La Boda en el Parque (1)

Gaby estaba nervioso. Caminaba por el parque con prisa. Aunque había previsto todo, siempre surgían cosas inesperadas. La cosa inesperada ese día había sido que su hijo mayor Guillermo se había pegado en el colegio con otro chico. Su tutor le había llamado y había tenido que ir para recibir la reprimenda. Así que el joyero tendría que esperar, y Mercadona, y recoger el traje… Inés, su mujer, le había pedido que fuera con ella al Ayuntamiento, eso también tendría que esperar.

No estaba bien pegarse, eso lo tenia que reconocer, pero tampoco podía negar que entendía el por qué lo había hecho y para que negarlo, se sentía orgulloso por eso. Pero no se lo podía decir así. Inés hubiera puesto el grito en el cielo. O no.

Inés a veces le sorprendía. Era muy buenista. Pero últimamente eso había cambiado. Cada vez era menos comprensiva con aquellos que faltaban al respeto a los demás. Y sobre todo si faltaban al respeto a Eduardo.

Eduardo era el hermano mayor de Gaby. Lo atropellaron hace unos años y sus piernas no acabaron de recuperarse del todo. Pasó una temporada en silla de ruedas pero poco a poco pudo empezar a andar. Pero era un poco torpe. Muchos días se ayudaba de un bastón. Cuando tuvo el accidente, fue una tragedia en la familia. Su madre sobre todo, lo llevó fatal. Se convirtió en una mujer muy protectora con él. Y eso acabó haciéndole sentir mal. Tuvo una depresión que casi resulta más letal que el mismo accidente.

Gaby en aquel entonces se convirtió en el apoyo de su hermano. Hasta entonces, nunca se habían llevado especialmente bien. Al revés, casi todos los días se llevaban fatal y a quién les quería oír ponían a parir al otro. Pero ver a su hermano así, postrado en la cama del hospital, con las piernas escayoladas y con el médico diciendo a sus padres:

-A lo mejor no puede volver a andar.

Le provocó un shock. Para sorpresa de sus padres quiso acompañar a su hermano algunas noches en el hospital. Discutían mucho, porque su hermano no hubiera soportado que de repente se convirtiera en su mejor amigo. Se tiraban cosas a la cabeza cuando se enfadaban. Pero si tenía que ir al servicio y necesitaba ayuda, solo quería que le ayudara él. O ayudarle a lavarse. O contarle sus cosas, como lo de ese chico que le gustaba y que veía en el parque.

-No sé ni como se llama – le decía lloroso. – Se lo iba a preguntar al día siguiente al del accidente. Ya se habrá olvidado de mí.

La primera salida que hicieron al salir del hospital, fue al parque dónde solían verse a distancia. Era un amor casi platónico, porque ni siquiera habían hablado nunca. Uno en un banco y el otro en alguno lejano, no menos de 20 metros. Cuando Gaby vio la alegría que sintió su hermano al verlo sentado en el mismo banco de siempre, casi se echa a llorar de la emoción. Ahí su entonces novia Inés le sirvió de ayuda.

-Llevale todos los días Gaby. Si es preciso. No le obligues a…

-No se decide, Inés. Cada vez que le digo que le acerco al banco, se me revuelve.

-Dale tiempo. Verlo allí le da un poco de vida al menos. Ya pensaremos algo. Por lo menos está un poco más animado y ya no se niega a ir a rehabilitación.

No hubo que hacerlo. Un día, casualidades de la vida, Gaby coincidió con el chico en el autobús. No le vio hasta que tuvo que bajarse del vehículo. Pero el chico lo vio también de refilón y lo confundió con su hermano. Se levantó y lo seguía con la mirada. Se acercó a la puerta y empezó a golpearla hasta que el conductor, para evitar más alborotos, las abrió y bajó. Siempre se habían parecido mucho y como se llevaban apenas dos años, muchos los confundían. Y ese chico hacía meses que no veía a su hermano. Gaby se escondió para que no le viera. No sabía que decirle. O sí lo sabía, pero no le hubiera gustado a su hermano. El chico lo buscó por las calles alrededor de la parada. Y casualidad, pasó por delante de su casa con la fortuna que Eduardo lo vio desde la ventana. Porque estaba esperando a Gaby para ir precisamente al parque.

Eduardo estaba nervioso, alterado.

-Gaby, lo he visto delante de casa.

No le contó nada de lo que había ocurrido. Temía su reacción. Sabía que cualquier cosa que hubiera hecho, le habría parecido mal.

-Vamos al parque, por favor – suplicó.

Fueron. Y allí estaba.

Esta vez, aunque le costó discutir, lo acercó hasta allí. Gaby cada vez que cuenta la historia se emociona y se ríe a partes iguales.

-Parecían dos merluzos fuera del agua.

-No te voy a recordar lo que parecías en tu primera cita con Inés – se defendía.

-Para nada era lo mismo.

-Lo dirás tú, merluzo.

El caso es que salieron del parque para ir a comer. Juanjo, que era el chico del banco y Eduardo. Juanjo empujando la silla de ruedas a la que no había dado la más mínima importancia y Eduardo con la bandolera del otro en el regazo, como si la hubiera llevado toda la vida.

-Ya parecían una pareja a los diez minutos.

Lo que Gaby nunca le ha comentado a su hermano es el ataque que le dio a su madre al llegar a casa. “Se va a aprovechar de él, si no le conoce de nada, pero estás loco dejándole en manos de un desconocido, podría degollarlo y no nos enteraríamos hasta un mes después… como le pase algo ya estás haciendo las maletas, no te quiero ver en lo que me quede de vida…”

Así, hasta que Juanjo apareció en la puerta de casa empujando la silla de Eduardo y éste con la cara más risueña que le recordaban desde su noveno cumpleaños, cuando le regalaron su patinete. Ahí su madre que salió a la puerta dispuesta a darle un puñetazo al tal Juanjo, acabó por invitarle a pasar y tomar un café. Gaby aprovechó a salir de casa en ese momento no sin darle un puñetazo de broma en el pecho a su hermano.

Juanjo se convirtió en uno más de la familia. Y se convirtió en la razón por la que Eduardo trabajaba en la rehabilitación todos los días. Gaby y él se turnaban para acompañarlo y sufrir con él. Porque hacían los mismos ejercicios. Y de paso, si podían, ayudaban a algunos otros pacientes. Se hicieron famosos en su turno de fisioterapia. Todos los conocían y a todos conocían. Es más, después de casi 10 años, seguían quedando todos los meses a tomar algo o a cenar directamente. Con los sanitarios y con algunos pacientes de esa época, que fue larga.

Eduardo y Juanjo fueron los padrinos de la boda de Inés y Gaby. Y Juanjo fue el padrino de Guillermo, el primer hijo de la pareja y Eduardo lo fue de Hugo, el pequeño. Y los dos ejercían de tíos y de padrinos. Iban al colegio a buscarlos, a verlos jugar al fútbol o al tenis o a las obras de teatro que hacían en el colegio.

Y de eso, surgió el problema de Guillermo y ese chico al que pegó. Ese chico se rió de su tío Eduardo. Su tío Eduardo. Posesivo. Su tío Eduardo. El chico en cuestión “compuso” una canción que fue seguida por algunos compañeros “el tío de Willy es cojito y mariquita” repetido hasta la saciedad. Y se la cantaban a su hermano Hugo también. Y como no quiere la cosa, ese día se la quiso cantar al oído a Guillermo y a éste se le escapó una torta con el puño levemente cerrado, como si estuviera espantando una mosca. El chico cantarín era muy cantarín pero poco sufrido porque se echó a llorar. “Me ha pegado, profe”. La profe de patio casualmente nunca se enteraba de que estaban molestando a Guillermo e insultando a sus tíos, pero sí se dio por enterada de la torta. Les llevó al tutor y éste, muy indignado y enfadado, llamó a Gaby. Y a Inés, su madre, que pensaba sería más manejable y resolutiva.

Gaby miró a su hijo cuando el tutor le explicó.

-Han insultado a mi tío Eduardo – dijo tajante mirando a su padre, la misma forma de mirar que su tío Juanjo.

-No te inventes cosas Guillermo. – le dijo muy serio el tutor.

-Yo no invento nada – el niño giró la cabeza para mirar al tutor sin siquiera pestañear.

-Creo que tienen un problema en casa D. Gabriel – le dijo muy serio a Gaby. – No me va a quedar más remedio que expulsarle… y le recomendaría un psicólogo antes de que tenga verdaderos problemas de orden público. Y…

Se paró porque entonces Guillermo sacó su móvil y puso un audio.

“El tío de Willy es cojito y mariquita”. “El tío de Willy es cojito y mariquita”. “Willy es mariquita como su tío cojito y su novia Juanjita”.

Inés eligió ese momento para entrar en el despacho. Dio un beso a su marido y otro a su hijo. El niño les había dejado oír pero no les había enseñado que también había grabado imagen. Pero su madre lo vio desde detrás.

-Eso no prueba nada – dijo el tutor bruscamente y muy molesto – lo ha podido hacer él mismo mientras esperaba. El caso es más grave de lo que imaginaba. Voy a proponer abrir un expediente…

Inés se había puesto roja del enfado que estaba cogiendo, agarró el móvil de su hijo y le mostró el vídeo al tutor. Éste se removió en su silla.

-Creo que tiene usted un problema entre sus alumnos de falta de respeto a los que tienen algo limitada su movilidad y hacia los homosexuales. Quisiera pensar que no se han enterado de nada. Aunque me consta que hay quejas al respecto y no han hecho nada. Y que la profesora del patio no se ha enterado de nada o no se ha querido enterar, porque decírselo, se lo han dicho. ¿O debo pensar que comparten esta falta de respeto hacia mis cuñados y hacia mis hijos?

Gaby se levantó indignado de su silla. Guillermo miraba al tutor fijamente. “esa mirada la ha aprendido de su tío Juanjo”, se maravilló de nuevo.

-Creo que debería disculparse con mi hijo. Y con nosotros. Y con mi hermano Eduardo, el cojito y mariquita. Nos ha faltado al respeto a todos llamando mentiroso a mi hijo amenazando con no sé qué expulsiones y diciendo poco menos que es un delincuente y permitiendo, que es lo más grave de todo, que haya niños que martiricen a mis hijos riéndose de las limitaciones físicas de mi cuñado y de su condición sexual.

-Le dejamos que lo piense hasta el lunes. Mañana jueves discúlpenos pero tenemos una fiesta en casa y vamos a celebrarlo por todo lo alto. Mi hermano se ha decidido y para celebrar el cumpleaños de su pareja Juanjo, le va a pedir matrimonio después de diez años de relación. Y todos estamos muy ilusionados porque hemos estado esperando este momento mucho tiempo. Así que los niños no vendrán al colegio hasta el lunes. Si necesita una dispensa firmada por nosotros, tanto mi mujer como yo se la firmamos ahora mismo. Y si la necesita de la mismísima alcaldesa, no se preocupe, se la consigo. Y no bromeo.

-Y a la alcaldesa le hará mucha gracia que en uno de los colegios públicos de su ciudad, se rían de los homosexuales con el apoyo de uno de los tutores y algunos profesores.

No dijeron nada más. Salieron del despacho y se fueron hacia la salida. Allí los esperaba Hugo con su profesora.

-Lo siento – les dijo la maestra. – Intenté que pusieran orden, pero no me hicieron caso. Por eso le dejé a Hugo mi móvil para que lo grabara. Luego mandé el vídeo a Willy para que os lo enseñara. Willy no quería deciros nada. No quería preocuparos. Y menos que su tío Edu o Juanjo se enteraran.

-No te preocupes, Rosa. Muchas gracias. Tenemos mañana una pequeña celebración familiar. Estás invitada – le propuso Inés agarrándola suavemente del brazo.

Por eso ahora, todo iba retrasado. Había tenido que ir a la joyería para recoger los anillos, casi cuando estaban cerrando. Juanjo no se podía enterar de nada. E Inés al final se había tenido que pedir un par de día libres en el trabajo para poder acabar con los preparativos en el ayuntamiento para que se casaran el mismo viernes. Flores, faldones para las tarimas, los invitados, hacer que barnizaran el banco dónde empezó todo. Y la fiesta de cumpleaños, e ir al Mercadona a por las tartas de queso, para que todo fuera igual que ese primer cumpleaños en el parque, 10 años antes, y las velas, y los globos que habían pedido los niños, y los regalos… y…. y…. y…

Juanjo era en general muy observador y muy detallista. Salvo cuando estaba frente a Eduardo. Entonces solo tenía ojos para sus ojos. Se recreaba mirándolos. Fue igual aquella vez, aquella primera vez en el parque cuando Gaby empujaba la silla de su hermano para acercarse al banco donde estaba Juanjo. Allí Juanjo tardó casi media hora en darse cuenta que Eduardo estaba en silla de ruedas. No lo dejaba de mirar pero solo miraba sus ojos. Luego cuando Eduardo nervioso porque el otro no se disgustara al verlo incapacitado o porque le diera lástima se lo hizo ver, “estoy en silla de ruedas, joder, soy un impedido” el otro se encogió de hombros como diciendo “¿Y qué importancia tiene eso?”. Se levantó le dio su bandolera y el libro que estaba leyendo y empezó a empujar la silla de Eduardo hacia el restaurante donde iban a comer juntos por primera vez.

Eso pasó ese día 15 de abril, el día de su cumpleaños de hacía 10 años.

Ahora, 10 años más tarde del parque. Entró en casa para una celebración como siempre. Sus padres, los de Gaby y Eduardo, los de Inés que se apuntaron también, los niños, sus ahijados que no podían faltar nunca en una celebración que atañera a cualquiera de ellos. Los hijos de unos vecinos vendrían por la tarde al salir del colegio y algunos compañeros de clase de los dos. Las hermanas de Juanjo y sus maridos. Algunos amigos de ambos. Al final eran unos cuantos, casi 25 personas. Más luego los niños.

Juanjo llegó el último. Volvía de viaje y se había retrasado el avión, con lo que perdió el primer autobús. Pero así todo quedó casi como si fuera una fiesta sorpresa. Lo recibieron con aplausos, con vítores, Guillermo su ahijado le dio el gorro de payaso y las matasuegras a parte de un gran abrazo. Hugo esperaba turno y dio mil besos de sobrino a su tío, colgado de su cuello.

-Ya pesas mucho, te estás haciendo mayor.

-Yo siempre me colgaré de tu cuello y te daré mil besos de sobrino – le dijo con cara de pillo.

-Y yo te los devolveré en forma de mil besos de tío.

Todos hablaban con todos, todos cogían algo que comer en una especie de self-service que habían puesto en una mesa grande al lado de la cocina. Cuando llegaron los niños de los vecinos y los amigos del colegio de Willy y Hugo, casi no habían terminado de comer. Los niños merendaban y los mayores todavía comían. Pero llegó el momento.

Eduardo se puso al lado de Juanjo. Le dio un beso en los labios. Y ahí la vista y la cabeza de Juanjo no se apartaron ni cinco de los ojos de su amado. Parecía que le daba la vida.

Inés fue a la cocina y con la ayuda de Gaby sacó una bandeja de mini tartas de queso de Mercadona. Solo una de ellas tenía una vela encendida,

Hugo empezó a cantar el cumpleaños feliz, al que se unieron todos rápidamente. Eduardo cogió de la bandeja la tarta que llevaba la vela y se acercó a Juanjo.

-Pide un deseo antes de soplar – le dijo tendiéndole la tarta con la esperanza de que se diera cuenta que en la base de la vela estaban los anillos de compromiso.

-Es como aquella – contestó ilusionado Juanjo sin apartar la vista de Eduardo y sin percatarse de los anillos. Como lo iba a hacer si apenas había mirado la tarta.

-Pide un deseo.

-Ya lo he cumplido. Mi único deseo en esta vida eres tú, mi amor.

-Sopla entonces.

Para soplar, ahí sí, tuvo que mirar la vela. Y ahí los vio, en la base, dos anillos de oro blanco.

Miró los anillos, miró a Eduardo, miró a Gaby, miró a sus padres, miró a Willy, miró a Eduardo. Con los ojos muy abiertos. Sonriendo.

Iba a decir algo pero Eduardo lo detuvo. Se apoyó en el bastón y se arrodilló con un poco de esfuerzo y algo de dolor. Su madre estuvo tentada de ir a ayudarlo, pero su marido la detuvo y la puso una mirada que no tenía réplica posible.

-Juanjo. Quisiera que fueras sincero. Ya sabes, sincero de verdad. ¿Quieres casarte conmigo?

A Juanjo se le saltaban las lágrimas. La de veces que se lo había propuesto. Cada mes, cada semana una vez al menos. Eduardo nunca quería. Parecía que seguía temiendo que Juanjo estuviera con él por pena. Era el único que podía tener esa idea, porque todos los que los conocían sabían que el amor de Juanjo por Eduardo era imposible de superar por nadie. Inés siempre decía de su cuñado que se podía querer como Juanjo, pero más era imposible. Al fin y al cabo, lo de casarse era un mero trámite. 10 años de conocerse, 9 viviendo juntos como un matrimonio en todos los aspectos. Todo era de los dos. Los dos eran uno.

Juanjo buscó algo gracioso para dejar de llorar como una magdalena. Pero le fue difícil encontrarlo. Al final solo fue capaz de decir:

-Menos mal que me lo has pedido al fin, pensaba que no me querías ya. ¿Y si ahora te digo que no como tú las 349 veces que te lo he pedido? Que bobo eres. Extiende ese dedo, cabrón, que te voy a poner el anillo de compromiso. Y mira que hay muchos testigos, así que luego no puedes decir que lo he soñado o algo de eso, cuando mañana por la mañana, al despertar, te arrepientas.

Y le puso el anillo. Le tendió el otro para que se lo pusiera a él.

-Ahora espero que no tardes otros 10 años en buscar fecha para la boda.

-¿Mañana te parece bien cuñado? – le dijo Gaby abrazándolo emocionado.

-¿Mañana? – se separó de Gaby como si le hubieran dado un calambrazo.

-Mañana – le dijo sonriendo Eduardo al que le costaba levantarse apoyándose en el bastón.

-¿Y tú lo sabías? – apuntó con su dedo a Willy. Este sonrió y dijo.

-Pues claro tío. Si es que cuando está el tío Edu no te enteras de nada.

-Vaya. Menudo zasca me has dado. Pero a pesar de ello te quiero igual.

-Pero habrá que organizarlo todo. Mañana, Dios mío. El traje, y el juzgado y…

-Querido cuñado – le dijo Inés acercándose para darle un beso – está todo listo. Solo tenéis que elegir los padrinos.

-¿Y el traje?

-En tu cuarto.

-¿Y los anillos?

-Los tengo yo – dijo Gaby sacando un par de cajitas del bolsillo.

-¿Y el banquete?

-Encargado.

-¿Y los invitados?

-Hecho.

-Solo quedan los padrinos. Tenéis que elegirlos vosotros.

Juanjo miró a su alrededor. Miró a sus padres, miró a Inés y a Gaby, a los padres de Eduardo, a sus hermanas. Pero decidido, miró a su ahijado Guillermo. Se agachó para ponerse a su altura y mirarlo directamente.

-Creo que hablo por los dos – cogió la mano a Eduardo y volvió a mirar a Guillermo – Nos gustaría que fueras nuestro padrino de boda. Nadie nunca nos ha defendido como tú lo has hecho ayer. Ni ha aguantado por nuestra culpa lo que has tenido que pasar. Y sin quejarte.

-Pero no os teníais que enterar – y miró a sus padres para reprenderles.

Eduardo se sentó en una silla al lado de Juanjo.

-Nos has defendido y nos has protegido. Eso no tiene precio para mí, sobre todo para mí, que soy el cojito. Y siempre he estado acomplejado por ello. No quería dar pena. No quería que me quisieran por pena. Pero me has enseñado que simplemente me queréis. Me queréis todos y que al igual que Juanjo, miráis mis ojos no mis piernas. No miráis si somos dos hombres, solo que somos dos personas que nos queremos. Ayer nos diste una lección. Así que queremos que seas nuestro padrino.

-¿Y yo que? – se quejó el pequeño.

-Los dos seremos vuestros padrinos – contestó resuelto Guillermo atrayendo hacia sí a su hermano pequeño.

-Pues sea. Nuestros ahijados serán nuestros padrinos.

Aplausos y vítores, por favor.

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