Dani, el héroe. 5
Estuve un par de días en una nube. Cape no se separaba de mí en ningún momento. Y yo se lo agradecía. Evitaba así que mi cabeza deambulara libre por recovecos que a lo mejor no eran convenientes.
Empecé a tener algunas pesadillas. Me despertaba enseguida, pero me angustiaban mucho. Lo que pasa es que al abrir los ojos y ser consciente de que me abrazaba Cape, me tranquilizaba igual de rápido. En mis pesadillas había mucha sangre. Muchos gritos. Yo estaba desnudo, tumbado, con las piernas abiertas. Notaba que había gente alrededor, pero yo no los veía. Y tenía miedo. Mucha sangre. Mucha sangre. Casi nadaba en ella. Tenía ganas de gritar muy alto, pero no podía. Era como si no pudiera abrir la boca porque me habían cosido los labios.
No le dije nada a Cape. Pero no es tonto y yo sabía que lo notaba. Y él sabía que yo sabía. Pero no decíamos nada. Se lo agradecí aunque posiblemente lo mejor hubiera sido hablarlo.
Esos días fueron muy raros. Me refiero a los siguientes al asalto de la casa de Rosa María. Así habíamos decidido bautizarlo. Aunque seguro que hubiera sido mejor nombrarlo como el día que intentaron matarnos pero algo salió mal, por ejemplo, que aparecieran Carmen y Yeray y tuvieran que improvisar. Yo estaba seguro que Rosa María estaba en el ajo. Por mucho que estuviera herida.
Yeray por cierto, se recuperaba rápido. El golpe parecía que no había tenido consecuencias. Había perdido mucha sangre y si no llega a ser por nosotros, quizás su recuperación hubiera sido más problemática. Por el momento no había infecciones. Aunque seguía en el hospital, todo parecía que iba bien.
No hablamos de nada de eso. Salvo en las visitas de los miembros del equipo de Javier Marcos. Aunque fueron muy delicados. Comentaban un par de cosas y luego, cambiaban de tema y hablaban del pueblo y de la gente y del tiempo. Incluso de mi última película.
Parecía que todo el mundo quería hacernos la vida más agradable. Se lo dijo Cape a Javier. Éste sonrió y comentó que a lo mejor, a pesar de nuestra fama de intratables, la gente a la que dejábamos conocernos, nos acababa cogiendo cariño.
-Siempre es guay tener a un famoso en el vecindario. Aunque no puedas presumir de ello. Y te puedo asegurar que mis compañeros con más experiencia, nunca se han encontrado con un pueblo que todos a una, protejan a dos casi recién llegados. Y por ayudarnos a protegeros, nos están dando un montón de detalles, que aunque parezcan tonterías, nos están ayudando mucho. Y para que lo sepáis, todos saben quienes sois, los dos.
Pensé en ese momento en el guardia que me dejó su cazadora para que me tapara mi desnudez, después del jaleo. No me di cuenta, pero Cape sí, que me había reconocido. Y luego cuando lo vi de nuevo y le dije de sacarnos una foto, se puso muy contento. Además me la hice vistiendo su cazadora, que me regaló. Luego me enteré que le costaría un dinero, porque aunque era su uniforme, lo tendría que reponer a cuenta de su sueldo. O pasar un año sin ella. Ya pensaría algo para compensarle. Nos dijeron que se acababa de casar. A lo mejor podríamos enviarle un regalo para la mujer o unas entradas para el estreno de la película. O aparecer de sorpresa en una reunión familiar con toda la parafernalia de una estrella de cine para que pudiera presumir. Aparecer con un montón de guardaespaldas y en una limusina, acompañado de un colega igual de famoso, es un punto que a mucha gente le puede volver loca.
Es curioso como cuando te has pasado la vida fomentando tu fama de intratable, no porque fuera una pose, sino porque te salía así, y de repente apartas esas vivencias, te rodeas de personas que sabes que no quieren sacar una ventaja de cualquier tipo, económico, social, de fama… cuantos se han acercado a mí para sacarme en su canal de Youtube o en su Instagram. Cuantos canales de esos se han surtido de mis salidas de tono, de mis peleas en discotecas o en la calle. Siempre sacaban a mis contrincantes, que generalmente acababan peor que yo, metiendo mierda contra mí. Acusándome de drogata o de violador. No es por presumir, pero peleo bien. Al igual que con las armas y con los coches, aprendí a luchar joven. Primero por un papel, y después por gusto. Aprendí varias disciplinas, boxeo, yudo, karate, lucha… no seré un campeón en ninguna, pero me defiendo en todas.
Cape tiene razón. Me gusta mi oficio. No podría vivir sin él. Me sirve para vivir otras vidas, es evidente, la mayor parte de los actores lo dicen. Pero para mí es más potente, porque me permite aprender esas actividades de los mejores. Para mí, una de las visitas más agradecidas al día siguiente, fue la de Eloy Cantero, el instructor de los GEO que me había formado en los protocolos que utilizaba la policía. En los movimientos del cuerpo, en la forma de entrar en un sitio cerrado en el que podemos recibir disparos, por ejemplo. En la forma de escuchar para poder percibir el menor ruido procedente del interior. Y disparar en cualquier circunstancia, en cualquier posición. No fue el mes que todos pensaron que me iba a formar. Luego seguí con el tema, en las horas muertas del rodaje, los fines de semana, cuando Eloy podía. Si el rodaje era de noche, empleábamos la tarde, o la mañana. Me juntaba a veces con el resto de los aspirantes. La mayor parte de ellos no me podían ni ver. Pero ahí me hice el loco, porque si no, le hubiera puesto en entredicho a Eloy. Pero al final algunos me reconocieron que podía haber sido un gran policía. Que ellos que llevaban mucho tiempo en la academia y trabajando, no eran mejores que yo. Todo es por la entrega, por las ganas, por el pundonor. Dar la mejor imagen en el papel. Fingir que se sabe, es complicado cuando no tienes cogidos los movimientos, la coreografía. Todas las profesiones tienen una coreografía. Cuando te pones ante una cámara debes ser esa persona, ser ese profesional. Si eres un camarero, tienes que poner mil cañas para luego en una escena de 10 segundos, poner una caña perfecta, que le haga pensar al espectador que ese que tiene en pantalla, lleva desde los 14 años poniendo 500 cañas cada día.
Tenía razón Cape. No podría dejar mi profesión. Me hundiría. Durante un tiempo, bien. Pero para siempre, no. Aun teniéndole a él al lado, no sería feliz.
Con Cape me pasa una cosa curiosa. Tenemos una relación en la que no hemos hablado de las cosas en ningún momento. Las hacemos y ya está. Nos ponemos en el lado correcto, sabemos lo que bebe el otro, lo que come. El otro día por ejemplo, dijo Gerardo que iba a prepararnos unos caracoles. Le dije que no, que a Cape no le gustan nada.
– Es más, es capaz de vomitar si los ve – le dije muy seguro de lo que decía.
Nunca ha surgido el tema en estas semanas desde que nos encontramos en el río. Luego Gerardo se lo volvió a decir a Cape, porque no se creía que conociéndonos desde poco más de un mes, yo supiera esas cosas; y le confirmó lo que yo le había dicho. El pobre Gerardo quería a toda costa prepararnos los caracoles. Al final los hizo para el bar, y a nosotros nos preparó unos pimientos rellenos de bacalao, con una salsa que Cape volvió a acabar con las existencias de pan. Y el tío no engorda ni un gramo. No se de que me extraño, a mi me pasa lo mismo. Debe ser que lo cagamos, como bromeamos alguna vez.
A veces siento como que hay una especie de mundo paralelo en el que todas estas cosas las negociamos. Hablamos, y llegamos a un acuerdo. Y luego, las resoluciones en este mundo real, están de acuerdo con esa conformidad sin que recordemos en ningún momento de la etapa de la negociación.
Estos dos días que nos han dejado tranquilos, la vida ha sido bucólica, la verdad. Caminando por el pueblo, yendo a comprar un dulce a la panadería de Araceli. Comprando algo de leche y algunas cervezas y la botella de ginebra, y algunas tónicas, importante estos últimos productos, a la tienda de Emilio. Vale, y pomelos. Para la ginebra, le dijimos en broma. Paseamos por los campos. La gente nos saludaba al pasar. Era bonito. Nos fuimos aprendiendo algunos nombres que no conocíamos. Gerardo luego en el bar nos iba contando. Así la siguiente vez que nos cruzábamos con ellos, ya podíamos decir su nombre: “Buenos días Domingo”. “Buenas tardes Ubaldo”. “¿Se te ha dado bien la pesca Antonio?”. “Trini, pero que nieta tienes”. “¿Qué tal Abilio?” En el pueblo los nietos siguen siendo de las abuelas. Salvo en el caso de Fernando, un jubilado de la banca que se fue a vivir con la mujer en cuanto se retiraron. Ella se dedica a un club de lectura que ha fundado en el pueblo, y él cuida a los nietos. Me da a mí que los padres de esos niños tienen otras prioridades que pasar tiempo con ellos.
Gerardo y Alberto se han convertido en nuestros proveedores oficiales de comida. Hemos comido y cenado con ellos todos los días. El primero de los días se unió Javier Marcos y su compañero Kevin Kosquera. La verdad es que fue una velada muy entretenida. Alberto y Kevin congeniaron enseguida. Y fue un toma y daca. Hubo un momento en que pensé que esos dos acabarían juntos. Me dolió un poco, porque a Alberto le había cogido algo de cariño. Aunque me consolé pensando que esos dos daban la sensación de conocerse de antes. Cape lo debió notar porque me miró y meneó la cabeza como diciendo: “Si es que lo quieres todo”. No, en realidad no necesito a nadie más que a Cape, lo sé. Y en algún momento he dicho que me tiene cogido de los huevos. No es exacto: me tiene cogido el alma. Es más. Nuestra noche de sexo fue magnífica. Pero los dos sabemos que no es lo nuestro. No.
En realidad sí necesito a alguien más: a Jorge Ríos, el escritor. Es un gran amigo. Es un gran apoyo. Es… Jorge es muchas cosas, pero ese es otro tema. Pasé mucho rato hablando con él. Me llamó al día siguiente del asalto, por la mañana pronto. No sabía nada. Jorge vive apartado del ruido televisivo y de las noticias. Le conté. Y me escuchó. Durante una hora larga. Me propuso que si quería, se acercaba al pueblo. Sabía que no le gustaría ese follón, así que le dije que no. Aceptó mi decisión, pero lo cambió por llamadas cada pocas horas. Para consultarme cosas, dudas, para contarme que había visto a un amigo común, o que había ido a tomar café a un bar donde solemos ir y los camareros le habían preguntado por mí. Todo eran excusas para estudiar como estaba yo.
Podré tener sexo con cientos de personas, cosa que deberemos seguir haciendo Cape y yo al menos hasta que todo se aclare, por ver de no llamar la atención. Aunque el caso de Rosa María, me ha dado que pensar. No me puedo fiar de nadie. Ninguno de los dos. Cualquiera que se acerque ahora o que haya estado a nuestro lado antes puede ser un traidor. Ahora que parece que se ha liberado la bestia, sea lo que sea, sea quien sea, a lo mejor no es prudente ir prodigando parejas sexuales desconocidas ni conocidas. Debemos cuestionar todo lo que hacíamos, todas las personas que tratábamos, todas nuestras relaciones sociales o sexuales.
Empezando por el abogado.
Le contamos al Inspector Marcos. Nos escuchó atentamente pero nos dijo que mejor de momento, no hiciéramos ningún movimiento respecto a él.
Mañana nos iremos a la capital. Al final estaremos en casa de Cape. Pensamos que a lo mejor era más prudente que yo me fuera al hotel, o a casa de Jorge, que es lo que he hecho en mis visitas anteriores. Pero el caso es que los que debían saberlo, lo saben. Los que vigilaban para que no nos juntáramos, para que no hurgáramos en el pasado, saben que lo hemos hecho. Que el resto del mundo piense que somos pareja, nos la trae al pairo. Eso pasaría de todas formas cuando todo esto acabe. Porque yo tengo claro que Cape va a ser mi pareja. Y sé que él quiere lo mismo. Se lo leí en los ojos en el sofá de la casa rural al volver de cenar en el bar de Gerardo la noche de autos. No, miento: lo supe unas horas antes, cuando me dio esa torta de desesperación que me estuvo guardando desde que me vio ir detrás de Carmen andando sigilosamente, encorvado, y empuñando el arma de Yeray, en busca de la persona que nos quería asesinar. Y el beso de después, el mejor beso de mi vida. Y lo es porque nunca había sentido tanto amor en uno. Y he descubierto que sentirse amado es lo mejor del universo.
Y ese viaje, será el estreno de Alberto como nuestro asistente. Jose Arnáiz lo ha arreglado todo a una velocidad de vértigo. Y nos ha conseguido un monovolumen no muy aparatoso, formal y con prestaciones. Y con todas las medidas de protección posibles. Creo que hasta está blindado.
Quién me iba a decir a mí… el día que decidí parar de trabajar, que esa decisión me iba a hacer volver al pasado. Porque sin esa decisión, no hubiera acabado en el pueblo, no hubiera ido a nadar esa mañana del mes de mayo y no me hubiera encontrado a un tipo desnudo, con la cabeza perdida en sus cosas, al que saludé y sin saber muy bien por qué, invité a nadar. Podía haberme dado la vuelta, como he hecho cientos de veces cuando me he encontrado con turistas o con gente del pueblo. Pero ese día algo me retuvo. Y estuve observándolo durante largo tiempo. Porque me di cuenta de que ese hombre que no me sonaba de nada, me daba paz.
Y aquí estamos ahora. Vigilados por la policía, a distancia pero vigilados. Intentando despejar incógnitas en nuestro pasado. Y esquivando balas asesinas.
Y lo malo, es que las ya disparadas, no fueron ni serán las últimas.