En el prado de mi padre: Dani, el héroe (5)

Dani, el héroe. 5

Estuve un par de días en una nube. Cape no se separaba de mí en ningún momento. Y yo se lo agradecía. Evitaba así que mi cabeza deambulara libre por recovecos que a lo mejor no eran convenientes.

Empecé a tener algunas pesadillas. Me despertaba enseguida, pero me angustiaban mucho. Lo que pasa es que al abrir los ojos y ser consciente de que me abrazaba Cape, me tranquilizaba igual de rápido. En mis pesadillas había mucha sangre. Muchos gritos. Yo estaba desnudo, tumbado, con las piernas abiertas. Notaba que había gente alrededor, pero yo no los veía. Y tenía miedo. Mucha sangre. Mucha sangre. Casi nadaba en ella. Tenía ganas de gritar muy alto, pero no podía. Era como si no pudiera abrir la boca porque me habían cosido los labios.

No le dije nada a Cape. Pero no es tonto y yo sabía que lo notaba. Y él sabía que yo sabía. Pero no decíamos nada. Se lo agradecí aunque posiblemente lo mejor hubiera sido hablarlo.

Esos días fueron muy raros. Me refiero a los siguientes al asalto de la casa de Rosa María. Así habíamos decidido bautizarlo. Aunque seguro que hubiera sido mejor nombrarlo como el día que intentaron matarnos pero algo salió mal, por ejemplo, que aparecieran Carmen y Yeray y tuvieran que improvisar. Yo estaba seguro que Rosa María estaba en el ajo. Por mucho que estuviera herida.

Yeray por cierto, se recuperaba rápido. El golpe parecía que no había tenido consecuencias. Había perdido mucha sangre y si no llega a ser por nosotros, quizás su recuperación hubiera sido más problemática. Por el momento no había infecciones. Aunque seguía en el hospital, todo parecía que iba bien.

No hablamos de nada de eso. Salvo en las visitas de los miembros del equipo de Javier Marcos. Aunque fueron muy delicados. Comentaban un par de cosas y luego, cambiaban de tema y hablaban del pueblo y de la gente y del tiempo. Incluso de mi última película.

Parecía que todo el mundo quería hacernos la vida más agradable. Se lo dijo Cape a Javier. Éste sonrió y comentó que a lo mejor, a pesar de nuestra fama de intratables, la gente a la que dejábamos conocernos, nos acababa cogiendo cariño.

-Siempre es guay tener a un famoso en el vecindario. Aunque no puedas presumir de ello. Y te puedo asegurar que mis compañeros con más experiencia, nunca se han encontrado con un pueblo que todos a una, protejan a dos casi recién llegados. Y por ayudarnos a protegeros, nos están dando un montón de detalles, que aunque parezcan tonterías, nos están ayudando mucho. Y para que lo sepáis, todos saben quienes sois, los dos.

Pensé en ese momento en el guardia que me dejó su cazadora para que me tapara mi desnudez, después del jaleo. No me di cuenta, pero Cape sí, que me había reconocido. Y luego cuando lo vi de nuevo y le dije de sacarnos una foto, se puso muy contento. Además me la hice vistiendo su cazadora, que me regaló. Luego me enteré que le costaría un dinero, porque aunque era su uniforme, lo tendría que reponer a cuenta de su sueldo. O pasar un año sin ella. Ya pensaría algo para compensarle. Nos dijeron que se acababa de casar. A lo mejor podríamos enviarle un regalo para la mujer o unas entradas para el estreno de la película. O aparecer de sorpresa en una reunión familiar con toda la parafernalia de una estrella de cine para que pudiera presumir. Aparecer con un montón de guardaespaldas y en una limusina, acompañado de un colega igual de famoso, es un punto que a mucha gente le puede volver loca.

Es curioso como cuando te has pasado la vida fomentando tu fama de intratable, no porque fuera una pose, sino porque te salía así, y de repente apartas esas vivencias, te rodeas de personas que sabes que no quieren sacar una ventaja de cualquier tipo, económico, social, de fama… cuantos se han acercado a mí para sacarme en su canal de Youtube o en su Instagram. Cuantos canales de esos se han surtido de mis salidas de tono, de mis peleas en discotecas o en la calle. Siempre sacaban a mis contrincantes, que generalmente acababan peor que yo, metiendo mierda contra mí. Acusándome de drogata o de violador. No es por presumir, pero peleo bien. Al igual que con las armas y con los coches, aprendí a luchar joven. Primero por un papel, y después por gusto. Aprendí varias disciplinas, boxeo, yudo, karate, lucha… no seré un campeón en ninguna, pero me defiendo en todas.

Cape tiene razón. Me gusta mi oficio. No podría vivir sin él. Me sirve para vivir otras vidas, es evidente, la mayor parte de los actores lo dicen. Pero para mí es más potente, porque me permite aprender esas actividades de los mejores. Para mí, una de las visitas más agradecidas al día siguiente, fue la de Eloy Cantero, el instructor de los GEO que me había formado en los protocolos que utilizaba la policía. En los movimientos del cuerpo, en la forma de entrar en un sitio cerrado en el que podemos recibir disparos, por ejemplo. En la forma de escuchar para poder percibir el menor ruido procedente del interior. Y disparar en cualquier circunstancia, en cualquier posición. No fue el mes que todos pensaron que me iba a formar. Luego seguí con el tema, en las horas muertas del rodaje, los fines de semana, cuando Eloy podía. Si el rodaje era de noche, empleábamos la tarde, o la mañana. Me juntaba a veces con el resto de los aspirantes. La mayor parte de ellos no me podían ni ver. Pero ahí me hice el loco, porque si no, le hubiera puesto en entredicho a Eloy. Pero al final algunos me reconocieron que podía haber sido un gran policía. Que ellos que llevaban mucho tiempo en la academia y trabajando, no eran mejores que yo. Todo es por la entrega, por las ganas, por el pundonor. Dar la mejor imagen en el papel. Fingir que se sabe, es complicado cuando no tienes cogidos los movimientos, la coreografía. Todas las profesiones tienen una coreografía. Cuando te pones ante una cámara debes ser esa persona, ser ese profesional. Si eres un camarero, tienes que poner mil cañas para luego en una escena de 10 segundos, poner una caña perfecta, que le haga pensar al espectador que ese que tiene en pantalla, lleva desde los 14 años poniendo 500 cañas cada día.

Tenía razón Cape. No podría dejar mi profesión. Me hundiría. Durante un tiempo, bien. Pero para siempre, no. Aun teniéndole a él al lado, no sería feliz.

Con Cape me pasa una cosa curiosa. Tenemos una relación en la que no hemos hablado de las cosas en ningún momento. Las hacemos y ya está. Nos ponemos en el lado correcto, sabemos lo que bebe el otro, lo que come. El otro día por ejemplo, dijo Gerardo que iba a prepararnos unos caracoles. Le dije que no, que a Cape no le gustan nada.

– Es más, es capaz de vomitar si los ve – le dije muy seguro de lo que decía.

Nunca ha surgido el tema en estas semanas desde que nos encontramos en el río. Luego Gerardo se lo volvió a decir a Cape, porque no se creía que conociéndonos desde poco más de un mes, yo supiera esas cosas; y le confirmó lo que yo le había dicho. El pobre Gerardo quería a toda costa prepararnos los caracoles. Al final los hizo para el bar, y a nosotros nos preparó unos pimientos rellenos de bacalao, con una salsa que Cape volvió a acabar con las existencias de pan. Y el tío no engorda ni un gramo. No se de que me extraño, a mi me pasa lo mismo. Debe ser que lo cagamos, como bromeamos alguna vez.

A veces siento como que hay una especie de mundo paralelo en el que todas estas cosas las negociamos. Hablamos, y llegamos a un acuerdo. Y luego, las resoluciones en este mundo real, están de acuerdo con esa conformidad sin que recordemos en ningún momento de la etapa de la negociación.

Estos dos días que nos han dejado tranquilos, la vida ha sido bucólica, la verdad. Caminando por el pueblo, yendo a comprar un dulce a la panadería de Araceli. Comprando algo de leche y algunas cervezas y la botella de ginebra, y algunas tónicas, importante estos últimos productos, a la tienda de Emilio. Vale, y pomelos. Para la ginebra, le dijimos en broma. Paseamos por los campos. La gente nos saludaba al pasar. Era bonito. Nos fuimos aprendiendo algunos nombres que no conocíamos. Gerardo luego en el bar nos iba contando. Así la siguiente vez que nos cruzábamos con ellos, ya podíamos decir su nombre: “Buenos días Domingo”. “Buenas tardes Ubaldo”. “¿Se te ha dado bien la pesca Antonio?”. “Trini, pero que nieta tienes”. “¿Qué tal Abilio?” En el pueblo los nietos siguen siendo de las abuelas. Salvo en el caso de Fernando, un jubilado de la banca que se fue a vivir con la mujer en cuanto se retiraron. Ella se dedica a un club de lectura que ha fundado en el pueblo, y él cuida a los nietos. Me da a mí que los padres de esos niños tienen otras prioridades que pasar tiempo con ellos.

Gerardo y Alberto se han convertido en nuestros proveedores oficiales de comida. Hemos comido y cenado con ellos todos los días. El primero de los días se unió Javier Marcos y su compañero Kevin Kosquera. La verdad es que fue una velada muy entretenida. Alberto y Kevin congeniaron enseguida. Y fue un toma y daca. Hubo un momento en que pensé que esos dos acabarían juntos. Me dolió un poco, porque a Alberto le había cogido algo de cariño. Aunque me consolé pensando que esos dos daban la sensación de conocerse de antes. Cape lo debió notar porque me miró y meneó la cabeza como diciendo: “Si es que lo quieres todo”. No, en realidad no necesito a nadie más que a Cape, lo sé. Y en algún momento he dicho que me tiene cogido de los huevos. No es exacto: me tiene cogido el alma. Es más. Nuestra noche de sexo fue magnífica. Pero los dos sabemos que no es lo nuestro. No.

En realidad sí necesito a alguien más: a Jorge Ríos, el escritor. Es un gran amigo. Es un gran apoyo. Es… Jorge es muchas cosas, pero ese es otro tema. Pasé mucho rato hablando con él. Me llamó al día siguiente del asalto, por la mañana pronto. No sabía nada. Jorge vive apartado del ruido televisivo y de las noticias. Le conté. Y me escuchó. Durante una hora larga. Me propuso que si quería, se acercaba al pueblo. Sabía que no le gustaría ese follón, así que le dije que no. Aceptó mi decisión, pero lo cambió por llamadas cada pocas horas. Para consultarme cosas, dudas, para contarme que había visto a un amigo común, o que había ido a tomar café a un bar donde solemos ir y los camareros le habían preguntado por mí. Todo eran excusas para estudiar como estaba yo.

Podré tener sexo con cientos de personas, cosa que deberemos seguir haciendo Cape y yo al menos hasta que todo se aclare, por ver de no llamar la atención. Aunque el caso de Rosa María, me ha dado que pensar. No me puedo fiar de nadie. Ninguno de los dos. Cualquiera que se acerque ahora o que haya estado a nuestro lado antes puede ser un traidor. Ahora que parece que se ha liberado la bestia, sea lo que sea, sea quien sea, a lo mejor no es prudente ir prodigando parejas sexuales desconocidas ni conocidas. Debemos cuestionar todo lo que hacíamos, todas las personas que tratábamos, todas nuestras relaciones sociales o sexuales.

Empezando por el abogado.

Le contamos al Inspector Marcos. Nos escuchó atentamente pero nos dijo que mejor de momento, no hiciéramos ningún movimiento respecto a él.

Mañana nos iremos a la capital. Al final estaremos en casa de Cape. Pensamos que a lo mejor era más prudente que yo me fuera al hotel, o a casa de Jorge, que es lo que he hecho en mis visitas anteriores. Pero el caso es que los que debían saberlo, lo saben. Los que vigilaban para que no nos juntáramos, para que no hurgáramos en el pasado, saben que lo hemos hecho. Que el resto del mundo piense que somos pareja, nos la trae al pairo. Eso pasaría de todas formas cuando todo esto acabe. Porque yo tengo claro que Cape va a ser mi pareja. Y sé que él quiere lo mismo. Se lo leí en los ojos en el sofá de la casa rural al volver de cenar en el bar de Gerardo la noche de autos. No, miento: lo supe unas horas antes, cuando me dio esa torta de desesperación que me estuvo guardando desde que me vio ir detrás de Carmen andando sigilosamente, encorvado, y empuñando el arma de Yeray, en busca de la persona que nos quería asesinar. Y el beso de después, el mejor beso de mi vida. Y lo es porque nunca había sentido tanto amor en uno. Y he descubierto que sentirse amado es lo mejor del universo.

Y ese viaje, será el estreno de Alberto como nuestro asistente. Jose Arnáiz lo ha arreglado todo a una velocidad de vértigo. Y nos ha conseguido un monovolumen no muy aparatoso, formal y con prestaciones. Y con todas las medidas de protección posibles. Creo que hasta está blindado.

Quién me iba a decir a mí… el día que decidí parar de trabajar, que esa decisión me iba a hacer volver al pasado. Porque sin esa decisión, no hubiera acabado en el pueblo, no hubiera ido a nadar esa mañana del mes de mayo y no me hubiera encontrado a un tipo desnudo, con la cabeza perdida en sus cosas, al que saludé y sin saber muy bien por qué, invité a nadar. Podía haberme dado la vuelta, como he hecho cientos de veces cuando me he encontrado con turistas o con gente del pueblo. Pero ese día algo me retuvo. Y estuve observándolo durante largo tiempo. Porque me di cuenta de que ese hombre que no me sonaba de nada, me daba paz.

Y aquí estamos ahora. Vigilados por la policía, a distancia pero vigilados. Intentando despejar incógnitas en nuestro pasado. Y esquivando balas asesinas.

Y lo malo, es que las ya disparadas, no fueron ni serán las últimas.

En el prado de mi padre: Carmelo del Río – La fiesta del guardia civil

La fiesta del guardia civil.

Se le ocurrió a Joaquín, el hermano de Cape.

-Pues si queréis hacerle algo especial que recuerden, invitadlo a una cena como a una estrella de cine. A él y la mujer, id a buscarlos en helicóptero VIP, luego una limusina. Periodistas a la llegada. Y un restaurante con todo el personal a vuestro servicio. Mandadles ropa guay y a un maquillador profesional. Como si fueras tú Carmelo a punto de ir a la entrega de los Goya.

-Eso, cerramos el restaurante para nosotros. – dijo Cape.

-No tanto, coño. Que eso no lo hacéis de normal – apuntó Juan.

-Ir a cenar en helicóptero, tampoco lo solemos hacer. – dije yo.

-Lo vi en una película. Estaba guay. Era para que sintieran lo mismo que se siente siendo amigos de una estrella de cine – abundó Joaquín.

Nos enteramos de que al cabo de unos días era su aniversario de boda. Y que su pareja era un hombre, no una mujer. Preguntamos a sus compañeros y descubrimos que a parte de ser fan de Carmelo del Río, lo eran de Mario Casas y de Pablo López.

Llamé a los dos. Estuvieron encantados de ir a cenar con nosotros. Pablo cantaría un par de canciones en el piano del restaurante.

Llamé a Luis, el guardia de la cazadora el día anterior para que ni él ni su marido tuvieran tiempo de pensárselo. Por la mañana, les mandamos la ropa, unos esmoquin muy elegantes. Les mandamos a mi sastre, Bernabé, para que se los probara y en caso de ser necesario, hiciera los arreglos pertinentes. Lo mismo que hago el día de la entrega de un premio, por ejemplo. A primera hora de la tarde, llegó Jimena, mi maquilladora de cabecera. Les hizo todo un tratamiento de la piel de la cara para que lucieran lustrosos. Y luego les dio un ligero toque de maquillaje, lo que suelo llevar si voy a eventos, para no parecer un paliducho descolorido y ojeroso al salir por la tele o en las fotos del photo-call.

Nos contaba Tomás, uno de mis asistentes que se encargó de estar con ellos en esa parte del plan, que estaban en una nube. Como vivían en el pueblo de al lado de Concejo, al final usamos el helicóptero. A las siete, les fue a recoger una limusina. El pueblo se juntó en la puerta de su parcela para vitorearlos. A esa hora se había corrido la voz de que iban a cenar con estrellas del espectáculo. Corrimos el rumor de que era un premio de un concurso. Tampoco quería que al día siguiente en el pueblo me miraran con odio el resto de los vecinos por no haberlos invitado a ellos.

La limusina les llevó hasta el campo de fútbol del pueblo, a donde en ese momento, llegó un helicóptero VIP. O sea, con su bar, con su botella de champán y sus aperitivos. Ellos no lo usaron, porque no querían perderse nada del viaje. Y sobre todo, no querían achisparse.

Nosotros les esperamos en el helipuerto de la Torre Picasso. Allí les recibimos y les agasajamos como se merecían. Estaban muy agradecidos. Y sobrepasados. Esteban, el marido de Luis, un hombre con una planta muy elegante, de unos cuarenta años, con el pelo entrecano, pero con un aire juvenil extraordinario. Luis, con sus veintitres años, de tez morena, risueño por naturaleza, esa noche lucía espectacular. Hacían una bonita pareja. Tenían mucha complicidad entre ellos. Me dieron envidia.

Bajamos al aparcamiento de la Torre y allí nos esperaba, nuestros coches y parte de nuestros guardaespaldas y éstos desplegados a nuestro alrededor como si fuéramos el Presidente del Gobierno, una nueva limusina, espectacular. Con un equipo de música sensacional. Sonaba “La música nocturna de la ciudad de Madrid”, de Boccherini, música que le encantaba a Luis desde niño. Hay que decir que Luis toca el violín. Cosa que lleva en secreto y que nos contó su marido, en tono orgulloso. Aunque como casi todos los secretos en la vida, son menos secreto que lo que imaginamos.

Allí sí, abrimos una botella de champán francés. Nunca habían tomado champán. Brindamos los cuatro. Ellos después de beber un pequeño trago, se dieron un suave beso en los labios. Eran felices. Miré a Cape y vi que estaba contento. Los miraba con una cierta envidia. Le di un pequeño codazo en el riñón. Me miró y acercó su boca a mi oído.

-¿No te dan envidia? Sin nada que les preocupe. Una pareja sin más. Sin nuestra mochila.

Le di un beso en los labios.

-No me dan envidia, porque ninguno de ellos eres tú, Cape.

Nos miramos. Le guiñé un ojo. Lo noté preocupado. No era el momento de hablar. Al volver a casa.

Llegamos al restaurante.

Allí nos esperaba el jefe de sala. Por suerte no había periodistas. Desechamos la opción de llamar a algún amigo para que inmortalizara el momento. En cambio, fueron Joaquín y Juan, los hermanos de Cape, los que se encargaron de grabar algunos momentos para que ellos tuvieran un recuerdo.

Todavía tengo la imagen de Esteban cuando se encontró frente a frente con Pablo López. Se quedó sin palabras. Pablo se acercó a él todo campechano, como es él. Y le dio un abrazo. Esteban con sus años y su presencia, estaba noqueado. No le habíamos dicho nada. No fue capaz de articular palabra. Hasta asomaron unas lágrimas en sus ojos. Luis le pasaba la mano por la espalda para animarlo. Pablo le abrazó a él también. Era claro que el fan, fan era Esteban. Luego me contó Luis que era por alguna canción de Pablo que le había ayudado mucho en un momento malo. Le presenté a Cape, al que también abrazó y dio un beso. A mi me dio un pico en los labios.

-No voy a ser el único en el mundo que te da un beso en la mejilla.

Era una broma entre nosotros. Coincidimos un día en un evento. Nos encontramos en la entrada y fuimos juntos al photo-call y con los periodistas también hablamos los dos a la vez. Se nos acercaban muchas personas y dio la casualidad que todos los que se acercaban a mí me daban un pico. Al final del recorrido, me agarró y me dio un pico.

-No voy a ser yo el único – me dijo así, como es él, riendo. – Y que conste que no me pones nada.

-¿Nada?

-Bueno, solo un poco.

Y nos reímos allí en medio, que todos nos miraban con envidia. Desde entonces, nos saludamos así. Hoy ha repetido la broma por Cape. Ha visto que llevaba mi cintura rodeada por su brazo. Y habrá visto como me mira. Y como le miro yo.

-Deberíais disimular un poco, Daniel – le oí a Juan su hermano comentárselo. – os coméis con la mirada.

Aunque le respondió con un exabrupto “no digas tonterías”, poco a poco fue liberando mi espalda. Y dejó de mirarme con esa intensidad. Hay que tener en cuenta que estaba en mi terreno, con gente que conozco yo y no él. Yo creo que más bien me quería proteger. Parece que tiene muy interiorizado esa manera de comportarse conmigo.

A Mario si lo conoce y bastante. Mario les hizo una campaña de publicidad a su empresa y conectaron bastante bien. De vez en cuando quedan a comer o tomar una copa.

Precisamente en ese momento, llegó Mario que se había retrasado por algún tema del rodaje en el que estaba inmerso.

Saludó primero a Cape. Chocaron los puños antes de abrazarse y darse dos besos. Luego me tocó a mí. Si nos vieran los periodistas se llevarían un disgusto. Cuando trabajamos juntos, no pararon de decir que habíamos chocado dos egos y que el clima del rodaje era irrespirable por nuestra rivalidad. Al revés. Nos hicimos amigos. Lo que pasa es que con mi fama, al equipo de publicidad no se le ocurrió mejor idea que cebar esa noticia. Luego, no dimos ninguna rueda de prensa los dos juntos y nuestras respuestas cuando nos preguntaban por el otro eran muy de “nos llevamos genial”, pero de tal forma que parecía que queríamos decir lo contrario.

Luis y Esteban no se dieron cuenta de la llegada de Mario. Estaban enfrascados hablando con Pablo López quien escuchaba a un emocionado Esteban contarle por qué era tan importante para el sus canciones. En un momento levantaron la mirada y se encontraron a un Mario espectacular, porque estaba radiante todo hay que decirlo, y con esa sonrisa tan especial que tiene. Ahí fueron los dos los que abrieron mucho los ojos. Pablo se retiró a un lado, agradecido, porque se había emocionado con la historia de Esteban y estaba un poco compungido.

-La leche, me ha dado un puñetazo en el corazón – me confió.

Nos quedamos observando como Mario saludaba a la pareja, otra vez sin palabras. Era claro que los dos eran fans. Uno por “Grupo 7” y el otro por “Los hombres de Paco”.

Joaquín y Juan, los hermanos de Cape, grababan todo lo que pasaba con unas cámaras especiales. Se les notaba que tenían unas ganas de lanzarse al cuello de esas celebridades, incluyéndome a mí. Y eso que su padre les ha borrado las redes sociales, por seguridad.

La verdad es que el resto fue muy normal. El Jefe de sala nos empujó delicadamente hacia nuestra mesa, que le habíamos provocado un pequeño atasco en la entrada. Para compensar, me saqué fotos con los perjudicados y di unos cuantos besos. Mario y Pablo hicieron lo mismo, e incluso Cape, porque hubo un grupo que quisieron sacarse una foto con él.

-Eres un referente para nosotros en el mundo de las start-up – le dijeron.

Así que todos contentos.

Cenamos, reímos, y luego Pablo López se sentó al piano y tocó y cantó. Esteban bañado en un mar de lágrimas, emocionado. Y los demás, por copia, también.

Pablo López: Lo saben mis zapatos.

Lástima que sonara el teléfono de Cape cuando nos íbamos y tuvimos que cambiar los planes. Al menos fue cuando ya nos íbamos. Nos dio pena no poder acompañarlos en el viaje de vuelta, como era nuestra intención. Pero creo que fue un buen regalo.

En el prado de mi padre: Daniel Gutiérrez (6)

Daniel Gutiérrez: 6.

Había llegado un coche de la Guardia Civil del que se bajaron dos guardias que corrieron siguiendo mis indicaciones hacia el lugar por el que se habían dirigido Carmen y Dani.

Ya empezaba a recuperar la compostura. Me había quedado bloqueado al ver a Yeray sangrando como un cerdo tirado en el suelo en una postura grotesca que en un principio me hizo pensar lo peor. Al poco llegó una ambulancia. Los sanitarios tomaron mi lugar, me preguntaron el nombre de Yeray y lo que había pasado. Les expliqué lo que pude. Creo que fui caótico diciendo. No sé como se hicieron una idea y empezaron a ayudarle. Pasé a ser un espectador en primera fila. Aunque la verdad no me enteraba de nada. Volvía a estar un poco ido.

No tardaron mucho en llegar más vehículos de la Guardia Civil. Un helicóptero sobrevolaba la zona. Llegó un coche camuflado del que se bajaron Kevin y Eduardo, dos miembros del equipo de Carmen y Yeray. Fueron a interesarse por su compañero. Una vez que comprobaron que estaba en buenas manos, se fueron a buscar a Carmen.

Otro helicóptero más grande llegó poco después. El primero seguía sobrevolando la zona. De ese segundo aparato se bajaron ocho GEOS con todo su equipo. Al mando iba José Oliver. Y a su lado, se bajó Javier Marcos, el jefe de todos. Parecía mentira que un hombre con esa apariencia de jovenzuelo fuera capaz de mandar y organizar a toda esa gente. Todos le respetaban, le escuchaban atentamente. Seguramente era el más joven de todos los que había allí desplegados.

Un teniente de la Guardia Civil fue a su encuentro. Parecía el jefe de la zona. Hablaron durante unos minutos. El teniente fue a dar instrucciones a sus hombres mientras los GEOS se distribuyeron en las dos edificaciones.

A Javier Marcos le llamaron por teléfono. Entonces, por primera vez me buscó con la mirada. No se acercó. Por señas me preguntó por Dani. Le señalé la otra casa. Fue corriendo hacia allí. Kevin lo siguió. Sacando su arma. Vi como Javier le pedía algo a Dani y éste sacaba del bolsillo de su pantalón el móvil de la alarma de su casa. Javier lo miró rápidamente y buscó al jefe de los GEOS con la mirada. Le hizo señas para que se acercara con su gente. Hizo un gesto para rodear nuestra casa y así lo hicieron. Al poco, sin esperar mucho, entraron por varios sitios a la vez. Al mismo tiempo, parte de los Guardias Civiles, habían hecho un segundo cordón alrededor de la casa, posicionándose a resguardo y en posición de repeler una agresión.

Dentro de la casa fue todo muy rápido. Se escucharon voces en varios sitios, y unos segundos después, se pudieron oír claramente unos disparos dentro.

El primero que salió fue José Oliver, el jefe. Estaba contrariado. Fue al encuentro de Javier Marcos. Le enseñó una foto que tenía en el móvil. Noté como Javier tampoco estaba contento. Llamó al Teniente y hablaron durante unos minutos los tres. El Teniente hizo una llamada y los GEOS empezaron a recorrer la zona. Parte de los guardias civiles empezaron a peinar los alrededores. Otros, perimetraron las casas para impedir que nadie entrara ni saliera. Tanto movimiento, había llamado la atención de la gente y empezaban a acercarse a curiosear. No tardarían en llegar los primeros periodistas con sus teléfonos o sus cámaras grabando.

El médico de la ambulancia me dijo que Yeray se pondría bien. Que habíamos hecho un buen trabajo conteniendo la hemorragia. Me indicó que posiblemente le hubiéramos salvado la vida. Me alegré y me relajé un poco. Al menos algo había salido bien.

Dani seguía hablando con Carmen. Los dos aparte de todo el mundo. Dani seguía a pecho descubierto. No parecía tener frío, aunque tampoco es que hiciera calor. Me imagino que estarían compaginando sus versiones y repasando lo que habían visto y oído. Javier se acercó a ellos poco después. Se abrazó a Carmen y saludó a Dani con un apretón de manos.

Yo me había quedado como alelado, sentado en una de las sillas de jardín de Rosa María. A lo mejor cené en ella la noche anterior. Me parecía estar en medio del rodaje de una película. De estrella principal, Carmelo del Río. Había sido espectacular verlo en acción. Había resultado un magnífico policía. Y un tirador extraordinario, según me enteré después. Había logrado herir al atacante, ese mismo que luego se fue a refugiar en nuestra casa y que acabó abatido por los GEO. Menos mal que Jose Arnáiz, estaba al loro y vio por las cámaras de casa que había entrado y avisó a Javier. Con todo el lío, Dani ni se dio cuenta.

Llegaron dos ambulancias más. Sus integrantes corrieron hacia la casa anexa a la de Rosa María. Carmen entró con ellos y Dani aprovechó para venir hacia mí. Iba con el torso desnudo. Un guardia civil le acercó una cazadora para que se abrigara. Dani le dio las gracias efusivamente. Ese agente le reconoció, lo percibí. Si la situación no hubiera sido tan extraordinaria, seguro le hubiera pedido una foto con él. Se quedó con ganas. Era un chaval joven. No debía llevar mucho de guardia. Aunque el teniente parecía tenerle en cuenta. Algo habría visto en él para que le explicara cada cosa que hacían. Pensé que luego estaría bien buscarlo y sacarse esa foto.

Al final Dani se despidió de Carmen que lo abrazó antes de separarse. Según se acercaba, empecé a tener sentimientos encontrados. Por un lado, me daban ganas de abrazarlo. Había sido fuerte cuando yo no. Todavía yo no era fuerte, estaba completamente desbordado por las circunstancias. Y me creía que iba a protegerlo. A lo mejor era al revés. Ese día al menos, había demostrado que podía con todo. Luego me dieron ganas de darle una torta, por ponerse en peligro. Ir como había ido a pecho descubierto, nunca mejor dicho, tras Carmen, me parecía lo más insensato que le había visto hacer. Posiblemente si estuviera al día de su vida en los últimos años, mi criterio hubiera sido distinto. Pero con lo que conocía en ese momento, me pareció su actitud cuando menos temeraria. Por mucho que hubiera demostrado saber lo que hacía. Luego me explicó que uno de los miembros de los GEOS le había entrenado en serio para un papel. Había sido casi un mes intenso de entrenamiento. Como es un perfeccionista, hasta que no lo hizo como un profesional, hasta que no pudo pasar por un verdadero policía de élite no se dio por satisfecho. Aprendió a disparar distintas armas. Pero no simulado, sino de verdad. Ahí me enteré que tenía permiso de armas y que tenía una automática de 9 milímetros en la casa, bien escondida. Todo eso era evidente que Carmen ya lo sabía. Por eso le tendió el arma de Yeray.

Cuando Dani llegó a mi altura, no hice nada de todo eso. Ni le eché la bronca, ni le di las gracias. Solo me lo quede mirando. Y él me miró a mí. Mantuvimos la compostura hasta que varias horas más tarde, nos encontramos solos en la casa rural a la que tuvimos que trasladarnos hasta que acabaran los de la policía científica. Ahí fue cuando, después de darle un soberano sopapo, pegué mis labios a los suyos y le besé con toda la pasión y desesperación de la que era capaz. Y en ese momento era mucha. Mucha, mucha.

Sentí miedo. Fue eso lo que sentí esa mañana. Miedo. Cuando vi a Yeray en el suelo sangrando, me di cuenta de que todo eso iba en serio. Que no era un juego en el que nosotros íbamos a ganar a los malos, esos que habían confabulado para que nos olvidáramos de todo lo que había pasado años atrás. Y no sentí miedo por mí. Yo nunca había temido a la muerte, porque aunque no había sido un tipo infeliz, al contrario, me había realizado con mis negocios, con verlos crecer, con mis triunfos, mi poder, tampoco consideraba que había sido feliz. Siempre había tenido la sensación de que me faltaba algo. Mis relaciones de pareja nunca habían sido satisfactorias. Y mis amigos habían sido todos unos interesados. A los pocos que a lo mejor se acercaron sin buscar una contrapartida, los eché porque me parecía imposible que nadie se acercara a mi simplemente por mi persona, no por lo que llevaba aparejado: dinero, poder, relaciones, puertas abiertas. Así que no me valoraba en demasía. No tenía una razón clara para luchar por la vida a toda costa. Pero Dani era harina de otro costal.

Después de que grité a Carmen, y vi como detrás de ella venía corriendo Dani, me entró ese miedo que me había paralizado. Me imaginé el pecho desnudo de Dani que se acercaba rompiendo su camiseta, lleno de orificios de bala por los que su sangre manaba a chorretones. Y me lo imaginé desplomándose a unos metros de mí en un charco de sangre enorme. Hasta temblé de terror. Lo que más me asustó es que tuve la certeza de que esa sensación, ya la había vivido. No recordarlo, me desarmó. No saber como lo había afrontado la primera vez. Si había triunfado. Lo que había aprendido y como hacerlo mejor la siguiente. Como protegernos. Como protegerlo.

A Rosa María se la llevaron en una ambulancia. No parecía que se fuera a morir, pero tampoco estaba bien. No supieron los médicos hacer un diagnóstico concluyente. Salvo que tenía un golpe en la cabeza y que no recuperaba la consciencia. Ya veríamos como progresaba.

Esa tarde, cuando nos quedamos tranquilos, después de ese beso desesperado que le di a Dani, éste se separó de mí y me miró sonriente. Esa sonrisa me dio paz. Me acariciaba la cara y me susurraba que todo iba a salir bien. Que éramos invencibles. No le creí, pero me sentí bien. Luego fue él el que me besó, pero más relajado.

Nos sentamos durante el resto de la tarde, abrazados, en el sofá; pusimos la tele de fondo. Algunos informativos daban noticia del tiroteo, pero con informaciones muy lejanas a la realidad. No había imágenes de los momentos cumbres y cuando aparecieron los primeros periodistas, la Guardia Civil nos llevó a cubierto. Uno de los que nos acompañó era ese agente que le había cedido su cazadora a Dani. Le dije a éste y se ofreció para sacarse una foto con él.

-Pero no debes decir dónde te la sacaste.

-Por supuesto.

Le fue a devolver la cazadora pero no se lo permitió.

-Así cuando salgas en alguna película en que hagas de Guardia Civil presumiré que la cazadora que llevas es la mía. No me creerá nadie pero yo sabré que puede que sí lo sea.

En las noticias salieron muchos del pueblo hablando del suceso. Todos se decantaban por unos ladrones que estaban asolando la zona. Era una lástima que una vecina hubiera salido herida.

Todos hablaban muy bien de Rosa María y de su vecino “el pintor”. Y lo típico, todos decían que parecía mentira que algo así hubiera sucedido en un pueblo tan tranquilo como el suyo.

A las nueve y media mas o menos vino a buscarnos Alberto.

-Mi padre insiste que vengáis a cenar al bar.

No habíamos pensado en ello. No habíamos comido en todo el día. Así que aceptamos.

Gerardo nos había puesto una mesa en una esquina, cerca de la entrada de la barra por si tenía que atender a alguien. Estaba concurrido el bar, pero estaba Eugenia, su ayudante. Es una mujer muy activa. Ella sola se defendía, incluso preparando cosas de comer en la cocina. No quería molestar a Gerardo. Sabía que era importante para él que la cena saliera bien y que estuviéramos a gusto.

La gente nos saludó al entrar pero no hicieron ni comentario de lo sucedido. Algunas palmadas en la espalda, sonrisas, alguna invitación a tomar un chato de vino, que aceptamos encantados.

-Estoy de ronda, Euge, apúntame lo de los Danis a mi cuenta – gritó Felipe a Eugenia. – Y ponles algo de picar, que están en los huesos.

Felipe era un ganadero que tenía su explotación a un par de kilómetros del pueblo, pasando nuestra casa. Solía ir al bar una hora todas las tardes. Su mujer era la enfermera del pueblo y la recogía cuando salía de trabajar y volvían a su casa caminando. Allí los esperaban sus dos hijas, Irene y Julia, dos mujercitas de 14 y 15 años que ya ayudaban a su padre en la ganadería. Y Eduardo, su sobrino que vivía con ellos, porque sus padres murieron al parecer en un accidente de coche cuando éste era pequeño. Felipe era un hombre de pocas palabras, generalmente muy seco de trato. Solo solía hablar con los amigos de siempre. Esa noche no fue la excepción, pero nos dio una palmada a ambos. Para mi, esa palmada de Felipe me hizo sentir parte de algo. Parte del pueblo. No había tenido esa sensación nunca. Era un apoyo incondicional, desinteresado. A estas alturas ya sabíamos tanto Dani como yo que todo el pueblo sabía quienes éramos. Y no nos habían pedido ni una foto, ni un autógrafo, ni una recomendación, ni siquiera un consejo.

Ni nos preguntaron, ni nos felicitaron, ni nada. Como una tarde de lunes como otra cualquiera. Ni siquiera nos miraron de reojo para estudiar nuestras reacciones, en todo caso por ver si teníamos los vasos vacíos de vino, o el plato de patatas bravas sin patatas. Como otro día cualquiera. Seguro que la gente sabía, pero habían optado por dejarnos tranquilos. Desde la explotación de Felipe, mismamente, se veía nuestra casa y sobre todo, la de Rosa María. Con todo el lío, seguro que Felipe fue espectador de primera fila. Tendría ganas de saber detalles, como en todos los sitios. Pero pensaron que cualquier otro día podían hacerlo. No había prisa.

Gerardo sí nos miró de forma distinta. Sentí como nos miraba orgulloso. Sobre todo a Dani. Era como si le hubiera subido unos grados el nivel de galones de respeto que le infundía. Él seguro que sabía. Lo noté. Pero tampoco dijo nada.

Cenamos los cuatro solos. Rodeados, eso sí, de mucha gente que nos protegían de otras miradas ajenas. Algún periodista entró fingiendo querer tomar algo para preguntar y estudiar a la gente. Ninguno pudo llegar ni siquiera a vislumbrarnos. No recuerdo lo que comimos, pero sí que lo disfrutamos. Lo engullimos en realidad, porque al ver la comida, y aunque ya habíamos picado un par de raciones de bravas con los vinos a los que nos invitaron, sí que fuimos conscientes del hambre que teníamos. Y Alberto inició una de sus chácharas alegres y simpáticas, y eso nos hizo olvidarnos de todo. Ahí también a Gerardo se le escapó una mirada de admiración por su hijo. Se notaba que estaba orgulloso de él.

Nos fuimos tarde. Ya no quedaba casi nadie en el bar.

Nos despedimos de ellos con sendos apretones de manos. Gerardo y Alberto nos miraban mientras nos alejábamos. Y Gerardo apoyó su mano en el hombro de su hijo.

-Ves, está orgulloso de él – le dije a Dani.

-Es un buen tío. Lástima que me hayas agarrado del corazón y no haya forma de soltarme.

No supe que contestar. Porque yo tenía la sensación de que lo nuestro, era un querer profundo. Pero no era amor. Nuestro pasado no se construyó sobre los cimientos de un amor de pareja. Más bien de un amor fraternal. Muy fuerte. Visceral. Indestructible.

Aunque al llegar a la casa rural y cerrar la puerta, lo intenté con otro beso, largo, delicado y profundo.

No llegamos al dormitorio. El sofá del salón nos acogió.

Tampoco dormimos mucho.

Ya dormiríamos por la mañana.

O por la tarde.

En el prado de mi padre: Daniel Morán (4)

Daniel Morán: 4

Apenas había pasado un mes y un par de semanas desde aquel día en el que Cape apareció en el río. Y unos días desde que fui a recogerlo a su casa para que volviera. Pero todo se había puesto patas arriba. Mi estancia en ese pueblo se había convertido en un continuo mirar por la ventana para estudiar si nos vigilaban y reconsiderar todas las cosas que me habían pasado en esos casi dos años que llevaba viviendo allí.

No dije nada, pero el comentario de Alberto “hay mucha gente que lo sabe”, me puso en guardia. En otras circunstancias me podría haber alegrado. Al fin y al cabo, con la fama que tenía, que mis vecinos que me reconocieron decidieran no contarlo en ningún programa de televisión, cuando estaban encantados de pagar suculentas sumas de dinero a quién fuera a ponerme a parir, era una buena señal que al menos, Daniel Morán gustaba a la gente en el día a día, no como Carmelo del Río. Me llamó menos la atención eso de “Es un secreto, yo también tengo secretos”. Aunque a lo mejor esa frase era más… intrigante.

Luego llegué a casa y Cape me puso al día de las novedades. Me acabé poniendo de los nervios.

Ahora estaba pensando que en el pueblo no tenían mucha simpatía por Rosa María. Una vez incluso la panadera me dijo que “esa hace muchas preguntas”. Fue curioso porque fue cuando Cape apareció y se quedó en casa. Quizás sería bueno que luego fuera a preguntarla.

Jugueteaba con el móvil pensando en llamar a mi amigo Jorge. Intentaba imaginarme la conversación, pero era incapaz. ¿Qué le contaba? ¿Que estaba acojonado de repente sin saber por qué? Claro, no le iba a decir que era porque Rosa María sabía que me gustaba el zumo de pomelo, cosa que yo no tenía presente en mi día a día de ahora. Ya me imaginaba a Jorge mirándome arrugando el entrecejo y pensando una buena coña para reírse de mí y relajarme. Pero yo no quería relajarme. ¿O sí?

Mientras lo pensaba, una furgoneta de reparto llegó a la puerta. Se bajó una mujer que se dirigió con determinación hacia la puerta de nuestra casa. Salí a recibirla antes de que llamara.

-¿Daniel Gutiérrez?

-¡Daniel Gutiérrez, te traen un paquete. Espero que sea el regalo que me has prometido! – grité a pleno pulmón.

-Ya que es tu regalo, fírmalo tú, anda. Ahora mismo no estoy visible. – me contestó a gritos también desde el piso de arriba, seguramente desde el cuarto de baño.

-Se está poniendo la mascarilla antiarrugas. Toma mucho el sol y ya se lo he avisado, que reseca la piel. Y se ha quedado como una pasa. Ahora, tiene que ponerse…

-Solo puedo entregárselo a él. – me cortó la mujer, que no apreció en absoluto mi intento de bromear, ni parecía pertenecer a mi club de fans: ni me había reconocido. – A no ser que sea usted Daniel Morán.

-Yo mismo.

-DNI

Saqué la cartera y le enseñé el DNI.

-Firme.

Firmé.

-Ahí tiene.

Justo cuando cerré la puerta, bajaba Cape.

-Vamos al jardín hace una mañana muy agradable.

Me tenía intrigado el paquete y la actitud de Cape. Pero no dije nada y le seguí. Antes de salir, ya había abierto el paquete y sacó una especie de trípode pequeño con una especie de cámara de fotos. Le dio al botón que había en la parte de abajo y salimos. Aquello empezó a dar vueltas para todos los lados y a hacer unos ruidos muy… curiosos.

Me llevó hacia la mesa en la que a veces solíamos cenar. Me pidió mi móvil. Sacó uno del paquete que había recibido, le quitó la pegatina que ponía “Daniel Morán” y lo puso encima del mío. Él solo empezó a hacer cosas. Miré a Cape reclamando una explicación. El me hizo un gesto con el dedo para que no hablara. Entonces sacó otro teléfono del paquete e hizo lo mismo con el suyo. Sacó otro trípode como el que había dejado en la casa, se alejó hacia la casa anexa, lo que era mi taller de pintura, y lo puso a trabajar ahí.

Sonó el nuevo móvil de Cape. Le hice señas para que se acercara. Era una tontería, pero no me atrevía a hablar. Cape se acercó pero no movió el teléfono.

-Deberíamos sacar el desayuno. Se está tan a gusto aquí… ¿Que hacemos esta mañana? ¿Nos vamos de compras donde Puri?

-Tenemos la despensa vacía. – dije sin pensar mucho. Notaba la falta de un buen guion para seguir la pauta y no cometer errores en la escena que estábamos interpretando.

-Y el frigorífico.

-Lo dices por las cervezas.

-Y la ginebra.

Seguimos hablando de tonterías. No tenía ningún sentido pero al final estaba siendo divertido. Nunca me había pasado con nadie antes de Cape. Salvo Jorge, claro. Hablar así, sin ton ni son y no acabar con un cabreo del diez. No aguantaba las conversaciones intrascendentes y pretendidamente graciosas. No es que hablara de filosofía, pero lo mío siempre es ir al grano, hablar de pintura, de política, de trabajo. Hasta que lo dejé, solo hablaba de trabajo. Y casi siempre del mío. Creo que la mayor parte de mis interlocutores en aquel entonces, estaban hasta el moño de mí. Salvo Jorge, claro. Pero con él todo era distinto, la verdad.

Ahí, esa mañana me di cuenta que la gente que estaba a mi lado, debía estar hasta las narices de mí. Ahora estoy seguro que todos me aguantaban porque cobraban un buen sueldo, o porque su cercanía a mí, les hacía pensar que de alguna forma les iba a beneficiar. Aunque por ejemplo, Delfina, cuando la despedí, al dejar de trabajar, suspiró de alegría. Y eso que no creo que nadie la pagara después 4.000 euros al mes, más tres pagas extras. Y algunos presentes. Pero le dio igual. Perderme de vista, la hizo la persona más feliz del mundo.

Eso debería haberme dicho muchas cosas. De todas formas, lo de las relaciones sociales siempre me han costado. No soy de tener muchos amigos. Conocidos a cientos. Cuando llegas a ser tan famoso, la gente se acerca a ti por interés. No te puedes fiar de nadie. Como yo empecé a trabajar tan pequeño y conocí el éxito pronto, ni de pequeño tuve amigos. Enseguida dejé de ir al colegio, tenía una profesora que me seguía a todas partes. Pero era una especie de tapadera para el colegio y la inspección de educación, porque ni ella ni mi padre ponían mucho empeño en que estudiara. Lo que pasa es que a mi me gustaba aprender, y aprendía de otras fuentes. De compañeros adultos en el rodaje, de los directores con los que trabajaba, de algunos otros profesores de compañeros de reparto que tenían más ganas de enseñar que mi profesora. Enseguida me di cuenta que a ella y a mi padre lo que más les importaba era intercambiar fluidos en la caravana que me asignaban. Lo peor es que mi madre lo sabía, pero todo fuera por aparentar y seguir viviendo de mi trabajo. Una vez Jon Risueño, un grande de la escena me dijo que le recordaba al actor de “solo en casa”. Aunque cuando me lo dijo ya tenía 12 años. Él sí me enseñó muchas cosas. Más de las que debería. Pero tengo un buen recuerdo de él. A veces quedamos en su casa y charlamos. Me quedo un par de días y me sigue enseñando cosas.

-Buenos días, esperamos no molestarles.

No sé si molestaban, pero a mí me asustaron. No les oí llegar.

-Soy la comisaria Carmen Polana y éste es mi compañero el inspector Yeray Losada. Usted es Daniel Morán. – se estaba dirigiendo a Cape.

-No, soy yo – entré al quite.

-¿Y usted es? – preguntó con una sonrisa maliciosa a Cape.

-Daniel Gutiérrez.

-¿Son pareja?

Me pareció grosero que nos preguntara eso nada más conocernos. Iba a estallar, pero miré a Cape y le vi sonreír. Me sentí tranquilo. Tuve la certeza de que me estaban tomando el pelo.

-Que más quisiera – contestó con esa misma sonrisa que me había enseñado antes. Entonces se levantó del taburete y se dirigió a la comisaria que dio unos pasos hacia él. Se abrazaron y se dieron dos besos.

-Yeray, sigues tan guapo – y también le dio dos besos. – ¿Sigues soltero?

-Nada, sigo jugando al gato y al ratón. No valgo para comprometerme.

-Vaya, o sea que me habéis tomado el pelo – les dije fingiendo enfado. – No serán ni policías.

Pero el tal Yeray se apartó la cazadora y pude ver su placa colgada del cinto al lado de su pistola.

-Arnáiz nos ha dicho que los teléfonos ya están. Se le había olvidado meter estos pen para los ordenadores que tengáis. Todos. Y me parece que tienes la casa domotizada. Si no te importa mándale un mensaje con las claves. Así accederá y hará una limpieza – me tendió su móvil para que lo hiciera.

-Vamos a hacer un poco de comedia. Dato, vete al otro lado de la casa y te sientas enfadado en la mesa de enfrente. Si te preguntan, estamos interrogando a Daniel sobre la muerte de su vecino, Daniel…

-Daniel Palacios del Moral – apunté yo.

-Vete con ese pronto que te caracteriza en tu vida fuera de aquí. Pero sin pasarte.

-Yo siempre me paso, Carmen, ya lo sabes.

-Tienes razón, pásate. Sé tú mismo.

Y Cape cogió su móvil nuevo, que ya estaba limpio y que era un clon perfecto del anterior y salió con gestos bruscos hacia el otro lado de la casa. Me hizo una seña para que cogiera mi teléfono.

-Contestaré algunos wasaps. – dijo en tono enfadado mientras se alejaba. Que buen actor de la vida estaba resultando ser Cape, pensé.

-Yeray, tú será mejor que vayas a ver a la vecina. – le pidió la comisaria a su compañero.

-Tema muerte por el rayo – preguntó sin preguntar. La comisaria asintió con la cabeza.

El aludido no dijo nada más, solo se dio la vuelta y fue camino de la casa de Rosa María.

Al pasar por al lado de Daniel le vi hablar un rato con él. Tomaba notas en una Molesquine de bolsillo. Parecían muy serios. En un momento dado, Cape se levantó enfurecido. Yeray no se inmutó. Le miró fijamente y le dio la espalda ignorándolo. Se fue camino de la casa de Rosa María. Me dio la impresión de que no era la primera vez que hacían esa comedia.

-¿Qué pasó el día en que murió su vecino? – me preguntó Carmen sacándome del seguimiento de Yeray y Daniel.

-La verdad es que no mucho. No teníamos buena relación. Más bien no la teníamos. Y tampoco estaba aquí. Justo llegaba cuando pasó todo.

Y es cierto, no la teníamos. Para mi gusto, el tal Daniel era raro. No saludaba cuando nos cruzábamos. Siempre estaba viniendo a llamar a mi puerta para quejarse. Del riego, de si salía a ducharme desnudo, de la música, cuando yo nunca ponía la música alta. En el único momento que me pongo música es en el taller de pintura. Y ahí me pongo auriculares. Tampoco cosas graves. Tonterías. Que si un día hice una barbacoa con algunos del pueblo. Que si el árbol. Llegó a quejarse de la gata de Rosa María, como si fuera mía. “Como sois tan amigos”, fue su excusa. Para ser tan joven, yo le echaba no más de cinco años más que yo, era muy tiquismiquis.

Todo esto le conté a la inspectora. Si me hubiera pillado en la época en que trabajaba, la cosa con el vecino hubiera sido distinta. Hubiéramos acabado a tortas al segundo día. Que digo al segundo, al primero. Pero allí no sentía la necesidad de explotar mi genio. Y a parte, egoístamente, me apetecía pasar desapercibido. Aunque después de mi conversación con Alberto, y saber que el secreto de mi identidad lo conocía mucha más gente, todo había resultado inútil.

-¿Y no se te ha ocurrido que intentara sacarte de quicio? O que os conocierais de antes.

La pregunta de Carmen me dejó pensativo.

-Tienes fama de ser un hombre muy desagradable y que no toleras que la gente se te suba a las barbas.

No supe que responder. No se me había ocurrido. ¿Dónde podríamos habernos conocido?

-¿Estáis investigando de verdad la muerte del vecino? – pregunté poco convencido. Se me pasó por la cabeza que todo fuera una gran comedia.

-Sí. Los de la policía científica han dicho que todo fue una puesta en escena. El hombre murió antes del incendio, y no hubo un rayo. Murió de una descarga eléctrica, es cierto, pero no de rayo. De hecho no hubo ninguno ese día en la zona.

-Me extrañó, sí. Llegaba en coche del pueblo de al lado, de hacer algunas compras. Llamé yo a los bomberos. Se estaba nublando, pero no había visto todavía amago de tormenta.

-¿Y no viste a tu vecino…?

-No. Solo pensé que era un incendio. Puse en marcha los aspersores y cogí la manguera. Era una tontería porque es muy pequeña, pero al menos era algo. Por lo menos intentar que no se propagara.

-Las casas son casi iguales. – dijo la comisaria mirando alrededor.

-Sí. Las tres. Según me contaron cuando compré ésta, eran de unos hermanos. Se hicieron una casa para cada uno. Iguales. Para que no hubiera envidias. Pero al final acabó habiéndolas y dejaron de venir. Se pelearon. Y al cabo de unos años, vendieron las casas.

-¿Compraste la casa… hace mucho?

-Pues la compré en junio de hace dos años. Hice obras que tardaron casi cuatro meses. Y me vine a vivir en noviembre de ese mismo año. Pero antes estuve viviendo un tiempo en la casa rural del pueblo. La cogí en septiembre para mi solo. Así vigilaba las obras y me empezaba a acostumbrar. Si te soy sincero no estaba seguro de poder vivir aquí. Pero hubo algo que me retuvo. No sé el qué. Al final estuve seguro que era un buen lugar para vivir fuera de los focos. Vendí mi casa de Madrid y me instalé aquí.

-Y luego apareció Dato.

-Eso ha sido hace pocas semanas.

Me contó parte de la historia que me había contado Cape. Lo de esos problemas que tuvo, la muerte de ese colaborador y los indicios que manejaron siempre al respecto pero que no pudieron probar. Aunque habían seguido con ello.

-Seguimos sin poder hacerlo, pero al investigar, apareció tu nombre.

-¿A sí?

Le conté entonces lo que habíamos descubierto después de volver a encontrarnos. Y nuestras sensaciones cómplices sin recordar nada. No le conté todo, ni lo de los abrazos, ni lo de dormir juntos, ni esa sensación de bienestar que me desborda cuando estoy con él.

-¿Y no os acordáis de nada? Pero una pregunta, erais menores entonces. Dato te saca un par de años, pero era menor. Y tú eras un niño, poco más. ¿Vuestros padres?

Me encogí de hombros.

-Mi padre desde que empecé a ganar dinero, solo se preocupó de montárselo con mi profesora y de darse la vida padre. Mi madre, solo se preocupó de ella misma y de la ropa que se compraba y de las fiestas a las que iba esgrimiendo mi nombre, claro. Recuperó la juventud que siempre se ha quejado de perderse cuando me tuvo. En realidad solo perdió siete años más el embarazo, porque luego ya no volvió a preocuparse de mí. Lo digo porque empecé a trabajar a los siete años. Y antes tampoco lo hizo en demasía. Me emancipé a los 16. Les pagué una cantidad para que no tuvieran problemas económicos y no les volví a ver.

-¿Y Dato?

-No te puedo decir mucho. El otro día conocí a su madre. Hice una pequeña obra de teatro para reencontrarme con Daniel de una forma original. Ya sabes como somos los artistas. La busqué en una cafetería que me enteré que frecuentaba a las 6 de la tarde un par de días a la semana. Me pareció una mujer encantadora. Es verdad que tuve la sensación de conocerla de antes. Y tuve la certeza de que aunque fingió no conocerme, lo hizo. Y que se sintió encantada de hacerlo. Se hizo la despistada. La camarera le contó quién era cuando creían que no les escuchaba y ella se mostró sorprendida de verdad. Pero todo son sensaciones. Y a estas alturas y después de los últimos días, todo me empieza a parecer muy irreal. No sé si nos estamos volviendo locos Daniel y yo.

Se me quedó mirando fijamente. Al cabo de un rato, sonrió.

-A ti no te conozco, pero a Dato sí. Y él tiene una forma de mirar en la que descubre muchas cosas, es muy observador y recapacita. No creo que os estéis volviendo locos. Pero a lo mejor, no os gusta lo que descubráis. ¿Habéis pensado en eso?

-Era una de nuestras opciones, dejarlo. Irnos cada uno por nuestro lado.

-¿Y?

Me di cuenta que me estaba sincerando demasiado con esa policía. No es que desconfiara, pero tampoco era cuestión de que confesarme con cualquiera que llegara. Tenía un punto a favor, y era que conocía a Dato. Y que además, habían tenido un rollo. Se lo noté cuando la abrazó. En cambio, con el compañero de ella, era más una relación de colegueo, de confidencias a media noche con un par de whiskys con hielo.

-De momento aquí estamos – contesté de forma cortante. – Ya veremos.

-¡¡¡¡Carmen!!!!

Era Cape el que gritaba. Sonó a angustia e incluso miedo. Y a mucha urgencia.

Ella no se lo pensó. Se levantó de un salto y se fue corriendo hacia dónde había sonado el grito. Yo la seguí pero a una cierta distancia. Me asustó el grito. ¿Y si Cape estaba en peligro?

Pero en cuanto pude ver la casa de Rosa María, comprobé que estaba bien. El que no lo estaba era Yeray, el compañero de Carmen. Estaba en el suelo y sangraba profusamente por una herida en la cabeza. Me fui quitando la camiseta mientras aceleraba la carrera y cuando llegué allí, retiré a Daniel que parecía agarrotado por la impresión y le puse la prenda sobre la herida al policía para evitar que perdiera más sangre. Y apreté. Le pedí a Cape que buscara algo para sujetar la camiseta, o toallas o algo. Yo empecé a darle pequeños cachetes a Yeray para que recuperara la consciencia. Poco a poco fue abriendo los ojos. Carmen apareció guardando su arma después de haber recorrido la casa, para preocuparse por el estado de su compañero.

-Ya he llamado a la ambulancia y he pedido refuerzos – dijo.

-¿Y Rosa María? – pregunté cauto.

-No la veo. Pero habrá que registrar la casa con calma. Ten el arma de Yeray. – la miré con una cierta sorpresa – Se que eres un gran tirador. Y tienes permiso de armas. Eloy Quesada es amigo nuestro.

-Vaya, has venido con la lección bien aprendida.

No me contestó. Volvió a sacar su arma y salió camino de la casa anexa, una igual a mi taller de pintura. Daniel volvió con unas toallas. Le enrollé una y se la puse a Yeray como almohada. El cinturón de una bata de baño, lo usé para hacerle un vendaje comprensivo alrededor de la frente, con mi camiseta como gasa gigante, con el fin de impedir que perdiera más sangre.

-Todo está bien, Yeray – le dijo Daniel, que había recuperado un poco la compostura. Me miró y me sonrió. No pude evitarlo y me estiré sobre Yeray y le di a Cape un beso en los labios y le acaricié la mejilla.

-Sujeta, ¿Quieres? Háblale. Que no se duerma, por si acaso. Voy a echarle una mano a tu amiga.

Y poniendo mi mejor pose de poli de película, cogí la pistola comprobé que el cargador estaba completo y que había una bala en la recámara lista para ser disparada y seguí a Carmen. A ésta no le hizo mucha gracia, pero al final entendió que le podía servir de ayuda.

-Cúbreme.

Se puso en cuclillas y empujó suavemente la puerta. Se fue moviendo despacio hacia adentro. El cuarto estaba oscuro, solo un pequeño haz de luz entraba por una rendija en una persiana al fondo. Yo entré detrás de ella y me puse al otro lado de la puerta. Esperamos unos segundos a que nuestras pupilas se acostumbraran a esa nueva situación lumínica para poder ver mejor y no entrar completamente a ciegas. Las sirenas de la ambulancia y de los refuerzos empezaron a sonar en la lejanía. De momento eran muy difusos, todavía estaban lejos, aunque se acercaban rápidamente. Dentro, todo parecía estar silencioso. Carmen se decidió a entrar poco a poco en el cuarto. Ella dudaba. Creo que notaba que algo no iba bien. Yo también lo notaba. Los sentíamos que no estábamos solos. Y claro, me imagino que ella tampoco estaba muy segura de mi concurrencia en la acción. De repente oí un pequeño click. Y no lo dudé. Grité: “¡Arma!” Y rodé por el suelo. Carmen hizo lo mismo justo en el momento en que unos disparos amortiguados por un silenciador, impactaron en la pared, justo donde había estado Carmen. Me incorporé rápidamente y sin pensarlo, disparé cuatro veces hacía donde me parecía haber visto un reflejo. Carmen hizo lo mismo unos segundos después, pero cambiando el objetivo de los disparos en dirección hacia la ventana. Ahora sí, entramos andando agachados, pero con decisión, cada uno por un lado. Había más luz dentro. Una de las ventanas del fondo estaba abierta. Pero ni Carmen ni yo nos fiamos que la persona que había intentado matarnos, se hubiera largado por ahí. Encontré un interruptor. Avisé a Carmen de que lo iba a encender. Ella asintió con la cabeza.

Lo hice. Casi nos deslumbró la luz. Parecía un plató de televisión. Si no me cuadrara con la edad, hubiera pensado que nuestra querida vecina Rosa María era una youtuber. Nuestra querida vecina que yacía inconsciente en el suelo, al lado de una cámara de vídeo.

En el prado de mi padre: Cape (5)

Cape: 5.

Me asusté. Cuando vi la llamada de mi padre. Tres llamadas, no una. Es cierto que en todo el día no había contestado al teléfono. Tres llamadas.

Me puse hasta nervioso. Pensé que a lo mejor le había pasado algo a mi madre o a alguno de mis hermanos. Mi padre, desde que dejó de figurar como cabeza de mi empresa, cuando cumplí los 18, nunca me ha llamado. Nunca. Doce años sin una sola llamada suya y en un mismo día, tres.

Para él esos años dirigiendo mi empresa fueron muy difíciles. Era mi padre, era el adulto. Me quería apoyar y entendió que era la forma. Me hacía falta para llevar la empresa. Él tenía que dirigirla, al menos nominalmente. Y de hecho, al final hubo muchos aspectos de los que se encargó. Y me protegió. Él no estaba preparado para ese mundo. Pero se adaptó. Una vez le dije que podía dirigir cualquier otra empresa. Incluso le porpuse que siguiera dirigiendo la mía, la nuestra. Y se negó en rotundo. Me dijo que lo había hecho por mí, porque era mi sueño y él quería ayudarme a llevarlo acabo. Que me quería con toda su alma y por eso había pasado por todas esas vivencias que no le gustaban nada. Que esos cuatro años habían sido un suplicio.

Lo entendí. Cuando dejó los trastos, estuvo vigilante unos meses más. Al final un día me anunció que se iba con mi madre de vacaciones, dos meses. A recorrer el mundo. Y después volvería a dar clases en el Instituto.

No hubo forma de sacarle de esa idea. Al menos me dejó regalarles una casa nueva. Le propuse una especie de premio de jubilación una especie de pensión todos los meses. No quiso. Lo convertí en un sueldo para mis hermanos con la condición de que estudiaran. Pero en lo de los estudios y lo de trabajar después, no fui muy exigente.

Con lo que éramos de niños, lo que jugábamos juntos; y todo eso lo hemos perdido. Ya ni nos hablamos. Ellos solo saben de mí lo que oyen o ven en las redes sociales o leen en la prensa. Y yo de ellos no se nada, básicamente. Alguna vez entro en sus Instagram o en sus Facebook. Juan tiene TikTok y a veces veo algo de lo que sube. No me parece que sea creativo, ni artista, ni conecta con la gente. Lo pasa bien y presume de mí. Eso último no me gusta, pero tampoco hace daño ni cuenta secretos. Pero veo que en sus redes sociales mucho gira en torno a mí. A estas alturas de la película a lo mejor sería conveniente estar pendiente de sus redes sociales.

Antes de llamar a mi padre, mientras daba vueltas a la cabeza a lo que querría mi padre, llamé a Juan Carlos, el abogado. Que si ya estaba bien, que si tal, que dónde me metía… le corté en seco. Le dije un par de improperios. Le puse básicamente en su sitio. Yo creo que su entrevista con Dani le ha dado alas. Yo se las he cortado de cuajo. Cada vez me gusta menos ese tipo. Al final solo quería que me pasara por allí para firmar los papeles de las actas del consejo con los nombramientos de la empresa. La dirección la he dejado, pero sigo teniendo una participación mayoritaria, muy mayoritaria. Le dije que ya le llamaría para concretar cuando volvería a la ciudad. Y ahí me empezó a hablar de un tema que teníamos pendiente desde hacía tiempo. Unas propiedades que había comprado hacía muchos años. Y que sería buen momento para venderlas. La verdad es que en ese momento no recordaba esas propiedades. Todavía era el tiempo en que mi padre llevaba la empresa. A lo mejor era eso lo que quería hablarme. Mientras hablaba por teléfono, miraba por la ventana del salón. Veía el árbol que daba sombra a toda la casa, veía la mesa de delante y las sombrilla… alguna vez habíamos comido allí. La parte trasera nos suele gustar más pero al mediodía se está mejor delante. La sombra del árbol es relajante. Y se ve también la casa de Rosa María. En un momento dado, vi un reflejo en la ventana de su ático. Y al cabo de otro rato, otro. Ya estaba anocheciendo. Cogí el mando de las luces y apagué todas las de la casa. Del piso de arriba, del dormitorio de Dani, en el que habíamos dormido esa noche, partía un haz de luz. Destellos. Era lo que reflejaba en la ventana de Rosa María.

Me entró una paranoia. Recordé aquella conversación con el policía, cuando me dijo que contratara a Jose Arnáiz, uno de sus inspectores. La versión que le había dado a Dani había sido un poco difusa. Él fue más claro y directo. Era un problema de espionaje. Al final derivó en un accidente de coche de uno de mis colaboradores. Ahí es donde entraron ellos. Héctor murió a los pocos días por las heridas. Algo que ninguno esperaba y mucho menos los médicos que le trataban. El caso es que al final, cuando el Comisario Marcos me llamó para quedar en una terraza de la cafetería “Orleans”, en plena Plaza Mayor, y me dijo sin ambages que necesitaba protección. Que lo de Héctor no lo iba a poder solucionar en unos días, sino en años. Había sido un asesinato. Recibía unos ingresos periódicos de una empresa fantasma radicada en París. Pero habían desaparecido todos sus aparatos informáticos. Y su nube había sido cuidadosamente eliminada. Pudieron recuperar algunas cosas de una nube que posiblemente ni el supiera que tenía. Pero era cosas incompletas. Datos de la actividad de mi padre y mía. Para ellos no tenían mucho sentido, al menos en aquel momento. Me enseñó la documentación y la verdad es que tampoco supe encontrarle una razón. Eran cosas triviales. Inconexas. No constituían ningún peligro para mí o para mi empresa. Había algún vídeo de mis ligues. Pero eran personas intrascendentes.

-Necesitas protección. Seria. Y que sepa interpretar las cosas. Arnáiz es el indicado.

Me explicó que me espiaban. Que habían encontrado un sofisticado y diminuto transmisor de imagen y sonido en mis ropas. Que muchas de mis chaquetas, tanto americanas como de punto, las tenían.

-¿Espionaje industrial? – le pregunté.

-No tengo datos ni pruebas. Si me fio de mi instinto, es por algo mucho más grande. No sé si se trata de proteger a alguien, de saber cosas de ti para chantajearte… pero es algo que viene de tu pasado. Por lo menos 12 o 14 años.

-Yo tenía entonces 16 – le dije incrédulo.

-Pues era para chantajearte, ya te he dicho. O tenerte controlado. Aunque no alcanzo a discernir la razón para ello.

-Con solo un día de grabación de mis relaciones, ya lo estarían haciendo. No soy agradable de trato, por decirlo suave. Y mi vida “social” es muy activa.

-Ya hemos visto, ya. Será por el placer de verte desnudo entonces.

-Tú, cuando quieras. – le provoqué con tono insinuante.

-Mi marido no se lo merece – me contestó sonriendo. Esa sonrisa quería decir que si no fuera por su marido, anda que no iba a desaprovechar la ocasión. Entender esas miradas son mi especialidad.

-Creo que te quieren tener controlado. – se puso serio. – No sé quién, no se por qué. Si fuera muy grave, yo que ellos te hubiera eliminado. ¿Por qué no lo han hecho? No lo sé. Se están gastando un pastizal en controlarte. Posiblemente tu empleado diera con algo. Algún documento muy confidencial. Aunque todo esto son teorías. No podemos comprobarlas y menos demostrarlas.

-Los teléfonos…

-Eso es lo único de lo que puedes fiarte. Tu servicio de seguridad se ha esforzado. Y las oficinas están limpias. Pero no bajes la guardia. Eso puede cambiar de un día para otro.

-Las has comprobado.

-No, nosotros no. Unos amigos de fuera que son los mejores. Son los mejores hackers. No están en ningún servicio del gobierno ni de empresas. Son buenos amigos míos. La amistad es lo que respetan. Por eso les he llamado. No te tienen mucha simpatía, todo hay que decirlo.

Me encogí de hombros, porque la verdad me daba igual el respeto de esos hackers y de cualquiera. Me hubiera gustado tener el respeto del Comisario Marcos. Estuve a punto de preguntarle, pero no me atreví. Lo acababa de conocer, no había confianza. Y después hemos coincidido apenas un puñado de veces. Un par de charlas en alguna cafetería o restaurante “por casualidad”. Trato más con su segunda, Carmen Polana. O con Olga Rodilla, la otra pata del banco.

Ahora, Jose vigilaba por mí. Pero no por Dani. No por su casa o por sus ropas que ahora usaba yo todos los días.

Y estaba Rosa María en la casa de enfrente. ¿Amiga o enemiga? Conocía cosas, eso era claro. Y mirado desde la perspectiva actual, era curioso que se hubiera trasladado a ese pueblo unos meses después de llegar Dani.

Puede sonar un poco paranoico, pero no me fiaba.

Era hora de enseñar al mundo de nuevo mi hermoso cuerpo. Me desnudé, dejé la ropa colocada cuidadosamente en el salón, y salí por la puerta de atrás, hacia la ducha.

-Sí papá, me has llamado.

Abrí el grifo y hablé con mi padre.

Quería verme. Con urgencia.

-Cuéntame, le dije.

-Por teléfono no.

Y colgó.

Volví a marcar.

-Dime Dato.

-Jose, tengo una emergencia.

-Calla. Mañana recibirás un paquete de “El Corte Inglés”.

Y colgó.

No me gustaba el cariz que tomaban las cosas. Jugar a los espías y a los secretitos no es lo mío. Arnáiz parecía saber más que yo del tema. Ni me había dejado explicarme. Se me pasó por la cabeza llamar a la comisaria Carmen Polana. Pero no me decidí.

Volví a entrar en casa. Empecé a devolver algunas llamadas y contestar mensajes. Como si no pasara nada. Mandé a tomar por culo a unos cuantos, grité a otros tantos, y quedé para follar con dos mujeres que me perseguían desde hacía tiempo. No con las dos a la vez, sino por separado. Era lo que se esperaba de mí. Y es lo que hice para que los que estuvieran escuchando, se quedaran tranquilos. Porque … joder, estaba seguro que alguien nos espiaba.

Si no iba a las citas, que es lo que iba a pasar, nadie se extrañaría. En el aspecto sexual, nunca he sido de cumplir necesariamente con mis compromisos.

Dani volvió tarde, sobre las doce. Se extrañó de verme desnudo en casa.

-Me voy a duchar – dijo.

Lo hizo en el baño de dentro. No querría oler a sexo y para eso el agua caliente es mejor. No se vistió.

-He traído unos taper de Gerardo para la cena. Me pasé por el bar de camino.

-Bien – le dije – Tengo hambre.

-¿Cenamos fuera?

-Sí, mejor. Detrás. Cojamos una manta para la hierba, me apetece hacer pícnic. Hace buena noche.

No dijo nada. Solo fue a un armario del pasillo y sacó una manta acolchada y con un lado impermeable.

-La hierba a lo mejor está húmeda. El riego salta a las nueve.

Cenamos y le conté por encima.

Empezó a frotarse el cuello. Se había puesto tenso.

Me puse detrás de él y le di un pequeño masaje. Acabó poniendo de lado la cabeza, tocándome con su mejilla mi mano derecha. Lo abracé por detrás y le besé en el cuello.

-¿Todavía piensas en que solo hay dos opciones? Podemos dejarlo. Separarnos. Volver a nuestra vida anterior.

No dijo nada durante un rato. Largo. Pensé que no me había oído pero no me apeteció repetir la pregunta.

-Pasado mañana tengo que ir a Madrid.

Volvió a callarse. Pensé que era una despedida.

-He pensado que podíamos ir a tu casa. Yo vendí la mía. O puedo ir a casa de Jorge Ríos, que es dónde me alojo cuando voy a Madrid.

-Me parece bien que vengas a mi casa.

-Vamos dentro. Me estoy quedando frío.

Se levantó primero y me ayudó a levantarme a mí. Recogimos las cosas de la cena y la manta. Antes de entrar me tendió el móvil que tenía para la alarma.

-Manda ese código a tu Jose Arnáiz. Para que tenga acceso a la alarma de casa y a las cámaras.

Cerramos la casa. Cerramos las ventanas y contraventanas. Cuando lo hice con la del dormitorio, vi llegar a Rosa María a su casa. Al bajarse del coche, se quedó mirando hacia la casa un rato. Luego sacó el móvil del bolso e hizo una llamada sin dejar de mirar hacia nosotros.

Se acercó Dani por detrás y me abrazó. Me devolvió el beso en el cuello. Sentí su cuerpo pegado al mío. Me sentí bien, seguro. Era una situación propicia para amarnos durante toda la noche. Pero a lo mejor hubiera roto la magia que teníamos en ese momento. Y eso era, es, mucho mejor que el sexo.

Solo me di la vuelta, le cogí la cara con mis manos y le di un beso en los labios.

-¿Vamos a la cama o vemos una peli?

-Las dos cosas.

Cogió el mando de la casa y le dio a un botón. El sofá empezó a abrirse hasta convertirse en una cama. Le dio a otro botón y bajó del techo una pantalla enorme a los pies de la cama improvisada.

Otro botón y apareció un menú para buscar películas.

-Dale a “Voy a tener suerte”.

Me hizo caso.

“La fierecilla domada”.

-Una comedia, un clásico, lo que nos hace falta.

Nos metimos en el sofá, nos arropamos con una manta y apoyamos la cabeza en las almohadas. Aunque al poco rato, la de él estaba apoyada en mi pecho.