Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

.

Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

.

Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

.

Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

.

Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

.

Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

.

Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 100.

Capítulo 100.-

.

-Sabes lo que te espera ¿No?

Paula preguntó a su marido casi cuando estaban llegando a Concejo del Prado.

-A ver lo que dices – le advirtió Paula.

Laín le hizo un gesto señalando a Martín.

-Está con esa puta música que escucha a todas horas. Con los cascos no se entera. Es un maleducado y un consentido. Y la culpa la tienes tú.

Laín hizo un gesto de hartazgo referido al comentario de su mujer sobre su hijo. Era la misma cantinela desde que Martín tuvo esa discusión con ella. Decidió hacer como que no lo había escuchado.

-En algún momento debía llegar el momento en que preguntaran. Desde que Dani se refugió en este pueblo… estaba claro que este día tenía que llegar.

-Jorge ha cambiado mucho. No lo desprecies. El otro día en el bar de la Uni me costó controlarlo.

Laín la miró de reojo sin apartar la vista de la carretera. Quería comprobar que su mujer hablaba en serio. Y lo hacía.

-Es cojonudo el arte que tienes querida, para caer de pie. Para hacer a todos culpables y quitarte la mierda de tus hombros. Para cambiar la versión de las cosas y que te favorezca a ti. Nunca lo he hecho. Nunca he despreciado a Jorge. Recuerda que hemos discutido de ello muchas veces. ¿Cuántas veces te he avisado de que tuvieras cuidado con él? Tú pensabas que era un tipo desnortado, con sus historias y punto. Nunca le has leído con atención. Y sobre todo, nunca le has escuchado pensando en lo que decía. Si no, hubieras percibido hasta que punto estamos todos en sus historias y hasta que punto siempre ha fingido ser un idiota que no se enteraba de nada. En sus libros hay detalles, conversaciones copiadas de su entorno, algunas casi transcritas literalmente. Se ha dado cuenta de todo lo que ha pasado a su alrededor estos años. Y siempre. Y si piensas que el otro día controlaste algo, Paula querida, es que no has aprendido nada. Estoy porque nos demos la vuelta. Cada vez me apetece menos este encuentro. Puedo decir que me han vuelto las jaquecas.

-Eso sería… no, eso no es una opción. Hemos venido con todas las consecuencias. Por mucho que digas, con ese podemos nosotros. Somos mucho más listos. Y todas esas cosas que dices de sus novelas, no las sitúa. Han formado parte de su mundo imaginario. Las drogas le han hecho mezclar realidad con su delirio imaginario.

-Creo que es mejor que nos volvamos. No me encuentro con ganas de afrontar dos días estando todo el tiempo con ellos. Y creo que vuelves a estar equivocada. Muy equivocada. Y si esa es tu estrategia para afrontar el fin de semana de preguntas, no estoy preparado. Vamos a perderlos como amigos. Se van a poner enfrente nuestro y eso no te conviene ahora, querida. No nos conviene a ninguno. Jorge ha estado mucho menos drogado de lo que ha querido hacer ver. Escúchame por una vez en tu vida. Volvamos.

Laín hizo amago de parar en el arcén de la carretera.

-No, Laín. Vamos a ir. Es lo planeado. No tengo ganas de cambiar… no. Me niego a que esos dos mendrugos nos dicten nuestro planning. Son bobos. Se creen muy listos pero no lo son. Estás completamente equivocado.

La cara de Paula no admitía réplica. Laín no parecía dispuesto a contrariarla, así que volvió a la calzada y continuó el viaje hacia Concejo.

-Parece mentira que seas su amiga y compañera y no lo conozcas apenas. Ese es mejor actor que Carmelo, Martín y yo juntos. Llevo años diciéndotelo y no me haces caso. Ahora… se ha quitado un poco la máscara. Me recuerda a los actores en la antigua Grecia, actuando siempre con máscaras. Ese ha sido siempre Jorge.

-¿Les vas a contar todo? – Paula no quiso contestar a su marido.

-No. Eso … no nos conviene. Y mirando por ellos, sobre todo por Dani, no sería conveniente para su salud mental. Esas verdades deben ser dosificadas para que puedan ser asumidas. Y una parte quizás sea mejor que no se enteren nunca. Además, todo, todo no puedo contar, porque no lo sé todo. Sé una mínima parte. Intentaré contarles una mínima parte de la mínima que conozco. Para dejarles contentos por un tiempo y que nos dejen de preguntar. Ganar tiempo. Es lo que nos hace falta. Con suerte, otros se ocuparán. A ver como va el tema. De todas formas, tampoco nos interesa que sepan demasiado. Y menos con ese plan que has puesto en marcha. Por cierto, espero que algún día te dignes contarme para que nadie me lo cuente antes de saber. Guardemos un poco las apariencias de matrimonio cercano y bien avenido.

-Te lo he dicho muchas veces: no cuentes nada. Me jodes mis planes. Y éstos, es mejor que no sepas nada. Tienes la lengua muy suelta.

– Si quieres echar a Jorge de la Universidad lo vas a hacer sepa o no sepa del pasado. Tampoco entiendo en que te estorba para tus aspiraciones en convertirte en Rectora. A ellos es a los que les puede joder conocer. A tus amigos. Bueno, y a nosotros. No estamos libres de culpa, recuerda. Y ahora, hay policías que no miran a otro lado, no es como antes.

-Ya la tienen jodida. Me han llegado rumores de que Cape se larga definitivamente. Lo mismo harán los otros dos cuando conozcan más detalles. Son broncos pero no tienen carácter. Mira Jorge, siempre ha querido ser ciego y sordo. Y los otros, porque les hicieron olvidar. Cape de algo se ha enterado y huye con el rabo entre las piernas. Lo nuestro, sabemos lo que hay desde que tomamos la decisión. No lo hemos llevado mal. Y de todo lo que nos podían acusar, ya ha prescrito. No te pongas dramático.

-Tú has hecho mucho el tonto últimamente, por creerte más lista que Jorge y que el resto del mundo. Al menos espero que sepas lo que haces. Me parece que vas de sobrada y eso es peligroso en el juego que estás empezando a jugar. Y espero que eso no aleje más a nuestros hijos de nosotros. No has captado del todo la querencia, la necesidad que tiene Martín de Jorge.

-¿Y entonces? Yo al menos intento hacer algo. Tú en cambio, con ponerte digno y callar, ya está todo solucionado. Y mira, por mí, Martín, como si quiere ennoviarse con ese. Que haga lo que quiera. No me mires de esa forma. A ti no te ha dicho lo que me dijo a mí. A partir de ahora, no voy a mover un dedo por él. Seguiré manteniendo las apariencias. Pero nada más. De hecho, ya no le ingreso nada de dinero. Que se lo pague el hijo de puta ese. Y hoy, no le doy una torta y le quito esos putos cascos… es un maleducado. La culpa la tienes tú por … lo has malcriado. En realidad lo ha hecho el puto escritor ese. Ahora se cree algo, el puto crío. Estaría nadando en la mierda si no fuera por nosotros. O muerto. Nos debe la vida el puto crío desagradecido. Tendrías que recordárselo.

-Depende de cómo vaya la conversación, veremos. No hables así de Martín. Y creo que estás siendo injusta. Sabes que no tiene dinero. Todo te lo quedas tú. Creo que no te estás escuchando cuando hablas de Martín. Recuerda que también discutiste con Quirce por lo mismo. Y quien se puso más fuerte, fue él. Pero ante ti, tus dos hijos no son iguales.

-Al menos yo los he criado. Renunciaste a tu carrera por ello. De eso no te olvides. Y nos privaste a todos de un estatus que nos merecíamos. Y aún así, no has estado con tus hijos. Has pasado de ellos, salvo para cuatro tonterías. Mucho presumir de ser un padrazo, pero en realidad, has pasado de ellos.

-Tú me lo recuerdas a cada momento. Cada vez estoy más convencido de que no llevas bien que no haya sido un actor que gane millones por sus trabajos. O que la gente me reconozca por la calle y a ti, como mi mujer. Te mueres por protagonizar un reportaje en el Hola. Porque la gente te agasaje por la calle. Posar en la alfombra roja.

-Fue una tontería. Podías haber sido una estrella. Carmelo no te llega ni a la suela del zapato como actor.

-He tenido mi carrera. Distinta. Sin fama ni papeles grandes. Era mejor no llamar la atención. Ahora la he recuperado aunque a una escala menor a lo que podía haber sido. No niego que se me da bien. Pero cuidado: Carmelo es un animal cinematográfico. No le conozco un papel que no lo haya resuelto a la perfección. Y cada vez está dando más matices a sus trabajos. Es una estrella que a parte, es un gran profesional de la actuación. Lo de esa serie francesa… está perfecto desde la primera escena a la última. Tú misma lo has reconocido en tus redes sociales. Es natural, pero sin que esa naturalidad resulte cargante. Es sutil, actúa con cada músculo de su cuerpo, con su mirada, con la forma de hablar… dota a cada personaje de una forma de andar, de mover la mano, de mirar el reloj… no es nunca él. Salvo en las películas que hace de estrella. Entonces es la estrella Carmelo del Rio. Que a ti te caiga mal, lo odies, no significa que no sea un gran actor. El mejor de su generación.

-No comparto tu opinión sobre Carmelo. Es un actor del montón que ha enseñado los genitales un par de veces y medio mundo sueña con comérsela. Nada más. En esa serie está bien, cierto. Pero lo que dije lo exageré un poco para darle un poco de coba. Y lo de volver a trabajar, al final lo has hecho por Martín, otra vez el puto Martín. Lo de aceptar papeles de mayor enjundia. – dijo la mujer señalando a su hijo que iba en el asiento de atrás sumido en algún juego en la tablet con los cascos puestos. – El puto crío no deja de condicionarnos la vida. Maldita la hora en que lo tuvimos.

-¡¡No hables así de él, hostias!! Sabes, puede que tengas razón en lo de las razones para volver a trabajar de actor. Pero estábamos de acuerdo que era una tontería que Martín renunciara a una carrera cuando tiene las condiciones para triunfar en ella y que además le gusta. Y eso nos hace ganar dinero, no lo olvides. De qué ibas a poder financiar si no tu escalada a la cima de la Universidad. Y todo porque su padre solo era un figurante. Para no hacerme de menos. Para que la gente no dijera nada de mí. Y recuerda, querida, que si Martín vuelve a trabajar, tú serás la madre del actor de éxito Martín Carceler. Y sales ganando. ¿No es lo que querías? Alfombras rojas, reportajes en el Hola, tema de conversación en la sala de profesores de la Universidad, y parte de tu campaña a la rectoría hecha.

-Un figurante con la agenda completa. No eras solo un figurante, Laín. Todo el mundo te consideraba y te apreciaba. Solo hace falta ver nuestra casa los fines de semana. Todos esperaban el momento en que volvieras a dar el paso y acceder a los grandes papeles. Ahora, Jose Coronado ya no tendrá asegurados esos papeles que hace. Ni Javier Gutiérrez. Ni…

-Deja ya el tema, mujer. Que sí, que no soy malo en mi trabajo. Eso no quiere decir que me vaya a postular porque sí desde ya a competir con esos grandes actores, y grandes amigos, por cierto. Ahora me vas a decir que le voy a quitar los papeles a Carmelo o a Biel.

-Pues no sé por qué no. Y ganar dinero como es debido.

-Y dale. Ese es el problema, el dinero. La posición.

-Si no llega a ser por el Jorge ese de los cojones, que siempre ha metido el hocico en todo, sin tener ni puta idea, ahora nosotros seríamos millonarios. Maldita la hora en que me hice amiga de él. Maldita la hora en que le dejé cerca de Martín y Quirce. Por qué tuvo que ir a sacar al crío ese de esa fiesta justo cuando lo hizo.

-No te flageles. Ahora eso ya no es… es lo que hay. Jorge actuó así entonces y es como es. Y si te quejas de que metió el hocico en temas que no le incumbían, átate los machos querida, que eso no ha hecho más que empezar.

-Al menos ya no serás el figurante más solicitado y mejor pagado, sino el actor principal más respetado. Y todo por tu visita a una clase de Martín. Y pensar que fuiste casi arrastrado, porque yo no podía ir.

-Aquella visita a su clase me hizo pensar. Por eso acepté la propuesta de Rodrigo de sustituir a aquel actor que se accidentó en el último momento y no pudo incorporarse al rodaje de “La Serpiente de la Muerte”. A parte, a Rodrigo le debemos tantas cosas… no podía decirle que no tan fácilmente como a otros. Y de ahí, lo de Martín salió solo. No habían buscado al actor para ese personaje, vete tú a saber por qué. Rodrigo llevaba tiempo detrás de él. Yo creo que de todas formas, lo hubiera hecho. Ya casi lo tenía convencido. A lo mejor… creo, fíjate, que Rodrigo ya lo tenía en mente desde el principio. Cuando yo acepté la sustitución, fue el detalle que hizo que todo encajara. Que mejor que mi hijo interpretara a mi hijo en la película. Planificamos la trampa en diez minutos.

-Pero no entiendo para qué renunciaste. Nunca acabaste de ser claro al respecto.

-Era mejor no estar en el candelero. No llamar la atención. Aquellas fiestas… esa mafia… toda esa gente del mundo del cine metida… como decías antes, Jorge sacando a ese crío de esa fiesta … por la fuerza … mejor lo dejamos. No quiero hablar de ello. Es mejor. Y no te hagas la tonta, que tú sabes mucho del tema. Eres como Jorge, que finges no saber nada. Como si tus amigos … mejor me callo.

-¿Ya estamos llegando? – Martín se había quitado un casco para poder escuchar la respuesta de sus padres. – Tengo ganas de mear.

-Es ese pueblo. Ya estamos – contestó Laín señalando hacia delante.

-Pues para en cuanto puedas. Un bar o algo.

-Pareces un crío de 5 años – el tono de Paula fue cortante.

-Ya lo siento. Me llevo aguantando medio viaje. He bebido mucho agua esta mañana. Es sano, ¿Sabéis?

-Ahí hay un bar.

Paró delante y Martín se bajó disparado.

-Ya aparcamos y tomamos algo. Y preguntamos dónde esta esa casa ¿Cómo dijo Carmelo que se llamaba?

Su mujer miró en el móvil.

-Hermida 3. Así se llama la finca. O el edificio o lo que sea.

-Son tres edificios. La Hermida 3 es uno de ellos. – explicó su marido. – Dani vive en la Hermida 2.

-¿Y como sabes tanto? A mí…

-Mira, aquí hay un hueco. Voy al servicio yo también. ¿Cierras tú el coche?

Paula miró a su marido sonriendo. Tal para cual, padre e hijo. Menos mal que Quirce, su otro hijo había salido a ella. Aunque en ese apresuramiento había también un deseo de no seguir con la conversación.

Salió del coche y cogió su chaqueta que había dejado en el asiento de atrás. Pensó en coger el neceser para arreglarse un poco en el servicio, pero pensó que no era necesario. Eran todos amigos, así que no había necesidad de arreglarse en demasía. Aunque en las fiestas que organizaban en su casa, sí solía arreglarse y normalmente eran todos amigos.

-Pero estos son inmunes al encanto femenino. Sobre todo eso. Eso indudablemente tiene sus ventajas. No hay que ponerse guapa para ellos. – murmuró para sí misma sonriendo.

Tenía ganas de pasar un rato charlando con Jorge, a pesar de que habían hablado hacía poco y a pesar de la conversación que había mantenido con su marido durante el viaje. No estaba contenta por como había resuelto no responder a sus preguntas. No estaba contenta con nada de lo que había pasado en ese encuentro. Tenía que reconducir la relación y se consideraba capaz de hacerlo. No quería que Jorge estuviera prevenido contra ella. Le pilló por sorpresa la forma de comportarse de su amigo. Jorge había cambiado mucho en poco tiempo. Jorge solo daba clases un semestre al año. Era la única actividad que no había abandonado al morir Nando y que implicara relacionarse con gente. El Director de la facultad apoyado por el Decano, habían intentado en varias ocasiones convencerlo para que diera otra asignatura. O que hiciera un curso en el semestre que no daba su materia . Pero fue en vano. Los escuchó atentamente y cuando se hizo el silencio, movió la cabeza de lado a lado, negando. Y luego, sentenció:

-Lo siento.

Pero con una sonrisa y pidiendo perdón con la mirada. A ambos les fue imposible enfadarse con él.

Habían tenido suerte, porque ella que conocía bien a Jorge, sabía que si se sentía presionado, sacaba su carácter. Se ponía nervioso y perdía los papeles. No era así normalmente y luego, cuando tenía esos estallidos de carácter, se sentía mal durante días. Se obsesionaba con el tema y escribía relato tras relato para intentar olvidarse del tema. Alguna vez lo habían comentado en un aparte en las fiestas en el jardín de la casa de Paula. El Decano tuvo suerte, pensó Paula sonriendo. Aunque ahora parecía que eso había cambiado. Ese “nuevo” curso de “Escritura creativa” puesto en marcha con el Decano directamente que le había ofrecido a Jorge, y éste no había dicho que no. Ya salía en la programación oficial. Aunque tampoco había dicho que sí. Pero el Decano tenía esperanzas. Y Paula en su reunión con él en la cafetería del campus había sacado la impresión de que Jorge iba a dar esos cursos. Así se lo había dicho al Decano cuando lo llamó al llegar a casa. Y así se lo había dicho también a sus compañeros profesores.

-Pero mira quién está aquí.

Paula sacó la cabeza del coche con la chaqueta y se encontró con Jorge, que se acercaba a ella con los brazos abiertos. Ella sonrió e hizo lo mismo, volviendo a dejar la chaqueta sobre el asiento.

-Jorge, cariño – se abrazaron sin reparos y se apartaron las mascarillas para darse un par de besos.

-¿Bien el viaje?

-Sí, sí. Tranquilo. Ya sabes que Laín además conduce con parsimonia. Parece que a la vez que conduce, va mirando el paisaje. A veces me desespera.

-¿Dónde están tus hombres?

-En el baño. Estaban apurados.

-Iba a desayunar al bar. ¿Os apuntáis? Hay chocolate y ¡¡Nata!! De la de cocer la leche. De la de verdad.

-Madre mía. Ya he desayunado, pero no creo que me pueda resistir a esa tentación. No lo he comido desde que era niña. ¿Estás bien?

No quiso ser tan brusca, pero no pudo evitarlo.

-A ratos – Jorge se puso serio. – Es todo muy complicado. Ya sabes como soy. No me gustan demasiado las verdades que no me gustan. Redundante, ya lo sé. Pero para mi sorpresa no lo llevo mal del todo. Aunque me gustaría, ya sé que es contradictorio con lo que he sido hasta ahora, conocer todo, que todas esas cosas que no me contabais porque no estaba receptivo, me las digáis ahora.

-Me ha encantado la edición de “La Casa Monforte”. Creo que al final el otro día en el campus, no te lo comenté. Sigues fiel al estilo de todas tus novelas. – Paula decidió no entrar al trapo. Quería dejar a su marido torear esa cuestión.

-Es como una marca diferenciadora. Creo que Dimas estuvo acertado en eso.

-¿Sabes algo?

-Y tú ¿Sabes algo? Erais amigos.

Jorge no pudo evitar imprimir a esas palabras un cierto deje de ironía. Paula decidió no darse por enterada.

-Nada. De todas formas, perdimos el contacto hace un tiempo. Ya sabes, el ritmo de vida a veces… ¿Tú sabes algo?

Paula mientras hablaba miraba a su alrededor, como si estuviera estudiando el pueblo. O a la gente que pasaba cerca de ellos.

-Desaparecidos todos. Ponte la chaqueta que hace un poco de fresco y entremos al bar. Creo que Dani está dentro.

-¿Dani? Siempre lo llamas Carmelo.

-¡Ay maja! En este pueblo es Dani. Si preguntas por Carmelo del Rio te dirán todos que no lo conocen. Que no vive aquí.

En el bar estaba Carmelo hablando con Laín y Martín. Les estaba proponiendo formalmente lo que les habían dicho alguna vez antes: que participaran en la serie de “Tirso”, sobre la novela de Jorge. Carmelo planteó la conversación como si Martín y él no hubieran hablado nunca del tema. Martín ejerció de su profesión mostrándose sorprendido y alegre por esa posibilidad. Los dos dijeron que si sin pensarlo. Primero, porque a ambos les encantaba la novela, dijeron con mucho entusiasmo. Porque les gustaban los personajes que les había adjudicado Carmelo. Así se lo dijeron nada más que se lo anunciara. Martín estaba haciendo la mejor actuación de su vida. No dejó traslucir en ningún momento que todas esas cuestiones, ya las había hablado tanto con Carmelo como con Jorge.

-Sea lo que sea, ni mi hijo ni yo seríamos capaces de negarnos a participar en tu proyecto. ¿A que no, Martín?

-Han dicho que sí Jorge. – comentó en voz alta nada más verlos entrar en el bar. – ¡Paula! Cuanto tiempo sin verte. Dame un abrazo. Muchas gracias por tus comentarios tan elogiosos sobre “Puis, l’enfer”.

Todos se saludaron con efusividad. Se sentaron en una mesa y pidieron los chocolates de rigor.

-Es un poco tarde para desayunar. Luego no vamos a comer – advirtió Paula

-Que te crees tú eso. Verás cuando Gerardo nos saque a la mesa lo que nos ha preparado para comer, sea lo que sea. Verás como tienes hambre. Y si no te la inventas.

En el momento que llegaba el chocolate a la mesa en jarras para que se sirviera cada uno lo que quisiera. Paula, a pesar de sus comentarios sobre que luego no iban a tener hambre, fue la primera que cogió algo de nata y lo extendió por una rebanada de pan de pueblo y lo mojó en el chocolate, aún humeante. Puso cara de entrar en éxtasis ya con el primer bocado.

Fue entonces cuando entró en el bar el que a veces hacía de conductor de Carmelo.

-Gerardo, creo que sería conveniente que llamaras a un médico. Alberto no parece encontrarse bien.

-Voy a por mi madre – Se ofreció Eduardo que estaba sentado en una mesa del fondo. Y sin esperar que le dijeran si o no, salió corriendo. Mientras, Gerardo salió a la terraza y fue en busca de su hijo. Estaba blanco como la cera. Y con la mirada perdida en ningún sitio. Casi parecía un fantasma o un cadáver. Lo sujetaron entre Gerardo y Carmelo y lo levantaron para meterlo en el bar.

Ana la enfermera y el Dr. Manzano, el médico del pueblo, aparecieron corriendo en un par de minutos, justo cuando lo estaban sentando. Eduardo los seguía pero no se atrevió a acercarse demasiado. Le impresionaba verlo así.

El médico le auscultó. Le miró la pupila de los ojos con una linterna. Ana le tomó la temperatura y la tensión.

-Está desbocada. Pero si está como un muerto. – comentó en voz baja al médico.

-Gerardo, prepara una tila doble. – dijo en voz alta. – Acércate al consultorio y tráete algo de Tranquimacín, por si acaso – comentó con Ana en voz baja. – Está aterrorizado. Se habrá dormido un minuto y habrá tenido una pesadilla. O algo le habrá venido a la cabeza.

De repente Alberto parecía perder la verticalidad. Se estaba mareando. El médico le dio una torta, fuerte. El joven recuperó el tono muscular y lo miró hasta enfadado. Le había hecho daño.

-No hace falta ser tan brusco – le dijo indignado.

-Dame las gracias, si no estaríamos ahora curándote la nariz porque te hubieras estampado contra el suelo. A mi me da igual pero por aquí hay algún chico al que tengo aprecio y al que le sigues gustando. Es por él, para que no tenga que cargar con un nariz torcida.

Ana estaba de vuelta. El médico seguía auscultando. Le hizo una seña a Ana para que volviera a tomarle la tensión.

-Ya está más normal. – le mostró los resultados en la pantalla.

-Tiene ya buen color. Hala venga, todos a lo suyo. El episodio de “The Resident” ha acabado.

-A mí me mola más “New Amsterdam” – dijo una voz entre la clientela del bar.

Poco a poco todos volvieron a sus mesas. Algunos se fueron y otros entraron. El bar otra vez abierto con normalidad. Gerardo le trajo a su hijo la tila que le había pedido el médico.

-Bébete esto. Te hará bien.

-Odio la tila.

-Prefiero eso a las pastillas. Bébetelo o te suelto otro guantazo. – le amenazó el Dr. Manzano. Y Alberto lo conocía lo suficiente para saber como se las gastaba el doctor y que era capaz de cumplir con su amenaza.

-Os acompañamos para que os instaléis – propuso Carmelo a Laín y su familia. – Voy con vosotros en el coche.

-La comida a las tres y media – le recordó Gerardo, que aunque intentaba aparentar normalidad, seguía mirando de reojo a su vástago.

-Si prefieres…

-A las tres y media.

El tono del posadero no admitía réplica.

Eduardo se acercó a Carmelo con gesto preocupado.

-Me ha dicho Encarna, la pastora, que una mujer ha preguntado por Carmelo del Rio. Me ha mandado esta foto. – le mostró el teléfono.

-Mándamela y te la envío – le dijo a Carles , el escolta que estaba más cercano a ellos.

-José María me dice que viene hacia aquí, andando.

-Pues hala, nos vamos. – determinó Carles.

-Salid por detrás. – sugirió Gerardo.

-Pero nosotros tenemos…

-Yo les llevo – se ofreció Eduardo.

Jorge y Carmelo salieron por detrás con su escolta. Y Eduardo salió con Laín, su mujer y su hijo a buscar el coche e ir a la Hermida 1, su casa para el fin de semana.

-Soy Eduardo – le dijo de repente a Martín al sentarse los dos en el asiento de atrás.

El actor se lo quedó mirando, como si hasta entonces no hubiera reparado en él. Era todo una actuación porque desde que entró en el bar corriendo para ir al servicio y lo vio sentado en una mesa apartada, no había podido dejar de pensar en él.

-Martín, aunque mis amigos me llaman Mártins.

-Pues a mí me gusta más Martín – dijo Eduardo sin atreverse a mirarlo.

-Pues llámame Martín – accedió éste. – Así me llama Jorge también. Y Dani.

-A la derecha – indicó Eduardo a Laín – Y luego a la derecha otra vez. Por la siguiente.

Volvió a mirar a Martín. Y sus miradas se encontraron, porque éste no le quitaba ojo.

.

-¿No será mucho curro para que a lo mejor no saquemos nada?

Fernando no acababa de ver la propuesta que había hecho Raúl. Estaban ellos dos con Helga, sentados en una terraza de la Plaza de Chueca, tomando un refresco.

-Pues yo que quieres que te diga. Creo que lo que no vamos a sacar nada es yendo al hospital de Rubén. Lo que te contaron a ti el primer día que fuiste, es lo que hay. No hemos sacado nada más.

-Y de las cámaras del colegio de Jorgito, tampoco hemos sacado nada – abundó Raúl – Estuve hablando ayer con Bruno y me lo confirmó.

-¿Y cómo nos organizamos? Nosotros tres solos…

-Nano se apunta. Y Flip y Ross. Y nuestro Bruno.

-Carmen lo sabe y está de acuerdo. No es algo que vayamos a hacer a espaldas de todos. Se lo comenté el otro día. Solo dijo que tuviéramos cuidado y que le fuéramos contando. Para mí que pensaban ponerlo en marcha, pero con todo lo que está pasando… incluso va a participar.

-Tenemos las fotos del día que estuvimos con Jorge. Podemos enseñarlas.

-Entonces, resumiendo. La idea es ir a los alrededores de la casa de Rubén y empezar a preguntar.

-Tenemos que averiguar con la gente que trataba Rubén. No me creo que sea un outsider.

-Le he pedido a Patricia que nos pida las imágenes de las cámaras de la zona. Mientras vamos con Jorge, las noches o cuando estén tranquis en casa, podemos ir mirando.

-Claro, en la Hermida 3 y en el piso de al lado de Núñez de Balboa. Montamos ahí nuestra pequeña oficina.

Fernando suspiró.

-Es cierto que en el hospital poco vamos a sacar. Se lo dije el otro día a Jorge. Creo que en parte, lo que quiere de verdad es que le informemos de las variaciones. El hospital no le quiere decir cómo está.

-Pero eso tú puedes llamar a tu amiga y que te cuente. Y eso no quita para que de vez en cuando uno de nosotros se pase por allí. – apuntó Helga.

-Carmen se apunta a echarnos una mano, ya os he dicho. De hecho mañana vamos a ir ella y yo a curiosear por los alrededores de la casa de Rubén. Y esos dos polis locales, Susana y Antonio también se han apuntado.

-No los conozco. – dijo Helga.

-Yo tampoco les conocía. Me los presentaron el otro día. Pero Carmen y Javier sí, desde hace tiempo. Y Tere. Han coincidido muchas veces.- apuntó Raúl.

-¿Tenéis alguno alguna teoría? – preguntó de repente Fernando.

Helga y Raúl se miraron.

-Todo parece muy raro. Todo alrededor de ese chico. Que a estas alturas no sepamos siquiera quién es en realidad… sabemos lo de Lazona, sabemos que lo adoptaron los RoPérez, pero eso es no saber nada.

-¿Por qué lo adoptan? ¿Qué buscaba el “abuelo” al obligar a su hija y a su marido a hacerlo? ¿Era su esclavo sexual? ¿Lo utilizaba como hace ese Ovidio con sus acompañantes pagados, para ganar voluntades?

-Creo que este caso es distinto a todos – opinó Fernando. – No es como el de Esteban o el de Pólux y Gaspar.

-¿Y los chicos franceses?

-Tampoco. Eso fue una venta pura y dura.

-Ese Bonifacio debía ser un tipo de cuidado.

-¿Y con un hijo que se llamaba Tirso? ¿Casualidad?

-No sé que decirte – Raúl acababa de decidirse por una opinión al respecto – Las nanas de Jorge no parecía que pensaran nada raro de él.

-Te iba a decir que a la hermana, la supuesta tía hasta hace unas semanas, la calaron al cien.

-Y a Nadia.

-Nadia sigue siendo una incógnita. Tengo la impresión de que nadie la conoce en realidad. Mostró a cada uno la cara que quiso.

-Lo que no entiendo, es por qué Javier y Carmen no se han lanzado contra Dimas.

-En realidad no tenemos nada contra él.

-No me creo nada. Ese tipo ha accedido a las novelas de Jorge con la tablet de su hijo. Se las ha podido bajar él.

-Aitor dice que no se las ha bajado. Ha sido Nadia. Tiene las fechas exactas. – Fernando lo había hablado con Aitor alguna vez.

-Menos mal que Jorge no dio acceso a Jorgito a todo.

-Pues me da que eso fue un error de Jorge. Su intención era darle acceso a todo.

-Aitor se lo impediría. Algo vio.

-¿Dices?

-Pero Aitor, si no quiere contar, no cuenta. Es fiel hasta lo indecible. – Fernando lo decía por experiencia propia. Alguna vez había intentado que le contara siquiera como había conocido a Javier o a Jorge, y no le había sacado nada.

-Entonces es como tú, que no nos cuentas tus amistades con el comandante Garrido y con Romanes y el capitán, no recuerdo su nombre ahora.

-Melgosa.

-¿Ves? Te damos pie y no nos cuentas – le picó Raúl.

-No viene al caso.

-¿Ves Raúl? Todo son secretos a nuestro alrededor.

-Helga, no me piques, que no voy a decir nada. – le advirtió Fernando sonriendo.

-Volvamos a lo nuestro. Lo de Dimas debe esperar a que Óliver haga las cuentas de lo que le han robado a Jorge de sus ventas oficiales. De eso es de lo único que parece que es culpable.

-Y las cosas que ha cobrado en su nombre. Los artículos de “el País”, las conferencias de Jorge por las que ha cobrado … y lo que imagino que todavía no sabemos.

-Pero Jorge… podía ser multimillonario. Si tuviera en su bolsillo todo lo que le han chorizado …

-Jorge todavía nos tiene que dar muchas sorpresas.

-Helga por cierto. ¿Ese Carletto? – Fernando se acababa de acordar. Llevaba muchos días para preguntarle, pero nunca encontraba el momento.

-De momento bien. Sigue con su canal que funciona como un tiro. Hace un par de días grabó la entrevista con los amigos de Jorge, Ernesto Ducas y su hijo Arturo. Al final no fue Jorge. Pero según le dijo el escritor, había ido bien. La entrevista que le hizo a Jorge tiene millones de reproducciones. Y sigue sumando cada día.

-¿Y Danilo?

Helga hizo una mueca.

-Ese chico va a acabar mal. Nacho me dijo el otro día que… salvo cuando hace los vídeos de su canal, está fatal. Sale por ahí, se emborracha… ya le han tenido que sacar de algún embrollo chungo. Carletto es en lo único que no sigue los consejos de Jorge. Sigue juntándose con él. Y eso le pone en peligro.

-Les pone a los dos – opinó Raúl.

-Danilo me recuerda a un libro o una serie antigua, española, que no tuvo mucha repercusión. Iba de un chico que murió asesinado. Y al final, se acaba descubriendo que él buscaba la muerte y como no se atrevía a suicidarse, buscó a alguien que le matara, provocándole.

-Jorge debería ir a verlo.

-Pero Jorge… son muchos chicos a cuidar. No puede estar con todos. Es imposible. Todos esos chicos necesitan… cercanía. Tú fíjate: Martín, Jorgito, Carletto, Danilo, Carmelo, no nos olvidemos de él, Aitor… Álvaro Cernés… Galder… menos mal que de este se ocupa Carmen… pero para sacarle del marrón, ahí estaba Jorge.

-Y los que van a ir apareciendo. Esos músicos de los vídeos de Sergio…

-Sergio mismo. Mira el tiempo que le dedica. Y los chicos del refugio, Nabar y el pianista, no recuerdo su nombre. Bueno, y Saúl, no nos olvidemos de él.

-Sí. Están haciendo planes Javier y él para ir a ver a los del refugio. A parte de Nabar, ese Jordi parece que los impresionó a los dos. Y no hemos logrado saber nada de él.

-No olvidemos a Pólux, a Gaspar, a Esteban y su amigo…

-Y tu amigo Ely – apuntó Raúl mirando a Fernando.

-Ely… no logro que confíe en mí. Sé que hay algo… que tiene un pasado…

-Mira. No nos cuentes a nosotros. Pero a lo mejor, si te confías con él, logras que te cuente. Tú notas algo en él, él lo hará en ti.

-A lo mejor tenéis razón. Pero a ver que excusa busco. No voy a decirle: Humm, oye que he pensado que te cuento mis miserias para que me cuentes las tuyas.

-Bueno. Llevas buen tute. Estás cansado. Cuando te pasa eso, estás más triste, sensible…

-He quedado en llamarlo la semana que viene. A ver si le digo de comer el sábado que Anxo trabaja. Así quedamos los dos solos.

-A ver si se piensa que quieres ligar con él.

-No creo.

-Os tengo que dejar. Entro con Jorge.

-¿Dónde está?

-En Núñez de Balboa.

-Pues nosotros nos vamos a ir a pasear por la casa de Rubén.

-Guay – aceptó Raúl la propuesta de Helga.

-Me contáis.

-No creo que haya nada que contar hoy. Toca curiosear.

-De camino a casa de Jorge, llamo a mi amiga. Creo que ha estado esta mañana de turno en el hospital.

-Y nosotros de camino, le pedimos a Patricia los vídeos de Rubén.

-Nos los repartimos.

-Esperemos tener suerte y empezar a conocer a ese Rubén.

-Creo que el juez empieza a mover el árbol de los padres. A lo mejor ellos también nos dan pistas.

-¿Y eso?

-Les ha citado para declarar en unos días.

-Veremos. No tengo muchas esperanzas en sacar nada de ellos.

-Pues al trullo. ¡Qué se jodan!

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 81.

Capítulo 81.-

.

No sabía que esperar de esa reunión que iba a tener con el padre de Esteban, el chico de la barandilla, como lo conocían todos los que estuvieron en la charla para jóvenes de Jorge. Por un lado, le parecía que podía ser de ayuda para ese hombre que al parecer, lo había pasado mal con su hijo. Por otro lado, estaba seguro que muchas de las cosas que iban a salir en esa reunión no le iban a gustar.

Había notado a Jorge un poco desnortado antes de irse de casa a sus quehaceres. Para Carmelo era claro que Jorge estaba forzando demasiado sus fuerzas. No le decía nada, pero se daba cuenta muchas noches que, cuando él pensaba que estaba dormido, se levantaba y se iba al despacho o a la terraza a escribir o para hablar con alguien, en general con Aitor si era de madrugada. Por eso no había incidido mucho en que tenía esa entrevista después de acabar sus asuntos laborales. Dependiendo de como fuera, a lo mejor le ahorraba contarle los detalles a su escritor. O a lo mejor tenía que llamarlo para que lo salvara de una nueva caída a los infiernos.

Carmelo había llamado a Sergio su representante para que le pidiera a Esme una de sus dos salas pequeñas para esa reunión. Le parecía un sitio más discreto para ello y cómodo. No quería quedar en un bar a la vista del resto de los clientes. Tampoco le apetecía quedar en casa. Intuía que no iba a ser una reunión solo con el padre de Esteban. Posiblemente, pensó, se acercaría también el chico y algunos otros de los que fueron ese día a la charla de Jorge.

-¿Estás bien Carmelo?

Flor lo miraba preocupado. Iba en el asiento del copiloto del coche. No hacía más que girarse y observarlo.

-No es obligatorio que te reúnas con ese hombre. – opinó ante la falta de respuesta a su pregunta.

-Se lo he prometido a Jorge.

-Él es el primero que si no estás seguro de ello, te diría que lo dejaras.

Carmelo suspiró resignado.

-Le he dicho que tengo que aprender a sobrellevar este tipo de situaciones. Él… quiere… protegerme, pero no soy un niño, Flor. Tengo ya treinta tacos.

-No se trata de una cuestión de edad. Si te afecta anímicamente… tú pasado no es como el del resto de nosotros.

-Ya, ya sé. Me vas a decir que muchos que pasaron por lo mío no están ya entre los vivos y por decisión propia.

-Por ejemplo.

-Pero si Jorge se mete en esos fregaos, yo no debo dejarle solo. Es una guerra que nos atañe a los dos. Y si se lo dejo todo a él, tú lo sabes, porque conoces lo que Jorge no me cuenta, se va a acabar volviendo loco. O le va a dar cualquier día un ataque. ¿No te has fijado como estaba ahora que apenas sabía que día era o le ha costado reconocer a Fer?

-Todos estamos pendientes de que eso no ocurra. Fernando, Helga, Hugo, Raúl, lo vigilan de cerca. Lo cuidan no solo en el aspecto de su seguridad. Fernando se ocupará ahora de que con calma, duerma un rato en la cocina y luego recupere poco a poco la consciencia total. Y si tiene que llamar a alguien para atrasar o cambiar un compromiso en su nombre, lo hará. Ya lo hemos hecho todos más veces. Bruno está pendiente en la oficina de sus cosas. Buscando siempre información que le ayude. Y creo que si un día lo ven mal, cualquiera de ellos tiene ascendiente con él para decirle: déjalo. Vamos a descansar.

-Ya me dirás que os ha dado a todos para que le tengáis tanto cariño.

Flor se sonrió.

-Lo mismo que nos das tú. Cercanía, autenticidad, respeto. Los dos nos habéis dejado vuestras casas para que podamos estar más cómodos. Los dos nos invitáis a comer o cenar, si vais a un restaurante. Os preocupáis por nosotros.

-Pero conmigo lleváis más de dos años. Con el dos meses.

-Es tu marido, Dani querido. ¿Estás celoso?

Carmelo soltó una carcajada.

-Lo mismo me dice Jorge. No se trata de eso. Pero me intriga… tú has venido conmigo desde el principio. Pero Fernando, Helga, Raúl, son nuevos.

-No te das cuenta de que lo mismo que ves en él, podemos ver los demás. Te cuento un secreto: cuando empecé a ir en tu escolta, la información que me pasaron era que tú y Cape erais pareja, que Jorge era un amigo, de los muchos que tienes, Biel, Álvaro, Arón, Martín, Mariola, Ester, Coronado, Mario, Óscar… el primer día que os vi juntos, tardé cinco minutos en darme cuenta que la verdadera pareja erais vosotros. Y entonces vuestros besos eran distintos, vuestros abrazos también, vuestra forma de mostraros al público. Eran gestos más comedidos que los de ahora. Pero vuestras miradas estaban ahí. Y esas no engañan. Jorge además, es un gran escritor que ha escrito grandes libros. Grandes personajes que han llegado a muchos de nosotros. Todos somos lectores suyos. Y en cuanto vas tres días junto a él, te pregunta, se interesa, te cuenta, te escucha. Y lo hace como si te conociera de toda la vida, con la mayor normalidad del mundo. Acepta la ropa que le deja Raúl, como el día de la notaría, y no se siente inferior o superior. Se la pone y luego, la lava y se la vuelve a poner. Y bromea con Raúl porque lleva su camisa o su americana. ¿Y sabes la vida que le da a Raúl ese detalle? ¿Sabes que un día que Raúl venía conmigo en su escolta me dijo: Deja que entre en esa tienda conmigo? Y le hizo probarse un ciento de cosas con la disculpa de que eran de la misma talla y a él le daba pereza. Y le compró un armario entero. Eso sí, con la condición de que si necesitaba un día que le dejara algo, lo hiciera. Hizo que la tienda le mandara todo a casa. Sin que se enterara él.

-¿Y esas excursiones que hace que no me cuenta?

-Eso querido, debes preguntarle a él. Lo mismo pasa al revés. Él no se entera por nosotros de las que tú haces.

Carmelo se echó a reír.

-Pero es que tengo la impresión de que se entera.

-No se entera, porque no quiere enterarse. No toma drogas ya, pero da igual. No quiere enterarse porque le da igual. Te ama. Y te amará sobre todas las cosas. Y le da igual tu vida… sexual. Aunque si sigues mostrándote tan celoso con él…

Carmelo se echó a reír.

-Pero es distinto. Yo siempre he sido así. Pero él… ha sido de un hombre solo. Y ahora, comprobar que existen posibilidades de que eso cambie…

-No te enteras de lo que no quieres ¿eh? Estabas en el bar de Ramona, el día de la visita a su barrio. ¿Qué decían los que lo conocían entonces? Que Jorge era un ligón. Antes de Nando, claro. Y después de Nando, no ha sido una ursulina tampoco. Y conoces a Aiden, le has visto más en los últimos tiempos que Jorge. Por cierto, eso tampoco se lo has dicho. Pero Aiden te ha contado cientos de veces que Jorge era un cazador en aquella época. Que era como tú, pero sin ser famoso. Que huía del compromiso. Y también te ha asegurado un par de veces, con y sin dos copas de más, que él mismo sigue amando a Jorge con toda su alma.

-Eres una cabrona. Solo me recuerdas lo que he vivido yo. No se te escapa nada de lo que has vivido con Jorge.

Ahora fue Flor la que se echó a reír.

-Tú piensa que lo mismo pasa al revés. ¿O quieres que le vaya a contar a Jorge…?

-No, no, deja.

-Ya estamos, chicos – anunció Silvia, que iba al volante.

-Venga, al loro.

-Anda, mira. Pólux y Gaspar. Dos viejos amigos. Si ya te decía yo que esta reunión al final va a ser casi pública. Eso ha sido Jorge que les ha llamado para que me apoyaran.

-Hace tiempo que no los ves. Te caen bien. Y si ha sido Jorge, es que piensa que te va a venir bien. Jorge te cuida. A pesar de que intuya tus aventuras sexuales. ¿Vamos?

-Sí, sí, salgamos. Será mejor. Porque veo que eres del equipo de Jorge. Mira, si está Alan.

-Él se queda contigo ahora. Yo te abandono de momento. Y no te olvides de comer. Y no, no voy a entrar a discutirte esa afirmación que has hecho. Sé que no la sientes.

-Que sepas que por tu marido, que me cae bien y por tus niños. Que si no, serías una de esas aventuras para que no se enterara Jorge.

-Haría falta que yo quisiera, no te jode – Flor había puesto un gesto de “¡Qué te piensas tú!”

-Y respecto a lo de comer, eso es a Jorge al que debéis recordarle.

-¿Quieres que te recuerde…?

-¡Calla anda! ¿No tenías que irte?

Carmelo salió del coche y dio un beso de despedida a Flor.

-¿Vamos? – Alan le hizo un gesto con la cabeza en dirección a la librería.

-¿Te has teñido? – preguntó Carmelo.

-Para parecerme más a ti – bromeó el policía.

-Tú lo que pasa es que te has enterado que Jorge es amante de los rubios y te has dicho: ésta es la mía. A por el escritor. Te recuerdo que es mío.

Flor se echó a reír a carcajadas.

-Me has pillado, joder. Pero tranquilo, ya me ha visto así, y ni me ha mirado.

-Eso tampoco me lo creo – dijo Flor. – Os dejo.

-Vamos Carmelo, no nos quedemos más aquí parados – Alan se puso serio.

Carmelo sonrió al acercarse a los chicos. Pólux corrió hacia él para abrazarlo.

-Cuanto me alegra verte bien. Nos asustamos cada vez que vemos esos bulos por internet de que os ha pasado algo. Nos da palo llamaros por no molestaros.

-Pues ya ves que no nos ha pasado nada. Y Jorge también está bien. Y podéis llamarnos cuando queráis. O si te da palo, manda un mensaje. Para eso os dimos los teléfonos.

-Eso ha dicho cuando ha llamado a Gaspar.

-Gaspar, ¿que te pasa? Parece que estás enfadado conmigo. No me has abrazado.

-No estoy enfadado contigo. Lo estoy en general. Ayer me torcí el tobillo y me molesta. Parezco un puto inválido.

-No quiere usar muletas.

-Ya te tengo a ti. No me apaño con las muletas. Mira, Dani, tengo el tobillo como una bota.

-Pero eso es cosas de un par de días si no haces el tonto.

-Si éste y Chacho no me dejan moverme en casa. Me atan al sillón.

-Que exagerado. Encima que le tenemos a cuerpo de rey. ¿Qué quieres rey de la casa? ¿Quieres una chocolatina? ¿Quieres un vasito de agua? Y no cito otras cosas que a lo mejor te escandalizas.

-Lo que hay que oír. Encima de jodido, se burlan. No sabes lo que duele, joder.

-El tío se desmayó. Menudo susto me dio el jodido.

-Tú di que sí. Que te mimen. Aprovéchate. – le recomendó Carmelo.

-Venga. Ahora vas a ir del brazo de los dos. ¿Qué te parece?

-¿Ya sabéis que cada vez os parecéis más? De espaldas no os reconoce nadie. Cuando estabais abrazados os lo juro, parecíais gemelos.

Pólux fue a negarlo, pero Alan y Silvia asintieron sonriendo.

-No lo niegues, Pólux. Es así. – le dijo Alan.

-¿Os conocéis?

-He ido con Jorge las últimas veces que han quedado – explicó Alan.

-Ya te digo que no me entero de nada – se quejó Carmelo sonriendo. – ¿Y como vosotros por aquí?

-Te estábamos esperando. Jorge nos llamó para pedirnos que te acompañáramos.

-No vinisteis a la charla. Jorge os echó de menos.

-No nos dejaron pasar. Llegamos tarde y nos dijeron que estaba lleno. Vimos a un compi que también iba a asistir. Nos dijo que dentro había un par más de colegas. Nos fuimos, sabíamos que la charla se iba a alargar.

-¿Conocemos a vuestro amigo?

-No. Creo que no. Es tímido. Si hubiera podido entrar se hubiera sentado en la última fila y no hubiera abierto la boca. Luego nos enteramos que también estuvo Martín y que todos salieron encantados de la reunión. Una pena porque todavía no lo conocemos. No coincidimos nunca.

-Un día si os parece, podéis invitarlo y tomamos algo con él. Y le digo a Martín que se una. Vamos dentro. Me imagino que ya estarán las personas con las que hemos quedado.

Entraron en el local que albergaba las salas de reuniones de la librería. Solo había una abierta. Se encaminaron hacia ella. Carmelo enseguida se dio cuenta que había alguien. Esteban y su padre ya habían llegado. Junto a Esteban estaba sentado un joven que a Carmelo le pareció que no estaba muy bien.

-Mira Ciro, mira como es verdad. Es Carmelo del Rio. – era Esteban el que le hablaba muy despacio y en voz baja.

Gaspar se quedó parado de repente mirando al joven desconocido. Se soltó de los brazos de Carmelo y Pólux y fue hacia él. El tal Ciro se levantó y se acercó y lo abrazó. Lo hizo tan fuerte que para el resto fue evidente que le hizo daño. Gaspar no se quejó. Seguía abrazando a Ciro que no hacía más que llorar convulsivamente.

-Pensaba que habías muerto – le dijo Ciro a Gaspar. – Decían que eras un héroe porque tu corazón seguía latiendo en el cuerpo de un gran científico.

-Me libré.

-¿Germán?

Gaspar asintió.

-Me sacó por los pelos.

-Alguien daría su corazón en tu lugar.

-O lo encontraron por los cauces normales, eso no se puede saber – dijo el padre de Esteban.

-¿Y tú? ¿Cómo estás?

Ciro se encogió de hombros.

-Tengo trabajo. Vivo en una pensión. No me quejo. No salgo mucho, me asusta la gente. No me gusta que me toquen, salvo pocas personas. Tú, por ejemplo. Estoy vivo, no me quejo.

-Hola Ciro. Soy Pólux.

-El dios Pólux. Hoy parece que dos de los mejores dioses han venido a vernos.

El tono de Ciro era claramente ofensivo. Agresivo. Parecía enfadado permanentemente. Era evidente que odiaba a los dioses de esa organización. A Carmelo no se le escapó ese detalle y no dudó en contestar.

-Te prometo que tanto Pólux como yo te hubiéramos cambiado el puesto. – había sonado a reproche, pero Carmelo le dio a su voz un matiz amigable para que el joven no se sintiera ofendido.

Ciro puso un gesto que indicaba que no se lo creía en absoluto.

-¡Eh! Tío. Ninguno tenemos la culpa – le dijo Esteban – lo hemos discutido muchas veces. Solo la tiene esa gente.

-Pero ellos les cuidaban, eran adorados. Pagaban millones por estar con ellos. Los demás éramos putos perros.

-No te dejes engañar, Ciro – le reconvino Gaspar. – Pólux es la mejor persona del mundo. Y te puede enseñar su cuerpo, a ver si eres capaz de encontrar un centímetro que no tenga una cicatriz o una quemadura mal curada. Cada hueso de sus piernas y sus brazos se ha roto al menos dos veces. Los dedos. Mira su dedo meñique. Apenas puede moverlo. Mira el índice de la otra mano. No lo puede poner a la misma altura que el resto. Y tiene las mismas pesadillas que tú o yo. Yo le he visto “trabajando”. Tú no coincidiste con él. Y sé las cosas que le hacían. Alguno se jactaba de que le estaban probando a ver si aguantaba lo mismo que el dios Dani. Las hostias que le dieron… – Gaspar no pudo seguir porque se le había roto la voz de la emoción que le producían esos recuerdos. – Y luego, cuando nos quedamos los dos solos, mientras le curaba el agujero y le limpiaba algunas heridas, solo se preocupaba de lo que me habían hecho a mí. Eso que te voy a contar, a lo mejor ni se acuerda Pólux. Nunca lo he contado. No sé si ese día o al siguiente, estuvimos una semana encerrados con esos bestias, y eran lo más de la judicatura y de no se qué monsergas más, les apeteció usarme para follarme el culo mientras me metían la cabeza en el agua y comprobaban cuando aguantaba. Os ahorro como lo querían comprobar. Me aterra el agua, ahogarme y esas cosas. De hecho, no me baño en un río o en el mar ni por todo el oro del mundo. Pólux lo sabía y me apartó tirándome al suelo y les dijo: eso es un juego para un rey hecho dios. Diréis: pues que chulo. Pero sin esa tontería no les hubiera convencido. Y me apartaron y él asumió mi rol en el juego. No fue la única vez que se ofreció para sustituirme o para hacerlo con otro compañero.

-Eso es imposible.

-Ya te digo que lo es. Y pagarían decenas de miles de euros por “jugar”, con ellos. Pero el resultado era el mismo que con el resto: Palizas, sexo no agradable, humillaciones… y sus cuentas corrientes, como las nuestras, inexistentes. Carmelo porque era actor, y aún así, tuvo que pleitear con sus padres para recuperar parte del dinero que él había ganado.

-Y lo de las pesadillas, eso no las tenéis. Dormís bien… yo no puedo…

-Porque nosotros hemos aprendido a controlarlas – le dijo Carmelo. Esteban asentía con la cabeza.

-Ciro, sentémonos. Vamos a hablar todos. Mira, nos han traído algo para comer.

Gaspar se sentó al lado de Ciro, cogiéndole la mano. Se la acariciaba continuamente. Eso parecía que lo estaba apaciguando. Carmelo tuvo claro que los dos habían compartido muchas cosas. Ese Ciro estaba lleno de odio. Los únicos que parecían que no eran objeto de él, eran Gaspar y Esteban.

-¿Se puede?

Carmelo sonrió al mirar hacia la puerta. Había reconocido la voz al instante: Era Martín.

-Claro. Pasa.

-Vale. Esteban, te veo guay.

Martín fue decidido a saludarle.

-Ciro, mira, éste es Martín. Te he hablado de él. Es el sobrino de Jorge Rios. Martín, éste es mi amigo Ciro.

El aludido le tendió el puño para saludarlo. Pero Martín se agachó y lo abrazó. Se separó de él y le miró a los ojos. Carmelo observaba la manera de actuar de Martín. En esas circunstancias, no podía negarse que Martín había observado a Jorge desde que lo conocía. Era la misma forma de mirar, de abrazar, de sonreír. A su estilo. Pero la esencia estaba. Ciro no pudo evitar abrir la boca de la sorpresa. Y tampoco pudo dejar de mirar a los ojos de Martín. Al cabo de unos segundos, soltó un suspiro, como si se hubiera relajado. Martín sonrió.

-Eres guay, no te olvides de ello. Y aquí, en esta sala, todos somos tus amigos y todos te entendemos. A mi tío Jorge, le gustará conocerte cuando te parezca bien.

-No soy nadie para que quiera conocerme.

-Eres uno de sus chicos – le dijo Pólux. – Martín, encantado de conocerte. Dani y Jorge nos hablan continuamente de ti. Una lástima que no hayamos coincidido hasta ahora.

-Guay.

Martín abrazó a Pólux. Luego lo hizo con Gaspar.

-Tú debes ser Gaspar.

Luego le tendió la mano al padre de Esteban.

-Creo que nos vimos de lejos el día de la charla. Pero no sé tu nombre.

-Amador. Quería darte las gracias. Esteban me ha contado que le ayudaste mucho en esa charla cuando tuvo un pequeño bajón.

-Na. Fue solo un abrazo. A veces es la mejor medicina. Lo aprendí de Dani y Jorge. Sus abrazos son los mejores.

Carmelo le sonrió agradecido.

-Creo que no solo fue eso. Fue tu capacidad de meterte dentro de su alma. Como has hecho ahora con Ciro.

-No tengo mérito. Se lo he visto hacer a mi tío desde que era un niño. Él lo hacía conmigo, cuando me ponía nervioso. De peque me ponía nervioso por mil cosas a cada segundo.

-Y de no tan peque – bromeó Carmelo.

-No hace falta entrar en detalles, que ahora tengo un prestigio que proteger, soy un personaje público – le dijo en tono de “pero de que vas tío”. Luego guiñó el ojo y Carmelo se echó a reír.

-El otro día Esteban nos dejó de una pieza cuando nos contó como te pusiste malo aquel día. – Martín tomó la iniciativa en la conversación.

-Sigo teniendo vértigo. No me lo curé con esa experiencia. Me dio un micro-infarto. Me lo dijo el médico al día siguiente. Esteban se puso muy serio y me obligó a ir.

-Le dije que ahora que había encontrado alguien que me cuidara, que se preocupaba por mí, no quería perderlo. Si yo estoy aquí, vivo, es por dos cosas: por los libros de Jorge y por ti, papá.

-Yo he tenido suerte también – dijo Gaspar. – Pólux y su tío me vinieron a buscar al refugio dónde me había dejado Germán. Y me pidieron que me fuera con ellos.

-Una pena que Germán no nos salve a todos.

-¿Tú un día saliste por la puerta y ya está?

Ciro se encogió de hombros.

-A todos nos ha ayudado alguien – Esteban le miraba con dulzura.

-Debes dejar de tener miedo a confiar en la gente que te quiere – le dijo Martín poniéndose en cuclillas frente a él. – Esteban te quiere. Gaspar yo creo que es un buen amigo que ha compartido muchas cosas contigo en ese sitio. Solo tienes que dejarte llevar y dejarte querer por Esteban.

-Me repele el contacto físico.

-Gaspar te está acariciando la mano y no te sientes mal. Porque no has pensado en que te iba a repeler. Haz lo mismo con Esteban. Yo creo que él te quiere. Por eso te ha pedido que le acompañaras a él y su padre al encuentro con Carmelo.

El aludido se encogió de hombros. Gaspar levantó la mano de Ciro y la besó.

-Amador, me gustaría que nos contaras como fue lo tuyo con Esteban.

El aludido miró a Esteban y éste le sonrió y asintió con la cabeza.

-No creo que sea tan distinta mi historia con él como otras que hayáis escuchado. No la he contado a nadie. Son cosas que no se pueden ir diciendo, claro. A lo mejor me viene bien – Amador cogió el vaso de limonada que se había servido y le pegó un gran trago. – Mi marido murió hace cinco años tras una enfermedad larga, dolorosa, agotadora. Cuando esa lucha de años acabó, me quedé vacío. Estuve unos meses en que no era capaz ni de ocuparme de las cosas más sencillas de la vida. Mis hermanos se ocupaban de todo, hasta de comprarme el pan. Fijaros a lo que llegué.

-Yo si perdiera a Jorge, me quedaría así. No sería capaz de hacer nada. Te entiendo.

-Un amigo, sabes, me propuso al cabo de mucho tiempo ir a una fiesta que daban en … en la casa de unos amigos suyos. No quería pero al final, no tuve fuerzas para negarme. Me dijo eso de “Ya verás que chicos”. No le di importancia. Pensé que era una de esas fiestas a las que iban actores y cantantes e influencers. No he sido nunca de chicos llamativos. Quiero decir, me han gustado hombres normales, que me conquistaran por otras cosas que no por su belleza.

-Tu marido era muy guapo – dijo Esteban sonriendo.

Amador sonrió emocionado. Asintió con la cabeza. Fue a explicarse, pero no pudo. Respiró hondo un par de veces y siguió con su historia.

-Llegar a esa fiesta y encontrarme con los músicos que tocaban en una esquina, desnudos. Los camareros, desnudos. Algunos otros chicos atados a una especie de potros, bien abiertos y lubricados por si alguien quería “descargar”, como decía mi amigo. Otros, siendo los juguetes de un grupo de gays reprimidos dispuestos a castigar a los gays que no tienen problemas con su sexualidad.

Amador miró a Esteban. Éste le sonrió y afirmó con la cabeza. Parecía que le estaba dando permiso para contarlo.

-La verdad es que no me sentía cómodo. Por no decir que me daba vergüenza estar en esa finca con todos esos chicos a disposición de la gente. Había unas normas que no sé si todos habían escuchado al entrar, porque a uno de los músicos uno de los invitados le estaba dando con una fusta. Y eso no se podía hacer. Esos juegos, en el caso de los músicos y los camareros eran de pago. Y cuando hubieran acabado su trabajo, por así decir. El resto de los juguetes, eran gratis. “Gratis” entre comillas. Pero ya se sabe, parece que queremos lo que no tenemos. El caso es que estaba pensando como irme de allí sin recurrir a mi amigo, ya que había venido en su coche. Luego supe que había taxis para los que deseaban volver a su casa. Eso no lo sabía en ese momento.

Amador sonrió a Carmelo que le había acercado otro vaso de limonada. Le pegó un trago y pareció gustarle.

-El caso es que mi amigo apareció de repente llevando en una correa a un joven que iba a cuatro patas, con un bozal y un plug en el culo a modo de rabo. El chico movió el culo para indicar que estaba contento de verme. Todo eso lo vi, pero en lo que me fijé fue en sus ojos. Me parecieron maravillosos. Brillantes. Seguía moviendo el rabo como hacen los perros, pero sus ojos estaba acuosos. Luego me fijé que alguien le había dado bien con algún látigo.

-Este perro es solo para ti. – me dijo mi amigo.

-Me indignó. Pero el perro empezó a ladrar y se me puso las manos en el pecho. Parecía que quería sacar la lengua por entre el bozal. Se lo quité y me empezó a lamer por donde podía. Se comportaba como un perfecto perro. Aunque yo seguía mirando sus ojos suplicantes.

-Puedes hacer lo que quieras con él. Hasta mañana es tu perro. Te he invitado yo.

Todos estaban pendientes del relato de Amador. Carmelo de vez en cuando miraba a Esteban que también escuchaba a su padre. Carmelo pensó en que encontraría a un joven avergonzado, porque para todos era evidente quien era el perro. Pero no. La mirada era de amor y de agradecimiento. Y de orgullo.

-Lo de que me había invitado, luego me enteré que se refería a que había pagado él por disponer de un perro para mí toda la velada. Me tendió la correa y ahí me quedé, mirando como se alejaba. Pero el perro tiró de mí y me llevó a una parte de la casa llena de reservados. Algunos tenían una señal roja en la manilla. El fue a la primera verde que había, se volvió a erguir, la cogió con la boca, le dio la vuelta para poner el color rojo, luego abrió la puerta de nuevo con la boca y tiró de mí hacia el interior. Se giró para cerrarla y ahí, se echó a llorar.

Pólux movía la cabeza negando. Esas situaciones, el tener que contar o escuchar sus experiencias en esas fiestas, eran las que pretendía evitar la capacidad de sentir en la mirada de los compañeros que a muchos de ellos les había inculcado Germán o Tirso. Martín tenía un gesto serio, pero impasible. Podía parecer que pasaba de lo que estaba escuchando, pero Carmelo sabía que estaba utilizando sus dotes actorales para no derrumbarse. Ciro miraba con dulzura a Esteban. Era la primera vez en todo el tiempo que lo conocían que su gesto se había relajado. Ahora sí, era evidente su amor por Esteban, amor que reprimía porque pensaba que no iba a ser capaz de llevarlo a buen término, tal y como se merecía.

-Me agaché y le quité los arneses que llevaba y el collar con la correa. Fui a sacarle el plug, pero vi que le iba a hacer daño. Busqué con la mirada y vi un bote de lubricante. Me agaché de nuevo, y le masajeé el agujero con los dedos bien impregnados del gel. Al final se lo conseguí sacar sin hacerle demasiado daño. Volví a masajear el agujero para que no se irritara. Era de un tamaño considerable. Le debía haber hecho mucho daño mientras lo llevó puesto.

Levanta, y nos tumbamos en la cama”.

Él pensó que quería tener sexo con él. Y pareció conforme. Hasta pareció que le apetecía. Nos tumbamos los dos y me besó. La verdad es que ese beso me hizo sentir bien. Era el primer beso desde que faltaba mi marido. Pero no era eso lo que quería de él. Le separé y le acaricié la cara.

-No quiero eso. No sé como te llamas.

-Esteban.

-Yo me llamo Amador. Quiero que seamos amigos. Quiero que me cuentes. Quiero saber como has llegado hasta aquí.

-Estuvimos toda la noche hablando – Esteban retomó el relato porque Amador se había vuelto a emocionar. – Él vestido sobre la cama y yo desnudo rodeando con mis piernas su cuerpo. Él me acariciaba y me escuchaba. De vez en cuando bromeaba conmigo, haciéndome reír. Le dije varias veces que si quería tener sexo conmigo, yo encantado. Por alguien que me trataba bien, me apetecía de verdad. Y estaba a veces hasta excitado de verdad, no era una respuesta a las enseñanzas que nos habían inculcado. Me preguntó si quería comer algo. Le dije que lo pidiera por un interfono que había. “pero cuando vengan a traerlo, mejor es que me vean atado a la columna y con el culo rojo”. Hizo lo que le pedí y me ató a la columna. Me dio unos azotes para que mi culo tomara color. Me pellizcó los pezones y me mordisqueó los labios. Cuando el camarero trajo el pedido, pareció satisfecho de lo que vio y dejó la bandeja con el pedido en la mesa que había para ello. Cuando se fue, me soltó y comimos. Luego estuvimos toda la noche tumbados en la cama, hablando. Amador puso un vídeo de sado, para que si alguien estaba pendiente, escuchara que nos poníamos a tono. Y al final, nos quedamos dormidos.

-Cuando me fui, me dolió dejarlo allí. Pero no sabía que hacer. Me imaginaba que no era cuestión de decir: Esteban, vístete y vente conmigo. La gracia de esas fiestas era que se trataba de menores. Aunque Esteban ya no lo era.

-Mi aspecto seguía siendo aniñado. Germán me indicó que debía aprenderme una nueva fecha de mi nacimiento. A los mayores de dieciocho, les echaban o los vendían como ganado a algunas granjas o vendían sus órganos para trasplantes.

-A mí me iban a quitar el corazón – dijo Gaspar.

-Ese cambio de la fecha de mi nacimiento, le daba tiempo a prepararme una salida.

-Empecé a ir a esas fiestas siempre que podía. La entrada era cara, cinco mil euros más gastos. Si entraba en un cuarto, mil euros más. Si pedía comida, pues otros mil euros. Si pedía un chico en especial, dos mil más. Yo iba siempre con la condición de que estuviera el perro 2599 y que lo quería para mí.

-A partir de la segunda vez le tuve que decir que me pegara más fuerte que esa pantomima que hicimos la primera noche. Y que debería follarme de verdad. Dependiendo de que guardeses estaba a nuestro cargo, nos hacían reconocimientos físicos. Si no tenía marcas o semen en el culo o irritado el ano de la fricción, no les gustaba.

-Empezamos a hacer uso de dildos.

Carmelo supo que en eso, Amador mentía. Seguramente habría acabado por hacer el amor con Esteban. Aunque de eso, seguramente no se sentía orgulloso y en todo caso, habría consentido por ayudar al joven.

Una noche, antes de que me trajeran al perro 2599, se acercó Germán. Me dio un papel a escondidas. Quería que nos viéramos al día siguiente en el parque del Oeste. Ahí me propuso que si de verdad quería al chico, lo sacara de allí. Me explicó que la única forma no peligrosa para nadie es que lo comprara. Como ya estaba a punto, según la fecha de nacimiento que figuraba en los archivos de la red esa, de cumplir dieciocho, para evitar problemas, era mejor proponer una salida antes de que a alguno se le ocurriera otras, como pegarle un tiro o vender sus ojos y sus pulmones, o llevarlo a una granja para que tirara de los arados como si fuera una mula.

Carmelo no pudo dejar de pensar como había sido posible que le dejaran en paz a él. Que él supiera, después de que Jorge le sacara de allí a tortas, no había vuelto a ir a esas fiestas. Después vino el olvido. Otro misterio.

-No me lo pensé demasiado. En la siguiente fiesta lo hablé con Esteban. Le dejé claro que iba a ser su padre. Que lo iba a cuidar como un padre de verdad, un padre de los buenos.

-No os voy a mentir a vosotros. Esto no lo digo a nadie, claro. Si me hubiera dicho que quería casarse, hubiera aceptado. Quiero a este hombre. Siendo su marido, o su amante, hubiéramos tenido sexo. Ahora no lo tenemos. Pero lo quiero igual. Es un amor profundo. Y él ha sido el mejor padre que se puede ser. Y lo quiero con locura. No me cansaré de decirlo. Por eso, el día de la barandilla, cuando le dio el siroco, creí morir. Si le hubiera pasado algo, me hubiera tirado al vacío.

-No digas eso, Esteban. No me gusta. Un día moriré. Es ley de vida. Y tú tienes toda una vida por delante. Ciro aprenderá a amarte y dejará que tú le ames como él se merece, como los dos os merecéis. Ahora tienes a dos nuevos amigos, Pólux y Gaspar. Conoces a Martín, a Carmelo, a Jorge. Ellos te ayudarán si lo necesitas. Se lo noto en la cara.

-Pero morirás a los noventa. Antes no es negociable.

-Lo bueno que tuvo lo del siroco, es que avanzamos en muchos temas. Por el que dirán, no me atrevía a abrazarlo, a darle besos. A acunarlo si era preciso en las noches de pesadillas. Le di muchas vueltas antes de darle los libros de Jorge. Él ya los conocía, porque Germán se los daba a todos, pero no los quiso leer, porque no le gustaba. O por un gesto de rebelión. Volvimos a hablar de todo aquello que había vivido. Con calma.

-Nunca me ha juzgado. Es lo bueno. Y debo agradecer que se gastara una millonada en sacarme con vida de ese sitio.

-¿Cuanto pagaste?

-Medio millón. Más gastos. Tuve suerte, porque me buscaron un abogado fuera de sus… acólitos. Sé de otros que de abogados, pagaron más casi que por la compra en sí. Y aquí no ha habido, como en otros casos, que al año vinieran haciendo chantaje y queriendo cobrar otro tanto por no abrir la boca.

-¿Puedo preguntarte quién fue el abogado?

-Si es amigo tuyo. Y de Jorge, según he leído. Óliver Sanquirián. Lo reclutó Tirso. Por eso le echaron de ese bufete. Porque no quiso darles nuestros expedientes para que nos extorsionaran.

Martín miró a Carmelo. Le había cambiado la cara. Se levantó de un impulso y fue a abrazarlo.

-Ese Oli parece buena gente. Guarda bien los secretos. Y le da igual arruinarse por proteger a sus clientes. Parece buen tío.

-Ya, pero podía haberme contado algo…

-Debe guardar el secreto. Ya sabes el dicho:… – pero Martín no pudo acabar.

-Lo que no quieres que se sepa, no lo digas en voz alta, no lo apuntes en ningún sitio. – acabó Carmelo la frase.

Martín le dio un beso.

-Hermano. ¿Sabes que te quiero?

Todos se echaron a reír. La cara que había puesto Martín invitaba a ello.

-¿Y tú quieres dejar de copiar a tu tío Jorge? – se burló Carmelo.

-Yo solo le copio las cosas que dan buen resultado. – respondió Martín todo digno.

-Eres un cabrón, ¿Lo sabes?

-El insulto es el recurso de los necios.

-Hay días en que me pregunto por qué te tengo tanto cariño. No lo entiendo. Ahora mismo te estrangularía y eso me haría feliz.

-Os lo juro que parecéis hermanos en una riña familiar. – les dijo Amador con gesto de asombro. – Y encima como os paceréis tanto… tenéis gestos iguales…

El teléfono de Carmelo empezó a sonar.

-Contesta, contesta. Mi tío te llama para defenderme, seguro. Habrá percibido tu intento de maltrato – Martín le sacó la lengua. A duras penas se estaba aguantando la risa.

-Está claro Jorge que hoy te vas a quedar sin sobrino. Te anuncio que me voy a cargar a Martín de un momento a otro y lo congelaré.

-Si lo haces por recuperar los calzoncillos que le has regalado, ya te compraré yo algunos. No merece la pena que te manches las manos.

Todos habían escuchado la respuesta y la carcajada general no tardó en llegar.

-Que bobo eres. ¿Tan transparente soy? – Carmelo decidió seguir con la broma – Dime, anda.

-Antes de nada, saluda a todos de mi parte.

Jorge le había llamado para que acudiera a la cena con Nuño. Le explicó a grandes rasgos lo que había pasado.

-¿Y dices que va a tocar el violín con Sergio? Entonces…

-Escribe a Christian para que lo grabe. A lo mejor lo podemos utilizar para nuestros fines.

-Me pongo a ello. Luego te veo. Si llego tarde me disculpas con los demás.

Carmelo hizo un gesto al resto para disculparse por la interrupción.

-No he podido evitar… ese Nuño… con el que vais a ir a cenar… dices que toca el violín.

-Sí. Es una especie de diva de la música clásica. Lleva meses sin tocar. Tiene depresión.

-No será Nuño Bueno…

Carmelo se quedó sin saber que responder. Estaba seguro que Jorge le había dicho el nombre completo pero no lograba acordarse del apellido. Martín fue en su auxilio y le pasó su teléfono con una foto en la pantalla.

-Joder, sí que es clavado a Javier. Es Nuño Bueno, sí, Pólux. No lograba acordarme. Martín ha buscado la foto… Jorge nos contó que ese Nuño era el doble de Javier, el comisario de policía que se ocupa de nuestro caso. Y es claro que son dos gotas de agua.

Pólux hizo un gesto con la cabeza. Parecía que ese nombre le había traído recuerdos no muy agradables.

-¿Y si nos lo cuentas? – Martín se lo quedó mirando.

-No creo que sea el momento, ni el lugar.

-Puedo contar yo cosas de ese músico. Mi marido trabajaba en el mundo de la música clásica. Le oí comentar muchas cosas. Es hijo además de un juez importante.

Todos se giraron hacia Amador. Pero éste solo miraba a Pólux. El gesto de éste era serio. Imperceptiblemente señaló a Ciro y Gaspar con la mirada.

-Aunque quizás Pólux tenga razón y no sea el momento. Además seguramente son tonterías.

Carmelo fue a decir algo, seguramente en un tono de bastante enfado. Pero una mirada de Martín, consiguió sosegarle.

-¿Y como fueron vuestros primeros meses de convivencia? Esteban ¿Te costó acostumbrarte a esa nueva vida? Le he oído a mi tío que algunos chicos que salen de esa organización, siguen durante meses creyendo que el sexo es la solución para todo.

Esteban se sonrió.

-Pues algo de eso me pasó. Y me metió en algún que otro problemilla.

-Te escuchamos – le invitó Carmelo.

-Pues…

Necesito leer tus libros: Capítulo 67.

Capítulo 67 .- 

.

Cuando Jorge abrió los ojos esa mañana, hubo un momento en que se sintió desorientado. Esa sensación solo la había tenido antes de la pandemia, cuando en los viajes de promoción de sus libros, visitaba cada día una o dos ciudades y muchas mañanas, al despertarse en una nueva habitación de hotel, no se acordaba ni siquiera de en qué ciudad estaba.

Alargó el brazo para abrazar a Carmelo pero no lo encontró. Se incorporó asustado. Encendió la lámpara que tenía en su lado. En la cama, estaba todavía la silueta de su rubito. Se agachó para oler la almohada y pudo distinguir todavía el perfume que solía utilizar Carmelo en comunión con el olor de su piel que le daba un aroma único y que Jorge era capaz de reconocer en cualquier circunstancia.

Poco a poco fue aclarando su cabeza. Sentir de alguna manera a Carmelo estaba haciendo que se centrara. Lo único bueno que había tenido ese despertar era la seguridad de que esa noche había tenido un sueño profundo, largo y reparador. Se sonrió pensando que estaba tan poco acostumbrado a esos sueños tan… totales, que tenía la sensación de haber perdido la memoria. Haberla perdido una vez más.

Volvió a tumbarse con la vista fija en el techo. Alargó la mano hacia la parte de Carmelo acariciando las sábanas de esa zona de la cama. Ya no estaban calientes, ya solo podía distinguir ese suave aroma a él, pero era suficiente para tener la sensación de sentirlo a su lado.

El viaje de vuelta desde Salamanca había sido tranquilo. Apenas había hablado con nadie de los que le habían llamado durante todo el día. Con Javier al llegar a Salamanca. El resto de llamadas que tuvo no las respondió. Fernando se había encargado del teléfono una vez más. Tres temas se alternaron en su cabeza: Carmelo, ese chico, Nabar y su encuentro con Javier, y su reciente charla con la madre de Sergio, su antigua amiga “la Guevara”.

Sobre la última de las cuestiones, debería todavía meditar con tranquilidad. La entrevista había sido tan distinta a todas las posibilidades que se había imaginado que… era pronto para sacar conclusiones. Además, todo lo sucedido echaba por tierra sus ideas preconcebidas. Parte de ellas, al menos. Ideas basadas en teoría en su experiencia. O lo que él pensaba que era su experiencia. Pero ésta parecía estar viciada. O quizás él se había obsesionado con una forma de ver las cosas y la había convertido en verdad absoluta. Sin prestar atención a otras posibles interpretaciones. Ese era otro de los temas que debía revisar. Para todo ello necesitaría unos días. Cuando se sintiera preparado, escribiría sobre ello. Otro de sus Episodios Nacionales. Esa siempre había sido su forma de centrar un poco la cabeza. Mientras pensaba sin un teclado delante, sin un bolígrafo en la mano y una de sus molesquines, los argumentos, las conclusiones no se tornaban definitivas. Además, muchas veces en esos casos, tenía una idea al sentarse y empezar a escribir, y el resultado era completamente distinto. En algunas ocasiones era incluso absolutamente opuesto. Su forma de razonar cuando escribía era distinta a la que tenía sin esa actividad de por medio.

Pero lo que más le urgía a Jorge esa tarde anterior, era el tema de Carmelo.

Habían intentado, al acabar la entrevista con Nati Guevara, llamar a Flor para enterarse exactamente del estado de su rubito. Pero no le cogió el teléfono. En cambio, fue Helga la que le llamó al cabo de unos minutos.

-Está bien. Ha bebido mucho. Flor está cuidando de él. Vamos a casa.

No preguntó más. No quería poner a Helga en un compromiso. Solo la dijo que tardaría en llegar algo más de dos horas.

-Fernando, con tranquilidad. No tenemos prisa.

Éste le miró preocupado.

-Nada, no te preocupes. No pasa nada. Solo que no he estado atento a lo importante. Ahora hay que dar tiempo a que todo se ponga en su sitio y se asiente. Y si ves un sitio agradable para tomar un refresco, os invito.

Al final en el viaje, después de una parada para tomar el refresco prometido en el pueblo en el que estaba Javier con ese chico, acabó quedándose dormido. Fernando le despertó cuando apenas quedaban diez minutos para llegar a casa.

-Así te da tiempo a quitarte la cara de somnolencia. – bromeó con él.

-¿Cuando sales de turno?

-En cuanto lleguemos. Está Alan ya esperándote con otro equipo.

-A lo mejor podías hacerme un favor. Ya sé que es abusar de tu confianza.

-Dime.

-¿Te irías a echar un vistazo a Rubén al hospital? Y de paso a preguntar un poco por allí. Sin que sea nada oficial. Ya que vamos sabiendo cosas de él…

Nada más acabar de hacer la propuesta, Jorge se arrepintió. Aunque Fernando se había convertido en poco tiempo en una persona muy cercana, no tenía derecho a ponerle en ese compromiso de indagar para él, sin que mediara instrucciones de sus jefes. Fue a decirle que olvidara lo que le había pedido, pero el policía no le dio opción.

-Claro. Como mañana volveré a estar a tu lado, te cuento. Tranquilo. Hablamos de lo que pongo en el informe.

-Gracias por todo – le dijo al llegar a su casa.

Se despidió de él con un beso en la mejilla. Y del resto de sus compañeros. También saludó a Alan y los que iban a estar de guardia esa noche. Flor y Helga le esperaban en el portal.

-Ya está mejor – le dijo Flor después de saludarse. – Creo que de parte de lo que ha pasado hoy no se acuerda. Ha dormido un par de horas sentado en tu butaca. Creo que necesitaba sentirte cerca de alguna manera.

-Gracias por cuidarlo. Se lo dices al resto.

-Tranquilo, todos lo sabemos.

.

-Dormilón. ¿No piensas levantarte en toda la mañana? Que sepas que llega una invasión de amigos para empezar a preparar lo de Pasapalabra.

Carmelo estaba en la puerta de la habitación. Para su sorpresa, no estaba desnudo, ni siquiera en calzoncillos; vestía uno de sus chándal viejos. Tanto las mangas como los pantalones le quedaban un poco cortos. Le hizo un gesto y Carmelo se acercó a la cama. Se inclinó sobre él y lo besó.

-Venga, levanta. Te he preparado el desayuno.

Carmelo tiró de él. Jorge pensó en resistirse y obligarlo a tumbarse un rato a su lado, pero tuvo la sensación de que la mañana había avanzado demasiado. Por la luz que entraba a través de la puerta, debían ser más de las diez de la mañana. Así que se dejó ayudar para levantarse y con el impulso se abrazó a su rubito.

-Perdona, es que me he mareado un poco – bromeó al abrazarse a él. – Ver a mi lado a un tipo tan guapo como tú, me ha hecho perder la cabeza.

Carmelo lo besó en los labios sonriendo.

-En cambio, yo no he sido capaz de ver en esta habitación a nadie tan atractivo como tú, escritor. Ponte una chaqueta, no quiero que te quedes frío.

Enseguida se unieron a su desayuno algunos de los ayudantes de Carmelo para preparar la merienda al equipo de Pasapalabra. Mariola fue la primera, que vino con su nieta Asia. Era igual a su abuela. Alegre, inquieta, preguntona. Carmelo se la subió enseguida a los hombros. Luego llegaron Ester, Omar, Arón, Joaquín, Anna, Arturo, el hijo de Ernesto, Gemma, Paloma…

-Menudo casting tenemos en esta película – bromeó Jorge. – Arturo os puede servir de guionista.

-¿Tú que vas a hacer? – le preguntó Carmelo.

-Pues me voy a ir a Concejo. Quiero… echar un vistazo a los teléfonos. Y releer algunos relatos antiguos.

-¿Vas a hacer un recopilatorio? – le preguntó Arturo.

-No. – contestó sonriendo – Me sirven para hacer memoria.

-¿Te vas solo? – volvió a interesarse Arturo.

-Pues sí. Me temo que vaya a ser aburrido.

-¿Y si le dices a Martín que te acompañe? Si vas a repasar tus relatos, él lo ha leído casi todo. Te puede ayudar. Y de paso, le das un par de mis deportivas y zapatos. Las Adidas y las J’Hayber. – le propuso Carmelo. – No las puedo usar por mi acuerdo con Converse. Y le vendrán bien.

Recordó Jorge un comentario que le hizo Carmelo al respecto de la ropa que le vio cuando subió a su cuarto en el hostal. Fue casi lo que le decidió a marcar el teléfono de su “sobrino”.

-Joder, que guay. Me acabo de levantar, tío. Ayer nos dieron las mil leyendo el papel de mi nueva peli.

-¿Otra? ¿Ya empiezas otra? ¿Qué tal ha ido?

-Sí, es otra. Es lo que tiene no hacer protagonistas. Guay. Buen ambiente. Mi papel mola. No es muy importante, pero mola. Estoy teniendo suerte.

-¿Me ayudas en unas cosas? Te paso a buscar y nos vamos a Concejo. Tú y yo. Pasamos el día juntos.

-Vale.

Cuando Jorge lo pasó a recoger por su hostal, intentó evitar mirar el edificio. Fernando, que de nuevo estaba junto a él, sonrió. Ya empezaba a conocer sus caras.

-Tranquilo. Se las apañará. No es una tragedia. Martín tiene más recursos de lo que parece.

-No me jodas, Fer. ¿Has visto ese cartel? Es lo más cutre desde la posguerra.

Jorge salió del coche cuando vio a Martín salir del portal. Quería abrazarlo. Su “sobrino” parecía estar de acuerdo con ello, porque fue un abrazo apretado. De nuevo le sorprendió a Jorge su efusividad. Y cuando se sentaron en el coche, se recostó en Jorge. Eso de nuevo le sorprendió porque iban Fernando en el asiento del copiloto y Nano conduciendo. Aunque para sí, pensó que a Martín, Fernando le caía bien, y casi lo consideraba como alguien cercano. Si no, esos gestos los solía evitar. “También es posible que ande tan necesitado de cariño que le de igual todo”. Ese último pensamiento no le dejó tranquilo. Recordó como lo abrazó en el encuentro con sus padres. Y como le dio un montón de besos para animarlo. Y estaba en plena calle rodeado de escoltas y de gente que pasaba por allí.

El escritor iba con la idea de salir a la calle y sentarse en uno de los cenadores para hacer el trabajo que había pensado. Pero el tiempo en Concejo no parecía estar de acuerdo con sus deseos. Estaba nublado y el viento soplaba con alegría. Desde la Hermida se podían ver algunos molinos y sus aspas giraban con ganas. Así que desplegó todos los móviles sobre la isla de la cocina.

De repente el trabajo que se había impuesto para ese día le pareció agobiante. No se veía con fuerzas ni ganas de hacerlo.

-¿Te puedo echar una mano? – se ofreció Fernando que lo miraba desde la puerta sonriendo.

-Sí, mira. Entra y me ayudas a mirar fotos del pasado. ¿No te dirán nada tus jefes?

-Tranquilo.

-¿Y yo que quieres que haga? – preguntó Martín.

-Eres el único que ha leído casi todo lo que hay en la nube. Necesito que me busques “Episodios Nacionales” que hablen de Toni, el que fue representante de Carmelo. De Nati Guevara. De Sergio Romeva. Y de tus padres. ¿Eso será un problema?

-Para nada – dijo en tono decidido.

-Y por un casual, haz memoria por si recuerdas si en alguno de ellos, hablo de un joven que se acerca a sacarse fotos conmigo. O con Carmelo.

-Pero eso…

Fernando le tendió su móvil con una foto del chico al que se refería Jorge.

-¿Te suena de algo? – le preguntó su tío.

Martín se lo quedó mirando. Parecía estar haciendo memoria.

-No sé decirte – dijo al cabo de un rato.

Jorge se quedó con la mosca detrás de la oreja. No había negado esa posibilidad. Así que, conociéndolo, pensaba que a lo mejor, es que le sonaba de algo. Había dos posibilidades: una, que no centrara sus recuerdos y la segunda, que sí lo hubiera hecho, pero que lo que tenía guardado en su memoria sabía que no le iba a gustar.

-Hay al menos diez teléfonos entre los tuyos y los de Carmelo. – dijo Fernando sorprendido.

-Ya me he dado cuenta. El otro día con Carmelo no me parecieron tantos. ¿Qué me querías decir con la pregunta? – se había dado cuenta que Fernando le quería proponer algo.

-¿Y si subimos todo a la nube? – propuso Fernando. – Es mas fácil luego verlo todo de un golpe y buscar.

-Pero eso tardará… y espera, le dije a Carmelo que subiera…

-No hay carpeta, así que no lo ha hecho. – le dijo Martín. – No hay fotos en la nube. Solo está la carpeta que ha creado Aitor. La secreta. Y las que voy creando yo al leer tus descartes. Te puse tres relatos en una carpeta para que los leyeras.

-Pero eso fue el otro día…

-Ayer no había fotos en la nube. Estuve leyendo.

-Me da pereza… – se quejó Jorge.

-Si no te importa, te lo subo yo. Y te lo voy clasificando por fechas. – se ofreció Fernando. – Ya verás como no tardamos tanto. Y eso luego nos va a facilitar la labor.

-Lo que veas. No me parece mala idea. Pero a mí me costaría ponerme a ello.

-Pero como lo voy a hacer yo, tú tranquilo.

-Mientras, lee ese relato que te he enviado. – le dijo Martín, que no había perdido el tiempo. – Es de la Guevara. Y te recuerdo que tienes tres relatos… no me has hecho ni caso antes.

-Que sí. Uno ya lo he leído. El de la Feria del Libro.

-Ahora que lo dices, a lo mejor ese chico que decíais antes, sale en ese relato.

-¿El que está con Pólux y Gaspar al final?

Martín afirmó con la cabeza sin mirar a Jorge. Este valoró esa posibilidad. No se le había ocurrido.

Empezó a leer el relato de la Guevara mientras sus dos ayudantes trabajaban frenéticos en los encargos que les competían. No difería mucho de la idea que tenía antes de como eran las cosas en aquellos días. Hacía referencia al momento en que Carmelo sufrió ese ataque brutal y hubo que cambiar completamente el argumento de la película.

-Mira también si ves algún relato en el que hable de una película en la que cambiamos el guion. Y de paso, después de nuestra visita al barrio, de Nadia, de mis padres, de mis hermanos, de Nando…

-¿La película te refieres a la de la paliza a Carmelo?

Jorge se lo quedó mirando.

-¿Qué sabes de eso? No te recuerdo en aquella época.

Martín no miró a Jorge. Seguía atento a su tablet.

-Nada. Pero oí cosas. A parte, el relato que te he pasado, habla de ello.

-Martín por favor. ¿Que oíste?

Pero el joven seguía a lo suyo. Parecía que ni hubiera escuchado a Jorge. Pero éste sabía que sí lo había hecho. Estaba pensando en que contarle. El escritor se resignó y siguió leyendo.

-Mi padre dice que fuiste un insensato y un insensible. “Solo pensó en él y el hijo de puta de su marido”.

Fernando levantó la cabeza para mirar alternativamente a Jorge y a Martín.

Jorge no dijo nada. Esperó.

-Decía que debiste dejar las cosas como estaban. Haber dejado que sustituyeran a Dani.

La cabeza de Jorge empezó a trabajar a toda velocidad. No recordaba ningún reproche de Laín. En aquella época no tenían una gran relación, pero se conocían al menos de vista. ¿De qué? ¿En que ambiente coincidirían? Por entonces, Jorge apenas trataba a la gente del cine. Ahora ese tema le llamaba la atención. No lo había tenido presente nunca hasta ese momento. Él siempre había tenido la idea de que conoció a Laín el día que acudió a su casa por primera vez para una de aquellas barbacoas en su jardín tan famosas entre la gente que tenía algo que decir en el cine o la televisión. Paula se lo había presentado cuando llegó. No hizo ninguna referencia a que ya hubieran tenido contacto antes. Ahora se daba cuenta de que eso no era así. Pero él tenía excusa para no hacer mención a ese conocimiento previo, porque no lo recordaba. Laín ¿Qué excusa tendría?

-Dice que casi lo jodes todo.

-Ese todo ¿A qué se refiere? – se atrevió a preguntar Jorge. Por mucho que lo intentaba, no acertaba a saber de qué estaba hablando Martín.

-Algo de lo suyo. Te pone como el culpable de que tuviera que dejar su carrera de actor. Mi madre discute mucho con él de eso. Sobre cuando dejó de actuar en primera fila. Creo que a mi madre no le gustó eso. Quería que triunfara. Por lo de ser importante y famoso. Y ella a su lado. Parece que su sueño es posar junto a mi padre en un photo call, con toda la peña gritando su nombre y un montón de señoras pidiendo a mi padre que sea el padre de sus hijos. Y mi madre, agarrando bien fuerte el brazo de mi padre, para decir al mundo que ese actor conocido por todos era su marido. “Su” marido.

A Jorge no se le alcanzaba a pensar en qué fue lo que hizo para propiciar que Laín dejara de trabajar. Ahora se le habían aparecido algunas imágenes de haberse cruzado en algún momento en aquellos días de lo de Carmelo. Pero de momento, no había recordado ni una conversación, ni siquiera un saludo. Se conocerían en todo caso de vista. Ni tenían amigos en común, ni nada… que los relacionara. Él por entonces, apenas conocía a nadie del mundo del cine. Volvía a reiterar esa idea. Eso llegó cuando Carmelo se acercó a él años después. En todo caso, los cineastas o actores que conoció, lo hizo en las barbacoas que organizaba el matrimonio en su jardín, y por lo que recordaba, para eso todavía faltaban unos meses. O años. Años.

-Te mando otro relato Jorge. Hay un problema.

-¿Cual?

-Los Episodios Nacionales, como los llamas, están en la carpeta de descartados. El noventa.

-¿A sí? – Jorge se mostró completamente sorprendido. No atinaba a dar con una razón para que eso fuera así.

-Tienes cerca de mil cuatrocientos relatos aquí. Perdona, mil seiscientos … por ahí. Acabo de ver una carpeta dentro de esa carpeta que tiene otros cuatrocientos. Y veo en esta dos carpetas más. Rectifico. No me atrevo a darte una cifra de lo que tienes aquí guardado. Me atrevería a decir que tienes más de dos mil relatos. Y por el tamaño de algunos, son novelas de la extensión al menos de “deRosario”.

Fernando levantó la cabeza sorprendido.

-¿Dos mil relatos descartados? “deRosario” tiene casi mil páginas, Jorge.

-Más de dos mil. Dos mil con esa primera carpeta. A lo poco, dos mil quinientos. – apuntó Martín con cara ambigua. Parecía contento de su descubrimiento, porque así tenía más cosas que leer de su tío, pero por otro, le parecía una barbaridad que esa fuera la carpeta de descartados.- La mayor parte son relatos pequeños, de diez o quince páginas. Pero un diez por cierto, serán de a partir de doscientas.

-Pero Jorge… eso es una barbaridad. Alucino contigo. ¿Descartados? No me lo puedo creer. – Fernando lo miraba con la boca abierta.

Jorge se encogió de hombros. Copió la mejor cara de niño bueno que solía poner Carmelo. No era consciente de todo eso. Mucho menos era capaz de explicarlo.

-Tío, entre tú y yo, estos relatos no los tienes registrados.

-Habrá que hacer algo. – opinó Fernando – No te puedes arriesgar a que luego aparezcan por ahí, como las otras novelas. Y con todas esas movidas de tu amigo Poveda dando la lata en las teles… seguro que Nadia y sus colegas buscarán la forma de volver a acceder a tu nube. No descartes que roben a quien sepan que tiene acceso. O que intenten algo.

-Pero ¿Cuándo? Si no me da la vida ahora… y os advierto que tampoco me apetece dedicarme a ello.

-Si me dejas, me puedo encargar. Cuando era más pequeño alguna vez te acompañé. Y con ese del registro me he encontrado un par de veces. Se acuerda de mí. Me suele preguntar por ti. Me contó que no fuiste por “La Casa Monforte”, la versión que publicaste. Que fue Aitor.

-¿Lo harías? ¿Te encargarías?

-Claro. A no ser que quieras que Aitor…

-Nada de Aitor. Si se lo pido lo hará. Pero… vive lejos y está ocupado en otras cosas. Si te comprometes, quiero que lo hagas tú. Pero eso es un trabajo. Así que te tengo que pagar de alguna forma. Te pongo una condición: que te mudes con nosotros.

-No quiero estar en medio…

Fernando hizo un gesto para indicar que tenía algo que decir.

-Sin querer meterme en dónde no me llaman… – pareció dudar antes de seguir exponiendo su propuesta.

-Pues ahora te llamo yo. Di lo que pienses – Jorge le hizo un gesto para apoyar sus palabras. Fernando se dirigió entonces a Martín.

-Te puedes quedar en el piso de al lado. Tiene puerta de comunicación – le explicó Fernando. – ¿Quieres intimidad? Te quedas en el otro piso. ¿No hay problemas de interrumpir algo o te apetece compañía? Te pasas al piso de tu tío.

-Pero os lo dejé a vosotros… – se quejó Jorge.

-Hay cuatro habitaciones. En dos de ellas hay tres camas. En las demás, dos. Pasamos una de una habitación a otra y le dejamos la cama más grande a Martín. Esa habitación está bien. Y tiene el salón y la cocina y el cuarto de estar. Si quieres, dejamos el salón para Martín y nosotros utilizamos el cuarto de estar. La cocina… pues bueno. Tampoco la solemos utilizar. Salvo para el desayuno.

Jorge miró a su sobrino. Éste no se decidía. Seguía sin mirar a Jorge. Al final dijo su sentencia.

-Vale. Y me encargo de registrarte todo esto. Prepararé unos recopilatorios. Y los iré llevando. Aprovecharé para corregirte algunas cosas. Ortografía y demás.

Fernando soltó una carcajada.

-En realidad has estado educando a tu futuro secretario. Ahora lo estoy viendo claro – bromeó el policía.

-Menos mal que alguien se ha dado cuenta – dijo Martín gesticulando exageradamente mientras sonreía con su gesto de pilluelo.

-Iros a cagar los dos. – Jorge los miraba a punto de reírse pero poniendo su mejor cara de indignación.

-Sobrino, no creas que se me ha olvidado que estabas contándome con mucho cuidado unos temas que me interesan.

-Ya está.

-Ahora cuéntame lo que te has guardado. Por favor.

-Lo único que no te he dicho, es algo de Tirso.

-¿La novela?

-No. Tirso, Tirso.

-¿Lo conocías? – le preguntó Jorge, con miedo a que la contestación fuera afirmativa.

El silencio volvió a ser la respuesta inmediata de Martín. Jorge espero paciente. Fernando los miraba de reojo sin dejar de organizar las fotos de Carmelo y de Jorge.

-Menudo montón de fotos. Y por las fechas, faltan algunos teléfonos. Hay períodos de vacío – anunció Fernando.

-Claro. Las cámaras.

Jorge subió decidido las escaleras camino de su cuarto. Fue abriendo cajones hasta que encontró lo que buscaba: una cámara digital.

-La utilizaba a veces Carmelo. – explicó a Fernando tendiéndosela – Tiene que haber otra, pero esa a lo mejor está en casa de Cape. Era una cámara profesional. No la he visto ni aquí ni en la casa de Madrid.

-Y aquella que fallaba. – comentó Martín.

Jorge afirmó con la cabeza. No se acordaba de ella.

-De todas formas, sigue habiendo períodos sin fotos. Es raro – dijo Fernando.

Jorge se decidió y llamó a Carmelo.

-Escritor. No puedes estar sin mi, ya lo veo. ¿Me echas de menos?

-Pues apenas la verdad. – dijo en tono de broma – Rubito, a ver. Me dice Fernando que está haciendo lo que tú dijiste que ibas a hacer, subir las fotos a la nube y me dice que hay fechas sin ninguna. Tiene ahora la cámara digital aquella compacta que utilizabas. Pero falta al menos la profesional.

-Tienes un par de teléfonos más en el salón, en el último cajón del sifonier que hay debajo de la tele. En el último cajón. Son los más recientes. La cámara profesional está en la casa de Cape. Y aquella cámara que era un desastre, está también en ese cajón que te he dicho.

Jorge se había ido a donde le decía Carmelo, abrió el cajón.

-Aquí hay… coño, si uno es mío.

-Se estropeó. No sé si podréis sacar algo de él.

-Fernando seguro que sabe hacer algo.

-Te dejo. Que estamos liados. Además como no me echas de menos… – se quejó Carmelo.

-Te quiero. – se despidió Jorge.

Estaban descargadas las baterías, así que Fernando las puso a cargar.

-Si quieres llamo a Bruno que está de guardia en la casa de Cape. Que entre y coja la cámara. A lo mejor la puede acercar alguien.

-No quiero molestar más.

-Déjalo de mi cuenta, si es por eso. No está Cape. No interrumpimos nada ni molestamos.

-Como veas.

-Sí, conozco a Tirso. – afirmó de repente Martín.

Esa respuesta golpeó a Jorge como un puñetazo en la mandíbula. No pudo disimular su estupefacción. Fernando de nuevo, volvía a mirarlos alternativamente. La afirmación de Martín también le había sorprendido. No quería perderse ninguna reacción, aunque Martín permanecía imperturbable, trabajando con los relatos de Jorge.

-Te acabo de enviar otro relato, tío.

-Y yo. ¿Conozco a Tirso? – se atrevió a preguntar Jorge. Pensó que debería esperar un rato, pero no fue así.

-Claro. Aunque hace muchos años que no os veis.

-¿Tú si lo ves?

-Sí. Quedamos. Pero de eso, no os puedo hablar. Solo debes saber tío, que él está pendiente de ti. Y que te cuida.

La cara de Jorge era un poema. No sabía a donde mirar.

.

-Se lo dije claramente. Que no quería verlo de nuevo por aquí.

Jorge lo miraba sin saber que decir. Toni había sido el socio de Sergio desde el principio. Le sorprendía esa ruptura tan radical con él.

-Y tú más que nadie deberías comprender por qué lo he hecho.

-Entiendo que lo de tu hermano Fidel… a lo mejor tiene algo que decir. Sus razones… o puede que nos han engañado respecto a quién propició…

-No hay razones. No me valen. Meter en ese mundo a mi hermano. No. Y lo de Dani, no me jodas. Y eso solo es lo que hemos descubierto. A saber… a saber lo que no… si ha hecho algo, es capaz de cualquier cosa. ¡¡Joder!! No lo podemos consentir, Jorge. Sea Toni o sea el Papa. Y te prometo que quien me lo ha dicho, sabe de que habla. Y por nada del mundo me mentiría. No Jorge, no. Toni es una enfermedad que he decidido erradicar de raíz. No quiero volver a verlo en mi vida. Y si me entero que se acerca a Dani o a Fidel, te juro que … le hundo.

-¿Y si habla con la prensa? Puede destrozar a muchos. A Dani, a Fidel, a Biel, a Connor…

-No hará nada de eso.

-Yo no estaría tan seguro. Me preocupa ese tema. Que no es de fiar, en los últimos tiempos cada vez era más evidente. Lo raro es que no lo supiéramos antes.

-Si hace eso, va a la cárcel. A parte de eso, me estaba robando. A lo grande. Por eso le he pillado. Por eso me he enterado de lo de Fidel. Por eso te pedí que fueras a rescatarlo. Te estaré eternamente agradecido Jorge.

-No fastidies. Eres mi amigo. Y tu hermano… es como si fuera mío también. Yo no confiaría, perdona que insista, en que se atenga al acuerdo. Y más si no le has puesto más dinero.

-También iría a la cárcel su Henar, su mujer. En realidad fue la que me robó. Hacen buen tándem.

-Henar era tu amiga de la Uni. Y te llevaba la administración de la agencia.

-Yo les presenté. Y soy padrino de su hijo.

-Se ha quedado sin padrino.

-Ya veremos. No voy a renunciar a él. Como tú no renunciarías a Jorgito. Por cierto, busca un agente. No confíes en Dimas.

-Tendría que enfrentarme a Nando.

-Puedo encargarme yo. Sabes que puedes pedirme lo que quieras.

-Te lo agradezco. Puede que te pida algo. De todas formas, si estás un poco al loro de lo que pase a mi alrededor…

-Por descontado. Lo hago ya. Y si un día quieres que lleve todos tus asuntos me dices. Da igual que no lleve a escritores.

-Gracias – Jorge le dio un golpe en el hombro.

-A Nando no le entiendo por cierto. – Sergio volvió al tema de Nando y Dimas – Lo de Dani me ha descolocado. No esperaba ese gesto. Y menos que te lo pidiera a ti.

-No fue él porque estaba acojonado. Y no le quedó otra porque le llamó Tirso. De todas formas, algo se me escapa de todo este asunto. Nando parece distinto últimamente.

-¿Y desde cuando tú te has significado en esas acciones? Me han contado que casi matas al que estaba pegando a Dani. A puñetazos. Y ni siquiera se te hincharon las manos. Con Fidel, todos se apartaron a tu paso.

Jorge se encogió de hombros. Lo de Fidel no había sido tan sencillo como las fuentes de Sergio le habían dicho. De eso también se encargó Jorge cuando dejaba la finca. Tuvo que emplearse a fondo. Y Nacho también. Ese día parecían estar preparados. Nacho luego, en el coche mientras llevaban a Fidel a la consulta del doctor Manzano, para que se ocupara de cuidarlo, dijo claramente que le había parecido una trampa.

Parece que te estaban esperando, escritor.”

Por eso te he llamado”.

-De todas formas, deberías investigar por qué Toni llevó a ese tipo a esa fiesta, la de Dani. Tirso lo tenía vetado. Y el anfitrión sabía lo que le Iba a pasar cuando volviera de Oporto. Lo mismo ahora, cuando vuelva de París. Siempre buscan cuando Tirso está de viaje. El tipo que estaba con Fidel, tenía una cruz encima. Y – Jorge dudó si decirle, pero creía que debía avisarle – mira tus fuentes, las que te avisaron de esa situación delicada de Fidel. Estaban esperándome. Si no llega a ser por Nacho y dos de sus “amigos”, hubiéramos salido malparados.

Sergio no respondió. Jorge estuvo pendiente de su contestación. Al final entendió.

-Esa es una de las contrapartidas que le has dado a Toni. No investigar ese asunto. Porque tuvo la culpa en los dos casos. Y tuvo la culpa de todo lo que sus padres le hicieron a Dani.

-Y de llevarlo a esas fiestas. Los padres cobraron desde el primer momento por ello. Libre de impuestos, como se suele decir. Y te aseguro que fue un pastizal. Así tiene Toni el nivel de vida que tiene.

Sergio parecía apesadumbrado. Le remordía la conciencia.

-No me enorgullezco. Pero si no, Dani hubiera acabado muerto en cualquier momento. Y quiero a ese chico. Y por supuesto, quiero a mi hermano. Tenía que acceder a algo para asegurarme de que no les iba a pasar nada a ninguno de ellos.

-No lo utilices. Pero te conviene saberlo. Te conviene saber todos los negocios en los que está metido. Y te conviene saber la gente en la que puedes confiar y en la que no.

-Algunos de los negocios de Toni son con Nando.

-Entonces a mí también me interesa que tú investigues.

-Deberías cuidar a Dani.

-Lo cuidará la policía. Ese comisario Marcos, también aprecia al chico. Hay muchos pendientes de mis movimientos. Mi marido lo ha hecho tan bien en los negocios que ha emprendido, que sus socios no le quitan el ojo de encima. Y de paso, no me lo quitan a mí, porque, aunque todos saben que Nando iba por libre, él les ha dicho a todos que yo era el ideólogo. Es claro que la pasta la he puesto yo. Como siempre. Que el dinero lo perderé yo. Saben, pero por si acaso es verdad lo que dice Nando, no me quitan ojo de encima. Y por si tienen que cobrarse las deudas.

-Deberías hacer con él lo que yo he hecho con Toni.

-Es una idea. Pensaré en ello. Pero me da pereza. Para otras cosas me sirve de pantalla.

-¿Y tu suegra?

-Esa es más falsa que falsa. Ya le llegará su hora.

-Parece que te aprecia.

Jorge miró con gesto adusto a Sergio. Éste levantó las manos a modo de muda disculpa.

-Por cierto. ¿Fidel? – preguntó el escritor.

-Hablé con él el otro día. Quedamos de acuerdo en que lo mejor para él era desaparecer. Se va a ir a vivir a Estados Unidos. Le estoy buscando acomodo en San Francisco o en Los Ángeles. . Va a estudiar allí y luego quiero que abra una sucursal de la agencia. Eso dentro de unos años, cuando haya acabado sus estudios. Se encargará cuando se establezca en hacer contactos en el mundo del cine y del teatro. Esperemos que algún día Dani y otros de mis representados, puedan beneficiarse y convertirse en el nuevo Antonio Banderas.

-¿No es muy joven para eso?

-Es lanzado. No se rinde. Y tiene encanto personal. Le he dado una actividad de confianza. Espero que eso haga que olvide lo que le han hecho. Es un puesto de confianza. Creo que es lo que necesita, sentirse útil.

-Ojalá le haya servido de lección.

-Te invito a comer. Celebremos al menos que salvaste a Dani y a Fidel de una muerte casi segura y de habernos quitado de encima al cabrón de Toni.

-Me parece buena idea. Tengo hambre.

-Eso si que es una novedad. Entonces es un tercer motivo de celebración. A veces pienso que te alimentas del aire.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 64.

Capítulo 64.- 

.

Javier entró en el “Pianola’s” . Se quedó un rato mirando desde la puerta. De repente se había dado cuenta que en su cita con Jorge para hablar sobre Sergio, no se había dado cuenta de nada. Había cambiado mucho desde la época en la que iba casi todos los días.

En esta nueva visita, Javier parecía predispuesto a volver a sentir las cosas que había vivido allí. Se notaba cansado y melancólico. Era el estado perfecto para sumirse en los recuerdos que le llevaran a amores pasados.

Empezó a remorar como era el local en esos años. Recuerdos ligados a copas, conversaciones hasta las tantas, a las que siguió una noche de sexo y amor. Javier se sonrió pensando que en realidad, Jorge y sus libros habían sido los protagonistas de algunas de ellas. Galder era un fanático de Jorge. Cada poco sacaba a colación sus lecturas. Galder tenía la costumbre de buscar de vez en cuando capítulos de alguna de sus novelas, que le habían gustado especialmente. Los releía con atención. Lloraba y reía sin vergüenza cuando tocaba, dependiendo de la escena. Y luego, era capaz de explicar durante horas lo que le había supuesto leer esos capítulos sueltos.

Luego de las evocaciones, llegaba el momento de las comparaciones del local en el pasado, con el local ahora. Habían pintado, cosa que no estaba mal, ya lo iba necesitando. Aunque se habían perdido los mensajes que algunos clientes habían escrito en las paredes. Habían cambiado las mesas y las sillas. Incluso en algún rincón, habían puesto pequeños sillones, haciendo como rincones semejando la casa de cualquiera en la que encontrarse con los amigos y pasar un rato de charla amigable. También habían cambiado las luces. Creía recordar que el ambiente el día de Jorge era distinto y era por las luces. Parecía que dependiendo de la hora, le daban un ambiente más íntimo o más fiestero. El día de Jorge era un ambiente como más alegre. Pero era más tarde. Ahora era más tranquilo. Las luces y la música invitaban a una charla tranquila y amigable.

No estaba Jimena. Eso le fastidiaba porque había ido con la esperanza de encontrarla y poder hablar con ella. Tampoco estaba el camarero antipático, lo cual era una suerte. No conocía al chico que estaba atendiendo la barra. Se daba maña. El local estaba bastante concurrido y no se le acumulaban los clientes. Al menos, pensó, iba a disfrutar de la copa.

Justo antes que Javier, había entrado un grupo numeroso de clientes. Parecían estar de celebración. El comisario se puso en una esquina de la barra y se dispuso a esperar y a observar. Era otra de las cosas que tenía en común con Jorge. Y tenía la impresión de que cuando se trataran más, iban a descubrir más coincidencias.

Hasta ahora ninguno de los dos había puesto mucho interés en que ese contacto se intensificara. Javier no había tenido ningún reparo en llamarlo para pedirle ayuda, y Jorge no había dudado en dársela. Más allá de lo pedido además. Cogiendo él mismo la iniciativa. Pero eso no había supuesto que sus charlas se alargaran ni que hubieran quedado a tomar algo. Si Jorge tenía que tratar algo del caso, prefería llamar a Carmen, con la que parecía haber congeniado. Sabía que en cuanto Olga volviera de Estados Unidos, se uniría al club. De hecho ya lo estaba. Se había enterado por casualidad de la ayuda que le había prestado con Galder. Indudablemente, y más en el estado en que estaba Javier en ese momento, nadie se lo había ido a contar. Poner por medio a Galder, haciendo una de esas tonterías en las que estaba últimamente, no era lo mejor para la salud anímica del comisario. A veces pensaba que Galder estaba pidiendo ayuda a gritos. Estaba pidiendo que Javier y su madre le atendieran. Pero los dos lo conocían lo suficiente y sabían que si aparecían delante de él y le decían, se enfadaría. Y eso supondría con toda probabilidad que ocultara mucho mejor sus pasos. De esa forma, sin dar demasiado la cara, más que cuando la situación fuera peligrosa, podían seguir enterándose de los líos en los que se metía. Para Javier era claro que había perdido la cabeza. Las razones se le escapaban. Y el noventa por ciento del tiempo, no le apetecía preocuparse por ello.

Javier solo había hecho una gestión al respecto de la intervención de Jorge para sacar a Galder de la embajada, y era llamar a Aitor. Sabía que si Jorge había recuperado esas habilidades que había dejado aparcadas desde que murió Nando y que Javier conocía por su costumbre de escuchar a escondidas a su padre, habría contado con la ayuda de Aitor. También sabía que Aitor guardaba secretos. Los compartidos con Javier, no se los había contado a Jorge. Y los de Jorge, no se los había contado a Javier. Y los dos, eran personas importantes en su vida. Pero si una cosa tenía Aitor, era la fidelidad. Y Javier sabía que por él o por Jorge, Aitor mataría. Éste, siguiendo sus normas de fidelidad, no le había querido dar ningún detalle. Solo le dejó claro que mejor se apartara del camino del escritor, en caso de pelea. Para Aitor, era claro que esa nueva faceta de su amigo el escritor era novedosa. Y que le había impresionado.

Cuando Aitor le habló por primera vez de Jorge, supo que podía relajarse en lo referente al estado de salud, y sobre todo, salud mental de Aitor. En esa época empezaba a estar preocupado por la cantidad y frecuencia con las que Aitor consumía algunas drogas para mitigar los enormes dolores que tenía por las múltiples fracturas mal curadas a causa de los golpes que le propinaban sus padres desde muy pequeño. Aitor había perdido muy joven el respeto por la profesión médica. La connivencia de los médicos de Urgencias con sus padres y su persistencia en aceptar las escusas que ponían para justificar las numerosas lesiones de un Aitor niño, le hicieron odiar a los médicos. El dolor estaba ahí, precisamente porque esos doctores no lo atendieron como debían en sus visitas a diferentes hospitales y centros de salud. Esas experiencias habían conseguido que el joven hacker hubiera prescindido completamente de los galenos. Y sin ir al médico, solo quedaban las drogas para poder soportar el dolor. Pero ese intento de ligar de Aitor con el escritor, éste supo encarrilarlo hacia otro terreno. Y consiguió una nueva adhesión inquebrantable. Y para suerte de todos, consiguió que Aitor dejara las drogas.

Recientemente además, llegaron a un acuerdo: si Aitor volvía a consumir, aunque fuera marihuana para el dolor, Jorge volvía a las vitaminas. Y ese Jorge que se vislumbraba ya entonces con las drogas aparcadas, era tan… interesante, tan… enérgico, que Aitor por nada del mundo quería que volviera a ser ese fantasma paseando sin rumbo por las calles de Madrid.

Ahí Javier estaba seguro que Jorge había jugado sus cartas. Había abandonado hacía más tiempo esas vitaminas, aunque no lo había reconocido. También había descubierto que había estado algunos períodos sin tomarlas, pero que luego había vuelto. La excusa, era que tenía adicción y no podía. La verdadera razón era volver a esconderse en ese estado medio letárgico pero que había aprendido a controlar. Ya sabía que dosis necesitaba para aparentar su estado, pero estar más activo y sobre todo, enterándose de todo lo que pasaba a su alrededor. Además, él había cogido la costumbre de escribirlo todo. Era su forma de hacer memoria. Aunque él aparentaba ante todo el mundo, incluido Carmelo, que seguía igual.

Todo eso no lo había compartido con nadie. Pero Flor, había descubierto por error el almacén de Jorge. Tenía en un armarito pequeño, a la vista de todos, con unas cremas raras dando la cara, una pequeña reserva de más de veinte botes de pastillas. Cada bote era de unas treinta pastillas, aunque no todos parecían estar completos. Eso suponía al menos que Jorge había estado sin tomarlas veinte meses. Sabía por habérselo oído contar a Carmelo, que alguna vez que le había insistido, había tirado alguno a la papelera del sitio donde estaban cenando o alternando. Eso aumentaba los períodos que había estado fingiendo. Tenía la esperanza de que Jorge no pensara en tomarlas en algún momento de bajón. Ahora estaba con una actividad frenética y por lo que intuía, sin que ni Carmelo se enterara. Eso era también un riesgo. No sabía como iba a reaccionar el actor si acababa sabiendo. Podría ser que se enfadara con el escritor como lo había hecho con Cape por ocultarle sus descubrimientos. Aunque en este caso, el amor de Carmelo hacia Jorge era tal, que Javier estaba seguro de que le podía perdonar casi cualquier cosa.

Parte de esos descubrimientos que había hecho Cape y que se había guardado, los conocían. Olga se había mantenido alerta respecto a su Dani, como lo llamaba, aunque dejara de cuidarlo. Y antes de que desaparecieran, fue a hablar con el padre de Cape. No pudo negarse a comentar con ella lo que le había comentado a su hijo. Y su reacción. Y Olga, sabía muchas más cosas, porque después de esa entrevista, se había preocupado por citarse con todos los implicados. Todas esas averiguaciones las puso en común con sus amigos. Y los cuatro decidieron guardar el secreto y no contar ni a Carmelo, ni luego a Jorge cuando su caso estalló, nada de lo que sabían. Esos secretos servían para hacerse una composición de lugar del terreno que pisaban, pero no valían para llevar a nadie ante el juez. De momento, al menos.

-Buenas tardes comisario. ¿Qué va a tomar?

Javier salió de sus pensamientos para atender al camarero que le miraba sonriendo al otro lado de la barra.

-¿Nos conocemos?

-Estudio también en la Jordán y fui a su charla. Pero no fui de los que se metió con usted, que fue a los que prestó más atención.

Javier se rió con el comentario. Había sonado como una queja en toda regla. Aunque en realidad lo que le había querido decir es que él no se iba a meter con el policía. Al revés. Su tono al final había sido toda una declaración de intenciones, que iban mucho más allá de la mera adhesión ética.

-Lástima. No me hubiera importado tomar un café luego contigo.

-Ya lo ha tomado con Sergio Plaza. Y me alegro que lo suyo vaya guay. Sergio es un buen colega. Ha conseguido levantarle el ánimo.

-Dime que os habéis liado antes de llegar yo.

-¿Y no puede haber sido después? – dijo en tono irónico.

-Vale. Aunque fuera después.

-Fue antes. Y no salió bien. Sergio le estaba esperando a usted.

-Por una parte, me alegro, porque si hubiera estado contigo, yo no hubiera tenido ninguna posibilidad. Por otra parte, me entristece. Por ti y por él. Creo que hubierais hecho una buena pareja.

-Yo me alegro de que ahora esté mejor y que esté con usted. ¿Va a tomar algo o solo quiere charlar? – dijo bromeando.

-Ponme lo que quieras. Te dejo que me sorprendas. Y por favor, trátame de tú.

-Marchando una de sorpresa. Tiraré del archivo secreto de Jimena con las preferencias de los clientes.

-Entonces ya no será una sorpresa.

-Todo porque el policía opresor se sienta a gusto.

Javier comprobó que en el rato que habían estado hablando, se le habían acumulado dos grupos. Pero el chico no parecía agobiado. Se recriminó no haberle preguntado su nombre. “Le pega llamarse Mario”, pensó para sí. Le encantaba hacer esas apuestas contra sí mismo y que siempre perdía. Su famosa intuición no le funcionaba en ese tema.

-Aquí tiene. Espero que le guste.

-Por cierto, tú sabes quién soy, pero yo no sé tu nombre

-Levy. – contestó inclinándose para darle dos besos.

-Gracias Levy.

Se quedó un momento delante esperando que Javier probara la bebida, un gin-tonic bien puesto. Javier lo probó y no pudo engañar al camarero. Su cara mostraba a las claras que estaba a su gusto.

-Magnífico – contestó a la muda pregunta del camarero, sin poder evitarlo. Levy sonrió y fue a atender al primer grupo que le reprochaba su tardanza. Levy les sonrió y les dijo que Javier era un buen amigo que por la pandemia hacía mucho que no veía.

-Yo diría que mucho más que amigos – comentó una de las mujeres del grupo con sonrisa picarona. Levy hizo una caidita de ojos que parecía afirmar pero sin decirlo con palabras. Javier contribuyó a la pantomima poniendo su mejor mirada de “qué bueno estás”.

Javier se retiró a una de las mesas que estaban libres. Dudaba de como actuar ahora. Esperaba encontrarse con Jimena y preguntarle en confianza. Aunque quizás Levy podía comentarle cosas de la Universidad, no podría seguir la misma estrategia con él. Vio a Levy que entre consumición y consumición cogía su móvil y mandaba algunos mensajes. Incluso mandaba algunos de voz. No paraba en ningún momento. La verdad es que era un placer verlo trabajar. A parte que también era un placer mirar su cuerpo.

Sintió de repente que alguien se sentaba a su lado. Era Aritz que le saludó con un beso.

-No tienes bastante con el violinista que ya estás tirándole los tejos al camarero – bromeó.

Había sonado como una broma, pero sabía que Aritz… ¡estaba celoso otra vez! Conocía de sobra sus miradas, su forma de… ligar. Se había dado cuenta nada más verlo mirar al camarero, que éste le gustaba. Todavía recordaba como le había molestado que se liara con Sergio. Luego, al conocerlo más, se le pasó, porque comprobó de primera mano las experiencias por las que había pasado el músico. Tuvo que ir comprobando algunas de las cosas que le iba contando. Nadie en la Unidad quería arriesgarse a que Javier, estando en el estado en el que estaba, cayera en una trampa amorosa. Y fueron comprobando todo lo que se les ocurrió alrededor del músico. Salvo quién era su madre, hasta que Jorge le dio por investigar y se encontró con la foto de su vieja amiga en un concierto de Sergio y como pie de foto: Sergio Plaza escoltado por su madre, la actriz retirada Nati Plaza. Y nadie encontró referencias de una actriz que se llamara así, y pensaron que esa mujer se las había dado de actriz, cuando a lo mejor solo había hecho de sirvienta en alguna obra de teatro de barrio. Pero Jorge no necesitaba buscar, solo con ver la cara de esa desconocida Nati Plaza supo quién era.

-Cariño, si tú hubieras querido, estaríamos casados ahora mismo. Y sabes que no hubiera mirado a nadie más. Así que deja de ponerte celoso. Y no me cuentes que te has convertido en defensor de Sergio, que no me lo trago.

Aritz hizo una mueca de fastidio. No pudo replicarle, porque tenía razón. No solo la forma de dejar a Javier hacía ya unos años. Sino el sin fin de oportunidades que Javier le había puesto en bandeja para que reculara y le pidiera que volvieran a ser pareja.

-Cuéntame – le pidió Javier.

-Nada. Tenemos que buscar otra forma. En el campus, no nos van a contar nada. Se me estaba ocurriendo que podíamos montar una charla como la que diste, pero en otro sitio.

-El problema es como hacemos para convocar a los alumnos y profesores sin que los que no nos interesa de momento, asistan.

-Es difícil. Ayer, el decano en cuanto se enteró que estaba por allí, mandó a su servicio de seguridad a seguirme. Me pidieron la documentación y como les saqué la placa, no me echaron. Pero no dejaron de seguirme ostentosamente. Claro, nadie se acercó a mí. Y si saludaba a alguno que me sonaba de aquella vez o de cuando el decano se enfadó con nosotros, ni siquiera me dedicaron un gesto. Y hoy lo he vuelto a intentar, y lo mismo. Ya de primeras los seguratas se han pegado a mí. He estado a punto de ir donde uno a bromear un rato por si le molaba y nos lo montábamos. Pero…

-Menos mal que no lo has hecho.

-Ha sido un pensamiento fugaz producido por la desesperación y la incomprensión de la situación. El decano ese prefiere tener problemas con los alumnos franceses que… dejarnos indagar. No acaba de comprender el marrón que le iba a caer si les pasa algo a esos chicos en sus instalaciones.

-A ver si viene Jimena. Con Levy no me atrevo a hacerle propuestas deshonestas y con Sergio, no me parece bien meterle en eso, después de lo que ha pasado.

-Él te va a querer ayudar. Y a ver, si yo fuera él, me enfadaría si no me pidieras ayuda.

Javier se quedó pensativo. Luchaba contra su deseo de proteger a toda costa a Sergio, y la promesa que le había hecho de respetarlo y considerarlo como un igual a él. Si lo mantenía al margen, el mensaje era claro: eres un endeble que no puede con su vida. Y además eres joven. Estás por debajo de mí.

Javier sacó su móvil y empezó a juguetear con él. Buscó el teléfono de Sergio y luego dejó el teléfono en la mesa. Estaba valorando si llamarlo, mandarle mensajes escritos, uno de voz… o guardar de nuevo el teléfono. Su deseo de protegerlo, tiraba mucho de su ánimo.

Aritz lo miraba expectante. Hubiera querido decirle que marcara de una vez, pero sabía que eso, viniendo de él y teniendo además a su pareja actual como protagonista, podía ser contraproducente y conseguir que Javier no lo llamara para pedirle ayuda. Tenía que haber tenido más cuidado con su reacción cuando Javier llamó por primera vez a ese chico. Tenía que asumir sus decisiones. No podía ser el puto y el cliente. No podía meterse por medio cuando él había tomado la decisión de dejar a Javier y no volver nunca más con él.

Al final Javier volvió a coger el móvil, y sin pensar, marcó la llamada.

-Mi poli opresor preferido – le saludó feliz por la llamada.

-Veo que las cosas van bien.

-Pues tus dotes detectivescas, no van acertadas. Lo único que demuestra mi saludo es que estoy feliz de que me hayas llamado. Lo de mis contactos, ni fu ni fa. La mayoría me ha hecho luz de gas. He intentado que mi padre reconsidere su decisión de no soltar la guita, pero… nada. Pensaba que mi hermana me apoyaría, pero otra decepción. También está con la cantinela de que no sé lo que quiero. Mi hermana se está volviendo como mi viejo. Y mi madre, que para mi sorpresa me apoya, pero no quiere discutir con mi padre. Eso sí, me ha dicho que confíe en Jorge. ¿Sabes a que se debe esa sintonía de mi madre con Jorge?

-Ni idea – mintió Javier – No me parece mal consejo, de todas formas Sabes que si quieres…

-La opción de que me pagues tú los profesores, ya te he dicho que ni por asomo. Lo que hacía falta. Que me aprovechara de tus ahorros de toda la vida.

-Pero…

-Y Jorge tampoco entra en esa ecuación. Bastante que os dejo que intriguéis a mis espaldas. Que me he enterado que tanto tú como él vais llamado a muchos… del mundillo.

-No te enfades por ello.

-No lo he hecho. Si hubiera sido así, te hubiera montado un pollo. Y a Jorge igual, por mucho que sea mi ídolo. Y tú ¿Como estás? ¿Qué haces? ¿Has ido a dormir ya?

-Todavía no.

-Me prometiste que lo harías. Llevas sin dormir un huevo.

-Tengo que hacer unas cosas.

-¿Dónde estás?

-En el Pianola. Con Aritz. Te manda besos.

-No me lo creo. Pero tú le das un beso de mi parte en todos los morros. Para que recuerde lo que perdió y luego yo he aprovechado.

Javier se echó a reír. Aritz había oído a Sergio y había puesto su mejor cara de enfado. Se había levantado para pedir algo de beber. Javier pensó que al menos, Levy se llevaría una buena pareja esa noche a la cama. Aritz iba a iniciar su caza de esa noche para darle en los morros a todos.

-Por cierto ¿Quién está trabajando el el Pianola? ¿Jimena? – preguntó Sergio.

-No, Levy.

-No te lo tires ¿eh?

-A ver, no me lo tiro si me dices que no lo has hecho tú.

-Eso no vale. Yo lo hice antes de conocerte.

-Se siente.

-Vale. Pues yo me tiro a mi amigo Jota. Me encontré ayer con él y está como un tren. Me tiró los tejos. Alguna vez nos lo hemos montado.

-Joder. Así no se puede.

-Tú verás.

-Dime como es Jota.

-De tu edad. Es profesor en el Conservatorio. Tiene unos labios… y tiene unos pezones que me encanta morder. Y sus huevos…

-Vale. No me tiraré a Levy.

-¿Tenemos un acuerdo?

-Tenemos un acuerdo – dijo Javier en tono de rendición.

-Ahora dime de verdad por qué me has llamado. Mira, me está mandando Levy un mensaje. Es en un grupo de la uni.

-Quería que me ayudaras. Deja a Levy, anda. A ver si me voy a poner celoso yo.

Sergio se rió con ganas.

-Estoy lejos.

-No lo suficiente – bromeó Javier. – Quería que me ayudaras a hablar con tus compañeros y profes de la Uni. Parece que el decano nos pone todas las trabas para poder chuminear por allí y hacer que la gente nos cuente cosas. Puede que no nos sirvan para nada, pero al menos nos hacemos una composición de lugar de ese sitio. Nos interesa por muchos motivos.

-Un segundo. – le pidió Sergio. Javier intuyó que estaba leyendo mensajes – Vale. Tranquilo. Levy y Jimena se han encargado. No te muevas de ahí. Va un montón de gente a veros.

-¿Ah sí? – dijo un sorprendido Javier.

-Parece que estos días muchos han comentado que querían contaros algunas cosas. Pero es cierto, el decano ha dejado caer a todos que si hablaban con la policía, les abrirían expediente de expulsión.

-Andá. Eso no mola nada.

-Levy cuando te ha visto ha iniciado conversación. Ha entendido que era una oportunidad.

-Pues si vienen muchos… el local está a tope.

-Tranqui. Va Jimena con las llaves de otro local que tienen cerca. Está cerrado por vacaciones. Pero allí estaréis todavía en forma más discreta.

-Joder. Me has dejado…

-Les acabo de decir a todos que confíen en Aritz y en ti. Que sois buena gente. Y de confianza. Y que me habéis ayudado la hostia. Y que te amo con locura.

-¿También les has dicho eso?

-Sí. Pero eso ya se lo dije hace días.

-Que bobo eres. Mira, Jimena acaba de llegar. Me ha hecho un gesto para que la siga con la copa.

-Ya me contarás.

-¡Oye! No me cuelgues todavía.

-Dime poli opresor.

-Sabes que te quiero ¿no?

-Hummmmmmmmm. No me lo has dicho hoy. – le dijo con voz melosa y de querer mimos.

-Te echo de menos. Cuento los minutos para que vuelvas.

-Tengo ganas de morderte el culo.

-¿Solo eso? – se quejó Javier.

-En realidad lo que más echo de menos, es simplemente estar contigo.

-Te quiero bobo. En cuanto vengas, te voy a abrazar y no te voy a soltar en todo el día.

-¡¡Promételo!!

-Serás … bobo…

Pero lo único que pudo escuchar es la carcajada que soltó Sergio antes de colgar.

Jorge Rios en la feria del libro de 2019. (3)

-Hola. Me llamo Jorge.

Les tendió la mano para saludarlos. Ninguno de los dos atinó a responder al saludo con naturalidad.

-A lo mejor preferís un abrazo. – propuso Jorge.

El más alto de los dos fue el que primero abrió los brazos para abrazar al escritor. El joven pretendía que fuera un gesto de compromiso, pero Jorge lo retuvo pegado a su cuerpo. En los primeros momentos del abrazo, parecía querer mantener las distancias. Pero al notar la decisión de Jorge, acabó abandonándose completamente y pegando su cuerpo al de él. Apoyó la cabeza en su hombro, echándose a llorar.

El segundo joven siguió el camino marcado por el primero, aunque ya desde el principio, su abrazo fue cercano y entregado.

-Me alegra que hayáis venido. ¿Tú eres Pólux? – preguntó Jorge al más alto.

-Sí. ¿Cómo lo sabes?

Jorge miró a Carmelo que seguía en la caseta de las firmas y que lo miraba con la boca abierta. No había seguido sus instrucciones y los miraba descaradamente.

-¿Queréis que os presente a Carmelo?

Los dos chicos siguieron la dirección del gesto de Jorge. Volvieron a ponerse nerviosos. Su gesto se convirtió en un calco del que tenía el actor.

Unas voces provenientes de la otra caseta despistaron a Jorge. Sergio estaba discutiendo con la librera a voz en grito. Un grupo de personas parecían estar esperando a que Jorge les firmara. Sergio estaba indignado con la librera. Carmelo se levantó y fue a apoyar a su representante mientras le hizo un gesto al escritor para que se sentara en la mesa.

-Si molestamos… – empezó a disculparse Pólux.

-No, al revés. Si he venido esta tarde es por vosotros. No hay otra razón. O a lo mejor os apetece que salgamos de aquí y nos vayamos a otro sitio.

-¿Vendrá Carmelo?

-Si queréis sí. Él estará encantado de conoceros y abrazaros.

No dijeron nada, pero Jorge supo que ahora que lo habían visto de cerca, no querían perder esa oportunidad de conocerlo.

Jorge caminó decidido hasta el sitio dónde discutían Sergio, Carmelo y Esme. Debía zanjar el asunto y dejar las cosas claras a esa Esme. Se dirigió al grupo de lectores que estaban esperando a que les firmara. Iban a ser los damnificados por la mala cabeza de esa mujer.

-Siento que la librera haya tenido un lapsus mental y se haya olvidado que le he dicho esta mañana que no iba a firmar hoy, porque estaba pendiente de un tema familiar importante. Mi amigo Sergio les tomará su correo electrónico y un día les citamos para tener la oportunidad de charlar todos un rato y firmarles los libros que quieran. ¿Me haces el favor Sergio? Necesito al rubito.

-Claro que me ocupo.

-¿Podemos venir mañana? – dijo uno de los lectores que había citado Esme.

-No se lo recomendaría. Van a perder toda la mañana. Calculamos que habrá mañana cuatrocientas personas.

La librera se echó a reír. No le gustó ese gesto de desprecio. Carmelo fue a decirla algo, pero Sergio le paró en seco y le recordó que Jorge le estaba esperando.

-Yo me encargo. Es mi trabajo.

-Pero tu no representas…

-Jorge es mi amigo. Mi trabajo es ocuparme de las cosas de mis amigos. Largaos.

Carmelo miraba con odio a la librera. Jorge lo empujó hacia los chicos que miraban la escena embobados. En cuanto dejó de mirar a la librera y se enfrentó a los chicos, su gesto cambió como por ensalmo. De enfadado y alterado, pasó a ser la viva imagen de la tranquilidad y la dulzura. Abrió los brazos y los dos se acurrucaron en ellos. El más bajo apoyó la cabeza en su pecho, y Pólux, que casi era de la misma altura de Carmelo, apoyó la cabeza en su hombro.

Carmelo se encargó de la conversación intrascendente en el camino a su casa. Mientras se dirigían hacia la salida del Retiro disfrutando del paseo, Carmelo llamó a un coche de alquiler que los esperaba en la puerta de O’Donnell. De allí enfilaron a la casa de Jorge. Al llegar allí, salieron a la terraza. Carmelo se encargó de preparar algo de merendar mientras Jorge iniciaba la conversación con los jóvenes.

-Perdona, pero no te he preguntado tu nombre.

-Gaspar – contestó el aludido.

-Tenéis los dos nombres importantes.

-Eso nos decían en esas fiestas. En eso tenían razón.

-Muchas gracias por la dedicatoria. Me lo ha dado mi tío Chacho esta mañana. Me ha dicho que has sido muy amable con él.

-Me ha parecido un hombre muy agradable. Y me ha parecido que te quiere mucho.

-Es mi persona súper importante. La que me anima y se preocupa cuando tengo días malos. A parte de Gaspar.

-Y tú Gaspar, ¿Quién es tu persona súper importante?

-Yo no tengo familia. Pólux. Es mi persona importante.

Jorge se lo quedó mirando sin contestar. Le pareció que quería contar algo, pero necesitaba tiempo para prepararse.

-Mis padres murieron hace muchos años. No me acuerdo de ellos. Allí te hacen olvidar tu pasado y aprenderte nuevos nombres, fechas de nacimiento, padres, tíos… el caso es que estoy solo. Cuando Germán me sacó, me llevó con unos amigos suyos. Allí estuve unos días.

-Lo estaba pasando mal y Germán tuvo que actuar – explicó Pólux. – Le iban a matar. Querían su corazón. Lo habían vendido.

-Pero ya estaba mal. Casi… me mato. Germán me iba a sacar de todas formas. Eso lo aceleró. Tuvo que improvisar. No me apetecía vivir, ¿Sabes? Como Luis en tu novela. Mi Sergio era el Alguacil, o las hijas de puta de las Marquesas. Y todos esos hijos de puta que gozaban dándome hostias y más hostias. Y apagando los cigarrillos en mi piel. Y los puros. Hijos de puta.

Gaspar se abrió la camisa y le mostró a Jorge su pecho y estómago, lleno de marcas de cigarrillos apagados sobre la piel y de las agujas con las que mas Marquesas atravesaban los pezones de los juguetes elegidos.

-Les gustaba como gritaba. Les hacía reír, por eso se ensañaban conmigo.

Carmelo había escuchado esa última parte. Acababa de llegar de la cocina con una bandeja con algunas cosas de picar. Había hecho unos tacos de verduras y otros de carne y verduras. Traía también unas tortillas de pimientos y cebolla, de bacalao y de jamón serrano y queso. Traía San Francisco para beber y limonada.

-La pizza está en el horno. – dijo mientras avanzaba hacia la mesa. Dejó la bandeja y se agachó para besar en la frente al joven. Luego, despacio, pasó sus dedos por esas marcas que le estaba enseñando a Jorge. Gaspar lo miraba con devoción.

-A muchos estas marcas les causa repulsión.

-A mi me producen ternura y amor. ¿A ti Pólux?

-Lo mismo. Me gusta acariciarlas y besarlas.

Y mientras decía esto, alargó el brazo para que Gaspar le cogiera la mano.

¿Quieres San Francisco, Pólux? Carmelo lo hace muy rico.

Jorge se levantó y cogió la jarra para servirles. Le hizo un gesto para preguntarle si quería hielo.

-Sí, por favor. A cualquiera que le diga que estoy merendando con Jorge Rios y con Carmelo, el escritor y el primer Dios, se morirá de envidia.

-Seguro que no habéis comido hoy.

-Nos hemos puesto nerviosos cuando Chacho nos ha dicho de ir a verte.

-Se me ha secado la boca a full. Estropajo era.

-Y sigue siendo, Gaspar.

-Es que es alucinante. Limonada, por favor – contestó al gesto de Carmelo, para servirle una u otra bebida.

-¿Y cómo has acabado en Madrid, Gaspar?

-Chacho y Pólux me fueron a buscar. Pólux era mi amigo. Germán les contó. Se han ocupado de mí. A parte Pólux y yo somos novios. Queremos casarnos.

-¿Y tú, Pólux?

-Mi tío me compró. Así de sencillo.

-¿Comprar a un Dios? – dijo Jorge sorprendido. – Eso debe ser inusual.

-¿Cómo lo sabes, que era Dios?

-Está claro que buscan replicar al primer Dios que hubo. Te pareces a Carmelo. No en el rostro, pero sí en el cuerpo. Incluso en la forma de estar.

-Ya había otro Dios más joven.

-¿Quién?

-Ni lo sé ni me importa.

-¿Y por qué Chacho te compró? ¿Qué quería de ti?

-No pienses eso. No es el caso. Sé de otros chicos a los que les han comprado y son felices con sus nuevos padres. La gente que compra a chicos ya mayores que no sirven, es porque quieren cuidar de ellos. La mayor parte, al menos. Sé de dos que en realidad se enamoraron y decidieron comprarlos para que fueran sus parejas. Chacho es mi tío de verdad. Me buscó durante muchos años. Alguien le habló de mí, alguno de los que… ya sabes. Y empezó a investigar. Se introdujo en esas fiestas y al final me encontró.

-¿Y tus padres?

-Ni lo sé ni me importa. Mi única familia es Chacho y Gaspar.

-¿De verdad es tu tío? – Carmelo no acababa de creérselo.

-Nos hicimos la prueba de ADN. Yo de todas formas, lo recordaba. Por un colgante que lleva siempre con el que me gustaba juguetear de pequeño. Se lo quitaba y me lo dejaba.

-¿Y como estás?

-Tengo mis días. Gaspar me ayuda si tengo uno malo.

-Y él a mí en mis días negros.

-Y Chacho cuida de los dos.

-¿Vivís con él?

-No exactamente. Vivimos en un piso los dos. El vive dos pisos más arriba. Pero tenemos nuestra intimidad.

Les empezaron a contar que Pólux trabajaba desde casa como corrector de manuscritos de una editorial importante. Y Gaspar trabajaba en un Mercadona cercano a su casa.

-Me gusta. Y veo gente. A veces me cuesta, pero me sienta bien. Y estudio por las noches. Estoy acabando 2º de bachiller. Germán insistía en que estudiara. Nos daba libros y buscaba la forma de que alguien nos diera clases a escondidas. Pero yo entonces no estaba por la labor. Solo leí tus novelas. Una y otra vez.

Estuvieron hablando hasta bien entrada la noche. Los dos jóvenes querían saberlo todo del trabajo de actor de Carmelo y por el origen de las historias de Jorge.

-Muchos de nuestros amigos te leen Jorge. ¿Podemos decir que hemos estado con vosotros?

Jorge y Carmelo se miraron.

-Si queréis sí. Por nosotros no hay problema. Solo si estáis seguros que

-Claro que sí. Sois un orgullo para todos.

-¿Y si alguno de nuestros amigos quieren conoceros?

-Nos decís y quedamos.

Pasadas las doce de la noche, Chacho llamó a su sobrino. Estaba un poco preocupado porque el joven había quedado en llamarlo para contarle, y no lo había hecho.

-Perdóname. Es que estamos en casa de Jorge. ¿A que es alucinante? Sí, Gaspar está bien.

Al cabo de un rato, Chacho fue a buscarlos. Jorge le pidió que subiera. Todavía estuvieron hablando más de media hora. Carmelo sacó algo más de cenar.

Antes de irse, Carmelo les regaló una camiseta firmada de su última película. También les dio tres invitaciones para ir al estreno. Y Jorge les regaló una edición privada de “El bar de las gildas”, que hizo para regalar con ilustraciones de Iván Sierra. Quedaron en volver a verse y se intercambiaron los teléfonos. Era algo que Jorge siempre hacía con todos los chicos de esa trama que encontraba. Luego, casi ninguno se había atrevido a volver a llamarle. Pero él, cada cierto tiempo, les iba telefoneando para saber de ellos.

Cuando se fueron, Carmelo y Jorge se sentaron en el sofá del salón.

-Te quedarás a dormir – dijo más que preguntó Jorge.

-Claro. Una cosa ¿Cómo has sabido quién era Pólux?

-Porque es como tú. No se parece de cara, pero el cuerpo, la altura… la constitución… es la tuya. Esos hijos de puta buscan una réplica tuya. Por eso al verlos, te has quedado con la boca abierta. Y lo mismo les ha pasado a Pólux y a Gaspar al verte a ti. Gaspar se ha dado cuenta que el cuerpo de Pólux es similar al tuyo.

A la mañana siguiente, mientras desayunaban los dos en la cocina, Sergio llamó a Jorge.

-Vente haciendo ejercicio con la muñeca. Bolis ya tengo yo. Y no hagas planes para el resto del día.

-¿Y eso?

-Tienes ya más de ciento cincuenta personas esperando. Esme está dando explicaciones a la Organización de la Feria. La han llamado a primera hora, cuando el primero de la cola se ha presentado a las siete de la mañana.

-Has tenido razón en tus previsiones.

-Y tú cuando la dijiste que no lo publicara en las redes. Al menos espero que te pida perdón por reírse en tu cara cuando les dijiste a esos que no vinieran esta mañana.

-Si no le pide perdón, le parto la cara. – apuntó Carmelo.

-Voy yendo entonces.

-Te acompaño.

Varios policías de la Unidad de Intervención les esperaban en la Puerta O’Donnell. Les escoltaron hasta la puerta trasera de la caseta dónde iban a firmar. Querían prevenir posibles altercados. Sergio les estaba esperando dentro. La caseta todavía estaba cerrada a la vista del público.

-Ya son cerca de trescientas personas. Y eso que algunos se han dado la vuelta. Hemos puesto carteles anunciando que solo vas a firmar un libro por persona. La policía controla que no haya problemas. Hemos puesto unas vallas para organizar la cola.

-¿No te quejabas de que no tenías firmas? – se burló Carmelo.

Jorge resopló.

-¿Y esa cabrona va a venir a pedir perdón?

-Dani, cariño, déjalo estar. Es inexperta. – le reconvino Jorge.

-Es idiota. – sentenció.

-¿Te sientas a mi lado? ¿Te vas a quedar a hacerme compañía?

-¡Claro! La duda ofende.

Jorge le dio un beso en los labios mientras le acariciaba la cara.

-Pues venga. ¿Empezamos? – preguntó Sergio.

-Dame diez minutos para que me acomode, y abres la puerta y las persianas.

-Falta media hora para la apertura oficial de la Feria. – comentó Quique que se había colado en la caseta.

-Cuanto más tardemos en empezar, más se van a enfadar por la espera. ¿No te enteras de la que se podría haber montado aquí si Sergio no se ocupa de todo? No tenéis ni idea. Esa tipa y vosotros os creéis…

-Dani, déjalo anda – le pidió Sergio. – Haz caso a Jorge y ayúdale.

Cada cien firmas Jorge se tomaba cinco minutos de descanso para estirar las piernas y beber algo. Salían Carmelo y él por la parte de atrás y Jorge fumaba un cigarrillo. En uno de esos descansos, vio a Pólux y a Gaspar que le observaban en la distancia. Les saludaron con la mano. A su lado, estaba otro joven que los miraba fijamente. Jorge se lo quedó mirando, porque tenía la idea de que lo conocía. Pero no pudo encontrar en su memoria razón de ese recuerdo. El joven tenía el gesto serio, pero se llevó la mano al corazón y le dio las gracias marcando la palabra con los labios. Jorge hizo el amago de ir hacia él, pero cuando un grupo de personas que iban a incorporare a la cola de firma se quitó de en medio, el joven ya no estaba. Pudo ver a Pólux y Gaspar alejándose los dos solos, agarrados de la mano.

-¿Te has fijado en ese joven? – preguntó a Carmelo.

-Sí.

-¿Te suena de algo?

-¿Debería?

-Me suena sí.

-Será un fan que va a tus firmas.

Jorge se encogió de hombros.

-Era mayor que Pólux y Gaspar ¿No?

-Como yo, pienso. O un par de años más joven.

A media mañana, Sergio decidió impedir que más personas se incorporaran a la cola. Aún así, Jorge acabó cerca de las cinco de firmar. Jorge y Carmelo se sacaron fotos con los policías que habían estado vigilando que todo saliera bien. Algunos comentaron con Carmelo alguno de los papeles de policía que había hecho.

Esme, la librera, se acercó a saludarlos. Pero Carmelo le hizo un gesto con la mano.

-Llevo todo el puto día conteniéndome para no darte una hostia. Así que mejor ni te pongas a tiro. Te he respetado porque Jorge me lo ha pedido, y es la persona que más quiero en este mundo. No tientes a la suerte.

Jorge esta vez no le contradijo. Sergio llegó por detrás y les anunció que había reservado una mesa en un restaurante cercano y que a pesar de la hora les darían de comer.

-Ten, ponte estas compresas frías en la muñeca. – Sergio le tendió un par de ellas. – Si no, no vas a poder partir la carne.

-Espero que mi rubito me la parta.

-Ni lo sueñes. Te pides unas papillitas o algo que no…

-¿Serás capaz?

-Hombre, claro. Te voy a partir la carne. No te jode.

-¿Tampoco me vas a limpiar el pescado?

-Que no, pesao. Ponte esas compresas que te van a bajar el hinchazón de la muñeca ya verás que bien lo partes tú todo.

Sergio les fue empujando hacia la salida. De nuevo, la policía les escoltó hasta la puerta del Retiro.

-Pues si que tengo yo ayuda contigo. – Jorge puso su mejor gesto de resignación – si ya decía yo que esto de que fueras rubio…

-Te quejarás. Todo el puto día sonriendo a tus fans.

-Que muchos eran tuyos. Bien que te han pedido fotos.

-No te jode, contigo al lado.

-¡Ah! O sea que no quieres salir a mi lado en las fotos… está bien saberlo.

-Porque eran tus fans, no los míos.

-Ya, y todos y todas esas que babeaban al mirarte, lo hacían porque estabas a mi lado y en realidad babeaban por mí.

-Pues claro.

-Ya. Pues el charco de baba estaba en tu lado. Y todas se ponían a tu lado en las fotos.

-Este momento impagable… lo bien que me lo hacéis pasar cuando os ponéis así.

-¿Así como? – Carmelo puso mejor mirada obtusa a su representante.

-Como los hermanos Marx.

-¿Pero de que vas tío?

Los dos hablaron a la vez y miraban con cara de pocos amigos a Sergio. Pero éste, no se dejó amilanar y soltó una sonora carcajada que fue seguida por los policías que les acompañaban.

Jorge Rios”.