrullera, manipuladora. Está frustrada porque no pudo reinar al lado de un marido famoso. Y no pudo explotar a Martín. Jorge, sin ser consciente, se lo impidió. Se inventaron mil historias para justificar que tanto el niño como Laín, dejaran el cine. No hagáis caso: Jorge fue el que lo consiguió. De esa forma protegió a Martín. Martín si no, hubiera acabado muy mal.

-Sabes muchas cosas – le dijo Ventura. – Estás a miles de kilómetros de todo.

-Nada que me sirva para vivir mejor y no tener pesadillas por las noches. Aunque he ganado en paz de espíritu desde que me trasladé aquí, no domino mi cabeza completamente. Hay amigos que me llaman y me cuentan. Nos apoyamos. Los que estuvimos en esa mierda, creamos unos lazos indestructibles. Y algunos siguen pendientes, ayudando si pueden. Vigilando. Jorge concita mucha atención. Por eso le tienen todos tanto miedo. Por lo que sabe, por lo que olvidó, por lo que puede hacer. De todas formas, muchas de esas cosas, cuando ocurrieron, estaba en España.

-¿Te aprovechaste en el colegio de las redacciones que vendía Jorge?

Arlen se echó a reír.

-No. Llegué tarde. Jorge ya era el que es ahora. Ya lo era cuando me sacó de esa fiesta. Escritor publicado y súper ventas. Aunque en algunas de mis redacciones imitaba su estilo. Me gustaba tanto me gusta, vaya. “La Casa Monforte” la he leído cuatro veces. Y cada vez, veo cosas que me habían pasado desapercibidas las veces anteriores.

-¿Sabes algo de como Bonifacio supo de Jorge?

-Carlota y Nadia. Les pilló una redacción que supo de inmediato que no la habían escrito ellas. Un trabajo, más bien. A partir de ahí mandó a gente a comprarle trabajos al escritor. Era su hermano … no recuerdo el nombre … ¡¡Mierda!! Bueno el caso es que su hermano era el que hacía de vendedor. Nadie se reunía con Jorge.

-¿Eso lo viviste?

-No. Eso fue anterior a mi llegada a la familia. Muchos años antes. Carlota y yo nos llevamos muchos años. Me lo contó Bonifacio. Se jactaba de haber descubierto a Jorge antes incluso que lo hubiera hecho él mismo. Desde que lo descubrió, solo intentó que no dejara de escribir. Y luego asegurarse de que ganaba dinero con ello. Los relatos que le compró están publicados con otro nombre. En realidad fue el primer libro de Jorge que salió a la luz. Y Bonifacio decía que no hizo falta ni retocar ninguno de los relatos. Alguna falta de mecanografía. Nada más.

-¿Sabes cual es el libro?

Arlen se levantó de la silla y fue a la habitación de al lado. Buscó en la estantería que tenía llena de libros y cogió uno. Lo llevó a la cocina. Se lo tendió a Olga.

-“No podrás olvidar”, por JR. – leyó Olga – Al menos no se inventó un nombre ficticio. Y el concepto de “olvidar” está muy presente en la obra de Jorge.

-Eso no quiere decir que no le robara lo que pudo. Hay dos premios literarios de aquellos años que son en realidad de Jorge.

-El de Nadia …

-Entonces son tres. Ese no lo había contado.

-¿Y Dimas? ¿Sabes algo?

-Mujeriego, vago, inculto, ladrón de baja estofa … resumen aproximado.

-El engaño con las ventas de Jorge que hacían en la editorial ¿Era cosa de Dimas o de Bonifacio?

-De todos. Así actúa la editorial. Lo que pasa es que Dimas perfeccionó el sistema y además robó a Jorge en actos y otras cosas que no le pagaban. Nando, que se ocupaba un poco de sus cosas, cobraba por hacer la vista gorda. Y luego en ciertos países, no dejó que Jorge publicara oficialmente. Lo hizo a nombre de otros autores, para quedarse con todo el dinero. Rusia, China, Corea, son algunos de esos países. Hay más, pero no los recuerdo.

-A ver como le cuento esto a Jorge.

Arlen se echó a reír.

-Jorge sabe. Calla pero sabe. Cuando quiera revertir algo, hará como si lo descubre. Jorge también ha publicado novelas con otro nombre. Y en otra editorial, claro. Una pequeña.

-¡No jodas!

-Pero eso no os lo voy a contar. De momento. Intentad descubrirlo por vuestros medios.

-No nos dejes así.

-Eso no os ayuda en el caso.

-No entiendo como sabes tanto de todo esto.

-Es lo que tiene ser un adolescente callado y poco lustroso. Fue mi papel adquirido por indicación de Tirso y de Jorge. Reconozco que es uno de las cosas que me susurró al oído. Nadie reparaba en mí. Y Bonifacio, como en el fondo me consideraba medio tonto, me contaba muchas cosas pensando que no las entendería. Era humano y aunque daba la imagen de un tipo duro, en realidad a veces necesitaba que alguien le escuchara y pusiera cara de admiración ante sus éxitos. Yo era ese espectador que aplaudía.

-¿Y lo de los otros libros de Jorge? No creo que nadie te contara.

-El destino. Llegar a un mostrador de la librería de “El Corte Inglés” y ver una novela. Abrirla, leer un par de páginas y decir: es de Jorge. Comprarla de inmediato y bastantes horas después, después de acabarla casi de un tirón, decir: es Jorge, definitivamente. Me fui corriendo y compré todas las novelas de ese autor. Jorge. Lo tengo claro.

-Estaba pensando que podíamos ir a comer algo – propuso Ventura.

-Os invito. Vamos a un sitio que está cerca. Un típico bar americano.

-¿De esos en un vagón de tren o una caravana?

-No. Pero si volvéis otro día, os llevo a uno de esos. Pilla un poco lejos el que conozco.

-Vamos sí. La verdad es que tengo hambre – reconoció Olga.

-Antes de irnos ¿No tendrás esos otros libros de Jorge?

-Te he dicho que …

-Por favor. Andamos liados. Y tengo una apuesta con Jorge … que voy perdiendo … pero esto puede hacerme ganar.

-¿Trampas comisaria?

-Si no, le tengo que conseguir un abono para la Ópera. A ver como lo hago. Si me cuentas lo de los libros, le puedo hacer chantaje.

-El padre de Ventura te lo soluciona en un plis plas. Es mecenas del Teatro Real.

-No me metáis en … joder … Olga no me mires así … no pienses que le voy a pedir eso a mi padre. Ya te he dicho que no hablamos. ¡¡Olga!!

-Así le das el placer a tu padre de tener otra cosa que echarte en cara.

-Pues por un momento, me estaba pensando lo de volver. Con este detalle, no cuentes con ello.

-Menos lobos … – Olga le dio una suave torta en la cara a modo de broma.

-Ya, ya. Me reiré el último.

-Vamos anda – Arlen invitó a los policías a salir de casa – No nos van a dar de comer si no … es tardísimo.

Jorge de repente, pegó un salto en la butaca en la que leía la última novela de Eduardo Mendicutti. El susto que le dio el pensamiento que sin buscarlo, se había abierto en su cabeza, había hecho que tirara al suelo el libro que leía, “Para que vuelvas hoy”.

Se levantó y fue a la cocina. Sacó la botella de limonada y se sirvió un vaso.

Solo le he dicho de la carpeta que podía leer Nadia”.

Esa frase le carcomía las entrañas. No había prestado atención. No se dio cuenta al escucharla.

Él solo podía ver esa carpeta. ¿Cómo sabía que había más?

-Qué listo eres Jorge. Te las das de eso, y eres como todos. Te dejas comer la oreja y te derrites por un beso en la mejilla. Valiente gilipollas.

Miró el reloj que colgaba de la pared de la cocina. Tenía que irse. Decidió dejar la llamada a Aitor para más tarde.

Cada vez, su ahijado, le desconcertaba más. No entendía su juego.

A lo mejor no era mala idea acercarse a la cárcel a verlo. Cara a cara. Mirarlo sin prejuicios. Libre del cariño que le condicionaba hasta hacía unos meses. Y descubrir de una vez hasta que punto le había traicionado.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 66.

Capítulo 66.-

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Javier estuvo un rato sentado en el coche. Había llegado un poco pronto a su cita. No le vino mal porque así tuvo un tiempo para concienciarse y para coger fuerzas.

Era uno de los encargos de Jorge. Todavía estaba pensando como en una reunión que pensaba que él había sido el que marcó la estrategia a seguir, en el último momento, Jorge le dio la vuelta. Y como él había aceptado la situación sin ofrecer resistencia.

Cuando le dijo que Aitor había identificado al predecesor de Galder en los juegos de la embajada, y que sería conveniente que fuera a entrevistarse con él, no supo decirle que no. En ese joven, al parecer, se juntaban dos datos curiosos: primero, que se trataba por así decirlo de la misma performance que la de Galder. Pero después, un dato interesante y preocupante es que se trataba de un joven que tenía un cierto parecido físico a Rubén. Aitor le había mandado fotos y la verdad es que era asombroso. Hasta pensó que podría tratarse del supuesto hermano o hermana melliza o gemela o… todo lo contrario.

Pero ¿Era normal que en ese caso, hubiera tantos protagonistas que se parecían? Martín y Carmelo. Nuño y el mismo. Ahora Rubén y ese chico que parecía llamarse Nabar. Con Nuño, se hizo un análisis de ADN hacía tiempo, por asegurarse de que no eran familia. En algún momento llegó a temerse que al ser sus padres muy amigos, hubieran sido… amantes. Pero el ADN dictó que no eran hermanos ni nada que se le pareciera. Con Carmelo y Martín, tenía la idea de proponérselo cualquier día. Los padres de Carmelo le producían cero confianza. Y a partir de ese punto, la imaginación era libre de ir a lugares… oscuros e insondables.

Y ahora de nuevo, un nuevo caso de parecido extraordinario. Y lo único que estaba claro es que el origen de Rubén, era absolutamente desconocido. Todavía no habían podido avanzar gran cosa en el tema “Lazona”. Sus padres legales actuales era claro que eran padres de pega. Una tapadera para que el abuelo pudiera tener cerca a ese joven. A parte de las fotos que había en casa de RoPérez y su mujer, y algunas instantáneas y vídeos cortos encontrados en la dark web, o en redes sociales de conocidos que se habían olvidado de borrarlos en su día. Quizás porque alguno de los propietarios de esas redes había fallecido. En esas fotos o vídeos, apenas se les veía de fondo o como comparsas. No protagonizaban ninguna escena. No había ninguna foto de los dos hermanos posando, o de ellos con Lazona o los RoPérez. Ni siquiera con su abuelo, Bonifacio Campero.

¿Y que era lo que buscaba ese Bonifacio ocupándose de ese chico? Era una de las incógnitas que más le preocupaba. Y la relación de Bonifacio con esa red mafiosa, “Anfiles”, no estaba en absoluto acreditada, en todo caso, por la adopción fraudulenta de Rubén. ¿Una recompra? ¿Lazona había comprado a los hermanos? No había ningún documento que acreditara ni siquiera la adopción de esos chicos. ¿Dónde se había sacado la carrera de diseño Rubén? ¿Con qué nombre? ¿Verdaderamente lo había estudiado? No habían sido capaces ni de encontrar su expediente académico. Para el Ministerio de Educación, Rubén Lazona no existía.

Carmen había vuelto a entrevistarse con Carlota Campero. El resultado había sido el mismo que en su primera entrevista. Las mismas respuestas evasivas: “no sé nada, mi padre no me contaba nada, Dimas no contaba nada de su trabajo… la gente de esas fotos no eran de su círculo de amigos”.

-Dígame por favor cual es su círculo de amigos – preguntó Carmen resignada.

-Mis amigos son gente importante. No estoy autorizada a hablar de ellos. Y si sabe lo que le conviene, mejor será que los deje en paz.

-¿Me van a degradar? ¿Me van a expulsar de la policía? – Carmen sacó su mejor tono de sarcasmo al formular esas preguntas.

-Usted sabrá.

-¿Me está amenazando?

-Solo la estoy avisando.

-¿Quién ha heredado los bienes de su padre?

-No lo sé. Mi padre me hizo una donación hace años. Según él, no debía esperar nada más. Me da igual, porque tengo los bienes de mi madre.

-Usted tiene un hermano ¿No?

-Se fue a hacer las Américas.

-¿Y le ha ido bien?

-No tengo contacto con él. Se distanció del resto de la familia.

-O sea de usted y de su padre. ¿O hay más familia?

-Eso a usted no le importa.

-¿Tiene que ocultar algo su familia?

-Mi familia es muy respetable. No tiene por qué molestarlos.

-Dada su colaboración, lo haremos. Si usted no nos da respuestas, las buscaremos en otros lados. Y a cuanta más gente preguntemos, más personas sabrán de sus problemas.

-No tenemos ningún problema. Y si va haciendo correr esa idea, será mejor que se atenga a las consecuencias.

Carmen una vez más se tuvo que contener para no llevársela en ese momento detenida. Pero se atuvo al plan que Javier había impuesto. Dejarles libres por ver si hacían algún movimiento que pudiera llevarles a algún sitio. Pero lo único que de momento habían sacado, es conocer un montón de llamadas tanto de ella como de su marido intentando buscar apoyos para salir del embrollo. Para que el juez o ellos olvidaran sus descubrimientos. O para que Javier dejara de ser el jefe de la Unidad de Investigación.

A Javier le hizo gracia que le hubieran investigado. La muerte de su marido y el periodo que había pasado deprimido, era el argumento. Indudablemente, el no haber sido detenidos, les había espoleado. Habían consultado con varios abogados, incluidos algunos del despacho de Otilio Valbuena. Ante las evidencias, todos habían llegado a la conclusión que tanto el juez como Javier y Carmen, se habían acojonado. Les tenían miedo. Javier se había reunido con el juez Bueno y éste le había impuesto proseguir con las diligencias. Citarlos oficialmente en el juzgado para declarar de los delitos de los que se les acusaba.

-Una cosa es que no los metamos en la cárcel, que yo estoy más bien de acuerdo con Carmen y lo hubiera hecho, y otra es dejarlos a su aire. Hay unos delitos y deben empezar a dar explicaciones.

-Tengo la esperanza de que hagan algún movimiento que nos lleve a más respuestas.

-Vale. Pero presionemos. Ahora les estamos dando el mensaje de que puede que se vayan a salir con la suya. Y que estamos acojonados. No sabes la de mensajes que me han enviado a través de personas importantes y conocidas.

-Y a mí – le dijo Javier. – Hasta a varios Ministros les han ido con el cuento.

-Pero de esos ya te encargaste de ir a verlos antes.

-No soy nuevo, Miguel. Sabes que en todos los sumarios que tengamos de este caso, las cosas van a ir así. Y estos, soy unos mindundis comparados con los que llegarán después. Ya sabes por lo que pasó mi padre, lo sabes mejor que nadie.

-¿Miraste de buscar esos documentos de tu padre que te dije?

-Ya te comenté que no tengo nada. Si los tenía, no me dijo nada. En casa no estaban. Cuando murió y me trasladé a su casa, no había nada. Lo revolví todo.

-¿Y en aquella casa del pueblo? La de tus abuelos.

-Nada tampoco. La vacié antes de venderla.

-Deberías habértela quedado.

-Había que gastarse mucho dinero en acondicionarla. Y sabes que soy más de ciudad.

-Pues para irte unos días de vez en cuando, creo que te hubiera venido de cine.

-Los pueblos están sobrevalorados – dijo Javier sonriendo.

El juez Bueno le había dado al final una semana. En cuanto pasara, empezaría a mandar requerimientos y citaciones.

-Iremos con calma. Pero para que no se acomoden. Entonces a lo mejor es cuando comenten errores.

Javier aceptó la decisión del juez. Tampoco podía hacer nada al respecto. No quería discutir con el juez Bueno. Prefería tenerlo de su parte.

Ramón y Pedro iban a empezar a entrevistarse con las personas que parecían tener relación con la familia RoPérez y Campero. Las indagaciones en el vecindario de Lazona y en sus empresas, las había asumido el Comandante Garrido. Era la primera vez que asumía una parte de la investigación de la Unidad de la Policía en el proceso que habían iniciado de colaborar estrechamente. De momento era un acuerdo que no se había hecho público. Muy pocos sabían, incluso en ambas Unidades, de que eso era así. Los muy cercanos a los jefes de cada Unidad y algunos de sus miembros a los que les habían asignado esas investigaciones. En el caso de Lazona, el teniente Romanes se había hecho cargo, bajo la supervisión del jefe de la Comandancia Madrid-Norte, el comandante Garrido.

El acuerdo tenía todo el sentido, ya que cuando más avanzaban, era claro que Concejo del Prado tenía mucho que ver en esa asociación de malhechores. Concejo y los pueblos vecinos. Eso supondría en un futuro que pudiera haber dudas respecto a las competencias. De esa forma, llevando el caso entre ambas Unidades, todo eso quedaba solventado de un plumazo.

Una vez más, Jorge les había enseñado el camino. Se habían centrado mucho en buscar las informaciones en registros on line. Y en este caso, era evidente que esos registros estaban manipulados o se habían ocultado. Al informarles que Lazona había ejercido su derecho al olvido en lo referente al mundo cibernético, les había abierto los ojos.

Miró la hora. Era el momento de enfrentarse a ese joven. En realidad no le agradaba ese encuentro. Otra vez su vida personal se entremezclaba en la profesional. No le apetecía preguntarle a ese joven por esa situación al límite a la que se había visto expuesto Galder también. Desde que tuvo conocimiento de ese suceso, no pudo evitar alguna noche imaginarse a su antigua pareja atado y siendo humillado por esos hombres. Lo que le atormentaba de verdad, era intentar comprender como Galder se prestaba a esas experiencias. No tenía nada en contra de los que gustaban del sado, aunque estas sesiones le parecían distintas. Y tampoco recordaba que Galder hubiera mostrado interés por el dolor o el sexo extremo. Todo indicaba, según le había contado Jorge, que Galder conocía a esos tipos y se metió en esa experiencia sin ser obligado, drogado o chantajeado. La única duda era si la sesión fue exactamente lo pactado. Pero en todo caso, esa segunda parte la abortó Jorge con su aparición estelar.

Bajó del coche. Estaba en un pueblo pequeño de la provincia de Burgos: Mejorada de Catón. Allí, una ONG había creado un refugio para chicos agredidos física o sexualmente. Había sido Elio, el novio de Matías, el que había sabido de ella por unos conocidos.

Fue a llamar a la puerta, pero se dio cuenta de que estaba abierta. Pasó dentro y pegó una voz para avisar a los habitantes que tenían visita. Un joven de unos veinticinco años salió a su paso. Era delgado y no muy alto, poco más de 1,70. Cara afilada, con un permanente gesto melancólico. Pelo muy corto, teñido de blanco. Parecía que al andar se deslizaba. Le recordaba a Jorge antes de dejar las drogas y empezar a temer por su vida.

-¿Es usted Javier? Odei nos ha avisado de que iba a venir. Me ha pedido que lo esperara para acompañarlo.

-Javier Marcos.

-Jordi Colomer.

Chocaron los puños a modo de saludo.

-Pase, lo acompaño. Odei está hablando por teléfono con el padre de un compañero.

-No tengo prisa, puedo esperar. No quiero interrumpirlo.

-Me ha pedido que lo acompañe. No se preocupe. Me imagino que al ser policía no tendrá que ser discreto con usted. Al menos le precede la fama de policía de confianza.

-¿A sí? No sabía.

-Algunos compañeros han tenido malas experiencias con sus compañeros.

-Eso me interesa. ¿Eres tú uno de esos?

-Hoy ese tema no toca, como dicen los políticos.

-Pues no me parecería mal que tocara hoy. Es un tema que me tiene a mal traer.

-¿Le apetece que le enseñe las instalaciones? – el tal Jordi era claro que no tenía intención de enredarse en una charla cuyo protagonista fuera él mismo. Solo había dejado claro que alguien les había dicho que Javier era de confianza y por eso estaba allí para que uno de los suyos le contara sus problemas.

La casa la verdad es que le pareció a Javier muy acogedora. Se asemejaba a una casa rural de medio standing, pero con un toque de calidez familiar. Algunas de las paredes estaban llenas de fotos de jóvenes que Javier se imaginaba que habían estado allí viviendo por una temporada, hasta recuperarse de las vicisitudes que hubieran tenido que afrontar. En una de las salas por las que pasó vio un piano y algunos otros instrumentos musicales. Se paró y volvió a ella. Vio un par de violonchelos apoyados en sus soportes, algunos estuches que parecían de violines o violas. Una batería… le pareció ver un fagot y un par de flautas. Dos guitarras eléctricas en una esquina y un bajo. Parecía un aula de música. Eso le hizo preguntarse si en ese Centro había más músicos como Sergio. Podría ser que solo utilizaran la música como terapia.

-Es nuestra sala de música. – comentó Jordi que pareció intuir por dónde iban los pensamientos del comisario – Muchos de nosotros tocamos algún instrumento. Algunos lo dejaron hace tiempo, pero han tenido la oportunidad de recuperar la afición. Nos hace bien. La música siempre hace bien.

-¿Tú también tocas? – le preguntó Javier.

-El piano.

-¿Te importaría tocarme algo? Así le damos tiempo a Odei para que acabe su charla con ese familiar.

-No soy muy bueno.

Javier lo miró fijamente.

-Tengo la impresión de que eso no es así. – respondió Javier al cabo de unos segundos.

El joven se encogió de hombros y se sentó en la banqueta frente al instrumento. Javier se apoyó en en lado del piano que estaba al descubierto. Era un piano de cola con la tapa levantada por un lateral. Era buen instrumento. La ONG no había escatimado en gastos, al menos en ese aspecto. No eran baratos. Ni el piano ni el resto de instrumentos que podía ver a su alrededor. El joven miró a Javier, puso las manos en el teclado y empezó a tocar:

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(Händel: Minueto en sol menor)

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Javier supo en los primeros compases que Jordi, aunque no había elegido una pieza especialmente complicada para lucirse, era un buen pianista. Se le volvió a pasar por la cabeza pensar que estuviera allí por algo parecido a lo que le pasó a Sergio. Enseguida apartó la idea de la cabeza. A ese lugar iban chicos que habían sufrido muchos tipos de problemas. Podía ser un maltrato familiar o en el colegio. O podía haber sido un momento depresivo, como el de Nuño, por ejemplo. No pudo conectar la mirada con el músico, porque en cuanto se había puesto a tocar, había cerrado los ojos. Decidió dejar sus teorías aparcadas y disfrutar de la música.Él mismo cerró los ojos y se concentró en sentir lo que estaba escuchando.

Cuando Jordi acabó la pieza, los aplausos de una persona les hicieron salir de su abstracción. Los dos giraron la mirada hacia la puerta, y allí, Javier vio al que pensó era Odei, el director de ese centro. Javier le echó unos cuarenta años. Alguno más, quizás. Tenía algo de sobrepeso, pero su manera de moverse era ágil. Mirada decidida, pero envolvente. Parecía tener un aspecto un poco descuidado, despeinado, no vestía elegante, barba de un par de días… pero a Javier le pareció que todo ello era estudiado. Quería dar una impresión determinada sobre todo a los chicos a los que ayudaba. Hoy no iba a tener tiempo, pero ese hombre merecería en algún momento una entrevista tranquila. El hombre, mientras caminaba al encuentro del comisario, tendió decidido la mano para estrechársela.

-¿Javier Marcos? No sabe lo que me alegra conocerlo. Me han hablado tan bien de usted que me apetecía poder tener un cambio de impresiones con usted.

-¿Y si nos tuteamos? – propuso Javier respondiendo al saludo de Odei.

-Por mí bien. Veo que has convencido a Jordi de que toque para ti. No creas que todos lo consiguen.

-Me alegro que eso sea así. Ha sido un placer escucharte Jordi – ahora se dirigió a él – Muchas gracias por este regalo. Mi madre tocaba el piano también. Su sonido me lleva de nuevo a mi infancia. Ella murió cuando yo era pequeño. Espero que luego, si hay oportunidad, me toques algo más.

-Esta vez deberá elegir usted…

-Tutéame, por favor.

-Si eliges lo que quieres que toque.

Javier se lo pensó un momento. Recordó una de las piezas que le gustaba tocar a su madre.

-Me haría ilusión que tocaras la Sonata nº 2 de Chopin. ¿Sería posible? La tocaba mi madre.

-Tranquilo, es posible. Jordi tiene un repertorio amplio. – contestó Odei con un cierto tono de orgullo.

-¿Es cierto que en su trabajo ayuda a gente como nosotros?

La pregunta sorprendió a ambos hombres. Odei fue a intervenir, pero un gesto de Javier le hizo reconsiderar su intención. Fue el comisario el que habló.

-Soy policía y mi trabajo es ayudar a las personas a las que otras gentes les han hecho daño. Intentar que eso no vuelva a ocurrir y a la vez intentar castigar a esos abusones. Y no hay nada que nadie pueda hacer porque eso no sea así. Quizás por eso te han comentado que soy un policía en el que se puede confiar, no como otros. Eso quiero que lo tengas claro, y si alguien te pregunta lo traslades: tanto yo como mi equipo, Carmen, Olga, Matías, Aritz, Teresa, Patricia… el comandante Garrido y su equipo de la Guardia Civil, todos estamos conjurados para proteger a las personas que lo necesitan. A veces no conseguiremos condenas a los malos, son casos difíciles, pero nunca descansamos en lo que respecta a proteger a las víctimas.

Jordi pareció conforme con la respuesta del policía. Sonrió ligeramente.

-¿Puedo ayudarte en algo? – preguntó Javier de improviso.

-No quiero entretenerte. Has venido para ocuparte de otro compañero.

-Puedo también sentarme a escucharte. No tengo prisa. Me gusta escuchar y más si es a personas talentosas como tú que han pasado a lo mejor, por una mala época.

-En otro momento.

-O puedo mandar a algún amigo para hablar contigo. ¿Te apetece? Vamos a hacer una cosa. Apúntate mi teléfono y me llamas con lo que decidas. Si quieres quedar conmigo, estaré encantado de volver. Mi amiga Carmen puede acercarse también. O Aritz, o Fernando… o si lo prefieres puedes hablar con un amigo mío, que intuyo del que te han hablado bien también, Jorge Rios, se lo puedo pedir y él se acercará encantado.

Estuvo observando al joven mientras hablaba. Permaneció inmutable mientras hablaba. Al nombrar a Jorge, no pudo evitar un ligero tic en el ojo izquierdo. Parecía que Jordi no iba a confiar en nadie que no fueran ellos dos. Germán o Tirso debían estar por medio. Era su marca.

Le empezó a cantar el número de su móvil. Para sorpresa de Javier, Jordi no hizo amago de apuntarlo. Odei sonrió ante el ligero gesto de sorpresa del policía.

-Tranquilo, ya lo ha apuntado en su cabeza. Nunca lo olvidará.

-Así nadie sabrá que lo tienes ¿Verdad? Lo que no quieres que nadie vea, no lo escribas.

Jordi hizo una mueca difícil de interpretar. Pero Javier tuvo la certeza de que ese joven había ejercitado su memoria para no confiar los datos que le interesaban en ningún dispositivo o papel. Cada vez le intrigaba más ese músico.

-Nabar nos está esperando en el jardín. – le indicó Odei con delicadeza. El mensaje iba destinado tanto para el policía como para el músico.

Javier hizo un gesto de asentimiento y se despidió de Jordi con una mueca y una sonrisa. Odei le precedía en el camino hacia la parte de atrás.

-Es el jardín. Es amplio como puedes comprobar. Si el tiempo acompaña, prefiero que estén al aire libre. Respiran aire puro, les da el sol, cosa que está comprobado que da mucha vida… Aquí nadie les molesta. Pueden hacer deporte, pueden tener sus juegos, o tocar algún instrumento. O pintar, o leer. Mira, ese es Nabar.

Odei señaló a un joven que leía sentado en un banco en la parte más alejada del jardín. Indudablemente era él. Aunque en las fotos que había visto, el parecido era mayor, su semejanza a Rubén seguía siendo extraordinaria. Había más chicos allí. Dos estaban haciendo ejercicios de recuperación física en unos aparatos que había en una esquina. Se habían parado un segundo y miraban al policía. En el otro lado, había otro chico que pintaba. Y vio a otro que sencillamente tomaba el sol con el torso desnudo tumbado en el suelo. Fue el único que no se movió para observar al comisario.

-¿Quién le trajo? Me imagino, por lo que sé, que en el estado que estaba no podría haber venido el solo por sus medios.

-No. Antes tuvo que estar un tiempo en el hospital. Luego, la convalecencia la siguió aquí. Tenemos fisioterapeutas que vienen todos los días, y el médico del pueblo está pendiente de nuestros chicos.

-No me has respondido.

-Me vas a perdonar, pero ese dato no es conveniente que… no puedo decírtelo. No te lo tomes a mal. Algunas de esas personas que nos traen a estos chicos, se juegan la vida al hacerlo. Son buena gente. No es que desconfíe, pero… como has dicho antes, lo que no quieres que se sepa…

-Lo entiendo. ¿Algo que deba saber de Nabar?

-Es mejor que lo que sea, lo descubras tú mismo. En otro momento si lo consideras oportuno cambiamos impresiones, pero fuera del refugio.

Anduvieron los pocos pasos que les separaba del banco donde leía Nabar. El chico notó que se acercaban y levantó la cabeza. A Javier le pareció que sonreía ligeramente. Eso quería decir que su visita era bien recibida. No dudaba que a ese joven, como a Jordi, le habían dicho que podía confiar en él.

-Nabar, quiero presentarte a Javier. Es policía. Es el hombre del que te he hablado.

Odei miraba con dulzura al joven que seguía sentado. Había puesto el marcapáginas en el sitio que correspondía y había dejado el libro sobre el banco.

-Perdona que no me levante. Mis piernas no están muy fuertes todavía.

Javier, mientras chocaba su puño con el del joven, echó un vistazo a su alrededor y pudo ver unas muletas apoyadas en el respaldo del banco. Odei se alejó unos metros para acercar una silla para Javier.

-¿Estarás bien? – le preguntó Odei con dulzura. – ¿Quieres que te traiga algo?

-No gracias. Estoy bien. Tengo mi mochila con mis gominolas y mi botella de agua.

-Vaya, te gusta el dulce. Eres de los míos.

-Es para la ansiedad. A veces me pongo nervioso y con las gominolas… me relajo. Las mastico despacio, las saboreo, y casi siempre, consigo que se me pase la angustia.

A Javier se le escapó una ligera mueca de pena. Había sacado la impresión al verlo que ya había superado todas las secuelas de esa experiencia. Saber que eso no era así, le entristeció. Por lo que sabía, de ese suceso en la embajada habían pasado más de cuatro meses. Se sentó en la silla, sin acercarse demasiado. Sabía por experiencia que a veces, la cercanía de una persona extraña no era bien recibida. Podría agobiarse. Quería que el chico se sintiera cómodo.

-Os dejo solos. – anunció Odei – Si necesitas algo, me llamas al móvil.

-Gracias Od. Creo que Javier me podrá ayudar si necesito algo.

-Claro. Lo que quieras. – respondió éste sonriendo.

Javier fue a hablar, pero Nabar le hizo un gesto para que esperara unos momentos.

-Odei es muy majo y buena persona. Pero a veces le afectan nuestras historias. No quiero preocuparlo. Somos diez los chicos a los que nos tiene que apoyar.

-Pero tendrá ayuda. – Javier estaba sorprendido por esa reflexión del joven. Era cuando menos curioso que el paciente se preocupara por el estado mental y anímico de su cuidador.

-Sí. Pero él es… como el más cercano. El confidente de todos. El resto hacen su trabajo pero… es distinto. No los critico. Aquí cada uno tenemos una tragedia en la mochila. Si eres medianamente empático, debe ser angustioso. Odei lo es. Le he visto más de una vez llorar en su despacho.

-¿Qué estás leyendo?

-Cuando me han dicho que ibas a venir, me he puesto a releer “Esa maldita noche”, de Jorge Rios. Me habían dicho que a lo mejor venías con el escritor.

De nuevo Javier volvió a sorprenderse. No sabía que pensar. Sacó el móvil y llamó por videoconferencia a Jorge. Rezó porque el escritor pudiera contestar.

-Javier, un segundo – era Fernando el que había respondido – está firmando un libro. Ya ha acabado. Te lo paso.

-Dime Javier. ¿Ha pasado algo? – Jorge había cogido su móvil. Parecía preocupado.

-Estoy con una persona que a lo mejor le alegra saludarte.

Javier miró a Nabar que de repente se había puesto nervioso. Javier le iba a tender su móvil para que hablara con Jorge, pero al final decidió sentarse a su lado, girar el teléfono para que salieran los dos en la imagen y ponerlo en horizontal.

-Vaya. Es mi día de suerte – dijo Jorge al ver al joven – Pensaba que me llamaba un chico guapo, pero veo que son dos los que me llaman. Tú debes ser Nabar.

-¿Sabes quién soy? – dijo el aludido balbuceando.

-Nabar pensaba que ibas a venir conmigo. – le aclaró Javier.

-De haberlo sabido me habría acercado. Oye, Nabar, pero si te apetece, un día de estos me voy para allí y a lo mejor podíamos comer los dos. ¿Te parece?

-Eso sería genial – dijo en un suspiro – Pero te advierto que todavía estoy un poco flojo. Llevo muletas.

-No te preocupes. Puedes apoyarte en mi brazo. Ese día te sirvo yo de muleta. Javier también es fuerte. Más que yo. Dile que se pague algo en el bar del pueblo. Es un tacaño. Si consigues que te invite, el día que vaya te llevo un regalo.

-Pues eso ya sabes… nadie ha conseguido que pague una ronda – bromeó Javier. – Te puedes ahorrar el regalo.

-No le hagas caso. Tú inténtalo. ¿Estás bien Nabar?

-Sí. Bueno, poco a poco. Hoy tengo un día bueno. Además ha venido un chico guapo y por ahí veo que viene otro chico guapo. Y por la pinta es policía también.

Javier sonrió.

-Es Aritz – le aclaró a Jorge – Debe estar preocupado y ha dejado la vigilancia para hacerme compañía.

-Pues mira, ya tienes dos muletas hoy – dijo Jorge sonriendo. – No vale que pague Aritz. Tiene que pagar Javier.

-Vale. Yo lo intento.

-Un beso Nabar. Os tengo que dejar. Pero piensa lo que te he dicho. Me acerco un día para estar contigo.

-Sí, vale. Me gusta eso. No sé que decir.

-Tranquilo. Un beso Nabar. Y nos vemos pronto. Cuida bien a Javier. Es un buen tipo. Puedes confiar en él al cien.

-Ya, eso ya me lo han dicho.

-Un beso

Jorge había cortado la comunicación. Javier se guardó el teléfono. Cuando lo hizo, Nabar se abrazó a él. Lloraba de emoción. Hasta temblaba ligeramente. Aritz tuvo que girarse para no ser testigo de ese momento de emoción del chico, y para poder el mismo secarse los ojos. No se acostumbraba a esas escenas con esas víctimas que cuando se abrían a alguien, se vaciaban por completo.

-Mira, Nabar, te presento a Aritz. Es un compañero y una persona muy querida. Si te parece, va a ser la otra muleta para que vayamos a comer luego. Es de confianza, así que si te parece bien se queda con nosotros.

-Eres guapo también.

-Gracias – dijo Aritz que había logrado dominar su emoción y le tendió el puño al joven a modo de saludo.

-¿Y qué queréis saber?

-Todo lo que seas capaz de contarnos. – Javier no había vuelto a la silla. Nabar no rechazaba el contacto físico, al menos el de él. Al revés, lo buscaba. La persona que le había hablado de ellos, era claro que tenía ascendiente sobre el joven. Tras pensarlo solo un par de segundos, lanzó una moneda al aire, por ver si salía cara.

-¿Quién te sacó de allí? ¿Germán?

Nabar asintió despacio con la cabeza, sin apartar la mirada del policía.

-Confías en él.

-Me salvó. Me cuida. Es lo único que tengo.

-¿Conoces a Rubén Lazona?

Nabar se quedó callado mirando a Javier. De reojo miraba a Aritz. Éste se percató de la mirada y se levantó para irse. Nadie le había dicho que podía confiar en él. Germán no se lo había dicho. Pero al final le hizo un gesto para que no se fuera.

-Es mi primo – dijo en apenas un susurro. – Pero no se llama así. Se llama Brenan Casariego.

Javier levantó las cejas sorprendido. Cruzó una mirada con Aritz que estaba igual de sorprendido.

-Y a Eva Lazona ¿La conoces?

Nabar se echó a llorar.

Javier le dejó relajarse unos segundos.

-¿Nos puedes decir su nombre de verdad?

-Dilan Casariego. Es su hermano gemelo.

-¿Gemelos? – repreguntó Javier.

El joven asintió con la cabeza.

-¿Por qué no nos cuentas la historia desde el principio?

Javier más que hacer la pregunta, se la susurró. Había puesto su mano sobre el brazo de Nabar ya en la primera pregunta. Ahora le soltó y se acomodó para escuchar. Pero Nabar le tendió la mano. Javier entendió y se la cogió.

-No hay prisa. Tenemos todo el día. Y toda la semana si hace falta. A tu ritmo. Estamos aquí para escucharte y cuidarte, si es que es lo que quieres.

No contestó con palabras, pero apretó la mano de Javier. Eso le hizo pensar que iba a contarles.

-Nuestras madres eran gemelas – empezó a decir. – En nuestra familia parece ser que es normal los gemelos, incluso trillizos. Yo no tuve un hermano gemelo. Al menos que sepa. Aunque si nos juntábamos los tres, podíamos decir casi que eramos trillizos. Al menos cuando fuimos adolescentes. Ellos son mayores que yo. Y… a veces…

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-Paga Aritz – dijo Javier guiñándole el ojo.

-¡No por favor! – suplicó Nabar con un gesto rogatorio. – Si no pagas tú, Jorge no va a venir a verme y traerme un regalo.

-Si Javier no paga nunca – mintió Aritz que había sacado la cartera. – Es famoso por su tacañería. Es buena persona, es guapo, es listo, buen policía… pero tacaño. Es agarrado hasta decir basta.

-Yo os he contado todo…

-Ya, pero… lo siento. No puedo traicionar mi esencia. – bromeó Javier.

Ahora estaban en el bar del pueblo. Ya eran más de las seis de la tarde. Sobre las dos y media Odei había aparecido y les había recomendado que se fueran al bar a comer.

-Ya les he avisado. Aquí tenemos un comedor común. Estarían todos pendientes de vosotros. Ya lo están desde sus habitaciones o el aula de música. En la taberna del pueblo, siendo entre semana, y a estas horas, no hay mucha clientela. Y se come bien.

Aritz cogió la mochila de Nabar y se la colgó al hombro. Bromeó con él por lo que pesaba.

-Llevo un par de libros. Y algunas cosas por si necesito. Es lo que tiene ser un inválido. Tengo que ser previsor cuando salgo de la habitación para no molestar a nadie.

-Tienes movilidad reducida – dijo Javier sonriendo.

-Traducido, inválido. Yo me siento así. Y tengo suerte, que antes no me podía levantar de la cama.

Javier y Aritz le dieron el brazo y le sirvieron de muleta hasta el bar. Aunque le costaba, pero parecía que no andaba tan mal. Le faltaba seguridad. Y posiblemente, los problemas vendrían al pisar un pequeño desnivel o al subir escaleras y bordillos.

En el bar, pidieron al posadero que les pusiera para comer lo que quisiera.

-Solo decirte que tenemos hambre – dijo Nabar.

-Como paga Aritz… – bromeó Javier.

-Oye, no. Tienes que pagar tú. – se quejó el joven.

Mientras comieron, Nabar siguió contando su historia. Ni Javier ni Aritz habían hecho a lo largo de su charla demasiadas preguntas. Parecía que el joven tenía preparado su relato. Seguramente lo tenía preparado desde hacía tiempo, a la espera de encontrarse con alguien a quién contarlo. En muchos momentos habían tenido que hacer esfuerzos para no llevarse las manos a la cabeza. Javier apenas le había soltado la mano. El joven Nabar parecía necesitar ese apoyo.

Nada más que se habían sentado a comer, Carmen llamó a Javier. Éste se disculpó y salió a la calle a hablar con ella.

-¿La cosa va bien?

-Sí. Cuando escuches la conversación vas a alucinar. Apunta los nombres reales de Rubén y su hermano gemelo.

-¿Hermano?

-Ya te explicaré luego.

Apenas había colgado, y Jorge le llamó también.

-¿Bien todo?

-Sí. Se ha abierto por completo. Germán le ha aleccionado sobre en quién confiar.

-Me alegro. Solo quería saber si no habían surgido problemas.

Javier mientras hablaba con Jorge vio a Lerman y a Sara en el coche vigilando. Les miró y les hizo un gesto para que entraran a comer al bar. Tenía que comentar con Carmen lo de su escolta secreta. Por un lado quería convencerla de que no la necesitaba. Pero Jorge le había llamado la noche pasada para decirle que había llegado a sus oídos que había varios compañeros policías que querían matarlo. Volvió a utilizar ese tono rotundo. Y no usó subterfugios: “Quieren matarte, Javier”. E insinuó que Olga, Carmen y Matías estaban también en el punto de mira. Si la advertencia hubiera venido de otros, la hubiera descartado de inmediato. Viniendo de Jorge…

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Era el momento de volver al refugio, como lo llamaban todos. Habían comido bien, el posadero había llevado un surtido de postres, del que habían repetido y luego tomaron unos cafés. Ya era hora de irse de vuelta al refugio.

-A lo mejor te apetece dar un paseo por el pueblo. Aprovecha que nos tienes a tu disposición.

-Me tientas. No tengo siempre dos muletas tan atractivas.

-Pues nosotros encantados. – afirmó Aritz.

Aritz recibió en ese momento un mensaje y de repente pidió otro café.

-¿No os apetece? Es por las pastas. Nabar, te gustan esas pastas. Me ha dado antojo.

-Vale. Un café. Con pastas. Pero después, a lo mejor ese paseo va a ser una necesidad por hacer algo de ejercicio… hemos comido…

-¿Te ha gustado? – le preguntó Aritz.

-La mejor comida en mucho tiempo. Por la comida y por la compañía. Estoy guay después de contaros mis cosas. A parte de Germán no he podido hacerlo con nadie. La peña no le gusta aguantar las miserias de los colegas.

Javier se lo quedó mirando extrañado. Aritz solo se encogió de hombros mientras le guiñaba el ojo

-Voy a pagar – dijo levantándose.

-¡No! – gritó desesperado Nabar. – Aunque sea podemos pagar a medias… le decimos a Jorge que Javier ha pagado algo… – Nabar miraba implorante a Aritz.

-Javier es así. Lo siento. – se disculpó Aritz. – No suelta ni un céntimo.

Se apoyó en la barra y se puso a mirar la puerta. El camarero se acercó y le pidió un chupito de ron.

-Con una piedra.

Fernando y Helga esta vez entraron detrás de Jorge. Estando Aritz y sus dos compañeros dentro, no necesitaban revisar el local. Nabar, aunque se giró para ver quien había entrado, tardó en reconocerlo. Y luego, en comprender que eso estaba ocurriendo de verdad. Cuando eso penetró en su mente, se puso en tensión y sin darse cuenta se levantó. Javier hizo lo propio por si se caía. Pero ver a Jorge y con la mesa de apoyo… no necesitaba nada más. Había sacado fuerzas de donde no sabía ni él que tenía. Sus ojos se inundaron de lágrimas. Fue algo inmediato. Jorge anduvo esos pocos pasos con calma. No quería que se pusiera más nervioso todavía. Cuando estuvo a su lado, le puso las manos en la cintura y le ayudó a girarse suavemente para tenerlo enfrente de él. Lo envolvió completamente con sus brazos y lo pegó a su cuerpo. Nabar le abrazó su cuello y apoyó la cabeza en su hombro. Lloraba de emoción. Su cuerpo convulsionaba.

Así estuvieron unos minutos. Jorge no hizo nada por soltar el abrazo. De vez en cuando besaba la mejilla del joven y le susurraba algo al oído.

Entraron de estampida tres jóvenes que habían visto a Jorge bajarse del coche. Jordi era uno de ellos. Javier se acercó a él. Jordi le presentó a sus compañeros, Ubaldo y Romu. Los tres eran músicos y algunas tardes salían a tocar en la plaza del pueblo. A los vecinos les gustaba y se acercaban a escucharlos. Pero el concierto parecía que debería esperar a mejor ocasión.

-Pensaba que ya te habías ido – le recriminó Jordi.

-No lo haría sin buscarte para despedirme de ti. No me has dado tu teléfono.

El joven pianista sacó su móvil y le hizo una perdida. Javier sonrió, sacó el suyo y guardó el contacto, mientras Jordi borraba la llamada del historial de su móvil.

Jorge saludó también a los compañeros de Nabar. Era claro que todos ellos eran lectores de sus novelas.

-¿Y mi regalo? – preguntó Nabar ilusionado.

-¿Ha pagado Javier? – Jorge sonreía mientras revestía su cara de un gesto de importancia.

Nabar bajó la cabeza desilusionado. Aritz reaccionó acercándose.

-No sé lo que ha pasado, pero cuando he ido a pagar, el camarero me ha dicho que ya lo había hecho Javier. Y te juro que nunca lo hace. Y ni me he dado cuenta. Si lo llego a saber me pido un cubata para hacerle gasto. Por una vez que apoquina…

De nuevo Nabar cambió el gesto por uno de ilusión. Jorge sonrió y miró a Fernando. Sus compañeros habían acercado unas bolsas. En ellas llevaban unas sudaderas que habían recogido en el taller de Bernabé. Jorge sacó una y la extendió.

-Son unas sudaderas de un diseño exclusivo para vosotros. Para ti y tus compañeros. Son de “La Casa Monforte”. Este diseño solo lo vais a tener vosotros. Y si os las ponéis, os las firmo.

No tardaron nada en hacerlo. A cada uno les hizo una dedicatoria especial.

-Me han dicho que hay un pianista muy bueno que nos va a tocar algo de Chopin.

Nabar miró de inmediato a Jordi que se había puesto colorado.

-Habrá que ir al refugio – dijo Javier.

-Hay un piano ahí – comentó Aritz. Javier había estado tan atento a Nabar durante toda la comida que no lo había visto.

-Pues Jordi, creo que es tu turno. – le dijo Javier.

-Que nervios.

Jordi se sentó y tocó unas escalas rápidas. Se puso el taburete a su altura y esperó a que todos se sentaran. Y sin más, empezó a tocar.

(Sonata n.º 2 de Chopin)