La Boda en el Parque (y 3)

Ya era casi la hora. Los invitados iban llegando. Los padres de los contrayentes, los sobrinos y hoy padrinos de boda y sus padres quienes los apoyarían legalmente. Los vecinos y sus hijos. Los padres de Inés y sus hermanos. Y las de Juanjo.

Habían invitado claro, a los compañeros en la fisioterapia. No podían faltar. Ellos fueron testigos del progreso de su relación. Y tampoco faltaban algunos de los amigos más cercanos de ellos. La profesora de Hugo, el sobrino pequeño, con su novio. Los compañeros de trabajo de ambos contrayentes. No eran muchos, pero eran los que debían. Los íntimos. Los queridos. No había nadie por compromiso.

Ya era la hora.

Los novios venían cada uno de un lado del parque, como aquella primera vez. Como las veces que se vieron pero ni siquiera se hicieron un gesto. Solo miradas esquivas, cortas, de medio lado, escondidas en un libro o en un bocadillo de tortilla. Cada uno venía de la mano de uno de los padrinos. Hugo el pequeño, venía con Juanjo. Y Willy el mayor, venía con Eduardo. Éste se apoyaba un poco en él. De los nervios estaba más torpe que de costumbre.

Había un cuarteto de cuerda que tocaba el Ave María de Shubert, una de las piezas favoritas de Juanjo.

Inés se estaba poniendo nerviosa. No veía al Secretario del Ayuntamiento, quién iba a oficiar la ceremonia. Llamó a la secretaría de la Vicealcaldesa, pero allí no le dieron razón. Ese tal Ernesto había salido y no podían decirle nada al respecto de esa boda. Ese tal Ernesto, sería el siguiente en sufrir su ira. Empezaría por el tutor de Guillermo y la profesora encargada del patio. Ya tenía preparada la denuncia. Y seguiría con ese secretario de los cojones, como decía siempre que se refería a él. Que la Vicealcaldesa no celebrara ese tipo de bodas. “Ese tipo de bodas”.

-Lo que más me jode, Gaby, es que es gay.

-Ya lo sé. Si estuvo detrás de Edu.

-¿Antes o después de Juanjo?

-Después. Justo antes de irse a vivir juntos.

-La madre que lo parió. Fue el que malmetió.

-Exacto. Él no se acuerda de mí y posiblemente ni de Eduardo. Casi le parto las piernas. Es la única persona con la que casi pierdo los papeles.

-Siempre era Eduardo el que partía piernas por ti.

-Vale, sí. Yo le tiraba cosas a la cabeza y él me defendía por la espalda. Yo soy un cobarde, ya lo sabes. Pero esa vez, me sacó tanto de quicio cómo actuó ese malnacido por tirarse a un tullido, como le oí llamarlo, que casi me lo como. Porque Jacinto e Irene me pararon. Y no digas nada, que tú eras antes un alma tranquila. Y de un tiempo a esta parte eres militante defensora de mi hermano y Juanjo.

-Sí cariño – le dio un beso rápido justo antes de mirar de nuevo el reloj. No era el momento de esas disquisiciones.

-Van a llegar al estrado – exclamó la madre de Juanjo.

-Que lleguen, tranquilos, no pasa nada – intentó tranquilizar Gaby.

-¡¡Gabriel!! que no está el puto Secretario. Que sin él no hay boda. Pareces en babia.

-Deja que lleguen. Tranquila.

-Pero como puedes… – Inés se llevó la mano abierta a la boca – ¿Qué has hecho? ¡Qué me ocultas! No juegues conmigo – Inés le amenazó apuntándolo con el dedo.

-Nada – puso la mejor cara de inocente, cara que conocía Inés muy bien porque sus hijos la habían heredado y sabía que eso significaba que le estaban metiendo una trola.

Cruzó los brazos y miró como llegaban al banco los dos. Como se dieron un beso en los labios. Y cómo se sentaban expectantes en el banco, con los niños a su lado.

El cuarteto paró de tocar. Y en ese momento se oyeron a lo lejos los timbales y las trompetas de la guardia de honores del Ayuntamiento. Detrás de ellos, venían los danzantes de la ciudad, los encargados de bailar en honor de las autoridades en las fiestas de guardar. Y justo detrás, venían la Alcaldesa y la Vicealcandesa, sonrientes, cogidas del brazo, entre los maceros de autoridades.

Eduardo se levantó de un salto al reconocer a María. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Su hermano le había dicho que no había sido posible hablar con la Alcaldesa.

-Debe estar muy liada con los Presupuestos. No tiene ni un minuto libre – le dijo una y otra vez en cada ocasión en que le preguntaba por ese tema.

Los niños miraban la escena muy sorprendidos, Guillermo doblemente, porque entre los y las danzantes, reconoció a Kira, una niña del colegio con la que tenía mucha amistad. Una vez su tío Juanjo, que los vio en el patio hablando, le dijo a Eduardo: “Willy mira a esa chica como yo te miro a ti”. “Ya nos lo van a robar, poco hemos disfrutado de él, cachis” “Te pareces a tu madre”. “Con lo que te quiere tu suegra”.

-Le estás haciendo daño al niño – le indicó suavemente Juanjo. De la emoción, Eduardo sin querer estaba apoyándose en el hombro del chico con demasiada fuerza. Lo liberó de inmediato cambiando su apoyo al bastón y se agachó para darle un beso. – Perdona – le susurró.

El cortejo de las autoridades llegó al banco.

-Tenía ganas de conocer el banco en cuestión – María, la Alcaldesa, abrazó fuerte a Eduardo. – Estás radiante.

-Me caso, doctora. Me caso – no sabía por qué pero se le volvieron a nublar los ojos. Quizás porque María había sido su novieta cuando no tenía claro de quién quería enamorarse. Y porque ella lo escuchó y lo apoyó cuando se dio cuenta. Y luego lo cuidó. Fue su médica. Y un apoyo increíble después del accidente. Luego ella entró en política y se distanciaron un poco. Pero seguía sus pasos.

-Ya has tardado. Creo que Juanjo merece un monumento.

-Menos mal que no solo lo pienso yo – le dijo sonriendo y acercándose a abrazarla.

-¿Conocéis a Patricia?

-De verla correr por el parque.

-Anda me tienes vigilada – le dijo a Juanjo mientras le daba dos besos, para seguir con Eduardo y el resto de la familia.

-Me gusta venir a veces por las mañanas los fines de semana y observar a la gente.

-Lo tuyo es el parque.

-Me cambió la vida. Vengo a darle las gracias.

-Gaby, guapo. – María se dio la vuelta para darle dos besos. – Inés, ese vestido…

-Calla, calla, que casi… he engordado un poco estos días por el estrés, y casi no me cabe.

-Willy, pero bueno, si casi no te conozco vestido así de elegante.

El chico sonrió colorado.

-Luego tengo que hablar contigo – le dijo al niño la Vicealcaldesa. – No te asustes, que no es nada malo.

-Vamos a empezar, si os parece – dijo Inés que ya veía que no llegaban al restaurante a la hora acordada.

Cada uno ocupó su sitio. Los novios se sentaron en su banco con sus padrinos. Las oficiantes ocuparon su sitio en el pequeño estrado que habían levantado esa misma mañana los operarios del ayuntamiento. Y el cuarteto empezó a tocar una melodía suave para acompañar.

-Os tenemos que leer unos artículos del Código Civil en los que se regula el matrimonio. Y con eso legalmente, seríais matrimonio ante el Estado. Es un hecho que dura 3 minutos con suerte.

Os podría endiñar un discurso sobre el amor. Pero con solo miraros es claro que no necesitáis que os recordemos lo de quereros y esas cosas.

Os podría hablar de superar las dificultades, pero de eso en concreto, nos podéis dar los dos lecciones a todos nosotros.

Podríamos decir eso de Eduardo, quieres a Juanjo como esposo y claro, Eduardo da emoción al tema como ha hecho los últimos 10 años, y tarda en responder que sí. Y Juanjo cuando le preguntemos, se olvidará decir nada, porque estará perdido mirando a Eduardo.

Hubo algunas risas entre los invitados y Juanjo se puso colorado.

María miró a Patricia que siguió:

-Hemos traído una poesía, que servirá para indicarnos a todos que os queréis de verdad y después, os pediremos que os pongáis los anillos para no quitároslos nunca.

Patricia le dio un papel a Juanjo y otro a Eduardo.

-Empiezas tú Juanjo, si te parece bien.

Que bonito.

Aquí hace sol,

primavera.

¡Que bonito!

Primavera en la calle

y primavera en tu mirada,

en esos ojos maravillosos.

Primavera en tus manos

sol de corazones.

Nada de nada

y todo;

todo;

todo.

Eres todo:

un ángel, un príncipe, un niño, un amor;

un tulipán;

Una cafetería vieja con encanto,

una vieja pianola,

una vieja canción.

Un joven capullo naciendo a la vida, cada día, al abrir esos ojos insondables y encandilantes

un nuevo día, una nueva vida, nueva cada día.

Me quedaría mirando esos ojos profundos toda la vida,

esperando por las mañanas a que se abran

y sonreír.

Permanecer despierto hasta que se cierren por la noche

para no perder ninguno de sus fulgores.

Ojos de amor, de primavera, de vida.

Era el turno de Eduardo:

Amor,

paseemos cogidos de la mano,

guiados por la luz de tus ojos,

que nos lleven a los confines del mundo.

¡hummmmmmmmmmmmmm!

Me tumbaría frente a mi ventana,

en el jardín,

en plena Plaza Mayor,

en un tejado,

recostado sobre tu pecho,

con la cabeza ligeramente girada para poder ver, primero tus labios entornados hacia arriba en una sonrisa perfecta

señalando el camino de tus candiles,

tímidos y rotundos a la vez,

en una combinación perfecta.

Si mi amor

primavera

en Bombay

en Burgos

en los confines del universo

esos son tus ojos:

primavera.

-Los anillos – dijo la Alcaldesa, emocionada por la poesía y por la intención con la que la habían recitado.

Los niños le dieron a cada uno de los contrayentes un anillo. Eduardo fue el primero en coger el dedo de su novio y ponerle el anillo. Era el turno de Juanjo, que como siempre casi se despista. Pero su sobrino, atento, le dio un codazo para que despertara de su ensoñación y pusiera el anillo en el dedo de Eduardo.

-Y con esto, Eduardo y Juanjo, nosotras, con el poder que nos concede la Ley, os declaramos unidos en matrimonio. – dijeron al unísono las dos celebrantes.

-Os podéis besar – concedió Patricia.

Y se besaron.

Todos empezaron a aplaudir, hasta las niñeras y niñeros habituales del parque, que habían dejado de hablar de sus aventuras con los niños y los miraban en la distancia.

-¡¡Vivan los novios!! – gritaron alborozados los amigos de fisioterapia.

No hubo arroz, pero sí pétalos de claveles y rosas.

Hubo muchos abrazos y besos. Algunas lágrimas. Y mucha alegría.

Los danzantes empezaron el baile de honor alrededor de los ya esposos.

Los novios, estaban tan emocionados y aturdidos con las muestras de cariño, que en los siguientes días no pudieron recordar casi nada de lo que hablaron y vivieron. Menos mal que muchos de los invitados habían grabado vídeos que luego servirían como memoria de ese momento.

Muchos les dijeron que era el principio de una nueva etapa. Ellos no lo creían. Era una formalidad, una excusa para juntar a los amigos, todos a la vez, con la familia y hacer una fiesta. Ellos no iban a cambiar nada por firmar delante de la Alcaldesa y la Vicealcaldesa un papel que les llamaba oficialmente matrimonio. Ellos se casaron aquel día en el banco, cuando Gaby acercó a Eduardo a donde estaba sentado Juanjo. Ahí se miraron y se casaron en ese instante.

Lo que si fue para ellos es estimulante.

A veces se nos olvida a todos lo que la gente cercana nos quiere. Y ese día les sirvió a ambos de recuerdo. Incluso de las personas que por circunstancias se alejan de nuestra cotidianidad, como María, la alcaldesa, pero que no nos olvidan.

Luego la vida siguió. Los trabajos de cada uno, el baloncesto de los chicos, la música de Hugo, las comidas familiares los fines de semana, las excursiones a conocer los pueblos cercanos, las fiestas y las costumbres. Las veladas íntimas de Juanjo y Eduardo. E Inés mirando a sus cuñados dispuesta a defenderlos con uñas y dientes, como una leona a sus crías. Y nadie le ha sacado nunca lo que la hizo cambiar de actitud ante la vida y pasar a la acción en su defensa.

Cuando llegaban al restaurante, el cielo se nubló de repente y una tormenta primaveral se cernió sobre la ciudad. A ellos no les afectó, porque lo importante ya estaba. Ahora solo quedaba comer todos juntos, hablar, reír y bromear. Los niños corriendo por el comedor para desesperación de los camareros que veían peligrar continuamente el feliz desempeño de su labor.

Llegó la tarta y en lo alto, los dos novios. Un sable para cortar la tarta y la marcha nupcial de Mendelsshon.

Y el baile, los dos agarrados, sin moverse mucho. Pero con mucho cariño e intención.

Luego, los demás pusieron el ritmo.

Gaby se acercó a ellos.

-¿Por qué no os largáis ya de una vez? Tomad. La llave de una habitación en el Parador de Lerma. Es vuestra hasta el lunes. Tenéis el equipaje hecho en el coche.

Gaby llevó los dedos a la boca y pegó un chiflido que casi los deja sordos.

-Estos chicos tienen necesidades – miró a los novios que quizás tuvieran alguna idea asesina en ese momento. – así que toca despedirlos con una patada en el culo para que se larguen. Gritad conmigo, amigos y demás familia:

-¡Vivan los novios!!

-¡¡¡¡Vivan!!!!

-Ala, a cascarla.

Los invitados daban palmas, así que para acallar al gentío, Eduardo y Juanjo apresuraron el camino hacia la salida. Fueron despidiéndose de todos con la mano, como pidiendo disculpas. Aunque una hora más tarde, cuando se acomodaron en su habitación del Parador, no echaron en falta a nadie. Abrieron la botella del Cava que el servicio de habitaciones les había dejado en una cubitera bien llena de hielo y se sirvieron dos copas.

No se dijeron grandes cosas. No arreglaron el mundo. Ni siquiera se dijeron cuanto se querían. Solo escuchaban música, uno al lado del otro, el otro acariciando la piel del uno y éste besando al otro. Y un sorbo de cava y… nada más. Miento. De las fresas que iban con el cava, también dieron buena cuenta.

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