Necesito leer tus libros: Capítulo 103.

Capítulo 103.-

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Olga dejó la bolsa de viaje al lado de la puerta de la habitación del hotel. Había sido una jornada agotadora. Había adelantado algunas clases en el curso de Quantico para tener esos días libres y poder dedicarse sin distracciones a Arlen y su reunión de los viernes. Al acabar sus asignaturas y tras un rato de charla con los alumnos, Ventura lo esperaba con un coche para iniciar viaje. Habían decidido quedarse en un hotel cercano a la finca y así poder dedicarse a dar una vuelta tranquilos por los alrededores desde muy temprano.

Tenía la intención de meterse en la ducha antes de salir a cenar algo. Pero la visión de la cama la hizo cambiar de idea y pensó mejor en acostarse aunque fueran unos minutos. Se quitó las botas y cuando iba a tumbarse recibió un mensaje de Carmen.

“¿Videoconferencia?”

A la vez sintió que tocaban muy suave en la puerta. Se levantó resoplando y fue a abrir. Al ver que era Ventura, dejó la puerta abierta como muda invitación a entrar y fue a sacar su tablet y conectarla al televisor de la habitación.

-Carmen quiere hablar – dijo con apenas un hilo de voz.

-Deja, ya lo preparo yo. Túmbate un rato. Me tenías que haber hecho caso y dormir durante el viaje. Eso de dedicar las noches a videoconferencias con tus amigos para ponerte al día de todo, te va a pasar factura.

-Tú también estás cansado. No podía dejarte conducir sin darte apoyo. Yo tengo conferencias telemáticas y tú investigas para mí.

Olga le hizo caso y se tiró sobre la cama. Tal como cayó, así se quedó.

-¿Y si la dices que mejor mañana?

-Creo que es importante. Solo espero que no sea largo. – Olga arrastraba las palabras dejando claro que estaba muy cerca del reino de los sueños.

-Te lo preparo y os dejo solas.

-No. Te quedas. Eres parte del caso, Ventura. No hay secretos.

-Me halagas. Pero eso … soy del FBI.

-Por poco tiempo – dijo Olga arrastrando las palabras y sin moverse de la posición en la que estaba tumbada.

-Ni agotada cejas en tu campaña – Ventura la miraba con gesto divertido.

-Solo tú no sabes que te vas a venir con nosotros. Lo estás deseando. Y cállate un rato, anda, cinco minutos para una cabezada …

Ventura negó con la cabeza, pero no añadió ningún comentario. Sonrió al escuchar que la respiración de Olga se había convertido en la de una persona dormida. Preparó el sistema de comunicaciones e hizo la llamada.

-Olga, debes levantarte.

La comisaria se incorporó de un salto. Justo se puso delante de la cámara cuando Carmen apareció en la pantalla. Ventura se fue a quitar pero Olga lo retuvo.

-Encantado de conocerte, Ventura. Siento decirte que te pareces a mucho a tu madre.

-No lo sientas. Es la verdad y me siento orgulloso de ello. Encantado de conocerte.

-Lo mismo digo. Espero tenerte con nosotros en breve.

-No empieces por favor. Ya tengo bastante con la campaña de Olga al respecto. Quisiera escuchar otras opiniones.

-Llamo a Patricia si quieres. Patricia Martín.

-La recuerdo sí. ¿Veis? Por eso no quiero volver. Esa seguro que no está contenta con la posibilidad de que me una a vosotros.

-Patricia ya no está con Termas. Hace mucho de eso. Ahora está soltera.

-¿A no? Pues ya le costó recuperar la cordura que siempre había exhibido hasta que se juntó con ese.

-Pero te sigue odiando – se rió Carmen.

-Dinos Carmen. Íbamos a ir a cenar algo y a dormir. Llevamos unos días agotadores. Acabamos de llegar a Carolina del Norte para ver mañana a Arlen de nuevo. Y me temo, que si las intuiciones de Ventura se hacen realidad, va a ser un día intenso.

-¿Tienes intuiciones Ventura? ¿Ves como tienes que venirte con nosotros? Somos la Unidad de las intuiciones. Algunos nos insultan así.

El agente del FBI levantó las cejas resignado. Pero no contestó a Carmen.

-Su reunión de los viernes. Su velada musical. – explicó Ventura, con la intención clara de apartar la conversación de él.

-Son unos kilómetros. – Carmen se había vuelto a poner seria.

-Por eso necesitamos dormir. Acabamos de llegar de viaje.

-Al grano entonces. Han intentado de nuevo atentar contra Jorge y Carmelo. En Concejo. Una sicaria.

Olga se despejó en un momento.

-¿No será de nuevo nuestra amiga del MI5? – Carmen negó con la cabeza como muda respuesta a la pregunta de su amiga – Cuenta. Has dicho Jorge y Carmelo. No has incluido a Cape que estaba también, si no se ha dado a la fuga antes de tiempo.

-Ha sido poco después de incorporarse a la reunión Laín y Paula. Una mujer con un ciento de comentarios en nuestros informes, ninguno probado, que la nombran asesina a sueldo mejor pagada en España. Con ciertas relaciones con Nando. Y con otros muchos, incluido Valbuena. Para ser exactos, algunos de sus clientes. No he incluido a Cape no. Pienso que de verdad, los objetivos eran ellos dos. Cape si te soy sincera, o ha hecho un pacto con los malos, que no sería descartable, conociéndolo, o no les interesa ya, por irrelevante y cobarde.

Carmen empezó un relato pormenorizado de como se sucedieron los acontecimientos. Olga y Ventura escuchaban con atención sus explicaciones. Carmen incluyó en ellas el sucedido que había protagonizado Máximo, el conductor ocasional de Carmelo para llevar a las visitas y ocasional colaborador como informador de la Policía.

-¿Y por qué Máximo no nos ha informado antes? Ese hombre nunca me ha gustado. No confío en él.

-Buena pregunta. Quizás porque hubiera tenido que depositar como prueba el dinero que pagó esa tipa por su información.

-¿Y a quién se lo ha contado al final? Me imagino que a ti no. Y a Flor menos todavía.

-A Alberto.

-¿A Alberto? – Olga tenía los ojos muy abiertos. – ¿Nuestro Alberto?

-Ha vuelto a Concejo. Anoche. Fue la estrella de la “fiesta” de recibimiento oficial de Jorge en Concejo. Le robó el protagonismo. La reunión estaba concebida como la presentación de Jorge en la sociedad de Concejo. Aunque se la pasó de charla en charla. Y como colofón cuando ya parecía que sus escapadas se habían terminado, apareció Alberto que centró todas las atenciones a partir de que entró en el bar. Y Gerardo el pobre, a lágrima viva.

-Eso casi le alegraría al escritor. Así le quitó las miradas de la gente. ¿Se puede saber con quién charló Jorge?

-Con Javier y con Cape. Charlas largas e intensas. Me dicen que al final de la velada, tenía la boca como un estropajo de tanto darle a la hebra. Éste le anunció oficialmente su intención de echar patas y no dejar de correr hasta que llegue al fin del mundo.

-¿Javier no se cruzó con Alberto?

-No. Debió ser por minutos. Aritz se lo llevó justo antes.

-Jorge estará que fuma en pipa con lo de el “otro” Daniel.

-Lleva tiempo enfadado con Cape. Lo ha disimulado, pero hace unas semanas, un día que Dani le insistió para que fuera con él a la casa de Cape a dormir en una de sus vueltas a casa, porque le pareció a Jorge que no le apetecía estar a solas con él, Dani se levantó por la noche y fue a buscarlo medio zombi. Fíjate como lo vería de perdido y desesperado que llamó a los escoltas y se lo llevó de allí al instante. No le dejó ni vestirse. Le puso un anorak viejo por encima y se lo llevó de allí. Y Dani se dejó hacer.

-Cape nunca ha sido una buena influencia en Dani. Lo ha querido siempre acaparar. Apartarlo de todos. Cuando Dani ya se había trasladado casi permanentemente a la casa de Jorge, esa insistencia en llamarlo para que fuera a casa cuando él volvía … era para marcar territorio. Un intento de volver a controlarlo y apartarlo de Jorge.

-Pero con Jorge ha pillado en hueso.

-Jorge es mucho Jorge. Desde la reaparición estelar de Cape hace tres años, fue poco a poco rompiendo los amarres con los que Cape tenía sujeto a Dani. Cape llegó y lo apartó de todo. Hasta se inventó eso de que estaban casados. ¿Están bien por cierto? Después de la aparición de esa tipa.

-He hablado con él hace un rato. Yo creo que está inmunizado. No le gusta salir así de los sitios, pero es más por un tema de orgullo. Y ha descubierto la terraza de la Hermida 2.

-¿Y?

-Una pequeña lucecita se ha encendido en su cabeza. Va a ir a buscar a Sergio Romeva a su escondite de retiro. Me lo acaban de anunciar los escoltas. Para dentro de unos días. Está en Santander.

-Espero que no insista con Dani respecto a … – Olga movió la cabeza mostrando el fastidio que le producía ese pueblo. – Ir a vivir a Concejo no fue la mejor decisión que ha tomado Dani. Por eso Jorge ha tardado tres años en pisar ese pueblo.

-Tú tampoco eres de acercarte allí. Siempre me lo has dejado a mí.

-No siempre.

-Lo evitas.

-No hace falta que te haga un mapa de por qué. ¿Jorge ha preguntado a Dani sobre la terraza y su lucecita?

-Le ha preguntado, sí. A él y a Cape, que siempre va detrás de Dani marcando territorio. Pero tanto Cape como Dani no han dicho nada.

-Dani porque no recuerda. El otro porque es un cabrón.

-Jorge no ha visto siquiera a la asesina. Si no, a lo mejor se le hubiera encendido otra lucecita. Si tenía algo que ver con Nando …

-Mejor para la sicaria. Si llega a toparse con él, a lo mejor estarías ahora en Concejo esperando al Juez para el levantamiento del cadáver de la tipa esa.

-Iba bien armada. Contra eso …

-Jorge dispara mejor que yo. Y está rodeado de compañeros que llevan al menos una pistola.

-Eso no me has contado nunca.

-No entremos en detalles. Hazme caso.

Carmen se quedó mirando la cámara, callada. Parecía estar esperando alguna aclaración.

-Tú un día, tiéntale, a él y a Dani, para ir a la sala de tiro. Apostad. Y si quieres ponerle más aliciente a la apuesta, incluye una competición sobre desmontar y volver a montar la pistola. Dani sabes que es bueno, tanto disparando como con las armas. Lo has comprobado sobre el terreno y le has escuchado a Eloy. Jorge es infinitamente mejor.

-Esto no va a quedar así, y tú lo sabes.

-¿Los tipos que atentaron contra Jorge en aquella Notaría? – preguntó Ventura para cambiar de tema.

-Se van a quedar el marrón. No parecen propensos a hablar.

-¿Dices entonces que los de la Notaría …? – preguntó Olga.

-Hay que buscar el dinero. Ponérselo difícil para que disfruten lo que han cobrado. – opinó Ventura. – Es una forma de que tengan más ganas de hablar. Murió uno de ellos ¿No?

-Sí. Lo abatieron los del equipo del capitán Melgosa que estaban de apoyo camuflado en la zona. Es uno de los que estaban en esa fiesta privada con Galder. El que se enfrentó a Jorge. – Carmen hizo una pausa para que Olga asimilara la información; decidió entonces hacer una propuesta a Ventura para cambiar de tema – Podías echar una mano con el tema del dinero.

-Si me das acceso al sistema, y puedo ver los detalles, lo intentaré.

-Antes de eso, si no tienes inconveniente, un amigo hacker se ocupará de hacerte seguro tus dispositivos.

-¿Qué hacker?

-El mejor.

-Si no es “Black3491” o “Blue456” os ha engañado: no es el mejor.

-Tranquilo, es “Blue456” – le dijo Olga sonriendo.

Ventura se la quedó mirando con extrañeza. Hubiera apostado a que era el otro hacker el que conocían Carmen y Olga.

-Javier y Jorge. Sus dos amigos del alma. Es largo de explicar. Blue moriría por ellos. Literal.

-Como no, Jorge por medio siendo el amigo del alma de alguien y salvándole la vida, apostaría. – lo dijo casi como un pensamiento que se le había escapado. Olga pudo escucharlo, aunque prefirió no hacer ninguna observación.

-Cuando “el guarda” dé el visto bueno, te mando el acceso. – Carmen era ajena al comentario de Ventura.

-Ok.

-¿Y la tipa aquella? La del parque. Se me ha olvidado preguntarte. – Olga a pesar de que hacía ya un rato tenía ganas de acabar la conversación e irse a cenar algo antes de meterse en la cama, no pudo evitar interesarse por ese tema que hacía días que la preocupaba.

-Nada. No hemos encontrado ni rastro. Sigue su curso la investigación. Se encarga Quiñones. También se encargó de los de la Notaría.

-¿Eduardo Quiñones?

-Sí.

-¿Trabaja con vosotros? – el tono de extrañeza con unas ciertas notas de asco, no pasó desapercibido para las dos comisarias.

Carmen y Olga se miraron a través de la pantalla. Luego ésta, se giró para observar directamente a Ventura.

-¿Lo conoces?

-Mejor me callo. – Ventura se echó atrás.

-Por favor.

-No, porque solo sé cosas de oídas. Y no quiero que … no me gusta hablar sin pruebas.

-Oídas que lo destrozan.

-Pues sí, claro. Lo ponen a los pies de los caballos. Pero si ha pasado vuestros filtros, no hay nada más que decir.

La cara de Carmen se convirtió en un poema. Aunque una vez más, como siempre que aparecía el tema de Quiñones, decidió aparcarlo.

-¿Por qué de repente todo el mundo piensa que puede matar a Jorge? Ha estado años sin que nadie atentara contra él. – preguntó Ventura.

-Puede ser por lo de Tirso, la serie.

-Todo parece que se ha empezado a animar cuando le habéis puesto escolta. ¿Os habéis fijado?

-Desarrolla esa idea. – le pidió Carmen.

-Todo el que quiera saber, conocía que Jorge estaba protegido.

Olga le hizo un gesto para que continuara.

-Lo estaba por tipos duros, llamémosles mercenarios. Tipos muy eficaces. Sin escrúpulos, pero con unas fidelidades muy arraigadas. Van a muerte. Y todo el mundo sabía que puede que el que intente algo contra Jorge, salga con bien en un primer momento, pero luego tendrán que mirar a su espalda el resto de su vida. Ellos no van al juzgado. No necesitan seguir protocolos ni atenerse a los procedimientos judiciales. No buscan pruebas. Solo necesitan saber. Van a los callejones a dejar los cuerpos de los que han osado desafiarlos. Y chocar con Jorge, aunque sea fortuitamente, para ellos, es desafiarlos. Jorge es una de sus fidelidades inquebrantables. Y os diría más: va más allá del sueldo que cobran por sus servicios.

-Tu argumento va en el sentido que esos que quieren mal a Jorge, piensan que ahora, Jorge es más vulnerable – acabó Carmen el razonamiento.

-La policía, al menos vosotros, no vais a ir a buscarlos para matarlos. Seguiréis los cauces de la ley. Aunque los detuvierais, mientras entran y salen de la cárcel, se prueba o no se prueba, se pierden evidencias, testigos que desaparecen … pueden ocurrir muchas cosas. Y siempre tendrán su pago en sus cuentas corrientes en las Caimán. Sus familias podrán vivir sin problemas. Los otros, no. Los otros sí van a ir a buscarlos. Antes o después, pero irán. Tienen dos opciones: mirar continuamente a sus espaldas, con miedo, a la espera de una bala certera, o directamente cortarse las venas en una bañera llena de agua tibia. Y respecto al dinero, un día la mujer, la madre o quien sea, irá a sacar dinero, y en lugar de encontrarse un saldo de seis cifras, comprobarán estupefactos que no tienen ni un euro.

Olga suspiró. Miró a Carmen antes de hablar. Ésta asintió con la cabeza.

-Jorge nunca ha dejado de tener esa otra protección.

Ahora era Ventura al que le llegó la hora de mostrar sorpresa.

-¿Lo tenéis comprobado?

-Digamos, que … es intuición. No es fácil detectarlos, tú lo has expresado muy bien. Pero están. El día del parque lo tenemos casi comprobado. Hubo un tipo que disparó a Hugo para que protegiera a Jorge tirándolo al suelo. Su línea de disparo hacia la asesina, la tenía ocupada por nuestros compañeros que la abordaron. No podía alcanzarla a ella sin herir a Kevin o Yeray. Al disparar a Hugo, éste actuó y se tiró encima de Jorge, protegiéndolo con su cuerpo. La tipa disparó unas cuentas veces en ese momento a Jorge. E hirió a Yeray. Cuando éste y Kevin cayeron por los disparos, el “protector” hirió a la sicaria. No hace falta decir que la mujer desapareció sin dejar rastro. Y por supuesto, el tirador hizo lo mismo.

-Sus protectores son los mismos que le asistían en sus excursiones.

Ninguna de las dos comisarias dijeron nada sobre lo que acababa de decir Ventura.

-Al menos esos de la Notaría, han tenido suerte, no se ha ocupado Quiñones. – sentenció Ventura.

Carmen se echó a reír.

-Sí, se ha ocupado. En un principio lo iban a hacer el capitán Melgosa y Romanes, de la Guardia Civil. Pero al final, lo dejaron en manos de la Unidad.

-A petición de Quiñones, seguro. – Ventura no pudo ocultar un tono de hastío – Romanes es un buen tipo. Al otro no lo conozco.

-¿Por qué has dicho que han tenido suerte de que no se ocupara Quiñones? – Carmen estaba intrigada por ese comentario.

-Dejemos el tema en que sin Quiñones por medio, llegarían todas las evidencias al juez y no habrá ningún error de protocolo que deje libres a los malhechores. Y eso, aunque a esos sicarios ahora no se lo parezca, es una suerte para ellos. Porque el que ha atentado contra Jorge y haya quedado libre, acabará muerto. Al tiempo.

-Perdonad, Ventura, Carmen, pero necesito cenar algo y meterme en la cama. Lo siento de verdad.

-Ya me contaréis. Y Ventura, me apetece escuchar esas “oídas”.

-Tú nos tienes que contar mañana la excursión del hacker. Al fin lo vas a conocer en persona. – recordó Olga a Carmen.

-Me apetece sí. No he visto ni una foto de él. No tengo ni idea de como es.

-No te la hagas, seguro que te sorprende.

-Vete a comer una hamburguesa. Que descanséis.

Ventura apagó el equipo y los inhibidores.

-¿Lo desmonto?

-Déjalo. Pienso llamarla mañana por la tarde.

-Será de madrugada en …

-Que se fastidie. Pon ese cacharro que tienes para evitar visitas y vamos a cenar. Tengo un hambre …

-Habrá que pedir triple entonces.

-Que exagerado eres. ¿No tendrás ascendientes andaluces? ¿Abuelos? ¿Tatarabuelos?

-Que yo sepa no. Por cierto, ¿De qué conoce Carmen a mi madre?

-Ni idea. Pregúntala cuando vuelvas conmigo a España.

-Que pesada, no pierdes ocasión … que no insistas que no voy a volver …

-Claro que lo vas a hacer. Y lo sabes.

-No sé como … te aguanto, la verdad.

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Olga y Ventura se quedaron sorprendidos del cambio que había experimentado la finca de Arlen desde el día de su primera visita. No eran cambios de aspecto, sino de vida. Había muchas personas de un lugar para otro. Les llegaba además desde la casa, un aroma inconfundible a barbacoa. Ese hangar que Olga pensó que albergaba un taller de cerámica era un bullicio de personas entrando y saliendo y se podían escuchar muchos sonidos que alimentaban esa idea de la comisaria. Se podía percibir el ruido de los tornos al girar, de martillos golpeando metales, otros martillos golpeando cinceles para moldear la piedra y crear esculturas …

La comisaria, nada más bajarse del coche, fue caminando decidida hacia allí. Visto por dentro parecía todavía más amplio que la impresión que daba desde fuera. No solo era cerámica, sino escultura, pintura, había dos hornos funcionando, uno para la cerámica y otro para el hierro. Un montón de personas trabajaban dentro en sus manifestaciones artísticas. Todos concentrados y parecían felices.

-¿Y todo esto solo pasa los viernes?

Ventura miraba con asombro el interior del hangar. Se decidió y entró en él. Olga, tras dudar unos segundos, le siguió un par de pasos por detrás. Todas las personas con las que se cruzaban, los saludaban como si fueran participes de toda esa actividad.

-Debéis ser Olga y Ventura. Soy Ethan. Tirso nos ha hablado de vosotros. Bienvenidos a los Viernes de Tirso.

El que les había abordado era poco más que un adolescente. Pelirrojo, con la cara llena de pecas. Dos hoyuelos en las mejillas realzaban su sonrisa enmarcada en unos labios carnosos y jugosos. Toda su cara irradiaba alegría. Los policías le saludaron chocando sus puños.

-Enseguida vuelvo con vosotros y os enseño todo esto. Tengo que encargarme de unos pequeños detalles de la comida. Estáis en vuestra casa.

Ventura lo siguió con la mirada. Parecía gratamente sorprendido por el chico.

-Vamos a ver como trabajan el barro esos. Te has quedado hipnotizado con ese joven.

-Me gustaría tener su alegría – fue solo un murmullo. Pero Olga lo pudo escuchar perfectamente. Le dio un ligero golpe en el brazo para que volviera a prestar atención al resto de personas que pululaban por el granero y dejara de pensar en lo que fuera que le llevaba siempre a volver a su gesto adusto y serio, aunque añorara la alegría que desbordaba el joven Ethan.

-Me llamo Isabel – una mujer que parecía ser la abuela de la mayor parte de las personas que veían, se acercó a saludarles. Era con diferencia la de más edad.

-Olga y Ventura – dijo éste a modo de innecesaria presentación. Parecía que todos sabían sus nombres y su profesión.

-Ethan me ha pedido que os haga de guía.

-Parece que el benjamín de todos tiene galones – comentó Ventura. – Y le pasa el testigo a la que parece tener más edad de todos los reunidos aquí hoy.

-Es imposible seguir su ritmo. Es hiperactivo. Él es el benjamín y yo la más vieja. Tienes buen ojo, Ventura.

-¿Y qué es todo esto? Nos esperábamos algo más … íntimo.

-Tirso quiere ayudar a todos los que de alguna forma hemos sido víctimas. Los viernes es el día que nos junta a todos para que nos sintamos acompañados y organiza una comida campestre con música y a veces hasta malabares circenses. Hoy es un día especial, de todas formas. Lo es por vosotros. Quería mostraros parte de lo que hace con su tiempo y su dinero. Y presentaros a algunos de los que están por aquí trabajando en sus hobbys.

-Esto es una vuelta de tuerca entonces a las reuniones de alcohólicos anónimos, por ejemplo.

-Es una forma de verlo.

-Perdona por la pregunta, no te ofendas por favor – Ventura no solo la pedía perdón de palabra, sino también con su gesto contrito – ¿Eres también una víctima o eres digamos una voluntaria? ¿Y ese joven Ethan?

-Por Ethan no puedo hablar. Mejor que os lo diga él si quiere. Yo soy víctima, sí. Y voluntaria. Soy un ejemplo más de mujer maltratada por su marido. Tengo mis días malos, pero en general, lo tengo superado. Veinte años lo aguanté. Pero a los cuarenta y cinco, una amiga me dio una torta y me despertó. Ahora tengo sesenta y tres. Los primeros meses … – Isabel hizo un gesto como indicando que había sido muy optimista al contar el tiempo – años, mejor dicho, los viví con un vacío … es la contradicción de la vida. Una de ellas. Esa persona que me anuló, que me maltrataba física y mentalmente, a esa persona la echaba de menos. Y a la vez, vivía con miedo de encontrármela. No aceptó de buen grado mi despertar y mi decisión de apartarme de él.

-¿Tienes hijos Isabel?

-Sí. Un chico y una chica. Ya son mayores, los tuve muy joven. Hace muchos años que casi no tengo contacto con ellos. Se fueron de casa en cuanto pudieron, sin mirar atrás. Y cuando me separé de mi marido, no consideraron que era una razón para acercarse a mí o para preocuparse por mi situación. Ahora tengo a todos estos que suplen un poco esa falta en mi vida. Intento no cometer los mismos errores que tuve al criar a mis hijos. Preocuparme por ellos, servirles de paño de lágrimas, respetarlos en sus decisiones, aunque no las comparta y apoyarlos a pesar de esa discrepancia.

-Es una pena que estas instalaciones solo se usen un día a la semana.

-En realidad se usan cuatro días y los viernes de fiesta, que se usan medio día. Los otros dos, Tirso los dedica a meditar en soledad. Los viernes, como os he dicho antes, nos juntamos todos. El resto de los días de actividad, puede que unos vengan y otros no. Depende de sus otras ocupaciones.

-Nosotros entonces, le vinimos a ver uno de esos días.

-Sí. Pero le sentó bien vuestra visita. Me llamó para contarme en cuanto os fuisteis. Os debe la vida, y os está muy agradecido. No os lo dijo, pero es así. Al principio tuvo miedo. Miedo de recordar, miedo de defraudaros, de que pensarais que vuestros desvelos no merecieron la pena.

Ventura fue a protestar, pero un gesto de Olga lo evitó.

-Comprobó que seguís siendo dos personas entregadas a cuidar de personas como nosotros. No todos los policías lo son. Ni los médicos. Ni los sanitarios en general. Muchos al ir a la policía en su momento, no encontramos el apoyo que necesitábamos.

-¿Toda esta gente es de aquí?

-Muchos son españoles. Yo no, soy de Minesotta. Ethan también es estadounidense, aunque habla muy bien el español. Se lo ha enseñado Tirso.

Ethan entró en el granero medio corriendo. Se subió a un pequeño púlpito que había cerca de la puerta.

-Amigos, el almuerzo está servido. – gritó a la concurrencia.

Todos empezaron a aplaudirle y a vitorearle. Él les hizo un además con la mano como indicándoles que no le tomaran el pelo. Cuando se bajó de la tarima fue al encuentro de Olga y Ventura.

-Tirso os espera. Me ha pedido que os pidiera perdón en su nombre, por no haberos atendido antes. Estaba ocupado con el almuerzo. Isabel, ya me encargo yo. Creo que tienes que ocuparte de unas cosas.

La mujer miró al joven. Olga creyó distinguir un cierto rictus de contrariedad, que dominó rápidamente. Volvió el gesto sereno y una ligera sonrisa.

Me ha encantado conoceros. Luego espero veros.

De nuevo, Ventura se quedó prendado de la actitud de Ethan. Y esta vez no pudo contenerse y se lo comentó.

-Me da envidia esa alegría que tienes siempre. De verdad.

-Gracias. Me sirve para superar los días o momentos de abatimiento. Intento ir siempre con la sonrisa por delante. Por mí y por los demás. Es una forma de conseguir que mi ánimo interior se contagie.

Olga les miraba fijamente. Ethan se dio cuenta y le enfrentó la mirada. Olga no pudo contenerse y alargó la mano para acariciarle la cara. Él tuvo un impulso y abrazó a la comisaria.

-Tirso tiene razón. Eres buena, Olga.

-Si un día vienes a España, te presentaré a unos amigos con los que seguro haces buenas migas.

-Tengo pensado ir. Cuando tenga dinero. Me gusta España. Tirso habla mucho de allí. Por eso estoy aprendiendo español.

-Ya os he dicho antes que lo habla muy bien. Hasta lee libros en español. – era Isabel que se había decidido a participar en ese momento íntimo que había protagonizado el benjamín.

Aunque había amagado con irse, la mujer parecía haber vuelto sobre sus pasos.

-Como si lo viera, de Jorge Rios.

-¿Cómo lo sabes? – el gesto alegre y sonriente de Ethan se convirtió de repente en uno de sorpresa.

-Todos lo leemos. Ya es una broma entre nosotros.

-Me encantaría conocerlo

-Esto también está en la mano de Olga – dijo Ventura – Así que si vas a España, uno de los amigos que te puede presentar es Jorge Rios.

-¿De verdad?

-Sí, de verdad. Vamos, que veo a Tirso que nos mira preocupado.

-Estará pensando que te estamos aplicando el tercer grado.

Esta vez sí, Isabel se fue en sentido contrario al que seguían Ethan y los dos policías. Se encaminaron hacia uno de los laterales de la casa. En la galería lateral había una mesa preparada para quince comensales. Tirso los esperaba allí y los abrazó.

-Me alegra que hayáis podido venir.

-Nos tenías que haber avisado de toda esta actividad. Hemos pensado al llegar que nos habíamos equivocado de finca. – había sido Ventura el que había hecho la broma.

-Mira Ethan, este hombre, cuando los dos éramos más jóvenes que tú, tocamos el piano durante todo un verano.

-¿Tocas el piano? – le preguntó Ethan con gesto ilusionado – A mí me gustaría, pero soy un negado.

-Bueno, tocar, si, lo toco, pero vamos, para …

-No le hagáis caso. Hace unos días tocó con otro viejo amigo, en un escenario, y lo hizo de miedo.

-Yo te doy parte de mi alegría y tú me das tu facilidad para hacer música.

-Por mí encantado. Te doy toda mi música por una décima parte de tu contento.

-Ni se te ocurra. Toda no. Yo quiero disfrutarla. Y no me habías dicho que tocaste con Tirso.

-A lo mejor porque no me acordaba.

-Pues no eres tan mayor para eso.

-Ya veo que todos estáis unidos en mi contra. – se quejó Ventura fingiendo resignación.

-Yo te defiendo – se apresuró a decir Ethan.

-Venga, sentémonos. Y comamos.

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Jorge se quedó mirando a su sobrino Kevin fijamente.

-Te doy el doble de lo que necesitas. Pero si me cuentas de verdad para que lo quieres. No tiene un pase que me digas que lo quieres para unas zapas nuevas, porque las va a ver tu madre. Y te va a preguntar de donde has sacado el dinero. Y cualquier excusa que te inventes, va a ser peor que decir que te he dado el dinero yo.

Kevin bajó la vista y miró enfurruñado a su tío.

-Pero tío, no le tienes que contar nada a mis padres. No pueden saber que me has dado dinero a parte de la propina.

-¿Por qué? Tranquilo, que no se lo voy a decir. Pero ¿Por qué es una tragedia que se enteren que le regalo algo a uno de mis sobrinos?

-No les gusta que te pidamos dinero. Dicen que nos tenemos que acostumbrar a vivir con lo que tenemos.

Jorge levantó las cejas sorprendido.

-Tampoco te doy tanto. Con eso te da para una hamburguesa con tu novieta y unas pipas.

De repente a Jorge se le ocurrió una pregunta.

-Dime la verdad anda. ¿Os siguen dando propina?

Jorge solo con ver la cara de Kevin supo la respuesta.

-¿Tienen problemas? Les podría ayudar …

-Mamá me mata si se entera …

-Pues sí que se te ha contagiado mi dramatismo – bromeó Jorge.

-No te burles, tío.

-¿Quieres otra hamburguesa?

-Pues no te diría que no.

-Vete a pedir anda. Y pídeme a mí otra también. Pero ahora esa que tiene salsa barbacoa.

-Vale.

-Mientras te hago una transferencia …

-No, tío. Prefiero que me lo des en dinero. La transferencia se pueden enterar los papás.

-¿En tu cuenta secreta?

-Nunca ha sido tan secreta.

Jorge no le gustó enterarse de eso. Fue a preguntar, pero no le apetecía entrar en esas investigaciones. Quería disfrutar de Kevin hablando de otras cosas.

-¿Para que es?

-La cuota del curso de teatro. – Kevin bajó la vista.

-Pero eso …

-Devolvieron el recibo. Tres meses seguidos.

-Vamos a hacer una cosa. Vete a secretaría del cole …

-Mejor me vas dando el dinero y voy y lo pago en secretaría. Si no ven los recibos devueltos puede que se mosqueen.

Jorge se rindió. Sonrió y puso su mejor cara de cariño hacia su sobrino. Le abrió los brazos y éste, sin dudarlo, aceptó en abrazo de su tío. Aprovechó para besarlo en la mejilla varias veces.

-Rascas, tío.

Jorge lo apartó fingiendo enfado.

-¡Oye! Que no me ha dado tiempo a afeitarme … por venir a verte a todo correr. Llegué de viaje a las siete de la mañana, que lo sepas.

-¿La hamburguesa de beicon y salsa barbacoa?

-Y patatas fritas.

Kevin se levantó pero no había dado dos pasos cuando volvió.

-Ahora no le des al coco ni te preocupes.

-Que no. Vete anda, y pide.

Decidió hacerle caso a su sobrino y no darle al coco. Además, ya tenía bastantes cosas de las que preocuparse. Y con todos los gastos de la nueva tienda, era normal que su hermano y su cuñada estuvieran un poco apretados. Y lo de pedir ayuda, no era el fuerte de Gaby. Al menos a partir de un punto.

Jorge Rios”.

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Las once personas que Tirso buscó para acompañar a Olga y Ventura en la comida, eran todos compañeros de viaje de Tirso en Anfiles. Habían tenido suerte y habían podido salir de Anfiles sin demasiados problemas. De todos ellos se encargó el Tirso auténtico de encontrarles una salida cuando dejaron de ser interesantes para la organización. Todos tenía cientos de historias que contar de sus experiencias en esa organización. En un momento determinado, Olga les pidió permiso para grabar sus testimonios.

-Pueden ayudarnos luego a comprender y apoyar a otros compañeros vuestros. Y quizás a detener y llevar a la cárcel a algunos de vuestros verdugos.

Se miraron todos. Y al final de común acuerdo, Tirso asintió con la cabeza.

Los relatos de esas diez personas no diferían en lo sustancial de otros tantos que Olga había escuchado. Todos tenían sus matices y a cada uno de esos hombres, les había repercutido de una forma distinta. Ventura no estaba tan acostumbrado como Olga a escuchar esas vivencias. Se le notaba compungido en muchos momentos, y en otros directamente sobrepasado. Ethan que se había sentado a su lado, estaba pendiente y procuraba romper ese sentimiento de congoja con alguna broma.

-Olga conoce a Jorge Rios – exclamó de repente Ethan. – Me lo ha dicho antes.

Ese comentario originó en la mesa una algarabía inusitada. Todos querían comentar a la vez alguna novela de Jorge, o sus experiencias al leerlas. Sobre todo, querían que Olga les contara cosas del escritor.

-Olga por favor, consigue un saludo de Jorge para los proscritos de Carolina del Norte.

-De haberlo sabido …

-Llámalo, anda. Dos minutos y que nos mande un saludo. Preparo en un momento la pantalla ¿Te parece Tirso?

La ilusión que transmitía Ethan hacía muy difícil para Olga quitarse ese marrón de encima. Tenía que llamar a Jorge y que éste estuviera en disposición y en un sitio adecuado para hablar con ellos. Y era además, ponerle en un compromiso. Todo lo que estaba viviendo en esas horas, eran situaciones que dejaban a uno con pocas ganas de ser agradable con nadie. Y según las noticias que le iban transmitiendo, solo con asumir el estado en que quedaron los coches de la comitiva señuelo después de deflagrar la bomba, tenía motivos para hundirse en la melancolía para semanas.

-Llama a alguno de los que estén con él de guardia. – le susurró Ventura – para tantear en que situación está.

Olga se disculpó y se levantó de la mesa. Se alejó e hizo algunas llamadas. Cuando volvió le tendió su teléfono a Ventura.

-¿Lo preparas? Esperemos que todo vaya bien.

Ventura sonrió.

-Claro.

-Vamos a intentarlo, pero no es seguro que lo consigamos. Está en un sitio con mala cobertura.

Mientras Ventura y Tirso preparaban el equipo para que todos pudieran ver y escuchar a Jorge, el resto de las personas que habían compartido mesa con algunos otros compañeros que habían comido en otras, asaetaron a Olga a preguntas sobre Jorge. Todos estaban deseosos de conocer detalles del escritor y también saber si algunos de esos personajes que salían en sus novelas eran reales. El frutero y el niño de quince años, parecían los preferidos. Y la barrendera con pintas de Paulina Rubio.

Olga respondió a todo como pudo. Tuvo que hacer memoria sobre algunas de sus conversaciones con Carmen sobre comentarios que le hacían los escoltas sobre los encuentros con las personas cercanas del barrio, con los que tuvieron ocasión de hablar ellos mismos. Cada uno de los que estaban allí, tenían una novela preferida. “Tirso” era citada por muchos, pero “la angustia del olvido” y “deLuis” también eran citadas a menudo.

-Diles por favor que yo no soy el “Tirso” de la novela. No me creen – dijo Arlen fingiendo desesperación.

-¿No lo eres? Pero bueno, me has tenido engañada – bromeó Olga. Se puso seria y les aseguró poniendo toda su capacidad de persuasión, que el Tirso de la novela, no era el Tirso que era su anfitrión ese día y que se dedicaba a apoyarles.

-Algunos ya lo sabéis – les dijo mirando fijamente a tres de ellos.

Esos tres bajaron la cabeza, pero no abrieron la boca. No querían indicar al resto que ellos si habían conocido al “Tirso” de la novela. Olga fue a citar a Germán, pero se lo pensó mejor y ya que ninguno lo había sacado en la conversación, pensó que habría alguna razón que se le escapaba para que eso hubiera sucedido así. Intuía que de los más jóvenes, se había encargado ese último y no Tirso.

Tuvo un flash y se le puso un velo de preocupación en la cara. Todos parecían muy partidarios de la causa. Pero … de repente le apareció en su mente la idea de que alguno de ellos fuera un infiltrado. Quizás entre todos los que estaban ese día allí, casi treinta personas calculaba, uno de ellos o varios, eran de esos que al salir de Anfiles se habían convertido en sus mercenarios. Uno de esos que se pasaron al lado de los verdugos.

Del equipo de vídeo salieron unos ruidos que anunciaban que estaban haciendo pruebas de conexión. Vio fugazmente en la pantalla a Iker y a Fernando. Como una sombra, vio también a Aitor, con la cara tapada con un pasamontañas como los que utilizaba los beltzas de la Ertzantza. Aitor miraba a la cámara y debía tener una pantalla en la que la vio, porque le lanzó un beso con la mano. Ella se lo devolvió rápidamente. Le pareció que Aitor lo había visto, porque vio su sonrisa asomando por el hueco de la boca del pasamontañas. Carmen andaba por allí con JL. Hablaban muy serios. Vislumbró en la ropa de Carmen restos de vómito. Eso la hizo saber que los descubrimientos que habían hecho eran de los que eran difíciles de soportar. Eso colocaba a Jorge en el centro de toda la operación, a parte de ocuparse de Aitor, que también notó Olga, que estaba sufriendo multitud de dolores, como siempre. Estuvo segura de que no iban a disfrutar al mejor Jorge. O a lo mejor sí. A lo mejor eso le espoleaba a acercarse más a sus oyentes.

-Ya estamos. – gritó Ethan eufórico.

Olga atendió a un gesto de Ventura para que se acercara.

-Es mejor que hagas tú las presentaciones. Parece que Jorge estaba a punto de irse. Dani está con el resto de invitados haciendo una visita a unos amigos. No sé si he entendido que en Milagros, un pueblo …

– … de Burgos. Una casa que tienen Dídac y Néstor en ese pueblo. La conozco.

-Debe de estar agotado. Tus chicos parecen sobrepasados por lo que han vivido.

-Ya he visto la cara de Carmen. Los demás estarán parecido. Me hago cargo.

De repente Jorge apareció por un lateral y se puso frente a la cámara.

-Olga, cariño. – saludó a la comisaria a la vez que la sonrió.

-Jorge, perdona que te asaltemos de esta forma, pero estoy aquí en Carolina del Norte con unos amigos que nos han invitado a comer a Ventura y a mí. Y …

-Me tienes que presentar a ese Ventura. No me has hablado de él. ¿Es el que está a tu lado?

-Es guapo ¿Verdad? – la cara de Olga reflejaba el tono alegre que quería darle a la videoconferencia.

Jorge se echó a reír.

-Lo es sí. Y todos …

Pero Jorge no apartó la mirada de Ventura. Esto incomodó al agente del FBI que pensó que lo estaba radiografiando físicamente.

-Estoy aquí, y os estoy oyendo – bromeó también Ventura, sobreponiéndose a esa idea que había aparecido en su mente.

-Iba a decir que como todos los que te acompañan. Hoy me das envidia Olga. Buenas tardes a todos.

Olga se apartó un poco del primer plano y así la cámara tenía una visión del grupo al completo. Ahora alrededor de la mesa estaban casi todos los que ese día estaban en la reunión de los viernes en casa de Tirso.

Se pusieron a aplaudir con ganas. Muchos se levantaron de las sillas emocionados.

A Olga le extrañó que como fondo tras la imagen de Jorge, ahora se venían a tres miembros de los GAR con la cara cubierta y pertrechados con todo su equipamiento. JL parecía no tenerlas todas consigo y quería asegurarse de que a Jorge no le pasara nada. Y seguramente también quería conseguir que no saliera en la transmisión nada de lo que había pasado allí. Había notado a los escoltas habituales de Jorge bastante cansados. Fernando y Raúl por ejemplo. Y a Nano y Carola también. Debía haber sido una experiencia agotadora. Quizás JL había querido dejarles respirar un poco para que se recuperaran. Si tenían que emprender viaje a Milagros, deberían descansar un rato.

-Oye, Olga, antes de que se me olvide, por favor, saca una foto de todos así en grupo. Me gustaría incluirlos en alguna de las ediciones especiales que estoy preparando de mis libros.

-Claro, ahora la saco y te la mando.

-A ver contadme. ¿Habéis leído ya “La Casa Monforte”?

-Yo me la leí en dos días. Te lo juro. No podía dejar el libro. Es acojonante.

Aunque Ethan había hablado en inglés “acojonante” lo había dicho en perfecto castellano. Eso hizo reír a Jorge.

-¿Cómo te llamas? Pareces el peque de todos.

-Soy Ethan. Y que sepas que soy el mayor fan.

-¿Nos conocemos Ethan?

-Qué mas quisiera. Te juro que estoy ahorrando para tener dinero e ir a España, más ahora que Olga me ha dicho que me va a llevar a verte.

-Entonces eres de allí.

-Sí.

-Pues lamento haberme equivocado y no conocerte. Me hubiera gustado que hubiera sido así. Esperaré ansioso a que vengas a España entonces.

-Voy a quitarme hasta de comer para ahorrar más deprisa.

-Eso no. Tú tranquilo que tenemos toda la vida para charlar y abrazarnos. Porque espero que cuando nos veamos me abraces.

-¡¡Claro!! Joder, que ilusión.

-Venga, por turnos, decidme quién … pero a ti sí que te conozco.

El gesto de Jorge se había vuelto serio. Olga negaba con la cabeza. No era de sorpresa, porque esas cosas ya no le sorprendían del escritor. Estaba señalando a Arlen.

-¿Cómo te acuerdas si era un crío?

A Jorge se le iluminó la vista. De repente unas cuantas piezas encajaron en su cabeza.

-Tirso. – dijo lentamente. Tuvo el impulso de decir su nombre verdadero pero se contuvo a tiempo. Quizás una pequeña mueca que vio en Ventura le hizo tener cuidado. Se apuntó mentalmente en llamar a Javier para recriminarle que le hubiera ocultado que Olga había encontrado al hermano, al menos sobre el papel, de Carlota Campero.

Jorge empezó a mirar a todos. Solo podía ver bien a los que habían compartido mesa con Olga y Ventura, que eran los que estaban en primera fila. Según les miraba les sonreía.

-No me lo puedo creer. Lo habéis logrado. Me hace muy feliz veros reunidos, aunque sea a miles de kilómetros.

-Sácanos de dudas, escritor – Ethan de nuevo había tomado la palabra – Algunos pensamos que Tirso, nuestro Tirso, es el de tu libro. Él dice que no.

-Pero bueno. ¿No me creéis cuando os digo que no tengo nada que ver con el Tirso de la novela? ¡Que decepción! – Tirso no perdió la ocasión de bromear con sus amigos. – Y vais y le preguntáis a una persona que acabáis de conocer. Y a más, después de que Olga os lo haya asegurado hace un rato. No os vuelvo a invitar a comer. Nada. El próximo viernes pagas tú, Ethan.

-Pues comeremos alfalfa recién segada – el benjamín soltó una carcajada.

Jorge relajó su mirada y sonrió.

-Pues os ha dicho la verdad. Tirso, el de la novela, solo es un personaje.

-Eso no me lo creo.

-Pues créetelo. El Tirso de la novela reúne a muchas personas. Y ninguna de ellas es vuestro amigo.

-Mi novela preferida es “La angustia del olvido” – dijo uno de los que estaban en primera fila.

-La mía es “deLuis”.

-La mía también. Y ahora “La casa Monforte”. Es un chute de esperanza y alegría.

-Y el malo de “deLuis” ¿Va a tener una novela? – preguntó otro.

-¿Cómo te llamas? Decidme por favor vuestros nombres de pila. Para saber quienes sois.

-Enrique – dijo el último que había hablado.

-Pues Enrique, te anuncio que aunque tendrás que esperar un poco, esa novela llegará.

-Hazle pasarlas putas – dijo otro. – Perdón, me llamo Julio.

-Yo creo que a Sergio el de “deLuis” le tienes que dar pal-pelo.

-¡Olga! No me has dicho nunca cual es tu novela preferida de las mías.

La comisaria masculló a la vez que negaba con la cabeza.

-Nunca me decido por ninguna. Me gustan todas.

-Alguna te gustará más. Aunque sea por un detalle pequeño.

-Pues te voy a empezar diciendo la novela preferida de mi hijo, que esa la tengo clara: “deRosario”. Creo que la habrá leído cinco o seis veces. Y habla con pasión de ella. Se sabe de memoria párrafos enteros.

-Pues es larga – dijo alguien al fondo en tono jocoso.

-¿Cuál no? – Julio siguió con la broma. – Pero a mí me resultan cortas, porque no quiero que acaben. Me gustaría que todas tus novelas no tuvieran final. Que cada vez que cierro el libro, cuando lo abra de nuevo, aparezcan doscientas páginas más. Y así siempre.

-Si lo miras bien, todas sus novelas en realidad son una. – apuntó Enrique.

-Pues también tienes razón. El mundo de Jorge que va de novela en novela, sus protagonistas, son en realidad los de su novela única, que tiene capítulos que son en realidad cada una de las novelas en sí.

-Me gusta esa forma de verlo, Ventura. – le dijo Jorge.

-Es que es cierto – dijo Ethan chocando el puño con Ventura. – No me había dado cuenta.

-Olga no me has dicho al final cual es tu preferida.

-Si me tuviera que decantar por una, sería “Todo ocurrió en Madrid”. Y “Las Gildas”, tu novela olvidada.

-Yo también me apunto a “Las Gildas”, dijo Ventura.

-Me gusta que la citéis. Casi nadie la cita cuando pregunto.

En ese momento Fernando se puso a su lado.

-Olga te veo bien – saludó a la comisaria. – Siento ser aguafiestas, pero os tengo que interrumpir. Nos tenemos que ir.

-Nada no te preocupes. Y gracias por el piropo. No te lo devuelvo, porque te noto hecho una piltrafa.

-Lo está – se rio Jorge. – Que a ver, a todos vosotros, que nos vemos cualquier otro día. ¿Cuándo os juntáis?

-Los viernes. Hacemos comida.

-Pues un viernes, volvemos a montar este tinglado y comentamos cosas. ¿Os parece?

-Ok, escritor – dijo Ethan emocionado.

-Muchas gracias por leerme y por vuestro apoyo – les dijo Jorge.

Fue el momento en que todos volvieron a aplaudir y a levantarse. Olga se unió con su famoso chiflido, que casi deja sordo a Ventura que estaba a su lado. Jorge les saludó con la mano a modo de despedida y la comunicación se cortó.

Jorge cambió el gesto radicalmente cuando supo con certeza que ya no le podían ver.

-Escribe a Olga, Fernando, y pregúntala por la mujer que estaba en un lado, apartada de todos. La que no ha participado.

-¿Por?

-No sé. Algo me ronda la cabeza. Si puede preguntar e indagar, mejor que mejor.

-¿Y al chavalín? ¿Lo conocías o te has equivocado de verdad?

-Ya hablaremos de ello, Fer. Vámonos que tengo ganas de dormir. Y tú a mi lado.

Fernando fue a protestar pero Nano le hizo un gesto rotundo para hacerle ver que se ocupaba él de todo.

-Vamos.

.

Éste segundo día, Olga de nuevo volvía a estar agotada. Ventura no estaba mucho mejor. Eso consolaba a Olga de alguna forma. En cuanto se bajaron del coche, Olga le cogió del brazo y apoyó la cabeza en el hombro del agente del FBI.

-¿Cenamos donde ayer?

-Sí, no nos compliquemos. Se comía bien y está casi puerta con puerta con el hotel. Pero pide más patatas, que son raciones pequeñas.

-¿Pequeñas? – Ventura no pudo evitar el tono de chufla. Se hubiera echado a reír si hubiera tenido fuerzas.

-Creo que mañana nos lo debemos tomar con calma. Y ni se te ocurra mirar el móvil. No sé si confiscártelo …

-Te va a dar igual. Si quieren decirme algo, ya buscarán el tuyo.

-Ya lo he apagado. ¿Tienes hambre?

-Mucha – contestó Olga – Y tú debes tenerla. Si entre escuchar a unos y a otros, luego tú preparando la videoconferencia con Jorge, no hemos comido nada. Y eso que todo estaba muy rico. No he podido comer ni una de esas mazorcas de maíz.

-Tienen en el restaurante. ¿Te pido una?

-O dos.

-¡¡Olga!!

-Si no ceno, no puedo dormir.

-A veces pareces una niña pequeña.

-Cuando estoy cansada, lo soy. Siento mostrarte mis debilidades. A lo mejor mis enemigos tienen razón y soy débil.

-No digas bobadas anda. Te lo perdono porque no sabes a estas alturas dónde tienes la mano derecha.

De nuevo, Ventura pidió comida como para cinco personas. Y aún así, estaba seguro que Olga acabaría por comerse parte de su última hamburguesa. Y sus patatas. Había una cosa en la que Olga tenía razón: apenas habían probado bocado. Y luego, con la euforia que había provocado la videoconferencia con Jorge, la merienda la vieron pasar por delante de ellos.

Apenas comentaron nada en la comida. Solo vaguedades sobre lo que habían vivido ese día. Después de que Jorge cortara la comunicación, la charla se había animado. Tirso hizo una especie de queimada con un toque especial que Olga no acabó de pillar. Le preguntó a Arlen, pero éste sonrió y no contestó. Eso animó a todos a sincerarse todavía un poco más.

Los dos se dedicaron prácticamente a escuchar. Ethan hizo de moderador de la charla. Era un joven increíble. Y como siendo el más joven con diferencia, el resto le mostraban respeto y sobre todo, un cariño inmenso. A Olga le hizo gracia que pese a ello, el joven siempre parecía buscar la compañía de Ventura. De alguna forma esos dos habían conectado.

-¿Te ha contado Ethan algún secreto de su vida?

Ventura masticaba despacio la primera de las hamburguesas que se había pedido.

-No. He pensado en preguntarle, pero al final me he arrepentido. Parecía tan feliz … te lo juro, me da una envidia … Ojalá fuera como él.

-Puede que sea el que más sufra de todos. No te engañes. Y mira, tú sientes fascinación por él, por la alegría que transmite, pero él parecía estar muy a gusto a tu lado. Será que le atraen las personas enfurruñadas.

-¡Hoy no he estado enfurruñado! – el tono de queja era manifiesto en sus palabras.

-Has estado menos, pero lo has estado. Y te repito: ten presente que Ethan …

-Estoy seguro de que es así, Olga. Sufre mucho. Pero se mantiene a flote con esa actitud que …

De repente a Olga se le ocurrió una cosa, que la desanimó. Intentó apartarla de su cabeza y sobre todo de su cara. Pero Ventura había visto esa nube que opacaba los ojos de la policía.

-Ya. Piensas en Humberto, el personaje de “Calla y corre, amor”. Siempre alegre hasta que un día sus compañeros de piso se lo encuentran muerto en la bañera con las venas rebanadas.

-Jorge lo ha conocido.

-Si es estadounidense, es improbable que lo haya … solo ha venido aquí de promoción.

-No sabemos nada de él. Ni de Isabel. Ya te he enseñado el mensaje de Fernando. Jorge le ha pedido que lo mandara antes de quedarse dormido nada más sentarse en el coche.

-Creo que los que estamos en este caso, el día menos pensado vamos a morir, no por los disparos de los malos, sino porque nos vamos a quedar dormidos al volante. Creo que no podemos … podéis seguir con este ritmo. Lo mío al fin y al cabo es temporal.

Ventura esperaba que Olga volviera al ataque para convencerlo de que se uniera a ellos. Pero no lo hizo. Siguió comiendo su segunda hamburguesa y picando patatas de vez en cuando. Un camarero les acercó una ensalada como invitación de la casa.

-Les ha debido parecer que nos íbamos a quedar con hambre. – bromeó Olga.

-O que necesitábamos algo libre de grasa. – Ventura se echó a reír.

Comieron durante un rato en silencio.

-Ha debido ser algo terrible la operación de hoy. Todos parecían abrumados y superados.

-Pues imagina las fotos del otro día. Habrá sido más de lo mismo. Pero con tres días de diferencia. Tres días en los que nadie les habrá dado de comer, ni de nada.

-¿Te han contado algo?

-He visto algún mensaje. No he querido leerlos en profundidad. Ya he tenido bastante con las historias de los chicos de hoy.

-Alguno tiene secuelas importantes.

-Los que he visto hasta ahora, en general tiene problemas para dormir. Casi todos. Problemas de ansiedad, la mayoría. Depresión. Odio por su cuerpo, algunos. Indiferencia al sexo, bastantes.

-Entonces como los que hemos visto hoy.

-Y como Arlen.

-Y Ethan. Me he fijado que tiene ojeras.

-¿Ves? Candidato a ser un Humberto cualquiera.

-No jodas. Me rompería los esquemas que acabara así.

-Bueno. Procuraremos darle apoyo.

-Tengo su teléfono.

-No te impliques demasiado con él. Te ha caído bien, vale. Pero … no quiero que lo pases mal si a él le ocurre algo.

-A lo mejor si le presionamos para que nos cuente … es contraproducente.

Olga movía la cabeza.

-Si no se libera, si no confía en alguien y cuenta lo que le ha pasado, nunca volverá a estar bien. Cualquier detalle puede volverlo a llevar a esa pesadilla que intenta olvidar. Y eso puede llevarle, por la desesperación, a tomar algunas malas decisiones.

-¿Ves por que no quiero volver?

-Solo te diré una cosa, Ventura: te quiero a mi lado. Te necesito. Creo que nos puedes ayudar mucho. Eres como nosotros.

-No soy tan fuerte como vosotros.

-Si siendo un crio has ayudado a Arlen y a Guillermo, que sepa, siendo adulto, aunque joven todavía, y guapo …

-¡Vete a la mierda! – Ventura se echó a reír. – Lo de guapo te lo podías haber ahorrado.

-Te lo ha dicho Jorge.

-No creo que Jorge tenga la acreditación de tener la opinión definitiva sobre la belleza de los hombres.

-No la tiene, pero su opinión es como otra cualquiera, igual de válida al menos.

-Te recuerdo que tiene pareja.

-Y, como has demostrado antes con Carmen saber tanto sobre él, sabrás que tienen una relación abierta.

-Remedio le queda. Dani es … muy sexual.

-¿Por qué sabes tanto de ellos? ¿Los conoces?

-Si la opinión de Jorge es tan … acreditada, si te has dado cuenta no me ha reconocido.

-Jorge tiene un máster en disimular sapiencias.

Olga mordisqueaba despacio una patata frita mientras miraba expectante a Ventura.

-Sé lo que se dice por ahí.

-Mentira. Prueba otra vez.

El gesto de Olga mostraba expectativa y un poco de socarronería.

-¿No estabas cansada?

Ventura habló dedicando solo una mirada fugaz a su compañera. No se atrevió a fijar sus ojos en los de ella.

-Investigué.

Casi fue como si se le escapara. No lo pudo evitar.

-Desarrolla por favor.

-Todos hablaban mal de él. En realidad de ellos, de Jorge y Dani. En la comisaría de Termas. Éste acababa de ser nombrado comisario entonces sustituyendo a Castro. Castro era un gran hijo de puta. Un tipo que denigró todo lo que pudo el uniforme de la Policía Nacional. Y aún así, cuando se jubiló, le dieron honores, condecoraciones y una cena de despedida multitudinaria que no se sabe como la pagó, por cierto. Antes de jubilarse, se ocupó de designar a su sucesor, de su misma cuerda.

-Después ha tenido algunos problemas judiciales. Fueron saliendo a la luz algunos casos en los que su actuación no fue … la mejor.

-Eso será porque os habéis ocupado vosotros.

-No solo nosotros. Están a punto de quitarle algunos honores.

-Es mal enemigo.

-Ya lo sabemos. Procuraremos que no pueda consumar sus deseos de matarnos. Se están acelerando ahora. Sobre todo con Javier.

-Pensarán que así podrán poner en su lugar a alguien de su cuerda.

-¿Quién crees que se postula?

-¿Úbeda?

Olga se quedó pensativa.

-No se me había ocurrido.

-Es uno de sus tapados.

Ventura fue a coger su última hamburguesa. Cometió un error al mirar a Olga justo en el momento en que le iba a pegar el primer mordisco.

-No me lo puedo creer. ¿Todavía tienes hambre?

El agente del FBI volvió a dejar la hamburguesa en el plato y llamó al camarero para que les trajera más patatas y dos hamburguesas.

-¡Qué exagerado! – dijo Olga con la boca llena de la hamburguesa que le había cedido Ventura. Éste solo la miró sin decir nada. Empezó a picotear de la ensalada. Eso era lo único que no le iba a quitar la comisaria.

-¿Por qué no me cuentas lo que descubriste en tus investigaciones?

Olga le sonrió de nuevo con la boca llena.

-Ya sabes la mayor parte de las cosas.

-Me gustaría oírtelo contar a ti. Tu forma de verlo.

-Tú sabrás. Puede ser largo.

-Te escucho.

.

Tardaron casi una hora en salir del restaurante. Como no podía ser de otra forma, a Olga se le antojó probar el surtido de postres para acompañar a lo que Ventura estaba contando.

-Me he dejado antes la tablet en tu habitación – comentó Ventura.

-Pasa y la coges. Espero que no se te ocurra ponerte a mirar nada.

-Así te recojo …

-Ni se te ocurra. Mañana lo hacemos. Y mañana sin prisas.

Entraron en la habitación. Olga fue casi directamente al baño mientras Ventura buscaba su tablet. Cuando la comisaria salió del aseo, se encontró a Ventura tumbado de medio lado en la cama. Se acercó asustada. Pero enseguida se dio cuenta de que se había quedado dormido. Le quitó los zapatos y abrió la cama. Lo acomodó en ella y lo tapó. Sintió el impulso de besarlo en la mejilla.

-Que bobo eres. Aguantar hasta este extremo. Vas a tener razón, corremos más peligro en la carretera volviendo a casa a descansar que por acción de nuestros enemigos.

Le acarició suavemente la cara para quitarle la señal del pintalabios que le había dejado al besarlo. Luego volvió a entrar al baño para desmaquillarse.

.

Una mañana como otra cualquiera. conducía su coche camino de su trabajo. Acababa de tomar café en uno de sus bares preferidos. Bromas con las camareras, risas, un chute de energía para afrontar un nuevo día.

Hacía ya meses que cada día constituía un suplicio para él. El ánimo brillaba por su ausencia. La vida pasaba sin alicientes. Los recuerdos tristes, anidados en su corazón parecían dominar su vida. Su recuerdo … la separación … “es por vuestro bien, juntos corréis peligro”. “Os pueden matar”.

-¿Qué más me da que me maten, si ya estoy muerto?

Lo murmuró entre dientes, con la mandíbula apretada. Muchos días acababa con dolor en ellas. Siempre estaba apretando los dientes, los labios.

Esperaba para cruzar una intersección. De frente venía un camión de reparto. Tenía prisa. Le hubiera dado tiempo a pasar, pero … no confiaba en su capacidad de reacción. Y el camión venía verdaderamente deprisa. Cuando lo tenía a unos pocos metros, se fijó que venía contra él. Miró la cabina y vio al hombre que conducía hablando por su móvil. No miraba la calle aunque cada vez parecía acelerar más. Iba contra él. Otro coche estaba parado detrás de él y empezó a tocar el claxon. Parecía asustado. No hizo amago de moverse. Pensó por un momento en la posibilidad de que ese camión se estampara contra él. Morir aplastado y rodeado de botellas de Coca-Cola. Poner fin a ese deambular por la vida arrastrando los pies, que muchos días apenas podían mantenerlo erguido. Alguna vez pensó que las personas con las que se cruzaba, pensarían que estaría borracho. Sí, era un buen final. Su amor no se enteraría de la desgracia. “Por vuestra seguridad, no podéis mantener el contacto”. Y así lo hicieron. Pero la vida, sin la persona que amas ¿Tiene algún sentido? “Podréis rehacer vuestra vida”. ¿Qué vida?

El coche de atrás, y el de más atrás arreciaban en tocar el claxon. Miró un segundo por el espejo y vio la cara aterrada de la mujer al volante. El camión apenas estaba a unos metros. Casi podía sentir ya el choque. Soltó el embrague lentamente y pisó el acelerador. Giró el volante a la derecha para apartarse. Lo mismo hicieron los dos coches que esperaban detrás de él. El conductor del camión de reparto debió ver algo o escuchar algo que no fuera lo que le decían por el teléfono. Lo vio abrir mucho los ojos y pegar un frenazo. Eladio aceleró: ya que había decidido no morir en ese momento, no le apetecía tener que asistir al accidente del camión, ni que las cajas de Coca-cola le estropearan el coche. Siguió calle adelante, aunque no era por la que debía ir. Escuchó un estruendo detrás de él al volcar el vehículo de reparto. Luego leyó en un periódico digital que se había estrellado contra unos coches aparcados. Miró por el espejo y vio como le seguían los mismos dos coches, que también habían decidido seguir un camino que no querían. La conductora del primero suspiraba aliviada adornando el suspiro con una ligera sonrisa. Seguramente había pensado que había salvado el pellejo de Eladio y el suyo propio por su persistencia en el claxon.

-Si tu supieras amiga …

Pero ella no tenía la culpa. Porque a ella también le hubiera tocado. Y no era justo que esa desconocida, pagara por que él, Eladio Pérez, un día, tuviera que separarse de su amor. Pero otro día, quizás, un día sin que nadie sufriera las consecuencias, se quedaría parado esperando la colisión. Y el sinsentido de su vida, llegaría a su fin.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 99.

Capítulo 99.-

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Olga permaneció callada mientras Guillermo comía algo una vez que terminó su actuación. El público poco a poco se iba retirando. Algunos de acercaron a su mesa, la 35, para felicitarlo. De paso, también felicitaban a Ventura que agradecía los elogios sin muchos más comentarios. No parecía importarle, pero Olga creyó distinguir un cierto sentimiento de satisfacción. Para ella era claro que su agente de enlace con el FBI, su cargo oficial al acompañarla, no estaba acostumbrado a los elogios. No sabía como gestionarlos. Parecía no importarle, pero al menos, los de ese momento, le producían buenas vibraciones. No tenía el gesto tan duro. Hasta cuando bromeaba con Olga no acababa de relajarse. Ni cuando en alguna ocasión a la comisaria se le ocurrió acariciarlo suavemente. No rechazaba esos gestos y entraba al trapo en las bromas, pero no acababa de cambiar su visaje. Siempre serio. Con los labios apretados. Dispuesto a dar un puñetazo a cualquier persona o cosa que se le cruzara por delante. Ni acercarse a la gente, quizás, pensó Olga, por miedo a que le decepcionaran. Prefería la soledad al dolor de sentir que esa persona en la que había depositado su confianza, le decepcionaba.

Los dos músicos empezaron a ponerse al día. No parecían haber tenido contacto desde que un par de veranos en su juventud, compartieron una temporada en la que Guillermo se alojó en casa de los Carceler. Parecía que los dos habían congeniado, pero no lo suficiente como para mantener el contacto entre ellos cuando esos veranos llegaron a su fin. Eso era lo que más le extrañaba a Olga. Y fue su primera pregunta, cuando Guillermo terminó su frugal comida. Fue la segunda, pregunta, corrijo.

-¿Solo comes eso? – Olga miraba extrañada la simple ensalada que el camarero le había traído.

-Hago cena fuerte. No me gusta comer mucho aquí.

-¿Te dicen algo?

-No. En realidad, la mesa en la que me siento, paga mi comida – Guillermo se sonrió. – Es para no haceros gasto.

-Pues pídete el cordero a la menta de la carta. Por nosotros – fue Ventura el que le ofreció – Paga Olga. – dijo con un poco de socarronería.

-No. Tranquilos. Era broma. Lo de que la mesa en la que como paga, no lo es. No me gusta comer mucho. Mejor dicho: no me gusta comer delante de los clientes.

-Pero Ventura y tú os conocéis.

-De dos veranos.

-Os veo juntos y pienso que esos dos veranos, conectasteis. ¿Por qué no mantuvisteis la comunicación?

-Nos conocimos por nuestros padres – Guillermo miraba a Ventura mientras respondía. Olga supo que su respuesta del presente llevaba años preparada. Y que posiblemente no tuviera nada que ver con la verdadera razón para no haber tenido trato. – Decidimos que si la vida nos juntaba a parte de ellos, seríamos amigos.

-No queríamos que ellos influyeran en nuestra amistad. – apuntó Ventura. – Los dos tienen cierta predisposición a organizar la vida a todos a su alrededor. Y no queríamos eso.

-Creo que ninguno de vuestros progenitores lo ha conseguido. Habéis seguido caminos distintos a los que os tenían preparados, y posiblemente ha sido tras luchar mucho con ellos. Tengo la impresión, Guillermo, que tu padre no sabe siquiera a qué te dedicas aquí.

-Ni falta que hace. A él ahora le da igual. Me dio por perdido. De hecho, me paga para que no aparezca en su vida de nuevo. Me ha aparcado aquí. La última vez que hablamos, me lo dejó claro. De eso ya han pasado – se quedó pensativo – casi año y medio. Me vine justo antes del confinamiento.

-No es mal aparcamiento. – dijo Olga muy seria.

-No lo es. No me dedico a estudiar como piensa. No sé si se enterara, si me cortaría la asignación. Aunque conociéndolo, posiblemente sepa desde el primer día que empecé a tocar aquí, que me dedico a esto, no a estudiar. Y no ha dicho nada. Mientras no tenga que verme la cara, creo que estará feliz.

-Tienes un trabajo. ¿Qué más te da que te mande dinero?

-Nueva York es muy caro.

-No parece que tengas gustos caros. De la carta, podías haber pedido cosas mucho más sibaritas, no ya por el precio, sino por gustar de ellas. Y no lo has hecho. Platos ligeros que no entrarían en colisión con tu decisión de comer frugalmente delante de los clientes.

-Es cierto, me gusta la comida sencilla. No me gusta presumir. Sé que hubierais podido pagar sin problemas un buen almuerzo. Os habéis gastado doscientos dólares en la petición. Eso solo sucede en ocasiones contadas. No me hace feliz, ni la buena comida, ni la ropa de marca. En cambio, Ventura, tú no te resistes a la buena ropa. Y usted, comisaria, del mismo estilo.

-No usas ropa buena, no te gusta, pero estás al día.

El músico alargó la mano y acarició con sus dedos la americana de Ventura.

-Quita la mano que me gastas la americana.

Se echaron a reír los tres.

-Me gusta estar al día. Mi madre me enseñó muchas de esas cosas que no se enseñan en el colegio. Me gustaba. ¿Y a qué debo que vengáis a verme?

-Teníamos ganas de que nos ayudaras. Sabemos de ciertos problemas que ha tenido tu hermano Sergio.

-“El maestro” – marcó las comillas con los dedos. Y la ironía estaba más que presente en el tono que imprimió a sus palabras.

-Pensaba que te llevabas bien con él. – Era la impresión de Javier y Carmen le habían trasladado a Olga de sus conversaciones con Sergio.

-Sí, sí. Es mi hermano.

-Eso no es una respuesta – Olga le miró de forma reprobatoria.

-Es cansado escuchar toda la vida, desde que casi nació el enano, que es un maestro. Y que nadie a su lado vale nada. Y en el fondo, todos tienen razón. ¿Le habéis escuchado tocar?

-¿Quieres ver una de sus últimas actuaciones?

Olga no esperó respuesta, y buscó en su móvil. Les indicó a sus compañeros de mesa que se sentaran a su lado, para que los tres pudieran ver y escuchar perfectamente la música.

-¿Ese es Nuño Bueno? ¿No estaba recluido en un centro de reposo?

-Es una larga historia. Para abreviar, Jorge Rios consiguió sacarlo.

-¡Jorge Rios! Como no. Sergio me habla mucho de él.

-¿Tienes contacto y no te ha contado de esa cita para tocar?

-No tenemos tanto contacto. De vez en cuando me manda algún mensaje para informarme de las cosas que le sorprenden. Muchos de ellos ni los leo. Jorge Rios ha sido el protagonista de dos tercios de esos mensajes en las últimas semanas. Nunca se ha enterado de nada, el pobre.

-¿Como el hecho de que tu madre fuera una gran actriz hace años?

-Con eso me reí mucho. Ese ha sido el tema del otro tercio de los mensajes. El gran Jorge Rios fue el que le informó. El mismo que consiguió que mi madre se retirara.

-¿Se lo agradeces o se lo recriminas?

-Paso. En ese momento, me hizo un favor. Lo reconozco. Tuve por fin a mi madre cerca.

-Se sacrificó entonces por ti.

-No la conoces, Olga. Ella nunca se sacrifica por nadie. Ni por su niño Sergio. Se cansaría de trabajar, pienso. O a lo mejor, ese escritor lo consiguió de alguna manera.

-No creo.

-No la conoces.

-Sí la conozco.

-¿La conoces?

-Nati Guevara y yo tuvimos nuestros desencuentros antes de que dejara de actuar.

-No sabía. Pues luego de eso, no volvió a exhibir ese carácter del que tenía fama en aquella época.

-¿No has pensado que a lo mejor no quería seguir haciendo el mismo papel que hacía mientras era actriz? Es un mundo duro. Y más para las mujeres, al menos en esa época.

-Un mundo difícil, no me joda, inspectora. Aplausos, mucho dinero en la cuenta, todo el mundo esperando que deje caer un pañuelo de papel usado para agacharse y pelearse por él. Olvidándose de sus hijos.

-Creo que durante muchas temporadas, una de las condiciones que exigió en sus trabajos, era poder volver todas las noches a Salamanca para estar contigo.

-Eso sería cuando estaba enfermo. Enfermo de añoranza de mi madre.

-Creo que esos esfuerzos que hizo por ti, no los ha hecho por nadie.

-Cuando el enano nació, se retiró.

-No creo que tuviera nada que ver, Guillermo. Y además, su retirada fue bastante después de que naciera Sergio. ¿Y te abandonó? ¿Tienes el síndrome del príncipe destronado? No creo que lo hiciera. Más bien tengo la impresión de que eres su preferido.

-Por favor. Eso significaría que en algún momento hubiera sido príncipe. ¿Yo el preferido? No lo creo. La preferida de mi padre está claro que es mi hermana. Mi madre no tiene preferidos. Mi madre pasa. No toma partido. No se enfrenta a mi padre.

Olga se sonrió. Esa conversación no llevaba a ningún sitio. Guillermo tenía las cosas muy claras y su sentimiento de ser el patito feo de su madre, estaba muy arraigado. Un gesto de Ventura le hizo reafirmarse en su conclusión.

-¿Y entonces conocía a mi madre?

-Tuvimos nuestros momentos sí.

-¿Quién ganó la pelea? Dicen los que la conocían que era insufrible.

-Defendía su carrera.

-¿Y tú que tenías que ver con eso? ¿Ya eras policía?

-Sí. Me encargué en esa época de proteger a algún compañero de ella. ¿Y de que sabes que era todo un carácter? Hasta donde yo sé, nunca os llevó a Madrid.

-Recibe alguna visita de vez en cuando. Y algunos me han contado. Pon el vídeo, anda. Me “muero” por escuchar a los “maestros”.

Olga lamentó percibir de nuevo ese toque de sarcasmo y desprecio en su voz. Estuvo tentada de fingir un error en el archivo y no ponerlo. Pero Ventura parecía tener ganas de escucharlo también. Le había hablado en varias ocasiones de ese concierto improvisado. No se lo había enviado porque pensó que le ponía en el compromiso de verlo. Hasta que había escuchado a Guillermo hablar, nada le había hecho pensar que le gustaba la música clásica. Mucho menos que la tocara.

-He de precisar que no ensayaron. Era la primera vez que tocaron juntos. La primera y la última.

El vídeo empezaba un minuto antes de que empezaran a tocar. Los dos violinistas hablaban para ponerse de acuerdo. Olga se fijó por primera en que Nuño tuvo en esa conversación un par de gestos de desprecio hacia Sergio. No había sido consciente de ello. Miró a sus dos compañeros de visionado. Ventura había puesto un ligero gesto de asco hacia Nuño. Se había percatado. Guillermo en cambio, no parecía haberlo detectado o le daba igual. O lo más posible: se alegraba.

Olga mantuvo el vídeo hasta el final del primer movimiento del concierto de violín de Tchaikovsky. Decidió terminar el visionado ahí. Miró de refilón a Ventura para pedirle disculpas. La cara de Guillermo era la de alguien que no le interesa lo que está viendo y se pone a pensar en otras cosas. Seguir escuchando era una pérdida de tiempo. A Ventura se lo iba a mandar luego, podría escucharlo cuando quisiera.

-No he visto a ese escritor en las imágenes.

-Lo estaba escuchando desde otra ubicación.

-Entonces no tenía mucho interés.

-Lo tiene. Está haciendo todo lo posible para que tu hermano salga de la depresión en la que estaba y vuelva a retomar su carrera.

-El mundo puede vivir perfectamente sin mi hermano tocando el violín. Y también puede vivir con su depresión. Millones de personas están deprimidas. ¿Se va a ocupar ese escritor de todas ellas?

-Es muy bueno. Está a la altura de Nuño, y él es el mejor de su generación. No ha sido una interpretación perfecta, Guille. Pero a pesar de que estés harto de escuchar ponderar su virtuosismo, debes reconocer que es un gran violinista.

-Mi opinión no importa. Si los programadores le contratan, que tenga suerte. No creo que lo hagan.

-¿Por qué?

-Porque es una nenaza. Dijo sí, y luego no. Que apechugue. No tiene cojones para ser consecuente con sus decisiones. Conmigo, mi padre fue claro. Tienes que hacer esto. Le dije que no. No. Rotundo. Me dejó de hablar. Luego, a través de mi madre, me propuso venirme a Estados Unidos. Al día siguiente hice el equipaje. Me mantienen, feliz. Yo hago lo que me parece.

-¿Qué es lo que te propuso tu padre?

-Algo parecido a lo que le dijo a Sergio. Pero él pensó que era mejor que soltara la pasta y aprovecharse. Eso es lo único que siempre ha buscado. ¿Sabéis el dineral que cuesta su educación musical? En un mes, lo que recibo yo en un año.

-Puede que tú supieras las consecuencias y él no. Y puede que si tu padre hubiera decidido mandarle donde ese profesor alemán

-No lo entiendes. Mi padre tenía … compromisos. Nunca estuvo en su ánimo mandarle con el maestro Ludwin. No era una opción. Solo había una: Mendés.

– ¿Perdió en una apuesta? ¿En una partida de póker?

Olga había lanzado esa posibilidad como una manera de provocar. Pero la reacción tanto de Ventura como de Guillermo, le hizo pensar que, sin pretenderlo había acertado. En la vida se lo hubiera imaginado. Nunca habían pensado que ese pudiera ser el motivo. A duras penas pudo mantener la compostura. Aunque Ventura se dio cuenta de su sorpresa. Guillermo no quiso incidir en el tema. No contestó verbalmente. Siguió hablando como si Olga no hubiera hecho esa propuesta.

-Se las da de listo, pero siempre ha sido un inocente que además se cree listo. Toma listeza. Toma ser un blandengue. Él se lo ha buscado. No me da nada de pena, lo siento. Pensó que iba a tener a mi padre contento y luego conseguiría lo que quería. Pero ese camino, no tenía vuelta atrás.

-¿Alguien te incitó a hacer alguna cosa ? – preguntó Olga. Ventura no parecía inclinado a preguntar. Quizás, pensó Olga, porque muchas respuestas ya las sabía.

-¿Follar con otros tíos o participar en esas “fiestas” para maestros? Sí.

-¿Fuiste?

-Sí. A unas cuantas. En algunas la verdad es que me lo pasé bien. Cuando había algunas cosas que no me gustaba, cogía la ropa y me las piraba. Y si alguien intentaba pararme, le soltaba una hostia.

-¿Podrías decirnos quien ?

-Que os lo diga él. ¿Me voy a jugar yo el tipo por él? Ni en sueños. Si quiere recuperar su carrera, que se juegue el pellejo él.

-Cuantos más testimonios tengamos, mejor podremos detener y acusar a esas personas.

-No. Conmigo no contéis. Ese Mendés es un hijo de puta. Conozco a algunos que acabaron muy mal.

-Dinos sus nombres, para intentar ayudarlos.

-¿El escritor les va a ayudar? ¿Creando un personaje en sus libros para que se sienta mejor? Que risas.

-Yo pensaba en ayudarlos nosotros. La policía.

-¡La policía! Otro chiste. Si no os habéis querido enterar de nada. Todo eso lleva años sucediendo. ¡¡Años!!

-Hemos despertado. Podemos hacer algo por esas víctimas.

-¿También por las que están bajo tierra?

-Esas personas que dices están bajo tierra, tendrán familiares que hasta que no encuentren al culpable, no podrán descansar tranquilas – le dijo Ventura en tono paciente. Olga estaba sorprendida de la mesura de sus intervenciones. Se lo imaginaba enfadado por algunas de las respuestas de Guillermo, pero no era así.

-Me dan igual esos familiares. Son tan culpables como mi padre o como Sergio. Todos ellos sabían, pero querían conseguir la gloria para su familia. Toma gloria. Esos músicos que duermen eternamente, son los únicos que se vieron inmersos en un juego que no alcanzaron a entender.

-Igual que tu hermano entonces.

-Él sabía. Yo se lo dije. Pero me tachó de mentiroso. Tengo grabada la mirada de asco que me puso. Si quiere declarar, que declare él. Si quiere acusar, que acuse él. Él no hizo nada por mí, no lo no voy ahora a jugarme el pellejo por él.

-Guillermo. El era pequeño. – era un reproche, pero Ventura había sido muy dulce lanzándolo.

-Lo era cuando le convenía. Para largarse a Moscú al concurso ese, era muy mayor. Y para irse a Londres o a Verona. Era mayor para lo que le interesaba. Le ha sacado el dinero a mi padre. Le dije: Luego papá se lo va a cobrar. Y no te va a gustar el precio. Desprecio y suficiencia, esa fue su respuesta. Lo dicho. Que ahora, se juegue él sus pelotas. Yo he alcanzado la paz, y hago lo que me gusta. Soy medio feliz.

-Lamento que no nos ayudes, Guillermo – volvió Ventura a la carga.

-Turi, eres un tío cojonudo. De verdad. Si no hubieras estado en pareja cuando nos conocimos, te hubiera entregado mi corazón, mi cuerpo y mi vida. Hiciste que recuperara las ganas de vivir, de amar y de tocar el piano. Eso sí, el violín no lo he vuelto a tocar. Pero no me pidas eso. Tú me sacaste del hoyo. No pretendas ahora lanzarme de nuevo a él.

Ventura alargó el brazo y le ofreció la mano. Guillermo se la puso y entrelazaron sus dedos. Ventura se la llevó a la boca y se la besó varias veces.

-Si vuelves por Nueva York, llámame y tocamos de nuevo juntos. Y nos vamos luego a cenar por ahí.

-Claro.

-¿Os volvéis esta noche a Washintong?

-No. Se nos ha hecho tarde. Hemos perdido el vuelo. – respondió Olga.

-Olga si prefieres volver de todas formas, hago una llamada. – ofreció Ventura.

-Quedémonos y hagamos algo.

-Os invito a cenar y luego os llevo a un sitio con la mejor música de Jazz en directo. – propuso Guillermo.

-Tenemos que buscar habitaciones.

-Estamos en un hotel.

-¿Querrán alojarnos? – Ventura no podía haber hecho la pregunta de forma más irónica de la que la hizo.

-Más les vale si quieren conservar el trabajo mañana. Ya me han tocado los ovarios suficiente por hoy.

-Mientras arregláis lo de las habitaciones, yo me voy a casa a duchar y nos vemos luego.

Guillermo se levantó de la silla y se abrazó a Ventura, a la vez que le daba dos besos. Luego se giró y tendió el puño a Olga que se lo chocó sonriendo melancólica.

-Os mando un mensaje cuando esté listo, con la localización del sitio.

Ya solo estaban en el restaurante ellos dos y Allan, que esperaba paciente en otra mesa.

-Deberías haberte ido a casa. – le dijo Olga de mesa a mesa.

-No se preocupe, comisaria. Es mi trabajo.

-Ya has oído cual es el plan.

-Tengo ropa para cambiarme. Me han dicho que no debo dejarlos hasta que se vayan de Nueva York. Y para una vez que mis órdenes me agradan, no voy a protestar.

-Vamos entonces a recepción. Y si nos da tiempo, tomamos un cóctel en el otro bar.

-¿Pagas tú?

-No Turi. Pagas tú.

-Oye, no te he dado permiso para llamarme así – Ventura fingía muy mal un enfado que en todo caso, era sorpresa por la confianza que se había tomado la comisaria.

-Vale. Tienes razón. No te llamaré así hasta que me des permiso. ¿Me lo das?

-¡¡No!!

-Vuélvete conmigo a España.

-¡¡No!!

-Que cansino eres. Pues pagas tú la comida.

-¡¡¡¡No!!!! Te toca a ti.

.

Cuando los dos se volvieron a encontrar en la coctelería del hotel, se mantuvieron un rato pensativos. Su entrevista con el hermano de Sergio no había transcurrido según lo que al menos Olga, se había imaginado. Esas pesquisas en Estados Unidos, no dejaban de darle sorpresas.

-Creo que me deberías poner en antecedentes, Ventura. Hay cosas de lo de antes que no alcanzo a entender.

-No son recuerdos que me apetezca traer de nuevo aquí.

-Me imagino.

-No pienses que luego, si le insistes a Guille, te va a decir algo distinto. Le he notado que tiene todo muy interiorizado.

-No pienso insistir. No es un acusado, ni un detenido. Tiene derecho a contar o callar. Lo que yo opine de su actitud, es indiferente. Y no puedo opinar, porque, lo único que he sacado en claro, es que sé menos de lo que sabía al venir. Tengo más preguntas y casi ninguna respuesta. En este caso, nos pasa mucho. Y hoy, ha vuelto a ocurrir.

-Este mundo es complicado.

-¿De que a qué mundo te refieres?

-Al que rodea todo este caso.

Olga se echó a reír de repente. Ventura lo miraba con gesto divertido. A Olga le gustó, porque al menos, el reencuentro con su viejo amigo, le había relajado un poco el gesto.

-¿Me vas a contar de qué te ríes?

-Es que se me ha ocurrido pensar que este caso ¿Por qué Peter Holland te ha elegido a ti para acompañarme? Casualmente alguien que tiene ciertas conexiones con el caso.

-¿Porque hablo español? ¿Porque soy español?

-En realidad tienes doble nacionalidad.

-Vaya. No hay forma de mantener algunas cosas en secreto.

-Pero me da igual que seas estadounidense. Te quiero de vuelta.

-Que no.

-Te necesito.

-No es verdad.

-Necesito un nuevo miembro del equipo que tenga doble nacionalidad.

-¿No te vale con el francés y el inglés?

-No.

-¡¡Por Diosssss!! ¡¡Qué cansina!!

Ventura se echó a reír. Pero Olga se puso seria.

-Peter Holland está jugando conmigo. Sabía que su interés porque viniera a dar ese curso a Quantico, tenía algunas razones que se me escapaban. Cada vez estoy más segura de ello. Sabe de este caso mucho más de lo que dice. Y si le interesa … eso nos lleva al tráfico de drogas, de personas o de armas. Dudo en pensar si te ha puesto a mi lado para que me cuentes lo que sabes o para que le cuentes a él lo que yo sé.

-No me ha preguntado.

Olga se lo quedó mirando. Y Ventura le mantuvo la mirada. Olga suspiró. No le parecía que le mintiera. Lo que si percibió es que su pregunta, había hecho pensar a su compañero.

-Te quejas de que yo haya descubierto algo de lo que no me has contado, pero está claro que el FBI sabe mucho más.

Olga no dejaba de juguetear con la guinda que aderezaba el cóctel que se había pedido. Aunque su última frase había sonado a pregunta, no esperaba ninguna respuesta de Ventura. Estaba imbuida en sus cavilaciones. Su mente corría a velocidades supersónicas y por caminos que no se hubiera imaginado.

-Lo bueno de todo esto, es que si lo necesitas, estoy seguro que Mr. Holland te ayudará.

Olga miró a Ventura.

-No me gusta que lo revista de favor. Y preferiría que nos iluminara antes de preguntar, para no transitar los mismos caminos que ya ha recorrido el FBI. Eso sería una pérdida de tiempo y de recursos.

-¿No te cansas de esta lucha? Es como luchar con molinos de viento.

-Casi todos los días, no te miento. Podría vivir del dinero de Mark. Me lo ha propuesto muchas veces. Y por muchos caprichos que me diera, nunca tendría problemas económicos. Mi hijo ya es mayor para meterse en grandes problemas, puedo dejarle que los solucione él solito. Irme a una de las fincas de Alemania o de Inglaterra y disfrutar de la vida.

-¿Y entonces?

-¿Por qué sigues tú? Dices que te llevas mal con tu padre, pero esa americana que llevas hoy, cuesta lo que cobras en un mes en el FBI. Quiere decir que no necesitas trabajar para vivir. Y menos en este negocio. No me contestes, no quiero que busques a todo correr una mentira para dejarme contenta. Sabes, cuando dudo, recuerdo a Arlen en mis brazos. Un chico de trece años lleno de señales de latigazos, de puñetazos, con el ano roto, con el pelo trasquilado, los pies llenos de llagas de correr desnudo huyendo de los perros que querían follarlo. O me acuerdo de Dani. Un actor de éxito cuyo cuerpo parecía más un cadáver andante en descomposición que el de un joven atractivo hasta decir basta, inteligente, trabajador, un gran artista cuya vida debería estar llena de felicidad y cosas placenteras. Y otros como ellos. Y a más recuerdo lo que Jorge les murmuraba cuando les llevaba a buscarme. Esas palabras se las repetía yo luego, cuando estaban en mis brazos y empezaban las curas, a las que alguno era remiso. Me parece que no tenían buen recuerdo de enfermeros y médicos. Otro campo que apenas hemos explorado de momento. No sabes lo que es tener en tus brazos a un chico así. Luego, tenía que dejarlos ir. Alguno me da que llegó donde ti, no sé muy bien por qué, y tú a pesar de tu corta edad, los ayudaste. Me da que lo hiciste con Arlen. Con Guillermo, lo tengo claro que sí lo hiciste.

-Todos buscaban a Jorge. – dijo Ventura en apenas un susurro.

-Pero Jorge tiene sus propias batallas. Debía lucha contra sus propios fantasmas. Y protegerse. ¿Te crees que esas excursiones no provocaban que muchos de sus víctimas lo buscaran luego para matarlo? Él también es un personaje público. Un personaje que hasta ahora, nadie quería proteger. Que no podía contar con la policía para ello. Debía arreglárselas él. Alguien le puso guardianes. Es cierto. Alguien que tenía poder y dinero. Esa gente no trabaja gratis. Son caros, porque son muy buenos. No podía significarse estando pendiente de esos chicos. Los debía echar de su lado, para no ponerlos en peligro. Cualquiera de ellos que se acercara, podía morir en cualquier callejón. Y nadie se interesaría por su suerte. Nadie les lloraría.

-¿Y ahora? ¿Que ha cambiado?

-Que va con ocho policías a su lado. Todo el tiempo. Que tiene un hacker que vela por él. El mejor. Que a parte de la escolta que le proporcionamos nosotros, tiene a sus guardias de toda la vida. Si algo se nos escapa a nosotros, están ellos pendientes. ¿Eso es vida? Que tengan que acompañarte si quieres cagar en un bar. ¿Que si quieres tener un momento de solaz con un amante, al menos ocho personas se enteren? Que si estás de bajón, sea la comidilla de toda la Unidad. Lo que comes, lo que bebes, las personas que te encuentras, todo es público. Ahora lleva como nosotros, cámaras y micrófonos. No puede tirarse un pedo sin que lo sepamos.

-Él podría contaros muchas cosas.

-¿Crees que los que se encargaron del olvido de Dani para protegerlo, no lo hicieron también con Jorge?

-Ese punto no lo acabo de entender. Lo del olvido.

-Ni nosotros. Pero es lo que hay.

-Sinceramente, eso lo tuvo que hacer una agencia poderosa.

-¿Como el FBI?

-O la CIA. O los del otro lado.

-Por la forma de comportarse tu jefe, me inclino por pensar que está implicado el FBI.

-Mira, ahí viene Allan. Le sienta mejor la ropa de asueto que la de trabajo.

Ventura se sonrió.

-Cierto. Mira, Guillermo acaba de mandarme un mensaje. Nos manda la ubicación del sitio donde quedamos.

-Espero que Allan nos guíe.

-Por cierto ¿Te has dado cuenta de que ni siquiera se ha interesado por saber lo que haces a mi lado? No le has dicho que eras policía ni que estabas en el FBI.

-Es cierto. No me mires así, no le he dicho nada. No le he visto desde los ¿dieciséis? La verdad es que ya entonces contaba al que me quisiera escuchar que iba a ser policía. Lo habrá dado por supuesto.

-No nos ha hecho ninguna pregunta sobre nosotros. – Olga reiteró sus dudas.

Ventura, como única respuesta, se encogió de hombros mientras afirmaba con la cabeza ligeramente.

-¿Nos vamos? – dijo su ayudante en Nueva York al llegar donde ellos.

-Vamos sí. Confiamos en ti para que nos guíes.

-Es un sitio muy bueno – dijo al ver el lugar de la cita con el músico. – No está lejos.

-Pues en marcha.

.

-Alguien ha intentado borrar los archivos grabados en el hotel y el restaurante.

Como siempre, Aitor no había saludado. Había ido directamente al grano.

-Mirad de acelerar. – pidió Carmen a Tere y a Juanjo

-Tere y Juanjo están en ello. – dijo ahora a Aitor – ¿Puedes hacer algo para ayudarlos?

-Puedo intentar evitar que se acceda para borrarlo.

-Mira de conseguirlo. Me hace señas Tere que tardarán todavía diez minutos.

Carmen miró la pantalla de su móvil. Aitor había colgado de repente. Pero otra llamada le sustituyó: Javier.

-Vente. Nos vamos a ver a la ministra y al ministro.

-Os dejo encargados – les dijo a Tere y Juanjo. – Aseguraros de que los archivos no estén corruptos. Y daros maña. Intentan borrarlos.

-Si te parece, cuando acabemos con esto, quitamos todos los micrófonos y cámaras de los sitios dónde las hay. Son las habitaciones premium y las suites. A parte de los comedores privados. En ellos, Roberto se ha encargado.

-Dile que es prioritario que mire ese pen que ha encontrado pegado a la mesa de ese comedor.

-Elías se ha vuelto a la Unidad para estudiarlo con Pati.

-Prefiero que lo haga Roberto. – insistió Carmen.

Tere se la quedó mirando. Asintió con la cabeza. Entendió que la comisaria quería mantener su contenido en secreto máximo.

-Y estas grabaciones, de momento, que no las escuche nadie.

-¿Tan grave es?

-Vamos viendo.

Carmen le pidió a Beca que le sirviera de conductora.

-Así aprovecho el viaje a la Unidad. Esto se ha complicado mucho.

-Vamos.

Javier la esperaba en el garaje. No la dejó ni bajarse del coche. Se subió él y se sentó a su lado en los asientos de atrás.

-Beca, llévanos al Ministerio del Interior, por favor.

Para sorpresa de Carmen, dos coches les esperaban fuera del garaje. Uno de ellos, se puso delante y el otro detrás.

-¿Es la gente de Jose Oliver? Me ha parecido ver a Miri.

-Sí. El Ministro ha insistido.

-¿Qué han grabado estos insensatos?

-De todo. El CNI andaba tras la pista de algo. Les habían llegado rumores. Andaban entre diez hoteles, de los mejores de Madrid.

-Los detectores de Roberto, entonces

-El cabrón lleva el móvil bien preparado. No nos dimos cuenta cuando fuimos a sacar a Jorge y Carmelo de su comida con el embajador. Ni los de CNI cuando han mandado a alguien a escanear ese local de tapadillo. Y los idiotas del abogado y el director, nos lo han puesto en bandeja con su actuación.

-¿Espionaje puro y duro?

-A ver que nos dicen. Me huelo que sí.

-Lo que te hueles, es que alguien delicado ha sido objeto de esas grabaciones.

-Puede que el Presidente. Eso es lo que parece han esgrimido. Aunque me da que es algo más … espurio.

-O sea que nos atañe, es de nuestro caso, pero como es alguien … en …

Javier asintió con la cabeza.

-Y nos van a dejar sin esas grabaciones.

-Me imagino que habrá otras muchas para justificar que invoquen la Ley de Secretos del Estado.

No tardaron en llegar a la c/Amador de los Rios 7, sede del Ministerio del Interior. Los guardias de la entrada les abrieron las puertas en cuanto enfilaron la calle para que no tuvieran que esperar. Javier y Carmen se bajaron del coche a la vez que los GEO que les habían servido de escolta. Los acompañaron hasta entrar en el edificio.

-¿Y todo este despliegue?

-El abogado ha podido avisar. Si Aitor ha descubierto intentos de borrado, alguien se ha chivado de nuestra actuación.

-Puede haber sido en el juzgado.

-Es posible. La jueza ya está haciendo sus indagaciones. Ha decretado el secreto de sumario. Porque además, alguien se lo ha chivado al CNI. Y nosotros deberíamos hacer lo mismo. Sabemos que tenemos infiltrados tanto de Anfiles como del CNI. Sería hora de ir empezando a buscarlos.

-Esto es de locos. Lo que nos hacía falta.

-Me imagino que lo que nos dirán es que se encarga el CNI.

-¿Y si hay alguna grabación que nos ataña? Soy cansina, ya lo sé.

Javier levantó las cejas.

-Vale. – Carmen entendió que Javier le había pedido algo a Aitor. Pero vio que le hizo un gesto con las cejas para que hablara – Nos jodemos entonces y ya está.

Javier hizo una mueca satisfecho.

-Os esperan – les dijo Miguel, el secretario del Ministro. Tanto Javier como Carmen chocaron los puños con él.

No fue una sorpresa encontrarse a la Directora del CNI junto a los Ministros de Defensa e Interior. Los tres estaban sentados alrededor de la mesa de juntas que el Ministro tenía en su despacho.

Triana, la directora del CNI les sonreía al saludarlos.

-Reconozco que tenéis buena gente trabajando a vuestro lado. Llevamos semanas buscando. Vosotros llegáis y lo encontráis en cinco minutos.

-Me imagino que no se lo esperaban. O había alguien al que estaban intentado grabar cuando hemos llegado y les hemos fastidiado. – dijo Carmen. Tere le había pasado la lista de clientes alojados, y tenía un par de ideas al respecto.

-No os entretendremos mucho – les dijo la Ministra de Defensa mientras les saludaba – Sé por Fernando que no os sobra el tiempo.

-Sentaros. – les indicó el Ministro de Interior.

Miguel apareció con sendos cafés para los policías. Ya se conocían y sabía sus gustos. Carmen le sonrió agradecida, mientras Javier atendía a la directora del CNI.

-Por cierto, dadle recuerdos a Rui.

-De tu parte. No ha podido acercarse. Me ha pedido que le disculpéis. Está en medio de una misión encubierta.

-Vaya. No me lo esperaba. – la Ministra de Defensa no ocultó su sorpresa y miró a su compañero de gabinete.

-Es culpa mía. Es algo muy delicado y no podía encargárselo a nadie más. A nosotros ya nos conocen. – explicó Javier.

-Estoy al tanto, Margarita. – atajó en tono rotundo Fernando.

-La situación es la que sigue.

La ministra de Defensa tomó la palabra. Como buena política y antigua jurista, hizo una disertación muy bien argumentada, pero nada original, para pedirles, ordenarles, que entregaran todo el material incautado referente a las grabaciones en el hotel al CNI. La jueza estaba de acuerdo en abrir una causa separada de la que había propiciado la actuación.

-En esas grabaciones estamos seguros que habrá algunas que atañan a nuestro caso. – Javier no había dejado de mirar a la Ministra. A ésta le costaba mantenerle la mirada.

-No te preocupes, Javier, que mi gente, después de escucharlas, te derivará las que os atañan. Vuestro caso también nos interesa a nosotros.

-No lo dudo. – Javier sonrió. Parecía un gesto amable, pero Carmen sabía que tanto el comentario como su visaje, estaba cargado de sarcasmo. El ministro hizo un amago de sonreír que murió casi antes de nacer.

-Sabiendo de vuestra segura colaboración, he enviado a mis hombres para hacerse cargo de los archivos. Nos encargamos también de eliminar los medios de grabación que habéis encontrado. No os tenéis que preocupar por ello. Así os podéis dedicar a otras cuestiones.

-Respecto a eso, deberíais hacer un registro en profundidad, porque hemos preferido, siguiendo las instrucciones de la jueza, confiscar todas las grabaciones, por el posible intento de destrucción que existía. Hemos detectado solo algunos de los micrófonos y cámaras, que no ha sido una búsqueda exhaustiva. – explicó Carmen en un tono muy formal.

-Mandaré entonces más personal especializado.

La Directora del CNI miró a la Ministra de Defensa. Ésta tomó la palabra.

-Es innecesario deciros que estas actuaciones son Secreto de Estado. Conviene que se lo recordéis a vuestro personal. Y si alguno no ha firmado …

-Margarita, ya te lo he dicho antes – ahora tomó la palabra el Ministro de Interior. – Todos los que han estado en contacto con las grabaciones, son compañeros de confianza de Javier y Carmen. Y todos han firmado el formulario de Confidencialidad de Secretos del Estado.

-No viene mal recordarlo.

-He pedido a Carmen antes que me enviara un listado del personal destacado allí, y Miguel ha comprobado minuciosamente que todos lo han firmado.

-Perfecto. Entonces, Triana, creo que deberías ir a ocuparte. Yo llego tarde a una reunión. Fernando, nos ausentamos.

Se levantaron todos y la Ministra y la Directora del CNI de despidieron de todos. Los tres miraron como las dos mujeres salían del despacho del Ministro.

Fernando fue un momento a su escritorio y sacó un aparato para evitar escuchas y lo puso en medio de la mesa de juntas. Lo encendió. Cuando las luces fueron verdes, hizo una señal a Carmen y Javier para que hablaran.

-Todos sabemos que no nos van a contar nada. – dijo Carmen resignada, bebiendo de su taza por primera vez. Miguel entró en ese momento y les puso un plato con unos hojaldres rellenos de crema.

-Se que sois muy dulces – Miguel guiñó el ojo a Carmen que le lanzó un beso. Casi ni dejó que apoyara el plato y ya había cogido uno que saboreó casi con necesidad.

-Este asunto os pone de nuevo en la diana. Pensad lo de poneros escolta.

-¿Debemos protegernos del fuego enemigo o del amigo?

-De ambos.

-Javier ya la tiene. – dijo Carmen decidida.

-Ahora toca ponértela a ti y a Olga.

-Creo que en Estados Unidos ya le han puesto un agente especial que vela por su seguridad.

-¿El que pensáis reclutar?

-Sí. Y por si pregunta la amiga Triana, también firmó en su día el compromiso de secretos del Estado.

-Convenía que Olga se lo volviera a dar, por si acaso.

-Le mando un mensaje. Están haciendo gestiones en nuestro caso. Están juntos.

-Perfecto.

-No dudo que tenéis recursos e imaginación para sortear el contratiempo de que el CNI os haya quitado esos archivos.

Javier se echó a reír. El Ministro se sonrió.

-Eso Fernando, creo que es mejor que no te enteres.

-Si hay algo que deba enterarme, cuando los oigáis, quedamos en sitio discreto y me cuentas.

-Cuenta con ello. No habrá nada por escrito.

-¿Qué les ha dado tanto miedo? – era la duda que tenía Carmen desde que Javier le había anunciado la reunión.

-¿Que es el restaurante preferido de Triana? ¿Que suele llevar allí a sus … a las personas que quiere … ?

-Vale.

-Yo mismo he comido allí muchas veces.

-¿Trabajo?

-Sí. Y placer. Suelo ir con mi marido. Nos pilla cerca de casa.

-Lo miramos. No creo que hayas tenido ninguna conversación delicada sin usar un aparato de esos. – Javier señaló el inhibidor. Fernando sonrió.

-Informadme, por favor.

El Ministro apagó el inhibidor de grabaciones y transmisiones.

-¿Y cuando vuelve Olga?

-Le quedan dos semanas – contestó Carmen. – Está encantada con los cursos. Dice que en lugar de enseñar, está aprendiendo mucho. Se está estudiando los protocolos del FBI. Dice que son muy interesantes.

-Y hace mucho turismo. Esta semana se está dedicando a Nueva York. Ha ido a varios restaurantes de esos que tienen actuaciones en directo.

-Y a un local de jazz. Ya sabes como le gusta la música.

-Que envidia.

-Fernando … Pero bueno, si estáis todavía aquí. Al ver a esas salir, pensaba que os habíais ido por la otra puerta.

Había entrado Carla, la ayudante del Ministro. Al ver a Carmen y Javier fue hacia ellos para saludarlos. Estos se levantaron y la abrazaron.

-Os tengo que dejar. Pero acabaros el café. Si necesitáis algo, pedídselo a Miguel con toda confianza.

El Ministro se levantó y se puso la americana, Se inclinó sobre la mesa y volvió a pulsar el inhibidor.

-Por si acaso – dijo sonriendo.

-¿No te fías ni en tu despacho? – a Carmen se le escapó un cierto gesto de guasa.

El aludido no respondió, solo sonrió y se encogió de hombros mientras se dirigía a la puerta de salida seguida por su ayudante.

Javier y Carmen se quedaron unos segundos en silencio. Bebieron de sus tazas.

-Pues este registro que nos podía dar mucho trabajo, se acaba de diluir.

Javier no contestó. Apuró su café e hizo un gesto a Carmen para que lo imitara. Esta le hizo caso y cogió un último hojaldrito de crema. Se levantaron los dos y apagaron el inhibidor.

-Nos vamos Miguel.

-Ten Carmen. – el secretario le tendía una bolsa de papel – Te he preparado unos mini petisús para el camino.

-Eres un tesoro. Cuando te aburras de Fernando, te vienes a trabajar con nosotros.

Miguel sonrió antes de contestar.

-Seréis mi primera opción.

No dijeron nada camino de la salida del edificio. Beca los esperaba apoyada en el coche. Arrugó el entrecejo. No era normal que Carmen y Javier andando juntos fueran tan serios y callados. Fue a decir algo, pero Carmen le hizo un gesto para que se montara en el coche y salieran de allí. Carmen saludó ligeramente con la cabeza a Silvia y Miri, dos de las GEO que volvían a servirles de escolta. Estas la contestaron con la misma discreción y parquedad de efusividad.

En medio de la Castellana, Javier sacó de su bandolera su propio inhibidor.

-¿Tan mal ves la cosa?

-Si Fernando duda en su propio despacho … – Javier meneó la cabeza y puso los ojos en blanco – Nos ha querido decir algo, sin decirlo. Lo conozco. No nos fiemos de Triana ni de su gente. A Margarita la tiene en el bote. Le da lo que quiere y ella hace como que no se entera de otras cosas. Pero Triana tiene muchos intereses a parte de la Seguridad Nacional. Y muchos amigos a los que servir.

-Como alguna de esas cosas le estalle en la cara … Es una mierda, porque ahora todo nos va a costar mucho más.

-Sabíamos que tarde o temprano el CNI iba a aparecer. Y no iban a ser los que solo quieren ayudar al país y protegerlo. Lo va a hacer la parte del CNI que tiene mucho que esconder. Que nada de todo esto se haya sabido en todos estos años, les implica a ellos. Han tenido que ser colaboradores necesarios.

-Rui se va a poner muy contento. Que puta Triana, mandándole recuerdos a “Rui”. Como si fueran amigos. – Carmen se calló de repente. Javier se sonrió. Sabía que su amiga tenía que hacer grandes esfuerzos para contenerse con la Directora del CNI. Tenían un pasado en el que precisamente no fueron amigas. – Ventura nos vendría muy bien. – el tono de Carmen había cambiado radical.

-Su padre va a ir a verlo. Pero antes de que venga, debemos preparar el terreno. Y necesitamos a Jorge para ello.

-¿Al final has quedado con Rodolfo?

-Ayer. Nos citamos en Lyon. Me mandó un jet de su compañía. Fue cuando te fuiste a casa.

-Me quedé roque en dos minutos. Te noto descansado.

-Los vuelos los dormí enteros. Es lo que tiene los jet privados.

-¿Te llevaste a alguien?

-A Lerman y a Sara, tranquila. Llamé a Thomá y el me mandó un conductor y otro coche de escolta.

-¿Y?

-Pues que quieres que te diga. Ya sabes como es. Lo conoces mejor que yo. Todo en él es decir sin decir. Afirmar y negar en la misma frase. Pero creo que intentará convencer a Ventura de que se venga con nosotros. Me habló de que a lo mejor, deberíamos empezar a pensar en hacer una gran comedia.

-¿Lo que alguna vez hemos planteado en nuestras reuniones locas?

-Pero llevado al extremo. Que algunos de los miembros de nuestro equipo se conviertan en enemigos nuestros.

-Enfadados y dispuestos a todo por jodernos. Pero con eso, les podemos joder la vida. Es muy fácil perder la cabeza en ese papel. Mira a Alberto. No creo que se recupere nunca de lo que ha vivido.

-Y que en todo caso, si Ventura viene, debe tener enemigos. – Javier no se dio por enterado del comentario sobre Alberto. Le escocía el tema.

-Patricia ya está concienciada en darle una patada en los huevos. No tiene buen recuerdo.

-Pero entonces ella era la pareja de Termas. Y asumía todo lo que decía ese cretino. Ventura era su enemigo número uno. Y eso que nunca llegó a enterarse de quién es su padre.

-Ni de todo lo que hizo en contra de sus órdenes.

Javier asintió con la cabeza.

-¿Por qué nos enamoramos de gilipollas? Somos listos, inteligentes, eficaces en el trabajo y luego, nos enamoramos de cretinos. – Carmen lo dijo en tono enfadado.

-Que tire la primera piedra el que esté libre de culpa.

-Me jode romper el buen ambiente que hemos creado. Porque además esa comedia la deberíamos llevar hasta las últimas consecuencias. Y eso es muy duro. No sé si compensa.

-Hasta encarcelarlos si fuera preciso. Acusarlos de delitos. Convertirlos en delincuentes y apartarlos completamente.

-Beca, me acabo de acordar. El otro día me comentaste que Tinet y tú tenéis dos candidatos a ayudarnos.

-Sí. Tres.

-¿Tienes libre esta tarde? – le preguntó Javier

-Claro. ¿Quieres que les llame?

-Vamos a quedar a tomar un café sobre las 6. En El Trastero.

-Hecho.

-¿Sigo dando vueltas o queréis …?

-No. Vamos al bar de polis. No habrá casi nadie. Vamos a charlar con Leo antes de que se llene.

-¿Con toda la escolta?

-Son polis – Carmen se echó a reír.

-Pues vamos.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 97.

Capítulo 97.-

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El viaje a Nueva York fue tranquilo. Olga tuvo oportunidad de conocer a algunos otros agentes importantes de la Agencia que compartieron vuelo con ellos. Le sorprendió que todos parecían haber oído hablar de ella y de sus compañeros en España. Parecía que les tenían mucha consideración profesional.

Aunque la mayor parte del viaje se entretuvo en observar a Ventura. Se dio cuenta rápidamente de que sus compañeros no lo respetaban. Y si mantenían con él la compostura era debido a que el jefe de Operaciones del FBI le consideraba un colaborador importante. Pero no dejaba de ser un español dentro de una organización muy estadounidense. Y posiblemente, se había corrido la voz de su mala relación con sus superiores en España. Que esos superiores fueran gente de dudosa reputación y que posiblemente si su intuición era correcta respecto al interés de Peter Holland en Anfiles, algún día esos compañeros policías saldrían en sus informes en la parte en la que se describía a las personas que apoyaban a esos malhechores. O puede que se hubieran enterado de que Ventura había recalado en Estados Unidos debido a la influencia de su padre. O lo más probable: Que tuviera unas virtudes que eran difíciles de encontrar en una agencia tan encorsetada como el FBI. Virtudes, que como había comprobado al leer el historial de Ventura en la Agencia, le habían reportado numerosos éxitos en su carrera profesional y pocos fracasos.

Ventura en este caso se mantenía al margen de esa aparente hostilidad de sus compañeros. No parecía darse por enterado. Pero Olga ya lo conocía lo suficiente para saber que era consciente de la situación. Mantenía su gesto serio, sin dejar ningún resquicio a la amabilidad o al compañerismo. Esos agentes no le tenían ninguna consideración, pero él no mostraba tampoco ninguna por ellos. A Olga le daba la impresión de que incluso los despreciaba. Y creía que no era solo una mera cuestión profesional. También los despreciaba como personas.

A su llegada al aeropuerto, en la misma pista, les esperaba un coche del FBI con un agente como conductor. Los agentes especiales con los que compartieron vuelo, se despidieron de Olga muy efusivamente. A Ventura apenas le dirigieron un saludo con la cabeza. Y la comisaria estaba convencida de que el gesto en realidad, lo habían hecho por respeto a ella. Un respeto que, por algún comentario que les había escuchado casi al final del viaje, hecho en la seguridad que les dio que pensaban que Olga no dominaba el inglés con fluidez, era debido principalmente a que se había corrido la voz de su relación cercana con Peter Holland, uno de los hombres más poderosos del FBI, más que a una consideración profesional como había pensado al principio del viaje.

Ventura y ella se montaron en los asientos de detrás. Ventura le preguntó al agente si no le importaba.

-Tenemos que preparar nuestra entrevista. No te molestes.

El hombre que dijo llamarse Allan, se mostró conforme. Era un agente de segunda categoría que posiblemente si le hubiera tocado con sus compañeros de vuelo, le hubieran ignorado directamente y le hubieran tratado como a un simple chófer.

Una vez los dos sentados detrás, Olga no pudo evitar acariciar la cara de Ventura. Cada vez se sentía más cerca de él. Ventura la miró sonriendo agradecido.

-En todas partes cuecen habas – le dijo Olga con tono dulce. – No les hagas caso, se creen que están por encima de los demás.

-¡Qué bien te lo has pasado fingiendo que no hablas bien el inglés! Son bobos hasta para eso. – Ventura negaba con la cabeza sonriendo – Me consideran un advenedizo. Estoy aquí para trabajar. Es lo que hago. No me interesa ser su amigo. No son personas interesantes. Ni son cultos, ni son inteligentes. Bueno, ya lo has visto. Por no ser no son ni atractivos, aunque si les oyes hablar, ellos piensan que son irresistibles. Su pasión es seguir los partidos de los Wizars de baloncesto o de los Commanders de fútbol. Son los equipos de Washintong y ninguno es de allí. Son falsos hasta para eso. No tienen personalidad. Lo normal es que fueran de sus equipos de su lugar de procedencia. Como la mayoría de los compañeros. Si eso además, le da salsa a las reuniones. Piques entre todos por ver si ganan los equipos de Florida o los de Minnesota. Su hacer profesional se circunscribe a seguir los protocolos marcados. En el FBI hay uno para cada tipo de caso. En muchos casos complicados, que no se adaptan exactamente a los modelos, debes emplear otras facultades, de las que ellos carecen.

-Tampoco hace falta que sean complicados. Cada caso tiene matices que los diferencian de los de su especie. Y esos matices, a veces hacen inservibles los protocolos establecidos. En este negocio, dos más dos, no siempre son cuatro. Y a veces las manzanas no son lo que parecen, sino que a lo mejor son peras. Por eso sigue valiendo la intuición, la percepción de pequeños detalles que para la mayoría son invisibles. La imaginación. La empatía tanto con la víctima como con los sospechosos e incluso con el culpable. La capacidad de sacar lo máximo de los testigos en las entrevistas.

-Estos serían incapaces de salirse de los cánones establecidos. No lo digo por decir. Te puedo contar casos que han llevado que acabaron en otras manos.

-¿Las tuyas?

Ventura se sonrió.

-Alguno de ellos sí. Otros cayeron en manos de otros compañeros. Con algunos colaboré también. Ahora no vuelvas a insistir en que debo volver contigo a España.

-No iba a decir nada de eso. Lo juro.

Ventura se echó a reír. Olga había puesto cara de niña buena pillada en renuncio y había levantado la mano izquierda con dos dedos levantados para prestar juramento.

-¿No te gusta los deportes? ¿O es que solo te gusta nuestro fútbol?

-Sí, claro que me gusta. No se trata de eso. Se trata de que solo saben hablar de eso. Yo soy de los Mavericks, por Luka Doncic. Me encantaba cuando jugaba en el Madrid. Cierto que el fútbol americano no … me aburre, vaya. Pero el béisbol sí me gusta. Sigo a mi Madrid de fútbol, como siempre. Pero también me gusta hablar de libros, de música, de cine, de política. Se me ha olvidado decir que también hablan de mujeres. Y alguno está casado. Entiende que la expresión “hablar de mujeres”, quiere indicar una determinada forma de referirse a ellas. Con expresiones y gestos propios de tus padres.

-Pues tú habla de hombres. Sin esos gestos y esas expresiones, no me fastidies.

-No me interesan. Y seguro que si lo hiciera, ellos me harían la cruz definitivamente. Son muy machos. No son homófobos porque Tom Holland no soporta esas actitudes.

-No me creo que no tengas algún rollo por ahí.

-Tú lo has dicho, rollos. No tengo ganas de tener una relación. De plegarme al otro. Me gusta ir a mi aire. Ya no valdría para vivir con nadie. Creo que … ya no sería capaz de enamorarme, aunque supiera que no tendría que convivir con esa persona. No entiendo lo que es eso de enamorarse. Por mucho que insistas en el tema, no voy a cambiar mi versión, que por la cara que pones sé lo que estás pensando. Y no me veo viviendo con nadie, te lo juro. Me he vuelto muy mío. No quiero que nadie me diga cuando debo quitar el polvo o recoger la cocina.

-Así que entiendo que no recibes a nadie en casa.

-No. Es mi santuario. Es una pocilga, pero mi pocilga. Y estoy contento. Llego, tiro los zapatos nada más entrar, si me apetece me pongo en pelotas y me tiro en el suelo cual largo soy. Cojo el mando, me pongo música o algo en la tele y ya. Me hago una pizza en el horno, la como en el suelo con una birra bien fría o con una Coke. El día que tengo que poner la lavadora voy recogiendo los gayumbos que he ido dejando por ahí y bajo a una de esas lavanderías que metes la ropa mientras lees un libro y en veinte minutos la tienes lavada y seca. Planchar … es un deporte que no practico. Cuelgo las camisas en sus perchas, y ese es el planchado.

-Un poco de cariño nos viene bien a todos. No hay que plegarse al otro. Es llegar a un término medio. Y un poco de ayuda en la vida, o de compañía, tampoco viene mal.

-Que no me vas a convencer. Estoy muy decepcionado en ese sentido. Ya tuve historias de amor que … ya está, se acabaron y no tengo ganas de iniciar otra. ¡Qué pereza!

Olga se sonrió.

-Habría cientos de hombres que estarían encantados de conocerte. Buenos hombres. Y ya verás como alguno de ellos, cuando lo conozcas, no te podrás resistir.

-Si eso pasara, seguro que él sería el que no gustara de mí. ¡Buenos hombres dices! ¿Existe eso? No los he encontrado en mi camino. Te lo juro, Olga, no me mires de esa forma.

-Ya hemos llegado – les dijo Allan parando delante del hotel Galaxy.

-¿En qué sala toca nuestro hombre? – preguntó Olga.

-La sala está a la derecha del hall. Es el comedor principal. Entrad mejor por ahí, es más discreto. Suelen venir a veces gente conocida a comer y suele haber paparazzis en la puerta directa del restaurante a la calle.

-¿Conoces el hotel? ¿Sabes que hay distintas salas? – A Ventura no le había pasado desapercibida la pregunta de la comisaria.

-He estado varias veces. El hotel es de Mark. – sonrió con picardía al decirlo.

-¿Te conocen?

-No creo. Nunca hago alarde. Y que yo recuerde, nunca he estado con él.

-Había pensado por un momento que al entrar tú, nos iban a poner la alfombra roja y un centenar de empleados iba a salir a nuestro encuentro para abanicarnos.

-Quita, quita. ¿No entras con nosotros? – le preguntó Olga a Allan.

-Os espero en el coche mejor. Si me necesitáis, me llamáis.

-Puede que tardemos mucho.

-Tranquilos. Estoy acostumbrado.

Ventura se bajó primero del coche. Tendió la mano a Olga para ayudarla a bajarse. Esta vez se habían puesto de acuerdo para vestirse los dos del mismo estilo. Ventura había dejado por un día su traje oficial colgado en su armario y vestía unos pantalones chinos de color avellana y una camisa marrón oscura, con mocasines del mismo color. La chaqueta era de sport, con un solo botón y de color blanco roto. Olga había dejado sus vaqueros y lo había cambiado por unos pantalones de loneta grises con zapatos de medio tacón negros y una blusa color bermellón, con un chaleco por encima de color violeta muy clarito. Ventura llevaba bandolera y Olga llevaba un bolso negro muy amplio también con bandolera.

-¿Sabes dónde están los servicios? Nunca he usado los de abajo.

-Pues ni idea – respondió Ventura a la vez que oteaba el hall del hotel sin resultado.

Un empleado pasó por su lado y Olga le preguntó al respecto. El botones se la quedó mirando sorprendido. Olga se dio cuenta que había hablado en español sin darse cuenta. Cuando estaba con Ventura cambiaban de idioma sin ser conscientes de ello. Hasta hacía unos momentos habían estado hablando en inglés. Pero al bajar del coche, habían cambiado al español. Fue a repetir la pregunta en inglés, pero el botones se adelantó.

-En aquella esquina, detrás de esas plantas – le contestó el empleado también en español. Su acento les hizo pensar que era chileno o argentino.

-Vaya – exclamó Olga.

-¿De España? – les preguntó el botones.

-Sí ¿Y tú?

-De Uruguay. Aunque llevo muchos años aquí.

-Vendrías muy joven – se interesó Ventura.

-Con doce. Perdonen, tengo que atender a unos clientes que están esperando. Luego, si me necesitan, estaré encantado de ayudarles.

El joven se alejó con gesto decidido.

-Te acompaño – le dijo Ventura a Olga.

-Vete si quieres …

-No pienso dejarte sola, Olga. Sabes que entre las cosas que me encargó el Jefe Holland, era la de protegerte. Y me lo ha reiterado esta mañana antes de salir.

Olga no protestó. Hubiera sido inútil. Fue camino de los servicios seguido por Ventura a un metro de distancia. Olga se sonrió porque se comportaba como un perfecto escolta. Vio su reflejo en unos espejos. Iba mirando a todos lados con gesto escrutador. Estaba segura que si le preguntaba luego, sería capaz de enumerar a todas las personas que había visto en su camino.

Ventura se quedó en la puerta de los baños, observando a la gente. Una mujer que acababa de entrar le llamó la atención. La recordaba vagamente de haberla visto en el aeropuerto de Washintong. Sus miradas se cruzaron durante un instante. La mujer rápidamente apartó sus ojos de él y se encaminó hacia el mostrador de recepción. Ventura no se lo pensó y se acercó a ella. Se puso a su lado. Ella no se giró para mirarlo. Ventura sabía que se había dado cuenta de que estaba junto a ella.

-Este señor me está molestando – le dijo al recepcionista sin dar tiempo a que el agente del FBI abriera la boca.

Ventura no pudo evitar sonreír por la reacción de la mujer. El recepcionista se lo quedó mirando dispuesto a llamar a la policía. De hecho, Ventura pensó que habría pulsado el botón de emergencia que tenían casi todos los hoteles importantes de Nueva York. Estaba seguro que en unos minutos, una pareja de policías aparecería en la recepción.

-¿Me enseña su pasaporte? – dijo Ventura en tono oficial, mientras sacaba su documentación del FBI. El recepcionista para sorpresa de Ventura, se puso más nervioso todavía. Eso confirmó sus sospechas de que la policía estaba en camino.

-¿Por qué sigues a la comisaria Rodilla? – Ventura había cambiado al español.

-Eso no es de tu incumbencia.

-Claro que lo es. Estoy a cargo de su seguridad. Si quieres lo podemos tratar aquí o en la comisaría de policía más cercana.

El gesto de la mujer se endureció.

-No sabes con quién estás hablando.

Ventura se sonrió.

-Y tú tampoco. Tu jefe es poderoso, tú no, querida. Puede que el recepcionista te conozca y por eso ha llamado a la policía sin hacerse ninguna pregunta. Pensaría en ganarse unos puntos con el jefe. Este hotel es de Mark Lemon. Y mejor será que Olga no se entere que su pareja le ha puesto alguien a seguirla. No creo que le guste. Y la comisaria a buenas, es encantadora. Ahora, te digo una cosa: no la quiero como enemiga.

-¿Qué no me va a gustar?

Olga estaba a su lado. Miraba con gesto duro a la mujer. Parecía que solo había escuchado la última parte de la frase de su compañero, pero no era así.

-Solo quiere protegerla. – contestó la mujer por primera vez bajando el tono de altivez y también bajando un poco la cabeza.

-¿Nos conocemos? – interpeló Olga a la mujer mientras ésta bajaba más la cabeza. – Me suena tu cara.

-¿Su documentación por favor? – volvió a reiterar Ventura. La mujer hurgó en el bolso y sacó su pasaporte de mala gana.

-Nieves Poncela Fernández. Tú estabas en la comisaría de Portes.

El gesto de Ventura se había endurecido de nuevo. Parecía que no tenía buen recuerdo de esa mujer. No se había cruzado mucho con ella en su época en España, pero su nombre sí lo tenía muy presente. Era una de las lacayas del comisario Portes y sus ayudantes.

-Tú también estabas. ¿Algún problema?

-No. Ninguno. Me alegra que hayas encontrado un nuevo empleo en lo privado. Me imagino que solo en dietas habrás mejorado enormemente en tus ingresos. Eso decían todos que era muy importante para ti.

-Tu siempre has sido un muerto de hambre sin ambición. Amante de los pordioseros y los muertos de hambre como tú. Al fin y al cabo, uno acaba juntándose con los de su misma calaña.

Olga se echó a reír. Le sorprendía como su compañero había sido capaz de ocultar siempre de quién era hijo. Decía muy poco de esa inspectora, porque la ropa que vestía Ventura valía el sueldo de un mes de cualquier policía. Volvió a endurecer su gesto.

-Has cambiado mucho inspectora Poncela. Has conseguido despistarme en el aeropuerto de Washintong.

Olga no tenía ganas de seguir con el tema. La mujer le iba a contestar pero le hizo un gesto para que se callara. Fue un gesto autoritario. No admitía réplica. Sacó el teléfono del bolso y marcó un número.

-Lieber, ich habe Ihre Mitarbeiterin Nieves Poncela vor mir. Wir werden später darüber sprechen. Im Moment würde ich sie am liebsten nicht mehr sehen. (Querido, tengo enfrente de mí a tu empleada Nieves Poncela. Ya hablaremos de esto luego. De momento, preferiría no verla de nuevo.)

Ninguno pudo escuchar nada más porque Olga se giró y se alejó de ellos. Ventura sonrió por la elección del idioma en el que hablaba la comisaria con su marido. Por las caras que ponían tanto el recepcionista como la antigua inspectora, ninguno hablaba alemán. El recepcionista de repente parecía compungido. Empezaba a ser consciente de que había cometido un error. Esa sensación aumentó cuando una pareja de policías hicieron su entrada y se dirigieron directos a recepción. Se encaminaron hacia Ventura, con ánimo de detenerlo. El agente del FBI sin más, les puso su acreditación delante. Los policías se miraron sorprendidos.

-Me gustaría que comprobaran que esta mujer tiene la documentación de su arma en regla. Parece que es una empleada de una empresa de seguridad que nos estaba siguiendo. Si tienen alguna duda, llamen al jefe de operaciones del FBI en Washintong. No queremos que haya ningún problema. ¿Verdad?

Los policías consultaron con sus superiores y decidieron llevarse a la empleada de la empresa de Mark Lemon a su comisaría. Nieves Poncela miraba con todo el odio del que era capaz a Ventura.

-Estás acostumbrada a pisar a la gente, inspectora Poncela. Has jugado una partida y hoy te ha tocado perder. Sé positivamente que en general, nunca sueles hacerlo, porque siempre buscas un buen parapeto. Que a mí me desprecies, lo entiendo. Pero que lo hagas con la comisaria Rodilla, me parece cuando menos de poco inteligente.

Olga volvió donde ellos, una vez acabada su charla con su marido. Si las miradas pudieran matar, su antigua compañera en la Policía Nacional, habría caído en ese momento fulminada. Fue a decir algo pero se arrepintió. Sencillamente la siguió con los ojos mientras los policías de la ciudad de Nueva York la conducían a su coche.

-¿Ves a lo que me refería cuando me insistes que vuelva a España?

-Para acabar con tipas como esta es por lo que debes volver.

-¿Y como ha acabado trabajando para tu marido?

-Ese me va a oír también. Espero que me explique su política de captación de personal. ¿Te crees que le ha dicho en sus informes que nos acostamos? Y el tío capullo se lo ha debido creer. Mark a veces es imbécil. No tengo bastante con que piense que tengo un lío con Peter, sino que ahora está convencido de que lo tengo contigo.

Ventura abrió mucho los ojos.

-Te prometo que si no me gustaran solo los hombres, tú serías mi primera opción. – el agente sonrió con picardía.

-Mas te vale. – le advirtió muy seria señalándolo con el dedo. – ¿No es ese Allan?

Efectivamente, en una esquina estaba su agente de apoyo. Ventura le hizo un gesto para que se acercara.

-¿Has cambiado de opinión?

-He visto a esa mujer entrar. Me ha dado mala espina. Y he visto que estaba armada. Ha entrado detrás de vosotros. Pero he visto que el agente Carceler la ha detectado enseguida. Me he quedado a la expectativa por si necesitaba de mi ayuda.

-Entra con nosotros. Te invitamos a comer.

-Mejor me quedo a distancia. Por si aparece alguien más.

-Vamos a entrar a esa sala. Al final no vamos a pillar a …

-He mirado mientras estaba pendiente y no toca hasta dentro de media hora. Lo hace justo en la hora de la comida. Es la atracción principal junto con una cantante, Penélope Armitage. Aunque ésta hoy no va a actuar, por un problema de salud.

-Nos da tiempo a pedir la comida.

-De eso me encargo yo. – propuso Ventura.

-No te pases – le advirtió Olga sonriendo.

-Hoy somos tres. En dos mesas, pero tres.

-Haz lo que quieras. Me rindo. Tendremos que repetir lo de salir a correr.

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Si el motivo de la visita no fuera de trabajo, la velada hubiera sido maravillosa. La comida era buena y el ambiente inmejorable. Y tanto para Olga como para Ventura, la compañía era agradable. Eso era algo que ya tenían claro los dos hacía muchos días.

Cuando la camarera les llevó los entrantes que habían pedido, Guillermo Plaza tomó asiento al piano y empezó a tocar. A Olga le sorprendió que no se parecía en nada a su hermano pequeño. Ni a Nati Guevara, su madre. Interpretaba una música tranquila, agradable, bebía de la tradición de Frank Sinatra y sus amigos de esa época. Todas eran melodías reconocibles por la mayor parte de los comensales. Había alguna pequeña incursión en el apartado de canciones que pertenecían a musicales. Para sorpresa de Olga, la gente atendía a la música. Guillermo tenía mucha sensibilidad tocando. Y a Olga le pareció que su técnica era perfecta. No entendía la opinión que Nati Guevara le había trasladado a Jorge sobre las habilidades de su hijo mayor al piano. Era claro que en su familia no sabían que se ganaba la vida con la música. Y se imaginaba que no se la ganaba mal. Allan les había informado que los días que tocaba, la sala siempre estaba llena. Los precios del servicio no eran precisamente asequibles, así que el que optaba por esa experiencia, debía rascarse el bolsillo.

Ventura le hizo ver a Olga que en la carta que les habían traído venía el nombre del pianista. La cantante, según les había explicado el jefe de sala, se solía incorporar a la actuación en la hora de los postres. Salvo hoy.

-Ya lo he visto en otros locales a los que he ido con mi padre – le explicó Ventura. – Dependiendo de la actuación así son los precios. Guillermo ocupa el rango alto. ¿No te gusta?

-No al revés. Me parece que es un buen pianista. Y tiene mucha sensibilidad y personalidad. Eso me imagino que le viene de familia. Su hermano es … maravilloso. Luego te paso un vídeo que me ha mandado Jorge.

-¿Y cual es el problema?

-Que su madre opina que no lo es. Que es del montón. ¿A ti que te parece?

-Si su hermano es tan bueno, a su lado cualquiera puede parecer un mediocre. De todas formas, me parece que tiene buena técnica y tiene, como has dicho antes, personalidad propia a la hora de afrontar su repertorio. A parte, como bien apuntas, sabe imprimir sentimiento a su técnica. Y una cosa importante: toca sin partitura. Tiene la música en la cabeza. Y en alguna canción, no sigue la partitura original. Es como si hubiera hecho una adaptación para hacerla más actual.

-Puede que sea así, que comparado con Sergio, parezca un mediocre. O puede que a éste no le guste la música clásica y destaque en otros géneros.

-Si te sobran doscientos dólares, puedes enviarle una petición. Ponle a prueba con algo de clásica.

Ventura cogió un papel del centro de la mesa y se lo pasó a Olga. Ésta no se lo pensó.

-Le voy a dar tres opciones.

Olga le tendió la mano a modo de muda petición de un bolígrafo. Ventura siempre llevaba uno. Éste se sonrió resignado, porque sabía que si no estaba al loro, acabaría en el bolso de Olga. Debía tener ya cuatro o cinco en él. Se lo tendió resignado.

-Con vuelta ¿eh? Que no gano para comprar repuestos.

-No uses Mont Blanc, no te jode. Bic, bic, bicbicbic.

Olga escribió tres obras. Se las enseñó a Ventura.

-¡Joder! Le has puesto un examen. Ninguna es fácil. Podías haberle puesto el “Claro de Luna”. O “Para Elisa”.

Olga volvió a coger el papel y escribió las obras que le había dicho Ventura. Éste se lo cogió y se lo dio al camarero.

Cuando acabó la pieza que estaba tocando, el jefe de sala le llevó el papel. Guillermo se sonrió y miró al público.

-Mesa 35. – dijo mirando hacia Olga. – ¿Cuál prefieres que toque? – Guillermo sonreía, aunque a Olga le pareció que tenía un toque de melancolía. – Te advierto que hace tiempo que no las toco. Salvo el Claro de Luna, y “Para Elisa”.

-Entonces una de las otras tres – respondió Ventura adelantándose a Olga. Ésta le miró con sorna. Algo en la cara de Ventura había cambiado de repente, al escuchar la voz de Guillermo. Y ese cambio no pasó desapercibido a la comisaria. Escuchar la voz del pianista, aunque fuera hablando en inglés, le había recordado algo.

El músico lo miró interesado. Parecía que hasta que lo escuchó hablar, no se había fijado más que en Olga.

-¿Nos conocemos? – preguntó el músico esta vez en español.

-Quizás de niños compartimos alguna tarde de juegos. En verano. En mi casa.

Olga se quedó ojiplática. Resopló a la vez que negaba con la cabeza. El padre de Ventura parece que también tenía intereses que atañían al padre de Guillermo y Sergio.

Guillermo se había quedado paralizado. Parecía estar ordenando sus recuerdos. Al final sonrió y empezó a hablar, de nuevo en inglés.

-Toco la tocata de Prokófiev. Y luego, te acercas y tocamos algo de Mozart a cuatro manos. Para recordar quizás esas tardes de juegos de hace años frente al piano de tu casa. ¿Mozart? ¿La sonata en fa mayor, por ejemplo? Recuerdo que no nos salía nada mal.

-Hace siglos que no toco.

El gesto de Guillermo no admitía réplica. Ventura acabó por asentir con la cabeza.

Guillermo Plaza empezó a tocar esa pieza de Prokófiev. Olga se acercó al oído de su compañero y le habló en susurros.

-¿Tocas el piano? Cabrón, no me lo habías dicho. Así que sabías de la dificultad de las obras que le he propuesto.

Ventura se encogió de hombros. Olga volvió toda su atención a esa pieza del autor ruso. Era una pieza exigente con bastante ritmo. Y aún así, el pianista le estaba dando unos matices muy interesantes. No era una simple exhibición de técnica y de velocidad en las manos.

La salva de aplausos del público fue cerrada. Algunos comensales se levantaron para aplaudir de pie. Guillermo se levantó y saludó a la sala con leves inclinaciones de cabeza. Parecía satisfecho. Cuando los aplausos bajaron en intensidad, le hizo un gesto a Ventura que no dudó en acercarse. Olga estaba maravillada. Pensaba que se iba a resistir. Se lo había imaginado preparando una excusa para no sentarse al piano.

Los dos músicos parlamentaron sobre de qué parte del teclado se ocupaba cada uno. Un camarero les acercó otro banco para que Ventura pudiera sentarse con comodidad. Se miraron y pusieron sus manos en el teclado para empezar la sonata de Mozart en Fa Mayor.

Olga apoyó el codo en la mesa y en esa mano, apoyó la cabeza. Una ligera sonrisa se instaló en sus labios. Se dispuso a disfrutar.

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Mozart: Sonata in D for 4 hands, KV 381 – Lucas & Arthur Jussen

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En la hora de los aplausos, Olga no pudo evitar llevarse los dedos a la boca y sacar a relucir su famoso chiflido. En el otro lado de la sala, otro de los espectadores decidió unirse a ella en esa manifestación de entusiasmo. Los demás aplaudían enfervorecidos. Quizás porque, al menos para los que repetían e iban a comer los días que tocaba Guillermo, no estaban acostumbrados a que éste incorporara algunas piezas de música clásica. Y las dos que había tocado esa tarde, habían sido dos magníficas interpretaciones de dos autores muy distintos.

El que le tenía absolutamente sorprendida era Ventura. No solo tocaba el piano sino que lo hacía bien. Y hasta ese momento, nunca lo había comentado. Olga estaba convencida de que, no lo practicaba con frecuencia. En algunos momentos, se había retrasado unas milésimas de segundo respecto a Guillermo, pero éste enseguida se había adaptado a su compañero. Se habían mirado muchas veces y de esa forma habían conseguido coordinarse. Había que tener en cuenta que en todo caso, tocarían juntos en su juventud, a no ser que Ventura le hubiera engañado también en eso y tuviera trato con Guillermo. Pero eso lo descartó inmediatamente. La actitud de Guillermo al reconocer a Ventura, había sido de sorpresa mayúscula.

Ventura, una vez acabados los saludos, se encaminó feliz hacia la mesa que compartía con Olga. Era la primera vez que ésta le veía un cierto gesto de felicidad. Sonreía ligeramente. La comisaria se levantó y abrió los brazos para abrazarlo. Él recibió el gesto con agradecimiento.

-Te voy a matar, querido. Engañarme así.

-No te he engañado. En todo caso, te he omitido hablar de un aspecto de mi vida.

-¿Pero sigues practicando ahora?

-Un par de días me voy a unas salas que se pueden alquilar por horas. Y toco dos o tres horas. Me relaja.

-¿Otro de los hijos de amigos de tu padre?

Olga se arrepintió de cambiar de tema de forma tan brusca. Pero las preguntas se agolpaban en su cabeza y debía empezar a sacarlas.

-Mejor dejamos que nos cuente él. Le quedan veinte minutos y se sienta con nosotros.

-Lleva mucho tiempo tocando. Estará cansado.

-Me imagino que estará acostumbrado. Le noto en plena forma.

Volvieron de nuevo su atención a la actuación de Guillermo. El restaurante les llevó, cortesía de la casa, un surtido de postres que hizo que Olga abriera mucho los ojos.

-Menos mal que no te gusta el dulce – a Olga le faltó un gesto con la mano para completar el tono de pique que había imprimido a sus palabras.

-Hoy creo que me apetece. Además, creo que lo han traído en mi honor, por haber actuado.

-¡Ah no!

-¡Ah sí!

-Mal amigo.

-¿Ves como no debes insistir en que vuelva a España? Te iba a sorprender quitándote tus postres en cuanto te despistaras.

-Pues yo te quitaría las patatas. O los últimos mordiscos de la hamburguesa. Eso jode más.

-La madre que te parió, que vengativa eres – Ventura le dio un ligero puñetazo en el brazo.

-Luego te vas a enterar.

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Roberto se dirigía con paso decidido hacia la entrada del restaurante del Intercontinental. Varios miembros de la UIP entraron en el hotel para evitar que nadie accediera al restaurante por la puerta interior. A esa hora, solo estaba el personal que hacía la limpieza del local. La mujer que parecía la encargada, una tal Ramona Jenny Lusa se puso en contacto inmediatamente con el encargado para pedirle que fuera.

La sala de interés de la policía estaba cerrada con llave.

-Según el parte de trabajo, no debemos limpiar esa sala hoy. – le explicó Ramona a Roberto.

-¿Es normal que se la encuentre cerrada?

-La verdad es que no. No me he dado cuenta de que no debíamos tocarla hasta que una compañera me ha avisado de que estaba cerrada con llave.

-¿El resto de los comedores privados?

-Están abiertos. Todavía no hemos empezado con ellos.

-Es mejor que mientras trabajamos, se sienten ustedes en algún rincón. Ya les avisaremos cuando puedan reanudar sus tareas. – apuntó Beca que estaba al lado de Roberto.

-En cinco, minutos llega Juanjo con sus detectores. – anunció Ainhoa.

-Que haga un barrido de todo el local. Hasta de la cocina y los almacenes.

Pablo Lubo, el jefe de la UIP entró en ese momento y se dirigió directo a Roberto.

-Que alegría me da verte ya recuperado – Lubo tendió la mano para saludar al inspector.

-Todavía estoy un poco renqueante. Me canso enseguida. Salvo un viaje a Londres, solo he leído expedientes para ponerme al día.

-Lo raro sería lo contrario.

-¿Cómo así has venido?

-Me han dicho que te encargabas tú, y me apetecía saludarte.

-Pablo … – Roberto le miraba sonriendo. Sabía que esa no era la razón.

-El director del hotel es un viejo conocido. Con ínfulas. Malas compañías. Con amigos. Patricia ha pensado que por si acaso, era mejor tener a un jefazo, como dice ella ¿Cómo quieres que distribuya a mi gente?

-Que se vea, nada más. Paseando por delante. Echando un pitillo cerca de la puerta en grupo, con los cascos colgados de la cintura. Y en la entrada del hotel igual. De forma que en caso de tener …

-Pido unas vallas para hacer una barrera en un momento. Doy las instrucciones y vuelvo. Por cierto, has llamado a Juanjo.

Roberto le tendió su teléfono. En la pantalla había un mensaje:

Dangerous transmissions detected. You are not sure!

(Detectadas transmisiones peligrosas.¡No estás seguro!)

-Es una manía que me inculcaron mis abuelos. Llevar siempre un detector. Ahora lo llevo en el móvil.

-El mundo de los negocios trasladado al mundo policial. Dile a Javier. Puede que su “protector” cibernético pueda hacer algo.

-Tenemos una orden. Creo que debemos hacer uso de los medios oficiales.

-Pero él puede ayudar a que la búsqueda de Juanjo sea más rápida.

-Ahí llega Juanjo. Que decida él.

-Ahora vuelvo. – el comisario Lubo emprendió el camino de salida del restaurante para organizar a sus hombres. Se cruzó con Juanjo, con el que se paró para intercambiar saludos.

-Voy a interponer una demanda contra el Ministerio del Interior. Esto roza el acoso. ¿Ustedes quienes creen que se han creído? Esta es una institución respetable. Creo que va a acabar usted en la cola del paro. Nos han dicho que está usted al mando.

El director del hotel acababa de hacer su aparición. Iba escoltado por su secretaria y por un hombre bien trajeado que sin lugar a dudas era su abogado.

Roberto le hizo un gesto con la mano para que esperara un momento. Estaba pendiente de contestar unos mensajes de Javier y Carmen. Y un par de sus abuelos ingleses.

-¡Que me atienda cojones! ¡Qué falta de respeto!

Roberto le volvió a hacer un gesto con la mano para que le disculpara por la espera. El director le fue a dar un manotazo en la mano que sostenía el teléfono, pero Roberto se la interceptó con la otra mano. Se la retorció y con un gesto rápido le obligó a tumbarse en el suelo con el brazo que sujetaba a la espalda.

-Tinet, por favor, esposa al detenido e infórmale de sus derechos. Está acusado de atentado contra un agente de la autoridad.

El comisario Pablo Lubo entraba de nuevo en el local a paso rápido. Sonreía y movía la cabeza negando.

-Pues sí que estás recuperado – le dijo a Roberto a la vez que se agachaba para hablar con el detenido. – Señor Cantalosa, encantado de verle de nuevo. Le presento al Inspector Jefe Roberto Abbey.

-Ha cavado su tumba. ¡Dígaselo, Lubo!

-Esto es una ignominia – dijo el abogado.

-¿Y usted es? – Roberto miraba con gesto duro al abogado.

-José Antonio del Prado, abogado del despacho Valbuena.

Lubo sonrió.

-Tenía ganas de conocerlo. Seguro que su colega Óliver Sanquirián se alegrará cuando le cuente que le hemos conocido – Lubo lo miraba sonriente. – Tenemos un cierto trato.

-No sé a que viene eso. Hace mucho tiempo que no tengo contacto con él. – No le había hecho mucha gracia que mencionaran a su antiguo compañero y también pareja.

-Estamos convencidos de ello – zanjó el tema Roberto.

-Que sepa que su cliente va a ser acusado de atentado.

-Ustedes están borrachos – dijo el director ahora sentado en una silla custodiado por Tinet. – Presentarse aquí, invadir el restaurante como si fuera su casa. Creo que …

-Haga lo que considere. Nosotros vamos a seguir con el registro. Si nos disculpa …

-Esto es una violación de los derechos de …

-Acaba de llegarme la ampliación de la orden de registro del juez para abarcar las transmisiones con origen y destino del hotel y el restaurante. También incluye el registro de todo el hotel y su anexo. Incluidos los despachos. Nos da acceso a los datos de alojamiento de todos los clientes. Compararemos los alojados efectivamente con los listados que por obligación deben enviar a la Guardia Civil. La gente de Garrido está ya preparando esa información.

Carmen acababa de entrar en el restaurante. Venían con ella Bruno y Elías. Tere había entrado por la puerta del hotel y se dirigía directamente a los despachos del Director y otros jefes intermedios. Dos de los compañeros que iban con ella fueron directos a la recepción. Varios miembros de la policía científica también habían hecho su entrada.

-Último piso. – les indicó Tere.

-No te esperaba Carmen – dijo Roberto.

-No lo tenía previsto. Ahora te cuento.

Se giró hacia el abogado y el director.

-La orden de detención de su defendido. Sr. del Prado. Mucho gusto de conocerle al fin. Carmen le tendió la mano para estrechársela. El abogado no hizo intención de saludar a la comisaria.

-No sé a que se debe tanto interés en conocerme.

-Amigos comunes nada más. He oído hablar de usted. Y ponerle cara y tener oportunidad de saludarlo, me alegra sobremanera.

El gesto de la comisaria era neutro. Miraba directamente a los ojos al abogado.

-A pesar de los amigos comunes, la informo de que voy a presentar una queja oficial contra su Unidad y contra sus subordinados. El Sr. Cantalosa es un hombre conocido y respetado y ha sido avasallado y detenido sin justificación. Ha sido agredido por su hombre, alguien que evidentemente le falta algo de educación y no sabe tratar a los dirigentes de …

El Sr. Cantalosa le hizo un gesto para que se callara. Señaló con los ojos imperceptiblemente a Roberto.

-¡Qué gracioso! El Sr. Director ha caído. Ya sabe quien es tu madre y tu abuelo, Roberto.

-Ahora le mando un mensaje a mis abuelos para decirles que me acaban de decir que todo el dinero que se gastaron en que fuera a Eton a estudiar, no ha servido de nada. Seguramente el Sr. del Prado fue a mejores colegios y recibió una educación mucho más esmerada que la mía.

-Pues yo fui al instituto y no me ha ido mal – dijo en tono de broma Carmen.

-A mí tampoco me fue mal, la verdad. – el comisario Lubo se solidarizó con la comisaria Polana.

-Nuestros compañeros están a punto de iniciar el registro de su despacho y de su apartamento en el hotel. Si me acompañan, podrán comentar lo que consideren de los hallazgos que vayan haciendo. Yo les escucharé con mucha atención.

-Creo que las esposas son innecesarias.

-Es el protocolo, abogado. Y usted lo sabe.

-Es un abuso de poder.

-Le enseñamos las imágenes que ha grabado la cámara del Inspector Abbey y la de la agente Beca Autor. El juez ha considerado esas imágenes una prueba irrefutable de un intento de agresión.

-¡Cámaras?

-Sí. Todos llevamos. Ahora mismo es posible que el Ministro del Interior esté escuchando esta conversación. Seguro que está contento. Y más que va a estar cuando descubramos lo que seguro vamos a descubrir.

-El caso es que hace media hora que nos hubiéramos ido. El encargado del restaurante lleva ahí ese tiempo esperándonos. Nos hubiera abierto la sala que veníamos a registrar y estaríamos desayunando en el bar de la esquina en la Unidad.

Roberto sonrió y se encogió de hombros mirándolos con los brazos abiertos.

-Ustedes sabrán quién ha tomado la decisión de bajar para marcar jefatura. O por qué causa les ha entrado miedo. ¿Qué quieren evitar que descubramos? No es lo que pudiera haber en ese comedor, estoy seguro.

-Y de repente se han encontrado con dos comisarios jefes, y más órdenes de registro de las que traíamos al principio. Porque teníamos una orden. Su personal la ha visto. Ahora tenemos muchas.

-No saben de verdad, que los que han cometido un error son ustedes. Tan gallitos. Esos gallardos policías en la puerta, ustedes con ese aire de controlarlo todo. No saben con la gente que se enfrentan. Voy a disfrutar de ver como van cayendo uno a uno.

-Defina ir cayendo uno a uno.

-Interprételo como quieran.

-Así lo haremos. – Lubo era, de todos los policías, quien parecía más enfadado. Y no lo disimulaba.

-Usted Sr. abogado ¿También suscribe las palabras de su cliente?

-No, no. Pero entiendan que en la situación que le han puesto …

-Le corrijo, letrado: en la situación que ustedes se han puesto. – Roberto señaló con el dedo alternativamente al abogado y al Director.

-Vamos. Esta charla está quedando muy larga. Roberto, sigue con lo que habías venido a hacer. Ustedes, si no les parece mal, vamos a sus aposentos.

Carmen sin más, enfiló el camino hacia los ascensores.

Jorge Rios.