Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

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Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

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Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

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Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

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Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

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Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

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Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 106.

Capítulo 106.-

.

Volaron camino del aeropuerto. Tenían el tiempo justo para llegar a la T2 de Barajas. En este viaje, Jorge le dijo a Fernando que se sentara atrás con él. Nano ocupó su puesto en el asiento del copiloto. Fernando no tardó en quedarse dormido. Jorge sonrió al verlo. Nano miró a su compañero y también sonrió. Nadie dijo nada. Todos sabían lo que había tenido que vivir la noche de Vecinilla. Llegó tan cansado a la Hermida 3 que se quedó dormido en la bañera, a remojo. Raúl tuvo que ir a rescatarlo.

Jorge estuvo tentado de intentar imitarlo, pero se notaba demasiado excitado. Tenía la sensación de que algo iba a ocurrir en la visita a esa finca de Vecinilla que había ocupado a un número importante de guardias civiles durante toda la noche. Y por lo que sabía, su policía científica iba a tener trabajo para un tiempo largo.

También le preocupaba la decisión repentina de Aitor de acercarse al terreno para comprobar algunas cosas que le dejaron preocupado. No había querido dar muchas explicaciones. Pero eso no era normal. No le gustaba exhibirse y dadas las circunstancias, a Jorge no le parecía bien que lo hiciera. Debía haber sido previsor y haberse agenciado uno de los pasamontañas que utilizaban los GAR para no mostrar su identidad. Cuando se despertara Fernando, esperaba acordarse de tratar ese tema.

Vio por las ventanillas que ya estaban entrando en la T2. Lucía era una conductora rápida y Silvia, que iba en el coche de delante, también. Nano le hizo un gesto a Jorge señalando a Fernando. Éste sonrió y tocó el hombro del policía. Se despertó sobresaltado. Pero apenas tardó unos segundos en estar plenamente despierto. Jorge sintió envidia por esa capacidad. La última vez que se habían encontrado en puestos cambiados, o sea, Fernando despertando a Jorge, éste tardó casi hora y media en saber quien era.

-Prométeme que luego te vas a ir a descansar. Hay una habitación en la Hermida 2, si crees que vas a estar más tranquilo.

-No, no. No hace falta. Tengo que ir a casa. No tengo ropa para mañana.

-Ya solucionaremos eso.

-¿Quieres que entre en el clan de los que visten la ropa de Jorge Rios?

-Tengo ropa de Raúl, si te vas a sentir mejor – Jorge puso su mejor cara de coña. Nano no pudo evitar una carcajada.

-Atentos, salimos – dijo Nano en su papel de jefe momentáneo de la escolta.

Fernando decidió dejarle a su compañero en esa tarea y él fue junto a Jorge. Nano les guió con rapidez hacia la puerta en la que tenía el desembarque el vuelo de Aitor. Los primeros pasajeros salían ya por el vomitorio.

Jorge en cuanto vio a Aitor sonrió. No le gustó el aspecto que traía, pero decidió aparcar ese tema. Era claro que al hacker, le dolía casi cada músculo, cada hueso del cuerpo. Su cara era la expresión viva del dolor. Cada paso que daba parecía un suplicio para él. A eso se unía que posiblemente hubiera dormido todavía menos que Fernando. Pero aún así, en cuanto vio a Jorge, su cara cambió y una sonrisa enorme ocupó todo su rostro. Sus ojos, grandes y negros, brillaban por las lágrimas que lo habían inundado de repente. Fernando y Nano que estaban al lado de Jorge, apartaron la vista para dejarles ese momento de intimidad.

No se dijeron nada. Fernando se esperaba de Aitor algún chascarrillo, algún comentario sobre las noches de sexo que le debía Jorge. Pero no dijo nada. También le sorprendió la altura del informático. Se había hecho a la idea de que era bajito y por qué no decirlo, feo. Pero no lo era. Ninguna de las dos cosas. Cuando se le quitó el rictus de dolor al ver a Jorge, a parte que se le quitaron de encima diez años al menos, apareció un rostro bonito y delicado. No le pegaba con las groserías que solía decir por teléfono. Y por tener siempre en la boca expresiones con connotaciones sexuales.

Después de mirarse un rato a los ojos, Jorge y Aitor se abrazaron. No dijeron ni palabra. El escritor era feliz de tener a ese joven entre sus brazos. Y era claro que al revés, los sentimientos eran los mismos. Estuvieron así varios minutos. Luego Aitor separó su cabeza de la de Jorge y le cogió la cara con sus manos y le besó en los labios. No uno, o dos o tres besos. Fueron un ciento seguidos. Jorge hizo lo mismo y puso sus manos en la cara del informático. Se miraban los dos a los ojos.

-Te quiero ¿Lo sabes? – dijo Aitor con los ojos acuosos.

-¿Y tú sabes que yo te quiero a ti? ¿Lo sabes?

-Me hubiera muerto si hubieras ido en ese coche.

-Nunca fue mi intención ir en ese coche. Eso no hubiera pasado en ninguna circunstancia.

-Pero imaginarlo …

-Cariño, si tú y estos amigos que me rodean, me cuidáis, no me puede pasar nada.

-Estaría más tranquilo si no hicieras de poli. Te ha entrado esa manía.

-Bueno. En realidad tú también haces de poli.

-Pero yo estoy escondido.

-Y yo estoy protegido por los mejores.

-Y están buenos.

Jorge se echó a reír. Aitor ya se había relajado. Ya volvía a ser el de siempre.

-Mira, este es Fernando.

-Guay Fernando. Estuviste bien anoche.

Se saludaron con un choque de puños.

-Este es Nano.

También chocaron los puños.

-Paula y Rami. Luego te presento a Silvia y a Lucía y a Carlos y Romo que están fuera. ¡Anda! Mira. Y esa pareja que viene por ahí son Carmen y Raúl.

La comisaria sonreía mientras daba los últimos pasos que los separaban. Era claro que ella no se iba a conformar con un choque de puños. Iba decidida a abrazar a Aitor.

-No sabes la alegría que me da conocerte. – le dijo Carmen.

-Y a mí. Que cuides de Javier y también de Jorge, es importante para mí. Ya sabes que si estoy vivo, es por Javier y por Jorge. Si les pasara algo, no lo soportaría.

-Y sabes que si te pasa algo a ti, ellos lo llevarían muy mal.

-No toca, sé por dónde vas.

Carmen sonrió.

-Pero algún día sí tocará.

-Ya veremos. Con toda la mierda de la que estáis rodeados … no me dejáis ni un minuto libre.

-Venga, vamos a los coches. Tenemos un rato para llegar al “parque de atracciones”.

Carmen entró también en el coche de Jorge. Cambiaron la orientación de una de las filas de asientos para tener una especie de reunión con una mesa en medio. Nano seguía ejerciendo de jefe del grupo de escolta e iba en el asiento del copiloto. Detrás estaban sentados en una de las filas Carmen, Fernando y Raúl, y en la otra Jorge y Aitor. Aitor era claro que el tiempo que estuviera en Madrid, quería estar cerca del escritor.

-Sabes que me gusta tenerte cerca, Aitor.

Aitor sonrió. Parecía un niño feliz. Cualquiera que le viera el rostro en ese momento, no podría imaginarse el dolor que tenía que sufrir cada día. Ni podía imaginarse la vida llena de desdichas, de palizas que había sufrido hasta los trece años. Palizas infligidas por sus propios padres. Y aún así, perseveró en su afición a la informática hasta convertirse en el mejor hacker del mundo. O a lo mejor, fue por eso, para crearse un refugio al que sus padres no pudieran acceder. Su nick infundía miedo y respeto a la vez. Era capaz de entrar en cualquier sistema y que no se enterara nadie. Podía haber robado, destruido a personas e instituciones. Podía haberse convertido en la persona mas rica del mundo. Pero aún viniendo de la familia que le había tocado, aún sufriendo maltrato desde que empezó a ser consciente, esa opción nunca estuvo en su mente. Tuvo dos golpes de suerte: el primero Javier. El segundo, Jorge. Los dos le mostraron que también existían personas buenas. Los dos le mostraron su cariño. Los dos le ayudaron de manera definitiva. Los dos, seguían apoyándolo y cuidándolo.

-No me sueltes la chapa con que vuelva a España. – Aitor puso su mejor cara de pillastre.

-¿Qué te preocupa tanto para venir hoy a ver esa finca en Vecinilla? – Jorge decidió ponerse serio.

-Lo que no pude ver. Hay cosas que no están conectadas al sistema central. Al menos vi tres puertas sin sus correspondientes enganches. Pueden ser una tontería. O puede que no. Ayer, esa gente hizo un intento de matarte, Jorge. Posiblemente nunca lo hubieran conseguido, porque no pensaste de verdad en ir. Porque Fernando fue rotundo al decirte que no fueras. Ellos pensaron que ibas a ir a buscar a esos chicos. No quisieron mandarte las fotos reales porque pensaron que a lo mejor la policía conseguía identificar el teléfono desde el que lo hicieron, como así lo han hecho.

Carmen se sonrió negando con la cabeza. Eso no lo sabía nadie a parte de Bruno, el de la oficina, que lo había localizado. Y Javier.

-¿Y las trampas para nosotros? – preguntó Fernando.

-Cobrar y reírse. Y si algún poli salía herido o muerto, mejor para el espectáculo. No están muy contentos con vosotros. Creo que empiezan a teneros respeto, cuando no miedo.

-Los de explosivos han descubierto una gran cantidad de ellos. Eso podía haber sido una masacre.

-Luego os enseño una recreación de lo que iba a pasar. Era difícil que cuando hubiera estallado la bomba, hubiera habido alguien en un radio de cien metros. Espectáculo, ya digo. Ridiculizaros viendo a decenas de policías corriendo para ponerse a salvo entre petardos y fuegos artificiales, por no hablar de los aspersores y demás.

-¿Y esos chicos? ¿Por qué?

-Porque ya no valían para nada. El de León, porque había hablado con vosotros. Era basura. Los otros, se creyeron más listos. Y lo pagaron. Eso sí, cobraron. Les pagaron, no me miréis así. El dinero está en sus cuentas, podéis comprobarlo. Posiblemente no les dijeron todo lo que iba a pasar. Pero fueron por propia voluntad. Y si hubiera sido un simple encuentro sexual, hubiera estado bien pagado. Imagina, amor, que cobraron el doble que la tarifa de Álvaro.

Jorge suspiró resignado. Carmen y él se miraron. Si ninguno parecía querer saber la confirmación de que Álvaro había dado ese paso, en un momento Aitor se la había proporcionado.

-¿Y quién lo organizó? – preguntó Jorge, olvidándose de momento de Álvaro.

-Eso se lo dejo a la policía. – Aitor sonrió de nuevo poniendo cara de pillo.

-Si lo sabes deberías decírnoslo – dijo Fernando.

-Os pondré en el camino. Debéis seguir un procedimiento para que acaben en la cárcel. Si no fuerais la policía, ahora mismo os lo decía para que mandarais unos matones y les pegarais una paliza. Sois buenos policías.

-No me gusta que te vean la cara, cuando lleguemos. – le dijo Jorge.

Carmen se lo quedó mirando.

-Puedo poner la mano en el fuego por los que estamos hoy aquí en este monovolumen. No la puedo poner por el resto de la policía y de la guardia civil. Ni que nadie saque una foto y luego rule por cualquier sitio.

Raúl hurgó en su bandolera y le tendió a Aitor un pasamontañas.

-Son los que utilizan los beltzas. Son más ligeros y transpiran mejor que los de la policía.

-Llegamos en cinco minutos a nuestros coches – anunció Nano.

-Si no quieres parar …

-Claro que quiero. – respondió Jorge sin dudar.

-El teniente Romanes nos espera ahí. – anunció Carmen. – Parece que está a pocos metros de la antena que surtía de internet a la finca.

-Sí, quiero comprobar unas cosas. Le dije a Iker que me esperara allí – anunció Aitor, poniéndose el pasamontañas. Jorge no le quitó ojo hasta que lo tuvo puesto.

-¿De qué conoces a Iker?

-Es amigo tuyo, Fernando. Pregúntale.

-No me quiso responder.

-No soy nadie para contestarte entonces. Lo siento.

La comitiva bajó la velocidad hasta pararse en medio de la carretera. Todavía no la habían abierto al tráfico de nuevo.

Lo primero que llamó la atención de Jorge fue el coche que supuestamente era el suyo. Supuestamente no, era el coche que hasta la noche anterior había utilizado en sus desplazamientos desde que llevaba escolta. Para su sorpresa, verlo, sí le produjo una cierta desazón. Aitor lo conocía lo suficiente para darse cuenta. Le agarró la mano rápidamente. Jorge se lo agradeció apretándosela y acariciando su dorso con el dedo gordo. Fernando abrió la puerta corredera y bajaron del monovolumen. Aitor agarró el brazo de Jorge sin dudarlo. Éste se fue aproximando al coche, con la vista fija en él. Parecía hipnotizado. El teniente Romanes se acercó al escritor.

-Jorge, este es el teniente Romanes, – fue Fernando el que hizo las presentaciones – Iker Romanes.

Jorge le hizo una mueca para indicarle que estaba encantado de conocerlo. Aunque no abrió la boca. Apenas lo miró. Estaba anonadado por el estado del que, hasta el día anterior, había sido su coche. Iker y Aitor no escenificaron tampoco el encuentro de dos viejos amigos. Simplemente chocaron sus puños. Estaban pendientes de la reacción de Jorge, que sin darse cuenta tenía la boca abierta de la desazón que le embargaba observando la escena. Un desasosiego que iba en aumento cada instante que pasaba.

-El artefacto estaba en esa parte – le explicó Romanes. – Lo activó uno de los detenidos con el teléfono. Tenía instalada una APP para controlar el sistema.

-Hubieran muerto todos los que van conmigo. – lo dijo en apenas un susurro, con la vista fija en los coches.

Carmen asintió despacio con la cabeza. A ella le estaba pasando lo mismo que al escritor. Se había enfrentado en su vida profesional a multitud de situaciones difíciles. Ese día, la cabeza estaba haciendo un trabajo de imaginar qué hubiera pasado si la comitiva hubiera sido real. Y esa imagen le causaba una angustia extrema. Por todos los compañeros y amigos que hubieran fallecido y los que hubieran quedado malparados.

Jorge cambió el objetivo de su mirada por el vehículo que iba cerrando la comitiva. Estaba mejor, pero eso no significaba que sus ocupantes hubieran salido con bien del trance. Carmen no quiso explicarle que los que iban en el lado derecho, que fue el que acabó estrellado contra el árbol, hubieran tenido un ochenta por ciento de posibilidades de morir. Un ochenta y cinco de acabar con graves lesiones medulares. Un noventa de tener lesiones de las que nunca se hubieran recuperado y que les hubieran impedido seguir siendo policías. Un cien de tener lesiones importantes, muy graves con un periodo de recuperación estimado de dos años. Era lo que les habían explicado los peritos en su informe preliminar. Los otros dos, un cuarenta de morir, un setenta de tener graves lesiones, un noventa de tener heridas de consideración.

-Amor, acompáñame a la antena. Me duele mucho la pierna. Necesito tu apoyo. – Aitor decidió romper el devenir de la mente de Jorge. No le gustaba la ansiedad y la tristeza suprema que se acrecentaba cada minuto que el escritor tenía toda su atención fijada en los amasijos de hierros que eran sus viejos vehículos.

Jorge lo miró. Suspiró y acabó sonriendo. Lo besó en la mejilla.

-Te quiero, no lo olvides.

-Sabes que soy un desastre con la memoria. Me lo tendrás que repetir.

Jorge emprendió el camino hacia dónde Iker les señalaba.

-Jorge, sujeta este portátil un momento. Iker ayúdame por favor. Vamos a cambiar al puerto de la antena de ellos. Se me ocurrió que a lo mejor hay dos fibras distintas. La que utilizaste tú, puede que solo diera acceso a una parte del sistema.

-De todas formas ya verás ahora que hay otros dos puertos. Y luego, un poco más adelante, encontré otros dos puertos de acceso.

-¿Me lo enseñas?

-Si ves que en la pantalla salen una especie de ondas, avísame – le dijo a Jorge.

Dos furgonetas de la Guardia Civil se pararon a la altura de los coches de la caravana de Carmen y Jorge. Un comandante salió de una de ellas. Buscó con la mirada y cuando los vio, se encaminó presto hacia ellos.

-La comisaria jefa más poderosa de la Policía.

Carmen se giró de inmediato. Conocía esa voz.

-¡JL!

Se abrazaron.

-Te echo de menos en el karaoke.

Carmen resopló.

-Llevo una temporada que las fuerzas me dan para llegar al sofá de Javier y punto. ¿Cómo estás?

-Ya sabes. Aclimatándome de nuevo a la soltería. Veo que te has trasladado a la casa de Javier para atarlo en corto.

-Sí, que remedio. No me importa, te advierto. Tiene la ventaja que está más cerca de la Unidad que la mía. – Carmen se calló unos instantes y estudió el gesto de su amigo. – Petra no sabe lo que ha dejado. No te comas la cabeza.

-Nunca ha llevado bien lo de que fuera guardia. Es una incompatibilidad manifiesta de caracteres. He ganado en noches de karaoke y cervezas con los compañeros.

-No disimules conmigo. La sigues queriendo.

-No tengo intención de cambiar mi vocación. Ella no lo entendió. Cuando nos conocimos, ya sabía lo que había. No valgo para un puesto en cualquier empresa de seguridad. Pensó que una vez casado, me podría cambiar. Y mira que se movió para encontrarme un buen puesto. Eso también lo hizo a mis espaldas. Quería cambiarme a toda costa. No hubo negociación posible.

-Y seguro que cobrando cuatro veces más.

-Sí, sí. Eso de todas formas es fácil. Aunque no me quejo de mi sueldo. Me da para vivir como me gusta. Y como no hemos tenido hijos … – esto último lo dijo con amargura. Carmen le dio una palmada en el pecho para animarlo.

-No sabía que ibas a venir a echar un vistazo.

-Me lo ha pedido Rui. Le voy a sustituir unos días. Se va a Galicia por algo de vuestros asuntos comunes.

-Aquí tienes otro fleco de nuestros asuntos pendientes.

-¿Ese es el escritor?

-Sí. Y ese es el coche que llevaba hasta ayer.

-¿No estarás dando vueltas a que tus chicas podrían haber estado ahí?

-Estoy haciéndome a la idea. No me he enterado de la nochecita hasta hace unas horas que Javier ha tenido la amabilidad de informarme con detalle.

-¿Tan mal estabas ayer que Javier no quiso llamarte?

Carmen se sonrió.

-Hoy me toca a mí. El cuerpo de Javier no creo que tarde en decir: ¡Basta! Esto, lo de los matones que intentaron rajar la cara a ese actor Álvaro Cernés, los asaltantes de la casa de Rubén Lazona con un vecino fallecido … no se aburrió anoche, no.

-Creo que lo de Rubén es lo que ha acelerado el viaje de Rui.

JL empezó a estudiar los alrededores del escenario. Dos guardias con el uniforme de los CEDEX se acercaban andando por la carretera.

-A sus ordenes mi comandante – saludó uno de los hombres. – Nos ha ordenado el comandante Garrido que le demos novedades a usted.

-Diga Canales.

-Hemos encontrado otro artefacto como a unos doscientos metros. Era igual al que han hecho explotar aquí.

-¿Una segunda oportunidad? Por si fallaba el primero.

-Por si lo detectaban. Imaginamos. O pensaban atacar también a los que hubieran venido en su ayuda. Salvo que confiesen, no podemos estar seguros de sus planes. De momento no hemos encontrado nada que nos ayude a saber sus intenciones exactas.

-¿Sabemos de dónde sacaron el explosivo?

-No es de aquí. No es un desvío de canteras o empresas de demolición. Tráfico de armas.

-Carmen, te presento al Teniente Ulises Canales. Ulises, la comisaria Carmen Polana.

-Encantada de conocerte Ulises.

-Es un placer conocer a la famosa comisaria jefa. Estuvimos algunos compañeros y yo en una charla que dieron usted y la comisaria Rodilla.

-No recuerdo que te acercaras a hablar con nosotras al final.

-No pude. Me hubiera gustado saludarlas. Me interesó mucho su forma de ver las cosas y de exponerlas. Había muchos compañeros deseosos de comentarles sus opiniones al final y tenía que entrar de servicio.

-Ya que fuiste oyente de una de nuestras charlas, me gustaría que me tutearas.

-Un honor, comisaria.

-Aitor, ya salen las ondas – le avisó Jorge.

Iker le cogió del brazo al hacker para ayudarlo a llegar dónde Jorge. Cogió el portátil decidido, pero un latigazo de dolor le hizo tambalearse. Le pasó el ordenador a Iker y él fue a sentarse en un árbol caído.

-Busca el acceso a todo el sistema.

Iker empezó a moverse con el ratón. Fue probando distintas cosas, hasta que al final encontró lo que buscaba.

-Esta parte no salía ayer.

-Tenemos que ir a los edificios.

-¿Me lo explicáis? – Jorge no entendía lo que buscaban Iker y Aitor.

-Hay una parte del complejo que no aparecía ayer en los planos. Tienen varios accesos separados. Eso quiere decir que tampoco pudimos acceder al sistema que lo controla.

-Ni a verlo, claro. En todos sitios hay cámaras, imaginamos que en esa parte que no encontramos, también.

-O sea que puede haber más sorpresas.

Ni Aitor ni Iker dijeron nada. Solo levantaron las cejas.

-Parece que estáis de funeral.

Carmen y JL se habían acercado a ellos.

-Puede que haya más sorpresas en la finca. – apuntó Romanes.

Carmen y JL se miraron. JL se giró para llamar a los CEDEX y que no se fueran.

-Ulises, id por favor de nuevo a la finca.

-No, no, sigamos el cable de comunicaciones. – dijo de repente Aitor. – Que nadie se acerque de momento. Todos quietos. Os vamos diciendo.

-No estás como para andar por el campo – Carmen le miraba como una madre lo haría con su hijo enfermo.

-Tenemos indicios de que hay alguna posibilidad de que se acceda todavía de forma remota para destruir todo el sistema.

-Yo me encargo de ayudar a Aitor – dijo Jorge en tono rotundo.

Jorge rodeó la cintura de Aitor y le puso su brazo para que le rodeara el cuello.

-Yo te cojo del otro lado – se ofreció Fernando.

Entre Fernando y Jorge casi llevaban en volandas a Aitor. Iker iba delante, poniendo a la vista el cable. Cuando llevaban casi la mitad del recorrido, encontraron otro puerto de entrada al sistema, con una antena que no estaba desplegada. Iker sacó una tablet de su bandolera y conectó un cable USB a uno de los puertos libres.

-Debes ser rápido, Iker.

Salvo ellos dos, nadie parecía entender cual era el problema. Pero los dos parecían preocupados. Jorge acercó a Aitor a los puertos y le ayudó a sentarse en el suelo.

-¿Me sujetas la espalda mi amor?

Jorge no dijo nada. Solo se puso detrás para que sus piernas hicieran de respaldo del informático. Aitor sacó un cable de su bandolera y lo pinchó en otro de los puertos de acceso. Empezó a teclear a una velocidad de vértigo.

-Éste no es. – dijo Iker.

-No saques el USB. Usa otro para probar el otro puerto.

-No sé si será importante – dijo uno de los GAR – pero debajo parece que hay otro puerto.

Iker se tiró en el suelo para mirar.

-¡Rojo! – gritó Iker.

Aitor buscó en su bandolera. Sacó un pendrive. Se lo tendió a Iker que de inmediato lo introdujo en el puerto rojo. Sacó otra tablet y la conectó al pen. Iker se puso detrás de Aitor.

-¡Para! ¡Ahí!

Aitor detuvo la secuencia interminable de números y letras que iba apareciendo en la pantalla. Jorge observaba a los dos con gesto de estupefacción. A él toda esa innumerable lista de números no le decían nada. Le parecían todos iguales. Aitor seleccionó una de las líneas y empezó a sobrescribir. Aitor e Iker se miraron. Éste asintió.

De nuevo, empezó a correr por la pantalla una serie interminable de lo que parecían líneas de programación. Hicieron el mismo proceso en al menos diez líneas.

-Mi comandante – dijo el teniente Romanes – sería mejor por si acaso, que diera la orden de desalojar.

-Peña, ordena el desalojo. Que nos informen cuando todos los equipos estén en la zona de seguridad.

Desde allí escucharon el bullicio que se armó en la finca. Estaban apenas a medio kilómetro. Y todos a su alrededor estaban en silencio expectantes. Todos parecían haberse contagiado del gesto serio y concentrado de Aitor e Iker.

-Zona despejada – escucharon todos en la radio del sargento Peña.

-Reseteamos y reiniciamos. – propuso Aitor. Iker asintió.

En la tablet. Jorge pudo ver como un circulito apareció en la pantalla. Y un contador del avance del proceso en tanto por ciento.

-Se me ha ocurrido una cosa – dijo Aitor. – Dame tu tablet.

Iker se la tendió de inmediato. En esa tablet, de nuevo empezaron a aparecer líneas interminables de números y letras.

Aitor paró un momento. Puso el cursor al final de una línea y empezó a escribir.

-Te quedan cinco minutos. – anunció Iker a Aitor.

Carmen no podía aguantar tanta intriga. JL que la conocía le tendió un cigarrillo. Carmen le sonrió a la vez que lo cogía y se lo encendía.

-Dos minutos.

-Quiero desactivar también …

-Deja. Nos servirán de guía. No te va a dar tiempo. ¡Un minuto!

Jorge aguantaba la respiración. Y eso que no alcanzaba a entender lo que pretendían Iker y Aitor. Pero mirarles a la cara y verles el gesto serio, consiguió ponerle nervioso. Miró a Carmen que supo y le tendió su cigarrillo. Jorge no dudó y le pegó una calada antes de devolvérselo a la comisaria. JL que lo vio, sacó otro pitillo de su paquete, lo encendió y se lo tendió a Jorge. Este le sonrió agradecido. Pero ninguno dijo ni una palabra. Se podía escuchar perfectamente a los pájaros canturrear. Las hojas moverse en el suelo al ritmo de la suave brisa. Lo único que no pegaba en ese escenario idílico, era el ruido de los dedos de Aitor sobre el teclado virtual.

-¡Ya!- gritó Iker a la vez que Aitor levantaba las manos.

-¡Operación destroyer abortada!

Jorge miró sorprendido a Iker. Éste le sonrió.

-Siguiendo sus órdenes, las puertas se van a abrir.

Todos se miraron. Esa voz metálica, había salido de la tablet de Aitor.

-¡Mirad! – dijo el sargento Peña señalando la finca.

Unas columnas de distintos colores, se podían vislumbrar a través de la arboleda. Eso estaba pasando en las edificaciones de la finca y en la explanada de delante, en la que habían instalado el “parque de atracciones”. Carmen, Peña y JL iniciaron el camino a paso rápido para llegar a la finca. La misma estaba en una pequeña hondonada y ya estaban en el terraplén que lo separaba del bosque. En distintos puntos del terreno como de los edificios, habían explotado bombas de humo de distintos colores. En todas, después de disiparse las emanaciones, quedó marcado con el color del tizne.

-Mi comandante, parece que en algunos lugares se han levantado una especie de trampillas que estaban ocultas.

-Verde y rojo, en ese orden – dijo Iker sin dudar. – Las negras para Aitor y para mí.

-Después, granate y amarillo.

-¿Habéis oído? – dijo JL por la radio.

-A sus órdenes mi comandante.

-Pide unas ambulancias Carmen – dijo Jorge que miraba la pantalla de Aitor. – Muchas.

-Escritor, te van a necesitar. Iker se encarga de ayudarme. – Aitor le obligó a agacharse y le dio un beso en los labios. – Te quiero, no lo olvides.

Carmen se colgó su acreditación del cuello y emprendió la bajada al terreno. JL la siguió. Jorge ayudó a levantarse a Aitor y lo dejó sentado en un tronco, mientras Iker recogía sus equipos.

-Dile a Carmen que empiece por la de la izquierda – le dijo Aitor a Jorge. Éste marcó inmediatamente el teléfono de Carmen y se lo dijo. Ella no replicó. Solo cambió la dirección de sus pasos y fue a la primera marca verde de su izquierda. Raúl seguía a su lado y corrieron hacia esa primera trampilla. Tres guardias, por orden del comandante Pastrana les siguieron.

-Yo voy a la de la derecha. Jorge, ¿te encargas de la de la centro?

Fernando seguía a Jorge. Había sacado su arma por si acaso. Lucía y Silvia se acercaban corriendo. Tres guardias de los GAR se les unieron también. Nano y Romo corrían para ayudar a Carmen.

Cuando ésta abrió la trampilla completamente, un hedor a excrementos y a orina le golpeó la nariz. Pero no se detuvo. Sacó también su arma reglamentaria.

-Poneros todos las acreditaciones a la vista. – les dijo a sus compañeros. Aunque no fue necesario porque ya lo habían hecho, imitándola a ella.

Jorge no tardó en llegar a la trampilla del centro. Fernando le detuvo antes de que empezara a bajar las escaleras.

-Bajo yo primero – dijo en tono resuelto.

Las escaleras bajaban hasta una altura aproximada de piso y medio. Era difícil aguantar el hedor que había en esa cavidad. Había una especie de respiraderos por el que se escapaba la fetidez. Al acabar las escaleras, se encontraron con un corto pasillo. Éste desembocaba en una estancia a la que daban otros dos cuartos separados por rejas. Era una cárcel en toda regla. En cada una de ellas había dos chicos desnudos, tirados en lo que en algún momento fueron dos catres aptos para descansar una persona. En una banqueta, había dos violines con sus arcos.

-Hola, me llamo Jorge.

El escritor se había arrodillado en el suelo. Acariciaba despacio al chico que estaba primero. El chico abrió los ojos poco a poco. Para Jorge era claro que estaba drogado.

-Perdón, no hemos tocado hoy todavía. Pero ahora lo hacemos.

El chico hizo intención de levantarse. Pero Jorge le detuvo.

-Despacio. No hay prisa. Estos amigos que me acompañan son policías.

Al escuchar esa afirmación de Jorge, un rictus de miedo apareció en su cara.

-Son de los buenos.

-Yo te conozco. Eres el escritor – dijo el que estaba detrás.

-Exacto. Soy Jorge el escritor.

-Entonces los policías son de los buenos. – dijo con una voz débil y sin alma.

-¿Cómo os llamáis?

-Emilio y y Caro.

-¿De verdad eres el escritor?

El primer joven todavía dudaba. Jorge le acarició la cara despacio. Le sonreía.

-Me gustaría darte un abrazo y un beso ¿Me dejas?

El chico lo miró directamente a la cara por primera vez. Sus miradas se quedaron conectadas unos instantes. El joven pareció relajarse. Hizo un pequeño movimiento con la cabeza asintiendo a la vez que se le escapó un ligero suspiro de alivio. Jorge lo abrazó suavemente. El chico tardó unos instantes en rodear el cuerpo del escritor con sus brazos. Poco a poco se fue apretando contra el cuerpo de Jorge.

-Estoy sucio – dijo en un susurro.

-No me importa. – contestó Jorge sonriendo y dando un beso en la mejilla.

-Ven Caro, acércate, me gustaría darte también un abrazo.

El chico de detrás se incorporó y se sentó al borde del catre. Fue él el que le tendió los brazos. Jorge se dejó rodear por ellos y lo apretó contra él. En ese momento, el chico empezó a llorar. Jorge no dejaba de acariciar la cabeza completamente rapada del chico. Se le notaban decenas de cicatrices de golpes. Fernando se había arrodillado también y ahora abrazaba a Emilio.

-Estáis helados – dijo Jorge.

Fernando sacó su móvil y pidió urgentemente mantas para taparlos a todos.

-Jorge, te necesitamos un minuto.

Lucía se había asomado a la celda en la que estaban.

En la celda contigua, Silvia no lograba convencer a uno de sus ocupantes de que estaban a salvo. Se había escondido en una esquina, y se protegía como podía.

-Se llama Urano. – le susurró Silvia.

-Urano, es un nombre precioso – Jorge mientras decía esto se había arrodillado a medio metro del joven. Éste lo miraba por los resquicios que dejaban los dedos de sus manos que pretendían ser una red protectora. – Es mucho más bonito Urano que mi nombre.

Jorge esperó a que preguntara, pero eso no sucedió.

-Me llamo Jorge. ¿Verdad Silvia que Urano es mil veces más bonito que Jorge?

-Dónde va a parar. Y también es más bonito que Silvia, que es el mío.

-Urano, necesito un abrazo. ¿Me lo darías tú?

Sonrió al decirlo. Abrió los brazos para invitar al chico a que se abrazara.

-Mientes – dijo al cabo de unos segundos – El escritor no quiere saber nada de nosotros. Nos engañaron.

-Quiero que me perdones por no venir antes. No me avisaron hasta hace unas horas. Y no os encontraba. Pero ya estoy aquí.

-No te perdono.

Su voz le recordaba a Saúl al chico de Roger. Era igual de ronca. Con la misma falta de espíritu, de alma, sin vida.

Jorge notó que el cuerpo del joven Urano se había relajado un poco. Fue acercando su mano a su cara. Lo hizo de tal manera que el joven pudiera ver su gesto por los resquicios de sus dedos. Posó su mano en su frente y empezó a acariciarlo suavemente.

-Estoy sucio.

-Eso a mí no me importa. Si me dejas te doy cien besos para demostrártelo.

-No me lo creo. ¿Cien besos?

-Contamos si quieres.

Jorge seguía acariciando la parte del rostro que dejaban a su alcance las manos del chico. Pero éste, casi imperceptiblemente las fue bajando. Jorge entonces dio un pequeño paso sobre sus rodillas para acercarse más, sin dejar de acariciarlo. Al comprobar que no lo rechazaba, dio otro pequeño pasito. Ya estaba casi pegado a él. Le apartó dulcemente las manos de su cara. Se las besó alternativamente. Jorge sonreía y le miraba con la cabeza ladeada. Se inclinó y empezó a besar el rostro del chico. Su olor era nauseabundo. Era claro que le habían duchado con los excrementos de él mismo o de sus compañeros. Pero le dio igual. Fue recorriendo cada centímetro de su cara, besándolo. Llegó un momento en que Urano abrió los brazos y Jorge aprovechó y se metió entre ellos, rodeando a su vez el cuerpo del joven. Empezó a acariciar su cabeza, también rapada. No quiso pensar en las marcas que tenía ese chico por todo el cuerpo. Alguna incluso parecía a punto de infectarse. Urano, empezó a llorar, como antes habían hecho sus compañeros en la celda de al lado. Silvia le tendió a Jorge una manta que algún guardia les acababa de dejar. La cogió y rodeó con suavidad el cuerpo del joven.

-Estás helado, mi niño.

De nuevo, Urano volvió a abrazar a Jorge.

-Ya ha pasado todo. Ya estás a salvo. Mi amiga Silvia te va a acompañar fuera. ¿Me dejas que abrace a tu compañero? No sé como se llama.

-Juan – le respondió el otro joven.

Silvia tuvo que ayudar a levantarse al joven. Y una vez de pie, tuvo casi que cogerlo en brazos. Apenas se sostenía de pie. Jorge se acercó al otro chico y lo abrazó. La escena se repitió. También empezó a llorar. Jorge le empezó a besar la mejilla.

-Ya está. Todo ha acabado.

-Jorge, el comandante te reclama.

-Voy a ayudar a otro compañero tuyo. Mi amiga Lucía te va a cuidar hasta que lleguen los médicos.

El chico asintió con la cabeza pero no dijo nada.

Jorge salió de ese sótano. Nano le indicó en cual estaba el comandante Pastrana. Bajó rápidamente por las escaleras. Uno de los chicos se había puesto agresivo y no dejaba que se acercara nadie. Odiaba a los guardias. Amenazaba con cortarse el cuello.

-Si os acercáis me mato. Os lo juro. No me va a tocar ningún policía sarnoso.

-Por favor, baja ese cuchillo.

-Que no se acerque nadie. O me mato. Hijos de puta.

El chico cambiaba el puñal cada pocos segundos, de amenazar a los guardias a ponérselo en el cuello.

-Prefiero matarme a que me toquéis, hijos de puta.

El comandante miró implorante a Jorge. Parecía imposible que un chico tan delgado, desnutrido y sucio pudiera tener tanto odio, tanta resolución y tanta fuerza. Jorge les hizo un gesto para que se apartaran. El comandante y dos agentes del GAR que le acompañaban, se retiraron poco a poco. En un momento, solo quedó Jorge delante del chico. Jorge mantenía los brazos en alto. Nano, que había bajado con él, cogió una Taser que le facilitó uno de los guardias y se apostó para detener al chico en caso de que quisiera agredir al escritor.

-YA ne znayu, kak tebya zovut. moy Dzhordzh. (No sé cual es tu nombre. El mío es Jorge)

Jorge había decidido arriesgarse. Había notado un pequeño acento en el joven. Se acordó de que Carmen le había comentado que Yura hablaba un español casi perfecto. Bruno se lo estaba confirmando por su línea interna. Habían logrado identificarlo por reconocimiento facial. Le estaba dando más datos de ese chico, un tal Igor y de su relación con Yura y Jun. Y con Sergio Plaza.

Parecía que su maniobra había tenido resultado. Jorge se dio cuenta que el chico le había entendido.

-YA khotel by znat’ vashe imya. ty by skazal mne? (Quisiera saber tu nombre. ¿Me lo dirías?)

-Igor – respondió el joven.

-Privet Igor’. Menya zovut Khorkhe, i ya pisatel’. Mne rasskazali o vashem sootechestvennike, kotoryy lyubit mne chitat’. Zovut Yura. (Hola Igor. Me llamo Jorge y soy escritor. Me han hablado de un compatriota tuyo que le gusta leerme. Se llama Yura.)

-Ty ne Khorkhe Rios. YA slyshal, ty ne khochesh’ nichego znat’ o nas. (Tú no eres Jorge Rios. He oído que no quieres saber nada de nosotros.)

-Estoy aquí, Igor. Eso quiere decir que me importáis. Mira, el otro día estuve escuchando a un amigo tuyo. Se llama Sergio Plaza. Es músico como tú. Veo que tú tocas el chelo. Se encontró con Nuño Bueno, y tocaron juntos.

-Eso es mentira. Sergio está muerto. Nos lo dijeron. Nuño Bueno nunca tocaría con unos deshechos como nosotros. Él es un genio.

-Te puedo asegurar que tocaron. Lo vi y lo escuché. Tocaron el concierto de violín de Tchaikovsky.

-No me lo creo. Sergio está muerto.

-Si me dejas sacar el teléfono, podemos llamar a Sergio. ¿Te parece? Y luego busco en el teléfono el vídeo que les grabé a Sergio y a Nuño Bueno tocando en un restaurante.

-¿Cómo sé que hablas con Sergio?

-Hacemos una video llamada y podrás verlo.

Jorge aprovechó que el joven dudaba y sacó el teléfono. Rezó para que Bruno estuviera atento a lo que estaba pasando y que le consiguiera una buena comunicación. Parecía que le estaban leyendo los pensamientos, porque tanto Bruno como Aitor le mandaron un mensaje para que llamara. Jorge marcó el teléfono de Sergio. Y volvió a rezar.

-Escritor. Me alegra verte.

Por el tono de Sergio, más serio que otras veces, Jorge dedujo que alguien le había avisado.

-Yo también me alegro de verte, cariño. Estoy con un amigo tuyo. Parece que le han contado algunas mentiras sobre mí y sobre ti. Y no quiere confiar en nosotros.

-Pásame a mi amigo. Tranquilo, no me voy a asustar.

Jorge tendió el teléfono a Igor. Éste dejó el cuchillo para poder coger el teléfono. Jorge se dio cuenta que la otra mano la tenía inutilizada. Parecía que se la habían machacado a golpes. Cerró los puños para controlar la furia que le invadía. Le hizo un gesto con la cabeza a JL. Éste cerró los ojos y asintió. Ya se había dado cuenta.

-¿Sergio? – dijo Igor ahora en español.

-¿Igor? Me alegro verte. No me alegro de ver como estás. Me temía que te hubiera pasado algo irreparable.

Empezaron a hablar los dos para darse novedades. Parece que a Igor le cogieron al intentar ir a denunciar las maniobras de Mendés. Y lo metieron en ese sótano. Igor le contó que le habían machacado la mano izquierda porque no quiso tocar. Parecía que les obligaban a tocar todos los días varias horas seguidas.

-Muchos tienen los dedos en carne viva.

-Jorge se va a encargar de que un buen médico te mire esa mano. Y cuando estés en el hospital, yo iré a verte. Iré con mi novio. ¿Sabes? Es policía. Se llama Javier. Su compañera Carmen está por ahí, ayudando a alguno de nuestros compañeros. Es muy bueno. Amable y lucha por acabar con esta gente mala. Los policías que te rodean trabajan con él. Todos son de los buenos. No de esos otros … Seguro que luego se acerca Carmen a darte un abrazo. Es muy guapa además. Y muy cariñosa. Pero que no te engañe. Si ve a alguien que quiera hacerte daño, le partirá el espinazo de un golpe.

-Es que venían a pegarnos. De uniforme y a follarnos. Llevaban los mismos uniformes que los que están aquí.

Jorge vio como JL se apartó unos metros y llamó por teléfono. Su gesto era duro y su manera de hablar rotunda. Quién estuviera al otro lado de la línea, tuvo claro desde el primer momento de los galones del guardia. Volvió a su puesto. Jorge le hizo un gesto para que se relajara. Si Igor veía su gesto de rabia, podía volver a asustarse. JL asintió con la cabeza y le pidió disculpas.

-Confía en mi, Igor. Jorge es el escritor. Háblale de “El bar de las gildas”. Es tu novela preferida. Sabes, nadie le habla de esa novela y Jorge está triste porque la tiene mucho cariño.

-Pero si es la mejor novela de la historia – dijo Igor asombrado. Jorge sonrió. El gesto del joven era indicativo de que había acabado de relajarse. Nano lo entendió también porque salió de su escondite y devolvió la Taser al guardia que se la había proporcionado.

-¿Me prometes que te vas a dejar cuidar por Jorge y los policías que están con él?

-¿De verdad que vas a ir a verme al hospital?

-Claro. Jorge se encargará de hacerte llegar un móvil nuevo y hablaremos. Y Yura y Jun. Me acaban de escribir preguntando por cómo estás. Les ha llegado la noticia. Estaban preocupados. Les dijeron que estabas muerto.

-Lo mismo me dijeron de ti. Y también que el escritor no quería saber nada de nosotros.

-Pues ya ves que no es verdad. Está delante de ti. Y cuando colguemos, te va a abrazar y te va a comer a besos. Te digo, sus abrazos son los mejores del mundo. Y te va a mirar a los ojos y verás como después, te vas a sentir mejor. Te va a vaciar de tus miedos, de tus dolores. Y vas a poder descansar.

-Te haré caso.

-No te olvides de tu chelo.

-Se ha roto.

-Ya arreglaremos eso. Te tengo que dejar. Confía en Jorge. ¿Me pasas con él?

Igor le tendió el teléfono a Jorge. Sergio se había echado a llorar. Jorge esperó unos segundos a que Sergio controlara su voz. Igor estaba pendiente de lo que iba a decir.

-Te quiero escritor. No sabes cuanto. Gracias por cuidarnos a todos. Dale un beso a Carmen de mi parte. Y a todos tus chicos, que veo a Fer a Raúl y a Nano detrás de ti.

-Te quiero Sergio.

Jorge colgó. Le pasó el móvil a Fernando, estaban llegando muchos mensajes. Alguno podía ser importante. Él abrió los brazos. Igor fue a acercarse a él, pero al relajarse, las piernas empezaron a fallarle. Jorge tuvo poco tiempo para agarrarlo y abrazarlo antes de que se desplomara. Lo pegó a su cuerpo y lo abrazó. Empezó a cantarle al oído una canción infantil típica de Rusia. Se acababa de acordar de ella. Se la enseñó Rosa, “su amiga” Rosa.

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CANCIÓN RUSA – NANA COSACO

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Todo el cuerpo del Igor empezó a temblar. Lloraba desconsolado. Cuando acabó la canción empezó a besar esa piel sucia y agrietada. Igor levantó unos segundo la cabeza y le besó en los labios. Jorge no le apartó. Siguió con el beso. Poco le faltó para echarse a llorar él también.

-Mira, ese guardia se llama JL. Es un jefazo de los buenos. Y este chico de aquí se llama Fermín.

-Hola Igor – JL se había acercado. Jorge soltó a Igor. Éste se abrazó ahora a JL. El comandante le acariciaba la cabeza suavemente mientras le murmuraba algo al oído. Igor acabó asintiendo con la cabeza.

Jorge sintió a alguien detrás de él. Por el perfume supo que era Carmen.

-Ven.

Carmen le hizo caso. Sonreía cuando se acercó a JL y a Igor.

-Igor, te quiero presentar a Carmen. Te ha hablado antes Sergio de ella. Es amiga del novio de Sergio.

-La que parte espinazos a los malos.

-Esa – dijo sonriendo Jorge.

-Hola Igor. ¿Me dejas darte un abrazo?

-Sí.

Carmen dio los dos pasos que le separaban. JL no acabó de soltar al chico hasta que Carmen estuvo cerca. Parecía que era imposible que el músico tuviera lágrimas todavía. Pero las tenía.

-Estoy muy sucio y feo.

-Para mí eres el chico más guapo que he visto en mi vida. Y el más valiente. Mira, Fermín te va a llevar arriba y se va a ocupar de ti hasta que lleguen los médicos. Es de los buenos.

-Es guapo también.

-Eso también.

-¿Vamos Igor? – le dijo el guardia.

-Sí.

-Cierra un poco los ojos si quieres. Hace mucho sol y hace tiempo que estás a oscuras. Te va a hacer daño la luz.

-Vale.

-Bol’shoye spasibo Dzhordzh. Te, kto skazal mne, chto ty pozabotish’sya obo mne, kogda uvidish’ menya, byli pravy. Odnazhdy ya khotel by pogovorit’ ob etom romane. (Muchas gracias Jorge. Los que me dijeron que tú me cuidarías cuando me vieras, tenían razón. Un día me gustaría hablar de esa novela.)

-YA s neterpeniyem zhdu vozmozhnosti pogovorit’ s vami ob etom, a takzhe uslyshat’, kak vy igrayete na violoncheli. (Espero hablar contigo de eso y también a escucharte tocar el violonchelo.)

Cuando el chico pasó por su lado en brazos casi de Fermín le dio un beso en la mejilla.

Dieron tiempo para que Fermín llegara con el chico hasta el hospital improvisado que habían montado en la zona de la entrada. JL fue el primero que subió. Iba con el teléfono en la mano. Estaba claro que seguía muy enfadado. Carmen se giró hacia Jorge y lo abrazó. No se dijeron nada.

-Vamos arriba – Fernando se puso detrás de ambos.

Cuando llegaron a la superficie, recibieron los rayos de sol con alegría. No dijeron nada. Todos estaban sobrepasados. Lo que acababan de vivir les había noqueado. Caminaron hacia los coches que su equipo había acercado. Al llegar a ellos, Nano les tendió el paquete de tabaco. Pero Carmen antes se acercó a un árbol y vomitó.

-Si alguien tiene un poco de agua, se lo agradeceré eternamente – pidió Jorge. Silvia se acercó a él y le dio un botellín. Jorge le pegó un par de tragos. Los saboreó como si fueran del mejor whisky.

-No te la acabes – pidió Carmen acercándose. Jorge sonrió y se la tendió.

-Ahora sí que necesito ese cigarrillo Nano.

-Fumemos todos.

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Carmelo estaba en Concejo, estudiando el plan de trabajo que le habían pasado de su productora para “Tirso, la serie”. Iba retrasado y tenía que ponerse al día. No quería ser la causa de posibles retrasos en el rodaje. Ya estaba todo en marcha y a buen ritmo. Había ganas de sacar adelante esa serie que era tan importante para mucha gente, y tan molesta para unos pocos.

Había conseguido liberarse de los compromisos que tenía. Había aparcado a visitas a amigos, a enemigos. Con ganas, hubiera cambiado todo eso por meterse en la cama y dormir. Miró en el teléfono la hora. Era tarde.

Durante un momento tuvo dudas de si Jorge estaba en casa o no. Fue a llamarlo con un grito, cuando se acordó que todavía no había vuelto de su última escapada. Alguien le había llamado por teléfono requiriendo su presencia. No dio explicaciones ni Carmelo se las pidió. Sabía que todas esas excursiones eran debidas a su empeño en ayudar a esos chicos dolientes y algunos con graves secuelas por todas las cosas que habían tenido que vivir. Él mismo, sabía que era uno de ellos. Jorge le había mantenido sereno y alejado de, durante un tiempo, sus mejores amigas, las drogas y también de sus mejores amigos, el alcohol y el sexo extremo. Ahora era capaz de disfrutar de una copa, sin necesitar nada más. Y de un sexo tranquilo y en general lleno de complicidad. No iba a negar a esas alturas que Jorge no era en ese aspecto su único compañero de juegos. Lo que sí quería proclamar a voz en grito es que Jorge era la única persona que ocupaba su corazón. Y llenaba hasta el más mínimo resquicio del mismo.

Sintió que varios coches llegaban a la Hermida y paraban cerca de la puerta. Al poco sintió como se abría ésta. Esperó que Jorge lo llamara a gritos, como siempre hacía, pero eso no ocurrió. Sintió como el escritor se sentaba en el sofá del salón y resoplaba agotado y a Carmelo le pareció, que también desanimado y desesperado. Se levantó con cuidado de no hacer ruido y se asomó a la ventana. Estaban haciendo el cambio del equipo de escolta de Jorge. A los que salían de turno los notó igual de cansados que a Jorge y también con un cierto grado de desaliento. Muchos de ellos no cogieron sus coches, sino que entraron en la Hermida 3, la que habían habilitado para que descansaran y la utilizaran como si fuera su casa ambulante. Algunos fueron a sus coches y sacaron las bolsas con algo de ropa que siempre llevaban.

Bajó las escaleras hasta la planta baja. Procuró no hacer demasiado ruido aunque tampoco pretendió ser completamente silencioso. Enseguida notó que Jorge se había dado cuenta de que bajaba a su encuentro. Intentó levantarse, porque para sorpresa de Carmelo se había tendido en el sofá, tirando los zapatos en medio del salón. Eso no era propio de su escritor. Fue a la cocina y sirvió dos tazas del chocolate que tenía preparado y guardado en la jarra térmica. Probó uno de ellos y le satisfizo el sabor y la textura, así que se encaminó con ellas hasta el sofá. Jorge lo miró sin decir nada. Tenía los ojos acuosos y no podían ocultar el cansancio que sentía. Dejó las tazas en una mesa baja que tenían delante del sofá y le dio un golpe para que se incorporara un poco y le dejara sentarse en una esquina, para que pudiera apoyar la cabeza en su piernas. Empezó a acariciarle las mejillas con suavidad. Jorge había cerrado los ojos. Parecía disfrutar de los arrumacos que le prodigaba su rubito. A Carmelo se le ocurrió que solo le faltaba ronronear, como los gatos.

-Te he traído chocolate.

Jorge sonrió.

-Ya lo he olido.

-¿Tan cansado estás que ni has pensado en levantarte para bebértelo?

-Tú lo has dicho.

Carmelo se agachó y posó sus labios sobre los de Jorge. Éste sonrió al sentirlos y no pudo evitar responder al beso.

-Creo que no te lo he dicho hasta ahora, pero sabes … te quiero.

-Eso se lo dices a todos. – bromeó Carmelo.

-Pero ninguno me trae una taza de chocolate. Te quiero más por eso.

-Es lo que me temía. Me quieres por el interés.

-¡Anda! ¡Claro! ¿Qué te pensabas?

Ésta vez fue Jorge el que alargó el brazo y obligó a Carmelo a bajar la cabeza para besarlo.

-¿Quieres hablar?

Carmelo había hecho la pregunta con mucha dulzura. Jorge se incorporó y se sentó pegado a su rubito. Apoyó la cabeza en su hombro y entrelazó sus brazos con el del actor. Éste alargó el otro brazo y cogió las dos tazas. Le dio una a Jorge.

-¿Me harías un favor? – preguntó Jorge con apenas un hilo de voz.

-Dime.

-Pide que lleven comida para estos. Están agotados.

-Ya he visto que muchos se han quedado.

-Olga ha dado instrucciones para que no cojan el coche para volver a casa si el trabajo se ha alargado. Parece que ella misma el otro día llegó a la conclusión que corrían más riesgo en la carretera volviendo a casa agotados que por la acción de los malos.

Carmelo cogió el móvil e hizo un pedido a Gerardo.

-En diez minutos se lo traen. He pedido algo para nosotros también.

-No tengo mucho hambre.

-Sí la tienes. Apostaría a que no has comido nada. Te has ido justo antes de comer. Y no has parado desde ayer. Ayer no cenaste nada y tampoco has desayunado más que un café.

-Está bueno el chocolate. – dijo Jorge tras unos minutos de silencio. – Le has dado otro toque.

-Un experimento. ¿Te gusta?

-Me gusta más el de siempre. Pero eso no quiere decir que no esté bueno éste.

-Creo que a Martín le salía mejor al final.

Jorge se sonrió.

-Es de experimentar. Y puede que cambiara algún ingrediente que no había ese día en casa.

-No le salió mal el cambio. Espero que cuando se recupere me cuente lo que le echó.

Sintieron como alguien llamaba suavemente a la puerta. Carmelo miró en el teléfono la cámara de la puerta y vio que era Efrén quien llamaba. Le abrió la puerta con el mismo teléfono.

-Os dejo la comida que han traído para vosotros. Por cierto, muchas gracias por pedirnos de comer.

-Sois como el escritor, si no, os hubierais quedado en ayunas.

Efrén se sonrió aunque no contestó.

-¿Estás bien Jorge? Antes te he notado …

-No te preocupes, solo estoy cansado.

-Si necesitáis algo, nos pegáis un toque.

-No te preocupes – le respondió Carmelo – Descansad tranquilos. Aunque se nos ocurriera salir esta tarde, no tenemos ni fuerzas.

Efrén salió de la casa sin decir nada más. Su aspecto era la de un hombre derrotado. Carmelo estuvo seguro que, en cuanto comieran algo, se iban a meter todos en la cama. O a lo mejor, directamente se echaban a dormir en los sofás o en las butacas.

-Vamos a cenar algo anda. Y luego, podríamos bailar un poco.

Jorge miró a Carmelo como si de repente se hubiera dado cuenta de que era un extraterrestre.

-Es una buena forma de que te relajes, no te estoy proponiendo que bailemos el can-can, pero un foxtrot tranquilo …

-Eres joven para saber bailar eso. Y recuerdo perfectamente que no lo has hecho en ninguna de tus películas. No lo sé bailar ni yo. ¿Sabes bailar el can-can?

-Da igual saber o no. No nos vamos a presentar a ningún concurso. Solo nos abrazamos y bailamos. Vamos anda. Levanta y vamos a cenar.

Jorge se rindió. Estiró los brazos para que Carmelo lo ayudara a levantarse. Al ponerse de pie, pareció de repente que las piernas le fallaban. Carmelo lo sostuvo y lo miró con dulzura, aunque también con un poco de preocupación. Nunca le había visto en ese estado.

-Escritor, debes bajar un poco el ritmo.

Jorge sonrió y puso su mejor cara de broma.

-¿Y quieres que baile?

-Yo te llevo, tranquilo.

-Pues llévame abrazado hasta la cocina.

Carmelo le rodeó con su brazo por la cintura y le hizo apoyarse en él. Jorge se abandonó realmente sobre su rubito.

Cenaron. Para sorpresa del escritor, en cuanto Carmelo fue destapando los platos y tapers que había en la bolsa, le fue entrando el apetito. Antes, había tenido razón Carmelo: hacía dos días al menos que no había comido nada.

Y para sorpresa del escritor, al acabar la cena, Carmelo cogió el mando con el que controlaba la casa, y empezó a sonar una canción.

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Westlife – Queen of my heart.

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Carmelo le tendió la mano. Jorge soltó una carcajada a la vez que negaba con la cabeza. Pero no dijo nada. Puso sus brazos rodeando el cuello de su rubito y apoyó la cabeza en su pecho. Él le rodeó la cintura con sus brazos y empezaron a bailar, despacio, pegados, sintiéndose el uno al otro.

Y cuando acabó esa canción, sonó otra, y luego otra …

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 104.

Capítulo 104.-

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Carmelo había llegado primero al lugar de la cita. La noche anterior Jorge y él, junto con Sergio Romeva y Óliver Sanquirián, lo habían hablado largo y tendido y habían llegado a una conclusión: era fundamental sacar del ostracismo la Fundación que hacía tiempo, habían creado Carmelo y Cape.

-Muchos de esos chicos necesitan ayuda. Algunos necesitan ayuda médica, un sitio donde vivir. Trabajo. Otros incluso necesitan desaparecer, crearse una vida nueva o recuperar la que esos desalmados les obligaron a abandonar. Y eso cada vez va a pasar más. Cada vez se nos van a acercar más jóvenes provenientes de Anfiles o de otras parecidas, como las de los músicos.

Era Jorge el que había hecho ese discurso para plantear su visión del problema. El resto, estaban de acuerdo en líneas generales, pero no acababan de decidirse en dar un paso adelante. En esos reparos, también estaba Carmelo.

-No podemos confiar en que las instituciones se ocupen. – insistió Jorge.

-En todo caso lo harán por un período de tiempo corto. – añadió Sergio. – Esas víctimas necesitan un apoyo continuado en el tiempo. Si fueran menores de edad, sería más fácil que las Instituciones se implicaran con ellos. Pero los que más necesitan una mano precisamente son los que ya cumplieron dieciocho. Esos están desamparados por todos. Y si llaman a algunas puertas, les dirán que son viciosos, drogadictos …

-Debemos fijar unos objetivos. Que apoyos, que ayuda vamos a dar. Todo eso que decís tiene un coste enorme. Su financiación … debe ser adecuada.

-Creo que debemos abarcar todos los campos posibles. – Jorge había tomado la palabra de nuevo. – Ayuda médica, ayuda a recuperar la vida que perdieron, como Sergio Plaza por ejemplo. Casas de acogida, un sitio dónde vivir. Ayuda a encontrar un trabajo que puedan realizar. Sufragar sus estudios. Incluso como hemos dicho antes, si fuera necesario, crearles una vida nueva.

-Creo que podríamos definirlo, como resumen, poner los medios para que esas víctimas, esos jóvenes puedan llegar un día a vivir por sí solos.

-Solo con las terapias de psicólogos y profesionales de ese tipo, tenemos un presupuesto. Casi deberíamos buscar a profesionales que se dediquen en exclusiva.

-Necesitamos un médico que se encargue de coordinar ese tema.

-¿Manzano querrá?

-Tenemos que tener cuidado con una cosa: en esa asociación delictiva, están implicados muchos profesionales de la medicina, no solo médicos: enfermeras, psicólogos, terapeutas, trabajadores sociales …

Los cuatro se quedaron callados, valorando la afirmación del abogado.

-Óliver, explica a qué te refieres. Has tirado la piedra y ha sido al proponer a Manzano. – Jorge lo miraba interesado en su respuesta.

Óliver negaba con la cabeza. No le gustaba descubrir secretos.

-En su anterior vida, antes de recalar en Concejo, Manzano … estaba rodeado de gentes cuando menos cuestionables.

Óliver volvió a callarse. Todos estaban pendientes de sus explicaciones.

-Joder. La mujer de … la ex-mujer es cuando menos una persona … no me fio de ella. Su familia tiene un perfil que me parece cercano a Anfiles. O a al menos, algunos … miembros …

-¿Otilio Valbuena?

-Por ejemplo. No es el único. Y … algunos de sus amigos psiquiatras … casualmente siempre son peritos de la defensa cuando se trata de juzgar a algunos implicados.

-Tú también has trabajado para Valbuena.

-Eso es cierto.

-Manzano ha roto con todos esos pasados. Quiero decir, no tiene ningún contacto ni con su ex-mujer, ni siquiera con sus hijos, que hicieron piña con ella. – Carmelo se convirtió en defensor del médico de Concejo.

-En principio, yo confío en Pedro – dijo Jorge. – Se ha ocupado de los que hemos ido encontrando. No ha surgido ningún problema, al revés, se ha implicado con ellos.

-Tenemos que buscar alguien al que … que dirija todo, vaya. A tiempo completo. Yo puedo dedicar unas horas a la semana, pero no puedo dirigirla – Sergio paseó su mirada por sus contertulios. Sabía que Jorge y Carmelo habían hablado de que fuera él quien se pusiera al frente. – Y ninguno de vosotros puede dedicar a esta empresa mucho más. A penas dais abasto con vuestras ocupaciones.

Jorge fue a decir algo, pero se lo pensó. Sergio tenía razón. Por mucho que quisiera, él no podría dedicarle tiempo.

-Amador Rosales, el padre de Esteban, el chico de la barandilla. Sería un candidato a ser Director de la Fundación. Su CEO.

Fue Carmelo el que lo propuso.

-Me parece buena idea – dijo Óliver. – Sabe de que va el tema. Y es un gestor competente. Y es buena persona.

-¿Y querrá dejar su trabajo? Tendremos que ofrecerle un buen sueldo.

-Desde el susto, ha bajado mucho el ritmo. Casi ha dejado la gestión de su empresa en sus sobrinos. Y no va mal, quiero decir, que parece que lo llevan bien. Él apenas interviene. No creo que el sueldo sea la razón por la que nos diga que no.

-Esteban creo que tendrá mucho que decir. – apuntó Jorge. – Carmelo ¿Quedarías con él? Para proponérselo.

-Sí, no hay problema.

-Pues llámalo y queda mañana mismo. No podemos dejar pasar más tiempo. – le apremió Jorge.

Cuando Amador entró el “El Trastero”, Carmelo sonrió y se levantó para recibirlo. Se abrazaron y tras los saludos protocolarios, se sentaron.

-Una caña como la de Carmelo, por favor. – dijo al camarero que se había acercado.

-Y tráenos algo de picar. Lo que tú veas. Y ya de paso, tráeme otra caña. – añadió Carmelo.

-¿Y a qué se debe este honor?

-Mira Amador, te necesitamos.

Carmelo se arrepintió inmediatamente de su forma de enfocar la entrevista. Pero ya no había marcha atrás. Había sido brusco y rotundo. Así que intentó suavizar su tono y quitarle algo de empaque. Le fue contando como crearon la Fundación. Y como por no encontrar el tiempo, lo fueron dejando.

-Pero cada vez encontramos a más “Estébanes” en el camino. Compañeros nuestros que no encontraron a una persona como tú y que, aun sobreviviendo, necesitan apoyo, ayuda … ya es una necesidad ponerla en marcha.

-¿En qué os puedo ayudar? Me parece un proyecto necesario.

-Queremos que la dirijas. Que te encargues de todo. A tiempo completo. Queremos que seas el director, con tu sueldo. Crear las estructuras, buscar profesionales, locales, pisos … crear protocolos de ayuda, de intervención … aunque lo primero, es buscar gente que te ayude. A ser posible, eso se me acaba de ocurrir a mí ahora, víctimas de esa barbarie. Gente como Esteban. Que encuentren un trabajo en esa labor. Es una primera forma de ayudar a alguno de ellos.

-Una parte importante de esa ayuda sería la parte médica. De eso yo …

-Habíamos pensado en el Dr. Manzano, Pedro Manzano. Es un gran médico y tiene contactos en todos los sitios. Incluso entre personas inconfesables. Podría encargarse él de coordinarlo.

-Indecentes, diría yo. Pero él nunca se ha dejado llevar por ese camino. Ni cuando estaba en la cima de la profesión.

-¿Lo conoces?

-Operó a mi marido. Cuando llegó a sus manos, ya era tarde. Pero aunque era muy difícil que saliera bien, se arriesgó. Sus compañeros no lo hicieron, por eso de sus estadísticas. Ahí perdimos unos meses cruciales, buscando un cirujano que quisiera operarlo. Le dio un par de años, aunque efectivamente ya era tarde para una solución definitiva. Muy tarde. Pero esos dos años, sin su intervención, no hubieran sido posibles. No fueron malos años. Y nos acompañó en ellos.

-Entonces que dices ¿Aceptas?

-Vamos a tomarnos la caña, me cuentas despacio, y luego, comemos juntos. Espero que al final de la comida, te pueda dar una respuesta, a expensas de comentarlo con Esteban. No quiero tomar esta decisión sin su … aprobación. Si me encargo del tema, aunque sea tangencialmente, le va a implicar a él. Y quiero que …

-Ya, que no le suponga un problema.

Amador afirmó con la cabeza.

-Cuéntame en que … de qué queréis que se ocupe la Fundación. Y lo más importante, como se va a financiar.

-Pues …

Jorge Rios.

.

Jorge y Carmelo se apartaron del resto y se subieron a la terraza de la casa. Necesitaban un rato de tranquilidad. A Jorge le agotaba la comedieta que estaba haciendo frente a Laín y Paula. Le costaba mucho no soltarles a la cara lo que de verdad pensaba. Cada poco tiempo debía recordar las recomendaciones que le había hecho Javier en su última charla.

Carmelo tampoco estaba cómodo en su papel en esa obra de teatro de la vida real. Le gustaba su trabajo, pero no practicarlo en su vida privada. Se identificaba con la idea que expresó Martín ya hacía unos días para explicar por qué no volvía a casa de sus padres, aunque su madre le hubiera pedido perdón por algunas de las cosas que le dijo. Aunque intuía que ese arrepentimiento debía tener otros motivos que el simple deseo de retomar la relación con su hijo.

Al menos Carmelo tenía la satisfacción de que Eduardo hubiera sido tan diligente a la hora de buscar amueblamiento para la terraza. El actor quería que Jorge se sintiera a gusto en Concejo. Había un par de sofás y cinco butacas además de una mesa, todo de exteriores. No eran nuevos, pero al menos eran más cómodos y seguros que las sillas que había utilizado Jorge esa mañana. Le había comentado Eduardo que al día siguiente irían su padre y él para limpiarlos a fondo y para adecentarlos un poco. Felipe había ido a una tapicería en Tubilla a comprar unas fundas. Y habían mirado también unas mesas, un par de ellas apropiadas para escribir en ellas y otras más bajas, para ponerlas frente a los sofás y apoyar las bebidas o comida.

-Antes se me ha olvidado darte las gracias por la prontitud en atender mi reclamación de esta mañana.

Jorge sonrió y besó a Carmelo en los labios.

-¡Qué formal te ha salido el agradecimiento! Parece que estás hablando con alguna institución o el director de un banco. – Jorge le hizo un gesto de desprecio burlesco – Ha habido suerte. Le dije a Eduardo. Le dije que era tu deseo y que quería complacerte. Y como eres su ídolo, pues aquí tienes tu amueblamiento provisional. No te extrañes que poco a poco nos enteremos que ha movilizado a medio pueblo para ello.

Se sentaron en uno de los sofás mirando hacia el río. Los dos se habían descalzado y pusieron los pies sobre el sofá. Jorge doblando las rodillas y poniéndolas contra su pecho. Carmelo sentándose a lo indio.

-Esa venía a por mí – dijo Carmelo en un murmullo.

-Da igual si era por ti o por mí. Al menos para mí es lo mismo. Si te agreden a ti, me lo hacen a mí también. A parte, no sabemos a por quién iba. Parece que esa mujer estaba interesada en encontrar información de los dos. De nuestras escoltas, de nuestro paradero en Concejo … yo creo que pensaba que aquí nuestra seguridad se relajaría.

-Hacía tiempo que no venían a por mí. A Concejo has venido cuatro días y eso ha sido en apenas un par de semanas. Y en casi todas, no te ha visto nadie. Hemos llegado, hemos dejado los coches en las Hermidas y nos hemos ido a pasear. Y luego hemos comido en casa. Salvo el día que comiste con Fernando y los demás en donde Gerardo. Y el día que te encontraste con Óliver. Nadie te relaciona con este pueblo, salvo de visita. Todavía.

-Algo les ha despertado. Eso está claro. ¿Cuándo empezasteis a mover el tema de llevar Tirso a la tele?

-Hace un año. Perdón, un año antes de la pandemia. Aunque llevaba tiempo comentando con Cape. No te conté nada porque quería que fuera una sorpresa. Ahí se puso a escribir. Aprovechó el tiempo del confinamiento. No recuerdo dónde le pilló. Cuando lo pensamos, yo enlazaba rodaje tras rodaje. Además, él casi nunca estaba. Siempre estaba de viaje. Antes de contarte nada quería tener el proyecto avanzado. Quería tener director y gran parte del equipo. He ido hablando con muchos compañeros para que trabajaran en la serie. No firmamos contratos, pero todos se comprometieron. Ahora es cuando estamos ya documentando todas esas propuestas. Mariola firmó ayer. Biel la semana pasada. Jose Coronado creo que firma mañana. Rodrigo Encinar se reunía hoy con su representante y Rodrigo. Álvaro iba a firmar hoy, pero con lo de la agresión creo que lo han dejado para otro día. Parece además que su representante había puesto alguna pega. Seguro que es para hacerse valer. Ester ya había firmado cuando grabasteis Pasapalabra. Anna y Rubia también han firmado.

-Ya.

Jorge no le quiso comentar que a veces Cape no estaba tan lejos como decía. Pero era claro que deseaba estar solo. No había otra razón para que le ocultara a Carmelo que en muchos de esos viajes estaba en una casa que tenía alquilada en Barcelona. Allí pasó el confinamiento aunque Carmelo pensaba que estaba en Amsterdam.

Sonó el teléfono de Jorge.

-Roger – dijo al contestar.

Carmelo se acercó a Jorge para poder escuchar mejor la conversación.

-¿Estáis bien?

-Sí. No nos ha llegado a ver.

Roger pareció relajarse.

-Debería haber seguido vigilando.

-Tranquilo. Estaba la policía. Reaccionaron pronto. Y los del pueblo hacen de vigías. Te noto serio.

-Ahora no puedo, me están esperando. Solo tened cuidado. Que la poli te siga a todas partes, Jorge. Prométemelo. Sé como eres. Y si quieres algo discreto, me llamas. No vayas nunca solo. Te lo pido.

-Te lo prometo.

-Antes de que os vayáis a París, tenemos que quedar. De todas formas, Nacho volverá a seguirte discretamente. Los polis son buenos. Pero me gusta también que puedas elegir métodos fuera del sistema.

-Claro. Hablo con Carmelo y te llamo. Y gracias por lo de Nacho. No te voy a negar que me gusta tenerlo cerca.

-Cuidado en París.

-Nos acompañará la escolta.

-Cuidado en París. – reiteró.

Jorge miró a Carmelo. Éste le hizo un gesto para que contestara.

-Lo tendremos.

-Recuerda. No os fiéis de nadie. Ni de la gente de Concejo. Guardan secretos. No todos los que fingen ser vuestros amigos lo son de verdad. Y tú lo sabes, Jorge.

Sin más, Roger colgó.

Carmelo miró extrañado a Jorge. Esa última afirmación dicha además en tono tan rotundo, le había llamado la atención. Jorge hizo un gesto con los hombros para indicarle que no tenía ni idea de a lo que se refería.

Volvió a sonar el teléfono del escritor. A la vez, sonó el de Carmelo. Se miraron sorprendidos. Carmelo se levantó y se fue al otro sofá, alejado del que ocupaba Jorge. Éste respondió a la llamada.

-¿Estás bien?

Era Aiden. Su tono de voz era el de un hombre asustado y preocupado.

-Sí, sí. Tranquilo. ¿Por qué lo dices?

-Me ha saltado una alerta en el móvil. Está en todos los digitales. Os han intentado matar de nuevo. Una asesina a sueldo.

-¿Sale en los digitales?

-En todos. En algunos dicen que estáis heridos de gravedad. Incluso afirman que Carmelo está al borde de la muerte.

-Pues tranquilo. Está a cinco metros de mí hablando por teléfono. Me imagino que alguien le está contando lo mismo que tú a mí.

-Menos mal. Ya pensé …

-Estamos bien. De verdad.

-Otra cosa …

Jorge notó como Aiden dudaba de la conveniencia de contarle lo que fuera que le rondaba la cabeza.

-Dime, anda. ¿Qué más te preocupa?

-He … he … recibido un correo que … no sé como calificar.

-¿Sí?

-Es que no sé como contártelo.

-Pues contándomelo. No va a pasar nada. Parece mentira a estas alturas, Aiden.

-Me conminan a que les de acceso a tus novelas inéditas. Te juro que no le he dicho a nadie que las leo. Ni borracho. Te lo juro …

Jorge se quedó callado. Era una deriva del caso que no se esperaba.

-Quizás me debas dar acceso a tu correo electrónico para investigar la procedencia del email … pero no te preocupes …

-No, perdona. No me he expresado bien. Es una carta, un correo tradicional. Perdona. Es que mi padre siempre decía: ha llegado correo, cuando llegaba el cartero.

-Vale. No me lo esperaba la verdad. No lo toques. Ni lo destruyas. Voy a hablar con la policía. Puede que se pasen por allí a recogerlo.

-¿Cómo saben que …?

-Puede que sea un tiro al aire. De todas formas, puede que sea tu teléfono. A lo mejor lo tienes pinchado.

-¿Eso se puede hacer? ¿No es más probable que sea el tuyo el que tengan pinchado?

-El mio está protegido y vigilado por el mejor especialista en el tema.

-Joder. Si lo tengo pinchado … no es bueno para mi trabajo. Hablo de temas muy delicados y confidenciales. Del trabajo, ya sabes.

-Claro. Cuelga. Te llamo en un rato. Pero no te preocupes ni … que no te de por ponerte ciego a beber ahora, que nos conocemos. Te necesito sereno y sobrio. Es importante. Te repito: te necesito en plena forma.

-Lo intentaré. Estas cosas me ponen muy nervioso.

Jorge cortó la comunicación y marcó un código y lo mandó por sms a un número de teléfono. Éste sonó al poco.

-Aitor, te necesito.

-Dime.

Le contó lo que le había dicho Aiden.

-Me ocupo de su teléfono y de todos sus dispositivos. ¿Éste es el que tenía hijos? No, no, ese era Pol. Lo otro, para la carta, llama a Carmen. Que mande a alguien. Por cierto, llevamos unos días en que tu nube sufre ataque tras ataque. Y vuestros teléfonos igual.

-Define vuestros.

-El tuyo y el de Dani.

-¿Han accedido?

-Tu pregunta me ofende – le contestó en tono cabreado. – Y eso que el de Dani debería ocuparse Arnáiz.

-Pero yo quiero que te ocupes tú. Y de toda su seguridad. Ya veremos como echamos a ese Arnáiz de lo poco que le queda con nosotros.

-Es antiguo poli. Trabajaba con Javier.

-Como si trabajaba con el Papa. Quiñones también trabaja con Javier y no quiero ni verlo. Todos tenemos servidumbres del pasado. Y puede que esos dos, sean las de Javier. Quiero que te ocupes tú. No me fio. Y no me engañas, querido, tú tampoco te fías. Uno de sus esbirros intentó hackearnos a cuenta de Nadia. Te crees que no te escucho, pero lo hago.

-Vale. Lo que tú mandes.

-Perdona – Jorge no pudo por menos que sonreír. – ¿Qué crees que buscaban?

-No lo tengo claro. Puede que tus novelas. O puede que buscaran información sobre vuestros movimientos para atacaros.

-Te cuelgo, me llama Helena.

-Pregúntala si ha recibido una carta como la de Aiden.

Jorge colgó. Carmelo ya había dejado de hablar y había vuelto a su lado.

-Dime Helena.

-¿Estás bien? ¿Y Carmelo?

-Los dos estamos bien. Han detenido a esa mujer antes de que nos encontrara.

Helena respiró tranquila.

-Menudo susto me han dado. He leído que Carmelo había fallecido. Incluso daban detalles de que había sido en la calle y que su cadáver estaba sobre la calzada.

-¿En Madrid?

-Sí.

-Pues nada. Estamos bien los dos y ni siquiera estamos en Madrid.

-¿Cómo dan esas noticias sin confirmar?

-Ya ves. De momento esas páginas tienen mucho tráfico porque todos pinchan con la esperanza de ver una foto del cadáver de Carmelo.

Éste sacó de nuevo su teléfono y empezó a buscar esas informaciones. Nadie de los que le habían llamado a él para contarle, le habían dado esos detalles macabros.

-¿Has recibido por casualidad una carta rara?

-Hace días que no abrimos el buzón. ¿Por?

-Bueno, es que Aiden ha recibido una carta rara.

-¿Quieres que baje y mire?

-Si puedes, te lo agradecería. Si la has recibido, procura no tocarla mucho. Usa guantes a ser posible. De esos que nos hicieron comprar al principio de la pandemia porque nos iban a salvar la vida y que al final no sabemos que hacer con ellos. Hoy es un buen día para dar uso a un par.

-Dame diez minutos que me vista. Te llamo.

Carmelo le tendió su móvil a Jorge. Este vio la noticia que le había citado su amiga.

-Esta foto es de hace años. Eso fue un atentado de ETA. Mira el charco de sangre alrededor del cadáver. Y los coches del fondo, son por lo menos de hace quince años. Madre mía todo lo que se han inventando.

-Me ha dicho Sergio que en algunos digitales están corrigiendo la noticia. De otros, la han retirado y están escribiendo una rectificación.

-Es raro. Las otras veces apenas se comentó nada. Ni el otro día cuando dispararon a nuestra casa.

Y si miramos, la primera noticia ha salido antes siquiera de que esa mujer estuviera en Concejo.

-Es una forma de matarte diferente. Puede que sea un mensaje. “Vas a morir”. O “No os acerquéis a esos cabrones, que corréis peligro”.

-Sencillamente ponernos nerviosos. Todo este montaje no tiene que ver con la tipa esa.

-Si seguimos así, lo van a conseguir.

Jorge negó con la cabeza.

-Eso Dani, no es una posibilidad. Eso no nos va a quitar el sueño ni medio minuto.

Sonó el teléfono de Carmelo. Jorge miró la pantalla.

-Es Carmen – dijo el escritor devolviéndole el teléfono. Carmelo contestó a la llamada.

-Estábamos pensando en ti.

-Eso suena a que queréis joderme más el día. – dijo Carmen en tono jocoso.

-Efectivamente. Antes nos lo has jodido tú a nosotros con las novedades de Álvaro. Ya me ha contado Jorge.

-Mira que eres rencoroso – bromeó Carmen para ponerse seria al poco – Antes de nada ¿Estás bien? ¿Estáis en la Hermida?

-Sí. Nos hemos subido a la terraza. Queríamos estar los dos solos un rato. Y menos mal. Porque toda esta movida es mejor vivirla en la intimidad. Tenemos “invitados”.

-No le deis vueltas al tema. Si lo hacéis, de alguna forma es como si os hubiera matado.

-Solo estamos alucinando con las noticias.

-Están trabajando en ello. El primer digital que ha hablado del tema ha sido media hora antes de que esa mujer llegara a Concejo. Así que hay truco.

-El otro día lo de la diana que me mandaron al rodaje. Ahora esta noticia a parte de esa mujer con ganas de hacerme agujeros en la cabeza. Y ahora te contará Jorge.

-De momento esa mujer ya está camino de aquí. Ahora están intentando abrir su coche, cuando las vacas dejen de rodearlo – se rió Carmen.

-Fabiola controla. Ya se las habrá llevado, no exageres.

-Hace un rato no. ¿Esa Fabiola es la que trabaja con Felipe y Ana?

-Sí. Llama a Jorge y te cuenta. Te dejo que me llama de nuevo Sergio, mi representante. Está con el tema de las noticias que están saliendo.

-Que me mande un informe, si puede ser.

-Claro.

-Dime Sergio.

A la vez, Jorge contestó a Carmen.

-Cuéntame. A ver si consigues fastidiarme el día al completo. – le dijo Carmen.

-Después de esta movida, lo que te voy a contar son minucias. Pero me han contado otra cosa que me ha dejado preocupado.

Le contó el tema de la amenaza que había recibido Aiden si no les daba acceso a sus novelas inéditas.

-Mando a alguien a tomarle declaración y a recoger las pruebas.

-Aitor ya está protegiendo su teléfono, por si acaso. Y todos sus ordenadores o similares.

-Vale. ¿Alguna cosa más?

-Para un rato no ha estado mal.

-No, no. A ver cuando hablemos con esa asesina lo que nos cuenta.

-Nada. Ya lo verás. A lo mejor es del MI5. – comentó Jorge con ironía.

-O de la CIA.

-O de los rusos. Desde que cerraron la KGB ya no sé como se llaman …

-Yo los sigo llamando KGB. Te dejo. Voy a mandar a alguien … ¿Aiden está en el trabajo?

-No le he preguntado. Por la hora … ¿Lo habrá recibido en el trabajo? Eso ya sería el colmo.

-Deja. Le llamo y salgo de dudas. ¿Le has dicho que no lo manosee?

-Me imagino que ya sería tarde.

-Mándame el teléfono.

-Ahora mismo.

-Vale Sergio. Gracias.

Carmelo había colgado el teléfono. Miraba a Jorge que a su ver estaba expectante esperando novedades.

-Parece que en los digitales todo vuelve a su ser. Han rectificado todos la noticia sobre el atentado y mi fallecimiento.

-Carmen manda a alguien a estudiar la carta que ha recibido Aiden. Espera, que es Helena. Dime Helena.

-Pues tenías razón. Hay una carta misteriosa. Lo siento, pero la he abierto. Con cuidado de no tocar demasiado. Me amenazan con matar a mis hijos si no les doy acceso a tus novelas inéditas. Pero yo no tengo acceso. No tengo ni idea de eso. ¿Tienes novelas inéditas?

-Algunas tengo sí. Están probando. Piensan que alguno de vosotros se las dejo leer.

No le contó nada de que Aiden sí tenía acceso. Era un secreto que ninguno había revelado. Ni que seguían teniendo contacto, aunque esporádico. Al menos ese secreto sí lo había guardado Aiden, a pesar de lo hablador que se volvía cuando bebía.

-¿Y como saben que tengo hijos?

-Te va a llamar un experto en seguridad. Te chequeará el teléfono y vuestros ordenadores. Hará lo mismo con el teléfono de Pol. Y os los va a proteger para el futuro. Ya os dará instrucciones. Se presentará como Aitor. E irá la policía a recoger esa carta. A lo mejor te hace algunas preguntas.

-Vale. Las responderé como pueda.

-Luego te llamo. Es Aiden.

-Dime Aiden.

-Joder tío, que ese pavo me ha dicho que tenía el teléfono pinchado. Que se enteraban de todo lo que hablaba. Me lo ha protegido, aunque me ha dicho que es mejor que vaya a comprar uno nuevo. Me ha indicado tres modelos. No son de los baratos.

-Vete a la tienda de Goya, la que está al lado de la librería donde suelo firmar. Pregunta por Puri. Que me lo apunte en mi cuenta. Ya la llamo para que sepa.

-Pero …

-Es por mí, Aiden. Eres un punto débil en mi seguridad. Ya me contasteis el otro día que andabais justos de dinero. Solo voy a apuntalar mi seguridad. Compra el modelo que te haya indicado el guarda. Y no hace falta que le digas a nadie ni lo del teléfono ni nada. A nadie. Lo has cambiado porque te ha dado por ahí. Y menos que lees mis cosas. Ni a Helena. Y mucho menos a Finn.

-La de marrones que te estoy metiendo. Tranquilo. Finn no se va a enterar. A Helena si no se me ha escapado ya, no creo que ocurra a estas alturas.

-No has sido tú. Solo has sido el medio. La policía ya está al corriente de esas amenazas. Sería conveniente que pusieras una denuncia. Le digo a mi abogado que te llame. No te preocupes por el coste. Te digo lo mismo. Es por mi seguridad.

-Me llaman.

-Contesta que será la policía. ¿Estás en casa?

-Sí. Tenía un par de días de vacaciones que me quedaban del año pasado y los he cogido esta semana. Estaba un poco cansado.

-¿También se los ha cogido Finn?

-No. No.

Jorge se sonrió por el tono de Aiden al contestar a la pregunta sobre Finn. Hartazgo y asco, es la sensación que le había venido a la cabeza al escucharlo.

-Te llaman. Contesta al teléfono. Me llamas luego.

Jorge le contó las novedades a Carmelo.

-Espera que me llama Pol. Dime Pol.

-Me ha contado Helena. He mandado un mensaje al grupo del wasap. Te irán diciendo si alguno más ha recibido la carta.

-Vale. Gracias. No se me había ocurrido.

-Nada a ti. Ya nos ha llamado ese Aitor. Está con el móvil de Helena. Luego seguirá con el mío.

-Decidle todos lo que tengáis. Hasta lo de los niños. Tablets, plays, juguetes inteligentes que se conecten a alguna red …. la calefacción de casa o el frigorífico.

-No había caído en eso. Llamo a ese Aitor.

Jorge y Carmelo se miraron. Los dos acababan de colgar sus llamadas. Y sus teléfonos no sonaron. Casi no se atrevían a hablar. Hacía un buen rato que habían ido enlazando una llamada y otra.

-Joder, que guay está esto.

Martín asomaba la cabeza con timidez. Miraba todo con los ojos muy abiertos.

-Carmelo, pero esto, reconoce que no lo has puesto de guay como el resto de la mansión.

-La mansión, dices. Pues si llegas a ver la casa de Álvaro … Que bobo eres. Siéntate con nosotros, anda.

-Si llega a ver esta mañana la terraza con las súper sillas … – solo fue un murmullo para que Jorge se riera. Y lo consiguió.

-La hostia, que vistas.

Martín caminaba hacia ellos. Antes de sentarse se apoyó en la barandilla.

-Te juro que me vendría aquí a tocarme los huevos.

-Puedes venir cuando quieras – le dijo Carmelo.

-Pero a esta casa, no a la que nos has dejado.

-¿Está mal? No nos comentaste nada cuando estuviste en ella con Arturo y Ernesto. Por cierto, has fingido muy bien no conocer nada de las Hermidas.

-Joder, no estáis vosotros en ella y no tiene esta terraza tan guay. Os lo juro, me mola. Le falta un toldo o algo de eso. Y lo del disimulo, me va con la profesión.

-La de la Hermida 1 no es tan grande, pero tiene terraza.

-Na, ésta es mejor. Las vistas y la paz. Aquí me tumbaría en el suelo a tomar el sol en bolas. Es mi sueño. Uno de ellos.

Martín se sentó al lado de Jorge y le dio un beso en la mejilla. Luego se recostó en él como solía hacer de pequeño.

-¿Qué tal con mi vieja?

-Si te oye llamarla vieja … – se cachondeó Carmelo.

-Na, es con cariño.

Martín sonrió poniendo gesto de pilluelo pero luego se quedó serio.

-Tío, no me mola nada que mi vieja te tomara el pelo. Les he oído hablar antes en el coche. Me pudre. Cada vez más. Mi vieja pensaba que estaba escuchando música. Pero la tenía baja. Me odia, tío. Me odia. Te lo juro. No me mires con esa cara. Cuando larga de mí, le sale sin querer un tonito de asco.

Jorge miró a Carmelo. Como Martín había vuelto a recostarse sobre él después de bromear, no podía verle la cara. Carmelo tampoco acababa de entender las intenciones de Martín. Se había sentado al otro lado de Jorge y tampoco podía verle la cara. No sabían si hablaba en serio o bromeaba.

-Siempre me han apoyado – afirmó Jorge con cautela. – Y yo creo que pueden tener sus cosas, pero a ti te han querido siempre con locura.

-Na, que ya no tomas esas pastis, joder. Nunca me has tratado como a un crío, no lo hagas ahora. No me chupo el dedo. ¿Vale?

-Tienes razón. Así que si no me cuentan ellos, a lo mejor puedes contarme tú. No has querido entrar al trapo estos días. Dime lo que han hablado para que pienses así de repente.

-Hoy no. Que no quiero que nos pillen. Hablo con mi brother y quedamos un día. Como en los viejos tiempos. Y te contamos lo que sabemos. Dani ¿Me das el teléfono de Sergio? A ver si me quiere en su agencia.

Carmelo le fue a decir que hacía ya unos meses que Sergio no cogía a más clientes. Pero Jorge le hizo un gesto para que callara.

-Déjanos que le llamemos nosotros. ¿De verdad quieres cambiarte?

-Sí. Estoy guay con Fabián, pero no quiero estar en la misma agencia que mi viejo. Solo es eso. Quiero hacerlo guay para que Fabián no se enfade.

-¿Te gustaría hacer de Tirso de joven? – le preguntó Carmelo en un arranque.

Martín se incorporó y miró sorprendido a Carmelo. Jorge también se lo quedó mirando, pero su gesto era más de extrañeza. Carmelo no era partidario de esa partición del personaje. Al menos hasta la última vez que hablaron del tema.

-Me has dicho antes … y el otro día no parecías convencido de esa posibilidad. Dijo Jorge que discrepabais en eso. Tú querías hacer el papel entero.

-Ya sé lo que he dicho. Y Jorge piensa que podríamos repartirnos Tirso. Lo explicó el otro día en la charla con lectores jóvenes. Contesta: ¿Te gustaría hacer de Tirso de joven?

-Ya lo sabes, lo hablamos el otro día Martín. – recordó Jorge.

-Vale. Pero no pensaba que se iba a concretar. No me quise hacer ilusiones. Eso sería la hostia. Y hacer un personaje entre los dos, que hable y se mueva igual si lo interpreto yo como si lo haces tú. ¡La hostia! Mola, joder. Pero nada de que sea por el nombre antes o en letras más grandes. Hacer el mismo personaje que tú, Dani. En dos etapas diferentes. ¡La hostia!

-Si lo hacemos así, tenía pensado que nuestros nombres salieran a la vez. Con el mismo tipo de letra.

-Si te parece, yo lo fliparía. Pero te juro que me da igual. No te niego que mi nombre al lado del tuyo me produce un orgasmo al pensarlo. Pero no soy actor por esas polladas.

-No digas nada, y menos a tus padres.

-Vale.

-Es solo una posibilidad, no lo hemos decidido. Tengo que hablarlo con tu padrino Rodrigo.

-Nada. Confía, joder. No creo que nadie haya sabido nunca nada por mí. Que te lo diga el tío Jorge.

-Guardas muy bien los secretos, es cierto.

-¿Y quién haría de Juan?

-Álvaro.

-Guay. Mola Álvaro. Es un actorazo y es buena gente. Chicos, deberíais bajar. En realidad Cape me ha pedido que viniera a buscaros. Empiezan a preguntarse que hacéis. Os lo juro, pensaba que estabais dándoos el lote. Han venido ese Felipe y su hijo. ¿Eduardo?

-Pero cabrón … y no disimules, que te ha gustado ¿Eduardo? Como si no te hubieras quedado con su nombre. Te conozco.

-Si casi ni hemos hablado. – Martín intentaba fingir indiferencia. Aunque sus ojos decían a las claras que estaba tomándole el pelo a su tío.

Jorge fue a hacerle cosquillas pero Martín se escabulló y se levantó riéndose.

-Si ya se ríe como si se las hubieras hecho. – Carmelo estaba disfrutando del momento.

-Por cierto, me ha parecido ver a Huguito. No me jodas que es tu escolta. No me mola nada ese pavo. – Martín se había puesto serio de nuevo.

-Tranquilo. No tienes por qué hacerle ni caso. Me lo ha puesto la policía. Ya me contarás esa manía que le tienes.

-Viene de lejos – afirmó Carmelo.

-Yo mientras no le tenga que ver la jeta, pues ya está.

-Hablas como el personaje que haces en la peli que estamos rodando – le tomó el pelo Carmelo.

-A partir de ahora, voy a hablar como Carlos. ¿No os mola?

-No sé que decirte, sobrino – se rió Jorge. – Yo te prefiero de Martín, o de Mártins, antes que del chuleta de Carlos.

-Venga, bajemos. Que si no va a subir Cape con la escoba. Además, no sé el resto de la peña, pero mi estómago ruge. Ya va siendo una hora y no tenéis ni zorra de dónde vamos a manducar. Y esta tarde a ver que hacemos. Todos así, en familia. ¡Que bonito! Ains.

Esa última parte de su discurso, le había salido a Martín en un tono irónico difícilmente superable.

-Pues tenía idea de hacer una excursión por los alrededores. Incluso llegarnos hasta Navacerrada y merendar por ahí.

-¡Oye! Se me estaba ocurriendo que podíamos ir a esa finca con Dídac y Néstor. Me escribieron ayer diciéndome que estaban, que nos acercáramos.

-Es una idea. Pues mira, comemos dónde Gerardo. Y nos vamos. Me apetece charlar con Dídac. Hace tiempo que no lo veo.

-Vale. Así lo conozco. Es una de esas divas que no me presentáis nunca.

-No te quejes que has conocido a Ernesto y Arturo – le contradijo Carmelo.

-No te jode. Ocho años he tardado en conocerlos.

-Pues a Dídac ocho años y tres semanas.

-Como me tomáis el pelo. Como soy un crío …

Jorge no le contestó. Directamente fue a hundir sus manos en la cintura de Martín y hacerle cosquillas. La carcajada salió sola y el bailoteo también. Y en un segundo, Martín se había separado dos metros de Jorge.

-Esto es tortura. Así lo considera la convención de la Haya.

-Qué dramático y exagerado. Cada vez te pareces más a tu tío. – se burló Carmelo.

-No es broma. Está considerado como tortura.

-Ven, ven, que te voy a torturar un poco más – Jorge lo miraba con cara de sádico y moviendo mucho los dedos.

-Vade Retro, Satanás.

Jorge se levantó y Martín se acercó a él. Jorge le agarró por el cuello y le besó la cabeza.

-Y recuerda, Jorge, que quedamos para que te cuente. Si no lo hacen mis viejos en la comida. Que no lo van a hacer, fijo. Mi viejo siempre dice de que tiene que sincerarse pero luego chitón. Pone la excusa de que si os va a afectar, que conocer la verdad os mataría …

Carmelo abrió mucho los ojos.

-¿En qué concepto nos tiene? Alucino. Te juro que si no te conociera, pensaría que te estás choteando de nosotros. Nos estás pintando a unos … tus padres … no parecen esas las personas que conocemos. ¿Verdad Jorge?

-Cuesta de creer. – aunque la cara de Jorge venía a decir lo contrario. Carmelo enarcó las cejas. La evolución del pensamiento de Jorge respecto de los padres de Martín cambiaba a mayor velocidad de lo que él esperaba.

-Que poco me gusta esa expresión.

Jorge se sonrió. Por eso la había utilizado, para provocar a Carmelo.

-Mi madre piensa que Jorge es un alelado que no puede afrontar el más mínimo revés. Han discutido por eso en el coche. Mi padre le ha dicho que parece mentira que no te conozca después de todos los años que te trata. Aunque luego actúa igual que ella y pone las mismas disculpas, aunque con otras palabras.

-Quedamos cuando quieras. Me parece que me va a gustar la conversación. Gustar no es el concepto. Pero voy a agradecer que me quites la venda de los ojos. Tus padres no nos cuentan porque no les interesa. Punto. No lo hacen por preservar nuestra salud mental. Que duden de mí, lo entiendo, por las drogas. Pero de Dani …

-Está ya tan centrado en su vuelta al mundo de la tele y el cine, que va cebando vuestro encuentro para que no puedas resistirte, Jorge. Ten cuidado, no bajes la guardia, que no te pida un Ferrari.

-Na. En todo caso, un casoplón con piscina para llevar a los ligues.

Martín sonrió y le sacó le lengua a Carmelo.

-¿Me invitas a venir aquí? – preguntó Martín.

-Que bobo eres. Si hasta tienes llaves de la casa de Madrid – le recriminó Jorge. – Sabes que la única condición que te puse para que fueras, era que nos avisaras a alguno de los dos. Por evitar sorpresas.

-Calla. Que eso no lo sabe nadie.

-Puedes venir cuando quieras. Luego te doy una llave y te instalo en el móvil la APP de la alarma y de la domótica de la casa. De la casa de Núñez de Balboa, ya la tienes. Los escoltas ya te conocen todos y saben que no deben ponerte pegas para entrar.

-Era de chunga.

-Pues ya es tarde. Te jodes y te aguantas. Y sin Ferrari. Llaves de la Hermida 2.

-Anda, vamos. – Jorge le dio una suave patada para animarle a moverse.

Jorge ayudó a Carmelo a levantarse del sofá. Jorge agarró por el cuello a Martín y éste le rodeó con su brazo la cintura.

-Mola ser Tirso joven.

-Pero si el otro día dijiste que te daba igual …

-No hay quien te entienda, sobrino. – se rió Jorge.

Martín tomó la delantera y empezó a bajar las escaleras. Jorge recibió entonces varios mensajes. Los leyó.

-Me voy a tener que ir en un rato.

-¿Por lo de la otra noche?

-Sí. Viene Aitor. Quiere ver el circo ese que prepararon. Y la verdad, a mí también me gustaría. Luego me uno a vosotros en la finca de Dídac y Néstor.

-No te vengas abajo cuando veas tu coche.

-No … me ha afectado. De momento. No me he hecho a la idea de que podría haber ido en el coche. Aunque en un arranque si que le dije a Fernando que iba, él fue tan rotundo negándose a esa posibilidad que no volví a pensar en ello.

-Se olía algo.

-Puede ser. Aunque la idea de esa posible trampa partió del teniente Romanes. Estaban hablando Garrido, Romanes y Fer. El caso es que Fer, no consideró nunca la posibilidad que me acercara. Con trampa o sin trampa. Además, eso … alguien se tomó mucho trabajo montando ese circo. Para humillarnos. Y para matarnos. Y vendiendo el espectáculo, como casi siempre.

-Vaya. Fernando hablando de tú a tú con el comandante. Ya sabes que Garrido es la estrella de la Guardia Civil, como Javier lo es de la Policía.

-Me da que Fernando tiene un pasado guardia. Ahora que lo pienso, todavía no conozco al comandante Garrido.

Carmelo se lo quedó mirando.

-No me jodas que es otro de “tus chicos”. Fernando me refiero, no Garrido – Carmelo le sacó la lengua para burlarse de él.

-No. Tanto como eso no. Eso creo al menos. Digamos que en algún momento, lo ha pasado mal. Y creo que … su problema es que tiene mal de amores.

-¿Un amor imposible?

-Me da que sí.

-De todas formas, sea como sea, aunque haya sido guardia antes que policía, con Garrido no se toma nadie muchas confianzas. Al menos rodeados de decenas de agentes. En la intimidad, vale. En Vecinilla si no me equivoco había media Comandancia de la Guardia Civil, incluidos los GAR y la UEI.

-Me huele que Garrido y Javier trabajan juntos en esto desde hace tiempo, aunque no lo hayan hecho público. Creo que si son cercanos, amigos, tienen la misma concepción del trabajo policial y de la forma de hacer equipo. Aunque la Guardia Civil sea más estirada, se guardan más las formas y la diferencia de grado, creo que Garrido … irá adecuando su equipo a una mayor cercanía.

-Aunque fuera así, eso supondría que Garrido y Fernando han tenido contacto cercano desde hace tiempo. ¿Y cuando te vas a ir?

-Estamos esperando la confirmación de la hora del vuelo que coge Aitor.

-Por cierto, ¿Cómo aguanta Fernando? Le sentí llegar a las siete de la mañana. Y no se ha ido a casa todavía.

-No lo sé. Estoy pensando que algún día, en lugar de recogerme él a mi, va a ser al revés.

-Tío, Dani, joder. Os doy la espalda y no me hacéis ni caso.

-Ya estamos. Jorge, es que te enrollas como las persianas.

-Pero si has sido tú que tenías una necesidad imperiosa de besarme.

-Es cierto.

Carmelo cogió a Jorge, le rodeó con sus brazos y empezó a besarlo.

-Que empalagosos, la madre que os parió. Me abro. Que os den.

Adela y su amiga Claudia habían vuelto a quedar a tomar un café en una terraza. Después de lo bien que había sentado a ésta última la salida a escuchar a Sergio Plaza y sus amigos, se estaba animando a salir casi todos los días. Eran paseos cortos, ya además sin silla de ruedas. Paseos sin prisa, tranquilos, cerca de su casa, alrededor de personas conocidas que en caso de tener algún problema, la atenderían con presteza.

Adela se había postulado a pasar a recogerla por su casa. Pero Claudia se había negado.

-Tengo que retomar poco a poco mi actividad. Espérame en el “Atiéndeme”.

-No me cuesta nada.

-Ya lo sé. Luego a lo mejor te pido que me acompañes de vuelta. Tengo que empezar a volver a defenderme por mí misma. Empezando por estas pequeñas cosas.

Adela aceptó a regañadientes.

Pero cuando la vio caminando despacio hacia el bar, se sintió feliz. Su amiga había dado un paso de gigante desde el día que Juanito la había convencido para ir a escuchar a esos músicos en la calle. No era en lo físico, que también, era sobre todo en el aspecto mental. Era una razón más para querer ayudar a ese músico. De alguna forma había sido el desencadenante de ese cambio en la forma que tenía su amiga de afrontar su enfermedad.

Cuando estaba ya cerca, Adela se levantó y abrió los brazos para recibir a su amiga. Ésta aceptó feliz ese gesto de amistad.

-Lo que has cambiado en pocos días.

-Me hizo bien aquella excursión. Todos me disteis tanto cariño que me ha dado fuerzas. Y ver de nuevo a tus hijos y los míos juntos, alegres, hablando de sus cosas, bromeando … como antes.

-Pero Ramiro y Garcés no te quitaron ojo de encima.

-Pero de otra forma. Tengo una suerte inmensa con ellos. Y con los tuyos, que siempre han tenido un beso y una sonrisa para dedicarme. Mayo, es adorable. Como deja que lo abrace y lo achuche.

-Mira en cuanto puede, como hace que el escritor lo coja en brazos. Parece que tiene un sexto sentido para detectar a las personas que le pueden dar los mimos que necesita.

-Su hermano Adonai no creo que le racione los mimos.

Adela se echó a reír.

-Se queja, pero está encantado.

Las dos amigas se quedaron unos minutos en silencio. Bebían sus respectivos tés earl grey a la vez que picaban del plato de pastas que habían pedido para acompañar a sus bebidas. Era un descanso que parecían haber pactado antes de empezar a tratar los temas importantes. Adela carraspeó para tomar la iniciativa.

-He decidido quitarle a Graciano la firma en mis cuentas.

Claudia dejó la taza de té en el plato. Se quedó mirando seria a su amiga. Aunque quería que reaccionara, le había sorprendido la contundencia de la medida. No se la esperaba.

-¿Qué has descubierto, a parte de lo que hablamos el otro día?

-Está pagando sus chanchullos con mi dinero.

Claudia levantó las cejas sorprendida.

-Pero eso te pone …

-Voy a ir a la policía. He investigado un poco, después de lo que viví el otro día y lo que me contaste. Está poniendo mi nombre para cubrir sus rastros. Ha hecho pagos …

-¿Lo has investigado?

-Contraté a un detective privado. Me lo recomendó mi tío Albano. De repente todos a mi alrededor sabían, o al menos, tenían indicios de lo que hace mi marido. – hizo un pequeño descanso en su explicación, para coger fuerzas y ordenar sus ideas. Su gesto era de indefensión, de estar superada. Al final, tras unos intentos abortados de seguir contando se decidió – Ha pagado desde mis cuentas a gente poco recomendable. No lo puedo consentir.

-Define gente poco recomendable.

-Matones, llamémoslos así. Parece que está preparando algo … grande.

-¿Mucho dinero?

-Muchos miles de euros.

-¿Y por qué no lo paga de sus … de lo que saca de sus “negocios”?

-Para que no figure su nombre. Hace los pagos a mi nombre. El detective parecía asustado. Y ese hombre estará acostumbrado a ver cosas … que ni nos podemos imaginar.

-¿Y qué puede ser peor que lo que ya sabíamos?

-Eso es lo que me asusta, Claudia. Estoy descubriendo de repente a un monstruo. Hace días que no va a casa. Y ya no quiero que vuelva. He cambiado las cerraduras.

-¿Has hablado con él?

-No me coge el teléfono. Pero casi lo prefiero. Si hablo con él no respondo de lo que pueda decirle.

-¿Y como se ha atrevido a hacer esas cosas a tus espaldas?

-Me ha tomado por tonta. Y no se lo … quiero decir, me he comportado con él como si lo fuera. La perfecta esposa. La tonta, el adorno. A su lado. Dándole caché ante la sociedad. El caché que le proporciona mi apellido, el de mi familia. Pero con esa forma de comportarse, nos compromete a todos nosotros, a mis tíos, a mis padres, a mis sobrinos. Lo de sus hijos … después de ver como se ha comportado con Ignacio …

Claudia se inclinó para coger la mano de su amiga.

-¿Qué te temes? Te conozco, Adela.

-Nada. Nada. No te preocupes.

-¿Has hablado con Adonai?

Claudia, a pesar de la confianza, no quería comentarle las dudas que tenía Juan Ignacio sobre la razón verdadera de la situación de Ignacio, el hijo mayor de Adela. Su depresión, su ansiedad. Alguna vez le había preguntado a Ramiro, su hijo, que era muy amigo de Ignacio. Pero éste había guardado los secretos de su amigo. Aunque ella había leído entre líneas y también había llegado a conclusiones que le daban un asco tremendo. No podía decir en voz alta sus impresiones, porque no las podía argumentar más que en sensaciones que le habían despertado los silencios de su hijo al contarle. Mejor dicho, al no contarle.

-No me mira a los ojos cuando le pregunto. Calla. Pero no les quita ojo a sus hermanos pequeños. Edric ya sabes que siempre ha sido como más independiente. Pero aún así, Adonai está encima de él. Y Edric lo respeta. Incluso te diría que lo agradece.

-Es significativo que ninguno haya querido ser músico.

-Edric sí. Lo descubrí hace poco. Pero estudia a parte de su padre. Casi es un secreto de estado. Solo lo saben sus hermanos. Y dónde estudia, lo conocen por Edric M. Ontañón.

-No quiero ni imaginar lo que … tiene catorce años. Es muy pequeño todavía para tomar esas determinaciones.

-Creo que he sido mala madre. No me he querido enterar de … me he cerrado … he puesto por delante mi amor por Graciano … con lo que tuvimos que luchar porque mi familia aceptara la relación … ahora les tendré que dar la razón.

-Los has criado tú sola, prácticamente. Y has trabajado también fuera de casa. Nadie puede echarte en cara nada. Y en cuanto a luchar por tu relación, tu familia la rechazaba no porque fuera un hijo de puta, sino porque no era de vuestra clase social. Es distinto. Si hubiera sido por ser un cabrón, tendría un pase. Pero no fue por eso. Tus padres no han vuelto a tratarte como antes. Ni por sus nietos.

-Echarme en cara … lo hago yo, Claudia. No necesito a nadie para eso. En lo de mis padres, tienes razón. Aunque creo que sin decirme nada, van a ver a Ignacio. Mi padre, sobre todo. Y creo que a alguna pequeña actuación de Edric, que como es secreto no me ha informado, sí que han ido. Allí parece que han visto a todos mis hijos. Pero Claudia, todo esto … mis padres viendo a mis hijos a escondidas … como si yo les fuera a … echar en cara algo. Son mis hijos. Puedo no haber estado de acuerdo con mis padres en el pasado, pero … no quiero que mis hijos no disfruten de sus abuelos. Los dos hasta lo de Graciano, fueron buenos padres, cercanos, amorosos, sobre todo, ya te digo, mi padre. Y lo peor de todo es que no me he enterado de nada. Mis hijos guardan el secreto, mis padres también … mis tíos … igual. Es de locos. Cosas buenas, escondidas tras un manto de silencio.

-Puede que ese manto de silencio, pretenda protegerlos de Graciano, no de ti.

Adela hizo un gesto con los hombros, para señalar que en el fondo era lo mismo.

-No te atormentes, Adela. No ganas nada con eso.

-¿Me harías un favor?

La pregunta le sorprendió a su amiga, por la brusquedad con la que la dijo. Como si hubiera tenido que armarse de valor para hacerla. Claudia abrió los brazos esperando a que le pidiera lo que fuera.

-¿Me acompañas al banco?

-Claro – Claudia puso gesto decidido. Casi de estar ofendida porque su amiga hubiera dudado de su disposición para ello.

-Y después, abusando de ti, a lo mejor me concertarías una cita con esa mujer policía.

-No solo te concierto una cita con ella, sino que te acompaño también.

-No quiero que te canses …

-Si estoy cansada, ya te lo diré. Has pasado noches conmigo en el hospital para que Juanito y mis hijos descansaran y no me quedara sola. Estamos las amigas para las duras y las maduras.

Adela sonrió agradecida.

-Nos da tiempo a tomar otro té si te apetece.

-Claro. Y otro plato de pastas. Pero que nos traigan alguna más de chocolate y mermelada.

-Antes no eras tan golosa.

-Habrá sido la radioterapia – se rió Claudia.

-¡Camarero! – Adela levantó la mano para llamar su atención – Dos tés, por favor.

-Y pastas – añadió Claudia. – De chocolate.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 86.

Capítulo 86.-

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¿Seguro que no te apetece venir?

Mark estaba abrazado a Olga al lado de la puerta de la suite que ocupaba en su estancia en Washington DC. Habían coordinado el viaje para pasar unos días juntos, haciéndolo coincidir con un descanso en el curso que estaba dando en Quantico a agentes del FBI.

-Vas a estar siempre reunido. Así aprovecho estos dos días para hacer unas gestiones que tengo pendientes.

-¿Vas sola?

-No. Tengo mi agente especial de enlace que me acompaña.

-¿El jefe Peter Holland? – Mark enarcó las cejas al nombrarlo y empleó su mejor tono irónico.

Olga se echó a reír.

-No creo que el Jefe de Operaciones del FBI se rebaje a hacer de agente de enlace con una policía española.

-Según me cuentan mis informantes, ha puesto mucho interés en que vinieras. Y te ha hecho de cicerone.

-Una cosa es que se muestre educado fuera del trabajo y otra que oficialmente me acompañe en mis pesquisas. – Olga le pasó la mano por la cara con cariño – O sea que tienes tu propio cuerpo de investigación.

-Siempre lo he tenido.

Esa última expresión, no pretendía que pareciera una broma, porque no lo era. Mark Lemon era un hombre muy poderoso. Cualquiera en un puesto parecido, valoraría mucho la información. Él lo hacía. Tenía su propia empresa de seguridad que se encargaba de su protección y de la de sus personas importantes. Y una parte de ella se dedicaba a recopilar información, no solo en internet sino a pie de calle de las personas con las que entablaba negociaciones o en su entorno tanto particular como empresarial.

-No te pongas tan serio, cariño.

-Lo que tenéis entre manos es serio, Olga. Lo sabes.

Olga fue la que se puso seria ahora.

-¿Eres consciente que un día, Carmen o Javier o Matías o yo misma vamos a tener contigo una conversación muy seria al respecto? Me repites mucho esa cantinela, pero tengo la impresión que eres tú el que no acaba de asimilar todas las implicaciones que este caso comporta.

-No estoy preparado para ello. Puede que tengas algo de razón.

-Nosotros tampoco estamos preparados para abordarte. Pero llegará un día en que sí lo estaremos. O a lo mejor no lo estaremos, pero tengamos que hacerlo de todas formas. Porque alguien cercano a ti, saldrá por ahí. Creo que deberías valorar adelantarte tú y poner en común con nosotros lo que seguro que has oído comentar a tu alrededor. Dudo además muy seriamente que ninguno de tus colegas no haya intentado invitarte a una de esas fiestas. Por agasajarte o por buscar tener algo en contra tuya. Y toda esa información ha tenido que aparecer en los informes de tu “equipo de información”.

-Te he dejado en la mesa una novela que me han hecho llegar. – Mark había escuchado atentamente a Olga, pero no hizo ninguna intención de aportar nada al tema. – Es de Jorge. Aunque no viene su nombre en la portada. A lo mejor le interesa. Es una aportación de mi equipo de información – Mark sonrió ligeramente a la vez que miraba de medio lado a Olga.

-¡Qué niño eres a veces! – Olga besó a Mark en los labios antes de ponerse seria de nuevo – ¿Novela robada?

-No está publicada por él, no. Está vendiendo mucho ahora en Estados Unidos. Si lees las tres primeras páginas, no tendrás ninguna duda de que es de él. Eso sí, está sin pulir. El que la ha publicado, no se ha atrevido a corregirla por si metía la pata. El mundo que ha creado Jorge es muy complicado. Solo él lo tiene completo en su cabeza.

-El que te la ha proporcionado entonces, conoce bien la forma de escribir de Jorge.

-Si no tuviera cerca de setenta años, podría ser uno de “sus” chicos – Mark imprimió a sus palabras un ligero tono de ironía. – Sabe que somos amigos de él. Suelo presumir de ello entre mis colegas.

-¿Somos amigos de él? Tendré que hacer algo para que esa afirmación sea cierta al cien. Te lo tendré que presentar cuando vuelva a España.

-O a lo mejor tiene que venir él a Estados Unidos.

Olga se sonrió pero no dijo nada.

-Ahora llamo a Carmen. Se lo cuento.

-Me voy. Si no, perderé el avión.

-¿Dos días?

-Sí. Cuando vuelva, tendremos cinco para nosotros solos. Piensa dónde quieres que vayamos.

-¿Y si me apetece no salir de esta magnífica suite?

-Es una propuesta interesante – a Mark le había salido un cierto tono insinuante.

Olga y Mark se besaron antes de que él saliera de la habitación con su maleta. En la puerta, le esperaban dos miembros de su empresa de seguridad. Olga salió al pasillo y le siguió con la mirada hasta que se metió en el ascensor. Le hizo entonces un gesto con la mano de despedida. Mark sonrió y le lanzó un beso.

Olga cerró la puerta y volvió al salón de la suite. Cogió la novela que le había dicho Mark. Cuando se lo había comentado, pensó que era “La vida que olvidé”. Pero no era esa novela, sino “Una boda sin novios”.

En un momento organizó su sistema de comunicación para llamar a Carmen y tener una videoconferencia. Quería saber las últimas novedades de todo antes de ir a ver al hermano de Carlota Campero, y por supuesto, comentar el tema del libro con ella. Su amigo del FBI, ese del que su pareja se sentía un poco celoso, había puesto a su personal a buscar al tal Tirso por todo Estados Unidos. Y lo había conseguido.

-¿Ha pasado algo? Tienes mala cara – dijo Olga a modo de saludo. No eran muy frecuentes las ocasiones que se podía ver a Carmen tan agotada.

-Creo que me voy a ir a la cama. Hoy he llegado al límite.

-Que tú digas eso, me preocupa. ¿Y Javier?

-Le voy a dejar que tire él un rato del carro. Le he dicho a Pati que se quede al tanto, por si acaso. Y que me avise si me necesitan.

-¿Me vas a contar las novedades? Voy a ver en unas horas al hermano de Carlota Campero. El FBI lo ha localizado.

Carmen le hizo un resumen de lo que había pasado alrededor del Jorge y Carmelo respecto a su comida con el embajador y sus amigos.

-A Javier le ha dado por hacer un poco de teatro. Y ha habido que organizar a todo correr un despliegue para mandar mensajes. Copiando a Jorge en la discoteca la otra noche.

-¿Quienes estaban en el Intercontinental?

-Pues se habían juntado varios amigos de Jorge y Carmelo. Otilio Valbuena tenía una comida de trabajo con varias personas interesantes.

-¿Políticos?

-Algunos. Y algunos jueces. Fiscales.

-¿Conocidos?

-El juez Roberto, por ejemplo. Y el Juez Tomares. El Fiscal Jefe de Cáceres y el de Toledo. El Consejero de seguridad de Castilla la Mancha y el jefe de gabinete de la vicepresidenta de la Junta de Extremadura. Yolanda Vázquez, Consejera de economía de Castilla La Mancha. Había más gente en esa mesa, pero menos relevante, en un principio. Estamos investigando. Si estaban ahí, algo de poder tienen que detentar. Poder, o influencia en el que lo tiene. En otra mesa comían Carlota Campero y algunos de sus amigos poderosos. Carlota se ha saludado con Otilio. Con mucha cercanía. Creo que estamos en lo cierto al pensar que están buscando la forma de quitarle la herencia a Rubén. O puede que estén buscando la forma de librarse de los problemas que tienen.

-¿Sabemos lo que ha heredado ese chico?

-No. La herencia está sin repartir. Es un misterio. Pero en su cuenta aparecen todos los meses quince mil euros de nada de un fondo fiduciario. Da para vivir sin problemas.

-¿Se los gasta?

-Unos mil. Dos mil como mucho. Y desde la agresión, ni eso. El piso es suyo y está pagado. Y a parte, cuando trabaja, cobra bien. Y tiene prestigio. Así que sus cuentas tienen un envidiable saldo positivo de seis cifras antes de los céntimos. Y la primera de ellas no es un “uno” precisamente.

-¿Más personas de interés?

-Pues amigos de Carmelo. Willy Camino, Gregorio Badía, su representante. Elfo Jiménez y Guillem no sé qué. Nos pasó Jorge el otro día unos comentarios aparecidos en vídeos de Carletto. Son calcados a sus aportaciones en aquella conversación de wasap de Álvaro con ellos. Nos pasó las capturas de pantalla que había hecho Álvaro Cernés antes de que los borraran. Son calcados. Parece que ya tenemos a quién mueve esa campaña de acoso a Jorge y Carmelo en las redes. Y ahora además, con ese intento de agresión a Álvaro, todo tiene un color diferente.

-¿Qué le han hecho? ¿Está bien? Me lo presentaron en algún evento y era un tipo muy agradable y educado. Y no es mal actor.

-Eso … creo que hay mucha tela que cortar ahí. Ahora Jorge está con él. Estaba hundido. Menos mal que el bajón le ha dado después. Se ha defendido bien. Aunque su casa es siniestro total. Le querían marcar la cara. Rajársela, literalmente.

-Eso es por algún trabajo.

-Eso piensa Jorge. Aunque parece que hay muchas otras posibilidades. Parece que el Álvaro ese no ha elegido bien sus compañías últimamente.

-Alguna vez me han hablado de una trama de timar a los recién llegados al estrellato. ¿Te refieres a eso?

-Algo de eso hay. El resultado último es … la prostitución para pagar la deuda contraída por el ritmo de vida al que empujan a esos jóvenes. Es lo que buscan en realidad. A parte de ir cobrando comisiones de todas las tiendas, restaurantes concesionarios de coches, inmobiliarias donde les llevan a hacer gasto.

-Vaya. Es un tema serio. No pensaba que llegaba a esos extremos.

-Veremos lo que vamos encontrando. Va a ser difícil probarlo. De todas formas, en los dos caminos que puede seguir el tema de la agresión, hasta donde sabemos, parte de los implicados se solapan.

-Mira que bien. Mismos sospechosos para dos líneas de investigación. Más personas de interés que estuvieran en el mismo restaurante.

-No le digas nada a Jorge, pero también estaban Paula Freire con su grupo de adeptos. Y se reunían con, nos imaginamos que era el objetivo a agasajar, Justo Riu.

-No creo que la entidad que dirige se quiera meter en esas guerras.

-¿Dices?

-Mark tiene contactos con muchos miembros de su Consejo de Administración. Desde ahora te digo que si emprende alguna acción, es por su cuenta.

-¿Qué interés puede tener él?

-Como no sea convertir a su entidad en el banco de referencia de la Universidad Jordán … pero … quizás hay cosas que se nos escapan. Él ha tenido digamos una cartera de clientes en el banco muy selecta. Personas de mucha enjundia y con mucho parné. Ese siempre ha sido su activo para ascender. Una cartera que además, nunca ha querido soltar, ni ascendiendo. A día de hoy, sigue manejándola él. Directamente.

-¿Conoces a todos estos elementos?

-A Justo sí. Y a Néstor, Dídac y sus hijos, también.

-Éste hombre es amigo de Jorge ¿No?

-Más bien de Manzano. No creo que tenga relación con Jorge ni Carmelo. Directamente al menos. Manzano pertenecía al mismo círculo social que Justo Riu, antes de dejar su puesto de Jefe de Cirugía y coger el de médico de Concejo. Manzano se relacionaba con lo mejor de la jet set de Madrid. Néstor Edelweis, el Jefe de Operaciones de la entidad, sí es amigo de Jorge. Néstor es el marido de Dídac. Ahora con el tema de Sergio, seguro que Jorge le ha llamado para que nos ayude. Dídac conoce tanto a Carmelo como a Jorge. Los conoció a cada uno por separado.

-Voy a marcar a ese Justo por si acaso. A ver que otras coincidencias encontramos con el tiempo. Por su bien esperemos que esa cartera de clientes tan suculenta, que le ha hecho ascender, no le haga ahora acabar en la cárcel. Tienes razón con Dídac. Lo ha llamado Jorge. He hablado varias veces con él. No sabía que su “Néstor” era ese Néstor.

-Es ese sí. Y ya te digo, tanto Néstor como Dídac son amigos de Jorge y Carmelo. Entonces los mensajes hoy han llegado altos y claros a mucha gente.

-Sí. A sus destinatarios y a algunos que pasaban por allí y que tampoco está mal que se den por enterados. ¿Y tú?

-Me vienen a buscar en un rato. Un poli que lleva trabajando un tiempo con el FBI, pero que es español: Ventura Carceler. Me lo ha asignado Peter para que me acompañe estos días que voy a mover árboles.

-¿Es majo?

-Sí. Si puedo convencerlo, me lo llevo de vuelta a España.

-¿Tiene pareja? ¿Casado?

-No y no.

-¿Qué hace en el FBI?

-¿Huir?

-Pues si huye al FBI, al menos padrino tiene.

-Lo tiene. Ya te contaré.

-Oye, una cosa. Me acabo de dar cuenta que ese nombre me suena. Ventura …

-Lo tiene Javier en su carpeta de posibles fichajes.

-¡A joder!

-¿Ya te has acordado de él?

-Tienes razón, sería un buen fichaje. Tiene muchos aires para mi gusto, pero bueno. ¿Y hoy toca?

-El Tirso hermano de Carlota Campero.

-¿Lo habéis encontrado? – Carmen chascó la lengua para mostrar su enfado con ella misma – Perdona, si lo has comentado antes. ¿Ves como sí estoy para el arrastre?

-Vive cerca de Winston-Salem, en Carolina del Norte. En una finca que en apariencia se dedica al cultivo de gamusinos.

-O sea que no se dedica a nada.

-Exacto.

-¿Y que hace?

-Eso es una de las cosas que vamos a averiguar.

-Ya me contarás. Yo me voy a la cama. Te lo juro, no he probado el orujo y parece que estoy borracha.

-Apaga el móvil.

-Lo pondré bajito. No vaya a ser que Javier se encuentre mal y me llame.

-Si no descansas un poco, no podrás ocuparte de él. Te dejo, creo que Ventura ya ha llegado.

-¿Con éste no se va a sentir celoso Mark?

Olga se echó a reír.

-Creo que no. Cero posibilidades.

-Que ojo tenemos. Parece que el radar ese que reconocer a los gays, lo tenemos nosotras. Al menos tu novio, dormirá tranquilo.

.

-La madre que me parió. Llamo a Carmen para decirle lo del libro de Jorge, y se me olvida.

Olga acababa de abrir la puerta a su agente de apoyo. Al coger sus cosas de la mesa, se había encontrado con el libro que le había dejado Mark.

-Mándala un mensaje. Cuando se despierte lo verá.

-Le mando un mensaje directo a Jorge también. Recuérdame luego que le mande el libro.

-Me lo das y lo envío yo, no te preocupes.

-¿Seguro? No quiero acapararte.

-Ya me acaparas. – Ventura sonrió con ironía.

Salieron de la habitación y bajaron al garaje a coger el coche. Ventura había aparcado delante de los ascensores. Olga se sonrió porque utilizaba la misma táctica que Carmen y ella cuando no encontraban sitio para aparcar: dejarlo en medio con la sirena bien visible y en este caso el cartel de FBI a la vista. Esta vez había dejado hasta la sirena girando iluminada.

-He estado antes hablando con Carmen.

-Ya me has dicho.

-Hemos hablado de ti.

Ventura se sonrió mientras conducía.

-No pienso volver.

-¿Cómo sabes …?

-Vuestra fama de reclutadoras traspasa fronteras.

-Nos vendrías bien. Tienes mundo, hablas idiomas, eres inteligente, perspicaz … tienes contactos en Estados Unidos, en el FBI …

-Tú también los tienes. Y se te ha olvidado decir que me doy muchos aires, soy chulo, demasiado seguro de mí mismo, rebato todo lo que dicen mis jefes … soy insufrible, mal compañero, algunos dicen que soy vago y me aprovecho del trabajo de mis compañeros mi único fin en la vida es destacar sin dar un palo al agua. No tengo buena puntuación en tiro y tampoco destaco en defensa personal. Y salgo a correr como los domingueros, porque el gimnasio es demasiado esfuerzo. Recuerda que soy un vago.

-Pero a veces no es bueno que … sea yo … la que pida favores. Y que rebatieras a tus jefes de entonces, para nosotros es un punto a favor. No puedo creer que alguien dijera que eras un aprovechado y un vago. En tiro, tus puntuaciones no son buenas. Las cosas como son.

-Al lado de las tuyas, de las de Carmen y Javier, todas son malas, no te jode. Y algunas cosas que ahora no me salen. No exagero. Eso lo hace el estar dispuesto a todo por contentar al jefe de turno que te ha marcado con una cruz. Lo que verdad piensas es que soy carne de ser uno más de los que ocupen el diván de Jorge Rios. En vuestra Unidad, todos habláis idiomas y tenéis muchos hombres y mujeres de mundo. Tenéis un medio inglés, un medio francés, Javier habla hasta ruso, como Jorge … todos hablan al menos dos idiomas, tenéis especialistas en informática, en delitos económicos … Tú misma, hablas cuatro idiomas a la perfección. Tu amiga Carmen lo mismo. Tenéis contactos con gente poderosa. Tu novio, sin ir más lejos. No creo que creo que si os rebato a vosotros desde el primer momento, que lo haría, soy así, os sintierais cómodos y pusierais mi retrato en la pared de los compañeros modélicos.

-No he dicho eso. Lo del diván de Jorge … y sabes que en el tema que nos traemos entre manos, todos los apoyos son pocos. Y respecto a lo de la pared de los compañeros modelos, me llevas la contraria cada dos por tres, y todavía no te he soltado un tortazo.

-Lo piensas. Lo de Jorge y lo de soltarme un tortazo – lo dijo con visaje serio, aunque le guiñó el ojo y se le marcaron los hoyuelos en las mejillas, a modo de señal de broma.

-Si conocieras a Jorge no dirías “uno más en su diván”. – Olga le dio un manotazo en el brazo en respuesta a la segunda cuestión.

-¡Ahú! Haces daño – Olga puso gesto de indignación ante semejante afirmación. Ventura retomó la conversación ya en tono serio – Es una forma de hablar en el tema del escritor. Aunque hasta hace poco, ni siquiera daba oportunidad a que nadie le saludara. Era un fantasma levitando por las calles de Madrid a veinte centímetros del suelo y con la mirada perdida. Ignoraba hasta al que se chocaba con él.

-Eso quiere decir que lo conoces. Sabes de él. No me mires así, Ventura, no te enfades. ¿O es que intentaste hablar con él cuando estaba en modo asocial? Ahora es completamente distinto en ese aspecto.

-Perdona. No me malinterpretes. Me caéis de puta madre. Pienso que sois la hostia. De verdad. Lo pensaba ya antes, pero en los días que te he conocido, he corroborado mi impresión de que eres una mujer de bandera y una profesional todavía mejor. Estoy bien aquí, Olga. No tengo que encontrarme con nadie que me haga vomitar. Allí, estaría siempre pendiente de que esa posibilidad se hiciera real. Me dolía todo el cuerpo de las arcadas que me producían algunos. Y esa ansiedad de levantarme cada día de trabajo y no saber por dónde me iban a llover las hostias. Que sapos me iba a tener que tragar. Vosotros me caéis genial. Pero va a ser que no.

-Aquí no todos te caen bien.

-No tiene nada que ver. Te aseguro que por mucho que odie a algunos compañeros aquí, nada que se le parezca a lo de allí. Y tú sabes de lo que hablo. Antes me has dado a entender que tenéis un informe sobre mí.

-Precisamente queremos que nos ayudes a cambiar eso. A que no necesites desayunarte medio bote de Primperan. Ni tú ni nadie. Mi propuesta es en serio y no tiene caducidad. Es para trabajar con Javier, con Carmen, con Matías y conmigo. No dudo que sepas de todos nosotros. Y sabes que esos mismos que te producen arcadas a ti, nos las producen a nosotros. Tienes mi número de teléfono. Aunque ahora no te apetezca, puede que dentro de un tiempo sí. Que sepas que tienes un sitio en nuestra Unidad.

-No me gusta luchar contra molinos de viento. Es lo que hacéis. Y para una vez que le di el placer a mi padre para que tirara de influencias, no quiero defraudarlo.

-Le costaría mucho encontrarte acomodo aquí.

-Mi padre es poderoso. No sale en los papeles, pero … lo es. No creo que gastara más de media hora de su tiempo para conseguirme el puesto.

-¿Te llevas bien?

-No. Pero no quiso desaprovechar la ocasión para tener algo por lo que le debiera gratitud. Mira, esa es la finca.

-Veamos quien es ese Tirso.

-¿Será el del libro de Jorge Rios?

Olga se sonrió antes de contestar.

-No.

-¡Sabes quien es! – Ventura miró con admiración a Olga.

-Sí. Hablo con frecuencia con él.

-¿Y esta visita entonces?

-Que un tipo, hermano de una de las implicadas en el caso y que … acuérdate lo que te digo, todavía nos tiene que dar muchas sorpresas desagradables, esté medio escondido a miles de kilómetros de su hábitat, cuando menos merece una charla.

-¿Qué esperas? Sus razones pueden ser parecidas a las mías: romper con su entorno que no le era agradable.

-Otra víctima de esa organización. Y es cierto, la causa más probable es que su “familia” le repatee. Quiero conocer los detalles. Y espero que nos cuente cosas que nos ayuden.

-O uno de los verdugos que se arrepintió. O no se arrepintió pero se cansó y huyó.

-O un compañero de Tirso.

-Tirso puede que fueran varios. – propuso Ventura. – Alguna vez lo he pensado.

-Ahora veremos. Sí te adelanto que parte de lo que se le achaca en los mentideros a Tirso, no lo hizo él.

-Entonces de alguna forma me das la razón: Tirso son varias personas.

-Mirado de esa forma, se podría afirmar, sí.

La verja de la finca estaba abierta. Pasaron con el coche y llegaron hasta lo que parecía la casa principal. Era una casa de piedra y ladrillo, con una galería cubierta que ocupaba toda la parte delantera y por lo que parecía desde dónde estaban, un lateral. Había como varios ambientes: un rincón con sillones, para reuniones de amigos, otro espacio con mesas altas y sillas, como para fiestas más informales, un rincón de leer con una mecedora …

-Parece al menos que tiene cierta actividad social. Todo parece preparado para ello.

-No te fíes, puede ser todo diseñado y preparado por un profesional.

-Le falta un poco de alma, es cierto. Me recuerda un poco a la casa de Cape – eso último lo dijo más para ella.

A Olga le dio la impresión de que solo estaba en uso una parte de la mansión. Si sus informaciones eran correctas, no le extrañaba. Si ese hombre vivía solo allí, la casa era enorme para un solo inquilino. Uno de los edificios anexos sí parecía tener uso. Si hubiera tenido que apostar, era el taller del dueño de la finca. Y parecía dedicarse a la escultura. O a la alfarería. Aunque dudaba de que esa actividad fuera profesional.

Se bajaron del coche. Ventura se puso la americana y comprobó su arma antes de caminar hacia la casa. La indumentaria de los dos era incongruente. Ventura llevaba el uniforme oficial del FBI, traje oscuro y corbata, camisa color azul claro, con zapatos negros. Olga en cambio, vestía informal, con pantalones vaqueros ajustados, una blusa color beige y un chaleco largo de color rojo bermellón. Calzaba unas botas de caña media con medio tacón. Llevaba su arma, con permiso de las autoridades americanas, colgada de la cintura. El chaleco la disimulaba un poco, aunque no pretendía ocultarla del todo.

Ventura fue a llamar al timbre, pero un hombre de unos treinta y pocos, les salió al paso y se le adelantó. Se los quedó mirando impasible. Su gesto no era agradable. No parecía contento con la visita.

-¿Señor Campero? – preguntó Ventura.

-Hace tiempo que nadie me llama así.

La voz sorprendió a los dos policías. Era muy grave. Parecía salida de ultratumba. Aunque lo que más les llamó la atención era su falta de musicalidad. Olga suspiró con tristeza. Esa era una de las características que parecían tener muchos de los “chicos de Jorge”, como habían empezado a llamar a las víctimas de esa organización.

-Permítame que nos presentemos. – Olga le tendió la mano sonriendo.

-Olga Rodilla y ¿Usted? – Tirso cortó el intento de Olga mientras miraba a Ventura, aunque aceptó el saludo que le ofrecía una sorprendida comisaria.

-Ventura Carceler. – ahora fue éste el que tendió la mano a Tirso y se la estrechó.

El hombre levantó las cejas sorprendido.

-Jugamos entonces en nuestra juventud algunas veces que tu padre nos invitó a pasar algún fin de semana en vuestra finca de Extremadura. Sigues teniendo un aire a él, aunque no te haya reconocido al verte.

-Siento no recordarte. – Ventura lo miraba intentando buscar algún rasgo o gesto que le diera pistas. Le había sorprendido su afirmación de que se conocían. Tendría que hablar con su madre a ver si se acordaba ella. Ese hombre, de todas formas, parecía unos años mayor que él. En todo caso, se juntaría más con sus hermanos mayores. Quizás fuera mejor hablar con ellos.

-No me extraña. Yo procuro no recordar nada de lo de antes de llegar a Estados Unidos. Por eso vuestra visita no me agrada. Se me ha alterado el ánimo solo de verte Olga.

-¿Nosotros nos conocemos? – Olga lo miraba fijamente desde que el hombre hubiera demostrado que la conocía. No acababa de recordar. Prefirió reconocerlo en voz alta que andar a ciegas.

-Sí. Pero yo era poco más que un niño. Y tú mucho más joven. Aunque ya eras madre. He de decir en tu honor, que no parece haber pasado el tiempo por ti.

Olga se lo quedó mirando de nuevo. De repente su mente encontró el recuerdo. Se quedó anonadada. Se olvidó hasta de devolver o agradecer el cumplico que le acababa de hacer.

-Joder. Te llevó Jorge a la casa de acogida. Te sacó de una de esas fiestas. Nacho, Cosme y Jorge. Pero no te llamabas Tirso.

-Eres buena fisonomista. Deja aquel nombre en el olvido por favor. Aunque te acuerdes, o lo haga Jorge, no lo mientes ni lo pongas en ningún informe.

Olga dio un paso para abrazarlo. No lo pensó, simplemente le salió. Y el Tirso que había salido a recibirlos con gesto agrió aceptó con gusto el abrazo y cambió el visaje agrio por otro de sentirse bien. Olga recordaba perfectamente como Jorge lo llevaba aúpas y se lo pasó a ella y el joven se abrazó como una lapa. Aunque antes de que Jorge se fuera, volvió a sus brazos para besarlo profusamente. Luego, estuvo lloriqueando más de una hora en brazos de Olga.

-Solo tengo un par de recuerdos buenos de aquella época. Las caricias de Jorge en mi espalda para que me relajara, mientras me llevaba sobre su hombro hasta que me dejó en esa casa contigo, y tu abrazo eterno. Y las palabras que primero Jorge y luego tú, me susurrasteis al oído para que supiera que ya no me iba a pasar nada. No os niego que pese a que te debo mucho, Olga, tu visita me fastidia bastante. Hubiera preferido que no se hubiera producido nunca. Pasad. Al menos os ofreceré un café.

La casa por dentro era acogedora. No había fotos de personas, pero las había de animales. En la sala principal había un piano vertical en una esquina. Había bastantes figuras de barro como adornos. Eran bonitas. Le recordaban las de un artesano burgalés que había visto en algunas ferias y del cual tenía varias de ellas en su casa. Félix Yáñez. Al final se había acordado de su nombre.

-Es cierto, tocabas el piano – dijo de repente Olga.

-Lo sigo tocando. Algunos vecinos se acercan los viernes y hacemos una pequeña velada. Me sirve como excusa para tocar el resto de la semana preparando esa “actuación”.

-¿Cual es tu pieza imprescindible?

-El Canon de Pachelbel. Y una amiga siempre me pide el “Claro de Luna” de Debussy.

-El Canon me lo tocaste una vez.

.

.

Tirso se quedó mirando a Olga y sonrió.

-Es cierto. No lo recordaba. Viniste a verme y quisiste escucharme. Nadie me ha escuchado con tanta atención. Si no recuerdo mal te gusta la música clásica. Espera, me acabo de acordar, luego te toqué un minueto de Handel.

.

.

-Y algo de Chopin.

Durante un rato hablaron de cosas intrascendentes. Pasaron a la amplia cocina del anfitrión y se sentaron mientras esperaban a que el café estuviera preparado. Una vez que estuvo listo y Tirso se sentara con ellos en la mesa, parecía que era el momento para hablar de la razón que había llevado a los policías hasta esa casa.

Olga tomó la palabra y contó a grandes rasgos lo que había pasado con Rubén y la actitud de su hermana. Tirso escuchaba atentamente sin hacer prácticamente ningún gesto. Para Olga, fue claro que le interesaba lo que contaba, aunque no fuera posible hacerse una idea de lo que pensaba o cual de los protagonistas se alineaba más con su forma de ser y pensar.

-Es cierto. Bonifacio nos dio un dinero, mucho dinero, y nos dijo que no esperáramos más cuando muriera. Dijo que prefería que lo disfrutáramos mientras éramos jóvenes, para que pudiéramos crearnos un futuro.

-Pero tu hermana no parece que sea de la misma idea.

-Vamos a llevarnos bien. A Carlota te agradecería que no la mentaras de nuevo por nuestra relación familiar. Eso fue solo un papel. Así además le damos gusto, porque siempre me mostró su asco y su oposición a que me llevara parte de las atenciones de Bonifacio. Y claro, parte de su dinero. A estas alturas ya te habrás imaginado que si soy hijo de Bonifacio, es porque me acogió y me adoptó. Carlota nunca estuvo de acuerdo, reitero, y no ha dejado de demostrármelo continuamente. No tenemos ninguna relación ni la tendremos. Si no me ha quitado el dinero, es porque no ha podido. Estoy seguro que ha puesto mucho empeño en que sus abogados estudiaran algún tipo de acción para dejarme pelado. Si no lo ha hecho, es porque no ha encontrado la forma legal de hacerlo. Y por si acaso tiene ganas de matarme para heredar ella, hice un testamento al que di toda la publicidad que pude, en el que legaba todo a Jorge Rios. A él le debo la vida, es justo que si la pierdo, reciba lo que es mío.

-Eso quiere decir que crees posible que Carlota sea capaz de organizar algún tipo de plan o encargarle a alguien matarte.

Tirso se mantuvo en silencio con su mirada clavada en Ventura. Éste asintió despacio con la cabeza. Había entendido la respuesta a la perfección.

-Pensaba que en todo caso se lo habrías dejado todo a Rubén. Es tu sobrino. – Olga tomó el relevo a la hora de preguntar.

-De nuevo volvemos a lo mismo. Lo es por un papel. Ni es mi sobrino ni nada. Y en este caso, apenas lo he tratado. Y ser, aunque sea sobre el papel, hijo de Carlota y del fantoche de su marido, no es un punto a favor de él.

-¿No te llevas bien?

-Apenas lo conozco. No me interesa. No te puedo decir que tipo de persona es. Solo que no lo ha pasado nada bien en la vida. Pero eso no te da un certificado de buena conducta o de santidad. Sé de algunos “compañeros” que después se convirtieron en unos perfectos hijos de puta. Sencillamente no lo conozco y no me interesa lo más mínimo.

-¿No te apena que se quede con la herencia?

-No creo que haya mucho que heredar, comparado con lo que había. La casa familiar. Perdón, la casa de Bonifacio. La otra casa, la buena, ya se la quedó Carlota cuando murió su madre. Y el dinero de ella, que era bastante y de eso, yo no vi nada. La editorial. Pero ésta ha sido mal gestionada en los últimos tiempos y el único activo que tiene es Jorge Rios. Sin él, la editorial es humo. Y si es verdad lo que me cuenta algún amigo que me llama de vez en cuando, y Jorge se ha despertado y ha empezado a poner orden, esa editorial no tiene futuro. En cuanto Jorge les quite los ingresos extra que tenían gestionándole algunas cosas, como su agenda y algunas colaboraciones con algunas publicaciones, será un desastre.

-¿Por qué crees que Rubén no ha dado pasos para ejecutar la herencia? – Fue Ventura el que preguntó.

-No lo necesita. Y así pone nerviosa a Carlota. Es su madre, sí, pero porque Bonifacio era muy mayor para figurar como su padre. Si a mí me puso todas las zancadillas que pudo, me imagino que la vida de Rubén  ha sido penosa. Además, ya tiene una asignación mensual de un fondo fiduciario. Esa asignación es de por vida. Es intocable. De todas formas, nunca he tenido claro a que juega Rubén.

-¿De dónde salió? ¿Otro niño como tú?

-No, no. Para nada. – Tirso se calló de repente. Se dio cuenta que su tono podía llevar a malas interpretaciones – Eso no quiere decir que su vida haya sido agradable. Pero es distinta. Quiero decir, su caso es distinto.

-Necesito que nos ilumines. No acabamos de entenderlo. Y Jorge está igual de perdido que nosotros, y eso que algo ha recordado de ese pasado que tiene olvidado. Si no llega a ser por eso, estaríamos en un punto muerto. Al menos recordó a Lazona y alguna circunstancia de él y de Rubén.

-Aún así, estamos cerca de estarlo – apuntó Ventura sonriendo con tristeza. – Perdidos, me refiero.

-No sé su historia con detalle. Lazona el padre, tenía negocios con Bonifacio. Algo pasó en alguna de esas fiestas.

Olga espero que Tirso siguiera hablando. Estaba convencida de que estaba poniendo excusas para no contar lo que sabía. El silencio persistía. Estaba claro que tendrían que trabajárselo un poco más para conseguir más respuestas.

-¿Rubén y su hermano eran hijos de Lazona? – preguntó Ventura después de que Olga le hiciera un ligero gesto con la cabeza.

Tirso empezó a mover la cabeza en círculos. Bebió un trago de su taza de café. No parecía decidirse a contar, o al menos, no acababa de escoger la forma de hacerlo.

-La vida de la familia Lazona es complicada. No sé por qué os cuento todo esto, no me va a hacer bien a la paz que tanto me ha costado encontrar. – miró resignado a Olga – Os advierto que solo sé algunos detalles. De hecho, nunca he acabado de entender todas las ramificaciones, por falta de información seguramente. Advertiros que todo lo que os voy a contar, y no estoy todavía convencido de hacerlo, no lo sé por vivirlo, sino por escucharlo. – Se aclaró la garganta antes de seguir hablando – Brenan y Dilan eran gemelos idénticos. Veo Olga que ya sabes que Brenan es el nombre real de Rubén. Eso sí lo vi, su parecido era mágico. De hecho, nunca tenías la seguridad de con quién estabas hablando. Si los conocías mucho, había alguna pequeña sutileza que los diferenciaba. Son hijos de una hermana de Fausto Lazona. O sea, biológicamente los gemelos son sus sobrinos. La hermana hippie. No recuerdo su nombre, porque además se cambió el nombre y luego, para más inri, se hacía llamar de otra forma …  cada mes cambiaba de nombre …  estaba siempre puesta, en una especie de iglesia rara o comuna o lo que fuera, allí en Galicia. Esa iglesia luego, entre sus preceptos, estaban el de dar a los hijos a la comunidad. Esos hijos eran criados entre todos y en su caso, vendidos. Eso es lo que pasó con ellos con nueve años. Y con algunos otros. Os imagináis en manos de qué depravados cayeron. Todo esto, se lo oí contar una vez a Lazona hablando con Bonifacio. Yo ya no era un niño, así que creo que entendí todas las connotaciones de la historia. Todas … es mucho decir por mi parte, es una historia tan rara la mayor parte al menos.

De repente Tirso se calló. Pareció dudar de seguir contando. Movía la cabeza negando. Debía estar pensando que esa no era su guerra. No parecía conforme con ir pregonando los secretos de los demás.

-¿Has recordado algo especial? – se atrevió a preguntar Ventura.

-No sé por qué os estoy contando ésto. No creo que sea bueno para mí. No lo he hecho nunca hasta ahora. Esta historia nunca ha salido de mi boca. Ni casi he pensado en ella. Y según hablaba me he dado cuenta que no no creo que sea bueno para mi salud mental. No le encuentro una razón para ello. No es mi guerra.

Olga dejó un tiempo de reflexión en silencio. Luego, con cadencia tranquila y sosegada y un volumen y ritmo reposados, empezó a hablar de nuevo.

Rubén se está drogando para no ser consciente de su vida. Para no hablar con Jorge. Ha sido el desencadenante de todo lo que ha ocurrido después, del intento de asesinar tres veces al menos al escritor y a Carmelo. A Dani – aclaró Olga. – Una trama complicada en la que está implicado uno de los hijos del ex-marido de tu hermana perdón, de Carlota Campero: Dimas Nadiel. Su hijo mayor, Jorgito. Él fue en apariencia la mano ejecutora de la paliza que le dieron a Rubén, aunque todo parece amañado. A parte, hemos descubierto una trama lateral de esa organización … con músicos.

-Pues ya habéis tardado. No me puedo creer que no hayáis oído hablar de ella hasta ahora. No es algo nuevo, es de hace muchos años. Tantos como Anfiles, casi.

-¿Tú la conocías? – preguntó Ventura. Ventura empezaba a coger el papel de contrapunto de Olga. De romper la cadencia sosegada que intentaba dar ella. Su tono era más cortante, más brusco, sin llegar a ser violento o inquisidor.

-No llegué a esa organización por ese camino. De hecho, fue allí donde empecé a aprender música. Nada que ver con esa organización de músicos. Esos van por libre. Van de masones. Les gusta las túnicas y la parafernalia. Son muy clasistas. El maestro, el profesor, el músico, los actuantes, los felpudos, los señores …

-¿Tirso? ¿Fue él el que ?

-No. Si. Es largo de explicar. Tirso y yo éramos colegas. Posiblemente fuera yo el primero al que luego salvó. El buscó a alguien que me diera clases. Desde que tenía once años, Tirso era un tipo resolutivo. Parecía que tenía treinta. Ver a un niño actuar como un adulto, movía a muchos a plegarse a sus peticiones. Eso pasó con mi profesor de música.

¿Quién es? – inquirió Ventura.

-Ese es un dato que prefiero guardarme.

El hombre se levantó y se fue a mirar por la ventana. Tuvo un arranque y salió a la galería descubierta que ocupaba un lateral de la casa. Ventura interpretó que se iba a dar a la fuga y salió detrás de él. Pero se detuvo en seco al comprobar que se había parado en una de las columnas que sujetaban el piso superior de la casa y que miraba hacia el horizonte. Varios minutos. Olga se unió a él. Hizo un gesto a su compañero y se acomodaron en unas sillas altas que había al lado de dos mesas. La comisaria fue a decir algo, pero un gesto de su compañero la disuadió. Dejaron que el hombre pensara y decidiera.

-¿Te has acordado de mi nombre ya Olga?

Tirso se giró y sonrió a la comisaria. Ésta asintió con la cabeza.

-Arlen. – dijo en un susurro perlado de una sonrisa cariñosa. – Siempre me gustó ese nombre.

-Fui el primero al que salvó Jorge. Ahora me he dado cuenta de que fui el primero en muchas cosas.

La comisaria asintió despacio con la cabeza.

-Luego llegó Dani. Y Lucas. Y Fidel. Y otros varios.

Tirso se puso a llorar. Olga fue a levantarse, pero de nuevo, Ventura le indicó que lo dejara llorar a gusto. Olga, aprovechando que en la mesa había un cenicero usado, sacó un paquete de tabaco y cogió un cigarrillo. Ofreció a Ventura que rechazó el ofrecimiento. Se lo encendió y aspiró profundo el humo. Empezaba a ponerse nerviosa. No se acababa de acostumbrar a escuchar las historias de esos niños. Los recuerdos de Tirso que ahora asolaban en silencio su mente, también llegaban por oleadas a la cabeza de Olga, saliendo de estampida del baúl al que los confinó hacía muchos años. No era agradable recordar el estado en que llegaban la mayoría de los chavales salvados cuando Jorge o los colegas de Roger los dejaban a su cargo. Y eso, que al menos, llegaban tranquilos. Jorge se había encargado de que se serenaran. Escuchar a Arlen retomar su relato, la sacó de su ensoñación.

-Éramos inseparables. Tirso, Odón y yo. Luego se unió David. Los cuatro mosqueteros, con D’Artagnan. Hermanos, amigos, amantes los mejores de esa banda. Lo único que recuerdo de mi abuela es que me repetía: “hagas lo que hagas, sé el mejor”. Pues éramos los mejores. Hasta ese día en que de repente nos hicimos mayores: a Odón y a David los mataron a golpes, Tirso pasó dos meses en un hospital, quince días en que parecía que se moría … y yo … velando. Todo por diversión. Porque a esos tipos les apetecía comprobar cuantas hostias podíamos resistir. Y el resto mirando divertidos. Haciendo apuestas. El tipo que se encargaba de nosotros no sabía que decirme. Eran un buen hombre dentro de lo que cabe. Armando se llamaba. Creo, ahora no estoy seguro. Da igual. Lo mataron al cabo de unos años. Cuando Tirso se recuperó, tomó la decisión de que eso que nos había pasado, no volvería a ocurrir. Y empezó a encargarse él de los chicos. Un chico como nosotros, encargado del resto. Tirso se hizo respetar. Fue imponiendo algunas normas. Tiene una gran personalidad. Se creó su personaje, con los tatuajes. Marcó su ley. Aunque le costó. Ahí nació su fama. Parte verdad, parte mito. Supo apropiarse de alguna cosa que hizo Jorge, además así de alguna forma lo protegía, y de lo que hicieron algunos de los cuidadores cuyo nivel de aguante se sobrepasó y actuaron contra algunos de esos “señores”.

Se volvió a Olga y le pidió un cigarrillo. Ventura se apresuró a coger el paquete y acercárselo a Arlen. Olga estaba también afectada. Arlen cogió un pitillo del paquete y aceptó el fuego que le ofrecía el policía.

-Hubo otra fiesta en que la cosa se desmandó. Y volví a salir malparado. Tirso estaba lejos y no podía ir a ocuparse. Fue algo parecido a lo de Dani: un tipo que tenían vetado, se coló en la fiesta por ser amigo del anfitrión. Pero Tirso se las arregló para que Jorge fuera a sacarme. De hecho, ahora que pienso, mi caso fue casi idéntico al de Dani. Jorge y sus dos colegas. Tuvo que aplicarse esos tipos no parecían propensos a dejarme escapar con vida. Pero lo hizo. Se aplicó. En mi vida he visto luchar como lo hizo Jorge. Hubo momentos en que pensé que lo iban a dominar. Nacho llegó a tiempo de echarle una mano. Y luego Cosme. Éste sí salió un poco magullado del combate. Y aunque ellos eran muchos, ellos fueron los que acabaron mal. Alguno incluso, mal de verdad. Ni Nacho ni Jorge tienen piedad en esas circunstancias. Al escritor, ahora que lo pienso, creo que no le dieron ni un puñetazo. Salió sin un rasguño. Con las manos eso sí, un poco enrojecidas y calientes. Sentí luego ese calor en mi piel. Ese calor me reconfortó. Jorge me aupó y me colocó en su hombro. Seguía desnudo. Sentir sus manos en mi cuerpo, me dio paz. Sus manos calientes por la acción. Por defenderme. Nadie nunca lo había hecho. Luego Nacho me tapó con su cazadora. Jorge me acariciaba suavemente la espalda, las piernas …  luego en el coche, me abrigó bien con la cazadora de Nacho, me abrazó y me habló al oído. Eso ya os lo he contado antes. Recuerdo cada palabra, pero eso, como me dijo él, era solo para mí. Y así será por siempre. Y recuerdo el perfume que tenía la cazadora de Nacho. Me costó, pero lo encontré. Es el perfume que utilizo ahora. Me da seguridad.

Sus ojos se habían vuelto a humedecer. Se pasó unas cuantas veces su mano derecha por la nariz. Miró al techo de la galería y se aprestó a seguir con su relato.

-Tirso esta vez me veló a mí en el hospital. Cuando me recuperé no sé que tenía con Bonifacio pero éste me adoptó. Me apartó de todo ese mundo. Y me dio una cama, una seguridad, una educación. Cariño no demasiado, no era hombre de afectos. Pero a mí me valió. Me dijo que pasara de Carlota y del resto de la familia y amigos. Perdona, me he ido …

Suspiró de nuevo mientras se secaba las lágrimas que habían aparecido en sus ojos.

-Tirso procuró que alguien me enseñara música. Eso ya lo he contado. Fue ahí además cuando empezó a recomendarnos a todos que le leyéramos. A Jorge. Dijo que ese escritor, nos entendía. Que sabía lo que sentíamos. Que estábamos todos reflejados en sus personajes. Una vez me llegó a decir: “Ese Jorge las ha pasado canutas, es de los nuestros”. No sé si las pasó canutas o no, sé que a parte que es verdad, sus historias me llegaron al alma cuando las leí, él me salvó de una muerte segura. Y esos pocos minutos que estuve en sus brazos, y los que luego estuve abrazado a ti, Olga, han sido mis mejores momentos en la vida.

Olga levantó las cejas y se llevó la mano a la boca para taparla. Negaba con la cabeza. No se esperaba que la visita a ese “Tirso” se desarrollara de esa forma. No se había preparado adecuadamente. Al menos Ventura parecía menos impresionado por la historia de Arlen. Se levantó y llegó hasta el anfitrión. Le puso la mano en la espalda.

-Ven a sentarte con nosotros. Volvamos dentro. Hace un poco de aire. Y si no te molesta, preparo más café. Yo me ocupo de todo.

Arlen asintió con la cabeza. Sonrió a Ventura.

-No has cambiado mucho.

-Mi madre no dice lo mismo. Piensa que me he vuelto un arisco y que siempre voy enfurruñado.

-Eso ya eras cuando te conocí. Parecías enfadado con el mundo.

-Y lo estaba. Sigo estándolo.

-Te tiré fichas y no me hiciste ni caso.

-No estoy receptivo. Lo siento. Ni entonces, ni ahora.

Ventura preparó los cafés y llevó las tazas a la mesa. En la despensa había visto un plato con pastas de té. Las llevó también. Olga se extrañó de que cogiera esas confianzas. Pero Arlen no pareció molesto, al revés, fue el primero que cogió una pasta. Olga pensó que definitivamente debía convencer a Ventura de que se uniera a ellos. Sabía leer en la gente. Y mantenía la cabeza fría, cosa que ella en ese momento, no había conseguido.

-¿Has seguido en contacto con Tirso?

-Sí. A veces me llama. Desde teléfonos distintos. Seguimos teniendo un teléfono de SOS.

-¿Piensas que lo vas a necesitar?

-Si vosotros me habéis encontrado …  puede que otros lo hagan. Carlota misma.

-Ella no gana nada matándote.

-Salirse con la suya. Venganza. Son buenos argumentos. Al menos, suficientes. Dinero no lo va a tener. Si a Jorge le pasara algo, serían Dani y Pólux los que heredarían. Según tengo entendido, hay muchas maniobras para hacerse con la obra y el dinero del escritor. Aunque si Jorge ha “despertado”, será difícil que alguien le gane una mano. Y más si tiene vuestra ayuda, Olga. Según me he enterado, el tío de Pólux hizo que éste conociera a Jorge. Y Dani claro. Yo creo que estaban predestinados. Jorge y Dani, me refiero. No hay que despreciar los poderes de ellos. Eran Dioses. Y si tienen la suerte de encontrar a los que le siguieron en el olimpo de “Anfiles”, y que Tirso o Germán pusieron a salvo, serán un grupo muy poderoso.

-Eso de ser dioses no lo acabo de entender. – Ventura expresó con sus gestos además de con sus palabras la ignorancia que tenía del tema. Olga le hizo un ademán para indicarle que ya le contaría ella después. Pero Arlen atendió el requerimiento de Ventura.

-Los mejores. Eso es lo que son. Siguen la estela de Dani. Él fue el primero. Los dioses deben parecerse a él.

-¿Los mejores en qué? A parte, no entiendo eso de “parecerse a él”.

-En todo. En el sexo, en resistencia, en percibir al resto de la gente. En traspasarte con la mirada y conocer tus secretos, tus apetencias, tus más íntimos deseos. Resistencia a los golpes, a los maltratos, saber encajarlos un dios con solo mirarte, puede provocarte un orgasmo. Respecto a parecerse a Dani, no hay nada más: un Dios, debe ser, debe parecerse a él. Si no, solo llegará a Rey.

-Eso no me lo creo.

Olga asintió con la cabeza.

-Créetelo. – sonreía a Ventura, – buscan a chicos que puedan ser una réplica de Dani.

-¿Y les dejaron irse así, por las buenas? – Ventura cambió de tema. Aunque luego incidiría con Olga en ello, cuando se quedaran solos.

-No. Tirso se ocupó de sacar a algunos. Luego, fue Germán. Salvo Dani que es personaje público, el resto de Dioses que han sobrevivido, para la organización, están muertos. Porque ellos saben todo. Tú piensa que algunos de esos “señores” llegaron a pagar un millón de euros por estar con un Dios y sus pajes. Los que pueden pagar ese dinero por un par de días de polvos, no estarían contentos de que se supiera.

-¿Hay un dios ahora?

-Sí. Doce años. Según me dice Tirso, de los mejores. Se llama Javier.

-Vaya, como el jefe – bromeó Ventura mirando a Olga.

-¿Qué tal es Javier? ¿Es como su padre? – Arlen decidió llevar la conversación por otros derroteros. Tenía la impresión de que había hablado demasiado. No es que no confiara en Olga, es que pensaba que cuanto más hablara de todo eso, peores días iba a pasar después. Su angustia permanente volvería a instalarse en su ánimo.

-Distinto. Muy perspicaz. Se fija en detalles que a nadie le llaman la atención. Muy inteligente. Pelea bien. Dispara muy bien. Pero son distintos. Su padre era a la antigua. Javier … es más sutil. Aunque si tiene que ponerse duro, no le tiembla el pulso. Y tiene un don de gentes insuperable. Y se entrega a su gente y a las víctimas hasta el final.

-¿Trataste con Dani y Pólux? – Ventura llevó de nuevo la conversación a la senda en la que transitaban.

-Con Dani sí. Coincidimos en alguna fiesta. Un par de veces hice de paje suyo. A Pólux le ayudé a Tirso a ponerlo a salvo una vez. Antes de que su tío se hiciera cargo de él. Antes de venirme a Estados Unidos.

-¿Con Jorge?

-Después de que me salvara, no. Tirso me dijo que era mejor que no me acercara a él. Por mi seguridad y la suya. Había que protegerlo.

-Siempre has hecho caso a Tirso.

-Ya os lo he dicho. Era mi hermano, mi amante. Es mi persona importante en la vida.

-¿Lo amas? – preguntó Ventura.

-El amor es algo que los que hemos salido de esa organización, no controlamos. No lo entendemos. Al menos a mí me pasa. Amor en el concepto en el que lo citas. Querer con toda el alma, sí. Lo otro sinceramente no sé lo que es.

-Te has puesto su nombre.

-Un homenaje. Y para confundir. Guardadme el secreto.

-¿Y el sexo? – preguntó Olga.

-No lo practico. Sencillamente.

-Podrías hacer feliz a cualquier hombre.

Arlen se encogió de hombros antes de contestar a la afirmación de Olga.

-Ha dejado de tener sentido para mí. Tuve más sexo antes de los dieciséis que la mayor parte de la gente en toda su vida.

-Volvamos si te parece a Rubén. O a la organización de músicos.

-Lo de los músicos poca ayuda os puedo dar. Sé que existe. Se que tienen ciertos contactos con la otra organización. Mueven mucho dinero y sus dirigentes son despiadados. No dudan en matar, en apalear. No conozco a nadie que haya salido de allí. Ni he oído nombres.

-¿Rubén? ¿Qué fue de su hermano?

-Todo lo que os puedo decir es de oídas. Lo único que sé es que Lazona, después de conseguir quedarse con sus sobrinos, eso fue un proceso largo y que le costó mucho dinero, pecó de chulería. Se creía poderoso. Y llevó a sus “hijos” a una de esas fiestas. No con la intención de que se convirtieran en juguetes, sino como “señores”. Se despistó y Dilan acabó en manos de un viejo conocido suyo. Le molió a palos y le humilló. Él y sus amigos le vistieron de mujer, cuando estaba inconsciente y le violaron repetidamente. Cuando Lazona y Brenan acabaron de tratar sus asuntos de negocios con otros “señores”, ya era tarde. Y Lazona que se creía muy poderoso, se topó con la horma de su zapato. Tuvo que guardarse su chulería y llevarse a Dilan envuelto en mantas. Su agresor y sus amigos, eran socios en negocios. Y alguno de ellos era famoso y poderoso en el mundo de la música. Todo su dinero y sus influencias no consiguieron curar al joven ni castigar a los culpables. La mente de Dilan hizo aguas. Ni el apoyo incondicional de su gemelo pudo contrarrestar esa experiencia. Al revés, casi le lleva al abismo. Tardó un año o más, pero acabó estampado en la acera al tirarse de un edificio de Nueva York. La mitad de Brenan también murió en esa acera. La relación de Lazona con el chico se rompió. Lazona vendió todo su patrimonio y desapareció. Bonifacio le hizo el favor de adoptar a Brenan que cambió su nombre por el de Rubén.

-No he entendido eso de que Brenan y su padre estaban tratando cosas de negocios.

-Brenan es atractivo. Tiene una mirada embriagadora. Y dura. Esa era una de las diferencias con Dilan. Éste no era capaz de jugar a seducir de esa forma. Seducir sin parecer que lo hace. Brenan era un maestro. Le gustaba además.

-Lo utilizaba para atraer voluntades. Para allanar una negociación. – apuntó Ventura.

-Sí. Que yo sepa nunca le pidió que consumara esa seducción. Aunque no descarto que lo hiciera por su cuenta. Al fin y al cabo, le habían educado para ello.

-¿Por qué Bonifacio se quedó con el chico? – preguntó Ventura.

-Por amistad con Lazona. Y porque uno de los agresores de Dilan era un íntimo amigo suyo. Un poderoso abogado, si no entendí mal. Un intocable. Todo ese grupo era intocable. Se sentía de alguna forma responsable.

-Nos está siendo difícil encontrar el rastro de todas estas historias.

-En el despacho de Otilio Valbuena seguro que hay pruebas. Ese hombre y sus abogados son lo peor. Muchos de esos depravados son clientes suyos. Y amigos.

-¿Quién es el abogado de Rubén?

-Posiblemente el de Bonifacio. No sé el nombre. Es un pariente lejano de Otilio con el que está enemistado. Perdón rectifico: me acabo de acordar. Me he equivocado. El abogado de Bonifacio era Noé Freire. Es cuñado de Laín Carnicer. Y trabajó un tiempo en el bufete de Otilio Valbuena. Pero acabaron mal. Se lo montó por su cuenta.

-¿Hermano de Paula Freire?

-Sí, pero tranquila Olga, has puesto cara de susto. No se habla con su hermana y su cuñado. No es de la misma calaña.

-No te cae bien Paula.

-Es marrullera, manipuladora. Está frustrada porque no pudo reinar al lado de un marido famoso. Y no pudo explotar a Martín. Jorge, sin ser consciente, se lo impidió. Se inventaron mil historias para justificar que tanto el niño como Laín, dejaran el cine. No hagáis caso: Jorge fue el que lo consiguió. De esa forma protegió a Martín. Martín si no, hubiera acabado muy mal.

-Sabes muchas cosas – le dijo Ventura. – Estás a miles de kilómetros de todo.

-Nada que me sirva para vivir mejor y no tener pesadillas por las noches. Aunque he ganado en paz de espíritu desde que me trasladé aquí, no domino mi cabeza completamente. Hay amigos que me llaman y me cuentan. Nos apoyamos. Los que estuvimos en esa mierda, creamos unos lazos indestructibles. Y algunos siguen pendientes, ayudando si pueden. Vigilando. Jorge concita mucha atención. Por eso le tienen todos tanto miedo. Por lo que sabe, por lo que olvidó, por lo que puede hacer. De todas formas, muchas de esas cosas, cuando ocurrieron, estaba en España.

-¿Te aprovechaste en el colegio de las redacciones que vendía Jorge?

Arlen se echó a reír.

-No. Llegué tarde. Jorge ya era el que es ahora. Ya lo era cuando me sacó de esa fiesta. Escritor publicado y súper ventas. Aunque en algunas de mis redacciones imitaba su estilo. Me gustaba tanto me gusta, vaya. “La Casa Monforte” la he leído cuatro veces. Y cada vez, veo cosas que me habían pasado desapercibidas las veces anteriores.

-¿Sabes algo de como Bonifacio supo de Jorge?

-Carlota y Nadia. Les pilló una redacción que supo de inmediato que no la habían escrito ellas. Un trabajo, más bien. A partir de ahí mandó a gente a comprarle trabajos al escritor. Era su hermano … no recuerdo el nombre … ¡¡Mierda!! Bueno el caso es que su hermano era el que hacía de vendedor. Nadie se reunía con Jorge.

-¿Eso lo viviste?

-No. Eso fue anterior a mi llegada a la familia. Muchos años antes. Carlota y yo nos llevamos muchos años. Me lo contó Bonifacio. Se jactaba de haber descubierto a Jorge antes incluso que lo hubiera hecho él mismo. Desde que lo descubrió, solo intentó que no dejara de escribir. Y luego asegurarse de que ganaba dinero con ello. Los relatos que le compró están publicados con otro nombre. En realidad fue el primer libro de Jorge que salió a la luz. Y Bonifacio decía que no hizo falta ni retocar ninguno de los relatos. Alguna falta de mecanografía. Nada más.

-¿Sabes cual es el libro?

Arlen se levantó de la silla y fue a la habitación de al lado. Buscó en la estantería que tenía llena de libros y cogió uno. Lo llevó a la cocina. Se lo tendió a Olga.

-“No podrás olvidar”, por JR. – leyó Olga – Al menos no se inventó un nombre ficticio. Y el concepto de “olvidar” está muy presente en la obra de Jorge.

-Eso no quiere decir que no le robara lo que pudo. Hay dos premios literarios de aquellos años que son en realidad de Jorge.

-El de Nadia …

-Entonces son tres. Ese no lo había contado.

-¿Y Dimas? ¿Sabes algo?

-Mujeriego, vago, inculto, ladrón de baja estofa … resumen aproximado.

-El engaño con las ventas de Jorge que hacían en la editorial ¿Era cosa de Dimas o de Bonifacio?

-De todos. Así actúa la editorial. Lo que pasa es que Dimas perfeccionó el sistema y además robó a Jorge en actos y otras cosas que no le pagaban. Nando, que se ocupaba un poco de sus cosas, cobraba por hacer la vista gorda. Y luego en ciertos países, no dejó que Jorge publicara oficialmente. Lo hizo a nombre de otros autores, para quedarse con todo el dinero. Rusia, China, Corea, son algunos de esos países. Hay más, pero no los recuerdo.

-A ver como le cuento esto a Jorge.

Arlen se echó a reír.

-Jorge sabe. Calla pero sabe. Cuando quiera revertir algo, hará como si lo descubre. Jorge también ha publicado novelas con otro nombre. Y en otra editorial, claro. Una pequeña.

-¡No jodas!

-Pero eso no os lo voy a contar. De momento. Intentad descubrirlo por vuestros medios.

-No nos dejes así.

-Eso no os ayuda en el caso.

-No entiendo como sabes tanto de todo esto.

-Es lo que tiene ser un adolescente callado y poco lustroso. Fue mi papel adquirido por indicación de Tirso y de Jorge. Reconozco que es uno de las cosas que me susurró al oído. Nadie reparaba en mí. Y Bonifacio, como en el fondo me consideraba medio tonto, me contaba muchas cosas pensando que no las entendería. Era humano y aunque daba la imagen de un tipo duro, en realidad a veces necesitaba que alguien le escuchara y pusiera cara de admiración ante sus éxitos. Yo era ese espectador que aplaudía.

-¿Y lo de los otros libros de Jorge? No creo que nadie te contara.

-El destino. Llegar a un mostrador de la librería de “El Corte Inglés” y ver una novela. Abrirla, leer un par de páginas y decir: es de Jorge. Comprarla de inmediato y bastantes horas después, después de acabarla casi de un tirón, decir: es Jorge, definitivamente. Me fui corriendo y compré todas las novelas de ese autor. Jorge. Lo tengo claro.

-Estaba pensando que podíamos ir a comer algo – propuso Ventura.

-Os invito. Vamos a un sitio que está cerca. Un típico bar americano.

-¿De esos en un vagón de tren o una caravana?

-No. Pero si volvéis otro día, os llevo a uno de esos. Pilla un poco lejos el que conozco.

-Vamos sí. La verdad es que tengo hambre – reconoció Olga.

-Antes de irnos ¿No tendrás esos otros libros de Jorge?

-Te he dicho que …

-Por favor. Andamos liados. Y tengo una apuesta con Jorge … que voy perdiendo … pero esto puede hacerme ganar.

-¿Trampas comisaria?

-Si no, le tengo que conseguir un abono para la Ópera. A ver como lo hago. Si me cuentas lo de los libros, le puedo hacer chantaje.

-El padre de Ventura te lo soluciona en un plis plas. Es mecenas del Teatro Real.

-No me metáis en … joder … Olga no me mires así … no pienses que le voy a pedir eso a mi padre. Ya te he dicho que no hablamos. ¡¡Olga!!

-Así le das el placer a tu padre de tener otra cosa que echarte en cara.

-Pues por un momento, me estaba pensando lo de volver. Con este detalle, no cuentes con ello.

-Menos lobos … – Olga le dio una suave torta en la cara a modo de broma.

-Ya, ya. Me reiré el último.

-Vamos anda – Arlen invitó a los policías a salir de casa – No nos van a dar de comer si no … es tardísimo.

Jorge de repente, pegó un salto en la butaca en la que leía la última novela de Eduardo Mendicutti. El susto que le dio el pensamiento que sin buscarlo, se había abierto en su cabeza, había hecho que tirara al suelo el libro que leía, “Para que vuelvas hoy”.

Se levantó y fue a la cocina. Sacó la botella de limonada y se sirvió un vaso.

Solo le he dicho de la carpeta que podía leer Nadia”.

Esa frase le carcomía las entrañas. No había prestado atención. No se dio cuenta al escucharla.

Él solo podía ver esa carpeta. ¿Cómo sabía que había más?

-Qué listo eres Jorge. Te las das de eso, y eres como todos. Te dejas comer la oreja y te derrites por un beso en la mejilla. Valiente gilipollas.

Miró el reloj que colgaba de la pared de la cocina. Tenía que irse. Decidió dejar la llamada a Aitor para más tarde.

Cada vez, su ahijado, le desconcertaba más. No entendía su juego.

A lo mejor no era mala idea acercarse a la cárcel a verlo. Cara a cara. Mirarlo sin prejuicios. Libre del cariño que le condicionaba hasta hacía unos meses. Y descubrir de una vez hasta que punto le había traicionado.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 79.

Capítulo 79.-

.

-¡Jorge! Ven un segundo al baño. – le llamó Carmelo.

Jorge se levantó trabajosamente de la butaca. Estaba muy cansado. El esfuerzo de la charla con los jóvenes lectores había acabado con las pocas fuerzas que le quedaban después de su excursión a la Dinamo y su visita mañanera a la casa de Carletto.

-Ayúdame, anda. – le pidió Carmelo.

Jorge suspiró a la vez que sonreía.

-La madre que le parió.

Martín estaba sentado en el suelo de la ducha. Se había quedado dormido. Y parecía que su sueño era profundo, porque Carmelo no había conseguido despertarlo.

-Ten cuidado, no te vayas a resbalar. – le previno Jorge.

-Menos mal que cambiamos el suelo por uno antideslizante.

No era la primera vez que lo veían ambos. Carmelo entró en la ducha y lo agarró por los sobacos, alzándolo. Jorge había acercado una silla hasta ponerla pegada a la ducha. Había retirado la mampara. Jorge recogió a Martín en un abrazo hasta lograr sacarlo y sentarlo en la silla. Carmelo hizo de respaldo mientras Jorge le secaba cuidadosamente.

Cuando hubo acabado, Martín pareció volver unos segundos del reino de los sueños. Abrió ligeramente los ojos y sonrió a su tío.

-Te quiero Jorge. Eres la persona que más quiero en el mundo.

Jorge se agachó y le dio un beso en la frente. Le cogió de los brazos y empujó hacia él, ayudado por Carmelo que lo sostenía desde atrás. Jorge lo abrazó mientras Martín rodeaba su cuello con sus brazos y se aupaba y rodeaba la cintura de Jorge con las piernas recostando la cabeza sobre su hombro

Así lo llevó hasta la habitación. Carmelo se había adelantado. Abría la cama para poder acostarlo. Puso una toalla sobre la almohada para que el pelo todavía húmedo no la empapara.

-Ves Carmelo, Jorge si me puede llevar en brazos. – afirmó entre sueños Martín. Carmelo sonrió negando con la cabeza.

-No parecía tan cansado en el restaurante. – opinó Carmelo que observaba como Jorge lo arropaba y le daba un beso en la frente.

-Duerme mi niño. Estamos en la habitación de al lado – le susurró al oído.

Jorge se refugió en los brazos de Carmelo.

-Tengo que pensar en Martín. Hoy ha vuelto a conectar con ese chico, Esteban. Como el otro día con Saúl.

-Habrá aprendido de ti, a ver en la gente.

-A lo mejor por eso está tan cansado. – no lo dijo a nadie en concreto. Parecía un pensamiento dicho en voz alta. Aunque también se le pasó por la cabeza, que si le había visto desde la terraza irse o volver, tampoco habría dormido mucho después de volver de la discoteca. Y todo ello sin olvidar que Martín no estaba acostumbrado a esa actividad, porque no le gustaban las discotecas. Un hecho que era contradictorio porque Martín estaba siempre escuchando música y sus playlist de Spotify eran seguidas por cientos de personas, incluidos Carmelo y Jorge. Para cada uno había creado una playlist específica. Y los dos las escuchaban con frecuencia.

Jorge hizo una mueca mientras le indicaba a Carmelo que salieran de la habitación. No cerró la puerta del todo. Solo la entornó. Desde siempre, a Martín no le gustaba dormir en un cuarto cerrado. Cuando era pequeño, algunas noches que dormía en casa de Jorge se despertaba e iba a refugiarse en la cama de éste. Se acurrucaba en una esquina y se quedaba dormido al instante. Siempre procuraba no molestar a Jorge. Éste a veces, solo se percataba de ese hecho por la mañana, al despertarse y verlo en una esquina de la cama. Entonces, solía abrazarlo y pasaba así el rato que le quedaba a Martín hasta que abría los ojos.

Nunca decían nada. Ni Martín ni Jorge. Nunca lo comentaron con sus padres. Carmelo lo sabía porque lo había visto alguna vez. Y Quirce su hermano, también, porque a veces en su casa, lo hacía con él.

-Mañana tiene que madrugar. Le viene a buscar el coche de producción a las ocho. – apuntó Carmelo cuando salieron del cuarto.

-¿Cuándo vais a acabar con ese rodaje? ¿Ya sabéis lo que estáis haciendo?

-Ni idea. Pero rodando a lo largo de un año, parando por el covid, volviendo otra vez pero sin parte del elenco, y parando de nuevo… no lo sé. Luego tengo que ir para rodar otra escena. Y creo que tengo que volver a Londres en unos días. Mucho de lo que hacemos es repetir escenas ya rodadas o algunas para adecuar la trama a … muchos actores han cambiado. Es un lío. Me temo que tanto esta peli como la de Londres van a ser dos fiascos.

-Otra vez de rubio rubio. – se quejó Jorge con su mejor gesto de fastidio divertido.

Carmelo se rió y besó a Jorge.

-Ayúdame y le preparamos una maleta con la ropa que nos ha cogido del armario.

-A lo mejor no hace falta. Si se va a venir… se la guardamos en su armario ¿No?

-A lo mejor la quiere utilizar ya. Tiene la ropa muy castigada. Si tiene que ir a algún sitio estos días… no puede ir con gran parte de lo que tiene. Creo que va a una sesión de fotos para ICON en unos días. Puede que tenga más cosas de ese estilo.

Carmelo se subió a una pequeña escalera que tenían en una especie de trastero y bajó una bolsa de viaje.

-Coge una más grande. Han llegado la camisetas de “la Casa Monforte”. Y tres jerseys.

-¿Para nosotros no han mandado?

-Sí. Están las cajas en el armario de la entrada. No me apetecía guardarlas. Martín no es el único que anda hoy al límite de las fuerzas. Las he dejado ahí de momento.

Carmelo se bajó de la escalera con la bolsa que le había indicado Jorge. La puso sobre una mesa que tenían cerca de los armarios. Allí ya estaba parte de la ropa que había escogido Martín, a parte de la que había llevado a la charla. Carmelo añadió media docena de sus calzoncillos sin estrenar. Y las camisetas de las que le había hablado antes.

-Ponle esa camisa que te está justa. – le recomendó Jorge. – Le he visto antes que la miraba con ganas. Como te ha pedido las Converse, no se ha atrevido a pedirte más.

-Espera, que tengo otras dos… mira, aquí están.

-Y esas dos cazadoras que encogieron cuando las llevaste al tinte. A él le estarán bien.

-Tienes razón. Apenas las usé además. Y espera, le voy a meter estas Nike y dos pares más de Converse.

-Tienes ahí esas Adidas también.

-Bien visto. No me acordaba de ellas.

-Joder, esas camisas son de tu época de estar súper delgado.

-El otro día las vi. Me las debí dejar alguna noche que dormí aquí. Cuando me fui a vivir a Concejo. ¿Me has contestado a lo de que…?

-Sí. Nos han mandado tres juegos de cada. Han mandado también a Álvaro y al resto. Bernabé e Iván han pensado abrir una tienda virtual para venderlas cuando salgan los programas de Pasapalabra. Y dedicar los beneficios a alguna obra benéfica. La idea me ha parecido estupenda. Le he dicho que llamen a Óliver, para que prepare los papeles y hable con la editorial. Deben ceder sus derechos. Mi parte la donaré a vuestra ONG. Que te recuerdo deberíamos activarla.

-¿Y si no lo hacen? Si la editorial…

-Publicaré los cuentos con Ovidio. No tengo nada firmado. Y no volverán a reeditar ninguna de mis novelas. Tengo varios proyectos en ese sentido… no se lo he comentado todavía. Puedo ir a cualquier otra editorial. No hay nada que me comprometa con ellos. A partir de ahora, o se hace lo que yo diga, o me mudo. Y de todas formas, habría que ser subnormal para rechazar una publicidad gratis.

-Por cierto, he visto esta mañana las listas de ventas, sigues en el número uno. Y eso que ha sacado novela Juan Gómez Jurado.

-Me da que la gente, después de siete años, estaba ansiosa. A parte, por las cifras que me envían, el segundo de la lista vende una tercera parte que nosotros.

-Deberías estar orgulloso y parece que…

-Estoy cansado. No me hagas mucho caso. Claro que me alegra. Era uno de mis miedos silentes, de los que no digo en voz alta. Pensaba que a lo mejor, después de tanto tiempo y la verdad, tampoco le he puesto mucho empeño a la promoción… las ventas se iban a resentir.

-Las entrevistas con Carletto te ayudarán…

-Sí, sí. Se ha debido notar un aumento significativo en las ventas, tanto en papel como en e-book. Fue además un feed-back inmediato. Es claro que Carletto llega a un público al que no llegaría por otros medios tradicionales. Y parece que se está notando también en la venta de “Tirso” y en “deLuis”.

-Tienes que preguntar a la editorial por esas novelas tuyas que te dijeron que estaban descatalogadas.

-Son las dos primeras. Y “La angustia del olvido”. Según me han dicho, están ya imprimiendo. De las dos primeras iban a hacer unas reediciones especiales. Al final con todo este lío… no han hecho nada. Eso me ha dicho Óliver que ya va tomando las riendas. Me da que Esther no está feliz con tenerle pendiente de mis cosas. Pero para hacerlas, tengo que dar mi permiso. Y no me lo han pedido.

-Ellos se lo han buscado. A lo mejor si no insiste Óliver, ni se hubieran preocupado de hacer una nueva reimpresión. No acabo de entender tanta desidia.

-A Óliver le ha dado la impresión de que no querían hacerla para renegociar nuestro acuerdo. Como ya no van a sacar tajada de la gestión de mi agenda ni de los trabajos que no cobraba yo, creo que pretenden ir rebajando mi porcentaje. Cada edición de cada novela, hay que firmar un contrato. Porque nunca quise firmar un contrato general que me vinculara a ellos. Vamos novela a novela. Reedición a reedición.

-O sea que mañana mismo puedes irte con los cuentos, por ejemplo, a otra editorial.

-Sí. Porque no firmamos nada. Se lo dije a Dimas el día que detuvieron a Jorgito. Así que… ya no volvimos a hablar del tema. Y me puedo ir con una nueva edición de “La angustia del olvido”.

-Con suerte en la editorial no sabrán nada del tema.

-Bueno. No había caído en ese detalle. Habrá que plantearlo. Me apetece publicar los cuentos. No sé si comentárselo a Ovidio.

-¿Le has preguntado por aquellos rumores de que ibas a irte con él?

-No. No me he atrevido. Cada vez que me encuentro con él, parece que tiene cosas importantes de las que informarme. Y luego… me ha llegado algún rumor de que se reúne con personas que en apariencia no me quieren demasiado. No sé si puedo confiar en él.

Entonces es como el decano, que navega por aguas turbulentas.

Jorge resopló resignado. Estaba un poco despistado con todos esos temas. No sabía que pensar. Por más que le daba vueltas a la cabeza, no acababa de llegar a una conclusión que le satisficiera.

-Si me voy con los cuentos donde Ovidio, a Esther le da un síncope.

-Repito: ellos se lo han buscado. Esther no puede ser ajena a todo. Estaba pendiente de tu cuenta, según me contaste. Y el desastre con la gestión de tu agenda…

-No digo nada. Si tienes razón. Óliver y Sergio, por cierto, han llegado al acuerdo de que Sergio se ocupa de mi agenda y de mis apariciones públicas. Va a ejercer a todos los efectos como un representante. Óliver se encargará de velar por mis intereses en la editorial. Sergio se va a ocupar también de mi redes sociales y de hacer un seguimiento de lo que se dice de mí por ahí.

-Vaya con Sergio.

-Tendré que preguntarle lo que me va a cobrar. A lo mejor te lo cobra a ti. – Jorge guiñó un ojo a Carmelo. Éste se echó a reír.

-Me da que algo tenéis del pasado… él siempre te ha tenido como… cariño. No creo que me lo cobre a mí de tapadillo. Te advierto que su comisión conmigo es… relativamente baja. Otros me cobrarían al menos el doble.

Jorge se quedó pensativo. Empezaba a pensar que urgía una conversación con Sergio, y no solo con relación a su ex-socio Toni.

-Llevo pensando unos días… – Carmelo se había parado después de coger dos pantalones de su armario para dárselas a Martín – ¿Y si abrimos una asociación para ayudar a los jóvenes necesitados de ayuda psicológica? Para los Esteban, Saules, Patricks… ¿Adela se llamaba esa chica de la reunión?

Jorge se quedó pensativo. En ese momento no era capaz de recordar su nombre. Su cabeza no funcionaba ya adecuadamente.

-Me parece bien. Pero yo añadiría a esos chicos y chicas que no tienen dónde refugiarse. Esos que el sistema abandona cuando cumplen la mayoría de edad y que se encuentran en la calle. Todo bajo el paraguas de vuestra Fundación. Por cierto, convenía que la sacaras de su hibernación. Creo que ya te lo he dicho antes, perdona. Posiblemente la necesitemos para pagar las clases de Sergio Plaza. Sus padres se niegan en redondo. Su padre en realidad. Nati no quiere… enfrentarse a él.

-Ayuda integral. Y apoyo para las carreras destrozadas de algunos de esos chicos. Me parece bien. Hablaré con Cape y con Sergio Romeva. Sergio te recuerdo que participa en la Fundación.

-Podríamos poner a Óliver al frente. Como cabeza visible. A él y a Sergio Romeva. Para que no figures tú, ni Cape ni yo.

Carmelo asintió con la cabeza. Mientras hablaban habían llegado a su rincón. Jorge se había sentado en su butaca y como casi siempre últimamente. Más que sentarse se había caído a plomo en ella. Carmelo se había sentado en su regazo.

-Hemos dejado a medias al final la bolsa de Martín – se quejó Jorge.

-Está todo listo. Solo es meterlo en la bolsa. No te preocupes. Me levantaré para ayudarlo y despedirlo. Tú puedes seguir durmiendo. Luego tienes que ir a la comida con el embajador y su madre. No te tienes en pie, escritor. Creo que debes bajar el ritmo.

-La comida del embajador… me apetecía pero en estos momentos… me da una pereza… del embajador y unos amigos. La lista de comensales se va ampliando. Cada vez se parece más a un evento social de alto copete. Yo pensaba en una comida íntima para charlar con su madre… no sé que pretende.

-Pues me apunto. Así no estás solo.

-¿No tenías rodaje?

-No te preocupes. Ya me organizo. Me ha dicho Sergio que es solo una escena. Que no cree que me lleve mucho más de un par de horas.

-Pues le escribo al embajador. Que ponga un cubierto más. Así luego me apoyo en ti si me voy tambaleando si me fallan las fuerzas.

-Mira que eres dramático. Estás llegando a unos niveles… – bromeó Carmelo.

Jorge no lo dudó y escribió el mensaje en ese momento.

-Ya me contestará por la mañana.

-Por cierto, Ely me ha caído genial. Y tenías razón.

-¿A qué si? Me gustaría saber como ha salido de la red.

-El decano ha tenido algo que ver. Fijo. Si has tenido la impresión de que quiere contarte algo y luego se echa para atrás… y a parte, explicaría ese comportamiento tan raro que me comentó Javier el otro día que tiene cuando van a preguntar al campus. A Aritz y a él les tiene amargados. Y ese Esteban de la charla. Mira, decías que no se iban a acercar esos chicos a la charla y a falta de uno, dos. Los chicos de Jorge.

A Jorge casi se le escapa que Nacho le había avisado de que iban a ir algunos de esos chicos. Pero se dio cuenta a tiempo que no le había contado nada de ese tema a Carmelo. De todas formas, Nacho le había dejado entrever que iban a ir varios. Posiblemente había habido más que habían pasado desapercibidos.

-Que sepamos. – dijo Jorge – El benjamín… no sé yo.

-Pero todavía es peque. Ha dicho que tenía dieciséis ¿No?

-Saúl también lo es. Mira, al menos Carletto se ocupa de Saúl. Me ha mandado un mensaje Roger para decirme que hablan cada día. Y que Saúl está mejor. Mañana a ver si le llamo yo.

-Eso está bien.

-Si no tuviéramos lo del embajador, a lo mejor me acercaba. ¿Te quedaste con el teléfono de ese Esteban?

-Sí. Me ha escrito su padre. Le gustaría hablar con nosotros.

-Vaya. Otra vez se nos acumula el trabajo. Y tenemos lo de París cerca. Estoy mosca. No recibo ningún mensaje de los lectores franceses.

-A lo mejor la editorial no te los remite.

-No sé que pensar. Antes era inmediata la respuesta. Ahora, ni un correo.

-De todas formas ya queda poco. Saldremos de dudas. Lo veremos con nuestros propios ojos.

-Estaba pensando que a lo mejor te puedes acercar tú a hablar con el padre de Esteban.

-Puede que prefiera que vayas tú. Tus libros…

-Tú eres Dios, recuerda. Se lo he escuchado a muchos. Si no recuerdo mal, alguien lo dijo en la charla.

-Lo intento. Cuando salgamos de la comida del embajador, le mando un mensaje. Esa comida puede alargarse.

-Al menos la vamos a hacer en horario español.

-Si hubiera sido a las doce, no hubiera podido ir.

Jorge recibió en ese momento un mensaje de Sergio Romeva.

-Vaya. Me he equivocado de día en lo de la comida con el embajador. Es pasado.

-Mira, mejor. Así mañana descansas.

-A lo mejor me paso a ver a un “amigo” que está alojado en una residencia de reposo – Jorge sonrió triste.

-No quieres perder la apuesta con Olga. – Carmelo enseguida se había percatado que se refería a Nuño, el violinista amigo de Javier.

Jorge se sonrió.

-En realidad… no pensaba en eso. Antes de ir a ver a esos dos músicos que salen en el vídeo del hijo de Nati, quisiera que Nuño me ilustrara de algunas cosas. A parte, cuando estuve con él… me dio pena no quedarme más tiempo. Me subyugó. Es un tipo verdaderamente interesante.

-A ver si te ha conquistado… ¿Es guapo?

-Igual a Javier.

-¿Otro como yo y Martín?

-¿El burro delante? “Yo y Martín”.

-Tú estás cansado, pero yo no puedo presumir de estar mucho mejor.

-La disculpa que te has buscado es muy burda.

-Mañana prometo mejorarla.

-¿Nos vamos a dormir? Te juro que yo si que voy a empezar a balbucear en cualquier momento.

-¿Quieres que duerma en la otra habitación por si acaso Martín se pasa a tu cama?

-¿Dices? Hace tiempo que no lo hace.

-Hace tiempo que no se quedaba dormido así por las esquinas.

-No sé que decirte.

A Jorge le costaba renunciar a dormir con Carmelo. Cuando le había acompañado a Francia durante el rodaje de esa serie, se había dado cuenta de que dormir con él le daba paz. Carmelo le leyó la mente y le besó apasionadamente.

-Te dejo este beso para que no me eches de menos esta noche, escritor.

-¿Te he dicho que cada día estás mas atractivo?

Jorge acarició suavemente el pecho de Carmelo con sus dedos.

-Lo hago para que disfrutes de la vista, del tacto y del sabor.

-Cabrón, que te he dicho que no toca.

-Pues ya puede ser eso del Nirvana algo como súper especial. – bromeó Carmelo.

-Bobo, hazle la bolsa a Martín. Y vete a dormir. Que estás matao también tú.

.

Jorge abrió los ojos por la mañana. Y lo primero que percibió es que la habitación no estaba a oscuras del todo. También pudo observar que la puerta de la habitación estaba entreabierta. Se sonrió porque supo que al darse la vuelta, iba a encontrarse a Martín, acurrucado en una esquina, en posición fetal.

Alargó el brazo y lo atrajo hacia sí. Lo pegó a su cuerpo y lo abrazó. Le besó en el cuello. Martín suspiró en sueños y buscó su mano para agarrársela.

Jorge veló ese rato el sueño de su sobrino. Sabía que le quedaban no más de media hora.

Ya tocaba. Martín empezó a mover las piernas. Y de repente, abrió los ojos. Se encontró con la sonrisa de Jorge y con su mirada. Martín sonrió feliz. Besó a Jorge en los labios más intensamente que nunca.

-Te quiero tío. Te lo juro. Eres la persona que más quiero en el mundo.

-Que sepas que yo también te quiero. Anda. Levanta. Huelo a café. Carmelo debe estar preparando tu desayuno.

-¿Te levantas conmigo?

-Claro.

Martín salió de la cama antes. Tendió los brazos a Jorge para ayudarle a levantarse. Le dio otro beso y salió corriendo a buscar algo de ropa que ponerse.

-Te cojo unos calzoncillos – le gritó a Carmelo.

-Los que quieras. Ya sabes dónde están.

Jorge fue sonriendo hacia la cocina. Carmelo le recibió con un beso apasionado.

-Te he echado de menos, escritor.

Martín venía ya vistiendo unos calzoncillos de Carmelo y una camiseta que le había mangado a su tío. Abrazó a Carmelo y le dio un beso.

-Gracias.

-Anda, desayuna. Te he preparado una bolsa con toda la ropa. Te hemos añadido algunas cosas más.

-Vale, gracias. ¿Han llegado las cosas de “la casa Monforte”?

-Sí. Lo tienes en la bolsa. – le contestó Carmelo – Aproveché y coloqué las cosas en nuestros armarios – esto último se lo dijo a Jorge que le sonrió para agradecerle.

-Guay. Voy a sacar una para llevarla hoy puesta. Quiero que me vean con ella. Luego tengo una sesión de fotos para ICON. Me han pedido que lleve el look que quiera.

-Pensaba que esa sesión era dentro de unos días.

-No. Lo que es la semana que viene es una publicidad que tengo.

-Así que vas a ir de…

-Jorge Rios y de Carmelo del Rio. Mi tío y mi hermano.

-Los dos se echaron a reír por la ocurrencia.

-Y lo voy a decir.

-No lo digas. Que sea un secreto entre nosotros. Un guiño.

-Si me pregunta quién me aconseja en ropa, lo voy a decir.

-Haz lo que quieras. Es imposible…

-Por eso me quieres tanto ¿No?

-Acaba de desayunar y vete a duchar. Que tienes al coche esperando.

-Voy en un plis plas.

Y no mintió. En quince minutos estaba duchado y perfectamente vestido. Llevaba las zapas que le había aconsejado Carmelo el día anterior y la camiseta rosa fuerte de “La Casa Monforte”. Llevaba por encima una americana de Jorge de color negro y un collar de oro que también le había mangado a Jorge.

-Te sienta bien ese collar – le dijo Carmelo. – Pues te va a salir un gran reportaje en ICON. Me gusta tu look.

-¡¡Gracias!! ¿Te gusto Jorge?

-Reconozco que vas hecho un pincel.

-Esa expresión es de tu abuela por lo menos – se rió Carmelo.

Jorge le hizo un gesto con las manos para indicar que por ahí andaría. Pero le gustaba ese dicho.

-El collar además, va muy bien con la camiseta y la americana. Y con tus ojos.

Los pantalones eran unos vaqueros también de su tío, al que había dado la vuelta a los bajos, para no pisarlos. Jorge era un poco más alto que él.

Agarró la bolsa que le había preparado Carmelo con la ropa y besó a ambos antes de salir corriendo.

-Tendremos que ir a comprar ropa. Ahora sí que sí. – se rió Carmelo.

-Confiemos en Bernabé.

Carmelo se fue a duchar. Llegaba ya el momento de irse también al rodaje. Jorge se quedó en la cocina, disfrutando del café. Puso la tele para echar un vistazo a las noticias. Para su sorpresa, se encontró con su foto en pantalla. Subió el volumen.

-Queremos saber por qué día tras día, hay un bulo sobre la muerte de Jorge Rios y de su pareja Carmelo del Rio. ¿De dónde salen esas mentiras reiteradas? Hemos llamado a la agencia que representa a Carmelo, y nos han dicho que ambos declinan de momento hacer declaraciones al respecto.

-Parece que la agencia de Carmelo del Rio ha tomado también la representación de Jorge Rios. – apuntó un colaborador.

-Es oficializar lo que ya llevaba tiempo ocurriendo. Sergio Romeva lleva una temporada larga haciendo muchas gestiones por cuenta de Jorge Rios. Ten en cuenta que Sergio es amigo de hace muchos años tanto de Jorge como de Carmelo. Su relación rebasa la relación profesional.

-Sergio Romeva es además uno de los mejores representantes de actores de España – comentó la presentadora.

Carmelo venía secándose. Había oído las palabras de la presentadora.

-No me jodas.

-Tiene razón, una al día.

-No ha dicho nada Sergio. No ha sonado mi móvil ¿No?

-No. Está aquí. Tengo los dos a mi lado. Ninguno ha sonado.

-Estará su gente trabajando para desmentirlo.

-Esto empieza a oler a mierda. Y no sé hasta que punto es conveniente entrar al juego todos los días a desmentir la noticia. A lo mejor la gente de Sergio ha pensado que es mejor tener ya un perfil bajo al respecto. Y nosotros, cuanta menos importancia le demos, yo creo que mejor. Aunque solo sea por nuestra salud mental.

Carmelo se fue a vestir mientras Jorge seguía atento a la televisión. En realidad no decían nada nuevo que no supieran. Era lo mismo que Álvaro les contó hacía unos días y que luego pudieron comprobar por ellos mismos. Y lo que a Carmelo le había llegado en el rodaje un día antes. Ese día tocaba otro capítulo del folletín.

-Nada, lo de siempre – respondió Jorge ante la muda pregunta de Carmelo. – Lo que pasa es que en mayor o menor medida, eso pasa cada día, aunque no nos enteremos. Me imagino que por eso nadie nos avisa, salvo que coincida que nos llamemos o nos veamos.

-Me voy. Luego te veo en el Intercontinental.

-Que no es hoy la comida.

-Joder es verdad. ¿Qué vas a hacer al final?

-Creo que al final iré a ver a Nuño, como te dije anoche.

-A lo mejor me paso entonces por la productora para ver como van los preparativos de “Tirso”.

Jorge en cuanto Carmelo salió de casa, apagó la televisión. Tuvo la certeza de que se iban a pasar la mañana en ese programa hablando del tema, sin sacar nada nuevo. Sin descubrir nada.

Álvaro le había mandado un mensaje para avisarle de que estaban hablando del tema en la tele. Estaba rodando un anuncio publicitario. Esta vez era una campaña seria y bien pagada. Había surgido justo al día siguiente de grabar los programas de Pasapalabra. El actor que estaba previsto parece ser que se había contagiado de covid y no podía hacerlo. Y la campaña urgía.

Recibió un mensaje de Saúl, el chico de Roger. Se decidió y marcó el teléfono.

-Saúl, cariño. ¿Cómo estás?

-Guay. Joder, mola que me hayas llamado. Quería charlar contigo.

-Pues tengo tiempo. Así que soy todo tuyo.

Pasaron un rato agradable. Saúl la verdad es que estaba resultando un chico majo y sensible. Jorge se alegró de saber que parecía que llevaba unos días más tranquilo, pudiendo dormir mejor. Ya no se agobiaba a cada momento e incluso estaba pensando en volver a ir al instituto. Todo parecía mejorar. Hasta su voz ya no era tan ronca, tan salida de ultratumba. Tenía algo más de vida. Aunque seguía siendo una voz muy grave.

-Voy con retraso, pero me da igual. Ya les alcanzaré. Tonto no soy, lo sé.

-Tío, pero hoy todo son buenas noticias.

-Va, no todas.

-Cuéntame. ¿Qué te preocupa?

-Noto a Roberto un poco… triste.

-¿A sí? Hace un par de días que no hablo con él. – mintió Jorge. Quería que le dijera sus impresiones sin condicionarlo.

Y le estuvo contando.

-Que a lo mejor son neuras mías.

-Dime que te dicen esas neuras tuyas.

-¿Qué está acojonado? O preocupado, no sé. Por él o por algún amigo. Llegué a pensar en que era por ti. Como todos los días salen esos bulos… pero mi viejo está tranquilo al respecto. Así que sé que no te pasa nada. Él está pendiente.

-¿Te ha dicho Roberto si le han amenazado o algo?

-Na. De eso no dice nada. Solo se preocupa porque yo esté guay. Pero no se da cuenta que no me he caído de un guindo. Que yo soy más joven, pero que no soy un niño. Sobre todo después de lo que he vivido.

-¿Y que dice tu padre? ¿Lo has hablado con él?

-Que ha mandado a un colega a echarle un vistazo. Me ha dicho que no me preocupe.

-Entonces está a salvo. No hay que preocuparse. Confía en tu padre. Yo lo hago.

-Si papá le ha mandado a un colega…

-No le des vueltas. Los colegas de tu padre son buenos. No le pasará, nada. Y lo habrá enviado para que tú estés más tranquilo. Luego le llamo a ver si puedo quedar esta tarde con él. Ahora tengo un compromiso.

-Joder, ten cuidado. Ya sé que vas con la poli, pero por si acaso.

-Tranquilo. Hablamos ¿Te parece?

-¡Guay! Un beso.

Jorge se quedó pensando un rato. Sabía que Roberto estaba bien. Posiblemente estaría durmiendo en su nueva casa. Helga y Raúl con la ayuda de Nacho, se habían ocupado. De todas formas intentó llamar a Roberto, pero tenía el teléfono apagado. Quería avisarle y decirle que llamara a Saúl. A parte quería saber por su boca como estaba. Nacho le había mantenido al tanto de sus acciones, al igual que Helga. Le mandó un mensaje para que llamara a Saúl y que le contestara para quedarse tranquilo.

Jorge se sentó en su butaca y pensó en leer un rato para distraerse. Pero… echaba de menos a Carmelo sentado en su regazo. O a Martín sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en sus piernas. Cerró los ojos unos segundos, y se quedó dormido.

Roberto no supo de donde vino el primer puñetazo. Ni el segundo. Tampoco se enteró de que número hizo el ultimo golpe que recibió antes de que una señora que pasaba por allí, gritara pidiendo ayuda. Eso lo recuerda pero dentro de una nebulosa revestida de desasosiego y dudas.

No recuerda apenas el viaje en ambulancia al hospital. Solo recuerda que la médica le iba revisando el cuerpo. De que alguien le había cortado los pantalones con unas tijeras. Debería gastarse un dinero no previsto en ropa.

El tenía un presupuesto que seguía a rajatabla. Ganaba mucho dinero, pero su familia le había metido tanto miedo sobre el futuro, que procuraba ser frugal en sus gastos. Y no aflojaba aunque sus ingresos siguieran aumentando. Se acercaba la campaña de Navidad y tenía ya cinco patrocinadores más. Uno de comida rápida, otro de perfume, una marca de teléfonos móviles, había renovado con El Corte Inglés, y tenía ahora también una empresa que vendía muebles. Le iba a cambiar todo su estudio, a parte de ponerle una mesa para las entrevistas y unas sillas nuevas, de las más modernas y cómodas. En la entrevista a Jorge Rios, se había dado cuenta que no estaba bien preparado para eso. Y necesitaba un par de cámaras más. Eso se lo pediría a los Reyes Magos, ya en el presupuesto de enero.

Un médico joven lo recibió en Urgencias. Pareció reconocerle. Creyó escucharle decir su nombre artístico. Pero era demasiado esfuerzo para las pobres fuerzas de las que disponía y cerró los ojos. Ese médico le dio un par de sopapos para despertarlo, pero le dio igual. Cerró los ojos con la intención de no abrirlos de nuevo.

Jorge Rios.