Jake: «Hace calor» (5).

– Hace calor.

Era una disculpa tonta. Yo lo sabía. Hacía calor en casa, sí. El sol entraba en la galería… aunque quizás esa no fuera la causa última de que yo, también, en ese momento, estuviera con muchos grados más de temperatura que otra tarde cualquiera en las mismas circunstancias.

– ¿Te importa?

Y se levantó, y se quitó su camiseta, y esa especie de camiseta negra transparente que llevaba debajo. No atiné a responder. Me quedé como un bobo mirándole como se desnudaba. Tiene una erótica especial el momento de desnudarse. De ir descubriendo esa parte de piel que no vemos normalmente a causa de la ropa. Apenas hacía unas horas no le conocía, ni siquiera sabía de su existencia. Y ahora, después de contarme su vida, de llorar un poco, de sacar todas esas cosas que le daban miedo, se estaba quitando la ropa… hacía calor.

Y sí, al final hacía calor. Y más cuando me di cuenta que no se contentaba con quitarse las camisetas… y pude ver ese suave pecho, sin apenas vello. Y ese ombligo, y esos pezones… y esos sobacos que se movían al ritmo que marcaba una canción cualquiera románticamente apestosa, al ritmo de la cual, Jake se estaba quitando esas ropas que sobraban…

Empezó a desabrocharse los pantalones. Bragueta de botones, que siempre es mucho más erótico a la hora de mostrar con maestría los encantos ocultos de la piel. Y se quedó mirándome fijamente, mientras se bajaba una esquina del pantalón, para mostrar esos calzoncillos ínfimos, de color estridente, seguro elegidos para que nadie pudiera permanecer incólume ante su exhibición…

Y seguía mirándome, esperando mi reacción. Pero yo estaba paralizado. Un te quiero hacía unos minutos, y ahora… esos espectaculares calzoncillos, de los cuales apenas podía ver una parte… y él esperando que yo hiciera algo…

Pensé en salir corriendo, al grito de «pies para que os quiero».

Pensé en coger papel y boli y escribir todos estos detalles, para luego poder escribirlos verazmente, no fuera que mi cabeza me jugara una mala pasada y se me olvidaran… ¿pero cómo se me iban a olvidar estos detalles?

Pensé en lanzarme a su cuello, abrazarle, pegarle a mi cuerpo… pero la duda, el miedo al ridículo impedía siquiera que me levantara de la butaca… no… me di cuenta que ya me había levantado, pero no recordaba haberlo hecho… Pero aún así, los escasamente tres pasos que nos separaban, eran un mundo… ¿Y si me estaba tomando el pelo? ¿Y si se estaba riendo de mí? ¿Y si todo era una broma pesada? Nadie con ese cuerpo, con esa edad, con esa forma de conquistar, de ser, con tanto que ofrecer, se fijaría en mí…

Recordaba yo esa frase: «a la semana de leerte, ya me enamoré de ti». Apunté mentalmente en algún sitio, repasar todo lo que había publicado en mi blog, para encontrar esos escritos que le enamoraron… más que nada para escribir en esa línea… quizás era yo un animal del amor, de provocar esos sentimientos en las personas, y no me había enterado. Quizás debiera yo incidir en esa línea de escritura… no se podía desperdiciar tal potencial…

Él seguía expectante. Yo le miraba sin ver… y de repente ladeo su cabeza… y me sonrió imperceptiblemente… y… ains… debo recapacitar nuevamente antes de seguir.