Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

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Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

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Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

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Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

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Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

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Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

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Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 106.

Capítulo 106.-

.

Volaron camino del aeropuerto. Tenían el tiempo justo para llegar a la T2 de Barajas. En este viaje, Jorge le dijo a Fernando que se sentara atrás con él. Nano ocupó su puesto en el asiento del copiloto. Fernando no tardó en quedarse dormido. Jorge sonrió al verlo. Nano miró a su compañero y también sonrió. Nadie dijo nada. Todos sabían lo que había tenido que vivir la noche de Vecinilla. Llegó tan cansado a la Hermida 3 que se quedó dormido en la bañera, a remojo. Raúl tuvo que ir a rescatarlo.

Jorge estuvo tentado de intentar imitarlo, pero se notaba demasiado excitado. Tenía la sensación de que algo iba a ocurrir en la visita a esa finca de Vecinilla que había ocupado a un número importante de guardias civiles durante toda la noche. Y por lo que sabía, su policía científica iba a tener trabajo para un tiempo largo.

También le preocupaba la decisión repentina de Aitor de acercarse al terreno para comprobar algunas cosas que le dejaron preocupado. No había querido dar muchas explicaciones. Pero eso no era normal. No le gustaba exhibirse y dadas las circunstancias, a Jorge no le parecía bien que lo hiciera. Debía haber sido previsor y haberse agenciado uno de los pasamontañas que utilizaban los GAR para no mostrar su identidad. Cuando se despertara Fernando, esperaba acordarse de tratar ese tema.

Vio por las ventanillas que ya estaban entrando en la T2. Lucía era una conductora rápida y Silvia, que iba en el coche de delante, también. Nano le hizo un gesto a Jorge señalando a Fernando. Éste sonrió y tocó el hombro del policía. Se despertó sobresaltado. Pero apenas tardó unos segundos en estar plenamente despierto. Jorge sintió envidia por esa capacidad. La última vez que se habían encontrado en puestos cambiados, o sea, Fernando despertando a Jorge, éste tardó casi hora y media en saber quien era.

-Prométeme que luego te vas a ir a descansar. Hay una habitación en la Hermida 2, si crees que vas a estar más tranquilo.

-No, no. No hace falta. Tengo que ir a casa. No tengo ropa para mañana.

-Ya solucionaremos eso.

-¿Quieres que entre en el clan de los que visten la ropa de Jorge Rios?

-Tengo ropa de Raúl, si te vas a sentir mejor – Jorge puso su mejor cara de coña. Nano no pudo evitar una carcajada.

-Atentos, salimos – dijo Nano en su papel de jefe momentáneo de la escolta.

Fernando decidió dejarle a su compañero en esa tarea y él fue junto a Jorge. Nano les guió con rapidez hacia la puerta en la que tenía el desembarque el vuelo de Aitor. Los primeros pasajeros salían ya por el vomitorio.

Jorge en cuanto vio a Aitor sonrió. No le gustó el aspecto que traía, pero decidió aparcar ese tema. Era claro que al hacker, le dolía casi cada músculo, cada hueso del cuerpo. Su cara era la expresión viva del dolor. Cada paso que daba parecía un suplicio para él. A eso se unía que posiblemente hubiera dormido todavía menos que Fernando. Pero aún así, en cuanto vio a Jorge, su cara cambió y una sonrisa enorme ocupó todo su rostro. Sus ojos, grandes y negros, brillaban por las lágrimas que lo habían inundado de repente. Fernando y Nano que estaban al lado de Jorge, apartaron la vista para dejarles ese momento de intimidad.

No se dijeron nada. Fernando se esperaba de Aitor algún chascarrillo, algún comentario sobre las noches de sexo que le debía Jorge. Pero no dijo nada. También le sorprendió la altura del informático. Se había hecho a la idea de que era bajito y por qué no decirlo, feo. Pero no lo era. Ninguna de las dos cosas. Cuando se le quitó el rictus de dolor al ver a Jorge, a parte que se le quitaron de encima diez años al menos, apareció un rostro bonito y delicado. No le pegaba con las groserías que solía decir por teléfono. Y por tener siempre en la boca expresiones con connotaciones sexuales.

Después de mirarse un rato a los ojos, Jorge y Aitor se abrazaron. No dijeron ni palabra. El escritor era feliz de tener a ese joven entre sus brazos. Y era claro que al revés, los sentimientos eran los mismos. Estuvieron así varios minutos. Luego Aitor separó su cabeza de la de Jorge y le cogió la cara con sus manos y le besó en los labios. No uno, o dos o tres besos. Fueron un ciento seguidos. Jorge hizo lo mismo y puso sus manos en la cara del informático. Se miraban los dos a los ojos.

-Te quiero ¿Lo sabes? – dijo Aitor con los ojos acuosos.

-¿Y tú sabes que yo te quiero a ti? ¿Lo sabes?

-Me hubiera muerto si hubieras ido en ese coche.

-Nunca fue mi intención ir en ese coche. Eso no hubiera pasado en ninguna circunstancia.

-Pero imaginarlo …

-Cariño, si tú y estos amigos que me rodean, me cuidáis, no me puede pasar nada.

-Estaría más tranquilo si no hicieras de poli. Te ha entrado esa manía.

-Bueno. En realidad tú también haces de poli.

-Pero yo estoy escondido.

-Y yo estoy protegido por los mejores.

-Y están buenos.

Jorge se echó a reír. Aitor ya se había relajado. Ya volvía a ser el de siempre.

-Mira, este es Fernando.

-Guay Fernando. Estuviste bien anoche.

Se saludaron con un choque de puños.

-Este es Nano.

También chocaron los puños.

-Paula y Rami. Luego te presento a Silvia y a Lucía y a Carlos y Romo que están fuera. ¡Anda! Mira. Y esa pareja que viene por ahí son Carmen y Raúl.

La comisaria sonreía mientras daba los últimos pasos que los separaban. Era claro que ella no se iba a conformar con un choque de puños. Iba decidida a abrazar a Aitor.

-No sabes la alegría que me da conocerte. – le dijo Carmen.

-Y a mí. Que cuides de Javier y también de Jorge, es importante para mí. Ya sabes que si estoy vivo, es por Javier y por Jorge. Si les pasara algo, no lo soportaría.

-Y sabes que si te pasa algo a ti, ellos lo llevarían muy mal.

-No toca, sé por dónde vas.

Carmen sonrió.

-Pero algún día sí tocará.

-Ya veremos. Con toda la mierda de la que estáis rodeados … no me dejáis ni un minuto libre.

-Venga, vamos a los coches. Tenemos un rato para llegar al “parque de atracciones”.

Carmen entró también en el coche de Jorge. Cambiaron la orientación de una de las filas de asientos para tener una especie de reunión con una mesa en medio. Nano seguía ejerciendo de jefe del grupo de escolta e iba en el asiento del copiloto. Detrás estaban sentados en una de las filas Carmen, Fernando y Raúl, y en la otra Jorge y Aitor. Aitor era claro que el tiempo que estuviera en Madrid, quería estar cerca del escritor.

-Sabes que me gusta tenerte cerca, Aitor.

Aitor sonrió. Parecía un niño feliz. Cualquiera que le viera el rostro en ese momento, no podría imaginarse el dolor que tenía que sufrir cada día. Ni podía imaginarse la vida llena de desdichas, de palizas que había sufrido hasta los trece años. Palizas infligidas por sus propios padres. Y aún así, perseveró en su afición a la informática hasta convertirse en el mejor hacker del mundo. O a lo mejor, fue por eso, para crearse un refugio al que sus padres no pudieran acceder. Su nick infundía miedo y respeto a la vez. Era capaz de entrar en cualquier sistema y que no se enterara nadie. Podía haber robado, destruido a personas e instituciones. Podía haberse convertido en la persona mas rica del mundo. Pero aún viniendo de la familia que le había tocado, aún sufriendo maltrato desde que empezó a ser consciente, esa opción nunca estuvo en su mente. Tuvo dos golpes de suerte: el primero Javier. El segundo, Jorge. Los dos le mostraron que también existían personas buenas. Los dos le mostraron su cariño. Los dos le ayudaron de manera definitiva. Los dos, seguían apoyándolo y cuidándolo.

-No me sueltes la chapa con que vuelva a España. – Aitor puso su mejor cara de pillastre.

-¿Qué te preocupa tanto para venir hoy a ver esa finca en Vecinilla? – Jorge decidió ponerse serio.

-Lo que no pude ver. Hay cosas que no están conectadas al sistema central. Al menos vi tres puertas sin sus correspondientes enganches. Pueden ser una tontería. O puede que no. Ayer, esa gente hizo un intento de matarte, Jorge. Posiblemente nunca lo hubieran conseguido, porque no pensaste de verdad en ir. Porque Fernando fue rotundo al decirte que no fueras. Ellos pensaron que ibas a ir a buscar a esos chicos. No quisieron mandarte las fotos reales porque pensaron que a lo mejor la policía conseguía identificar el teléfono desde el que lo hicieron, como así lo han hecho.

Carmen se sonrió negando con la cabeza. Eso no lo sabía nadie a parte de Bruno, el de la oficina, que lo había localizado. Y Javier.

-¿Y las trampas para nosotros? – preguntó Fernando.

-Cobrar y reírse. Y si algún poli salía herido o muerto, mejor para el espectáculo. No están muy contentos con vosotros. Creo que empiezan a teneros respeto, cuando no miedo.

-Los de explosivos han descubierto una gran cantidad de ellos. Eso podía haber sido una masacre.

-Luego os enseño una recreación de lo que iba a pasar. Era difícil que cuando hubiera estallado la bomba, hubiera habido alguien en un radio de cien metros. Espectáculo, ya digo. Ridiculizaros viendo a decenas de policías corriendo para ponerse a salvo entre petardos y fuegos artificiales, por no hablar de los aspersores y demás.

-¿Y esos chicos? ¿Por qué?

-Porque ya no valían para nada. El de León, porque había hablado con vosotros. Era basura. Los otros, se creyeron más listos. Y lo pagaron. Eso sí, cobraron. Les pagaron, no me miréis así. El dinero está en sus cuentas, podéis comprobarlo. Posiblemente no les dijeron todo lo que iba a pasar. Pero fueron por propia voluntad. Y si hubiera sido un simple encuentro sexual, hubiera estado bien pagado. Imagina, amor, que cobraron el doble que la tarifa de Álvaro.

Jorge suspiró resignado. Carmen y él se miraron. Si ninguno parecía querer saber la confirmación de que Álvaro había dado ese paso, en un momento Aitor se la había proporcionado.

-¿Y quién lo organizó? – preguntó Jorge, olvidándose de momento de Álvaro.

-Eso se lo dejo a la policía. – Aitor sonrió de nuevo poniendo cara de pillo.

-Si lo sabes deberías decírnoslo – dijo Fernando.

-Os pondré en el camino. Debéis seguir un procedimiento para que acaben en la cárcel. Si no fuerais la policía, ahora mismo os lo decía para que mandarais unos matones y les pegarais una paliza. Sois buenos policías.

-No me gusta que te vean la cara, cuando lleguemos. – le dijo Jorge.

Carmen se lo quedó mirando.

-Puedo poner la mano en el fuego por los que estamos hoy aquí en este monovolumen. No la puedo poner por el resto de la policía y de la guardia civil. Ni que nadie saque una foto y luego rule por cualquier sitio.

Raúl hurgó en su bandolera y le tendió a Aitor un pasamontañas.

-Son los que utilizan los beltzas. Son más ligeros y transpiran mejor que los de la policía.

-Llegamos en cinco minutos a nuestros coches – anunció Nano.

-Si no quieres parar …

-Claro que quiero. – respondió Jorge sin dudar.

-El teniente Romanes nos espera ahí. – anunció Carmen. – Parece que está a pocos metros de la antena que surtía de internet a la finca.

-Sí, quiero comprobar unas cosas. Le dije a Iker que me esperara allí – anunció Aitor, poniéndose el pasamontañas. Jorge no le quitó ojo hasta que lo tuvo puesto.

-¿De qué conoces a Iker?

-Es amigo tuyo, Fernando. Pregúntale.

-No me quiso responder.

-No soy nadie para contestarte entonces. Lo siento.

La comitiva bajó la velocidad hasta pararse en medio de la carretera. Todavía no la habían abierto al tráfico de nuevo.

Lo primero que llamó la atención de Jorge fue el coche que supuestamente era el suyo. Supuestamente no, era el coche que hasta la noche anterior había utilizado en sus desplazamientos desde que llevaba escolta. Para su sorpresa, verlo, sí le produjo una cierta desazón. Aitor lo conocía lo suficiente para darse cuenta. Le agarró la mano rápidamente. Jorge se lo agradeció apretándosela y acariciando su dorso con el dedo gordo. Fernando abrió la puerta corredera y bajaron del monovolumen. Aitor agarró el brazo de Jorge sin dudarlo. Éste se fue aproximando al coche, con la vista fija en él. Parecía hipnotizado. El teniente Romanes se acercó al escritor.

-Jorge, este es el teniente Romanes, – fue Fernando el que hizo las presentaciones – Iker Romanes.

Jorge le hizo una mueca para indicarle que estaba encantado de conocerlo. Aunque no abrió la boca. Apenas lo miró. Estaba anonadado por el estado del que, hasta el día anterior, había sido su coche. Iker y Aitor no escenificaron tampoco el encuentro de dos viejos amigos. Simplemente chocaron sus puños. Estaban pendientes de la reacción de Jorge, que sin darse cuenta tenía la boca abierta de la desazón que le embargaba observando la escena. Un desasosiego que iba en aumento cada instante que pasaba.

-El artefacto estaba en esa parte – le explicó Romanes. – Lo activó uno de los detenidos con el teléfono. Tenía instalada una APP para controlar el sistema.

-Hubieran muerto todos los que van conmigo. – lo dijo en apenas un susurro, con la vista fija en los coches.

Carmen asintió despacio con la cabeza. A ella le estaba pasando lo mismo que al escritor. Se había enfrentado en su vida profesional a multitud de situaciones difíciles. Ese día, la cabeza estaba haciendo un trabajo de imaginar qué hubiera pasado si la comitiva hubiera sido real. Y esa imagen le causaba una angustia extrema. Por todos los compañeros y amigos que hubieran fallecido y los que hubieran quedado malparados.

Jorge cambió el objetivo de su mirada por el vehículo que iba cerrando la comitiva. Estaba mejor, pero eso no significaba que sus ocupantes hubieran salido con bien del trance. Carmen no quiso explicarle que los que iban en el lado derecho, que fue el que acabó estrellado contra el árbol, hubieran tenido un ochenta por ciento de posibilidades de morir. Un ochenta y cinco de acabar con graves lesiones medulares. Un noventa de tener lesiones de las que nunca se hubieran recuperado y que les hubieran impedido seguir siendo policías. Un cien de tener lesiones importantes, muy graves con un periodo de recuperación estimado de dos años. Era lo que les habían explicado los peritos en su informe preliminar. Los otros dos, un cuarenta de morir, un setenta de tener graves lesiones, un noventa de tener heridas de consideración.

-Amor, acompáñame a la antena. Me duele mucho la pierna. Necesito tu apoyo. – Aitor decidió romper el devenir de la mente de Jorge. No le gustaba la ansiedad y la tristeza suprema que se acrecentaba cada minuto que el escritor tenía toda su atención fijada en los amasijos de hierros que eran sus viejos vehículos.

Jorge lo miró. Suspiró y acabó sonriendo. Lo besó en la mejilla.

-Te quiero, no lo olvides.

-Sabes que soy un desastre con la memoria. Me lo tendrás que repetir.

Jorge emprendió el camino hacia dónde Iker les señalaba.

-Jorge, sujeta este portátil un momento. Iker ayúdame por favor. Vamos a cambiar al puerto de la antena de ellos. Se me ocurrió que a lo mejor hay dos fibras distintas. La que utilizaste tú, puede que solo diera acceso a una parte del sistema.

-De todas formas ya verás ahora que hay otros dos puertos. Y luego, un poco más adelante, encontré otros dos puertos de acceso.

-¿Me lo enseñas?

-Si ves que en la pantalla salen una especie de ondas, avísame – le dijo a Jorge.

Dos furgonetas de la Guardia Civil se pararon a la altura de los coches de la caravana de Carmen y Jorge. Un comandante salió de una de ellas. Buscó con la mirada y cuando los vio, se encaminó presto hacia ellos.

-La comisaria jefa más poderosa de la Policía.

Carmen se giró de inmediato. Conocía esa voz.

-¡JL!

Se abrazaron.

-Te echo de menos en el karaoke.

Carmen resopló.

-Llevo una temporada que las fuerzas me dan para llegar al sofá de Javier y punto. ¿Cómo estás?

-Ya sabes. Aclimatándome de nuevo a la soltería. Veo que te has trasladado a la casa de Javier para atarlo en corto.

-Sí, que remedio. No me importa, te advierto. Tiene la ventaja que está más cerca de la Unidad que la mía. – Carmen se calló unos instantes y estudió el gesto de su amigo. – Petra no sabe lo que ha dejado. No te comas la cabeza.

-Nunca ha llevado bien lo de que fuera guardia. Es una incompatibilidad manifiesta de caracteres. He ganado en noches de karaoke y cervezas con los compañeros.

-No disimules conmigo. La sigues queriendo.

-No tengo intención de cambiar mi vocación. Ella no lo entendió. Cuando nos conocimos, ya sabía lo que había. No valgo para un puesto en cualquier empresa de seguridad. Pensó que una vez casado, me podría cambiar. Y mira que se movió para encontrarme un buen puesto. Eso también lo hizo a mis espaldas. Quería cambiarme a toda costa. No hubo negociación posible.

-Y seguro que cobrando cuatro veces más.

-Sí, sí. Eso de todas formas es fácil. Aunque no me quejo de mi sueldo. Me da para vivir como me gusta. Y como no hemos tenido hijos … – esto último lo dijo con amargura. Carmen le dio una palmada en el pecho para animarlo.

-No sabía que ibas a venir a echar un vistazo.

-Me lo ha pedido Rui. Le voy a sustituir unos días. Se va a Galicia por algo de vuestros asuntos comunes.

-Aquí tienes otro fleco de nuestros asuntos pendientes.

-¿Ese es el escritor?

-Sí. Y ese es el coche que llevaba hasta ayer.

-¿No estarás dando vueltas a que tus chicas podrían haber estado ahí?

-Estoy haciéndome a la idea. No me he enterado de la nochecita hasta hace unas horas que Javier ha tenido la amabilidad de informarme con detalle.

-¿Tan mal estabas ayer que Javier no quiso llamarte?

Carmen se sonrió.

-Hoy me toca a mí. El cuerpo de Javier no creo que tarde en decir: ¡Basta! Esto, lo de los matones que intentaron rajar la cara a ese actor Álvaro Cernés, los asaltantes de la casa de Rubén Lazona con un vecino fallecido … no se aburrió anoche, no.

-Creo que lo de Rubén es lo que ha acelerado el viaje de Rui.

JL empezó a estudiar los alrededores del escenario. Dos guardias con el uniforme de los CEDEX se acercaban andando por la carretera.

-A sus ordenes mi comandante – saludó uno de los hombres. – Nos ha ordenado el comandante Garrido que le demos novedades a usted.

-Diga Canales.

-Hemos encontrado otro artefacto como a unos doscientos metros. Era igual al que han hecho explotar aquí.

-¿Una segunda oportunidad? Por si fallaba el primero.

-Por si lo detectaban. Imaginamos. O pensaban atacar también a los que hubieran venido en su ayuda. Salvo que confiesen, no podemos estar seguros de sus planes. De momento no hemos encontrado nada que nos ayude a saber sus intenciones exactas.

-¿Sabemos de dónde sacaron el explosivo?

-No es de aquí. No es un desvío de canteras o empresas de demolición. Tráfico de armas.

-Carmen, te presento al Teniente Ulises Canales. Ulises, la comisaria Carmen Polana.

-Encantada de conocerte Ulises.

-Es un placer conocer a la famosa comisaria jefa. Estuvimos algunos compañeros y yo en una charla que dieron usted y la comisaria Rodilla.

-No recuerdo que te acercaras a hablar con nosotras al final.

-No pude. Me hubiera gustado saludarlas. Me interesó mucho su forma de ver las cosas y de exponerlas. Había muchos compañeros deseosos de comentarles sus opiniones al final y tenía que entrar de servicio.

-Ya que fuiste oyente de una de nuestras charlas, me gustaría que me tutearas.

-Un honor, comisaria.

-Aitor, ya salen las ondas – le avisó Jorge.

Iker le cogió del brazo al hacker para ayudarlo a llegar dónde Jorge. Cogió el portátil decidido, pero un latigazo de dolor le hizo tambalearse. Le pasó el ordenador a Iker y él fue a sentarse en un árbol caído.

-Busca el acceso a todo el sistema.

Iker empezó a moverse con el ratón. Fue probando distintas cosas, hasta que al final encontró lo que buscaba.

-Esta parte no salía ayer.

-Tenemos que ir a los edificios.

-¿Me lo explicáis? – Jorge no entendía lo que buscaban Iker y Aitor.

-Hay una parte del complejo que no aparecía ayer en los planos. Tienen varios accesos separados. Eso quiere decir que tampoco pudimos acceder al sistema que lo controla.

-Ni a verlo, claro. En todos sitios hay cámaras, imaginamos que en esa parte que no encontramos, también.

-O sea que puede haber más sorpresas.

Ni Aitor ni Iker dijeron nada. Solo levantaron las cejas.

-Parece que estáis de funeral.

Carmen y JL se habían acercado a ellos.

-Puede que haya más sorpresas en la finca. – apuntó Romanes.

Carmen y JL se miraron. JL se giró para llamar a los CEDEX y que no se fueran.

-Ulises, id por favor de nuevo a la finca.

-No, no, sigamos el cable de comunicaciones. – dijo de repente Aitor. – Que nadie se acerque de momento. Todos quietos. Os vamos diciendo.

-No estás como para andar por el campo – Carmen le miraba como una madre lo haría con su hijo enfermo.

-Tenemos indicios de que hay alguna posibilidad de que se acceda todavía de forma remota para destruir todo el sistema.

-Yo me encargo de ayudar a Aitor – dijo Jorge en tono rotundo.

Jorge rodeó la cintura de Aitor y le puso su brazo para que le rodeara el cuello.

-Yo te cojo del otro lado – se ofreció Fernando.

Entre Fernando y Jorge casi llevaban en volandas a Aitor. Iker iba delante, poniendo a la vista el cable. Cuando llevaban casi la mitad del recorrido, encontraron otro puerto de entrada al sistema, con una antena que no estaba desplegada. Iker sacó una tablet de su bandolera y conectó un cable USB a uno de los puertos libres.

-Debes ser rápido, Iker.

Salvo ellos dos, nadie parecía entender cual era el problema. Pero los dos parecían preocupados. Jorge acercó a Aitor a los puertos y le ayudó a sentarse en el suelo.

-¿Me sujetas la espalda mi amor?

Jorge no dijo nada. Solo se puso detrás para que sus piernas hicieran de respaldo del informático. Aitor sacó un cable de su bandolera y lo pinchó en otro de los puertos de acceso. Empezó a teclear a una velocidad de vértigo.

-Éste no es. – dijo Iker.

-No saques el USB. Usa otro para probar el otro puerto.

-No sé si será importante – dijo uno de los GAR – pero debajo parece que hay otro puerto.

Iker se tiró en el suelo para mirar.

-¡Rojo! – gritó Iker.

Aitor buscó en su bandolera. Sacó un pendrive. Se lo tendió a Iker que de inmediato lo introdujo en el puerto rojo. Sacó otra tablet y la conectó al pen. Iker se puso detrás de Aitor.

-¡Para! ¡Ahí!

Aitor detuvo la secuencia interminable de números y letras que iba apareciendo en la pantalla. Jorge observaba a los dos con gesto de estupefacción. A él toda esa innumerable lista de números no le decían nada. Le parecían todos iguales. Aitor seleccionó una de las líneas y empezó a sobrescribir. Aitor e Iker se miraron. Éste asintió.

De nuevo, empezó a correr por la pantalla una serie interminable de lo que parecían líneas de programación. Hicieron el mismo proceso en al menos diez líneas.

-Mi comandante – dijo el teniente Romanes – sería mejor por si acaso, que diera la orden de desalojar.

-Peña, ordena el desalojo. Que nos informen cuando todos los equipos estén en la zona de seguridad.

Desde allí escucharon el bullicio que se armó en la finca. Estaban apenas a medio kilómetro. Y todos a su alrededor estaban en silencio expectantes. Todos parecían haberse contagiado del gesto serio y concentrado de Aitor e Iker.

-Zona despejada – escucharon todos en la radio del sargento Peña.

-Reseteamos y reiniciamos. – propuso Aitor. Iker asintió.

En la tablet. Jorge pudo ver como un circulito apareció en la pantalla. Y un contador del avance del proceso en tanto por ciento.

-Se me ha ocurrido una cosa – dijo Aitor. – Dame tu tablet.

Iker se la tendió de inmediato. En esa tablet, de nuevo empezaron a aparecer líneas interminables de números y letras.

Aitor paró un momento. Puso el cursor al final de una línea y empezó a escribir.

-Te quedan cinco minutos. – anunció Iker a Aitor.

Carmen no podía aguantar tanta intriga. JL que la conocía le tendió un cigarrillo. Carmen le sonrió a la vez que lo cogía y se lo encendía.

-Dos minutos.

-Quiero desactivar también …

-Deja. Nos servirán de guía. No te va a dar tiempo. ¡Un minuto!

Jorge aguantaba la respiración. Y eso que no alcanzaba a entender lo que pretendían Iker y Aitor. Pero mirarles a la cara y verles el gesto serio, consiguió ponerle nervioso. Miró a Carmen que supo y le tendió su cigarrillo. Jorge no dudó y le pegó una calada antes de devolvérselo a la comisaria. JL que lo vio, sacó otro pitillo de su paquete, lo encendió y se lo tendió a Jorge. Este le sonrió agradecido. Pero ninguno dijo ni una palabra. Se podía escuchar perfectamente a los pájaros canturrear. Las hojas moverse en el suelo al ritmo de la suave brisa. Lo único que no pegaba en ese escenario idílico, era el ruido de los dedos de Aitor sobre el teclado virtual.

-¡Ya!- gritó Iker a la vez que Aitor levantaba las manos.

-¡Operación destroyer abortada!

Jorge miró sorprendido a Iker. Éste le sonrió.

-Siguiendo sus órdenes, las puertas se van a abrir.

Todos se miraron. Esa voz metálica, había salido de la tablet de Aitor.

-¡Mirad! – dijo el sargento Peña señalando la finca.

Unas columnas de distintos colores, se podían vislumbrar a través de la arboleda. Eso estaba pasando en las edificaciones de la finca y en la explanada de delante, en la que habían instalado el “parque de atracciones”. Carmen, Peña y JL iniciaron el camino a paso rápido para llegar a la finca. La misma estaba en una pequeña hondonada y ya estaban en el terraplén que lo separaba del bosque. En distintos puntos del terreno como de los edificios, habían explotado bombas de humo de distintos colores. En todas, después de disiparse las emanaciones, quedó marcado con el color del tizne.

-Mi comandante, parece que en algunos lugares se han levantado una especie de trampillas que estaban ocultas.

-Verde y rojo, en ese orden – dijo Iker sin dudar. – Las negras para Aitor y para mí.

-Después, granate y amarillo.

-¿Habéis oído? – dijo JL por la radio.

-A sus órdenes mi comandante.

-Pide unas ambulancias Carmen – dijo Jorge que miraba la pantalla de Aitor. – Muchas.

-Escritor, te van a necesitar. Iker se encarga de ayudarme. – Aitor le obligó a agacharse y le dio un beso en los labios. – Te quiero, no lo olvides.

Carmen se colgó su acreditación del cuello y emprendió la bajada al terreno. JL la siguió. Jorge ayudó a levantarse a Aitor y lo dejó sentado en un tronco, mientras Iker recogía sus equipos.

-Dile a Carmen que empiece por la de la izquierda – le dijo Aitor a Jorge. Éste marcó inmediatamente el teléfono de Carmen y se lo dijo. Ella no replicó. Solo cambió la dirección de sus pasos y fue a la primera marca verde de su izquierda. Raúl seguía a su lado y corrieron hacia esa primera trampilla. Tres guardias, por orden del comandante Pastrana les siguieron.

-Yo voy a la de la derecha. Jorge, ¿te encargas de la de la centro?

Fernando seguía a Jorge. Había sacado su arma por si acaso. Lucía y Silvia se acercaban corriendo. Tres guardias de los GAR se les unieron también. Nano y Romo corrían para ayudar a Carmen.

Cuando ésta abrió la trampilla completamente, un hedor a excrementos y a orina le golpeó la nariz. Pero no se detuvo. Sacó también su arma reglamentaria.

-Poneros todos las acreditaciones a la vista. – les dijo a sus compañeros. Aunque no fue necesario porque ya lo habían hecho, imitándola a ella.

Jorge no tardó en llegar a la trampilla del centro. Fernando le detuvo antes de que empezara a bajar las escaleras.

-Bajo yo primero – dijo en tono resuelto.

Las escaleras bajaban hasta una altura aproximada de piso y medio. Era difícil aguantar el hedor que había en esa cavidad. Había una especie de respiraderos por el que se escapaba la fetidez. Al acabar las escaleras, se encontraron con un corto pasillo. Éste desembocaba en una estancia a la que daban otros dos cuartos separados por rejas. Era una cárcel en toda regla. En cada una de ellas había dos chicos desnudos, tirados en lo que en algún momento fueron dos catres aptos para descansar una persona. En una banqueta, había dos violines con sus arcos.

-Hola, me llamo Jorge.

El escritor se había arrodillado en el suelo. Acariciaba despacio al chico que estaba primero. El chico abrió los ojos poco a poco. Para Jorge era claro que estaba drogado.

-Perdón, no hemos tocado hoy todavía. Pero ahora lo hacemos.

El chico hizo intención de levantarse. Pero Jorge le detuvo.

-Despacio. No hay prisa. Estos amigos que me acompañan son policías.

Al escuchar esa afirmación de Jorge, un rictus de miedo apareció en su cara.

-Son de los buenos.

-Yo te conozco. Eres el escritor – dijo el que estaba detrás.

-Exacto. Soy Jorge el escritor.

-Entonces los policías son de los buenos. – dijo con una voz débil y sin alma.

-¿Cómo os llamáis?

-Emilio y y Caro.

-¿De verdad eres el escritor?

El primer joven todavía dudaba. Jorge le acarició la cara despacio. Le sonreía.

-Me gustaría darte un abrazo y un beso ¿Me dejas?

El chico lo miró directamente a la cara por primera vez. Sus miradas se quedaron conectadas unos instantes. El joven pareció relajarse. Hizo un pequeño movimiento con la cabeza asintiendo a la vez que se le escapó un ligero suspiro de alivio. Jorge lo abrazó suavemente. El chico tardó unos instantes en rodear el cuerpo del escritor con sus brazos. Poco a poco se fue apretando contra el cuerpo de Jorge.

-Estoy sucio – dijo en un susurro.

-No me importa. – contestó Jorge sonriendo y dando un beso en la mejilla.

-Ven Caro, acércate, me gustaría darte también un abrazo.

El chico de detrás se incorporó y se sentó al borde del catre. Fue él el que le tendió los brazos. Jorge se dejó rodear por ellos y lo apretó contra él. En ese momento, el chico empezó a llorar. Jorge no dejaba de acariciar la cabeza completamente rapada del chico. Se le notaban decenas de cicatrices de golpes. Fernando se había arrodillado también y ahora abrazaba a Emilio.

-Estáis helados – dijo Jorge.

Fernando sacó su móvil y pidió urgentemente mantas para taparlos a todos.

-Jorge, te necesitamos un minuto.

Lucía se había asomado a la celda en la que estaban.

En la celda contigua, Silvia no lograba convencer a uno de sus ocupantes de que estaban a salvo. Se había escondido en una esquina, y se protegía como podía.

-Se llama Urano. – le susurró Silvia.

-Urano, es un nombre precioso – Jorge mientras decía esto se había arrodillado a medio metro del joven. Éste lo miraba por los resquicios que dejaban los dedos de sus manos que pretendían ser una red protectora. – Es mucho más bonito Urano que mi nombre.

Jorge esperó a que preguntara, pero eso no sucedió.

-Me llamo Jorge. ¿Verdad Silvia que Urano es mil veces más bonito que Jorge?

-Dónde va a parar. Y también es más bonito que Silvia, que es el mío.

-Urano, necesito un abrazo. ¿Me lo darías tú?

Sonrió al decirlo. Abrió los brazos para invitar al chico a que se abrazara.

-Mientes – dijo al cabo de unos segundos – El escritor no quiere saber nada de nosotros. Nos engañaron.

-Quiero que me perdones por no venir antes. No me avisaron hasta hace unas horas. Y no os encontraba. Pero ya estoy aquí.

-No te perdono.

Su voz le recordaba a Saúl al chico de Roger. Era igual de ronca. Con la misma falta de espíritu, de alma, sin vida.

Jorge notó que el cuerpo del joven Urano se había relajado un poco. Fue acercando su mano a su cara. Lo hizo de tal manera que el joven pudiera ver su gesto por los resquicios de sus dedos. Posó su mano en su frente y empezó a acariciarlo suavemente.

-Estoy sucio.

-Eso a mí no me importa. Si me dejas te doy cien besos para demostrártelo.

-No me lo creo. ¿Cien besos?

-Contamos si quieres.

Jorge seguía acariciando la parte del rostro que dejaban a su alcance las manos del chico. Pero éste, casi imperceptiblemente las fue bajando. Jorge entonces dio un pequeño paso sobre sus rodillas para acercarse más, sin dejar de acariciarlo. Al comprobar que no lo rechazaba, dio otro pequeño pasito. Ya estaba casi pegado a él. Le apartó dulcemente las manos de su cara. Se las besó alternativamente. Jorge sonreía y le miraba con la cabeza ladeada. Se inclinó y empezó a besar el rostro del chico. Su olor era nauseabundo. Era claro que le habían duchado con los excrementos de él mismo o de sus compañeros. Pero le dio igual. Fue recorriendo cada centímetro de su cara, besándolo. Llegó un momento en que Urano abrió los brazos y Jorge aprovechó y se metió entre ellos, rodeando a su vez el cuerpo del joven. Empezó a acariciar su cabeza, también rapada. No quiso pensar en las marcas que tenía ese chico por todo el cuerpo. Alguna incluso parecía a punto de infectarse. Urano, empezó a llorar, como antes habían hecho sus compañeros en la celda de al lado. Silvia le tendió a Jorge una manta que algún guardia les acababa de dejar. La cogió y rodeó con suavidad el cuerpo del joven.

-Estás helado, mi niño.

De nuevo, Urano volvió a abrazar a Jorge.

-Ya ha pasado todo. Ya estás a salvo. Mi amiga Silvia te va a acompañar fuera. ¿Me dejas que abrace a tu compañero? No sé como se llama.

-Juan – le respondió el otro joven.

Silvia tuvo que ayudar a levantarse al joven. Y una vez de pie, tuvo casi que cogerlo en brazos. Apenas se sostenía de pie. Jorge se acercó al otro chico y lo abrazó. La escena se repitió. También empezó a llorar. Jorge le empezó a besar la mejilla.

-Ya está. Todo ha acabado.

-Jorge, el comandante te reclama.

-Voy a ayudar a otro compañero tuyo. Mi amiga Lucía te va a cuidar hasta que lleguen los médicos.

El chico asintió con la cabeza pero no dijo nada.

Jorge salió de ese sótano. Nano le indicó en cual estaba el comandante Pastrana. Bajó rápidamente por las escaleras. Uno de los chicos se había puesto agresivo y no dejaba que se acercara nadie. Odiaba a los guardias. Amenazaba con cortarse el cuello.

-Si os acercáis me mato. Os lo juro. No me va a tocar ningún policía sarnoso.

-Por favor, baja ese cuchillo.

-Que no se acerque nadie. O me mato. Hijos de puta.

El chico cambiaba el puñal cada pocos segundos, de amenazar a los guardias a ponérselo en el cuello.

-Prefiero matarme a que me toquéis, hijos de puta.

El comandante miró implorante a Jorge. Parecía imposible que un chico tan delgado, desnutrido y sucio pudiera tener tanto odio, tanta resolución y tanta fuerza. Jorge les hizo un gesto para que se apartaran. El comandante y dos agentes del GAR que le acompañaban, se retiraron poco a poco. En un momento, solo quedó Jorge delante del chico. Jorge mantenía los brazos en alto. Nano, que había bajado con él, cogió una Taser que le facilitó uno de los guardias y se apostó para detener al chico en caso de que quisiera agredir al escritor.

-YA ne znayu, kak tebya zovut. moy Dzhordzh. (No sé cual es tu nombre. El mío es Jorge)

Jorge había decidido arriesgarse. Había notado un pequeño acento en el joven. Se acordó de que Carmen le había comentado que Yura hablaba un español casi perfecto. Bruno se lo estaba confirmando por su línea interna. Habían logrado identificarlo por reconocimiento facial. Le estaba dando más datos de ese chico, un tal Igor y de su relación con Yura y Jun. Y con Sergio Plaza.

Parecía que su maniobra había tenido resultado. Jorge se dio cuenta que el chico le había entendido.

-YA khotel by znat’ vashe imya. ty by skazal mne? (Quisiera saber tu nombre. ¿Me lo dirías?)

-Igor – respondió el joven.

-Privet Igor’. Menya zovut Khorkhe, i ya pisatel’. Mne rasskazali o vashem sootechestvennike, kotoryy lyubit mne chitat’. Zovut Yura. (Hola Igor. Me llamo Jorge y soy escritor. Me han hablado de un compatriota tuyo que le gusta leerme. Se llama Yura.)

-Ty ne Khorkhe Rios. YA slyshal, ty ne khochesh’ nichego znat’ o nas. (Tú no eres Jorge Rios. He oído que no quieres saber nada de nosotros.)

-Estoy aquí, Igor. Eso quiere decir que me importáis. Mira, el otro día estuve escuchando a un amigo tuyo. Se llama Sergio Plaza. Es músico como tú. Veo que tú tocas el chelo. Se encontró con Nuño Bueno, y tocaron juntos.

-Eso es mentira. Sergio está muerto. Nos lo dijeron. Nuño Bueno nunca tocaría con unos deshechos como nosotros. Él es un genio.

-Te puedo asegurar que tocaron. Lo vi y lo escuché. Tocaron el concierto de violín de Tchaikovsky.

-No me lo creo. Sergio está muerto.

-Si me dejas sacar el teléfono, podemos llamar a Sergio. ¿Te parece? Y luego busco en el teléfono el vídeo que les grabé a Sergio y a Nuño Bueno tocando en un restaurante.

-¿Cómo sé que hablas con Sergio?

-Hacemos una video llamada y podrás verlo.

Jorge aprovechó que el joven dudaba y sacó el teléfono. Rezó para que Bruno estuviera atento a lo que estaba pasando y que le consiguiera una buena comunicación. Parecía que le estaban leyendo los pensamientos, porque tanto Bruno como Aitor le mandaron un mensaje para que llamara. Jorge marcó el teléfono de Sergio. Y volvió a rezar.

-Escritor. Me alegra verte.

Por el tono de Sergio, más serio que otras veces, Jorge dedujo que alguien le había avisado.

-Yo también me alegro de verte, cariño. Estoy con un amigo tuyo. Parece que le han contado algunas mentiras sobre mí y sobre ti. Y no quiere confiar en nosotros.

-Pásame a mi amigo. Tranquilo, no me voy a asustar.

Jorge tendió el teléfono a Igor. Éste dejó el cuchillo para poder coger el teléfono. Jorge se dio cuenta que la otra mano la tenía inutilizada. Parecía que se la habían machacado a golpes. Cerró los puños para controlar la furia que le invadía. Le hizo un gesto con la cabeza a JL. Éste cerró los ojos y asintió. Ya se había dado cuenta.

-¿Sergio? – dijo Igor ahora en español.

-¿Igor? Me alegro verte. No me alegro de ver como estás. Me temía que te hubiera pasado algo irreparable.

Empezaron a hablar los dos para darse novedades. Parece que a Igor le cogieron al intentar ir a denunciar las maniobras de Mendés. Y lo metieron en ese sótano. Igor le contó que le habían machacado la mano izquierda porque no quiso tocar. Parecía que les obligaban a tocar todos los días varias horas seguidas.

-Muchos tienen los dedos en carne viva.

-Jorge se va a encargar de que un buen médico te mire esa mano. Y cuando estés en el hospital, yo iré a verte. Iré con mi novio. ¿Sabes? Es policía. Se llama Javier. Su compañera Carmen está por ahí, ayudando a alguno de nuestros compañeros. Es muy bueno. Amable y lucha por acabar con esta gente mala. Los policías que te rodean trabajan con él. Todos son de los buenos. No de esos otros … Seguro que luego se acerca Carmen a darte un abrazo. Es muy guapa además. Y muy cariñosa. Pero que no te engañe. Si ve a alguien que quiera hacerte daño, le partirá el espinazo de un golpe.

-Es que venían a pegarnos. De uniforme y a follarnos. Llevaban los mismos uniformes que los que están aquí.

Jorge vio como JL se apartó unos metros y llamó por teléfono. Su gesto era duro y su manera de hablar rotunda. Quién estuviera al otro lado de la línea, tuvo claro desde el primer momento de los galones del guardia. Volvió a su puesto. Jorge le hizo un gesto para que se relajara. Si Igor veía su gesto de rabia, podía volver a asustarse. JL asintió con la cabeza y le pidió disculpas.

-Confía en mi, Igor. Jorge es el escritor. Háblale de “El bar de las gildas”. Es tu novela preferida. Sabes, nadie le habla de esa novela y Jorge está triste porque la tiene mucho cariño.

-Pero si es la mejor novela de la historia – dijo Igor asombrado. Jorge sonrió. El gesto del joven era indicativo de que había acabado de relajarse. Nano lo entendió también porque salió de su escondite y devolvió la Taser al guardia que se la había proporcionado.

-¿Me prometes que te vas a dejar cuidar por Jorge y los policías que están con él?

-¿De verdad que vas a ir a verme al hospital?

-Claro. Jorge se encargará de hacerte llegar un móvil nuevo y hablaremos. Y Yura y Jun. Me acaban de escribir preguntando por cómo estás. Les ha llegado la noticia. Estaban preocupados. Les dijeron que estabas muerto.

-Lo mismo me dijeron de ti. Y también que el escritor no quería saber nada de nosotros.

-Pues ya ves que no es verdad. Está delante de ti. Y cuando colguemos, te va a abrazar y te va a comer a besos. Te digo, sus abrazos son los mejores del mundo. Y te va a mirar a los ojos y verás como después, te vas a sentir mejor. Te va a vaciar de tus miedos, de tus dolores. Y vas a poder descansar.

-Te haré caso.

-No te olvides de tu chelo.

-Se ha roto.

-Ya arreglaremos eso. Te tengo que dejar. Confía en Jorge. ¿Me pasas con él?

Igor le tendió el teléfono a Jorge. Sergio se había echado a llorar. Jorge esperó unos segundos a que Sergio controlara su voz. Igor estaba pendiente de lo que iba a decir.

-Te quiero escritor. No sabes cuanto. Gracias por cuidarnos a todos. Dale un beso a Carmen de mi parte. Y a todos tus chicos, que veo a Fer a Raúl y a Nano detrás de ti.

-Te quiero Sergio.

Jorge colgó. Le pasó el móvil a Fernando, estaban llegando muchos mensajes. Alguno podía ser importante. Él abrió los brazos. Igor fue a acercarse a él, pero al relajarse, las piernas empezaron a fallarle. Jorge tuvo poco tiempo para agarrarlo y abrazarlo antes de que se desplomara. Lo pegó a su cuerpo y lo abrazó. Empezó a cantarle al oído una canción infantil típica de Rusia. Se acababa de acordar de ella. Se la enseñó Rosa, “su amiga” Rosa.

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CANCIÓN RUSA – NANA COSACO

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Todo el cuerpo del Igor empezó a temblar. Lloraba desconsolado. Cuando acabó la canción empezó a besar esa piel sucia y agrietada. Igor levantó unos segundo la cabeza y le besó en los labios. Jorge no le apartó. Siguió con el beso. Poco le faltó para echarse a llorar él también.

-Mira, ese guardia se llama JL. Es un jefazo de los buenos. Y este chico de aquí se llama Fermín.

-Hola Igor – JL se había acercado. Jorge soltó a Igor. Éste se abrazó ahora a JL. El comandante le acariciaba la cabeza suavemente mientras le murmuraba algo al oído. Igor acabó asintiendo con la cabeza.

Jorge sintió a alguien detrás de él. Por el perfume supo que era Carmen.

-Ven.

Carmen le hizo caso. Sonreía cuando se acercó a JL y a Igor.

-Igor, te quiero presentar a Carmen. Te ha hablado antes Sergio de ella. Es amiga del novio de Sergio.

-La que parte espinazos a los malos.

-Esa – dijo sonriendo Jorge.

-Hola Igor. ¿Me dejas darte un abrazo?

-Sí.

Carmen dio los dos pasos que le separaban. JL no acabó de soltar al chico hasta que Carmen estuvo cerca. Parecía que era imposible que el músico tuviera lágrimas todavía. Pero las tenía.

-Estoy muy sucio y feo.

-Para mí eres el chico más guapo que he visto en mi vida. Y el más valiente. Mira, Fermín te va a llevar arriba y se va a ocupar de ti hasta que lleguen los médicos. Es de los buenos.

-Es guapo también.

-Eso también.

-¿Vamos Igor? – le dijo el guardia.

-Sí.

-Cierra un poco los ojos si quieres. Hace mucho sol y hace tiempo que estás a oscuras. Te va a hacer daño la luz.

-Vale.

-Bol’shoye spasibo Dzhordzh. Te, kto skazal mne, chto ty pozabotish’sya obo mne, kogda uvidish’ menya, byli pravy. Odnazhdy ya khotel by pogovorit’ ob etom romane. (Muchas gracias Jorge. Los que me dijeron que tú me cuidarías cuando me vieras, tenían razón. Un día me gustaría hablar de esa novela.)

-YA s neterpeniyem zhdu vozmozhnosti pogovorit’ s vami ob etom, a takzhe uslyshat’, kak vy igrayete na violoncheli. (Espero hablar contigo de eso y también a escucharte tocar el violonchelo.)

Cuando el chico pasó por su lado en brazos casi de Fermín le dio un beso en la mejilla.

Dieron tiempo para que Fermín llegara con el chico hasta el hospital improvisado que habían montado en la zona de la entrada. JL fue el primero que subió. Iba con el teléfono en la mano. Estaba claro que seguía muy enfadado. Carmen se giró hacia Jorge y lo abrazó. No se dijeron nada.

-Vamos arriba – Fernando se puso detrás de ambos.

Cuando llegaron a la superficie, recibieron los rayos de sol con alegría. No dijeron nada. Todos estaban sobrepasados. Lo que acababan de vivir les había noqueado. Caminaron hacia los coches que su equipo había acercado. Al llegar a ellos, Nano les tendió el paquete de tabaco. Pero Carmen antes se acercó a un árbol y vomitó.

-Si alguien tiene un poco de agua, se lo agradeceré eternamente – pidió Jorge. Silvia se acercó a él y le dio un botellín. Jorge le pegó un par de tragos. Los saboreó como si fueran del mejor whisky.

-No te la acabes – pidió Carmen acercándose. Jorge sonrió y se la tendió.

-Ahora sí que necesito ese cigarrillo Nano.

-Fumemos todos.

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Carmelo estaba en Concejo, estudiando el plan de trabajo que le habían pasado de su productora para “Tirso, la serie”. Iba retrasado y tenía que ponerse al día. No quería ser la causa de posibles retrasos en el rodaje. Ya estaba todo en marcha y a buen ritmo. Había ganas de sacar adelante esa serie que era tan importante para mucha gente, y tan molesta para unos pocos.

Había conseguido liberarse de los compromisos que tenía. Había aparcado a visitas a amigos, a enemigos. Con ganas, hubiera cambiado todo eso por meterse en la cama y dormir. Miró en el teléfono la hora. Era tarde.

Durante un momento tuvo dudas de si Jorge estaba en casa o no. Fue a llamarlo con un grito, cuando se acordó que todavía no había vuelto de su última escapada. Alguien le había llamado por teléfono requiriendo su presencia. No dio explicaciones ni Carmelo se las pidió. Sabía que todas esas excursiones eran debidas a su empeño en ayudar a esos chicos dolientes y algunos con graves secuelas por todas las cosas que habían tenido que vivir. Él mismo, sabía que era uno de ellos. Jorge le había mantenido sereno y alejado de, durante un tiempo, sus mejores amigas, las drogas y también de sus mejores amigos, el alcohol y el sexo extremo. Ahora era capaz de disfrutar de una copa, sin necesitar nada más. Y de un sexo tranquilo y en general lleno de complicidad. No iba a negar a esas alturas que Jorge no era en ese aspecto su único compañero de juegos. Lo que sí quería proclamar a voz en grito es que Jorge era la única persona que ocupaba su corazón. Y llenaba hasta el más mínimo resquicio del mismo.

Sintió que varios coches llegaban a la Hermida y paraban cerca de la puerta. Al poco sintió como se abría ésta. Esperó que Jorge lo llamara a gritos, como siempre hacía, pero eso no ocurrió. Sintió como el escritor se sentaba en el sofá del salón y resoplaba agotado y a Carmelo le pareció, que también desanimado y desesperado. Se levantó con cuidado de no hacer ruido y se asomó a la ventana. Estaban haciendo el cambio del equipo de escolta de Jorge. A los que salían de turno los notó igual de cansados que a Jorge y también con un cierto grado de desaliento. Muchos de ellos no cogieron sus coches, sino que entraron en la Hermida 3, la que habían habilitado para que descansaran y la utilizaran como si fuera su casa ambulante. Algunos fueron a sus coches y sacaron las bolsas con algo de ropa que siempre llevaban.

Bajó las escaleras hasta la planta baja. Procuró no hacer demasiado ruido aunque tampoco pretendió ser completamente silencioso. Enseguida notó que Jorge se había dado cuenta de que bajaba a su encuentro. Intentó levantarse, porque para sorpresa de Carmelo se había tendido en el sofá, tirando los zapatos en medio del salón. Eso no era propio de su escritor. Fue a la cocina y sirvió dos tazas del chocolate que tenía preparado y guardado en la jarra térmica. Probó uno de ellos y le satisfizo el sabor y la textura, así que se encaminó con ellas hasta el sofá. Jorge lo miró sin decir nada. Tenía los ojos acuosos y no podían ocultar el cansancio que sentía. Dejó las tazas en una mesa baja que tenían delante del sofá y le dio un golpe para que se incorporara un poco y le dejara sentarse en una esquina, para que pudiera apoyar la cabeza en su piernas. Empezó a acariciarle las mejillas con suavidad. Jorge había cerrado los ojos. Parecía disfrutar de los arrumacos que le prodigaba su rubito. A Carmelo se le ocurrió que solo le faltaba ronronear, como los gatos.

-Te he traído chocolate.

Jorge sonrió.

-Ya lo he olido.

-¿Tan cansado estás que ni has pensado en levantarte para bebértelo?

-Tú lo has dicho.

Carmelo se agachó y posó sus labios sobre los de Jorge. Éste sonrió al sentirlos y no pudo evitar responder al beso.

-Creo que no te lo he dicho hasta ahora, pero sabes … te quiero.

-Eso se lo dices a todos. – bromeó Carmelo.

-Pero ninguno me trae una taza de chocolate. Te quiero más por eso.

-Es lo que me temía. Me quieres por el interés.

-¡Anda! ¡Claro! ¿Qué te pensabas?

Ésta vez fue Jorge el que alargó el brazo y obligó a Carmelo a bajar la cabeza para besarlo.

-¿Quieres hablar?

Carmelo había hecho la pregunta con mucha dulzura. Jorge se incorporó y se sentó pegado a su rubito. Apoyó la cabeza en su hombro y entrelazó sus brazos con el del actor. Éste alargó el otro brazo y cogió las dos tazas. Le dio una a Jorge.

-¿Me harías un favor? – preguntó Jorge con apenas un hilo de voz.

-Dime.

-Pide que lleven comida para estos. Están agotados.

-Ya he visto que muchos se han quedado.

-Olga ha dado instrucciones para que no cojan el coche para volver a casa si el trabajo se ha alargado. Parece que ella misma el otro día llegó a la conclusión que corrían más riesgo en la carretera volviendo a casa agotados que por la acción de los malos.

Carmelo cogió el móvil e hizo un pedido a Gerardo.

-En diez minutos se lo traen. He pedido algo para nosotros también.

-No tengo mucho hambre.

-Sí la tienes. Apostaría a que no has comido nada. Te has ido justo antes de comer. Y no has parado desde ayer. Ayer no cenaste nada y tampoco has desayunado más que un café.

-Está bueno el chocolate. – dijo Jorge tras unos minutos de silencio. – Le has dado otro toque.

-Un experimento. ¿Te gusta?

-Me gusta más el de siempre. Pero eso no quiere decir que no esté bueno éste.

-Creo que a Martín le salía mejor al final.

Jorge se sonrió.

-Es de experimentar. Y puede que cambiara algún ingrediente que no había ese día en casa.

-No le salió mal el cambio. Espero que cuando se recupere me cuente lo que le echó.

Sintieron como alguien llamaba suavemente a la puerta. Carmelo miró en el teléfono la cámara de la puerta y vio que era Efrén quien llamaba. Le abrió la puerta con el mismo teléfono.

-Os dejo la comida que han traído para vosotros. Por cierto, muchas gracias por pedirnos de comer.

-Sois como el escritor, si no, os hubierais quedado en ayunas.

Efrén se sonrió aunque no contestó.

-¿Estás bien Jorge? Antes te he notado …

-No te preocupes, solo estoy cansado.

-Si necesitáis algo, nos pegáis un toque.

-No te preocupes – le respondió Carmelo – Descansad tranquilos. Aunque se nos ocurriera salir esta tarde, no tenemos ni fuerzas.

Efrén salió de la casa sin decir nada más. Su aspecto era la de un hombre derrotado. Carmelo estuvo seguro que, en cuanto comieran algo, se iban a meter todos en la cama. O a lo mejor, directamente se echaban a dormir en los sofás o en las butacas.

-Vamos a cenar algo anda. Y luego, podríamos bailar un poco.

Jorge miró a Carmelo como si de repente se hubiera dado cuenta de que era un extraterrestre.

-Es una buena forma de que te relajes, no te estoy proponiendo que bailemos el can-can, pero un foxtrot tranquilo …

-Eres joven para saber bailar eso. Y recuerdo perfectamente que no lo has hecho en ninguna de tus películas. No lo sé bailar ni yo. ¿Sabes bailar el can-can?

-Da igual saber o no. No nos vamos a presentar a ningún concurso. Solo nos abrazamos y bailamos. Vamos anda. Levanta y vamos a cenar.

Jorge se rindió. Estiró los brazos para que Carmelo lo ayudara a levantarse. Al ponerse de pie, pareció de repente que las piernas le fallaban. Carmelo lo sostuvo y lo miró con dulzura, aunque también con un poco de preocupación. Nunca le había visto en ese estado.

-Escritor, debes bajar un poco el ritmo.

Jorge sonrió y puso su mejor cara de broma.

-¿Y quieres que baile?

-Yo te llevo, tranquilo.

-Pues llévame abrazado hasta la cocina.

Carmelo le rodeó con su brazo por la cintura y le hizo apoyarse en él. Jorge se abandonó realmente sobre su rubito.

Cenaron. Para sorpresa del escritor, en cuanto Carmelo fue destapando los platos y tapers que había en la bolsa, le fue entrando el apetito. Antes, había tenido razón Carmelo: hacía dos días al menos que no había comido nada.

Y para sorpresa del escritor, al acabar la cena, Carmelo cogió el mando con el que controlaba la casa, y empezó a sonar una canción.

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Westlife – Queen of my heart.

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Carmelo le tendió la mano. Jorge soltó una carcajada a la vez que negaba con la cabeza. Pero no dijo nada. Puso sus brazos rodeando el cuello de su rubito y apoyó la cabeza en su pecho. Él le rodeó la cintura con sus brazos y empezaron a bailar, despacio, pegados, sintiéndose el uno al otro.

Y cuando acabó esa canción, sonó otra, y luego otra …

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 79.

Capítulo 79.-

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-¡Jorge! Ven un segundo al baño. – le llamó Carmelo.

Jorge se levantó trabajosamente de la butaca. Estaba muy cansado. El esfuerzo de la charla con los jóvenes lectores había acabado con las pocas fuerzas que le quedaban después de su excursión a la Dinamo y su visita mañanera a la casa de Carletto.

-Ayúdame, anda. – le pidió Carmelo.

Jorge suspiró a la vez que sonreía.

-La madre que le parió.

Martín estaba sentado en el suelo de la ducha. Se había quedado dormido. Y parecía que su sueño era profundo, porque Carmelo no había conseguido despertarlo.

-Ten cuidado, no te vayas a resbalar. – le previno Jorge.

-Menos mal que cambiamos el suelo por uno antideslizante.

No era la primera vez que lo veían ambos. Carmelo entró en la ducha y lo agarró por los sobacos, alzándolo. Jorge había acercado una silla hasta ponerla pegada a la ducha. Había retirado la mampara. Jorge recogió a Martín en un abrazo hasta lograr sacarlo y sentarlo en la silla. Carmelo hizo de respaldo mientras Jorge le secaba cuidadosamente.

Cuando hubo acabado, Martín pareció volver unos segundos del reino de los sueños. Abrió ligeramente los ojos y sonrió a su tío.

-Te quiero Jorge. Eres la persona que más quiero en el mundo.

Jorge se agachó y le dio un beso en la frente. Le cogió de los brazos y empujó hacia él, ayudado por Carmelo que lo sostenía desde atrás. Jorge lo abrazó mientras Martín rodeaba su cuello con sus brazos y se aupaba y rodeaba la cintura de Jorge con las piernas recostando la cabeza sobre su hombro

Así lo llevó hasta la habitación. Carmelo se había adelantado. Abría la cama para poder acostarlo. Puso una toalla sobre la almohada para que el pelo todavía húmedo no la empapara.

-Ves Carmelo, Jorge si me puede llevar en brazos. – afirmó entre sueños Martín. Carmelo sonrió negando con la cabeza.

-No parecía tan cansado en el restaurante. – opinó Carmelo que observaba como Jorge lo arropaba y le daba un beso en la frente.

-Duerme mi niño. Estamos en la habitación de al lado – le susurró al oído.

Jorge se refugió en los brazos de Carmelo.

-Tengo que pensar en Martín. Hoy ha vuelto a conectar con ese chico, Esteban. Como el otro día con Saúl.

-Habrá aprendido de ti, a ver en la gente.

-A lo mejor por eso está tan cansado. – no lo dijo a nadie en concreto. Parecía un pensamiento dicho en voz alta. Aunque también se le pasó por la cabeza, que si le había visto desde la terraza irse o volver, tampoco habría dormido mucho después de volver de la discoteca. Y todo ello sin olvidar que Martín no estaba acostumbrado a esa actividad, porque no le gustaban las discotecas. Un hecho que era contradictorio porque Martín estaba siempre escuchando música y sus playlist de Spotify eran seguidas por cientos de personas, incluidos Carmelo y Jorge. Para cada uno había creado una playlist específica. Y los dos las escuchaban con frecuencia.

Jorge hizo una mueca mientras le indicaba a Carmelo que salieran de la habitación. No cerró la puerta del todo. Solo la entornó. Desde siempre, a Martín no le gustaba dormir en un cuarto cerrado. Cuando era pequeño, algunas noches que dormía en casa de Jorge se despertaba e iba a refugiarse en la cama de éste. Se acurrucaba en una esquina y se quedaba dormido al instante. Siempre procuraba no molestar a Jorge. Éste a veces, solo se percataba de ese hecho por la mañana, al despertarse y verlo en una esquina de la cama. Entonces, solía abrazarlo y pasaba así el rato que le quedaba a Martín hasta que abría los ojos.

Nunca decían nada. Ni Martín ni Jorge. Nunca lo comentaron con sus padres. Carmelo lo sabía porque lo había visto alguna vez. Y Quirce su hermano, también, porque a veces en su casa, lo hacía con él.

-Mañana tiene que madrugar. Le viene a buscar el coche de producción a las ocho. – apuntó Carmelo cuando salieron del cuarto.

-¿Cuándo vais a acabar con ese rodaje? ¿Ya sabéis lo que estáis haciendo?

-Ni idea. Pero rodando a lo largo de un año, parando por el covid, volviendo otra vez pero sin parte del elenco, y parando de nuevo… no lo sé. Luego tengo que ir para rodar otra escena. Y creo que tengo que volver a Londres en unos días. Mucho de lo que hacemos es repetir escenas ya rodadas o algunas para adecuar la trama a … muchos actores han cambiado. Es un lío. Me temo que tanto esta peli como la de Londres van a ser dos fiascos.

-Otra vez de rubio rubio. – se quejó Jorge con su mejor gesto de fastidio divertido.

Carmelo se rió y besó a Jorge.

-Ayúdame y le preparamos una maleta con la ropa que nos ha cogido del armario.

-A lo mejor no hace falta. Si se va a venir… se la guardamos en su armario ¿No?

-A lo mejor la quiere utilizar ya. Tiene la ropa muy castigada. Si tiene que ir a algún sitio estos días… no puede ir con gran parte de lo que tiene. Creo que va a una sesión de fotos para ICON en unos días. Puede que tenga más cosas de ese estilo.

Carmelo se subió a una pequeña escalera que tenían en una especie de trastero y bajó una bolsa de viaje.

-Coge una más grande. Han llegado la camisetas de “la Casa Monforte”. Y tres jerseys.

-¿Para nosotros no han mandado?

-Sí. Están las cajas en el armario de la entrada. No me apetecía guardarlas. Martín no es el único que anda hoy al límite de las fuerzas. Las he dejado ahí de momento.

Carmelo se bajó de la escalera con la bolsa que le había indicado Jorge. La puso sobre una mesa que tenían cerca de los armarios. Allí ya estaba parte de la ropa que había escogido Martín, a parte de la que había llevado a la charla. Carmelo añadió media docena de sus calzoncillos sin estrenar. Y las camisetas de las que le había hablado antes.

-Ponle esa camisa que te está justa. – le recomendó Jorge. – Le he visto antes que la miraba con ganas. Como te ha pedido las Converse, no se ha atrevido a pedirte más.

-Espera, que tengo otras dos… mira, aquí están.

-Y esas dos cazadoras que encogieron cuando las llevaste al tinte. A él le estarán bien.

-Tienes razón. Apenas las usé además. Y espera, le voy a meter estas Nike y dos pares más de Converse.

-Tienes ahí esas Adidas también.

-Bien visto. No me acordaba de ellas.

-Joder, esas camisas son de tu época de estar súper delgado.

-El otro día las vi. Me las debí dejar alguna noche que dormí aquí. Cuando me fui a vivir a Concejo. ¿Me has contestado a lo de que…?

-Sí. Nos han mandado tres juegos de cada. Han mandado también a Álvaro y al resto. Bernabé e Iván han pensado abrir una tienda virtual para venderlas cuando salgan los programas de Pasapalabra. Y dedicar los beneficios a alguna obra benéfica. La idea me ha parecido estupenda. Le he dicho que llamen a Óliver, para que prepare los papeles y hable con la editorial. Deben ceder sus derechos. Mi parte la donaré a vuestra ONG. Que te recuerdo deberíamos activarla.

-¿Y si no lo hacen? Si la editorial…

-Publicaré los cuentos con Ovidio. No tengo nada firmado. Y no volverán a reeditar ninguna de mis novelas. Tengo varios proyectos en ese sentido… no se lo he comentado todavía. Puedo ir a cualquier otra editorial. No hay nada que me comprometa con ellos. A partir de ahora, o se hace lo que yo diga, o me mudo. Y de todas formas, habría que ser subnormal para rechazar una publicidad gratis.

-Por cierto, he visto esta mañana las listas de ventas, sigues en el número uno. Y eso que ha sacado novela Juan Gómez Jurado.

-Me da que la gente, después de siete años, estaba ansiosa. A parte, por las cifras que me envían, el segundo de la lista vende una tercera parte que nosotros.

-Deberías estar orgulloso y parece que…

-Estoy cansado. No me hagas mucho caso. Claro que me alegra. Era uno de mis miedos silentes, de los que no digo en voz alta. Pensaba que a lo mejor, después de tanto tiempo y la verdad, tampoco le he puesto mucho empeño a la promoción… las ventas se iban a resentir.

-Las entrevistas con Carletto te ayudarán…

-Sí, sí. Se ha debido notar un aumento significativo en las ventas, tanto en papel como en e-book. Fue además un feed-back inmediato. Es claro que Carletto llega a un público al que no llegaría por otros medios tradicionales. Y parece que se está notando también en la venta de “Tirso” y en “deLuis”.

-Tienes que preguntar a la editorial por esas novelas tuyas que te dijeron que estaban descatalogadas.

-Son las dos primeras. Y “La angustia del olvido”. Según me han dicho, están ya imprimiendo. De las dos primeras iban a hacer unas reediciones especiales. Al final con todo este lío… no han hecho nada. Eso me ha dicho Óliver que ya va tomando las riendas. Me da que Esther no está feliz con tenerle pendiente de mis cosas. Pero para hacerlas, tengo que dar mi permiso. Y no me lo han pedido.

-Ellos se lo han buscado. A lo mejor si no insiste Óliver, ni se hubieran preocupado de hacer una nueva reimpresión. No acabo de entender tanta desidia.

-A Óliver le ha dado la impresión de que no querían hacerla para renegociar nuestro acuerdo. Como ya no van a sacar tajada de la gestión de mi agenda ni de los trabajos que no cobraba yo, creo que pretenden ir rebajando mi porcentaje. Cada edición de cada novela, hay que firmar un contrato. Porque nunca quise firmar un contrato general que me vinculara a ellos. Vamos novela a novela. Reedición a reedición.

-O sea que mañana mismo puedes irte con los cuentos, por ejemplo, a otra editorial.

-Sí. Porque no firmamos nada. Se lo dije a Dimas el día que detuvieron a Jorgito. Así que… ya no volvimos a hablar del tema. Y me puedo ir con una nueva edición de “La angustia del olvido”.

-Con suerte en la editorial no sabrán nada del tema.

-Bueno. No había caído en ese detalle. Habrá que plantearlo. Me apetece publicar los cuentos. No sé si comentárselo a Ovidio.

-¿Le has preguntado por aquellos rumores de que ibas a irte con él?

-No. No me he atrevido. Cada vez que me encuentro con él, parece que tiene cosas importantes de las que informarme. Y luego… me ha llegado algún rumor de que se reúne con personas que en apariencia no me quieren demasiado. No sé si puedo confiar en él.

Entonces es como el decano, que navega por aguas turbulentas.

Jorge resopló resignado. Estaba un poco despistado con todos esos temas. No sabía que pensar. Por más que le daba vueltas a la cabeza, no acababa de llegar a una conclusión que le satisficiera.

-Si me voy con los cuentos donde Ovidio, a Esther le da un síncope.

-Repito: ellos se lo han buscado. Esther no puede ser ajena a todo. Estaba pendiente de tu cuenta, según me contaste. Y el desastre con la gestión de tu agenda…

-No digo nada. Si tienes razón. Óliver y Sergio, por cierto, han llegado al acuerdo de que Sergio se ocupa de mi agenda y de mis apariciones públicas. Va a ejercer a todos los efectos como un representante. Óliver se encargará de velar por mis intereses en la editorial. Sergio se va a ocupar también de mi redes sociales y de hacer un seguimiento de lo que se dice de mí por ahí.

-Vaya con Sergio.

-Tendré que preguntarle lo que me va a cobrar. A lo mejor te lo cobra a ti. – Jorge guiñó un ojo a Carmelo. Éste se echó a reír.

-Me da que algo tenéis del pasado… él siempre te ha tenido como… cariño. No creo que me lo cobre a mí de tapadillo. Te advierto que su comisión conmigo es… relativamente baja. Otros me cobrarían al menos el doble.

Jorge se quedó pensativo. Empezaba a pensar que urgía una conversación con Sergio, y no solo con relación a su ex-socio Toni.

-Llevo pensando unos días… – Carmelo se había parado después de coger dos pantalones de su armario para dárselas a Martín – ¿Y si abrimos una asociación para ayudar a los jóvenes necesitados de ayuda psicológica? Para los Esteban, Saules, Patricks… ¿Adela se llamaba esa chica de la reunión?

Jorge se quedó pensativo. En ese momento no era capaz de recordar su nombre. Su cabeza no funcionaba ya adecuadamente.

-Me parece bien. Pero yo añadiría a esos chicos y chicas que no tienen dónde refugiarse. Esos que el sistema abandona cuando cumplen la mayoría de edad y que se encuentran en la calle. Todo bajo el paraguas de vuestra Fundación. Por cierto, convenía que la sacaras de su hibernación. Creo que ya te lo he dicho antes, perdona. Posiblemente la necesitemos para pagar las clases de Sergio Plaza. Sus padres se niegan en redondo. Su padre en realidad. Nati no quiere… enfrentarse a él.

-Ayuda integral. Y apoyo para las carreras destrozadas de algunos de esos chicos. Me parece bien. Hablaré con Cape y con Sergio Romeva. Sergio te recuerdo que participa en la Fundación.

-Podríamos poner a Óliver al frente. Como cabeza visible. A él y a Sergio Romeva. Para que no figures tú, ni Cape ni yo.

Carmelo asintió con la cabeza. Mientras hablaban habían llegado a su rincón. Jorge se había sentado en su butaca y como casi siempre últimamente. Más que sentarse se había caído a plomo en ella. Carmelo se había sentado en su regazo.

-Hemos dejado a medias al final la bolsa de Martín – se quejó Jorge.

-Está todo listo. Solo es meterlo en la bolsa. No te preocupes. Me levantaré para ayudarlo y despedirlo. Tú puedes seguir durmiendo. Luego tienes que ir a la comida con el embajador y su madre. No te tienes en pie, escritor. Creo que debes bajar el ritmo.

-La comida del embajador… me apetecía pero en estos momentos… me da una pereza… del embajador y unos amigos. La lista de comensales se va ampliando. Cada vez se parece más a un evento social de alto copete. Yo pensaba en una comida íntima para charlar con su madre… no sé que pretende.

-Pues me apunto. Así no estás solo.

-¿No tenías rodaje?

-No te preocupes. Ya me organizo. Me ha dicho Sergio que es solo una escena. Que no cree que me lleve mucho más de un par de horas.

-Pues le escribo al embajador. Que ponga un cubierto más. Así luego me apoyo en ti si me voy tambaleando si me fallan las fuerzas.

-Mira que eres dramático. Estás llegando a unos niveles… – bromeó Carmelo.

Jorge no lo dudó y escribió el mensaje en ese momento.

-Ya me contestará por la mañana.

-Por cierto, Ely me ha caído genial. Y tenías razón.

-¿A qué si? Me gustaría saber como ha salido de la red.

-El decano ha tenido algo que ver. Fijo. Si has tenido la impresión de que quiere contarte algo y luego se echa para atrás… y a parte, explicaría ese comportamiento tan raro que me comentó Javier el otro día que tiene cuando van a preguntar al campus. A Aritz y a él les tiene amargados. Y ese Esteban de la charla. Mira, decías que no se iban a acercar esos chicos a la charla y a falta de uno, dos. Los chicos de Jorge.

A Jorge casi se le escapa que Nacho le había avisado de que iban a ir algunos de esos chicos. Pero se dio cuenta a tiempo que no le había contado nada de ese tema a Carmelo. De todas formas, Nacho le había dejado entrever que iban a ir varios. Posiblemente había habido más que habían pasado desapercibidos.

-Que sepamos. – dijo Jorge – El benjamín… no sé yo.

-Pero todavía es peque. Ha dicho que tenía dieciséis ¿No?

-Saúl también lo es. Mira, al menos Carletto se ocupa de Saúl. Me ha mandado un mensaje Roger para decirme que hablan cada día. Y que Saúl está mejor. Mañana a ver si le llamo yo.

-Eso está bien.

-Si no tuviéramos lo del embajador, a lo mejor me acercaba. ¿Te quedaste con el teléfono de ese Esteban?

-Sí. Me ha escrito su padre. Le gustaría hablar con nosotros.

-Vaya. Otra vez se nos acumula el trabajo. Y tenemos lo de París cerca. Estoy mosca. No recibo ningún mensaje de los lectores franceses.

-A lo mejor la editorial no te los remite.

-No sé que pensar. Antes era inmediata la respuesta. Ahora, ni un correo.

-De todas formas ya queda poco. Saldremos de dudas. Lo veremos con nuestros propios ojos.

-Estaba pensando que a lo mejor te puedes acercar tú a hablar con el padre de Esteban.

-Puede que prefiera que vayas tú. Tus libros…

-Tú eres Dios, recuerda. Se lo he escuchado a muchos. Si no recuerdo mal, alguien lo dijo en la charla.

-Lo intento. Cuando salgamos de la comida del embajador, le mando un mensaje. Esa comida puede alargarse.

-Al menos la vamos a hacer en horario español.

-Si hubiera sido a las doce, no hubiera podido ir.

Jorge recibió en ese momento un mensaje de Sergio Romeva.

-Vaya. Me he equivocado de día en lo de la comida con el embajador. Es pasado.

-Mira, mejor. Así mañana descansas.

-A lo mejor me paso a ver a un “amigo” que está alojado en una residencia de reposo – Jorge sonrió triste.

-No quieres perder la apuesta con Olga. – Carmelo enseguida se había percatado que se refería a Nuño, el violinista amigo de Javier.

Jorge se sonrió.

-En realidad… no pensaba en eso. Antes de ir a ver a esos dos músicos que salen en el vídeo del hijo de Nati, quisiera que Nuño me ilustrara de algunas cosas. A parte, cuando estuve con él… me dio pena no quedarme más tiempo. Me subyugó. Es un tipo verdaderamente interesante.

-A ver si te ha conquistado… ¿Es guapo?

-Igual a Javier.

-¿Otro como yo y Martín?

-¿El burro delante? “Yo y Martín”.

-Tú estás cansado, pero yo no puedo presumir de estar mucho mejor.

-La disculpa que te has buscado es muy burda.

-Mañana prometo mejorarla.

-¿Nos vamos a dormir? Te juro que yo si que voy a empezar a balbucear en cualquier momento.

-¿Quieres que duerma en la otra habitación por si acaso Martín se pasa a tu cama?

-¿Dices? Hace tiempo que no lo hace.

-Hace tiempo que no se quedaba dormido así por las esquinas.

-No sé que decirte.

A Jorge le costaba renunciar a dormir con Carmelo. Cuando le había acompañado a Francia durante el rodaje de esa serie, se había dado cuenta de que dormir con él le daba paz. Carmelo le leyó la mente y le besó apasionadamente.

-Te dejo este beso para que no me eches de menos esta noche, escritor.

-¿Te he dicho que cada día estás mas atractivo?

Jorge acarició suavemente el pecho de Carmelo con sus dedos.

-Lo hago para que disfrutes de la vista, del tacto y del sabor.

-Cabrón, que te he dicho que no toca.

-Pues ya puede ser eso del Nirvana algo como súper especial. – bromeó Carmelo.

-Bobo, hazle la bolsa a Martín. Y vete a dormir. Que estás matao también tú.

.

Jorge abrió los ojos por la mañana. Y lo primero que percibió es que la habitación no estaba a oscuras del todo. También pudo observar que la puerta de la habitación estaba entreabierta. Se sonrió porque supo que al darse la vuelta, iba a encontrarse a Martín, acurrucado en una esquina, en posición fetal.

Alargó el brazo y lo atrajo hacia sí. Lo pegó a su cuerpo y lo abrazó. Le besó en el cuello. Martín suspiró en sueños y buscó su mano para agarrársela.

Jorge veló ese rato el sueño de su sobrino. Sabía que le quedaban no más de media hora.

Ya tocaba. Martín empezó a mover las piernas. Y de repente, abrió los ojos. Se encontró con la sonrisa de Jorge y con su mirada. Martín sonrió feliz. Besó a Jorge en los labios más intensamente que nunca.

-Te quiero tío. Te lo juro. Eres la persona que más quiero en el mundo.

-Que sepas que yo también te quiero. Anda. Levanta. Huelo a café. Carmelo debe estar preparando tu desayuno.

-¿Te levantas conmigo?

-Claro.

Martín salió de la cama antes. Tendió los brazos a Jorge para ayudarle a levantarse. Le dio otro beso y salió corriendo a buscar algo de ropa que ponerse.

-Te cojo unos calzoncillos – le gritó a Carmelo.

-Los que quieras. Ya sabes dónde están.

Jorge fue sonriendo hacia la cocina. Carmelo le recibió con un beso apasionado.

-Te he echado de menos, escritor.

Martín venía ya vistiendo unos calzoncillos de Carmelo y una camiseta que le había mangado a su tío. Abrazó a Carmelo y le dio un beso.

-Gracias.

-Anda, desayuna. Te he preparado una bolsa con toda la ropa. Te hemos añadido algunas cosas más.

-Vale, gracias. ¿Han llegado las cosas de “la casa Monforte”?

-Sí. Lo tienes en la bolsa. – le contestó Carmelo – Aproveché y coloqué las cosas en nuestros armarios – esto último se lo dijo a Jorge que le sonrió para agradecerle.

-Guay. Voy a sacar una para llevarla hoy puesta. Quiero que me vean con ella. Luego tengo una sesión de fotos para ICON. Me han pedido que lleve el look que quiera.

-Pensaba que esa sesión era dentro de unos días.

-No. Lo que es la semana que viene es una publicidad que tengo.

-Así que vas a ir de…

-Jorge Rios y de Carmelo del Rio. Mi tío y mi hermano.

-Los dos se echaron a reír por la ocurrencia.

-Y lo voy a decir.

-No lo digas. Que sea un secreto entre nosotros. Un guiño.

-Si me pregunta quién me aconseja en ropa, lo voy a decir.

-Haz lo que quieras. Es imposible…

-Por eso me quieres tanto ¿No?

-Acaba de desayunar y vete a duchar. Que tienes al coche esperando.

-Voy en un plis plas.

Y no mintió. En quince minutos estaba duchado y perfectamente vestido. Llevaba las zapas que le había aconsejado Carmelo el día anterior y la camiseta rosa fuerte de “La Casa Monforte”. Llevaba por encima una americana de Jorge de color negro y un collar de oro que también le había mangado a Jorge.

-Te sienta bien ese collar – le dijo Carmelo. – Pues te va a salir un gran reportaje en ICON. Me gusta tu look.

-¡¡Gracias!! ¿Te gusto Jorge?

-Reconozco que vas hecho un pincel.

-Esa expresión es de tu abuela por lo menos – se rió Carmelo.

Jorge le hizo un gesto con las manos para indicar que por ahí andaría. Pero le gustaba ese dicho.

-El collar además, va muy bien con la camiseta y la americana. Y con tus ojos.

Los pantalones eran unos vaqueros también de su tío, al que había dado la vuelta a los bajos, para no pisarlos. Jorge era un poco más alto que él.

Agarró la bolsa que le había preparado Carmelo con la ropa y besó a ambos antes de salir corriendo.

-Tendremos que ir a comprar ropa. Ahora sí que sí. – se rió Carmelo.

-Confiemos en Bernabé.

Carmelo se fue a duchar. Llegaba ya el momento de irse también al rodaje. Jorge se quedó en la cocina, disfrutando del café. Puso la tele para echar un vistazo a las noticias. Para su sorpresa, se encontró con su foto en pantalla. Subió el volumen.

-Queremos saber por qué día tras día, hay un bulo sobre la muerte de Jorge Rios y de su pareja Carmelo del Rio. ¿De dónde salen esas mentiras reiteradas? Hemos llamado a la agencia que representa a Carmelo, y nos han dicho que ambos declinan de momento hacer declaraciones al respecto.

-Parece que la agencia de Carmelo del Rio ha tomado también la representación de Jorge Rios. – apuntó un colaborador.

-Es oficializar lo que ya llevaba tiempo ocurriendo. Sergio Romeva lleva una temporada larga haciendo muchas gestiones por cuenta de Jorge Rios. Ten en cuenta que Sergio es amigo de hace muchos años tanto de Jorge como de Carmelo. Su relación rebasa la relación profesional.

-Sergio Romeva es además uno de los mejores representantes de actores de España – comentó la presentadora.

Carmelo venía secándose. Había oído las palabras de la presentadora.

-No me jodas.

-Tiene razón, una al día.

-No ha dicho nada Sergio. No ha sonado mi móvil ¿No?

-No. Está aquí. Tengo los dos a mi lado. Ninguno ha sonado.

-Estará su gente trabajando para desmentirlo.

-Esto empieza a oler a mierda. Y no sé hasta que punto es conveniente entrar al juego todos los días a desmentir la noticia. A lo mejor la gente de Sergio ha pensado que es mejor tener ya un perfil bajo al respecto. Y nosotros, cuanta menos importancia le demos, yo creo que mejor. Aunque solo sea por nuestra salud mental.

Carmelo se fue a vestir mientras Jorge seguía atento a la televisión. En realidad no decían nada nuevo que no supieran. Era lo mismo que Álvaro les contó hacía unos días y que luego pudieron comprobar por ellos mismos. Y lo que a Carmelo le había llegado en el rodaje un día antes. Ese día tocaba otro capítulo del folletín.

-Nada, lo de siempre – respondió Jorge ante la muda pregunta de Carmelo. – Lo que pasa es que en mayor o menor medida, eso pasa cada día, aunque no nos enteremos. Me imagino que por eso nadie nos avisa, salvo que coincida que nos llamemos o nos veamos.

-Me voy. Luego te veo en el Intercontinental.

-Que no es hoy la comida.

-Joder es verdad. ¿Qué vas a hacer al final?

-Creo que al final iré a ver a Nuño, como te dije anoche.

-A lo mejor me paso entonces por la productora para ver como van los preparativos de “Tirso”.

Jorge en cuanto Carmelo salió de casa, apagó la televisión. Tuvo la certeza de que se iban a pasar la mañana en ese programa hablando del tema, sin sacar nada nuevo. Sin descubrir nada.

Álvaro le había mandado un mensaje para avisarle de que estaban hablando del tema en la tele. Estaba rodando un anuncio publicitario. Esta vez era una campaña seria y bien pagada. Había surgido justo al día siguiente de grabar los programas de Pasapalabra. El actor que estaba previsto parece ser que se había contagiado de covid y no podía hacerlo. Y la campaña urgía.

Recibió un mensaje de Saúl, el chico de Roger. Se decidió y marcó el teléfono.

-Saúl, cariño. ¿Cómo estás?

-Guay. Joder, mola que me hayas llamado. Quería charlar contigo.

-Pues tengo tiempo. Así que soy todo tuyo.

Pasaron un rato agradable. Saúl la verdad es que estaba resultando un chico majo y sensible. Jorge se alegró de saber que parecía que llevaba unos días más tranquilo, pudiendo dormir mejor. Ya no se agobiaba a cada momento e incluso estaba pensando en volver a ir al instituto. Todo parecía mejorar. Hasta su voz ya no era tan ronca, tan salida de ultratumba. Tenía algo más de vida. Aunque seguía siendo una voz muy grave.

-Voy con retraso, pero me da igual. Ya les alcanzaré. Tonto no soy, lo sé.

-Tío, pero hoy todo son buenas noticias.

-Va, no todas.

-Cuéntame. ¿Qué te preocupa?

-Noto a Roberto un poco… triste.

-¿A sí? Hace un par de días que no hablo con él. – mintió Jorge. Quería que le dijera sus impresiones sin condicionarlo.

Y le estuvo contando.

-Que a lo mejor son neuras mías.

-Dime que te dicen esas neuras tuyas.

-¿Qué está acojonado? O preocupado, no sé. Por él o por algún amigo. Llegué a pensar en que era por ti. Como todos los días salen esos bulos… pero mi viejo está tranquilo al respecto. Así que sé que no te pasa nada. Él está pendiente.

-¿Te ha dicho Roberto si le han amenazado o algo?

-Na. De eso no dice nada. Solo se preocupa porque yo esté guay. Pero no se da cuenta que no me he caído de un guindo. Que yo soy más joven, pero que no soy un niño. Sobre todo después de lo que he vivido.

-¿Y que dice tu padre? ¿Lo has hablado con él?

-Que ha mandado a un colega a echarle un vistazo. Me ha dicho que no me preocupe.

-Entonces está a salvo. No hay que preocuparse. Confía en tu padre. Yo lo hago.

-Si papá le ha mandado a un colega…

-No le des vueltas. Los colegas de tu padre son buenos. No le pasará, nada. Y lo habrá enviado para que tú estés más tranquilo. Luego le llamo a ver si puedo quedar esta tarde con él. Ahora tengo un compromiso.

-Joder, ten cuidado. Ya sé que vas con la poli, pero por si acaso.

-Tranquilo. Hablamos ¿Te parece?

-¡Guay! Un beso.

Jorge se quedó pensando un rato. Sabía que Roberto estaba bien. Posiblemente estaría durmiendo en su nueva casa. Helga y Raúl con la ayuda de Nacho, se habían ocupado. De todas formas intentó llamar a Roberto, pero tenía el teléfono apagado. Quería avisarle y decirle que llamara a Saúl. A parte quería saber por su boca como estaba. Nacho le había mantenido al tanto de sus acciones, al igual que Helga. Le mandó un mensaje para que llamara a Saúl y que le contestara para quedarse tranquilo.

Jorge se sentó en su butaca y pensó en leer un rato para distraerse. Pero… echaba de menos a Carmelo sentado en su regazo. O a Martín sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en sus piernas. Cerró los ojos unos segundos, y se quedó dormido.

Roberto no supo de donde vino el primer puñetazo. Ni el segundo. Tampoco se enteró de que número hizo el ultimo golpe que recibió antes de que una señora que pasaba por allí, gritara pidiendo ayuda. Eso lo recuerda pero dentro de una nebulosa revestida de desasosiego y dudas.

No recuerda apenas el viaje en ambulancia al hospital. Solo recuerda que la médica le iba revisando el cuerpo. De que alguien le había cortado los pantalones con unas tijeras. Debería gastarse un dinero no previsto en ropa.

El tenía un presupuesto que seguía a rajatabla. Ganaba mucho dinero, pero su familia le había metido tanto miedo sobre el futuro, que procuraba ser frugal en sus gastos. Y no aflojaba aunque sus ingresos siguieran aumentando. Se acercaba la campaña de Navidad y tenía ya cinco patrocinadores más. Uno de comida rápida, otro de perfume, una marca de teléfonos móviles, había renovado con El Corte Inglés, y tenía ahora también una empresa que vendía muebles. Le iba a cambiar todo su estudio, a parte de ponerle una mesa para las entrevistas y unas sillas nuevas, de las más modernas y cómodas. En la entrevista a Jorge Rios, se había dado cuenta que no estaba bien preparado para eso. Y necesitaba un par de cámaras más. Eso se lo pediría a los Reyes Magos, ya en el presupuesto de enero.

Un médico joven lo recibió en Urgencias. Pareció reconocerle. Creyó escucharle decir su nombre artístico. Pero era demasiado esfuerzo para las pobres fuerzas de las que disponía y cerró los ojos. Ese médico le dio un par de sopapos para despertarlo, pero le dio igual. Cerró los ojos con la intención de no abrirlos de nuevo.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 77.

Capítulo 77.-

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Jorge apenas durmió un par de horas. Se levantó con cuidado de no despertar a Carmelo. Éste no le había engañado cuando le prometió que los mejores besos de la noche estaban por llegar e iban a ser en la cama. Los dos se habían entregado a la pasión con dedicación e interés.

Se sentó frente a su mesa. Encendió el ordenador. Buscó en su nube y en la carpeta que le había creado Aitor a la que solo podían acceder ellos dos. Pinchó el vídeo que le había dejado su amigo informático. Duraba algo más de hora y media.

Prácticamente no pudo sacar otras conclusiones de las que ya había hecho al verlo en directo. Pero pudo observar más detenidamente al chico de las fotos. Fue de los primeros en llegar. Al contrario que cuando se habían encontrado y les había pedido un selfie a Carmelo y a él, en la discoteca parecía un hombre distinto. Seguro de sí mismo, altanero, chulo. Mirando a todo el mundo, retador. Algunos hombres de todas las edades, intentaron acercarse a él con intención de acabar la noche en su cama. A todos rechazó con gestos que apenas suponían una mirada despreciativa o un gesto con la cabeza de asco. Sí, era asco.

Para Jorge era claro que su objetivo esa noche, era Gonzalo Bañolas. Con la información que tenía, se le escapaba la razón. Había personas, hombres más poderosos y atrayentes en esa discoteca que el tal Bañolas. Por lo que él sabía, se había apartado de la gestión del ingente patrimonio de su madre, refugiándose en un puesto directivo en esa empresa Uremerk. Ocupaba un puesto que, sin ser del montón, no destacaba especialmente ni por sus responsabilidades ni por el prestigio que le podía dar.

Uremerk era una empresa un poco desconcertante. No tenía claro a que se dedicaba. Parecía una empresa fundada a semejanza de la que creó Cape con quince años. Parecía especializada en gestión y desarrollo de APP para empresas y para la Administración Pública. También se dedicaban a comercializar otros tipos de software más encaminado a satisfacer a clientes domésticos. Pero no lo acababa de ver claro. En los últimos tiempos se había armado un cierto revuelo a causa de la marcha de algunos directivos importantes. En su marcha, a todas luces poco amistosa, se habían llevado parte de los clientes. Había leído en prensa especializada que los directivos que habían abandonado la compañía, se quejaban de que no les dejaban trabajar a gusto, que estaban perdiendo oportunidades de negocio a causa de unas políticas que nadie sabía explicar convenientemente. Se hablaba también de que el Consejo de Administración estaba buscando un nuevo Director en las empresas de la competencia. Incluso de había comentado de la última CEO de la empresa de Cape, aquella mujer que lo traicionó cuando Cape dio un paso atrás y dejó la gestión directa. Esa mujer luego tuvo que dejar la compañía, cuando Cape la vendió por sorpresa. Estuvo a punto de acabar en la cárcel. Solo la salvó un acuerdo extra-judicial en el último momento. Esa mujer había desaparecido del mapa. Todos estos comentarios y movimientos empresariales se veían favorecidos por la casi disolución de la antigua empresa de Cape, dividida en partes muy pequeñas por los nuevos dueños, ante la magnitud del desastre provocado por aquella mujer. Por mucho que lo intentaba, Jorge no recordaba el nombre.

-¡Emile Goliat! – gritó alegre por haberse acordado de repente del nombre de esa mujer.

Pero al chico de la foto, parecía interesarle solo Gonzalo Bañolas. Jorge se acordó que a parte del patrimonio que tenía la madre, él también había heredado una buena cantidad de dinero y propiedades de su padre. ¿Se movería ese joven por el dinero? Sus intenciones eran sujetas a interpretación, pero lo que era claro, es que fue a su encuentro en cuanto entró en el reservado.

Ovidio y Dimas entraron a la vez. Dimas parecía estar en su salsa y eso que no llevaba colgada del brazo a ninguna mujer. Parecía feliz. Nadie diría que tenía a un hijo en la cárcel acusado de homicidio frustrado. Y de haber sido despedido de su empresa. Aunque esa circunstancia todavía no estaba acreditada.

A Jorge le llamó la atención que Ovidio Calatrava no utilizara a su acompañante como le había explicado Smittie. Iba con él, estaba a unos pasos de él, pero el joven permanecía a la expectativa. No le parecía el mismo que le había presentado en la embajada, aunque no lo podía asegurar. En las imágenes en ningún momento se le veía con claridad. Jorge tenía idea de haberlo visto en alguna de esas fiestas clandestinas en horario de toque de queda. Su forma de estar le recordaba a alguien de los que había encontrado en esas situaciones. O en las fiestas a las que iba Rubén y en las que acababa borracho como una cuba.

Del período que vio en directo, apenas sacó más conclusiones que las que había sacado en su momento. Salvo que Ovidio era consciente de que Jorge estaba en el Number 1. Miró varias veces hacia allí sin hacer comentarios a sus colegas de reunión.

Maniobró en el vídeo para observar especialmente a Carletto cuando entró. Cuando lo estaba viendo en directo, el hecho de que Gonzalo Bañolas se abalanzara contra ese otro influencer que acompañaba a Carletto, le había hecho centrar la atención en él, no en su amigo Roberto. Su mirada estaba cargada de odio. Se fijó en que mientras sucedía la agresión a su colega, había tenido los puños cerrados, pero no hizo ni dijo nada. Tampoco apartó la vista. Parecía como que quería grabarse en la cabeza lo que sucedía. Cuando Ovidio intervino y Gonzalo Bañolas y el chico de las fotos dejaron de pegar a ese joven, Carletto se agachó para ayudarlo. Nadie se preocupó por él salvo Carletto. Se lo llevó a una butaca. Alguien de la discoteca le acercó algo con lo que lavarle y curarle las heridas. Al cabo de un rato le ayudó a levantarse y se lo llevó a los servicios. Eso coincidió con el momento en que el chico de las fotos se puso a bailar en honor a Jorge.

Éste estaba seguro de que conocía a ese joven. Algo relacionado con él le había ocupado mucha energía y mucho tiempo. Era una corazonada que cada vez que lo veía, le rondaba el estómago. Era como una sensación de que él le debiera algo importante o viceversa.

Retrocedió en el vídeo para fijarse en Rosa. El resto de actuantes le había apartado de fijarse en ella con detenimiento. En ella y en los hombres de Roger que la acompañaban. Hombres que trabajaban a todas luces como sus guardaespaldas. A los pocos minutos, tuvo que reconocer que Jorgito tenía razón cuando le dijo en su visita a la cárcel que no conocía a sus padres. Dimas parecía un corderito en cuanto apareció Rosa. Y ella… parecía la jefa de la mafia. Fue la primera analogía que se le ocurrió. Y no sintió en ningún momento que la tuviera que cambiar.

Los hombre que iban con ella no eran ninguno de los que se había encontrado hasta ahora en su camino. Ni eran los que vigilaban la casa de Roger, ni los que le ayudaron en el tema de la embajada, ni los que habían acompañado al chico en su salida nocturna a cenar en el restaurante de la sierra, cuyo nombre Jorge había vuelto a olvidar. Parecía que tenía bien estructurados a su personal. Era una forma inteligente de evitar errores. No era fácil que ninguno se fuera de la lengua, porque Roger parecía elegirlos con las mismas ganas de hablar que el mismo. Pero siempre podía ocurrir una noche de desfase con el alcohol o con las drogas y que la lengua se aflojara.

Le sorprendió sobre todo, la cara de terror que puso Dimas cuando Rosa le habló muy seriamente mientras uno de esos hombres le tenía agarrado por el cuello. Él siempre había pensado que en ese matrimonio las normas las marcaba Dimas. No recordaba quien le había dicho que el tal Bonifacio, el “padrino” de la editorial, había obligado a Dimas a casarse con ella, que iba a ser la encargada de tener controlado a Jorge. Éste siempre había creído que era por las “vitaminas” que le suministraba y que le dejaban hecho un pelele. Ahora tenía la certeza que el control era… también de otro tipo. No alcanzaba a descubrir cual. De momento. Lo que empezaba a ver es que Jorgito era parte actoral de ese control. Y Clarita. Una idea se empezó a abrir camino en la cabeza de Jorge: Jorgito y Clarita habían sido educados para… engatusarlo. La simple posibilidad de que eso fuera así, le repugnaba. Utilizar de esa manera a los niños, tus propios hijos… Tuvo la tentación de pedir a Aitor que apartara a Jorgito de su nube. Pero se contuvo. Debía descubrir antes la verdad sobre el cariño que le había mostrado el chico desde siempre. No quería condenarlo sin darle la posibilidad de defensa al menos con sus acciones presentes. Aunque una idea se abrió en su mente: a Jorgito, sus novelas le daban igual. Y en realidad, pensó, si no hubiera sido Nadia las que se las hubiera bajado para publicarlas, hubiera sido Dimas con el acceso creado para su hijo. De nuevo, Jorge tuvo la certeza que una vez más, se había dejado engañar. Y que su proverbial fama de “conocer” a la gente, era una patraña que le había llevado a un sin fin de errores.

Casi al final del vídeo que le había enviado Aitor, en una esquina, tuvo otra sorpresa: Paula. Paula hablando con Ovidio. La cámara en su barrido, les sacó de foco y no pudo ver nada más. Porque la siguiente vez, ni el uno ni el otro, estaban ya en el mismo lugar. Que él recordara, Paula no era de ir a discotecas. Aunque ninguno de los que allí estaban, lo eran.

-¿Y no saludaste a tu querido amigo Dimas? – murmuró para sí.

De Martín no, porque no era un ave nocturna que le gustara ir a bailar y a escuchar música a todo volumen rodeado de una multitud sudorosa y deseosa de beber. Pero de Quirce… solía ir a esa discoteca casi todos los días que había sesión… ¿Qué era tan importante para arriesgarse a encontrarse con él?

Y ya, apenas a dos minutos de que terminara el vídeo, otra sorpresa: Toni. Lástima que no pudo saber a quién iba a ver.

Jorge se levantó y fue hacia la puerta. La abrió y llamó a Flor, que estaba de guardia.

-Necesito ir discretamente a hacer un par de visitas.

-¿Como de discreto?

-Que no se entere nadie.

-Eso es…

Flor se lo quedó mirando. Supo que estaba decidido y que no le podría convencer de lo contrario.

-Déjame que llame a Helga y Raúl. Te acompañarán. Yo me quedo aquí. Nadie sospechará que no estáis los dos si yo estoy al mando.

-Gracias.

-Dame media hora.

Jorge asintió con la cabeza. Fue al vestidor para elegir la ropa que llevaría. Algo muy informal. Nada llamativo. Vio la cazadora que había llevado Martín y que salvo el primer día, no había vuelto a utilizar. Y vio los chinos que había traído. Carmelo se lo había colgado en una esquina. Jorge lo cogió, junto con una de las camisetas que le había llevado Carmelo. Cogió unas Vans que apenas utilizaba. Y un chaleco negro de punto. Antes de eso, no se olvidó de ponerse el chaleco antibalas.

No me gusta lo que vas a hacer”

Jorge sonrió. Aitor seguía al pie del cañón. Eso era un plus de seguridad. Y tenía la sensación de que los hombres o mujeres que trabajaban con Roger también estaban al tanto.

Alguien tocó suavemente la puerta. Distinguió la llamada de Flor. Echó un vistazo a sus chicos, cada uno en su dormitorio. Los dos dormían plácidamente. No se entretuvo ni en besarlos, aunque tenía ganas de hacerlo. Caminó decidido hacia la puerta.

-Baja al garaje – le anunció Flor.

Jorge le hizo un gesto con la cabeza para agradecerle.

El viaje fue más largo de lo esperado. El tráfico estaba poco fluido. Cuando llegaron a su destino, Raúl se quedó en el coche por si había que salir corriendo, mientras Helga lo acompañaba.

-Recuerda que esto es como en la embajada.

Jorge se la quedó mirando. Eso suponía que estaban fuera de servicio.

-Es lo que querías ¿No?

Jorge sonrió.

-Es lo que quería, pero no me he atrevido a pedírselo a Flor.

-Flor es de confianza. Es del equipo de Olga y Carmen.

Jorge no dijo nada. Solo sonrió. No alcanzaba a entender todas las implicaciones que eso suponía, pero ya se preocuparía de eso más adelante. Aprovecharon que salía un vecino para entrar en el edificio. Subieron en el ascensor. Al salir, Jorge miró decidido a su derecha. Pulsó el timbre. Nadie respondió. El segundo intento, Jorge pegó el dedo al pulsador. Al cabo de un par de minutos de incesante sonar, alguien dijo con voz pastosa que ya iba. Otro vecino empezó a dar golpes en la pared a la vez que juraba por la intensidad de la llamada y lanzaba imaginativos insultos hacia el que osaba tocar el timbre de esa forma. Jorge pensó en ir a visitarlo. A lo mejor había sido también un asistente a la fiesta en la “Dinamo”.

Jorge escuchó como alguien en el interior giraba la llave que parecía que estaba ya puesta en la cerradura. Eso no dejaba de ser una irresponsabilidad desde el punto de vista que, si te pasaba algo, era más complicado que llegara la ayuda. Pero por otro lado, también ponía algún impedimento si alguien quería hacerte daño asaltando tu casa mientras estabas en ella. Era claro cual había sido la prioridad para el ocupante de la casa.

Carletto abrió la puerta. Al ver a Jorge intentó cerrarla de nuevo, pero éste se lo impidió metiendo el pie y la pierna. Aún así, el influencer insistía en cerrar la puerta, pero Jorge dejó clara su intención de no dar un paso atrás. Su miraba era clara, su gesto rotundo, y su pierna poderosa.

Mantuvieron el forcejeo unos instantes. Hasta que Jorge pegó un empujón a la puerta y Carletto salió trastabillando hacia atrás. Jorge miró a su alrededor. La casa estaba patas arriba. El suelo estaba lleno de revistas y libros, algunos cristales desperdigados, que en algún momento habían sido copas o vasos de cristal. Los restos de una botella de vino yacían hechos migas a los pies de la pared de la derecha. En su origen había sido vino tinto, la mancha en la pared era indicativa.

Helga había entrado detrás de Jorge. Observó la situación con ojos profesionales. Jorge estaba en medio del gran salón distribuidor. Miraba todo con resignación y asombro. No era capaz de tener una visión general, como posiblemente sí tuviera Helga. Iba saltando de detalle en detalle, no siempre ordenados. Un libro descuajeringado a la derecha, una tablet estrellada contra el suelo a la izquierda, esa botella de vino estrellada contra la pared, un par de sus libros hechos trizas en el otro lado, unas gafas de sol partidas por el puente, una camiseta hecha jirones al lado de la puerta que daba acceso al cuarto donde Carletto grababa sus programas…

Ahí precisamente Carletto se había acurrucado hecho un ovillo, en la pared de enfrente de la entrada,Helga chascó los dedos para llamar la atención de Jorge y señalarle el dormitorio de Carletto. Jorge anduvo los pasos que lo separaban de él. Puso la mano en la manija de la puerta y se apartó. La abrió despacio, para llegado un momento, empujarla con decisión para mostrarles lo que había en su interior. Jorge seguía apartado, ofreciendo el menor blanco posible si alguien hubiera tenido un arma apuntándole. Pero no era el caso. Helga estaba en el otro lado de la puerta, con la mano puesta en su pistola. Resopló y entró en la habitación adelantándose a Jorge. Maldijo por lo bajo mientras se ponía unos guantes de látex. Un joven yacía en la cama lleno de heridas debidas a golpes de todo tipo y algunos cortes que sangraban. Aunque tenía los ojos abiertos, era evidente que no acababa de ser consciente de lo que pasaba a su alrededor.

-Mira en ese armario. Hay algo parecido a un botiquín. – comentó Jorge a Helga.

Carletto observaba a Jorge con precaución. Éste se decidió por ir dónde él y dejar a Helga actuar sola con ese otro joven. Levantó una de las sillas que estaban volcadas y se la acercó a Carletto, poniéndosela a su lado. Cogió otra para él y se sentó a un metro de él. No quería que se sintiera agredido. Quería que se tranquilizara y se sentara, para poder hablar tranquilos. Que rompiera su postura de defensa supina y que empezara a confiar en ellos.

Aprovechó Jorge a mirar de nuevo a su alrededor. No sabía que había pasado en esa casa, pero la realidad es que se parecía poco a la que él había visitado hacía unos días. No parecía haber nada sano. No parecía haber casi nada en su sitio. No se acababa de decidir si había sido a causa de una gran pelea o por un asalto. Si hubiera venido oficialmente, Helga ahora podría llamar a la caballería para que unos agentes fueran preguntando a los vecinos. Seguro que alguno sabría decirles algún detalle. Ese hombre al menos, el que le había insultado por su insistencia con el timbre. Le había parecido que ya insultaba sobre mojado. Insultaba porque no era la primera vez en poco tiempo que ruidos desproporcionados alteraban la calma en el edificio. Jorge sacó el teléfono y valoró llamar a Carmen para contarle.

-No, por favor, no llames a la policía. Todos se enterarían y seríamos hombres muertos.

Carletto parecía haber interpretado los pensamientos de Jorge. La posibilidad de que todo saliera a la luz le aterraba. El escritor suspiró y volvió a guardar su teléfono.

-Me viste anoche ¿verdad? – dijo Carletto con apenas un hilo de voz.

Jorge asintió con la cabeza.

-Se lo dije a Danilo. Pero él insistió. Tiene tanto odio…

-¿Danilo es tu rollo? ¿Así se llama el chico del dormitorio?

Carletto apartó la mirada de Jorge.

-Es mi novio. Desde los dieciocho. Nos…

-Cuidamos. – acabó la frase Jorge.

Se incorporó y le puso la mano en el mentón. Al principio Carletto se resistía. Pero al final le dejó hacer. Jorge le pudo ver bien la cara llena de moratones y heridas. Se imaginó que el resto del cuerpo, debajo del chándal viejo que vestía estaría igual. Helga volvió a resoplar. Había salido de la habitación a buscar algo y observaba las maniobras de Jorge. Fue a la cocina y miró en el congelador. Encontró un par de bandejas de hielo. Buscó en los armarios hasta encontrar algunos trapos limpios y unas bolsas para guardar alimentos y meterlos en el frigorífico. Repartió los hielos en dos bolsas y cogió un par de trapos y los rodeó bien, para que el hielo no tocara directamente la piel. Volvió sobre sus pasos. Le tendió a Jorge una de las bolsas y se llevó la otra al dormitorio.

Jorge ahora sí, se levantó completamente de la silla y se acercó a Carletto. Le palpó la cara suavemente y se decidió por ponerle la bolsa fría sobre el ojo. Corría el riesgo, si no le bajaba la hinchazón, que se le cerrara. Helga volvió a la cocina y rellenó las bandejas con agua para que hiciera más hielo. No iban a tenerlo en horas pero… quien sabe. Puede que les hiciera falta.

-Deberíamos llevarlos a un hospital.

Jorge se la quedó mirando. Helga asintió con la cabeza.

-Llama a Manzano al menos. – le dijo.

Cuando Jorge se disponía a hacerlo, llamaron a la puerta de la casa. Lo hicieron con los nudillos, suavemente. Helga sacó de nuevo la pistola que llevaba en la pierna. Jorge le hizo un gesto para que esperara. Se acercó a la puerta y la abrió.

-Nacho – saludó franqueándole el paso.

El aludido miró a su alrededor. Levantó las cejas. Miró hacia Carletto.

-El otro está en el dormitorio. Es el que está peor. – le indicó Jorge.

Al cerrar la puerta Nacho vio a Helga. Se saludaron con un movimiento de cabeza. Los dos se recordaban de la noche de la embajada.

Volvieron a tocar la puerta. Helga volvió a ponerse en tensión.

-Es Cosme, tranquilos. – les dijo Nacho.

Helga fue la que abrió la puerta esta vez. Cosme le tendió el puño a modo de saludo. Helga se lo chocó.

-Traigo botiquín y compresas frías.

-Venid – les dijo Helga guiándoles hacia el dormitorio.

Jorge volvió donde Carletto, que miraba todo sin parecer que le importara.

-Me gustaría que ahora sí, me contaras la verdad.

-Me odias, lo noto.

Había un tono de desolación en la frase. Parecía que le dolía más esa posibilidad que los golpes que le había dado quien fuera.

-No te odio. Simplemente estoy decepcionado. Confiaba en ti. Si no hubiera sido así, no te hubiera llevado a ver a Saúl.

-No le he hablado a nadie de ello. Y me dijiste que mis aparatos electrónicos eran seguros.

-Lo son. Pero eso no vale de nada si te metes en la boca del lobo y si no me cuentas lo que pasa.

-Lo he hecho para protegerte.

-Y de verdad, te lo agradezco. Pero… creo que debes confiar en mí y decirme. Se que todos pensáis que soy un enclenque…

-Yo no pienso eso.

-Me alegra que sea así. Ahora solo hace falta que me lo demuestres.

-Me trataste muy bien de pequeño. Germán me envió a buscarte. La excusa era seducirte, como otros muchos hicieron antes, pero ninguno conseguimos. La verdadera razón de que Germán nos enviara contigo, era que nos hablaras, que nos cuidaras ese rato que pasábamos contigo. Que nos leyeras una de tus historias, o que la crearas al momento. Nos dabas cariño, nos hacías olvidar las cosas que nos pasaban el resto de los días. Nos dabas un poco de vida. Cuando íbamos a buscarte, dejabas inmediatamente lo que estuvieras haciendo y nos dedicabas toda tu atención. Nos mirabas con dulzura. Apenas nos tocabas, no querías que nadie malinterpretara tus caricias. Pero solo con como nos mirabas… y como nos hablabas…

Parecía que a Carletto se le había secado la boca. Jorge se levantó a buscar una botella de agua que había visto en una esquina. La abrió y olió el contenido antes de acercársela al influencer. Éste bebió a tragos cortos y retomó su relato.

-Danilo y yo ya nos conocíamos. Yo creo que ya éramos pareja. No así declarada. Tampoco ahora lo somos, quiero decir, no… vivimos juntos y cuando nos vemos, es a escondidas. No nos llamamos novios ni nada de eso. Nos amamos, nos hacemos compañía en silencio… Él no pudo estar contigo. Por eso siempre me hacía contarle nuestros encuentros. Estuve contigo tres veces. Tres maravillosas veces. Me hacías hablar. Decías que te encantaba mi voz. Que era embriagadora. A veces me hacías leerte algo y cerrabas los ojos. Yo era feliz porque algo de lo que yo podía ofrecerte te molaba. Y no era precisamente que te la comiera o que me sentara en tu polla.

Volvió a detener su explicación. Pegó un trago a la botella de agua.

-Las cosas luego siguieron como siempre. Hostia va, mira a ver a esos amigos, el príncipe de nosequé dice que no le ha gustado cuando se la has comido… te toca el tío que le gusta darte de hostias, sonríe cuando lo hagas y dale las gracias… y entre tanto, ir a trabajar a los rodajes y hacer mi papel. Y lo hacía bien… ahora me extraña que lo consiguiera…

Carletto bebió un poco más de agua. Sus ojos estaban acuosos, pero contuvo el llanto. Se dispuso a seguir con su relato.

-Pasó el tiempo. Germán un día nos tuvo que sacar. Le habían ordenado matarnos. A Danilo y a mí. Un medio jefecillo pensó que yo ya no valía para eso. Mis apariciones en pantalla se fueron espaciando. Había dejado de interesar a los productores, quizás porque mi aspecto era ya el de un drogata y era imposible de disimular. Ya nadie me recordaba de mi época de actor, cuando tenía protagonistas y triunfaba, aunque mi voz seguía siendo… particular. Y vino a decir que era un peligro por todo lo que me metía. Le daba mucho a la droga entonces. Y Danilo se puso… se enfadó mucho cuando el tipejo ese intentó pegarme porque decía que no la sabía ya ni comer. Le rompió la nariz. Danilo… tiene un pronto muy malo. Y no se corta para pegar. Germán nos sacó, fingió nuestra muerte y nos preparó unas identidades nuevas. Nos ayudó a salir adelante. Hizo que me desintoxicara, que dejara las drogas. Danilo me cuidó en el proceso. En un sitio apartado de todo el mundo. Después tuvimos que separarnos. Emprender de verdad una nueva vida. Nueva identidad. Todo nuevo. Lo único malo es que no podíamos vernos. Al menos, no podíamos hacer vida en común.

-Pero empezaron a salir rumores de que querían matarte. No los bulos esos de casi todos los días últimamente. Nunca rompimos del todo con algunos colegas de la red. Somos como tú: sabemos distinguirnos. Danilo a veces bromea y dice que debe ser que tenemos dos radares. El de gay y el de Anfiles. Pero el radar de Anfiles no es como el gay. Ese es de verdad. Por cierto, Roger fue el que en teoría me tenía que matar. Me alegró verlo el otro día. Disparó a un chico que acababa de morir de sobredosis. Le disparó en la cabeza con un arma de gran calibre y le destrozó la cara. Antes lo había vestido como yo y le puso una cadena que solía llevar, recuerdo de mis viejos. Me agarró del hombro y me empujó hacia un coche. Nacho conducía. Nacho se había ocupado de Danilo antes de lo mío.

-Me decías que empezó a rumorearse en Anfiles que me querían matar.

-Si perdona. Muchos… te la tiene jurada por Nando. Y por ti. Hiciste algunas cosas… que les jodió. Lo de Dani, por ejemplo. O lo de Perla. O lo de Juanma. O Fidel. Nadie te creía capaz de dar hostias. Pero las diste. Uno intentó matarte una vez, como venganza del ridículo que le habías hecho pasar, pero el comisario Marcos “el viejo”, estaba al tanto y le pegó un tiro entre ceja y ceja. Literal. Tu ni te inmutaste. Lo sabe todo el mundo.

Jorge levantó las cejas imperceptiblemente. Todo eso que le contaba Carletto le parecía… una novela.

-Danilo pilló una conversación el otro día. Hablaban de matarte. De como hacerlo. Parece que les has fastidiado el negocio que tenían montado a tu alrededor. Algo de robarte tus novelas inéditas y publicarlas. Ellos pensaban que no ibas a volver a hacerlo. Por eso cuando llamaste a tu editor y le dijiste… todos se pusieron muy nerviosos. El plan de la mujer de Dimas se había ido al traste. Intentaron algo que no llegamos a enterarnos. Pero también había fallado. Parecía que era un plan muy completo. Bien orquestado, con varios músicos. Había un actor importante para sacar tu lado… todos saben que tienes facilidad para acercarte a la gente joven. Que desde aquella época, somos tu debilidad. Quieres protegernos a todo trapo. Pero algo salió mal. Danilo le oyó a Rosa decirle a Dimas que te habían minusvalorado. Que no habían contado con tu poder de seducción. Dimas estuvo a punto de ir a tu casa y darte de hostias. Pero alguien le detuvo. Estuvo con un ojo morado y sin poder ponerse recto varios días. Coincidió con la detención de su hijo mayor.

-Danilo empezó a moverse de nuevo en esos ambientes. Quería descubrir su plan. A mi no me gustaba. Me parecía mejor acercarnos a ti y contarte. O acercarnos al Dios Dani. Casi me parecía mejor acercarme a Dani. Tú… no te mentí, te amo con locura. Pero sé que … no tengo nada que hacer. Pero ese día te vi en el restaurante de Biel y… preparé en un momento la entrevista en directo, preparé el equipo y me lancé.

-¿Qué ha descubierto tu amigo?

-Nada. Es todo muy confuso. Él cree que hay varias tramas. Por un lado, te timaban con las ventas oficiales. Por otro lado, publicaban tu obra en mercados en los que no lo hacías oficialmente. Y la tercera vía, te robaban las obras no publicadas. Parece ser que ésto último no lo empezaron a hacer hasta que estuvieron seguros de que no ibas a publicar de nuevo.

Carletto le miraba de reojo. Parecía tener miedo a la reacción de Jorge.

-¿Te he tratado mal alguna vez? – le dijo con dulzura. No podía consentir que se callara en ese punto.

-Parece que ese plan era de otras personas. Rosa no dejó a Dimas que se metiera ahí. Las organizadoras son dos mujeres. No sé como se llaman. Una parece saber mucho de ti. Tus costumbres, tus medidas de seguridad en casa… aunque luego parece que no sabía tanto. Tienen una empresa de seguridad informática para apoyarles. Pero cuando todo se precipitó, intentaron hackear tu sistema pero no lo consiguieron. Pensaron en asaltar tu casa, pero sucedió lo de tu ahijado y eso te puso en el punto de mira de la policía. Danilo piensa que todos los que tenían intereses en tu obra, cada uno iba por libre y unos estropeaban los planes de los otros. Hasta que al final, Rosa los reunió a todos. Hace unas semanas de eso. Antes lo intentaron en el confinamiento, en reuniones en fiestas clandestinas. Pero aquello no acabó bien. Todos querían llevarse la mejor parte y todos pensaban que su plan era el mejor.

-O sea, resumiendo, según tu novio, todo viene por mis novelas.

-Por tus novelas y por los derechos televisivos de las mismas. Es que eso es una pasta. No sabes las cifras que Danilo ha escuchado. Danilo escuchó que un gran productor iba a comprar los derechos de Tirso en Rusia. Pero todo se frustró porque Dani empezó a mover que iba a comprarte los derechos internacionales. Y ya no podían hacerlo con la edición apócrifa rusa. Ni la coreana. Dani es una estrella internacional. Se habla de él en todo el mundo. Esa serie la van a comprar todos los países, todas las plataformas. Y más si tiene tu beneplácito. Y más si él es Tirso.

-¿Y Anfiles?

-En este caso, es solo un apoyo. A parte de que te tengan ganas por nosotros. No les gusta el ruido, ya lo sabes.

-Dame nombres.

-Danilo no lo ha descubierto. Fue ayer a la Dinamo para intentar averiguar algo, pero Bañolas le dio de hostias nada más llegar. Aunque Lucas antes intentó protegerlo atacándolo él. Pero Bañolas lo apartó. Aunque ese tal Ovidio le paró los pies. Luego, cuando conseguí llevármelo de allí, alguien nos siguió y… – Carletto abrió los brazos señalando la casa – éste es el resultado. Al final conseguí ponerles en fuga, pero…

Parecía que a Carletto se le habían acabado las fuerzas. Sus hombros cayeron. Cerró los ojos y las lágrimas pugnaron por salir de nuevo.

Nacho salió del dormitorio. Le hizo un gesto a Jorge para hablar apartados. Se levantó, besó la cabeza de Carletto y fue hacia él, que estaba con Helga.

-No van a estar seguros aquí. De momento no hay vigías. Pero los habrá. Gonzalito es… persistente. Quiere follarse “a su manera” a ese del dormitorio. Danilo ha jugado con fuego y se ha quemado. Le ha puesto caliente… pero no quiere consumar. Gonzalo no admite un no por respuesta.

Jorge levantó las cejas. Ese “a su manera” no era precisamente tranquilizador.

-Les buscaremos un sitio.

-Dos sitios. Uno para cada uno.

Jorge asintió despacio con la cabeza. Danilo era un peligro para Carletto. No podían estar juntos.

-Carletto puede mudarse a uno de mis pisos vacíos. Allí puede retomar su actividad. Según me ha contado, era Danilo el que… intrigaba para descubrir cosas sobre lo que pretendían en contra mía.

-Los tiene bien puestos. No puede alegar desconocimiento. Ya le “maté” una vez. Era su destino. Ya sabía lo que había y los peligros que corría. Lo había sufrido en sus carnes. Tenía todos los huesos del cuerpo rotos. Alguna de las palizas fue peor que las de Dani.

-No quiero ni pensar entonces lo que le hicieron.

-Le dimos identidad nueva. Todos creyeron que estaba muerto. Ahora… otra vez está en el punto de mira. Hasta dónde sé, no le relacionan con ese chico de antes. Me parece que no le llegaste a conocer.

-Según me ha dicho Carletto, no. A él sí.

-Deberías volver a casa. Se acerca la hora de tu encuentro con los lectores – le avisó Helga. – Si tardas mucho, se darán cuenta Carmelo y Martín.

-Cosme y yo nos encargamos de estos. Carletto a una de tus casas. Tengo un refugio seguro para Danilo.

Jorge sacó el teléfono. Había notado la vibración que avisaba de un mensaje de Aitor.

-Están intentado acceder al teléfono de Danilo. De momento lo buscarán camino de Portugal.

-Danilo es el que corre peligro de verdad. Vuelve a casa. Nos ocupamos. Luego pasa Cosme y le das las llave

-Voy con Jorge y luego, te las traigo. Raúl y yo os ayudamos. Vosotros os ocupáis de Danilo y nosotros de Carletto. ¿Llamo a la empresa de reconstrucción y limpieza?

Jorge miró alrededor.

-Será lo mejor. Esto… no tiene … de todas formas, convenía tomar alguna muestra, ya buscaremos un laboratorio que lo analice. Convenía saber quién ha estado aquí.

-Vete ya. Esos chicos te necesitan – le dijo Nacho. – Los de la charla. – Ya nos ocupamos.

Jorge se lo quedó mirando. Nacho le mantuvo la mirada. Jorge asintió despacio con la cabeza.

-Voy a despedirme de Carletto.

Se acercó al influencer. Esta vez se sentó lo más cerca posible de él.

-Debes irte de aquí. No es seguro.

Carletto asintió con la cabeza.

-Y no podrás tener contacto con Danilo.

Volvió a asentir con la cabeza.

-Te voy a alquilar una de mis casas vacías. Recoge lo que quieras llevarte. Debes irte lo antes posible. Vendrá una empresa a limpiarlo todo. Nacho se ocupará de todo. Helga y Raúl te llevarán a ti a tu casa nueva. Y Nacho y Cosme se ocuparán de Danilo, como ya lo hicieron hace años.

-¿Podré llamarte?

-Claro. Y nos veremos. Y te pediría que siguieras en contacto con Saúl. Está un poco preocupado por ti. No lo minusvalores. Es como tú.

-Ahora le llamo.

-Mantén tu ritmo de publicaciones en tus redes. Y pon buena cara.

-Te han atracado en la calle. – Helga se había acercado – Has denunciado ante la policía. Mañana constará en la Unidad la denuncia pertinente. Dedica un vídeo a ello.

-Si no sabes que decir, me mandas un mensaje y te escribo un pequeño guion.

-Quería ayudarte… y mira lo que he conseguido.

-Y yo te lo agradezco. Una cosa. El chico que estaba en ese reservado, el que besaba a Gonzalo Bañolas…

-¿No te acuerdas de él?

Jorge se lo quedó mirando fijamente.

-Es Lucas. Le salvaste la vida. El “amigo” al que complacía acabó en el hospital con todos los huesos del cuerpo rotos. Le diste una señora paliza. Te pusiste a Lucas sobre el hombro y lo sacaste de la casa. Esa policía amiga vuestra, que trabajaba para el comisario “viejo” se encargó de curarlo y cuidarlo.

-No me cuadra. Me odia.

-Te odia. Porque él quería morir. Y lo salvaste. Provocó a ese “amigo” para que no parara de golpearlo. Siempre le ha pesado la vida. Lo que pasa es que es cobarde para suicidarse. Te odia, pero daría la vida por ti o por cualquiera de nosotros.

Jorge miró a Helga y a Nacho. Se había quedado sin palabras. Sobrepasado. Según le contaba Carletto, se acordó. Le puso cara y cuerpo. Era menudo. Llevaba melena. Apenas tendría quince cuando pasó eso. Como casi todos los chicos en Anfiles tenía un cuerpo bellísimo. Su rostro había cambiado bastante desde aquella época. Seguramente algo de cirugía estética. Muchas de las lesiones que le infligió ese desalmado, necesitarían de ella.

-El jodido “alemán”. Por él aprendí a hablar ese idioma.

-Sigue siendo poderoso – le avisó Nacho. – Y no fue el único alemán con el que te viste las caras.

-Pero no tiene media hostia. Si yo pude con él…

Nacho soltó una breve carcajada.

-Cuanto te pones escritor, cuando te pones a dar hostias, ni yo me metería por medio.

Jorge puso cara de incomprendido. No se creía eso. Pero no era momento de entretenerse. Debía volver a casa antes de que se despertaran. Y debía ir a la reunión con los lectores. Nacho le había dejado claro que irían algunos chicos de Anfiles. No podía defraudarlos.

Día 5 después del día que cambió la vida.

-Tráeme a los chicos, no te preocupes. En casa hay sitio de sobra.

-¿No ha ido Dani?

-Llegará en cualquier momento.

-No quiero que los niños… a lo mejor queréis estar solos…

Jorge empezaba a desesperarse. Su hermano no dejaba de poner pegas a mandar con él a sus sobrinos. Los pocos días que llevaban de encierro, habían colmado la paciencia de los padres y de los niños. Éstos no entendían lo que pasaba, y sus padres no podían explicarles, porque tampoco lo entendían. Ya tenían bastante con ir adaptando su forma de trabajar en la tienda a las indicaciones cambiantes cada día.

-Montaremos un campamento en el salón. Voy a pedir tiendas de campaña a una tienda online. Ya verás como es divertido.

-¿No te meterás en problemas?

-Tranquilo Gaby. Si hay problemas ya los solucionaremos.

-No quiero que te metan en la cárcel.

-¿Por cuidar de mis sobrinos? No me fastidies. Además, así están más protegidos.

-Tendrán que conectarse a las clases online.

-Pediré ordenadores para todos.

-Eso no hace falta, van cada uno con su portátil.

-Sin problemas.

-Pero…

-Gaby, deja de buscar problemas. Vosotros debéis abrir la tienda. Y todas estas mierdas de protocolos y hostias, os lo van a poner complicado. A parte de lo que vas a perder por el cierre de tus clientes de hostelería. Y te recomendaría que fomentaras la comida preparada o a medio preparar para llevar o recoger. Muchas personas comen todos los días en un restaurante en lugar de prepararse la comida en casa. Ahora no pueden y están perdidos. Y por si acaso, tened cuidado.

-Luego te los acerco entonces, camuflados en la furgoneta de reparto.

-Ya te ha costado, joder. Ésta terraza es maravillosa. Van a volver morenos, cuando acabe todo esto.

-Te advierto que son muy inquietos…

-Y Dani también. Y Martín. Se lo van a pasar genial, ya verás. El problema será que luego deberán volver con vosotros.

-Son muy de mamá. A lo mejor la llaman para que vayamos a buscarlos.

-Pues si pasa, venís a buscarlos.

Cuando por fin Gaby colgó el teléfono y dejó de poner problemas, Jorge suspiró aliviado. Su paciencia empezaba a agotarse con su hermano. Había estado a nada de mandarle a tomar gárgaras. Pero sabía que a parte de la situación, los problemas económicos a los que se enfrentaba la familia iban a ser grandes. Medio país empezaba a echar cuentas del tiempo que iba a poder sobrevivir económicamente. Su hermano era uno de ellos.

Salió al balcón. Hubiera sido una bonita mañana del mes de marzo si medio mundo no estuviera encerrado en sus casas. Un convoy militar pasaba por delante de su casa. Iban despacio, para dejarse ver. Por las aceras se paseaban algunos soldados con sus trajes de campaña y con sus rifles apuntando al suelo. Los BMR y los Jeep de repente se cruzaron en la calle y montaron un control. Otros vehículos del convoy cortaron las posibles salidas que pudieran tener los coches que enfilaban la calle. Les fueron pidiendo a todos la documentación. Por los gestos de algunos de los conductores, les estaban pidiendo justificación de su presencia en las calles.

Había sido un cambio en la estrategia del gobierno. Esos controles hasta el día anterior, los hacía la Policía Local o la Policía Nacional. A Jorge particularmente le parecía un cambio de estrategia un poco ridículo y que se podía volver en contra. La gente ya estaba asustada. No hacía falta asustarla más. Ayudaría mucho si los mensajes que mandaban desde las instituciones tuvieran sentido y no fueran contradictorios o directamente ridículos la mayor parte de las veces. En eso podía gastar sus esfuerzos. Estaba claro que nadie sabía de que iba la pandemia. Pero dejar que cientos de bulos se propagaran y que miles de personas por ejemplo, dejaran los zapatos en el felpudo de sus casas o lavaran con lejía las frutas que compraban en las tiendas no era la solución. O poner a decenas de personal de limpieza a fumigar las calles o a lavarlas con productos… los que fueran, todos vestidos con esos uniformes que se hicieron famosos en la película ET, como los que querían descuartizar al pobre y simpático ET para comprobar que no fuera peligroso para el pobre Eliott, que miraba todo asombrado con esos ojos negros grandes que aportaba el actor que lo interpretaba.

Para mucha gente, la OMS había perdido su credibilidad con la gestión de otras enfermedades en los años anteriores. Todas sus previsiones se vieron desmentidas por la realidad. Jorge esperaba que en algún despacho del Ministerio de Sanidad se estuviera teniendo en cuenta los problemas de salud mental que todo ese encierro iba a producir en gran parte de la población. Pero todo eso, en ese momento no importaba. Lo que asustaba eran las cifras de contagios. Que después, como consecuencia de esas medidas, las muertes y las enfermedades mentales se propagaran por la población, daba igual. Porque esas estadísticas nunca habían importado a nadie. Porque el resto de enfermedades físicas también fueron apartadas. Ya daban igual las caderas, el cáncer, las rodillas, las enfermedades del corazón…

Al cabo de media hora, Jorge vio que levantaban el control de los militares. El convoy retomaba su camino, buscando otra esquina donde montar el siguiente. Cuando eso pasó, vio a uno de los coches de Elías que se paraba delante del portal y de él bajaba Dani con una maleta grande. Iba tapado con la capucha de su sudadera para evitar que nadie lo reconociera. Ya llevaba la llave en la mano para abrir el portal. El coche se fue con la misma rapidez que había llegado. Jorge se sentó en el sofá y le mandó un mensaje a Dani para decirle dónde estaba. El actor no tardó en aparecer, ya con la capucha quitada y fue directo a sentarse a su lado. Se miraron y se abrazaron. Jorge besó profusamente a Dani en las mejillas.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Vivir en lo que podamos. No pienso renunciar a ver a mi gente y a hablar con quien lo necesite.

-No quiero que te pase nada – dijo Dani preocupado.

-Procuraré que no. Pero renunciar a vivir, no está entre mis planes. Renunciar a darte mil besos al día y a abrazarte. A dormir con la cabeza sobre tu pecho. A besar a mis sobrinos y jugar con ellos, y a procurar que esta situación no tenga repercusión en su ánimo.

-¿Van a venir al final?

-Sí.

-Les daremos bien de comer y nos reiremos.

-Busca por internet alguna tienda de campaña que se pueda montar en el salón. Yo no tengo ni idea de eso. Puede ser más divertido que que les metamos en habitaciones. Martín se viene también. Dice que sus padres se han vuelto paranoicos. Que prefiere que su unidad familiar sea la nuestra. Y si alguno de nuestros amigos quiere unirse, les invitamos.

-¿Has visto el control de los militares?

-A alguien se le ha ido la olla. Quieren acojonar. Ganarían más dando unos mensajes claros y creíbles. Pocos, claros, y que no parezcan sacados de una de las decenas de películas de este tipo que se han hecho en los últimos años.

-Pareces distinto, Jorge. Pareces enfadado y de verdad. Y con otra energía distinta…

-Lo estoy. Este virus seguramente matará a muchas personas. A muchas. Y otras muchas estarán enfermas y les costará recuperarse. Nadie sabe como funciona ese virus. Y si la única solución es encerrarnos en casa, como en la Edad Media, mal vamos. Y si lo primero que se ha vaciado en las estanterías de los supermercados es el espacio dedicado al papel higiénico… alguien debería preguntarse el por qué la gente ha pensado en como limpiarse el culo sin utilizar el bidé. ¿Eso es lo que más le preocupa a la gente? ¿De verdad esa es la necesidad perentoria de la mitad del país? Porque la otra mitad no ha podido comprarlo porque está agotado. A no ser que pensaran que podían contagiarse de esa forma. Eso sería lo más. Y por otro lado ¿Y alguien ha pensado en la gente que vive sola?

Jorge dejó de leer el primer capítulo de su novela pandémica. Ya había pasado casi año y medio del principio de todo. Y seguía teniendo sentimientos encontrados al respecto. No le gustaba el tono que había empleado al escribir. Y posiblemente si lo escribiera de nuevo, lo haría de otra forma. Pero no valoró siquiera el apartarlo o borrarlo. Era lo que sentía en ese momento. La sorpresa, la incomprensión, el enfado. Recuerda ahora que tuvo que dejar de mirar las noticias y de escuchar la radio. Ese bombardeo continuo de noticias, de bulos, de peligros… le llegó a crear algunos días ataques de ansiedad. Aquellos días volvió a sus “vitaminas”. En pequeñas dosis, pero volvió a ellas. Le ayudaron a controlarse y a seguir viviendo. A atender a sus amigos, a otras personas que parecían necesitar de apoyo. Las primeras salidas nocturnas de Dani y de él, fueron para eso. En realidad todas fueron para eso. Para acompañar a las personas que les invitaban, a pesar de los riesgos de ir a morir delante de un pelotón de fusilamiento formado por los vigilantes del visillo. Seguramente muchos pensaran que fueron unos insensatos. Pero quizás… ayudaron a que otros pudieran sobrellevar la situación sin pensar en otras soluciones y sin que su necesidad de sociabilidad basada en la piel, no en la pantalla, propiciaran que su mente viajara por senderos peligrosos y cayera por un precipicio del que nadie de las instituciones médicas o de cualquier tipo, le iban a ayudar a salir. Entre otras cosas, porque no había medios para afrontar ese problema. No los había, ni los habrá.

Javier le había pedido que le enviara su relato pandémico. Le interesaba. Pero de momento, decidió no hacerlo. Intentaría seguir con la lectura al día siguiente. Y si lograba leer dos capítulos enteros sin renegar del todo de ello, pensaría de nuevo en la posibilidad de atender su pedido.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 74.

Capítulo 74.-

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-Gracias escritor.

Roger le apretó el hombro. Jorge sonrió. Se subió al vehículo sin más comentarios. Roberto estaba con la cabeza apoyada en la ventana. Se había quedado dormido casi nada mas sentarse. Debía haber sido agotadora la jornada con ese chico siempre cerca de él. Saúl necesitaba muchas atenciones. Mucho cariño. Y lo que podías percibir si mirabas dentro de él, era tan desolador, era tan frustrante… era un milagro que ese chico siguiera vivo con todo lo que sufría. Era sin duda un éxito de Roger el que ese joven no se hubiera quitado de en medio por su propia mano.

Jorge dobló la chaqueta de punto que llevaba en el coche por si acaso y se la colocó a Roberto para que apoyara la cabeza y estuviera más cómodo. Éste adecuó la posición de su cuerpo para adaptarse a la nueva situación y siguió durmiendo. “Al menos es capaz de dormir tranquilo”, pensó Jorge. Había temido que Roberto volviera a tener pesadillas. Pero de momento, no había sucedido.

Carmelo llamaba a Jorge.

-¿Cómo estás? – preguntó nada más que el escritor cogió la llamada.

-Bien. Ha sido agradable. La mujer de Roger cocina muy bien. Es una gran anfitriona. Y el chico parece que le ha sentado bien la visita. Roberto y él se han caído bien.

-Te dejo. Me llaman a rodar. Pensaba que iban a tardar más. Esto es un puto gallinero. Te juro que como nunca… tengo ganas de meterme en la cama ya.

-No, no – bromeó Jorge – Trabaja, trabaja. Luego hablamos.

Jorge apoyó también la cabeza en el respaldo y se quedó traspuesto.

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Roberto apenas dijo nada cuando le dejaron en su casa. Había estado durmiendo todo el viaje. Parecía agotado, pero también tranquilo. Se abrazó a Jorge y le dio un beso en la mejilla.

-Antes de conocerte, cuando me hablaban de ti y elogiaban como nos entendías y eras capaz de serenarnos, pensaba que exageraban. Ahora veo que todos los que me contaron, se quedaron cortos.

Roberto volvió a besar a Jorge. Éste estuvo apoyado en el coche mientras el joven abría la puerta del portal.

-No sé que os ha dado ese joven, pero os ha dejado a todos noqueados – comentó Fernando.

-Duele ver en un chico tan joven un alma tan dañada.

-A lo mejor Olga debería acercarse a hablar con él.

-Tardará meses en poder hablar. Os he oído a todos que Olga es muy buena… y yo mismo tengo sensaciones en ese sentido, pero…

Jorge negaba con la cabeza antes de seguir hablando.

-No sé si merece la pena lo que pueda contarnos si ello le cuesta su salud mental. La otra noche pusimos un parche. Hoy hemos puesto una venda sujeta con esparadrapo. Puede que resista unos días, pero habrá que volver a curar. Y para eso, los demás debemos recuperar el resuello. Mira como ha dejado a Carletto. Espera que no se repitan sus pesadillas esta noche.

-¿Y un buen psiquiatra?

-Si el chico no quiere hablar, no quiere abrirse, de poco sirve. Primero hay que conseguir eso. Su padre está haciendo una buena labor. Él sabe lo que hay. Y sabe que no se puede forzar. Debemos ir al ritmo que nos permita él. Puede que si su sintonía con Roberto continúa, o la del otro día con Carmelo o con Martín… la cosa pueda acelerarse. Aunque me preocupa lo de Martín. No me esperaba esa conexión…

-Creo que te admira desde que era peque. Y que ha aprendido todo lo que ha podido de ti. Una de esas cosas puede ser tu capacidad para leer en las personas. Martín es un hombre que se fija mucho, es un observador concienzudo y silente – comentó Fernando después de un pequeño silencio.

-No sé que decirte. Espero que sea eso. ¿Te gusta Martín?

Jorge esperaba la respuesta con cara de ángel del amor.

-Qué cabrón eres, Jorge. – dijo Fernando sin responder a la pregunta y apartando la mirada del escritor.

-No me has respondido. – insistió al cabo de unos segundos de mutismo de Fernando .

-Por cierto, la gente de tu amigo es profesional. – Cambio radical de tema que llevó a Jorge a sonreír. No quiso insistir y respondió al policía.

-Es mejor tenerlos de nuestro lado. Son malos enemigos.

-Son buenos en lo suyo. No descarto que sean antiguos militares. Pero una cosa te digo: te respetan y te aprecian. Con nosotros al menos, cuando hemos comido juntos, no lo han ocultado en ningún momento.

-Ya te digo. Aunque me da que si son exmilitares, son de esos que no siguen a un ejército determinado por convicción, sino que siguen al que mejor les paga.

-Que dices ¿Que te aprecian porque les pagan?

-Esa opción nunca hay que descartarla. Ni que un día sea la contraria. Pero no. La gente fija de Roger… sabe y ha vivido cosas. Hasta los mercenarios tienen sus códigos. No tengo ninguna duda de que cualquiera de ellos me defendería hasta el final. De hecho, creo que si en estos años no me ha pasado nada, es por ellos.

-¿A casa?

-Sí. Aunque luego a lo mejor nos vamos de discotecas. Tengo que retomar viejos contactos. Y ya es hora de enviar un mensaje al mundo. Una especie de peineta gigante a un montón de amigos que empiezan a tocarme los cojones a dos manos.

Fernando abrió mucho los ojos. Le había sorprendido ese cambio tan radical en apenas unos segundos. De comentar las cosas sosegado y con aspecto bonachón, a tener una mirada dura y un tono rotundo y seco. Y todavía más, le había sorprendido el lenguaje que había empleado.

-¿En qué plan? – preguntó Fernando intentando no contagiarse del nuevo tono de Jorge. – ¿Es por ese vídeo que has estado estudiando en casa de Roger?

-En plan divas. En plan aquí estamos, abridnos paso que somos los reyes. Por mucho que lo intentéis, estamos vivos. Y sí, algo tiene que ver con esas imágenes. Con los bulos, con los haters… los amigos de Álvaro que nos quieren ver muertos… se me han hinchado los cojones.

-No sé si tenemos ropa adecuada.

-Eso ahora lo arreglamos. De eso me ocupo. Vais a lucir como estrellas de la farándula.

Al bajar del coche frente a la puerta de su edificio, Jorge se encontró con Juliana su vecina. Ésta tenía ganas de charlar, pero se dio cuenta de que el escritor no estaba por la labor.

-Disfrutaron con tus croquetas y tus empanadillas. – le comentó para que no se sintiera mal por su desplante.

-¿Y los hojaldres de crema?

-Me los comí yo todos. Los escondí. – Jorge puso cara de pillo.

Juliana sonriendo le dio un tortazo en el pecho con la mano.

-Gracias. – le respondió Jorge. – Todos alabaron tanto las croquetas y empanadillas como los hojaldritos de crema. No caté ni uno. Si un día te aburres, me haces unos cuantos. Para compensar el esfuerzo que hice de dejárselos todos a los invitados.

-Claro. Cualquier día de estos. Me alegra que … quedarais bien con vuestros amigos.

Jorge abrió la puerta de su casa. Comprobó que Carmelo ya había llegado. Estaba puesta la música y parecía que había estado haciendo alguna cosa en la cocina. Había algo en el horno. Se acercó a mirar y vio que se acababa de apagar. Carmelo lo había dejado programado. Fue a llamarlo pero se contuvo. No se le oía. Tampoco le había saludado. Siempre lo hacía cuando le oía entrar. Fue directo al dormitorio y allí lo encontró, tirado sobre la cama. Le había dado tiempo a quitarse los pantalones antes de quedarse dormido. Parecía que su jornada de “flecos” en el rodaje había sido intensa. De todas formas, se había levantado muy pronto por la mañana, eran muchas horas y en los últimos días no habían dormido demasiado. Jorge le dio un beso en la mejilla y le acarició las manos. Carmelo le sintió y se la cogió. Se la llevó a la boca para besarla.

-No te vayas. Túmbate a mi lado.

Jorge se sonrió y después de quitarse los zapatos, le hizo caso. Carmelo no tardó nada en rodearlo con su pierna. Seguía con su mano agarrada y al lado de sus labios. De vez en cuando la besaba sin acabar de despertarse.

-¿Hay que sacar lo del horno? – le preguntó Jorge en un susurro.

-Tranquilo. Luego. Está controlado.

Esas dos horas que descansaron les sentaron bien. Jorge se levantó el primero. Le cogió el móvil a Carmelo y buscó el teléfono de uno de los proveedores de ropa de los rodajes. Era la empresa que se iba a encargar de la ropa de “Tirso”. Marcó el número.

-¡Carmelo! – contestó la voz al otro lado.

-Perdona, Marlo, no soy Carmelo.

-¡Jorge! Que alegría. ¿Se encuentra mal Carmelo?

-No, no. Está descansando. Parece que ha sido un día duro.

-Eso me han dicho. Trabajamos en ese rodaje. Las cosas son raras con esto de la pandemia. ¿Nos necesitas?

-Sí. Siento que no sea una llamada de cumplido.

Le dijo lo que precisaba.

-Para unas quince personas. Seis seguro que son chicas.

-Te mando seis de chicas, cinco que pueden ser para ellos o para ellas. Te mando para ti y para Carmelo. Todo de un estilo.

-Bien. Pero que no parezcan disfraces.

-Tranquilo. Confía en nosotros. ¿A tu casa?

-Sí. De momento nos instalamos aquí. Y espero que sea definitivo.

Volvió a marcar.

-Pero si estabas hace un par de horas…

-Elías, no soy Carmelo.

-¡Jorge!

-Carmelo está descansando. Necesito algo para ya.

-Dime. Si está en mi mano, cuenta con ello. Como siempre.

Jorge volvió al dormitorio.

-Vamos. Despierta. Salimos esta noche.

Carmelo balbuceó entre sueños y se dio media vuelta en la cama. Jorge le dio un azote en el culo y se fue a la cocina. Carmelo no tardó en ir rascándose la pierna, todavía con un ojo cerrado.

-¿Qué hora es?

-Las once.

-¿Solo?

-¿Con esta entrada VIP de tu teléfono podremos entrar todos en la Dinamo?

Carmelo puso su mejor cara de no entender nada.

-¿Quieres que vayamos a la Dinamo? Si no te gustaba esa disco. Para ser más exactos, salvo para investigar, no te gusta ninguna.

-Vamos a pulsar el ambiente. Necesitamos a más VIPS para hacer ruido. Gente de confianza. Con muchos seguidores en redes.

-Pues llama a Álvaro. A Ester. A Mario y a Óscar. A Jaime. A Omar. A Álex. A Nicolás. Llama a Martín. Arón, Patrick, Manu…

-Llamo a Ester y a Álvaro. A Martín también. Tu llamas al resto.

-Bien. Tú me dirás lo que quieres que hagamos.

-Que se vengan. Que se pongan sus mejores galas. Salimos de aquí en una hora. El que no tenga, ahora llega buena ropa de atrezzo. Y no pierdas el tiempo buscando ropa para nosotros, que nos manda Marlo.

Llamaron a la puerta. Fue Carmelo a abrir. Se encontró con el personal de la empresa de vestuario.

-Andrea, Julio. – Carmelo hizo un gesto de reconocimiento – A esto se refería el escritor.

Los aludidos se dieron cuenta que su presencia era una sorpresa para el actor. Y tampoco tuvieron dudas de que se acababa de levantar. No les sorprendió que los recibiera vestido solo con una camiseta y los calzoncillos. Estaban acostumbrados a verlo de esa guisa.

-Jorge nos ha llamado. Hemos traído algo más de lo que nos ha pedido, por si acaso.

-Bien. Justo a tiempo. – dijo Jorge apareciendo al lado de Carmelo que lo miraba con las cejas levantadas, sin acabar de entender nada – Fernando, necesito a seis u ocho de vosotros que os cambiéis de ropa, como hemos hablado. Los que vayáis a entrar con nosotros. Recuerda que sois parte de nuestro séquito. Todos bien juntos, dominando la escena, como habéis hecho alguna vez con Carmelo.

-Vale.

-Estos son vuestros atuendos – le dijo Andrea tendiéndoles dos porta trajes. – Las tallas son las vuestras.

-¿De que va esto? – le preguntó Carmelo.

-Luego te cuento.

-Sabes que en la Dinamo hoy hay una gran fiesta. Lo raro es que nuestros amigos no pensaran ir por su cuenta.

-Álvaro iba.

-Y Óscar y Nico. Pero prefieren venirse con nosotros.

-No me has contestado a lo de la entrada VIP.

-Hace tiempo que estamos en el fichero de la discoteca. Todo su personal nos conoce de cara. A parte, tienen un reconocimiento facial. Solo con pisar la calle al bajarte del coche, te abrirán las puertas. A ti, a mí y al que venga con nosotros.

-¿A Mí?

-¿Te crees que no se enteraban cuando ibas de incógnito? ¿No te diste cuenta que te iban a buscar a la cola para que no esperaras y te metían por una puerta lateral? A parte de ser Jorge Rios, estabas en mi lista de allegados. Siempre has tenido entrada preferente en ese grupo de discotecas. En realidad en todas las de Madrid. Smittie se ocupó personalmente de ello. Y Joe vigila que ese protocolo no falle. Le tienes en el bote. Me pregunto a quien no tienes en el bote. Menos mal que eras el asocial de la pareja.

Sus amigos fueron llegando. Algunos ya venían vestidos adecuadamente. Los que no, eligieron la ropa que había a su disposición.

-Nos vamos. – dijo Jorge. – ¿Estáis todas preparadas?

Carmelo le miraba asombrado. En los últimos días su escritor no le dejaba de romper esquemas. Eso le preocupaba, porque sabía que luego, llegarían días de pagar esos excesos. Días de melancolía, de apatía, de tristeza suprema. Como después de acabar la grabación de los programas de Pasapalabra. Gracias a Dios, había durado apenas unas horas.

Cuando llegó a la calle y se encontró con esos 5 Mercedes EQS 580 negros aparcados delante de su casa, miró alucinado a Jorge.

-Pero si ya nos conocen. No hacía falta fardar de…

-No pretendía que nos abrieran la puerta. Sé que con tu cara solo, eso estaba solucionado. O con tu entrada VIP. Que servirá de algo, aunque no hayas querido decirme para qué.

Carmelo fue a protestar, pero se arrepintió. No le iba a convencer con sus explicaciones, así que se las ahorró.

-Quiero que llamemos la atención. Somos famosos y llevamos nuestro séquito. Abridnos paso. Y fijaros. Somos poderosos. Somos famosos. Estamos vivos y os vamos a dar por el puto saco. Quiero que nos vean las centenares de personas que estarán esperando fuera. Que nos graben y que compartan sus vídeos en sus redes etiquetando con nuestros nombres. Y luego, que entren, porque después de la entrada de un grupo VIP, la discoteca acelera el ingreso de nuevos clientes para aprovecharse del interés suscitado por ellos y hacer más caja. Que nos graben tomando una copa y bailando en uno de los reservados. Y las centenares que nos verán entrar porque el personal de la discoteca nos abrirá paso para hacernos llegar a la zona VIP. Y nos grabarán también. Y luego mirarán las cristaleras y nos verán con la copa en la mano y se animarán a ir a la barra a pedir. Y dentro de dos horas, todo el que tenga que saber, conocerá que estamos vivos y de fiesta. O sea, que nos la suda que unos hijos de puta se empeñen en matarnos cada día. Y esos hijos de puta, caerán. Porque me voy a encargar de ellos.

-Me parece que me falta información – se quejó Carmelo. – Pareces enfadado – dijo en apenas un susurro.

-No entiendo por qué dices eso – Jorge lo miró con gesto de inocente.

-No me copies – se rió Carmelo que había distinguido su propio gesto de “soy inocente”.

-¿Nos vamos?

-Joder, Jorge. No me esperaba todo este montaje de ti – Álvaro se reía mientras tenía a Ester y a Anna cogidas una de cada brazo. Acababan de llegar ya vestidos para el evento.

-A veces hay que dar un puñetazo en la mesa. Y que mañana hablen todos de lo vivos que estamos. Y como lo petamos. Y que los tres súper socios dueños de esta discoteca, besan el suelo por el que pisamos.

-Te miro y no te reconozco.

-Ya era hora, tío. – Anna le besó en la mejilla.

Martín para sorpresa de todos, se había unido a la fiesta. Agarraba la mano de Jorge con fuerza. Necesitaba su apoyo para hacer algo en lo que no se sentía cómodo. No era de esas multitudes, ni de discotecas. Óscar le abrazaba por detrás. Era un buen amigo y sabía.

Se organizaron para repartirse en los coches. Jorge les aleccionó sobre lo que esperaba de ellos.

-Al salir de los coches, sin prisa. Como si el viaje hubiera sido largo y necesitarais estirar las piernas. Sois actores, los mejores. Sois estrellas, las que más brillan en el firmamento. Demostradlo hasta en la forma de poner el primer pie en la acera. Hablando con el resto, en pequeños corrillos, pero bien separados. Bromeando. Poniendo vuestras mejores sonrisas, esas que se usan con la gente de siempre, con los mejores amigos. Complicidad porque todos estamos al mismo nivel. Moveros despacio, para que la gente os pueda grabar a todos. Hacéis algún vídeo corto para vuestras redes. Con comentarios… “Lo vamos a pasar de miedo”. “Buenos amigos, buena música”. De ese estilo.

-¿Os podemos sacar a vosotros? ¿Nombramos la discoteca?

-Claro. Sí y sí. A las dos cuestiones. Es más, debéis sacarnos a nosotros. Y etiquetáis a todos, para que la gente pueda ir de tu Instagram Ester, al de Álvaro, al de Anna, y al de Óscar. Y así. Y al de Carmelo. Toda esta gente… alguno de nosotros seremos sus ídolos. O varios. Ellos mirarán tus redes Ester, pero si tienes vídeos de Alva o de Óscar, irán a sus redes también. Y los conocidos de esas personas, darán likes, o comentarán. Y su repercusión de multiplicará por veinte en un tiempo récord.

-Al tuyo no. Total, para lo que hay… – Álvaro no dudó en sacarle los colores.

-Bueno. Eso quizás cambie en breve. Cualquier día de estos voy a tener más seguidores que tú, querido. – bromeó Jorge.

-¿Eso es una nueva apuesta? Me das pena. Lo tienes complicado para ganarme en eso… – se burló Álvaro, antes de abrazarlo y darle un beso. – Pero si quieres apostamos…

No tardaron en ponerse en marcha. Los escoltas habían puesto unos rotatorios portátiles que llevaban encendidos. No pasaban desapercibidos. Los coches se apartaban y les dejaban el carril libre al verlos por el retrovisor.

La llegada a la discoteca llamó la atención. Cinco grandes coches, todos iguales, con sus sirenas. Los porteros de la discoteca se apresuraron a acercarse y abrir las puertas de los vehículos. La gente que hacía cola esperando poder entrar, se agolparon para ver de quien se trataba. No tenían constancia en la discoteca de la llegada de ningún grupo VIP de esa categoría. Salió más personal de dentro de la discoteca para poder controlar adecuadamente la situación y atender a los visitantes. Al reconocer a Carmelo, a Jorge, a Álvaro, Ester, Martín, Óscar, Anna, Macarena, Mario… los gritos con sus nombres llenaron la noche. En pocos segundos, más de un centenar de teléfonos grababan lo que ocurría a la entrada. Otros, se decantaron por las fotos. La noche se llenó de fogonazos de los flashes de los móviles. Jorge y Carmelo, siguiendo el plan concebido por el escritor, demoraron unos minutos la entrada para dar tiempo a que más personas grabaran lo que pasaba. El resto de sus amigos, les seguían el juego. Parecía que todos estaban posando, sin hacerlo. Hablaban entre ellos, sonreían, miraban sin mirar, se movían despacio para que las fotos y los vídeos salieran bien y lucieran en las redes sociales de todas esas personas. Todos eran profesionales y sabían como hacerlo. Eran los mejores en su trabajo y lo demostraron. Cada uno de ellos, hizo varios vídeos. Ester hasta se permitió acercarse a Jorge y hacerle algún comentario, que Jorge contestó entre risas. En pocos minutos estaba en el Instagram de Ester y cientos de personas se lanzaron a verlo. Muchos lo compartieron con sus contactos por todo el mundo. Álvaro hizo lo mismo. Él comentó algo con Martín y con Carmelo. Anna se coló en el vídeo. Óscar se puso al lado de su hermano y comentaron la jugada. Luego Mario se acercó a Carmelo y bromearon. Fingieron una de esas peleas a puñetazos que tantas veces les habían achacado. Nico hizo una panorámica de todo el grupo. Ester sacó la lengua cuando la enfocó. Patrick le llamó “guapo” y le lanzó un beso. En unos pocos minutos, esos vídeos estaban en las redes sociales de cada uno. Además, todos fueron compartiendo los vídeos de sus compañeros.

Los escoltas se unieron al grupo, como parte del séquito. Se habían colocado de manera estratégica para no llamar la atención y seguir con su trabajo. Ya lo habían hecho en otras ocasiones con Carmelo. Tuvieron que crear un protocolo especial después de aquellas primeras experiencias poco satisfactorias. Ahora, todo era distinto. Todo estaba engrasado.

Un miembro del personal de la “Dinamo” se acercó a Jorge.

-Joe me ha dicho que te comente que os estamos preparando el number 1. Todos estamos muy contentos de veros por aquí.

-No te conozco – le dijo Jorge.

-Emilio.

-Yo soy Jorge. ¿Te puedo dar dos besos?

El joven sin dudarlo se acercó a Jorge para besarlo.

-Carmelo, este es Emilio, trabaja con Joe. – chocó con él el puño – Te presento a Álvaro, Ester, Mario… Nico, Anna… Óscar… Patrick, Manu…

Fue presentando a Emilio a todos. También presentó a los escoltas como si fueran otros miembros del grupo. Éste estaba asombrado. Posiblemente ningún otro VIP hubiera tenido ese comportamiento con él. A fin de cuentas, a quién debían rendir pleitesía para seguir teniendo los privilegios VIP era a Joe y luego los tres dueños de la discoteca.

Ninguno de los miembros del grupo de Jorge se pararon a hacerse selfies con los fans. No era el momento. Saludaban y se mostraban y dejaban que les grabaran pero de forma general. Jorge decidió que ya era suficiente y le hizo un gesto a Emilio para iniciar la entrada. En un momento, el personal de la discoteca les rodeó. Recorrieron con decisión los pocos metros que había entre los coches y la entrada a la discoteca. Los porteros y los miembros de seguridad del local hicieron también un cordón para protegerlos del resto de clientes que intentaban acercarse a ellos. Carmelo encabezaba la comitiva, con Jorge a su lado. Éste llevaba a Martín cogido de la mano. Óscar y Mario iban justo detrás, con Álvaro, Esther y Anna pegados a ellos. Jaime y Omar hablaban animadamente mientras miraban a su alrededor y saludaban con la mano, pero sin detenerse, al igual que Nico, Patrick, Ricardo, Anna, Manu…

Las puertas de la discoteca se abrieron de par en par para recibirlos. El golpe de sonido que recibieron fue brutal. Pinchaba DJMiz, el DJ residente de la discoteca. La animación, todavía en momento ascendente, se elevó varios grados al percatarse los que ya estaban en el local de su llegada. El Dj contribuyó al anunciar su presencia y citarles a todos por su nombre.

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¡¡¡¡¡¡Bienvenidos!!!!!!! Hoy en la Dinamo, la mejor fiesta con los mejores invitados. ¡¡¡Carmelo del Rio!!! ¡¡¡Ester Portillos!!! ¡¡¡Martín Carnicer!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡Jorge Rios, bienvenido!!!!!! Eres caro de ver escritor, te hemos echado de menos. ¡¡¡¡¡Anna Castillo!!!! ¡¡¡¡Mario y Óscar!!!!! ¡¡¡¡¡Arón Sanpper!!!! ¡¡¡¡Jaime Angulema!!!!! ¡¡¡¡Álvaro Cernés!!!! ¡¡¡¡¡Patrick del Amo!!!!!! Esta noche la vamos a recordar todos mucho tiempo. Y ahora…. Todos a…..¡¡¡Bailar!!!! ¡¡¡¡¡¡¡Yeahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!

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La barra estaba animada y muchas de las mesas alrededor de la pista igual. Ésta estaba bastante concurrida con gentes de todo tipo, deseosas de bailar y olvidarse de todo lo que habían vivido esos últimos meses y que a muchos les había destrozado la vida. Al menos, se la había cambiado sustancialmente.

Un grupo como el que encabezaba Jorge y Carmelo no podía dejar de llamar la atención, aun con la sala repleta de gente. Todavía había espacio libre , aunque ya era difícil moverse, y más para un grupo tan nutrido. El personal de la discoteca se las arregló para llevarles en volandas hacia los reservados VIP, hasta el number 1. Estaba en el primer piso. Era una especie de balcón que estaba separado por cristaleras y en la que había varios departamentos. El numer 1 era el más grande y el más lujoso. Estaba reservado para los mejores clientes de la discoteca o los que a criterio del encargado, mejor pudieran vender la imagen de la misma. Jorge mientras atravesaban la sala, se percató de cómo otros miembros del personal de la sala, reacomodaban a los ocupantes hasta ese momento de algunos de los reservados principales. Estaba claro que Joe sabía a quién tenía que cuidar sobre todos los demás. Algunos no parecían muy contentos. Jorge reconoció a un par de futbolistas de los equipos de Madrid y a un par de estrellonas de los programas de televisión. Jorge pensó que esos serían los que al día siguiente hablarían de ellos con rencor. O no. Luego se pasarían a saludar y charlar unos minutos con todos ellos. Lo que sí era seguro era que hablarían. Y eso pretendía Jorge.

El encargado de la discoteca se acercó a saludarlos. Se abrazó a Carmelo y saludó ceremoniosamente a Jorge. Chocó manos con Álvaro y con Mario. Éste le presentó a su hermano Óscar, al que no conocía.

-Me ha dicho Smittie que ahora baja a saludarte, Jorge.

-La de tiempo que no nos vemos. – dijo en tono alegre. – Joe, no sé si conoces a Martín.

El encargado y Martín se saludaron con un choque de puños.

-No nos habíamos saludado. Aunque le conozco por su trabajo y por su parecido con Carmelo. Tu hermano suele venir por aquí. Habla de ti con mucho cariño.

-¿Sabes si ha venido hoy?

-No. Pero suele hacerlo más tarde. Cuando lo haga le digo que estás para que suba a veros.

Jorge también presentó a Joe a los escoltas, empezando por Fernando.

-Es como mi hermano siamés. No se separa de mí nunca.

Joe y Fernando se saludaron chocando los puños.

Álvaro y Esther se pusieron a bailar nada más entrar en el reservado. Estaban a la vista de todos los ocupantes de la planta baja. Muchos de los espectadores levantaron las manos aplaudiendo mientras se movían al ritmo de la música. Álvaro y Arón levantaron sus copas para brindar con el público. Ester no hacía más que mandar besos a todos los asistentes. Anna y Óscar se les unieron. Apareció por allí Miguel, que les había prometido unirse un poco más tarde. Fue abrazando a todos. Carmelo le puso una copa de champán en la mano.

-Por nosotros – brindaron ellos dos con Jorge y Martín.

-Yo también quiero – pidió Jaime a uno de los camareros. Se había entretenido hablando con un conocido.

Volvieron a brindar. Martín se animó a bailar con sus amigos. Dos de los escoltas también se unieron, para no desentonar. Jorge, una vez acabadas las presentaciones y con todo el mundo en su sitio y disfrutando, se separó de todos y se puso pegado a la cristalera que les separaba del resto de la discoteca. Se movía ligeramente al ritmo de la música, con un vaso en la mano. Iba paseando la vista por toda la sala.

-No me gusta que estés aquí – le dijo Fernando.

-Los cristales son blindados. Muy blindados.

-Aún así.

Carmelo se acercó a él, tomando el relevo del policía. Le abrazó por detrás. Le giró la cara para poder besarlo.

-Quieres que nos vean.

-Es lo único que quiero. Que nos vean. Que estamos vivos. Y que antes o después, nos vamos a casar rodeados de amigos.

-¿Pensabas ver a alguien en especial?

-Sí. Pero si han venido, se han escondido a tiempo. ¿Qué bebes?

-Champán.

Jorge le cogió la copa y bebió un par de tragos.

-¡Jorge!

Éste se dio la vuelta para atender a la llamada.

-¡Smittie!

-Los dos se abrazaron y se dieron dos besos.

-Cuando me han avisado de que llegabas no me lo podía creer. Y menos que lo hicieras de esta forma. Sueles ser más discreto en tus visitas. Carmelo cuanto tiempo.

Smittie y él se abrazaron también.

-Os dejo un momento. Me toca hacer de relaciones públicas – Carmelo le guiñó el ojo a Smittie -Voy a saludar a esos que están en la puerta del reservado.

Carmelo se alejó de ellos.

-Todo cambia, Peter. – se explicó Jorge – ¿Como está Eloy? Le vi hace unos meses. Tomamos un café y estuvimos charlando un rato.

-Bien. Ya me contó. Siempre me dice que tenemos que llamarte, pero nunca acabamos de concretar. Esto de la pandemia nos trastoca todo.

-Bueno, al menos habéis abierto algunos días de estraperlo.

-Ya. Pero no dejas de tener los huevos aquí. – se señaló el cuello. – Me extrañó que no vinierais. Me contaban que salíais muchas noches.

-Si te digo la verdad, no me he enterado hasta hoy que hicisteis fiestas en el confinamiento. Igual que fuimos a otras, hubiéramos venido aquí. Sabes además que Carmelo le encanta esta discoteca.

-Pues es raro, porque muchos de tus “amigos” sí que vinieron.

-Tenemos que hablar sobre esos “amigos”.

-Pues este es el mejor momento, y el mejor sitio. Tengo disculpa para estar aquí, atender a un grupo VIP muy VIP. Tengo a cuatro futbolistas muy enfadados por haberles echado de aquí al llegar vosotros. Y a algunos creídos de la tele. Y a unos empresarios de medio pelo que insistían en que les diéramos este reservado.

-No serán muy TOP. Ni los futbolistas ni los de la tele. A los empresarios ya les has calificado tú.

-Lo son. Pero no son amigos míos.

-Si llega a estar Lucien…

-Estos son del Atlético. Si llegan a ser del Madrid… no te diría que hubiera habido tiranteces antes de desalojarlos.

Jorge y Peter se echaron a reír.

-Diles que luego voy a firmarles un par de libros.

-Pues dos de ellos seguramente te lo agradecerán. Alguna vez me han preguntado por ti, por saludarte. Saben que somos amigos. Suelo presumir de ello.

-Y yo te lo agradezco. Hoy en día no muchos presumen de ser mis amigos.

-Ellos se lo pierden. Yo siempre lo haré. Y por si alguien tiene alguna duda, aquí estoy contigo, con la discoteca llena y a la vista de todos. Me da que vienes hoy a enviar un mensaje, os he estado observando por las cámaras, y yo te apoyo.

Jorge le abrazó para agradecerle sus deferencias.

-Me dices, me llevo a alguno de estos, hacemos una tournée por el resto de los reservados, les saludamos y así todos felices. Haremos la ronda completa.

-Es un detalle. Os lo agradeceré. Es bueno para el negocio. Dime que te preocupa.

Le explicó que le habían contado de reuniones de gentes poco partidarias de él. Le estuvo contando a grandes rasgos los acontecimientos de los últimos tiempos. No le dijo que había visto las imágenes de las reuniones en los reservados. Lo cambió por un “Me dice… me cuentan…”.

-Tuve el otro día una charla con uno que lo vio todo en la distancia.

-No recuerdo.

-16 de abril.

-Día complicado. Uff.

-¿Estabas? Mi amigo me decía que solo había visto a Lucien.

-Estábamos los tres. Pero ya sé de que grupo te refieres. Estuvieron en la sala contigua a esta. Aquí llegaron luego otros…

Smittie hizo un gesto con las manos para indicar que eran mucho más importantes.

-No me pegaban esas personas aquí. No me lo podía creer. Y menos que estuvieran juntas. Presumen casi de ser enemigos los unos de los otros.

-No te creas. Ovidio viene de vez en cuando. Seguro que es uno de los que no te pegan aquí. Siempre viene acompañado. – entrecomillo con los dedos esa última frase.

-¿El mismo gigoló?

-Tiene uno fijo. Desde hace un tiempo. Los cambia cada dos o tres años. Les paga muy bien, me dicen. Pero les pide exclusividad. Es una cárcel dorada. Sé de un par de ellos que a las pocas semanas renunciaron. No les salía a cuenta no poder ni elegir los calzoncillos que se ponían cada día. No me mires así. Es lo que cuentan algunos. Y más detalles que mejor me los guardo. Es como si dijeras, yo te pago una millonada, pero soy dueño de tu cuerpo y de tu alma. Tienen cada minuto del día programado. Y a la vista de quien quiera pagar por verlo.

-Me lo cuentas y no me lo imagino aquí. Y lo de esos acompañantes, me suena a chino. Y más que los exponga como en un escaparate.

-Reuniones discretas. Encuentros furtivos revestidos de casualidades. Esos gigolós los usa… para atraer voluntades. Para usarlos de distracción de posibles estorbos… para usarlos de tapadera… de todas formas, hay días que ahora trae a otro acompañante. No sé a que se debe. Y a veces viene con dos, el fijo y otro. Incluso tres. La mayor parte de los días esos acompañantes acaban yéndose con los interlocutores de Ovidio. Y no te extrañe con que el que se vaya, tenga fama de conquistador de mujeres.

-¿Hombres siempre? ¿Una nueva experiencia? ¿Probando? O… ¿Avergonzados?

-No son siempre hombres. Si lo son, caben todas esas posibilidades que has citado. Te diría de dos, que son de los últimos, pero otro sé que era como una prueba. Luego le he visto con otros hombres, así que le debió gustar. Ovidio también tiene “acompañantes” para mujeres. A veces, llama a alguno para que se incorpore. La agencia con la que trabaja, debe haberle hecho un monumento o al menos, habrá puesto su nombre a uno de los despachos.

-Esos otros… a parte de los fijos ¿Son siempre los mismos?

-No. Y te diré más, alguna vez me ha parecido que fueran extranjeros. Yo creo que busca el tipo de acompañante que más le va a gustar al agasajado. Si es polaco, busca a un joven que hable el idioma. Si es sueco, lo mismo. Ya te digo, debe acaparar una agencia de acompañantes él solo. Incluso te diría que alguno de los que trae ocasionalmente, no son de agencia. Te diría que los trae de la calle, les lleva donde Bernabé, les manda hacerse la manicura y al peluquero, y al tema. Fíjate, he llegado a pensar que la agencia que usa es de él. Esos “chicos a medida” como los llamo a aveces, se lo suelo notar porque no abren la boca. Y suelen dedicarse a sonreír. Bonitas sonrisas, todo hay que decirlo. Pero algunos no hablan ni palabra de castellano. Y se les nota que están incómodos. Vienen a lo que vienen, y cuanto menos abran la boca, mejor. Menos se equivocan.

-En resumen, se reúne aquí con mafiosos con los que no sería prudente encontrarse en la embajada de Francia. Y busca hacerlos felices para que luego, aflojen en la negociación de sus asuntos.

-Algunos de ellos podrían asistir sin problemas a esas recepciones. No te equivoques.

-Ya.

-Otros no.

-La diferencia está en los que no.

-Vuelvo a discrepar. Algunos de los que sí pueden entrar en la embajada, son peores que los que no serán nunca invitados.

Smittie hizo un gesto con la cara.

-¿Y si te dijera que me están haciendo la puñeta?

-Me lo creería.

-Lo sabes.

-Nunca he dudado de que sabrías salir de ello. Aparentas ser un pobre diablo que no sabe hacer la “O” con un canuto. Pero siempre te has enterado de todo. La prueba es tu novela “Tirso”. Y “La vida que olvidé”. Y “deJuan”. Y “deLuis”, no me olvido de ella. Cuentas verdades como puños. Somos muchos los que sabemos que detrás de esos personajes, hay personas de verdad. Y que las salvajadas que cuentas, no son fruto de tu imaginación sino son cosas reales. Lo único que no has contado, es el final del hijo de puta de “Sergio”.

-Ya llegará. Tiene su propia novela.

-O sea que es cierto lo que va contando Dimas, que tienes un montón de novelas acabadas.

-¿Se lo has oído?

-Y todo el que haya pasado diez minutos con él. Es la antesala para dedicarte un muy variado repertorio de insultos. Dice que le has hundido la vida. Que eres un miserable, que no sabes valorar todo lo que ha hecho por ti.

-Ha hecho tantas cosas… solo hace falta escuchar a los del gremio la consideración en la que le tienen. Te guardas el corolario de esas peroratas de Dimas.

-En otro momento.

-Y yo me guardo todo lo que voy descubriendo de él.

-Por mucho que vayas sabiendo, que algo me ha llegado, presumo que te queda otro tanto.

Jorge se quedó pensando. De “Tirso” sabía que todo era cierto, aunque dependiendo de su interlocutor no lo acabara de reconocer. De sus otras novelas, no lo tenía tan claro. Aunque al escuchar a Smittie, no había dudado ni un segundo que no tuviera razón. La novela sobre Sergio, el “malo” de “deLuis”, la tenía clara. Era la cuarta en la lista.

-¿A pesar de las drogas? ¿Confiabas en que saliera a pesar de que estaba medio ido?

Era otra de las afirmaciones de Smittie que le habían llamado la atención.

-A pesar de todos los contratiempos.

-No lo entiendo.

Smittie miró a su alrededor. Sacó un mando de uno de los bolsillos de su chaqueta y de repente, la cristalera que los separaba del resto de la discoteca se hizo opaca desde el otro lado. Nadie podía ver lo que pasaba en la zona VIP.

-Nando era un hijo de puta. Ya sé que me dirás que era colega de Lucien. Lucien es un hijo de puta también.

-Es tu socio.

-Y amigo. Lo uno no quita lo otro. Lo que te quería decir. Nando lo dejó todo previsto. Para protegerte. Cuando murió, la peña se lanzaba sobre ti. Se dio cuenta tarde de que te había puesto en el disparadero. Te puso para todo de pantalla. Para la mayor parte de los que hacían negocios con Nando, pensaban que los hacían contigo. Que él solo era un intermediario. Tuvo que negociar con algunos. ¿Te ha robado? A espuertas. ¿Ninguno de tus amigos merece medio minuto por tu parte de afecto? Seguro. Todos son interesados. Pero por otro lado, has tenido escolta siempre. Y Carmelo llegó en el momento justo. Si no hubiera ocurrido aquí, vuestro encuentro, y hubiera sido testigo de él, diría que fue alguien el que lo puso en tu camino. Pero vi a Carmelo mirándote. Intentó acercarse no menos de diez veces antes de decidirse. Las otras nueve, a tres pasos de dónde estabas sentado escribiendo, se volvió para atrás. La décima se lanzó después de pegar un trago largo a su copa. Y estaba bien cargada, te lo aseguro: se la puse yo. Esa fue la definitiva. A la media hora supe que ibais a ser una pareja maravillosa. Y obraste el milagro: Carmelo no volvió a beber una gota de alcohol esa noche. Solo bebía San Francisco. Tampoco fue al baño a meterse una raya. Ni sacó la cigarrera que siempre llevaba repleta de porros. Solo estuvo contigo, solo fue al baño a echar una meada. Y solo te miró a ti. Se levantó de tu lado para pedirte algo de beber y pedirnos una bandeja de canapés para llevarte.

Jorge empezó a sentirse en una nube. Eso que le contaba Smittie sobre cuando Carmelo y él se conocieron… esas dudas de su rubito… esa inseguridad a la hora de ir a buscarlo… tampoco recordaba que eso hubiera sucedido en esa discoteca. La verdad es que era algo en lo que nunca había pensado. Ahora ya sabía donde se había producido. Y ya tenía la versión de alguien de fuera. Y lo que había escuchado, no podía negarlo, le había gustado.

-Nunca me has contado eso.

-¿Para qué? Ya lo querías con toda tu alma. Y ninguno de los dos teníais presente el pasado que compartíais. Y me imagino que, sobre todo en el caso de Carmelo, eso sigue siendo así.

-No del todo. El otro día Sergio le tuvo que contar algunas cosas.

-¿Cómo lo llevó?

-Mal. Muy mal. No estuve atento y

-Ya. Alcohol desmedido y sexo igual de desmedido.

-¿Y por qué de repente esos ahora me quieren meter un tiro en la sien? – Jorge volvió a los temas que le preocupaban.

-Lo sabes de sobra. Se han puesto nerviosos. “Tirso” a la tele y de la mano de Carmelo. Y haciendo éste de Tirso. Y tú, sacas nueva novela después de muchos años. Les has jodido el negocio. Los negocios.

-Está muy mayor para hacer de él mismo. – bromeó Jorge.

-Ese va a ser el papel más difícil. Elegir a un niño para ese papel.

-No te creas. No quiero un Dani en pequeño. No quiero un chaval que sea tan carismático como lo era él.

-Es que eso es imposible de encontrar. El único que podría es Martín. Y ya es muy mayor también. Por cierto, en persona su parecido es mayor.

Jorge sonrió asintiendo con la cabeza.

-¿Por la serie? ¿Piensas que todo es por la serie? – insistió Jorge.

-Claro. Y porque has publicado de nuevo. Y se dice que también vas a publicar los cuentos que les escribiste a los hijos de Dimas.

-Tienen poca vista. Porque si no se hubieran movido, se hubiera hecho la serie y no me hubiera enterado de que mis amigos, cada uno en lo que ha podido, me ha robado. No me hubiera enterado de las ediciones piratas. Hubiera seguido en la inopia. Pero… lo hicieron. La policía se implicó y a mí me entró curiosidad.

-Que sean unos criminales, no les supone ser listos. Mira, Jorge. La trama de todo en lo que estáis inmersos Carmelo y tú, es compleja y enorme. Alcanza a mucha gente poderosa. Muchos tienen intereses en que nada salga a la luz. Y serán capaces de matar a mucha gente para conseguirlo. Tienen poder y dinero. Tú, eres poderoso también. Tienes un poder oculto: los niños. Te son fieles. Morirían y matarían por ti. Las dos cosas, no me mires así. La mayoría te deben la vida. Tus libros les han salvado. Verse ahí en ellos. Y sin contar a los muchos que salvaste de verdad tú personalmente.

-¿Qué niños? – de nuevo Jorge se hizo el tonto para que Smittie se explayara.

-Ya los irás descubriendo. Todos ellos te son fieles. Todos ellos te idolatran. Todos ellos darán la vida por ti, Jorge. Primero, porque lo han pasado tan mal, que su vida no les importa demasiado. A muchos les pesa no haber muerto como algunos de sus “compañeros”. Y después, porque saben que tú vas a saber cuidarlos. Que los quieres y eres de las pocas personas que puede comprenderlos. Hay decenas de juguetes rotos. Algunos seguro que ya los has descubierto a tu alrededor.

-Esos chicos, algunos se han cambiado de bando.

-¿Ves como sabes? Todos piensan que eres gilipollas. Todos piensan que Carmelo es tu talismán, tu protector. Que eres un muñeco en sus manos. Pero esto de hoy lo has organizado tú. Os habéis salvado el uno al otro. Porque tú tuviste una época… mejor la dejamos. El caso es que él te ha cuidado y tú a él. Ten una cosa clara, Jorge: has salvado a Carmelo. Está vivo por ti. No me refiero a aquella vez, de niño. Que también. Me refiero a cuando lo que te he contado antes. Fue en ese último reservado. – Peter señaló el más esquinado, donde estaban los futbolistas que antes estaban en el que ocupaban ellos. – Salvaste a Dios. Y eso, esos chicos, lo saben.

-Me tienes que explicar eso de Dios.

-Otro día. Es largo. Y tampoco es fundamental para que saques adelante tus asuntos acuciantes.

-¿Porque no hemos utilizado el pase VIP que lleva Carmelo en su móvil?

Smittie se echó a reír.

-Me tengo que ir. No es conveniente que pase más tiempo aquí. Quedaría raro.

-No me has contado nada. Carmelo y tú estáis cometiendo el mismo error que esos. No me queréis contar lo del pase VIP y estáis avivando mi curiosidad.

-Te he dicho lo principal. Nadie de tu pasado, es fiable. Nadie. Carmelo y punto. Y ahora, tienes policías que velan por ti. Buenos policías. Y poderosos. Por eso tienen tanto miedo. Porque tú tienes poder, Carmelo lo tiene y Javier Marcos y su gente, lo tienen.

-¿Y esos protectores que decías que tenía?

-Los sigues teniendo. Los tendrás siempre. A parte de que Nando se lo pidiera. Ellos te aprecian. Y puede parecer que juegan en el bando de tus enemigos. Pero no tengas dudas: Nunca te pondrán en peligro. Al revés. Le digo a Eloy que te llame y comemos un día en un sitio discreto. Antes de que se me olvide – Smittie le tendió una tarjeta magnética – Es una tarjeta VIP. Luego si quieres, te la instalas en el móvil. ¿Ves aquella puerta de allí? – le señaló al final del pasillo que daban acceso a los reservados, el principal de los cuales estaban ocupando – Esa puerta da acceso a una terraza especial en el tejado. Muy pocos tienen acceso. Tranquilo, está aclimatada, no pasarás ni frío ni calor. Si te apetece perderte un rato, ese es el lugar. Joe tiene un camarero de confianza siempre pendiente de los que os decidáis a usarla. Y no te preocupes, no te vas a encontrar con nadie de tus… “amigos”.

-Lárgate anda. Muchas gracias. ¿En qué reservado están los futbolistas?

-En el 6. Llévate a Carmelo. Y a Ester. ¡Ah! Y a Martín. Uno de los futbolistas le sigue.

La música subió de volumen en el reservado. Volvió a ser transparente la cristalera de separación. Mario, Álvaro, Martín, Óscar, Macarena, y Anna lo daban todo bailando. La gente parecía aplaudirles desde abajo. Carmelo se acercó a él. Lo abrazó por detrás.

-Vamos a sacarnos selfies con los futbolistas. – le dijo Jorge.

-¿Te gusta el fútbol? Primera noticia.

-No. Pero a ellos les gusta leer e ir al cine. Y hay que hacer algo por el negocio ¿No? Así que olvídate por un momento de tu Madrid, que éstos son del Atleti.

Jorge sonrió de medio lado. Carmelo suspiró y levantó las cejas resignado.

-Eres de lo que no hay.

-Tío, baila con nosotros. – Martín se había acercado a él. Jorge rodeó su hombro con su brazo.

-Dile a Ester que nos acompañe a sacarnos unos selfies. Y a Álvaro ¿Te vienes? – le preguntó a Martín.

-No creo que quieran una foto mía.

-Pero yo si quiero que salgas a mi lado – le pidió Jorge.

-Vale – aceptó Martín a regañadientes.

-¿Dónde hay que ir?

-Al reservado 6. Todo sea por el fútbol.

-Luego si no os importa, hacéis un pequeño recorrido por el 3, el 7 y el 2 – les pidió Joe.

-Claro – le dijo Jorge dándole un beso al pasar. – Vamos a ir por todos. Dime si te han preguntado por alguno de nosotros en concreto.

-En el 2, Mario, Álvaro y Patrick. A parte de ti y de Carmelo y de Ester, casi se me olvida . El en 3, Anna, Manu y Martín. En el 7 yo creo que todos.

-Pues hala. A repartirse.