Una buena mañana para correr (50).

– Sólo uno puede entrar a verlo. Y unos minutos. Debe descansar.

Los cuatro se miraron.

Tres pares de ojos convergieron en Carlos.

Éste no se lo pensó y entró decidido en la habitación.

Diego tenía un espectacular vendaje en la cabeza. Carlos hizo un pequeño gesto de sorpresa.

– No te asustes, es más aparatoso que otra cosa. Mañana podrá ir a casa.

Era la madre de Diego la que había hablado. Sonreía, aunque su mirada era triste… desorientada…

– Vamos, Raúl, dejemos que hablen a solas.

– Jo mamá, yo quiero estar con Diego.

– Tranquila, señora, deje que se quede, no pasa nada.

La mujer salió de la habitación, no sin antes echar una mirada rápida a sus dos hijos.

Carlos se acercó a la cama y se sentó en ella. Diego miraba con atención hacia el techo.

– ¿Cómo estás? – preguntó al cabo de un rato Carlos.

– De puta madre, ¿no lo ves? Me has jodido por completo.

– Yo no lo veo así – contestó conciliador Carlos.

– Pues yo sí. Nada podría haber salido peor. Todo es una puta mierda.

– Sigo sin verlo así.

– Mírame. Estoy aquí en esta puta cama de hospital. Mi madre en el pasillo, y mi hermano sentado ahí, y viendo al deshecho de su hermano, que no puede hacer nada bien. Justo lo que quería evitar.

– Oye, tato, no…

– Cállate, imbécil. ¡Que no valgo una mierda! Convencete. A ver si te enteras de una puta vez y me dejas en paz.

– Tío, no te pongas así…

Raúl se dio por vencido y se levantó y salió de la habitación, evitando a duras penas el llanto.

– Vas a conseguir echar a todos de tu lado.

– Déjame en paz, gilipollas. Me has jodido… eres un…

Diego se desesperaba por no encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que quería. Además, pensaba que ni Carlos ni nadie le iban a entender. Nadie podría sentir la vergüenza que sentía él por todo lo pasado, ni la desesperanza por no poder seguir adelante. Nadie podría entender… ese cariño incondicional de su hermano, ese cariño que tanto necesitaba y que no quería perder. Y eso, según pensaba él, sucedería en cuanto pensara un poco, o supiera más, o quitara esa pátina de agradecimiento y adoración que viciaba los ojos con los que le miraba. Esa mirada suplicante que tenía Raúl cuando Diego estuvo en lo más profundo de su depresión, esa… no, era mejor que le recordara medianamente bien, y que le quisiera toda su vida… el dolor de su muerte se le pasaría en un tiempo corto, pensó. Y luego…

Pero todas esos sentimientos, todo eso, quisiera poder expresarlo, y sentirse medianamente comprendido por alguien… para él era importante seguir siendo fundamental en la vida de las únicas personas que le querían de verdad, su madre, y su hermano. Su madre… no soportaba ver ese velo de vergüenza por no haber visto, por no sentir que algo le pasaba a su hijo. No se lo había perdonado, y Diego dudaba de que lo superara. No era la mujer que recordaba. Había tenido suerte encontrando a otra pareja que la quería y la cuidaba. Pero no era la misma. Algo se había quedado en aquella comisaría cuando la policía le contó. Recuerda la cara de estupefacción cuando aquella policía le llevó a la habitación en dónde otro policía estaba hablando con ella. Ella acababa de volver de viaje, por el trabajo. En realidad volvió antes, por la llamada que la hicieron desde la comisaría. Esa cara… cuando lo vio, cuando entró en la habitación con una cazadora de policía sobre los hombros, porque hacía frío y no llevaba gran cosa de ropa. Uno de los policías le dejó su cazadora, Enrique se llamaba. Era buen tío. Algunas veces le llamaba… incluso Diego y Raúl habían ido a pasar la tarde en su casa, con sus hijos. De hecho, uno de sus hijos, Gonzalo, se convirtió en uno de los mejores amigos de su hermano. Ahora seguramente también le habría decepcionado, por no poder superarlo… Seguro que su madre le había llamado para contárselo.

De repente Diego se dio cuenta de que Carlos le había cogido la mano. No sabía cuando había sido. Pensó en soltarse de malas formas, pero se reconoció a sí mismo que estaba a gusto. Si luego le dolía la espalda de la postura que tenía sentado de medio lado en la cama, era su problema. Que bobadas… Diego ¿Por qué te dices esas bobadas? Menos mal que no las dices en voz alta…

– No me has acabado de contar tu historia.

Eso sí lo había dicho en voz alta. ¿Por qué había preguntado eso? Le daba igual, y ya no quería ser su amigo, ni de nadie. No quería serlo, quería estar solo… él era una mierda que decepcionaba a todo el mundo.

– Si no quieres no me lo cuentes. Mejor no me lo cuentes. No me interesa nada.

No podía retirar las palabras que había dicho, pero quizás así no le contaría Carlos nada, y era lo mejor. Es que no quería saberlo. No quería comprobar que Carlos también había sufrido, y que su “capullez” tenía alguna razón, como el sinsentido de la forma suya de comportarse. No quería sentir que nadie pudiera ser su alma gemela. No quería encariñarse con nadie. Era mejor, así nadie le dejaba tirado, ni a nadie decepcionaba, lo cual evitaba que se decepcionara a sí mismo… era tan inútil que no había conseguido suicidarse ninguna de las veces que lo había intentado. De la otra le había salvado Enrique. Su ángel de la guarda, le llamó alguna vez de coña. ¿Por qué ese hombre no podría haber sido su padre, en lugar del capullo de…? O podría haber sido gay, y haber sido su marido. Le daba igual la diferencia de edad. Ese hombre le hacía sentirse seguro… y ahora le había decepcionado otra vez, y algún día debería enfrentarse a esa mirada. No soportaba la forma en que le miraba la gente, no soportaba que le miraran con pena, con decepción, con…

– ¿Ya no piensas que sea un asesino?

– No lo pareces.

– Y dale… – Carlos meneaba la cabeza de lado a lado, pero esta vez sonriendo picaronamente.

– No hace falta que…

– … lo cuente, ya, ya me lo has dicho. Tienes miedo de que te enternezca la historia ¿no?

– Serás bobo – Diego se sintió descubierto.

Hizo un intento de soltarse la mano que le tenía agarrada Carlos, pero éste no le dejó. Tampoco había puesto mucho énfasis en liberarla.

– Poco más hay que contar. Ya te dije que asesinaron a mis padres y a mi hermano. La policía me vino a buscar al internado y luego me preguntaron y tal… La verdad es que les sorprendía el asesinato. Pensaban en que debía ser alguien conocido. Y al cabo de unos meses… el entierro fue… eso… sabes nunca he estado en un sitio con tanta gente. Salió media ciudad… es que ese crimen acojonó e indignó a partes iguales a la gente. Vino casi todo el pueblo, salvo los viejos… vino el alcalde y no se cuantas autoridades de esas. Todos venían a abrazarme, a darme el pésame, y besos… pero tío, no me enteraba de nada. Estaba como flipao, como si me hubiera metido un tripi… Y además, casi… eso no me lo perdono, tío, pero es que no pude sentir pena por su muerte, ni siquiera la siento ahora. Eso me quita el sueño muchas noches. Vale que nos nos llevábamos bien y tal, pero… no sentir nada ni siquiera por mi hermano… era peque, 13 años…

Paró unos instantes para coger fuerzas, y ordenar un poco lo que iba a narrar.

– Algunos de mis tíos se ofrecieron a hacerse cargo de mí, pero, sabes tío, buscaban el dinero de mis padres, que claro, ahora era todo mío. Y las tierras, y tal… me tuve que ir una temporada lejos, me fui a Alicante. Playita, y esas cosas. Pero nada, el asesinato seguía ahí, sin pistas… salvo las que llevaban hacía mí, que si un paquete de tabaco, que sí una huella de unas zapas que sí, eran mías, pero que… sabes, luego un día, una asociación de Palencia me dijeron de participar en un acto, era el primer aniversario y tal… pues ya sabes… la gente pidiendo que se solucionara el crimen…

Aunque intentaba dar un poco de coherencia a su historia, se estaba dando cuenta de que no lo conseguía. Y eso que Carlos había estado mirando hacía el lado contrario de la habitación; le era más fácil contar esa parte de su vida, si no veía la reacción del que escuchaba. De repente miró a Diego, sorprendido porque no hiciera ningún comentario, ni preguntara… Diego se había dormido. Pero no le soltaba la mano, incluso, pensó Carlos, se la había apretado más… sonrió ligeramente, y le apartó un mechón de la cara… era guapo, había que reconocerlo.

– Y vino – siguió Carlos a pesar de todo – mogollón de gente, y me hicieron hablar… y tío, a los 5 días o así, no más de una semana, me detuvieron… y… sabes, otro día te lo cuento, que empiezo a estar un poco cansado.

Sonrió por la gracieta que había dicho. Sin soltarle la mano, se tumbó en la cama, y apenas apoyó la cabeza en la almohada, su respiración pesada y tranquila, empezó a acompañar a la de Diego.

La enfermera entró como una exhalación, dispuesta a echar a la visita que había desobedecido sus órdenes de no estar mucho tiempo… pero no pudo por más que sonreír, y llevarse el tranquilizante que le traía a Diego para que durmiera.

Ya le echaría la bronca a ese chico por la mañana.

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Historia completa seguida.

Historia por capítulos.

4 pensamientos en “Una buena mañana para correr (50).

  1. En primer lugar gracias por esa historia que me tiene enganchadísimo.

    Y gracias por este capítulo tan dulce… Aunque quedo ahí la sombra de un asesinato… La sombra de la duda

    Un abrazo y muchos besos.

    • PFE, veremos a donde nos lleva la sombra de la duda. Puede que nos lleve a Carlos esposado al calabozo… hummmmmmmmm.
      Me alegra que te siga gustando.

      besos.
      muchos.
      envueltos.

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