Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

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Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

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Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

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Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

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Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

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Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

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Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 113.

Capítulo 113.-

.

Nico acabó yendo a dormir a casa del comandante Garrido. No era algo que le hiciera feliz en un principio. No le gustaba molestar. El cambio de pasar de ser un apestado en el cuartel de Somo a estar sentado con los jefes de la comandancia Madrid-Norte de la Guardia Civil y con los de la Unidad Especial de Investigación de la Policía Nacional, era un hecho que le estaba costando procesar. Y más que todo un comandante se preocupara por su bienestar. Y más que ese comandante fuera Rui Garrido.

El comandante no cedió ni atendió las protestas de Nico. Cuando éste intentaba excusarse y propuso irse a un hostal, fue inflexible:

-Mi mujer cuenta contigo para la cena. No querrás defraudarla. – y se lo quedó mirando fijamente.

Cuando llegaron a la casa, el pequeño de la familia salió a recibirlo. Primero se abrazó a su padre que le besó profusamente en la cabeza.

-Mira, quiero que conozcas a Nico. Va a trabajar conmigo.

-Hola Nico – saludó con voz tímida y sin mirarlo directamente, casi escondido entre las piernas de su padre.

-Hola Miguel.

Nico le tendió el puño para saludarse. Miguel entonces sí le miró. No se esperaba ese gesto de Nico. Sonrió tímido y chocó el puño con él.

-Sabes mi nombre – sonreía volviendo a esconder la cara.

-Me ha hablado tu padre de ti. Y desde que lo ha hecho, tenía ganas de conocerte.

-Te enseño tu habitación si quieres. – le dijo con apenas un hilo de voz.

-Te lo agradecería en el alma. Tengo ganas de sentarme un rato. Ha sido un día muy cansado. ¿Y tú? ¿Qué tal tu día? ¿Has jugado con tus amigos? ¿Y el cole?

-No tengo muchos amigos. Mi hermano Kike está conmigo en el cole.

-Vaya. Eres como yo entonces. Yo tampoco tengo muchos amigos. Pero sabes, me gustaría que fueras mi amigo. Lo voy a necesitar ahora que he venido a un sitio nuevo a vivir.

-Soy muy aburrido. No creo que te lo pases bien conmigo de amigo.

-Eso también dicen de mi. Aunque yo creo que no soy tan aburrido. Estoy seguro que lo mismo pasa contigo.

-Ven, sígueme. Te llevo yo esta bolsa. Te acompaño a la habitación.

-¡Ah! Muchas gracias.

Abril, la mujer de Garrido, salió de la cocina.

-Hombre, tú debes ser Nico.

Se acercó sonriendo y le dio dos besos para saludarlo.

-Bienvenido. Me había dicho Rui que eras alto, pero no pensé que tanto. No sé si vas a caber en la cama. Es tan alto como Carmelo. – dijo mirando a su marido.

-Por ahí andarán sí. – respondió su marido.

-No se preocupe, estoy acostumbrado. En casi ninguna quepo. Me sobran los pies siempre.

-Pero no te los cortes ¿eh? – le dijo el niño poniendo cara de pillo.

-No tranquilo. No pienso. ¡Que haría yo sin mis pies! Tendrías que llevarme un vaso de agua a la cama. Tendría que regalar mis botas. Y no podría regalártelas a ti, porque no te valdrían. Y no tengo más amigos.

-No son muy grandes. Aunque los míos son más pequeños. Me falta mucho para alcanzarte.

-¿A ver? Comparemos.

Nico puso su pie derecho al lado del del niño.

-Nada, en unos años me alcanzas.

-No me gustaría tener los pies muy grandes. Mi hermano Líam los tiene más grandes que los tuyos.

-¿A sí?

-¿Qué dices de mi renacuajo?

Líam bajaba las escaleras corriendo.

-Tami, baja, ha llegado papá con Nico. Kike, deja de chatear con tu novia.

-No es mi novia. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? – se oyó desde el piso de arriba. – A ver si cambias de bromita, que ya te vale.

-Si necesitas algo, nos lo pides. Voy a acabar de preparar la cena. Y no dejes que todos estos te avasallen.

-No creo que … son muy amables. Si puedo ayudarla …

-Si quieres llevarte bien con mi madre, mejor que la trates de tú. – le recomendó Líam tendiéndole el puño para saludarlo. – Y tranquilo, mi madre es un torbellino en la cocina. Es mejor no ponerse en medio.

-Líam, tengamos la fiesta en paz. Si tienes quejas, el resto de la semana preparas la cena.

-No problem, mama.

-Ya veremos si “no problem” mañana.

Abril se volvió a la cocina sonriendo. Había conseguido que su hijo Líam se ocupara de la cena el resto de la semana. Y sabía que, al estar Nico, no se echaría atrás. Tenía que quedar bien con la visita.

-Nico tiene los pies más pequeños que tú. Y es más alto.

-Y eso que llevas botas. Sin ellas todavía serán más pequeños. Ya he superado mi complejo de pies grandes enano.

-No son tan grandes – dijo Nico – Te lo aseguro. ¿Un 44?

-Sí.

-Algunos compañeros en Somo tenían un 45 y más.

-Vamos, Líam, que Nico está cansado y quiere sentarse un momento. – dijo el pequeño.

-¿Qué has hecho con mi hermano pequeño? – dijo Tamara, bajando las escaleras. – ¿Lo has abducido? Si habla con un desconocido. Y le va a acompañar a su habitación. – dijo mirando a su hermano mellizo que se encogió de hombros.

Miguel le dio una palmada a su hermana en el brazo a modo de queja. Su hermana respondió revolviéndole el pelo.

Nico enseguida se sintió como en casa. Era una sensación nueva también. Todo lo ocurrido en ese día había ido acompañado de sensaciones desconocidas. Cuando estuvo en la habitación, se desnudó para ducharse. Se demoró un rato en el baño, por el gusto que le daba el agua caliente sobre su cuerpo. Luego, mientras se vestía, entró Miguel y le vio las marcas en la espalda. Sin decir nada se acercó y le empezó a pasar sus dedos por algunas de ellas.

-Espera que mamá tiene una crema muy buena. Te la doy. Tienes la piel muy seca. Yo la suelo tener y me la da mi hermano Kike.

Nico intentó que no fuera, pero el niño estaba decidido. Al poco apareció con un bote de crema hidratante que el niño le extendió con cuidado por la espalda. La verdad es que Miguel se la daba muy bien. Y estaba notando como su piel se relajaba un poco. No es que le doliera, pero a veces le molestaba. Abril subió intrigada por la petición de su hijo. Al ver la espalda de Nico no pudo evitar un gesto de indignación. Fue a decir algo, pero Miguel parecía cuidar bien de su invitado. Y Nico parecía estar a gusto con la atención. Se dio media vuelta y se fue a la cocina a acabar de preparar la cena. Aunque al cruzarse con su marido, se lo comentó. Garrido le explicó por encima.

-Tiene que estar machacado. Alguien le debería mirar esa espalda. Le tiene que molestar esa piel tan dañada y seca.

-Deja que coja confianza. Ya iremos buscando soluciones poco a poco. Y con un poco de suerte, nuestros hijos serán los que se ocupen. Le ha caído bien a Miguel. Él meterá en danza a los otros tres.

La cena fue agradable. Todos hicieron lo posible porque Nico se sintiera cómodo. Y por la sonrisa que tuvo la mayor parte de la velada, parecían haberlo conseguido. Luego, se pusieron a jugar a la consola. Hicieron tres equipos. Garrido con Tamara, Líam con Kike y Nico con Miguel. Al final jugaron tres partidas y cada equipo ganó una. Era la primea vez que Miguel ganaba a sus hermanos. Estaba feliz. Se abrazó a Nico para agradecerle.

.

Raúl había sido el elegido para, a media mañana, ir a recoger a Nico. Todo había cambiado mucho desde la noche del atentado de _Concejo y aunque Aritz se iba a encargar, ahora debía ocuparse de otras gestiones. Fue una decisión de Garrido y Carmen. Garrido de momento, prefería que Nico no fuera con otros compañeros guardias. Había escuchado algunos comentarios a raíz de su aparición de la mano del comandante. Fernando volvía a tener razón.

Iban a empezar yendo a ver la casa de ese chico fallecido hacía ya casi un mes. Los guardias civiles de tráfico que habían acudido al aviso, habían llevado todos los efectos personales de Líam a la Comandancia de Garrido. Carmen, Kevin, Yeray y Raúl se habían acercado.

-Le he dejado durmiendo – explicó Garrido a Carmen – Estaba agotado anoche.

-Menudo giro dio ayer su vida. Era como para estarlo. ¿Te fijaste que en la reunión mientras nos escuchaba, él no paró de hacer indagaciones?

-Iker me ha dicho que no se le da mal la informática. Que entrar en ese blog no era sencillo. Ahora está él echando un vistazo. Está intentando recuperar lo que alguien ha borrado. Parece que ha sido después del accidente. Así que no fue Líam.

-¿Era aficionado a escribir?

-Le gustaba. Eso parece, pero dicho con cautela. Parece que era su hobby. Lo que si tenemos confirmado es que era biólogo de formación y había encontrado trabajo nada más acabar la carrera en unos laboratorios de una farmacéutica importante, T.R.O.P. International. Era investigador. Y debía ser bueno, según las primeras impresiones. Tuvo bastantes ofertas al acabar la carrera. Parece que había hecho un proyecto de grado que había llamado la atención.

-Ahora habrá que comprobar si lo que aparenta es.

-Vamos a acercarnos al lugar donde apareció, si os parece. Hemos vuelto a quedar con Fermín. – hablaba Yeray, por él y por Kevin. – Hemos estado cambiando impresiones con los de tráfico. Lo tienen todo bien estudiado y argumentado. Y los informes de los CSI que fueron a petición suya, corroboran su visión.

-Pues no entiendo entonces que vuestro hombre estuviera de acuerdo con la tesis de nuestro amigo el comisario Antúnez. – apuntó Carmen.

-Melgosa ha quedado con él esta tarde. – anunció Garrido. – Me extraña porque es buen investigador. A media mañana está prevista la autopsia. Melgosa va a estar en ella. No queremos sorpresas ni que alguien diga que hay que aplazarla de nuevo.

-Si os parece, me voy a buscar a Nico. Nos hemos mensajeado y quiere que luego le ayude a buscar casa por la zona.

-Te paso unas direcciones en Concejo. Hay un edificio cerca del bar de Gerardo que tiene dos pisos vacíos que le pueden convenir. – le dijo Garrido. – Conozco al dueño.

-Pero el presupuesto que maneja …

-Si le gusta el piso, me escribes sin que se entere. Veré de que se lo pongan barato.

-Nosotros nos vamos también. Fermín va camino del sitio del accidente. – Kevin se levantó y ayudó a Yeray a hacerlo.

-¿Estás cojo? – le preguntó Carmen – ¿Te ha entrado envidia de Aritz?

-En lo de los chicos, en el estanque ese. En la segunda visita, pisé mal una rama y me retorcí el tobillo.

-Eres el pupas de la pareja. Está claro – se burló Garrido.

-Quita, que lo siga siendo. Él es buen enfermo. Si me toca a mí, volvería loco a todo el mundo.

-Tu madre te aguanta lo que sea. Salvo que estés sin pareja. ¿Ya ha dejado de emparejarte con todos los hombres del vecindario? – Carmen no quería dejar pasar la oportunidad de tomar el pelo a Kevin.

-Si está tonteando con uno al que fuisteis a visitar, Carmen, en una investigación.

-¿De verdad? ¿Lo has vuelto a ver? ¡Pablo! Se llamaba así ¿Verdad?

-Nos encontramos hace unos días. Por casualidad. A ver que sale de ello. Y sí, se llama Pablo.

-Ya que no me hiciste caso y no lo llamaste, al menos el destino os ha vuelto a juntar.

-No sé.

-Ya está el agonías. Yeray, lo siento, prefiero que seas tú el pupas. No quiero ni pensar en aguantarlo siquiera si se le rompe una uña. Todo lo ve negro el tío.

-Te estás ensañando conmigo hoy, Carmen. Y yo te quiero mucho.

-Ya lo sé. Por eso te tomo el pelo.

-Ya sabes lo de la confianza …

-Iros ya de una vez, que Fermín el pobre se va a aburrir de esperaros – Garrido levantó la mano como gesto para echarlos. – Y tú Raúl, vete a buscar a Nico, que ya me dicen que se está duchando.

-Día de cama.

-Imagina lo que no ha dormido en los últimos meses.

.

Cuando Raúl llegó a casa del comandante y Nico le abrió la puerta se sonrió. Nico se había vestido con el uniforme.

-Vete a cambiarte, anda.

-Estoy atontado. No creo que tenga mucho que ponerme. Es que vas muy guay. Voy a desentonar.

-Tranquilo. Tengo una americana en el coche. Te va a quedar un poco corta, pero he visto a algunos famosos que la llevan así. Y con unos vaqueros y unas zapas … y una camiseta, ya está.

Al final no quedó tan mal. Las deportivas se notaban ya muy usadas, pero como eran Converse, Raúl estaba seguro que Carmelo le iba a regalar unas si le contaba el caso.

-No has cogido el arma.

-Solo bajaba para que me dieras la aprobación.

Raúl mientras volvía, llamó a Carmelo. Le contó.

-Vete a casa en Concejo. En el armario hay cinco pares en sus cajas. Coge el que quieras. Y dentro de unos días me recuerdas y le damos otro par. Y si quieres, coge algo de ropa. Si dices que es de mi misma constitución… le valdrá todo.

A Raúl le costó que Nico aceptara las deportivas. Tenía su orgullo. Lo de la ropa ni lo intentó. Aunque se guardó la bolsa con lo que había cogido en el maletero.

-Tiene seis como esas. Se las regalan. Y dentro de tres meses le darán otros diez pares.

Raúl no se había arriesgado al escoger las Converse que le había bajado. Eran como las que llevaba puestas, unas clásicas azules. Nico se las puso sentado en uno de los cenadores de las Hermidas.

-¿Y de quién dices que es la casa?

-De Carmelo del Rio y de Jorge Rios. ¿Sabes quienes son?

-De oídas.

-Ya te los presentaré un día.

-No hace falta. No creo que tengamos nada en común.

Raúl no dijo nada aunque se sonrió. Había notado un ligero tono de ansiedad en Nico cuando había escuchado esos nombres. Seguro que había leído a Jorge.

-Vamos a ver la casa de Líam – propuso Raúl cuando Nico estuvo listo.

No había un tráfico agobiante, así que no tardaron mucho. Durante el trayecto, Nico aprovechó y le puso al día a Raúl de algunos detalles de Líam que el policía no sabía.

-¿Es ese edificio? Tiene pinta de ser uno de esos con pisos enanos para estudiantes o para empleados de las universidades. – apuntó Nico mientras miraba por el parabrisas. Raúl iba atento a buscar un sitio para aparcar.

-Mira, ahí sale uno.

Raúl frenó en seco y echó marcha atrás en un momento. Un coche se detuvo en el otro carril y empezó a pitarles con insistencia desde el otro lado de la calle. El hombre empezó a insultarlos y sus gestos eran amenazadores.

-Frena un momento que me bajo. A ese parece haberle dado un siroco.

Nico se fue hacia el hombre. Éste salió del coche y se fue enfurecido hacia él.

-Niñato de mierda, te vas a enterar. No hay respeto a los mayores. Te voy a dar las tortas que te perdonó el marica de tu padre.

Raúl aparcó corriendo y llamó para pedir apoyo mientras caminaba para ayudar a su compañero.

El hombre sin más le tiró un puñetazo al guardia. Parecía de la opinión que lo que las palabras podían expresar sobraba cuando el puño podía hablar sin gastar saliva. Éste lo paró con su mano izquierda. A la vez, con la derecha le puso su documentación en las narices. El hombre entonces hizo intención de echar a correr, pero Nico no le había soltado el puño y le retenía. Fue a darle una patada, pero en un gesto rápido, Nico le dobló el brazo y se lo puso a la espalda. Sacó sus esposas y se la enganchó a la muñeca mientras con la otra mano le agarraba el otro brazo y lo llevaba también a la espalda. Le dio una patada en las piernas y le hizo caer al suelo, sujetándolo por los brazos para que no se estampara contra el asfalto. Ahí acabó de esposarlo.

-Espero que tenga permiso para la pipa que lleva en la cintura – le dijo a la vez que se la sacaba y le quitaba el cargador y expulsaba la bala de la recámara. – Queda detenido por agredir a dos agentes de las fuerzas de seguridad.

-Eso se llama atentado ¿Lo sabía? – dijo Raúl.

Una patrulla de la Policía Local llegó en apoyo. Raúl estaba registrando al hombre. Le sacó la cartera y un puñal que llevaba en la pierna derecha. Nico le dio la vuelta cuando Raúl acabó la inspección. Empezó a palparle los bolsillos de su chupa y de su camisa. De ahí sacó una bolsa llena de bolsitas más pequeñas llenas de un polvo blanco.

-¿Raúl? – le dijo uno de los policías locales cuando llegó a su altura.

-¡Anto! Pero bueno. El otro día os topáis con Aritz y hoy con nosotros.

Su compañera llegaba después de haber apartado el coche para dejar paso.

-Menudo compañero te has echado – dijo Susana señalando a Nico.

-Nico, son Susana y Antonio.

Nico les tendió el puño para saludarlos.

-Salvador, que no eres bueno.

Susana se había inclinado sobre el hombre que estaba en el suelo esposado y le dio un pequeño sopapo en la cara. Parecían viejos conocidos. La mujer no recordaba todas las veces que se lo había encontrado en el desempeño de su trabajo.

-Os voy a denunciar, hijos de puta. Por maltrato. Se os va a caer el pelo. Y tú niñato, eres hombre muerto.

Nico echó su rodilla izquierda al suelo. Le agarró la cara con su mano derecha por la quijada. Se la giró para mirarle a los ojos.

-Salvador, ¿Tienes algo que contarnos?

El hombre fue a insultarlo de nuevo, pero fue incapaz de articular palabra. De repente parecía asustado, desconcertado. Nico no movía ni un músculo de su rostro. Simplemente lo miraba a los ojos.

-Miremos en el maletero de su coche. Con precaución. – Nico a la vez que habló, soltó la cara del detenido y se puso de pie. Se echó la mano a su pistola y la empuñó.

Raúl no se lo pensó. Sacó su arma también y fue hacia el coche. Dos coches patrulla de la Policía Nacional llegaron en ese momento. Raúl y Nico volvieron sobre sus pasos para informar a los compañeros.

-¿Os hacéis cargo del detenido? Tened cuidado. Le hemos registrado pero por si acaso, volverlo a hacer con detenimiento. Le hemos encontrado una automática y un puñal. Y un poco de polvo blanco.

-¿Estáis bien Raúl? – le preguntó una de las agentes. – Éste se las gasta …

-Sí Ainhoa. Nico se ha encargado de él. Se ha incorporado al equipo. – la policía y el guardia se saludaron con un gesto de la cara.

-¿Es su coche?

Nico había dejado al hombre en manos de dos de los policías que acababan de llegar. Fue detrás de Raúl y de Susana y Antonio que también se acercaban al coche de ese individuo. Anto echó un vistazo al habitáculo. Se puso unos guantes y se cubrió también los zapatos. Se coló por la puerta que el conductor había dejado abierta cuando había salido a pegar a Nico. Abrió la guantera y ahí encontró varias jeringuillas autoinyectables llenas de un líquido transparente. Las enseñó a sus compañeros. Susana dio la vuelta al coche y abrió una de las puertas de atrás.

-¿Y si llamamos a los Tedax? – propuso uno de los policías de la segunda dotación que había acudido a la llamada de apoyo de Raúl.

-Espera Tinet.

El aludido se había acercado. Susana se señaló la nariz.

-¿Orina? – dijo sorprendido.

-¿Me cubrís Nico, Tinet? – Raúl al escucharlo, tomó la iniciativa.

Nico asintió con la cabeza. Apuntaba el arma hacia el maletero. Tinet se puso en el otro lado. Ainhoa, la compañera de Tinet estaba dos pasos detrás a la expectativa.

Raúl empezó a contar con la mano hacia atrás empezando desde cinco. Cuando se quedó sin dedos abrió el maletero y se apartó de un salto. Nico y Tinet se acercaron con las pistolas apuntando. Pero los dos volvieron a poner el seguro de sus armas y las guardaron, a la vez que Raúl volvía y se agachaba y acariciaba la cara de la joven que estaba maniatada en el maletero.

-Tranquila, todo ha pasado. Somos policías. Ainhoa, acércate.

Raúl le enseñó su documentación a la vez que Tinet se hacía más visible para que viera el uniforme. Su compañera le sustituyó y le cortó las bridas que sujetaban sus manos. La chica pareció suspirar de alivio, aunque era palpable que la habían drogado. Posiblemente su percepción de la realidad fuera muy pobre. Apenas podía mantener los ojos abiertos más de unos pocos segundos. Hacía esfuerzos por abrirlos de nuevo, pero siempre acababa perdiendo la batalla. Entre Tinet y Raúl sacaron a la chica del maletero. Sacaron unas mantas de los coches patrulla y la tumbaron en el suelo con cuidado. Antonio ya había pedido una ambulancia. Otra patrulla de la local llegó para controlar el tráfico de la zona.

El detenido estaba custodiado en uno de los coches patrulla de la Nacional. Se acercó Raúl a preguntarle. Pero el hombre no quiso ni mirarlo.

-Raúl, llega tu jefa – Susana fue la que le avisó desde el otro lado de la calle.

Carmen había dejado el coche justo después del cordón policial. Nico y Anto seguían revisando el coche casi palmo a palmo.

Varias furgonetas de la UIP acababan de hacer su aparición. De una de ellas se bajó su jefe, Pablo Lubo. Sus efectivos tomaron el control de la zona, haciendo un cordón más estricto. El comisario Lubo fue al encuentro de Carmen, que ya estaba al lado de Antonio y de Nico. Nada más llegar se dio cuenta del olor a orina.

-La pobre. Está aterrorizada. ¿Sabemos quién es?

Nico y Antonio se encogieron de hombros mostrando su impotencia.

-No encontramos nada que nos diga algo. No queremos levantar la moqueta para no entorpecer la labor de la científica. Aunque no esperamos que haya nada. Al menos algo que nos aclare la identidad de la chica.

Nico parecía querer decir algo, pero no se decidía. Carmen le hizo un gesto para que hablara.

-Convenía a lo mejor revisar las papeleras de los alrededores. Yo de él, la hubiera tirado a una. La cartera, su documentación, su móvil. Papeleras, alcantarillas, los setos de los jardines …

Pablo Lubo que lo escuchó dio instrucciones a sus equipos para que se encargaran.

-Nico, te presento a Pablo Lubo, el jefe de la UIP.

-Encantado comisario.

-Veo que no te gusta perder el tiempo – le dijo sonriendo mientras le estrechaba la mano. – Acabas de llegar y ya te metes en fregaos de importancia.

-No sé que decir, la verdad. Veníamos a echar un vistazo a una casa. Algo sencillo y tranquilo, en apariencia. Sobre todo después de un mes de su fallecimiento.

-¿Crees que tiene relación?

-No sabemos nada de Líam en Madrid, salvo donde trabaja. Puede ser una amiga o su novia. ¿No? O nadie y que no tenga relación. Pero es mucha casualidad. Nos empezamos a mover en relación a este caso y resulta que nos topamos con este tipo que nos ha visto jovencitos y ha querido achantarnos a gritos y puñetazos. Parecía muy importante para él aparcar donde íbamos a hacerlo nosotros. Y estamos frente a la casa de Líam Romero. No soy partidario de las casualidades. En principio en mi opinión, yo lo tomaría como algo relacionado con nuestra víctima. Ya habrá tiempo de descartarlo si no es así.

-Ha sido porque quería aparcar dónde nosotros lo hemos hecho. – Raúl se había acercado y no había escuchado a Nico. Señalaba el coche en el que habían llegado.

-El de Salvador, es un coche robado – aportó Susana mirando su tablet. – Lo denunciaron anoche en Vicálvaro.

-Lo iría a abandonar aquí.

-No cuadra. Si partimos de la suposición que tiene que ver con lo de Líam, no lo va a dejar a las puertas de su casa. Me cuadraría más que viniera a buscar algo a la vivienda y que necesitara ayuda.

-Iba a dejar el coche y a irse en otro. Pero puede que alguien viniera a recogerlo luego para ocuparse de la joven. Salvador no es de “ocuparse” de esa forma – opinó Tinet que también se había topado varias veces con el detenido.

-A lo mejor pensó que esta chica le podía ayudar con algo que tenía que buscar en el piso. Comparto la opinión de Nico.

-¿Iría a dejar a la chica en el coche o se la llevaba él? Es otra posibilidad. Que ya hayan estado en la casa.

-En todo caso, pasarían días hasta que el coche llamara la atención. Las matrículas están dobladas. – Antonio era el que había hablado.

-Es que partimos de la idea de que la ha cogido aquí o cerca. Pero no tiene por qué – apuntó Raúl.

-Esto es un barrio universitario. Casi todos los edificios tienen alguna relación con la Universidad. Pisos para estudiantes, para empleados, Residencias… becados…

-Puede que la haya cogido en uno de esos a un par de manzanas de aquí. – apuntó Nico.

-Les digo a mis hombres que amplíen el radio de búsqueda en las papeleras y alcantarillas.

-¿Tenéis las llaves? – preguntó Carmen a Raúl. Éste las sacó de su bolsillo y se las enseñó. – Que alguien mire entre los efectos personales de ese Salvador por ver si tiene un juego de llaves o de “llaves maestras”.

-Vamos a echar un vistazo.

-Comisaria, yo…

Carmen cogió del brazo a Nico y lo apartó unos metros.

-Como me vuelvas a llamar comisaria, te aliño. Carmen y punto. Que muchos no saben que soy comisaria y prefiero que lo sigan pensando.

Carmen le guiñó el ojo. Nico la miraba asombrado. Levantó las cejas como gesto para transmitirla que había recibido el mensaje.

-¿Estás bien? He visto que ha ido a pegarte directamente.

-¿Lo ha visto?

-Raúl lleva una cámara encima. Luego me recuerdas y te doy tu equipo. Es algo nuevo que estamos implantando. Todos vamos a llevar cámaras y micrófonos para que todo quede reflejado y así podamos actuar desde la central con toda la información, en caso de situaciones complicadas.

-Carmen, estábamos hablando – Raúl se había acercado a ellos – creemos que conviene investigar todos los coches alrededor del nuestro. Toda esta manzana.

-Si lo crees conveniente, nos encargamos nosotros – propuso Susana a Carmen.

-Me parece bien. Dame un abrazo, anda, que hace siglos que no te veo. Y gracias por cuidar de Aritz el otro día.

-Nos cuidamos unos a otros. Yo ya sabes que estoy con vuestra filosofía de trabajo en común. Y Antonio igual. Y más si sois amigos.

-Carmen, si te parece, os llevamos al detenido a la Unidad – Tinet se había acercado también a ellos.

Nico hizo un gesto de que quería decir algo.

-Yo lo dejaría aquí un rato más. A lo mejor me siento luego con él para cambiar impresiones.

-Quieres que lo vean detenido. – Lubo lo tuvo claro y sonreía.

-No sé si hay alguna posibilidad de poner cámaras que enfoquen hacia fuera del perímetro para estudiar a los que se acerquen.

Carmen y Lubo se miraron.

-Si te parece pongo las furgonetas de tal forma que las cámaras que llevamos enfoquen como dice Nico. Me parece buena idea.

-Manda la señal a la Unidad. Le digo a Patricia que monte una sala de visionado.

-Y esas cámaras de tráfico podíamos dirigirlas hacia esa zona. Con su altura puede ayudarnos a seguir a quien sea que nos de el cante – propuso Raúl.

-Le llamo a Pati y que lo ponga en marcha. ¿Cuál es el portal?

-Ese de ahí – señaló Raúl.

-Pablo …

-Mando a mi gente que os abra camino. ¿Piso y letra?

-Apartamento 348. – dijo Nico.

-Hago una llamada y vamos. Nico, no me has contestado a si estás bien.

-Sí, no me ha tocado. Iba tan seguro de si mismo que era fácil dominarlo.

-Eres como Javier. Todos le ven como un crío al que pueden pisar, y al final, acabáis pisándolos vosotros.

-Literalmente. Lo ha pisado. – dijo Raúl. – Has estado bien, compañero.

-Gracias – ese halago de Raúl parecía haberle dado más fuerzas a Nico. Carmen sonrió triste. Para ella estaba claro que una de las cosas de las que Nico estaba falto, era de amigos, de compañeros con los que poder tomar algo de vez en cuando. Que le respetaran.

-¿No es ese Garrido? – preguntó el comisario Lubo.

-Buenos días a todos – saludó el comandante. – Susan, Anto tiempo sin veros.

-Porque tú no quieres. No te acercas a tomar unas cañas donde sabes.

-Es cierto. Prometo enmendarme.

-Raúl, transmite a Fernando ese mismo reproche, que sabemos que le ves casi todos los días.

El aludido se echó a reír a la vez que lo hacía Garrido.

-Me da que en los últimos días, le han llovido esos reproches. Si se lo digo otra vez, a lo mejor me pega, que como dices, a mí me ve todos los días y tiene más confianza.

-Venga, vamos. ¿Vienes Pablo? – Carmen quería ponerse en marcha.

-Te dejo con mi gente. Voy a mirar lo de las furgonetas, para que no haya ángulos muertos.

-Vienen dos compañeros más para ayudarnos con los coches de la zona – anunció Anto. – Hemos pensando ampliar un poco el perímetro.

Carmen hizo un gesto a Tinet y a su compañera Beca para que se unieran a la excursión. Los hombres de Pablo Lubo ya habían revisado la escalera y custodiaban la puerta del apartamento. Raúl sacó las llaves y abrió la puerta. Lo hizo despacio y con todos bien protegidos para evitar sustos. Según iba abriéndola, era evidente que nadie parecía haber entrado en ese piso en varias semanas. Cuando la puerta estaba abierta completamente, todos se relajaron y entraron. Antes, se pusieron guantes y unos protectores para los pies.

El piso estaba bastante ordenado. Su ocupante parecía organizado y cuidadoso. Desentonaba en esa impresión una mesa al lado de la cocina en donde estaban los restos de un desayuno de hacía ya muchos días. Carmen les hizo un gesto para que no tocaran nada.

-Se fue corriendo – dijo Carmen. – Está todo a medio comer.

-Se fueron – puntualizó Nico señalando las dos tazas y los dos vasos de zumo.

-¿Veis fotos por algún lado? – preguntó Garrido.

-No.

-¿Ese no es un marco digital? – Tinet señalaba una pantalla que estaba sobre un soporte en una de las baldas de lo que parecía el cuarto de estar. Era apenas una esquina de la cocina, con un sofá de dos plazas frente a una mesa baja y con una televisión en la pared de enfrente. Había algunas baldas con libros. Un par de ellas estaban dedicadas a libros profesionales. Otra parte, eran novelas.

-Mira a ver si puedes encender el marco.

-Creo que se ha quedado sin batería. Mira, está ahí el cargador. Lo enchufo.

-El amigo Líam también lee a Jorge – apuntó Raúl señalando cuatro novelas que parecían de reciente adquisición.

-Mira en ellas Raúl. Por si hay algo.

Nico a la vez que hacía esa sugerencia a su compañero, hacía lo mismo con los libros profesionales.

-En este cajón parece que hay nóminas y papeles del banco. – Beca mientras comentaba su hallazgo iba vaciando el cajón y estudiando su contenido.

-Ponlos en una caja. Nos los llevamos – dijo Garrido. – Habrá que estudiar sus cuentas. Y sus llamadas, y su localización… todo el pack.

-¿Habéis visto su portátil por algún lado?

-No. Nico ¿Que has visto?

El guardia estaba con el último libro que había abierto y un papel que había encontrado entre sus páginas. Lo giró para que el comandante y Carmen lo vieran. Raúl se adelantó a la comisaria y le cogió el papel.

-Es la dirección de Jorge en Madrid.

-¿El teléfono? No es el de Jorge. – aseguró Carmen.

-Es el de Martín. – contestó Raúl compungido.

El tono de voz indicaba lo incomprensible para él del descubrimiento.

-Martín tenía llaves de la casa de Jorge ¿Verdad?

-Sí. Desde hace tiempo. Creo que desde que cumplió los dieciocho. Jorge le regaló la esclava que lleva en el tobillo y las llaves de su casa.

-¿Lo sabía alguien?

-No. Lo sabemos algunos de los escoltas que vamos con Jorge. Los que le hemos visto usarlas. Últimamente le ha registrado algunos de sus relatos y le dejaba su copia en papel en su despacho para que los guardara en la caja fuerte. Aprovechaba y se solía duchar. Y el día en que intentaron matarlo, Carmelo le dio un juego de llaves de la Hermida. Por la tarde le iba a instalar la APP que controla la domótica de todo el complejo. Es donde hemos estado antes, en Concejo del Prado – le explicó a Nico, que no sabía de qué hablaban – Eso no le dio tiempo. Pero Martín esas cosas, no las cuenta. Es hermético con las cosas de su tío y de Carmelo. Yo intenté muchas veces sacarle anécdotas o … no quiso contarme nada. Alguna cosa de cuando era niño, pero tontadas y de él. Alguna cosa de cuando le mandaba sus padres a los campamentos y llamaba a Jorge asustado y éste iba a consolarlo. Jorge era casi anecdótico en ellas.

-Carmen, aquí está el portátil. Estaba escondido en el dormitorio – Tinet salía del mismo con el ordenador en la mano y dos tablets.

-Embólsalo para revisarlo.

-Mira ésto Nico. Parece un post de su blog impreso en papel.

Nico se acercó a Raúl y le cogió la hoja.

-Es el primer post que había ayer. Ves, comandante, te lo enseñé ayer mientras íbamos camino de tu casa.

Garrido se lo cogió y empezó a leer.

-Sí. Romanes ha logrado recuperar gran parte de lo que se ha borrado. Tenías razón ayer en la reunión cuando lo sugeriste. Pero es un post inocente.

-Vecinilla y Jorge Rios en el mismo escrito. – Carmen movía la cabeza negando. – Tenemos que saber todo de este chico. Con quien hablaba, con quien se encontró … tenemos que buscar la última vez que salió de esta casa y a partir de ahí, buscar hacia delante y hacia atrás. A alguien le preguntó la dirección de Jorge y el teléfono de Martín, a no ser que conociera a éste. Llamadas, localización del móvil antes del supuesto accidente …

-No creo. – dijo Raúl en voz baja.

-¿Te lo hubiera contado?

Raúl asintió con la cabeza. Se acababa de poner triste.

Carmen se acercó a él y lo apartó del resto de compañeros.

-Llama a quien tú sabes y dile que es urgente que de el cambiazo a todos los objetos personales que llevaba Martín en el momento de los disparos.

-Ya lo estaba pensando. A lo mejor ya lo ha pedido Jorge.

-No. Solo ha pedido que lo cuidaran. Y sacarle sangre para unos análisis en condiciones. Pero esto es secreto.

-Llamo desde la calle. Nico, te espero abajo. – le dijo a su compañero.

-Ahora bajo.

Beca conectó de nuevo el marco digital.

-Carmen, ya funciona.

-A ver que fotos hay. Raúl, espera, no te vayas. Mira estas fotos antes. – le pidió Garrido. – Puede haber personas habituales del entorno de Jorge que no conozcamos nosotros. La aparición de Martín abre las posibilidades.

Raúl volvió a entrar. Y empezó a mirar las fotos que iban saliendo en el marco.

-Esos son sus padres. Y esos sus hermanos. – dijo Nico.

-¿Los conocías?

-De la playa. Les gustaba pasear por ella.

-Los dos pequeños son mucho más pequeños. Quiero decir, hay mucha diferencia de edad entre ellos y los mayores.

-Y los pequeños parece gemelos. Se parecen a la madre. Los otros en cambio …

-Mi hijo Miguel no se parece a ninguno de sus hermanos. Mis mellizos, salvo en los ojos …

-Pero Kike tiene un aire a Líam. – comentó Nico. – Pero sí, los cuatro son muy distintos. Podrían fingir que no son hermanos.

-Esto parece del trabajo.

Beca había avanzado a otra foto.

-Y esa chica que está detrás…

-Si es la del coche…

-¡Para! – dijo Raúl. – Éste es el chico que estaba con Esteban el otro día. Esteban el chico de la barandilla del encuentro de Jorge con los lectores jóvenes. No me acuerdo ahora como se llama. Ese que estaba enfadado… cuando Carmelo quedó con ellos para charlar con el padre.

-Pues en esa foto, desde luego, no parece estarlo. Sonríe feliz.

-¿Y con quién está? ¿Y qué relación tienen todos estos con Líam? Tanta como para tener una foto de ese grupo en su marco digital.

-Otra vez aumentamos las preguntas y no encontramos respuestas. Esto es… desesperante – dijo Carmen en tono cansado.

-Este caso no va a ser fácil. Ya me perdonarás haberos metido en ese berenjenal – Garrido la sonreía con pena.

-Antes o después, nos hubiéramos topado con él. Hala, a organizarnos y a preguntar a todos los que pudieran cruzarse con él por amigos, conocidos, aficiones… novios o novias, no me queda muy claro… puerta a puerta.

.

A Fernando al final le contaron al llegar al hostal dónde vivía Martín. Tanto él como Jorge se quedaron dormidos en el coche. Nano decidió dar un rodeo para que tuvieran más tiempo para descansar. Él mismo se notaba fatigado, no quería ni pensar cómo estarían ellos dos.

De nuevo, Jorge, al bajarse del coche y mirar el edificio y el letrero cutre que anunciaba el establecimiento, se le vino el ánimo al suelo. Ganas le daban de recoger todos los enseres de Martín y dejarla vacía.

El edificio no tenía ascensor. En realidad lo tenía, pero según le comentó Nano, debía estar estropeado desde hacía años. Se cruzaron con una pareja que bajaba. Los saludaron pero la pareja ni siquiera les miró. Era un matrimonio mayor. Jorge pensó en escribir un relato sobre como una pareja que había vivido toda su vida en un edificio, se dan cuenta que poco a poco, la gente que era como ellos se va yendo. Y les sustituyen personas con las que no tienen nada en común. Y que algunos de ellos les dan miedo. Ellos se irían, pero sus circunstancias económicas se lo impiden, porque no pueden pagar otra casa en la misma zona. Y a su edad, cambiar e irse a vivir a uno de esos barrios de las afueras, les daba pereza. Ya eran muy mayores. Y eso les abocaría a la soledad.

Nano abrió la puerta del hostal. Fernando les guió por el pasillo hasta la habitación 7, que era la de Martín. Jorge miraba todo con los ojos muy abiertos. Su impresión del lugar no hacía más que empeorar. Un cartel en la puerta del baño, anunciando a los huéspedes que si querían agua caliente, debían pagar un suplemento de cinco euros por día, le hizo indignarse.

Nano se encargó de abrir la puerta de la habitación. Jorge se esperaba lo peor. Pero al menos la habitación era amplia. Había sitio hasta para una mesa de buen tamaño en la que estaba el portátil de Martín y su tablet. También estaban los guiones de las últimas películas que había rodado. En eso, pensó, al menos había habido suerte. Ya había acabado dos de ellas. La tercera que iba a empezar en unos días, no la podría hacer, era claro. Mandó un mensaje a Sergio Romeva para que mirara de ofrecer a Álvaro, si es que le interesaba. Sus perfiles eran parecidos. A lo mejor les podía encajar a los encargados del reparto.

-¿Y ustedes quienes son?

Una mujer les miraba con gesto enfadado.

-Ya le dije a ese actor de tres al cuarto, que no me gustaban las reuniones en las habitaciones. Que estaban prohibidas.

Nano y Fernando le enseñaron sus acreditaciones.

-Jorge Rios. – se presentó Jorge tendiéndole el puño a modo de saludo.

La mujer pareció relajarse un poco.

-Me dijo el chico que usted era la única persona que estaba autorizado a entrar. Es el escritor ese ¿no?

-Sí señora – dijo Jorge poniendo su mejor sonrisa.

-El chico tiene todas sus novelas en aquella estantería de allí. – la mujer señaló una esquina – la compró él, como la mesa y la silla. Solo tiene sus novelas y un par de esos guiones o como se llamen. ¿Y a qué han venido?

-A recoger algunas de sus cosas. Ha tenido un accidente. Necesita algunos papeles y sus ordenadores.

-¿Y qué va a pasar con la habitación?

Era claro que a la mujer, el estado de salud de su inquilino le daba igual. Solo le importaban sus ingresos.

-Tranquila. Yo le pago los tres próximos meses.

La mujer pareció relajarse.

-Si me da un número de cuenta, le hago una transferencia ahora mismo.

-Nada de eso. En cash. Ya se lo dije al chico.

Si Martín no hubiera estado en el hospital inconsciente, y la situación fuera la que era, se hubiera echado a reír por la forma que había tenido de decir “cash”.

-Dígame lo que le debo. Me imagino que este mes ya lo había pagado.

-Son mil doscientos euros.

Jorge levantó las cejas.

-¿Cuatrocientos euros por mes?

-Es la habitación más grande. Y solo para él.

-¿En los cuatrocientos se incluye el agua caliente?

-No. Eso es un extra. Pero me imagino que no lo va a utilizar. Solo está incluida la limpieza de la habitación una vez a la semana.

Jorge sacó su cartera. No llevaba esa cantidad ni por asomo. Sacó una de sus tarjetas y se la tendió a Nano.

-Sácame dos mil. ¿Me harías el favor?

-Claro. No tardo. Hay un cajero a cincuenta metros. Por aquí viven mis padres y los tengo estudiados.

-Me pega una voz, que tengo otras cosas que hacer que estar mirándolos a ustedes.

Jorge se asomó al pasillo. Luisete y Carla estaban en el hall del hostal. Cuando Nano partió camino del cajero, de la habitación de al lado, salió un hombre que era la perfecta encarnación de lo que en los libros y periódicos llamaban quinqui. Su mirada se quedó clavada en Fernando y luego en Luisete y Carla. Jorge se sonrió. El hombre no sabía que hacer. Era claro que su relación con la policía no era la mejor. Y también era claro que había distinguido perfectamente la profesión de sus escoltas.

-Me llamo Jorge. – le tendió el puño al decirlo.

-¿Es el escritor?

Su forma de hablar era gangosa. Arrastraba mucho las palabras. A ratos parecía perder el contacto con la realidad y viajaba a algún sitio perdido de su cabeza.

-Sí.

-Su sobrino habla mucho de usted.

-¿Es amigo de él?

-A veces charlamos. Es buen chaval. Siempre me dice que tengo que dejar de ponerme. Que a usted le drogaban y que cambió radical cuando lo dejó.

-Es cierto. Y eso que tengo la impresión de que lo que yo tomaba no era tan dañino como lo que toma usted. ¿Heroína?

-Es una mierda. Te crees que lo controlas. Te das cuenta de la mierda que es cuando te despiertas en un basurero tirado, no te acuerdas de nada de los últimos días y en lo único que piensas es en conseguir guita para volverte a poner.

-¿Lo conocías de antes? A mi sobrino.

-No creo. Aunque él pensaba que sí. ¿Le habló de mí?

-No. No quiero mentirte. Es muy … no le gustaba hablar de esta parte de su vida. Apenas me ha contado nada desde que se fue de casa de sus padres.

-Decía que no quería defraudarlo.

Jorge se quedó mirando al hombre. Era raro que Martín hubiera confiado en un tipo así. Un desconocido. Parecía saber más de Martín que él mismo. Jorge estaba seguro que ni con Raúl, con el que había tenido una relación de ida y vuelta y que no obstante, se había convertido en un amigo, se había confiado tanto como con ese hombre.

-No me he quedado con su nombre.

-Orlando.

-No pareces de aquí.

-Soy portugués. Aunque llevo muchos años en España. Me trajeron de pequeño.

El hombre hizo un ruido con la garganta que al principio despistó a Jorge. Enseguida se dio cuenta que era su forma de reír. No quería enseñar sus dientes, seguramente los tendría podridos y le daba vergüenza.

-Él enseguida se dio cuenta. Y me hablaba en portugués. Era alucinante lo bien que lo habla.

-¿Qué años tiene?

-Veintiséis. No los aparento ¿verdad? Mira la cara de flipao que ha puesto el madero. – señaló a Fernando. – Me tengo que ir. No vaya a ser que a estos les de por …

-Tranquilo, es tu día de suerte. – le dijo Fernando con una sonrisa triste.

-¿Cómo te ganas la vida Orlando?

-En lo que se puede. No le voy a engañar, pequeños robos y tal. Y alguna mamada. Las hago muy bien.

De nuevo ese ruido gutural a modo de risa.

-Aprendí de peque.

-¿Follas con mi sobrino?

-Qué más quisiera. Es un diosito. Le hubiera hecho ver las estrellas. O él a mí. Los diositos saben mucho de sexo. Les preparaban para eso.

Orlando de repente se puso serio. Parecía que se había arrepentido de esas últimas palabras.

-Si quiere llevarse los libros de Martín, tengo dos que me dejó. Dos de sus novelas.

Cada vez arrastraba más las palabras. Necesitaba su dosis. La charla le había interrumpido. Jorge sacó la cartera y le tendió cien euros.

-¿Te vale? Así te ahorras hoy un par de chapas o no robas a nadie.

-No me gusta …

-Imagina que me has hecho tres chapas.

-Quién pudiera. La chapa más deseada, la de Jorge Rios.

El aludido sonrió. Sacó otros cien euros y se los dio.

-Me tienes que prometer que no los vas a malgastar.

-No puedo prometer eso. A usted no. Puedo decirle que lo intentaré. Usted ha sido sincero conmigo antes, yo debo serlo con usted.

Al final el hombre había cogido el dinero.

-A cambio te pido que cuides del cuarto de mi sobrino. Si ves a alguien que viene por aquí y pregunta, sea quien sea, me llamas. ¿Tienes móvil?

-Claro. Así aviso a mi camello.

-Apunta mi teléfono. Y mándame una perdida. Así sé quien eres.

-Guayyyy. Yo cuido de él.

-¿Quieres que te deje más libros?

-Ya los leí todos de joven. Pero me gusta releerlos.

Jorge se fue hasta la estantería al fondo de la habitación y cogió tres libros.

-Ten, para cuando acabes los que estás leyendo.

-¿No va a venir Martín?

-Está enfermo. Tardará un tiempo en volver. – Orlando se puso serio y triste al escuchar a Jorge – Pero yo cuidaré de él, no te preocupes.

-¿Le han matao?

Jorge se quedó sorprendido por la pregunta.

-Lo han intentado.

-Putos hijos de puta.

Cogió los libros que le tendía Jorge. Los echó un vistazo. “deSergio”, “deDaniel”, “deRosario”. Abrió de nuevo su cuarto y los dejó allí.

-¿Por qué has pensado que lo habían matao? – preguntó Fernando.

-Él decía que lo iban a intentar. Que sabía demasiado y eso había puesto nerviosos a algunos.

-Me tienes que explicar eso, Orlando.

-Me tengo que abrir, de verdad. Mola haberle conocido. Y si quiere una chapa, sería un honor.

Jorge sonrió pero no contestó. El hombre sin decir nada se fue hacia la puerta y salió sin entretenerse más.

-No ha sido buena idea lo de darle dinero.

Jorge se encogió de hombros.

-Puede que no. Pero al menos no necesitará robar en un par de días. Se ha asustado, por eso se ha ido con tanta prisa. No ha cerrado ni la habitación. Piensa que ha hablado demasiado.

Nano volvía ya con el dinero. La mujer del hostal parecía tener ojos en todos lados, porque enseguida estaba junto a ellos.

-Tenga, dos mil euros. Este cuarto es sagrado. Y nada de como está vacío, se lo dejo a alguien de paso.

-No, no se me ocurriría.

-Señora, no se lo digo en broma. Conmigo a buenas, perfecto. A malas, no digo nada.

-Confíe en mí, señor escritor.

-Si necesita contactar conmigo, Orlando tiene mi teléfono.

-¿Ese?

-Sí. Ese. ¿Le debe algo él?

-Paga tarde, pero paga.

-Échele un ojo.

La mujer parecía querer más dinero por ese pedido último.

-Ochocientos euros dan para echar muchos ojos. Incluso para pagarle el agua caliente – le dijo Jorge muy serio. – No tiente la suerte, señora Horacia.

-¿Y como sabe mi nombre?

-Esto a buenas. Imagine lo que sabré y lo que puedo hacer a malas.

La mujer decidió dejar el tema e irse a guardar el dinero.

-Vamos a mirar las cosas de Martín – les dijo a Fernando y Nano.

-No he acabado de pillarte, Jorge – le dijo Fernando mostrando su estupefacción con todo lo que acababa de pasar.

-Luego hablamos. No es el sitio.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 87.

Capítulo 87.-

.

Mientras Jorge había ido a ocuparse de Álvaro, Carmelo llamó a “El puerto del Norte” y le pidió a Rico que le preparara unas cosas de comer para llevarse a Concejo. Su idea de ir al pueblo a no hacer nada, incluía la de no cocinar. Tampoco quería ir al bar a cenar. Se encontrarían con medio pueblo, y quería que su escritor pasara una noche tranquila, sin ponerse nervioso por conocer a un montón de gente nueva. Esa era una razón. La otra era que a él tampoco le apetecía encontrarse con nadie. Quería estar solo con Jorge. Descansar, pasear, bromear, mirarse a los ojos, y en todo caso, besarse de vez en cuando. No, no había mentido cuando había declarado que iban a ir a no hacer nada.

Pasó a buscar el pedido y luego se fue a casa de Cape para recoger algunas cosas que en sus últimas visitas se había dejado. Quería tener ya todos sus enseres en su casa junto a Jorge. Y lo que no pegara dejar allí o en Concejo, lo llevaría a su guardamuebles o al de Jorge. Tenía que plantearle juntar los dos. Tenerlo todo en el mismo sitio. También estaba valorando vender todos los muebles de su antigua casa. Para él estaba claro que nunca se iba a comprar otra casa en Madrid. Su casa era la de Jorge y no necesitaba más. Si necesitaba jardín, Concejo estaba a pocos minutos del centro. Alternarían esas dos casas, como ya estaban haciendo desde hacía algunas semanas. Ese plan de vida le gustaba. Había tenido un poco de miedo, porque Jorge no era muy amante de los pueblos. Pero Concejo le había gustado. No lo decía, pero era evidente que sí. El día que fue sin Carmelo a revisar las fotos de los móviles, lo tuvo claro. Y las veces que partió de él la iniciativa de irse los dos a recuperarse de sus tropiezos y vicisitudes.

Cuando Jorge llegó a la casa de Cape, de vuelta de su visita a Álvaro, se encontró a Carmelo tumbado en uno de los sofás del salón. En la puerta de la casa, había varias cajas con las cosas que había preparado para llevarse. Pero el cansancio le había vencido también a él.

Carmelo se despertó al oír a Jorge llamarlo. Al verlo incorporarse en el sofá, Jorge sonrió.

-Tanto darme consejos sobre la necesidad de descansar, y resulta que tú estás igual. Habrá que aplicarte tu misma receta: Nada, no hacer nada.

Carmelo bostezó y se desperezó mientras Jorge se acercaba sonriendo a darle un beso.

-Tengo que empezar a salir a correr de nuevo. Estoy flojo.

-Y a descansar en condiciones. Empecemos por ahí.

-Ayudaría no tener que pensar en todas esas mierdas que todos los días ponen a circular. Y a parte, en cuanto me despisto cuando nos vamos a la cama, te busco y no te encuentro. O estás en la terraza, o te has puesto a escribir Así no puedo dormir bien.

Jorge sonrió y le acarició la cara.

-Tenemos que hablar un día despacio de lo que te dijeron en esa reunión con el padre de Esteban y el resto. A mí me da que tu estado de cansancio también tiene que ver con eso.

-Como tú dices a veces, tengo que procesarlo todo. Y no lo descartes. Recuerda lo que dijo Martín con Carmen y Javier respecto a Esteban. Esa gran roca que de repente, parece que alguien te ha pasado a ti para que la sostengas a huevo.

Jorge sonrió. Esa era la verdadera razón del estado de cansancio de Carmelo. Ahora lo tenía claro.

-Antes de que se me olvide, – Carmelo le cortó su línea de pensamiento – se me ha ocurrido que a lo mejor le podría decir a Ely, el secretario del Decano, que si tiene tiempo libre le contrato para que se ocupe de venderme los muebles de la casa vieja. He estado pensando antes que es una bobada seguir con eso ahí guardado. Ya tengo casa en Madrid y está amueblada.

-¿A mí también me consideras parte del mobiliario?

-Te estás aficionando a copiarme los gestos. Y que sepas que eso no me conmueve. Sí, te considero parte del mobiliario. Ahora coges y te jodes, mamón. A ver si eres capaz de copiarme este gesto – Carmelo le sacó la lengua a la vez que le hacía una peineta con su mano izquierda.

Jorge alargó el brazo para coger el dedo anular extendido y se lo mordió.

-¡¡Mamón!!

-Espera, tienes razón. Soy un mamón.

Volvió a meterse el dedo en la boca y esta vez se lo chupó detenidamente. Carmelo lo miraba sonriendo. Como amaba a ese hombre.

-Me parece buena idea lo de Ely. Yo había pensado en ponerlo a leer y etiquetar mis relatos descartados, que ayudara a Martín, ya me oíste el otro día, pero … Javier me lo ha desaconsejado. Parece que tenemos nuevas ediciones piratas de mis obras. La última parece que la ha descubierto Olga en Estados Unidos.

¿”La vida que olvidé”?

No. “La boda sin novios”.

-Vaya. Por eso, como no va a ocuparse de ese tema

-¿Quieres que le llame?

-Pero no ahora. No soy persona. No soy capaz de mantener una conversación con nadie ahora. No tengo confianza con él para enseñarle mis debilidades.

-Venga, levanta. Metemos esas cajas en los coches y nos vamos.

-Será lo mejor. Si vuelvo a poner la espalda en el respaldo del sofá, me duermo de nuevo.

Al llegar a Concejo, dieron su paseo tradicional. Esta vez sí llegaron al “estanque de los encuentros”. Estuvieron allí un rato sentados, recostados el uno en el otro, cogidos de la mano. Volvieron a la Hermida y antes de sentarse en la cocina frente al televisor para cenar, Carmelo les pasó a los escoltas la cena que les había cogido para ellos. Volvió decidido y cambió el canal para buscar el partido del Madrid. Jorge se sonrió pensando que, una vez que Carmelo había salido del armario respecto de su afición por el fútbol y en concreto por el Madrid, ahora le tocaría ver algunos partidos junto a él. “Ya me parecía a mí que era demasiado perfecto. Algún defecto tenía que tener”. Se sonrió al pensar esa puya que se guardó muy mucho de decirla en voz alta. Ya llegaría el momento de tomarle el pelo al respecto.

Jorge pensaba haberse puesto a escribir un rato, pero no fue capaz. Carmelo daba cabezadas viendo el futbol, y él tenía una especie de velo en sus ojos. Parecía que llevara puestas unas gafas muy sucias llenas de grasilla de la piel. Así que apagó la tele y se lo llevó a la cama. Tuvo fuerzas para ayudarlo a desnudarse y hacer que se acomodara en la cama. Él poco más pudo hacer a parte de meterse también en la cama.

Lo siguiente de lo que tuvo consciencia, fue del teléfono de Carmelo sonando muy entrada la mañana. Había quedado con Eduardo para salir a correr y éste le recordaba la cita. No tardó nada en prepararse y salir para encontrarse con Eduardo. Jorge se quedó un rato más dormitando.

Cuando se estaba preparando un café, Helga llamó a la puerta.

-Ten, Eduardo ha dejado pan, yogures, leche y mantequilla. Y esta mermelada que hace su hermana. No he querido entrar porque Carmelo ha dicho que estabas todavía en la cama.

-¿Te puedes creer que todavía no conozco a ese Eduardo? Y por cierto, sabes que no me importa. Como si quieres entrar a tomar un café o algo. Hay confianza.

-No te digo que algún día te tome la palabra. Pues te advierto que cuando Eduardo te eche la vista encima, ya te digo que se va a derretir. Si vieras la cara que pena que ha puesto cuando al salir Carmelo  y preguntarle por ti, le ha dicho que estabas todavía en la cama … Que necesitabas descansar.

-Esta noche se le acabará esa admiración cuando me conozca.

-Que bobo eres. No conozco a nadie que al conocerte se haya desilusionado. Eres lo peor cuando te pones en ese plan de víctima.

-¿Café? – le ofreció Jorge.

-Claro. Ya estabas tardando en ofrecerlo.

-Me lo he pensado. Como no haces más que meterte conmigo …

Estuvieron hablando de temas intrascendentes. Jorge le comentó de esa afición por el Real Madrid de fútbol que había descubierto en Carmelo.

-¿No sabías? Los compañeros que llevan tiempo con él lo comentan. Han estado más de una vez en el Palco del Bernabeu. Él y Biel iban a menudo. Biel alguna vez ha ido a la radio a comentar algún partido en uno de esos carruseles. No sabes las ganas que tienen algunos compañeros de que retome a la costumbre de ir a ver el fútbol en el campo. Y que coincida que estén de servicio con él, claro. Poca gente tiene la oportunidad de estar en el Palco.

-Lo de la radio ya sabía. Biel además da muy bien en antena. Habla bien y su voz es muy bonita.

-El otro día, Carmelo, Martín y tú estuvisteis estupendos en la radio. Vuestras voces suenan maravillosas también. Algunas veces era difícil distinguir las de Martín y Carmelo.

-La de Martín es un poco más aguda. Y a veces le da como un toque gutural. Creo que lo hace sobre todo cuando está con Dani para distinguirse. Son conscientes de ese parecido.

-Los dos son buenos con las voces y con los gestos.

-Sí, lo son sí. Por cierto, y perdona que volvamos a nuestros temas. Llevo días para preguntarte y nunca me acuerdo. ¿Sabes algo del músico ese que faltaba? Del grupo del vídeo. Me contó Fernando que al fin descubriste quien es.

-Creo que Raúl y yo nos acercaremos a él la semana que viene. Fernando va a estar contigo la mayor parte de los días. A ver que tal se nos da.

-Si me necesitáis, me decís.

-Raúl ya tiene práctica poniéndote una videoconferencia.

Jorge se sonrió. Helga se llevó el dedo a su pinganillo. Parecía que sus compañeros le estaban avisando de algo.

-Me dicen los compañeros que Carmelo y Eduardo han emprendido en camino de vuelta. Parece que se les ha acabado el carrete y vienen caminando. – la cara de Helga mostraba un poco de rechifla. Jorge se imaginó a Carmelo sudoroso y con gesto derrotado. Se echó a reír sin poder evitarlo.

-Dani está agotado. No quiere reconocerlo, pero lo está.

-¿Y tú? Los dos deberíais bajar el ritmo. – Helga sonrió – Me salgo y así puedes darle mimos a tu rubito.

-No hace falta. Si eres de la familia.

Helga sonrió pero negó con la cabeza. Le dio un beso a Jorge como agradecimiento por el café y caminó hacia la puerta.

Jorge sacó unas naranjas del frigo y se puso a hacer un zumo de naranja. Echó una mirada al pan que había dejado Eduardo y pensó en tostarlo ligeramente y untarlo con la mantequilla y la mermelada con la que les había obsequiado. Esperaba que Carmelo invitara a Eduardo a entrar en casa. Tenía ganas de conocerlo. Pero para su sorpresa, su rubito entró solo. Y efectivamente, traía el gesto derrotado que había imaginado cuando los compañeros de Helga le anunciaron su regreso a la Hermida.

-¿Y Eduardo?

-Le ha llamado su padre con urgencia. Algo de la granja. Una vaca que está a punto de parir.

-Vaya. Pues dejo de hacer zumo. Le estaba preparando un gran vaso para él, a parte del tuyo.

-Sigue haciendo zumo. Tengo una sed … tengo que volver a salir a correr todos los días. Me siento como si tuviera docientos años. Si fumara, le echaría la culpa al tabaco. Pero ni eso puedo hacer.

-Primero, debes descansar. Después, lo de correr. Tanto en Madrid como aquí. A lo mejor no es mala idea que los dos bajemos un poco el ritmo.

Después de ducharse, Carmelo cogió unas toallas y se fueron caminando de nuevo hasta el estanque de los encuentros. Se tumbaron los dos en un pequeño claro que había cerca del agua. Estuvieron bromeando casi todo el tiempo. Solo se oía el cantar de los pájaros y el rumor del agua desembocando en el remanso.

-Tengo esta tarde una reunión en la productora. – la voz de Carmelo denotaba las pocas ganas que tenía de seguir su plan.

-Aprovecharé entonces y me acercaré a ver a Álvaro.

-¿Sabes algo?

-Kevin me tiene al día. El rodaje del anuncio ha ido bien. Pero Álvaro está apagado. Kevin está maravillado por lo profesional que es. Como cambia cuando suena la claqueta. “Está jodido pero luce maravilloso en el anuncio”. Debe ser como tú.

-Si puedo, organizo una cena con sus amigos para un día de estos. Le sentará bien.

-Me imagino que mañana deberá ir a la Unidad. A reconocer a esos. O a lo mejor ha ido ya.

-¿Sabes algo de como va el tema de la investigación?

-No. Ni Javier ni Carmen me han llamado. No he querido … Carmen ayer estaba también derrotada. Solo se animó con nuestro intercambio de zascas. ¿No te diste cuenta?

Carmelo no pareció escuchar a Jorge. Estaba pendiente de unos mensajes que estaba recibiendo en su teléfono.

-Casi, si no te importa, comemos en Madrid. Me acaba de recordar Sergio que tengo un compromiso a la hora del café. Pero puedes venir …

-No me importa. Y no, tú a tu compromiso y yo a … zascandilear.

-Estaba pensando. A lo mejor podías ir a ver a tus nanas. Siempre lo dices, pero al final vas a dejar pasar otros quince años.

-Pero Álvaro …

-No te preocupes. Me ocupo yo de él. Y le digo a Ester que si tiene libre se acerque un momento conmigo.

-A lo mejor es buena idea. Llamaré a Fernando, que le cayó bien a Evarista – Jorge sonrió picarón recordando como le había tirado fichas su nana.

-No le llames. Entra luego contigo. Helga me ha dicho antes que esta tarde se va al hospital, a ver si hay novedades en su estado. Y no sé si me ha dicho de buscar a ese músico que os falta. El del vídeo.

-Eso creo que al final lo van a hacer ella y Raúl la semana que viene.

-¿Cuándo te ha dicho?

-Ahora, mientras te esperaba. Hemos tomado un café. Habrá hablado con ellos y se han organizado así.

-Pues cambio de planes.

-Sí.

-Huy, ahora que pienso – Carmelo puso su mejor cara de socarronería – Habrías quedado con alguno de tus amantes. Te he jodido el plan

-Cagüen. No quería que te enteraras. Es cierto, había quedado con mi amante secreto.

-Pero como te esperará paciente abierto de piernas … puedes recuperar la cita en cualquier momento.

Jorge agarró un mechero, que fue lo primero que vio y se lo tiró a Carmelo a la cabeza.

.

Gerardo, el del bar de Concejo del Prado, les mandó un mensaje para que pararan en el bar a cenar.

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Os he preparado un guisado de jabalí para chuparse los dedos”.

Van a venir Felipe y Ana y los niños. Y Luis y Esteban. Y Óliver y sus padres”. “Y tengo una sorpresa para todos”.

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-Mira Jorge así te presentamos a casi todos los del pueblo. – dijo Cape.

-Porque los demás andarán cerca – rió Carmelo. – No te quejes, te propuse el otro día que los fueras conociendo poco a poco. Y no quisiste.

-Me los presentaréis y no me acordaré de ninguno a los cinco minutos. Y quedaré como un bobo, como siempre.

-Te repetiremos los nombres. Tranquilo. Y tú nunca quedas como un bobo. Quedas como un hombre interesante al que es un placer escuchar. No es un pecado que te presenten un ciento de personas a la vez y no los recuerdes. Me pasa a mí. Luego, vas charlando con los que más te hayan llamado la atención y entonces es cuando les preguntas y te quedas con los nombres y con sus vidas.

Jorge distaba de estar tranquilo. Sabía que eran buenas personas. Le habían contado muchas veces la historia de Luis “el guardia” y su marido Esteban, cuando para agradecer a Luis un gesto que tuvo con Carmelo, les invitaron a una cena para que se sintieran como unos famosos. Carmelo les mandó a sus maquilladores y a Bernabé para que les pusieran de punta en blanco. Una limusina les esperaba en la puerta de su casa que les llevó hasta un helicóptero que había aterrizado en el campo de fútbol. El helicóptero voló hasta Madrid, dando una pequeña vuelta por los sitios más emblemáticos de la capital. Luego, aterrizó en uno de los edificios más altos de la capital. Allí les esperaba Carmelo con una botella de champán francés y disfrutó con ellos de las vistas y de la bebida. De allí, de nuevo en limusina hasta el restaurante de Biel, que había reservado para ellos media sala. Al bajar del coche se encontraron una nube de periodistas que se acercaron a preguntarle a Carmelo por enésima vez cual era su relación con Jorge. Y también por las últimas nominaciones a unos premios en Reino Unido. Ya en el interior, en la parte que tenían reservada solo para ellos, se encontraron a algunos famosos a los que la pareja admiraba y con los que compartieron charla y mesa: Mario Casas, Megan Montaner, Miguel Herranz, Álvaro Rico, Nadia de Santiago, Diego Martín. Pablo López, en los postres, tocó algunas de sus canciones, las que más emocionaban a Esteban, el marido de Luis. Él era de los dos, el verdadero fan del cantante.

Jorge recordaba incluso haber escrito un relato sobre ello, historia que perdió, por cierto. O vete tú a saber, a lo mejor está en un nuevo recopilatorio de relatos de un escritor famoso en la India. O en USA. Estaría gracioso que ganara el Pulitzer. ¿Cómo solventarían los traidores si uno de esos libros gana un premio en su país y cobra notoriedad? Sería gracioso que una de esas novelas con autores falsos llegara luego de nuevo a España porque al haber ganado un premio, llama la atención de una editorial española que decide comprarla y traducirla.

Jorge hizo una mueca de desesperación. Fuera el tema en el que estuviera pensando, siempre acababa llevándolo a sus falsos amigos, a los ladrones de obras y a las traiciones.

Máximo Ubierna García ultimaba los detalles del lanzamiento de su nueva adquisición en el extranjero. Tenía contacto con el delegado cultural de la embajada española en Moscú. Le habló de esa novela que había ganado allí un sinfín de premios. Algo así como “Las cosas de Juan”.

Siempre estaba buscando novelas de mercados poco trillados. Era una editorial pequeña, no podía competir con las grandes para hacerse con los derechos para España de las ganadoras del Pulitzer, por ejemplo. Pero en otros mercados, podían buscar esas obras distintas para sorprender a los lectores españoles.

A parte, tenía una panoplia de autores nacionales que le estaban dando buen resultado. No eran muchos, pero estaban bien escogidos. Las ventas de algunos de ellos le estaban dando buenos réditos. Máximo además, y su ayudante Carlos, tenían un sexto sentido para dar con la promoción adecuada para cada uno de sus autores.

No le había salido muy cara esa novela rusa. Y había encontrado una traductora que era fiable, según sus informaciones. Ya estaba maquetada y la imprenta estaba reservada. Habían decidido hacer una primera edición de tres mil ejemplares, con la esperanza de tener que reimprimir enseguida. En cuanto salieran los primeros ejemplares de la imprenta, los enviarían a un grupo de influencers que tenían en sus listas. A algunos libreros y a los críticos. Máximo estaba convencido de que esa novela iba a ser la sorpresa de la temporada. Y si como esperaba, Caín Varta, su autor de cabecera le mandaba esos días su nueva obra, iba a acabar el año con muy buenos números. Y Genoveva Paris le había llamado que para enero, estaría su siguiente novela.

Una de las becarias que trabajaba a media jornada haciendo prácticas llamó con miedo a la puerta de su despacho. Él la miró con gesto serio. No le apetecía que nadie le distrajera en esos momentos en que estaba soñando despierto con las perspectivas para el resto del año. Además, estaba esperando la llamada de la jefa de compras de “La Central”, una cadena de librerías importante.

-No tengo tiempo para tus cosas Mª Paz – le dijo con tono apremiante.

-Es importante D. Máximo.

-No me jodas. Seguro que será una idiotez, como siempre.

-Es importante D. Máximo. – repitió incansable la mujer.

M.ª Paz era una joven persistente. Decidió escucharla y quitársela de encima.

-No tengo tiempo para tus tonterías así que abrevia.

M.ª Paz le puso encima de la mesa un ejemplar de “deJuan”, una novela de Jorge Rios. Máximo la miró de mala manera.

-No me jodas. ¿Quieres que publiquemos a Jorge Rios? Os he dicho a todos un ciento de veces que ese autor no me gusta. Me niego a leerle. Me parece un autor sobrevalorado. Y además, no creo que Dimas le suelte. Lo odia, pero le sanea las cuentas.

-Lea el primer capítulo, por favor.

-Pero si es nuevo este ejemplar. No me jodas que has bajado a comprarlo. ¿Para eso te pago?

-En realidad no me paga, pero eso es otro tema. Lea, por favor.

Máximo empezó a leer. Pensó en leer en diagonal, para acabar con el tema lo antes posible. Pero el tercer párrafo le llamó la atención. Abrió mucho los ojos. Miró a Mª Paz con cara asustada.

Buscó el capítulo 6. Empezó a leer. Le cambió el color de la cara. Gotas de sudor frío empezaron a llenar su rostro.

Irene su maquetadora estaba en la puerta con cara asustada. Y Carlos, su ayudante.

-El jodido Jorge Rios es un copión. La madre que le parió. Le vamos a desenmascarar. Ha copiado esa novela rusa. No me jodas. Claro, si habla ruso, se lo oí en una entrevista. Carlos, prepara una demanda contra la Editorial Campero. Ese Dimas se va a atragantar con sus pelotas. ¡Ja! Nos van a tener que pagar una millonada. Que se jodan.

-Don Máximo. Mire la mancheta por favor. – le dijo Mª Paz, porque la becaria era la única que se atrevía a hablar. Seguramente por desconocimiento de hasta donde podía llegar el calentón de ese hombre.

Otro cambio de cara.

-2012. – murmuró.

-No puede ser. Tiene que ser un error. – dijo mirándoles por turnos, tras unos instantes de silencio.

-Acabo de comprobarlo en el Registro. En realidad la registró en 2010. Luego llevó una modificación en 2011. Es la que se corresponde con la publicada. La editorial la registró en 2012. En enero.

-Pero esto …

-Ayer me enseñó Irene como quedaba. Y solo las primeras líneas me recordaron algo. Sabe, Jorge Rios es mi escritor preferido. – MªPaz miraba a su jefe mientras le explicaba cómo lo habían descubierto – Sus historias me llegan. Y en esa novela además, el personaje de Tania … me siento identificado con ella ¿Sabe? Se lo comenté. Y hemos estado esta noche leyendo y comparando. Es la misma novela. Hay frases distintas, pero por la traductora.

-Y yo esta mañana me he ido al registro. Tengo un amigo que me lo ha mirado. Para no levantar la liebre. – explicó Carlos.

Sonó el teléfono de Máximo. Carlos corrió a su mesa para contestar. MªPaz e Irene siguieron plantadas delante de la mesa del Jefe.

Carlos volvió. Su cara no presagiaba nada bueno.

-Es Óliver Sanquirián, abogado de Jorge Rios. Quiere entrevistarse contigo.

Máximo empezó a desanudarse la corbata. Le ahogaba. Se desató el primer botón de la camisa. Sudaba a mares.

-Esto es nuestra ruina. Anula la imprenta, Carlos. Por lo menos … y mira de ponerte en contacto con esa editorial rusa. A ver que explicación te dan.

-Lo primero ya lo hice anoche.

-¿Y eso?

-Me pasó Irene la novela ya terminada. Como le pasa a Mª Paz, soy lector de Jorge. Es un tipo que escribe genial, para mi gusto.

-Nunca me has dicho nada.

-Cualquiera le decía algo de él. Si se pone como un salvaje cada vez que escucha hablar bien de él. Supe que era una copia. Y llamé a la imprenta. Iban a empezar esta mañana a tirarla. Lo anulé. ¿Qué le digo al abogado?

Los hombros de Máximo estaban por los suelos.

-Dile que se quede con la editorial. Toma su teléfono y dile que le llamo en media hora. Que me de tiempo al menos para secarme el sudor.

Jorge Rios.

.

También conocía por Carmelo sobre todo la historia de Felipe, Ana y Eduardo. Eduardo ya era hijo legal de Ana y Felipe. Lo habían adoptado. En realidad era su sobrino. Ya podían decir sin faltar a la verdad que tenían cuatro hijos. El pequeño Ignacio tenía apenas 3 añitos. Era la mascota de la familia. Sus hermanos mayores se pegaban por cuidarlo. Era el niño más mimado de Concejo de Prado y toda su comarca. Pero a pesar de ello, al niño no se le subió a la cabeza. Eso al menos decían todos.

A Gerardo ya lo había conocido hacía unos días. Se habían caído bien.

A Óliver su abogado, también. A sus padres no. Gerardo le había hablado de ellos. Encantadores, a pesar que Óliver y su padre no acabaran de congeniar.

Todo el mundo parecían maravillosas personas, amigables, sociales … Estadísticamente no parecía posible. Seguramente había un mundo soterrado de personas no tan agradables. Posiblemente esas que tanto aparentaba ser personas amables y de buen corazón tuvieran una cara oculta. Pero también, con mucha probabilidad, no se enteraría nunca y así podría disfrutar de buena gente, aunque en realidad fueran unos cabrones. A veces la verdad es mejor dejarla de lado. Y si te pones estupendo con tus amigos, al final corres el riesgo de quedarte solo.

El problema no era ese. El problema era que no tenía el vigor necesario para relacionarse con mucha gente a la vez en su vida privada. En muchas ocasiones le suponía un esfuerzo insalvable. Las veces que lo afrontaba, acababa agotado. Por eso, la idea de que Carmelo le acompañara en el viaje de promoción le había parecido bien. Le daba igual que le quitara algo de protagonismo, al fin y al cabo Carmelo era mucho más famoso que él tanto en Francia como en Irlanda e Inglaterra. Pero le daría ese punto de confianza, de familiaridad. Una cara conocida a su lado. Un brazo en el que apoyarse, un hombro en el que reposar la cabeza y echar una cabezada. Una sonrisa en la que zambullirse.

Era distinto como se comportaba ante un auditorio. Allí, en su imaginario, él estaba representando un papel. Y tenía claro como debía comportarse. Y también tenía claro que si se olvidaba de los nombres de las personas con los que interactuaba, sería parte del espectáculo. Tenía esa excusa y se lo perdonarían. El era en ese momento un escritor al que los asistentes a la charla iban a escuchar hablar de sus libros. Tenía ganado a su auditorio de antemano. Y si había algún díscolo, el resto se encargaría de acallarlo y dominarlo.

Pero esa noche no eran suficiente los Danis, como los llamaban en el pueblo, como asidero al que agarrarse. Estar pendiente de esa gente desconocida, atender a sus peticiones sobre sus novelas, sus halagos o sus críticas, por qué no. Sonreír cuando no tenía demasiadas ganas de hacerlo. Álvaro, Carletto, Danilo, Finn … Dimas ese Gonzalo Bañolas … tenía la cabeza en ellos. Le hubiera gustado saber como le había ido a Carmelo con el padre de Esteban, el chico de la barandilla. Pero debía respetar sus ritmos, como hacía con él. Le hubiera gustado haber tenido la conversación pendiente con Ely, aunque éste se mostrara remiso. Y escribir sobre todo lo que le pasaba. La agresión a Carletto y a Danilo le había vuelto del revés la cabeza. Y la noticia sobre el chico de la foto, ese Lucas, antecesor a Galder en su misión de salvamento. Solo esperaba que el hijo de Olga no le odiara como el tal Lucas. Y el tema del violinista. Se había olvidado unos días de él. Álvaro había acaparado casi toda su atención. Tampoco le había preguntado a Javier. Y claro, Álvaro. Le había mandado un par de mensajes que no le había contestado. Yeray le escribió luego para decirle que se había quedado dormido. “Está agotado”; “Ha hecho un trabajo impresionante ayer y hoy”; “Los del anuncio están muy contentos”.

Ese día de descanso le había sentado mal. Había tenido mucho tiempo para darle a la cabeza. Había pasado medio día haciendo un repaso a sus últimos meses. No había ayudado que Carmelo  lo dejara solo por atender a ese compromiso y por asistir a la reunión en su productora. Era todo muy complicado. Su vida de repente se había derrumbado. Ya no tenía editor, su ahijado estaba en la cárcel acusado de pegar a un chico al que había conocido unos días antes. Su amiga Rosa desaparecida, como Nadia. Y Clara, la hermana de su ahijado. El director de su editorial también desaparecido. Teóricamente, claro. Porque a los reservados de la Dinamo seguían yendo. Acababa de leer en su móvil un correo de Esther su editora anunciándole que Elías García se iba a ocupar temporalmente de los detalles del viaje de promoción y que lo iba a acompañar. No le gustaba Elías. Ya tuvo que decirle a Dimas que no lo quería ver ni en pintura. Ahora lo debería hacer de nuevo con Esther. Pero a pesar de todo, no tenía confianza con ella. A pesar de todo, con Dimas sí se sentía cómodo. Era curioso, sentirse cómodo con alguien que te odia. Que te ha traicionado desde el minuto uno de conocerte. Se sentía mal por pensar a veces que estaba mejor antes, sin enterarse de nada. Siendo robado por todos. Traicionado. Pero estaba a gusto. Una de las cosas que le agobiaban cuando meditaba sobre todo lo ocurrido era el detonante. Lo habían comentado un ciento de veces con todo el mundo a su alrededor, incluido con Javier Marcos y su equipo. No encontraba una razón para que todo esto estallara. La aparición de Rubén no era algo que le resolviera mínimamente la cuestión. A no ser que todavía les quedara mucho por descubrir de él y sus circunstancias. Y lo del proyecto de llevar Tirso a la pantalla … ¿Qué más daba? El libro llevaba años en las estanterías de todas las librerías. Ahora no se iba a parar la maquinaria porque él muriera. Al revés, eso ayudaría a que tuviera más repercusión, la convertiría en una especie de homenaje. Y para colofón, el asalto y agresión en la casa de su amigo Álvaro. No dejaba de preguntarse si en el fondo, su amistad con ellos tenía algo que ver. Aunque todo parecía indicar que el tema de que Álvaro hubiera ocupado el sitio de otro actor en esa campaña publicitaria tan jugosa a nivel económico y de repercusión mediática, había sido el detonante. Pero ese actor tenía unos amigos que se habían significado por su poca querencia por ellos. Un odio que parecía venir del pasado. Todo parecía interrelacionado. Las relaciones entre sus enemigos se entrecruzaban.

Ahora, era libre, porque sabía. Pero saber de momento, solo le había dado dolor de cervicales y tener que meterse debajo de una mesa protegido por el cuerpo de Hugo. Ya lo tuvo encima de él, cuan largo es, en el parque. Y la sensación de ridículo que había tenido en las dos ocasiones. No por Hugo, sino por su dignidad. Y también había tenido que salir por patas de uno de los mejores restaurantes de Madrid rodeado por sus escoltas. Y con media plantilla de los antidisturbios abriéndoles camino. No le consolaba que sus ingresos se hubieran multiplicado casi por dos. Acababa de ver las últimas cifras que le había enviado Óliver. Eso le daba una idea de lo que le habían robado en casi veinte años.

Quizás era un buen momento para descubrir todas las cosas que se había ocultado a sí mismo. Las traiciones de su querido marido, al que había llorado siete años. Su muerte había sido la disculpa que se había buscado para apartarse de la vida pública. Lágrimas en realidad, pocas o ninguna. Pero cada vez era más evidente que más gente conocía que Nando le había sido infiel con alevosía, premeditación y continuidad. No era una cuestión de relación abierta o sea que “meapetecefollarconmenganitoymevoyafollar”. Era una cuestión de tener otra relación con otro hombre. Con Salva. Una relación que casi duró tanto como la suya. Y una relación que estaba seguro que había financiado él. Después del comentario de su ahijado en la cárcel, estaba seguro. Pero ese Salva no fue el único. Que él hubiera sabido, hubo un Patrick, un Pablo, un Karim, un Bermejo, un Camilo, un Federico, un Jacinto, un Humanes, un William … que él conociera.

Era pues, la oportunidad de provocar una catarsis en todo su universo. Ya que alguien estaba propiciando ese estado de purga, a lo mejor debería dejarse llevar por él. Mejor pasar la enfermedad toda de golpe. Tenía pendiente una conversación larga con su suegra. Había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.

-Ya hemos llegado – dijo alborozado Cape. – Fíjate parece que se huele desde aquí el guisado de Gerardo.

A Jorge le pareció una tontería. Desde el día en el que estuvo en su casa y acabó llevándose a Carmelo de vuelta a la suya, le molestaba todo lo que decía Cape. Ya no lo disimulaba. No tenía reparo en ponerlo a parir delante de Carmen, o de Helga. O de Flor. No le había gustado enterarse por ésta que ellos sabían de su huida hacía semanas. Y Carmelo en la inopia. Era imposible que oliera el guisado desde la calle. Pero para su sorpresa, en cuanto salió del monovolumen, lo pudo percibir. Y era cierto. Era un aroma maravilloso. Se le acababa de abrir el estómago. No tuvo más remedio que pedir perdón mental por haber despreciado el comentario de Cape.

-Hombre Ana. Mira, si vienes con el pequeño de la casa.

Carmelo saludó a la mujer que se acercaba a ellos con un niño cogido de la mano.

-Dani – dijo el niño a al vez que le tendía los brazos para que lo cogiera en brazos.

-A ver, un abrazo fuerte, fuerte.

Y el niño lo abrazó sonriendo de oreja a oreja.

-¿M’as taído algo?

-No. Esta vez no. No me ha dado tiempo. Pero he venido yo a jugar. Y mira, te he traído a mi amigo Jorge. Jorge, este es Ignacio, el rey de Concejo de Prado.

-Hola Gorgue – dijo apartando la cara con timidez y escondiéndola en el cuello de Carmelo.

-Es un conquistador nato. Ya está haciendo de las suyas. Soy Ana, la madre del conquistador. – y señaló al niño mientras le tendía el puño para saludarlo.

-Jorge, el conquistado – bromeó.

-Hola Gorgue – volvió a repetir el niño.

-Ven a mis brazos, Ignacio el conquistador. Necesito un montón de besos.

-No soy conquet… – no le salía la palabra.

-Conquistaudor. Que palabra más larga y difícil, a mí tampoco me sale bien. ¿Me das un beso?

El niño lo abrazó como antes lo había hecho con Carmelo y le dio un montón de besos con ruido. Su madre lo miraba extrañada. Normalmente con la gente desconocida el niño era bastante retraído. Una cosa era conquistar y otra regalar cariños, besos y abrazos al primero que llegara. Pero con Jorge se había abierto enseguida.

-Quero cena contigo, Gorgue.

-No, vas a cenar conmigo y con tu hermano – atajó la madre.

-Yo quero con Gorgue y con Dani. – dijo en tono resuelto.

-Claro que sí – le dijo Dani tendiéndole los brazos para dejarle libre a Jorge. – Vamos a cenar al lado. ¿Te parece? Te vas a sentar entre Gorgue y yo.

-Habéis llegado pronto – acababan de llegar Óliver y sus padres. – Jorge, te presento a Camila y Teófilo, mis padres.

Choque de puños y sonrisas escondidas detrás de las mascarillas. Jorge empezaba a sentir la presión de la gente nueva. Aunque para su sorpresa, lo llevaba mejor que en otras ocasiones parecidas.

Tenía una sensación rara con algunas de esas personas. Parecía conocerlas. Ya le había pasado con Óliver en su charla tranquila de hacía unos días. Pensó que podía ser el efecto de las mascarillas, pero lo descartó, porque no le había pasado con otras personas. Pero esa Ana, o Teófilo, el padre de Óliver Jorge dejó aparte sus pensamientos y volvió a atender a las personas que hablaban con él.

-Te estaré eternamente agradecida – le comentaba Camila – Estaba desesperada con mi hijo en casa todo el día. Le has puesto a trabajar, al menos le meteré en el despacho que le ha preparado su padre y dejará de vagar como un espíritu errante por toda la casa.

-Me han dicho que es buen abogado. Y además, me ha parecido un hombre muy cabal, educado y buena persona. No podemos dejar que gente así se pierda.

La respuesta que estaba dando Jorge, según la iba diciendo, le parecía de lo más cursi. “Menuda imagen estoy dando”, pensó para él. Pero a la mujer pareció dejarla contenta y Óliver le miraba agradecido. Le dio una palmada en la espalda y le sonrió.

-Perdona un segundo Oli. – Jorge se acababa de acordar de un tema importante. Los dos se apartaron del resto al rincón de las confidencias.

-Se habrá puesto en contacto contigo un amigo, Aitor. Es mi vigilante de que nada pase en mis teléfonos o dispositivos digitales.

-Yo también tenía previsto comentarte. Me llamó y me quedé sin saber que decir. De todas formas me dio tantos detalles que me convenció. Parece tenerte mucho aprecio.

-Hazle caso. Es de confianza. Se asegurará que todos tus dispositivos sean seguros. Es muy bueno. Si te dice de que cambies alguno, me dices y te mando a una tienda de confianza. Tengo tantas cosas en la cabeza que no me he acordado de decirte. Él vio la necesidad de asegurarse que tus dispositivos fueran inexpugnables, ahora que te ocupas de mis cosas.

-Ya me ha dicho que tenía algo en mis dispositivos. Los ha limpiado y se ha asegurado de que no vuelva a pasar. Pero sí me ha dicho que cambie las tablets y los dos móviles.

-Vete a la tienda de Goya, la que está al lado de la librería de mis firmas, y que me lo apunten en la cuenta.

-Pero …

-Es por mi seguridad. Tú tranquilo. Elige los dispositivos que te haya indicado Aitor y que mejor se adapten a tus necesidades.

-¿Y quién espiaría mis …?

Jorge se lo quedó mirando.

-Ya. Vale. Es evidente. Tengo que repasar lo que he hablado …

-Parece que es reciente. Te espían desde que te llamé para que fueras mi abogado.

-Bueno. No quiere decir nada. Esos dispositivos los compré cuando dejé de trabajar en el bufete de Otilio. He seguido utilizando los viejos hasta poco antes de que me llamaras. Hasta entonces me daba pereza poner en marcha los nuevos. Total, para lo que los usaba … para que mi madre me llamara para llevarla a hacer la compra en coche …

-Díselo a Aitor. Que los mire. Por saber. Y ahí sí, convenía que miraras lo que has hecho o hablado.

-Mañana me pongo a ello.

-Otra cosa. Ponte en contacto con Tere, de la Unidad Especial de Investigación de la Policía. Tiene unas estimaciones que ha hecho y algunos datos sobre las ediciones piratas de mis obras. En Estados Unidos, la comisaria Olga Rodiles ha descubierto una edición de “La boda sin novios”. Debe estar vendiendo muy bien.

-Me da que se han bajado más novelas de las que pensabas.

-Eso me temo. Lo hicieron antes de que Aitor se ocupara de mi seguridad informática. Ten en cuenta que algunas de ellas las he escrito hace muchos años.

Volvieron los dos a juntarse con el resto de asistentes al encuentro. Fue el momento que Cape eligió para empujar a todos a entrar en el bar comentando el viaje y con Carmelo jugando con el niño.

-Creo que voy a tener suerte hoy y no voy a tener niño en toda la noche – bromeó Ana al ver a Gerardo. Ignacio seguía en brazos de Dani. Los dos parloteaban sin parar. Y el niño parecía gozarlo. No hacía más que reírse y abrazar a Dani.

-Y luego se va a dormir en dos minutos. Como siempre que está con Dani. – comentó el tabernero – Hombre Jorge, que alegría verte de nuevo. Ya sabía yo que no te resistirías a venir otra vez.

-Me estoy convirtiendo en tu mejor cliente. – bromeó Jorge. – Desayuno y comida.

-Y como siempre vienes con séquito – bromeó Gerardo – Pues hoy vas a añadir a la lista para volver, la cena. Y esos, porque están en sus cosas, pero que conste que sobre todo Dani, cocina muy bien. Menudas competiciones tenía con Rosa María, su vecina.

-No tenía ni idea. Ese secreto no me ha contado Dani. Que cocina sí. Eso ya lo he catado y cada vez más a menudo, gracias a Dios. Ahora tengo un chef semi profesional para mí solo. Pero no sabía lo de las competiciones …

-En cuanto llegué yo a su vida de nuevo, dejó de hacerlo – Cape se había acercado a saludar a Gerardo. – Al menos no cocinaba para mí. Veo que para ti sí lo hace. Luego quiero hablar contigo – le susurró a Jorge.

Éste le miró extrañado, pero sobre todo fastidiado. Cape no dejaba de jugar con el teléfono. Y tenía un gesto muy serio en su rostro. Pensaba que tendría al menos hasta el día siguiente para hacerse a la idea de esa conversación. Pero estaba claro que Cape tenía prisa.

-Gerardo, éste es Hugo – Carmelo presentó al escolta de Jorge y que había tomado en ese viaje las riendas de todo el equipo de escolta de los tres.

-Encantado – dijo sin acercarse Hugo.

Jorge lo miró extrañado. Hubiera jurado que había hecho un gesto de reconocimiento de Gerardo. Y éste aunque lo había disimulado mejor, también lo había mirado de una forma especial. Había sido solo un instante. Pero había ocurrido. Apartó el tema de su mente y se acercó de nuevo a Cape. Aunque no pudo evitar un flash sobre la apreciación de Óliver respecto a Gerardo.

-Vamos fuera si quieres y hablamos. ¿Pasa algo?

-Luego, luego. Después de la cena. Ahora llamaríamos la atención. Quiero hablar con tranquilidad. Pero no es nada grave. No tienes que preocuparte. Ya te lo anuncié el otro día. A lo mejor no te quedaste con la copla.

Nunca había visto a Cape así. De todas formas, Jorge prefirió una vez más hacerse el tonto y puso su mejor cara de lelo.

-Te tendrás que ocupar de Dani. – le susurró ante la persistente mirada de Jorge.

Juan Ignacio Pérez era el programador de música de la Filarmónica Altamira. El lugar en el que se celebraban sus conciertos era el Auditorio del Banco Exterior en Arganzuela. A Carmen le había costado concertar una entrevista con él. La lista de excusas que había esgrimido era interminable.

-Si prefiere le citamos en el juzgado. – le dijo ya de malos modos al quinto intento.

El amigo Juan Ignacio al final prefirió quedar en una cafetería cercana a su lugar de trabajo. Carmen le había propuesto un café que estaba cerca del Conservatorio de Música, pensando que a lo mejor podía ser más fácil para él, ya que también daba algunas clases allí. Pero la academia de Mendés estaba próxima y debió pensar que corría el riesgo de encontrarse o de que alguien le contara.

Carmen llegó unos minutos tarde a la cita. Al entrar en el bar, miró las mesas y la barra buscando a su interlocutor. Un hombre sentado de espaldas en una mesa pegada a la pared, llamó su atención. Parecía muy concentrado en dar vueltas a la infusión que se había pedido. Estaba muy preocupado con que alguien conocido le viera. Inmediatamente a Carmen se le ocurrió pensar en las posibles causas por las que ese Juan Ignacio tenía tanto miedo de que lo vieran hablar con la policía. En el caso que tenían entre manos, ninguna de las posibilidades era agradable.

Caminó decidida hacia la mesa que ocupaba. Se plantó delante de él.

-¿D. Juan Ignacio?

Carmen le tendió el puño a modo de saludo. El hombre, que había levantado la vista asustado, no pudo por menos que poner un gesto de sorpresa y admiración. Por la mirada Carmen supo que a ese tipo no le gustaban los hombres. Así que tuvo que rechazar la mitad de las hipótesis que había barajado, o en todo caso, cambiar algunas de género.

El hombre rebasaba ya los cincuenta años. Tenía algo de sobrepeso, pero las proporciones de su cuerpo eran agradables de ver. Su rostro era agraciado, de formas suaves. Bien afeitado, ojos marrones. Poco pelo y muy corto. El color del mismo en sus años mozos, debió ser oscuro. Ahora casi era blanco. Su expresión facial daba la razón a la comisaria al pensar que ese hombre estaba preocupado.

-¿Quiere tomar algo comisaria?

Su voz era agradable. La modulaba de forma que te envolvía. Carmen estaba segura que en sus clases atraería la atención de todos sus alumnos.

-Tomaré lo mismo que usted.

El hombre llamó a un camarero y le hizo un gesto. Tuvo claro que era un sitio habitual del musicólogo.

Carmen intentó iniciar una conversación intrascendente con el fin de romper el hielo. Pero el programador no parecía tener ninguna intención de ayudarla. No pasaba de hacer algún gesto con el rostro o con el cuerpo a sus comentarios. Y las pocas palabras que salieron de su boca fueron monosílabos.

-Dígame por favor cual es la relación que le une a Graciano Mendés.

-No le gusta que se use su nombre de pila.

-Está bien saberlo, pero ahora mismo eso me trae sin cuidado.

A Carmen le había salido un tono demasiado brusco. Se recriminó por ello. Respiró hondo y cambió de forma de hablar.

-Ese comentario que ha hecho, posiblemente me ayude en algún momento. Llegará el día en que lo tenga sentado al otro lado de la mesa, en una sala de interrogatorios. Y esos detalles son interesantes.

El hombre hizo un gesto mudo de asentimiento. Parecía que el cambio de tono de la comisaria había conseguido el objetivo de que se sintiera cómodo.

-¿Cuál es su relación? – Carmen repitió la pregunta con voz melosa.

-Nuestras mujeres son amigas. Coincidieron en algunos cursos de jóvenes y se hicieron amigas. Nosotros sabíamos el uno del otro aunque no habíamos coincidido. Luego, por ellas, nos hemos tratado algo más.

Se hizo un incómodo silencio. Carmen no siguió preguntando porque tenía la impresión de que Juan Ignacio quería decir algo más.

-No creo que ese momento llegue.

Carmen al principio no caía a qué se refería. Aunque enseguida se dio cuenta de que hablaba de la sala de interrogatorios.

-¿Por sus amigos?

-Tiene a todo el mundo agarrado de sus partes.

-¿Que tiene de usted para que no acepte contratar a ningún músico al que Graciano Mendés le haya puesto la cruz?

-Si le soy sincero, tampoco programo a ningún músico que haya estado en su academia. Ni los vetados ni los recomendados. Estos últimos no me interesan. Hay cien mil mejores. De los vetados, la verdad, hay algunos muy buenos, casi todos han dejado ya la música.

-Entre ellos está Sergio Plaza, Yura Agmatis

-Sí. Son dos ejemplos de grandes músicos echados a perder por Mendés. Sobre todo el primero que ha citado. Aunque he oído que toca a veces al lado del Teatro Real. Me acercaré un día a escucharlo.

-Dígame por favor, lo que Graciano tiene contra usted.

-Mantuve una relación a espaldas de mi mujer. Durante años.

-Una relación que me imagino que no le llevó a pensar en separarse de ella.

-Tenemos dos hijos. Eran pequeños. Y quiero a Claudia. Aquello fue otra cosa.

-Me imagino que sus hijos ya no serán pequeños.

El hombre suspiró.

-No tengo intención de separarme de Claudia.

-¿Sigue con su relación extra-matrimonial?

-No. Hace años que rompimos. Ella vive ahora en Verona.

-Entonces, digamos que ya está liberado del chantaje.

-Mi mujer está enferma. No quiero que ese tipo pueda incomodarla. Sería capaz de visitarla aprovechando sus estancias en el hospital y contar mi historia.

-¿Lo haría sabiendo que está enferma?

-Usted no lo conoce.

-Por eso quiero que usted me diga cómo es. ¡Camarero! – Carmen levantó la mano para llamar la atención del empleado – Tráigame por favor un vaso con hielo y limón. Se me ha olvidado pedirlo antes. Perdone D. Juan Ignacio. Me iba a contar del profesor Mendés.

El relato que inició el musicólogo fue profuso en detalles. Fue una enumeración interminable de casos en los que D. Graciano Mendés había utilizado el chantaje u otro tipo de asuntos para tener a muchas personas relacionadas con la música y la gestión artística en todas sus facetas, pendientes de sus designios para seguirlos.

-Es de la teoría que todos tienen algo que ocultar, alguna vez han cometido algún desliz, o en su caso, desean algo con todas sus fuerzas. A los que no han cometido deslices en su vida privada, les consigue esos deseos. Pueden ser el acceso a determinadas personas, puede ser tener una cita con un hombre estando casado con una mujer y teniendo cinco hijos en común. Puede ser entradas para un concierto o tener plaza para un hijo en un colegio exclusivo. O lo más común, porque todo el que quiere eso, sabe dónde debe ir a buscarlo, asistir a esas fiestas llenas de glorias de la música y de chicos dispuestos a satisfacer cualquiera de sus deseos.

-Él no lleva a sus hijos a un colegio elitista cuando se lo consigue a los demás. ¿No es extraño?

-Su mujer no le dejó. Adela es de buena familia. A ella no le gusta esa expresión, pero así nos entendemos. Ella no quería para sus hijos el mismo camino que sus padres le obligaron a seguir a ella. Siempre dice que eso le privó del contacto de muchas personas interesantes a las que no pudo acceder porque eran de “una categoría inferior”. Personas llenas de amor, de arte, de pensamientos inteligentes. De sensibilidad, de sentimientos.

-¿Su mujer es así también?

-Sí. Por eso se hicieron amigas.

-¿Y no cree que a su mujer, a ver como lo digo, su aventura no le pasaría desapercibida?

-Estoy convencido de que lo sabe. Cuando nos casamos, lo hablamos. Ahora se lleva más, pero entonces no tanto.

El hombre dudaba de como contarlo.

-Tienen una relación abierta – le sugirió Carmen. Juan Ignacio asintió con la cabeza. – Su mujer no quería que ni usted ni ella se perdieran a esas personas que podían aportarles una experiencia única y que a la larga, les frustrara. – Carmen hizo una pausa para recapacitar sobre el tema – Pero entonces no entiendo por qué se ha dejado chantajear. Salvo que quisiera que no indagara para descubrir otros secretos suyos.

Por la cara que puso el musicólogo, Carmen supo que había acertado. Decidió cambiar de tema.

-¿Qué pasó con el hijo mayor de Graciano Mendés?

El hombre se recostó en la silla. No parecía inclinado a contar secretos de Mendés que atañeran a su familia. Pero el gesto de Carmen, ahora más relajado que al principio de la charla, le hizo pensar que podía confiar en ella.

-Eso posiblemente le hará pedir el divorcio a su mujer dentro de poco. Sigue viendo a su hijo, como no puede ser de otra forma. Y lleva a sus hermanos a verlo. Los cuatro se quieren de verdad. El mayor no está bien. El rechazo de su padre le ha hecho entrar en una deriva de distintas patologías psicológicas que tienen preocupados a la familia. Menos a Mendés, claro. Adela no se ha atrevido todavía a enfrentarse frontalmente a Mendés.

-¿Tiene miedo de su marido?

-¿Adela miedo de Graciano? No. Para nada. Ya le he dicho que ella es de “buena familia”. Poderosa. Adinerada. Tiene dinero propio a parte de un trabajo. Es una mujer inteligente. Decidida. Con carácter.

-¿Y por qué sigue con él?

-Por un concepto de la fidelidad, del amor, posiblemente equivocada. Ella se casó enamorada de verdad. Tuvo que luchar con su familia para casarse. Luego tuvo que luchar contra su marido y sus intentos de anularla. Pero, aunque parezca contradictorio, siente que no debe apartar a sus hijos de su padre. Y sabe que cuando dé ese paso, eso va a ocurrir. Sus hijos no tienen apego por su padre. Y éste tiene otros “niños” que le hacen más feliz.

-¿Piensa que si Adela no fuera la mujer que es, hubiera intentado algo con sus hijos? Y otra pregunta ¿Sabe de su pasión por esos otros “niños”?

Juan Ignacio miró a su alrededor. Parecía preocupado porque alguien pudiera escuchar lo que iba a decir. Cuando estuvo seguro de que nadie estaba pendientes de ellos, se acercó a la comisaria que a su vez se inclinó sobre la mesa para escuchar lo que tenía que decir.

-Creo que los problemas mentales de Ignacio, vienen de eso. De que hace años intentó “jugar” con él. Respecto a la segunda pregunta, nunca lo ha dicho claramente. Pero a veces deja caer algún comentario con mi mujer, que hace pensar que sí lo sabe.

-¿Conoce al chico?

-Sí. Conozco a todos. Mi mujer es amiga de Adela. Y nuestros hijos también lo son. Ésta además está siendo de mucho apoyo para ella en su enfermedad. Y los chicos suelen quedar a menudo. También con Enrique, antes de que pregunte.

-¿Es cáncer por un casual?

El hombre asintió con la cabeza. Volvió a apoyar su espalda en el respaldo de la silla. Parecía derrotado. Carmen supo que el pronóstico no era bueno. O que al menos, la lucha les estaba agotando a todos.

Carmen sacó el móvil.

-Perdóneme pero tengo que contestar unos mensajes. Una pregunta. ¿Usted podría interceder con Adela para concertar una cita de Ignacio y Adela con Jorge Rios?

-¿El escritor?

-Sí. Pensamos que la librería Aladino sería un buen lugar. Enmascarado en un encuentro de Jorge con clientes de la misma. Suele hacerlos periódicamente.

-Eso enfurecería a Mendés. Ha hecho correr la voz de que Jorge Rios es su enemigo.

-Es una posibilidad si se entera. Aunque no tiene por qué ser así. Y no se equivoque: Mendés es el que es enemigo de Jorge. El escritor es capaz de cualquier cosa por ayudar a una víctima de abusos.

-Lo sé. Por eso lo empecé a leer. A parte de que a mi mujer siempre le ha gustado. Y a mis hijos igual. Alguien me contó algunos casos en los que su intervención salvó a chicos como Enrique.

-¿De qué depende que llamen al hijo mayor Ignacio o Enrique?

-Ignacio lo llama su padre. Es el nombre de su padre. Enrique lo llama su madre.

-Ya, es el nombre del padre de Adela ¿no?

Juan Ignacio sonrió y asintió con la cabeza.

-¿Qué me contesta?

-Tiene ojos y oídos en todos sitios. Tiene mucho poder. Puede que pueda hacer que usted pierda su puesto de trabajo. O algo peor.

-Él puede tener poder, pero yo también lo tengo. El puede tener amigos influyentes. Nosotros también. El puede tener los medios para contratar a alguien que atente contra nosotros. Nosotros tenemos el respaldo de la ley y los medios para repeler ese ataque.

Carmen y Juan Ignacio se miraron unos segundos. Carmen seguía con el teléfono en la mano, preparada para escribir unos cuantos wasaps.

-Conteste esos mensajes que tiene pendientes mientras me lo pienso.

-A la vez, haga memoria e intente recordar el nombre de algunos de esos chicos que han acabado mal de su relación con Graciano Mendés. Si todavía están vivos, queremos echarles una mano.

-¿También Jorge Rios?

-Y mis compañeros Javier Marcos y Olga Rodilla, yo misma, los psicólogos de la Unidad, Carmelo del Rio, Dídac Fabrat me ha dicho Dídac que lo conoce.

-¿Conoce a Fabrat?

-Es amigo nuestro. Pero sobre todo de Jorge y de Nuño Bueno, que es un casi hermano de Javier. No hace falta que le diga quien es ninguno de ellos.

-No sabía.

-Pues sí. Llame a Dídac, se lo confirmará.

-Si no le importa, salgo un momento a la calle.

-Yo me pongo con mis mensajes.

Carmen sonrió. Mandó un mensaje a Dídac para avisarle. Solo esperaba que Dídac pudiera acabar de vencer la resistencia de ese hombre. Su colaboración les facilitaría mucho la labor en la consecución del plan que tenía Jorge para empezar a cuidar del hijo mayor de Mendés. Y de paso, darle un par de bofetadas virtuales al ínclito profesor de violín. Las bofetadas virtuales era un camino que a Carmen le satisfacía más que las bofetadas físicas. Y no dudaba que Jorge, si no veía otra posibilidad, utilizaría el método contundente sin dudar.

Jorge Rios.”