Necesito leer tus libros: Capítulo 47.

Capítulo 47.-

Javier tocó suavemente con los dedos en la puerta del apartamento antes de meter su llave en la cerradura y abrirla. No quería asustar a Sergio. Se quedó parado nada más entrar. Las luces del salón y de la cocina estaban dadas, pero no se oía ningún ruido. Fue primero a la cocina. Solo vio fuera de lugar la caja de una pizza a la que le faltaban tres trozos. Cerró la caja y apagó la luz. Fue entonces al salón. Allí lo vio, tirado en el suelo, con la cabeza apoyada en un almohadón. Se había quedado dormido. Tenía un plato con dos trozos de pizza a su lado. Solo le faltaba haberse quedado dormido con el otro pedazo en la mano.

No le extrañaba que estuviera cansado. No dormía bien por las noches. Ni estando con él, que se suponía que le daba un plus de seguridad. Y había estado más de dos horas tocando en plena calle, de pie, sin casi llevarse ni un trago de agua a los labios. Y luego, el encuentro de Jorge, aunque muy placentero, también le habría gastado muchas de sus fuerzas. No había tenido mucho contacto directo con el escritor, pero intuía que una conversación intima con él tenía que ser intensa; el escritor intentaba sacar siempre lo máximo de sus interlocutores, poniendo toda su atención en lo que le contaban. Eso a su vez, hacía que los demás tuvieran que esforzarse al máximo al exponer sus pensamientos o sentimientos. Y normalmente no estamos acostumbrados a esas conversaciones tan intensas ni a que a tu interlocutor le importe verdaderamente lo que cuentas.

Javier, durante la actuación de Sergio, no le había perdido de vista hasta que vio aparecer a Jorge. Ahí se relajó y se fue él mismo a sentarse a un bar y tomar algo. Sergio le había dicho repetidamente que no le gustaba que fuera a escucharlo, así que había optado por esconderse para hacerlo. El primer día lo hizo por curiosidad. A partir de ese día lo hacía por gusto, y por estudiarlo. Y también un poco por protegerlo. No parecía que nada le amenazara, pero no podía evitarlo. Nunca se sabía. Había investigado a alguno de los hombres de los que le había hablado, y no le daban buena espina. Sobre todo dos de ellos, uno era el último profesor que tuvo, por el que lo abandonó todo. El otro, un profesor del conservatorio con unas amistades poco recomendables. A parte que los dos interfectos eran amigos.

Jorge le había obligado a merendar un bocata, pero sería lo primero que comía de verdad en varios días. Era peor que él para esos temas. No era por falta de dinero, era por abulia, por… no tenía conciencia de tener hambre. Tampoco se trataba de que padeciera un trastorno alimenticio. Luego, si Javier le llevaba a algún sitio a comer, comía. Y con ganas. La invitación de Jorge parecía haberle abierto el apetito, porque se había pedido una pizza al llegar a casa.

Se fijó en que Sergio había hecho un poco de limpieza. Al menos ordenar sus enseres, su ropa, las cosas que iba utilizando. Parecía que la cita con Jorge había tenido su efecto en otros aspectos aparte del de comer. Dejó las llaves en el cenicero que tenía para eso. El ruido al hacerlo bastó para despertar a Sergio. Se giró somnoliento y le miró con los ojos todavía casi cerrados. Sonrió y fue a levantarse pero Javier le hizo un gesto para que no lo hiciera. Fue él el que se tumbó a su lado.

Sergio lo abrazó y le dio un beso en los labios.

-Pensé que ibas a venir más tarde. ¿Qué hora es?

-Es tarde. Son más de la una.

-Me ha jodido que hayas tenido que irte. Me apetecía haber pasado la tarde haciendo el amor contigo.

-Y a mí. Es lo único que me apetece de verdad. – Javier le acarició suavemente la mejilla.

-Deberíamos hablar algún día de ti. Yo estoy triste, pero tú…

-Tú eres lo importante.

-Perdona, tú eres importante para mí.

-Ya lo sé. Pero no estoy preparado. Otro día. ¿Sabes que he visto a Jorge? Ha ido a cenar al mismo restaurante donde yo estaba.

-¡Anda! ¡Qué casualidad! ¿Habéis hablado?

-No. Yo estaba sentado en mi reunión de trabajo. Y él llegaba con Carmelo y Martín. Había mucha gente que les quería saludar.

-Yo lo he tenido para mí solo un rato largo – dijo Sergio contento.

-Has sido el privilegiado del día. ¿Te ha dado su teléfono? – Sergio asintió contento. Alargó la mano para coger su móvil y le enseñó el contacto. Javier le sonrió – ¿Qué tal con él? Antes no me ha dado tiempo a preguntarte.

-Genial. Ha sido… maravilloso. Tenía la idea de que era muy serio, y un poco broncas. Joder, internet está lleno de vídeos en los que está enfadado… cuando me lo cruzaba en el campus, parecía siempre en sus mundos y el gesto que llevaba no invitaba a nada. No me lo esperaba tan cercano. Tan… comprensivo. Lo he sabido en cuanto lo he descubierto entre el público. Era otra persona distinta a ese de los vídeos y del campus. A veces parecía que supiera lo que le iba a contar. No me ha juzgado en ningún momento. Solo me ha mirado a los ojos un ciento de veces… y eso me ha hecho sentir bien. Parecía interesarse por mí, por lo que sentía, por… mi alma. El resto de la gente parece que solo te mira los pectorales, el culo y la polla. Y si te pregunta como te encuentras, es para que les digas: “bien, gracias”, y a otra cosa. Él no. Él quería saber de verdad, escucharme de verdad. Fíjate que ha habido una vez que me ha preguntado por como estaba. Yo le he dicho “Bien, gracias”. Él no ha dicho nada, yo he empezado a hablar de alguna bobada. Y cuando me he callado, me ha mirado y me ha dicho: “¿Cómo estás?”. Joder, me ha dejado lelo al cien. No he tenido más cojones que confesarme. Y luego me ha dicho que le molaba como tocaba. Y te lo juro, me lo he creído. No lo decía por cumplir. A parte, le he observado un par de veces mientras interpretaba “La Danza Macabra” y te juro que me leía a la perfección lo que quería transmitir, se lo he notado en la cara. Parecía sentir lo que yo quería transmitir en mi interpretación. Pero al cien. Ha estado guay. Y no ha querido convertirse en protagonista, ha pasado de hacerse el interesante o de mostrarse. Se ha quedado atrás… he sido yo el que ha dicho al resto, casi al final que estaba allí el mejor escritor del mundo. Y luego, ha esperado a que toda la peña acabara de saludarme para acercarse.

-Joder, que bien. Me gusta eso. Lástima no haber ido a escucharte. Y que conste, yo no te miré el culo o la polla cuando nos vimos la primera vez. Ni después tampoco. Solo cuando te la quiero comer. – se defendió Javier.

-Porque estabas lejos aquel día y el público estábamos casi a oscuras. – picó al comisario.

-Eso es cierto. Y no te veía bien. Entonces no sé por qué me fijé en ti – le devolvió el pique.

-Habrás mandado a alguien para que me saque fotos.

-¡Me cagüen la puta! ¡Me has pillado!

-O habrás encontrado los vídeos de mis hazañas… – dijo en tono precavido y estudiando los gestos que hacía el policía.

-Si eso hubiera sido el caso, que no lo es, estaría orgulloso de ti. Más orgulloso.

-¿Por qué? – preguntó extrañado.

-Pues muy sencillo: porque hubo gente que no te lo puso fácil, que te pusieron entre la espada y la pared, e hiciste lo que pudiste. Y fuiste aprendiendo de toda esa experiencia y eso, cuando te des cuenta de ello, te hará mucho mejor persona y mucho mejor en todo.

-De momento me siento avergonzado. No fui valiente.

-Muy pocos son valientes de verdad. Tú tenías un sueño, eras bueno, eres bueno – se corrigió Javier – en algo, en la música, con tu violín. Y eso que solo he escuchado o visto los vídeos de tus concursos. Ahora seguro que tocas mejor, porque tienes más cosas dentro y tienes de dónde tirar. Sentimientos, me refiero.

-Pero son malos.

-Pues ya que has tenido que pasarlo, aprovecha esa experiencia y métele un plus de miedo, de asco, de tristeza a las obras que tocas.

-Te pareces a una profesora que tuve. Me decía siempre que si quería ser bueno de verdad, debía dar algo a la gente que el resto de los músicos no le daba. Darle vida a la música. Darle mi toque de vida, decía.

-Vaya. Todos no han sido malos profesores.

-La música es un mundo difícil. Hay que esforzarse mucho. Y pocos son los que verdaderamente llegan a la cima. Pero no quiero hablar de música ahora.

Se quedó mirando a Javier con cara de pillo. Javier se sonrió y levantó los brazos.

-Lo dejo todo en tus manos.

-A lo mejor luego te arrepientes – le avisó Sergio.

-Si te portas mal, te… – le mantuvo la sonrisa para darle emoción – … morderé el culo como te gusta.

-Entonces no sé si hacerlo fatal para que eso ocurra… – Sergio le guiñó el ojo.

A Javier le encantaba cuando Sergio parecía alegre de verdad. Y ese día era el caso. Apenas llevaba unos días con él, pero habían sido intensos. Nunca lo había hecho con sus demás parejas, dejarle su segundo apartamento, el que se compró antes de que muriera su padre. Y con él lo había hecho. No se lo pensó además. Le salió. Y en él pasaban los días, las noches… hablando, Javier a ratos trabajando y Sergio estudiando sus asignaturas de la Uni o música. Sergio solo salía para ir a clase y esas escapadas que cuando Javier no estaba, hacía para tocar el violín en la calle. Tenía uno electrónico que a veces tocaba en casa con los cascos para no molestar. Y aunque Javier le había incitado a tocar el piano de su madre, él no había dado ese paso. Al menos mientras él estaba en casa.

Sergio le empezó a besar. Primero con mucha dulzura. Le acariciaba la cara. De repente se separó de él y le dijo mirándolo a los ojos.

-¡Hay que afeitar!

Javier empezó a reírse.

-Pero si decías que te gustaba que raspara… no me he afeitado por eso.

-Hoy no. Me apetece que tengas la cara como el culo de suave. La piel de tu culo es muy suave, ¿Lo sabes?

-Me lo dices cada día que me lo besas.

-Di que te lo beso y te lo como entero.

Javier volvió a soltar una carcajada.

-Como el resto de mi cuerpo. Nadie me lo ha comido y besado como tú. Tengo las huellas de tus dientes por todos lados. De hecho, no he mordido nunca a mis parejas. Eso me lo has enseñado tú, becario universitario.

-¿No te gusta?

-Al revés – Javier se acercó a él y ahora le besó él con dulzura – me pone caliente solo de pensarlo.

-A ver.

Sergio llevó la mano al paquete de Javier. Éste sonreía y empezó a jadear un poco al sentir el suave masaje que le estaba dando.

-Has pasado la prueba. Nueve en dureza de polla de Javier.

-Es que no puedo contigo. Cada día me sorprendes… – Javier le miraba divertido.

Sergio lo miró con cara decidida a la vez que llevaba sus manos a la sudadera que vestía Javier. Se la levantó para quitársela. Luego le empezó a desabrochar la camisa. Pero solo lo hizo con tres botones, los de arriba. Se la sacó por la cabeza. No paró ahí: empezó a desabrocharle los dos botones del cierre de los pantalones. Le bajó la bragueta. Sonrió al ver que no llevaba calzoncillos y que su miembro asomaba duro por ella.

-¿Te pensabas que no iba a cumplir el reto que me pusiste ayer? – le picó Javier.

-Así me gusta.

Sergio lo empujó hacia atrás y le levantó las piernas. Le sacó las deportivas sin desatarlas y detrás fueron los calcetines. A Javier le hacía gracia, porque al quitárselas las tiraba hacia atrás, al otro lado del sofá. Le besó los pies antes de sacarle los pantalones. Estos siguieron por el mismo camino. Sergio fue a desnudarse él, pero Javier se lo impidió.

-Déjame a mí ese placer.

Fue siguiendo el mismo orden y el mismo procedimiento que Sergio. Toda la ropa la tiró por encima del sofá. Cada prenda que le quitaba, le daba un beso en la parte del cuerpo que liberaba.

-Ahora al baño. A afeitarse. Yo te afeito, no te preocupes.

-Si tu me afeitas, yo te afeito a ti. – le advirtió Javier.

-Me parece justo.

Sergio se levantó y tiró de Javier para que hiciera lo mismo. No le soltó la mano mientras iba camino del baño. Allí, llenó el lavabo de agua caliente. Le hizo inclinarse y le mojó la cara. Cogió el bote de gel de afeitar y se dio una buena dosis en la mano y se la extendió por la cara. Le dio un suave masaje que le gustó al comisario.

-Sigues empalmado.

-Y tú. Me apetece un beso.

Sergio le sonrió. Le limpió con los dedos la espuma de los alrededores de los labios y pegó los suyos a los de él. Javier le apretó contra él y mientras se acariciaban el culo, se besaron con pasión.

-Así ahora notaré la diferencia – le dijo con cara de pillo.

No tardó nada en afeitarle. Javier pensó que no era la primera vez que afeitaba a alguien. Al acabar, le hizo inclinarse de nuevo y le aclaró la cara con agua limpia y caliente. Luego, se la secó suavemente. Le hizo levantar la cara para ver el resultado. Se la acarició suavemente.

-Me ha quedado perfecta. Ahora… volvamos…

-No corras, ahora te afeito yo a ti.

Javier siguió los mismos pasos que Sergio. Tardó un poco más, porque nunca había afeitado a nadie y estaba un poco más torpe que Sergio. Cuando acabó, se miraron a los ojos. Sergio sonreía. Javier aprovechó y empezó a besarlo. Sergio mientras se besaban, cogió sus pollas, las juntó y empezó a masajearlas. Javier jadeaba un poco de placer.

-Vas a hacer que me corra en nada.

-Como si solo te fueras a correr una vez esta noche.

-¡Que cabrón!

Intentó agacharse para meterse en la boca la polla de Sergio, pero éste se lo impidió.

-Me has dado los galones hoy, recuerda.

-La madre que… pero es que me está mirando y me dice cómeme… – bromeó.

Javier levantó las manos a modo de rendición incondicional y dejándole la iniciativa. Sergio le giró y se agachó él. Le fue besando el culo y lamiéndolo despacio. De vez en cuando se lo mordía, algunas veces fuerte. Eso acabó de poner a cien a Javier. Intentó llevarse la mano a su miembro, pero Sergio se lo impidió.

-Tus manos solo en mi cuerpo, policía opresor. Yo soy el único que puede tocarte a ti. No me obligues a atarte las manos.

Javier ya no era capaz de reírse. Solo de cerrar los ojos y disfrutar. Sergio le empezó a lamer el agujero, mordiéndolo suavemente de vez en cuando. A la vez, una de sus manos había buscado el miembro de Javier y lo llevó hacia atrás. Le lamió primero los testículos. Los lamía y seguía hacia arriba hasta encontrar de nuevo su agujero. Al pasar, le mordisqueaba también la zona del perineo. Javier empezó una especie de letanía de gemidos y palabrotas entrecortada que expresaban el deseo de acabar que empezaba a tener ya. Todo su cuerpo estaba en tensión, esperando el orgasmo. Su polla, hasta ese momento casi sin merecer ninguna atención de Sergio, estaba dura y supuraba un liquidillo que nunca antes de conocer a Sergio había conocido. El músico tiró un poco más de la polla hacia atrás y con la lengua posada suavemente en ella recogió ese líquido viscoso y casi transparente sin apenas rozarla.

-Como me embriaga esta esencia que me regalas – dijo en voz sugerente.

Javier no contestó. No era capaz más que de soltar por la boca algunos sonidos guturales e incomprensibles. Sergio había vuelto a su agujero. Parecía que le quería penetrar con su lengua.

-Tu sabor me pone a cien, policía en prácticas – murmuró.

Eso hizo que Javier aumentara sus gemidos. Cada cosa que hacía el músico, cada cosa que decía, contribuía a que se excitara más.

De repente Sergio paró, aunque no quitó la mano que mantenía el miembro de Javier hacia atrás. Sonrió y se pasó la lengua por los labios. Parecía que quería humedecerlos o a lo mejor se estaba relamiendo. Se metió dos de los dedos de la mano que tenía libre en la boca y los humedeció. Besó el culo de Javier de nuevo, los dos papos, y los mordió. Notó como Javier se puso de nuevo tenso. Llevó entonces su boca a la cabeza de la polla de Javier. Le apartó la piel con sus labios húmedos. Javier empezó a gritar, pero se puso una toalla en la boca. No quería despertar a todo el edificio. Gritó entonces con fuerza; era lo que le pedía el cuerpo. Sergio se metió la fresa de Javier en la boca y la acarició suavemente con la lengua. Javier parecía que quería aguantar el orgasmo, pero cuando esos dos dedos húmedos de Sergio se introdujeron en su agujero y empezaron a darle un suave masaje en su interior, Javier no pudo contenerse más. Todo su cuerpo temblaba de placer. No pudo evitar gritar aunque apenas fue audible por la toalla que seguía mordiendo. Y ya sí, explotó llenando de leche la boca de Sergio.

Fue un orgasmo largo. Javier creía que iba a ser corto e intenso, pero no lo fue. Los primeros golpes apenas salía líquido, aunque el placer traspasaba los límites de sus órganos sexuales, desparramándose por todo el cuerpo. Él seguía intentando… soltar su carga… la notaba ahí, queriendo salir… fue uno, dos, tres, decenas de espasmos de su pene queriendo liberar su carga. Cada vez iba saliendo un poco más y un poco más… hasta que al final, cuando Javier pensaba que se iba a volver loco, el grueso de su lechada encontró el camino de salida hacia la boca de Sergio. Gritó y gritó… se había puesto de puntillas de la excitación, de la emoción. Todo su cuerpo temblaba de placer. Su agujero palpitaba desbocado apretando los dedos del músico que seguían dentro acariciando suavemente su interior. Los músculos de sus piernas estaba todos tensos. Sergio los miraba queriendo tocarlos, pero prefirió centrar su atención en la cabeza de la polla de Javier y en recoger su leche.

Sergio sacó los dedos del ano de Javier y dejó volver a su miembro hacia delante. Javier seguía temblando en todo su cuerpo. Sergio se incorporó manteniendo la leche de Javier en su boca. La quería compartir con él en un beso blanco y embriagador. Le hizo girarse, cosa que a duras penas pudo hacer, porque sus músculos no le respondían como quería. Sergio le sacó la toalla de la boca y lo sustituyó por sus labios. Al compartir la leche en sus bocas, Javier no pudo evitarlo y se echó a llorar. No quiso pensar en nada, no quiso pensar en que era la primera vez que le pasaba en su vida. Solo se abandonó en los brazos de Sergio. Mientras seguía besándolo y compartiendo la leche en sus bocas, Sergio volvió a meter dos de sus dedos en el culo de Javier. Éste volvió a temblar casi de inmediato. Sentía algo dentro de él… como una bomba que quisiera estallar…. Pensaba que se había liberado del todo, pero no era así. Sergio separó su boca un momento de la del comisario y le susurró al oído…

-Déjala explotar… déjate llevar… hoy yo te cuido…

Javier no lo pensó y le hizo caso: se abandonó completamente Una corriente eléctrica parecía entonces que empezó a recorrer todo su cuerpo, desde esa bomba que notaba dentro de él y que no sabía situar en su cuerpo. Volvió a temblar todo él. Sintió como de nuevo, por su miembro que ahora ya no estaba duro del todo, volvía a salir leche y de nuevo repetía y volvió a sentir un placer desconocido para él hasta ese día. Sergio había vuelto a besarlo. Javier le rodeaba el cuello con sus brazos. Hubo un momento en que Javier apartó la boca de la de Sergio y recostó la cabeza en sus hombros. Sergio le levantó las piernas e hizo que le rodearan la cintura. Lo sujetó con sus brazos y lo levantó. El llanto de Javier cogió de nuevo fuerzas.

Sergio caminó con paso firme llevando a Javier abrazado a su cuerpo.

-Ya está, mi policía opresor, todo está bien – le murmuró al oído.

Lo llevó al dormitorio. Lo recostó en la cama con suavidad. Javier no quería soltar sus piernas que rodeaban la cintura de Sergio, pero éste le obligó. Javier se abrazó a si mismo, para suplir el abrazo del músico. Éste no tardó en tumbarse a su lado, y de nuevo, hizo que lo abrazara. Volvió a besarlo y a acariciarle suavemente todo su cuerpo. De vez en cuando le decía algo al oído y Javier volvía a llorar.

Así estuvieron el resto de la noche y parte de la mañana del día siguiente. Abrazados, besándose de vez en cuando, diciendo alguna cosa en voz muy baja, como si temieran que alguien lo escuchara. Pero estaban ellos dos solos. Y no necesitaban a nadie más. Ellos, sus besos, su abrazo eterno y sus caricias. Los dos bien pegados el uno al otro.

-Escritor. No me mola nada que salgas a la terraza de madrugada a hablar conmigo.

-Me gusta tomar el aire.

-¿Me lo tengo que creer? ¿Desde cuando no salías a la terraza?

-La he utilizado mucho durante la pandemia.

-A las cuatro de la tarde. No te jode. Y cuando tenías visitas. No a las cuatro de la madrugada escabulléndote del lecho conyugal.

-Las vistas…

-Deja, no me vas a convencer. Tu casa de noche no tiene vistas. Y de día, pocas. Dime que quieres, que solo me llamas por interés.

-Eso no es cierto.

-Últimamente sí. Y que sepas que no me mola nada los líos en los que te estás metiendo.

-Es lo que toca.

-Está la policía.

-Y yo también. Dime novedades.

-No las hay.

-Aitor, no te enfades.

-No estoy enfadado.

-Lo estás. Te lo noto en el tono. Te conozco. Y no me has reprendido por no ir a tu habitación esta noche.

Aitor suspiró resignado. Pero eso no disminuyó su enfado con Jorge.

-No he conseguido nada de los tipos del restaurante. Tienen un servicio de seguridad pero no está conectado a ninguna red. Y las conexiones son por cable. No he conseguido una cámara que pille el camino de salida de éste, el secreto me refiero. Con tiempo, podré poner algo para futuras ocasiones.

-Pero a lo mejor las cámaras de tráfico… aunque sean a unos kilómetros…

-Hay infinidad de carreteras que pueden haber tomado. Muchas no tienen cámaras. Sería como encontrar una aguja en un pajar.

-Que le vamos a hacer.

-De todas formas sigo intentándolo. Estoy buscando formas de entrar en el sistema del restaurante.

-Confío en ti.

-Pues en este caso, no confíes. Y mejor, porque te repito, no me gusta nada en lo que te estás metiendo. Estás pasando de ser un fantasma vagando sin rumbo por las calles, a ser casi un matón.

-No me gusta nada lo que pasa, y menos, lo que intuyo que va a pasar.

-Nadia sigue desaparecida. No he conseguido tampoco seguir la pista de la tía de Rubén. Lo de ese chico no me cuadra para nada. Nada de nada. Le he pasado cosas a Javier para que se las de a su gente.

-Veo que no tienes información jugosa.

-Algo te puedo contar de otros temas. Simplemente no has acertado en las preguntas.

-No recuerdo haber preguntado nada en concreto. Hoy me da que es difícil acertar. Estás enfadado.

-Finn y Aiden. Todo mentira. Lo que te contaron.

-¡Ah!

-Aiden está con otro. Desde hace años. Con el que está, un tipejo. Un impresentable. Es al que viste con él el día de tu falsa quedada con Clarita.

-Al menos mejor que Finn…

-Por ahí se andan. De Finn no te cuento nada, porque lo recuerdas perfectamente. Conmigo no te hagas el tonto.

-¿Qué quiere?

-Dinero. Que te he dicho que no te hagas el tonto.

-¿La excusa?

-¿Importa? Es eso, una excusa. Trafica con drogas y extorsionando a los deudores de prestamistas fuera del sistema. Es su sustento. Lo blanquea en esa empresa, Uremerk. Su tiempo libre lo utiliza en seguir engañando a los amigos y a todos los que se pongan a tiro. Con esa tía con la que estaba, parece que no acabó bien la cosa. Ella no quiere saber nada de él. Se dedica a ligarse a una cada día. Y a la mayoría las roba o directamente las cobra. Para tu información, participa en algunos foros homófobos. Sus aportaciones son cuando menos… para estudiarlas. Su nivel cultural es ligeramente superior al cero.

-¿Es un matón?

-No, no tiene media hostia. Es el mirlo blanco, la zanahoria. El que propone a los deudores una salida honrosa: prostituirse, buscar otros clientes, o emponzoñar a amigos. En eso es un maestro autodidacta. A veces le acompaña el matón, pero es tan delicado, que se va mientras el otro hace el trabajo sucio.

-Ha pasado de nivel entonces.

-Carmelo te pone los cuernos.

-Vaya. ¿Con quien esta vez?

-Con un asistente de la peli que rueda. Es solo sexo. Pero eso no es ninguna novedad.

-No, no lo es.

-Tu embajador ha mantenido un encuentro discreto con Toni Fresno.

-Recuérdame quién es.

-El ex-socio de Sergio Romeva.

-¡Ah, joder! El amigo Toni. Me había olvidado de él. ¿Sabes de que hablaron?

-No. Pero si el embajador ha quedado con ese, yo que tú cambiaría mi impresión de él.

-No sabemos… a lo mejor Toni sigue relacionado con el mundo del espectáculo. El embajador está siempre implicado en eventos culturales…

-Vale, lo que tú digas.

-Joder, Aitor, estás hoy insufrible.

-Tienes razón.

Lo siguiente que pudo escuchar el escritor, fue el silencio de una llamada que se había cortado.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 20.

Capítulo 20.-

 

Nunca lo había visto antes. No era de extrañar, era la primera vez que paraba allí a tomar un café y sentarse en la terraza. Era una panadería con cafetería, o una cafetería con panadería. Las dos partes estaban bien montadas. Y el dependiente-camarero, también estaba bien plantado. Era… era tocayo. Fue lo primero que le llamó la atención. Lo ponía la chapa del pecho. Parecía que era un piercing en el pezón. Estaba a la misma altura. Se lo imaginó sin la camisa y el delantal que llevaba como uniforme. Con el imperdible de la chapa pinchado en el pezón. Y por las mangas de la camisa asomaban algunos tatuajes. Como ya le había quitado el uniforme, se imaginó un enorme dragón cuya cola era uno de sus brazos y que la cabeza estaba en el otro brazo y el pecho era las alas y parte del cuello en dónde iba montado el Príncipe de Bel Air. No sabía que pintaba ese Príncipe ahí, pero estaba. Le daban morbo. Los tatuajes. Luego a lo mejor era el nombre de su novia o el de su madre. O un molino de viento, o esas letras chicas que te tienes que fiar del significado que te cuenten. A lo mejor dice “Tu puta madre, maricón” y tú te crees que llevas un pictograma que significa: “Paz y amor en el mundo”.

El hombre le sonrió y le miró fijamente. Quiso pensar que lo hacía con él, porque le había gustado. De repente el dependiente-camarero se había dado cuenta que ese cliente al que servía por primera vez, porque si hubiera venido antes lo hubiera recordado, porque se hubiera arrodillado y le hubiera pedido matrimonio sin más preámbulos, era el hombre con el que quería pasar el resto de su vida. Y le daba igual que no bajara la tapa del váter, o llegara tarde a desayunar, o se quedara por las noches viendo de tirón una serie de Movistar y por la mañana no hubiera hijo madre que lo levantara para que se fuera a trabajar. Pero en realidad era una técnica de ventas. Sí, porque cuando se iba a casa, fue a comprar una barra de pan y acabó con la barra, con una palmera de chocolate, con una trenza de naranja y chocolate y con un bollo de mantequilla.

Y con una sonrisa.

Otra.

Podría haberle dicho de quedar cuando acabara de trabajar. Dar un paseo, y tomar un chocolate o una cerveza sin alcohol, o con limón, o una cerveza negra, lo que él quisiera. Aunque a lo mejor prefería tomar un té con pastas, a las 5 de la tarde, como buen inglés. No era inglés, al menos no tenía acento aunque Leonor Watling tampoco lo tiene.

Y luego tras una charla larga, una tarde-noche llena de momentos mágicos, de conversación fluida y de sonrisas sin par, uno de los dos dice algo de ir a tu casa o a la mía. “No, la tuya”, “bien entonces”. Y fueron a tu casa, y allí, la magia cambió la palabra por los besos y las caricias.

Y esto, como en un buen cuento, acabaría en una boda en los Jardines del Palacio Real, con la presencia en sitio de honor del Presidente de los Estados Unidos, ahora que ya no es Trump.

-Son 5,80, por favor.

El Presidente de USA acababa de diluirse en su mente y lo sustituyó la tarjeta de crédito con la que pagó los pasteles. Y el pan. El café ya lo había pagado antes de sentarse en la terraza.

Jorge Rios.

Cerró el ordenador. Miró hacia la barra y vio al camarero del que acababa de escribir. Indudablemente era mejor la ficción que la realidad. Acababa de verle hacer un gesto de desprecio hacia una de sus compañeras de trabajo. Nunca le habían gustado los chulos y ese chico, cuanto más lo observaba, más se lo parecía.

Podía haber imaginado que era un policía de incógnito. Doble morbo. El delantal que llevaba como uniforme y uno de policía que llevaría debajo.

Pensó en llevarlo a los servicios. Empujarlo dentro de uno de los reservados y cerrar la puerta. Acorralarlo contra una esquina y pegar su boca a la de él.

-Muéstrame la pistola, querido.

Y le arrancó la camisa haciendo saltar los botones. Le desanudó el delantal y lo dejó caer. Y ahí estaba, el uniforme de policía tatuado en su pecho.

Jorge Rios.

Miró hacia la calle. Podía haberse sentado en la terraza, pero se lo habían desaconsejado. Era mejor dentro. Y casi mejor porque de repente se había nublado y amenazaba lluvia.

En la calle la gente corría a resguardarse. Las primeras gotas cayeron casi sin dar tiempo a nada. Cualquier sitio era bueno para buscar refugio. En pocos minutos la lluvia arreció y se convirtió en un verdadero diluvio. Aunque no parecía que fuera a durar mucho. Para algunos viandantes, eso había sido un problema. Jorge vio a varios empapados completamente. Un grupo de seis trajeados de ambos sexos entró en el establecimiento. Parecían niños pequeños riendo nervios y golpeando la ropa en un intento vano de secarla. Jorge se sonrió al verlo. Volvió su atención a la calle. Una pareja de hombres llamó su atención. Se daban un beso. Estaba refugiados bajo una pequeña tejavana. Uno de ellos le resultó conocido. Aguzó la vista. Era Aiden. El que estaba a su lado no era Finn. Sacó el móvil y les sacó una foto. Si fueran dos desconocidos pensaría que eran pareja. Y aunque fueran conocidos, tuvo claro que eran pareja.

Después de sacarles un par de fotos, tiró el móvil sobre la mesa. Estaba enfadado. Una vez más le habían tomado por tonto. Pero decidió dejar ese tema aparcado y volver al tema del día.

Ya pasaban quince minutos de las siete de la tarde. Si eso fuera una de sus citas con sus sobrinos, ya les hubiera llamado. Decidió esperar un poco más. Miraba a su alrededor y no vio nada que le llamara la atención. Ni de posibles agresores ni de policías. Si los había eran totalmente desconocidos para él.

El grupo de trajeados se había sentado en un rincón de la derecha, con un pequeño sofá y dos butacas. Los otros dos se habían sentado en unas sillas que habían acercado de otras mesas.

Su pierna empezó a moverse compulsivamente de arriba a abajo. Era como un terremoto incontrolado que aumentaba de intensidad cada pocos segundos. Puso sus manos sobre sus piernas para pararlas. No lo consiguió.

En los últimos minutos no había conseguido evitar preguntarse que demonios hacía allí. La espera le ponía nervioso. Una espera que no sabía que le iba a traer.

Decidió darse diez minutos más. Si no pasaba nada, se levantaría y no miraría atrás. Se iría de allí a paso ligero, en busca de otro sitio en donde estar tranquilo y ponerse a escribir.

Jorge Rios

Cogió el móvil por enésima vez. No había mensajes. Ni correos. Al menos los que en ese momento podían interesarle. De la editorial le escribían convocándole a una reunión para el día siguiente con Narcís Terragó. Le comunicarían el cambio en su editor. Podían haberle llamado. En circunstancias normales les hubiera devuelto la llamada inmediatamente.

De repente, tomó una decisión: iba a comportarse como le salía. Escribió rápidamente un mensaje contestando al de la cita de Clara.

Llevo 20 minutos esperando. ¿Vas a venir? ¿Ha pasado algo?”

Marcó el número de la editorial.

-Hola, soy Jorge Rios. Me habéis escrito un correo.

Pero la secretaria que le contestó, no supo darle razón de nada.

-¿No está el Sr. Terragó?

-No, salió para asistir a una reunión.

-¿Y el Sr. Nadiel?

-No se encuentra.

Se despidió de la secretaria. Parecía nueva. No sabía nada y no había nadie. Eso era un sin sentido. Su editorial empezaba a parecerse al camarote de los hermanos Marx. “Y también dos huevos duros. Trae tres”.

Estuvo jugueteando con el móvil un rato. No sabía que hacer. Llamó a Daniel “Cape”, el “marido” de Carmelo del Rio.

-Necesito tu consejo – le soltó nada más contestar.

-Te escucho – le respondió sin mostrar enfado por la brusquedad.

Le contó lo que había dicho su “sombra”, como decidió empezar a llamar a Hugo, su escolta. Los sucedidos en la editorial y el correo.

-Llama a Helena Martínez. Es la Secretaria de un bufete muy potente. Una vez traté con Óliver Sanquirián, me pareció serio y efectivo. Solo con él, con ningún otro abogado de ese bufete. De hecho posiblemente le llame dentro de unos días para que se ocupe de unos asuntos. Pero entre sus clientes estaban algunos escritores. Sabrá como tratar con la editorial en esta nueva tesitura. Pero pregunta por él. Si te ofrecen otro abogado, aunque sea del mismo bufete, insisto, rechaza la posibilidad de plano. No dudes por parecer educado.

Llamó nada más colgar.

-Pues es que el Sr. Sanquirián no trabaja aquí.

Jorge pensó que no era posible que todo le saliera al revés.

-Pues en algún sitio trabajará.

-Debo consultarlo. Le llamo en media hora.

Y colgó.

-En media hora. ¿Quién tiene media hora? – murmuró entre dientes enfadado.

Llamó a su “sombra”.

-Mira en el armario de mi despacho, el que está detrás de la silla donde escribo. En la balda de en medio están todos los contratos y correspondencia legal con mi editorial. Escanea todo, por favor. Ya te digo luego lo que hay que hacer.

-¿Ha pasado algo?

-Es por eso que has oído esta mañana en la editorial. De lo otro, no se ha presentado nadie.

-Camarero, pónme otro Moka doble. Y una de esas Muffins de arándanos.

El camarero que le había servido de inspiración se lo acercó a la mesa. Le había puesto su nombre en el vaso de plástico. Cuando le había pedido la primera vez le había dado otro nombre. Le había conocido.

-Tengo una curiosidad. Ese tatuaje que asoma por el puño de la camisa ¿Qué es?

El camarero se subió la manga y le enseñó la cola de un dragón. Y en el otro brazo tenía la cabeza y el cuello. Jorge se sonrió: había acertado.

-¿Y el resto del dragón?

-Lo iba a hacer en el pecho y la espalda. Pero mi novia me lo ha prohibido.

-La entiendo. A mí tampoco me gustaría tanto tatuaje en mi novio.

-No lo ha hecho por eso. Lo hace porque cuesta mucho dinero. Son muchas sesiones.

-Y dolerá.

-Sí.

-Estás mejor así. A mí al menos me gustas más. Te diría incluso que para mi gusto, te has hecho demasiados tatuajes.

-¿Se sacaría un selfie conmigo a pesar de los tatuajes?

El chico puso un gesto de broma que hasta con mascarilla le fue evidente a Jorge.

-Si me dices la novela que más te ha gustado.

Era una prueba que solía hacer para saber si efectivamente los que le pedían una foto eran fan de haberle leído o fan de “es un hombre que sale en la prensa”.

-“Tirso” – respuesta rápida, sin dudar.

-No te lo has pensado.

-El protagonista me encanta. Y lo imagino como Carmelo del Rio, sabe, ese actor…

Jorge se sonrió.

-Lo conozco de vista – dijo guasón.

Se levantó y se puso al lado del camarero.

-¿Le importa que nos quitemos la mascarilla?

Jorge se la quitó del todo y el chico le imitó. Estiró el brazo y puso el teléfono en alto. Se veía en la pantalla su imagen. Sonrieron y sacó la foto.

-Gracias.

Sonó su móvil.

-Soy Helena Martínez.

-Dígame.

-Apunte el teléfono. Le advierto que a lo mejor es reticente a encargarse de…

-Insistiré. Me ha dado referencias Daniel Gutiérrez.

-Ya lo imaginaba.

-¿Y por qué lo imaginaba?

-No nada, perdóneme. Me he hecho la lista.

Supo que era una retirada en toda regla. Pero no quiso insistir. Cuando Cape fuera a cenar a su casa lo hablaría con él. Esa Helena no tenía por qué asociarlo con Cape. No es que le molestara. Le mosqueaba.

-¿Dígame?

No había esperado nada para marcar. No quería que la abulia que le solía invadir en lo que hacía referencia a encarar sus problemas le invadiera y lo dejara en el olvido.

-Buenas tardes. Mi nombre es Jorge Rios. Y me ha hablado de usted Daniel Gutiérrez.

-Si es por un asunto legal, ya no trabajo en el bufete de Otilio…

-Pero usted es abogado.

-Sí, claro.

-Lo quiero como mi abogado.

-Pero no tengo ni despacho.

-Tendrá casa. Un ordenador. Un teléfono. Una mesa. Ya es suficiente.

-La de mis padres en el pueblo. Es lo que tiene la falta de ingresos.

-Mejor, así trabaja más tranquilo. Mañana voy a verlo. Dígame dónde está su casa.

-En Concejo del Prado.

-¿En Concejo del Prado?

-¿Lo conoce?

-De oídas. – dijo de manera evasiva – Mañana voy.

-Busque la farmacia. Cualquiera en el pueblo sabrá decirle. Le espero aquí. Pero no se haga ilusiones. Me han retirado.

-Pues yo le pongo de nuevo a trabajar. Y así solucionamos su falta de ingresos. Pero si quiere un consejo, no se mueva del pueblo. Me han hablado muy bien de ese en concreto.

Y colgó.

Se dio cuenta que no le había dicho una hora. Daba igual. Ya le mandaría un mensaje o lo llamaría cuando saliera. O seguro que en cuanto entrara en el pueblo, él se enteraba.

Clara seguía sin responder. Era lo esperado. Pero era su número. A lo mejor lo habían clonado. O le habían quitado el móvil. Llamó a su madre.

-Rosa.

-Jorge. Has estado con Clara.

-Sí, la fui a ver al cole.

-Gracias.

Le fue a decir que había pensado ir a ver a Jorgito, pero de eso todavía no estaba seguro. Todo se estaba complicando mucho. No se había dado cuenta al quedar con ese abogado por la mañana. Aunque podía llamarle y decirle que iba por la tarde. Además, debía buscar un coche. Él no tenía. Hugo lo llevaría. A lo mejor el policía tenía coche y lo podían usar. O alquilarían uno.

-O pido un taxi – murmuró. – O le digo a Carmelo.

-¿Clara? – preguntó ya en voz alta.

-Está en el ensayo. Irás a la obra, espero. Le hará mucha ilusión.

-Se lo he prometido. ¿Ha cambiado de número de teléfono?

-No ¿Por qué?

-No me contesta.

-Lo tendrá apagado.

-Claro, el ensayo.

No se entretuvo más hablando con Rosa. Estaba inquieto. Se acercaría al colegio a comprobarlo. Esa intuición famosa del comisario Javier Marcos. Ya le habían informado al respecto. Si todo un comisario jefe las tenía en cuenta, no iba a ser él menos.

Se levantó. Pagó el café al camarero del dragón. Y salió a la calle.

Caminó a paso vivo hacia su casa. Se dio cuenta de que lo seguían a una cierta distancia, salvo una chica que iba un par de pasos por detrás. Se giró para enfrentarla.

-Somos su equipo de escolta.

-Se me había olvidado. – se disculpó el escritor. – Mil perdones de verdad.

Volvió a su camino. Había sido muy desagradable con esa chica. Pero no estaba de humor. Ya la pediría perdón, como a todo el equipo.

Aquel hombre que le miraba desde el otro lado del salón de la casa en donde se celebraba la fiesta de esa noche, parecía que le conocía. Gorka no había ido esa noche. Eso le fastidiaba porque se había acostumbrado a no tener que preocuparse de los demás invitados. Era normal que se le acercaran para intentar ligárselo.

-Hola escritor.

-Un joven de unos veintitantos se había puesto a su lado. Le miraba sonriendo, con una copa en la mano.

-¿Te apetece un trago?

El joven le tendía su copa. Jorge, sin dudarlo, se lo cogió y le pegó un largo trago.

-Hacía tiempo que no tomaba Ron-Cola. Antes me gustaba.

-Te preparo uno.

-Me conformo con beberte el tuyo.

-Me llamo Jacob.

-Yo Jorge.

Jacob se acercó y le besó en los labios. Jorge pensó en apartarlo, pero no lo hizo. Ese joven sabía el terreno que pisaba. Y él hacía tanto tiempo que no besaba a nadie de verdad… no se había dado cuenta de lo que lo echaba de menos.

-Me gustaría que me acompañaras a una de las habitaciones.

-Hay gente más guapa en la fiesta.

-Para mí, ninguno tanto como tú.

-Luego no me acordaré de nada.

-Pero me tendrás en tus sueños.

Se quedaron en silencio unos segundos. Se miraban. Jorge dudaba. Le volvió a coger la copa y bebió de ella.

-Me gustas escritor. Y pienso hacer lo imposible para que no te olvides de esta noche.

-A ver si es cierto, Jacob.

Éste le cogió de la mano y tiró de él. De vez en cuando se giraba y lo sonreía. Jorge, para su sorpresa, empezaba a excitarse. No recordaba lo que era sentirse así. Seguramente empezaba a sentir las consecuencias de haber dejado esas “vitaminas”.

De repente, se detuvo. Jacob le miraba sin soltarlo. Jorge lo atrajo hacia sí y esta vez fue él el que lo besó.

-Tu boca sabe a sexo, Jacob.

-Pues ya verás cuando pruebes mi falo. Ese sí que sabe a sexo.

Jacob le sonrió y volvió a tirar de él.

Justo antes de perderse en las escaleras que conducían al piso de las habitaciones, Jorge volvió a mirar a ese hombre que seguía pendiente de él. Intentó acordarse de qué lo conocía, pero no lo consiguió. Solo pensó que en realidad no pegaba en esa fiesta. Era demasiado viejo y demasiado elegante.

Tropezó y casi se cae al suelo. Jacob le miró preocupado.

-Perdona, es que me he perdido en la visión de tu culo y me he olvidado de los escalones.

-Es todo tuyo, escritor.

Jorge Rios