Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

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Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

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-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

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Necesito leer tus libros: Capítulo 69.

Capítulo 69.-

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Una vez que empezaron a mirar las fotos, todo fue rodado. Aún así, eran muchas y se les hizo muy tarde. Iban saliendo en la pantalla y si alguno de ellos decía la palabra clave “guarda”, Raúl la apartaba en una carpeta distinta para luego revisarlas.

Esa revisión se la dejaron a Jorge, o en todo caso, para otro momento en que pudieran reunirse. Era momento de volver a Madrid.

-¿Te vienes a casa? – le preguntó a Martín.

-Hoy tengo plan. – respondió éste en tono interesante. – Y así paso por el hostal a dejar las zapas que me has regalado.

-¿Te han gustado?

-Molan. Están guays. Dale las gracias a Dani.

-Mándale un wasap. Le hará ilusión.

-Vale.

Jorge sonrió resignado. Creía que Raúl y él volverían a salir esa noche. Le hubiera gustado que Martín se fuera con él y tener la oportunidad de preguntarle de nuevo por sus revelaciones. Lo tendría que dejar para otra ocasión.

-Si quieres un día de estos, miramos las fotos – se ofrecieron Fernando y Helga.

-Pero cuando estéis de servicio. No quiero acapararos en vuestros momentos de ocio.

-Hoy me voy yo a curiosear al hospital – dijo Helga.

-Es tu día libre.

-Tengo enseguida tres días seguidos. Ya descansaré entonces. Te cuento lo que averigüe.

-No sé como agradeceros …

-Publicando de vez en cuando. No guardándotelo todo para ti. – Fernando fue el que le respondió.

-Venga, vamos, vamos. Que te está esperando el relevo en Madrid. Te noto con la cabeza … que no te rula – Jorge lo empujó de broma hacia los coches.

-Tío, Helga y Raúl me llevan. ¿Te importa?

Martín se había acercado a su tío para abrazarlo antes de separarse.

-No. Pero no te olvides de lo que hemos quedado.

-No, pesao. Te llamo. O llámame tú, así haces el gasto.

Jorge soltó una carcajada. El teléfono de Martín lo pagaba él desde sus trece. Fue su regalo de cumpleaños. Y seguía haciéndolo, como seguía ingresándole en la cuenta su “propina”. Propina que había triplicado hacía unos días, al contarle Aitor que estaba casi siempre en números muy rojos.

Cuando llegó a su casa de Núñez de Balboa, justo pilló a Mariola y a Pepe que había ido a recoger a su mujer y a su nieta. Asia dormía feliz en brazos del abuelo.

-Se lo ha pasado en grande. Ha alternado los hombros de Carmelo y de Álvaro. Han sido sus hombres del día. Pero ya hace una hora que su cuerpecito se ha rendido y se ha dormido en tu cama.

Jorge besó a Mariola y a la niña con cariño.

-Mañana volvemos.

Jorge se rió, porque había sonado a amenaza.

-Puedes venir todos los días si quieres.

-Pues tú vete buscando fecha para venir a cenar a casa un día – le dijo Pepe. – Reunión familiar.

-Me dices y lo arreglo.

-Podíamos aprovechar cuando venga Rodri de París – propuso Mariola.

-Hablé el otro día con él. – recordó Jorge. – Pasamos un rato entretenido.

-Me contó ayer precisamente al decirle que su madre venía hoy a tu casa. – dijo Pepe.

-Vámonos Pepe. Hay que acostar a la niña.

Jorge tocó con los dedos en la puerta de casa para anunciar su llegada. Carmelo estaba recogiendo la cocina. Sonrió al verlo entrar.

-Pensaba que a lo mejor te quedabas a dormir allí.

-No rubito. No puedo vivir sin ti. Necesitaba acariciarte la cara, mirarte a los ojos y comerte esa sonrisa que tan bien luce en tu rostro.

-Me dices estas cosas …  y no sé que contestarte.

-Creo que lo más apropiado es que me beses con pasión y amor.

-Eso está hecho, escritor.

Ninguno de los dos necesitó nada más para ponerse a ello. Pegaron sus cuerpos y se entretuvieron unos minutos en besarse y acariciarse la cara. Sin olvidar mirarse a los ojos.

Dani, cariño, estás cansado.

-Estaba pensando lo mismo de ti.

-¿Bajamos a picar algo a algún bar de por aquí?

-He guardado un surtido de lo que hemos preparado para mañana. Y Juliana nos ha subido una empanada gallega que acababa de hacer. Es para nosotros solos.

-¿Y lo que habéis hecho hoy?

-Se lo han llevado los de “El Cortejo” para guardarlo en sus cámaras. Sino, era imposible. Ellos se encargan de las bebidas mañana. Les he pedido que nos hagan su San Francisco.

-Me gusta más el tuyo.

-El de la Dinamo también está bien.

-Cierto. Es distinto, pero también me gusta. Pues querido, si cenamos un poco, nos tomamos una copa sentados tranquilos, y nos vamos a la cama …

-A tus órdenes, mi amor – dijo Carmelo cuadrándose como si estuvieran en el ejército.

Aprovecharon la cena para ponerse al día. Carmelo le contó como había ido el día de elaboraciones.

-Han estado todos muy centrados. Álvaro no ha descansado ni un minuto. Y cuando me notaba cansado, se ha llevado a Asia con él y se la ha puesto sobre sus hombros. Esa niña es… maravillosa, pero agotadora.

-Me da que entre los dos habéis podido con ella. Me los he encontrado abajo. Dormía feliz en brazos de Pepe.

-Pero se ha dormido porque sabía que era tu cama. Ha dicho algo así como: “La cama de Jorge”

-¿A sí? Calla, que ha habido un par de días que Mariola vino a casa cuando estabas fuera y me eché con ella en la cama para que se durmiera. Joder, que memoria tiene la cabrona.

-Otra a la que tienes en el bote.

-Te recuerdo que con quien se ha ennoviado es contigo, no conmigo. Por cierto ¿Y Álvaro?

-Hemos estado hablando en un aparte. Se han unido Ester, Arón y Mariola. Ésta le ha echado la bronca como ella hace. Todos le habían mandado cosas por wasap, ánimos y promesas de que no le iban a dejar solo. Y casi todos sus amigos han hablado por teléfono con él. Hemos quedado en que vamos a crear una cuenta a nombre de todos. Óliver se encarga de los trámites. Va a hablarlo con Néstor, el marido de Dídac. Ya sabes que es directivo de… – Jorge afirmó con la cabeza – En ella vamos a poner cada uno veinte mil euros. Cuando ingresen los demás, nosotros recuperamos el resto del dinero que adelantamos. Ahí va a quedar un fondo del que puede ir tirando Álvaro para poner al día la hipoteca, hasta que venda la casa. La va a poner a la venta, le hemos convencido entre todos.

-Al final lo que proponían por wasap el otro día. – Carmelo asintió con la cabeza – Eso es un avance. No le vi muy receptivo a esa idea.

-No lo estaba. Al final le hemos convencido y Oli se encarga de ayudarlo. Él cuando pueda, va a ir ingresando hasta cubrir los doscientos veinte mil que vamos a poner entre todos. Cuando eso suceda, recuperamos el dinero todos y cancelamos la cuenta. Se ha unido Mariola a los que ya estaban en el ajo el otro día.

-¿Qué ha dicho de dónde va a vivir?

-Pues en su casa antigua, que la tiene pagada. Creo que ya te dije. O a lo mejor se lo he comentado a… no sé a quién. Resulta que la sigue teniendo. Se la había dejado a unos “amigos” de Toledo que vinieron a estudiar a Madrid. Él decía de venderla, pero Ester le ha convencido de que esa casa está muy bien. La tiene pagada y tiene muchos menos gastos. Y no tiene ni comparación. Parece que tiene que arreglar alguna cosa, ya sabes lo que pasa cuando dejas algo a alguien…

-Ya. Por eso has entrecomillado eso de “amigos”.

-Le hemos dicho que coja de ese fondo si necesita. Ahora de momento, tiene esa publicidad bien pagada, no como las que hablamos el otro día. Y creo que le ha salido otra cosa parecida para dentro de unas semanas. Tiene Tirso. Cualquier de los dos papeles que puede hacer, son buenos papeles e importantes. Sus redes sociales le dan algunos ingresos. Procuraremos estar más pendientes de ellas y surtirle de más contenidos. Mariola le ha insistido en que vuelva a cantar, a colgar sus canciones y que haga alguna cover. Arón quiere que canten alguna cosa los dos.

-¿Qué va a hacer con la película de esa Lola?

-Ésta le ha llamado. Nuestro Willy…

-¿Era él entonces?

-¡Claro! ¿Lo habías dudado en algún momento? El caso es que debió llamar a esa Lola para decirla que despidiera a Álvaro. Ésta le ha mandado a freír espárragos. Lola le ha llamado para decirle que no ha cambiado nada, y que por mucho que piense Willy, no tiene nada que decir al respecto. Y otra buena noticia: al saber que va a salir en Pasapalabra, han prorrogado su obra de teatro. Y puede que le salga otra. Fernando Cabrales le ha comentado a alguien que quiere montar otra obra y que Álvaro encajaría en el papel. A parte está la serie que le comentó Cabrales.

-A Javier le había llegado algún rumor de lo de Álvaro.

-¿Te lo ha dicho?

-Ahora no recuerdo bien si ha sido él o Carmen. Han venido a decir que si quiere, puede denunciar.

-No lo va a hacer.

-Eso he pensado. Pero mira, nuestro amigo Willy… ¿Tan mal le va en el mundo de la actuación que se tiene que buscar la vida como prestamista y timador de actores emergentes? A mí me da que con Álvaro lleva varios años propiciando este desmesurado afán consumista de nuestro amigo. Metiéndole en la cabeza esas ideas absurdas.

-No huele bien eso, no. He oído a veces rumores que hay como una trama que engaña a los actores recién llegados y que tienen un éxito rotundo. Les embarcan en un nivel de vida desmesurado con la esperanza de que eso propicie nuevos trabajos. Y respecto a la carrera de Willy, no sé que decirte. Creo que no le va mal. No sé que le ha entrado… alguna vez he oído que le gustaba mucho el juego. El póker, parece. Que a veces juega en esos campeonatos, como Piqué, el futbolista.

-Mira. Ya conocemos a un afectado de esa trama. En realidad a cinco, con los cuatro que citó Álvaro el otro día.

-He llamado a Rodrigo Encinar. ¿Te diste cuenta que fue uno de los que citó Álvaro en su conversación con Willy?

-Sí. Y luego se me olvidó preguntarte.

-Le he dicho que me han llegado rumores de que anda mal de pasta. Otro que me lo ha negado. Pero yo le he dicho a cara de perro, que si necesita algo, que me lo pida. Que no haga nada para pagar eso de lo que pueda arrepentirse. Y que si quiere denunciarlo, yo le apoyo. Le he hablado de Javier y sus compañeros.

-O sea que le has dicho claramente que lo sabes, y que por mucho que lo niegue, no te va a convencer.

-Con él tengo confianza. Sí, se lo he dejado claro. Es un buen tío, buen actor y en su día me ayudó mucho. Eso no lo olvido ni lo haré nunca.

-Eso no me has contado.

-No viene al caso.

-¿Y a Gonzalo le has llamado?

-No tengo tanta confianza. Pero Rodrigo sí, y le he hecho ver que sé que su amigo está igual. Que lo mismo vale por él.

-No van a querer.

-Al final Rodrigo me ha venido a reconocer que… sí, que… tiene una deuda… pero no debe ser más de diez mil euros.

-Pero su caché en esas citas no llegará ni a los doscientos euros. Si es que ha entrado en el juego. No es muy conocido. Y eso ya sabes como va.

-Creo que no lo ha hecho. Lo más …  tonto es que el dinero lo ha usado paa hacer unos arreglos que necesitaba su casa. No ha sido por …  fardar.

-Ojalá tengas razón.

-¿Y tú qué?

Jorge le fue contando las novedades en su excursión a Concejo. Y le fue contando todo lo que había dicho Martín sobre la opinión de sus padres sobre el sucedido de hacía diez años.

-¿Os conocíais entonces?

-De cruzarnos en eventos, en reuniones sociales… que yo recuerde, hasta el día en que Paula me llevó a la barbacoa, no había cambiado ni un saludo con él. Nos conocíamos de vista. Y mira que desde que ha dicho eso Martín, le he dado vueltas al tema.

-¿Y Martín y Tirso? No lo entiendo. ¿Tirso existe?

Jorge se quedó pensativo. No sabía que contarle a Carmelo y mucho menos como hacerlo.

-Digamos que alguien parecido a él, existió de verdad. Parece.

-¿Y ese tipo es al que conoce Martín?

Jorge se encogió de hombros. En realidad tampoco podía asegurar que Martín conociera al verdadero Tirso. Se imaginaba que ahora se llamaría de otra forma. Es un nombre poco común y en todo caso, asociado a personas mayores. Tirso tendría ahora… unos treinta y cinco años, pensó Jorge. Sería de la edad de Javier y de Matías. Lo que no alcanzaba a comprender, era de qué lo conocía. A no ser que Paula y Laín ocultaran muchas más cosas de las que él pensaba.

-¿Y tú te acuerdas de todo eso que contó Olga y Carmen y Sergio de que me salvaste? – preguntó de nuevo Carmelo.

Jorge volvió a encogerse de hombros.

-No lo recuerdo, no. Pero… habrá que pensar que a lo mejor algo hubo de todo eso. No puedo decirte nada más.

-Hay una escena parecida en la novela.

Jorge asintió con la cabeza.

-¿Ese niño era yo?

-Al menos parece que me basé en ti para escribirlo. No lo sé. Para mí, Tirso es una novela salida de mi imaginación. ¿Qué haya algún personaje basado en alguien real? Seguro que sí. Siempre los hay en mis novelas. Lo hemos hablado muchas veces. Pero ahora no te pongas a darle vueltas a la cabeza. Estamos ahora, quince años después, estamos juntos, tenemos una nueva vida por delante para descubrir y disfrutar. Prefiero la vida que nos resta juntos, que recordar cada detalle del pasado. Del pasado, lo suficiente para sacar de su zona de confort a esos indeseables que nos quieren mal. El resto, lo dejamos en el baúl de los recuerdos.

-El otro día me comporté…

Jorge le puso a Carmelo el dedo índice sobre sus labios.

-Fue culpa mía. No medí bien como podría ser el desarrollo de esa reunión. No estuve atento y no te cuidé.

-No soy un niño, te recuerdo. Tengo que controlarme. Tengo que saber asumir las cosas que suceden a mi alrededor y no me gustan. Y quiero que me perdones.

Jorge le besó de nuevo en los labios.

-Te perdono.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Estuvieron unos minutos los dos, acariciándose de nuevo y bebiendo de la misma copa de San Francisco. Habían preferido no beber alcohol esa noche.

-He convencido a Martín de que se venga a vivir con nosotros.

-¿A sí? Pues ya me dirás como lo has hecho. ¿Se ha convencido de que no me molesta, ni me estorba?

Le contó el aviso que le había hecho sobre los relatos de la carpeta de descartados. Y sus nuevos hallazgos.

-Alucino contigo escritor. ¿Resulta que todavía tienes más relatos escondidos? ¿Y todos en la carpeta de descartados? No me extraña que Fernando te mirara con cara de extraterrestre al ver los cuentos de tus sobrinos y los relatos de tus nanas. Y ten presente lo que te dijo Flor. Le salió del alma.

-Rafa me dio permiso para publicarlos – dijo sonriendo Jorge.

-Es grande Rafa.

Jorge se encogió de hombros. Esas carpetas escondidas no supo cuando las creó ni por qué. Lo había estado mirando al volver de Concejo. En las dos carpetas que no había abierto Martín, había más de trescientos relatos. Y como siempre, algunos eran más propios de ser calificados como largos que como cortos. Lo que más le extrañaba es que estuvieran bajo ese epígrafe de “descartados”. Había empezado a leer algunos y no le encontraba sentido. Le gustaban.

-Y me temo que entre esos relatos, están los que interesa. Todo ha surgido precisamente porque me ha avisado Martín que todo lo que me estaba pasando para leer, estaba en esa carpeta. Hay dos con Nati Guevara de protagonista. Un par de los padres de Martín. Algunos sobre Nando, sobre Sergio, sobre Toni, sobre la Universidad… me ha apartado Martín once relatos. Tengo que leerlos todavía.

-¿Y las fotos?

-Hemos apartado unas quinientas. No está mal de treinta mil que teníamos entre los dos. Y falta el teléfono mío estropeado y yo creo que falta otro tuyo. Aunque lo mejor de todo estaba en el álbum de fotos de los padres de Martín. Foto de Fausto Lazona y de Rubén y su hermano gemelo, todavía como chico. Por cierto, he dejado la cámara profesional en Concejo.

-Me llamó Bruno para avisarme. Pues a lo mejor, habría que echar un vistazo a las fotos de Laín y Paula. Sin que se enteren, claro.

-Ya se lo he insinuado a Martín. A ver por dónde sale. He quedado con Fernando y con el resto que quedábamos otro día y las repasábamos. Al final teníamos todos los ojos irritados. Pero se han portado genial. Y la sorpresa de que Helga y Raúl aparecieran para ayudarnos, me ha emocionado.

-No me extraña que acabarais con los ojos rojos. Menos mal que se os ha ocurrido ponerlas en la pantalla. Y todos estos… ya me dirás como has hecho para ganártelos tan pronto.

-Sí. Fernando ha tenido buena idea. Y respecto a lo otro… creo que en realidad el trabajo lo has hecho tú antes.

-Raúl y Fernando no habían venido nunca conmigo hasta que empezaron a ir contigo. Helga muy de vez en cuando. Bruno igual. Has sido tu querido el que te los has ganado.

-Da igual. El caso es que son geniales y buena gente.

-Estaba pensando que a lo mejor, debíamos meter prisa a Martín en la mudanza, para que no se arrepienta.

-Tienes razón. A ver que se nos ocurre.

-Escritor, hoy soy yo el que me rindo incondicionalmente y te pido que nos vayamos a dormir.

Jorge sonrió a la vez que acarició la mejilla de Carmelo.

-Petición concedida.

Carmelo se levantó del regazo de Jorge y lo ayudó a su vez a levantarse él.

-Deja, ya lo recogeremos mañana – le pidió Jorge.

Las fuerzas a ambos les llegó justo para llegar a su habitación, desnudarse y tumbarse. No tardaron ni dos en quedarse profundamente dormidos.

.

La cocina de Jorge se convirtió al día siguiente en el perfecto ejemplo de ese lugar maravilloso en el que se junta toda la familia el día de Nochebuena para hacer la cena de todos. Y por extensión la casa entera. Una actividad frenética, en este caso, para tenerlo todo preparado para llevarlo por la tarde al plató de Pasapalabra.

Ya llevaban cocinando dos días. Y hubieran sido tres sino pasa lo del viaje a Salamanca de Jorge y Carmen y el siroco que le dio a Carmelo. Había sido una suerte que uno de los concursantes hubiera caído enfermo con una indisposición estomacal. Eso había aplazado la siguiente grabación dos días. Porque además, el número de asistentes no dejaba de aumentar.

El día anterior habían avanzado. Ya tenían todo el menú decidido. A primera hora habían llegado los pedidos que Carmelo había hecho a media tarde, incluido el de la carnicería de Gaby. Todo bien conservado en unos recipientes isotermos. Gaby además, le había preparado decenas de brochetitas de picadillo adobado que hacían ellos y unos nuggets caseros “Me has dicho que habría niños, los hijos de los miembros del equipo ¿No? Verás como les encantan”. Pero todavía quedaban muchas cosas por preparar. Era el día en que todo debía estar a punto. El día decisivo. A las nueve, habían quedado en llevarlo todo e iniciar el ágape. Carmelo había quedado con los de “El Cortejo” que se pasaban sobre las cinco y media a recoger las últimas elaboraciones. Para esa hora había que haber acabado. Eso les daría tiempo para irse a sus casas y prepararse para el evento.

Jorge observaba todo con asombro. Había hecho algún intento, poco intenso, es cierto, de ayudarles con los preparativos. Tras mucho zascandilear y como le echaba en cara el actor, “siempre estás en medio querido”, Carmelo le había prohibido terminantemente meter mano. Juliana la vecina se había unido. Aunque al final se bajó a su casa, porque había mucho follón.

-Hago croquetas y empanadillas. Y unos hojaldritos rellenos de crema. Carmelo ¿Hago alguna empanada más?

-No estaría mal. La que nos comimos Jorge  y yo anoche, estaba riquísima. Y cada vez que me escribe Roberto, sube el número de personas que van a ir.

-Me bajo entonces.

Jorge hizo amago de seguirla pero su vecina la paró:

-Y no bajes, Jorge Rios, que eres… es que alguna vez que he hecho los hojaldritos de crema delante de él, se los come más rápido que lo que tardo yo en rellenarlos de crema pastelera. – explicó a Mariola y Ester que estaban a su lado.

-Van a ir los de “El Cortejo” para servirlo. – anunció Carmelo. – Ellos se encargan también de las bebidas.

-Pesado, ya lo dijiste ayer – le tomó el pelo Omar.

Carmelo parecía gozarlo. Jorge pensó que si lo de la actuación llegaba un día que le cansaba, podría abrir un restaurante y encargarse de la cocina. Eso le tranquilizó porque supo que tenían el futuro asegurado. Aunque se cuidó muy mucho de expresar ese pensamiento en voz alta. Por otra parte, eso de sentir que Carmelo podría mantenerlo sin problemas… le estaba empezando a gustar. Carmelo trabajando cada día y él dedicándose a escribir, sin preocuparse de tener que publicar, ni de ocuparse de esas cosas que tanto le… costaban.

-Ya lo tenéis todo organizado. – comentó así de pasada. Parecía estar buscando una justificación, o directamente la expulsión.

-Álva viene ahora – anunció Ester. – Ha acabado antes de lo previsto las pruebas de vestuario para esa sesión de fotos de mañana.

-Omar ha bajado donde Juliana para ayudarla con lo suyo. – anunció Mariola.

-¿Por qué no te vas por ahí a escribir en algún sitio? – le sugirió – echó Carmelo a Jorge.

Carmelo besó al escritor para hacer más llevadero el hecho de que le estaba echando de su casa. Pero muy al contrario, no se sintió ofendido, sino que sin dar oportunidad a que alguien le dijera que se quedara, cogió su bandolera, su gabán y se fue sin decir adiós. Le faltó hacer un gesto de triunfo nada más cerrar la puerta de su casa.

Estaba ya entrada la mañana. Llevaban unos días intensos. El primero, con la preparación de su presencia en Pasapalabra y el descubrimiento de las actividades de Álvaro para solventar sus problemas de dinero y lo que llevó consigo. El siguiente día con la grabación de los tres programas del concurso. Que aunque se lo hubieran pasado bien, no dejaba de ser agotador. Alguna vez notaba a los concursantes cansados cuando veía por la tele el programa. Y no se extrañaba.

Salamanca y Sergio. Y luego al volver, Carmelo. De camino, su parada en el pueblo del refugio de Nabar, Jordi y el resto de esos chicos dolientes. Nabar le había mandado varias fotos de cada compañero con la sudadera que les había llevado. Había quedado con Javier  en ir un día, hablar con Jordi y algunos otros chicos y así les firmaba las sudaderas a los que no lo había hecho. Nabar le decía que todos la habían tomado como su prenda habitual. Jorge le llamó a Bernabé para que le hiciera más, y así que pudieran tener para poder lavarlas. Y esas fotos se las mandó a Iván, el dibujante, para que le preparara unos retratos de los chicos para regalárselos.

Al día siguiente, su excursión a Concejo para mirar fotos y recibir novedades. Sobre todo las confidencias de Martín. Debía pensar en ello más detenidamente. El tema de Tirso le había dejado descolocado. Y el tema de sus padres y su opinión sobre él. Poco a poco Martín iba soltando todo lo que sabía. Jorge intuía que a lo mejor, no había hecho más que empezar. Y cada vez estaba más seguro que Laín y Paula eran otros amigos que iban a pasar de ser eso, amigos, a personas interesadas o cuando menos, que lo querían cerca solo para enterarse de lo que sabía o hacía. O vete tú a saber si para cosas más … espurias.

No le venía mal un paseo sin complicaciones y quizás una parada para reflexionar y en su caso escribir algunos pensamientos. Esos mismos que ahora le asaltaban mientras sentía el ambiente de la ciudad en plena actividad mañanera.

.

Carmelo fue a buscarlo al final de las grabaciones. Le habían estado llegando informaciones de lo que ocurría en el plató y en sus alrededores. Estaba preocupado y conocía a Jorge. Sabía que después de ese esfuerzo de sociabilidad, de controlarlo todo, de levantar el ánimo a Álvaro, llegaría “la bajona”. Justo llegó cuando Mariola se montaba en el coche de producción que la devolvería a su casa.

-Se ha quedado un poco apagado – le comentó al darle un beso.

-¿Te vienes a casa entonces a cocinar?

-Claro. Pero me llevo a mi nieta, te advierto.

-Le dejamos a Jorge de niñera.

-Me da que quiere largarse en cuanto pueda. Él cuenta con tus hombros para que hagan esa labor. No le digas nada que te he dicho.

Carmelo se echó a reír.

-Vivís en la casa de Jorge ¿No? Menos mal que has dejado ese santuario impersonal que es la casa de Cape.

Carmelo saludó a los miembros del equipo del concurso que se fue encontrando camino de los camerinos. Roberto y él se abrazaron.

-Tío, a ver si quedamos y echamos una tarde – le dijo Roberto. – No te digo nada de que vengas al programa porque sé que no te gusta.

-Claro. Nos llamamos. Podríais veniros un finde a Concejo.

-¡Ah! Es una idea. Han estado geniales los cuatro. Menudos cuatro. Y Jorge que parecía calladito.

-Me quema el wasap. Ha corrido la voz entre los colegas.

-Pues espero que no sean como algunos haters que se me han colado en mis redes.

-De esos también tengo. – se lamentó Carmelo.

Fernando el escolta le señaló el camerino en el que estaba Jorge. A la pregunta silenciosa de Carmelo, el policía contestó con una mueca de preocupación y de disgusto. Carmelo tocó ligeramente la puerta y la abrió. Jorge estaba recogiendo sus cosas para irse. Pero por la forma de moverse, por la postura que mantenía su cuerpo, supo que la cosa no iba bien.

Jorge sonrió al verlo. Se abrazaron y Carmelo le besó los labios a la vez que le acariciaba con ambas manos el rostro.

-Me dicen que has estado genial en los tres programas, que os habéis convertido en el mejor grupo de invitados de toda la historia, y resulta que estás apagado.

Jorge se encogió de hombros.

Carmelo le cogió la bandolera y se la colgó en su hombro y agarró el brazo del escritor para llevarle hacia los coches que les esperaban en la puerta.

-¿Y si le he puesto en el disparadero? Ayer con pagarle a la brava la deuda con ese cabrón. Y hoy, con esa exhibición que ha hecho de su querencia por mí y por mi obra. No le tenía que haber dejado hablar de mi novela. Es que además lo ha hecho con tanta pasión…

-Pero Mariola ha hecho lo mismo y ha hablado de “deLuis” también.

-Otra que a lo mejor…

-No dramatices.

-Tengo muy presentes esas conversaciones sobre nosotros, de esos compañeros, amigos o lo que sean.

-Álvaro puede separar su mundo del de ellos. Mariola nunca se ha relacionado con ese… grupito. Ni Ester tampoco. “Hola ¿qué tal?” y poco más. Arón y algunos otros se han desligado del grupo de wasap y no quieren saber nada de ellos.

-¿Elegir? ¿Le vamos a obligar a elegir?

-¿Crees que esa gente le aporta algo bueno? – opinó Carmelo.

-Pero es su elección de vida. No podemos… inmiscuirnos. Y cuando eligió sin ninguna presión, eligió a ese Willy para que le prestara. No te eligió ni a ti, ni a Omar, ni a Manu ni a Ester.

-Eso es cierto.

-¿Cuánto debería al principio?

-A mí me da que lleva algún tiempo con lo de acompañante.

-Creo que deberías… matizar con él mi actuación de ayer. Me pasé de frenada.

-Es posible. Pero intentabas que reaccionara. Puede que… no debimos pagar su deuda de la forma que lo hicimos. Y el intento de que pusiera en nuestras manos …

-Por eso. Te toca hacer de poli bueno. De quitarme autoridad, o como quieras llamarlo. Para que no se sienta agredido.

-Va a volver a su piso antiguo. Eso me han dicho. Te advierto que era una casa muy guay. No entendí nunca por qué se mudó. Y no era nada pequeña, quiero decir. En aquel entonces era …  es como comparar la casa de Cape con la tuya. La tuya es hogar. La de Álva era hogar. La nueva era como la de Cape. Menos impersonal, pero un estilo.

-Al menos se mueve.

-Puede que tu sobreactuación tuviera efectos positivos.

-¿Y si la tipa esa le despide después de que se sepa lo que ha pasado hoy en la grabación?

-No creo que lo haga. Le tendría que pagar el contrato entero y pagar a otro actor. Puede hacerle la vida imposible para luego despedirlo. Pero para eso debe esperar a que empiece el rodaje, y todavía faltan unos meses. Ni ella ni sus amigos tienen tanto poder. Y si recuerdas en la conversación, Willy le amenazó veladamente con esa posibilidad. Y Álvaro se enfadó y anunció que hablaría con su representante al respecto.

-¿Seguro? Con alegar diferencias creativas… o problemas de agenda. O peor aún: tenerle hasta el día antes de empezar los ensayos y despedirlo entonces. Se queda sin trabajo y sin posibilidades de encontrar otro. Dos o tres meses en blanco. Y alega su falta de moralidad, por ejemplo. Destapando sus actividades como acompañante.

-Puede que el proyecto del que le habló Fernando Cabrales, se adelante. A lo mejor es posible que tenga que elegir entre los dos proyectos. Y seguro que elige el de Cabrales.

-No creo que Álvaro dejara esa película. Tengo la sensación de que le gusta trabajar con esa mujer.

-Ella no es una garantía de taquilla. Aquí manda el dinero. Y él en cambio, si es garantía de taquilla. Nos olvidamos que tiene millones de seguidores en sus redes. Y eso tiene una valoración económica. Y a Cabrales le tiene en mucha estima. Si tuviera que elegir entre los dos proyectos, no dudes que elegiría el de Cabrales.

-No te equivoques, Carmelo. Depende. Habrá que saber quien pone el dinero para esa película. Y también quién está detrás de todos esos amigos que despotricaban contra nosotros. Y el tipo que le metió en la agencia de acompañantes VIP. Todo eso hay que investigarlo. Puede que tengan algo más para tenerlo controlado.

-Te olvidas que yo tengo muchos enemigos en la profesión, sin causa definida. Simplemente porque he triunfado. Eso molesta a algunos. Mi carácter ayuda en ese sentido. El cine es un mundo lleno de egos. Y que quieres que te diga, investigar esos temas por nuestra cuenta, viendo la gente que nos debe acompañar si vamos a hacer un pis en un bar, no es ahora mismo algo que me deje tranquilo. No me parece bien que te metas en ese lío.

-No te niego eso. Pero recuerda también que los que nos quieren matar, están en ello no porque te tengan envidia, sino porque quieren evitar que su pasado, del que eras partícipe de alguna manera, les eche una zancadilla unos años más tarde, cuando creían que todo estaba olvidado y que sus acciones no iban a tener consecuencias. Que los secretos del pasado salgan a la luz y alguno pueda verse abocado a acabar en la cárcel. Y respecto a lo de investigar, yo lo veo desde otro punto de vista: se trata de buscar nuestros recuerdos. Las razones para que estemos como estamos. Y empezar a avanzar en la solución de este tema.

-Te olvidas de otra posibilidad: que algunos de los que me odian por mi éxito se… oculten en ese otro mundo que viene del pasado. Y otra posibilidad: la venganza. Y ésta… cada vez… la tengo más presente. La sombra de la venganza en todo esto, empieza a opacar al resto de posibilidades.

-Ahí no encajo yo – razonó Jorge.

-“Hacéis una pareja estupenda” – le recordó con voz afectada. – Y querido, recuerda los comentarios de Martín respecto a sus padres. Y recuerda a Toni, al que tanto citas últimamente. Nati Guevara. Con todos tuviste… encontronazos.

Jorge hizo un gesto para darle la razón.

-Esperemos que ese Willy no quiera hacerle chantaje ahora. – opinó Carmelo.

-Es una posibilidad nada descartable, por otra parte. Pero hasta que no pase, no se puede hacer nada. Y en todo caso, debe ser él el que inicie las acciones, denuncias o lo que quiera hacer al respecto.

-Monta en el coche, anda. – Carmelo le hizo un gesto con la mano para insistir en su petición. Llevaban un rato hablando en la calle, al lado de los coches.

-Ester nos ha invitado a tomar algo con ellos. – apuntó Jorge.

-¿Quieres ir?

Jorge hizo un gesto arrugando el morro.

-A lo mejor convenía que fueras tú. Yo mejor me voy a casa.

-Me voy contigo.

-No, Carmelo. Vete. No hace falta que de repente hagamos todo juntos. Son tus amigos. Tus compañeros. Yo he estado con ellos todo el día. Así planificáis lo de la merienda de mañana. Y tienes que corregir mis errores de ayer. Y es mejor que lo hagas sin estar yo delante.

-¿Estás seguro? Y en todo caso, serían nuestros errores.

Jorge a modo de respuesta salió del coche de Carmelo, al que al final se había subido, le cogió su bandolera del hombro sobre el que seguía colgada y caminó hacia el suyo. Se despidió con un gesto con la mano pero sin girarse. Fernando le abrió la puerta y subió con él.

-¿A casa?

-No. Al Pianola’s. Nos espera Javier allí.

-Perdona, se me había olvidado. Me ha llamado Carmen después de hablar contigo. No le has dicho nada a Carmelo.

Jorge se encogió de hombros.

-No quiero meterle en ese follón. Puede que tenga que hacer otra visita para hacer amigos. Y prefiero que no le salpique.

-Alucino contigo. Si quieres damos un pequeño rodeo y puedes echar una cabezada. Estás matao, no, lo siguiente.

-Sí, por favor – suspiró Jorge al decirlo a la vez que que le tendía su móvil para que lo controlara y se acomodaba y cerraba los ojos.

Jorge Rios.”

Le estaba sentando bien el paseo. No se estaba fijando por dónde iba. Hacía tiempo que no pasaba una mañana en ese plan. Sin plan. Yendo por dónde le llevara el viento. Observando a la gente con la que se cruzaba. Intercambiando miradas. Si notaba que le reconocían, sonreía y apartaba la mirada pudoroso.

Se encontró de repente frente al restaurante de Biel. Rico, el encargado, hablaba con dos personas en la puerta.

-¡Jorge! ¡Qué alegría verte! ¿Vienes a tomar algo y a ponerte a escribir?

-¿Te importa?

No se le había ocurrido. Se le había olvidado el ofrecimiento que le hizo Biel hacia ya unas semanas.

-Me encantaría. Hay una mesa reservada para ti. Todo el día. Te lo juro. No la usamos nunca. La tenemos siempre a tu disposición. No hace falta ni que llames como el otro día para reservar.

-Pues vamos a darle buen uso hoy – dijo alegre Jorge.

-Además, hasta dentro de una hora no esperamos a los primeros clientes. Tienes la sala para ti. Alba te pone lo que quieras.

No le había mentido Rico. Cuando entró, vio su mesa en un rincón discreto, pero con vistas. La misma mesa que habían ocupado después de su paseo por su antiguo barrio. Alba se la mostró con una mirada y una sonrisa en cuanto lo vio en el restaurante. Ahí estaba el cartel de reservado. Al sentarse comprobó que en el cartel ponía en pequeño su nombre.

Era todo un detalle. Sabía que prácticamente todos los días llenaban el local. Se sentó de frente a la sala, para poder observar a la gente cuando llegaba o cuando interaccionaba con sus acompañantes. Sacó su portátil de la bandolera y sus molesquines. Se preparó su pequeña oficina.

No tardó en ponerse a escribir.

El arte, la cultura, parece que siempre es el primer pagano de las circunstancias. Si hay crisis, lo primero de lo que se recorta es la cultura. El cine, el teatro, la pintura… las exposiciones dejan de tener prioridad. El cine, el teatro… como es un negocio…

No todo el arte, no toda la cultura es un negocio. La mayor parte de los museos son deficitarios. Si se tuviera que repercutir en las entradas el coste de mantener esas obra de arte en perfecto estado, su acceso sería exclusivo de las élites.

Una de las cosas que es característico del ser humano es su capacidad de crear. Es la capacidad de elevar el espíritu con su creación o con su contemplación. Y todos los gobiernos atacan esa posibilidad. Salvo que puedan sacar un rédito político, o quieran utilizarlo para manipular a la población. Los nazis, o los comunistas, partidos extremos, fueron unos maestros en como utilizar la música, el cine, la radio para propagar sus consignas.

¿Y qué puede elevar más el espíritu que la contemplación de una pintura en un gran museo? O el disfrute de una obra maestra del cine. O la lectura de una gran novela. Hay un cierto movimiento que pretende contraponer el arte a la conservación de la naturaleza, por ejemplo. Y las dos cosas son fundamentales en el desarrollo del espíritu humano. No convirtamos nuestra sociedad en una de esas novelas distópicas, en la que el arte está prohibido. Si cualquier movimiento ataca al arte, por sistema, yo dudaría de sus verdaderas intenciones. Quizás en el fondo, su verdadero propósito sea destruir el alma humana. Y cuidado, el alma no es una cuestión religiosa. Es una cuestión social y de vida.

Jorge Rios”.

-Ha sido una suerte encontrarte, Jorge Rios escritor. Permíteme que me presente, soy Carletto el influencer de los lectores bien informados.

Necesito leer tus libros: Capítulo 61.

Capítulo 61.-

.

Después de grabar el primer programa de los previstos, se paró para comer. Los cuatro invitados lo hicieron juntos. Mariola tomó la iniciativa y llevó la conversación siempre al terreno de la broma y del buen humor. Los cuatro no pararon de reír.

A mitad de la comida, Jorge se separó de ellos un momento pretextando una llamada de su editorial para llamar a Carmen. Quería saber como iba la entrevista con los predecesores de Sergio como alumnos del profesor Mendés y si iba a ser necesario que se acercara.

-Un momento por favor – dijo Carmen al contestar la llamada de Jorge.

-Dime, estamos comiendo todavía. Uno de los chicos, Yura lleva dos semanas sin comer decente. ¿Tú te crees?

-Joder. ¿Entonces no necesitas que vaya?

-No. Tienen ganas de conocerte, te leen como no puede ser de otra forma. Espera que Javier me ha mandado un mensaje.

-Quiere quedar contigo luego, cuando acabes de grabar.

-Pero eso hasta las nueve largas, y con suerte, no va a pasar.

-¿Sabes dónde está el “Pianola’s”?

-Sí. En la zona de Retiro, Ibiza

-Pues ahí. Cuando acabes le mandas un mensaje a Javier.

-Vale. ¿Ha pasado algo?

-Mejor que te lo cuente él. Pero tranquilo, no es nada… urgente ni… trágico.

-Me dejas un poco…

-Tranquilo. Así Javier te hace un resumen de lo que nos han contado.

-Una parte, ya la sé. Dos jóvenes más con una relación con el sexo… difícil. Con el sexo y con la vida.

-Uno ha dicho que ha pensado en cortársela, que no soporta que se le empalme el pene…

Jorge resopló incrédulo. Pero prefirió no ahondar en el tema. De momento.

-Entonces no hace falta que vaya ahora.

-Nada. Sigue con tus pasapalabras.

-Una pregunta ¿Están ilegales en España? Llevo un rato pensando en eso. No vaya a ser que alguno de los amigos de esa banda, un día decidan hacer de policía de extranjería y expulsarlos.

-Tienen la nacionalidad.

-Eso necesita una explicación.

-Se les acercó un hombre un día. Más o menos de la edad de Javier, la real, no la que aparenta. En concreto se acercó a Yura. Le propuso arreglarle los papeles. Se le caducaba el visado.

-¿Y quién era?

-Solo lo han descrito. Sobre todo los tatuajes.

Jorge se quedó en silencio, pensativo.

-¿El cuello tatuado con una flor enorme y en el pecho unas letras?

-Pero no pudo ver lo que ponía apenas vio una “r” y una “s” en minúsculas.

Jorge suspiró.

-Tirso. Lleva también tatuajes en el antebrazo.

-De esos no ha dicho nada. Llevaría manga larga. ¿Lo conocías entonces?

Jorge se encogió de hombros. Se dio cuenta que Carmen no le podía ver y se explicó con palabras.

-No lo sé. Al oírte, me ha venido a la cabeza. No tengo ni idea si lo conocí. Me da que sí, pero no lo recuerdo.

-O sea que sigue en activo.

-Sí. Eso parece. Pero a ver, la sensación que tengo es que esos tatuajes son muy característicos. Si… a ver, no puede llevarlos a la vista, le reconocerían. Tenía también tattoos en las manos. Daban miedo esas manos cuando se ponían en el hombro de algunos.

-¿Se maquilla todos los días?

-Me imagino. No sé como va eso. En los actores que llevan tatuajes, así lo hacen. Pero a lo mejor hay alguna forma de taparlos sin necesidad de maquillarse cada día. Habría que mirarlo. Si tengo ocasión, les pregunto a las maquilladoras del programa.

-Al menos sabemos que la idea que teníamos de que había desaparecido del todo, ahora podemos afirmar que es errónea.

-A veces, te lo juro, me dan ganas de perderme en algún país remoto y…

-No me engañas, escritor. Eso lo dices para dar pena, pero no me la das. Eres más fuerte y tienes, al menos sobre este tema, las ideas muy claras. No vas a dejar nunca a esos chicos solos.

-Avanzar va a ser muy complicado.

-Paso a paso. Venga, deja de darle vueltas al coco, y vuelve a la grabación.

Jorge colgó y volvió con sus amigos.

-Traes cara de derrotado, escritor. Te has dado cuenta de que vas a perder nuestro concurso.

Álvaro había notado el cambio en el gesto de Jorge al volver con ellos después de su llamada de teléfono. No quiso preguntar, pero tampoco podía dejarlo estar. Así que decidió seguir la táctica de picarlo con su competición.

-Querido, sabes que te quiero un montón. Pero eso… no va a pasar. ¡Ah! Pero sigue soñando. Lo siento Ester. Tu marido en la ficción te va a llevar a la debacle.

El segundo programa lo empezaron a grabar sobre las cinco de la tarde. No hubo contratiempos. Solo se hicieron las paradas precisas para que el presentador cambiara su posición o para preparar los atriles de los concursantes en el rosco. El ambiente entre ellos siguió siendo magnífico, sembrando sus participaciones con los piques pertinentes por su competición particular. El público en el plató se lo estaba pasando en grande, a la vez que engrosaba su vestuario con una nueva camiseta de “La Casa Monforte”. Esta era de color entre rojo y fucsia. Jorge y Álvaro al verlo, se sorprendieron. No era lo que habían hablado en el taller de Bernabé. Pero el diseño era magnífico y el color era llamativo. El dibujo era también distinto al del primer programa y distinto al que luego les darían para el tercer programa y a su vez, distinto de los que les había mostrado. Roberto no se puso la camiseta pero en cada programa enseñaba la que le tocaba a su hija. Mariola y Esther hablaron de sus proyectos que se iban a estrenar en breve y las dos se mostraron ilusionadas con que el proyecto de Tirso saliera adelante.

-Sé que a muchas personas les escocerá que se haga una serie sobre “Tirso” – declaró Mariola, – Pero somos muchos también que lo estamos deseando. Y cuando Jorge se decida a vender los derechos de “deLuis”, ahí estaré yo también para apoyarlo y participar, aunque sea llevando el café al director. Y eso es una promesa, Jorge.

Antes del rosco del tercer programa, fue Ester la que pidió que le acercaran a Álvaro una guitarra.

-Una vez nos cantaste en una reunión de amigos una canción de las tuyas, “Amanece”. Iba sobre el amor que nacía entre dos amigos sin que se dieran cuenta. Nos gustaría a todos que nos la cantaras ahora, en otra reunión de amigos. Al fin y al cabo, esa canción refleja un poco lo que los cuatro sentimos por el resto. Somos cuatro amigos que nos queremos, aunque algunos hayan tardado en darse cuenta.

Álvaro miró a su amiga con gesto de sorpresa y con unas ciertas ganas de estrangularla por hacerle cantar. También se dio cuenta del pequeño dardo que le había lanzado, con sus palabras, pero también con su mirada. No habían vuelto a hablar de la posibilidad de que Álvaro cantara en el programa. Y a parte, era una posibilidad ligada a la competición que mantenían Jorge y él, a la que luego se unieron ellas.

-Creo que no te queda otra, querido – le animó Jorge. – A parte, que Mariola y yo os hemos ganado.

-Pero por un punto.

-Ha sido ajustado, sí, pero querido, paga – le picó Mariola. – ¡Canta! – Mariola cambió el gesto y puso su mejor cara de querencia insuperable. – Sabes que me encanta escucharte. No sabéis los conciertos que me daba en el camerino. Acababa siempre a tope, hasta parte del equipo en el pasillo. Que no cabía un alma para escucharlo. Y yo orgullosa madre del cantante. Porque era su madre en esa serie, que conste.

Álvaro lo tenía claro: no había forma de escaparse. Así que se aclaró la voz y empezó a cantar. Ester y Mariola se levantaron de sus sillas y se fueron a poner al lado de Jorge, en frente de Álvaro. Apenas fue un minuto y medio.

Álvaro no se prodigaba en esa faceta. Antes de triunfar como actor, tenía un canal en el que a veces subía algunas versiones de canciones que le gustaban. Cuando empezó a trabajar de seguido como actor, eliminó ese canal. Pero él seguía cantando en casa y grabando algunas canciones. Cuando acabó la canción, todo el público se levantó a aplaudirle, al igual que Jorge, Mariola y Ester. Ésta se acercó a él y lo abrazó.

-Lo siento. Que la gente sepa que hoy nos hemos hecho la PCR correspondiente. Y estamos todos sanos y bien. Te quiero Álvaro.

-Muchas gracias a los cuatro, de verdad – les dijo el presentador a modo de despedida – Habéis hecho de estos tres últimos programas algo único e irrepetible. Lleno de la magia de la amistad. Es que ustedes solo han visto una pequeña parte, lo que hemos mostrado en el concurso, lo que ha ocurrido en el plató. Pero no saben todo lo que ha pasado estos tres días entre bambalinas. Nos han hecho reír, hemos bromeado, nos han firmado libros, camisetas, se han sacado cientos de fotos con todo el mundo y encima, nos han hecho participar hasta de sus juegos personales. Que sepa todo el mundo que nos vais a invitar a merendar a todo el equipo, ¡a todo el equipo! y cuando digo todo, es todo.

-Perdona Roberto. – le dijo Álvaro – Quiero hacer una precisión y es que en el juego, en el pique entre nosotros, pagaba la merienda el que perdiera. Pero luego, los cuatro quedamos en que pasara lo que pasara, queríamos invitaros los cuatro. Es tanto lo que nos dais cada vez que venimos, que no podíamos pasar la oportunidad de tener un detalle con vosotros.

Roberto se acercó a Álvaro y lo abrazó.

-Luego lo hago extensivo al resto. Sois estupendos.

-La culpa es de Jorge, que nos toca con sus historias y su forma de mirarnos cuando estamos a punto de tirar la toalla. – apuntó Álvaro.

-Os quiero a todos, sois mi vida. – dijo Jorge ante la muda invitación de Roberto a que dijera algo.

Cuando acabó el programa, todos los miembros del equipo, el público, los concursantes aplaudieron con empeño a los cuatro invitados. Los cuatro se abrazaron y saludaron como si fueran los protagonistas de una obra de teatro que salen a saludar al público. Ester se abrazó a Jorge.

-Gracias por cuidar a Alva – le susurró.

-Os necesita a todos. – le respondió.

-Claro. Me lo llevo a cenar con Arón y Carlos. ¿Te animas?

-Na, mejor que descanse un rato de mí. Ya le di caña ayer.

-No seas bobo. Llama a Carmelo y os venís.

-Dame un rato y llamo. Por cierto, acordaros de que mañana tenemos la merienda con el equipo aquí.

-Claro.

Ester y Álvaro se fueron juntos agarrados del brazo. Álvaro a modo de despedida se había abrazado a Jorge.

-Eres un cabrón. ¿Lo sabes?

-Claro que te quiero. ¿Lo dudabas?

Álvaro se echó a reír.

Jorge se sentó frente al espejo de su camerino. Iba a desmaquillarse, pero al verse en el espejo, había caído un manto de tristeza y desesperanza sobre él. Mariola llamó a la puerta.

-Pasa Mari.

.

Te vuelvo a repetir, que si lo hiciera con alguien ese sería Jorge Rios.

Parece que te pones celoso.

¿A ti que más te da? ¿No dices que no eres gay? Siempre estás insultándolos.

Te repito que no voy a follar contigo. Y si quieres llamarme marica por ello, yo encantado. Yo les explicaré a todos que estás enfadado por no querer abrirme de piernas contigo.

Jorge Rios.

.

Mariola tenía una forma característica de llamar. Por eso Jorge sabía que era ella. Se lo quedó mirando. Jorge seguía con una toallita en la mano para desmaquillarse. Su amiga se acercó, se la quitó de la mano, le giró para que tenerle de frente y empezó a hacerlo ella.

-No seas bobo. Deja de hacer caso a esos indeseables que algunos tienen todavía entre sus contactos en el móvil y en sus redes. Sigue viviendo la vida, disfrutando. Queriéndonos a todos tus amigos como tú sabes. Si no, ganan ellos. Y deja de echarte todo el peso de los problemas de tus amigos sobre tus hombros.

-A mí no me dicen nada. Mi wasap está tranquilo. Se lo dicen a otros para que me lo digan a mí. O para que se aparten de mí. A Martín, a Álvaro seguro, aunque no ha dicho nada antes de irse. Todo el que tiene que saberlo sabe lo que ha pasado hoy aquí. A Carmelo… aunque últimamente no se lo dicen directamente, sino a través de terceras personas. Pero no me aparta de lo que creo justo. Aunque creo que con estos programas, le hemos puesto a Álvaro en el disparadero. Y a vosotras también.

-Por partes, cariño. Martín y Carmelo son supervivientes. Tú lo sabes. Nada puede con ellos. Los conoces mejor que yo. Álvaro, puede que parezca perdido, pero muchos amigos estamos dispuestos a tenderle la mano y a ayudarlo a subir la montaña de su vida. Ester, cuidado con ella. Que nadie la tosa o tosa a alguien que quiere. Y yo, no ha podido el cáncer conmigo, no podrán esos gilipollas. Y eso de que “Nos pones en el disparadero” ¿Por qué?

-Por mostrarse tan cercano a mí. Tan cercano que ha hablado de mi novela en lugar de sus trabajos. Ha venido a Pasapalabra a vender mi novela. Y encima a mí no se me ocurre otra cosa que traer unas imágenes de aquello que le ayudasteis a Carmelo. Es la prueba fehaciente de que Tirso se va a llevar a la tele. Porque encima yo lo he confirmado. Y eso pone nerviosos a muchos.

-Si mostrarse amigo tuyo pone en el disparadero, yo me pongo la primera. No me jodas Jorge. Solo te devolvemos lo que nos das tu antes. Cuando tuve el cáncer ¿Quién vino al hospital a leerme cada día? O a casa. Venías, me dabas un beso, te sentabas al lado de mi cama, o cuando me acompañabas a la quimio, cuando no podía venir mi marido, te sentabas en la butaca y me contabas cosas. Hasta que me preguntabas…

-¿Te leo un poco? – dijo Jorge sonriendo.

-Yo amagaba con una sonrisa y asentía. Sacabas un libro de la bandolera.

-Siempre en papel – apuntó Jorge.

-Salvo un día que te pedí que leyeras algo de “La vida que olvidé”, esa novela inédita que me regalaste. Sacaste la tablet y leíste ahí. Fue increíble.

-No hice nada especial. Leerte. Acompañarte. Yo quería darte ánimos. Decirte que… pero no sabía como hacerlo. Me sentía triste…

-Que bobo eres a veces. Se lo he oído a Carmelo alguna vez y tiene razón. Fuiste mi mejor apoyo. A veces te prefería a ti, que a mi marido. Y lo amo con locura. Pero precisamente por eso que dices, por esa… obligación que parecía que tenía de darme ánimos, de encontrar la frase, la palabra mágica. ¡Hostias! No la hay. Compañía, eso es lo que hace falta. Y un poco de lectura, como hacías tú. O contarme el estreno del último Hamlet. O del Alcalde de Zalamea. O cuando te juntabas con Rodrigo, el jodido de él, que se me fue a París con ese pelandusco que me lo ha robado, pero que el jodido sigue robándome el alma cada vez que hablamos. Ese jodido hijo mío y tú, me dabais los mejores masajes del alma. Y perdona, pero a parte de todo eso, me servías de andador, cuando me fallaban las fuerzas. Me ayudabas a ir al servicio. Hasta me has hecho el avión para que comiera. Eso no es precisamente “no hacer nada”.

-Eso me anima mucho. Siempre acabas animándome a mí. Lo de tu hijo Rodrigo es… tu prolongación. Es fácil quererlo.

-Pues sí, así que quita esa cara de mustio, joder. Hemos hecho los tres mejores programas de Pasapalabra de toda la historia. Creo que van a colgar en los pasillos nuestras fotos. ¡Qué se entere todo el mundo, joder! Me ha dicho el director que nos van a llamar para los programas especiales que hagan. A los cuatro.

-Eso es lo malo, ya verás cuando se emitan. ¿Cuantas veces nos hemos referido a nosotros cuatro como “familia”?

-Un ciento. Y me han parecido pocas. Y si cumple y nos llaman para los programas especiales, me pido bailar contigo. Vamos a dar espectáculo del bueno. Incluso podías ser nuestro guionista.

Jorge se echó a reír. Por esas cosas quería a Mariola. Porque era grande, porque tenía un humor que levantaba hasta al más obtuso.

-Nada, sin guion. Nosotros improvisamos estupendamente.

Mariola se echó a reír.

-Tienes razón. A calzón quitado.

-A ver ahora Álvaro.

-Sabrá componérselas. No te preocupes.

-No estoy tan seguro.

-Ya, ya sé que ayer le quitasteis un gran marrón de encima. Precisamente me enteré ayer de sus… actividades. Me lo vino a contar un amiguete, que sabía que Álvaro había sido mi hijo en dos pelis y que es uno de esos tipos con los que es imposible no seguir manteniendo contacto cuando acabas el trabajo. Es bobo si pensaba que no se iba a enterar la gente. Ya empezaba a correrse la voz. Venía decidida a hablar contigo. Pero Ester me ha contado en el coche de producción que os encargasteis ya de ello. ¿Puedo ayudaros o colaborar?

-De momento… ese tema parece cerrado.

-Puedo poner una parte del dinero.

-Te apunto en la lista. Hoy de todas formas se ha echado atrás de una de las cosas que le dijimos anoche. No quiere alquilarme una casa ni quiere que le paguemos la hipoteca hasta que venda la suya. Tampoco quiere que nuestro abogado negocie por él.

-A lo mejor fuisteis demasiado lejos.

-Posiblemente. Eso fue error mío en todo caso. Me enfadé tanto… que quise quitarle todos los problemas de un golpe. Es que cuando le vi con ese tipo… te lo juro… si no llega a ser por Carmelo que se inventó una situación para hacernos los encontradizos… no sé como lo hubiera afrontado de estar solo, te lo juro. A lo mejor le parto la cara al tipo ese, que posiblemente no tenga la culpa de nada, el ve una oferta, le encaja, la compra. Punto. Además parecía agradable.

-Seguro que lo arreglas.

-Ahora que recuerdo, ayer por la noche, Arón, Ester y el resto quedaron de acuerdo en abrir una cuenta y poner todos una cantidad de dinero para cubrir lo que pagamos ayer a los prestamistas y dejarle un remanente por si necesita para pagar la hipoteca o lo que sea hasta que venda la casa. Carmelo y yo retiramos el dinero que pusimos menos la cantidad que se decida poner. En unos días estará organizado todo. Abriremos una cuenta a nombre de todos y de la que pueda disponer Álvaro.

-He creído entender a Ester que pagasteis ciento cincuenta mil euros. ¿Ciento cincuenta mil euros? Es una barbaridad.

Jorge asintió con la cabeza.

-¿Y cuanto ha llegado a deber?

Jorge se encogió de hombros.

-No nos lo quiso decir.

-Ese amiguete me ha dicho que llevaba tiempo con esas… actividades.

-Por eso no quiso quedarse en el confinamiento en casa. Se quedaba un par de días y parecía que estaba a gusto, y de repente un día, se largaba sin casi avisar. Que le daba vergüenza aprovecharse de nosotros… escusas. Ahora ya sabemos a dónde iba y la razón para irse. Luego volvía al cabo de un par de días.

-Eso me vino a decir éste. Que era de antes de la pandemia.

-La pandemia lo fastidió todo. Los intereses corrían me imagino, que no ha querido contarnos nada. Y tampoco saberlo tampoco nos ayuda. Casi lo prefiero, porque me haría mala sangre.

-Pues me apuntas en esa lista a poner pasta.

-Ahora se lo digo a Carmelo que es el que lleva ese tema.

-Tu te encargas de cuidar al herido – Mariola sonrió dulcemente. – Has estado muy bien con él. Nos han dicho los del programa que cuando Álvaro ha llegado era un fantasma. Que todos han pensado que el sitio adecuado para él era el hospital. Y que tú no le has dejado ni un momento y que le has levantado el ánimo.

-Lo que me deja.

-Por cierto ¿Qué hacemos con el ágape de mañana?

-Me ha escrito Carmelo y me dice que cocina él. Que mañana no trabaja.

-Pues le llamo. Me apunto al plan. Nos repartimos el menú.

-O te puedes venir a casa.

-Tengo a mi nieta.

-Pues te la llevas, mira que problema. Anda que a Carmelo los niños acabará tu nieta sentada en los hombros de mi rubito. Además, si la niña conoce la casa de sobra. Hasta ha dormido en mi cama alguna vez.

-Eso es cierto. No me acordaba. Pues hala. ¿Te vas a poner tú también el delantal?

-¿Yo? ¿Habiendo maestros como vosotros? Na, espero poder escabullirme en cuanto vea personal suficiente.

Jorge no se atrevía a llamar al portero automático. No hacía más que pasear por delante de la casa de Mariola. Acababa de enterarse que hacía unas semanas que le habían detectado un cáncer. Y estaba muy baja de ánimos y de fuerzas.

Quería subir a verla y charlar con ella. O sencillamente cogerla de la mano. Esa mujer era importante para Jorge. Una actriz maravillosa, una persona todavía mejor, llena de vida, de alegría… No sabía muy bien que decirla, pero… no le parecía bien dejarlo estar, como seguramente harían la mayor parte de sus amigos. El cáncer era algo que seguía asustando a la gente. No sabían comportarse ante un enfermo o ante un familiar. Y Jorge sabía por su experiencia con Nando, que al final lo que más pesa es la soledad ante la enfermedad.

Algunos enfermos o familiares, prefieren no hablar de ello. Otros necesitan hacerlo, pero no encuentran el auditorio pertinente. Es muy comentado entre los que lo han pasado que alguna vez confiaron en alguno de sus amigos para contarles y desahogarse, que después habían desaparecido por completo de sus vidas.

-Parece como si hubieran visto al mismísimo Satanás.

¿Y si le pasaba lo mismo que a esos escuchantes? No, él no iba a desaparecer. En todo caso, se hundiría él en la tristeza y el abatimiento. Pero si eso suponía que ella se encontrara un rato mejor, valdría la pena.

A Mariola la había conocido unos años antes. Coincidió con Carmelo en una película. En una fiesta de la productora, Carmelo le invitó a acompañarlo. Ya entonces empezaba a ser su asiduo acompañante. Nadie osaba discutir su estatus cuando iba a esas reuniones sociales: a todos los efectos, era la pareja del actor protagonista. Y así lo consideraban todos y así lo trataban.

Lo de Mariola y Jorge fue como un flechazo. Carmelo los presentó y nada más hacerlo, ella se colgó de su brazo y empezó a hablar de sus libros. Él contestaba como podía a los cientos de preguntas y dudas que le comentaba. Hubo un rato que parecía una ametralladora inquisidora disparando dudas sin parar. Luego de ahí, surgieron decenas de disquisiciones sobre la vida, sobre los libros, el cine, la amistad, los amores… las risas, el humor, las bromas…

A partir de ese día, era una de las asistentes fijas a las fiestas que organizaba Carmelo en su antigua casa o Jorge en la suya. Las fiestas de Carmelo eran más a lo grande, mientras que las reuniones en casa de Jorge eran mas limitadas en participantes y en un plan más reposado. Si hacía bueno, salían a la terraza y merendaban. A veces Carmelo preparaba la merienda o incluso Jorge, que no cocinaba mal, pero que ante la pujanza de la cocina de Carmelo, le dejó ese papel a él. A veces los invitados llevaban cada uno una cosa para comer que compartían con los demás. O la bebida… los dulces… Mariola siempre acababa llevando algo de comer. Sus pasteles salados eran maravillosos y sus tartas o bizcochos. Sus croquetas de cocido eran insuperables. O sus crepes rellenos de mil cosas.

Al final, en uno de sus múltiples pasadas delante del portal de la casa de Mariola, coincidió con Marisa, una de sus hijas.

-¿Vienes a ver a mamá? Joder, que alegría la vas a dar. Y nos vendrá bien al resto, que necesitamos descansar un rato, no te voy a engañar. Está tan apagada…

Marisa le cogió del brazo y así entraron en el ascensor. Al llegar a casa, ella se adelantó para avisar a su madre y por ver si todo estaba en orden. Pepe su marido, salió a saludar a Jorge.

-Muchas gracias de verdad. Pocos se atreven a venir. – le reconoció en voz queda.

Jorge no era capaz de decir nada. Todos pensaban que era muy valiente y muy amigo de Mariola. La última afirmación la consideraba certera. La primera… si no hubiera encontrado a Marisa, con toda seguridad se hubiera ido sin llamar al timbre.

-Pasa – le dijo Marisa yendo a buscarlo al salón. – Le has dado el alegrón de la semana.

Jorge anduvo los pocos pasos que le separaban de la habitación de Mariola con precaución, parecía que estaba pisando huevos. Se asomó con timidez a la puerta. Mariola le sonrió desde la cama. Le hizo un gesto con la mano para que se acercara. La vio demacrada, con un pañuelo en la cabeza que no auguraba nada bueno sobre su pelo. Los labios agrietados. La piel lechosa y sin brillo. Los ojos apagados, surcados por unas ojeras importantes.

Pero eso no le importó. En cuanto la vio y comprobó que era bien recibido, se dispuso a hacer pasar un rato agradable a su amiga. Dejó su bandolera sobre una butaca que estaba al lado de la cama, a la altura de la mesilla. Se sentó en la cama y cogió las manos de su amiga. Las besó repetidamente.

-No me digas que estoy maravillosa.

-¿Por qué te voy a decir eso? Te mentiría. Te voy a decir que me alegro de verte. Y que me alegro que tengas siempre una sonrisa para mí.

-Que bobo eres. Carmelo tiene razón cuando te lo dice.

Jorge la sonrió. Ese era uno de los latiguillos que Mari utilizaba cuando quería picarlo.

-He pensado en recordarte algún pasaje de mis libros. No quiero que te olvides de ellos. Ya sabes como somos los artistas de egocéntricos.

-Es la mejor propuesta que me han hecho en meses.

Jorge volvió a besar las manos de Mariola.

-Me ha dicho tu hija que mañana tienes que ir a quimio. ¿Me permites que te acompañe?

Eso si que no se lo esperaba. Lo miró con los ojos muy abiertos.

-No es agradable.

-Ya lo sé. Por eso me gustaría acompañarte. No tendrás fuerzas para negarte a mis propuestas de lectura. Es para tener más tiempo para leerte mis obras. No quiero que se te olviden. Me gustan las conversaciones que tenemos al respecto.

-Que bobo eres. ¿Y que has traído para leerme?

Jorge se levantó un momento y abrió su bandolera. Sacó un ejemplar de su primera novela. “El Tesoro en el jardín”.

-Es la que menos te gusta. Y quiero reivindicarla.

-Oye que me gusta. No digas eso.

-Pero te gusta más “deLuis”. O “Tirso”. O “La angustia del olvido”.

-Pero eso son matices. Y esa de “Corre…”

-“Calla y corre, amor”…

-Me lo paso bomba cada vez que la releo. Y “Las gildas”.

-Esa la guardo para la semana que viene.

-Lo tienes todo previsto.

-Vendré lo que tú me aguantes.

-Puedes venir cuando quieras. Hay confianza. Te lo he dicho muchas veces, para mí eres familia.

Jorge sonrió. Acercó un poco más la butaquita a la cama de Mariola, abrió el libro por un pasaje que había elegido por haberla oído comentar que le gustaba especialmente, le cogió la mano y empezó a leer.

Mariola pareció entonces relajarse. Cerró los ojos y escuchaba mientras una sonrisa asomaba en sus labios.

No escuchó todo el rato. A veces dormitaba. O dormía. Pero Jorge no dejó de leer. Solo paraba para beber un trago de agua de una botella que llevaba siempre en su bandolera. Una vez hidratada la boca y la lengua, volvía a leer en donde lo había dejado.

Algunas veces, cuando Rodrigo el hijo pequeño de Mariola que estaba viviendo en París con su novio Arlés, pasaba unos días en Madrid, las lecturas eran de los tres. Si Mariola estaba un poco fuerte, lo cambiaban por una tertulia en la que hablaban de todo. Rodrigo y su madre tenían una conexión especial. Siempre había sido así. Y desde que conoció a Jorge, también la había tenido con él. A veces, al cabo de un rato, Mariola se quedaba dormida en medio de la charla. Rodrigo y Jorge seguían con ella. A veces Mariola despertaba y se volvía a meter en la discusión. Otras veces se quedaba dormida definitivamente con una sonrisa en su cara. Jorge se levantaba con cuidado de no hacer ruido, y después de dar un beso a Mariola en la frente, les dejaba para que descansaran todos.

Jorge Rios”.